#burlado
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Todas las personas tienen sus penas secretas de las cuales no sabe el mundo y aveces las llamamos frías, cuando sólo están deprimidas.
#yo#depresión#soledad#abandono#ya no puedo#me quiero suicidar#llorando#ansiedad#tlp#trastorno limite de la personalidad#ya no quiero sentir#ya no quiero vivir#me quiero matar#me quiero morir#me quiero ir#me quiero pegar un tiro#para ti#humillado#burlado#odio#las odio#zapopan#jalisco#méxico#muerte#crisis#pensamientos suicidas#pensamiento#pensamientos#dolor
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Acerca de mi: No soy una mala persona, pero no trato bien a los que me lastiman o se han burlado de mí.
Efimera Lunar Intemporal
#angeles y demonios terrenales#angelesydemoniosterrenales#efimera lunar intemporal#noviembre 2024#escritos#frases#citas#cosas de la vida#freestyle poético#nosvemosenlasestrellas#en tu órbita#pub3
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De vez en cuando, muere un gran hombre y este país llora unido al pie de su tumba como si lo quisiera de verdad. De vez en cuando, estalla una bomba y la solidaridad aflora entre nosotros como las mariposas en el rosal. De vez en cuando, en nuestra historia ocurre un genocidio en tierras lejanas llenas de “parias” y entonces unas cuantas lágrimas brotan colectivas de los ojos de la impunidad. De vez en cuando, un niño es violado cual si fuera de trapo y entonces nuestras morales dobles entran en pánico. De vez en cuando, un esposo asesina a su esposa en defensa de su honor burlado. De vez en cuando, un político corrupto le roba al pueblo los recursos de su futuro. De vez en cuando, susurran los periódicos algún fraude electoral y todos queremos estallar. ¡De vez en cuando este país de mierda tiene memoria y dignidad! De vez en cuando, los ciudadanos recuerdan la hermandad y se unen entre diferentes para luchar. De vez en cuando, las banderas se pueden ondear por la victoria de la humanidad. De vez en cuando, lo negro es bueno y el miedo nos hace hablar. ¡De vez en cuando, este país de mierda recuerda que puede cambiar! De vez en cuando, los niños pueden soñar con una casa y un juguete para jugar. De vez en cuando, se construyen parques y se olvida al rival. ¡De vez en cuando, en este país de mierda se puede crear! De vez en cuando, se dice lo que se siente sin temor al qué dirán. De vez en cuando, en mi país la gente dice no MÁS. De vez en cuando, nos acordamos de los demás… De vez en cuando, miramos más allá de nuestra propia miseria. De vez en cuando, derrotamos la indiferencia y abrazamos la conciencia de la libertad. De vez en cuando los buenos somos más y nos resistimos a actuar solo de vez en cuando. DE VEZ EN CUANDO, ALGUIEN ME RECUERDA QUE PUEDE SER SIEMPRE…
Johana Patiño (Colombia, 1982)
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Cine: Punch (2022)
Jim (Jordan Oosterhof) pasa su tiempo en el club de boxeo de Pirau (Nueva Zelanda), entrenando con dureza por su padre, Stan (Tim Roth). No sabemos bien si lo hace por verdadera pasión o por imposición parental, pero ahí está él, firme frente a la posibilidad de convertirse en profesional. Pirau es un lugar pequeño en el que vemos a personajes coloridos que cuentan con cierta (mala) fama. Uno de los más notables es Whetu (Conan Hayes), un muchacho maorí que vive con su perro en una casucha alejada del pueblo y es constantemente burlado por su inocultable homosexualidad. Incluso Jim, con su silencio, parece cómplice del bullying pueblerino, pero una ocasión accidental, en la que es atacado por medusas, lo conecta con Whetu.
Es obvio que el encuentro, lejos de ser esporádico, les convierte en amigos, obligándose a ocultarse de la sociedad y a que Jim adopte una postura más afín a lo que la sociedad requiera. Además, su relación con su padre, alcohólico y con un futuro amenazante, toma otro cariz una vez que comienza a replantearse no sólo su destino como boxeador profesional sino, incluso, su propia sexualidad.
La película abre con Stan retirando a su hijo, entonces pequeño, de un juego infantil en el que lleva un traje alado; luego muestra a ambos practicando boxeo en medio del cumpleaños del niño. Dos más que obvios momentos en los que el director Welby Ings procura pincelar la situación asfixiante en la que se encuentra la relación entre padre e hijo. Dos instantes que, complementariamente, dicen mucho sobre la mentalidad imperante en esa zona neozelandesa.
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#cine#Punch#2022#gay#adolescencia#NuevaZelanda#JordanOosterhof#Pirau#TimRoth#ConanHayes#boxeo#WelbyIngs
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Durante días he leído todo el drama del foro del Austenland, admirado como la administradora ha tenido que soportar cada palabra que dicen sobre ella // Hola, yo soy la admin. Esto lleva siglos, por lo menos desde el 2013. De mí han mandado fotos, facebook, número de celular y no sé cuanto datos más (deben seguir online ahí en ese sitio). Se han burlado de mi autismo, de cuestiones personales y la verdad para todas las personas que están siendo acosadas, recuerden que esta es gente de internet. Anónimos, cobardes, crueles. En mi caso, todavía me desconcierta que duren odios de hace más de 4 años (desde 2020 que no tengo ningún conflicto en foro). Sacando a luz cosas de 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019. En algún momento de mi vida me afectó mucho, cuando se me acusó de algo muy grave que era mentira (todavía me siguen acusando de acosar usuarias heteros cuando no hay ni una prueba ????????, que es una acusación gravísima pero que me da igual porque tengo la consciencia tranquila y sé y conozco a las personas que las lanzan) y todo sin dar la cara. En algún año, me llevó a tener pensamientos e suicidas (2020). Actualmente, grande, casada, con problemas reales fuera del rol, les aconsejo que recuerden que son personas de internet. Que internet, como twitter, a veces se vuelve una cloaca. Que la cloaca las tienen esas personas en su interior que no deben estar contentas con su vida como para dedicar tiempo libre a tirar odio. Foro que abro, foro que critican. Y nunca me quejo cuando la crítica es constructiva y como he dicho en otros ask reconozco que muchas veces fui inmadura, cangura y un montón de otros calificativos. No me vengo a hacer la vistima. Vengo a decirle a los que son acosados es gente de internet, son entes, son plantas, son decorado. La verdad sobre vos la sabes vos y ni siquiera es prescriptivo si cometiste errores. No podés culparte por siempre por cosas que hacías cuando no sabías lo que hacés hoy. Ánimo para los que están siendo acosados. .
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Siento mucho lo que te ha ocurrido. Si necesitas que te ayudemos en algo nos tienes por privado.
Ahri ❤️
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They think that Crocodile would give Sabo a new name, meaning "you're mine now so I have to give you a suitable name" and then he gives him the name he would have given Luffy if his friends hadn't made fun of the great name he chose for his baby, but it turns out that that name was so bad that the new baby preferred to keep his old name, a low blow for the father of the family / Creen que Crocodile le daria un nuevo nombre a Sabo, osea "ahora eres mio así que te tengo que dar un nombre adecuado" y luego le coloca el nombre que le hubiera puesto a Luffy si sus amigos no se hubieran burlado del magnifico nombre que eligió para su bebé, pero resulta que ese nombre era tan malo que el nuevo bebé prefirió quedarse con su antiguo nombre, un golpe bajo para el padre de familia
#crocomom#one piece#dragonxcrocodile#omegaverse#asl brothers#dragodile#sir crocodile#yaoi#monkey d dragon
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⚠️No es un escrito, es personal.⚠️
Aquí dejo el comentario que dejé en el vídeo. Aplica para todos. ❤️🩹
Acabo de ver un vídeo en instagram en donde un chico se quitó la vida, esos temas me colocan muy sensible, siempre tengo la necesidad de ayudar a las personas, pero simplemente no puedo, me cuestiono aún si conocer a las personas que pierden la batalla.
¿Por qué no lo conociste antes?
Pudiste haberle hablado.
Quizá lo hubiese ayudado. No lo hiciste.
Todo lo que abarca la depresión me lo tomo personal, es una lucha constante, nunca se acaba y lo sé por experiencia. Tienes que vivir con eso y son muy pocos los que se quedan a seguir sufriendo.
Buscamos una solución, algo que nos haga saber el por qué estamos aquí, vivimos buscando la cura. Muchos somos burlados y tachados de cobardes, débiles y sensibles, no es fácil.
Cuando quieres buscar ayuda, buscas a alguien que te escuche, pero en vez de eso solo encuentras comentarios que te dicen que busques ayuda en el supremo, que él te guiará y aliviará tu dolor, ¿acaso no se dan cuenta que ya lo hemos hecho y aún así no hay respuesta? Necesitamos otro tipo de ayuda, certera y presencial, no comentarios de “ya sanarás”, necesitamos más que eso.
Ignoramos tanto al que necesita de nosotros que cuando deciden acabar con todo nos hacemos los sorprendidos.
A todas las personas que están pasando por una situación como esta, les doy un fuerte abrazo, son valientes y fuertes, yo también estoy buscando el significado de mi existencia y lucho cada día para demostrar que la muerte no es la solución.❤️🩹 —Yusneidy Suárez.
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—¡Cállate, vieja inútil! —le gritó un hombre a la anciana que, desde el centro de la plaza, buscaba a alguien que la acompañara—. Si quieres subir al acantilado, hazlo tú sola. Y ya que vas, tírate al mar. Así verás antes a aquel que tanto esperas.
La anciana, con las manos apretando su chal raído, ignoró el comentario y continuó hablando:
—El viento ha cambiado. Es distinto esta vez, más fuerte. Si subimos juntos, quizá podamos... —dijo, mirando a las pocas personas que se detenían a escucharla.
—¿Subir juntos? —se burló una mujer que cargaba un canasto lleno de pescado—. ¡Vieja loca! La única vez que estaremos contigo será cuando te metan en tu tumba, y será para asegurarnos de que no salgas.
—Y haznos un favor: cuándo te mueras, llévate contigo a esos dos mocosos. Así el pueblo se libra de tres estómagos inútiles de una vez —añadió otro hombre, provocando carcajadas entre los presentes.
—Por favor, escuchadme. Esta vez es diferente —insistió la anciana, dando un paso hacia ellos y agarrando por la camisa a un niño que andaba por allí.
—¡No toques a mi hijo con tus manos sucias, bruja! —gritó una mujer, colocándose entre la anciana y el joven para abofetearla.
La anciana cayó al suelo. Los dos niños que siempre la seguían corrieron a levantarla, pero ninguno dijo una palabra. Asustados, observaron cómo las risas y los insultos continuaban.
—Ya basta, por favor. Solo quiero que veáis lo que yo veo —dijo la anciana, con la voz quebrada pero decidida.
Un hombre escupió al suelo frente a ella.
—Para ver lo que tú ves, vieja arpía, necesitaríamos bebernos todo el vino del pueblo.
El comentario provocó una nueva ola de risas.
La anciana se levantó con la ayuda de los niños y comenzó a alejarse. Los murmullos y carcajadas la siguieron hasta que salió de la plaza, pero no antes de escuchar a alguien gritarle:
—¡Tírate del acantilado, vieja bruja!
A pesar del dolor físico y las palabras hirientes, ella continuó hacia arriba. Los dos niños la seguían, como siempre, en silencio. Al llegar al camino que llevaba al acantilado, la anciana miró a los pequeños.
—Él vendrá con el viento del norte, como la última vez, cuando yo tenía vuestra edad.
Los niños no respondieron, pero la siguieron hasta la cima. Una vez allí, esperaron junto al acantilado mientras el frío viento soplaba. Desde el pueblo, todavía se escuchaban risas e insultos a lo lejos. La anciana cerró los ojos y respiró hondo.
No había llorado frente a sus vecinos. Solo cuando estuvo sola, con sus dos niños huérfanos, dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas.
El viento del norte sopló con una fuerza aterradora. Se llevó las lágrimas de la anciana y empezó a arremolinar las nubes. Ella supo que esta vez no estaba equivocada.
Entonces lo vio: una pared de agua inmensa avanzaba hacia la costa. Rugía como un dios enfurecido, destruyendo todo a su paso.
—Sabía que vendrías —murmuró con calma. Extendió los brazos hacia la ola mientras el tsunami devoraba el mundo bajo ella.
Desde el pueblo, los aldeanos que se habían reído y burlado de ella gritaron al verla de pie en la loma. Sus burlas se convirtieron en súplicas, sus risas en llantos desesperados. Nadie pudo escapar.
Cuando el mar finalmente se retiró, no quedaba nada del pueblo. Solo una tierra arrasada y, en la cima del acantilado, dos niños y una anciana, con su chal desgastado ondeando al viento del norte.
—FIN—
"Bajo la luz Moribunda".
D. Writers y A. Alonso
- Laberinto de Historias -
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Reflejos
Fantastic Four #200 Marv Wolfman (Escritor), Keith Pollard (Dibujante)
— Doctor Doom: ¿Qué has hecho? ¿QUÉ HAS HECHO? ¡Has destruido mi capacidad de lucha! Pero aún no me has detenido. ¡Mi plan supremo triunfará igualmente! Solo tengo que alcanzar los controles… — Reed Richards: Jamás Doom… ¡No lo permitiré! Estás loco… ¡Solo un loco llegaría tan lejos para conseguir lo imposible! ¿No te das cuenta de que jamás podrás lograrlo? Toda tu vida has estado buscando vengarte de un mundo que creías que te había despreciado… Aún hay tiempo, Doom… ¡Únete a nosotros! ¡Tu genio puede beneficiar a la misma gente que crees que te odia! — Doctor Doom: ¡Necio insufrible! ¿Crees que Doom es tan mezquino que solo busca venganza? ¡Patán ignorante! ¡Quiero el poder porque es mío por derecho! Es un derecho de nacimiento que heredé de mi madre… ¡Una mujer asesinada por un puñado de paletos asustadizos e ignorantes que eran demasiado idiotas como para ver la verdad! Yo siempre he buscado obtener lo que es mío por derecho. — Reed Richards: ¿Qué estás haciendo? — Doctor Doom: Has inutilizado mi armadura… ¡Pero aún dispongo de suficiente energía de emergencia almacenada como para activar los controles de refrigeración! Cuando nos conocimos, Richards, te consideré un estudiante inteligente que prometía bastante. ¡Quizás tu intelecto científico crecería, pero tu conocimiento de las motivaciones humanas es increíblemente limitado! ¿Venganza? ¡Bah! Doom está por encima de algo tan vulgar. ¡Pero basta! Debo ocuparme de mi estatua. ¡Hay que activar sus controles!
— Johnny Storm: No hemos tardado mucho en liquidar a los secuaces de Doom. — Susan Storm: Los delegados parecen seguir en estado de shock. — Ben Grimm: Esto aún no ha terminado. ¡Mirad! ¡La estatua está empezando a brillar como un crío con acné en su primera cita! — Susan Storm: ¡Johnny! ¡Ben! Está emitiendo una especie de rayo… ¿Significa eso que Reed no ha podido detener a Doom? — Johnny Storm: ¡Mirad, vienen hacia nosotros! ¿Qué hacemos? — Ben Grimm: ¡Leches! ¡No podemos machacarles! ¡La vida te da sorpresas! — Susan Storm: ¡Decidamos lo que decidamos, hagámoslo ya! No hay tiempo que perder.
— Doctor Doom: ¡Éxito al fin! ¡Aun con todos los presentes problemas, mi plan ha triunfado! Mi estatua tuvo que ser entrada por la fuerza en la asamblea de la ONU… Pero ya está allí… ¡Y funciona tal y como la diseñé! ¡Ahora ya nada me impedirá alcanzar el objetivo que he perseguido todos estos años! ¡El mundo será de Doom! ¡DE DOOM! — Reed Richards: De eso nada, Doom… Aún no has conseguido nada… ¡No mientras yo viva! — Doctor Doom: ¡NO! ¡NO! ¡TÚ OTRA VEZ NO! ¡¿Es que no hay modo de matarte?! — Reed Richards: La próxima vez haz tus trampas de hielo completamente sólidas… antes de que me congelara del todo a mi alrededor, pude formar unos respiraderos… que también sirvieron para debilitar el bloque.
— Doctor Doom: Richards… Normalmente aborrezco los encuentros físicos… Pero tú no me dejas opción. ¡Te has burlado demasiadas veces de mis planes! Pero se acabó… ¡Se acabó! ¡Debo destruirte de una vez por todas! No soy el simple patán que siempre me has considerado, Richards. ¡Aun sin mi energía, mi armadura compensa de sobras ese ridículo poder elástico tuyo! ¡Y eso me convierte en tu superior, Richards! ¿Me has oído? ¡En tu superior! ¡Dilo, Richards! ¡Dilo de una vez! ¡Doctor Doom es tu superior! — Reed Richards: J-Jamás… — Doctor Doom: Oh, muy pronto suplicarás que te deje pronunciar esas palabras… porque quizás me conmuevan como para ofrecerte un pequeño rayo de esperanza. ¡Una esperanza representada por una muerte rápida en vez de un final lento y doloroso! Pero exijo hacerte pagar por todos estos años de frustración… De saber en todo momento que había alguien igual de fuerte… Igual de poderoso… Alguien que podría incluso ser super… ¿Qué? ¿He estado a punto de decir superior a Doom? ¡JA! Siempre he sido mejor que tú. Admítelo, Richards… ¡Siempre! ¡Admite que manipulaste la máquina que destrozó mi rostro! Fuiste tú… ¡Tuviste que ser tú! Dime que envidiabas mi talento… Dime la verdad… Dímela, maldito seas… ¡Dímela y puede que acabe con tu sufrimiento en este mismo instante! ¡Has de decírmela!
— Reed Richards: No hice nada… Traté de ayudarte con los cálculos… equivocados… — Doctor Doom: ¿Aun a punto de morir sigues mintiendo? ¡Sé que tú fuiste el responsable! ¡Yo soy incapaz de cometer errores! Yo… ¿Qué? ¿Pretendes desenmascararme? ¿Así que ese es tu ridículo plan? ¿Tratar de enfurecerme mientras me arrancas la máscara? ¡Pero eres un idiota! Solo mi anillo oculto puede… ¿Qué? ¡Se abrió! ¿Pero cómo…? — Reed Richards: Cuando tu fuente de energía entró en cortocircuito, el mecanismo de cierre se debilitó… — Doctor Doom: ¡Estúpido imbécil! ¡¿Es que no sabes lo que has hecho?! ¡Sin las lentes protectoras de mi máscara, los reflejos intensificados del Solartrón pueden volverme loco! ¡MI ROSTRO! ¡MI ROSTRO! ¡MILLONES DE GROTESCOS REFLEJOS DE MI ROSTRO! ¡NOOO!
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No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará...
Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna...
No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos...
Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe...
(Gálatas 6:7-10)... Amén...DTBM.!! 🙌🦋🌼🍃😴✨💫
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Mildrith of Wealas (1/3)
Pairing: Sihtric Kjartansson x fam!reader
Sinopsis: la pacífica vida de Mildrith se ve interrumpida cuando un grupo de guerreros daneses llegan a la finca merciana donde reside con la pequeña princesa y la hija de uno de ellos.
Warnings: sangre, contenido adulto,
You can traslate the story and read it!
-¿Por qué vuelan y nosotros no?
-Dicen que es por la gracia de Dios, porque los hizo así para sobrevivir.
La niña rubia y pálida frente a ella pareció pensárselo. Tenía los brazos sobre la mesa, y miraba a la jaula dorada donde estaba encerrado un pequeño pájaro que piaba como si se tratase de una canción. Las ventanas estaban cerradas, pero por los huecos que decoraban las contraventanas en forma del símbolo de Mercia entraba luz suficiente como para ver. Las puertas estaban cerradas a sus espaldas, obra de Stiorra, la única hija del segundo hombre de confianza de la reina Aethelflaed. Aquella mañana se había despertado de mal humor y lo había dejado claro golpeando las puertas, gruñendo respuestas y burlándose de los comentarios inocentes que hacía Aelfwynn.
Consciente de esa tensión, se había encerrado con la pequeña princesa en el comedor donde la tres comían a la espera de que la reina regresara. Había sido una semana larga, calurosa para la zona en la que estaban, y en la que el mar humor pagaba factura a los más jóvenes.
-Vuestro Dios es demasiado divertido -se había burlado.
-Stiorra -regañó, pero no dijo más.
Ella levantó los brazos en señal de rendición. La vio marcharse a la estancia central, la que daba directamente con la puerta del hogar. Se trataba de un edificio alto y de madera, con algunas secciones de piedra, pero que era relativamente nuevo por deseos de Lady Aethelflaed para ella y su hija. Había sido el primer edifico donde se había alojado como invitada de los reyes de Mercia, y al que hubo regresado tras lo ocurrido en el monasterio cuando huían del rey y sus planes para con la reina. Pero eso ya era pasado, y se había esforzado en perdonar aquel atentado y en olvidar las muertes que tantas noches la persiguieron. La ayuda de Dios la había sanado, consciente de que necesitaba descansar.
Su padre apenas había respondido a las cartas. Wealas estaba lejos, pero no tanto de la villa como para mandar a un mensajero que informara sobre los cambios de decisiones. La última había sido una advertencia a la reina sobre la seguridad de Mildrith, acompañada de una pequeña guarnición de guerreros galeses, todos vestidos de rojo y con el emblema de su Casa, y una amenaza con romper las relaciones con Mercia si volvía a cometerse un error estratégico como ese; se refería a lo sucedido en el monasterio, a raiz de las malas relaciones entre la reina y el rey. Ahora esos guerreros cuidaban de ellas, siempre apostados a las afueras de la residencia, en el interior de la muralla. Como solo hablaban galés, era difícil para los pocos soldados mercios comunicarse con ellos.
-No me gusta estar sola.
-No estás sola. Estás con nosotras -le indició, pero la duda aún reflejaba en los ojos claros de la niña. Casi le recordaron a los ojos de su madre, la reina, pero estos eran más inocentes y aún no conocían maldad.
-Pero no está mi madre.
Mildrith se apiadó de ella.
Semanas sin ver a su madre y encerrada todo el rato en aquella residencia volvería loco a todo el mundo. Su único consuelo había sido ese pájaro, y el niño que la reina había traído de Wessex que nunca se relacionaba con ellas. Hablaba unas pocas veces con ellas, sí, pero en general se escondía para leer en el piso de arriba o en los huecos más pequeños del edificio. Cuando Aelfwynn lo invitó una vez a jugar, este le había respondido que no se lo merecía y había vuelto los ojos hacia la estantería con los manuscritos religiosos que habían rodeado su vida temprana.
De repente, escuchó a Stiorra reír al otro lado de la puerta. Seguido de varias voces que ni eran las suyas por obvios motivos ni las de Aethelstan. La última vez lo había visto en el piso de arriba sentado en la cama con el libro abierto por la mitad, con el desayuno al lado.
-¿Aelfwynn? Tu madre está aquí.
La niña levantó la cabeza a la velocidad de una flecha, y una sonrisa apareció rápidamente en su rostro. Dudaba que fuera una broma porque ni siquiera Stiorra era tan cruel como para hacerle eso a una niña. Aelfwynn se levantó, abrió las pesadas puertas de la estancia y salió corriendo llamando a su madre. Hubo más voces que llegaban hacia donde estaba.
Mildrith observó un poco más al pequeño pájaro. Piaba y piaba encima del palo que la niña le había puesto para que tuviera un entretenimiento ahí dentro. Al final, Mildrith cogió la jaula y salió con ella entre los brazos para ponerla al sol; era una forma de que a Aelfwynn le diera el sol después de tanto tiempo dentro. En la estancia principal, Aelfwynn abrazaba con fuerza a su madre, la reina, que vestía un jubón de cuero por encima de la ropa formal; una imagen a la que ya estaba acostumbrada. Llevaba el pelo trenzado y visiblemente sucio, pero sonreía al tener en brazos a su hija... No supo cómo sentirse al respecto, dado que el único afecto que había recibido de su madre cuando era pequeña había sido una sonrisa y algunas palmaditas en la cabeza antes de entregársela a las monjas para sus clases religiosas. Entre ellas era tan diferente que costaba verlo sin sentirse inferior, pero le alegraba ver a la reina que la hospedaba en el reino a salvo.
Lo que sí le sorprendió no fue ver a su consejero, Aldelmo, con ella, sino a un hombre alto y fornido que imaginaba al otro lado del país o al servicio del rey de Wessex. La espada con el ámbar deslumbrante en la empuñadura le dijo todo.
-Está un poco lejos de su hogar, señor -dijo, en su dirección.
El hombre se dio la vuelta, como si no hubiera caído en su presencia, demasiado preocupado en atender los reclamos de su hija. Stiorra sonreía aún en brazos de su padre. Los ojos abiertos y las cejas arqueadas sobrepasaron su estoicidad.
-Debería sorprenderme de verla en Mercia, dama, pero no voy a actuar como si no supiera de su presencia cuando durante todo el viaje he soportado las quejas de mis hombres con verla.
-¿Han enfrentado a los daneses, señor? -quiso saber.
-Y visto la rabia de los galeses en campo abierto -respondió, cosa que la pilló por sorpresa. ¿Galeses?-. Los demás también están aquí.
-Y mi hermano monje también -añadió Stiorra, que recibió una palmada en la cabeza, señal para que marchase
Mildrith asintió, y apretó la jaula más contra su pecho. El pájaro aleteó, pero no salió volando en el pequeño espacio. Con un gesto, ya estaba camino al patio delantero donde varias figuras vestidas de negro y otras de rojo, que distinguió como sus guerreros, caminaban de un lado a otro. Al primero que distinguió fue al joven que trabajaba con un chico más pequeño y delgado, portador de un hacha afilada a su costado, con una cicatriz en la mejilla. Osferth y el que debía ser el hermano de Stiorra, en parte similar a ella por la forma de los ojos y de la nariz. Pero Stiorra se parecía más a su padre sin necesidad de un arma que el chico. Cuando la vio, hizo un gesto con la cabeza para mostrarle respeto, acompañado de un tierno sonrojo que sacó una risa en ella.
-¿La bruja viene con vosotros, guerrero?
Osferth se dio la vuelta. Su expresión se había suavizado, pero sus rasgos vuelto más adultos y curtidos en batalla. Seguía siendo alto y delgado, pero había ganado algo de masa.
-Dios nos hizo un favor con ella, señora -fue lo único que dijo, pero sonriendo y como una buena acción. Mildrith le devolvió la sonrisa, bajando los altos escalones con cuidado de no tropezar.
El siguiente al que vio fue al irlandés que se había reído de las respuestas que hubo lanzado a la bruja rubia cuando esta la atacaba con su lengua bífida. Le había caído bien, y en su momento la protegió con fiereza para que los daneses no se la llevaran. Guardaba buenos recuerdos con él, y parece que la vida le sonreía si continuaba vivo. El último estaba de espadas, concentrado atando a los caballos y en cerrar las puertas de la muralla. Los guerreros galeses ayudaban en la tarea, seguramente por instinto al ver que los guerreros mercianos lo hacían. El pájaro aleteó más fuerte, golpeando esta vez las barras de la jaula, y casi fue como sus sentimientos saliendo a flote solo con verlo. La había salvado hacía unos años, después de que ella le dijera que si llegaban a capturarla le cortase el cuello para proteger el honor de su padre. Y nunca había llegado a disculparse por dejarle esa carga a un hombre que no conocía...y que había cuidado de ella la noche de antes.
-Finan -saludó, y él le devolvió la sonrisa y un gesto con la cabeza a modo de saludo. No dijo nada, pues siguió trabajando en las cuerdas que rodeaban sus manos y las de los caballos. El metal en forma de cruz centelleó en su pecho. Su compañero fue más reacio en responder, pero aún así supo que la había escuchado por la tensión en sus hombros y el casi invisible movimiento de sus orejas-. También es un placer verte, Sihtric. ¡Aethelstan, sal! Ven a saludar.
Bajó la cabeza, rodeando el hogar principal y dirigiéndose hacia la mesa improvisada con un tronco donde dejaba que Aelfwynn tomase el sol unos minutos cada día, tarde y noche. Fue ahí donde dejó la jaula, con el pájaro de nuevo relajado -un pequeño traidor- y espero pacientemente a que cierto niño moreno asomara la cabeza del libro. Obedientemente, no tardó en aparecer arrastrando los pies por la entrada y siguiendo la voz. Cuando vio a los guerreros desconocidos para él, recorrió a sus brazos sin expresión alguna en el rostro. Mildrith lo rodeó.
-¿Otro galés al que la reina de Mercia acoge? -preguntó burlándose Finan, a lo lejos.
-Algo como eso -respondió, entrelazando los dedos con la pequeña mano del niño-. Se llama Aethelstan y vive con nosotras desde hace un tiempo. Le vendrá bien relacionarse con hombres en vez de tener las narices metidas en los libros siempre.
Aethelstan alzó la cabeza para mirarla, como si le hubiera ofendido ese comentario. No dijo nada, sin embargo, más que pestañear un par de veces y bufar por lo bajo. Mildrith le revolvió el pelo.
-¿No le valen los valientes hombres de Wealas, señora? Los he visto luchar y son fieros como cabrones.
-A veces las lenguas son un impedimento, Finan, y Aethelstan es muy pequeño para aprender todo lo que dicen, y más si suena como trabalenguas.
Solo se encogió de hombros, pero dejó claro con ello que estaba de acuerdo con la decisión. Tampoco le quedaba otra opción. Eso, o enfrentarse a los doce galeses bien entrenados él solo. Finan volvió a su trabajo, acercándose a Osferth y al hijo de Uthred. Mildrith le dio un golpecito en el hombro a Aethelstan, quien obedientemente se marchó corriendo de nuevo al interior del hogar, de nuevo arrastrando los pies.
Sihtric también miraba hacia ellos. Había cambiado mucho, y ahora llevaba el pelo echado hacia un lado, rizado y desordenado, exponiendo la mitad de la cabeza que no llevaba el tatuaje. Los rizos le caían por la otra mitad, cubriendo las sombras del tatuaje de su cuello. También estaba muy cambiado.
Fue la primera vez que Sihtric la había mirado.
-Tengo un mensaje de tu tío, nos lo encontramos en la batalla -anunció Lady Aethelflaed. Eso la sorprendió, en parte. Porque los britanos de Wealas y los sajones del oeste nunca se relacionaban y menos -. El rey Hywel vela por tu seguridad y ha mandado que llegado el momento regreses a Wealas, pero cuando las tensiones con los daneses hagan seguros los caminos.
Mildrith asintió, pero tuvo ganas de burlarse. Los caminos nunca eran seguros, pero aún así se habían arriesgado. Y la guerra solo había hecho que Mercia se enfrentase a las invasiones que llegaban de la costa oeste, o tenía entendido algo así. Wealas era capaz de repeler los ataques por su cuenta, pero Mercia... Al menos Lady Aethelflaed estaba sana y salva, y había regresado de la guerra más viva que nunca para asegurar a su hija y a ella en su residencia. Mildrith solo podía estar agradecida.
-Rezaré para que se cumpla, dama.
No hubo respuesta, puesto que la reina merciana decidió que debía resolver otros asuntos en el interior del hogar. Mildrith observó a Aethelstan a lo lejos buscando un juguete que había escondido ahí aposta para entretenerlo. Sentada en los escalones, escuchaba de fondo las voces de los daneses discutiendo con la reina, acompañado del suave tono de Stiorra. El sol ese día pegaba fuerte, más que en los días nublados y lluviosos de atrás, y a los niños les vendría bien salir y relacionarse aunque fuera entre ellos. Los hombres del interior no estaban ahí para entretenerlos, sino para discutir lo que pasaría. Según parecía, era un asunto serio.
-¿Cuándo vas a soltarlo? -le preguntó a Aelfwynn, que sentada de rodillas en la tierra silbaba intentando imitar a su pajarito. Había llevado la jaula con ella a donde estaban y ahora intentaba comunicarse con el animal.
Una brisa sacudió su pelo rubio echándolo a sus espaldas. Lo mismo pasó con la melena pelirroja de ella, que se sacudió y metió en los ojos. Mildrith se lo apartó como pudo, recogiéndoselo detrás de las orejas. La niña se mordía el interior de la mejilla.
-¿Tengo que hacerlo?
-Habrá -razonó. Los ojos de Aelfwynn bailaron entre ella y el pajarito- si queremos que pueda volar.
Aelfwynn se lo pensó. Miró la jaula como si fuera una encrucijada, y luego regresó los ojos a ella y se quedó mirándola con sus grandes ojos claros llenos de curiosidad, miedo e inocencia. Le recordaron a lo joven que había sido cuando su madre decidió abandonar el castillo y residir en una residencia aparte habiendo cumplido sus deberes como tal, pero Aelfwynn tenía la suerte de estar en contacto y vivir con su madre.
-Pero ya vuela, ¿no?
A veces se preguntaba si una niña de tan temprana edad podía ser consciente de lo que pasaba a su alrededor. De que, al igual que ese pájaro, viviría encarcelada por su seguridad y sin poder moverse libremente. La veía mirar divertida a los guerreros, pero temía acercarse a ellos y preguntar si podían jugar con ella; lo sabía porque la cogía de la mano, la apretaba, y seguido iba a abrazarla. Una niña sensible que no había heredado la confianza de su madre. Le recordaba tanto a ella... Mildrith la abrazaba con fuerza y dejaba que durmiera con ella si alguna pesadilla la atormentaba, la cogía de la mano y protegía.
-¿No quieres jugar con Aethelstan?
-Es un chico -respondió con un tono indignado-. No me gustan los chicos.
-Es guapo -afirmó. Aunque fuese un niño. Seguramente fuese un muchacho guapo solo por quién era su padre. ¿Por qué lo sabía? Lady Aelswith no era sigilosa hablando.
Finan pasó entonces por delante de ellas mordiendo una manzana y abrochándose los pantalones. Al verlas, le hizo un guiño a la niña que consiguió hacerla reír. Osferth apareció más tarde gritándole a Aethelstan que buscase césped más adentro. Se preguntó dónde estaría Sihtric, pero conociendo su actitud distante estaría escondido en algún lugar observando y vigilando si los otros estaban tan relajados. Mildrith se miró las puntas de los pies.
-¿Te gustan los chicos? -dejó de atender al canto del pajarito y la miró a los ojos.
-Algunos, sí.
Se encogió de hombros.
-Son tontos.
-No conoces a ninguno de tu edad -señaló al niño, que se había adentrado entre la maleza obedientemente-. Cuando lo hagas cambiarás de opinión.
No parecía muy convencida.
-¿Los chicos de tu reino son todos pelirrojos como tú?
Mildrith se rió suavemente.
-No todos, pero sí algunos. Al norte, en Escocia, dicen que también lo son -recordó los comentarios de los monjes que llegaban del norte buscando alianzas con un reino vecino de Wessex-. También dicen que son unos cerdos porque no se lavan.
La niña arrugó el ceño, visiblemente asqueada de que hicieran algo como eso. Tampoco es que ellos fueran los más limpios, claro, pero sí tenían más higiene que en el frío norte. Los deditos de Aelfwynn cogieron uno de los mechones pelirrojos de su melena.
-Me gusta mucho tu pelo.
-Y a mí el tuyo -lo cual era cierto.
Aelfwynn miró de nuevo a la jaula, manteniendo un ligero silencio antes de volver a abrir la boca.
-A él también le gusta.
Tampoco dijo a qué se refería con ello.
Lady Aethelflaed y Aldelmo marcharon galopando tan rápido como lo anunciaron. Noticias desde la capital de Mercia, decían, donde se amenazaba la sucesión del reino. La asistencia de la reina era obligatoria en esos asuntos. Desde ese momento, Aelfwynn sollozaba y se limpiaba las lágrimas con las mangas del pequeño vestido con flores bordadas. Ella intentaba consolarla como podía, pero apenas podía sola. Stiorra prefería encerrarse en el ala de arriba y juzgar a todo aquel que subiera a hablarle, incluso a los niños. Su hermano, que se llamaba igual que su padre, fue al único que dejó entrar.
Los demás estaban en la planta de abajo. Uthred había marchado con la reina y su consejero, pero antes había ordenado que sus guerreros protegieran la residencia merciana de Saltwic. Se habían llevado a los guerreros con ellos, por lo que tendrían que haberse quedado los doce guerreros galeses a su servicio. Pero estos se habían dividido en dos bandos: uno volvería a informar al rey Hywel de lo que sucedía y otro marcharía con Aethelflaed como refuerzo. Les había parecido mal puesto que solo eran fieles a una persona de entre todos ellos, pero al final habían marchado con todos ellos.
Aelfwynn silbaba con lástima a su pájaro, mirándolo con ojos llorosos y mirada ausente. Parecía un fantasma en vida. Alejarse de su madre en tan poco tiempo le suponía un gran impacto ahora que la había recuperado, pero así era la vida de una dama. Y más la de una princesa. Aethelstan se habría perdido por la residencia aprovechando que todos estaban ocupados. Cuando fue a buscarlo, descubrió que no estaba donde solía esconderse. Hasta que lo había visto practicando su escritura en pergamino al final de la sala donde Finan, Sihtric y Osferth descansaban -o hacían guardia-, la voz de Stiorra sonando de fondo a gritos.
-¿Me enseñas galés? -le había preguntado al corregirle el trazo de una "d" minúscula.
-No tienes por qué escribirlo -le respondió, un poco confundida por su repentino interés-. Y no es una lengua bonita que suela gustarle a los sajones. ¿Por qué quieres?
Solo se había encogido de hombros y mirando a la pluma.
-A mí me suena bien.
No sabía dónde había escuchado hablar más galés que a los guerreros, que normalmente se mantenía al margen de los niños. Porque ella no solía hablarlo estando a solas, solo pensaba en él. Lo habría visto escrito en las cartas intercambiadas con su padre, pero aún con esas era extraño que un niño mostrase interés por aprender una lengua como esa.
-Me gusta cuando lo cantas.
Miró a través de la ventana abierta, hacia donde la princesa silbaba entretenida con la pequeña ave. Mildrith se recogió entonces las faldas del vestido y salió de la estancia, caminando por los largos pasillos camino a su objetivo. Todavía escuchaba a Stiorra hablando en voz alta, y un cuchicheo que debía ser la de su hermano mayor. Sus pasaron resonaron por el eco del edificio.
-Osferth -llamó, entrando en la sala de descanso. Rápidamente lo vio, tumbado con un libro frente a la ventana y con una tímida sonrisa-, ¿puedes asegurarte de que Aelfwynn y Aethelstan sigan ocupados?
-Sí, señora.
Cabeceó una respuesta y caminó por la sala de descanso. La luz entraba clara por las altas ventanas, algunas cubiertas con cortinas de seda amarilla a juego con los muebles. Osferth ya estaba de pie cuando ella se fijó en el juego que Finan y Sihtric tenían entre manos. Finan movía tres vasos opacos de oro boca abajo, con tanta soltura que parecía haber nacido para aquello, el entretenimiento. Sihtric, tumbado y con los ojos fijos en ellos, bebía en silencio. Ninguno llevaba la ropa de cuero curtido, sino la ropa que iba por debajo de las armaduras de ese estilo, pero había una espada en el lado diestro de Finan que le hizo saltar las alarmas.
Estaban jugando a adivinar dónde estaba lo que fuera que tuvieran para esconder ahí abajo; su hermano le había enseñado a jugar, y siempre perdía porque su hermano hacía trampas para cabrearla. Cuando los separaron, ella siguió jugando por su cuenta con alguna de sus niñeras. Antes, de salir, se detuvo unos segundos en el umbral y miró por encima del hombro, hacia donde Finan sonreía por el malestar de Sihtric, sabiendo que iba a ganar.
-Lo tiene en la boca -contestó. Ambos la miraron, pero lo que sucedió a continuación de eso no lo supo porque había entrado en la cocina.
La cocinera acababa de salir cuando ella entraba, cerrando las puertas tras de sí. No era un espacio muy iluminado, sino lo justo como para trabajar y no tener un accidente. Algunas velas estaban ya por la mitad en las zonas más oscura. Se dirigió a los armarios, consciente de que al otro lado de la cocina había movimiento y la risa de Finan atravesaba incluso la madera más dura. Mildrith abrió uno de ellos, cuyas provisiones se acumulaban en los estantes. Pero no estaba lo que buscaba. Así fue en los armarios siguientes, y en los posteriores.
Mildrith se dio la vuelta, y se encontró en la entrada a un Aethelstan algo desorientado, una mano sujetándose el hábito de pequeño monje, porque nunca había estado en esa parte del hogar y Sihtric. Este último llevaba un ramo de flores recién cogidas en una de las manos, puesto que la otra agarraba por instinto la empuñadura de una cuchilla a un costado. En otra ocasión, se habría sorprendido de encontrarse a solas con un hombre, más un pagano, pero con un niño la cosa cambiaba. Le daba en parte más seguridad, y más si se trataba del hombre que la había protegido esa noche en el monasterio y ahora estaba ahí para, sorprendentemente, lo mismo. Los ojos de Mildrith no se separaron de las flores ni un segundos.
-Son muy bonitas -dijo, con sinceridad y una sonrisa-. ¿Para quién son?
-Son para Lady Aelfwynn -dijo él, Sihtric, rápidamente, tendiendo las flores en su dirección. Ella las recogió, dándose cuenta del gran puñado que eran y que necesitaría dos jarrones-. El niño quería dárselas pero es muy cobarde.
Mildrith se sorprendió. Los ojos de Aethelstan estaban clavados en Sihtric, agarrado al final de su camisa roída. Supuso que ni siquiera los guerreros más poderosos tenían tiempo para cuidar su aspecto, ni el más hermoso a la vista.
-¿Aethelstan? Eso es muy generoso y de ser un caballero -respondió, y le hizo una señal para que se marchase.
Aethelstan obedeció y abandonó la cocina, ahora sí dejándolos a solas. Mildrith analizó las flores, claramente recién cogidas y del patio, las mismas que Aethelstan había golpeado con un palo para buscar el juguete como si no fueran nada. Y ahora se las estaba dado a Aelfwynn. Un gesto muy generoso por su parte y que tendría en cuenta.
-¿Te ha pedido que las cojas tú?
-Sí, señora.
-Eres muy amable. Se lo diré a la princesa -informó, a lo que él asintió sin hacer contacto visual, cabeceando una respuesta-. Seguramente lo habrá hecho para disculparse con ella por no querer jugar.
Se recogió las faldas rojas del vestido y se encaminó a la estantería más cercana en busca de dos jarrones, con suerte. Encontró uno, pero lo suficientemente grande como para almacenar todas esas flores. Mildrith lo hundió con una mano en el agua de un balde, y con la otra metió las flores con cuidado de no romperlas. Al acabar, sonrió. A Aelfwynn le daría una alegría ver unas flores tan bonitas decorando el comedor.
-Quería distraer a Aelfwynn con alguno de sus postres favoritos, pero me temo que la cocinera los ha guardado y no los encuentro -habló, entonces, a Sihtric. Él permanecía en la puerta con la cabeza alta y el cuerpo tenso, los brazos a sus espaldas como si esperase alguna orden-. Verlas le inundará el corazón de alegría. Tal vez la convenza de recoger alguna para que le haga una corona a Aethelstan.
Supuso que un hombre como él no entendería el significado de esos detalles, y más en el contexto de unos niños, pero ella se esforzó en explicárselo. Le contó que cuando era pequeña las monjas que la cuidaban le habían enseñado a hacer coronas de flores para intercambiarlas con otras niñas en las festividades de su tierra, de Wealas, siguiendo la tradición del reino. En ningún momento habló del cristianismo, pero sí del cristianismo celta y las celebraciones que todavía se llevaban a cabo en sus tierras.
Sihtric no había cambiado la expresión, y en cierto momento le recordó a la estoicidad de Aethelstan cuando se rodeaba de ellas y nunca abría la boca. En cierta parte, eso le molestó.
-Es muy bonito, señora.
Asintió. No supo qué más decirle, suponiendo que no eran dos personas conocidas y tenían ideas contrarias y discutibles. Lanzó una oración silenciosa por su seguridad y paciencia. Mildrith le sonrió con cierta tensión antes de darse la vuelta y tirar unos restos de comida a la basura al lado de la puerta trasera. La cocinera fuera estaba regañando a unos soldados mercianos que se reían de algo que la habría molestado. Volvió a mirar las flores, claramente arrancadas del patio, pero bien elegidas, y luego a Sihtric. Este permanecía en el umbral de la puerta en silencio, mirando al suelo.
Entonces a Mildrith se le ocurrió preguntarle por algo.
-¿Qué significan las pulseras?
Se refería a las pulseras que lo había visto llevar tanto el día que lo conoció hacía ya tiempo atrás como aquella mañana. Joyas que decoraban tanto antebrazos, dedos y muñecas, pero esta última apenas visible. Le habían llamado la atención porque no era el tipo de accesorios que un guerreros habría llevado para enfrentarse a otros peores, pero cuando vio que sus iguales, pero de bando contrario, también los llevaban supo que era un tipo de tradición entre los daneses. De oro o plata, materiales caros y ricos, bienes de lujo.
-Son recompensas -le respondió.
-¿Recompensas?
-Por mi trabajo con el señor Uthred -añadió, haciendo un amago de enseñarle una, para darse cuenta de que se había desprendido de ellas en el momento que se quitó la armadura. Su mano cayó de nuevo sobre la empuñadura-. Es una tradición entre los daneses, más o menos. Mi señor me los da como recompensa por una victoria, y con ellas a veces pagamos... -la sonrisa le desapareció del rostro tan pronto como se dio cuenta de lo que estaba diciendo, tan libremente frente a ella.
Mildrith iba a preguntarle a qué se refería con eso último cuando un grito hizo que pegase un bote en el sitio.
-¡Están aquí! ¡Vienen hacia aquí! -gritaron desde fuera. Sihtric y ella salieron de la cocina siguiendo los gritos de Stiorra, cuyas pisadas a medida que se acercaba se hacía más pesadas.
Finan ya estaba de pie, con una mano empuñando su espada aún sin desenvainar, y Osferth entraba en la sala cogiendo la mano de Aethelstan. ¿Y Aelfwynn? Sus ojos las buscaron, nerviosos, e incluso se atrevió a acercarse a la ventana, solo para descubrir que no había nadie al otro lado. El joven Uthred llegó corriendo con una niña rubia de la mano, y casi le dieron ganas de echarse a llorar. Mildrith inspiró.
-¿Quién viene?
-Unos hombres bajando la colina vienen hacia aquí. Vienen armados.
-¿Quiénes son?
-No lo sé -respondió la joven-, pero vienen rápido.
Mildrith sintió el corazón latirle con fuerza.
La sucesión. El rey herido. Todo encajaba. Venían a por Aelfwynn por ser la única hija del rey Aethelred y su reina. La decisión de los condes dependería de todo al final por la sucesión, la razón por la que Aethelflaed había marchado para discutirlo, pero siempre facilitaba las cosas tener a los hijos del rey cerca en caso de plantearse una alternativa. Porque era una niña. Una joven capaz de heredar el trono y que necesitaría una regencia... O a un hombre.
-Aelfwynn -la niña fue corriendo a sus brazos sin decirle nada más, claramente temblando y con el rostro pálido sin comprender qué sucedía a su alrededor.
Tenía la piel fría, pero la ropa caliente. Cuando vio el hacha de Sihtric, Mildrith se alejó con la princesa entre sus brazos con temor a que por accidente le hiciera acabase golpeando a la niña. Sihtric las miró a ambas, pero sobre todo a ella; Mildrith le devolvió la mirada. No supo qué significaba o si le estaba diciendo algo con la mente. Finan ya estaba desenvainando la espada cuando Stiorra se adelantó en el acto.
-¡Esperad! Tenemos un plan.
Mildrith intentó descifrar a qué se refería Stiorra, cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Había un plan, que ninguno de ellos conocía. Solo ella, y puede que por la sonrisa de Aethelstan él también tuviera algo que ver. Al final, él se movía por la residencia y conocía mejor que nadie dónde uno podía esconderse para no ser encontrado. El condenado niño que los salvaría a todos era el mismo que huía de la presencia de los demás. Aelfwynn tiró de la falda de su vestido llamando su atención.
-Toqué tu arco buscando mi escondite -le dijo, con ojos triste-, lo siento.
Mildrith le dio una palmadita, restándole importancia. Su atención se concentraba en los ojos astutos de la hija de Uthred, que explicaba el plan de forma comprensible y dictaminaba dónde cada uno debería estar para que funcionase correctamente. Finan se escondería en el hueco de una de las paredes, mientas que Osferth tenía la constitución perfecta para hacerlo en el arcón de la entrada, donde guardaban los juguetes y las mantas de los niños. Los niños, por otro lado, lo harían en el césped alto que crecía en el jardín aprovechando su tamaño. El joven Uthred los controlaría.
-Ella no -se refería a ella. Stiorra la detuvo cogiéndola del brazo-. Se te vería el pelo de lejos, por eso de tener el pelo rojo. Mejor en el dormitorio de arriba que hay más espacio.
-¿Y tú que harás?
-Alguien tiene que demostrar que Aelfwynn no está y que esto está vacío -respondió de forma astuta. Cada vez se demostraba más de quién era hija-. Si ven a la hija del rey de Wealas y que es mentira, intentarán también llevársela. Si no tienen órdenes de antes...
Así que así lo hicieron. Sihtric la cogió de la mano y ayudó a subir corriendo las escaleras por la dificultad de movimiento que había con vestido. Los demás se quedaron en la planta de abajo, y se escuchaba lo que estaban haciendo. Stiorra estaba diciéndole algo a Aethelstan que no atendió puesto que la madera crujía debajo de ellos. Una vez en la planta de arriba, la cama de Aelfwynn cubierta con pieles era el único mueble amplio.
-Aquí -señaló al armario empotrado en la pared, de madera y también decorado con los símbolos de Mercia-. ¿Dónde te esconderás?
Él no dijo nada, como era costumbre ya. Un hombre que vivía en su mundo y que iba por solitario como los lobos. Había dejado el hacha en el patio clavada a la mesa de madera, como algo casual, pero había cogido un cuchillo de su arsenal privado de armas.
Mildrith abrió las puertas del armario, por su parte, al mismo tiempo que él se agachaba frente a la cama y arrastraba. Sihtric desapareció debajo del mueble sin mediar palabra alguna, arrastrándose hasta que la madera crujió. ¿Qué estaba haciendo ahí abajo? Supuso que seguir el plan de esconderse como todos. A Mildrith se le calentaron las mejillas de rabia contenida, pero continuó con el plan de Stiorra porque una cosa no, pero estaba realmente bien planteado. Como si lo hubiese planeado por sí sola... Mildrith cerró las puertas del armario, y dejó que los ruidos metálicos inundaran sus oídos como si estuviera en el campo de batalla a su propia manera.
El interior del armario era sofocante, la oscuridad apenas rota por las rendijas por las que se colaba la luz del exterior. Mildrith contenía la respiración, sus oídos atentos y despiertos a cualquier sonido que llegase de fuera. Sabía que su vida dependería del plan de Stiorra, pero jamás en su vida como princesa se habría imaginado escondida de aquella manera. Le tocaba ahora confiar en ella lo había calculado todo al milímetro, por mucho cambio que supusiera.
Los pasos resonaban entonces en el pasillo. Eran pesados y firmes, el tipo de pasos que no dejaban espacio para la duda a que buscaban algo. Solo una persona, con suerte. Cerró los ojos, tratando de calmar el frenético latido de su corazón. Las botas se detuvieron justo frente a las puertas del armario; la cota de malla deslumbraba amenazadoramente. El silencio siguió siendo ensordecedor, temiendo que la hubieran descubierto. Mildrith se mordió el labio inferior. Por un momento, el tiempo pareció detenerse.
Hasta que los pasos se alejaron, escuchándose el crujido de la madera por su peso y la señal de que estaba bajando las escaleras. Mildrith abrió entonces los ojos. La voz grave hablaba, seguida de otras y una que distinguió como la de Stiorra. Aprovechó el momento... Con un movimiento lento y cuidadoso, empujó ligeramente la puerta del armario. Esta se abrió con un leve chirrido que le heló la sangre. Pero no hubo reacción. Se deslizó fuera, sus pies cubiertos por las botas de cuero elegante apenas hicieron ruido sobre el suelo. Se movió, entonces, hacia el exterior, vacío. Mildrith salió dejando la puerta abierta, teniendo cuidado de por dónde pisaba.
Sihtric también decidió que era el momento de salir de su escondite. Al menos no había destrozado la habitación para averiguar dónde estaba la niña. La madera sonó bajo sus pies suavemente. Escuchó debajo de donde estaban los movimientos de los hombres a los que Stiorra entretenía. Sihtric se arrastró saliendo de su escondite, un pequeño cuchillo en boca y el colgante de siempre bailándole en el pecho. Mildrith se alejó de la barandilla todo lo que pudo, arrastrando los pies. A sus espaldas, escuchaba el sonido de la ropa de la otra persona para limpiarse el polvo.
Los ojos de Sihtric se lanzaron directamente hacia ella, inmóvil ahí donde el suelo crujió como una escena de terror. Ambos guardaron silencio, mirándose el uno al otro. Los ojos de Sihtric bailaron entre ella y el sitio donde había pisado. Hubo un silencio estremecedor que le congeló la sangre de tal forma que dejó de sentir a su alrededor.
-¡No, no subáis! ¡Se habrá colado un gato callejero!
Aunque el intento de Stiorra era bueno de corazón, no habría convencido ni al hombre más tonto del mundo. Sihtric y ella intercambiaron una mirada cómplice. Sin pensarlo dos veces, marcharon corriendo sin importarles el ruido -aunque fue poco el que hicieron, cosa que los alivió- hacia el mismo espacio donde ella se había ocultado antes y, con un tirón firme, Sihtric los metió a ambos cerrando la puerta tras de sí.
Dentro del armario, el espacio era aún más reducido con los dos compartiéndolo. Se apretó contra la pared, su respiración entrecortada y sudando miedo. Sihtric, pegado a ella, intentaba controlar la suya propia. Estaban cara a cara, con una marca diferencia de altura que a la distancia que solían dejar entre ambos apenas se notaba. Pero era enorme comparado con ella. Sihtric tenía que levantar un brazo y agarrarse a la barra del armario para dejarle espacio en el que colocarse.
-¿Gato?
El hombre estaba ahí. Los pasos se dirigieron hacia la habitación de donde habían salido. Mildrith contuvo la respiración, sintiendo el calor del cuerpo de Sihtric a su lado, su proximidad haciendo que el momento fuera aún más intenso. Y peor. Esa cercanía podría condenarlos a ambos si se descubría por la persona inadecuada. El hombre rebuscaba en la habitación, maldiciendo entre dientes. Ahora estaba enfadado, y nervioso. Buscaría en todos lados hasta darle caza a lo que había pasado por alto.
Un crujido resonó cerca de ellos, y Mildrith sintió el pánico crecer en su interior. Las sombras se movieron frente al armario y, por un momento, pareció que todo se detendría ahí. Mildrith cerró los ojos, rogando que no los descubriera. Estaba pegada a Sihtric, lo sentía, y a su calor. También sentía su respiración entrecortada resonando en la oscuridad, si bien él intentaba controlarla haciendo ejercicios. Mildrith podía sentir el calor del cuerpo de Sihtric junto al suyo, su proximidad, provocando una mezcla de nerviosismo y una creciente corriente eléctrica entre ambos. Podía olerlo, y no se parecía en nada a lo que hubiera imaginado; sudor, un aroma varonil que le ponía los pelos de punta, mezclado con algunos elementos más como el metal y lo que temía que fuera sangre.
-Gato...Gatito... -se estaba burlando sabiendo que llevaba ventaja en ese juego. Sihtric se movió, y la madera crujió, y de repente los pasos del hombre se detuvieron. Mildrith se agarró a su brazo alzado, estirando la espalda en aquel minúsculo espacio.
Sihtric se inclinó ligeramente, intentando imitarla, solo para que la madera volviera a crujir. Lo vio cerrar los ojos con fuerza, tensar la mandíbula de forma que demostraba la incomodidad de estar ahí dentro y en esa situación. El armario, tan estrecho y opresivo, ahora se sentía como su propio universo. Un nuevo espacio. Mildrith se alejó de la puerta lo máximo que pudo, no fuera a llamar la atención sin quererlo. Para ello, tuvo que inclinarse un poco más sobre el cuerpo del hombre con el que compartía ese lugar. Su visión fue a parar sobre el amuleto que siempre colgaba de su cuello, a juego con el de su señor, y no pudo evitar contemplarlo desde cerca. Había sustituido el de madera por uno metálico oscurecido por la vida fuera de casa.
-No te muevas -susurró, lo suficientemente bajo como para que solo él la escuchara.
El sonido de los pasos continuó, la madera sonando de forma que el vellos de Mildrith se erizaba a cuanto más cerca se encontraba. Mildrith y Sihtric contuvieron la respiración como pudieron cuando la malla volvió a aparecer frente al armario. El silencio cayó sobre ellos, cargado de tensión. Mildrith inspiró como pudo, intentando calmarse y pensar con claridad. Pensó en Aelfwynn y en Aethelstan, ahí fuera ocultos con el joven Uthred, desprotegidos. Y en donde se hubieran escondido Finan y Osferth.
¿Y si los pillaban a los dos? Matarían a Sihtric. Pensarían que estaba ahí para secuestrarlas por su apariencia de danés o que obstaculizaba la tarea ordenada desde la capital, seguramente por los condes hasta el momento al cargo de la sucesión de Mercia. Y luego se la llevarían a ella por los pelos si descubrían quién era, lo cual era bastante sencillo solo con mirarla. Las lágrimas amenazaron con salir de sus ojos. Inspiró y exhaló, una y otra vez. El aire le oprimía. ¿Era así como se sentía el pájaro de Aelfwynn, sofocado por no encontrar la salida?
-Respira. No contengas el aire -el aire cálido de su aliento la golpeaba en las mejillas al hablar, pero también al intentar respirar. Mildrith sintió un tirón en el estómago, una especie de advertencia a que... No lo sabía. Pero no podía alejarse de él. De su calidez asfixiante.
-No puedo -balbuceó.
-Tienes qué hacerlo.
Pero Mildrith sacudió la cabeza. El pelo comenzaba a molestarle, así que se lo apartó del cuello echándoselo a un lado. Empezaba a sentirse mareada.
Más pasos. El sudor corría por su espalda, empapándola y enfriándole la piel como bien podía. Sihtric se removió, esta vez la madera no crujió. Ni cuando consiguió con la mano libre apartarle el pelo por completo de la cara. No supo si la estaba viendo, pues ella era incapaz de ver su rostro, pero sí imaginárselo. Se preguntó si él era capaz de eso. Otra vez los pasos. Más. La respiración de Mildrith se aceleró cuando sintió sus dedos recorrerle la piel de la nuca, la expuesta por el pelo. Mildrith se estremeció, pero no apartó. Sus ojos bailaron acostumbrados a la penumbra.
-Lo siento. Por haber pedido que me mataras en el convento. Lo siento, lo siento mucho...
-Eso es pasado -su voz sonó dura pese
-Pero importante para mí.
Apretó los labios. Con fuerza. Tanta que sintió las venas romperse contra sus labios y el sabor de la sangre en su lengua.
-¿Milli? -sonó una vocecita. Una luz en el camino. Un hueco por el que fuese capaz de arrastrarse y salir de ese espacio. Sihtric y ella respiraron finalmente.
La puerta se abrió, golpeada por ella. Primero sacó las piernas, y después el resto del cuerpo empapado en sudores fríos. Tosió, pero por el repentino aire frío de la habitación. Aethelstan esperaba fuera con los brazos a los costado y una postura relajada. Sonreía, pero no ampliamente como había visto antes. Era visible que estaba emocionado, pero se contenía de acuerdo a sus enseñanzas en el monasterio. Hubo movimiento a sus espaldas, mientras ella recuperaba el aliento.
Aethelstan salió corriendo escaleras abajo al escuchar a Stiorra llamarlo para que recogiera sus cosas. Hubo silencio entre los dos, solo roto por la voz relajada de Uthred, padre, en la planta de abajo, Debía de acabar de llegar evitando a los soldados mercianos. Una presión sobre el hombro la sorprendió.
Mildrith se alejó.
-Se han ido -anunció, y huyó como una cobarde de la escena.
Uthred ordenó que recogieran todo lo comestible y posible para abandonar la residencia. Cuando bajaron -de distintas formas: Sihtric saltando la barandilla y ella las escaleras-, ya todos estaban recogiendo y moviéndose. Al poco tiempo, habían cargado a los niños a un carro guiado por Osferth al frente y lo necesario en su interior. Uthred y Finan se posicionaron al frente, mientras que tras el carro iban los hijos de Uthred y ella atendiendo y vigilando que los niños estuvieran a salvo, con Sihtric cerrando la fila. No habían hablado más. ¿Para qué hacerlo?
Aelwynn había sacado el arco de madera del arcón de su dormitorio y puesto a su lado, abrazándolo con fuerza. No había dicho nada respecto a ello, y menos cuando Finan le había dado una mirada extraña.
Antes de marchar, Mildrith de Wealas, única hija del actual rey de Wealas, se permitió el lujo de darle un último vistazo al que había sido su residencia en los últimos años. Los altos muros de piedra, con un tejado tan bien trabajado que recordaba a las construcciones fronterizas que separaban Wealas de Mercia. El jardín donde Aelfwynn había liberado al pajarito llorando, y volado hacia su libertad, el mismo lugar donde habían jugado, hecho muñecos de nieve con ayuda de los soldados que se rendían a los pucheros de la princesa y comido con el buen tiempo. Huían de una guerra que envolvía a una extranjera con título de reina consorte, a su hija con sangre merciana con derecho propio al trono y a todo aquel que codiciaba el trono de un reino en guerra con los daneses. Y ella solo podía sentir lástima por lo que pasaría con ellos si eran capturados.
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yo quería reír y tantos tormentos no me dejan. yo quería amarla y… bueno, tantos tormentos no me dejan. alejan mi mano de la suya, me excluyen de todo y de todos, me hacen sentir extraño, indomable. tantos tormentos tergiversan mi rostro, me han cambiado por completo, me convierten en una suma de algún tipo de arte monstruoso
quisiera, a veces, tener la habilidad de sentarme y hacerme diminuto, y digo esto porque he prohibido la palabra “desaparecer”. ¡no, no quiero desaparecer! no quiero recibir un castigo por querer desaparecer. siento, a veces, como los árboles y el sol y los pájaros se burlan de mí, se burlan de mi falta de libertad espiritual, y yo me burlo de ellos al querer hacerme diminuto.
claro que he intentado amarlos, claro, como a todo cuanto hay en la vida, tal cual como intenté amarla a ella… y tal cual como todo se ha sucedido, la vida se sigue burlando de mí. ¡hasta el fin de los tiempos! hasta ese día me habré burlado de ella al “desaparecer”. me habré hecho diminuto y habré recibido mi castigo, pero por un único momento habré tenido libertad, felicidad. me habré escapado de todo cuanto me hería.
sí, es eso lo que quiero; huir de la vida.
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Hello guys, here some Tanner headcanons 🌟🦇
Hay unos que no me decido si hacerlos canon o no
A veces se me olvida el hecho de que es tuerto, y no sé cómo no me he burlado de él por eso
That's all fellas!!!
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Capítulo XXXII: Corazón de daedra
Seth apretó los dedos sobre el parapeto de piedra del puente que daba acceso al castillo del clan Volkihar mientras veía cómo el barco se acercaba lentamente hacia el pequeño puerto de la isla. Aquello lo estaba consumiendo. La espera. Los nervios. Aunque estaba solo, tenía la sensación de que lo estaban mirando. Juzgándolo, incluso burlándose de él, de su error. Y no era disparatado. Era lo que cabía esperar de los seguidores de Molag Bal.
Solo quienes son capaces de hacer lo necesario para conseguir lo que quieren merecen ser sus súbditos. Pero yo quiero ser su sucesor. Tengo que demostrar que sigo siendo digno.
Tras lo ocurrido con Alicent y Joric su puesto como adalid no solo estaba en entredicho, sino que lo peor era que ni Seth sabía cómo defenderlo. Sentía que tenían razón al dudar de él. ¿Cómo lo iban a respetar si no podía ni con dos adolescentes? Dos adolescentes humanos, para colmo.
El barco atracó y Seth suspiró con alivio al reconocer a Alicent y a Joric. Los vampiros del clan que habían tomado la embarcación los arrastraron hacia el castillo. Desde allí podía escuchar los gritos de Joric, repartiendo improperios. Seth levantó una mano y se pellizcó el puente de la nariz, suspirando solo de imaginar los días que le esperaban con aquel par.
Hacía solo unas semanas desde que había aparecido en su mesita de noche un sobre firmado por “un viejo amigo”. Dentro encontró la carta que Alicent había escrito para Lami. Durante días, Seth se aferró a la esperanza de que intentarían cruzar Skyrim para ir hacia el norte de Cyrodiil. Todo habría sido tan fácil si lo hubieran hecho así. Había escrito a los siervos del clan que habitaban cerca de la frontera con la descripción física de Joric y Alicent. Nunca habrían llegado a su destino. Los habría capturado y llevado de vuelta a la Guardia de Myr sin levantar demasiado ruido. Pero claro, a mi nunca me pueden salir bien las cosas. Cuando se enteró de que un barco iba a zarpar desde Lucero del Alba en dirección a Cyrodiil y que había Vigilantes de Stendarr en la tripulación, no le quedó más remedio que pedir ayuda directa a Harkon para interceptar el barco. Como consecuencia, ahora todo el clan sabía que había fallado. Que lo habían burlado dos críos. Y ahora allí estaban los tres, en aquella situación de mierda que ninguno de ellos quería tener que vivir.
Alicent y Joric lo habían arruinado todo e iban a pagar por ello. Estaba enfadado con ellos, sí, pero no se sentía capaz de hacer lo que debía hacer. Aun así poco importaba lo que él quisiera. Todas las esperanzas de Seth de convertirse al fin en el adalid de Molag Bal pendían de un hilo, y ese hilo estaba a punto de romperse. Necesitaba reforzar su posición cuanto antes, y solo había una forma. Debía castigarlos y asegurarse así de que los miembros del clan comprendieran las consecuencias de desafiarlo. Harkon había sido tajante la noche anterior: era su única oportunidad de remediar lo que había pasado. Era su deber. Pero ese deber lo asustaba, por más que se negara a admitirlo. Había un límite que jamás se había atrevido a cruzar, y ahora estaba a punto de hacerlo. Y todo era culpa de ellos.
Tienen que ver que soy capaz de cualquier cosa. Eso es lo que representa Molag Bal, la fuerza del individuo, la capacidad de imponerse. Debo dar un paso más. No hay otra forma.
Tras mentalizarse, echó a caminar en su dirección. Aunque Joric se resistía desde que lo habían bajado del barco, Alicent no empezó a hacerlo hasta que lo vio acercarse a ellos. Sus intentos por no avanzar fueron en balde, el vampiro que la arrastraba tenía bastante más fuerza que ella. Cuando Seth llegó a su altura, lo primero que hizo fue darle una bofetada con fuerza, sonora, que le cruzó la cara.
—¡NO LA TOQUES HIJO DE…!
Acalló a Joric de un puñetazo. Le pegó tan fuerte que le rompió la nariz. El vampiro que lo sostenía lo miró a los ojos antes de soltarlo y Seth pudo sentir el reto en su mirada. Fue un recordatorio de su situación, algo que alimentó su rabia. Le pegó otro puñetazo, ahora en la boca del estómago. Joric cayó al suelo de rodillas, tosiendo, momento que Seth aprovechó para pegarle una patada con toda su fuerza, seguida de otra cuando Joric ya estaba tirado de lado en la cuesta.
Si no lo siguió pateando fue porque los gritos de Alicent lo hicieron volver en sí. Se giró despacio hacia ella, con los ojos ardiendo en furia.
—Yo me encargo —dijo al vampiro que la sujetaba antes de agarrarla del brazo.
Alicent intentó de nuevo no caminar, pero fue en vano y solo sirvió para hacerla caer en un par de ocasiones, pero eso no le importó. Siguió tirando de ella hasta el interior del castillo y la arrastró por el salón principal hasta sus aposentos, asegurándose de que todos los allí presentes vieran la escena.
El lugar estaba dividido en dos salas. La habitación estaba separada de la sala de estar, habitualmente amueblada para ser su centro de estudio. Sin embargo Harkon había hecho reformar el mobiliario para la ocasión. Había hecho colocar una jaula y una mesa de tortura donde habitualmente estaban las estanterías y su escritorio. Alicent miró a su alrededor y luego lo miró a los ojos, aterrada. La observó en silencio, esperando a ver qué tenía que decir, cómo intentaba justificar lo injustificable. Bajo su mirada, Alicent se dejó caer al suelo y se abrazó a sus rodillas, pero él la apartó sin tacto.
—Se… Seth —lloriqueó cuando la soltó, dejándola tirada en el suelo. Alicent se volvió a arrodillar y lo miró con la cara inundada en lágrimas—. Lo… Lo siento muchísimo. Yo… Yo…
—Tú qué —espetó Seth, con la voz contenida, los brazos tensos y los puños cerrados—. ¡HABLA! —ordenó, cuando pasó el tiempo y Alicent seguía sin decir nada.
Alicent se sorbió la nariz. Era obvio que ni ella sabía cómo justificarse. La miró a los ojos y se sorprendió al ver su pánico. No era miedo, era terror. Aquello le molestó profundamente. Debí encerrarla en una celda desde el principio. Pero no lo había hecho. La había tratado como a una noble, le había dado los mejores vestidos. La había acogido en su casa, en su cuarto. Apenas le había levantado la mano en todo aquel tiempo, y eso que en más de una ocasión lo había merecido, sobre todo al principio. Y, aun así, no le quería; le temía.
—Por favor, Seth…
Su voz temblaba tanto como su cuerpo. La miró a los ojos y tuvo que apartar la mirada cuando empezó a hacer uno de sus pucheros. Lo ponía de los nervios. Lo hacía sentir… mal. ¿En qué estaba pensando? Fui un idiota por acogerla en mi vida. Los sentimientos son una debilidad. Y yo no me puedo permitir tener debilidades
—Este sitio da miedo. Vamos a casa. A la torre. Por favor… —consiguió decir finalmente—. No nos hagas daño.
Escuchar aquello fue el colmo. Seth entrecerró los ojos y apretó tanto los puños que sintió las uñas clavándose en sus palmas. Alicent sabía que estaba enfadado, más que nunca. Aun así, tenía la osadía de no rogar solo por sí misma, sino también por Joric. Si antes había dudado entre dejarla ahí o llevarla a la habitación mientras se encargaba de Joric, aquello le aclaró la mente. No podía seguir siendo un iluso. No había forma de que las cosas volvieran a ser exactamente igual que antes. No había forma de que Alicent lo dejara de ver como a un monstruo después de lo que iba a pasar allí. Así que la volvió a agarrar del mismo brazo que antes, donde había dejado sus dedos marcados, y la obligó a entrar a la jaula y cerró la puerta con llave.
Son todas iguales, pensó, viendo como Alicent se arrastraba hasta los barrotes más alejados de la celda. Su madre había hecho lo mismo. Marcharse en cuanto pudo con otro que le gustaba más. Todavía tendré que estar agradecido porque se fuera en silencio, sin intentar asesinarme antes como mamá le hizo a papá.
La miró, reprimiendo un bufido. ¿Cuál era exactamente su plan? ¿Estar con Joric? ¿Criar a su hijo con él? Su mandíbula se tensó solo de pensarlo. De pronto, aquel feto creciendo en su vientre no le pareció tan mala idea. Se tragó una sonrisa cruel y se aferró con ambas manos a los barrotes de la jaula.
—¿Cómo pudiste? —Hasta él se sorprendió por lo sincera y dolida que sonó la pregunta. Alicent se encogió sobre sí misma, mirándolo a través de los mechones de pelo que le caían por la cara—. Irte así —siguió, inclinándose sobre los barrotes para verla mejor—. Con nuestro hijo.
—Seth, yo…
—¿Pensabas dejar que lo criara él? —Lo preguntó sólo para torturarla, pero ver que ella ni siquiera intentó negarlo hizo que la boca le supiera a bilis—. Muy bien —susurró, con las palabras cargadas de rabia—. Espero que tengas claro que lo que va a pasar aquí es todo por tu culpa.
La puerta del cuarto se abrió de golpe, cortando la conversación. Hicieron falta dos vampiros para meter a Joric en la habitación quien, incluso en inferioridad numérica y de fuerza, se seguía resistiendo, como si creyera que tenía alguna posibilidad.
—¡SOLTADME! —gritó Joric, forcejeando. Miró hacia la celda, hacia Alicent—. Ali. ¡ALI! ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? —Verla lo motivó a luchar con más ahínco, tanto que incluso intentó morder a un vampiro— ¡Eres un hijo de puta! —volvió a gritar en cuanto el vampiro se zafó de él.
Seth señaló hacia la cama de tortura. Los dos vampiros arrastraron a Joric hasta ella y lo subieron, atándolo de pies y manos. Ni siquiera su cara llena de sangre por el puñetazo que le había dado antes lo consiguió animar. Quería arrancarle la cabeza tanto como a Alicent, no solo por haber estado implicado en su huida, sino también porque había podido huir. Burlar su magia. Aquello era incluso más insultante que lo que había hecho Alicent. Durante toda su vida, Seth había tenido un montón de motivos para dudar de sí mismo, pero nunca de su magia. Esta nunca le había fallado, hasta Joric.
—Dejadnos —ordenó a los vampiros en cuanto Joric estuvo bien amarrado. Los vampiros abandonaron la habitación, dejando a los tres a solas.
Aunque no se lo había comentado a nadie, ni siquiera a Harkon, ese tema lo había carcomido por dentro desde que habían desaparecido. Seth no era capaz de entender cómo había pasado, ni desde cuándo sucedía. ¿Cuánto tiempo habría estado Joric fingiendo que seguía sus órdenes? ¿Cuánto tiempo se había estado riendo de él a sus espaldas?
Había algo más en todo aquello que le molestaba. Tampoco terminaba de entender por qué Joric no se limitó a seguir fingiendo. Por qué no se había quedado con él. Podría entender que se fuera para volver con su familia. Pero se fue con Alicent. Con ella, tan estúpidamente ingenua, sensible y frágil. Se volvió a la celda, para mirarla. Ahí estaba, sentada en el suelo, abrazándose las piernas, con los ojos encharcados y una mirada de súplica. Una vez más, Seth tuvo que desviar la mirada, sintiendo un nudo en el pecho. Se enfadó consigo mismo por sentirse así, sobre todo al escuchar una risotada cínica en su cabeza. Como siempre, cualquier atisbo de sentimiento era pagado con burlas. Como si no tuviera derecho a querer tener un amigo. Como si no lo tuviera a querer que Alicent lo amara.
¿Por qué lo tendrías? No los has tratado bien nunca.
Seth apretó los labios. Mentira, aquello era una burda mentira. Los he tratado bien. Mucho mejor de lo que merecen. Quizá no lo había hecho a ojos del mundo normal, pero sí en su mundo, donde la amabilidad era considerada una debilidad y la confianza una muestra de ingenuidad. Y así me lo pagan. Ahora, por su culpa, estaba condenado a zambullirse de lleno en aquella oscuridad que su padre siempre quiso ver en él pero que había logrado esquivar hasta la fecha. Dio un par de pasos hacia atrás alejándose de la jaula e intercaló la mirada entre ambos.
—No sabéis lo que habéis hecho —escupió, mientras decidía hacia quién ir primero.
Alicent era la opción más obvia, incluso con Joric inutilizado como estaba. Era ella quien lo había abandonado, quien se había llevado a su hijo para criarlo con otra persona. Con Joric. Sus pies se movieron solos, en dirección a él. De una manera retorcida, estaba más cabreado con él. Se lo podía haber esperado de Alicent, al fin y al cabo era una mujer, y todas eran así. Pero se suponía que Joric era su amigo. ¿Qué clase de amigo hacía algo así? Se detuvo junto a él y lo sujetó de la mandíbula, fuerte.
Joric lo desafió con la mirada. No lo miró con miedo, como Alicent, sino que lo hizo con asco y odio. Seth clavó las uñas en su piel.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó, con la voz tensa y afilada—. ¿Cómo escapaste de mi control?
—¿No es obvio? —preguntó Joric.
Seth vaciló durante unos segundos. ¿Lo es? ¿Qué se me escapa? Entonces Joric sonrió con burla, con la boca llena de la sangre que le caía desde la nariz.
—Eres tan insoportable que ni la magia oscura puede conseguir que quiera estar contigo, Athan.
Seth lo soltó al instante, con desdén. Se apartó un paso y le lanzó un hechizo de asfixia que consumió el aire de sus pulmones y le impidió respirar. Lo mantuvo un rato hasta que Joric pareció lo bastante desesperado.
—¡Dímelo! —ordenó Seth, impaciente. Como Joric no habló repitió el hechizo, y esta vez lo mantuvo un poco más de tiempo—. Podemos estar así todo el día hasta que hables.
Joric le mantuvo la mirada pero, por un instante, la desvió hacia abajo, hacia una de sus manos. Seth siguió su mirada, por reflejo. Entonces Joric tosió, a propósito, buscando llamar de nuevo su atención. Fue demasiado obvio.
Seth lo ignoró y se centró en su mano. Entrecerró los ojos al ver que llevaba puesto un anillo. No creo. Pero Seth se rebeló contra la voz de su conciencia. Pues claro que me lo creo. Hugo. Quién si no.
—Te diré cómo lo hice —exclamó de pronto Joric, dejando la farsa de la tos, intentando distraerlo. Seth lo cogió de la mano—. Pasó un día sin más, ¿vale? Hacía mucho que no me lanzabas el conjuro y… eh… me quedé para poder sacarla de ahí, sí. —Su voz, cargada de alarma, solo le indicaba que estaba haciendo lo correcto—. La secuestré. No es culpa de ella, lo juro. La secuestré. Le pegué con el frutero en la cabeza y…
Y Seth le quitó el anillo. No pasó nada, pero al mismo tiempo lo hizo. Joric lo miró con sorpresa cuando siguió siendo dueño de su cuerpo y Seth lo miró de la misma forma, porque creyó que no lo sería. Tenía que renovar el conjuro. Joric había estado lejos de él demasiado tiempo, no había otra explicación. Es culpa de Hugo, no de mi magia. No podía serlo. Se tensó solo de pensarlo, de imaginar que su magia estaba empezando a fallar. Si era así, quedaría demostrado que era el más inútil de sus hermanos.
Aquel pensamiento lo aterró un poco. Necesitaba probarse que no era así. Se concentró en Joric y le lanzó el conjuro de control. Apoyó la mano en su pecho con fuerza y Joric soltó un quejido ahogado, al mismo tiempo en que sus ojos se opacaron un poco. Justo después, tuvo una arcada. Aquello fue la confirmación de que había funcionado
—Dime la verdad —ordenó. Sus poderes hicieron el resto, obligando a Joric a ser sincero.
—Hugo —contestó Joric. Incluso bajo el control de sus poderes, se notaba que no quería hablar—. Hugo me ayudó a escapar para poner al bebé a salvo.
Seth reprimió un suspiro de alivio en cuanto tuvo la confirmación de sus sospechas. Ser burlado por su hermano no era ni de lejos tan humillante como ser burlado por un adolescente humano. Todos lo entenderían. A nadie allí le caía bien Hugo, porque le encantaba hacer esas cosas por el mero placer de molestar. No se detenía por nada ni por nadie, tanto que había sobrepasado los límites incluso con su propio padre. Que Hugo hubiera jugado con él de esa manera y en una fecha tan importante no solo no era vergonzoso, sino que, además, era algo de esperar.
Solo que no estaba jugando. Seth estaba convencido de que lo había hecho con la intención de que saliera bien. Y todo por el maldito bebé.
Se alejó de Joric y volvió a acercarse a la celda de Alicent, todavía sin saber cómo podía castigarla a ella. Lo pensó unos segundos antes de tomar una decisión. Alicent odia que piensen mal de ella, que la crean peor de lo que es. Atacaría por ahí.
—Te voy a dar la oportunidad de contármelo todo —dijo, tratando de sonar calmado—. Y más te vale decir la verdad —añadió, con un tono más afilado—. ¿Pasó algo entre vosotros?
Clavó la mirada en sus ojos, esperando a que empezara a tartamudear. A intentar excusarse. Casi estuvo a punto de sonreír. Pero Alicent siguió sin decir nada. Sus ojos, llenos de vergüenza, se inundaron de nuevo en lágrimas. Rehuyó su mirada y se abrazó a sí misma antes de empezar a sollozar. Aquello le sentó como un bofetón. Lo hizo. Seth abrió los ojos, atónito, y se giró hacia Joric hecho un basilisco, sintiendo un nudo en el estómago.
—Tú —jadeó, incrédulo—. ¿Os habéis acostado?
Joric negó, movido todavía por su magia.
—¿La tocaste? —Joric negó otra vez. —¿La besaste? —Joric volvió a negar. Seth suspiró con alivio, aunque no tardó en fruncir el ceño. Aquello no tenía sentido. El temor de que su magia volviera a flaquear lo atenazó una vez más—. Entonces, ¿qué pasó?
—Ella… —pudo notar cómo Joric se intentaba resistir a hablar, en vano—. Ella se ofreció —dijo al fin, con arrepentimiento y la mirada puesta en Alicent.
—¿Que se ofreció? —preguntó confundido.
—Ella… —Joric gimió con desasosiego, tras intentar una vez más, en vano, contener las palabras—. Se quitó la túnica y luego… luego me intentó dar las gracias con la boca.
Seth tardó un par de segundos en darse cuenta a qué se refería. Cuando lo hizo se volvió hacia Alicent, con los ojos abiertos de par en par.
—¿Así de fácil? —preguntó sin poder creerlo, sintiéndose de nuevo humillado, indignado. Todo lo que él había tenido que hacer para lograr que lo hiciera y Joric lo conseguía así como si nada. Apretó los labios antes de esbozar una sonrisa cruel y hasta se le escapó una risa seca, breve, histérica—. ¿Y se supone que tú quieres ser la madre de mi hijo? ¿Mi esposa? Solo eres una puta barata.
—¡DÉJALA! —gritó Joric—. Ella creía que lo tenía que hacer por culpa tuya. ¡Eres…!
—Tu amo —lo cortó. De repente notaba dentro una frialdad extraña, desconocida, como si toda la ira que ardía en su interior se hubiera convertido en hielo—. Así que empieza a hablarme con respeto, si no quieres...
—Prefiero morir a tener que servirte un día más —lo cortó Joric, anticipando sus palabras.
Seth parpadeó un par de veces y lo miró, aturdido. ¿Morir? ¿Creía que eso era lo peor que le podía hacer? Después de unos momentos se llevó una mano a la cara y rompió a reír, con fuerza. Eran tan ingenuos, tan críos. Realmente no eran conscientes de lo bueno que había sido con ellos. De lo cruel que podría haber sido. De lo crueles que eran todos los demás.
Sea como fuere, ya daba igual lo que pensaran. No había marcha atrás. Si creían que era malvado, ahora lo iba a ser de verdad. Ya ni siquiera era por ellos, sino por él mismo. Necesitaba que los escucharan gritar, para terminar de salir bien parado de aquel problema. Y después de lo que habían hecho, no merecían volver a su antigua vida. No merecían el buen trato que les había dado. Las cosas a partir de ahora serían parecidas para él, aunque para ellos ya nada volvería a ser igual. Joric podía despedirse de tener un cuarto propio y de no formar parte de la dieta del clan de Movarth. Luego estaba Alicent. Para ella las cosas sí que serían distintas. No volvería jamás a sus aposentos, ni a disfrutar de la posición privilegiada que le daba el ser su novia. Vivirá en las celdas, como merece. Y me complacerá cuando y como yo quiera. Si tan juntos querían estar, ahora lo estarían en el sótano de Myr.
Se acercó a la cajonera que había cerca de la mesa en la que estaba Joric y abrió un cajón, con el rostro ensombrecido. Sin vacilar, sacó de su interior un kit de herramientas de tortura, y de entre sus pliegues, una daga especialmente fina y afilada. Se quedó mirando el arma, todavía sin tener claro qué hacer con ella, ya que esa iba a ser su primera vez torturando a alguien.
—Qué… ¿Qué vas a hacer? —preguntó Joric, con un hilo de voz.
Seth lo miró de reojo. Por primera vez desde que habían llegado, Joric parecía más asustado que enfadado.
—Estoy tan harto de vosotros, Joric. No te haces a la idea. Pero no vais a morir —aclaró—. No todavía. Los dos sois míos, y solo moriréis cuando yo quiera que lo hagáis.
Míos. Aquella palabra le dio la clave y de pronto tuvo claro lo que iba a hacer. Un recordatorio perenne de lo que era: su propiedad. Caminó hasta él, viendo como Joric se tensaba sobre la camilla. Intentó zafarse de nuevo de sus amarres, con fuertes tirones que le dejaron marcas en las muñecas y en los tobillos, pero no consiguió nada. Seth negó con la cabeza y se inclinó sobre él, sobre su pecho, y empezó a trabajar en su obra.
Tardó bastante, pero no fue nada tedioso. Ni siquiera con los gruñidos y quejidos de Joric cuando cortaba su piel con la daga, ni con los lloriqueos de Alicent y sus súplicas pidiendo que parara. Eso último, en realidad, solo le daba más paciencia para seguir con el tema. Sus gritos lo animaban. Sin que ella lo supiera, estaba haciendo exactamente lo que él necesitaba. Ahora, arrancar un grito a Joric se convirtió en su objetivo. Y cuando lo consiguió, al arrancar el primer trozo de piel entre los trazos de la escarificación, sonrió con sadismo.
No se detuvo hasta que pudo leer bien escrito su nombre y apellido sobre el abdomen de Joric, un lugar discreto que nadie podría ver salvo él a diario, para impedir que volviera a olvidar a quién pertenecía.
Cuando terminó, algo se había roto en él. Incluso estaba excitado. Todo el miedo que había tenido a ese momento había sido en vano. Le había gustado. Había sido… placentero. Y ahora era el turno de Alicent. Había cambiado de idea en el último momento; merecía algo mucho peor que solo malas palabras.
Se volvió hacia ella, con la daga ensangrentada todavía en la mano. Ni siquiera tuvo que pensar en lo que hacía. Solo se dejó llevar. Abrió la puerta de la celda y se metió dentro. Se acuclilló ante Alicent y, mientras la miraba a los ojos, le acarició la mejilla con la daga. Ella lo miró con auténtico terror, y no era para menos. Estaba rabioso, ensangrentado y excitado como un perro en el frenesí de la caza.
—Estaba recordando el día que me dijiste que te gustaría de todas formas. ¿Te gusto ahora, Alicent? —rió entre dientes, con un deje desquiciado, y la intentó besar. Alicent se intentó separar, en vano, ya que tenía la espalda pegada contra las rejas—. Vaya, ¿ya no te gusto? Es una pena que lo que tú pienses ya no le importe a nadie.
Deslizó la daga sobre su piel, con cuidado de no dejar cortes en su cara. Luego la bajó hasta dejarla sobre su vientre. Consiguió lo que quería. Alicent, cada vez más nerviosa, empezó a hiperventilar y a suplicar, pero Seth no la escuchó.
—Bésame —ordenó—. Vamos, bésame como si me quisieras. El niño tiene que sentir el amor de sus padres. Si no, ¿qué sentido tiene que nazca?
La amenaza surtió efecto. Sintió los labios torpes de Alicent temblando contra su boca. Hasta su lengua temblaba. Pero no se detuvo ahí. Aquello no era suficiente castigo.
Una vez consiguió lo que quería, llevó la daga a la tira que ataba su túnica. La cortó sin miramientos, tiró la daga al suelo y luego cogió a Alicent del brazo, obligándola a ponerse en pie. La sacó de la celda y la llevó a empujones junto a Joric, donde la desnudó. Joric apartó la mirada y Seth apretó los dedos sobre la piel de Alicent, arrancándole un grito.
—¡MÍRANOS! —gritó. Joric volvió a clavar los ojos en ellos. Su mirada estaba vidriosa y tan cansada que apenas se notaba su enfado—. No quiero que dejes de hacerlo. Quiero que veas cómo me la follo.
—Eres un… —empezó, pero Seth lo calló al instante.
—¿Un qué? Vamos, sigue insultándome. Desobedece. Ella será quien lo pague.
Sonrió triunfal cuando vio en la mirada resignada de Joric que había ganado. Después de eso empujó a Alicent contra él y cayó entre sus piernas, abiertas sobre la camilla. Alicent intentó apartarse, horrorizada, pero Seth la empujó de nuevo. La forzó a quedar arrodillada entre las piernas de él y luego apoyó la mano en su espalda y la aplastó contra su cuerpo. Su cabeza quedó sobre las heridas de Joric. Seth agarró su pelo y le refregó la cabeza contra su obra, haciendo que su cara se empapara en sangre. Joric y Alicent gritaron y Seth sonrió, volviendo a colocar la mano sobre la espalda de ella.
Se subió de rodillas a la camilla y se colocó entre sus piernas. Se bajó los pantalones como pudo con una mano, sin quitar la otra de la espalda de Alicent, y luego se introdujo en ella de un golpe, arrancándole un grito de dolor. Fue el primer grito de tantos. Las voces de ella mezcladas con las de Joric no lo ablandaron. Lo animaron. Era el coro que necesitaba. Nadie que escuchara los alaridos que salían de sus aposentos se atrevería a poner en duda que él era el digno adalid de Molag Bal.
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Photo
ANA MENDIETA & CARSON MCCULLERS
Padre, sobre tu imagen estamos atravesados
¿Por qué estamos divididos en nuestra doble naturaleza, cómo estamos planeados?
Padre, ¿en qué imagen nos encontramos?
Volviéndose impotente en el jardín del bien y del mal
Burlado por los reversibles del bien y del mal
Heredero del exilio. Lucifer, y hermano de Tu Hijo universal,
Quien dijo que está terminado cuando Tu síntesis acaba de comenzar.
Sufrimos la tristeza de la separación y la división
Con un corazón que resplandece con la visión de Cristo:
Que aunque seamos desviados, de doble planificación,
Padre, sobre Tu imagen, somos abarcados.
- Carson McCullers, de: El corazón hipotecado, ed. Margarita G. Smith. Boston Houghton Mifflin Company. Copyright ©: 1971, Carson McCullers
Sin título Ana Mendieta, Wooden Sculpture 1984-85, The Estate of Ana Mendieta Collection, L.L.C., c: Galerie Lelong, © Alison Jacques Gallery
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📖 No os engañeis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso tambièn segarà.
=📌=
Be not deceived; God is not mocked; for whatsoever a man soweth, that shall he also reap.
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