#Tristeza de pájaros
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POEMAR EL OTOÑO / TRISTEZA DE PÁJAROS, Autor: Germán Mastellone
TRISTEZA DE PAJAROS Con esta claridad recién encontrada sin una sola flor rebelada contra el otoño hemos podado los árboles que llenaban de hojas la alberca. Alguien escribe en mis sueños: que reducidos al desvarío se han ido los pájaros. Solo uno que se adueñó del agua vuelve por las mañanas es un reencuentro en el infinito de un celeste profundo. Pero ahora la ausencia del…
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Cosas tristes siempre.
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Se me nubla la mirada, puedo sentir las lágrimas deseosas por salir, la garganta se me cierra y siento que el silencio que me envuelve es demasiado doloroso.
Cuando las noches llegan, el calor del día y mis distracciones se esfuman, es allí cuando todos los sentimientos que he guardado muy dentro comienzan a escaparse entre los huesos y todo, literalmente todo deja de tener sentido.
Me siento perdida, extraña y triste. Una criatura vulnerable, un pájaro con alas rotas.
Puedo mirarme al espejo pero todo se siente erróneo, como si no fuese yo quien me observa en el reflejo.
Y me derrito en el sofá o en mi cama, lo que mas cerca encuentre, y es como si pudiera quedarme allí por siempre.
No sé que se sentirá morir pero llamarlo de esta manera parece correcto, es como si simplemente me volviera nada y fuese inexistente.
Aquellos sentimientos me rodean y me envuelven, me tragan y ahogan. Todo lo que veo es confuso, no me entiendo ni a otros, no sé qué hacer o cómo pararlo, es como si me congelara la tristeza.
Estoy allí, todo parece ser gris y cuando alguien se acerca el piloto automático se enciende y la sonrisa que me crece en el rostro toma protagonismo cuando en realidad todo adentro esta hecho trizas.
A veces incluso llega a asustarme la naturalidad de mi voz, la forma en que mis labios se curvan y la calma que hay detrás de cada mentira.
¿Por qué es tan difícil responder con la verdad?
"Estoy hecha mierda."
-Jota.
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"Mi abuela me enseñó la importancia de saber volver a los recuerdos. Por supuesto, uno no regresa intacto de ese viaje. Le acompañan la tristeza, el frío, los suspiros. Pero ¿acaso son esas tres cosas más dañinas que el propio olvido de quien uno ha sido? Me debo a todo ello, soy quien soy por lo que he vivido, así que no fuerzo el olvido de quien me ha habitado, de quien fue mi universo y ahora es un hueco vacío. Soy capaz de hacer ese viaje, de abrirle mi alma a la memoria y dejar que se quede en mi cuerpo el tiempo necesario, porque lo cierto es que nunca se queda para siempre. Son solo breves momentos de ausencia, de travesía, de estrella fugaz. Y yo no les cierro la puerta."
Elvira Sastre en Días sin ti.
Un día comencé a quererte. Y no, no te diste cuenta, pero ese día nació un pájaro. Ya no recuerdo cómo es, cómo era, aunque a veces viene de vez en cuando, se para en mi ventana y me enseña su cuerpo pequeño - sabe, por favor, que en realidad no es él-. En algún otro momento, quizá fue la primera vez que te dije que te amaba, ese pájaro comenzó a volar. Era capaz de cruzar países enteros, de sobrevolar aviones, guerras, de llegar hasta mis manos y hasta las tuyas. Ese pájaro era mío. Por pura gracia y por el querer que sentía hacia ti, ese pájaro decidió hacer de tu corazón, sí, del tuyo, su casa. Y ahí habitó. Voló contigo tantas veces como fue posible. Se detuvo en tu pelo, te acarició con su calor, te abrazó con sus plumas. Lo siguió haciendo incluso cuando no querías que lo hiciera. Lo siguió haciendo incluso cuando llegó otro pájaro a tu hombro. Lo hizo lastimado, lo hizo herido Lo hizo con lluvia y también cuando el cielo no se aguantaba en su propio peso y decidía que era tiempo de caerse. Lo hizo cuando querías escucharlo y cuando no querías hacerlo. Cuando eras tú y cuando dejaste de serlo. Ese pájaro era ese querer mío que tenía por ti. Y decidir olvidarte fue el sacrificio de ese pájaro. Fue acabar con su vuelo. Fue acabar con su casa. Fue pedirle que ya no volara. Fue acabar con el único propósito con el que había nacido. ¿Qué me dolió su muerte? Como no tienes idea. ¿Qué me dolió que se alejara de ti? También. Y sí, hoy lo recuerdo, no porque siga vivo, sino porque los recuerdos duelen. Porque a veces se escapan y no tiene sentidos ponerles barreras. Porque, tal como dice Elvira, a los recuerdos los acompaña el frío. Pero sé que son solo breves momentos, que no son para siempre. Que mañana o en un minuto pasará. Ese pájaro ya nunca va a volver, aunque a veces lo recuerde y me duela.
Hoy estoy aquí, frente a la primavera mientras todo el mundo está entrando al otoño. Y no tengo miedo. Y soy feliz. Y creo que tú también deberías serlo. Por ese pájaro, que ya no vive, que ya no existe, pero que tanto tiempo estuvo a nuestro lado. Al final y al cabo, el amor consiste en dejar de pasar frío.
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Pánico.
Una canción se asoma a lo lejos, melodía de invasión hacia el silencio, ¿podés creer que ya no sé quién soy?, jugué tanto entre laberintos que me perdí por los bordes de los no-precipicios, creí caerme y en realidad, todavía no rozo siquiera el suelo con la punta de los pies... "Cabeza en las nubes", cuerpo bajo tierra, yo siempre supe que no volaba, tengo las pestañas enterradas, las entrañas llenas de aire... por favor, quien sepa de pájaros, no hable de ataúdes demasiado pronto.
A veces creo que todavía sueño mucho, vivo dormida, respiro dormida, como dormida, y no es que tenga las almohadas pegadas al rostro, sino metidas a presión dentro del pecho, quizás por eso me es tan fácil vomitar plumas de colores cada vez que el mundo me llena de náuseas, ¡no sé qué decir!, quiero que la gente venga a abrazarme, y a la vez, quiero gritarle a la gente que tiene tanta culpa como yo, de ser humana.
Los extraterrestres serán otra cosa, pienso de golpe, aunque siempre me gustó la metáfora de mutar en lo verde, las antenas, los ojos enormes de divagar en lo humano que es no ser humano; intentar humanizar una idea para poder masticarla, saborearla lentamente hasta digerir el concepto abstracto, de no estar solo. Pero los extraterrestres deben ser otra cosa, quizás lo extraterrestre termina siendo el alma, una bocanada de aire que se disuelve en la oscuridad del espacio... brisa suave de colores que pueden rozarte la mejilla y pensar en la tristeza, de no tenernos más; si, lo extraterrestre tiene que ser algo más, que una simple invasión del tiempo.
¿Pero qué voy a saber yo de tiempo? si es lo que me falta... tiempo antipático, dicen algunos, "el tiempo no tiene noción de uno", o de muchos, no le importa si recién abrís los ojos y tenés que morir, o si querés morir, pero tenés que seguir girando. El tiempo es tiempo, ni sé qué significa eso, pero sé que los minutos no son de aire, ni de arena, ni de arcilla... no se moldean, huyen continuamente, y de mi mano, mucho más. Las horas quizás corren tan rápido de mí, como los recuerdos de infancia... creo haber inventado una metáfora sobre mandarinas y aromas tristes, para describirla... construir para no olvidar, o para creer, mejor dicho, seguir creyendo, que no existe el olvido... ¡maldita idea de aferrarse!, maldita yo, malditos mis ojos, que no pueden sobrepasar al mundo.
-danielac1world ~ Desolación tardía del pasado~
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1702- Voy a seguir creyendo, aun cuando la gente pierda la esperanza. Voy a seguir dando amor, aunque otros siembren odio. Voy a seguir construyendo, aun cuando otros destruyan. Voy a seguir hablando de paz, aún en medio de la guerra. Voy a seguir iluminando, aún en medio de la oscuridad. Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha. Y seguiré gritando, aun cuando otros callen. Y dibujaré sonrisas, en rostros con lágrimas. Y transmitiré alivio, cuando vea dolor. Y regalaré motivos de alegría donde solo haya tristezas. Invitaré a caminar al que decidió quedarse y levantaré los brazos, a los que se han rendido. Porque en medio de la desolación, siempre habrá un niño que nos mirará esperanzado, esperando algo de nosotros, y aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol y en medio del desierto crecerá una planta. Siempre habrá un pájaro que nos cante, un niño que nos sonría y una mariposa que nos brinde su belleza. Pero, si algún día ves que ya no sigo, no sonrío o callo, solo acércate y dame un beso, un abrazo o regálame una sonrisa, con eso será suficiente, seguramente me habrá pasado que la vida me abofeteó y me sorprendió por un segundo. Solo un gesto tuyo hará que vuelva a mi camino. Nunca lo olvides.
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Quise contarle qué pasaba y las palabras ya todas cansaban, trató de darme aliento y la herida se refrescaba;
–Si tan solo pudiera quitarte la tristeza y ponérmela a mí... Pero así la vida no es vida.
--¿Cómo es la vida con tristeza? ¿Como la piedra para la cueva o como ser piedra sin cueva?
–Es parte de ti, o viceversa. Te hace pedazos para que te veas desde afuera.
--Para mí la vida nunca ha sido nada, pero tal vez tenga lugar en mi memoria su llamada.
–Tus palabras las leo en retrospectiva. No culpes a las olas de lo que provocan las mareas.
--Lo había pensado un par de veces, sin certeza, con una bala en la recámara y sin fondo de canción. Mi valentía es la vergüenza, o la venganza... Y cuando menos pienso, pasa.
¿Y tú que piensas de beber sin una acera?
–Yo llevo el licor en la mirada. Me embriago cuando las pestañas me pesan.
--¿Y de sentirte muy cansado sin siquiera caminar? Dimelo ahora porque hoy me encuentro así.
–¿Hablas de forzarte a ver la lluvia tras la ventana cuando afuera ni siquiera llueve? Sé que te consideran mensajero y hoy te levantaste sin mensaje...
--Hablo de hacerla cuando el cielo no se mueve.
–No puedes hacerla sin antes sentirla. Necesitas que te cale los huesos, que sean una misma.
-- Tal vez sí necesite un descanso y ya sea hora de irme de aquí, un pájaro desde la otra ventana; al verme sin voz tararea para mí.
Y no partí y si lo hago tal vez lo haga porque sí, sé bien que ya me prometí un encuentro, boté el costal por conservar lo que tenía adentro.
-An
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Es que el corazón lo sabe. Lo reconoce una vez que lo prueba. Sentir tanto y de tal manera; es estar tan cerca de la locura y de las nubes, del miticismo, la esencia entre vida y piel..
La noche es tranquila. No ha parado de llover desde esta mañana. Me siento a la orilla de los árboles, miro el cielo oscuro. Te leo lentamente mientras cierro los ojos y te siento aquí conmigo. disculpa que te contradiga, pero no. No alcanzas a sospechar como te miran estos ojos, como te sueña está alma, como se sonrojo este corazón al leerte. A veces lloro cuando susurro tu nombre y escribo sobre nosotros, una parte de mí está temblando ante este sentir. Teme; porque yo solo sabia de tristezas, de pesadillas y soledad, yo solo sé de renuncias, de comprender, como si fuera un lastre en el destino. Pero contigo, contigo sé sonreír, creer, soñar y me permito acariciar deseos que luego dejo que se quiebren en mis dedos con mi llanto, sé lo que es sentir que perteneces a un lugar; a tus brazos, a tus ojos. Tiemblo, porque sé que te voy amar a cada minuto de mi vida y eso hace que desee vivir, yo siendo un pájaro suicida.. abrazo la tierra y muerdo el mar hasta deshacer mis labios.
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Petit mot
Inocencia: actuar con las pasiones frente a la vida. Es una palabra que te he mencionado esporádicamente porque es un reflejo que se asemeja a ti. Tú encaras la vida con la inocencia necesaria, para saber huir, saber regresar, saber escuchar al otro. La inocencia es una extrañeza, pero que tus manos las perfuman con el olor de las nubes.
Hoy es una noche de silencios y tristezas. Acabo de leer una carta, la última cara, que una de mis escritores favoritas le envió a uno de sus pocos amigos entrañables. Volví a llorar, mi corazón se comprimió y el tiempo suspiró. Me enluta esa última carta porque me recordó a ti y a aquella amistad que alguna vez adornó nuestras noches.
“El triángulo se ha cortado” … “Ya está de blanco y negro” … “La veo cada día. Vuelvo a casa. Trato de encontrarla. Sé que volveré a encontrarla” … “Murió en mis brazos. Estaba muy bella. Como ella quería. La llevamos a su jardín un día de sol, con algo de viento y pájaros, mucho canto”. Estas palabras son el epitafio de aquellas noches, querida.
No pierdas, por nada, por nadie, ni por ti, esa extraña inocencia que resplandece en tu corazón.
Hasta pronto, te regalo un abrazo del viento y una sonrisa de las estrellas.
Te extraño.
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Maldita zorra: Elvira Sastre
Estaba loca:
su tristeza no era de este mundo,
a veces estallaba a reír cuando me lloraba sus penas
y solía enredarse el pelo cuando le iba bien.
Se pintaba los labios antes de dormir:
«quiero estar guapa para mis sueños», me decía.
Luego se levantaba con el rímel corriéndose en sus ojeras,
como en mis mejores fantasías,
y me preguntaba la diferencia entre una nube y una ola.
Yo la observaba en silencio
—un silencio consciente,
pues ella era una de esas mujeres
que te hacen saberte derrotado antes de intentarlo—,
como si tratara de vencerla sin palabras,
como si esa fuera la única forma.
Ilusa.
En ocasiones
todo lo que hay más allá de alguien es superfluo
y todo lo que hay dentro de uno es redundante.
No lo sé,
le hubiera repetido un millón de veces por segundo
que era más guapa que un pájaro sobrevolando el mar
y que sabía más dulce que la caricia de un padre,
pero ella estaba loca,
loca como un silencio en medio de una escala,
y solo me besaba cuando me callaba.
Maldita zorra.
Solía decir que los peces eran gaviotas sin alas
y era imposible tocarla sin que gritara.
Yo lo disfrutaba: era un instrumento delicioso.
Cuando le decía que amaba su libertad
se desnudaba y subía las escaleras del portal sin ropa
mientras me decía que echaba de menos a su madre.
Cuando tenía miedo
se ponía el abrigo y se miraba al espejo,
entonces se reía de mí y se le pasaba.
Cuando tenía hambre
me acariciaba el pelo y me leía un libro
hasta que me quedaba dormida.
No sé qué hacía ella después,
pero cuando me levantaba ella seguía ahí
y mi pelo estaba lleno de flores.
Un día se fue diciendo algo que no entendí,
supongo que por eso empecé a escribir.
Me dijo: no me estoy yendo,
solo soy un fantasma de todo lo que nunca tendrás.
Maldita zorra. Maldita zorra loca.
Estaba loca, joder, estaba loca.
Tenía en su cabeza una locura preciosa.
¿Cómo no iba a perder la puta razón por ella?
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11 Reglas de juego para el hombre que quiere amar a una Mujer I El hombre que me ame deberá saber descorrer las cortinas de la piel, encontrar la profundidad de mis ojos y conocer la que anida en mí, la golondrina transparente de la ternura. II El hombre que me ame no querrá poseerme como una mercancía, ni exhibirme como un trofeo de caza, sabrá estar a mi lado con el mismo amor con que yo estaré al lado suyo. III El amor del hombre que me ame será fuerte como los árboles de ceibo, protector y seguro como ellos, limpio como una mañana de diciembre. IV El hombre que me ame no dudará de mi sonrisa ni temerá la abundancia de mi pelo respetará la tristeza, el silencio y con caricias tocará mi vientre como guitarra para que brote música y alegría desde el fondo de mi cuerpo. V El hombre que me ame podrá encontrar en mí la hamaca para descansar el pesado fardo de sus preocupaciones la amiga con quien compartir sus íntimos secretos, el lago donde flotar sin miedo de que el ancla del compromiso le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro. VI El hombre que me ame hará poesía con su vida, construyendo cada día con la mirada puesta en el futuro. VII Por sobre todas las cosas, el hombre que me ame deberá amar al pueblo no como una abstracta palabra sacada de la manga, sino como algo real, concreto, ante quien rendir homenaje con acciones y dar la vida si necesario. VIII El hombre que me ame reconocerá mi rostro en la trinchera rodilla en tierra me amará mientras los dos disparamos juntos contra el enemigo. IX El amor de mi hombre no conocerá el miedo a la entrega, ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento en una plaza pública llena de multitudes. Podrá gritar —te quiero— o hacer rótulos en lo alto de los edificios proclamando su derecho a sentir el más hermoso y humano de los sentimientos. X El amor de mi hombre no les huirá a las cocinas ni a los pañales del hijo, será como un viento fresco llevándose entre nubes de sueño y de pasado las debilidades que, por siglos, nos mantuvieron separados como seres de distinta estatura XI El amor de mi hombre no querrá rotularme o etiquetarme, me dará aire, espacio, alimento para crecer y ser mejor, como una Revolución que hace de cada día el comienzo de una nueva victoria. (Gioconda Belli)
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La heredera del Infierno
Los Lin Kuei
Los dos días pasaron tan rápido que Adelina no se había percatado. Los nervios le carcomieron por dentro, mientras empacaba sus últimas pertenencias. Guardó el mapa y la daga en su mochila con un montón de trapos y evitar los ojos curiosos. Tomó su rifle y lo puso en su hombro, también sus pistolas y cuchillos que tenía desperdigados por la habitación. Admiró lo vacío que se hallaba.
Ya no había libros a los costados de su futón, ni hojas de dibujo a medio hacer. Tampoco su ropa diaria y aparatos tecnológicos dispersos. Se acomodó mejor sus pertenencias y salió de sus aposentos. Las habitaciones estaban completamente vacías y se escuchaban los pájaros. El aire sopló el rostro de la chica y sus ojos recibieron a sus compañeros.
–¿Vas a estar bien? –preguntó Daniela y Mariano se acercó a su amiga para ayudarla con el equipaje–. ¿Tienes todos lo que necesitas?
–Sí, voy a estar bien. Tengo todo –Adelina exhibió sus pertenencias–. Creo que hasta me llevé los muebles de la habitación.
–Nos quedaremos en la academia hasta que vuelvas –dijo Mariano acomodando el bolso de Adelina en su hombro–. Intentaremos mantener el contacto.
–Esperemos poder hacerlo –dijo Adelina con duda en su voz–. No creo que en Arctika haya una torre de radio y mucho menos Internet.
–Lo más seguro que haya es correo mediante palomas o mensajeros –se burló Mariano y escuchó la risa de Johnny–. Intentaremos hacer visitas.
Adelina y los demás fueron hacia el gran jardín donde Liu Kang la esperaba. Mariano le devolvió su equipaje a Adelina y los miró. Detrás de él y Daniela, estaban Raiden, Kung Lao, Kenshi y Johnny. Sus rostros mostraron tristeza, pero mantuvieron controladas sus emociones haciendo pequeños gestos de saludos. Daniela y Mariano la abrazaron y le susurraron motivaciones.
–Suerte en Arctika –dijo Kung Lao cruzando los brazos.
–Podrás controlar tu poder, Adelina –habló Kenshi tranquilamente–. Tienes una gran habilidad que los Lin Kuei respetarán.
–Gracias, muchachos –Adelina sonrió y apretó la correa del rifle de asalto–. Los veré pronto.
–¿Podríamos tener una cita, Adelina? –cuestionó Johnny y Daniela lo miró de la peor forma posible–. ¿Pibita bonita?
–Seguí haciendo eso y te voy a dar tres patadas en el culo –contestó Adelina bruscamente–. No te sale nuestro acento y nunca te saldrá.
–Es hora, Adelina Acosta –dijo Liu Kang tranquilamente.
La muchacha los miró por última vez y a la Academia Wu Shi. Despidió a sus amigos con la mano, caminó por el portal de fuego invadida por cosquilleos y mareos hasta volver a respirar. Un viento frío invadió su rostro y al respirar, vaho salía de su boca.
El paisaje era gélido, repleto de nieve en las cimas de los templos, también formaban pequeños cúmulos en las entradas y cerca del portal. Los banderines de azul y negro flameaban sin cesar por el fuerte viento y las columnas del portal negras y azul oscuro. Frente al portal, Adelina vio a soldados lin kuei detrás de los tres hermanos, Bi Han, Kuai Liang y Tomas. El ninja de azul caminó hacia Adelina y Liu Kang y se inclinó hacia el dios.
–Bienvenido a Arctika, Lord Liu Kang –dijo Bi Han tranquilamente–. Y a ti también, Adelina Acosta.
–Lamento la visita inesperada –habló el dios y unió sus manos–. Espero que tus enseñanzas ayuden a Adelina.
–Aprenderá lo necesario aquí –intervino Kuai Liang acercándose hacia su hermano–. Nos encargaremos de que controle su poder. Su estadía en Arctika la ayudará.
–Muchas gracias, Sub Zero y Scorpion –dijo Liu Kang y su mirada fui hacia Adelina–. Debo retirarme, Adelina Acosta. Debo atender asuntos en la Academia Wu Shi. Suerte en tu entrenamiento.
–Gracias, Liu Kang –dijo Adelina, el dios se dirigió al portal y desapareció.
La muchacha se dio la vuelta enfrentándose a los hermanos y Bi Han le dedicó una mirada hostil hasta que habló:
–No esperes que te demos una gran bienvenida, Adelina Acosta –habló Bi Han, se dio la vuelta y caminó en dirección al templo.–. Tus entrenamientos comenzarán mañana al amanecer. Durante tu estadía aquí, me llamarás Gran Maestro.
–Está bien –Bi Han la vislumbró y sus ojos helados se enfrentaron a los de ella. Le costó decir las dos palabras–. Gran Maestro.
–Mis hermanos son maestros y serán parte de tu entrenamiento –prosiguió el ninja de azul.
–También, los principiantes se encargarán de la limpieza y el Gran Maestro elegirá quién se encargará de cocinar en las noches –continuó Kuai Liang–. Te dirigirás hacia mis hermanos por sus alias. El mío es Scorpion, el de Bi Han es Sub Zero y el de Tomas es Smoke.
Bi Han y su hermano se susurraron entre ellos y se detuvieron, mientras Adelina caminaba con sus bolsos y armas. Se dieron la vuelta y miraron a la muchacha.
–Kuai Liang y yo debemos resolver unos asuntos urgentes –explicó Bi Han y miró a Adelina–. Tomas te ayudará a buscar tus aposentos y ubicarte.
Los dos hermanos se fueron entre los pasillos y Adelina y Tomas se quedaron solos. Volvió a recoger sus bolsos y esperó a que el muchacho la guiara por el templo. Reaccionó a tiempo, se puso delante de ella y caminó entre los miembros del clan.
Los soldados la miraban con ojos curiosos. Cubiertos por las máscaras de ninjas parecían analizar cada aspecto de ella. Su campera grisácea, sus bolsos con pegatinas de bandas y dibujos y la bufanda negra cubriendo su cuello. Algunos, pudieron notar el tatuaje de los huesos en la mano derecha, pero a la chica no le importó.
–En tu habitación tienes el uniforme lin kuei –dijo Tomas y giraron en una bifurcación de pasillos–. En la noche habrá vigilancia a los alrededores del templo y puedes ser elegida. Tienes permitido cualquier, excepto las habitaciones del Gran Maestro y sus allegados. Respeta el horario de tus primeras clases y puede que consigas dar una buena impresión.
–Lo dudo mucho, pero gracias por el consejo –dijo Adelina con una sonrisa y afirmó mejor su rifle al hombro–. Creo que al Gran Maestro no le caigo bien y más con lo que ocurrió en mi casa.
–Es así con todos los nuevos estudiantes y maestros –explicó Tomas y volteó a mirar Adelina–. En privado es más amable. Además, mayormente estarás con él para que te ayude con tu don, así que creo que en poco tiempo podrás adaptarte.
–Eso espero, maestro.
Fue extraño a ojos de Adelina, decir la palabra, por las charlas que tuvieron cuando Tomas visitaba la academia. A pesar de eso, le dedicó una sonrisa, pero el momento fue interrumpido por el sonido seco de los bolsos de Adelina al caerse.
–Déjame ayudarte, lamento no haberlo hecho antes –dijo Tomas tomando uno de los bolsos y lo llevó a su hombro–. Fue descortés de mi parte.
–Está bien, ya no importa.
Caminaron un poco más hasta llegar a la zona de estudiantes, donde muchos la miraron hostilmente. Tomas dejó los bolsos de la muchacha en la entrada de su habitación y se miraron por un momento. Adelina no se había percatado de los ojos grises del joven y le recordó a unas viejas portadas de libros que tenía en su biblioteca. Pudo ver con más detalle la cicatriz que tenía encima de su ojo y se preguntó qué habría pasado para conseguirla.
–Gracias, maestro.
–Es un placer –dijo Tomas sonriente.
Tomas se marchó de la zona de estudiantes y Adelina metió rápidamente sus pertenencias. La habitación era sencilla, había un futón con colchas y encima de ellas un uniforme de color negro y azul oscuro. Desempacó poco a poco sus cosas, los libros los dejó al lado del futón y las armas de fuego en una esquina del cuarto.
Después, sacó la daga de Hela y la desenfundó. El filo seguía manteniéndose intacto y la hoja podía reflejar a la muchacha. En el reflejo, Adelina no pudo ver nada extraño. No muertos, no Hela ni versiones muertas de sus amigos. Un escalofrío le recorrió la espalda y guardó el arma en su funda para ocultarla debajo de la almohada junto al mapa.
Se cambió la campera y pulóveres por el uniforme de los Lin Kuei. Se ató el cabello negro en una cola de caballo y dejó su rostro descubierto. Salió de la habitación y vio a los demás estudiantes, pero no se les acercó. Se mantuvieron alejados, mientras Adelina arreglaba mejor su ropa y el medallón que tenía el pecho.
Un superior se le acercó, le dio un lampazo y un balde y señaló donde tenía que comenzar sus labores. Observó los bastos pasillos y quedó impactada por la cantidad de polvo y suciedad. Puso el lampazo en el balde, lo estrujó y lo pasó lentamente por el suelo de madera. Escuchó algunos susurros detrás suyos, pero no les dio importancia y siguió con su labor hasta que los brazos le dolieron.
Era la tarde cuando Adelina terminó de limpiar los suelos y el superior le ordenó sacar la nieve de las entradas del templo. Le dio una pala y otro balde y le señaló los lugares donde empezar. La chica tomó aire, ubicó la herramienta en la nieve, sacó la mayor cantidad posible y lo tiró en el balde. Repitió la acción hasta que rebalsó y dejó la nieve lejos de las entradas.
Adelina terminó su tarea al anochecer, escuchó unas campanadas que parecían anunciar la hora de la cena. Vio a los estudiantes, superiores y maestros ir hacia el templo principal y los siguió. Al entrar, un montón de mesas estuvieron abarrotadas de estudiantes y delante había una gran mesa donde estaban Tomas y sus hermanos.
Una hoguera se ubicaba en el centro del salón emitiendo llamaradas anaranjadas. Daban calor a todo el lugar iluminado con pequeños faroles y velas decoraban las mesas repletas de cubiertos y palillos chinos. Adelina se sentó en un extremo de la mesa, evitando a los ninjas. Una vez más, detectó miradas curiosas, susurros y risas.
“Es una estudiante de la Academia Wu Shi. Parece que no tuvieron una peor estudiante para traer.” “Sus aires denotan superioridad.” “Liu Kang me decepciona. ¿Cómo no sabía que tenía una criomante entre sus filas?” “Es irritante que tengamos que soportar a una estudiante de la Academia Wu Shi. Ni siquiera ellos saben cómo enseñar a sus aprendices.”
Ignoró los comentarios cuando las puertas se abrieron revelando a aprendices llevando comida. El Gran Maestro y sus hermanos fueron los primeros en recibir sus platos y las voces de júbilo inundaron poco a poco el gran comedor.
Bi Han unió su puño con su otra mano, tanto sus hermanos como estudiantes se inclinaron y Adelina los imitó. Después, las voces alegres volvieron a llenar el salón hablando en su idioma nativo. Adelina pudo interpretar algunas palabras, pero a pesar de su estadía en la Academia Wu Shi, su agilidad con el chino no había mejorado.
Estudiantes seguían susurrándose entre ellos para luego soltar risas indiscretas. Adelina encontró un autocontrol milagroso para no contestarles de la peor forma posible y pasó por alto los comentarios. Intentaría todo lo posible para encontrar una forma rápida de poder controlar su poder y marcharse. Por ahora, tendría que aceptar su lugar de principiante y acatar las reglas que aparecieran.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por los ruidos de la puerta abriéndose repentinamente. Dos mujeres pasaban entre los pasillos y los presentes se pusieron de pie en señal de respeto. Una chica iba vestida de rojo y la otra de amarillo. Se acercaron a la mesa enorme donde estaban Bi Han, Kuai Liang y Tomas y se inclinaron. Se ubicaron en uno de los extremos de esta y un grupo de ninjas corrieron a darles la cena y mejores comodidades. Charlaron con Bi Han, mientras que Kuai Liang y Tomas se metieron en su propia conversación.
La cena transcurrió sin problemas y al terminar, se inclinaron ante Bi Han y sus hermanos. Los estudiantes recogieron sus respectivos platos y los dejaron para que otro grupo lo limpiara. La muchacha se dirigió a su habitación mezclándose con el resto. Buscó los baños y se metió lo más rápido que pudo.
Tras bañarse, Adelina corrió a sus aposentos y se ocultó en las cálidas colchas. Una alegría la invadió al ser recibida por ese calor reconfortante y cerró sus ojos, esperando un mejor día.
Hela estaba a la altura de su hijo, Kolbein, por lo que recordaba Adelina. Lloraba y su hijo también, la abrazaba fuertemente mientras soltaba quejidos y la veía por última vez. Hela le acomodaba mejor el cabello castaño como las almendras ofreciéndole una sonrisa triste y Adelina se percató que sus ojos azules eran iguales al ojo izquierdo de su madre.
El esposo de Hela, Alarik, se acercaba y recogió al niño, mientras miraba a la mujer que amaba. Se daban un beso de despedida escuchando los sonidos de demonios y gritos guturales cerca. Alarik se llevó a Kolbein, mientras este gritaba desesperadamente: “¡Mamá! ¡Quiero quedarme contigo! ¡Ven con nosotros! ¡Mami, Mami! ¡Te quiero, mamá!”
Hela lloraba al escuchar a su pequeño. Su hijo. Se sacaba las lágrimas y puso su mejor cara de guerra. Aunque Adelina sabía el resultado de ese enfrentamiento fatídico.
El recuerdo cambió a otra persona. Esta vez, Kolbein era un muchacho de diecisiete o dieciocho años. Su cabello tenía algunas pequeñas trencitas y su mirada destilaba guerra y odio.
Discutía con un hombre canoso, su padre, Alarik. Kolbein tenía un hacha en la espalda, en su cadera colgaba una espada y la bolsa de runas que su madre le había regalado. Entre grito y grito, salía de la cabaña con un fuerte portazo y caminaba a un bosque cercano. Su rostro chocaba con varias plantas intrusivas, sus pisadas fuertes ahuyentaban animales y hacían crujir las ramas secas. Se sentaba en un gran tronco, mientras bajaba la cabeza y gritaba fuertemente al cielo.
Sacaba su espada plantándola fuertemente en la tierra cubierta por hojas y pasto. Kolbein se arrodillaba y su frente estaba cerca del mango. Adelina escuchaba sus pequeños lloriqueos y susurros, se acercó con lentitud y miedo ante el muchacho a pesar de que era un recuerdo.
–Perdóname, mamá –susurraba Kolbein con la frente pegada al mango de la espada vikinga–. Te vengaré, lo prometo. Restauraré nuestro honor y te buscaré. No voy a huir ni a esconderme. Nuestra familia volverá a gobernar el Infierno. Perdóname, mamá. Por todo.
Los llantos del muchacho se esfumaron y una negrura invadió a Adelina. Solamente escuchó la voz de Hela:
“Maldigo mi alma para que proteja mi carne y sangre. Sus allegados serán la guardia de mi prisión hasta restaurar lo que se perdió. Llorarán por el dolor que sufro. Mi pequeño Kolbein… Ladrones, ladrones… lo pagarán con sus vidas…”
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ESTHER FERRER & GUADALUPE GRANDE
Naufragio intermitente
He visto tres pájaros muriendo en pleno vuelo
y la tristeza del agua cuando se evapora
He sobrevivido al silencio de su huida
He oído a la tierra romperse
mientras el hielo echaba raíces
en su más honda carne
y mi carne ha sobrevivido al ruido de la ausencia
He contemplado la sequía y su desolación
en las cuencas vacías del animal
y he llorado los estragos de la inundación
el lodo invadiendo la cocina y petrificando el pan
He sobrevivido a la sed y a su rencor
y a la putrefacción del llanto
Las horas son muy largas para quien sobrevive
(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996)
Parte de la serie 'Poema de los números primos'. ESTHER FERRER
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La materia es más débil que la mente:
Yo no existía pues se negaba a verme.
Mi cuerpo
levantaba su oscura obsolescencia.
Mi nombre,
un trago de silencio en su garganta.
Y la ridícula tristeza,
como si el planeta hubiera de hecho desaparecido,
erosionado, hundido en su apogeo de sombra,
cerrado sobre sí mismo
como un camino que ya nadie recorre.
Un pájaro se resguardó de la lluvia
en la oficina.
La pequeña bestia cantaba,
revoloteando su voz tan tibia.
Dijimos
que lo liberaríamos,
pero lo olvidamos.
El lunes ahí estaba,
helado,
un puño de alas oscuras.
Después de ese día,
no hablamos más.
En algún sitio de mi cuerpo,
se engendró una nueva oscuridad,
un hemisferio de pérdida bajo la piel.
Qué confusión,
permanecer y cesar,
caminar las mismas calles
y volverse invisible.
Apogeo de sombra
Y el tema del último planeta,
desterrado
al frío de la noche
en algún sitio de octubre.
El hilo del que pendía
cortado sin arrepentimiento.
Se borró de cuadernos y sistemas,
lo desaprendimos con esmero,
como ha de suceder con tantas cosas.
Cuando me lo dijo, estábamos en la oficina.
La lluvia suavizaba su voz
en esta ciudad de estrellas apagadas.
Los planetas, sabía teóricamente, son estables:
sus luces son constantes y finísimas.
Me gustaban por eso.
Pero, después, saber con qué facilidad
se puede prescindir. Los objetos, los nombres,
ceden sus amarras fantasmas sin agobio.
Miraba, desde el otro lado, la ventana.
Recorría mi trayecto errático de sombra,
los días que compartimos:
aulas iluminadas, distantes
ecos de otra luz.
Encendía sus palabras entre mis labios,
esquirlas abrasadas,
parpadeantes.
- Elisa Díaz Castelo. De Principia, Ediciones Liliputienses, 2020
(Collage encontrado en la red sin datos)
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Oniricidio,
nos están matando los sueños:
El angel era un pájaro sin alas,
que murió de frío,
debajo de tu ventana.
Si elevaras los ojos cariño
sabrías que el cielo,
hace millones de años,
que ya no es nuestro.
Agarra una luciérnaga
y mata un anhelo,
derramé mi última lágrima
en mi primer duelo.
Llora conmigo amor,
el mar es un granito de arena,
en este desierto lleno de ballenas de tierra,
la vida hace tiempo,
desangró a las estrellas,
y murió sobre ellas,
la roja inercia.
-danielac1world ~Tristeza en orden~
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1929- 11 Reglas de juego para el hombre que quiere amar a una Mujer I El hombre que me ame deberá saber descorrer las cortinas de la piel, encontrar la profundidad de mis ojos y conocer la que anida en mí, la golondrina transparente de la ternura. II El hombre que me ame no querrá poseerme como una mercancía, ni exhibirme como un trofeo de caza, sabrá estar a mi lado con el mismo amor con que yo estaré al lado suyo. III El amor del hombre que me ame será fuerte como los árboles de ceibo, protector y seguro como ellos, limpio como una mañana de diciembre. IV El hombre que me ame no dudará de mi sonrisa ni temerá la abundancia de mi pelo respetará la tristeza, el silencio y con caricias tocará mi vientre como guitarra para que brote música y alegría desde el fondo de mi cuerpo. V El hombre que me ame podrá encontrar en mí la hamaca para descansar el pesado fardo de sus preocupaciones la amiga con quien compartir sus íntimos secretos, el lago donde flotar sin miedo de que el ancla del compromiso le impida volar cuando se le ocurra ser pájaro. VI El hombre que me ame hará poesía con su vida, construyendo cada día con la mirada puesta en el futuro. VII Por sobre todas las cosas, el hombre que me ame deberá amar al pueblo no como una abstracta palabra sacada de la manga, sino como algo real, concreto, ante quien rendir homenaje con acciones y dar la vida si necesario. VIII El hombre que me ame reconocerá mi rostro en la trinchera rodilla en tierra me amará mientras los dos disparamos juntos contra el enemigo. IX El amor de mi hombre no conocerá el miedo a la entrega, ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento en una plaza pública llena de multitudes Podrá gritar —te quiero— o hacer rótulos en lo alto de los edificios proclamando su derecho a sentir el más hermoso y humano de los sentimientos. X El amor de mi hombre no le huirá a las cocinas ni a los pañales del hijo, será como un viento fresco llevándose entre nubes de sueño y de pasado las debilidades que, por siglos, nos mantuvieron separados como seres de distinta estatura XI El amor de mi hombre no querrá rotularme o etiquetarme, me dará aire, espacio, alimento para crecer y ser mejor, como una Revolución que hace de cada día el comienzo de una nueva victoria.
(Gioconda Belli)
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