#aquel viejo motel
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#music#musica#aquel viejo motel#david pabon#frankie ruiz#salsa#salsamusic#I love salsa#puerto rico#colombia#musica latina#Spotify#pmusic#musssic
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DAY 5 - A song that makes you want to dance (spanish edition)
#Spotify#30 day song challenge#day 5#uno se cura#raulin rosendo#tu con el#frankie ruiz#aquel viejo motel#david pavon#rara vez#taui#milo j#song#music#salsa
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David Pabon - Aquel Viejo Motel HD - Show De Las Estrellas
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Un clásico de la saaalsa.....!!!
Aquel Viejo Motel
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Aquel Viejo Motel - David Pabón - Midi File (OnlyOne)
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I'm still good for business
-Are you bringing the money? - An obese old man took out his wallet and began to count a couple of bills in that motel room that charged by the hour, I snatched his wallet and took out all the cash I could -Very good fag now get on the ground and the show is going to start-
It's been a year since that damn punk boy stole my body, he used to be the young CEO of a successful company on the rise, but now I'm just a punk who hopefully and finished high school, the fucking boy was in love and obsessed with me, He followed me everywhere he knew my schedule and even started working at the convenience store near my office.
When I was leaving work at night on my way to my car to return to my apartment, I injected a drug and left me unconscious hours later I woke up lying in a fucking park with a gardener spraying me with cold water from his hose "fucking punks go to get high at your house! " He told me he did not understand what was happening until I looked at my dirty and cheap clothes, my arms and my arms now thinner and more squalid ... he had replaced me!
I tried to tell that fucking punk to return my body but he just laughed at me and touched my body in such an erotic and dirty way that my co-workers thought I had lost my mind, the last time I confronted him I called the police and I was locked up for 1 week ... I was desperate and broke, the worst thing is that I could feel my mind getting more and more screwed up, I started drinking, smoking even saying words like "bro" I couldn't concentrate much less With this cock that asked for attention several times a day, damn I'm so horny all the time that I couldn't work more than one without going to the bathroom to masturbate
I even lost my job when my boss caught me masturbating in the security camera when there was no client in sight, my mind got screwed in just one year I can't recognize myself anymore.
So here I am now, it is not bad for me to start my own "business" and my clients pay well for being humiliated and fucked by a young man like me ... I have always been good at business, maybe not this is not so bad.
español:
-Traes el dinero?- un obeso hombre viejo saco su billetera y comenzo a contar un par de billetes en aquel cuarto de motel que cobraba por hora, le arrebate la billetera y saque todo el efectivo que pude -Muy bien marica ahora tirate al suelo y va a comnzar el show-
hace ya un año que aquel maldito chico punk robo mi cuerpo, solia ser el joven CEO de una compañia exitosa en asenso, pero ahora no soy mas que un punk que con suerte y termino la preparatoria, el puto niño estaba enamorado y obsecionado conmigo, me seguia a todas partes sabia mi horario incluso comenzo a trabajar en la tienda de autoservicio cerca de mi oficina.
Cuando estaba saliendo del trabajo por la noche de camino a mi auto para regresar a mi departamento, me inyecto una droga y me dejo inconciente horas despues desperte tirado en un puto parque con un jardinero rociandome con agua fria de su mangera "putos punks ve a drogarte a tu casa!" me dijo no entendia lo que pasaba hasta que mire mi ropa sucia y barata, mis panos y mis brazos ahora mas delgados y escualidos...el me habia remplazado!
intente decirle a ese puto punk que regresara mi cuerpo pero el solo se reia de mi y tocaba mi cuerpo de una manera tan erotica y sucia que mis compañeros del trabajo creia que habia perdido la cabeza, la ultima vez que lo confronte llamo a la policia y estuve encerrado por 1 semana...estaba desesperado y quebrado, lo peor es que podia sentir como mi mente se volvia cada vez mas jodida, comence a beber, a fumar incluso a decir palabras como "bro" no podia concentrarme y mucho menos con esta polla que pedia atencion varias veces al dia, joder estoy tan cachondo todo el tiempo que no podia trabajar mas de una sin ir al baño a masturbarme
incluso perdi mi trabajo cuando mi jefe me sorprendio masturbandome en la camara de seguridad cuando no habia ningun cliente a la vista mi mente se jodio en solo un año ya no puedo reconocerme.
Asi que aqui estoy ahora, no me va mal inicie mi propio "negocio" y mis clientes pagan bien por ser humillados y jodidos por un jovensito como yo... siempre se me han dado bien los negocios, quiza no esto no sea tan malo.
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Barquitos de papel
"La verdad, yo lo que quiero es ser escritora”. Le dije apurando la cuarta cerveza que nos tomábamos esa noche. A él lo había conocido dos semanas antes, una noche de lluvia en que los dos decidimos resguardarnos bajo el mismo techo en una de las calles más transitadas de la ciudad. Él llevaba una chaqueta de cuero que combinaba con su pelo largo y negro; yo no pude evitar mirarlo con disimulo y fue así como descubrí que en realidad ya lo había visto antes. Los dos estudiábamos en la misma universidad, pero mientras él quería ser músico, yo estudiaba para ser abogada. Esa noche terminamos refugiándonos de la lluvia en un bar chiquito y oscuro que yo no conocía.
En las siguientes semanas hubo un par de encuentros casuales en la universidad en los que sólo atinábamos a levantar las cejas y sonreír tímidamente. Finalmente, una noche llegó a mi Facebook un mensaje de un desconocido. En la foto del remitente pude identificar la misma chaqueta negra. El mensaje era corto “oye, estaría bueno volver al bar de la otra vez ¿no?” a lo que yo respondí “sí, sólo espero que esta vez llueva más fuerte”
Siempre amé la lluvia. De niña, cuando llovía y la miserable casa donde vivíamos parecía venirse abajo y el agua se colaba por cada una de las más de cien goteras, mi papá solía consolarme haciendo barquitos de papel para ponerlos a navegar por los arroyos que se formaban en la calle. De esta forma me entretenía y calmaba mi miedo a que la lluvia tumbara la casa y matara a todos dentro. Desde el primer día en que nuestra flota de barquitos empezó a navegar, la lluvia se convirtió en una excusa para poner en marcha nuevos barcos y eso me hacía feliz.
La noche que acordamos para vernos no llovió. Calmé mi decepción comiendo un mango con sal mientras esperaba a mi chico de la chaqueta de cuero. Cuando al fin llegó, la ausencia de la chaqueta se convirtió en la segunda decepción de la noche. Traté de pasar por alto cualquier alusión a la anhelada prenda y pronto nos dirigimos al bar.
La segunda vez que estuve allí pude apreciar mucho mejor aquel lugar; las paredes negras, los cuadritos viejos de bandas sólo conocidas por los visitantes que se refugiaban en los rincones más oscuros, el olor a cigarrillo y las manchas en el piso. Mi chico y yo escogimos una de las pocas mesas iluminadas por una vela dentro de un vaso, allí comenzamos a charlar de la universidad y del clima, de las futuras elecciones presidenciales y de lo malo que nos parecía la tala de los pocos árboles que daban sombra en la ciudad. La conversación fluía y pronto hablamos de nuestras carreras. A él la música lo apasionaba. Con frecuencia estrellaba sus dedos contra la mesa imitando el ritmo de la batería o el teclado de la canción de turno. Tenía unos ojos bonitos que se iluminaban cuando hablaba de sus bandas favoritas. Yo estaba tan entretenida con su relato, que su pregunta me tomó totalmente por su sorpresa “¿y a ti de verdad te gusta lo que estudias?”
Fueron 30 segundos de un silencio incómodo. Al final la respuesta fue tajante y seca “La verdad, yo lo que quiero es ser escritora”. Lo dije fuerte, claro, con decisión, como si con esto buscara eludir cualquier crítica, cualquier burla. Él me miró un momento y sonrió.
Mi primer cuento lo escribí siendo niña, se trataba de un niño de nombre extranjero que tenía curiosas aventuras con un extraterrestre. Duré varias semanas escribiendo unas cuantas páginas y cuando al fin lo hube terminado, pedí a mi abuela que escribiera ella el título con su hermosa letra cursiva. El cuento desapareció junto con la mayoría de mis recuerdos y posesiones de aquella época. La escritura continuó durante algún tiempo, pero poco a poco fue desplazada por otras actividades hasta terminar reducida a algo menos que un simple pasatiempo. Sin embargo, había algo en escribir que me fascinaba, que me envolvía, que me conectaba con una parte de mí misma que permanecía en la penumbra y que sólo así emergía. Nunca le había mostrado mis escritos a nadie, tampoco había hablado de ellos y no sólo porque consideraba que eran malos y me dieran vergüenza, sino porque además pensaba que en cada uno de ellos había una parte de mí misma que me rehusaba a exponer.
“¿puedo leer algo de lo que has escrito?” me preguntó. “No” les respondí. “no, no valen la pena y además me hacen sentir expuesta, vulnerable, es casi como si un desconocido me viera desnuda”. De hecho, así era. En ese momento vino a mi mente la tarde en que uno de mis primos descubrió en una caja algunos cuadernos con cuentos míos. La vergüenza fue tal que después de arrebatárselos de las manos salí corriendo y llorando en un acto de desesperación inusitado. Ese mismo día los quemé todos.
“Pues a mí me gustaría verte desnuda”. Esas palabras interrumpieron mi recuerdo y me trajeron de nuevo a la realidad. El bar, las cervezas en la mesa, la vela que se iba agotando, la música. Lo vi a los ojos y encontré en ellos cuanto le había costado decir aquellas palabras. A pesar de la evidente torpeza con que fueron dichas, fue la timidez que en ellas descubrí, lo que me hizo sentirlo más cercano y lo que me recordó que yo también quería verlo desnudo. Esa noche terminamos teniendo sexo en un motel barato del centro y empezamos a hacer más frecuentes nuestros encuentros, explorando cada noche un bar diferente y terminando siempre teniendo sexo en cualquier lugar, siendo afortunadas las pocas noches en que podíamos pagarnos una cama y un techo para juntar nuestros cuerpos.
Después de cada noche, al regresar a casa, y mientras me quitaba la ropa, me obligaba a mí misma a repasar en estricto orden cronológico cada uno de los momentos vividos a su lado durante el último encuentro que acababa de terminar. A veces incluso, hacía mosaicos de recuerdos que reunían los mejores momentos de las últimas citas. Así, en medio de imágenes de besos, abrazos, gemidos y sonrisas me quedaba dormida anhelando que no pasara mucho tiempo para un próximo encuentro.
Lo ocurrido y lo que estaba por ocurrir se entremezclaban en mis pensamientos como una única fantasía. De tal manera que a veces era imposible determinar lo que había ocurrido en realidad y aquello que solo había deseado. Eso era él, una mezcla de anhelos y recuerdos. Algunas veces, cuando me dirigía ansiosa a su encuentro, cierta sombra de tristeza se asomaba en mi rostro, era la proximidad de la inminente despedida, la devastadora certeza de que al final de aquella noche, de nuevo solo existiría en mi cabeza y que poco a poco, a través de los días, su rostro se iría diluyendo en medio de cada vez más borrosas evocaciones.
Empecé a pensar con cierto temor en que tal vez algún día dejaría de verlo y su recuerdo desaparecería para siempre. Al fin y al cabo, lo nuestro no era nada formal, no sabía si tenía novia y tal vez en algún momento él o yo (o ambos) terminaríamos por cansarnos. Fue así como empecé a escribir en una libreta las fechas en que nos encontrábamos y las cosas que habíamos hecho, de esta forma dejaba pistas para mi memoria en el futuro. Mientras escribía esas notas pensé que quizá en unos años, ellas no traerían buenos recuerdos a mi mente, sino que provocarían una risita de vergüenza y pesar en mi rostro de cuarentona, pensé en ella con lástima, con la misma lástima con la que ella pensaría en mí, años después.
El romance duró un año. Un año de notas y de encuentros a veces casuales, a veces planeados meticulosamente. Un año de oler y sentir su pelo en mi cara mientras teníamos sexo en rincones públicos que convertimos en propios. Al final y tal como lo había previsto, los dos nos aburrimos y sin despedirnos, un buen día dejamos de vernos. No hubo llamadas ni reclamos, no hubo llanto, para cuando ocurrió el distanciamiento ya los dos estábamos preparados y de cierta manera lo ansiábamos.
Después de mi chico de la chaqueta de cuero vinieron algunos más, y aunque abandoné la práctica de registrar en notas los acontecimientos vividos, con ellos viví hechos tan memorables que hubiesen ocupado varias páginas. No fueron muchos, pero su paso por mi vida me hizo comprender las múltiples posibilidades que tenían los seres humanos para relacionarse y significó el inicio de mi negativa a tener alguna relación “formal” que me impidiera de algún modo continuar conociendo tantas personas como quisiera. Cada relación emergía, alcanzaba su esplendor y vivía su declive de diferente manera, dejando a su paso un hilo de recuerdos que para mi pesar, terminaban casi siempre empapados de nostalgia e insatisfacción. En ese cúmulo de recuerdos borrosos terminaron también sumergidos los momentos registrados en las notas, perdiendo su singularidad, y con ella su importancia.
Esa sensación de finitud empezó a empañar todas las esferas de mi vida a partir de entonces. Cada relación, cada viaje, cada evento, se esperaban y se vivían con la misma certeza de que al terminar serían devorados o deformados por el cruel binomio de la memoria y el olvido. Nada sería recordado en su esplendor. Los sabores, olores y sensaciones terminarían reducidos a tibias elucubraciones que nunca se acercarían a lo que fueron en realidad. ¿Valía entonces la pena vivirlos?, ¿y si la vida era entonces una colección de vagos recuerdos que finalmente terminarían consumidos por la muerte? ¿Cómo lograr la trascendencia? ¿Cómo vencer el olvido? ¿Cómo lograr la permanencia en el tiempo? Esas preguntas vinieron a mi mente una mañana mientras caminaba rápido por la calle tratando de conseguir una pastilla para el dolor. ¿Qué hacer entonces? Mientras pagaba las pastillas y pedía un vaso de agua en la farmacia para tomarlas allí mismo, decidí que viviría lo mejor que pudiera, trataría de no hacer daño a nadie y empezaría a escribir de una vez por todas, porque era lo único que podría hacer para permanecer en el tiempo. Comenzaría con la historia del tío abuelo que se suicidó.
“El día que Eugenio decidió matarse, desayunó caldo con arepa y le regalo a su hermana un pedazo riel como recuerdo de su trabajo como ferrocarrilero” Así comenzaba el cuento. No escribí mucho más que eso. Mi carrera universitaria se encontraba en su fase final y la tesis me estaba demandando mucho tiempo. El día que pregunté a mi abuela por la historia de su hermano, se rehusó a hablarme de ello solo argumentando “ese fue un pecado muy grande y es mejor ni siquiera acordarse de eso”. Me regaló sin embargo la única foto que se conservaba de él “guárdela bien” me dijo, y entendí ese gesto como agradecimiento por atreverme a pensar de nuevo en alguien que todos creían olvidado.
¿Recuerdas la noche que me contaste que te daba miedo el silencio? él y yo permanecíamos sentados en la banca de un parque solitario, tomando unas latas de cerveza tibia que había robado de la tienda de su mamá. Tenía mi edad, también estudiante de la universidad, también conocido por casualidad. Sí, le respondí. Recuerdo también que mi mamá contaba que de niña le pedía hacer silencio para escuchar mejor a mis amigos imaginarios y que ella pensaba que en realidad yo estaba poseída por los viejos espíritus que habitaban la casa. La casa, la vieja casa de las goteras, donde las ratas salían de los caños y había un loro en el patio. La del grafitti en la fachada que nunca se pudo borrar y cuyo autor anónimo fue insultado durante dos generaciones.
Alguna vez pensé que envejecería en esa casa ¿sabes? ¿En cuál casa? En la casa de mi infancia, era una casa fea pero cuando uno es niño se aferra a lo que tiene y cree que es lo único que va a tener siempre.
El día que terminé mi carrera decidí que nunca la ejercería. El título de abogada fue colgado en la sala de mi casa como un regalo para mis padres que me costó seis años conseguir. Tres fotos con un feo vestido negro escogido por mi madre adornaron la mesa de la sala hasta que fueron reemplazadas por fotos de bebés y nuevas mascotas. El mismo día que decidí negarme a ser abogada, decidí que tampoco iba a ser escritora.
¿Qué vas a hacer entonces? Me preguntó el chico de las cervezas tibias, que siempre robaba de la tienda y escondía durante horas en el bolso hasta que nos encontrábamos. No sé, le respondí. Para ser escritora se necesita talento y sé que no lo tengo. ¿Entonces te vas a ir de mochilera vendiendo manillas de ciudad en ciudad? No, para hacer manillas y venderlas también se necesita talento y yo lo único que se hacer son barquitos de papel para las tardes de lluvia. En ese preciso instante volví a pensar en mí como la mujer cuarentona y triste, la imaginé con su pelo largo y un cigarrillo en la mano, sola en un cuarto que pagaba por días, mirando por una ventana la lluvia mientras hacía barquitos de papel. Esa imagen bastó para deprimirme durante varias semanas.
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N°6, Encuentros Casuales 2: En el bus.
-Estado: Caliente por la vida.
-Track: Hace calor - Andrés Calamaro.
Yo creo que hacerlo con alguien en un bus es una fantasía que todos hemos tenido y más morbo produce la idea si es con un desconocido.
Esto ocurrió entre navidad y año nuevo de 2015. Estaba en mi pueblo y ya debía volver a Valpo porque aún estaba en clases. Como nunca, nadie de mi familia me acompañó a tomar el bus… y menos mal que así pasó.
Cuando llegué, había un mino moreno muy alto (1,90m app.), buen físico, apretadito, con shorts, polera y lentes de sol. El tipo hablaba por celular y cuando me acerqué al paradero donde estaba, se fue al otro que estaba aledaño. “Medio desprecio”, pensé. El tipo era gay, se notaba, mi radar no falla.
Llega mi bus y para mi sorpresa, él sube primero. Pero más fue la sorpresa al ver cuando subí que él sería mi compañero de asiento. “Permiso”, le dije, pues necesitaba pasar al asiento que daba a la ventana y él, siendo tan grande, casi no dejaba espacio. Mientras pasaba, sentí su mirada que me recorría completo, había onda, se notaba.
Pasada cerca de media hora, el compañerote se queda dormido con sus piernas tocando las mías (ambos estábamos con shorts, el contacto era directo) y con su mano apoyada en su pierna izquierda. Ni tonto, me hice el dormido, no moví las piernas, pero aprovechaba cada movimiento brusco del bus para mover mi mano cerca de la suya. Centímetro a centímetro, hasta que estaba tan cerca que podía sentir su calor.
Todo bien hasta que aparece el auxiliar, rápidamente alejé mi mano hasta una distancia prudente. Pasó, nos pidió los boletos y al compañero despertó, hizo lo suyo y volvió a “dormir”. Yo por mi parte me dispuse a volver también a lo que estaba haciendo.
Cuando mi mano volvió a estar cerca de la suya, pasó algo inesperado. El tipo levantó su gran mano y tomó la mía.
-Hola, dijo con una sonrisa perversa.
-Hola, respondí nervioso.
-Mira lo que encuentro, mientras dormía mi compañerito me tocaba, quizás qué más hiciste cuando no me di cuenta.
-Jaja, no, nada - respondí aún más nervioso.
Ahí se dio una conversación típica, a dónde íbamos, a qué, de dónde éramos, blablabla, hasta que…
-Oye, te puedo dar un beso?
-jaja bueno -le dije sin terminar de creerme lo que estaba pasando.
Y cuando nadie miraba, nos besamos de una forma muy caliente. No tardó en bajar sus manos y agarrarme el pico.
-Tócame, lo tengo grande, más que el promedio - Dijo sonriendo.
Lo hice y sí, para no estar 100% erecto era grande, pero no para andar alardeando.
-Toca por abajo.
Obedientemente lo hice y agarré el pico de aquel casi-desconocido. Él hizo lo mismo, me agarró el pico y llenó sus dedos de mi líquido preseminal, para luego comenzar a lamerlos.
-Hazlo tu también.
Lo hice con algo de asco, la verdad.
-Oye y qué edad tienes? - pregunté cuando no podíamos hacer nada más.
-Cuánto crees?
-28?
-Jaja, no, 40.
-Qué? En serio?
-No, 35.
-Ah, me sorprendiste jaja. Y soltero imagino?
-La pregunta weón… no, pololeando.
“En qué me metí, weón”, me dije a mi mismo… pero bueno: Comerme a un desconocido en un bus - check, Ser patas negras - check.
Y así pasamos el viaje, tocándonos cuando nadie veía, besándonos en cada túnel.
Llegamos a Santiago y no podíamos más de lo calientes. No teníamos tiempo para ir a un motel, así que pasamos a los baños. Fuimos a los más concurridos, que eran los que más cerca estaban. Estaba lleno, tratamos de pasar piola buscando un cubículo pero eran muy chicos. Más encima había un viejo parado en un cubículo que nos miraba y se tocaba, todo muy freak. “Que asco ese viejo”, dijo el amigo.
Nos rendimos y salimos de ese baño para ir luego al otro que está en el terminal. Había poca gente, habían cubículos desocupados y eran lo suficientemente grandes para nosotros dos.
Nos metimos y no tardó en sacar su pico grande pero no tanto para que se lo mame… y como ya sabrán, me encanta hacerlo. Tenía un sabor raro, no malo, pero extraño. Se lo mamé y al poco rato me dio vuelta, bajó mi pantalón y comenzó a puntearme.
-Tienes rico culo weón, te lo quiero meter entero.
-Tienes condón?
-No…
-Entonces no podrás.
-Ya pero déjame puntearte.
-Bueno…
Y así lo hizo, tenía buena técnica el tipo, nunca me habían punteado tan rico… y como que de a poco iba entrando.
-Oye, qué haces?
-Una sola metida, por fa.
-Solo una -acepté de puro caliente.
Y así lo hizo. Entró toda y sin dolor, no sé cómo si hasta el momento siempre me había dolido mucho cuando hacía de pasivo.
Sentimos que iba llegando gente al baño y supimos que era tiempo de irnos. Salimos de a uno, nos limpiamos un poco y salimos del terminal.
Conversamos un rato mientras caminábamos a nuestros destinos, prometiendo volver a vernos, aunque hasta el momento no se ha podido. Pero se podrá eventualmente…
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Aquel Viejo Motel, David Pabón - Video mas musica
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aquel viejo motel a capela #tiktok #love #like #follow #explore #short...
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𝕤𝕖𝕝𝕗 𝕡𝕒𝕣𝕒: ’ 𝕝𝕒 𝕞𝕒𝕕𝕣𝕒𝕘𝕦𝕖
the train will carry me towards autumn to find back the rainy city i'll share my grief with no one i'll keep it close like a friend
Abril, 1968. París, Francia.
Había algo extraño en su pintura, Heejoon no podía ponerle el dedo encima a lo que podía ser. Entre más la miraba más la odiaba, allí iban dos francos perdidos en una resma de papel de trapo que ya había echado a perder. Con la cabeza ladeada, el pelirrojo se limpiaba el sudor de la frente con el antebrazo mientras estudiaba su muy imperfecta obra, sus dedos rígidos se mantenían en eterna flexión por habérselos manchado con pintura que ya se había secado. Era el balance el que estaba todo mal: la disposición de su pintura no era para nada simétrica, habían demasiados elementos de un lado y casi cero del otro. Las partes de la composición no se sentían juntas, había algo torpemente fuera de lugar. ¿Era idea suya o estaba perdiendo su toque? Sus últimos trabajos habían terminado todos en la basura, uno apilado después del otro en el rincón de su habitación que tenía destinado específicamente para ese propósito. Y con cada uno, Heejoon perdía un pedazo más de fe en sí mismo, el refrigerador estaba vacío y había un límite en lo que un muchacho como él podía hacer en una ciudad tan grande y con tan poco dinero. Era el círculo completo volviendo al punto de inicio para fastidiarlo, castigo por haber huido de casa, por no haber ido a la guerra, por no haber muerto bajo el estallido de la artillería sofisticada que caracterizaba al ejército al que se suponía debía jurarle lealtad.
Heejoon le había dado la bienvenida a la década con una boconada de aire fresco y una camisa holgada, mirando desde el balcón de su apartamento de una sola habitación como Francia volvía a levantarse en sus dos pies después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, los Beatles cantaban con sus cortes de pelo redondos mop-top y trajes de vestir negros, y Heejoon los escuchaba con las ventanas abiertas para pintar a gusto, su pincel danzando sobre un lienzo de algodón como si tuviera vida propia. Era fácil ser un idealista entonces, high en LSD, el sentimiento de la revolución asentándose en su interior como una piedra al fondo del río Garona. Heejoon, con flores sobre sus orejas, sonriente bajo el sol candente de Versalles, miraba a jóvenes como él cambiando al mundo frente a sus ojos: mujeres (raza y sexualidad de lado) luchaban a favor del movimiento feminista, las manifestaciones anti-Vietnam de California terminaban siempre en las noticias de las seis, el pueblo afroamericano exigía derechos civiles como el resto de los ciudadanos del país occidental. A flor de piel, las manifestaciones decoraban las calles de fuego y propaganda, la disconformidad burbujeante de su generación guiaba a las naciones hacia la metamorfosis. Heejoon no se sentía como un solo corazón latiendo dentro de una caja torácica común y corriente, el sentido de comunidad que lo envolvió hasta mediados de los 60 no se comparaba con nada que hubiera experimentado antes de eso.
Pasado, recuerdos de antes, sus pinturas eran buenas entonces, ahora ya no le quedaba inspiración.
Ahora sus tubos de pinturas de aceite, antes de colores vivos, pigmentos con personalidad, se habían acabado así como su espíritu. El muchacho que por años mostró orgulloso el estandarte del amor a la vida, la libertad, la paz; se había apagado como la luz insignificante de un fósforo.
Dar el paso hacia adelante siempre se le había hecho difícil. Cuando huyó de casa en el 59, con una mochila de cuero a las espaldas y una boina de pana sobre sus cabellos, Heejoon temió dar el paso hacia delante también. Cargaba el apellido de su padre como ladrillos sobre sus hombros, quinientos francos en efectivo y el sueño de un mañana distinto en su campo de visión. Se largó sin mirar atrás, sin darle un beso a su madre en la mejilla como siempre que salía, el olor de su famoso pie de manzana quemándole las fosas nasales. Su tarjeta de conscripción militar obligatoria yacía hecha cenizas en el plato de cerámica de la sala.
Dio el primer paso, luego el segundo, y cuando lo supo, sus pies lo llevaron hasta la estación Bordeaux - Saint Jean. Tomó el primer tren a París, y después de esa decisión, el resto había sido historia.
Heejoon, un simple pintor aficionado nueve largos años después, de clase media-alta si así lo hubiera querido, con una herencia que le hubiera asegurado la vida hasta que se muriera de viejo; ahora analizaba su pintura con ojos enjuiciados, llevándose un trozo de pan seco a los labios. “Amarillo, quizá... azul.” Decía, masticando, el picor que sintió en los lagrimales no pasando desapercibido cuando jaló aire por la nariz. Heejoon puso el pan de vuelta en el plato de dónde lo había tomado, a un lado de su cuerpo sentando sobre el piso de madera. “Azul, quizá...” Su obra, lejos de maestra, se había vuelto borrosa de repente, sus luceros se llenaron de lágrimas antes de que estas cayeran derramadas sobre sus mejillas, tibias, haciendo todo el recorrido hasta su mandíbula antes de descender pesadas sobre su regazo, algunas deslizándose por la longitud de su cuello hasta menguar en algún sitio de su fisionomía. “Verde, rojo, tal vez... amarillo. Quizá pueda...” Heejoon se olvidó de los pinceles, de la técnica, de sus propios anhelos; recogió Gris de Payne con los dedos, llenó sus almohadillas del pigmento oscuro que yacía líquido sobre su paleta, difícil de utilizar de acuerdo con él mismo. Sin más, dejándose llevar por su propia locura (no había otra manera de describirlo: los ojos se le pusieron rojos y cada extremidad tensa), Heejoon embarró la pintura sobre el papel de trapo sin seguir ningún plan, por encima de lo que ya había trazado con pinceles finos, primero usando sólo los dedos y después la mano completa. Lloraba mientras lo hacía, apretando los labios para no dejar salir un sollozo, su brazo tomando velocidad al esparcir su trabajo sobre su trabajo mismo, horror, tristeza, gris, gris, café, negro, gris, negro, gris, gris, gris, gris.
La televisión, callada hasta entonces, sonido blanco para oídos sordos, cambió el tono de su ánimo en instantes, el anuncio de una noticia de última hora lo hizo detenerse y mirar hacia al aparato. No tenía un buen sentimiento en las tripas cuando enmarcó los ojos sobre la imagen poco nítida. El presentador de noticias, mirada sublime sobre facciones toscas, tomó un respiro antes de empezar a hablar:
“El reverendo Dr. Martin Luther King Jr., quien predicó la no violencia y la fraternidad racial, ha sido asesinado a tiros en Memphis, Tennesse por un pistolero desconocido que escapó después del altercado. El gobernador Buford Ellington ordenó a cuatro mil soldados de la Guardia Nacional a que ingresaran a Memphis luego de la muerte del líder de derechos civiles de 39 años, ganador del Premio Nobel.
El Dr. King recibió un disparo mientras se inclinaba sobre una barandilla del segundo piso fuera de su habitación en el Motel Lorraine. Estaba charlando con dos amigos justo antes de comenzar a cenar. Los asociados del Dr. King hacen un llamado a la ciudadanía de mantener la calma, recordando sus mensajes de paz y compasión, mientras la investigación sobre el caso prosigue.”
#well..... again; no está tan bueno y kinda incomplete but tengo una fascinación por los 60s y esto es parte de eso#( ❝◞ 𝒉𝒆𝒆𝒋𝒐𝒐𝒏 • VIEWPOINT. )#( ❝◞ 𝒉𝒆𝒆𝒋𝒐𝒐𝒏 • SELF PARA. )
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Los principes me recuerdan a ti.
El aterrizaje de emergencia, las manos grandes y lo sueños chiquitos.
El color rojo en mis labios.
Aquel vestido corto.
Los zapatos viejos, usados siempre por mi.
La casa de mi madre.
El pasado, y ahora el futuro.
Me veo através de los años y te cuentro reposando en mi cama, justo al lado de mi esposo.
Soy vieja y soy infeliz.
Las tristezas me recuerdan a ti.
El café frío, el abandono.
Estoy cruzando el océano y no se si valga la pena.
Aquella canción, estar sentado cuando todos estan bailando.
El centro de cualquier ciudad, un motel y una camisa sucia.
Y ahora estoy entre tus brazos, estoy desnuda.... y estoy cansada.
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 47. Buenas amigas
Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 47. Buenas amigas
Jeremy, aquel sujeto que había acordado hacerle el pequeño favor a Esther, salió del bar unos minutos después de que las niñas salieran del estacionamiento y se dirigieran al hotel. Había entrado más que nada para invitar una ronda a algunas personas en la barra y celebrar el lucrativo, aunque extraño, negocio que había hecho. Luego de terminar su trago, pagó la cuenta, se despidió de sus nuevos amigos sin nombre, y se dirigió a la salida. Pisó el estacionamiento con su teléfono celular en su oído. Desde antes de salir, y aún con la música en vivo de fondo, hizo una llamada muy especial a Sheila, su prostituta favorita, aunque también la más cara. Jeremy al parecer no había dejado de celebrar por esa noche.
—No creerás cómo fue que me gané estos billetes —murmuró entusiasmado mientras caminaba hacia su vehículo—. Fue la cosa más extraña, en cuanto llegue te lo cuento. Pero como sea, ve preparando esas bonitas piernas, que tengo suficientes verdes para tenerlas abiertas toda la noche; y estoy como roca, mami. Pero depílate un poco para mí, ¿quieres?
Luego de un corto coqueteo por teléfono, Jeremy colgó y siguió andando con el pecho en alto hacia su vehículo. No se le ocurría mejor forma de gastar ese dinero sorpresa que con Sheila. Quizás al día siguiente se arrepentiría un poco, pero lo bailado nadie se lo quitaría.
A lado de su Corolla del año pasado, estaba estacionada una vieja camioneta, pero él no reparó mucho en ella. Al pasar justo detrás de ella, tiró sus llaves al aire en un acto de triunfo; las vio elevarse, girar, comenzar a descender… y luego ya no vio nada. Las llaves siguieron su camino, pero pasaron a un lado de la mano de Jeremy sin tocar sus dedos. El hombre se había quedado totalmente paralizado, con sus ojos alzados mirando al último punto sobre él en el que había visto sus llaves, a pesar de que ya no se encontraban ahí. Su rostro ya no reflejaba emoción, sino puro y absoluto vacío.
La puerta trasera de la camioneta se abrió, y las grandes y fuertes manos de James lo tomaron de su chaqueta y lo jalaron hacia el interior con suma facilidad. Las puertas se cerraron detrás de él, y entonces ese pequeño espacio trasero se convirtió en todo el universo, en el que sólo existían James y Jeremy. El hombre de color lo colocó con fuerza contra el suelo de la camioneta y se colocó sobre él. Apretó con fuerza su mano izquierda contra su boca y nariz, mientras con la otra sujetaba un largo y afilado cuchillo militar, presionando su hoja contra su cuello. Lo liberó y lo dejó ser consciente de dónde estaba justo un instante antes de deslizar de un rápido jalón la hoja de extremo a extremo, abriéndole la garganta en una profunda herida horizontal como si se tratara de una segunda boca, que escupió un chorro de sangre, manchando las ropas y la cara de James; él no se mutó.
Jeremy comenzó a estremecerse, mirando confundido y lleno de terror a la imponente figura sobre él que lo sujetaba. No podía gritar ni respirar por la pesada mano que tenía sobre su rostro. Sólo podía sentir como su propia sangre se le acumulaba en la garganta, siendo incapaz de siquiera toserla para liberar en algo la presión. Sus manos se movieron solas, forcejeando e intentando apartar a su desconocido atacante de encima, pero era inútil. El oxígeno abandono tan rápido su cuerpo como su propia sangre, y poco a poco esos forcejeos se volvieron menores.
James lo miró atentamente, admirando toda la desesperación, miedo y dolor que alumbraron sus ojos durante todo el proceso. Desde la lucha desesperada e inútil por intentar hacer algo, hasta las inevitables convulsiones, el shock, y luego nada… James aspiró profundamente, intentando que sus pulmones se llenaran de aunque sea el más pequeño rastro de aquello que podría brotar de ese engendro. En efecto, fue poco… demasiado poco.
No había valido la pena el riesgo, pero al final de cuentas no lo había hecho por eso. Debía limpiar cualquier desastre que aquella mujer dejara atrás, como si fuera su niñero personal. Y Jeremy era un boca floja; de pura suerte no le había dicho a nadie de adentro del bar lo que pasó, pero no tardaría en hacerlo, de eso estaba seguro. Pero ahora no le diría nada a nadie.
Retiró su mano de su cara. Los ojos desorbitados de Jeremy miraban perplejos hacia el techo de la camioneta, o hacia la nada infinita que había por encima de éste. La sangre siguió saliendo de su cuello en dos pequeños borbotones más, y luego simplemente cesó. James no era un tonto que no sabía lo que hacía; le habían enseñado bien el oficio. Se había puesto guantes, gafas protectoras, además de haber colocado plásticos sobre el suelo y las paredes, pero igual no podía estar seguro de que no se hubiera manchado algo indebido: de entrada sus ropas lo estaban. Sacó el celular del hombre de su bolsillo y envolvió el cuerpo en los plásticos lo mejor que pudo, y puso el bulto contra la pared, cubriéndolo con una manta y unas cajas.
Aún tenía otro encargo que hacer esa noche, y ahora parecía que acababa de salir del set de alguna película de terror; aunque de hecho, la realidad era mucho peor que esa comparación. Se quitó rápidamente sus guantes, sus gafas y cubre bocas, además de sus ropas manchadas y se limpió lo mejor que pudo con toallas húmedas. Al estar prácticamente desnudo, no pudo evitar notar las pequeñas manchas más claras que su piel que se formaban en su pecho y abdomen. Se le dificultó respirar un poco. Estiró entonces su mano hacia el frente de la camioneta, tomando de entre los asientos aquel termo que ese mocoso le había dado, y que había estado evitando siquiera pensar en él. Lo tomó firmemente entre sus manos, y entre un pequeño ataque de tos lo abrió sólo un poco. Un denso y vapor blanquizco se escapó de él, elevándose poco a poco delante de su rostro. El ver aquello resultó ser una imagen casi erótica para él.
Aspiró profundamente lo poco que había dejado escapar pero fue suficiente. Ese sí era vapor de calidad, no las migajas que Jeremy le había soltado. En cuanto aquello ingresó en su cuerpo, se sintió mucho mejor. Con más energía, y la horrible sensación de enfermedad disminuyó. Miró de nuevo a su pecho, y dichas manchas se habían apaciguado, aunque no desaparecido. Suspiró con un poco de alivio, aunque también de frustración. Pasó su mano por su rostro, y apoyó la cabeza contra la pared de la camioneta.
Hacía ya cinco años que vivía así: consumiendo poco a poco lo que podía conseguir, no para permanecer joven y fuerte, sino ahora simplemente para sobrevivir. Como un vagabundo sin rumbo, todo desde que dejó atrás a sus compañeros, a su familia, y a su propia líder con tal de salvar el pellejo. Esa había sido su vida desde que huyó con su amada Mabel y dos de sus amigos más cercanos, dejando atrás al Nudo Verdadero. Y ahora sólo quedaban Mabel y él, y posiblemente eran los últimos de aquella orgullosa estirpe que por tantos años, o más bien siglos, había recorrido las carreteras del nuevo y del viejo continente, consumiendo a los paletos para obtener fuerza y longevidad. Aquella hermosa tradición y hermandad, reducida a ser los perros falderos de un mocoso vaporero que se creía mucho mejor que ellos, con tal de mendigar las migajas que su nuevo amo dejaba caer al suelo.
Patético, era patético. No era mucho mejor que el buen Jeremy, con su garganta rebanada y envuelto en plástico, y todo por sucumbir a su avaricia y lujuria.
Pero no había tiempo para lamentarse por tonterías como esa. Tenía otro encargo de su nuevo “amo”, y su dosis de vapor le daba las fuerzas suficientes para hacerlo. Luego de terminar de asearse lo mejor que le fue posible, tomó el celular de Jeremy, pasándole una de las toallas húmedas por si algún rastro podría haberle caído encima, y entonces salió de la camioneta, cerrándola bien con llave. Recogió las llaves de Jeremy que seguían en el suelo tras la atrapada fallida, y se dirigió al vehículo de su última víctima. Salió del estacionamiento conduciendo el Corolla color azul, y cruzó la carretera hacia el Ringland Motel.
— — — —
El programa que Owen Ringland estaba viendo terminó, y aún le quedaba una larga madrugada de guardia hasta al menos las seis de la mañana. Comenzó a cambiar los canales buscando alguna película interesante que pudiera entretenerlo al menos por las próximas dos horas, y no rebajarse a tener que hacer uso de algún juego en Facebook. Ya no creía recibir ningún otro visitante por el resto de la noche, y más que nada sólo le quedaba estar atento por si le surgía alguna necesidad a sus huéspedes actuales, especialmente a aquel hombre que se acababa de registrar hace relativamente poco. Sin embargo, contra toda posibilidad, el sonido que avisaba de la puerta de entrada abriéndose lo tomó abruptamente por sorpresa mientras cambiaba entre canales. Y no era ninguno de sus huéspedes; de hecho, aquel hombre alto y fornido, de piel oscura y cabello negro largo y trenzado, no le pareció para nada familiar.
El hombre usaba una chaqueta verde un poco vieja, y una camiseta blanca sin mangas debajo de ésta que se apretaba contra su torso musculoso. Tenía una mirada bastante dura, y sus labios gruesos dibujaban una mueca de malhumor que a Owen ciertamente puso nervioso. Le daba vergüenza admitirlo, pero a pesar de lo mucho que se lo negaba a sí mismo, quizás sus nervios iban acompañados de cierto prejuicio malogrado; tanto así que su mano casi involuntariamente quiso acercarse al arma que tenía oculta debajo del mostrador, pero se forzó a dejarla sobre éste, aunque cerca de la orilla.
El recién llegado aspiró con un poco de fuerza por su nariz y luego se la talló un poco con sus manos. Se acercó entonces hacia él con una postura un poco más relajada, e incluso le sonrió jovialmente una vez que estuvo ya delante de la barra.
—Buenas noches —le saludó con tono moderado.
—Buenas noches… —respondió Owen, sonando más inseguro de lo que deseaba proyectar. Se aclaró su garganta y entonces se paró con su espalda recta—. ¿Puedo ayudarle?
—No quiero molestar, es sólo que… —el hombre introdujo su mano derecha en el bolsillo de su chaqueta, y una vez más Owen se puso en alerta. Pero, para desgracia de sus pequeños prejuicios, lo único que aquel individuo sacó de su bolsillo fue un Smartphone, mismo que colocó sobre el mostrador delante de él—. Había tres niñas allá afuera hace unos momentos, y creo que a una se le cayó esto. Me pareció que entraron a una de las habitaciones. ¿Podría entregárselos?
Owen respiró con cierto alivio, sintiéndose aún más apenado por sus injustificados pensamientos. Se permitió tomar el teléfono y presionar el botón de encendido para prender la pantalla. El teléfono estaba claramente bloqueado, pero en la pantalla de bloqueo pudo ver que tenía de fondo la foto a primer plano de un hombre, mismo que él reconoció: era el último huésped que se había registrado, y que en efecto había dicho que venía con sus tres hijas. Era el teléfono de aquel hombre, o una de sus hijas tenía una foto de su padre de fondo de pantalla; esa última alternativa le resultó algo tierna.
—Seguro, veré que se lo entreguen —asintió Owen con entusiasmo.
—Gracias —asintió el recién llegado, volviendo a sonreírle—. No le quito más su tiempo…
Así como entró, aquel individuo se giró y comenzó a andar hacia la puerta. Sin embargo, a los dos pasos pareció tambalearse un poco, como si fuera a caerse, pero logrando sostenerse en sus dos pies firmemente antes de que aquello pasara.
—¿Se encuentra bien? —Le preguntó Owen, algo preocupado al ver ello. El extraño se quedó inmóvil unos momentos, antes de enderezarse y volver a caminar como si nada.
—Sí, sólo estoy un poco mareado —le respondió apresurado antes de abrir la puerta—. Pase buena noche.
Antes de recibir cualquier otro cuestionamiento, salió con cierto apuro y cerró la puerta detrás de sí. Owen se quedó viendo extrañado unos momentos la puerta. ¿Acaso venía ebrio?, a él le pareció que se veía bastante normal.
Daba igual, de todas formas ya se había ido. Ahora sólo le quedaba entregar ese teléfono a sus dueños como había prometido. Salió de detrás el mostrador, y dejó la recepción unos momentos para hacer dicha entrega.
— — — —
Esther dejó llenando la tina con agua caliente, y se sentó en la orilla de ésta con su mano colgando hacia adentro, rosando el agua con la punta de los dedos mientras se iba llenando. Ese sólo acto le pareció bastante relajante, pero aún no lo suficiente. Esperaba que realmente ese pequeño baño le ayudara a olvidarse por unos segundos de la locura que habían sido esos últimos días. Y no sólo era la constante caza de la policía sobre su cabeza, o tener que viajar entre estados arrastrando consigo a una déspota y odiosa niña con muletas, o que había tenido que matar a más personas en los últimos días de lo que había hecho en el último par de años, o que llevaba semanas sin una buena o mala cogida, y extrañamente su cuerpo parecía comenzar a resentir ello; quizás era el poder de la costumbre. Además de todo eso, se encontraba la innegable y surrealista realidad que se había ido presentando ante ella a cada momento.
Personas que podían leer tu mente, hacer que vieras y sintieras cosas que no estaban ahí, detener balar con la mente o inmovilizarte, y ahora una niña que era capaz de hacer que otra persona se encajara un bisturí en el cuello sin pestañar, y con la misma normalidad con la que se aplicaría un poco de maquillaje. Y estaba además aquel chico, el tal Damien Thorn; no sabía qué podía hacer él, pero comenzaba a pensar que era algo mucho más horrible aún. Su propia rareza, aquella extraña cualidad que había surgido de la nada en ella tras salir de aquel lago congelado, ya la ponía incómoda y confundida, pero no era nada en comparación. ¿En qué clase de mundo se había metido?, o quizás siempre estuvo en él y no se había dado cuenta.
Su cabeza le dolía un poco, y sus hombros se sentían tensos.
No tenía caso pensar mucho más en ello. En un par de días llegarían a Los Ángeles, le entregaría las dos mocosas a aquel sujeto, y obtendría sus respuestas; todas y cada una de ellas.
Una vez que la tina se llenó, cerró la llave y comenzó a desvestirse. Primero se soltó las dos colas que se había hecho, dejando caer su cabello negro sobre sus hombros. Luego empezó a retirarse sus ropas, dejando en libertad poco a poco su pequeño cuerpo de proporciones infantiles, pero que aun así mantenía la forma y las curvas del cuerpo de una mujer adulta, sin nunca llegar a serlo por completo. Colocó sus manos sobre su pequeño busto, que apenas y sobresalía de su pecho plano. Tanteó sus senos con sus dedos, los exploró un poco y gozó del ligero roce de las yemas contra sus duros pezones. Se estremeció un poco con gusto, y por ese pequeño instante todas sus preocupaciones se desvanecieron.
Se metió a la tina y se sentó por completo en ella. Sus músculos agradecieron de inmediato el cálido abrazo. Sumergió la cabeza por completo para sentir el calor casi maternal en todo su cuerpo, sin importarle si su maquillaje se corría en el proceso. De hecho, se permitió tallarse el rostro entero con el agua para limpiarlo lo mejor posible. Usó poco después el pequeño jabón de hotel que venía de regalo, y lo pasó por sus brazos y piernas para limpiarlas de cualquier rastro de sudor, tierra y, ¿por qué no?, sangre que pudiera haberle quedado encima.
Durante su proceso de enjabonado en sus piernas, su mano se deslizó por la parte interna de su muslo izquierdo y subió hasta llegar a su parte intima. Al principio sólo frotó el jabón por esa zona de manera totalmente normal, como si intentara convencerse a sí mima de que sólo quería limpiarse, pero ella bien sabía que no iba a quedar sólo en eso. Soltó el jabón sin importarle que éste quedara bajo el agua en el piso de la tina, y comenzó a mover sus dedos contra su sexo. Se estremeció de nuevo al sentir ese roce directo y algo brusco. Quizás eso era lo que necesitaba para dejar salir todo aquello de una buena vez.
Colocó su pierna derecha sobre el borde de la tina para darse más espacio y poner maniobrar mejor. Con su otra mano volvió a explorar su pequeño busto. Y de nuevo todo se esfumó. No le importaba en qué punto del mapa se encontraba, las dos niñas al otro lado de la puerta, la policía que la estaba buscando o quién la estuviera esperado en Los Ángeles. Por esos minutos, en ese cuarto de baño, sólo estaban ella y su propia imaginación; la mejor y peor compañía que había tenido durante todos esos años de soledad absoluta, prácticamente desde que llegó a ese mundo.
Pero el universo no quería que se olvidara por mucho de su innegable realidad. Estaba a la mitad de su labor, o quizás un poco más allá, cuando a pesar de tener la puerta del baño cerrada escuchó claramente como unos pesados nudillos golpeaban la puerta del cuarto. Eso la hizo sobresaltarse, algo atónita al ser jalada de golpe a la realidad.
—Mierda —exclamó entre dientes, sumida en una indescriptible frustración.
Se paró casi disparada de la tina y buscó desesperadamente alguna de las batas blancas de baño para cubrirse. ¿Sería la policía?, no lo creía pues se suponía que se habrían anunciado con más claridad. Pero sin importar quién fuera, no podía permitir que alguna de esas dos mocosas se le ocurriera abrir y dijera alguna estupidez.
La bata obviamente le quedaba grande, pero funcionaría de momento. Sin embargo, recordó repentinamente su maquillaje. Se dirigió hacia el espejo y echó un vistazo rápido, intentando detectar qué tan mal se veía y si había algo que pudiera hacer para revertirlo sin tomarse mucho tiempo. Y fue en ese momento, cuando sus ojos se posaron en su reflejo en el espejo, que su mente sencillamente se nubló.
Parte del maquillaje un estaba escurriendo por su cara, pero en su mayoría su rostro real estaba expuesto; o, al menos el que se suponía debía ser su rostro real. Pero en el espejo veía algo sumamente diferente a lo que esperaba. Las arrugas, las marcas de la piel, las patas de gallo, los labios agrietados…. Nada de eso estaba ahí. La piel de su rostro se veía tersa, firme y suave, decorada con sus coquetas pecas, como se veía cuando se aplicaba su maquillaje… o incluso mejor.
Confundida, tomó un largo pedazo de papel higiénico y se lo pasó por toda su cara con insistencia, intentando retirar cualquier rastro de capa de pintura que pudiera quedar en ella, sin pensar que de hecho debería estar haciendo lo contrario. El papel quedó mojado y manchado, pero sólo un poco. Y cuando se volvió a ver al espejo, la imagen que había visto en un inicio seguía ahí: el un rostro joven que podía pasar mucho más fácilmente por el de una niña de entre nueve y trece años, quizás máximo catorce, y sin necesidad de algún aditamento que la hiciera ver de esa forma. Se abrió la bata para echarle un vistazo al resto de su cuerpo. No se había percatado en un inicio, pero ahora se volvió más que evidente para ella: la piel de su cuerpo en general se veía también más firme y tersa, como la tenía hace diez o veinte años atrás. La cicatrices de su cuello y muñeca seguían ahí, siendo difíciles de ignorar, y aquello era quizás lo único que le impedía creer que todo eso era una completa alucinación.
¿Qué rayos había ocurrido? ¿Cómo su cuerpo había cambiado tan repentinamente? ¿Era acaso un efecto secundario de aquella habilidad que le había surgido de la anda? Pero justo antes de entrar a aquel hospital, su rostro seguía igual que siempre; se había visto al espejo mientras se maquillaba. ¿Qué cambió?, nada en lo absoluto. Ni tampoco había ocurrido nada fuera lo común, excepto que ahora viajaba con…
¿Samara? ¿Esa niña?
Por algún motivo su nueva compañera de viaje se le vino a la mente, y se quedó ahí por un buen rato reusándose a partir. ¿Ella había provocado esto? Pero… ¿cómo?
No pudo reflexionar más en toda esa locura, pues oyó como volvieron a tocar a la puerta, ahora con mucha más fuerza. Se cerró rápidamente su bata y salió apresurada del baño. Samara y Lily se encontraban cada una acostada en una cama, viendo en la televisión una extensa persecución de autos que de seguro pertenecía a una película de acción, mientras comían lentamente de sus respectivas hamburguesas y papas; ninguna parecía tener interés en levantarse y atender.
—Alguien está en la puerta —señaló Lily de forma distraída, teniendo al menos dos papas dentro de su boca. La volteó a ver en ese momento y pareció extrañarse un poco al verla—. ¿No te desmaquillaste para bañarte?
Esther se estremeció un poco al oír esa pregunta. ¿Ella también la veía diferente?, ¿entonces no era su imaginación?
No importaba, no de momento.
Se dirigió a su maleta, sacó de ésta su arma, le retiró el seguro y se dirigió apresurada a la puerta.
—Tapa esa pierna —le indicó a Lily tajantemente—. Y ninguna diga nada.
Lily resopló, y entonces se cubrió las piernas con el cobertor rosado de la cama.
Esther se paró delante de la puerta y colocó la cadena. Sostuvo su arma con la mano derecha, ocultándola detrás de la puerta, mientras abría ésta sólo un poco, aquello que la cadena permitía. El hombre parado afuera en el pasillo no era un policía, o al menos no lo parecía. La apariencia de Owen Ringland era de hecho bastante normal y aburrida. El hombre de mediana edad bajó su mirada para encontrarse con el rostro de la aparente niña, que apenas y se asomaba por la pequeña abertura.
—Hola, pequeña —saludó Owen con una sonrisa amistosa, y entonces le extendió el teléfono que traía en su mano derecha—. Un hombre en la recepción dijo que a lo mejor esto podría ser de alguna de ustedes.
—¿Un hombre? —Murmuró Esther sin comprender del todo esa afirmación. Miró sólo un segundo aquel teléfono y de inmediato negó con su cabeza—. No, debe ser un error, lo siento…
Se disponía a cerrar de inmediato la puerta antes de recibir más cuestionamientos, pero Owen se le adelantó a ello.
—¿Segura? Es que dijo que vio a tres niñas afuera, y ustedes son las únicas tres niñas que acaban de llegar. Además, éste es tu papá, ¿no? —Owen se permitió encender la pantalla para que la niña viera la pantalla de bloqueo, con aquella foto de fondo. Esther lo reconoció fácilmente—. ¿Quizás es de él? ¿Podrías llamarlo?
—Fue a buscar hielo —le respondió Esther rápidamente sin pensarlo mucho—. ¿Cómo era ese hombre?
—¿El que lo entregó? Bueno… era alto, afroamericano, cabello en trenzas… Pero, ¿entonces no es de ustedes?
Esther caviló unos momentos. Esa descripción no le dejaba lugar a la duda; era claro de quién se trataba. Pero, ¿por qué había dejado ese teléfono para ellas? ¿Era algún tipo de extraño mensaje? Como fuera, ese teléfono posiblemente era de aquel individuo al que había utilizado, y fuera como fuera no podía dejárselo a ese bobo encargado; sería muy arriesgado.
Los labios de Esther dibujaron una dulce y casi ingenua sonrisa, haciendo que su rostro se tornara dulcemente ingenuo.
—Ah, qué tonta de mí —exclamó risueña, chocando su mano contra su frente—. Por supuesto, es el teléfono de mi hermana Michelle. —Se giró en ese momento hacia Lily sentada en la cama, que era visible desde la abertura de la puerta—. De seguro se te volvió a caer; eres tan torpe.
Ese último comentario lo había hecho con un tono juguetón que a Lily no agradó del todo.
—Lo siento, tengo dedos de mantequilla —respondió la niña en la cama sin mucho entusiasmo.
—Muchas gracias señor —exclamó Esther alegre, y acto seguido tomó el teléfono, casi arrebatándoselo de los dedos a Owen—. Mi padre la hubiera matado de haberse enterado que perdió otro teléfono. Le ha salvado la vida.
—Descuida. Si necesitan cualquier cosa…
—Le llamaremos, muchas gracias. Lo siento, pero mi papá volverá y no quiero que nos vea hablando con un extraño.
Antes de que Owen pudiera decir algo más, Esther se apresuró a cerrar la puerta, casi golpeándolo en la cara con ella. Luego se asomó sutilmente por entre las cortinas de la ventana, observando como el encargado se quedaba unos segundos dudosos frente a la puerta, se rascaba un poco su cabeza casi completamente calva, y entonces se alejó caminando por el pasillo. No estaba segura si lo había convencido por completo o no, pero de nuevo tendría que arriesgarse.
Una vez que ya no era visible desde la ventana, Esther se apresuró a cerrar por completo las cortinas, y a poner el seguro completo a la puerta.
Suspiró despacio intentando calmarse, y sólo entonces le echó un vistazo al teléfono. Intentó encenderlo, pero estaba bloqueado; sólo se podía ver la foto de fondo del mismo hombre que acababa de ver hace no mucho en el estacionamiento de aquel bar, y el teclado numérico para introducir el pin; uno que claramente ella desconocía.
—¿De quién es ese teléfono? —escuchó como Samara preguntaba con curiosidad, pero Esther no tuvo intención alguna de responderle.
Volvió a cuestionarse porque aquel extraño hombre que había intervenido en el Hospital de Eola, le había enviado ese teléfono. Le pareció seguro concluir que su dueño anterior se encontraba muerto. Pero, ¿por qué mandárselo? ¿Sólo para advertirle que había sido demasiado descuidada y que él tuvo que encargarse de eso? Por un lado le agradecía si era así, y por el otro tenía deseos de verlo de frente y preguntarle si acaso él tenía alguna mejor idea de qué demonios debía hacer.
Y en ese momento, el teléfono comenzó a sonar con fuerza, con un tono irritante de los que traía por defecto de seguro. Las tres niñas se sobresaltaron sorprendidas por ese cambio tan repentino, aunque ninguna tenía un motivo consciente para reaccionar de tal forma. El número en la pantalla aparecía como desconocido, por lo que no era ninguno de los contactos que aquel sujeto tenía guardados. Era poco probable, pero no imposible, que se tratara de alguna esposa o novia preguntando porque no había aún llegado a casa. Dudó unos momentos entre contestar o no, pues también cabía la posibilidad de que fuera justamente aquel hombre de color, y su intención final era hablarle por ese teléfono en lugar de hacerlo de frente, y eso le pareció astuto. Pero… ¿y si no era él?
—¿Vas a contestar o no? —Inquirió Lily, mordaz.
Esther la miró de reojo sin decir nada unos momentos, y luego miró de nuevo la pantalla. Si no era quien pensaba, tendrían que destruirlo y salir corriendo de ese sitio lo antes posible. Todo en ese último tramo se había basado en correr riesgos; ¿correría uno más?
Algo resignada a aceptar lo inevitable, contestó la llamada un par de segundos antes de que ésta se cortara por completo y acercó el celular a su oído derecho.
—¿Diga?
—Pudiste haber sido más convincente, Leena —escuchó casi de inmediato que murmuraba una voz en la otra línea, una voz que no identificó como la de aquel hombre, pero que de hecho le pareció bastante familiar.
Los ojos de la mujer se abrieron por completo, y de golpe todo su rostro se tornó bastante serio.
—Tú… —exclamó con cierto tono de recriminación.
Miró de reojo a Lily y Samara, que la miraban fijamente confundidas pero también curiosas. En lugar de que esto la incitara a explicarles quién hablaba, por el contrario, la orilló a dirigirse rápidamente hacia el pequeño balcón de la habitación, salir a éste y cerrar la puerta de cristal detrás de ella. Lily y Samara se miraron la una a la otra con confusión, aunque la de Lily era relativamente menor, ya que había percibido en Esther un rastro de esa emoción que tanto le resultaba conocida.
¿Esther sentía miedo?, quizás no como tal. Pero aun así, ya fuera por los remanentes de lo que estaba haciendo en la bañera antes de ser interrumpida o por la fuerte impresión que le resultó oír repentinamente aquella voz, su corazón se agitó violentamente, y un cosquilleó le recorrió el abdomen. Una vez ya en el balcón, se tranquilizó paulatinamente.
—Fuiste bastante menos silenciosa y discreta de lo que esperaba durante tu camino —susurró aquella voz en el teléfono, aquella que sólo había escuchado en una ocasión pero que de inmediato reconoció como la de aquel muchacho, el de nombre Damien—. Pero de alguna u otra forma casi cumples con tu misión; te felicito.
—Ahórrate tu palabrería, mocoso —espetó Esther, manteniendo lo mejor posible su serenidad—. Ya tengo a tus dos niñas, ahora cumple con tu parte.
Lo escuchó entonces reír soberbiamente.
—El trato era que me las trajeras, y eso aún no ocurre. Pero ya estás cerca, y aquí te sigo esperando.
—¿Y para qué me estás llamando entonces?
—Sólo quería que supieras que estoy más cerca de lo que crees, siempre vigilando.
Esther enmudeció unos momentos. ¿Acaso era una amenaza? Le era difícil suponer que podría significar cualquier otra cosa.
—¿El hombre del hospital era tu espía?
—No lo llamaría de esa forma, pero sí; yo lo envíe.
—Si él está por aquí, ¿por qué no le entrego a las dos rapazas a él y terminamos con esto de una vez? Yo ya me estoy hartando de ser niñera.
—Oh, vamos, no me digas que no te has divertido durante este viaje. Creí que para este punto ya se habrían hecho buenas amigas. —Esther chisteó molesta por la sola insinuación—. Además, tienes que ser tú quien las traiga hasta acá.
—¿Por qué?
—Porqué yo lo digo, y es lo único que te debe de importar.
Los dedos de Esther se apretaron con fuerza contra el teléfono. Sintió como la rabia le subía por la cabeza y se acumulaba en la parte trasera de ésta como un dolor pulsante. Lo único que lo amortiguó un poco, fue una ráfaga de viento helado que la hizo abrazarse con su mano derecha. Recordó en ese momento que se encontraba mojada y sólo cubierta con una bata demasiado grande para ella, y no había pensado mucho en eso antes de salir al exterior de esa forma.
—Ten mucho cuidado con cómo me hablas —le respondió con un tono que no dejaba lugar a duda de que eso sí se trataba de una amenaza—. Es obvio que las dos mocosas son importantes para ti, y yo estoy ahora mucho más cerca de ambas que tú y tu espía, o como quieras llamarlo. ¿Qué me impediría rebanarles sus flacuchos cuellitos a ambas mientras duermen y largarme con el dinero que queda?
Del otro lado de la línea, Damien sonrió, indiferente a sus palabras; ella no lo veía, pero supo que así era.
—Muchas cosas —le respondió el chico con normalidad—. Para empezar, perderías la oportunidad de saber eso que tanto añoras. No habría lugar en este mundo en el que te podrías esconder de mí. Y, lo más importante, ya has visto lo que ambas son capaces de hacer, ¿enserio te quieres arriesgar a hacerle daño a alguna de ellas?
De nuevo, Esther enmudeció. En efecto, había sido testigo, a veces por las malas, de lo que sus dos compañeras, rehenes o lo que fueran, podían hacer si se les acorralaba, y presentía que aún desconocía el alcance completo de dichas habilidades. Lo sabía, y lo supo desde antes de lanzar su amenaza. Pero rabiaba ante la sola idea de que ese mocoso creyera que tenía todo el control sobre ella. El que un hombre, adulto o no, la viera como algo insignificante y sin ningún poder, era algo que simplemente no podía ni quería concebir.
—Vamos, anímate —murmuró el muchacho con más ánimo—. Tu misión casi acaba… o, apenas empieza, dependiendo de cómo lo veas.
—¿Quién eres realmente? —Susurró Esther—. ¿Para qué las quieres exactamente?
De nuevo lo sintió sonreír con prepotencia.
—Tráelas lo antes posible; las estaré esperando ansioso. Y por cierto, si fuera tú destruiría este teléfono y me iría mañana lo más temprano posible. Si necesito contactarte de nuevo, yo me encargaré de así ocurra. Nos vemos.
Y entonces colgó, tan abruptamente como había llamado.
Esther retiró lentamente el teléfono de su oído, y permaneció mirando hacia el oscuro monte que se encontraba a espaldas de aquel motel. Ese sujeto le causaba tantas cosas; enojo, frustración, pero también cierto grado de fascinación, y claro, excitación. ¿Quién era?, ¿qué quería?, ¿qué es lo que haría con ellas tres una vez que llegaran con él? ¿Estaban de hecho en peligro? No tenía respuestas a nada de eso. Y por primera vez desde que comenzó toda esa absurda misión, se preguntó si acaso no se estaba dirigiendo directo a la boca del lobo. ¿Qué le garantizaba que ese muchacho sabía exactamente qué le estaba pasando? ¿Cómo podía saber que no la mataría en cuando estuviera de nuevo delante de él? ¿Y qué haría con Lily y Samara…?
Cuestionarse eso último la tomó inesperadamente por sorpresa. ¿Eso le importaba?, no tendría por qué. Esas niñas no significaban nada para ella en lo absoluto. Eran lo equivalente a paquetes con patas que tenía que entregar, y no más. Aunque sus habilidades parecían útiles y de seguro habría muchas cosas divertidas que podría hacer si las usaba correctamente, al final sólo eran una pesada y molesta carga. Que Damien Thorn, o quien quiera que fuera, hiciera lo que quisiera con ellas. Las llevaría ante él, y que pasara lo que tuviera que pasar, incluso si eso involucraba su propia muerte. De hecho, en más de una ocasión en esos últimos cinco años, había llegado a abrazar la idea de la muerte, si es que aún estaba en sus posibilidades aquello. La idea de que quizás así pudiera terminar todo, y en las manos de aquel individuo cuya presencia le causaba tantas cosas en su interior, le causaba una extraña satisfacción.
Pero sólo lo sabría hasta que llegaran a Los Ángeles.
Se viró hacia la puerta para regresar adentro, y al hacerlo se encontró de frente justo con la cara fría y dura de Lily, que la miraba desde el otro lado de la puerta de cristal. Esther se exaltó, casi asustada. La niña estaba ahí de pie, apoyada en sus muletas, y mirándola fijamente en silencio. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?, ¿había escuchado algo? Aunque, en realidad eso no importaba; ella no ocupaba oír como tal para saber de qué habían estado hablando.
La niña de diez años se quedó un rato ahí, sólo observándola, y entonces se giró con sus muletas y se dirigió de nuevo a su cama sin decir nada. Esther la observó fijamente mientras se alejaba.
Recordó entonces que la amenaza de Damien Thorn no era la única sobre su cabeza. Realmente, estaba rodeada en todas direcciones, sin muchas posibilidades de salir bien librada de ello. Así que sí, realmente estaba indefensa, y sin poder… y sin ninguna amiga que pudiera tenderle sinceramente la mano.
FIN DEL CAPÍTULO 47
Notas del Autor:
—El Nudo Verdadero, así como los datos revelados de James en este capítulo, son referencias al libro de Doctor Sueño de Stephen King. Aunque James es un personaje original que no aparece ni es mencionado en dicho libro, fue creado bajo el mismo contexto de éste, y usando como base a sus antagonistas siendo James un antiguo miembro de su grupo.
#Esther Coleman#orphan#Lily Sullivan#case 39#Samara Morgan#the ring#Damien Thorn#the omen#resplandor entre tinieblas#fanfiction#wingzemonx
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II. Circle Rouge.
Circle Rouge era un viejo bar situado en Autoroute du Soleil, las afueras de París. No por ser una ciudad elegante carecía de sitios como aquel. Quienes fuesen por allí lo encontrarían junto a un viejo motel y cerca de los bares de prostitución más “cotizados” de la zona, donde la mafia y los clubs de moteros se reunían para negociar.
Situado a pie de calle, Circle Rouge carecía de estilo salvo por un viejo y gigante neón que servía como ayuda para aquellos que buscasen el lugar por la carretera en altas horas de la noche. Era tan sólo un círculo rojo y desgastado, parpadeante. En él se encontraban miembros del cartel Ruso, miembros de la banda de los Outcasts y los SouthSide Serpents, que mantenían negocios encabezados por FP, y que por desgracia les hacían desplazarse hasta tan lejos.
Sentados sobre una alargada mesa gruesa de madera en la que tallada sobre la superficie y justo en el medio de la misma se apreciaba una calavera con alas y un pañuelo en la altura de la cabeza. De ahí provenía el nombre de la misma banda. Por eso es que las chaquetas solían hacer siempre referencia a sus nombres, como bien ocurría con los Serpents, que a su espalda lucían con orgullo la serpiente. La serpiente del sur. Y que junto a ella llevaban marcados a fuego el lema de: “Dicen que si no las pisas, no tienen razón para morderte”.
Ella era un miembro importante del consejo de los seis, que siempre estaban en cabeza para el control del negocio y del club en sí. Annie ni siquiera sabía la razón por la que ocupaba sitio en aquella incómoda silla. Sólo sabía que su padre, de carácter agrio, le obligaba a estar allí sentada. Rodeada por viejas y desgastadas miradas, por otras no tanto, más jóvenes y llenas de vida y que en numerosas ocasiones parecían querer comérsela con los ojos.
Rembrandt, de nombre Oswald, era el cabecilla de los Outcasts, conocido en todas las partes del mundo por el nombre de Bonebreaker. Temido por muchos por la capacidad y la facilidad que tenía de aniquilar y eliminar a todo aquel que se entrometiese en su camino. Se sabía que era todo un sádico y que antes de matar, y como su nombre indicaba, rompía uno a uno los huesos de su adversario. También era bueno en las armas aunque viniendo de un Holandés no le extrañaba.
Antes de que Bonebreaker llegase a la mesa al ser siempre el último en hacerlo, todos discutían los unos con los otros. Pues FP había perdido el control de dos de sus hombres que, por avaricia y deseo de meter la polla en el agujero de alguna prostituta, se habían dejado robar un cargamento de armas en Texas a manos de los Mejicanos. Cargamento que bien había sido pagado por adelantado a los Serpents por Bonebreaker. De un momento a otro se hizo el silencio cuando desde lejos, no demasiado, unos escasos metros, se vio la imagen del hombre adulto aparecer entre las sombras, tan sigiloso como de costumbre. El mismo hombre que a continuación lanzó sobre la mesa la cabeza de uno de los Serpents que rodó hasta llegar a la posición de FP, el cual no pareció inmutarse ni mencionar palabra. En cambio, un nudo en el estómago le provocó náuseas por la sangre que empapaba el espacio de la mesa que ocupaba los sureños.
Golpeó tan fuertemente la mesa que todos los que estaban sentados alrededor de ella, tanto los Outscasts como los Serpents, se sobresaltaron y agacharon sus cabezas, incluida ella. FP era el único que miraba cara a cara al enorme gorila que se cernía sobre él. Éste, una vez hubo tensado sus brazos sobre la mesa y se hubo inclinado sobre la misma, susurró directamente al Serpents con una voz tan ronca y grave que la joven estuvo segura de que provocó escalofríos en más de uno de los allí presentes.
“Prepárate, porque tu cabeza va a ser la siguiente en mi armario de trofeos.”
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