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#ausencia de coacción
bocadosdefilosofia · 1 year
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«Para Constant, Mill, Tocqueville y la tradición liberal a la que ellos pertenecen, una sociedad no es libre a no ser que esté gobernada por dos principios que guardan relación entre sí: primero, que solamente los derechos, y no el poder, pueden ser considerados como absolutos, de manera que todos los hombres, cualquiera que sea el poder que les gobierne, tienen el derecho absoluto de negarse a comportarse de una manera que no es humana, y segundo, que hay fronteras, trazadas no artificialmente, dentro de las cuales los hombres deben ser inviolables, siendo definidas estas fronteras en función de normas aceptadas por tantos hombres y por tanto tiempo que su observancia ha entrado a formar parte de la concepción misma de lo que es un ser humano normal y, por tanto, de lo que es obrar de manera inhumana o insensata; normas de las que sería absurdo decir, por ejemplo, que podrían ser derogadas por algún procedimiento formal por parte de algún tribunal o de alguna entidad soberana.»
Isaiah Berlin: Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza Editorial, pág. 236-237. Madrid, 1998.
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DOCILIDAD
https://youtu.be/VLjFBbgU000
Presento el texto base del podcast:
LOS CIUDADANOS “DÓCILES”: ASPIRANTES TAIMADOS A LA DIGNIDAD DE MONSTRUOS
1)
Dado el conflicto, el disturbio, la insurgencia, los historiadores (y el resto de los científicos sociales) inmediatamente se disponen a investigar las “causas”, a polemizar sobre los motivos, a buscar explicaciones, a interpretar lo que se percibe como una alteración en el pulso regular de la Normalidad. Causas de los ‘furores’ campesinos medievales (Mousnier), causas de las ‘revoluciones burguesas’ del siglo XIX (Hobsbawn), causas de las ‘revoluciones de terciopelo’ de 1989 en el Este socialista,... Sin embargo, la ausencia de conflictos en condiciones particularmente lacerantes, que hubieran debido movilizar a la población; los extraños períodos de paz social en medio de la penuria o de la opresión; la misteriosa docilidad de una ciudadanía habitualmente explotada y sojuzgada, etc.; no provocan de igual modo el ‘entusiasmo’ de los analistas, la ‘fiebre’ de los estudios, la proliferación de los debates académicos en torno a sus causas, sus razones...
Se diría que la docilidad de la población en contextos histórico-sociales objetivamente explosivos, bajo parámetros de sufrimiento, injusticia y arbitrariedad a todas luces ‘insoportables’, es un fenómeno recurrente a lo largo de la historia de la humanidad y, en su paradoja, uno de los rasgos más llamativos de las sociedades democráticas contemporáneas. Aparece, a la vez, como un objeto de análisis tercamente excluido por nuestras disciplinas científicas, una empresa de investigación que nuestros doctores parecen tener ‘contraindicada’. ¿Por qué?
2)
Wilhem Reich, en Psicología de masas del fascismo, llamó la atención sobre este hecho: lo extraño, lo misterioso, lo enigmático, no es que los individuos se subleven cuando hay razones para ello (una situación de explotación material que se torna insufrible en la coyuntura de una crisis económica, de la intensificación de la opresión política y de la brutalidad represiva, del germinar de nuevas ideas contestatarias,...), sino que no se rebelen cuando tienen todos los motivos del mundo para hacerlo. Esta era la “pregunta inversa” de Wilhem Reich: ¿Por qué las gentes se hunden en el conformismo, en el asentimiento, en la docilidad, cuando tantos indicadores económicos, sociales, políticos, ideológicos, etc., invitan a la movilización y a la lucha?
Trasplantando su pregunta a nuestro tiempo, grávido de peligros y amenazas de todo tipo (ecológicas, socio-económicas, demográficas, político-militares, etc.), con tantos hombres y mujeres viviendo en situaciones límite -no solo “sin futuro”, sino también “sin presente”- y con un reconocimiento generalizado de la base de injusticia, arbitrariedad, servidumbre y coacción sobre la que descansa nuestra sociedad, podríamos plantearnos lo siguiente: ¿Cómo se nos ha convertido en personas tan increíblemente dóciles? ¿Qué nos ha conducido hasta esta enigmática docilidad, una docilidad casi absoluta, incomprensible, solo comparable -en su iniquidad- a la de algunos animales domésticos y, lo que es peor, a la de los “funcionarios”?
3)
Isaac Babel, corresponsal de guerra soviético, cronista de la campaña polaca desplegada por el Ejército Rojo en torno a 1920, contempla atónito las matanzas gratuitas llevadas a cabo en nombre de la Revolución. Cuarenta soldados polacos han sido detenidos. Los reclutas cosacos preguntan a Apanassenko, su general, qué hacen con los prisioneros, si pueden disparar contra ellos de una vez. Apanassenko, educado en el internacionalismo proletario y en la universalización de la Revolución, responde: “No malgastéis los cartuchos, matad con arma blanca; degollad a la enfermera, degollad a los polacos”. Babel se estremece y mira hacia otro lado. Esa noche escribirá en su diario algo que no será ajeno a su posterior encarcelación y a su fusilamiento acusado de actividades antisoviéticas: “La forma en que llevamos la libertad es horrible”.
Días después se repite la escena, pero ya sin necesidad de que los soldados cosacos pierdan el tiempo preguntando qué deben hacer a su general: degüellan a una veintena de polacos, mujeres y niños entre ellos, y les roban sus escasas pertenencias. A cierta distancia, Apanassenko, que se ha ahorrado la orden, los premia con un gesto de aprobación y de reconocimiento. Babel mira a los cosacos, sonrientes después de la matanza; los mira como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror, algo terrible y, sobre todo, enigmático: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”, anota, al caer la tarde, en su Diario de 1920.
Yo me pregunto lo mismo, me interrogo por este “enigma de la docilidad” que nos aboca, todos los días, a la infamia de una obediencia insensata y culpable. He mirado a mis ex-compañeros de trabajo, profesores, cosacos de la educación, como se mira algo extraño, indescifrable, algo misterioso en su horror (horror, por ejemplo, de haber suspendido al noventa por ciento de la clase; de haber firmado un acta de evaluación, con todo lo que eso significa: ¿cómo se puede firmar un acta de evaluación, aunque nos lo pida el Apanassenko de turno -“matad con arma blanca”?). Ante las pequeñas ‘unidades’ de profesores, avezadas en ese degüelle simbólico del “examen”, me he preguntado siempre lo mismo: “¿Qué hay detrás de sus rostros; qué enigma de la banalidad, de la insignificancia, de la docilidad?”. Docilidad también del resto de los funcionarios, de tantísimos estudiantes, de los trabajadores, de los pobres...
4)
Recientemente, Daniel J. Goldhagen, en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, ha subrayado, de un modo intempestivo, la culpabilidad de la sociedad alemana en su conjunto ante la persecución y el exterminio de los judíos; ha remarcado la participación de los alemanes ‘corrientes’, afables padres de familia y buenos vecinos por lo demás, gentes completamente normales (como reza el título de un libro de Christopher R. Browning), en todo lo que desbrozó el camino a Auschwitz.
Estos alemanes corrientes, lo mismo que los cosacos de Apanassenko, torturaron y mataron a sangre fría, sin que nadie los obligara a ello, sin necesitar ya el empujoncito de una orden, deliberadamente, en un gesto supremo, y horroroso, de docilidad -seguían, sin más, la moda de los tiempos, se dejaban llevar por las opiniones dominantes, calcaban los comportamientos en boga, se apegaban blandamente a lo establecido... No es ya, como solía decirse para disculpar su aquiescencia, que ‘cerraran los ojos’ o ‘miraran hacia otra parte’ -eso lo hizo, mientras pudo, Babel-: abrían los ojos de par en par, miraban fijamente a los judíos que tenían delante, y los asesinaban. Es un hecho ya demostrado, por Goldhagen, Browning y otros, que estos homicidas no simpatizaban necesariamente con la ideología nazi, no eran siempre funcionarios del Estado (policías, militares,...), no cumplían órdenes, no alegaban ‘obediencia debida’: eran alemanes corrientes, de todos los oficios, todas las edades y todas las categorías sociales, hombres de lo más normal, tan corrientes y normales como nosotros; gentes, eso sí, que tenían un rasgo en común, un rasgo que muchos de nosotros compartimos con ellos, que nos hermana a ellos en el consentimiento del horror e incluso en la cooperación con el horror: eran personas dóciles, misteriosa y espantosamente dóciles. Toda docilidad es potencialmente homicida...
Aquellos jóvenes que, en un movimiento incauto de su obediencia, se dejaron reclutar y no se negaron a realizar el Servicio Militar, cuando la “objeción” estaba a su alcance, sabían, ya que no cabe presuponerles un idiotismo absoluto, que, al dar ese paso, al erigirse en “soldados”, en razón de su docilidad, podían verse en situación de disparar a matar (en cualquier ‘misión de paz’, por ejemplo), podían matar de hecho, convertirse en asesinos, qué importa si con la aprobación y el aplauso de un Estado. La docilidad mata con la conciencia tranquila y el beneplácito de las Instituciones. Goldhagen lo ha atestiguado para el caso del genocidio... En general, puede concluirse, parafraseando a Cioran, que la docilidad hace de los ciudadanos unos “aspirantes taimados a la dignidad de monstruos”.
5)
Sostengo que este enigmático género de docilidad es un atributo muy extendido entre los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas -nuestras sociedades. En la forja, y reproducción, de esa docilidad interviene, por supuesto, la Escuela, al lado de las restantes instituciones de la sociedad civil, de todos los aparatos del Estado. Me parece, además, que esa docilidad potencialmente asesina y capaz de convertirnos en monstruos, se ha extendido ya por casi todas las capas sociales, de arriba a abajo, y caracteriza tanto a los opresores como a los oprimidos, tanto a los poseedores como a los desposeídos. No resultando inaudita entre los primeros (empleados del Estado, propietarios, hombres de las empresas,...; gentes -como es sabido- con madera de monstruos), se me antoja inexplicable, sobrecogedora, entre los segundos: docilidad de los trabajadores, docilidad de los estudiantes, docilidad de los pobres,...
Trabajadores, estudiantes y pobres que se identifican, excepciones aparte, con la misma figura, apuntada por Nietzsche: la figura de la víctima culpable. “Víctimas” por la posición subalterna que ocupan en el orden social -posición dominada, a expensas de una u otra modalidad del poder, siempre en la explotación o en la dependencia económica. Pero también “culpables”: culpables por actuar como actúan, justamente en virtud de su docilidad, de su aquiescencia, de su conformidad con lo dado, de su escasa resistencia. Culpables por las consecuencias objetivas de su docilidad...
Docilidad de nuestros trabajadores, encuadrados en sindicatos que reflejan y refuerzan su sometimiento. Desde los extramuros del Empleo, las voces de esos hombres que huyen del salario han expresado, polémicamente, la imposibilidad de simpatizar con el obrero-tipo de nuestro tiempo: “Es más digno ‘pedir’ que ‘trabajar’; pero es más edificante ‘robar’ que ‘pedir’”, anotó un célebre ex-delincuente...
Docilidad de nuestros estudiantes, cada vez más dispuestos a dejarse atrapar en el modelo del “autoprofesor”, del alumno participativo, activo, que lleva las riendas de la clase, que interviene en la confección de los temarios y en la gestión ‘democrática’ de los Centros, que tienta incluso la autocalificación; joven sumiso ante la nueva lógica de la Educación reformada, tendente a arrinconar la figura anacrónica del profesor autoritario clásico y a erigir al alumnado en sujeto-objeto de la práctica pedagógica. Estudiantes capaces de reclamar, como corroboran algunas encuestas, un robustecimiento de la disciplina escolar, una fortificación del Orden en las aulas...
Docilidad de unos pobres que se limitan hoy a solicitar la compasión de los privilegiados como privilegio de la compasión, y en cuyo comportamiento social no habita ya el menor peligro. Indigentes que nos ofrecen el lastimoso espectáculo de una agonía amable, sin cuestionamiento del orden social general; y que se mueren poco a poco -o no tan poco a poco-, delante de nuestros ojos, sin acusarnos ni agredirnos, aferrados a la raquítica esperanza de que alguien les dulcifique sus próximos cuartos de hora...
6)
De todos modos, se diría que no es sangre lo que corre por las venas de la docilidad del hombre contemporáneo. Se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de las cosas.
Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer. El hombre dócil de nuestra época es prácticamente incapaz de “afirmar” o de “negar” (Dante lo ubicaría en la antesala del Infierno, al lado de aquellos que, no pudiendo ser fieles a Dios, tampoco quisieron ser sus enemigos; aquellos que no tuvieron la dicha de ‘creer’ de corazón ni el coraje de ‘descreer’ valerosamente, tan ineptos para la Plegaria como para la Blasfemia); acata la Norma sin hacerse preguntas sobre su origen o finalidad, y ni ensalza ni denigra la Democracia. Es un ser inerte, al que casi no ha sido necesario “adoctrinar” -su sometimiento es de orden animal, sin conciencia, sin ideas, sin militancia en el frente de la Conservación.
Los cosacos dóciles de Babel no ejecutaban a los polacos movidos por una determinación ideológica, una convicción política, un sistema de creencias (jamás hablaban del “comunismo”; era notorio que nunca pensaban en él, que en absoluto influía sobre su comportamiento); sino solo porque en alguna ocasión se lo habían mandado, por un espeluznante instinto de obediencia, por el encasquillamiento de un acto consentido y hasta aplaudido por la Autoridad. Goldhagen ha demostrado que muchos alemanes ‘corrientes’ participaron en el genocidio (destruyeron, torturaron, mataron) sin compartir el credo nacional-socialista, sin creer en las fábulas hitlerianas; simplemente, se sumergían en una línea de conducta lo mismo que nosotros nos sumergimos en la moda...
7)
Ningún colectivo como el de los funcionarios para ejemplificar esta suerte de docilidad sin convencimiento, docilidad exánime, animal, diría que meramente alimenticia: escudándose en su sentido del deber, en la obediencia debida o en la ética profesional, estos hombres, a lo largo de la historia reciente, han mentido, secuestrado, torturado, asesinado,... Se ha hablado, a este respecto, de una funcionarización de la violencia, de una funcionarización de la ignominia...
Significativamente, estos profesionales que no retroceden ante la abyección, capaces de todo crimen, rara vez aparecen como fanáticos de una determinada ideología oficial, creyentes irretractables en la filantropía de su oficio o adoradores encendidos del Estado... Son, solo, hombres que obedecen... Yo he podido comprobarlo en el dominio de la Educación: se siguen las normas “porque sí”; se acepta la Institución sin pensarla (sin leer, valga el ejemplo, las críticas que ha merecido casi desde su nacimiento); se abraza el profesor al “sentido común docente” sin desconfiar de sus apriorismos, de sus callados presupuestos ideológicos; y, en general, se actúa del mismo modo que el resto de los ‘compañeros’, evitando desmarques y desencuentros.
Esta “docilidad de los funcionarios” se asemeja llamativamente a la de nuestros perros: el Estado los mantiene ‘bien’ (comida, bebida, tiempo de suelta,...) y ellos, en pago, obedecen. Igual que nuestro perro condiciona su fidelidad al trato que recibe y probablemente no nos considera el mejor amo del mundo, el funcionario no necesita creer que su Institución, el Estado y el Sistema participan de una incolumidad destellante: mientras se le dé buena vida, obedecerá ladino... Y encontramos, por doquier, funcionarios escépticos, antiautoritarios, críticos del Estado, anticapitalistas, anarquistas,..., obedeciendo todos los días a su Enemigo solo porque este les proporciona rancho y techo, limpia su rincón, los saca a pasear... Me parece que la docilidad de nuestros días, en general, y ya no solo la docilidad funcionaria, acusa esta índole perruna...
8)
Desde el campo de la sicología -sicología social, sicología de la paz, sicología clínica,...- se han aportado algunos conceptos, elusivos y tambaleantes, con la intención de esclarecer este “enigma de la docilidad”, abordado como enigma de la parálisis (no-reacción, ausencia de respuesta, ante el peligro, la amenaza o incluso la agresión).
Partiendo de las tesis de Norbert Elias, que interpreta la civilización de los individuos como formación y desarrollo gradual de un aparato de auto-coerción (un aparato de auto-represión que lleva a los sujetos a no exteriorizar sus emociones, a no desatar sus instintos, a no manifestar su singularidad, a sacrificar su espontaneidad y casi a desistir de expresarse), Hans Peter Dreitzel ha defendido la idea de que “en los países industriales los individuos se encuentran doblemente ‘paralizados’ como consecuencia de la fuerza del aparato de auto-coerción y de la extremada complejidad de las cadenas de acción”. El “hombre civilizado”, vale decir el “hombre de Occidente”, es, desde esta perspectiva, un ser que se auto-reprime incesantemente, de modo que en él, y por ese hábito de la autoconstricción, de la autovigilancia, “la energía para huir o para oponerse está paralizada”(P. Goodman). Esta “parálisis”, esta “falta de energía para huir o para oponerse”, se resuelve al fin en aquella docilidad estulta y casi suicida de los hombres de las sociedades democráticas contemporáneas. En Retrato del hombre civilizado, Emil M. Cioran abundó, por cierto, en esa visión de la Civilización como degeneración, como retroceso, como alejamiento de la base natural, biológica, del ser humano -olvido de nuestra espontaneidad y de nuestra animalidad.
Para Dreitzel, como para Goodman o para Cioran, habría algo terrífico en el “proceso de civilización”; algo siniestro y no-dicho que acudiría justamente por el lado de aquel aparato de autocoerción, por el lado de la parálisis que origina y de la docilidad a que aboca; algo que nos erigiría, como he anotado, en aprendices desapercibidos de monstruos; algo, en fin, que echó a andar en Auschwitz y que aún no se ha detenido -un horror que nos persigue desde el futuro. En palabras de Dreitzel: “Hasta ahora solo se han tomado en consideración las, aún así dudosas, ganancias humanitarias del proceso de civilización; y no sus pavorosos ‘costes humanos’ (...). En este país, Alemania, la cuestión se plantea con toda brutalidad: ¿Es Auschwitz un retroceso momentáneo en el proceso de civilización, o no será más bien la cara oscura del nivel de civilización ya alcanzado? ¿Cuánta coerción internalizada debe haber acumulado un hombre para poder soportar la idea, y no digamos ya la praxis, de Auschwitz?”. La interrogación es perfectamente retórica: Auschwitz solo fue posible -y así lo considera Dreitzel- en el seno de una sociedad altamente civilizada; devino como un fruto necesario de la Civilización Occidental, un hijo predilecto de nuestra Cultura; se desprendió por su propio peso de este árbol de la auto-represión y de la docilidad que llamamos “Capitalismo Liberal”. Auschwitz es la verdad de nuestras democracias, el resumen y el destino de las mismas...
Goldhagen ha hablado de la “responsabilidad individual” de todos y cada uno de los alemanes de ayer en el genocidio (por participación o por pasividad). Karl Otto Apel ha añadido la idea de una “responsabilidad heredada”, como alemán, en todo lo que su pueblo ha podido hacer (“Soy hijo de este pueblo y pertenezco a la tradición socio-cultural e histórica de este pueblo... No puedo negar que soy corresponsable de lo que este pueblo haya podido hacer”). Dando un paso más, y acaso también para no satanizar en exceso a los alemanes (el Diablo no tiene patria: ya se ha globalizado), yo me permito apuntar la corresponsabilidad de todos nosotros, en tanto hombres dóciles, en el Auschwitz que ya conocemos y en los que tendremos ocasión de conocer. En la medida en que consintamos que la docilidad acampe a sus anchas en nuestro corazón y en nuestro cerebro, seremos los padres morales y los artífices difusos de todos los Holocaustos venideros...
9)
Otros psicólogos, como Harry Stuck Sullivan o el americano Ralph K.White, han intentado concretar un poco más los mecanismos psíquicos que acompañan y casi definen la mencionada parálisis del hombre contemporáneo. Y han aludido, por ejemplo, a la autoanestesia psíquica y a la desatención selectiva.
La autoanestesia psíquica permite al ‘hombre civilizado’, que ya ha interiorizado unos umbrales estremecedores de contención, hacerse insensible al dolor derivado de la percepción del peligro, de la constatación de la amenaza -dolor de una comprensión de la iniquidad de lo real-, y al padecimiento complementario de la conciencia de su esclerosis (reconocimiento de aquella “falta de energía” para huir o para oponerse). Autoanestesiado, todo lo acepta: la insidia de lo de ‘afuera’ y la vergüenza de lo de ‘adentro’; las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, monstruosamente dócil. Todo se admite, a todo se insensibiliza uno, como mucho con una “ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio” (Lifton).
Por su parte, la desatención selectiva, un mirar a otro lado, desconectar interesada y oportunamente, pretensión de no-ver, no-sentir y no-percibir a pesar de todo lo que se sabe, quisiera “lavar las manos” de la parálisis y de la docilidad cuando el sujeto se enfrenta por fin a las consecuencias de su no-movilización: la atención se concentra en otro objeto, cambiamos de canal perceptivo, hacemos ‘zapping’ con nuestra conciencia. Desatención selectiva por no querer “asumir” a dónde lleva la docilidad... White señala que la desatención selectiva se estabiliza en algunos individuos, ampliando su campo, haciéndose casi general, a través de una sobreatención compensatoria (una atención focalizada obsesivamente sobre un único objeto, o sobre unos pocos objetos), sobreatención de índole histérico-paranoide.
En el caso de los profesores, hombres normalmente dóciles, paralizados, extremadamente civilizados (es decir, auto-reprimidos), cabe observar, en efecto, cómo la desatención selectiva que les lleva a ‘desconectar’, a no querer saber, de su propio oficio (“el tema de la enseñanza no me interesa nada”, me han dicho a menudo), se complementa con una sobreatención histérico-paranoide, un centramiento desaforado y enfermizo, devorador, en algo no-escolar, extraescolar, algo que de ningún modo remite o recuerda a la Escuela: sobreatención a algún ‘hobby’, a algún proyecto (construcción de una casa, preparación de un viaje, estudio de una operación económica,...), a algún interés (afectivo, o sexual, o intelectual, o...), a alguna cuestión de imagen (la línea, el cuerpo, el vestir, los signos de ostentación,...), etc. Como la autoanestesia psíquica no es muy efectiva en el caso de la docencia -el sujeto se expone casi a diario, y durante varias horas, a la fuente de su dolor-, la desatención selectiva (desinterés por la problemática escolar, en sus dimensiones sociológicas, políticas, genealógicas, ideológicas, filosóficas,...) y la sobreatención histérico-paranoide paralela quedan como los únicos recursos para procurar ‘sobrellevar’ la mentira de una tarea envilecedora y la conciencia de que nada se le opone, nada se trama contra ella.
10)
Desde un campo muy distinto, y con unos intereses divergentes, Marcel Gauchet, analista y comentarista de ese otro enigma, ese otro absoluto desconocido (está entre nosotros, pero no sabemos con qué intenciones), que llamamos Democracia Liberal -ya he adelantado que, en mi opinión, los regímenes liberales conducen a una modalidad nueva, inédita, original, de “fascismo”-, ha pretendido asimismo arrojar alguna luz sobre este desasosegante misterio de la docilidad contemporánea.
Gauchet parte precisamente de lo que podemos conceptuar como docilidad de la ciudadanía ante la forma política de la democracia liberal -una docilidad que no significa respaldo firme y convencido, sino mera tolerancia, aceptación desapasionada y descreída. Detecta, incluso, “un movimiento de deserción cívica de la democracia que la abstención electoral y el rechazo hacia el personal político en ejercicio está lejos de medir suficientemente”. En el momento en que el régimen demo-liberal se queda sin antagonistas de peso (por la cancelación del experimento socialista en la Europa del Este), parece también que no convence a la población y que simplemente se ‘soporta’. Gauchet habla de una “formidable pérdida de sustancia de la democracia, entendida como poder de la colectividad sobre sí misma, que explica la atonía, o la depresión, que esta sufre en medio de la victoria”. El aliento que mantiene viva la democracia no es otro que el aliento de la docilidad: como fórmula vigente, consolidada, que de todos modos “está ahí”, se admite por docilidad; pero ya no despierta ilusiones, ya no genera entusiasmo, no suscita verdaderas adhesiones, resueltas militancias. “Si está ahí, y parece que no tiene recambio, que siga estando; pero que no espere mucho de nosotros”: esto le dice el hombre dócil, todos los días, al sistema democrático... Curiosamente, la hegemonía de la cultura democrática se ha acompañado de una despolitización sin precedentes de la población.
Incapaz de amar o de odiar el sistema político imperante, inepta para afirmar o negar una fórmula de la que deserta sin acritud -o que acepta sin convicción-, la ciudadanía de las sociedades democráticas se hunde hoy en una apatía difícil de explicar. Marcel Gauchet busca esa explicación en un terreno equidistante entre lo social y lo psicológico. Consumido en inextinguibles conflictos interiores, corroído por innumerables dilemas íntimos, atravesado por flagrantes contradicciones, el hombre de las democracias -sugiere Gauchet- ya no puede cuestionar nada sin cuestionarse, no puede combatir nada sin combatirse, no puede negar sin negarse. “Lo que combato, yo también lo soy (o lo seré, o lo he sido)”. De mil maneras diversas el hombre contemporáneo se ha involucrado en la reproducción del Sistema; y obstaculizar o torpedear esa reproducción equivale a obstaculizar o torpedear su propia subsistencia. Gauchet menciona el atascamiento, la inmovilización, que se sigue de esos imposibles arbitrajes internos, de esas perplejidades desorientadoras, de esos torturantes dilemas de cada sujeto consigo mismo.
Entre estas contradicciones paralizantes encontramos, por ejemplo, la de aquellos críticos del Estado y del autoritarismo que se ganan la vida como funcionarios o insertos en un aparato o en una institución de estructura autoritaria; la de los enemigos del Mercado y del Consumo que se aficionan a los “mercados alternativos” y a un consumo de élites, de privilegiados (artículos ‘bio’, o ‘eco’, o ‘artesanales’, o de ‘comercio justo’, o...); la de los padres de familia ‘antifamiliaristas’; la de los defensores de la libertad de las mujeres enfermos de celos cuando sus mujeres quieren hacer uso de esa libertad ‘con otros’; la de los antirracistas que no terminan de ‘fiarse’ de los gitanos; etc., etc., etc. La lista es interminable, y ninguno de nosotros deja de aparecer entre los afectados...
Solo se puede luchar de verdad desde una cierta coherencia, desde una relativa pureza; si se consigue que nos instalemos en la inconsecuencia y en la culpabilidad, se nos habrá desarmado como luchadores, se nos habrá desacreditado ante los demás y ante nosotros mismos, se habrá dejado caer sobre nuestra praxis el anatema de la impostura, de la doblez, de la falsía. Por otro lado, “asumidas” dos o tres contradicciones, se pueden asumir todas; cerrados los ojos a dos o tres pequeñas miserias íntimas, se pueden cerrar a la miseria total que nos constituye. La docilidad del hombre contemporáneo se alimenta, sin duda, de este juego paralizador de las contradicciones personales, de este astillamiento del ser a golpes de complicidad y culpabilidad. El individuo que se sabe culpable, cómplice, apoyo y resorte de la iniquidad o de la opresión, dócil por no poder rebelarse contra nada sin rebelarse contra sí mismo, no encuentra para sus conflictos interiores otra salida que la seudo-solución del “cinismo” (percibir la incoherencia y seguir adelante) o la huida hacia ninguna parte de la “negativa a pensar”, del vitalismo ciego, amargo, del sensualismo desesperado... No sé si con estas observaciones de Gauchet, sumadas a las de Dreitzel y otros, el “enigma de la docilidad” se hace un poco menos opaco, un poco menos abstruso. Desde luego, no son suficientes...
11)
Algunos autores asumen esta docilidad de la ciudadanía contemporánea como un hecho incontestable, un factor siempre operante; una realidad casi material que han de incorporar a sus análisis, pero sin ser analizada en sí misma; evidencia que ayuda a explicar muchas cosas, aunque permaneciendo de algún modo inexplicada (¿inexplicable?); cifra de no pocos procesos actuales, que no se sabe muy bien de dónde procede o a qué responde. Calvo Ortega, abordando cuestiones de educación, subraya, en esa línea, el “enorme automatismo del comportamiento social”; y M. Ilardi ha apuntado el “fin de lo social” como cancelación de toda forma de apertura insubordinada al Sistema...
Yo, que tampoco hallo muchas explicaciones a esta faceta dócil del hombre de las democracias, y que me resisto a esquivar el problema mediante la apelación a “conceptos-fetiche” (el concepto de alienación, por ejemplo), quiero remarcar no obstante la responsabilidad de la Escuela en la forja y reproducción de esa rara aquiescencia. Estimo que se está diseñando una “nueva” Escuela para reasegurar la mencionada docilidad, hacerla compatible con un exterminio global de la Diferencia y sentar las bases de una forma política inédita que convertirá a cada hombre en un policía de sí mismo (“neofascismo” o “posdemocracia”). Junto a la docilidad de las gentes, la disolución de la “diferencia” en irrelevante “diversidad” prepara el camino de ese Sistema. Y la Escuela está ya allanando las vías...
*** *** *** *** *** ***
Compuse este texto en 2005, e hizo parte de “El enigma de la docilidad”, obra publicada por Virus en España, Abecedario en Colombia, No ediciones en Chile y Nautilus en Italia, entre otras editoriales.
Tras la pandemia, sometí esas ideas a cierta corrección, señalando el tránsito del Policía de Sí Mismo posdemocrático al Ciudadano Robot contemporáneo, característico del Capitalismo vírico y bélico, necrófilo y necrófago.
El podcast que comparto danza entre esas dos figuras, enlazando las problemáticas abordadas en “El enigma...” con los asuntos de que me ocupé en “La Forja del Ciudadano Robot”, ensayo breve en vías de publicación, en el que se incluye el siguiente fragmento:
Demofascismo optimizado, bajo la rentabilización socio-política de la pandemia
Uno controla a todos (dictadura clásica): desde la cúpula del Gobierno se nos da la orden del confinamiento y la obedecemos.
Todos controlan a uno (vigilancia de la colectividad sobre el individuo): surge la llamada «policía de los balcones» y, de entre los sumisos, muchos denuncian a quienes transgreden la norma.
Uno se controla a sí mismo (auto-coerción, auto-dominación, fin del anhelo de libertad): y cada cual sale de casa sujeto a franjas horarias, a medidas, a plazos, a reglamentos; sale como un robot, algo más que un policía de sí mismo.
Durante mucho tiempo me equivoqué y consideré que estos tres modelos de dominio y opresión eran sucesivos, como por fases, y ahora estábamos en la última, en la del auto-policía.
Hablé del «modelo del autobús» que leí en Calvo Ortega y López Petit: en los autobuses antiguos un empleado picaba el billete de todos los pasajeros (uno los controlaba a todos, dictadura directa); pasó el tiempo y se colocó una máquina para que cada usuario picara el billete por sí mismo, pero bajo la mirada de todos los presentes, por quienes era observado y podía ser denunciado (todos controlaban a uno, coerción comunitaria); por último, se alcanzó el momento en que uno subía a un autobús vacío y, sin presión externa, sin testigos, picaba «libremente» su billete (uno se controla a sí mismo, sujeción demofascista).
Pero hoy se está dando la suma de las tres fases, como si ya no fueran «etapas» sino superposiciones: el Estado que decreta, la ciudadanía que obedece y señala a los disidentes, los individuos que se auto-reprimen y consienten su robotización integral.
Se pudo sacar a los perros; y mucha gente se prodigó en ese paseo fiscalizado, en el que se manifestaba una suerte de ambigüedad civilizatoria: ¿cómo explicar la relación entre un animal doméstico, el ser humano, y otro, el ser canino?, ¿qué puede brotar de la relación entre estas dos servidumbres?
Se pudo sacar a los niños como si fueran perros, y surge una pregunta derivada: ¿qué puede surgir de un paseo conjunto del domesticador y del domesticable?
Ahora, cada persona puede sacarse a pasear a sí misma, en el cumplimiento forzoso de normas, de franjas (¿deberíamos decir «fajas», porque oprimen, molestan y ocultan supuestas fealdades?), de limitaciones sociales y geográficas; y la interrogante es clamorosa: ¿cabe esperar algo de esta suerte de robot, absolutamente programado, aparte de que, ojalá, desaparezca junto al virus del Capital y del Estado?
Durante más de un mes, las gentes de muchas pequeñas localidades se privaron de salir, de pasear, de ir a los campos para recoger sus alimentos (podían, eso sí, ir a la tienda, porque lo primero y lo último sigue siendo el mercado). Y a las autoridades políticas, confiscadoras de libertades, les daba igual que en esas zonas no hubiera contagiados, no hubiera enfermos. A día de hoy, les dicen que ya pueden salir, y entonce salen.
Esto me recuerda una imagen desalentadora, que me asaltó en la ciudad de Alta, en pleno círculo polar noruego… Unas cuantas personas tenían que cruzar una carretera, pero el semáforo para los peatones estaba en rojo. Yo miro a la derecha y a la izquierda, y la vista casi se me desvanece en una llanura tan inmensa: no hay ningún vehículo por ningún lado y es verdad que, en toda la mañana, apenas habían aparecido por allí dos o tres autos. Me dispongo a cruzar, pues, tan tranquilo; y las gentes me chillan, me recriminan, se enfadan conmigo. Regreso entonces al puesto de espera y cruzo con ellas, tras disculparme, cuando el semáforo de los peatones se pone en verde. «Obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer», escribí entonces. Y es lo que está pasando ahora: se nos insta a la obediencia no tanto para superar una crisis sanitaria como para sancionar el auto-aniquilamiento de nuestra autonomía y de nuestra libertad.
Optimización del demofascismo.
Cuando desaparezca el virus, quedará algo peor que toda enfermedad: el Ciudadano Robot.
https://youtu.be/VLjFBbgU000
Pedro García Olivo
www.pedrogarciaolivo.wordpress.com
Alto Juliana de Sesga
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tareatic · 2 years
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Problemas De Estudiantes
Uno de los problemas de los estudiantes es el bullying(acoso) Que es el bullying
Es la agresion para ejercer poder sobre otra persona,un tipo de comportamiento violento e intimidatorio. El bullying se puede llevar a cabo por una o más personas, quienes dedican esfuerzos sostenidos al acoso,la burla, la intimidación física y la humillación pública de la víctima
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Causas del bullying
Apresar de que cada caso es diferente y por eso debe ser tratado como tal, existen algunas características que son comunes cuando se identifica un caso de bullying. Entre las cuales más generalmente tenemos :
Conductas violentas que provienen de la ausencia de uno o ambos padres en la vida de un joven.
Carencia de empatía, por lo que el acosador no es capaz de percibir o sentir el sufrimiento que causa en otra persona
Dificultades económicas en el hogar, así como también sufrir de maltrato familiar
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Consecuencias del bullying
lamentablemente, la intimidación escolar puede dejar consecuencias psicológicas graves sobre la víctima. Sin embargo cada joven tiene su propia historia y dependerá de su propia fortaleza para sobrellevar las secuelas del bullying. Algunas de las consecuencias son:
Inseguridad en sí mismo,miedo al abandono y ansiedad
Incapacidad de comunicar sus sentimientos y pensamientos, lo que hace que tenga una pobre interacción social
Bajo rendimiento educativo y falta de interés por aprender o simplemente ser alguien en la vida.
Agresión física y verbal hacia su entorno o hacia sí mismo.
Sentimiento de culpabilidad y desconfianza.
Suicidio, la consecuencia más devastadora de todas
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Tipos de bullying
Existen muchas formas de bullying o prácticas de acoso acoplar, tales como:
Bloqueo social:consiste en fomentar u organizar marginación o el aislamiento social de la víctima prohibiendo le participar en actividades sociales o deportivas, excluyendo lo de dinámicas de grupo, o incluso amenaza de sufrir su misma suerte
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Hostigamiento:Bajo este nombre se incluye diversas dinámicas de acoso, persecución e intimidación sistemática, que insisten en un mensaje de desprecio, desconsideración, humillación, ridiculiza ion e incluso odio
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Coacción y coercion: Es decir, conductas intimidatoriaa que buscan forzar a la víctima a llevar acciones o a decir cosas en contra de su propia voluntad, bajo amenaza de violencia física, de violencia social o de otra índole. Esto le impone a la víctima un estigma de debilidad, indefension o sumisión, para ubicar al abusivo en una posición de poder o de autoridad
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Manipulación social:se llama así a los intentos por distorsionar la imagen pública de un compañero, indisponiendo a terceros en su contra, otros para fomentar una apreciación negativa del grupo que luego conduzca a mayores agresiones
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Violencia:Este es el punto más visible de todos, que traspasa la línea de la integridad corporal y puede hacer daños físicos pasajeros o permanentes. La agresión física puede darse en distintos niveles, yendo del maltrato simple a las golpizas e incluso a la violencia sexual
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Ciberacoso o cyberbulling:se llama así al acoso que se produce a través de las redes sociales, mediante la difamación, exhibición indeseada de la vida privada, secuestró de cuentas y de material personal, etc...
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Prevención del bullying
Los especialistas afirman que únicamente a a través de una intervención simultánea sobre los individuos, sus entornos familiares y la institución educativa, es posible arrancar el bullying de raíz. Sin embargo, en ello influye numerosos factores socioculturales que escapan al ámbito educativo, y que a menudo hacen difícil tan solo identificar al abusador
Sin embargo, las escuelas tiene la obligación de fomentar la comunicación entre alumnos y docentes. Así se evita que los casos de maltrato sean invisibles para el personal de la institución, especialmente para los encargados de la disciplina y los encargados del a asistencia psicológica, de haberla.
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La participación de los padres en este sentido es clave así como romper la comodidad de la indiferencia de los compañeros de la clase: el abuso debe ser identificado denunciado y de su conducta rechazada por el grupo, te modo que la precioso sea recaiga sobre la conducta negativa en lugar de sobre la víctima.
Por último el empoderamiento de la víctima es siempre una herramienta útil de la mano de la terapia psicológica la enseñanza de las artes marciales y métodos de defensa personal pueden inducir positivamente en su autoestima y brindarle recursos a la hora de lidiar con situaciones de abuso desde una perspectiva más saludable
Como intervenir en un caso de bullying
Prevenir están importe como intervenir para evitar los diferentes tipos de bullying siguiendo el protocolo de intervención en el acoso escolar publicado por el UNICEF, podemos destacar 8 pasos fundamentales para llevar a cabo un programa actuación en situaciones de acoso escolar:
Detectar la situación de bullying
Comunicar el problema a la dirección del centro educativo
Dar una atención completa al situación
Llevar una comunicación continua con la familia sobre el caso
Realizar un encuentro como todas las partes implicadas
Definir las medidas a seguir con las diferentes partes
Controlar si la implementacion de las medidas está siendo efectiva
Llevar a cabo las acciones necesarias para restablecer la convivencia en la escuela
Si quieres saber más sobre el tema puedes ver los siguientes videos :
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Espero que te allá gustado recuerda el bullying puede las timar a las personas no lo hagas
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secopiigrupo197 · 11 months
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¿En qué casos puede declararse la nulidad de un contrato administrativo?
Según la ley 80 de 1993 Los contratos del Estado son absolutamente nulos en los siguientes casos:
Falta de requisitos legales: Si el contrato no cumple con los requisitos legales, como la ausencia de licitación pública cuando sea requerida, la falta de autorización de una entidad competente, o el incumplimiento de normas de procedimiento, el contrato puede ser declarado nulo.
Vicios en el consentimiento: La nulidad puede declararse si una de las partes firmó el contrato bajo coacción, error, fraude o dolo.
Contratos prohibidos por ley: Algunas leyes colombianas prohíben la celebración de ciertos tipos de contratos. Si se celebra un contrato que está prohibido por la ley, este puede ser declarado nulo.
Cambio en circunstancias: Si ocurre un cambio fundamental en las circunstancias que hace que el contrato sea imposible de cumplir, esto puede dar lugar a la nulidad.
Incumplimiento de requisitos esenciales del contrato: La nulidad puede declararse si el contrato carece de elementos esenciales, como objeto ilícito, imposible o indeterminado, falta de causa o falta de capacidad de las partes.
Incumplimiento de requisitos formales: Si el contrato no se ejecuta de acuerdo con los requisitos formales establecidos por la ley colombiana
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joseantoniolugo · 3 years
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Perversiones ideológicas de la extrema derecha: del ecofascismo al anarcocapitalismo
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El anarcocapitalismo, también denominado a sí mismo libertarianismo o anarquismo libertario, trata de congraciar ideas del anarquismo (como la ausencia de autoridad estatal) con ideas del capitalismo (como el libre mercado). Básicamente y, por tratar de resumirlo mucho, creen que la protección de la libertad y de la soberanía del individuo debe de asegurarla el mercado libre y la propiedad privada.
Esta idea ha sido escenificada, parodiada y criticada ampliamente, pero muy especialmente en las sociedades típicas de la ciencia ficción cyberpunk, donde grandes corporaciones, a través de alianzas y un ejército privado, gobiernan de facto sobre territorios. Un ejemplo puede verse en la novela Snow Crash (1992) de Neal Stephenson. Este tipo de literatura trata, de hecho, de criticar qué sucedería si las dinámicas capitalistas no tuvieran ningún límite: espionaje, represión, desastre medio ambiental, amplias desigualdades…
Los anarcocapitalistas aluden a ciertos momentos en los cuales existió una sociedad que cumplía con sus ideales, destacando la República de Cospaia, un pequeño país que existió entre Florencia y los Estados papales (actual Italia) entre 1440 y 1826 que carecía de leyes, prisiones o ejército pero que sobrevivió gracias al comercio.
La mayoría de los analistas políticos modernos coinciden en que el anarcocapitalismo, en la práctica, no deja de ser una especie de “capitalismo puro”, donde las dinámicas de mercado en manos de la propiedad privada son las que rigen la sociedad, por lo que se enmarca en la derecha política e incluso en la extrema derecha.
De hecho, la mayoría de los discursos agitados por los libertarios, más aún por los anarcocapitalistas, relacionan cualquier regulación e intervención en la economía con el socialismo o con el comunismo. Esto se desprende de los discursos de Juan Ramón Rallo o de Jesús Huerta de Soto, que critican a la derecha política tradicional por ser demasiado intervencionista.
Una línea discursiva similar se desprende de influencers o youtubers como Libertad o lo que Surja o Spanish Libertarian o Wall Street Wolverine.
Junto al discurso del anarcocapitalismo (o incluso el libertarianismo en toda su extensión), se encuentra la oposición a cualquier acción política de índole estatal, lo que deriva en estar en contra de cualquier medida que abogue por la justicia social, la igualdad o el medio ambiente. A su vez, esto les lleva a asumir una postura antifeminista, antiLGTB e incluso racista (aunque en menor medida).
A esta mezcla de conservadurismo y libertarianismo es lo que se llama paleolibertarianismo, nexo que los une a la nueva derecha radical y a la tradición del paleoconservadurismo del autor Paul Edward Gottfried, antecedente ideológico de la alt-right.
Por supuesto, todo lo anterior es del todo incompatible con el anarquismo, puesto que el capitalismo y la propiedad privada en sí mismas es considerada por los anarquistas como una forma de coacción en sí misma. Y, de hecho, el anarquismo nació como una forma de oposición al capitalismo. También hay quienes, por otro lado, piensan que todas las formas de anarquismo (individualista, socialista, sindicalista, comunista, capitalista…) son compatibles y pueden convivir.
Al contrario de lo que sucede con otras perversiones ideológicas aquí expuestas, el anarcocapitalismo (y otras formas de libertarianismo) cuenta con un apoyo creciente, especialmente entre las generaciones más jóvenes. De la mano del auge de la ultraderecha y alimentado por la falsa rebeldía del discurso antipolítico y anti-establishment de la nueva alt-right, estas ideas cada vez tienen más cabida y no es extraño encontrar su presencia en redes sociales, organizaciones y otros ámbitos.
Pero, como el nacionalbolchevismo, no deja de ser eso: perversiones ideológicas de la extrema derecha que busca formas de justificar el mismo discurso de siempre.
Artículo completo en:
https://www.google.com/amp/s/www.eulixe.com/articulo/reportajes/perversiones-ideologicas-extrema-derecha-ecofascismo-anarcocapitalismo/20201030112546021299.amp.html
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flockofrussians · 3 years
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Génesis.
La perestroika y la glásnost fueron los últimos intentos de hacer política en un Estado federal que se dirigía inevitablemente hacia su final. Con él se abrieron nuevas puertas para esos líderes-sombra que permanecían ocultos, a la espera de su momento y beneficiándose de esa transformación estatal hacia la economía de mercado. Llegó con la iniciativa privada la proliferación de las organizaciones criminales, integradas por muchísimos trabajadores que quedaron desamparados tras el desmembramiento de la URSS: exagentes de la KGB, pero también veteranos de la guerra en Afganistán o de la primera y la segunda guerra de Chechenia, entre otros.
A raíz de ello empezaron a formarse los mercados criminales, por cuanto Rusia se había convertido, en aquel periodo de inestabilidad, en un Estado prácticamente sin ley. La Mafia rusa apareció como la forma más plausible de enriquecerse ante una pobreza cada vez más generalizada y un comercio cuyas bases se erigían a través de la brutalidad y la coacción, sin amparo ni seguridad jurídica.
La criminalidad  se manifestó como un germen que se propagaba más rápido que el propio fuego y se coló en los niveles más altos de la política y la misma Administración, además de penetrar directamente en la economía. Así, se convirtieron en actividades del día a día la extorsión, la corrupción, los fraudes, la prostitución, los secuestros y los asesinatos por encargo, el tráfico de drogas, de personas, de armas... Expandiéndose más allá de las fronteras rusas gracias a la apertura económica en la década de los 90.
Esta gama de entidades criminales germinó en otros países dentro y fuera de Europa, llegando incluso a establecer conexiones con otras mafias, como la italiana o los cárteles latinoamericanos, y de esta forma la Bratvá fue adquiriendo una importante influencia a nivel mundial.
Natasha Vólkova, tras la extinción de todo el trabajo de una vida (la Escuela de Gorriones), trató de reunir las cenizas restantes con la idea de hacer resurgir los valores de una unión que jamás moriría mientras personas como ella todavía vivieran. En realidad, nunca fue su intención que la nueva agrupación formase parte de esa gran red de criminalidad, y es que su sentimiento por la Madre Rusia era tan arraigado que se sabía incapaz de seguir aquel pragmatismo disfrazado, pero su insaciable sed de venganza por la masacre de la última generación de gorriones aseguró un pésimo liderazgo, tan débil como lo fue la URSS en sus últimas.
Una breve ausencia fue un gran descuido, tal que Katya Maksimova se alzó en su contra —avivadas las llamas de las críticas y divergencias con respecto a la líder— y tomó el relevo. Obligó a Natasha a desertar, y así fue como entró en juego una nueva organización criminal que no tardaría en hacerse un hueco en el panorama internacional por su extensa red de contactos y el creciente poder de la nueva dirigente, proclamándose recientemente como “la jefa de jefes”. Claro que todo ascenso siempre levanta ciertas espinas en quien se queda detrás...
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Más contradicciones
Hay conceptos, como populismo, cuya utilidad o validez como categoría de análisis para describir ciertos fenómenos políticos no siempre es evidente, debido a la multiplicidad y diversidad de definiciones contradictorias que se han utilizado para dilucidar su significado. Así ocurre también con el liberalismo. La libertad, al igual que la democracia, tiene una potencia moral tal que nadie quiere renunciar a ella como elemento central de su ideología. Muchos se dicen o son considerados liberales.
Sin embargo, hay desacuerdos profundos entre ellos respecto de temas fundamentales, como, por ejemplo, los márgenes y fronteras de la tolerancia; el grado de libertad individual que debe imperar en una organización política y social; la legitimidad de la intervención del gobierno en áreas de la vida personal; también lo hay respecto de cuánta libertad individual es preciso sacrificar por el hecho de ser parte de una comunidad; cómo se compatibiliza la libertad con otros bienes a los cuales legítimamente los hombres aspiran, como la igualdad o la justicia; la legitimidad del Estado de Bienestar, o las virtudes de la democracia. Así, hay liberales clásicos, liberales igualitaristas, libertarios, liberales-conservadores, conservadores-liberales o 'liberals' (con acento en la i), que son la expresión norteamericana del llamado 'progresismo' de izquierda.
Un hito se produce a partir de mediados del siglo XIX, cuando una corriente liberal comienza a definir el capitalismo, hasta entonces considerado la base material de otras libertades, como enemigo de la libertad, y a sostener que es posible usar la fuerza del gobierno para el avance de la justicia social, definida como igualdad material. Esta visión se impuso hasta tal punto que los liberales clásicos declinaron definirse como tales hasta que Von Mises sugirió rescatar el término y devolverlo a sus orígenes. La verdad es que el liberalismo es un concepto difícil de definir, pues ni siquiera hay acuerdo respecto de la naturaleza de la libertad: si esta es "negativa", o sea, la ausencia de coerción arbitraria de terceros sobre los designios individuales; o bien "positiva", que implica ser libre solo en la medida en que se persiga un bien superior, en aras del cual es posible y en general necesario utilizar formas de coacción. Isaiah Berlin afirma que los historiadores han documentado al menos 200 maneras de usar el término.
Ahora bien, como dice él, esta confusión conceptual es muy equívoca, porque "la libertad es libertad, no es igualdad, equidad, justicia, felicidad humana o una conciencia tranquila". En Chile el término liberal no siempre ha sido meramente descriptivo, sino que utilizado muchas veces como un juicio de valor, e incluso un epíteto. Para el conservador, liberal equivalía a laicismo, anticlericalismo y secularización, y para el socialismo, capitalismo egoísta y desenfrenado. En el siglo XIX el conflicto no se da entre el Estado y las libertades individuales, sino que más bien entre Estado e Iglesia, y el Partido Liberal aparece dispuesto a usar toda la fuerza del aparato estatal para alcanzar la secularización.
Igualmente paradójico, el Partido Conservador se presenta como el defensor de las libertades de enseñanza, asociación y religión, con el fin de defender la autonomía de la Iglesia en estas materias. Hoy la acepción negativa de liberal ha dejado de existir y más bien hay una competencia acerca de "quién es más liberal que yo" y, en el afán de clasificar a todos en compartimentos estancos, hay también encargados de entregar las correspondientes credenciales de "genuino liberal". El uso peyorativo hoy ha sido reemplazado por "neoliberalismo", que sería la encarnación del mal y el compendio de todas las perversidades económicas, sociales y morales del alma humana.
Santa Cruz, L. (2019). El liberalismo y sus contradicciones. Libertad y desarrollo. Recuperado de: https://lyd.org/opinion/2019/09/el-liberalismo-y-sus-contradicciones/
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facundocabralg · 5 years
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Migración: Sociedad en movimiento.
1)- Introducción
En este trabajo abordaré la problemática de los migrantes desde una perspectiva tridimensional, me serviré de la ingeniería conceptual del trialismo jurídico especialmente de la corriente que piensa al Derecho como integración, con ese propósito, analizaré la propuesta del libro Derecho Universal (una perspectiva para la ciencia jurídica de una nueva era), para finalmente brindar mi punto vista axiológico.
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2)- Dimensión sociológica: desplazarse o morir.
   La dimensión sociológica se hace cargo de la descripción de los hechos y de las conductas humanas, se trata de captar la realidad en su complejidad pura y de esta manera integrarla al análisis del fenómeno jurídico.
Como enseña la escuela clásica del trialismo jurídico, la dimensión sociológica analiza los repartos de potencia e impotencia que permiten o dificultan el desarrollo de los seres humanos y la expansión o no, de su esfera de libertad.
Los repartos refieren a las adjudicaciones originadas por la naturaleza, las influencias humanas difusas o el azar.
Pensemos ahora al Derecho como objeto de reparto en el marco del fenómeno de los migrantes, inmediatamente me surgen estas preguntas ¿quienes son los repartidores y quienes los recipiendarios del contenido jurídico? ¿de qué forma hacen este reparto? ¿cuales son las razones del reparto?
Simplificando al extremo podemos responder esas preguntas argumentando que los repartos jurídicamente relevantes son de carácter autoritario y se imponen por razones de utilidad.
La captación de los repartos que luego se convierten en normas universales están conducidas por las influencias humanas difusas de la economía planetaria, estos repartidores cuentan con adjudicaciones asimétricas de origen.
Las crecientes oleadas migratorias son de público conocimiento y no requieren una exhaustiva descripción, en términos generales digamos que si en el siglo pasado fue sobre todo el conflicto bélico lo que ocasionó la mayoría de los desplazamientos masivos, hoy es la desigualdad social la mayor motivación a la hora de moverse para subsistir.
Estudios demográficos recientes dan cuenta de que existen alrededor de 258.000.000 millones de migrantes, esto representa casi el 4% de la población mundial.
La realidad que estamos comentando tiene dos lados, en uno la lucha por la supervivencia obliga a los seres humanos a desplazarse, en el otro, la migración genera rechazo y se manifiesta en la reaparición de discursos racistas y xenófobos que identifican a los migrantes con la pérdida de las “buenas costumbres” y el trabajo de los habitantes de las naciones “huéspedes”, en este punto el interrogante que planteó el profesor Ricardo Guibourg a propósito de su intervención en las jornadas homenaje al Dr. Gabriel Chausovsky resulta oportuno: ¿Qué justificación estamos dispuestos a esgrimir para apropiarnos la exclusividad de los bienes construidos por quienes vivieron antes que nosotros?
Vivimos en una era caracterizada por la crisis de los grandes relatos, Lyotard advierte que los socialismos, los liberalismos y los conceptos de libertad, igualdad, fraternidad que durante el siglo XIX y gran parte del XX gozaban de buena salud, hoy son palabras en las que nadie realmente cree: "A pesar de la nostalgia, ni el marxismo ni el liberalismo pueden explicar la actual sociedad posmoderna. Debemos acostumbrarnos a pensar sin moldes ni criterios. Eso es el posmodernismo"
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En lo político, el sistema capitalista es lo único que permanece inconmovible, maneja los tiempos de las democracias liberales erguido como el gran disciplinador, además cuenta con el mérito -en pos de su conservación-  de haber sepultado la esperanza de los que creen que otro sistema es posible, teóricos contemporáneos califican a esta etapa como Capitalismo tardío (Mandel), Posmodernismo (Jameson) o Realismo Capitalista (Fisher) por tomar algunas referencias, estos coinciden en que nuestra sociedad presenta como una de sus características destacadas la ausencia de proyectos colectivos en su narratividad, así el hombre esclavo de la imagen y el deseo de consumo aspira en definitiva a encontrar su lugar en el mercado.
Para concluir con el recorte de realidad que nos propusimos en esta dimensión, traigo las palabras del profesor Homi Bhabha en El lugar de la cultura “el capitalismo transnacional y el empobrecimiento del tercer mundo crean cadenas de circunstancias que limitan la potencialidad de quienes habitan este sector “marginal” del mundo, la masiva diáspora de trabajadores migrantes forman parte del paisaje que arroja el sistema politico y economico moderno”.
3)- Dimensión normativa, más allá del discurso: Obligaciones y Derechos.
Resulta complicado abordar la dimensión normativa sin antes precisar que es lo que entendemos por derecho, razones prácticas me inclinan a optar por una definición teleológica, así, puedo afirmar que el derecho es una herramienta que pretende servir para hacer justicia, no una justicia allá en los cielos, una justicia divina, sino más bien una justicia posible, real, aquí y ahora.
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A partir de los juicios Nuremberg asistimos a una nueva universalización de la normatividad, el mundo advirtió la necesidad de contar con una herramienta coactiva para hacer que ciertos pactos “básicos” se cumplan más allá de los ordenamientos jurídicos de los estados soberanos.
Con ese objetivo se fundó la ONU y se celebró la Declaración Universal de los Derechos Humanos, leemos en el preámbulo de la carta que las naciones buscan preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra; reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, también en el preámbulo se expresa la necesidad de crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional como así también la promoción del progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto amplio de libertad.
Para tales fines las naciones pactantes se proponen practicar la tolerancia y a convivencia como buenos vecinos.
Sobre la cuestión que nos ocupa, la declaración proclama en su art.13 que “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado” Además agrega que “toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. bastante claro y sin mucho margen para la interpretación, sin embargo la realidad demuestra lo contrario y de hecho vemos a diario un uso discrecional del poder de deportación por parte de los Estados que sin argumentos y en muchos casos sin otorgar derecho a la defensa, impiden el ejercicio de esta libertad asignada por el derecho público internacional.
Considero loable la intención de la carta pero lo cierto es que en el siglo que corre el derecho internacional de los derechos humanos es más una especie de figura retórica al servicio de legitimar el poder de quienes efectivamente lo detentan, que cartas de triunfo para justamente quienes más necesitan de su protección y garantía.
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Observa Ciuro Caldani que si se repara en los ordenamientos supremos de los estados nacionales  -sus constituciones-, el mundo impresiona como un mosaico en realidad inexistente.
El imperio, supremo repartidor, parece optar por obviar el formalismo de lo escrito e imponerse directamente con la ley de la oferta y la demanda.
El nuevo orden mundial posee una nueva lógica y estructura de dominio, estamos en presencia de una nueva forma de soberanía, a medida que se derrumbaron los regímenes coloniales y sobre todo con el fin de la guerra fría asistimos a un proceso de globalización irreversible, una de las características notables del proceso es la transferencia de poder jurídico desde los estados-nación al poder hegemónico transnacional, esta transferencia generalmente no es explicitada ni asume formalidades, se da de hecho en los condicionamientos que imponen las economías consolidadas a los países tercermundistas.
Aunque desprovistas del poder de coacción tradicional, numerosas normas del Derecho Universal de nuestros días conducen a la planetarización a través del llamado derecho sof law, dotado de la fuerza que le brinda la economía.
La norma hipotética fundamental de la cual Kelsen cuelga todo el andamiaje jurídico se trata de un supuesto de hecho que permite a los habitantes de un estado nación, reconocerse sujetos de obligaciones y derechos, está grundnorm  funciona como principio ordenador de la juridicidad, una norma hipotética que al decir de Kelsen no puede ser escrita sino solo pensanda, es la que dota de sentido y cuerpo al concepto de soberanía, ahora bien, esta proyección de la norma fundamental es criticada por Ciuro Caldani ya que el jurista rosarino considera que la verdadera norma hipotética sobre la cual se sostienen los estados en la actualidad, es de alcance global y está definida aunque no formalizada por las potencias económicas: “a menudo el ocultamiento de la perspectiva universal esconde que la norma hipotética fundamental va dejando de referirse a los ordenamientos estatales”
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En este sentido se pregunta el autor citado ¿hasta qué punto las normas que rigen al mundo responde fielmente a los deseos e intereses de las comunidades? ¿Porque si estamos en un proceso de universalismo galopante el derecho se detiene en particularismos?
El derecho internacional de migración es un derecho al que podemos adjetivar como débil, tal cual lo reconoce la propia OIM (Organismo Internacional para las Migraciones) dependiente de la ONU, este organismo tiene una constitución a la que vamos a hacer mención brevemente, el texto comienza reconociendo la necesidad de la cooperación internacional para que la migración sea lo más armoniosa posible, en tal sentido los estados se comprometen a dictar normas que faciliten condiciones más favorables para el asentamiento e integración de los migrantes en la estructura económica y social del país de acogida.  Estas normas — que emanan de las relaciones, negociaciones y prácticas entre Estados — están consignadas en instrumentos de carácter no vinculante y en tratados multilaterales y bilaterales.
En su artículo primero que lleva por título: Objetivos y Funciones, después de enumerar acciones tendientes sobre todo la cooperación en materia de traslado y resguardo de los migrantes, se termina dejando en manos de los estados contratantes las normas de admisión y el número de inmigrantes a admitirse, en este punto el derecho pierde su fuerza y se convierte en mero discurso.
Se evidencia constante la tensión entre derechos por un lado e intereses económicos por el otro, de esta tensión se nutren los avances y retrocesos en materia de reglamentación y políticas hacia las personas en situación de desplazamiento, el último antecedente destacado lo tenemos con la celebración del Pacto Mundial para la Migración, celebrado en Marrakech, en el mismo las partes firmantes reconocen la problemática global y se proponen generar instrumentos para dotar de institucionalidad el estatus de migrante, se pone énfasis en el registro, se promueve el debido proceso y la evaluación individual de los casos de migrantes ilegales para regularizar su situación. Es un avance.
En contra, el pacto sigue considerando a la migración como un problema de seguridad, desde este enfoque se pretende establecer medidas que prevengan y restrinjan la movilidad legitimando la detención como instrumento de política migratoria y enfatiza sobre los mecanismos de deportación.
En el ámbito local la ley de migración argentina aprobada en 2003 introdujo al mundo el paradigma del derecho a migrar. La regularización migratoria, condición necesaria para el ejercicio de derechos por parte de las personas migrantes, pasó a ser entendida como un deber del Estado y un derecho de les migrantes. Se crearon garantías de acceso a la justicia y debido proceso para proteger a estas personas de violaciones de derechos en los procedimientos de deportación y expulsión.
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Sin embargo, en el mundo la tendencia es otra, el discurso conservador se populariza al ritmo de las crisis económicas, los argumentos que se esgrimen consisten básicamente en una especie de patriotismo excluyente.
En definitiva, el derecho internacional de los migrantes funciona como una serie de principios que buscan orientar, fomentar, promover, inspirar, que los distintos estados cooperen para brindar al hombre o mujer en situación de desplazamiento un trato digno.
Si bien estos principios funcionan como un puente necesario entre la política y el derecho, considero necesario cruzarlo de una vez para garantizar una adjudicación efectiva de las libertades posibles.
4)-  Dimensión axiológica. Derecho global como justicia debida.
La dimensión en cuestión plantea un primer interrogante que podríamos denominar ontológico, a saber: ¿existe lo justo en sí.?
Por otra parte me pregunto si en esta dimensión debemos aspirar a encontrar la justicia disponible ya sea por la naturaleza o por la razón, o bien, pensar lo justo como una construcción posible, me inclino por esta última opción, creo en la justicia como una construcción colectiva.
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Coincido con el maestro Ciuro Caldani cuando advierte que la falta de conciencia de un espacio jurídico total «Derecho Universal» da lugar a individuos alienados sin referencia espacial, recortados en sus perspectivas temporales y materiales, finalmente desarticulados del sentido de plenitud vital.
Pienso en el derecho de los migrantes como pienso en cualquier derecho, parto desde un ejercicio de empatía, una decisión política, una responsabilidad ética. La pregunta que me formulo es la siguiente: ¿con qué garantías me gustaría contar en caso de encontrarme en situación de inmigrante?
Así como la problemática ambiental requiere medidas efectivas de cooperación, también el derecho universal requiere que criterios objetivos garanticen la integridad física y psicológica del migrante, se hace imprescindible que las cartas de intención se conviertan en cartas de triunfo a la hora de velar por la dignidad humana.
Nuestro esfuerzo debe centrarse en la construcción de un reparto normativo armónico como base de una sociedad global más equitativa, mejor. La posibilidad de decidir dónde vivir es un aspecto fundamental de la libertad humana.
Como vimos en la dimensión sociológica, al parecer el derecho universal está flanqueado por una fuerte tensión Justicia/Utilidad, Ciuro Caldani insiste en esta antinomia cuando dice por ejemplo que “la utilidad es un valor de composición, pero al propio tiempo de descomposición de lo inútil. La función de composición de la justicia es mucho mayor. Se ha podido decir que la justicia es un valor franciscano cuya valía consiste en permitir que los demás valores valgan” este clivaje que se usa para describir el conflicto no sirve para resolverlo, la desigualdad va en aumento y con ella aumentan el numero de personas que deben escapar de su país de origen, llegados a este punto me parece válido preguntar ¿cuánta utilidad nos proporciona como comunidad global mantener la precariedad en las garantías de los migrantes?
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En un mundo hiperconectado como el que nos toca vivir ¿pueden las naciones poderosas mirar para otro lado y no asumir su responsabilidad en la desigualdad estructural de la comunidad global actual?
La respuesta no les sorprenderá, todavía pueden. La subversión del orden normativo global no será impulsado por los países que quieren conservar su posición, se hace imprescindible una conciencia jurídica poscolonial que dispute el sentido normativo y logre persuadir desde una nueva sensibilidad.
Creo que debemos caminar hacia plataforma normativa global que  tome en serio los derechos humanos, para este cometido se requiere el establecimiento de obligaciones que los estados se comprometan a cumplir y la fuerza suficiente para establecer sanciones en el caso de que así no sea.
5)- Conclusión. Un nuevo reparto de lo sensible para una normatividad global.
Las asociaciones siempre se forman en vista de algún bien, Aristóteles considera que por su naturaleza el Estado es superior al individuo ya que según el estagirita, si se hallase un hombre que pretendiera vivir aislado, no sería propiamente un hombre sino una fiera salvaje o un dios, la vida social es un imperioso mandato de la naturaleza. Si mutatis mutandis ampliamos este razonamiento y lo aplicamos a las distintas naciones debemos reconocer que se hace imprescindible la construcción de un nuevo contrato social universal o mejor dicho global ya que el universo permanece aún inabarcable para nosotros, además los extraterrestres no están obligados a respetar nuestros pactos.
La construcción del marco jurídico de nuestra sociedad global es una tarea política, una creación cultural que debe aspirar a la comunión.
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Pero por donde encarar este nuevo pacto para vivir mejor, Arturo Paoli desde una lectura profundamente humanista del pensamiento de San Lucas nos deja algunas pautas para comenzar esta tarea: “La liberación histórica de las estructuras que reducen la personas a homo oeconomicus, tiene necesidad de ser alimentada por la esperanza cierta de que rota la costra de lo económico, el hombre existe, y existe como ser capaz de amor (...) la política en sí, debería ser coordinación de hombres e intentos, para lograr el bienestar de la colectividad”
Quizá pueda sonar utópico pero creo realmente que así como ningún individuo puede realizarse en una sociedad que no se realiza, ninguna nación puede realizarse en su totalidad teniendo a naciones hermanas sumidas en la más absoluta miseria, aquí entraría en funcionamiento una especie de mantra kantiano del estilo: Trata a tus hermanos extranjeros como te gustaría ser tratado fuera de tu país. Algo planteado por el gigante prusiano en su obra sobre la paz perpetua: "La ley de la ciudadanía mundial debe estar limitada a condiciones de una hospitalidad universal"
Que en nuestros días la tecnología de las comunicaciones ocupa un lugar central es incuestionable, por ejemplo hoy es domingo y escribo esto mientras escucho los gritos y los lamentos de mis vecinos que se encuentran viendo y sintiendo, seguramente como en el resto del mundo, cada uno de los avatares y los dramas que se presentan en la saga de “Juegos del Trono”
El consumo masivo de productos culturales en simultáneo es un fenómeno que informa la posibilidad de tener a millones de personas viendo, escuchando y quizá sintiendo lo mismo, las redes sociales nos permiten establecer contacto diario con cualquier persona del mundo, podemos hacer amistad e incluso enamorarnos en la red, la realidad virtual achica las distancias, sin duda, la ubicuidad es una de las facetas centrales del presente que vivimos, un multipresente, un ultrapresente.
A pesar  de compartir la visión que indica que la búsqueda de utilidad es la rueda que mueve al mundo de las relaciones sociales y de las conductas en interferencia intersubjetiva, considero apropiado abogar por la posibilidad de intervenir en la conciencia global de forma política para establecer un nuevo reparto de lo sensible que permita que lo que se considere útil sea también justo y valioso. Marcuse lo dijo antes y mejor que yo: “Se encuentra disponible el espacio tanto físico como mental, para construir el predominio de una libertad que no es la del presente: una liberación, asimismo, respecto de los libertinajes del aparato explotador; una liberación que deberá preceder a la construcción de una sociedad libre, que exige un rompimiento histórico con el pasado y presente”
Esta afirmación no quiere indicar de modo alguna la objetividad del valor justicia, pero si se sostiene desde la confianza en el entendimiento humano y su capacidad para establecer acuerdos virtuosos, considero que la condiciones están dadas para plantear una nueva sensibilidad social, un nuevo reparto de lo posible.
Esta nueva sensibilidad debería consistir en una fuerte defensa de los instintos de vida sobre la agresividad y la culpa, un impulso visceral nos llevaría a combatir en todos los niveles de nuestra pequeña existencia la injusticia y la miseria.  
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Ciuro se pregunta porque cuando el mundo se volvió evidentemente más universal, el derecho se detiene en particularismos, el profesor trialista considera que es el valor humanidad el que consagra la exigencia de justicia del derecho universal, justicia entendida como construcción de un principio supremo que consista en adjudicar a cada individuo la esfera de libertad necesaria para convertirse en persona, o sea para desarrollarse plenamente.
Por ultimo considero que si la filosofía del derecho tiene una búsqueda o un sentido, deber ser el de dar respuestas jurídicas a los problemas que aquejan a la humanidad y debilitan su potencia, ese es el camino que nos proponemos recorrer.
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riusugoi · 5 years
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En aquello que de individual conserva en su génesis, en las cualidades subjetivas que pone en acción para revelar un hecho que signifique un enriquecimiento objetivo, un descubrimiento filosófico, sociológico, científico o artístico, aparece como un fruto de un azar precioso, es decir, como una manifestación más o menos espontánea de la necesidad. No hay que pasar por alto semejante aporte, ya sea desde el punto de vista del conocimiento general (que tiende a que se amplíe la interpretación del mundo), o bien desde el punto de vista revolucionario (que exige para llegar a la transformación del mundo tener una idea exacta de las leyes que rigen su movimiento). En particular, no es posible desentenderse de las condiciones mentales en que este enriquecimiento se manifiesta, no es posible cesar la vigilancia para que el respeto de las leyes específicas que rigen la creación intelectual sea garantizado. 
Ni que decir tiene que no nos solidarizamos ni un instante, cualquiera que sea su éxito actual, con la consigna: “Ni fascismo ni comunismo” consigna que corresponde a la naturaleza del filisteo conservador y asustado que se aferra a los vestigios del pasado “democrático”. El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. Pues si rechazamos toda la solidaridad con la casta actualmente dirigente en la URSS es, precisamente, porque a nuestro juicio no representa el comunismo, sino su más pérfido y peligroso enemigo.
“El escritor – decía Marx – debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso debe vivir para ganar dinero... El escritor no considera en manera alguna sus trabajos como un medio. Son fines en sí; son tan escasamente medios en sí para él y para los demás, que en caso necesario sacrifica su propia existencia a la existencia de aquéllos... La primera condición de la libertad de la prensa estriba en que no es un oficio.” Nunca será más oportuno blandir esta declaración contra quienes pretenden someter la actividad intelectual a fines exteriores a ella misma y, despreciando todas las determinaciones históricas que le son propias, regir, en función de presuntas razones de Estado, los temas del arte. La libre elección de esos temas y la ausencia absoluta de restricción en lo que respecta a su campo de exploración, constituyen para el artista un bien que tiene derecho a reivindicar como inalienable. En materia de creación artística, importa esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que no permita con ningún pretexto que se le impongan sendas.
Reconocemos, naturalmente, al Estado revolucionario el derecho de defenderse de la reacción burguesa, incluso cuando se cubre con el manto de la ciencia o del arte. Pero entre esas medidas impuestas y transitorias de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer una dirección sobre la creación intelectual de la sociedad, media un abismo. Si para desarrollar las fuerzas productivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen socialista de plan centralizado, en lo que respecta a la creación intelectual debe desde el mismo comienzo establecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna coacción, ni el menor rastro de mando! Las diversas asociaciones de hombres de ciencia y los grupos colectivos de artistas se dedicarán a resolver tareas que nunca habrán sido tan grandiosas, pueden surgir y desplegar un trabajo fecundo fundado únicamente en una libre amistad creadora, sin la menor coacción exterior.
De cuanto se ha dicho, se deduce claramente que al defender la libertad de la creación, no pretendemos en manera alguna justificar la indiferencia política y que está lejos de nuestro ánimo querer resucitar un pretendido arte “puro” que ordinariamente está al servicio de los más impuros fines de la reacción. No; tenemos una idea muy elevada de la función del arte para rehusarle una influencia sobre el destino de la sociedad. Consideramos que la suprema tarea del arte en nuestra época es participar consciente y activamente en la preparación de la revolución. Sin embargo, el artista sólo puede servir a la lucha emancipadora cuando está penetrado de su contenido social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus nervios, cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior.
Toda tendencia progresiva en arte es acusada por el fascismo de degeneración. Toda creación libre es declarada fascista por los estalinistas. El arte revolucionario independiente debe unirse para luchar contra las persecuciones reaccionarias y proclamar altamente su derecho a la existencia. Un agrupamiento de estas características es el fin de la Federación internacional del Arte Revolucionario independiente (FIARI), cuya creación juzgamos necesaria.
He aquí lo que queremos: La independencia del arte – por la revolución; 
La revolución – por la liberación definitiva del arte.  
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4 de setiembre Día mundial de la Salud Sexual El día Mundial de la Salud Sexual se celebra el 4 de setiembre para promover una mayor conciencia social sobre la salud sexual alrededor del mundo. El primer Día Mundial de la Salud Sexual fue celebrado bajo el slogan: “Hablemos acerca de eso ¡” para empezar a combatir los miedos y tabúes que rodean a la sexualidad. La OMS (Organización Mundial de la Salud) define a la salud sexual como un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad; la cual no es solamente la ausencia de enfermedad, disfunción o incapacidad. Para que la salud sexual se logre y se mantenga, los derechos sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y ejercidos a plenitud. Se requiere un enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y de las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de toda coacción, discriminación y violencia”. Para ello es necesario que se reconozcan, respeten y se ejerzan los Derechos Sexuales: Derecho a la libertad sexual (se refiere a la posibilidad de expresión del potencial sexual de los individuos; excluye toda forma de coerción, explotación y abuso sexuales). Derecho a la autonomía, integridad y seguridad sexuales del cuerpo (se refiere a la capacidad de tomar decisiones autónomas sobre la propia vida sexual en un contexto de ética profesional y social; así como el control y disfrute de nuestros cuerpos, libres de tortura, mutilación y violencia de cualquier tipo). Derecho a la privacidad sexual Derecho a la equidad sexual (en oposición a todas las formas de discriminación). Derecho al placer sexual (incluyendo el autoerotismo; de fundamental importancia en el autoconocimiento y un sano desarrollo psico-sexual del niño y adolescente). Derecho a la expresión sexual emocional (todo individuo tiene derecho a expresar su sexualidad a través de las diversas formas de comunicación que van más allá drecho a expresar su sexualidad a través de las diversas formas de comunicación que van más allá del acto sexual). Derecho a la libre asociación sexual Derecho a la toma de decisiones reproductivas. (en Colón, Buenos Aires) https://www.instagram.com/p/CiF_jsJrARa/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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fjdrevorio · 3 years
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“El Miradero”, 28/01/2022
Enseñar la Constitución, educar en democracia
Hace muchos años que algunos colegas venimos insistiendo en que la verdadera clave para afrontar gran parte de los retos importantes de nuestras sociedades está en la educación. Es verdad que, como siempre digo, ningún ordenamiento ni ningún Estado se pueden sostener sin el recurso a la imposición coactiva de las normas; pero no es menos cierto que tampoco perdurarán si solo utilizan ese recurso a la coacción. Y ahí es donde la enseñanza de lo que podemos llamar “valores constitucionales” juega un papel esencial. En realidad, esta enseñanza es, más propiamente, educación, porque no se trata meramente de ofrecer conocimientos, sino de inculcar esos valores. Algo que, por lo demás, no es opcional, porque es un imperativo que, además, podemos encontrar no solo en el artículo 27.2 de nuestra norma fundamental, sino también, incluso de forma más amplia, en el artículo 13.1 del pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Aunque, por supuesto, este mandato debe hacerse compatible con otros principios y derechos reconocidos en los mismos textos, sobre todo los derechos de los padres a escoger para sus hijos el tipo de educación y la formación religiosa y moral acorde con sus convicciones. Y ello implica la exigencia de que esta educación en valores no puede convertirse en una forma de adoctrinamiento, sobre todo si ese adoctrinamiento ignora que la libertad y el pluralismo son también valores, y trata de imponer, particularmente en temas socialmente controvertidos, una única visión o enfoque.
           No me gusta usar este espacio para comentar proyectos o libros en los que he tenido parte, pero todo tiene sus excepciones, y creo que la más justificada se produce en casos como este, en los que resulta indudable la relevancia e implicación social de nuestras preocupaciones como investigadores. El caso es que desde hace años vengo, junto a mi colega Carlos Vidal Prado, codirigiendo un proyecto que ha abordado esta temática, participando en la formación de profesores de niveles preuniversitarios, y analizando la situación en España, donde hemos encontrado indudables déficits, que en parte han venido generados, al menos hasta ahora, por la casi total ausencia de contenidos comunes, lo que ha dejado la cuestión en manos de las Comunidades Autónomas, con diversidad de criterios, y tendencia al absurdo de ofrecer este tipo de enseñanzas como alternativa a la religión. Veremos cómo evoluciona este tema, de momento acabamos de publicar uno de los resultados de este proyecto en una monografía que aborda estas y otras cuestiones, no solo desde la perspectiva española, sino también comparada.
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juanprieto · 3 years
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UN ASUNTO DEMASIADO FAMILIAR. Rosa Ribas
1ª PARTE
El día a día de una empresa familiar es suficiéntemente complicada para que, además, todos los miembros de la misma trabajen en ella y formen, casi en su totalidad, la plantilla de la misma. Si encima resulta que la empresa es una agencia de detectives en horas bajas y ubicada en un barrio popular, muy marcado por sus tradiciones y con una fuerte identidad gestada en su origen de antiguo municipio independiente (Sant Andreu), el resultado que podríamos esperar sería una novela con un índice muy alto de costumbrismo y de personajes y situaciones arquetipicas con sabor a barrio.
En declaraciones de su propia autora, Rosa Ribas reconoce que ha huído con premeditación del relato amable y costumbrista. Tambíen se declara opuesta a considerar la novela como una forma de realizar crítica social (https://elpais.com/cultura/2019/09/23/elemental/1569235033_282450.html)
Piensa que, en este caso, el resultado rebajaría el interés del relato policial y lo situaría en un nivel inferior del resto de los géneros literarios.
En "Un asunto demasiado familiar" tambíen ha declarado que ha intentado contar la historia de una familia y las relaciones que se establecen entre sus miembros, marcados, eso sí, por su trabajo en la agencia Hernández Detectives.
Ella, que siempre has escrito desde la distancia (lleva muchos años viviendo y trabajando en Alemania, aunque viaja frecuentemente a Barcelona y a El Prat, donde nació) y desde la añoranza, esta vez lo hace situando a sus personajes en la actualidad, en el día de hoy.
La sede de Hernández Detectives se ubica en la misma casa familiar donde conviven el matrimonio de Lola y Mateo con su hija Amalia, que recientemente ha vuelto después de una relación fallida. Marc, el único hijo, frecuenta la casa por razones de trabajo y también porque encuentra consuelo para soportar un matrimonio que va a la deriva. Completa la plantilla Daniel Ayala, el encargado de hacer el trabajo sucio, un personaje un poco enigmático del que se adivina como principal cualidad su falta de escrúpulos y una rocosa fidelidad a Mateo.
En estos momentos, la agencia y la familia vive unos momentos de incertidumbre y desasosiego. Nora, la hija más capaz para las labores detectivescas, crea un trauma en todos y cada uno de los miembros de la familia. De puertas afuera, Nora se ha marchado de viaje, pero en la casa se instala una tristeza y una impotencia por no saber las causas por las que se ha marchado inesperadamente y sin dar explicaciones. También se desconoce el lugar donde se encuentra y las condiciones en las que está. Esta incertidumbre minará aun más la delicada estabilidad que mantiene fusionada la unidad familiar.
Casualmente otra desaparición es el primer caso de la agencia del que los lectores tenemos noticia. A su puerta llama un empresario de éxito del barrio, Carlos Guzmán, partícipe en oscuros negocios que le hacen temer lo peor respecto a la desaparición de su hijo. La ausencia de Nora ha producido una extraña reacción en la agencia: prohibido ocuparse de desapariciones; si hay que encontrar a personas perdidas, tiene que dedicarse ese tiempo a buscar a la hija mayor. Ante la negativa de Mateo a ocuparse del caso, Carlos Guzmán insiste, presionando al detective con hacer público un oscuro delito en los que se vio implicado en su juventud.
Esta primera parte está marcada, sin embargo, por la enfermedad sin nombre de Lola, una enfermedad mental que alterna con extraños casos de lucidez, en los que es capaz de vislumbrar, con una mágica clarividencia, los entresijos más secretos de los casos de los que se ocupa la agencia.
2ª PARTE
Anda enredada la agencia Hernández Detectives en la desaparición de Jonathan Guzmán y en otros casos menores que a duras penas dan el suficiente beneficio como para mantener la acitvidad de la empresa. Y más ahora que Amalia ha vuelto después de su fracasada experiencia matrimonial y profesional.
Mateo llega a casa con unas latas de tomate. Una buena ocasión para crar buen ambiente. Todos ríen, especialmente Lola (¡cómo si no tuvieran suficientes tomates con los que cultiva la tía Claudia!) Ella está en esos picos de la montaña rusa en la que se convierte su estado de ánimo y su vida.
Sin embargo, ni siquiera un momento tan distendido como el de las latas puede ocultar las tensiones que se acumulan entre los miembros de la familia. Todo es suspicacia, miradas torvas y rencores que se acumulan al no ser formuladas las quejas que a todos les gustaría hacerse.
Vuelven a la realidad con la pregunta más pertinente en ese momento: "¿Cómo lo lleváis, lo del chaval Guzmán?". Mateo, disgustado por haber tenido que aceptar el caso por la coacción de Carlos Guzmán ("Claro que lo estamos buscando..., pero me toca mucho los cojones que me chantajeen), cuenta lo que va descubriendo: las citas secretas de Garull, el ex-socio de Guzmán y la actitud de Jonathan, confraternizando con los obreros extranjeros que trabajan con su padre y despertando su conciencia obrera y reivindicativa. También les cuenta detalles sobre la personalidad del joven desaparecido: escribe poemás, tiene todo lo que quiere y no le falta de nada, era un niño rico que se revela de la autoridad de su padre, acercándose a los emigrantes que su padre explota en sus obras.
En el caso de la desaparición de Jonathan las sospechas de los Hernández se debaten entre seguir las sospechas de que el joven ha sido víctima de un secuestro por las mafias que dominan los oscuros negocios en los que se ha metido el padre, o, como opinan sus amigos y la mente clarividente de Lola, que se ha marchado huyendo de un padre autoritario que le ha despreciado y ha abusado siempre de los más débiles.
Ante la falta de pistas, la estrategia de Mateo es profundizar en la vida de Jonathan, su novia, sus amigos, los vecinos del barrio y las relaciones con sus padres, repartiendo las tareas entre Amalia y Marc. De esta forma se nos muestran los detalles de las pesquisas de barrio que llevan a cabo en un distrito como el de Sant Andreu, casi un pueblo incrustado en Barcelona, donde todos se conocen.
Si hace unas lineas habábamos de una charla distendida de toda la familia con motivo de los celebrados botes de tomate, la tormenta está a punto de estallar sin previo aviso. Algo grave guarda Lola en contra de Carlos Guzmán (¿tal vez que su marido fuese novio en su juventud de la actual mujer de Carlos, Raquel?) que se expresa con una ferocidad de la que no tenemos los detalles para opinar si está fundamentada o no: "Carlos, un mafioso, educado a hostias, grosero y brutal, y ella una pánfila, la sufrida espñosa que lo acoge en casa después de cada escapada ..." O, tal vez sea el reproche a Mateo por no dedicare todo sus esfuerzos en conocer el paradero de Nora. Le grita Lola, antes de entrar en una espiral de rabia y autodestrucción, "¿No tienes que buscar al niñato ese? ¡Lárgate! Igual lo encuentras pronto y te queda tiempo libre para buscar a Nora".
Los pequeños avances en las averiguaciones de ese caso, al que se dedica casi con exclusividad toda la familia, se ven ralentizados en la narración por la evidencia de las tensiones que se producen en la familia Hernández - Obiols y que amenazan con destruir el débil equilibrio en el que se mueven todos.
No son hechos concretos, sino pequeños detalles que van minando la confianza y la convivencia. Amalia, en un café con su prima Silvia, tiene que escuchar cómo esta le pregunta por qué ha vuelto a vivir con sus padres y a trabajar en la agencia. De Marc sabemos que su vida ha entrado en una espiral de autodestrucción que amenaza también su matrimonio y su estabilidad emocional. Solo Mateo se mantiene firme, utilizando su autoridad como propietario de la empresa familiar y como cuidador casi exclusivo de Lola en su momentos de crisis. "No lo quiero tener que repetir. Yo me encargo de ella. A mi manera. Y una cosa puedes tener por cierta: tu madre no vuelve a una clínica".
De él no sale una queja, como no sea para criticar el abuso que ejerce el inutil de su hermano Basilio con los bienes y propiedades de sus padres. Esta rotundidad resulta extraña al lector. Sin conocer todavía muchos detalles de su enfermedad, es posible pensar que Lola estaría mejor y más cuidada en un ambiente que controlen sus accesos de furia y autodestrucción.
3ª PARTE
Se resuelve finalmente el caso de la desaparición de Jonathan, lo poco que queda por aclarar, después de que su amigo Pep Soler intente cobrar el dinero de un falso secuestro y que les informe de que Jonathan se fue voluntariamente de su casa. ¡Pobre chico! Le esperan unos buenos capones o que lo manden a un colegio interno. Los padres acosan a preguntas al hijo recuperado, pero no parecen saber toda la verdad de lo sucedido, y creo que Mateo tampoco les va a contar todo lo que sabe, porque el chico podría ser víctima de la ira de su padre si este supiera que, de noche a la mañana, ha descubierto su homosexualidad, ha dejado a su novia y se ha enamorado de Claudiu, un compañero rumano de la obra en la que trabajaba.
"Me marché de casa porque no soporto más a mi padre, con sus negocios sucios, inhumanos, es un explotador". Es normal que Lola apenas pueda contener la risa. Les da pena, porque, como dice Lola: "Podría haberle pasado cualquier cosa. Solo, en un edificio abandonado donde lo encontraron". Todo tiene menos épica de lo que parecía, cuando entraron en escena los dos esbirros búlgaros que intentaron asaltar a Mateo y Ayala. Jonathan es un joven idealista, seguramente mimado por su madre y humillado por su padre, al que el mayor gesto de rebeldía que se le ha ocurrido es marcharse de casa y refugiarse en una obra que construye su padre.
Los Hernández brindan con cava por la resolución (y el buen dinero que van a recibir) del caso. Este va a ser uno de los pocos momentos de alegría de la novela, cuando todos se sienten satisfechos y más unidos que nunca.
En esta parte asistimos a varios ejemplos, en épocas distintas, de la relación entre padres e hijos. La de Carlos Guzmán con Jonathan, aunque basada en el sentimiento de autoridad represiva y brutal, seguramente heredados de lo que Carlos heredó del suyo, tiene matices distintos a la que Mateo recuerda con su padre, Conrado. Mateo, recién sumergido en una adolescencia rebelde y peligrosa, tuvo que recibir varias lecciones que sirvieron para ponerlo en su sitio y enderezar su destino, que parecía lo bastante torcido como para flirtear con el delito y la cárcel. Los padres antes no se andaban con chiquitas. Les había costado muchos esfuerzos hacerse un hueco en la gran ciudad como para que sus hijos no lo aprovechasen, o dilapidasen, las oportunidades que los nuevos y más prósperos tiempos les ofrecían.
Por eso parece enternecedor el trato y la delicadeza con la que Mateo trata a Conrado, aquejado, en apariencia, de algún tipo de demencia. Nada que ver con la rabia acumulada por Carlos hacia el suyo, al que aseguró un plato de comida diaria, pero poco más.
Los pequeños éxitos de la agencia Hernández no pueden ocultar su principal y más importante fracaso: no tienen ninguna noticia de Nora, a la que parece que se la ha tragado la tierra. “Nora se había marchado y no habría paz hasta que supieran por qué”. Amalia inicia una investigación sobre los últimos casos que pasaron por las manos de su hermana y descubre pequeños detalles que, a ella que cree conocer muy bien a su hermana, no se le escapan. Nora dedicó sus últimos momentos en la agencia a indagar sobre la muerte de un médico, viejo amigo de la familia, el doctor Vinyals. El doctor dejó un insólito reguero de comportamientos que permanecían ocultos: participaba en timbas secretas con personajes peligrosos y sin escrúpulos, y su muerte no había reducido el odio que su viuda le profesaba. Pero ¿tenía algo que ver su muerte con la desaparición de Nora?
Marc inicia una degradación constante en su vida. Es infeliz. Es el que aparentemente tiene menos razones para quejarse, pero su demonio interior le hace autodestruirse. Está casado, pero en su matrimonio planea también un sentimiento de insatisfacción.
En la agencia es el hermano menos brillante, pero también el que conoce mejor cual es su lugar y sus capacidades. Era consciente de la predilección de su padre por Nora y de que a ella le hubiera transferido más tareas de responsabilidad de las que a él ofrece. La vuelta de Amalia a la agencia incita a que aumenten los resquemores entre hermanos. Es incapaz de ocultar su descontento. Alentado por su tío Basilio, pide a su padre que lo haga socio después de tantos años de estar a su sombra. Pero Mateo quiere seguir manteniendo la propiedad absoluta en su empresa. ¿Desde cuando una empresa o una familia son entidades democráticas?, se pregunta Mateo, y así se lo hace saber , para su disgusto , a Marc.
Marc tampoco inspira demasiada confianza a su padre. Este sabe que últimamente ha puesto demasiadas escusas para no cumplir con sus obligaciones. Sin embargo también en este caso aplica la máxima de no hacer demasiadas averiguaciones. Si confirma que Marc lo engaña, ¿después qué va a hacer?
El momento de calma que se respira en la casa mantiene a todos en alerta. Saben que la quietud y el sosiego solo puede ser el anticipo de la tormenta. No sabemos el motivo por el que Lola le pide a su hija que averigüe quién es la amante de Quimet Gasull. No sabemos si es simple curiosidad o que Lola, siempre imprevisible, está dando muestras de empezar una nueva crisis.
El pasado vuelve y también los fantasmas antiguos vuelven a la vida de Mateo Hernández. Hemos conocido algunos detalles de su juventud turbulenta, cuando coqueteaba con la delincuencia y con el lumpen de su barrio. Los 80 en Sant Andreu debieron ser igual de oscuros y peligrosos como lo habían sido en El Prat, el pueblo de Rosa Ribas. La autora reconoce que tiene poco de idílico la idealización de esos años de tanta droga y delincuencia en el cinturón industrial de Barcelona.
La plaza de Orfila con la parroquia de Sant Andreu de Palomar al fondo
A Mateo su padre le exigió esfuerzo y responsabilidad ante la deriva peligrosa que estaba adoptando su vida. No sabía, sin embargo, que poco antes había estado a punto de que la policía le relacionase con un fustrado atraco a un comercio en el que el dueño acabó con graves lesiones. Todos los miembros de la pandilla de atracadores acabaron muertos o en la cárcel menos Mateo. Con esa vieja historia lo chantajeó Carlos Guzmán, al principio de la novela, para obligarle a que se hiciera cargo de la investigación del sucuestro de su hijo Jonathan. Ahora vuelve a aparecer ese fantasma del pasado que Mateo quería tener olvidado en lo más porfundo de sus recuerdos. "No todos los recuerdos son valiosos tesoros que hay que preservar".
En un paso subterraneo de Bellvitge se encuentra por casualidad con Julio César, alias El Emperador, uno de los que pagó con la carcel por el atraco fallido de su juventud. Después de tantos años, y con una larga experiencia en la cércel y en la delincuencia, le exige una cantidad importante de dinero a Mateo. Este sabe que, si cede, el chantaje nunca va a acabar, por lo que decide que tiene que deshacerse de El Emperador sin que nadie de su familia sea consciente del peligro al que iban a estar expuestos. El desenlace de este enfrentamiento ocurrirá en la última parte de la novela, aunque va a afectar significativamente, desde esos momentos, a la vida de la familia.
El otro vértice del actual triángulo en el que se ha convertido la agencia Hernández, Amalia, no está pasado tampoco sus mejores momentos. De vuelta a la casa familiar, sin dinero, sin trabajo y sin marido, es consciente de su decisión la ha tomado por necesidad. Su prima Silvia se lo explica: "Deberías marcharte, Amalia. Ese ambiente no te conviene. A tus padres los quiero mucho, pero no podría vivir bajo el mismo techo". La casa tiene algo de casa encantada, con muchos fantasmas de los que se han muerto o desaparecido flotando en el ambiente. Y la tía Claudia, siempre presente, permanece como un testigo mudo de todas las desgracias familiares.
4º PARTE
El misterio no está afuera, está en la familia. Cuando los Hernández, los presentes y los ausentes, incluso Lola en perfectas condiciones, además de ganarse la vida resolviendo pequeños misterios de barrio, intentan encontrar explicaciones a la marcha de Nora, se olvidan de mirar hacia dentro, en las interioridades familiares, en las historias secretas que todos esconden y de las que ni siquiera quieren acordarse.
A estas alturas de la novela creo que ya nos hemos dado cuenta de que "Un asunto demasiado familiar" no es una novela negra convencional, ni siquiera es una novela negra, más bien lo negro es la existencia atormentada de los que viven en la casa.
Algunos intentan definirla como "domestic noir", "family noir" o "novela familiar con detectives" https://tinyurl.com/y8ve43ea y todos me parecen bien. Ha encontrado Rosa Ribas un filón en esta familia que trabajan juntos en una agencia de detectives (bueno, algún miembro familiar lo deja, pero seguro que todos gravitarán alrededor de Hernández Detectives en futuras entregas). Ha conseguido deseccionarlos y que veamos sus entresijos y sus debilidades más íntimas, pero también ya sabemos de sus fortalezas. Solo falta que los ponga a trabajar en casos mayores para que la agencia tome vuelo y nos hagan disfrutar de lo lindo.
Habíamos dejado a Mateo previendo la visita de El Emperador y dispuesto a acabar de una vez por todas con esa amenaza que no estaba dispuesto a que se alargase ni a que afectase a su familia. Sin saberlo, Mateo había puesto en bandeja la relación sentimental entre Amelia y Ayala a costa de ocultar el peligro que suponía que un elemento tan descontrolado como El Emperador rondase por el barrio.
Una escena especialmente sentimental, que da el tono de la novela, más dramático que "noir" es la vez que vemos llorar a Mateo. Ocurre después de recoger a su padre del cementerio, cuando se sienta en su escritorio de la oficina y parece que se le cae el mundo encima. Notamos que por una vez está sobrepasado: su padre, Lola, que le desquicia, y la angustia por la falta de Nora. Y eso todavía tendrá que mantener un enfrentamiento con su hija Amalia. Al menos lo que los lectores sabemos de Marc no trasciende al ámbito familiar, ni sus problemas con el alcohol ni sus desencuentros con su mujer, Alicia.
Se acercaba el cumpleaños de Nora y todos sabían que esa fecha suponía, inevitablemente, alcanzar un punto crítico en el desarrollo anímico de Lola. La batalla de la madre con el alcohol era una batalla perdida, puesto que ella lo utilizaba para "dejar salir ese negro que vivía en su interior entes de que le envenenase la sangre". Su familia podría paliar los síntomas de su enfermedad, pero nunca curarlos. La diferencia se encontraba en la diferente forma con la que se enfrentaban al problema: Mateo solo concebía que Lola estuviese en casa, a su cargo, asumiendo casi en exclusiva la responsabilidad de sus cuidados. Sus hijos preguntan por qué no acuden a especialistas o a instituciones en las que Lola pueda estar más controlada. La gota que colma el vaso ocurre cuando Amalia contempla como su padre medica a su madre sin ningún tipo de control médico. Los desencuentros entre ellos se hacen insoportables para Amalia. Mateo ocultaba siempre información a su hijos con la escusa de que de esa forma les protegía, sin embargo a Amalia le parece que la mejor forma de protegerlos es advertirlos de los riesgos que corren.
Parece que Amalia hace caso a su prima Silvia, cuando le dijo que lo que mejor podía hacer era marcharse de su casa y poner distancia con su familia. Abandona la casa y tambíen la agencia de detectives porque su enfado le impide separ a la familia del trabajo.
El resentimiento marca las relaciones entre el padre y la hija. Ninguno de los dos se siente tratado con justicia y con respeto, aunque Mateo esperaba que algún día su hija atendiese a las razones que estaba dispuesto a darle, y que finalmente le perdonase.
Las dos investigaciones que se resuelven en esta úlitma parte tienen escasa trascendencia. El descubrimiento de la timba en la que jugaba el doctor Vinyals es un camino sin salida para saber si afectó a la marcha de Nora, y la amenaza de El Emperador, y lo que podría suponer para la difusión del pasado de Mateo, se difumina con el descubrimiento de su cadaver. Se acabó el problema.
El punto de inflexión de la novela ocurre cuando Amalia, con un poco de intuición y otro de conocimiento de la forma en la que pensaba su hermana Nora, consigue aclarar muchos de los secretos que se habían estado amontonando y ocultando en la familia Hernández.
Y las últimas páginas son muy pormetedoras. Aunque sin ningún tipo de detalles, asistimos al encuentro de las dos hermanas. Las explicaciones las leeremos en la próxima entrega de la serie.
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jgmail · 3 years
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La herejía del americanismo, una máquina de guerra contra la tradición católica
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Javier de Miguel Marqués (1984) es Licenciado en Administración de Empresas, Graduado en Derecho y Máster en Asesoría fiscal. Casado y padre de cuatro hijos, a su carrera profesional como asesor fiscal une una década de estudios privados sobre la Doctrina Social de la Iglesia. También acostumbra al estudio asiduo de las infiltraciones de la filosofía moderna en otros campos distintos de la economía, como la Teología, el Derecho, la política y la pedagogía. En el ámbito editorial, es articulista colaborador en medios como Verbo, Periódico La Esperanza, Empenta y Marchando Religión. Asimismo, en su canal de Youtube aglutina vídeos explicativos de determinados aspectos de moral social cristiana. En esta entrevista nos explica que es el americanismo y por qué está condenado por la Iglesia.
¿Qué entendemos por americanismo?
Hay que decir que el término “americanismo” tiene varias acepciones, algunas de las cuales pueden tener nexos de unión entre sí. Por ejemplo, podemos hablar de él como giro lingüístico, como sentimiento patriótico de identidad nacional o continental, como estrategia geopolítica, y como forma de teología política o de ideología social. Aquí nos referiremos a estas dos últimas acepciones, de la cual la primera es causa de la segunda, pues como decía Donoso Cortés, todo problema humano es, en el fondo, un problema teológico.
A grandes rasgos, el americanismo del que hablaremos se caracteriza por la concepción, como ideal político, particularmente ideal de política cristiana, de los fundamentos de orden social y de las relaciones Iglesia-Estado-sociedad-individuo que han cimentado la constitución política de los Estados Unidos de América y su devenir histórico.
¿Por qué la define usted como una máquina de guerra contra la tradición católica?
Fundamentalmente, porque ignora, cuando no desprecia radicalmente, el derecho público cristiano que ha constituido la identidad de la res publica cristiana durante siglos, y lo sustituye por una organización – que no orden- social fundada en las ideas-fuerza de la Modernidad filosófica, entendida ésta como el proceso de secularización de la vida social, a saber, separación Iglesia-Estado, indiferentismo religioso – llamado neutralidad-, libertad para la difusión de todo tipo de ideas y credos, al margen de su veracidad, y una concepción individualista y materialista de la vida, frente a la filosofía cristiana clásica acerca del bien común y del fin natural y sobrenatural de la comunidad política que, como tal, comporta severas obligaciones de la autoridad política para con la verdadera religión.
En otras palabras, pretende transmitir la idea de que la mejor de las relaciones Iglesia-Estado-sociedad posible, es aquella en que la fe puede expresarse sin trabas en un marco democrático de igualdad y libertad negativa, es decir, ausencia de coacción externa. “Las iglesias” serían, pues, meras asociaciones privadas sin distinción de régimen jurídico, y el Estado se ciñe a un marco de laicidad en el cual, si bien puede manifestar un respeto y aprecio por el hecho religioso en general –sin particularismos- en realidad también acoge sin género de duda el derecho a no profesar religión alguna.
Puede verse que esta teología-ideología tiene fuerte raigambre protestante, como consecuencia lógica del credo de sus fundadores, y ha sido precisamente el protestantismo la herejía que más ha contribuido a la secularización de las otrora sociedades católicas. Los llamados padres fundadores de los Estados Unidos de América huían del despotismo monárquico, y se plantearon un modelo que, en palabras de Miguel Ayuso, sacralizaba la sociedad en detrimento del Estado y las iglesias, cuya perversión había originado dicha persecución. Pero el absolutismo monárquico europeo es ya una teología política moderna, luego el americanismo no es sino una especie dentro de ese ingente género de la modernidad política.
León XIII, en su carta Testem benevolentiae, la condena…
Y, además, lo hace con duras palabras. Tilda al americanismo, insisto, no como una referencia general a la personalidad del pueblo de Estados Unidos, sino como al conjunto de doctrinas teológico-políticas antes comentadas, de “sumamente injurioso", y recuerda que no puede pretenderse “una Iglesia distinta en América de la que está en todas las demás regiones del mundo”.
El Papa hace aquí un repaso por los problemas de fondo del americanismo, comenzando por la libertad ilimitada de opinión y expresión, la consideración de la Iglesia como una organización civil más, privándole de su carácter divino, y más en general, el naturalismo, es decir, la posibilidad de la virtud por las solas fuerzas humanas, y de conservar el orden social al margen de la asistencia divina. Concretamente afirma que “Estos peligros, a saber, la confusión de licencia y libertad, la pasión por discutir y mostrar contumacia sobre cualquier asunto posible, el supuesto derecho a sostener cualquier opinión que a uno le plazca sobre cualquier asunto, y a darla a conocer al mundo por medio de publicaciones, tienen a las mentes tan envueltas en la oscuridad que hay ahora más que nunca una necesidad mayor del oficio magisterial de la Iglesia, no sea que las personas se olviden tanto de la conciencia como del deber”.
Advertía el Papa que la “nueva sociedad” de los Estados Unidos estaba fundada en principios totalmente contrarios al orden social católico.
Efectivamente, e incluso el Papa hace referencia a cómo esa mentalidad podía afectar a la espiritualidad de los seglares y de los consagrados. La hipertrofia de la actividad humana era, según el Papa, una causa de desprecio de las virtudes evangélicas, que fácilmente podría conducir a un desprecio de la vida religiosa por considerarse demasiado “pasiva” para los tiempos modernos. Se vislumbra aquí el fuerte peso del naturalismo y el pelagianismo trasladados a la vida interior. Y es que la manera de entender la vida social tiene una repercusión clara en la forma de vivir la fe.
¿Hay algún otro documento pontificio de condena?
De forma específica, el americanismo se condena también en la Encíclica Longinqua oceani, del propio León XIII, en 1895, previa a Testem benevolentiae. En ella, el Papa, aunque reconoce la situación de paz y seguridad de que gozaba la Iglesia en Estados Unidos– sobre todo en contraste con las persecuciones que sufría en Europa-, afirma rotundamente que es un error considerar como un ideal la situación de la Iglesia en Norteamérica. Es más, literalmente afirma que ni tan siquiera “es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados, al estilo norteamericano”. También deja claro que la fecundidad de la acción de la Iglesia no debe agradecerse a la supuesta “neutralidad” del Estado, pues ésta sería mucho mayor en caso de tener de su lado a las leyes y a la autoridad política. Es decir, que esos frutos se producen a pesar del sistema, no gracias a él. También advierte que la “sociedad libre” estadounidense peligra en tanto en cuanto la comunidad política deje de regirse por la ley evangélica.
Y, de forma más indirecta, esta doctrina se condena en el Syllabus del beato Pío IX (1864), por cuanto, en el punto LV condena la idea de que “Es bien que la Iglesia sea separada del Estado y el Estado de la Iglesia”; en la Encíclica Immortale Dei (1885), donde refiere la obligación del Estado de dar culto al Dios verdadero; y especialmente en la Encíclica Vehementer Nos, de San Pío X (1906), que, por ser más reciente y tratar directamente el asunto de la separación Iglesia-Estado, tiene un valor mayor. En ella, el Papa califica la separación Iglesia-Estado de “tesis absolutamente falsa y sumamente nociva”. Recuerda, con independencia de cuál sea la actitud del Estado hacia la religión, o el hecho religioso en general, que “en materia de culto a Dios es necesario no solamente el culto privado, sino también el culto público”.
Algunos autores, como John Rao, reconocen que quizá no se prestó demasiada atención a este tema en una época en que la Iglesia estaba enfrascada en el combate contra los efectos de la Revolución Francesa en Europa continental, y por el avance de la herejía modernista, los conflictos con Le Sillon y, en general, con el catolicismo liberal europeo. A mi juicio, estas condenas son suficientes, pero es necesario continuar predicándolas para que no caigan en el olvido. Ahora bien, cuando la Iglesia ha hablado del americanismo, ha sido en términos de condena rotunda, sin ambages.
Sin embargo ese espíritu se ha extendido por todo el mundo…
Es el ideal de la Modernidad llamada “fuerte” por autores como Juan Fernando Segovia. Las libertades liberales clásicas, fundadas en la seguridad y la propiedad como elementos fundamentales del orden social. Obviamente, esto no es malo en sí, pero se convierte en tal en tanto en cuanto el orden social se hace girar en torno al individuo y a la satisfacción de sus pretensiones individuales.
Esta idea tiene aspectos positivos. Por ejemplo, en Norteamérica se aprecia una mayor sensibilidad hacia la defensa del no-nacido y contra el adoctrinamiento mundialista. No obstante, esto también está empezando a cambiar. Los recientes resultados de las elecciones han puesto de manifiesto que la llamada “América profunda” (el americanismo clásico que representada Trump), al margen de los medios empleados para ello, ha sido batida por el huracán globalista.
Sea como sea, no debemos olvidar la progenie filosófica del ethos norteamericano. Gran parte de lo que autores como José María Marco o Francisco José Contreras alaban de este ethos, que es la cultura de libertad individual, la existencia de una derecha sin complejos, y una actitud más positiva hacia el hecho religioso (que no hacia ninguna religión en concreto), no es más que el espejo en el que a la derecha liberal europea le gustaría reflejarse: libertad religiosa, capitalismo liberal a ultranza, individualismo… a muchos, estos principios les pueden parecer gloria bendita si se compara con la cultura europea. Pero esto es más bien un demérito de Europa, que ha apostatado públicamente, que un mérito de la Weltanschauung estadounidense, que nació indiferente en materia de religión.
La “revolución americana”, dicen sus partidarios, no es más que un perfeccionamiento de la francesa.
Lógicamente, la revolución americana no perfecciona a la francesa desde un horizonte temporal, pues es anterior a ella. Pero desde luego representa la revolución deseada por el mundo conservador, que ve el teocentrismo medieval como un símbolo de oscuridad y represión. Pero, al mismo tiempo, aparentemente huye del anticlericalismo propio de la revolución francesa. Digo aparentemente, porque se trata de estrategias diferentes, pero con un objetivo común: destruir la primacía de la fe católica y de la Iglesia en las sociedades, y sustituir el auténtico bien sobrenatural propio de todas sociedades por un bien meramente temporal, que es precisamente el error del liberalismo conservador. Y que, muchas veces, ni siquiera es tal, pues se toma por bien, como recuerdan los pontífices, lo que no es más que pura licencia.
Todo este error nace porque a menudo se confunde la teología política cristiana con el absolutismo del que huyeron los llamados “padres fundadores”. Y, sensu contrario, la idea de libertad religiosa moderna se considera como el oasis que garantiza la paz y la convivencia en sociedades plurales, y por ende, es tenida como un bien en sí misma. Pero resulta que dar rienda suelta al error, aunque se impongan ciertos límites, más relacionados con el orden público que con el bien común, es la causa de la disolución de las sociedades. Pienso que es menos perniciosa la unidad religiosa alrededor de una religión falsa, que una sociedad promiscua en errores y doctrinas aberrantes de todo tipo. Por poner un ejemplo: Estados Unidos ha reconocido oficialmente el satanismo como religión, y, es cuestión de tiempo que ocurra lo mismo en Europa. En cambio, en un país islámico, esto sería impensable. Con esto no defiendo ni justifico el islam, pero pongo de manifiesto la gravedad del concepto moderno de indiferentismo religioso, que es el hijo primogénito de la Modernidad. La modernidad puede concebirse al margen de otros elementos, como el capitalismo liberal o la democracia, pero nunca sin marginar la verdad religiosa de la primacía que le corresponde en la res publica.
¿Por qué influyen tanto Estados Unidos en la política mundial?
Es muy tentadora la idea de una sociedad fundada en la mera libertad individual, donde uno tiene libertad de hacer y deshacer sin (aparentes) presiones externas. La eterna tentación de un sistema que no oprime al bien, pero tampoco al error. Pero, en cambio, el americanismo, que surgió de la huida de los despotismos de las monarquías absolutas modernas, pronto devino en un espíritu imperialista. “América para los americanos”, es la llamada doctrina Monroe. El mundo anglosajón, entre el que se cuenta el neo-mundo de Estados Unidos, fue un ariete contra el Imperio hispano. No hay que olvidar el papel fundamental que jugó la masonería norteamericana en las llamadas “emancipaciones” de las provincias ultramarinas hispanas, que a la postre fueron tratadas como el “patio trasero” de la potencia, o en las guerras de Cuba o Filipinas. El odio norteamericano a lo hispano es histórico y públicamente reconocido, como lo recuerda el reciente derribo de estatuas relacionadas con el pasado hispánico de la mayor parte del que hoy es territorio de Estados Unidos.
Asimismo, una de las consecuencias de la I Guerra Mundial, junto con el desmantelamiento del último reino católico, el Imperio Austro-Húngaro, fue la emergencia de los Estados Unidos como primera potencia mundial. Ambas gracias a la inestimable labor de la masonería, enemiga íntima del catolicismo y respecto de cuyos peligros parece que hemos bajado la guardia. La mayoría de las grandes familias americanas, desde su fundación, han pertenecido o estado vinculadas a logias masónicas y movimientos anti-católicos similares. Y ya se sabe que, en este contexto, hablar de “grandes familias” equivale a “poder económico”. Tampoco olvidemos que la masonería es quien mueve los hilos del globalismo hoy. Alguien dirá que eso es una traición a los principios de los padres fundadores. Yo prefiero decir que es más bien la consecuencia de esos mismos principios.
Y, por último, cabe destacar que la influencia de Estados Unidos en la geopolítica hace años que es decreciente. Las potencias emergentes no son precisamente adalides de la moral liberal. A pesar de ello, hay una continuidad disolvente entre el liberalismo y el totalitarismo que viene.
Háblenos de los verdaderos peligros de esta mala filosofía profundamente individualista, economicista, pragmática, pelagiana y auto-suficiente sin vínculos de sangre, sin más méritos que la iniciativa individual y el afán constante de progreso material.
Esta filosofía no es originaria de los Estados Unidos. De hecho, nace en Europa a la estela del desarrollo del capitalismo burgués, y se aprecia incluso en algunas zonas de España con una neo-tradición burguesa, como Cataluña. No obstante, los Estados Unidos de América se han convertido en su paradigma. Estados Unidos, para bien o para mal, carece de historia propia; es, de algún modo, un país hecho a sí mismo en base a ideas individualistas. Y eso afecta a la idiosincrasia de las sociedades. La constitución trató de ser un nexo de unión, pero no para llegar a un orden social al estilo cristiano, sino de carácter individual, donde la consigna era no entorpecer el progreso personal. Mientras la Hispanidad tiene su razón de ser en el anuncio del Evangelio, el americanismo lo tiene en el elogio narcisista de la libertad entendida al modo moderno, ponderada por una moral utilitaria y burguesa.
A mi juicio, el principal peligro de estas cosmovisiones, es la pérdida de la noción clásica de bien común, es decir, del fin común de la comunidad política. El americanismo contribuye a convertir la sociedad en un artefacto contractualista. Muchos movimientos tradicionalistas estadounidenses, de hecho, pecan de ese liberalismo conservador que desconoce dicho fin común. Un acercamiento del pensamiento católico estadounidense a la tradición hispánica, sería de gran ayuda para corregir estos errores.
Asimismo, las facilidades que otorga el sistema americano para las transacciones económicas de todo tipo, fomenta la inmoralidad en el tráfico mercantil, pues existe la mentalidad de que todo es comerciable, siempre bajo el respeto a la voluntad individual de las partes. Aquí se corre el riesgo de desvincular la moral de la razón recta, y sujetarla a las “libres” decisiones de los individuos. Y, con esa mentalidad, proponer también una libertad religiosa fundada en la supuesta neutralidad de lo público.
La Iglesia por contra no debe renunciar a instaurar todo en Cristo y debe liberar al mundo de la esclavitud del pecado, del pecado liberal especialmente.
Durante siglos, la Iglesia ha incidido en la necesidad de que las sociedades, tanto en su base como en su cúspide, reconozcan y den culto público al verdadero Dios, a lo sumo tolerando las herejías y desviaciones, siempre y cuando no afectasen al bien común.
Por desgracia, la Iglesia de hoy parece haber bajado los brazos respecto a este tema, de modo que, aunque no se ha revocado la condena, se excede en el aprecio a conceptos como la democracia o la llamada “laicidad positiva”. Incluso Joseph Ratzinger, privadamente ha enseñado que la mera libertad organizativa concedida a las diferentes iglesias en Estados Unidos es superior al modelo europeo, y un camino positivo del que aprender. Esto representa un abandono del derecho público cristiano y una mera selección de cosmovisiones modernas, que son presentadas a los fieles como opciones asumibles y no problemáticas con la fe cristiana.
Por Javier Navascués
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big-takeshi · 3 years
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Los bolcheviques decretaban la ocupación de tierras y, a cambio, el campesnado entregaría grano a las ciudades y al Ejército Rojo. Pero la decepción con la revolución y la separación entre el campo y la ciudad, reforzada por la ausencia de organización bolchevique en los pueblos, produjo una realidad muy diferente. El campesinado volvió a la «autarquía rural» y a la resistencia. De la misma forma que el Gobierno Provisional había recurrido a la fuerza antes de octubre (y las autoridades zaristas antes de febrero), los bolcheviques aplicaron pronto medidas de coacción. Fue la lucha por el control y distribución de alimentos la que rompió la relación entre los bolcheviques y los campesinos en los meses posteriores a la revolución de octubre. Julián Casanova.
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elclosetsetumismo · 4 years
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El derecho a la no discriminación implica que todas las personas reciban un trato digno: que se respete su dignidad humana, autonomía, privacidad y confidencialidad, y que se les garantice la ausencia de coacción y abuso en igualdad de condiciones. #cerodiscriminación https://www.instagram.com/p/CL5UY6WL_Po/?igshid=1uv076d50gqry
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Pero, ¿de qué pasta estamos hechos? Rebrotes, miedo y responsabilidad
Por Jesús Izquierdo Martín
Durante las últimas décadas del siglo precedente tuvo lugar un intenso debate, alojado principalmente en la ciencia política y en el mundo angloparlante, entre liberales, republicanos y comunitaristas sobre las posibles soluciones a la crisis de los bienes públicos y, más concretamente, sobre la persistencia de los valores cívicos en las democracias liberales. La discusión se centró en el recurso social que podía evitar la omnipresencia del “free-rider”, esto es, del gorrón que aprovecha los bienes colectivos sin aportar nada en su producción y mantenimiento, un comportamiento que ahonda las dificultades para conservar el Estado de bienestar actual. Si los liberales defendían la posibilidad de modificar la conducta depredadora del individuo egoísta a partir de la aplicación de normas –incentivos selectivos positivos y negativos-, los republicanos y comunitaristas defendían la existencia de una comunidad finalista o una comunidad constitutiva, respectivamente, que podía generar, con las condiciones precisas, subjetividades inherentemente comprometidas con lo colectivo.
Años de hegemonía del pensamiento y prácticas neoliberales, sin embargo, parecen haber relegado el debate, afianzando una noción de sociedad que se piensa como agregado de individuos interesados, para la cual el éxito o el fracaso personal dependen de las decisiones de cada uno, nunca de sus condiciones socio-históricas. El rico es un individuo exitoso; el pobre un individuo fracasado. Pero aclaremos: no es que detrás de esta concepción neoliberal no haya comunidad, como sostiene la propia teoría liberal. Está presente. Lo que ocurre es que dicha comunidad conforma sujetos sin que estos la reconozcan y, a su vez, esta misma comunidad genera comportamientos poco solidarios con lo colectivo.  A fin de cuentas, ir-por-libre es un valor que recibe reconocimiento dentro de un determinado grupo. Que se lo digan a Margaret Thatcher o a Donald Reagan. O si quieren material más específico a Friedrich von Hayek o Milton Friedman, entre otros muchos.
El pensamiento neoliberal se ha naturalizado en los últimos años hasta el punto de adquirir la pátina del sentido común: somos -nos creemos ser- individuos que se adicionan voluntariamente para formar sociedades. Sumarnos solo depende de nuestros intereses y deseos. No hay fundamentos macros, solo micro conductas, diría mi colega y amigo Leopoldo Moscoso. Nada de lenguajes comunes verbales o prácticos. Y España no escapa a esta noción “sumatoria” de lo social. Un ejemplo: nuestro comportamiento con respecto al Covid-19 y los rebrotes de estos últimos meses se puede vincular al ideal individualista, pese a que no dejemos de apelar a una comunidad nacional o a una feligresía católica. En realidad, nos conducimos como si estuviéramos en una enorme comunidad de vecinos; ahora bien, somos vecinos, pero tenemos poco sentido de comunidad. Si no nos afecta un determinado asunto, pues que se fastidie el perjudicado. Es su problema. No hay demasiado sentido de responsabilidad colectiva por aquello que le ocurra a los demás.
Es una conducta que paradójicamente nos hermana y nos relaciona con el resto de lo humano tal y como lo concebimos en nuestros tiempos. En cierto sentido, esta jauría depredadora en la que nos hemos convertido procede de la moderna construcción de las clases medias, iniciada durante el desarrollismo franquista, cuando se abrió la posibilidad de reconocernos como consumistas de segunda vivienda y automóviles, mientras los españoles se apasionaban con aquellas suecas seductoras que dejaban ver sus anheladas carnes en playas multitudinarias. Los ochenta y noventa alimentaron el regusto por esa ciudadanía que pensaba más en El Corte Inglés y Galerías Preciados que en los movimientos sociales, progresivamente sofocados bajo la húmeda mancha del consumo y el disfrute. Y finalmente el siglo XXI certificó la creencia de que tener era mucho más relevante que ser; que a los españoles les unía no solo la tortilla de patata y el gazpacho, sino también la idea europeísta de una ciudadanía centrada en comprar y vender.
Lamentablemente somos más esto que otra cosa. Y disfrutamos con ello porque, para nosotros, como para otros ciudadanos modernos, el consumo individual es el orgasmo del ego. El acto de consumir sublima nuestro individualismo mientras dura la “elección” de la compraventa para luego decaer en espera de otra oportunidad de volver a elegir y saciar nuestra obsesiva necesidad de objetos y servicios. Nos encanta ese bullicio de mercancías que, a menudo, despreciamos segundos después de haberlas adquirido. Es más, a ese contento espasmódico hay que sumar la formidable ventaja de que este no exige responsabilidad alguna. Es una irresponsabilidad que se extiende también en nuestra relación con los conciudadanos. La hemos transformado en parte de nuestra convivencia cotidiana, salvo unos pocos altruistas en retirada. Por ello la acción frente al Covid-19 está marcada más por el miedo a la autoridad y a la norma (y al virus) que por la responsabilidad cívica hacia el otro. La acción solidaria es secundaria. Los rebrotes pueden tener muchas explicaciones, pero una de ellas es la forma de coexistir con –no en- lo colectivo. Hay numerosos amplificadores de esta conducta. Y no son solo jóvenes haciendo botellón, en fiestas o en conciertos.
Y así hemos llegado hasta aquí. Un colectivo atrapado en el mito antropológico liberal que no logra ser desafiado por nuestras tradiciones comunitarias, ni siquiera la católica, tan vengativa ella, tan cercana al poder por muy cruel que este sea, en este país donde uno puede asistir a una ceremonia eclesiástica de prédicas compasivas para luego descerrajar los insultos –y las acciones- más infames contra el ausente. Un individualismo de batalla que también se resiste al trasfondo colectivo de la vieja noción de vecindad, tan arraigada en el mundo pre-moderno y para la cual ser vecino era algo más que un mero registro administrativo. Y del mismo modo, esta lógica individualista ha deglutido la idea colectivista de la crítica socialista al capitalismo. Tómese, por ejemplo, el espíritu y la práctica anarquistas, tanto en su vertiente andaluza como catalana, que algunos –sabemos quiénes- solo equiparan con el desorden sin atender al hecho de que también producían subjetividades solidarias y responsables con lo común. Violentos, sí, pero con una violencia que tiene explicación –e incluso justificación- si se considera la espantosa desigualdad de clases en esa España donde burguesía, nobleza y clero miraban siempre hacia otro lado. Pongámonos en aquel pellejo, nosotros, ciudadanos que solo imaginamos una vía legítima para solucionar problemas, el diálogo, mientras nuestras vidas familiares y públicas están repletas de una violencia no tan sibilina y nuestra convivencia se construye mayoritariamente con material de discriminación.
Aquella pasta anarquista fue arrasada, primero por los comunistas y su reacción anti-revolucionaria durante la guerra de 1936; y luego por ese franquismo genocida de memorias que dejó aquella ausencia ácrata sin prácticamente presencia, hasta tal punto de dificultar en extremo la refundación de la CNT durante la transición a la democracia. Y haciendo sombra a los viejos movimientos sociales, incluso a los surgidos a partir de la gran estafa de 2008, ha ido enraizándose ese ánimo tan nuestro de ir por libre y, si se da el caso, ahora que vienen duras, protegernos con eso que algunos denominan bozales –mascarillas- ya no solo del virus sino también del Estado normativo. No sé si tengo algo de razón. Quizá uno ya esté embobado tras escuchar noticias que insisten en la acusación de que los rebrotes son responsabilidad del gobierno central y/o de los gobiernos autonómicos. Es cierto, la tienen y no se puede negar. Y encima, como comprobamos en la Comunidad de Madrid, nos confunden. Pero de esta catástrofe, segunda parte, no pueden escaquearse los ciudadanos, aquellos pésimos ciudadanos que no son pocos. Esos que se llenan la boca de referentes nacionales y protegen la vida de los suyos, solo la de los suyos, sin atender al resto de quienes, supuestamente, formamos parte también de aquellos referentes. Hacia los demás, es el miedo a la autoridad lo que les conduce; como antaño. Responsabilidades, las menos.
La solidaridad no parece pues la pasta de la que estamos hechos. Es otro el material que nos une y con una argamasa que se volatiliza en cuanto se tocan nuestros intereses o emociones. Somos moldeables porque la publicidad del mercado nos hace así. Y el pegamento que une nuestras piezas es en realidad una normatividad que viene aplicada desde nuestro afuera constitutivo. Leyes, decretos, administración…; en fin, Estado y amenaza o coacción para que hagamos o dejemos de practicar alguna de las actividades que pueden transformar los brotes de hoy en un renovado confinamiento. Lo más sorprendente –según mi argumento- es que los manifestantes que se “agregaron” en agosto en la Plaza de Colón y que denunciaron la supuesta farsa del Covid-19, exaltando su libertad individual por encima de cualquier compromiso colectivo, son los más congruentes con la identidad catastrófica que nos aglutina –y asola-. No ocultan en sí mismos lo que otros solo señalan en los demás. Así funcionamos en esta gran no-comunidad de vecinos, según la veleta de nuestros beneficios siempre que podamos eludir el castigo de la autoridad. Nos-otros, extrañamente, sin el otro. Sin responsabilidad. Yo mismo.
Jesús Izquierdo Martín es profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid.
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