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
Quand les cœurs s'unissent et que les âmes vibrent, il n'y a plus de limites entre le tangible et la réalité. L'amour est cette alchimie où la chair devient poésie, et où le souffle du silence murmure des battements d'éternité.
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A bulletin has been posted outside of the town halls for both Mystic Falls and New Orleans. Thanks to Sheriff Forbes and Chief Kenner's incredible team that they put together for the housing bureau as well as wonderful citizens allowing their homes to be used for housing, the housing bureau's team has put together a randomized list of who is being housed where. See below to find your housing arrangements if you are from the past o the future:
Housing 1 (Charlotte Kenner's Home):
Elena Gilbert
Luna Diaz
Aliyah St. John
Roxelana Demir
Damon Salvatore
Housing 2 (Darcy Garcia's Ranch):
Phoenix "Jagger" Hendrix
Lizzie Saltzman
Camille O'Connell
Harrison Fairlight
Lee Yeon
Housing 3 (Christian O'Malley's Private Home):
Adelina de la Cruz
Feyrah De'Mor
Rose-Marie Conard
Stefan Salvatore
Housing 4 (Lockwood Mansion):
Riley Lockwood
Lorelai Lockwood
Tobias "Toby" Salvatore
Bonnie Bennett
Maddox Kenner
Housing 5 (Christian O'Malley's Second Home in the French Quarter):
Beau Randolph
Ryker Bradenton
Mary Louise
Cecelia Salvatore
Asher Bradenton
Housing 6 (27 Anderson Ave):
Nikolai Delgado
Falin Wei
Briony Cai
Daniel Carter
Laila Italia
Housing 7 (5800 St. Charles Ave):
Abigail St. John
Oaklee Whitlock
Evelynn "Eve" Kenner
Henrik Mikaelson
Housing 8 (1875 Highway 142 E):
Raquel Mondragon
Tatia Petrovsdottir
Lim "Hannah" Han-na
Mary Dumas
Everleigh Hawthorne
Housing 9 (73 Adubon Blvd)
Treyvon Washington
Sebastian Mondragon
Hayley Marshall-Kenner
Jackson Kenner
Mikaelson Compound:
Klaus Mikaelson
Rebekah Mikaelson
Maveric Salvatore
Artemis Mikaelson
Carson Sanderson-Mikaelson
Hope Mikaelson
Seanna Mikaelson
Lucas Mikaelson
Kol Mikaelson
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La heredera del Infierno
Aviso: En este capítulo, también tuve que usar diálogos del videojuego doblado al español latino, pero cuando haga la versión de ingles (en algún momento) usaré los diálogos originales. También, varios lugares que describo son verídicos.
El local La Casa del Chocolate y se encuentra en la Av. Corrientes 1479. Por otro lado, Mercedes es un pueblo de Provincia de Buenos Aires y una de sus festividades populares es la "Fiesta del Salame".
El Mundo Exterior.
–¿Qué debería ponerme para ir al Mundo Exterior? –preguntó Daniela, mientras sostenía su mejor ropa– Eh, Ade, despertate.
La chica salió de sus pensamientos y volvió a la realidad.
–Perdón ¿qué estabas diciendo?
–¿Qué me pongo para ir el Mundo Exterior? –volvió a preguntar–. Estoy entre el vestido azul, el top con la pollera blanca o jean y remera blanca.
–Vamos a ver a una emperatriz y a sus hijas, creo que el top o el vestido no va a estar bien para presenciar a la familia real. Te van a tachar de algo peor, quizás en la fiesta podés usarlo. –respondió Adelina, mientras observaba los conjuntos de ropa–. Podrías usar la remera rosa claro, el jean negro y sandalias, seguramente nos va a tocar caminar.
–Ay me gusta, pero me voy a poner otro par de sandalias que combinen.
–Como quieras.
–¿Qué estabas pensando? –cuestionó Daniela con una sonrisa mientras se arreglaba.
–Nada.
Había pasado una semana desde el sueño, y lo recordaba como si lo hubiera tenido la noche anterior. Despertó sudando, sintiendo las manos de los muertos por todo el cuerpo y tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no gritar en plena madrugada. Necesitaba respuestas sobre Hela.
Después de darse una ducha, Adelina observó su mejor ropa. Optó por un vestido negro con decoraciones de enredaderas, mangas caídas, suelto en la falda por arriba de las rodillas y sandalias de taco bajo. Cepilló su larga cabellera negra haciéndose una media colita y se aplicó un poco de su mejor perfume.
Luego, tomó la paleta de sombras y al abrirla, sus ojos heterocromáticos se reflejaron en el pequeño espejo. Puso en sus párpados sombras de color negro y se pasó lapis labial rojo. Tras terminar, admiró momentáneamente su rostro pecoso y guardó todos los elementos en su bolso pequeño.
Al salir de su habitación, vio a Mariano con una remera de One Piece. un traje negro y pantalones elegantes del mismo color. La muchacha intentaba tener autocontrol de no matarlo a la primera oportunidad que tuviera.
–¿Cuántas veces te dije que te pusieras camisa y no una remera? –preguntó Adelina.
–Agradece que no me puse una de Megadeth –defendió el chico, ajustando su saco–. Es elegante y moderno.
–Hace lo que quieras, si nos miran mal te mato.
–Le vamos a sobornar con comida. Vamos a estar medianamente bien.
En esos siete días, el trío quiso buscar unos regalos a la emperatriz Sindel. Fueron a Argentina a comprar comidas típicas de su patria. Liu Kang les había dicho que no era necesario, pero aun así Adelina, Mariano y Daniela hicieron los regalos.
La chica suspiró aceptando la derrota y salió del complejo con Mariano, Raiden, Kung Lao y Kenshi. Raiden llevaba un atuendo formal chino de color blanco con un cinturón de tela, pantalones azul oscuro y botas del color de la nieve. En cambio, Kung Lao vestía con una camisa china de manga corta negra y roja, en su cabeza, tenía su sombrero con cuchillas, pantalones negros y botas del mismo color. Por último, Kenshi llevaba una camisa roja, un saco gris, pantalones del mismo color y zapatos de color negro.
Mientras esperaban a Johnny y Daniela, Adelina se dio cuenta de que los tres hombres miraban curiosamente el tatuaje de la muchacha.
–¿Qué te ocurrió en el brazo? –preguntó Kung Lao analizando el brazo derecho de la chica.
–Una estupidez –dijo Adelina tratando de no explicar demás, pero ante las miradas curiosas de Raiden, Kung Lao y Kenshi siguió–. Aposté a que aguantaría un tatuaje completo, pero solamente soporté el brazo.
–No te veo haciendo eso –dijo Kenshi.
–Lo hice cuando tuve 18 –mintió Adelina–. En ese tiempo, hice cosas tontas.
Pasaron varios minutos mientras esperaban a los otros luchadores. Kung Lao no podía contener su emoción en conseguir la victoria en el Mundo Exterior y presumir al campeón de la Tierra.
–Por favor Raiden, cuídalo. Ya veo que nos va a dar problemas y nos hará quedar mal –dijo la muchacha.
–Haré mi mejor esfuerzo –dijo Raiden con una risa.
–Tenemos que presumir a nuestro campeón, Adelina, sino qué imagen va a tener el Mundo Exterior de nosotros –dijo Kung Lao palmeando ambos hombros de Raiden.
–Vamos a tener la imagen de unos imbéciles, por eso no tenemos que presumir de más –dijo Adelina y Mariano rio.
–Adelina tiene razón, presumir nos haría quedar mal –dijo Kenshi–. Hablando de presumir ¿dónde están Johnny y Daniela?
–Dame un segundo –dijo Adelina acercándose a los pasillos–. ¡Che, ustedes dos! ¡Agilicen el trámite ya tenemos que irnos!
–¡Ya va! –gritó Daniela.
La muchacha fue la primera en salir, llevando una remera rosa claro decorada con alitas de ángel doradas, jean negro y sandalias. En sus manos, tenía las bolsas de regalos y Adelina tomó una. Detrás suyo, Johnny apareció con una camisa negra sedosa, pantalones del mismo color y zapatos.
–¿Qué es lo llevan en esas bolsas de regalo? –preguntó Kung Lao viendo las bolsas detrás del trío.
–Liu Kang nos dejó ir a Argentina a comprar regalos para la emperatriz Sindel –dijo Daniela con una sonrisa alzando las bolsas con orgullo.
–Trajimos los mejores chocolates de La Casa del Chocolate –dijo Mariano.
–Salame quintero de Mercedes. El mejor de todos –dijo Adelina–. También, vino.
–No era necesario hacer eso –dijo Johnny riendo ante las cosas que mostraron.
–La mejor forma de caerle bien a desconocidos es con comida –contrarrestó Daniela–, y estas son de las más exquisitas de nuestra patria. Además de las más caras, tuvimos que poner plata y dolió como el carajo a nuestras billeteras.
Los demás luchadores se miraron entre ellos y dejaron que el trío hiciera sus cosas. Se encaminaron al gran jardín donde Liu Kang los esperaba y lo siguieron hacia unas columnas chinas rojas con decoraciones moviéndose con el viento y algunos dragones orientales como relieves.
–El Mundo Exterior puede ser extraño y embriagante para los habitantes de la Tierra –de las manos del dios emergieron flamas naranjas y azules formando un portal–. Que no les afecte. Enfóquense en la tarea que tienen.
Adelina vislumbró que Johnny grababa las acciones de Liu Kang para su futura película. Los demás revolearon los ojos, resignándose a las actitudes del actor. Luego de formar el portal de fuego, el dios pasó a través de las llamas naranjas, siguiéndolo Raiden, Kung Lao y detrás, los otros luchadores.
Antes de atravesar, Adelina aspiró hondo y pasó por las flamas ocasionándole cosquilleos y mareos como cuando las atravesó para llegar a la Academia Wu Shi. Las flamas naranjas y azules se transformaron en oleajes violetas y lilas. Sin darse cuenta, la chica pudo tomar aire y abrió los ojos para encontrar un paisaje soleado.
Enfrente del portal, había dos estatuas de criaturas a los costados. Alrededor de la arquitectura de mármol blanco, había diferentes tipos de árboles, flores y banderas. Bajando las escaleras blancas, había una alfombra violeta que llevaban a otras escaleras de mármol blanco, con columnas decorativas y detrás árboles con flores rosas.
–Toto, creo que ya no estamos en Kansas –exclamó Johnny mientras seguía grabando todo el paisaje.
En las escaleras había un grupo de mujeres paradas en fila. Dos de ellas eran muy distintivas, llevaban ropas rosas y azul claro. Las demás vestían de uniforme amarillo, pantalones ajustados grises y zapatos del mismo color. También, estaban armadas con escudo y lanza.
–Vaya –exclamó Johnny al ver que las dos jóvenes de rosa y azul claro–. ¿Esas son…?
–Las hijas de la emperatriz Sindel, sí –dijo Liu Kang y el actor apagó su celular.
–No decepcionan.
Le dio la razón al dios sobre la belleza que poseía el Mundo Exterior. En esa hipnosis, tuvo que tener el control de evitar caerse y a la vez vigilar que Mariano y Daniela no les pasara lo mismo. El calor abrazador del lugar la agobió y agradeció llevar vestido.
–Somos los embajadores de la Tierra, Johnny. Les mostraremos respeto…–dijo Raiden solemnemente– no una atención indeseada.
–Tené por sentado que va a ser lo mismo que estuvo haciendo con nosotras todo el tiempo –habló Daniela sonriente–. Solo que, en vez de recibir una mala contestación, va a ser la cabeza empalada y su cuerpo dado de comer a los animales.
–Una linda imagen –dijo Adelina.
El grupo se acercaba a las hijas de la emperatriz, unieron el puño con su palma y se inclinaron.
–Lord Liu Kang, bienvenido –habló la hija vestida de rosa.
–Gracias, princesa Mileena.
–¿Recuerdas a mi hermana? –preguntó la noble haciéndose a un lado.
–Claro que sí –respondió Liu Kang–. Princesa Kitana.
Ambos se hicieron un pequeño gesto de saludo. El dios prosiguió a presentar a los luchadores y al campeón. Las princesas miraron apenas al resto de luchadores y Kitana enfocó su mirada sobre el granjero.
–Espero que estés preparado, Raiden –dijo orgullosamente–. Nuestros campeones están decididos a ganar.
–Nadie más que yo. Llevamos mucho tiempo sin conseguir la victoria –espetó la princesa Mileena.
–Princesa Mileena… –habló una de las chicas vestida de amarillo. Una morena con un peinado de rastas–, hay que ponernos en marcha. La emperatriz Sindel nos espera.
–Gracias, Tanya –dijo Mileena–. Síganme, por favor.
Las princesas llevaron a los luchadores por las escaleras hacia un pasillo externo de mármol blanco y dorado, donde más guardias estaban en postura recta y en fila. Al final, había carruajes llevados por criaturas extrañas, cubiertos en la cima con telas exquisitas de colores violetas y lilas, sus ruedas tenían partes doradas y dentro se hallaban cómodos almohadones.
Luego de que los invitados subieran, los carruajes empezaron avanzar hacia el palacio. Poco a poco, el paisaje verde fue convirtiéndose en pequeñas casas que mostraban detrás suyos edificios arquitectónicos orientales más grandes. Había faroles encendidos y se escuchaba el sonido de la música. Aparecían lentamente todas las civilizaciones del Mundo Exterior, celebrando la llegada de los habitantes de la Tierra.
Adelina, Mariano y Daniela estuvieron sorprendidos por la belleza del sitio y cada vez que surgía algo nuevo, sus rostros se volvían como el de unos niños. Adelina esperaba que los demás estuvieran igual de impactados que ella.
–¿Soy yo, o creo que los del Mundo Exterior están más competitivos que nosotros en el mundial? –cuestionó Mariano.
–Al parecer, sí –contestó Daniela volviendo en sí para luego cambar de tema–. Si la entrada del Mundo Exterior está re linda, imagínense lo que será el palacio y habrá más ropa linda.
–Fiesta y comida –unió Mariano soñadoramente.
–También podré entrevistar a la emperatriz o a sus hijas. –divagó Daniela–. Me encantó el top de la princesa Kitana y esta noche, voy a usar el mío.
–No creo que eso ocurra, Dan-Dan –dijo Adelina con una sonrisa–. Y sí, la ropa es muy linda.
–Valdrá la pena el intento.
Los habitantes aplaudían sin cesar y saludaban a todos los luchadores. La música se escuchaba por toda la calle, los tambores invadían los oídos de Adelina que le fascinaba. Vio diversos puestos de comida repletos de personas sonrientes compartiendo con sus compañeros, niños corrían de un lado al otro con risas alrededor.
–Las descripciones que tuvimos sobre los seres no tienen comparación en la vida real –dijo Adelina sorprendida–. Me siento, por primera vez, una verdadera turista.
–Es la mejor decisión que tomamos en venir a acompañarte al torneo –dijo Daniela.
En un momento, se escuchó un silbato y el carruaje del trío se detuvo. Los chicos estaban confudidos y miraron afuera. Personas con las manos atadas a la espalda en fila avanzaban y una figura femenina los escoltaba. Del primer carruaje salió la princesa Mileena, comenzó a gritarle algo que Adelina no pudo entender y por los gestos que hacían, las dos mujeres parecían contenerse bastante. Después de la pequeña discusión, la princesa volvió a su carruaje y siguieron su curso.
–¿Escucharon algo de lo que decían? No entendí ni tres hectáreas –habló Adelina.
–Lo único que escuché fue que debían despejar la ruta o algo así –dijo Mariano.
–Pueden pasar esas cosas –dijo Daniela.
Tras pasar por la festiva Sun Do y su muchedumbre, los carruajes llegaron lentamente a un área decorada por la realeza. Poco a poco, Adelina y sus amigos pudieron ver el palacio delante de grandes montañas. Estaba decorado por diversos arbustos de los cuales tenían flores violetas y rosas, telas adornaban parte de las escaleras y balcones y cascadas se encontraban al costado de las escaleras principales. En las cimas del palacio, había banderines violetas moviéndose por el constante viento.
El grupo bajó de los carruajes y las princesas los guiaron entre los confusos y largos pasillos del palacio. Llegaron a un gran salón donde abundaba la luz solar y el suelo formaba figuras con los azulejos. Candelabros de diferentes diseños colgados en telas de seda y puertas dirigiéndose a los bastos jardines o a los pasillos más recónditos del palacio. Enfrente de donde estaban, había tres tronos de almohadones violetas y decoraciones onduladas detrás de estos. También, en una de las paredes del salón, un gran mural de un retrato de la emperatriz y su esposo se extendía, decorado con diversas ofrendas y velas encendidas.
Miembros de la realeza charlaban en diversos grupos, mientras que los representantes de la Tierra se encontraban en el centro del salón. Adelina vio a Raiden nervioso, incluso la propia chica lo estaba. Notó algunos nobles miraban su brazo tatuado con la anatomía del esqueleto y la incomodaba cada par de minutos.
–Preocuparse es una pérdida de energía sin sentido, Raiden –habló el dios dándose cuenta del estado de Raiden.
–Pero el torneo… Si perdiera –espetó el chico ansioso y angustiado.
–Enfócate en tus acciones, no en el resultado –afirmó Liu Kang–. Solo eso está en tus manos.
–Si te sirve de consuelo Raiden –se acercó Daniela y apoyó su brazo en el hombro del hombre–, Ade, Mariano y yo también estamos nerviosos.
–¿De enserio? –cuestionó el chico.
–Sí, los tres tenemos que entregar los regalos a la emperatriz –dijo Mariano con una sonrisa–. Si las hijas mostraron su amabilidad y competencia al mismo tiempo, ¿cómo va a ser la emperatriz?
–Mieeeeerda –soltó Adelina en voz baja y con los dientes apretados–. ¿Quién es el primero de nosotros en ir?
Mariano y Daniela se quedaron asustados ante esa duda, entonces los tres hicieron una ronda intentando decidir. En su conversación, Johnny habló:
–Alerta roja. Se aproxima un villano típico.
Era una figura casi humana, pero no tenía cabello, solamente unos cuernos gigantescos y peculiares. Poseía orejas puntiagudas, uñas afiladas, ojos rojos como la sangre y piel bronceada con algunas escamas. Estaba armada con un equipo diferente al de las mujeres de amarillo, tenía una armadura roja y plateada. El peto plateado, mostraba en su centro la silueta de un toro y en su cinturón había un cuchillo de caza.
–No dejes que…–susurró Liu Kang cerca del campeón y que también lo pudieran escuchar los otros luchadores– el general Shao te provoque.
–¿El campeón de la Tierra está más flacucho de lo habitual o es mi impresión? –cuestionó el general con una risa y superioridad en su tono.
–¡¿Quieres poner a prueba su fuerza?! –estalló Kung Lao–. Raiden va…
Adelina se tapó los ojos con una mano por la vergüenza y las ganas de abofetear a su compañero.
–Va a probar pronto su valía –dijo Liu Kang salvando la situación y con un gesto de su mano calló al guerrero, poniéndose frente a frente con el general.
–¿Aún no les contaste a los habitantes de la Tierra que el Mundo Exterior existe?
–Es más seguro así, general –argumentó el dios.
–Supongo que sí –dijo el general acercando su rostro amenazador al dios–. Las mentes frágiles de tu gente no podrían lidiar con la verdad.
–¿Crees que son débiles, general? –preguntó Liu Kang con un sarcasmo apenas visible–. ¿En serio? ¿Tras tantas veces que han ganado este torneo?
–Destruiremos a tu campeón, Liu Kang –espetó el general–. No saboreará la victoria.
Se marchó en ese instante dejando a todos en un silencio mortal, luego Adelina se puso frente a Kung Lao y lo miró con una sonrisa asesina.
–Kung Lao, ¿recordás que te dije algo específicamente antes de venir acá? –cuestionó la joven y su sonrisa se convirtió en una mueca de enojo–. Que no hicieras nada estúpido o vergonzoso.
Con cada palabra, la chica le dio un golpe con el pequeño bolso negro que tenía colgando en su hombro. Después, Adelina se reunió con Mariano y Daniela para poder volver a ver quién se acercaría primero a la emperatriz.
Decidieron usar piedra, papel o tijera y la primera en ganar fue Daniela. Sonrió al ser la última en dar su regalo y observó cómo sus amigos continuaban con el pequeño juego. Mariano y Adelina sacaron varias veces los mismos movimientos hasta que pudieron desempatar con la chica ganando. El muchacho casi iba alzarle el dedo medio, pero se contuvo al escuchar las trompetas.
El sonido anunció la llegada de la emperatriz y sus hijas. La gobernante avanzaba en un entero violeta y plateado, sandalias con taco, el cabello blanco y negro en una media colita. Sus ojos eran el color del chocolate y sus manos poseía diferentes anillos y pulseras. Todos los presentes las dejaron pasar para que se acercaran a sus respectivos tronos.
–Saludos, miembros de la casa real –dijo la emperatriz viendo los presentes–. Saludos, visitantes de la Tierra. Nos reunimos una vez más para honrar el legado de mi difunto esposo y dar continuidad al torneo que creó junto a Lord Liu Kang con el objetivo de fomentar la paz entre los reinos. Que el alma de Jerrod nos proteja con orgullo desde el Bosque Viviente, donde descansa. Lord Liu Kang.
–Emperatriz Sindel –saludó el dios mientras se acercaba–. Me complace ser tu invitado una vez más. Antes de dar el inicio el torneo majestad, tres habitantes de la Tierra decidieron darle unos obsequios en señal de buena voluntad.
El chico volteó un poco la cabeza y sus amigas le sonrieron, su rostro reflejó sus nervios, pero retomó su camino hacia el trono de la emperatriz.
–Majestad, estos regalos son de nuestra bella y amada patria, Argentina –habló Mariano solemnemente–. Mi regalo es uno de los mejores vinos, Trapiche.
El joven se inclinó ante la gobernante y volvió con los demás luchadores. Adelina escuchó como Mariano soltaba el aire contenido, mientras se acercaba al trono
–Emperatriz Sindel, mi regalo son bombones y chocolates –la chica se inclinó alzando las cajas y exhibiendo su interior–. Provienen de uno de nuestros mejores locales, La Casa del Chocolate. Tiene diversas variedades con las que compartir y disfrutar.
La chica se retiró y se posicionó al lado de Mariano. Daniela se aproximó con su regalo y sacó su mejor sonrisa.
–Emperatriz, mi regalo proviene de Provincia de Buenos Aires y es su salame, los mejores de nuetro país. El lugar hace una festividad llamada la “Fiesta del Salame” –dijo Danela mostrando el alimento–. También entrego nuestros mejores quesos para que pueda disfrutar. Le advierto que el salame es picante y tiene aroma fuerte, pero no le quita que es una delicia.
La chica se retiró de los ojos de la emperatriz dirigiéndose hacia donde estaban Adelina y Mariano.
–Agradezco su generoso gesto. Liu Kang, aquí siempre serás bienvenido –respondió la gobernante, mientras extendía sus manos en forma de bienvenida y cruzó sus piernas–. Ahora. Conozcamos a tu campeón.
–El campeón de la Tierra es Raiden, majestad –presentó la deidad–. Se ganó su lugar por encarnar las mejores cualidades de los habitantes de la Tierra.
–Pareces que estás nervioso, joven.
–Soy un extraño en una tierra desconocida. Vine a competir contra tus mejores hombres –habló Raiden con valor y un rojo en el rostro–. Sí, estoy nervioso.
–Haces bien. Te espera un duro camino –la emperatriz se puso de pie–. ¡Ya comenzó!
Entre los miembros de la corte hubo ligeros tonos de sorpresa, Adelina y los demás luchadores miraron curiosos cuando apareció de entre los pasillos una chica pelinegra. Portaba un uniforme gris con fucsia oscuro, sus manos estaban envueltas en antebrazos de los mismos colores. Llevaba una cola de caballo, pero tenía algunos mechones sueltos y sus tacones repiqueteaban en el suelo de piedra.
–Como exige la tradición, la primera competidora del Mundo Exterior será la primera oficial de Sun Do, Li Mei –prosiguió la emperatriz–. Que defienda la gloria de nuestro reino como preserva el orden de nuestra capital.
La primera oficial se acercó al trono de la emperatriz quedándose enfrente de esta y su puño se pegó hacia donde estaba su corazón.
–Majestad. Con mi combate, honraré tanto a la casa real como al Mundo Exterior.
–Si eso ocurre, superarás mis expectativas. –la emperatriz Sindel posó su mano en el hombro de la primera oficial–. Recuerda… que no estarías aquí si no fuera por la tradición de Jerrod.
La gobernante volvió a su trono, Li Mei se dio la vuelta y caminó hacia el centro del salón donde estaban Raiden y Liu Kang. El dios apoyó una mano en el hombro de su campeón y habló:
–Solo debes dar lo mejor de ti. El resto ocurrirá por inercia.
–Sí, Lord Liu Kang.
–Veamos qué puedes hacer –dijo Li Mei con desdén.
–Ojalá que esta sea la primera de muchas victorias.
–Triunfaré, habitante de la Tierra –afirmó Li Mei furiosamente–. Para mí, esta pelea es más importante de lo que podrías imaginarte.
Li Mei atacó con una patada giratoria y de esta emergieron chispas violetas, Raiden esquivó el ataque y usó su medallón. Los rayos aparecieron y desintegraron las chispas. Luego, la primera oficial usó sus puños y el granjero no se pudo defender haciendo que cayera al suelo. Se puso de pie y contratacó con un rayo, pero Li Mei saltó sobre este y le dio un rodillazo en las costillas.
Luego, de las manos de la primera oficial salió un halo violeta con chispas y formaron la cabeza de lo que parecía un tigre. Cuando iba a lanzar a Raiden a la boca de la criatura, invocó rayos sobre Li Mei haciendo que gritara por el cortocircuito y cayera. Al levantarse, Raiden volvió a emplear sus rayos y la alejó dándole un golpe en el pecho haciendo que concluyera el combate.
–Gracias por la pelea, primera oficial –dijo Raiden.
Li Mei se puso de pie y Adelina pudo ver en su rostro, decepción. A pesar de eso, se inclinó respetuosamente ante Raiden y marchó lentamente entre los murmullos de los nobles hasta desaparecer de la vista de Adelina.
–Te felicito, Raiden. Diste una buena pelea. Veremos cómo te va en la próxima –dijo Sindel solemnemente y luego alzó la voz–. General Shao ¿A quién elegiste para que compita a continuación?
–Majestad, elegí a Reiko, mi segundo al mando –exclamó el general con orgullo y malicia. En ese instante, apareció un joven–. Reiko quedó huérfano de niño, durante la Guerra de Kafallah. Aunque fue capturado, su espíritu permaneció intacto. A pura garra, sobrevivió. Después de la guerra, lo acogí y lo convertí en el soldado perfecto. Pocos están tan versados en el arte de la guerra como él.
Tenía los ojos pintados con hombreras rojas y plateadas con púas pequeñas unidas en su pecho y antebrazos. En su cinturón colgaba un cuchillo de cazador, su pantalón era gris oscuro y botas rojas. Usaba una pequeña cola de caballo y la cabeza rapada a los costados. Su mirada era de enojo y destilaba guerra.
Reiko se acercó y mostró sus destrezas mediante un combo de ataques sin tocar al campeón. Raiden permaneció pacífico ante la demostración y Reiko lo enfrentó:
–¿En qué ejército serviste? ¿En qué guerras luchaste?
–Sobrevivimos en Argentina, pibe. Es un campo de batalla sin igual –susurró Mariano y Daniela se rio silenciosamente, mientras que Adelina mostró una sonrisa cómplice.
–Yo no hice nada –espetó Raiden.
–Entonces, te falta preparación, habitante de la Tierra –espetó Reiko señalándolo con el dedo–. Este será tu último campo de batalla.
Un halo rojo se apropió de Reiko, le asestó a Raiden un rodillazo en las costillas y rápidamente le dio una patada frontal. El campeón se abalanzó como un tigre con rayos haciendo que Reiko retrocediera y volviera a su postura defensiva. El guerrero volvió atacar al granjero usando su halo desde su posición y Raiden lo esquivó.
Reiko corrió empleando su aura roja y tacleó a Raiden, pero antes de que el habitante del Mundo Exterior rematara al campeón de la Tierra, este se alejó de la zona de ataque. Luego, Raiden desestabilizó a Reiko para usar sus rayos en sus manos, las estampó en las orejas y saltó para darle una patada área. Al pisar fuertemente el suelo, rayos aparecieron en el suelo que llegaron a Reiko dándole electrocución. El soldado cayó al suelo terminando el combate.
–Te derrotó un simple granjero –Raiden volteó hacia la emperatriz–. Estoy listo para el siguiente oponente, majestad. ¿A quién me enfrentaré?
–Paciencia, joven. –dijo la emperatriz calmadamente y se puso de pie–. Haremos un receso hasta mañana a primera hora. Espero verlos a todos en el banquete de esta noche.
Todos los presentes se inclinaron ante la emperatriz y sus hijas, mientras se retiraban del salón. Poco a poco, los miembros de la realeza se retiraron y solamente quedaron los luchadores de la Tierra. Adelina pudo escuchar a los lejos la creciente música de la capital, Sun Do.
–Luchaste bien, Raiden –elogió Liu Kang.
–Gracias, Lord Liu Kang.
–No fue tan malo como creí que sería –dijo Mariano de forma alegre–. De enserio, pensé que la emperatriz nos iba a matar con su mirada. Da miedo.
–Peor es el general Shao –dijo Daniela.
–Lo importante es que logramos impresionar en el combate –dijo Kenshi.
–No intenten caer en sus provocaciones–dijo Liu Kang y juntó sus manos vendadas–. Así podremos tener una sana convivencia con el Mundo Exterior. Ahora, traten de disfrutar de la tarde y prepárense para el banquete.
En ese instante, sirvientes aparecieron para guiar a los habitantes de la Tierra a sus aposentos. Pasaron por diferentes pasillos con alfombras, antigüedades, armas y diversos retratos. La habitación de Adelina se encontraba enfrente de la de Kenshi, a la izquierda se encontraba la de Mariano y a la derecha la de Daniela.
La sirvienta le abrió las dos puertas de sus aposentos y se maravilló con su interior. Tenía un gran balcón del que se veían árboles, cascadas y la capital del imperio. Las cortinas de seda lila, se movían con el leve viento. Había diversas mesas por doquier y encima tenían velas aromatizadas y diferentes artículos. Enfrente de Adelina, vio la cama más grande que había visto, con decoraciones y sábanas más exquisitas y en sus extremos poseía dos mesitas de luz. En una puerta aparte, la sirvienta le mostró un baño realmente gigantesco con diferentes aromatizantes y sales de baño.
Tras agradecerle a la sirvienta, Adelina se recostó en la cómoda cama asimilando el inmenso espacio. Luego, fue hacia el gran balcón donde pudo ver el jardín y a lo lejos los edificios más altos de Sun Do. La chica volvió a entrar para mirar los diferentes muebles como si fuera una niña pequeña. El ropero estaba repleto de vestimenta del Mundo Exterior que la enamoró y vio todos los conjuntos.
–¡Esto es genial! –exclamó Daniela acercándose con grandes zancadas. Adelina no se había percatado de que su amiga abrió la puerta.
–Lo sé.
–Me siento como un político estando en estas habitaciones –siguió Daniela mirando todo su alrededor–. ¡También tengo balcón!
Las chicas no pararon de charlar hasta por los codos y en un momento, se quedaron dormidas en el espacioso colchón.
Las dos niñas, Adelina y Daniela, se volvieron inseparables tras ese breve momento de charla en el patio. La pasaban el tiempo juntas y lo soportaban todo. Pero la burla de los niños se volvía cada vez más frecuente hacia la pequeña Adelina por su peculiaridad en los ojos. Esas burlas llegaron a un límite.
La joven le había asestado una golpiza a uno de los tantos niños y este se la devolvió aún peor. La pequeña riña pasó a peores cuando Adelina lo empujó haciendo que el niño cayera rompiéndose varios dientes y la nariz. La niña lo golpeó repetidas veces en la cara y el pequeño no pudo defenderse.
Por el alboroto, los superiores separaron a los dos y los castigaron de una forma horrible, enviándolos a cuartos donde pasaron hambre por una semana. Pero en las noches, Daniela iba y le daba un poco de comida a Adelina.
Las burlas y defensas se repitieron de diferentes formas, haciendo que los castigos fueran diversos. Golpes en el cuerpo, días sin comer, maltrato verbal.
–No lo soporto más Dan-Dan –dijo Adelina y sus lágrimas caían por sus mejillas–. ¿Por qué no nací con un solo color en mis ojos?
–Tenemos que aguantar un poco más.
–Me quiero ir de aquí –hipó la niña–. Quiero ir a capital.
–Lo vamos hacer, Adelina –dijo Daniela seriamente.
–¿Cómo? –cuestionó Adelina sacándose los mocos–. Los superiores lo sabrán.
–No les importamos –espetó la chica–. Si lo hicieran, no nos tratarían mal. Busquemos boletos de colectivo y marchemos a CABA, Rosario no nos trajo nada bueno.
Pasaron varios meses tras esa propuesta tan descabellada, pero las chicas lograron comprar boletos de colectivo y falsificar permisos para viajar solas. Cuando se apagó la última luz del orfanato, las niñas de siete años tomaron sus pertenencias y salieron sigilosamente. Bajaron usando las sábanas de sus camas y corrieron hacia la verja evitando las luces de seguridad.
Luego de trepar dificultosamente, corrieron lo más rápido posible hasta llegar a la terminal de colectivos. Mostraron a los conductores sus boletos y permisos y les dejaron entrar.
Tras varias horas donde las chicas se durmieron y despertaron cuando el sol iluminaba su ventana. Se maravillaron ante los grandes edificios de la capital, las rutas con sus giros y embotellamientos, repletos de autos, camiones y motocicletas.
Las pequeñas caminaron bastante. Lo suficiente para que la elegancia de los edificios se transformara en casas pequeñas descoloridas o mostrando los ladrillos. En su gran caminata, Adelina y Daniela compartieron la comida que prepararon en el orfanato y solamente, quedaban unas sobras.
Llegó el atardecer, y las niñas no sabían dónde pasar la noche en Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Veían miradas curiosas de algunos adultos y les dio incentivo para aumentar el paso. Adelina pudo escuchar pisadas fuertes y al voltearse, un hombre extraño las seguía. Las pequeñas se apresuraron hasta llegar a lo que parecía la entrada de un galpón. Se quedaron contra el portón de chapa, el extraño tiró del brazo de Daniela haciendo que gritara y Adelina jalaba de su brazo para evitar que se la llevara. De repente se escuchó un disparo.
–Flaco, ándate de mi casa –un anciano sacó el casquillo del rifle y recargó–. Dejá en paz a las nenas.
–Son mis sobrinas.
–Seguro, degenerado –el anciano apuntó nuevamente–. Andate de mi casa y deja en paz a las nenas o te lleno de balas la cabeza.
El extraño salió despavorido del portón y se perdió en las calles. Las niñas miraron al anciano que cargaba el rifle y temblaron ante la presencia el señor. Cuando intentaron correr del lugar el señor les habló:
–Nenas, ¿de dónde son?
Adelina y Daniela no contestaron y escucharon el portón abrirse con el rostro de un niño de su misma edad con un casco en su cabeza.
–¿Quiénes son Viejo Mario? –preguntó el niño.
–Adentro, Mariano.
El chico obedeció y el anciano se agachó a la altura de las pequeñas.
–Veo desde acá que tienen hambre –habló el anciano y colocó el rifle a su costado–. ¿Les parece si comen algo y me comentan que hacen por acá en Lugano?
Las niñas se miraron entre ellas y asintieron al anciano. Abrió el portón permitiéndoles entrar, mientras las ayudaba a cargar sus pertenencias. En la puerta de su casa, el niño con el casco, Mariano, las observaba con curiosidad.
Adelina despertó cuando el sol se ponía, dejando naranjas y rosas intensos en el cielo. Le costó reconocer que estaba en el Mundo Exterior. Vio a Daniela con la boca abierta emitiendo pequeños ronquidos y trató de despertarla, mientras se quitaba el sueño, Adelina vio el paisaje que le ofrecía el balcón. Se maravilló ante las flores que aparecieron tras los primeros pasos del atardecer y algunos sirvientes y guardias yendo de aquí y allá en el basto jardín.
Escuchó los golpes en la puerta y se aproximó para ver quien era. Al abrirla, una sirvienta se inclinó y le informó sobre el gran banquete que haría la emperatriz ocurriría dentro de un par de horas. Esta le ofreció sus servicios de limpieza e iluminar la habitación. Adelina la dejó entrar y Daniela se marchó a sus aposentos a prepararse para el banquete real.
Adelina fue hacia el baño y calentó el agua. Había pétalos que decoraban la superficie haciendo que desplegara diferentes aromas, acompañadas por las sales de baño. La chica se relajó ante esa comodidad, pasó el jabón por todos lados y se enjuagó el cabello. Disfrutó esa tranquilidad y al mismo tiempo, admiró el tatuaje de su brazo y abdomen. Necesitaba encontrar respuestas rápido acerca de Hela y su daga, esperaba tenerlas con la emperatriz Sindel está noche.
Adelina salió de la ducha, se puso ropa más cómoda y buscó entre sus pertenencias algo para el banquete. Eligió una pollera negra con cola hasta los tobillos, musculosa de mangas finas acompañada por una camisa blanca transparente con pequeñas cadenas doradas en sus hombros y muñecas y sandalias de taco negras. Se maquilló con sombras de color negro sobre los párpados y se pintó los labios con labial negro.
Al salir, en el pasillo vio salir a Kenshi, después Daniela y Mariano. Kenshi llevaba una camisa roja, arriba un saco de color negro, pantalones del mismo color y zapatos de vestir. En cambio, Daniela vestía con un top estilo corsé de color azul, jeans blancos y zapatos blancos con taco. Por último, Mariano tenía puesto una de color gris, saco azul oscuro, pantalones del mismo color y zapatillas de color blanco.
Tras ver que los demás salieron de sus cuartos, varios sirvientes los guiaron a un jardín pequeño. Estaba iluminado por velas y faroles de tantos colores y las diferentes plantas adornaban los alrededores. Luciérnagas destellaban de un color rosa sobre los alrededores. Guardias se ubicaban en las entradas y sirvientes corrían para arreglar los últimos detalles antes de la llegada de la emperatriz y sus hijas.
Poco a poco, llegaron miembros de la realeza agrupándose a un costado del jardín. Luego, llegaron el general Shao y Reiko mostrando hostilidad hacia los habitantes de la Tierra. Por último, ingresaron la emperatriz Sindel con sus hijas. La gobernante se quedó en una mesa aparte y las princesas acompañaron a los luchadores y miembros de la realeza.
Los presentes se inclinaron hacia la emperatriz y sus hijas y dio comienzo la velada. Aparecieron músicos alegrando la hermosa noche, mientras esperaban la comida. Adelina vio que Johnny se acercaba más y más a la princesa Kitana tratando de coquetear con ella. También, en varias ocasiones, vislumbró am general Shao y Reiko mirando con desdén a los invitados.
Tras esperar, varios sirvientes trajeron diferentes platillos. Carnes con un aroma exquisito, ensaladas de tantas peculiaridades, aderezos y vinos de los más extraños. Colocaron los alimentos en las mesas y el banquete dio inicio.
La chica eligió carne acompañada con ensalada y se permitió disfrutar esos manjares en su paladar. Los sirvientes corrían de un lado al otro en las mesas tratando de servir más vino y comida en las vastas mesas, mientras la música seguía su curso.
Durante la velada, Adelina observó como Kung Lao, Mariano y Daniela comían como unos dementes, bebiendo hasta el cansancio y tomar pedazos de carne cada vez más grande que el anterior. La chica se sintió avergonzada ante esa situación y más cuando Mariano emitió un pequeño eructo.
–¡Te dije miles de veces que no eructaras en la mesa, la concha de la lora! –reprendió la chica dándole un golpe detrás de la cabeza–. ¡Puerco!
–Está muy rico –dijo Mariano con una sonrisa y siguió en su maratón de comida.
–No me importa. No lo hagas enfrente de extraños.
Adelina vio que tanto Reiko como el general Shao los miraban con desagrado y odio. Resignados a compartir la mesa.
–Kenshi –dijo Adelina–. ¿Me prestas tu katana?
–¿Para qué?
–Para matarme. Estos tres me hacen que quiera tirarme de un barranco –dijo la muchacha y el asiático se rio–. Mira que se los dije. Les dije que no hicieran nada estúpido y lo hacen. Me quiero matar.
Hubo unas risas compartidas entre ellos y continuaron con el banquete. Adelina siguió comiendo un poco más. Observó que Raiden y Liu Kang estaban metidos en una conversación en la mesa de frente y cada tanto fijaban su mirada a un hombre encapuchado y de piel bronceada.
Vislumbró a la princesa Mileena retorciéndose de dolor y luego se acercó la misma guardia de las de piel morena y rastas en el cabello que estuvo en la llegada. Gracias a las explicaciones de Liu Kang, descubrió que se llamaban Umbgadi. Estuvieron susurrándose entre ellas, por un breve momento, y se separaron. Tras esto, el dios y el campeón continuaron hablando.
En un momento, la música se detuvo y todos voltearon hacia la gran mesa de la emperatriz Sindel. Se puso de pie sosteniendo su copa de vino.
–Mi marido Jerrod creía que nuestros reinos tenían un destino en común –habló mientras miraba a los invitados –. Comprometámonos a dialogar más y no permitamos que los secretos rompan nuestros lazos. Además, agradezco a los tres habitantes de la Tierra por sus bellos regalos. Las comidas de sus tierras son bastante exquisitas.
Ante esas palabras, Adelina, Mariano y Daniela se sonrieron entre sí. Todos se pusieron de pie alzando sus copas de vino y el general Shao fue el único que no lo hizo.
–Majestad, es un honor estar aquí y conocer a tu gente –dijo Raiden con amabilidad–. Me doy cuenta de que es más lo que nos une de lo que nos divide.
Una queja de frustración salió de la boca del general y habló poniéndose de pie:
–Nuestros pueblos no podrían ser más distintas, campeón.
–Por favor, que no arruine la noche –susurró Mariano y las chicas lo callaron.
–¿Perdón? –preguntó Raiden.
–Ya me oíste. Los habitantes de la Tierra carecen de…
–Suficiente, general –espetó la gobernante cortante.
–Mis disculpas, majestad –dijo el general falsamente–. Creo que ya disfruté demasiado de este excelente vino. Si me lo permites…
–Puedes irte –dijo Sindel.
El general Shao se volteó y se perdió entre la oscuridad del pasillo junto a su segundo al mando. Tras el momento incómodo, la velada siguió unos minutos y la emperatriz le puso fin. Los miembros de la casa real marcharon por una dirección diferente a la de los luchadores de la Tierra.
–Arruinó la noche –dijo Mariano mientras caminaban a sus aposentos–. Quería bailar y quedarme hasta tarde, pero no.
–Yo quería una entrevista –suspiró Daniela.
–El general Shao tiene sus frustraciones –dijo Liu Kang calmadamente–. Posee una visión cerrada sobre la Tierra que la emperatriz Sindel, pero debe atenerse a sus órdenes.
–Tiene mucho ego –habló Johnny.
–Mira quién habla –dijo Daniela sarcásticamente–. El que no paró de presumir sobre hacer una película durante toda la academia.
–Coincido con ella –dijo Kenshi.
–El general, no sabrá lo que es capaz nuestro Raiden –exclamó Kung Lao y pasó el brazo por el cuello de su amigo–. Derrotará a todos sus oponentes.
–No hay que adelantarse y cantar victoria precipitadamente, Kung Lao –dijo Adelina con una sonrisa y los brazos cruzados–. Los del Mundo Exterior tienen diversos dones y, eso, facilita el ataque sorpresa. Peor, si te toca luchar con el general. Porque si es así, como decía el Viejo Mario…
–“Te van a meter los dedos en el orto” –dijeron Adelina, Mariano y Daniela al mismo tiempo.
Llegaron a sus habitaciones y se despidieron. El frescor en la habitación invadió a Adelina y apresuró a cerrar las grandes puertas que conducían al balcón. Luego, se preparó para dormir, con su remera holgada de Tomie y pantalones blancos cortos. Se dejó absorber por el cómodo colchón, sus lujosas sabanas y colchas.
Esa noche, soñó con Hela. Sus muertos, lobos y un recién nacido que lloraba sin cesar hasta desvanecerse.
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El viaje de Silas
El pequeño Silas paseaba con su perro Milo por las afueras de su casa. Vivía en un lugar ruidoso y gris, donde nada parecía hecho para un alma tan grande como la suya. Soñaba con estar tranquilo, con correr libre junto a Milo, con respirar aire limpio y escuchar el canto de los pájaros en un bosque frondoso y majestuoso. Pero su mundo era otro.
Sus padres eran personas toscas, distantes. Para ellos, la vida era solo una línea recta, sin colores, sin sueños. A veces, Silas se preguntaba si realmente estaban vivos o si solo existían, atrapados en un letargo eterno.
Un día, mientras caminaba por su barrio, escuchó a dos ancianos hablar de un camino legendario, uno que llevaba a conocer a Dios: el Camino de Santiago. Sus palabras quedaron flotando en su mente como una promesa. Un sendero antiguo, que atravesaba bosques y montañas, que miraba hacia el poniente, hacia Finisterre, donde el sol se acuesta y el mundo parece terminar. Un lugar de historias, de gestas, de fábulas donde los animales, esos seres tan cercanos al hombre, siempre han estado presentes.
Silas sintió un latido fuerte en su pecho. ¿Y si ese era su destino? ¿Y si él también debía recorrer aquel sendero? Se prometió a sí mismo encontrarlo.
Desde entonces, cada vez que escuchaba a los ancianos hablar del Camino, su deseo de partir se hacía más fuerte. Y una mañana, cuando todo en su casa era el mismo silencio de siempre, cuando sus padres dormían en su inercia habitual, Silas supo que era el momento. Nadie notaría su ausencia. Tomó a Milo y se marchó.
Se escondió en un barco, llegó a la vieja Europa y preguntó por Galicia. Preguntaba sin descanso, y las personas parecían ver algo especial en él, una luz que los impulsaba a ayudarlo. Así, con su perro fiel a su lado, Silas llegó al inicio del Camino de Santiago.
Y entonces caminó. Caminó con el alma abierta, con el corazón palpitante. Cada árbol, cada arroyo, cada piedra parecía susurrarle secretos antiguos.
Pero a medida que avanzaba, una sombra de duda lo invadió. ¿Y si todo era solo un cuento? ¿Y si no había un destino para él? Se detuvo, cerró los ojos y escuchó. Escuchó el viento, el murmullo de las hojas, el canto lejano de un ave.
De pronto, una luz lo envolvió. Fue tan intensa que casi lo cegó. Silas sintió cómo todo su ser se estremecía. Y entonces vio.
No era solo luz. Era belleza. Era amor. Era la voz del bosque, la voz de la tierra, la voz de Dios en todo lo que lo rodeaba.
—Todo es Dios —susurró aquella voz dulce—. Cada árbol, cada gota de agua, cada ser viviente. En cada uno de ellos habita lo divino. No hay que buscar lejos, pequeño Silas. Solo hay que ver con el corazón.
El niño sintió lágrimas tibias rodar por su rostro. Comprendió.
Y entonces, como si el viento le hablara, escuchó otra voz, lejana pero clara.
—Vámonos, Silas. Este es tu lugar.
Milo ladró suavemente, y juntos, niño y perro, se adentraron en la luz.
Nadie volvió a ver a Silas. Pero en las noches de luna clara, cuando el viento sopla entre los árboles del Camino, algunos peregrinos dicen escuchar una risa infantil y el eco de unas patas que corren felices entre la hojarasca.
Adelina🍀
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Allt kan fortfarande hända, jag vet
Allt kan fortfarande hända, jag vet. AIK kan krossa Rosengård med 4:0 på lördag. Adelisa Grabus kan göra hattrick på serieledarna. Och sedan kan Brommapojkarna vinna genom två mål av Adelina Engman i Malmö. Veckan efter slår KIF Örebros nya forward Viivi Ollonqvist till med sin första hattrick i Damallsvenskan och då kan Hammarby eller Häcken redan vara på samma poäng som FC Rosengård, fast med…
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Adelina Patti's voice was one of moderate power, but great range and of wonderful flexibility. Her production was faultless, and she was, and is, undoubtedly, one of the greatest mistresses of vocalization of the century. As an actress, she could not com- pare with many other singers, and her greatest successes were gained in such operas as made the least demand upon the histrionic capabilities of the performer. Her repertoire included about thirty operas, mostly of the Italian school, though she also sang in the operas of Meyerbeer and Gounod, and others. She was one of the many " Carmens ; " but while her interpretation vocally was excellent, she was by no means equal dramatically to Mile. Hauk, and much less so to Calv6, the latest and by far the greatest interpreter of that role. One of the most notable events of Madame Patti's career occurred when, in 1868, at the funeral of Rossini, the com- poser, she sang with Madame Alboni the beautiful duet, " Quis est Homo," from Ros- sini's " Stabat Mater." On that occasion such an assembly of noted musicians and singers was gathered together to honor the great composer as probably never before met under the same roof. To hear that beautiful music, rendered by two such artists over the grave of the composer, was to feel in the truest sense the genius of Rossini, and the part that he played in the music of the nineteenth century.
The name of Patti has always been asso- ciated with high prices, and not without cause ; for, although other singers have received larger sums for isolated engagements, none have ever succeeded in maintaining such a uniformly high rate.
When she returned to America in 1881, after an absence of some twenty years, Patti held mistaken notions about the American people, and her early concerts were a bitter disappointment. High prices and hackneyed songs did not suit the public, and in order to make a success of the tour Madame Patti was obliged to throw over her French manager, and employ an American (Henry E. Abbey) who knew the public, and who immediately cut the prices down to one-half. Eventually the season was suc- cessful, both artistically and financially, her voice showing but little sign of wear, and her execution being as brilliant as ever. At Brooklyn the people took the horses out of her carriage, and dragged her home, one facetious writer remarking that he saw no reason for taking away her horses, and sub- stituting asses. The following clever rhyme, at the expense of her manager, taken from " Puck,' r voices the opinion of the public very neatly, in regard to Patti's tour, in 1881-2: Patti cake, Patti cake, Franchi man ! " So I do, messieurs, comme vite as I can." " Roulez et tournez et marquez ' with care,' Et posez au publique a ten dollars a chair."
Farinelli is said to have made $30,000 per annum, a very large sum for the times in which he lived. Catalani's profits ran almost to $100,000 a season. Malibran re- ceived $95,000 for eighty-five performances at La Scala. Jenny Lind, for ninety-five concerts, under Barnum's management, re- ceived $208,675, all good figures. But Rubini is said to have made $11,500 at one concert, and Tamagno is the highest-priced tenor of the present day.
Patti at one time made a contract for a series of performances at $4,400 a night, and later on her fee was $5,000 a night, paid in advance, but when she came to Boston in 1882, and sang in three performances given in a week, her share of the receipts was $20,895. The attendance at the Saturday matinee was 9,142 people, and her share of the receipts for that performance alone was $8,395.
Madame Patti always had the advantage of excellent management. Until her mar- riage with the Marquis de Caux she was under the management of her brother-in-law, Mau- rice Strakosch, and so assiduous was he in his protection of his young star from unnec- essary wear and tear that he became the subject of many jokes. It is said that he occasionally took her place at rehearsals, that when visitors called on her they saw him instead, and some people, with vivid imagination, declared that Strakosch sat for Patti' s photograph, and that he once offered to receive a declaration of love for her.
One is apt to doubt the necessity of all this management, for Patti seems to have been admirably adapted for self-defence, and even for aggression in financial matters. An amusing anecdote is told of her by Max Maretzek, who, one day, when she was a small child, in a moment of generosity prom- ised her a doll, or, as some accounts have it, some bon-bons as a reward for singing in a concert. It was to be her very first appear- ance. Patti did not forget the promise, and when it was nearly time for her to sing she asked for her doll. Maretzek had forgotten it, and promised that she should have it after the concert, or the next day. But no, she must have it first, or she would not go on and sing. The poor man was in despair. It was late and stores were all closed, but by some means he succeeded in getting the bribe, whether dolls or bon-bons, and, rushing back in breathless haste, he handed it to her. Then she became cheerful at once, and giving it to her mother to be taken care of, she went on and performed her part in the concert.
One of the most amusing of these anec- dotes was told by Colonel Mapleson, the well-known impresario, who says that no one ever approached Madame Patti in the art of obtaining from a manager the great- est possible sum that he could contrive by any possibility to pay. In 1882, owing to the competition of Henry Abbey, the Ameri- can impresario, Mapleson was obliged to raise Patti's salary from $1,000 per night to $4,000, and, finally, to $5,000 per night, a sum previously unheard-of in the annals of opera. The price, moreover, was to be paid at two o'clock of the day on which Patti was to sing.
On the second night of the engagement at Boston, Madame Patti was billed to sing in "Traviata." Expenses had been heavy and the funds were low, so that when Signor Franchi, Patti's agent, called at the theatre promptly at two o'clock, only $4,000 could be scraped together. Signor Franchi was indignant, and declared that the contract was broken, and that Madame Patti would not sing. He refused to take the $4,000, and went off to report the matter to the prima donna. At four o'clock, Signer Franchi returned to the theatre, and con- gratulated Colonel Mapleson on his facility for managing Madame Patti, saying that she would do for the colonel that which she would do for no other impresario. In short, Patti would take the $4,000 and dress for her part, all except her shoes. She would arrive at the theatre at the reg- ular time, and when the remaining paltry $1,000 was forthcoming she would put on her shoes and be ready to go on the stage.
Everything happened as Patti had prom- ised. She arrived at the theatre costumed as Violetta, but minus her shoes. Franchi called at the box-office, but only $800 was on hand. The genial Signer took the money and returned to Patti' s room. He soon ap- peared again to say that Madame Patti was all ready except one shoe, which she could not put on until the remaining $200 was paid. It was already time for the perform- ance to begin, but people were still coming in, and after some slight delay Signor Franchi was able to go in triumph to Madame Patti with the balance of the amount. Patti put on her other shoe and proceeded to the stage. She made her entrance at the proper time, her face radiant with smiles, and no one in the audience had any idea of the stirring events which had just taken place.
In later years, when Madame Patti in- vested some of her fortune in the beautiful castle at Craig-y-Nos, in Wales, the people employed to put the place into repair, know- ing of her reputed wealth and extravagance, sent in enormous bills. But Madame Patti was not to be imposed upon, and the result was that the amounts melted down consider- ably under the gentle influence of the law. The unkindest cut of all was, however, when a Belgian gentleman, who had amused him- self at Craig-y-Nos, who had fished, shot, and been entertained, but who always managed to be present during discussions on business, sent in a bill of ,3,000 for his services as agent.
Under the management of Colonel Maple- son, Patti travelled in most luxurious style. She had a special car which is said to have cost $65,000, and a whole retinue of ser- vants. At Cheyenne, the legislature and assembly adjourned and chartered a special car to meet the operatic train. A military band was at the station, and nearly the whole population turned out to witness the arrival. Tickets to the opera were ten dollars each, and there was an audience of 3,000 people.
California seems to have been considered doubtful territory, for Patti left the question undecided as to whether she would go so far. When she did arrive it was merely as a vis- itor, but her delight with the "heavenly place " was so great that she declared she must sing there. The necessary delay in- curred by sending to Chicago for numerous trunks containing her wardrobe, gave suffi- cient time for the excitement in San Fran- cisco to work up to fever heat. Tickets sold at unheard-of prices, and more or less damage to property was done in the scramble.
Adelina Patti made her first matrimonial venture in 1868, when she was united to the Marquis de Caux, an event which did not interfere with her operatic career, for she filled an engagement of six weeks at Paris, and then went on to St. Petersburg, where the town opened a subscription which amounted to 100,000 rubles, and presented her with a diamond necklace.
In 1885 Madame Patti obtained a divorce from the Marquis de Caux, from whom she had separated in 1877, and the following year married Ernest Nicolini, the tenor singer. Nicolini was a man of fine stage presence, and, for a time, after the retire- ment of Mario, was considered the best tenor on the stage. His voice was of mod- erate power and of pleasing quality, but his tremolo was, to say the least, extensive. For some years Madame Patti declined every engagement in which Nicolini was not included, until the public indignation found vent in many protests. Signer Nicolini seems to have been a devoted and admiring husband, and to have entered heartily into the pleasures of the luxurious life of Craig-y-Nos. He died in January, 1898.
After some years of retirement from the operatic stage, during which she sang only in concerts, Patti made a reappearance at Covent Garden in 1895, and showed that her voice, notwithstanding nearly forty years of use, was wonderfully well preserved. Nev- ertheless it was a disappointment to those who had heard her in her prime. As a reason for its preservation she says that she never sings when she is tired, and never strains for high notes. Sir Morell Macken- zie, the great throat specialist, said that she had the most wonderful throat he ever saw. It was the only one in which the vocal cords were in absolutely perfect condition after many years of use. They were not strained, warped, or roughened in the slight- est degree, but absolutely perfect, and there was no reason why they should not remain so for ten or even twenty years longer. It was by her voice alone that she charmed and delighted her audiences, and she will doubt- less be recorded as the possessor of the most perfect voice of the nineteenth century. She witnessed the rise of many rivals, but none ever equalled her in popularity, though many excelled her in dramatic powers. Lucca, Sembrich, Nilsson, were all greater as ac- tresses, but of all the rivals of her prime only Sembrich and Albani remain, and sev- eral years must elapse before their careers will equal the length of Patti's.
Probably no other singer has succeeded in amassing so great a fortune as Madame Patti. Her earnings enabled her to purchase, in 1878, the beautiful estate in Wales, which she remodelled to suit her own ideas. Here she has lived in regal style and entertained lavishly many of the most noted people of the civilized world.
Her wealth is by no means confined to real estate, for she has a rare collection of jewels, said to be the largest and most bril- liant owned by any of the modern actresses and opera singers. One of her gowns, worn in the third act of " La Traviata," was cov- ered with precious stones to the value of $500,000.
Madame Patti's most popular r61es were Juliet and Aida, and though she created no new parts of importance, she has amply fulfilled the traditional role of prima donna in matters of caprice and exaction, and has even created some new precedents. In 1898 she was still before the public, singing in concerts in London and elsewhere.
via Famous singers of to-day and yesterday by Lahee, Henry Charles, 1856-1953.
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Matilda Sissieretta Joyner Jones, known as Sissieretta Jones, (January 5, 1868 or 1869[1] – June 24, 1933[2]) was an African-American soprano. She sometimes was called “The Black Patti” in reference to Italian opera singerAdelina Patti. Jones’ repertoire included grand opera, light opera, and popular music.[3]
Matilda Sissieretta Joyner was born in Portsmouth, Virginia, United States, to Jeremiah Malachi Joyner, an African Methodist Episcopal minister, and Henrietta Beale.[2] By 1876 her family moved to Providence, Rhode Island,[4]where she began singing at an early age in her father’s Pond Street Baptist Church.[2]
In 1883, Joyner began the formal study of music at the Providence Academy of Music. The same year she married David Richard Jones, a news dealer and hotel bellman. In the late 1880s, Jones was accepted at the New England Conservatory of Music.[1] On October 29, 1885, Jones gave a solo performance in Providence as an opening act to a production of Richard IIIput on by John A. Arneaux‘s theatre troupe.[5] In 1887, she performed at Boston’s Music Hall before an audience of 5,000.[2]
Jones made her New York debut on April 5, 1888, at Steinway Hall.[1] During a performance at Wallack’s Theater in New York, Jones came to the attention of Adelina Patti’s manager, who recommended that Jones tour the West Indies with the Fisk Jubilee Singers.[2] Jones made successful tours of the Caribbean in 1888 and 1892.[1]
In February 1892, Jones performed at the White House for PresidentBenjamin Harrison.[2] She eventually sang for four consecutive presidents — Harrison, Grover Cleveland, William McKinley, and Theodore Roosevelt— and the British royal family.[1][2][3]
Jones performed at the Grand Negro Jubilee at New York’s Madison Square Garden in April 1892 before an audience of 75,000. She sang the song “Swanee River” and selections from La traviata.[3] She was so popular that she was invited to perform at the Pittsburgh Exposition (1892) and the World’s Columbian Exposition in Chicago (1893).[4]
In June 1892, Jones became the first African-American to sing at the Music Hall in New York (renamed Carnegie Hall the following year).[1][7] Among the selections in her program were Charles Gounod‘s “Ave Maria” and Giuseppe Verdi‘s “Sempre libera” (from La traviata).[1] The New York Echowrote of her performance at the Music Hall: “If Mme Jones is not the equal of Adelina Patti, she at least can come nearer it than anything the American public has heard. Her notes are as clear as a mockingbird’s and her annunciation perfect.”[1] On June 8, 1892, her career elevated beyond primary ethnic communities, and was furthered when she received a contract, with the possibility of a two-year extension, for $150 per week (plus expenses) with Mayor James B. Pond, who had meaningful affiliations to many authors and musicians.[8] The company Troubadours made an important statement about the capabilities of black performers, that besides minstrelsy, there were other areas of genre and style.[8]
In 1893, Jones met composer Antonín Dvořák, and in January 1894 she performed parts of his Symphony No. 9 at Madison Square Garden. Dvořák wrote a solo part for Jones.[1]
Jones met with international success. Besides the United States and the West Indies, Jones toured in South America, Australia, India, and southern Africa.[1] During a European tour in 1895 and 1896, Jones performed in London, Paris, Berlin, Cologne, Munich, Milan, and Saint Petersburg.[9]
In 1896, Jones returned to Providence to care for her mother, who had become ill.[1] Jones found that access to most American classical concert halls was limited by racism. She formed the Black Patti Troubadours (later renamed the Black Patti Musical Comedy Company), a musical and acrobatic act made up of 40 jugglers, comedians, dancers and a chorus of 40 trained singers.[2] The Indianapolis Freeman reviewed the “Black Patti Troubadours” with the following: “The rendition which she and the entire company give of this reportorial opera selection is said to be incomparably grand. Not only is the solo singing of the highest order, but the choruses are rendered with a spirit and musical finish which never fail to excite genuine enthusiasm.[10]
The revue paired Jones with rising vaudeville composers Bob Cole and Billy Johnson. The show consisted of a musical skit, followed by a series of short songs and acrobatic performances. During the final third of each show, Jones performed arias and operatic excerpts.[9] The revue provided Jones with a comfortable income, reportedly in excess of $20,000 per year. She led the company with reassurance of a forty-week season that would give her a sustainable income, guaranteed lodging in a well-appointed and stylish Pullman car, and the ability to sing opera and operetta excerpts in the final section of the show.[8] This allowed Jones to be the highest paid African American performer of her time.[8] Jones sung passionately and pursued her career choice of opera and different repertory regardless to her lack of audience attendance.[8] For more than two decades, Jones remained the star of the Famous Troubadours, while they graciously toured every season and established their popularity in the principal cities of the United States and Canada.[11] Although their eventual fame and international tours collected many audiences, they began with a “free-for-all” variety production with plenty of “low” comedy, song and dance, and no pretense of a coherent story line.[12]
Several members of the troupe, such as Bert Williams, went on to become famous.[1] April 1908, at the Avenue Theatre in Louisville, Kentucky, an audience made up mostly of whites (segregated seating was still prevalent), accepted Madam ‘Patti’ after singing ‘My Old Kentucky Home’ with much respect and admiration, and marked “the first time that a colored performer received a bouquet at the theatre in this city”.[12] For almost ten years, racial segregation had kept Jones from the mainstream opera platform, but by singing selections from operas within the context of a hard-traveling minstrel and variety show, she was still able to utilize her gifted voice, that people of all races loved.[12] The Black Patti Troubadours reveled in vernacular music and dance.[12]
Jones retired from performing in 1915 because her mother fell ill, so she moved back to Rhode Island to take care of her. For more than two decades, Jones remained the star of the Famous Troubadours, while they graciously toured every season and established their popularity in the principal cities of the United States and Canada.[12] She devoted the remainder of her life to her church and to caring for her mother. Jones was forced to sell most of her property to survive.[1][2] She died in poverty on June 24, 1933 from cancer. She is buried in her hometown at Grace Church Cemetery.[2]
In 2013 Jones was inducted into the Rhode Island Music Hall of Fame.[13]
Source: https://en.wikipedia.org/wiki/Matilda_Sissieretta_Joyner_Jones
Photos from Wiki Commons
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Vuelo hacia los rincones
Donde el mar se hace caricia
Allí, en la gruta donde no entran las aves
Solos…con la piel expectante y sensible.
Mis manos perdidas en tu cuerpo
Tú, universo y luz , estrella de la noche.
Mi sexo amanecer y rocío en tus labios,
El tuyo, roble noble y altivo.
Son tus dedos, como remos silenciosos
Navegan en la humedad de mi piel.
Creces a mi contacto y mi ser se desordena.
Rozas mis senos con tu boca
Y me enciendo como aurora boreal
Todos mis colores entregados al encuentro
Me hago luz entre tus brazos
Mis caderas, flexibles, se hacen agua.
Tempestad que no se calma
Pasión y seísmo, vida…
Adelina
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“Nå er jeg ingen fotballekspert, men bør det ikke spilles litt fotball i en serie som handler om fotball? Bare kaster det ut der.“ - Adelina Ibishi
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Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad muestra propia sustancia #picoftheday📷 #plussizefashion #modaargentina #bodypositive #tallesgrandesdeargentina 👗Puedes solicitar tu vestido según tu talle. 🚛 Envíos gratis en la zona de CABA: Saavedra, Núñez, Villa Urquiza, Colegiales, Coghlan. Microcentro (zona av. De Mayo y Nueva de Julio) Vicente López : FLorida, Munro, Villa Adelina. Por otros lugares consultar costo de envío. 💳 Se acepta mercado pago. https://www.instagram.com/p/BxC9N25HJX3/?utm_source=ig_tumblr_share&igshid=o6jwbhun3nam
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El árbol que más amo. Mi Ceiba Pentandra
El Susurro de la Ceiba
Justo afuera del ventanal, donde la brisa de la tarde juega con las cortinas, se alza la ceiba pentandra. Su tronco robusto, marcado por el tiempo, guarda historias antiguas. Sus ramas se extienden como brazos abiertos al cielo, y en ellas descansan aves de todos los colores, mensajeras del viento y la selva.
Para quienes pasan sin mirar, es solo un árbol. Pero para quienes saben escuchar, la ceiba susurra secretos de la tierra y del cosmos.
Una noche, cuando la luna llena derramaba su luz plateada sobre sus raíces, la ceiba despertó en sueños a quien dormía cerca de su sombra. Con una voz profunda, como el eco del tiempo, susurró:
—Soy el puente entre el cielo, la tierra y el inframundo. Mi raíz toca el corazón de la madre tierra, mi tronco sostiene los pasos de quienes habitan el mundo, y mi copa besa las estrellas donde moran los dioses antiguos.
El soñador, envuelto en la calidez de aquel mensaje, vio en su mente un río de jaguares dorados, mariposas luminosas y ancianos sabios que caminaban entre los mundos. Comprendió, sin palabras, que la ceiba es guardiana del equilibrio, testigo del vuelo de los pájaros y del susurro del viento.
A la mañana siguiente, al despertar, una pluma azul descansaba en el alféizar de la ventana. Un regalo del ave que la noche anterior había escuchado también el susurro de la ceiba.
Desde entonces, cada vez que el viento mueve sus hojas, quien sabe escuchar comprende que la sabiduría de la ceiba sigue viva, protegiendo, guiando y contando historias que solo los corazones atentos pueden entender.
Adelina🍀
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Första trepoängaren för Hammarby
Första trepoängaren för Hammarby
Hammarbys Adelina Engman får inte bollen förby Piteås målvakt Mandy McGklynn Påsksöndagens andra match var även min andra match i Damallsvenskan för säsongen 2022. Jumbo Hammarby mötte Piteå och vann med 1:0 efter mål av Emilia Larsson i den 77:e minuten. Hammarby har i och med detta påbörjat sin jakt på en topplacering i årets serie efter två tunga förluster i början. Eller, har…
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Emma Albani, soprano (1847-1930). Marie-Louise-Emma-Cécile Lajeunesse was born on November 1, 1847, in Chambly, Quebec, where she lived until 1851. Emma received her first music lessons from her mother, but began studying music with her father when she turned five. In Paris, Emma studied with Gilbert-Louis Duprez, a teacher at the Paris Conservatoire and principal tenor of the Paris Opera. Six months later, she moved to Italy to study with Francesco Lamperti, a teacher renowned for his mastery of the Italian method of singing. In April of 1870, at the age of 22, Albani debuted in the city of Messina in Vincenzo Bellini's La Sonnambula. As she recalled in her autobiography, the Sicilian audience responded to her debut performance with wild enthusiasm. She wrote, "I was literally loaded with flowers, presents, and poetry, the detached sheets of which were sent fluttering down in every direction on the heads of the audience; and among the numberless bouquets of every shape was a basket in which was concealed a live dove. They had painted it red, and the dear little bird rose and flew all over the theatre." After fulfilling her contract at Messina, Albani returned to Milan to resume her studies with Lamperti. It was not long before she accepted another engagement in Cento, where she appeared in Rigoletto for the first time. Albani next performed in Florence and then in Malta, singing in La Sonnambula, Lucia di Lammermoor, Robert il Diavolo, Il Barbiere di Siviglia and in Meyerbeer's L'Africaine. While in Malta, Albani made the acquaintance of a number of British soldiers who were stationed there, and they persuaded her to go to London to pursue an engagement at Covent Garden. In June of 1871, one year after her debut in Messina, Albani arrived in London to audition at Covent Garden. After hearing her sing, Frederick Gye, the manager of the prestigious opera company, offered the young singer a five-year contract and scheduled her Covent Garden debut for the following spring. While waiting for her debut, Albani attended Covent Garden performances and heard some of the singers (among them opera legend Adelina Patti) with whom she would share the stage in the following season. She remained in London for a short time before returning to Italy to continue her studies with Lamperti. Together they studied Ambroise Thomas' Mignon and Rossini's Conte d'Ory in preparation for another engagement at the Pergola Theatre in Florence. Whenever she could find a spare moment in her busy schedule of performance and studies, Albani endeavoured to experience other aspects of the rich culture of Milan, Sicily and London by visiting their art galleries and museums. The Pergola Theatre engagement, which included performances of La Sonnambula and Lucia di Lammermoor, was a resounding success and Albani made her way back to London for her first Covent Garden season. On April 2, 1872, Albani debuted at Covent Garden as Amina in La Sonnambula and her performance deeply impressed both the audience and critics. Her admirers showered her with gifts of flowers and jewellery, and one reviewer wrote, "The great event of the month has been the success of Mlle. Albani, who made her debut as Amina in 'La Sonnambula'. With a genuine soprano voice, a facile and unexaggerated execution, and a remarkable power of sostenuto in the higher part of her register, this young vocalist at once secured the good opinion of her audience . . . . there can be no doubt that future performances will fully justify the verdict so unanimously and unmistakably pronounced upon her first appearance." Although only 24 years old when she debuted at Covent Garden, Albani had already performed publicly in as many as eight different operas in five European cities. Albani became interested in oratorio (large-scale musical works on a sacred theme) through two musicians she met during her first season at Covent Garden. Composer/conductor Sir Julius Benedict and Covent Garden organist Joseph Pitman encouraged Albani to perform oratorios in order to
expand her vocal repertoire. Opportunities for singing both oratorio and secular music were in abundance, due to the numerous music festivals held each year throughout the English provinces. So when she was offered a minor role at the Norwich Festival in October of 1872, Albani eagerly accepted. She sang "Angels, ever bright and fair" from Handel's Theodora, and thus began a career in oratorio performance that would endure long after the conclusion of her career in opera. After singing at the Norwich Festival, Albani travelled to Paris for an engagement at the Salle Ventadour and then returned to London for her second season at Covent Garden. During this season, she sang the roles of Ophelia in Hamlet and the Countess in The Marriage of Figaro for the first time. Her next engagement took her far from London—in November of 1873, she departed for Russia, appearing first in Moscow in the operas La Sonnambula, Rigoletto, Hamlet and Lucia di Lammermoor, and then performing in St. Petersburg, where the Tsar attended the performances and personally congratulated the singers. Albani was overwhelmed by the enthusiastic response of the Russian audience who, more than once, applauded Albani through 20 curtain calls in one evening. During her third season at Covent Garden (1874-75), Albani sang much of the same repertoire as in the first two years: La Sonnambula, Lucia di Lammermoor, Linda di Chamounix and Flotow's Marta. Just after the end of her third season at Covent Garden, one such opportunity occurred that especially delighted Albani—Queen Victoria commanded the young singer to perform at Windsor Castle. In July of 1874, Albani met the Queen for the first time and sang "Caro Nome" from Rigoletto, "Robin Adair", "Ave Maria" by Gounod, and "Home, Sweet Home". Queen Victoria was both an appreciative and well-informed patron of music. At one time, Felix Mendelssohn had been her teacher and through her studies, she had developed an interest in a wide variety of musical styles. On subsequent performances for the Queen, Albani was asked to sing French and Scottish songs, as well as works by Brahms, Grieg, Handel and Mendelssohn. In the autumn of 1874, Albani embarked on another ambitious tour, this time to the American cities of New York, Boston, Philadelphia, Baltimore, Washington and Chicago. The highlight of her American engagement was a production of Wagner's Lohengrin, in which Albani appeared in the role of Elsa. The management in New York had decided to produce the opera at the last minute, thus Albani had had only 15 days to study her role. She sang the role in Italian, as was the custom at that time, and a review from the New York paper Republic stated, "The worst enemies of Wagner -- and he has many obdurate ones -- cannot but admit that there is a peculiar spell of fascination about his melodious harmonies, and of these Mlle. Albani looks, acts, and sings as the very priestess of them might.". By the time Albani had started her fourth season at Covent Garden in 1875. For the next 4 years, she continued to appear at Covent Garden, adding to her repertoire such roles as Marguerite from Gounod's Faust, Elisabeth from Wagner's Tannhäuser and Senta in Wagner's Der Fliegende Hollander. In addition to her Covent Garden appearances, Albani continued to tour ambitiously, singing in Venice, Paris, Nice, Ireland, Scotland and the English provinces. She also secured yearly engagements at the English music festivals. In 1875, she appeared at the Norwich festival, singing in Mendelssohn's Hymn of Praise and Sir Julius Benedict's St. Cecilia. She sang in both the Bristol and Birmingham festivals in the following year, appearing in Elijah, Beethoven's Engedi (Mount of Olives) and Handel's Messiah. Other oratorio engagements included performances at the Leeds Festival (1876), the Gloucester Musical Festival (Sept. 1877) and the Worcester Festival (1878). On August 6, 1878, at the age of 30, Albani married Ernest Gye in London. She became pregnant with her first and only child shortly thereafter,
but continued to perform, appearing at the Norwich Festival and then embarking on another tour of Russia. While in Russia, Albani was devastated to learn that her father-in-law, Frederick Gye, had passed away as a result of a hunting accident. The manager of Covent Garden never had the opportunity to see his grandson, Frederick Ernest, who was born on June 4, 1879. Albani did not appear in any operas during the year her son was born, but by the spring of 1880, she was back on the Covent Garden stage performing a new role in Herold's Le Pré aux Clercs. Concert tours took Albani to Florence, Nice and Brussels, and in 1881, she was invited to sing in Wagner's Lohengrin at the Royal Opera in Berlin. Emma had sung the role of Elsa on numerous occasions, but only in Italian. For the Berlin performance, she restudied the part in German and gave her first performance in the German language in front of a receptive audience in Berlin. A Berlin correspondent of the Times reported, "Madame Albani appeared to-night as Elsa in Wagner's Lohengrin, singing her part in the native German. The house was crowded to the very ceiling, and extravagant prices were paid for seats. The Emperor and his Court were present, and all the leaders of Berlin society. Madame Albani achieved what may well be called a complete triumph, greater even than any she has won hitherto. After the first and second acts she was recalled thrice, and when the curtain finally dropped, four times, the audience cheering enthusiastically." A few years later, in 1884, Albani sang the part of Elsa in German at Convent Garden. Opera companies had been chastised by critics for their practice of performing all opera in the Italian language and in order to keep up with the changing tide, they had begun to produce operas in their original language. During the 1880s, Albani had a number of encounters with renowned composers. In March of 1886, she met composer/pianist Franz Liszt at a London reception and he expressed his admiration for her talent after she sang the lead in his oratorio The Legend of St. Elisabeth. Albani also had a close relationship with composer Sir Arthur Sullivan (of Gilbert and Sullivan) and sang in his oratorio Golden Legend at the 1886 Leeds Festival. She met Johannes Brahms on a visit to Vienna and her performance of an excerpt from his German Requiem moved the composer to tears. Albani's final season at Covent Garden (1896) included yet another new role -- Isolde from Wagner's Tristan und Isolde. She appeared opposite the famous tenor Jean de Reszke and both received rave reviews. Albani retired from the Covent Garden stage soon after this performance, but her singing career was far from over. She embarked on a nation-wide tour of Canada in 1896, concertizing in Halifax, Montréal, Toronto, Ottawa, Winnipeg and Vancouver. In 1898, she appeared before a crowd of 3,000 in Sydney Australia, before moving on to Brisbane, Melbourne and Adelaide. (Albani, p. 164) She continued to receive invitations from Queen Victoria to sing at Windsor Castle and when the Queen died in January of 1901, Albani was the soloist at the final services at St. George's Chapel. Near the end of her career, Albani's concert engagements brought her to Tasmania, New Zealand, South Africa and India. She also made several recordings dating from around 1904. Included in the recordings are arias by Handel, Gounod's "Ave Maria", and "L'Eté" by composer Cécile Chaminade. Albani was already past her prime when she made these recordings—in fact, as early as 1896, there was evidence that her voice was beginning to deteriorate. A review of a concert that took place at Toronto's Massey Hall described her performance in this way: "Albani is still wondrous in her volume and braviture, but the music has gone a little out of her voice; the fatal hardness that tells of wear and tear and strain is creeping in." On October 14, 1911, at the age of 54, Albani performed publicly for the last time. One year later, she published Forty Years of Song, in which she
recorded her lengthy and eventful career that included over 35 operatic roles. After her retirement, Emma and her husband continued to live in their house in Kensington, but as a result of some poor investments, they experienced devastating financial difficulties. Albani began teaching and even performed in music halls to earn money, but by the mid-1920s, her situation was quite desperate. Fortunately, benefit concerts held in Montréal, London and Emma's hometown of Chambly, raised enough funds to allow the aging singer to live in comfort until she died in 1930.
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San Isidro: calles peatonales para incentivar las ventas navideñas
San Isidro: calles peatonales para incentivar las ventas navideñas
El viernes 17 de diciembre, de 18 a 22, la calle Belgrano en San Isidro. Y el sábado 18, de 8 a 22, Alvear en Martínez; y de 10: a 20, ese mismo sábado, Paraná en Villa Adelina, estarán cerradas al tránsito. Además habrá espectáculos en vivo, y los chicos y chicas podrán conocer a Papá Noel. El sábado 18, de 8 a 22, Alvear se hará peatonal entre Rawson y Av. Santa Fe Empezó la cuenta regresiva…
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