#aquel viejo motel
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11oh1 · 1 year ago
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lowlymusicscenarios · 9 months ago
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DAY 5 - A song that makes you want to dance (spanish edition)
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silvertice · 28 days ago
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Logan (2017) x female reader.
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Summary: Sumido en la monotonía y el enfado, sentía que ya no vivía, solo existía. Pero un día la vió, y por primera vez en mucho tiempo, encontró algo bonito y esperanzador en su vida. A pesar de sentir que no lo merece, no puede dejar de ignorarlo, actuando como un viejo amargado.
Category: Angst, Slow Burn, Forbidden Love, Emotional Struggle, Healing, Self-Discovery {TW}: Age Gap, Internal Struggle, Self-Doubt, Mentions of Violence, Isolation, Toxic Behavior, Unresolved Trauma
El sol apenas se filtraba por las grietas oxidadas de la persiana, bañando la habitación con un resplandor apagado, como si el mundo también estuviera cansado. Logan se levantó del sillón con un gruñido bajo, sintiendo cómo sus huesos protestaban con cada movimiento. No era nada nuevo. El dolor siempre estaba ahí, constante, un recordatorio de que su cuerpo seguía vivo aunque su espíritu no. Ese día no tenía nada planeado, como siempre. La rutina era una niebla pesada que lo envolvía, y Logan se había rendido a ella hacía mucho tiempo.
Había aprendido a no esperar nada de los días. Era más fácil así. Cada jornada se deslizaba como arena entre los dedos, insignificante, olvidable. Pero ese día fue distinto. Logan lo sintió primero en el aire, en cómo el viento se colaba entre las grietas de la vieja puerta del motel, trayendo consigo un aroma que no reconocía. Levantó la cabeza, frunciendo el ceño. Había algo ahí, algo diferente, como un leve cosquilleo en el borde de su conciencia. Era irritante. Molesto. Y, aun así, no pudo ignorarlo.
El motor de la vieja limusina rugió débilmente cuando Logan giró la llave. Era uno de esos días en los que su paciencia ya estaba agotada antes de siquiera empezar. Salió del motel sin mirar atrás, pero al girar hacia el estrecho estacionamiento, algo captó su atención. Ella apareció como un fantasma entre las sombras del edificio, cerrando la puerta de una habitación apenas iluminada. Llevaba un uniforme de mesera, algo arrugado, como si el día hubiese sido tan largo como el suyo. Su cabello desordenado caía sobre su rostro cansado, pero no ocultaba del todo esa belleza que parecía hecha para destacar incluso en un lugar tan miserable como aquel.
Logan se detuvo sin darse cuenta. Ella alzó la vista, y por un instante, sus miradas se encontraron. Había algo en sus ojos, una intensidad que lo atravesó. No supo si era curiosidad, desafío, o simplemente un rayo de humanidad en el lugar más inesperado. Entonces, ella sonrió, apenas un gesto, pero lo suficiente para hacer que él apartara la mirada y apretara el volante con más fuerza de la necesaria.
El plan inicial de Logan era quedarse solo unos días, lo suficiente para cumplir con los encargos de su jefe y seguir adelante. Pero las semanas comenzaron a alargarse, y la limusina se convirtió en su excusa perfecta para no pensar demasiado en el próximo paso. Aquella noche, regresó al motel tarde, cansado y con las manos aún oliendo a cuero y cigarrillos viejos. El estacionamiento estaba casi vacío, y el aire frío lo envolvió mientras se dirigía a su habitación.
Fue entonces cuando la vio de nuevo. Subía las escaleras con una bandeja en las manos, equilibrando cuidadosamente un par de platos cubiertos. Su cabello, ahora recogido, dejaba ver el cansancio en su rostro, pero también ese brillo natural que Logan había notado antes. La observó desaparecer en una de las puertas del pasillo, y algo en su interior, algo que llevaba años apagado, se agitó débilmente.
Se encerró en su habitación y dejó caer el cuerpo sobre la cama. El silencio era pesado, roto solo por el zumbido del ventilador. Sus ojos se clavaron en el teléfono de la mesita. Podría llamar a recepción, pedir algo, lo que fuera. No tenía hambre, pero quería verla otra vez, aunque fuera por unos segundos. Se frotó el rostro con las manos, sintiéndose ridículo. "Eres un viejo imbécil", murmuró para sí mismo, pero sus dedos ya estaban marcando el número.
El teléfono sonó un par de veces antes de que alguien atendiera. Logan pidió algo simple, casi al azar, solo para llenar el silencio. "Un café. Negro." Su voz salió más áspera de lo usual, como si hasta eso lo delatara. Colgó antes de arrepentirse, mirando su reflejo en el espejo del baño. Su cabello estaba enmarañado, las canas en su barba más prominentes que nunca. Soltó un bufido. "Ridículo..."
Abrió el grifo y se echó agua fría en el rostro, dejando que las gotas recorrieran su piel cansada. El frío lo despertó un poco, pero no lo suficiente para sacarlo de ese extraño nerviosismo que se había instalado en su pecho. Tomó la vieja afeitadora de su neceser, pensando que al menos podía intentar domar el caos en su barba.
Estaba terminando de arreglarse cuando un golpe seco en la puerta lo sobresaltó. Su mano tembló apenas un segundo, pero fue suficiente para que la cuchilla rozara su piel. "Mierda", murmuró entre dientes, viendo la fina línea de sangre que empezaba a formarse en su mejilla. Otro golpe, más insistente, lo hizo apresurarse. Se enjuagó rápidamente, ignorando el ardor, y salió del baño con una toalla en la mano, listo para abrir.
Logan abrió la puerta sin mucha ceremonia, todavía secándose la cara con la toalla. Ahí estaba ella, sosteniendo la bandeja con el café que había pedido, su expresión entre neutra y amable, aunque había un leve brillo de curiosidad en sus ojos al verlo. Su mirada bajó un segundo al pequeño corte en su mejilla, y luego volvió a encontrarse con la de él.
—Aquí está su café. —dijo, su voz calmada pero con un toque de cansancio que no lograba opacar lo natural de su tono.
Logan asintió, tomando la bandeja de sus manos con una torpeza que lo irritó consigo mismo. Había pasado mucho tiempo desde que alguien lo había hecho sentir así, tan expuesto.
—Gracias —murmuró, su voz más baja de lo habitual. Se detuvo un momento, buscando algo más que decir, pero las palabras no llegaban. Ella, sin embargo, no parecía apresurada por irse.
—¿Se cortó? —preguntó, señalando con un leve gesto su mejilla.
Logan llevó los dedos al corte, sintiendo el escozor. Bufó, una mezcla de vergüenza y frustración.
—Nada grave —respondió, encogiéndose de hombros.
Ella esbozó una sonrisa, una de esas que parecían a la vez ligeras y sinceras. Había algo en esa expresión que hizo que Logan desviara la mirada, incómodo con la intensidad que crecía entre ambos en ese pequeño espacio de tiempo.
—Bueno, espero que disfrute su café —añadió ella antes de dar un paso atrás, como si esperara su permiso para irse.
Pero Logan, por primera vez en años, sintió que no quería que se marchara tan pronto.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Logan seguía sosteniendo la puerta abierta, sus ojos oscuros fijos en ella, intentando descifrar qué era lo que lo tenía tan inquieto. La chica se quedó inmóvil, como si estuviera esperando algo, y luego su mirada se posó nuevamente en su mejilla. La sangre comenzaba a deslizarse lentamente hacia su mandíbula, un contraste llamativo contra su piel curtida.
Sin pensarlo demasiado, ella dio un paso adelante. —Si me deja, puedo curarlo. Podría infectarse. —Su tono era suave, pero había algo decidido en sus palabras.
Logan frunció el ceño. —No es necesario. —Su voz salió más brusca de lo que pretendía, casi un gruñido. Al instante notó cómo ella se tensaba, su incomodidad evidente en el ligero cambio de postura. Logan apretó los dientes, odiándose por su reacción.
—Perdón —murmuró, su tono más relajado ahora—. Si quieres, adelante. Pero no voy a pagarte por eso.
Ella soltó una pequeña risa, que sonó más sincera de lo que él esperaba. —No se preocupe, no voy a cobrarle. Será rápido.
Antes de que pudiera decir algo más, ella dejó la bandeja a un lado y sacó de su bolsillo un pequeño botiquín, una de esas cosas que probablemente llevaba consigo por costumbre. Logan observó cómo lo abría con movimientos precisos, y por un segundo, el silencio que se creó entre ellos no se sintió incómodo, sino extraño... casi íntimo.
Logan se sentó en el borde de la cama, sintiendo el colchón ceder bajo su peso. Ella se colocó frente a él, sacando un pequeño frasco de desinfectante y un algodón. La cercanía le resultaba extraña, incómoda y, al mismo tiempo, imposible de ignorar. Cuando el algodón presionó suavemente sobre el corte, un leve ardor lo hizo fruncir el ceño.
—¿Cómo sabes hacer esto? —preguntó, su voz ronca y algo cortante, aunque más por costumbre que por intención real.
—Estudié enfermería un par de años —respondió ella sin levantar la vista, concentrada en limpiar la herida. Sus movimientos eran meticulosos, casi profesionales, como si el tiempo no hubiera desgastado lo que había aprendido.
Logan soltó un leve bufido, más para sí mismo que para ella. — Es solo un rasguño. Ni siquiera deberías molestarte.
Ella levantó la mirada un momento, con una expresión entre curiosa y divertida. — Bueno si me molestara no te hubiera dicho de hacerlo.
El comentario lo golpeó con una especie de dulzura y ternura, y algo en su interior se revolvió.  Mientras ella volvía a concentrarse en su trabajo, Logan dejó que su mirada vagara por su figura. El uniforme de mesera, a pesar de su simplicidad, se ajustaba perfectamente a su cuerpo, realzando curvas que no había notado antes.
Trató de apartar la vista, de distraerse, pero sus ojos volvían a ella casi por voluntad propia. Se maldijo en silencio por mirarla de esa manera. No era correcto, no debería hacerlo, pero había algo en ella que lo atrapaba. Una belleza natural, casi etérea, que contrastaba con el cansancio reflejado en su rostro.
Logan apretó los dientes, buscando controlar sus pensamientos. Ella no merecía ser objeto de su mirada, mucho menos de los pensamientos que empezaban a rondar en su mente.
Cuando ella terminó de limpiar y desinfectar la herida, guardó el algodón y el desinfectante con calma, sin prisa. Alzó la mirada nuevamente y, por primera vez, se permitió observarlo de cerca. La distancia entre ambos era mínima, apenas unos pasos, y eso le dio la oportunidad de notar cosas que antes no había percibido.
Las facciones de Logan hablaban de su historia. La edad era evidente en las arrugas que surcaban su frente y el contorno de sus ojos, pero había algo en esa imperfección que no resultaba desagradable. Era un rostro descuidado, sí, marcado por el tiempo, pero eso le daba un atractivo particular, casi crudo, como si llevara consigo la esencia de alguien que había vivido más de lo que deseaba.
Y luego estaban sus ojos. De un tono verdoso ya casi cafés, pero profundamente expresivos, como un reflejo de todo aquello que no se atrevía a decir. Era fácil perderse en ellos, y por un instante, ella lo hizo. Se dio cuenta de que estaba mirándolo más de la cuenta y sonrió, un gesto pequeño, casi tímido, como si intentara disimular su distracción.
Logan, que había estado evitando fijar la mirada en ella, notó el cambio. Ese pequeño gesto, esa sonrisa, lo dejó inquieto. No sabía qué significaba, pero podía sentir cómo el ambiente entre ellos se volvía más pesado, más difícil de ignorar.
—Listo —dijo ella, su voz suave, como si no quisiera romper del todo el momento—. Eso debería bastar, pero si siente que molesta más tarde, avíseme.
Sin darse cuenta, su mirada volvió a encontrarse con la de él, y ambos quedaron atrapados en ese intercambio silencioso, donde las palabras no eran necesarias.
Ella se giró hacia el pequeño cesto de basura junto a la cama para tirar los restos del algodón y el envoltorio del desinfectante. Al inclinarse un poco, algo captó su atención: una placa metálica sobresalía entre los desperdicios. Estaba sucia y algo desgastada, pero claramente visible. Al mirarla con más detalle, pudo leer un nombre grabado en ella: Logan.
Se enderezó lentamente, sosteniendo la placa entre sus dedos. Había algo en ese objeto, en su peso y en la frialdad del metal, que parecía contar una historia. Giró hacia él, levantándola apenas para que la viera.
—¿Es suya? —preguntó con curiosidad, sus ojos fijos en los de él.
Logan la miró, y algo en su expresión cambió. No era exactamente enojo, pero había una dureza en su rostro, como si esa pequeña placa desenterrara algo que prefería mantener enterrado. Se puso de pie, acercándose para tomarla de su mano con cuidado, casi con reverencia.
—Sí —respondió después de un momento, su voz baja y áspera. Guardó la placa en el bolsillo de su chaqueta sin añadir nada más, como si eso bastara para cerrar el tema.
Ella lo observó en silencio, notando cómo apretaba los labios, claramente incómodo con la situación. No quería insistir, pero la curiosidad seguía latiendo en su interior. Había algo en él, algo más allá de lo que dejaba ver.
—Es un bonito nombre —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
Logan dejó escapar un leve bufido, más una reacción automática que algo genuino. —Bonito, tal vez. Pero eso no significa nada.
El peso de sus palabras cayó entre ellos como una barrera, pero ella no retrocedió. En cambio, volvió a esbozar esa pequeña sonrisa que, por alguna razón, comenzaba a desarmarlo.
Ella observó la taza de café sobre la mesita de noche, ahora casi fría, con una ligera mueca de desaprobación. Se acercó a la mesa y la señaló suavemente.
—Seguro ya se enfrió, pero... cuando quiera, puedo traerle otro. —El tono de su voz, aunque casual, llevaba algo más. Un leve matiz que parecía sugerir que, tal vez, habría un segundo reencuentro, algo más que una simple visita ocasional.
Logan la miró en silencio, sin saber si debía responder o simplemente dejar que esas palabras se quedaran en el aire. Pero antes de que pudiera decidir qué hacer, ella ya estaba de pie, recogiendo sus cosas con movimientos tranquilos.
—Bueno, ya me voy. —Su voz, ahora más suave, apenas un susurro, se despidió con una ligera sonrisa antes de dar un paso atrás, dejando el espacio entre ellos aún más palpable.
Logan la observó irse, el sonido de sus pasos desapareciendo en el pasillo, pero algo en la atmósfera había cambiado. Él se quedó allí, sentado en la cama, con la mente revuelta por esa última frase, por la insinuación que ella había dejado flotando entre ellos.
No estaba seguro de lo que realmente había querido decir, pero algo en su interior le decía que no era algo que pudiera ignorar tan fácilmente.
Con un suspiro, miró la taza de café y luego, sin darse cuenta, pasó su mano por su barba canosa, reflexionando en silencio sobre todo lo que había sucedido.
Los días transcurrieron lentamente para Logan. A veces, mientras caminaba hacia su trabajo o cuando estaba de regreso en el motel, veía a la chica pasar. Él la reconocía al instante, por su paso ligero, por esa sonrisa que le dirigía cada vez que sus miradas se cruzaban, una sonrisa que él no sabía si correspondía a un simple gesto o a algo más. A veces, cuando la veía, se debatía con la idea de llamarla de nuevo, de romper el silencio que se había interpuesto entre ellos después de su última conversación. Pero siempre, al final, se mantenía firme, alejándose del impulso.
Se decía a sí mismo que ya estaba demasiado grande para estos juegos, para las complicaciones emocionales que una chica como ella podría traer. Se sentía como si estuviera demasiado lejos de ese mundo, como si los años que había vivido lo hubieran colocado en un sitio donde las cosas simples, las sonrisas y los reencuentros, ya no tenían cabida. Y, sin embargo, había algo en ella que lo llamaba, algo que le hacía dudar, que lo hacía sentirse vulnerable de una manera que no quería aceptar.
Cada vez que ella le sonreía desde lejos, él desviaba la mirada y apretaba los dientes, como si esa pequeña muestra de amabilidad fuera una tentación demasiado peligrosa. La idea de acercarse a ella lo incomodaba, pero la atracción que sentía hacia ella seguía ahí, oculta bajo capas de indiferencia y autocompasión.
Logan suspiraba, sintiendo el peso de su indecisión. Si bien su mente le decía que lo mejor era seguir ignorándola, algo dentro de él comenzaba a desear lo contrario. Pero esa lucha interna no parecía tener fin.
Una noche, después de un largo día de trabajo al volante, Logan decidió entrar al pequeño restaurante del motel. No era su primera opción para cenar, pero el hambre y el cansancio lo convencieron de que no había tiempo para buscar algo mejor. El lugar era modesto, con mesas de madera gastada y una iluminación cálida, pero tenue. Apenas cruzó la puerta, sus ojos la encontraron.
Allí estaba ella, moviéndose con soltura entre las mesas, una bandeja en equilibrio sobre una mano mientras entregaba pedidos con una sonrisa tan natural como desarmante. Llevaba el mismo uniforme de mesera que había notado días atrás, ceñido a su figura de manera sencilla pero que lograba llamar su atención sin esfuerzo.
Logan pensó en girarse y salir, pero antes de que pudiera reaccionar, ella lo vio. Su mirada se encontró con la de él, y esa sonrisa que tanto intentaba ignorar apareció de nuevo, iluminando su rostro.
—¡Bienvenido, Log! —dijo con una entonación juguetona y carismática, haciendo que su nombre sonara más familiar de lo que a él le gustaría.
Logan arqueó una ceja, cruzando los brazos mientras ella pasaba a su lado con la bandeja en alto. Esa informalidad lo tomó por sorpresa, pero algo en su tono, en la forma despreocupada en que lo dijo, lo desarmó más de lo que quería admitir.
—¿Así me llaman ahora? —respondió, su voz más áspera de lo que pretendía, aunque con un leve atisbo de humor.
Ella se detuvo por un momento, girándose hacia él con una sonrisa aún más amplia. —¿Prefiere que le diga "señor Logan"? —preguntó, inclinando la cabeza con un toque de ironía.
Él negó con la cabeza, soltando un suspiro y acercándose a una mesa vacía. —No me llames nada, solo haz tu trabajo.
—Como diga, señor. —Guiñó un ojo antes de girarse y seguir con su camino, dejando a Logan allí, sintiendo que algo en su interior se revolvía.
Logan comió en silencio, intentando ignorar las miradas furtivas que ella le lanzaba entre mesas mientras seguía atendiendo. El restaurante se fue vaciando poco a poco, y para cuando terminó su plato, el ambiente se había vuelto más tranquilo, casi íntimo. Se levantó de su asiento, llevando consigo el plato vacío hacia el mostrador, donde ella estaba ocupada anotando algo en una libreta.
—¿Todo bien con la comida? —preguntó ella, mirándolo con una sonrisa amable.
—Sí, estuvo bien. —Logan dejó el plato en la barra y sacó la billetera para pagar.
—¿Algo más para esta noche? —su voz tenía ese tono que empezaba a reconocer: ligero, despreocupado, pero con un trasfondo que lo hacía sentir bajo un reflector.
Logan titubeó un momento antes de decir: —Un café.
Ella asintió, girándose para prepararlo. —¿Lo quiere aquí o... prefiero llevárselo a su habitación? —El guiño que acompañó la pregunta era sutil, pero lo suficientemente evidente como para que él lo notara.
Se aclaró la garganta, desviando la mirada mientras sacaba un billete del bolsillo. —A la habitación, por favor.
—Como diga. —Ella tomó el dinero y se lo guardó con rapidez, mientras llenaba una taza humeante con café recién hecho. —Estará allí en un minuto.
Logan asintió y se dirigió hacia la salida del restaurante, sintiendo cómo su presencia lo seguía como una sombra cálida. Cada vez que interactuaban, la barrera que había intentado construir entre ellos parecía desmoronarse un poco más, y no estaba seguro de si debía resistirse o simplemente dejarse llevar.
Unos minutos después, el sonido de un golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Logan se levantó de la cama, ajustándose la camisa por puro reflejo antes de abrir. Allí estaba ella, con su sonrisa inconfundible y, para su sorpresa, sosteniendo no una, sino dos tazas de café en una pequeña bandeja.
—¿Dos cafés? —preguntó él, arqueando una ceja mientras sus ojos pasaban de las tazas a su rostro.
Ella le devolvió una mirada despreocupada, como si su elección fuera lo más natural del mundo. —Pensé que tal vez le vendría bien algo de compañía. —Levantó un poco la bandeja con una sonrisa ladeada.
Logan suspiró, cruzando los brazos mientras evaluaba la situación. No estaba acostumbrado a que alguien tomara ese tipo de iniciativas con él, y mucho menos de esa manera tan directa.
—¿Así de simple, eh? —murmuró, aunque no pudo evitar que un leve tono de curiosidad se filtrara en su voz.
—Así de simple. —Ella dio un paso al frente, dejando la bandeja sobre la mesita junto a la puerta, y luego se giró hacia él. —Pero si prefiere estar solo, puedo irme.
Logan negó lentamente con la cabeza, cerrando la puerta detrás de ella. —No es eso... Solo no estoy acostumbrado.
—Bueno, entonces será una experiencia nueva. —Le tendió una de las tazas antes de tomar la suya propia y darle un sorbo, manteniendo sus ojos en él con una mezcla de desafío y calidez.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino denso, lleno de esa tensión inexplicable que parecía surgir cada vez que estaban cerca. Logan tomó su taza, sin apartar la mirada de ella, sintiendo que algo en su interior cedía poco a poco.
Tomó un sorbo de su café, dejando que el calor recorriera su garganta antes de fijar su mirada en ella. Había algo en su actitud, en su forma de moverse con tanta naturalidad, que lo descolocaba. Y esa sonrisa, siempre ahí, como si supiera algo que él no.
—¿No te molesta? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio.
Ella frunció ligeramente el ceño, confundida. —¿Qué cosa?
Logan apoyó la taza en la mesita, cruzando los brazos mientras sus ojos vagaban por el suelo, buscando las palabras. —La diferencia de edad.
Ella lo miró, sus labios curvándose en una sonrisa suave. Se recargó en el marco de la ventana, sosteniendo su taza entre las manos.
—¿Por qué debería molestarme? —respondió con un tono despreocupado.
—No sé… —Logan se encogió de hombros, su voz grave cargada de una mezcla de inseguridad y escepticismo. —Podrías pensar que es raro. Que no tiene sentido.
Ella dejó la taza sobre el alféizar y lo miró directamente, con una intensidad que lo hizo sentir expuesto. —Creo que lo único raro sería que tú te lo creyeras.
Logan se quedó en silencio, sin saber qué responder. Había esperado una respuesta diferente, quizás algo más superficial o distante, pero sus palabras lo golpearon con una fuerza inesperada.
—Además —añadió ella, con un toque de diversión en su voz—, no es como si yo estuviera aquí preocupándome por lo que piensen los demás.
Él soltó una risa baja, seca, mientras sacudía la cabeza. —Tienes una manera de simplificar las cosas.
—A veces la vida es más simple de lo que queremos admitir, Log. —Su voz se suavizó al decir esto, y esa familiaridad al usar su nombre volvió a desarmarlo.
El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era incómodo. Era como si cada palabra dicha antes hubiera dejado una marca en el aire. Ella dio un paso hacia él, su mirada clavada en la de Logan, llena de algo que él no supo interpretar del todo: curiosidad, ternura, quizá incluso desafío.
Sin pensarlo demasiado, ella levantó una mano y la posó suavemente sobre su mejilla. Sus dedos rozaron la barba áspera, canosa, deteniéndose apenas para sentir la textura.
—¿Siempre has sido tan terco? —preguntó, su voz apenas un susurro mientras lo miraba, como si quisiera desentrañar lo que se escondía detrás de esos ojos.
Logan no se movió al principio, su cuerpo rígido como una roca bajo el toque de ella. Su mirada bajó hacia la de ella, capturando cada detalle de su rostro: la curva de sus labios, el brillo en sus ojos, la calidez en su expresión. Algo dentro de él pareció tambalearse.
Pero entonces, con un leve movimiento, Logan se apartó. No fue brusco, pero sí lo suficiente para marcar una distancia.
—No deberías hacer eso. —Su voz sonó más dura de lo que había planeado, aunque el peso de sus propias palabras le cayó encima como una losa.
Ella bajó la mano lentamente, sin dejar de mirarlo. Había algo en su mirada, una mezcla de decepción y comprensión, que lo hizo sentirse peor.
—¿Por qué no? —preguntó, sin reproche, solo curiosidad genuina.
Logan negó con la cabeza, llevándose una mano a la nuca mientras se giraba ligeramente hacia la ventana. —Porque no soy alguien con quien debas involucrarte.
Ella dejó escapar una risa suave, como si esa respuesta no fuera suficiente para disuadirla. —Tal vez no me corresponde a ti decidir eso.
Él no respondió, permaneciendo con la mirada fija en la ventana. Había algo en su postura que parecía cargado de peso, como si llevara años arrastrando una batalla interna que no podía ganar.
—Bueno... —dijo ella después de un momento, retomando su tono ligero. — si necesitas algo más, ya sabes dónde encontrarme.
Cuando ella se giró para dirigirse hacia la puerta, Logan sintió un impulso que no pudo controlar. Dio un paso adelante y, con una mano firme pero cuidadosa, sujetó su brazo, deteniéndola en seco. Ella lo miró sorprendida, con los ojos amplios y curiosos.
—Espera. —Su voz sonó grave, cargada de algo que ni él mismo podía identificar del todo. Se quedó mirándola por un momento, como si buscara algo en su rostro, algo que pudiera explicar lo que estaba ocurriendo. — No lo entiendo, ¿si? ¿Qué ves en un viejo molesto y amargado como yo?
Ella parpadeó, el asombro suavizándose en una expresión de ternura que él no pudo entender. No había burla, ni lástima, ni duda en su mirada, solo una calidez que lo desarmaba por completo.
—Veo mucho más que eso, Logan. —Su voz era baja, sincera, cada palabra parecía elegida con cuidado.
Logan frunció el ceño, sin apartar los ojos de ella. —No entiendo.
Ella sonrió, ladeando la cabeza ligeramente mientras lo estudiaba. —Eso es porque tú mismo te has convencido de que no hay nada más en ti. Pero yo veo a alguien que, a pesar de todo, sigue adelante. Alguien que ha vivido más de lo que probablemente quiera admitir, y que, aunque intente esconderlo, todavía tiene algo bueno ahí dentro.
Logan se quedó callado, sus dedos aún aferrados a su brazo, aunque sin apretar. Sus palabras lo atravesaron como un golpe, porque no estaba acostumbrado a que alguien lo mirara de esa manera. Para él, su reflejo siempre había mostrado a alguien cansado, roto, un cascarón del hombre que alguna vez fue.
Ella, en cambio, lo miraba como si hubiera algo más, algo que él mismo había olvidado hacía tiempo.
—No soy ese tipo de hombre. —Su voz salió más suave, casi un susurro, como si estuviera admitiendo una derrota que llevaba tiempo evitando.
—Tal vez no lo eres para ti, pero eso no significa que no puedas serlo para alguien más. —Ella se inclinó un poco hacia él, sus ojos buscando los suyos con una determinación dulce y firme.
Por un segundo eterno, Logan no supo qué decir ni cómo moverse. Entonces, soltó su brazo lentamente, sus dedos dejando su piel con un cuidado que no se correspondía con la fuerza que él creía tener.
—Debería irme. —Ella rompió el momento con una sonrisa ligera, y aunque parecía que quería quedarse, dio un paso atrás hacia la puerta. Logan sintió una urgencia desconocida que lo hizo actuar antes de pensarlo.
—No. —La palabra salió de sus labios en un susurro áspero, como si cargara más peso del que él mismo entendía.
Ella se giró a mirarlo, sus ojos reflejando sorpresa y curiosidad, pero no tuvo tiempo de responder. Logan dejó que su mano se deslizara de su brazo hacia su cintura, con una firmeza que no era brusca, pero sí lo suficientemente decidida como para dejar claro que no quería que se fuera.
El contacto hizo que ella contuviera el aliento, no porque fuera incómodo, sino porque la diferencia en sus cuerpos era innegable. Su mano era grande y áspera, contrastando con su figura más delicada, y la manera en que la acercó hacia él la dejó momentáneamente sin palabras.
—¿Qué haces? —preguntó ella en un susurro, su voz quebrándose apenas al sentir la proximidad.
—No lo sé. —La sinceridad en su respuesta la desarmó, y durante un segundo largo se quedaron así, mirándose tan cerca que cada respiración parecía compartida.
Ella no intentó alejarse, aunque su mente le decía que tal vez debería. Algo en la intensidad de sus ojos, en la vulnerabilidad que escondían, la mantuvo allí, atrapada en ese instante que parecía detener el tiempo.
Logan se inclinó un poco más, su mirada vagando entre sus ojos y sus labios, pero antes de que pudiera hacer algo más, una chispa de razón lo golpeó. Se apartó con un movimiento torpe, liberándola de su agarre y girándose hacia el costado, frotándose la nuca con una mezcla de frustración y autodesprecio.
—Lo siento. No debí... —murmuró, su voz más baja, como si hablara consigo mismo.
Ella se quedó quieta, su corazón latiendo con fuerza mientras lo miraba. Logan levantó la vista hacia ella, confundido por su dulzura, pero no dijo nada. Ella esbozó una pequeña sonrisa, inclinándose hacia la puerta para abrirla, aunque esta vez lo hizo con lentitud, como si le diera una última oportunidad de decir algo más.
Ella ya había dado un paso hacia la puerta, pero algo en su interior la hizo detenerse. Giró lentamente, y esta vez fue ella quien tomó la iniciativa. Con una suavidad inesperada, deslizó su mano sobre la de Logan, que aún estaba cerca, y la guió de nuevo hacia su cintura.
Él no se resistió, sorprendido por su gesto, y dejó que su mano descansara allí, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la tela del uniforme. Ella se acercó un poco más, sus ojos clavados en los suyos con una intensidad que desarmaba cualquier argumento que Logan pudiera haber tenido para detener aquello.
—No pienses tanto. —Su voz fue apenas un susurro, casi una súplica, mientras mantenía su mirada fija en él.
Logan respiró hondo, luchando contra todas las barreras que había construido durante años, pero cuando ella se inclinó levemente hacia él, algo en su interior se rompió. No había nada más que aquel momento, y por primera vez en mucho tiempo, decidió ceder.
Se inclinó hacia ella, su rostro acercándose lentamente mientras su mano en su cintura la acercaba aún más. Cuando sus labios finalmente se encontraron, fue un roce suave al principio, una prueba tímida, como si ambos estuvieran descubriendo algo que no sabían que necesitaban.
Pero la presión aumentó, y el beso se volvió más decidido, más cargado de emociones que ninguno de los dos podía verbalizar. Las manos de ella subieron instintivamente hacia su rostro, acariciando su barba con ternura, mientras él la sostenía con firmeza, como si temiera que ella pudiera desvanecerse si la soltaba.
Cuando finalmente se separaron, sus respiraciones estaban entrecortadas, pero ninguno se apartó del todo. Sus frentes se apoyaron, sus miradas entrelazadas en el silencio que seguía cargado de significado.
Logan la observó en silencio durante un segundo eterno, como si estuviera buscando algo en sus ojos que le diera el permiso que, en realidad, ya le había dado. Finalmente, sin decir nada más, se inclinó de nuevo hacia ella, esta vez con más firmeza, dejando que sus manos descansaran completamente en su cintura, afianzando el contacto.
El beso llegó con una intensidad distinta, más segura pero aún contenida, como si estuviera tratando de equilibrar lo que sentía con lo que creía que debía hacer. Sus labios encontraron los de ella en un choque suave pero decidido, explorando con más tiempo, con más necesidad.
Ella correspondió al instante, sus manos subiendo otra vez hacia su rostro, acariciándolo mientras se entregaba al momento. Logan la sostuvo más cerca, sus dedos presionando ligeramente en su cintura, como si quisiera memorizar el tacto de su piel bajo sus manos.
Fue entonces cuando dejó que su lengua se deslizara, probando con cuidado, esperando alguna señal. Ella la dio al instante, abriéndose a él con la misma disposición, y el beso se volvió más profundo, más cargado de emociones que ambos habían intentado ignorar hasta ahora.
Su sabor era un contraste perfecto con la aspereza de la barba que rozaba sus labios, una mezcla que la hizo suspirar contra su boca, enviando una corriente por el cuerpo de Logan que lo llevó a intensificar el beso, pero sin dejar que se volviera apresurado o desesperado.
Sus manos en su cintura parecían anclarla, y cada movimiento de sus labios y su lengua era una mezcla perfecta de control y pasión. Cuando se separaron, fue apenas por segundos, solo para tomar aire antes de que sus frentes volvieran a juntarse.
Logan cerró los ojos, todavía sosteniéndola cerca, mientras su respiración entrecortada hablaba de todo lo que no se atrevía a decir en palabras. Ella sonrió suavemente, acariciando su mejilla con el pulgar, permitiéndose disfrutar de aquel momento que parecía suspendido fuera del tiempo.
—Esto no estaba en mis planes. —Su voz ronca rompió el silencio, pero no se alejó ni un centímetro de ella.
—A veces, lo mejor no necesita estarlo. —Ella respondió con una dulzura que él apenas podía comprender, dejando que sus palabras calaran profundo.
Ella lo miró con una mezcla de decisión y ternura, dejando que sus manos se apoyaran suavemente en su pecho. Luego, sin romper el contacto visual, lo empujó con suavidad hacia el borde de la cama. Logan, sorprendido, dejó que lo guiara hasta sentarse, el colchón cediendo bajo su peso mientras su mirada permanecía fija en ella, tratando de descifrar sus intenciones.
Antes de que pudiera procesarlo del todo, ella se colocó en su regazo con una confianza que lo desarmó, sus piernas descansando a ambos lados de las suyas. La cercanía lo envolvió por completo, y el calor de su cuerpo hizo que olvidara cualquier excusa que podría haber intentado plantear.
Logan tragó con dificultad, sus manos temblando por un momento antes de apoyarse en sus caderas, como si necesitara asegurarse de que aquello era real. Ella sonrió, una expresión suave que contrastaba con la intensidad del momento, y sus dedos encontraron su lugar nuevamente en su rostro, acariciando su barba con una dulzura que él no estaba acostumbrado a recibir.
—No pensé que te dejarías llevar tan fácil, viejo gruñón. —Su voz tenía un deje juguetón, pero también una calidez que lo hizo sentir algo más que vulnerable.
Logan soltó un resoplido, medio riéndose, medio intentando mantener su fachada de dureza, pero sus ojos delataban la tormenta de emociones que ella había desatado en él.
—Y yo no pensé que fueras tan atrevida. —Su voz era grave, más baja de lo habitual, mientras sus manos apretaban ligeramente sus caderas, explorando el peso de ella sobre él con una mezcla de necesidad y autocontrol.
Ella inclinó la cabeza, sus labios a apenas centímetros de los suyos, y el silencio que los envolvía era denso, cargado de una tensión que ninguno parecía dispuesto a romper.
—Tal vez solo necesitabas a alguien que te recordara cómo es vivir un poco. —La respuesta salió de sus labios con una suavidad que lo desarmó por completo, y antes de que pudiera responder, ella se inclinó para reclamar sus labios en un beso que esta vez fue lento pero profundamente apasionado.
Logan correspondió sin dudar, sus manos afianzándose en su cintura mientras la sostenía más cerca, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. La intensidad del beso creció, sus movimientos coordinados en un vaivén que parecía borrar cualquier barrera entre ellos.
El aire se volvió pesado, cargado de emociones y deseos reprimidos durante demasiado tiempo. Y mientras sus bocas exploraban, Logan se dio cuenta de algo que lo asustó y lo reconfortó al mismo tiempo: hacía años que no sentía algo así.
Mientras sus cuerpos se movían al unísono, ella no pudo evitar moverse con un leve vaivén, un movimiento que se hizo más pronunciado sin que siquiera lo notara. Logan, al sentirlo, no pudo evitar dejarse llevar, sus manos deslizándose suavemente por su espalda, explorando la figura de ella con una delicadeza inesperada. El roce de sus dedos sobre su ropa era casi como una caricia, como si estuviera temeroso de hacer cualquier cosa que pudiera romper la atmósfera que se había creado entre ellos.
Logan comenzó a recorrer la línea de su cintura, siguiendo el contorno de su figura con cuidado, sintiendo la suavidad de su piel debajo de las telas. Cada movimiento de ella hacía que el deseo creciera, pero también que se diera cuenta de la vulnerabilidad en él, una que no quería reconocer, pero que estaba allí, palpable en el aire.
El contacto de sus manos era firme pero no posesivo, como si quisiera que ella entendiera que, aunque la atracción entre ellos fuera innegable, aún había algo más: respeto, paciencia. Cada vez que sus dedos pasaban cerca de su piel, él casi podía escuchar su respiración entrecortada, y eso solo lo impulsaba a ser más suave, más consciente de su cuerpo sobre el suyo.
Ella cerró los ojos por un momento, disfrutando de la suavidad con que él la tocaba, pero también de la extraña mezcla de sensaciones que provocaba en ella. No podía dejar de pensar que aquello era tan real, tan auténtico, y no importaba cuánto tratara de resistirse, se sentía completamente conectada a él.
Logan se detuvo por un segundo, sus dedos rozando el costado de ella, casi como si estuviera preguntando si podía continuar, pero en lugar de palabras, fue el gesto de ella, una pequeña inclinación hacia él, lo que lo hizo seguir.
El roce de su mano subió por su espalda, a la base de su cuello, donde sus dedos se enredaron suavemente en algunos cabellos sueltos. Los ojos de Logan se encontraron con los de ella, y por un instante, todo lo que podían sentir era la conexión pura entre ambos. Sin decir una palabra, él la sostuvo un poco más fuerte, mientras sus labios se acercaban nuevamente, buscando el contacto que ambos sabían que no podían evitar más.
La sensación de sus cuerpos tan cerca, el calor de sus pieles y la suavidad de sus movimientos era todo lo que existía, todo lo que necesitaban. Y por fin, cuando sus labios se encontraron de nuevo, fue un beso que selló algo mucho más profundo que solo deseo: una conexión que, de alguna manera, ambos sabían que podría cambiar todo lo que habían conocido hasta ese momento.
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archivomusicalrumberos1 · 5 months ago
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David Pabon - Aquel Viejo Motel HD - Show De Las Estrellas
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Un clásico de la saaalsa.....!!!
Aquel Viejo Motel
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manay-radio · 1 year ago
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AQUEL VIEJO MOTEL DAVID PAVON
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onlyone-midis · 2 years ago
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Aquel Viejo Motel - David Pabón - Midi File (OnlyOne)
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mr2swap · 3 years ago
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I'm still good for business
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-Are you bringing the money? - An obese old man took out his wallet and began to count a couple of bills in that motel room that charged by the hour, I snatched his wallet and took out all the cash I could -Very good fag now get on the ground and the show is going to start-
It's been a year since that damn punk boy stole my body, he used to be the young CEO of a successful company on the rise, but now I'm just a punk who hopefully and finished high school, the fucking boy was in love and obsessed with me, He followed me everywhere he knew my schedule and even started working at the convenience store near my office.
When I was leaving work at night on my way to my car to return to my apartment, I injected a drug and left me unconscious hours later I woke up lying in a fucking park with a gardener spraying me with cold water from his hose "fucking punks go to get high at your house! " He told me he did not understand what was happening until I looked at my dirty and cheap clothes, my arms and my arms now thinner and more squalid ... he had replaced me!
I tried to tell that fucking punk to return my body but he just laughed at me and touched my body in such an erotic and dirty way that my co-workers thought I had lost my mind, the last time I confronted him I called the police and I was locked up for 1 week ... I was desperate and broke, the worst thing is that I could feel my mind getting more and more screwed up, I started drinking, smoking even saying words like "bro" I couldn't concentrate much less With this cock that asked for attention several times a day, damn I'm so horny all the time that I couldn't work more than one without going to the bathroom to masturbate
I even lost my job when my boss caught me masturbating in the security camera when there was no client in sight, my mind got screwed in just one year I can't recognize myself anymore.
So here I am now, it is not bad for me to start my own "business" and my clients pay well for being humiliated and fucked by a young man like me ... I have always been good at business, maybe not this is not so bad.
español:
-Traes el dinero?- un obeso hombre viejo saco su billetera y comenzo a contar un par de billetes en aquel cuarto de motel que cobraba por hora, le arrebate la billetera y saque todo el efectivo que pude -Muy bien marica ahora tirate al suelo y va a comnzar el show-
hace ya un año que aquel maldito chico punk robo mi cuerpo, solia ser el joven CEO de una compañia exitosa en asenso, pero ahora no soy mas que un punk que con suerte y termino la preparatoria, el puto niño estaba enamorado y obsecionado conmigo, me seguia a todas partes sabia mi horario incluso comenzo a trabajar en la tienda de autoservicio cerca de mi oficina.
Cuando estaba saliendo del trabajo por la noche de camino a mi auto para regresar a mi departamento, me inyecto una droga y me dejo inconciente horas despues desperte tirado en un puto parque con un jardinero rociandome con agua fria de su mangera "putos punks ve a drogarte a tu casa!" me dijo no entendia lo que pasaba hasta que mire mi ropa sucia y barata, mis panos y mis brazos ahora mas delgados y escualidos...el me habia remplazado!
intente decirle a ese puto punk que regresara mi cuerpo pero el solo se reia de mi y tocaba mi cuerpo de una manera tan erotica y sucia que mis compañeros del trabajo creia que habia perdido la cabeza, la ultima vez que lo confronte llamo a la policia y estuve encerrado por 1 semana...estaba desesperado y quebrado, lo peor es que podia sentir como mi mente se volvia cada vez mas jodida, comence a beber, a fumar incluso a decir palabras como "bro" no podia concentrarme y mucho menos con esta polla que pedia atencion varias veces al dia, joder estoy tan cachondo todo el tiempo que no podia trabajar mas de una sin ir al baño a masturbarme
incluso perdi mi trabajo cuando mi jefe me sorprendio masturbandome en la camara de seguridad cuando no habia ningun cliente a la vista mi mente se jodio en solo un año ya no puedo reconocerme.
Asi que aqui estoy ahora, no me va mal inicie mi propio "negocio" y mis clientes pagan bien por ser humillados y jodidos por un jovensito como yo... siempre se me han dado bien los negocios, quiza no esto no sea tan malo.
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dianasanmiguel · 5 years ago
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Barquitos de papel
"La verdad, yo lo que quiero es ser escritora”. Le dije apurando la cuarta cerveza que nos tomábamos esa noche. A él lo había conocido dos semanas antes, una noche de lluvia en que los dos decidimos resguardarnos bajo el mismo techo en una de las calles más transitadas de la ciudad. Él llevaba una chaqueta de cuero que combinaba con su pelo largo y negro; yo no pude evitar mirarlo con disimulo y fue así como descubrí que en realidad ya lo había visto antes. Los dos estudiábamos en la misma universidad, pero mientras él quería ser músico, yo estudiaba para ser abogada. Esa noche terminamos refugiándonos de la lluvia en un bar chiquito y oscuro que yo no conocía.
En las siguientes semanas hubo un par de encuentros casuales en la universidad en los que sólo atinábamos a levantar las cejas y sonreír tímidamente. Finalmente, una noche llegó a mi Facebook un mensaje de un desconocido. En la foto del remitente pude identificar la misma chaqueta negra. El mensaje era corto “oye, estaría bueno volver al bar de la otra vez ¿no?” a lo que yo respondí “sí, sólo espero que esta vez llueva más fuerte”
Siempre amé la lluvia. De niña, cuando llovía y la miserable casa donde vivíamos parecía venirse abajo y el agua se colaba por cada una de las más de cien goteras, mi papá solía consolarme haciendo barquitos de papel para ponerlos a navegar por los arroyos que se formaban en la calle. De esta forma me entretenía y calmaba mi miedo a que la lluvia tumbara la casa y matara a todos dentro. Desde el primer día en que nuestra flota de barquitos empezó a navegar, la lluvia se convirtió en una excusa para poner en marcha nuevos barcos y eso me hacía feliz.
La noche que acordamos para vernos no llovió. Calmé mi decepción comiendo un mango con sal mientras esperaba a mi chico de la chaqueta de cuero. Cuando al fin llegó, la ausencia de la chaqueta se convirtió en la segunda decepción de la noche. Traté de pasar por alto cualquier alusión a la anhelada prenda y pronto nos dirigimos al bar.
La segunda vez que estuve allí pude apreciar mucho mejor aquel lugar; las paredes negras, los cuadritos viejos de bandas sólo conocidas por los visitantes que se refugiaban en los rincones más oscuros, el olor a cigarrillo y las manchas en el piso. Mi chico y yo escogimos una de las pocas mesas iluminadas por una vela dentro de un vaso, allí comenzamos a charlar de la universidad y del clima, de las futuras elecciones presidenciales y de lo malo que nos parecía la tala de los pocos árboles que daban sombra en la ciudad. La conversación fluía y pronto hablamos de nuestras carreras. A él la música lo apasionaba. Con frecuencia estrellaba sus dedos contra la mesa imitando el ritmo de la batería o el teclado de la canción de turno. Tenía unos ojos bonitos que se iluminaban cuando hablaba de sus bandas favoritas. Yo estaba tan entretenida con su relato, que su pregunta me tomó totalmente por su sorpresa “¿y a ti de verdad te gusta lo que estudias?”
Fueron 30 segundos de un silencio incómodo. Al final la respuesta fue tajante y seca “La verdad, yo lo que quiero es ser escritora”. Lo dije fuerte, claro, con decisión, como si con esto buscara eludir cualquier crítica, cualquier burla. Él me miró un momento y sonrió.
Mi primer cuento lo escribí siendo niña, se trataba de un niño de nombre extranjero que tenía curiosas aventuras con un extraterrestre. Duré varias semanas escribiendo unas cuantas páginas y cuando al fin lo hube terminado, pedí a mi abuela que escribiera ella el título con su hermosa letra cursiva. El cuento desapareció junto con la mayoría de mis recuerdos y posesiones de aquella época. La escritura continuó durante algún tiempo, pero poco a poco fue desplazada por otras actividades hasta terminar reducida a algo menos que un simple pasatiempo. Sin embargo, había algo en escribir que me fascinaba, que me envolvía, que me conectaba con una parte de mí misma que permanecía en la penumbra y que sólo así emergía. Nunca le había mostrado mis escritos a nadie, tampoco había hablado de ellos y no sólo porque consideraba que eran malos y me dieran vergüenza, sino porque además pensaba que en cada uno de ellos había una parte de mí misma que me rehusaba a exponer.
“¿puedo leer algo de lo que has escrito?” me preguntó. “No” les respondí. “no, no valen la pena y además me hacen sentir expuesta, vulnerable, es casi como si un desconocido me viera desnuda”. De hecho, así era. En ese momento vino a mi mente la tarde en que uno de mis primos descubrió en una caja algunos cuadernos con cuentos míos. La vergüenza fue tal que después de arrebatárselos de las manos salí corriendo y llorando en un acto de desesperación inusitado. Ese mismo día los quemé todos.
“Pues a mí me gustaría verte desnuda”.  Esas palabras interrumpieron mi recuerdo y me trajeron de nuevo a la realidad. El bar, las cervezas en la mesa, la vela que se iba agotando, la música. Lo vi a los ojos y encontré en ellos cuanto le había costado decir aquellas palabras. A pesar de la evidente torpeza con que fueron dichas, fue la timidez que en ellas descubrí, lo que me hizo sentirlo más cercano y lo que me recordó que yo también quería verlo desnudo. Esa noche terminamos teniendo sexo en un motel barato del centro y empezamos a hacer más frecuentes nuestros encuentros, explorando cada noche un bar diferente y terminando siempre teniendo sexo en cualquier lugar, siendo afortunadas las pocas noches en que podíamos pagarnos una cama y un techo para juntar nuestros cuerpos.
Después de cada noche, al regresar a casa, y mientras me quitaba la ropa, me obligaba a mí misma a repasar en estricto orden cronológico cada uno de los momentos vividos a su lado durante el último encuentro que acababa de terminar. A veces incluso, hacía mosaicos de recuerdos que reunían los mejores momentos de las últimas citas. Así, en medio de imágenes de besos, abrazos, gemidos y sonrisas me quedaba dormida anhelando que no pasara mucho tiempo para un próximo encuentro.
Lo ocurrido y lo que estaba por ocurrir se entremezclaban en mis pensamientos como una única fantasía. De tal manera que a veces era imposible determinar lo que había ocurrido en realidad y aquello que solo había deseado. Eso era él, una mezcla de anhelos y recuerdos. Algunas veces, cuando me dirigía ansiosa a su encuentro, cierta sombra de tristeza se asomaba en mi rostro, era la proximidad de la inminente despedida, la devastadora certeza de que al final de aquella noche, de nuevo solo existiría en mi cabeza y que poco a poco, a través de los días, su rostro se iría diluyendo en medio de cada vez más borrosas evocaciones.
Empecé a pensar con cierto temor en que tal vez algún día dejaría de verlo y su recuerdo desaparecería para siempre. Al fin y al cabo, lo nuestro no era nada formal, no sabía si tenía novia y tal vez en algún momento él o yo (o ambos) terminaríamos por cansarnos. Fue así como empecé a escribir en una libreta las fechas en que nos encontrábamos y las cosas que habíamos hecho, de esta forma dejaba pistas para mi memoria en el futuro. Mientras escribía esas notas pensé que quizá en unos años, ellas no traerían buenos recuerdos a mi mente, sino que provocarían una risita de vergüenza y pesar en mi rostro de cuarentona, pensé en ella con lástima, con la misma lástima con la que ella pensaría en mí, años después.  
El romance duró un año. Un año de notas y de encuentros a veces casuales, a veces planeados meticulosamente. Un año de oler y sentir su pelo en mi cara mientras teníamos sexo en rincones públicos que convertimos en propios. Al final y tal como lo había previsto, los dos nos aburrimos y sin despedirnos, un buen día dejamos de vernos. No hubo llamadas ni reclamos, no hubo llanto, para cuando ocurrió el distanciamiento ya los dos estábamos preparados y de cierta manera lo ansiábamos.
Después de mi chico de la chaqueta de cuero vinieron algunos más, y aunque abandoné la práctica de registrar en notas los acontecimientos vividos, con ellos viví hechos tan memorables que hubiesen ocupado varias páginas. No fueron muchos, pero su paso por mi vida me hizo comprender las múltiples posibilidades que tenían los seres humanos para relacionarse y significó el inicio de mi negativa a tener alguna relación “formal” que me impidiera de algún modo continuar conociendo tantas personas como quisiera. Cada relación emergía, alcanzaba su esplendor y vivía su declive de diferente manera, dejando a su paso un hilo de recuerdos que para mi pesar, terminaban casi siempre empapados de nostalgia e insatisfacción. En ese cúmulo de recuerdos borrosos terminaron también sumergidos los momentos registrados en las notas, perdiendo su singularidad, y con ella su importancia.
Esa sensación de finitud empezó a empañar todas las esferas de mi vida a partir de entonces. Cada relación, cada viaje, cada evento, se esperaban y se vivían con la misma certeza de que al terminar serían devorados o deformados por el cruel binomio de la memoria y el olvido. Nada sería recordado en su esplendor. Los sabores, olores y sensaciones terminarían reducidos a tibias elucubraciones que nunca se acercarían a lo que fueron en realidad. ¿Valía entonces la pena vivirlos?, ¿y si la vida era entonces una colección de vagos recuerdos que finalmente terminarían consumidos por la muerte? ¿Cómo lograr la trascendencia? ¿Cómo vencer el olvido? ¿Cómo lograr la permanencia en el tiempo? Esas preguntas vinieron a mi mente una mañana mientras caminaba rápido por la calle tratando de conseguir una pastilla para el dolor. ¿Qué hacer entonces? Mientras pagaba las pastillas y pedía un vaso de agua en la farmacia para tomarlas allí mismo, decidí que viviría lo mejor que pudiera, trataría de no hacer daño a nadie y empezaría a escribir de una vez por todas, porque era lo único que podría hacer para permanecer en el tiempo. Comenzaría con la historia del tío abuelo que se suicidó.  
“El día que Eugenio decidió matarse, desayunó caldo con arepa y le regalo a su hermana un pedazo riel como recuerdo de su trabajo como ferrocarrilero” Así comenzaba el cuento. No escribí mucho más que eso. Mi carrera universitaria se encontraba en su fase final y la tesis me estaba demandando mucho tiempo. El día que pregunté a mi abuela por la historia de su hermano, se rehusó a hablarme de ello solo argumentando “ese fue un pecado muy grande y es mejor ni siquiera acordarse de eso”. Me regaló sin embargo la única foto que se conservaba de él “guárdela bien” me dijo, y entendí ese gesto como agradecimiento por atreverme a pensar de nuevo en alguien que todos creían olvidado.
¿Recuerdas la noche que me contaste que te daba miedo el silencio? él y yo permanecíamos sentados en la banca de un parque solitario, tomando unas latas de cerveza tibia que había robado de la tienda de su mamá. Tenía mi edad, también estudiante de la universidad, también conocido por casualidad. Sí, le respondí. Recuerdo también que mi mamá contaba que de niña le pedía hacer silencio para escuchar mejor a mis amigos imaginarios y que ella pensaba que en realidad yo estaba poseída por los viejos espíritus que habitaban la casa. La casa, la vieja casa de las goteras, donde las ratas salían de los caños y había un loro en el patio. La del grafitti en la fachada que nunca se pudo borrar y cuyo autor anónimo fue insultado durante dos generaciones.
Alguna vez pensé que envejecería en esa casa ¿sabes? ¿En cuál casa? En la casa de mi infancia, era una casa fea pero cuando uno es niño se aferra a lo que tiene y cree que es lo único que va a tener siempre.
El día que terminé mi carrera decidí que nunca la ejercería. El título de abogada fue colgado en la sala de mi casa como un regalo para mis padres que me costó seis años conseguir. Tres fotos con un feo vestido negro escogido por mi madre adornaron la mesa de la sala hasta que fueron reemplazadas por fotos de bebés y nuevas mascotas. El mismo día que decidí negarme a ser abogada, decidí que tampoco iba a ser escritora.
¿Qué vas a hacer entonces? Me preguntó el chico de las cervezas tibias, que siempre robaba de la tienda y escondía durante horas en el bolso hasta que nos encontrábamos.  No sé, le respondí. Para ser escritora se necesita talento y sé que no lo tengo. ¿Entonces te vas a ir de mochilera vendiendo manillas de ciudad en ciudad? No, para hacer manillas y venderlas también se necesita talento y yo lo único que se hacer son barquitos de papel para las tardes de lluvia. En ese preciso instante volví a pensar en mí como la mujer cuarentona y triste, la imaginé con su pelo largo y un cigarrillo en la mano, sola en un cuarto que pagaba por días, mirando por una ventana la lluvia mientras hacía barquitos de papel. Esa imagen bastó para deprimirme durante varias semanas.
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otrorecuerdoprohibido · 5 years ago
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N°6, Encuentros Casuales 2: En el bus.
-Estado: Caliente por la vida.
-Track: Hace calor - Andrés Calamaro.
Yo creo que hacerlo con alguien en un bus es una fantasía que todos hemos tenido y más morbo produce la idea si es con un desconocido.
Esto ocurrió entre navidad y año nuevo de 2015. Estaba en mi pueblo y ya debía volver a Valpo porque aún estaba en clases. Como nunca, nadie de mi familia me acompañó a tomar el bus… y menos mal que así pasó.
Cuando llegué, había un mino moreno muy alto (1,90m app.), buen físico, apretadito, con shorts, polera y lentes de sol. El tipo hablaba por celular y cuando me acerqué al paradero donde estaba, se fue al otro que estaba aledaño. “Medio desprecio”, pensé. El tipo era gay, se notaba, mi radar no falla.
Llega mi bus y para mi sorpresa, él sube primero. Pero más fue la sorpresa al ver cuando subí que él sería mi compañero de asiento. “Permiso”, le dije, pues necesitaba pasar al asiento que daba a la ventana y él, siendo tan grande, casi no dejaba espacio. Mientras pasaba, sentí su mirada que me recorría completo, había onda, se notaba.
Pasada cerca de media hora, el compañerote se queda dormido con sus piernas tocando las mías (ambos estábamos con shorts, el contacto era directo) y con su mano apoyada en su pierna izquierda. Ni tonto, me hice el dormido, no moví las piernas, pero aprovechaba cada movimiento brusco del bus para mover mi mano cerca de la suya. Centímetro a centímetro, hasta que estaba tan cerca que podía sentir su calor.
Todo bien hasta que aparece el auxiliar, rápidamente alejé mi mano hasta una distancia prudente. Pasó, nos pidió los boletos y al compañero despertó, hizo lo suyo y volvió a “dormir”. Yo por mi parte me dispuse a volver también a lo que estaba haciendo.
Cuando mi mano volvió a estar cerca de la suya, pasó algo inesperado. El tipo levantó su gran mano y tomó la mía.
-Hola, dijo con una sonrisa perversa.
-Hola, respondí nervioso.
-Mira lo que encuentro, mientras dormía mi compañerito me tocaba, quizás qué más hiciste cuando no me di cuenta.
-Jaja, no, nada - respondí aún más nervioso.
Ahí se dio una conversación típica, a dónde íbamos, a qué, de dónde éramos, blablabla, hasta que…
-Oye, te puedo dar un beso?
-jaja bueno -le dije sin terminar de creerme lo que estaba pasando.
Y cuando nadie miraba, nos besamos de una forma muy caliente. No tardó en bajar sus manos y agarrarme el pico.
-Tócame, lo tengo grande, más que el promedio - Dijo sonriendo.
Lo hice y sí, para no estar 100% erecto era grande, pero no para andar alardeando.
-Toca por abajo.
Obedientemente lo hice y agarré el pico de aquel casi-desconocido. Él hizo lo mismo, me agarró el pico y llenó sus dedos de mi líquido preseminal, para luego comenzar a lamerlos.
-Hazlo tu también.
Lo hice con algo de asco, la verdad.
-Oye y qué edad tienes? - pregunté cuando no podíamos hacer nada más.
-Cuánto crees?
-28?
-Jaja, no, 40.
-Qué? En serio?
-No, 35.
-Ah, me sorprendiste jaja. Y soltero imagino?
-La pregunta weón… no, pololeando.
“En qué me metí, weón”, me dije a mi mismo… pero bueno: Comerme a un desconocido en un bus - check, Ser patas negras - check.
Y así pasamos el viaje, tocándonos cuando nadie veía, besándonos en cada túnel.
Llegamos a Santiago y no podíamos más de lo calientes. No teníamos tiempo para ir a un motel, así que pasamos a los baños. Fuimos a los más concurridos, que eran los que más cerca estaban. Estaba lleno, tratamos de pasar piola buscando un cubículo pero eran muy chicos. Más encima había un viejo parado en un cubículo que nos miraba y se tocaba, todo muy freak. “Que asco ese viejo”, dijo el amigo.
Nos rendimos y salimos de ese baño para ir luego al otro que está en el terminal. Había poca gente, habían cubículos desocupados y eran lo suficientemente grandes para nosotros dos.
Nos metimos y no tardó en sacar su pico grande pero no tanto para que se lo mame… y como ya sabrán, me encanta hacerlo. Tenía un sabor raro, no malo, pero extraño. Se lo mamé y al poco rato me dio vuelta, bajó mi pantalón y comenzó a puntearme.
-Tienes rico culo weón, te lo quiero meter entero.
-Tienes condón?
-No…
-Entonces no podrás.
-Ya pero déjame puntearte.
-Bueno…
Y así lo hizo, tenía buena técnica el tipo, nunca me habían punteado tan rico… y como que de a poco iba entrando.
-Oye, qué haces?
-Una sola metida, por fa.
-Solo una -acepté de puro caliente.
Y así lo hizo. Entró toda y sin dolor, no sé cómo si hasta el momento siempre me había dolido mucho cuando hacía de pasivo.
Sentimos que iba llegando gente al baño y supimos que era tiempo de irnos. Salimos de a uno, nos limpiamos un poco y salimos del terminal.
Conversamos un rato mientras caminábamos a nuestros destinos, prometiendo volver a vernos, aunque hasta el momento no se ha podido. Pero se podrá eventualmente…
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archivomusicalrumberos1 · 2 years ago
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Aquel Viejo Motel, David Pabón - Video mas musica
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jajaquecreisi · 5 years ago
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manay-radio · 1 year ago
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aquel viejo motel a capela #tiktok #love #like #follow #explore #short...
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diasjuntos · 5 years ago
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        𝕤𝕖𝕝𝕗 𝕡𝕒𝕣𝕒:   ’ 𝕝𝕒 𝕞𝕒𝕕𝕣𝕒𝕘𝕦𝕖
the train will carry me towards autumn to find back the rainy city i'll share my grief with no one i'll keep it close like a friend
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Abril, 1968. París, Francia.
Había algo extraño en su pintura, Heejoon no podía ponerle el dedo encima a lo que podía ser. Entre más la miraba más la odiaba, allí iban dos francos perdidos en una resma de papel de trapo que ya había echado a perder. Con la cabeza ladeada, el pelirrojo se limpiaba el sudor de la frente con el antebrazo mientras estudiaba su muy imperfecta obra, sus dedos rígidos se mantenían en eterna flexión por habérselos manchado con pintura que ya se había secado. Era el balance el que estaba todo mal: la disposición de su pintura no era para nada simétrica, habían demasiados elementos de un lado y casi cero del otro. Las partes de la composición no se sentían juntas, había algo torpemente fuera de lugar. ¿Era idea suya o estaba perdiendo su toque? Sus últimos trabajos habían terminado todos en la basura, uno apilado después del otro en el rincón de su habitación que tenía destinado específicamente para ese propósito. Y con cada uno, Heejoon perdía un pedazo más de fe en sí mismo, el refrigerador estaba vacío y había un límite en lo que un muchacho como él podía hacer en una ciudad tan grande y con tan poco dinero. Era el círculo completo volviendo al punto de inicio para fastidiarlo, castigo por haber huido de casa, por no haber ido a la guerra, por no haber muerto bajo el estallido de la artillería sofisticada que caracterizaba al ejército al que se suponía debía jurarle lealtad. 
Heejoon le había dado la bienvenida a la década con una boconada de aire fresco y una camisa holgada, mirando desde el balcón de su apartamento de una sola habitación como Francia volvía a levantarse en sus dos pies después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, los Beatles cantaban con sus cortes de pelo redondos mop-top y trajes de vestir negros, y Heejoon los escuchaba con las ventanas abiertas para pintar a gusto, su pincel danzando sobre un lienzo de algodón como si tuviera vida propia. Era fácil ser un idealista entonces, high en LSD, el sentimiento de la revolución asentándose en su interior como una piedra al fondo del río Garona. Heejoon, con flores sobre sus orejas, sonriente bajo el sol candente de Versalles, miraba a jóvenes como él cambiando al mundo frente a sus ojos: mujeres (raza y sexualidad de lado) luchaban a favor del movimiento feminista, las manifestaciones anti-Vietnam de California terminaban siempre en las noticias de las seis, el pueblo afroamericano exigía derechos civiles como el resto de los ciudadanos del país occidental. A flor de piel, las manifestaciones decoraban las calles de fuego y propaganda, la disconformidad burbujeante de su generación guiaba a las naciones hacia la metamorfosis. Heejoon no se sentía como un solo corazón latiendo dentro de una caja torácica común y corriente, el sentido de comunidad que lo envolvió hasta mediados de los 60 no se comparaba con nada que hubiera experimentado antes de eso. 
Pasado, recuerdos de antes, sus pinturas eran buenas entonces, ahora ya no le quedaba inspiración.
Ahora sus tubos de pinturas de aceite, antes de colores vivos, pigmentos con personalidad, se habían acabado así como su espíritu. El muchacho que por años mostró orgulloso el estandarte del amor a la vida, la libertad, la paz; se había apagado como la luz insignificante de un fósforo. 
Dar el paso hacia adelante siempre se le había hecho difícil. Cuando huyó de casa en el 59, con una mochila de cuero a las espaldas y una boina de pana sobre sus cabellos, Heejoon temió dar el paso hacia delante también. Cargaba el apellido de su padre como ladrillos sobre sus hombros, quinientos francos en efectivo y el sueño de un mañana distinto en su campo de visión. Se largó sin mirar atrás, sin darle un beso a su madre en la mejilla como siempre que salía, el olor de su famoso pie de manzana quemándole las fosas nasales. Su tarjeta de conscripción militar obligatoria yacía hecha cenizas en el plato de cerámica de la sala.
Dio el primer paso, luego el segundo, y cuando lo supo, sus pies lo llevaron hasta la estación Bordeaux - Saint Jean. Tomó el primer tren a París, y después de esa decisión, el resto había sido historia.
Heejoon, un simple pintor aficionado nueve largos años después, de clase media-alta si así lo hubiera querido, con una herencia que le hubiera asegurado la vida hasta que se muriera de viejo; ahora analizaba su pintura con ojos enjuiciados, llevándose un trozo de pan seco a los labios. “Amarillo, quizá... azul.” Decía, masticando, el picor que sintió en los lagrimales no pasando desapercibido cuando jaló aire por la nariz. Heejoon puso el pan de vuelta en el plato de dónde lo había tomado, a un lado de su cuerpo sentando sobre el piso de madera. “Azul, quizá...” Su obra, lejos de maestra, se había vuelto borrosa de repente, sus luceros se llenaron de lágrimas antes de que estas cayeran derramadas sobre sus mejillas, tibias, haciendo todo el recorrido hasta su mandíbula antes de descender pesadas sobre su regazo, algunas deslizándose por la longitud de su cuello hasta menguar en algún sitio de su fisionomía. “Verde, rojo, tal vez... amarillo. Quizá pueda...”  Heejoon se olvidó de los pinceles, de la técnica, de sus propios anhelos; recogió Gris de Payne con los dedos, llenó sus almohadillas del pigmento oscuro que yacía líquido sobre su paleta, difícil de utilizar de acuerdo con él mismo. Sin más, dejándose llevar por su propia locura (no había otra manera de describirlo: los ojos se le pusieron rojos y cada extremidad tensa), Heejoon embarró la pintura sobre el papel de trapo sin seguir ningún plan, por encima de lo que ya había trazado con pinceles finos, primero usando sólo los dedos y después la mano completa. Lloraba mientras lo hacía, apretando los labios para no dejar salir un sollozo, su brazo tomando velocidad al esparcir su trabajo sobre su trabajo mismo, horror, tristeza, gris, gris, café, negro, gris, negro, gris, gris, gris, gris.
La televisión, callada hasta entonces, sonido blanco para oídos sordos, cambió el tono de su ánimo en instantes, el anuncio de una noticia de última hora lo hizo detenerse y mirar hacia al aparato. No tenía un buen sentimiento en las tripas cuando enmarcó los ojos sobre la imagen poco nítida. El presentador de noticias, mirada sublime sobre facciones toscas, tomó un respiro antes de empezar a hablar:
“El reverendo Dr. Martin Luther King Jr., quien predicó la no violencia y la fraternidad racial, ha sido asesinado a tiros en Memphis, Tennesse por un pistolero desconocido que escapó después del altercado. El gobernador Buford Ellington ordenó a cuatro mil soldados de la Guardia Nacional a que ingresaran a Memphis luego de la muerte del líder de derechos civiles de 39 años, ganador del Premio Nobel.
El Dr. King recibió un disparo mientras se inclinaba sobre una barandilla del segundo piso fuera de su habitación en el Motel Lorraine. Estaba charlando con dos amigos justo antes de comenzar a cenar. Los asociados del Dr. King hacen un llamado a la ciudadanía de mantener la calma, recordando sus mensajes de paz y compasión, mientras la investigación sobre el caso prosigue.”
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otrocronopio · 4 years ago
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Los principes me recuerdan a ti.
El aterrizaje de emergencia, las manos grandes y lo sueños chiquitos.
El color rojo en mis labios.
Aquel vestido corto.
Los zapatos viejos, usados siempre por mi.
La casa de mi madre.
El pasado, y ahora el futuro.
Me veo através de los años y te cuentro reposando en mi cama, justo al lado de mi esposo.
Soy vieja y soy infeliz.
Las tristezas me recuerdan a ti.
El café frío, el abandono.
Estoy cruzando el océano y no se si valga la pena.
Aquella canción, estar sentado cuando todos estan bailando.
El centro de cualquier ciudad, un motel y una camisa sucia.
Y ahora estoy entre tus brazos, estoy desnuda.... y estoy cansada.
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wingzemonx · 5 years ago
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 47. Buenas amigas
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX 
Capítulo 47. Buenas amigas 
Jeremy, aquel sujeto que había acordado hacerle el pequeño favor a Esther, salió del bar unos minutos después de que las niñas salieran del estacionamiento y se dirigieran al hotel. Había entrado más que nada para invitar una ronda a algunas personas en la barra y celebrar el lucrativo, aunque extraño, negocio que había hecho. Luego de terminar su trago, pagó la cuenta, se despidió de sus nuevos amigos sin nombre, y se dirigió a la salida. Pisó el estacionamiento con su teléfono celular en su oído. Desde antes de salir, y aún con la música en vivo de fondo, hizo una llamada muy especial a Sheila, su prostituta favorita, aunque también la más cara. Jeremy al parecer no había dejado de celebrar por esa noche.
—No creerás cómo fue que me gané estos billetes —murmuró entusiasmado mientras caminaba hacia su vehículo—. Fue la cosa más extraña, en cuanto llegue te lo cuento. Pero como sea, ve preparando esas bonitas piernas, que tengo suficientes verdes para tenerlas abiertas toda la noche; y estoy como roca, mami. Pero depílate un poco para mí, ¿quieres?
Luego de un corto coqueteo por teléfono, Jeremy colgó y siguió andando con el pecho en alto hacia su vehículo. No se le ocurría mejor forma de gastar ese dinero sorpresa que con Sheila. Quizás al día siguiente se arrepentiría un poco, pero lo bailado nadie se lo quitaría.
A lado de su Corolla del año pasado, estaba estacionada una vieja camioneta, pero él no reparó mucho en ella. Al pasar justo detrás de ella, tiró sus llaves al aire en un acto de triunfo; las vio elevarse, girar, comenzar a descender… y luego ya no vio nada. Las llaves siguieron su camino, pero pasaron a un lado de la mano de Jeremy sin tocar sus dedos. El hombre se había quedado totalmente paralizado, con sus ojos alzados mirando al último punto sobre él en el que había visto sus llaves, a pesar de que ya no se encontraban ahí. Su rostro ya no reflejaba emoción, sino puro y absoluto vacío.
La puerta trasera de la camioneta se abrió, y las grandes y fuertes manos de James lo tomaron de su chaqueta y lo jalaron hacia el interior con suma facilidad. Las puertas se cerraron detrás de él, y entonces ese pequeño espacio trasero se convirtió en todo el universo, en el que sólo existían James y Jeremy. El hombre de color lo colocó con fuerza contra el suelo de la camioneta y se colocó sobre él. Apretó con fuerza su mano izquierda contra su boca y nariz, mientras con la otra sujetaba un largo y afilado cuchillo militar, presionando su hoja contra su cuello. Lo liberó y lo dejó ser consciente de dónde estaba justo un instante antes de deslizar de un rápido jalón la hoja de extremo a extremo, abriéndole la garganta en una profunda herida horizontal como si se tratara de una segunda boca, que escupió un chorro de sangre, manchando las ropas y la cara de James; él no se mutó.
Jeremy comenzó a estremecerse, mirando confundido y lleno de terror a la imponente figura sobre él que lo sujetaba. No podía gritar ni respirar por la pesada mano que tenía sobre su rostro. Sólo podía sentir como su propia sangre se le acumulaba en la garganta, siendo incapaz de siquiera toserla para liberar en algo la presión. Sus manos se movieron solas, forcejeando e intentando apartar a su desconocido atacante de encima, pero era inútil. El oxígeno abandono tan rápido su cuerpo como su propia sangre, y poco a poco esos forcejeos se volvieron menores.
James lo miró atentamente, admirando toda la desesperación, miedo y dolor que alumbraron sus ojos durante todo el proceso. Desde la lucha desesperada e inútil por intentar hacer algo, hasta las inevitables convulsiones, el shock, y luego nada… James aspiró profundamente, intentando que sus pulmones se llenaran de aunque sea el más pequeño rastro de aquello que podría brotar de ese engendro. En efecto, fue poco… demasiado poco.
No había valido la pena el riesgo, pero al final de cuentas no lo había hecho por eso. Debía limpiar cualquier desastre que aquella mujer dejara atrás, como si fuera su niñero personal. Y Jeremy era un boca floja; de pura suerte no le había dicho a nadie de adentro del bar lo que pasó, pero no tardaría en hacerlo, de eso estaba seguro. Pero ahora no le diría nada a nadie.
Retiró su mano de su cara. Los ojos desorbitados de Jeremy miraban perplejos hacia el techo de la camioneta, o hacia la nada infinita que había por encima de éste. La sangre siguió saliendo de su cuello en dos pequeños borbotones más, y luego simplemente cesó. James no era un tonto que no sabía lo que hacía; le habían enseñado bien el oficio. Se había puesto guantes, gafas protectoras, además de haber colocado plásticos sobre el suelo y las paredes, pero igual no podía estar seguro de que no se hubiera manchado algo indebido: de entrada sus ropas lo estaban. Sacó el celular del hombre de su bolsillo y envolvió el cuerpo en los plásticos lo mejor que pudo, y puso el bulto contra la pared, cubriéndolo con una manta y unas cajas.
Aún tenía otro encargo que hacer esa noche, y ahora parecía que acababa de salir del set de alguna película de terror; aunque de hecho, la realidad era mucho peor que esa comparación. Se quitó rápidamente sus guantes, sus gafas y cubre bocas, además de sus ropas manchadas y se limpió lo mejor que pudo con toallas húmedas. Al estar prácticamente desnudo, no pudo evitar notar las pequeñas manchas más claras que su piel que se formaban en su pecho y abdomen. Se le dificultó respirar un poco. Estiró entonces su mano hacia el frente de la camioneta, tomando de entre los asientos aquel termo que ese mocoso le había dado, y que había estado evitando siquiera pensar en él. Lo tomó firmemente entre sus manos, y entre un pequeño ataque de tos lo abrió sólo un poco. Un denso y vapor blanquizco se escapó de él, elevándose poco a poco delante de su rostro. El ver aquello resultó ser una imagen casi erótica para él.
Aspiró profundamente lo poco que había dejado escapar pero fue suficiente. Ese sí era vapor de calidad, no las migajas que Jeremy le había soltado. En cuanto aquello ingresó en su cuerpo, se sintió mucho mejor. Con más energía, y la horrible sensación de enfermedad disminuyó. Miró de nuevo a su pecho, y dichas manchas se habían apaciguado, aunque no desaparecido. Suspiró con un poco de alivio, aunque también de frustración. Pasó su mano por su rostro, y apoyó la cabeza contra la pared de la camioneta.
Hacía ya cinco años que vivía así: consumiendo poco a poco lo que podía conseguir, no para permanecer joven y fuerte, sino ahora simplemente para sobrevivir. Como un vagabundo sin rumbo, todo desde que dejó atrás a sus compañeros, a su familia, y a su propia líder con tal de salvar el pellejo. Esa había sido su vida desde que huyó con su amada Mabel y dos de sus amigos más cercanos, dejando atrás al Nudo Verdadero. Y ahora sólo quedaban Mabel y él, y posiblemente eran los últimos de aquella orgullosa estirpe que por tantos años, o más bien siglos, había recorrido las carreteras del nuevo y del viejo continente, consumiendo a los paletos para obtener fuerza y longevidad. Aquella hermosa tradición y hermandad, reducida a ser los perros falderos de un mocoso vaporero que se creía mucho mejor que ellos, con tal de mendigar las migajas que su nuevo amo dejaba caer al suelo.
Patético, era patético. No era mucho mejor que el buen Jeremy, con su garganta rebanada y envuelto en plástico, y todo por sucumbir a su avaricia y lujuria.
Pero no había tiempo para lamentarse por tonterías como esa. Tenía otro encargo de su nuevo “amo”, y su dosis de vapor le daba las fuerzas suficientes para hacerlo. Luego de terminar de asearse lo mejor que le fue posible, tomó el celular de Jeremy,  pasándole una de las toallas húmedas por si algún rastro podría haberle caído encima, y entonces salió de la camioneta, cerrándola bien con llave. Recogió las llaves de Jeremy que seguían en el suelo tras la atrapada fallida, y se dirigió al vehículo de su última víctima. Salió del estacionamiento conduciendo el Corolla color azul, y cruzó la carretera hacia el Ringland Motel.
— — — —
El programa que Owen Ringland estaba viendo terminó, y aún le quedaba una larga madrugada de guardia hasta al menos las seis de la mañana. Comenzó a cambiar los canales buscando alguna película interesante que pudiera entretenerlo al menos por las próximas dos horas, y no rebajarse a tener que hacer uso de algún juego en Facebook. Ya no creía recibir ningún otro visitante por el resto de la noche, y más que nada sólo le quedaba estar atento por si le surgía alguna necesidad a sus huéspedes actuales, especialmente a aquel hombre que se acababa de registrar hace relativamente poco. Sin embargo, contra toda posibilidad, el sonido que avisaba de la puerta de entrada abriéndose lo tomó abruptamente por sorpresa mientras cambiaba entre canales. Y no era ninguno de sus huéspedes; de hecho, aquel hombre alto y fornido, de piel oscura y cabello negro largo y trenzado, no le pareció para nada familiar.
El hombre usaba una chaqueta verde un poco vieja, y una camiseta blanca sin mangas debajo de ésta que se apretaba contra su torso musculoso. Tenía una mirada bastante dura, y sus labios gruesos dibujaban una mueca de malhumor que a Owen ciertamente puso nervioso. Le daba vergüenza admitirlo, pero a pesar de lo mucho que se lo negaba a sí mismo, quizás sus nervios iban acompañados de cierto prejuicio malogrado; tanto así que su mano casi involuntariamente quiso acercarse al arma que tenía oculta debajo del mostrador, pero se forzó a dejarla sobre éste, aunque cerca de la orilla.
El recién llegado aspiró con un poco de fuerza por su nariz y luego se la talló un poco con sus manos. Se acercó entonces hacia él con una postura un poco más relajada, e incluso le sonrió jovialmente una vez que estuvo ya delante de la barra.
—Buenas noches —le saludó con tono moderado.
—Buenas noches… —respondió Owen, sonando más inseguro de lo que deseaba proyectar. Se aclaró su garganta y entonces se paró con su espalda recta—. ¿Puedo ayudarle?
—No quiero molestar, es sólo que… —el hombre introdujo su mano derecha en el bolsillo de su chaqueta, y una vez más Owen se puso en alerta. Pero, para desgracia de sus pequeños prejuicios, lo único que aquel individuo sacó de su bolsillo fue un Smartphone, mismo que colocó sobre el mostrador delante de él—. Había tres niñas allá afuera hace unos momentos, y creo que a una se le cayó esto. Me pareció que entraron a una de las habitaciones. ¿Podría entregárselos?
Owen respiró con cierto alivio, sintiéndose aún más apenado por sus injustificados pensamientos. Se permitió tomar el teléfono y presionar el botón de encendido para prender la pantalla. El teléfono estaba claramente bloqueado, pero en la pantalla de bloqueo pudo ver que tenía de fondo la foto a primer plano de un hombre, mismo que él reconoció: era el último huésped que se había registrado, y que en efecto había dicho que venía con sus tres hijas. Era el teléfono de aquel hombre, o una de sus hijas tenía una foto de su padre de fondo de pantalla; esa última alternativa le resultó algo tierna.
—Seguro, veré que se lo entreguen —asintió Owen con entusiasmo.
—Gracias —asintió el recién llegado, volviendo a sonreírle—. No le quito más su tiempo…
Así como entró, aquel individuo se giró y comenzó a andar hacia la puerta. Sin embargo, a los dos pasos pareció tambalearse un poco, como si fuera a caerse, pero logrando sostenerse en sus dos pies firmemente antes de que aquello pasara.
—¿Se encuentra bien? —Le preguntó Owen, algo preocupado al ver ello. El extraño se quedó inmóvil unos momentos, antes de enderezarse y volver a caminar como si nada.
—Sí, sólo estoy un poco mareado —le respondió apresurado antes de abrir la puerta—. Pase buena noche.
Antes de recibir cualquier otro cuestionamiento, salió con cierto apuro y cerró la puerta detrás de sí. Owen se quedó viendo extrañado unos momentos la puerta. ¿Acaso venía ebrio?, a él le pareció que se veía bastante normal.
Daba igual, de todas formas ya se había ido. Ahora sólo le quedaba entregar ese teléfono a sus dueños como había prometido. Salió de detrás el mostrador, y dejó la recepción unos momentos para hacer dicha entrega.
— — — —
Esther dejó llenando la tina con agua caliente, y se sentó en la orilla de ésta con su mano colgando hacia adentro, rosando el agua con la punta de los dedos mientras se iba llenando. Ese sólo acto le pareció bastante relajante, pero aún no lo suficiente. Esperaba que realmente ese pequeño baño le ayudara a olvidarse por unos segundos de la locura que habían sido esos últimos días. Y no sólo era la constante caza de la policía sobre su cabeza, o tener que viajar entre estados arrastrando consigo a una déspota y odiosa niña con muletas, o que había tenido que matar a más personas en los últimos días de lo que había hecho en el último par de años, o que llevaba semanas sin una buena o mala cogida, y extrañamente su cuerpo parecía comenzar a resentir ello; quizás era el poder de la costumbre. Además de todo eso, se encontraba la innegable y surrealista realidad que se había ido presentando ante ella a cada momento.
Personas que podían leer tu mente, hacer que vieras y sintieras cosas que no estaban ahí, detener balar con la mente o inmovilizarte, y ahora una niña que era capaz de hacer que otra persona se encajara un bisturí en el cuello sin pestañar, y con la misma normalidad con la que se aplicaría un poco de maquillaje. Y estaba además aquel chico, el tal Damien Thorn; no sabía qué podía hacer él, pero comenzaba a pensar que era algo mucho más horrible aún. Su propia rareza, aquella extraña cualidad que había surgido de la nada en ella tras salir de aquel lago congelado, ya la ponía incómoda y confundida, pero no era nada en comparación. ¿En qué clase de mundo se había metido?, o quizás siempre estuvo en él y no se había dado cuenta.
Su cabeza le dolía un poco, y sus hombros se sentían tensos.
No tenía caso pensar mucho más en ello. En un par de días llegarían a Los Ángeles, le entregaría las dos mocosas a aquel sujeto, y obtendría sus respuestas; todas y cada una de ellas.
Una vez que la tina se llenó, cerró la llave y comenzó a desvestirse. Primero se soltó las dos colas que se había hecho, dejando caer su cabello negro sobre sus hombros. Luego empezó a retirarse sus ropas, dejando en libertad poco a poco su pequeño cuerpo de proporciones infantiles, pero que aun así mantenía la forma y las curvas del cuerpo de una mujer adulta, sin nunca llegar a serlo por completo. Colocó sus manos sobre su pequeño busto, que apenas y sobresalía de su pecho plano. Tanteó sus senos con sus dedos, los exploró un poco y gozó del ligero roce de las yemas contra sus duros pezones. Se estremeció un poco con gusto, y por ese pequeño instante todas sus preocupaciones se desvanecieron.
Se metió a la tina y se sentó por completo en ella. Sus músculos agradecieron de inmediato el cálido abrazo. Sumergió la cabeza por completo para sentir el calor casi maternal en todo su cuerpo, sin importarle si su maquillaje se corría en el proceso. De hecho, se permitió tallarse el rostro entero con el agua para limpiarlo lo mejor posible. Usó poco después el pequeño jabón de hotel que venía de regalo, y lo pasó por sus brazos y piernas para limpiarlas de cualquier rastro de sudor, tierra y, ¿por qué no?, sangre que pudiera haberle quedado encima.
Durante su proceso de enjabonado en sus piernas, su mano se deslizó por la parte interna de su muslo izquierdo y subió hasta llegar a su parte intima. Al principio sólo frotó el jabón por esa zona de manera totalmente normal, como si intentara convencerse a sí mima de que sólo quería limpiarse, pero ella bien sabía que no iba a quedar sólo en eso. Soltó el jabón sin importarle que éste quedara bajo el agua en el piso de la tina, y comenzó a mover sus dedos contra su sexo. Se estremeció de nuevo al sentir ese roce directo y algo brusco. Quizás eso era lo que necesitaba para dejar salir todo aquello de una buena vez.
Colocó su pierna derecha sobre el borde de la tina para darse más espacio y poner maniobrar mejor. Con su otra mano volvió a explorar su pequeño busto. Y de nuevo todo se esfumó. No le importaba en qué punto del mapa se encontraba, las dos niñas al otro lado de la puerta, la policía que la estaba buscando o quién la estuviera esperado en Los Ángeles. Por esos minutos, en ese cuarto de baño, sólo estaban ella y su propia imaginación; la mejor y peor compañía que había tenido durante todos esos años de soledad absoluta, prácticamente desde que llegó a ese mundo.
Pero el universo no quería que se olvidara por mucho de su innegable realidad. Estaba a la mitad de su labor, o quizás un poco más allá, cuando a pesar de tener la puerta del baño cerrada escuchó claramente como unos pesados nudillos golpeaban la puerta del cuarto. Eso la hizo sobresaltarse, algo atónita al ser jalada de golpe a la realidad.
—Mierda —exclamó entre dientes, sumida en una indescriptible frustración.
Se paró casi disparada de la tina y buscó desesperadamente alguna de las batas blancas de baño para cubrirse. ¿Sería la policía?, no lo creía pues se suponía que se habrían anunciado con más claridad. Pero sin importar quién fuera, no podía permitir que alguna de esas dos mocosas se le ocurriera abrir y dijera alguna estupidez.
La bata obviamente le quedaba grande, pero funcionaría de momento. Sin embargo, recordó repentinamente su maquillaje. Se dirigió hacia el espejo y echó un vistazo rápido, intentando detectar qué tan mal se veía y si había algo que pudiera hacer para revertirlo sin tomarse mucho tiempo. Y fue en ese momento, cuando sus ojos se posaron en su reflejo en el espejo, que su mente sencillamente se nubló.
Parte del maquillaje un estaba escurriendo por su cara, pero en su mayoría su rostro real estaba expuesto; o, al menos el que se suponía debía ser su rostro real. Pero en el espejo veía algo sumamente diferente a lo que esperaba. Las arrugas, las marcas de la piel, las patas de gallo, los labios agrietados…. Nada de eso estaba ahí. La piel de su rostro se veía tersa, firme y suave, decorada con sus coquetas pecas, como se veía cuando se aplicaba su maquillaje… o incluso mejor.
Confundida, tomó un largo pedazo de papel higiénico y se lo pasó por toda su cara con insistencia, intentando retirar cualquier rastro de capa de pintura que pudiera quedar en ella, sin pensar que de hecho debería estar haciendo lo contrario. El papel quedó mojado y manchado, pero sólo un poco. Y cuando se volvió a ver al espejo, la imagen que había visto en un inicio seguía ahí: el un rostro joven que podía pasar mucho más fácilmente por el de una niña de entre nueve y trece años, quizás máximo catorce, y sin necesidad de algún aditamento que  la hiciera ver de esa forma. Se abrió la bata para echarle un vistazo al resto de su cuerpo. No se había percatado en un inicio, pero ahora se volvió más que evidente para ella: la piel de su cuerpo en general se veía también más firme y tersa, como la tenía hace diez o veinte años atrás. La cicatrices de su cuello y muñeca seguían ahí, siendo difíciles de ignorar, y aquello era quizás lo único que le impedía creer que todo eso era una completa alucinación.
¿Qué rayos había ocurrido? ¿Cómo su cuerpo había cambiado tan repentinamente? ¿Era acaso un efecto secundario de aquella habilidad que le había surgido de la anda? Pero justo antes de entrar a aquel hospital, su rostro seguía igual que siempre; se había visto al espejo mientras se maquillaba. ¿Qué cambió?, nada en lo absoluto. Ni tampoco había ocurrido nada fuera lo común, excepto que ahora viajaba con…
¿Samara? ¿Esa niña?
Por algún motivo su nueva compañera de viaje se le vino a la mente, y se quedó ahí por un buen rato reusándose a partir. ¿Ella había provocado esto? Pero… ¿cómo?
No pudo reflexionar más en toda esa locura, pues oyó como volvieron a tocar a la puerta, ahora con mucha más fuerza. Se cerró rápidamente su bata y salió apresurada del baño. Samara y Lily se encontraban cada una acostada en una cama, viendo en la televisión una extensa persecución de autos que de seguro pertenecía a una película de acción, mientras comían lentamente de sus respectivas hamburguesas y papas; ninguna parecía tener interés en levantarse y atender.
—Alguien está en la puerta —señaló Lily de forma distraída, teniendo al menos dos papas dentro de su boca. La volteó a ver en ese momento y pareció extrañarse un poco al verla—. ¿No te desmaquillaste para bañarte?
Esther se estremeció un poco al oír esa pregunta. ¿Ella también la veía diferente?, ¿entonces no era su imaginación?
No importaba, no de momento.
Se dirigió a su maleta, sacó de ésta su arma, le retiró el seguro y se dirigió apresurada a la puerta.
—Tapa esa pierna —le indicó a Lily tajantemente—. Y ninguna diga nada.
Lily resopló, y entonces se cubrió las piernas con el cobertor rosado de la cama.
Esther se paró delante de la puerta y colocó la cadena. Sostuvo su arma con la mano derecha, ocultándola detrás de la puerta, mientras abría ésta sólo un poco, aquello que la cadena permitía. El hombre parado afuera en el pasillo no era un policía, o al menos no lo parecía. La apariencia de Owen Ringland era de hecho bastante normal y aburrida. El hombre de mediana edad bajó su mirada para encontrarse con el rostro de la aparente niña, que apenas y se asomaba por la pequeña abertura.
—Hola, pequeña —saludó Owen con una sonrisa amistosa, y entonces le extendió el teléfono que traía en su mano derecha—. Un hombre en la recepción dijo que a lo mejor esto podría ser de alguna de ustedes.
—¿Un hombre? —Murmuró Esther sin comprender del todo esa afirmación. Miró sólo un segundo aquel teléfono y de inmediato negó con su cabeza—. No, debe ser un error, lo siento…
Se disponía a cerrar de inmediato la puerta antes de recibir más cuestionamientos, pero Owen se le adelantó a ello.
—¿Segura? Es que dijo que vio a tres niñas afuera, y ustedes son las únicas tres niñas que acaban de llegar. Además, éste es tu papá, ¿no? —Owen se permitió encender la pantalla para que la niña viera la pantalla de bloqueo, con aquella foto de fondo. Esther lo reconoció fácilmente—. ¿Quizás es de él? ¿Podrías llamarlo?
—Fue a buscar hielo —le respondió Esther rápidamente sin pensarlo mucho—. ¿Cómo era ese hombre?
—¿El que lo entregó? Bueno… era alto, afroamericano, cabello en trenzas… Pero, ¿entonces no es de ustedes?
Esther caviló unos momentos. Esa descripción no le dejaba lugar a la duda; era claro de quién se trataba. Pero, ¿por qué había dejado ese teléfono para ellas? ¿Era algún tipo de extraño mensaje? Como fuera, ese teléfono posiblemente era de aquel individuo al que había utilizado, y fuera como fuera no podía dejárselo a ese bobo encargado; sería muy arriesgado.
Los labios de Esther dibujaron una dulce y casi ingenua sonrisa, haciendo que su rostro se tornara dulcemente ingenuo.
—Ah, qué tonta de mí —exclamó risueña, chocando su mano contra su frente—. Por supuesto, es el teléfono de mi hermana Michelle. —Se giró en ese momento hacia Lily sentada en la cama, que era visible desde la abertura de la puerta—. De seguro se te volvió a caer; eres tan torpe.
Ese último comentario lo había hecho con un tono juguetón que a Lily no agradó del todo.
—Lo siento, tengo dedos de mantequilla —respondió la niña en la cama sin mucho entusiasmo.
—Muchas gracias señor —exclamó Esther alegre, y acto seguido tomó el teléfono, casi arrebatándoselo de los dedos a Owen—. Mi padre la hubiera matado de haberse enterado que perdió otro teléfono. Le ha salvado la vida.
—Descuida. Si necesitan cualquier cosa…
—Le llamaremos, muchas gracias. Lo siento, pero mi papá volverá y no quiero que nos vea hablando con un extraño.
Antes de que Owen pudiera decir algo más, Esther se apresuró a cerrar la puerta, casi golpeándolo en la cara con ella. Luego se asomó sutilmente por entre las cortinas de la ventana, observando como el encargado se quedaba unos segundos dudosos frente a la puerta, se rascaba un poco su cabeza casi completamente calva, y entonces se alejó caminando por el pasillo. No estaba segura si lo había convencido por completo o no, pero de nuevo tendría que arriesgarse.
Una vez que ya no era visible desde la ventana, Esther se apresuró a cerrar por completo las cortinas, y a poner el seguro completo a la puerta.
Suspiró despacio intentando calmarse, y sólo entonces le echó un vistazo al teléfono. Intentó encenderlo, pero estaba bloqueado; sólo se podía ver la foto de fondo del mismo hombre que acababa de ver hace no mucho en el estacionamiento de aquel bar, y el teclado numérico para introducir el pin; uno que claramente ella desconocía.
—¿De quién es ese teléfono? —escuchó como Samara preguntaba con curiosidad, pero Esther no tuvo intención alguna de responderle.
Volvió a cuestionarse porque aquel extraño hombre que había intervenido en el Hospital de Eola, le había enviado ese teléfono. Le pareció seguro concluir que su dueño anterior se encontraba muerto. Pero, ¿por qué mandárselo? ¿Sólo para advertirle que había sido demasiado descuidada y que él tuvo que encargarse de eso? Por un lado le agradecía si era así, y por el otro tenía deseos de verlo de frente y preguntarle si acaso él tenía alguna mejor idea de qué demonios debía hacer.
Y en ese momento, el teléfono comenzó a sonar con fuerza, con un tono irritante de los que traía por defecto de seguro. Las tres niñas se sobresaltaron sorprendidas por ese cambio tan repentino, aunque ninguna tenía un motivo consciente para reaccionar de tal forma. El número en la pantalla aparecía como desconocido, por lo que no era ninguno de los contactos que aquel sujeto tenía guardados. Era poco probable, pero no imposible, que se tratara de alguna esposa o novia preguntando porque no había aún llegado a casa. Dudó unos momentos entre contestar o no, pues también cabía la posibilidad de que fuera justamente aquel hombre de color, y su intención final era hablarle por ese teléfono en lugar de hacerlo de frente, y eso le pareció astuto. Pero… ¿y si no era él?
—¿Vas a contestar o no? —Inquirió Lily, mordaz.
Esther la miró de reojo sin decir nada unos momentos, y luego miró de nuevo la pantalla. Si no era quien pensaba, tendrían que destruirlo y salir corriendo de ese sitio lo antes posible. Todo en ese último tramo se había basado en correr riesgos; ¿correría uno más?
Algo resignada a aceptar lo inevitable, contestó la llamada un par de segundos antes de que ésta se cortara por completo y acercó el celular a su oído derecho.
—¿Diga?
—Pudiste haber sido más convincente, Leena —escuchó casi de inmediato que murmuraba una voz en la otra línea, una voz que no identificó como la de aquel hombre, pero que de hecho le pareció bastante familiar.
Los ojos de la mujer se abrieron por completo, y de golpe todo su rostro se tornó bastante serio.
—Tú… —exclamó con cierto tono de recriminación.
Miró de reojo a Lily y Samara, que la miraban fijamente confundidas pero también curiosas. En lugar de que esto la incitara a explicarles quién hablaba, por el contrario, la orilló a dirigirse rápidamente hacia el pequeño balcón de la habitación, salir a éste y cerrar la puerta de cristal detrás de ella. Lily y Samara se miraron la una a la otra con confusión, aunque la de Lily era relativamente menor, ya que había percibido en Esther un rastro de esa emoción que tanto le resultaba conocida.
¿Esther sentía miedo?, quizás no como tal. Pero aun así, ya fuera por los remanentes de lo que estaba haciendo en la bañera antes de ser interrumpida o por la fuerte impresión que le resultó oír repentinamente aquella voz, su corazón se agitó violentamente, y un cosquilleó le recorrió el abdomen. Una vez ya en el balcón, se tranquilizó paulatinamente.
—Fuiste bastante menos silenciosa y discreta de lo que esperaba durante tu camino —susurró aquella voz en el teléfono, aquella que sólo había escuchado en una ocasión pero que de inmediato reconoció como la de aquel muchacho, el de nombre Damien—. Pero de alguna u otra forma casi cumples con tu misión; te felicito.
—Ahórrate tu palabrería, mocoso —espetó Esther, manteniendo lo mejor posible su serenidad—. Ya tengo a tus dos niñas, ahora cumple con tu parte.
Lo escuchó entonces reír soberbiamente.
—El trato era que me las trajeras, y eso aún no ocurre. Pero ya estás cerca, y aquí te sigo esperando.
—¿Y para qué me estás llamando entonces?
—Sólo quería que supieras que estoy más cerca de lo que crees, siempre vigilando.
Esther enmudeció unos momentos. ¿Acaso era una amenaza? Le era difícil suponer que podría significar cualquier otra cosa.
—¿El hombre del hospital era tu espía?
—No lo llamaría de esa forma, pero sí; yo lo envíe.
—Si él está por aquí, ¿por qué no le entrego a las dos rapazas a él y terminamos con esto de una vez? Yo ya me estoy hartando de ser niñera.
—Oh, vamos, no me digas que no te has divertido durante este viaje. Creí que para este punto ya se habrían hecho buenas amigas. —Esther chisteó molesta por la sola insinuación—. Además, tienes que ser tú quien las traiga hasta acá.
—¿Por qué?
—Porqué yo lo digo, y es lo único que te debe de importar.
Los dedos de Esther se apretaron con fuerza contra el teléfono. Sintió como la rabia le subía por la cabeza y se acumulaba en la parte trasera de ésta como un dolor pulsante. Lo único que lo amortiguó un poco, fue una ráfaga de viento helado que la hizo abrazarse con su mano derecha. Recordó en ese momento que se encontraba mojada y sólo cubierta con una bata demasiado grande para ella, y no había pensado mucho en eso antes de salir al exterior de esa forma.
—Ten mucho cuidado con cómo me hablas —le respondió con un tono que no dejaba lugar a duda de que eso sí se trataba de una amenaza—. Es obvio que las dos mocosas son importantes para ti, y yo estoy ahora mucho más cerca de ambas que tú y tu espía, o como quieras llamarlo. ¿Qué me impediría rebanarles sus flacuchos cuellitos a ambas mientras duermen y largarme con el dinero que queda?
Del otro lado de la línea, Damien sonrió, indiferente a sus palabras; ella no lo veía, pero supo que así era.
—Muchas cosas —le respondió el chico con normalidad—. Para empezar, perderías la oportunidad de saber eso que tanto añoras. No habría lugar en este mundo en el que te podrías esconder de mí. Y, lo más importante, ya has visto lo que ambas son capaces de hacer, ¿enserio te quieres arriesgar a hacerle daño a alguna de ellas?
De nuevo, Esther enmudeció. En efecto, había sido testigo, a veces por las malas, de lo que sus dos compañeras, rehenes o lo que fueran, podían hacer si se les acorralaba, y presentía que aún desconocía el alcance completo de dichas habilidades. Lo sabía, y lo supo desde antes de lanzar su amenaza. Pero rabiaba ante la sola idea de que ese mocoso creyera que tenía todo el control sobre ella. El que un hombre, adulto o no, la viera como algo insignificante y sin ningún poder, era algo que simplemente no podía ni quería concebir.
—Vamos, anímate —murmuró el muchacho con más ánimo—. Tu misión casi acaba… o, apenas empieza, dependiendo de cómo lo veas.
—¿Quién eres realmente? —Susurró Esther—. ¿Para qué las quieres exactamente?
De nuevo lo sintió sonreír con prepotencia.
—Tráelas lo antes posible; las estaré esperando ansioso. Y por cierto, si fuera tú destruiría este teléfono y me iría mañana lo más temprano posible. Si necesito contactarte de nuevo, yo me encargaré de así ocurra. Nos vemos.
Y entonces colgó, tan abruptamente como había llamado.
Esther retiró lentamente el teléfono de su oído, y permaneció mirando hacia el oscuro monte que se encontraba a espaldas de aquel motel. Ese sujeto le causaba tantas cosas; enojo, frustración, pero también cierto grado de fascinación, y claro, excitación. ¿Quién era?, ¿qué quería?, ¿qué es lo que haría con ellas tres una vez que llegaran con él? ¿Estaban de hecho en peligro? No tenía respuestas a nada de eso. Y por primera vez desde que comenzó toda esa absurda misión, se preguntó si acaso no se estaba dirigiendo directo a la boca del lobo. ¿Qué le garantizaba que ese muchacho sabía exactamente qué le estaba pasando? ¿Cómo podía saber que no la mataría en cuando estuviera de nuevo delante de él? ¿Y qué haría con Lily y Samara…?
Cuestionarse eso último la tomó inesperadamente por sorpresa. ¿Eso le importaba?, no tendría por qué. Esas niñas no significaban nada para ella en lo absoluto. Eran lo equivalente a paquetes con patas que tenía que entregar, y no más. Aunque sus habilidades parecían útiles y de seguro habría muchas cosas divertidas que podría hacer si las usaba correctamente, al final sólo eran una pesada y molesta carga. Que Damien Thorn, o quien quiera que fuera, hiciera lo que quisiera con ellas. Las llevaría ante él, y que pasara lo que tuviera que pasar, incluso si eso involucraba su propia muerte. De hecho, en más de una ocasión en esos últimos cinco años, había llegado a abrazar la idea de la muerte, si es que aún estaba en sus posibilidades aquello. La idea de que quizás así pudiera terminar todo, y en las manos de aquel individuo cuya presencia le causaba tantas cosas en su interior, le causaba una extraña satisfacción.
Pero sólo lo sabría hasta que llegaran a Los Ángeles.
Se viró hacia la puerta para regresar adentro, y al hacerlo se encontró de frente justo con la cara fría y dura de Lily, que la miraba desde el otro lado de la puerta de cristal. Esther se exaltó, casi asustada. La niña estaba ahí de pie, apoyada en sus muletas, y mirándola fijamente en silencio. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?, ¿había escuchado algo? Aunque, en realidad eso no importaba; ella no ocupaba oír como tal para saber de qué habían estado hablando.
La niña de diez años se quedó un rato ahí, sólo observándola, y entonces se giró con sus muletas y se dirigió de nuevo a su cama sin decir nada. Esther la observó fijamente mientras se alejaba.
Recordó entonces que la amenaza de Damien Thorn no era la única sobre su cabeza. Realmente, estaba rodeada en todas direcciones, sin muchas posibilidades de salir bien librada de ello. Así que sí, realmente estaba indefensa, y sin poder… y sin ninguna amiga que pudiera tenderle sinceramente la mano.
FIN DEL CAPÍTULO 47
Notas del Autor:
—El Nudo Verdadero, así como los datos revelados de James en este capítulo, son referencias al libro de Doctor Sueño de Stephen King. Aunque James es un personaje original que no aparece ni es mencionado en dicho libro, fue creado bajo el mismo contexto de éste, y usando como base a sus antagonistas siendo James un antiguo miembro de su grupo.
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