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#Plaza de la Armería
fotograrte · 4 months
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(vía Plaza de la Armería, Palacio Real de Madrid, de noche y de día – FOTOGRARTE)
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ddafne · 1 year
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PARCIAL III
El Palacio Real de Madrid
Es un impresionante edificio de estilo neoclásico. Fue construido en el siglo XVIII y es la residencia oficial de la familia real española. Su arquitectura imponente y sus lujosos interiores reflejan el poder y la grandeza de la monarquía en esa época. El palacio ha sido testigo de importantes eventos históricos y aún hoy se utiliza para ceremonias oficiales. Su influencia radica en su papel como símbolo de la realeza y su contribución al patrimonio arquitectónico y cultural de España.
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El Palacio Real de Madrid fue diseñado por diversos arquitectos, como Filippo Juvarra y Juan Bautista Sachetti, y su construcción duró más de 20 años. Con más de 3.000 habitaciones, es uno de los palacios más grandes de Europa. Su fachada principal, con su imponente balcón central, es un ejemplo destacado del estilo neoclásico. En su interior alberga una rica colección de arte, incluyendo obras de Goya y Velázquez. Además, el palacio cuenta con hermosos jardines como los Jardines de Sabatini y la Plaza de Oriente. Es una visita imprescindible para los amantes de la arquitectura y la historia en Madrid. Se construyó sobre el antiguo Alcázar Real, que fue destruido por un incendio en 1734. El diseño del palacio se inspiró en otros palacios europeos, como el Palacio de Versalles en Francia. Durante el reinado de Carlos III, se realizaron importantes reformas y se añadieron elementos decorativos de gran belleza, como los frescos del techo pintados por artistas como Tiepolo. El palacio también alberga la Real Armería, que exhibe una impresionante colección de armaduras y armas históricas.
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La planta del Palacio Real de Madrid tiene forma rectangular y está organizada alrededor de un patio central llamado Patio de Armas. En su distribución, se pueden distinguir varias áreas, como las salas de recepción, los aposentos reales, la capilla y las áreas de servicio. Además, cuenta con numerosas salas de gran valor artístico y decorativo, como el Salón del Trono, la Sala de Porcelana y la Sala de Gasparini. La planta del palacio refleja la simetría y la grandiosidad propias del estilo neoclásico.
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hegdetravelphotos · 1 month
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Palacio Real de Madrid
A grand view of the majestic Royal Palace of Madrid under a clear blue sky! Location: Royal Palace, Plaza de la Armería, s/n, 28071 Madrid, Spain Time and Date: Around 3 pm on June 14, 2024.
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beljesramirez · 1 year
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Palacio Real de Madrid
El Palacio Real de Madrid presenta una elaborada arquitectura de estilo barroco. El primer proyecto  correspondió a Filippo Juvara  su  idea era un palacio de gran longitud y de tres cuerpos o niveles en altura  , pero a su muerte fue elegido  Juan Bauitista  Sachetti  que realiza el palacio menos extenso y más alto de cuatro niveles adaptado al espacio del antiguo  Alcázar.
El palacio sigue el  esquema de palacio  hispano  con  planta  cuadrada  en torno a un patio interior,  remarcando las esquinas con torreones también cuadrados. De esta forma  se generan  cuatro fachadas:  la de la armería, la de plaza de Oriente, la que dan a los jardines del  Campo del Moro y jardines Sabatini.
En torno al patio central se encuentran las estancias reales. Este esquema ya indica cierta racionalidad, sin embargo el resultado final conserva algo de fortaleza debido al número de plantas.
También es importante saber la solución que le dieron debido a su ubicación, ya que estaba situado sobre un terreno con pronunciadas pendientes sobre el río Manzanares, fue necesario crear un gran sistema de contrarestros por dos de las fachadas, por ello existen una serie de plataformas escalonadas, que tuvieron que ser construidas por el lado de poniente con un sistema interior de abovedamientos que prácticamente llega hasta el río. 
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cchiroque · 1 year
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RECUERDO DE UN INMORTAL: Hugo Blanco (1934-1923). QEPD Y DDG.
FALLECIÓ HOY 25 DE JUNIO DEL 2023.
GLORIA ETERNA A UN GRAN REVOLUCIONARIO.
ACTO PRIMERO
Imposible entrevistarlo. Esta muy mayor, pronto cumplirá 88 años y hace veinte tuvo dos accidentes cerebro-vasculares que no lo postraron de milagro, argumenta su hija María, con una cortesía casi nórdica. Cuelgo el teléfono. Recuerdo habérmelo cruzado poco antes de aquel ictus, por el año dos mil uno en la calle Ruinas del Cuzco. Le sonreí, me sonrió y levantó su sombrero con una caballerosidad andina. El mechón blanco que le sombreaba la frente, se había expandido a toda su cabeza y barba, y estaba más delgado. A los pocos días me lo volví a encontrar en El Extra de la calle Espaderos, que por entonces era el café de los ajedrecistas Cuzqueños. Se sentó en la mesa de a lado, pidió un mate de coca y tropezó con mi mirada. Hola, me dijo, yo creo que te conozco, pero no sé de dónde. Fue hace mucho tiempo y ya no importa, señalé con ironía. Tu cara me parece conocida, añadió como si intentara remover el polvo del olvido. Juguemos una partidita, propuso. Unas chispas se encendieron en sus pupilas mientras pedía al dependiente que nos acercara un tablero y unas fichas incásicas. Pero soy malo en el ajedrez, añadí al tiempo que me concedió las piezas blancas. Eso lo comprobaremos sobre los escaques, sentenció. Hace años que no juego. Casi sin pensar saqué el peón de mi reina y lo adelanté dos casillas. Él respondió con el movimiento del peón de su rey, pero me sorprendió que solo lo avanzara un escaque.
A decir verdad, yo estaba en otra cosa. Trataba de recordar la trayectoria del hombre que tenía al frente, las viejas conversaciones que había mantenido con él, la vez que lo entrevisté en el Congreso cuando era un diputado díscolo y rebelde:
Me fui a la Argentina en plena dictadura de Odría con la idea de ser agrónomo, ya que por entonces el Cuzco estaba más cerca de Buenos Aires que de Lima, y me inscribí en la universidad de La Plata. La verdad es que me sentía un poco solo y comencé a ir a las reuniones del Centro de Estudiantes Peruanos donde me encontré con otros descosidos como yo. Creo que fue Carlos Owen el que me conectó con un pequeño partido llamado POR que tenía como principal dirigente a Hugo Bressano, más conocido como Nahuel Moreno. Debo decir que más parecía un intelectual que un hombre de pueblo, aunque tenía cierto aire legendario: había mantenido viva la llama de León Trotski desde los años cuarenta.
Por entonces se hablaba mucho de la dictadura del proletariado, pero casi todos los militantes del POR provenían de la clase media. Hay que ir en pos del movimiento obrero, exclamó Nahuel con énfasis en aquella primera reunión a la que me invitaron: ¡A las fábricas, para acabar con el fatal verbalismo de la pequeña burguesía! Así que decidimos convertirnos en obreros y hacer entrismo en el peronismo, sumergirnos en sus organizaciones de base, ganarnos a sus dirigencias intermedias. No había otra manera de actuar porque por entonces el vertical partido de Perón, tenía el monopolio de los sindicatos. Así, que de la noche a la mañana me vi trabajando en los frigoríficos Armour y Swift de Berisso.
Se han alzado los militares, oímos por radio Splendid. Inmediatamente hicimos una asamblea y el grito fue unánime: Vamos a defender a Perón. Fuimos de los primeros en llegar a Plaza de Mayo, a pie, en tren, en camiones, y allí estábamos cuando la fuerza aérea comenzó a bombardearnos. Corrimos. Conté más de cien cadáveres regados en las calles, los gritos de los heridos se ahogaban por el ruido de los proyectiles que caían de los cielos. Los peronistas enfurecidos y con sed de venganza, asaltaron las armerías, iglesias, lanzaron molotov contra los periódicos golpistas y hasta le prendieron fuego al arzobispado. Conjuramos la intentona, pero los militares argentinos aprendieron la lección. El siguiente golpe, en septiembre del mismo año, no se inició en Buenos Aires sino en Córdoba, en el interior del país. Perón entonces dijo por la misma radio Splendid: “la obligación de los obreros es ir a trabajar, no como esos comunistas que meses atrás quemaron templos y tomaron las armas”. Nos decepcionó a todos. A los minutos el presidente dimitió y huyó del país sin dar combate.
A continuación, trasladé mi peón de la reina dos posiciones mientras él movió el caballo de su rey. Me tocaba nuevamente e hice una jugada casi simétrica.
A principios de 1958 Nahuel Moreno me pidió que retornara para integrarme al POR peruano , que tenía sus raíces en el GOM, el primer grupo trotskista fundado allá por el lejano 1943. Cómo son las casualidades, justo cuando entré a laburar a una fábrica de fideos y me disponía a organizar mi primer sindicato, Pedro Candela me pasó la voz de que en el Parque Universitario había una protesta estudiantil. Es contra la visita de Nixon a San Marcos, me advirtió. Cuando llegamos la movilización ya se estaba saliendo de madre. Unas diez mil personas lo esperaban en los alrededores y ni bien avistamos el descapotable blanco del vicepresidente yanqui una lluvia de piedras y huevos inundó el cielo. Nixon insistió en recorrer a pie la distancia que lo separaba de la puerta de Letras, pero los estudiantes se plantaron y alguno le arrojó un escupitajo. Creo que el autor del suculento pollo fue Alfonso Barrantes, ríe. En ese momento el servicio secreto protegió y se lo llevaron chutando. Finalmente se refugió en el hotel Bolívar donde se alojaba, pero la noticia ya había saltado por el mundo. La imagen del gobierno de Prado había quedado por los suelos. Estas son maniobras del comunismo internacional, gritó en sus titulares Pedro Beltrán desde La Prensa, poco antes de que se desatase una feroz cacería, por lo que debí correr a esconderme.
Mi fotografía circulaba en los periódicos y ya estaba fichado por la dirección de gobierno como uno de los agitadores de la protesta, así que no se me ocurrió mejor idea que venirme al Cuzco. Aquí en mi tierra natal no perdí mi tiempo. Ayudé a organizarse a los canillitas y al tiempo me eligieron delegado ante la Federación de Trabajadores del Cuzco. Allí no me miraban bien porque habían averiguado que yo era trotskista y debemos recordar que la capital de los incas era el coto privado del Partido Comunista. Me acusaban de ser divisionista de la unidad obrera y cuando el director del periódico El Sol me hizo detener en la comisaría, la Federación dirigida por Emiliano Huamantica no movió un dedo. Tuve que hacer mi primera huelga de hambre para que me soltaran, y no sería la última.
El precoz enroque corto de mi oponente me desconcertó. Mejoró notablemente su posición y por arte de magia pasó a la ofensiva con las negras. ¿Qué has hecho? pregunté maravillado. Una defensa Nimzo-quechua, dijo parpadeando los ojos con malicia. ¿La defensa Nimzo-india, dirás? Claro, esa misma, pero estamos en el Cuzco, señaló con una sonrisa insistente. Lleva ese nombre en honor del maestro ruso Aron Nimzowitsch que la practicó allá por 1920, y desde entonces la han usado muchos. Hasta Bobby Fischer frente a Spassky durante el campeonato del siglo.
En el calabozo me encontré con un dirigente de Chaupimayo, al que conocía de vista, llamado Andrés Gonzáles. Ni hagas tanta huelga que a ti te van a soltar pronto porque no hay orden de juez, nosotros si estamos jodidos, me dijo en quechua. Efectivamente me liberaron a las pocas horas y antes de recoger un par de libros, mi ajedrez y mi poncho, le dije que me gustaría ayudarlo en Chaupimayo. Consultó con los otros dirigentes presos y agradeció mi gesto: Anda a la hacienda Santa Rosa y habla con mi gente que puede asustarse y retroceder, pues ese hacendado es bien salvaje.
No lo pensé mucho, puse una pocas pertenencias y una máquina de escribir en una bolsa de mercado y me tomé el tren a Quillabamba. En la estación de Chaullay me esperaba un campesino con una cabalgadura, que me condujo por unas endiabladas trochas en medio del monte. Cómo es el destino ¿no? Caí en la boca del lobo, más precisamente en la hacienda Santa Rosa, de Alfredo Romainville, famoso por su corpulencia y su trato despótico y feroz.
Lo primero que hice fue ponerme a estudiar la situación. Chaupimayo estaba en una zona casi inaccesible y el valle de La Convención era un caso peculiar. Aprovechando una ley que promovía los “denuncios de tierras de montaña”, los hacendados cuzqueños se hicieron de enormes extensiones que ancestralmente pertenecieron a piros y machiguengas. Pero como los nativos se adentraron en el bosque, desde los años treinta optaron por traer comuneros de las zonas altas con el sistema de enganche. Lo curioso es que dentro de su mentalidad medieval, no los asalariaron sino les “arrendaron” parcelas de dos o tres hectáreas, a cambio de trabajo gratuito o parte de la cosecha. De allí el nombre de arrendires. El resultado final fue que se reprodujeron las mismas relaciones feudales que se mantenían en los fundos de altura.
Solo en la provincia de La Convención había 140 haciendas, y en la de Paucartambo 169. La casta colonial encarnada por los La Torre, los Yábar, los Garmendia y los Romainville controlaba el 80 por ciento de las tierras cultivables del Cuzco, y sus propiedades no sólo eran desmesuradas sino sumamente improductivas. Habían concentrado la propiedad a través de la fuerza y la tinterillada, solo para resucitar el medievo.
Como ejemplo, las propiedades de los Romainville iban desde el río Vilcanota hasta el Apurímac, una superficie parecida a la extensión de toda Bélgica. Solamente Huadquiña tenía 140 mil hectáreas, y otro tanto Maranura, Santa Rosa y Chaullay, sin contar los fundos de la familia cerca del Cuzco como Angostura, y algunas propiedades más en la pampa de Anta.
Congeniamos rápido con los arrendires de Chaupimayo y hasta parcela me dieron. Me había convertido en allegado, y tenía un cafetal y un cocal ya productivos para trabajar, pero cada vez que tomaba mi corvo o mi lampa me decían: Anda nomás a escribir en la máquina tus documentos. Al final me la pasaba cuidando las chacras del puma y el majaz, con la máquina remington entre las piernas y redactando oficios o reclamaciones. Yo tenía dos ventajas, pues. Era letrado y hablaba bien el quechua. Lo había bebido de la teta materna en Huanoquite, un pueblo de Paruro donde me crie, y eso hacía que confiaran más en mí.
Vamos a organizarnos bien en sindicato, es la única forma de tener fuerza y liberar a los dirigentes presos, y haremos nuestro pliego de reclamos, dije en quechua en asamblea. Días después nos reunimos en secreto, lejos de la mirada del patrón y dijimos: Primero, hay que exigir precios justos para nuestro café. También hay que erradicar el trabajo gratuito, y el pongaje, intervino otro campesino. El Romainville no me deja tiempo para mi chacra, quiere que trabaje veinte días en sus campos, señaló un hombre esquelético masticando su coca. Además, nos impone precio de su capricho, añadió. Nuestros hijos se nos mueren, dijo una mujer. Ni postas, ni botiquines tenemos. Nos trata con palo, nos azota cuando no le gusta lo que hacemos, dijo un anciano.
Poco a poco nos fuimos organizando, vinieron más y más lugareños, así andrajosos, vestidos de harapos, humillados durante siglos. Los afiliados crecían como la espuma del río Urubamba, pero al regresar de un viaje a Lima caí nuevamente preso. Me había denunciado el tal Alfredo Romainville, y yo creí que era el fin de nuestra lucha. Así andaba meditabundo cuando me enteré que mismo día los campesinos de La Convención realizaron su primer paro, y sencillamente dejaron de aporcar las tierras del patrón. Mi carcelería se alargó dos meses, y tuve que recurrir otra vez a la huelga de hambre. Sería la segunda de mis inaniciones revolucionarias, ironiza.
Como Romainville no nos reconocía vino la huelga campesina. Los arrendires ya no íbamos a trabajar a las tierras del hacendado, y nos dedicábamos a nuestras propias chacras de ladera, donde el café y los cocales crecían mejor. La consecuencia fue que la mala hierba estropeaba los cultivos del hacendado, mientras nuestras economías florecían. Esta huelga era en la práctica una toma de tierras, una reforma agraria desde abajo, y esto lo entendimos desde el principio. Mas duraba la huelga, más se jodía el patrón.
Éramos un mal ejemplo. Los arrendires de las otras haciendas se comenzaron a pasar la voz: Hay que hacer como en Chaupimayo ¡Tierra o Muerte! Bajo un cobertizo de ramas y palmas, fueron llegando los delegados, los del sindicato de Masapata y Chancamayo siguieron nuestros pasos, y los de Maranura también. Al principio fuimos ocho sindicatos, luego se multiplicaron, veinte, treinta, al final pasaron de cincuenta. Necesitamos federación ahora, proclamaron todos.
Sólo muertos nos sacarán, gritábamos ante los policías de asalto que venían a resguardar las haciendas, pero más asustados estaban los patrones, antes señores de horca y cuchillo. Ya ni podían acudir a sus propias tierras. Hubo incluso casos curiosos. El hacendado de Paltaybamba viendo a las huestes campesinas desde el balcón de su desvencijado palacete, solo atinó a decir: “Me voy, me voy, la tierra es de ustedes. Solo quiero que me guarden en una habitación mis recuerdos familiares”. Los arrendires atrincherados accedieron. El hacendado se retiró acompañado de una banda de músicos, entre cohetes, cánticos y bailes.
De allí mi contrincante me obligó a cambiar su alfil por el caballo que defendía mi rey y me dobló los peones. En ocho jugadas había logrado conquistar el centro del tablero y tener el dominio absoluto del medio juego.
En enero de 1961 fundamos la Federación con casi 150 sindicatos afiliados, y me designaron secretario general. Los comunistas comenzaban a respetarme, aclara. Para el primero de mayo convocamos un mitin y el Cuzco de los gamonales tembló: Miles de labriegos con machetes en mano y portando antorchas ocuparon la ciudad y el 26 de julio se volvió a repetir el mismo escenario. El gobierno de Manuel Prado presionado por las circunstancias se vio obligado a abolir el trabajo gratuito, instaurar el salario mínimo, y cortar los juicios de desahucio contra sus arrendires. Pero ya era muy tarde. Miles de banderas peruanas bajaban de los cerros, izadas en largas cañas, y los ejércitos de huacchas que solo llevaban picos y azadas, ocuparon las haciendas fuera de los linderos del valle.
Paralelamente, un grupo de militantes del POR argentino de Nahuel Moreno llegó al Cuzco con la idea de apoyar al FIR, pues éramos partidos hermanos. Al frente de estos militantes gauchos estaba Daniel Pereyra, quien inconsultamente, y sin el aval de su jefe, planteó una estrategia de acciones armadas con el presunto objetivo de recaudar fondos para las luchas revolucionarias. De haberlo sabido yo me hubiera opuesto desde el principio, porque podía desencadenar una represión indiscriminada contra el movimiento de La Convención, pero ellos siguieron adelante. En diciembre de 1961 un comando asaltó el Banco Popular de Magdalena y en abril del año siguiente el mismo grupo tomó la sucursal del Banco de Crédito de Miraflores y obtuvo un millonario botín. Casi dos millones y medio de soles de la época, unos 100 mil dólares de los cuales no vimos un centavo. El comando fue capturado rápidamente y Pereyra detenido, junto con otros militantes, entre ellos el poeta y fundador del GOM, Leoncio Bueno y algunos estudiantes de la Universidad de Ingeniería. Errores de planeamiento, la impericia, y el azar complotaron contra ellos. De aquella aventura solo logró evadirse Pedro Candela, que llegó a Chaupimayo, flaco, hambriento y sin un chico en el bolsillo. Eran épocas difíciles, los terratenientes nos tenían amenazados con la policía, me había quedado aislado como consecuencia del funesto atraco a los bancos. Lo único que cabía era defenderse y esperar mejores tiempos, no quedaba de otra. Yo le estaba dando vueltas a unas brigadas de autodefensa y Candela vino en mi auxilio. Él además de obrero textil había sido militar y era diestro en el manejo de armas, de lo cual yo no tenía ni idea. Brigada Remigio Huamán se llamará, en honor de un compañero caído, propuso Andrés González. Todos asentimos.
La oligarquía retrocedió como un tigre herido, y llamó a sus mastines. Vino el golpe de 1962 y los militares optaron por el camino de dar palo y zanahoria. Se desató una feroz cacería policial contra nosotros los dirigentes, se extendió la presencia de oficiales de inteligencia entrenados por la CIA, y se promulgó una limitada ley de reforma agraria circunscrita a las haciendas del valle, que pretendía que los campesinos pagaran las tierras a los hacendados.
A finales de 1962 llegó a Chaupimayo Luis de la Puente Uceda para proponerme la lucha armada y la unidad de la izquierda. El jefe del Apra Rebelde, recientemente reconvertido en MIR, me habló de replicar la experiencia de la Sierra Maestra en el valle de la Convención y que para ello contaba con el apoyo de Cuba, de Vietnam y de China. Grandilocuente como era, lo tomé con cierto recelo, y al final no nos entendimos. No es que yo estuviera en desacuerdo, sino que consideraba más urgente robustecer el movimiento campesino, que estaba siendo golpeado por el nuevo gobierno. Ya habrá tiempo para la guerra, le dije, ¿Cómo puedo imponerle a un campesino que recién tiene la tierra, tomada con sus propias manos, que lo deje todo, y que se vaya a una guerra que no comprende? La conciencia demora en fermentar. No se puede pasar por sobre el movimiento de masas y quemar etapas, sustenté. Él me dijo que una gran ola revolucionaria nos esperaba tras el triunfo de la revolución cubana.
Yo creo que la realidad transitaba por otro lado mientras los teóricos de la revolución alimentaban esquemas que solo se alojaban en sus cabezas. Nuestra lucha era por la tierra, no por la revolución y por eso el campesinado nos apoyaba. Nuestro ejemplo había cundido. El movimiento ya no era solamente del valle de La Convención. Las tomas de tierras se sucedían también en las partes altas del Cuzco y el eco de nuestras movilizaciones llegaba desde Puno hasta Pasco. El movimiento cobraba prestigio, pronto comenzaron a llegar periodistas y se volvió noticia. Todavía recuerdo mi emoción cuando el 16 de diciembre de 1962 logramos reunir en la pequeña ciudad de Quillabamba a 15 mil campesinos, dispuestos a defender su tierra con las uñas, mientras la prensa limeña, de espaldas a la realidad, alertaba de guerrillas en el Cuzco.
Ya estaba fulminado. Solo me quedo darle un tincote a mi hidalgo rey blanco. ¿Otra? No hermano, sabes demasiado para mi nivel. Mejor háblame de ti, de tu vida. ¿Cómo comenzó todo? ¿Qué has hecho para estar en tantos lugares al mismo tiempo, justo allí donde estaba la convulsión? Yo no hice nada, allí me puso la historia y el azar. La vida es como el ajedrez, hermano. Algunas aperturas se predicen, pero uno nunca sabe cómo terminará la partida. Debo reconocer que me gusta jugar con las negras y he tenido que aprender a defenderme. He estado demasiadas veces al borde del jaque mate pero todavía me hallo aquí. Primero fue en Plaza de Mayo cuando una tempestad de fuego caía de los aviones sobre la multitud. Más tarde en La Convención, cuando todo un ejército me perseguía. Luego vino el juicio. Tengo que reconocer que cuando el fiscal del Consejo Militar pidió la pena de muerte, un poco que me derrumbé. Una serie de pensamientos se me agolparon en la cabeza: mi hija, mis amigos, el resplandor de un amanecer en Chaupimayo, un cafecito con una novela de Agatha Christie entre los dedos. Yo frente al pelotón de fusilamiento, revisando mi miedo y mi valentía. Felizmente esa tarde se me presentó en el locutorio de la cárcel de Tacna el doctor Alfredo Battilana, mi abogado, hombre trejo en la defensa de los presos políticos. No se atreverán a fusilarte, me dijo. Si te matan te convertirías en un mito y si no te matan también. Están jodidos. Ambos nos echamos a reír de su humor cáustico. Mas bien pretenderán que te pudras en la cárcel, añadió, pero haremos una campaña internacional. Ya le informé de tu situación jurídica a Nahuel Moreno. No claudiques, nada más.
Battilana me devolvió a la vida, me sacó de mis oscuros presentimientos y pronto me enteré que todos los días llegaban a Palacio de Gobierno una montaña de telegramas. Bertrand Russell, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, mi admirado Isaac Deutscher, y decenas de personalidades que yo ni conocía, pedían mi libertad y la de mis compañeros campesinos. Cientos de sindicatos y organizaciones populares acusaban al régimen peruano de sanguinario e inhumano, y exigían la anulación de ese juicio espurio. El drama de los campesinos de La Convención y Lares había dado la vuelta al mundo. De solo eso me vanaglorio.
Tras siete años de carcelería salí al exilio y aparecí de nuevo en la Argentina en 1972, justo cuando ocurrió la bárbara masacre del penal militar de Trelew. En represalia por la huida de los principales dirigentes de Montoneros y el Partido Revolucionario de los Trabajadores, nueva nomenclatura del POR, los marinos asesinaron a 16 reclusos y dejaron heridos a otros tantos. Huí, me dijo Nahuel Moreno apenas nos enteramos de la noticia. Si te atrapan te matan en el acto, porque vos sos extranjero, che. Opté por asilarme en la embajada chilena y ya en Santiago en pleno gobierno de la Unidad Popular viví el tanquetazo y el golpe definitivo contra Allende. Yo por entonces hacía política en los cordones industriales de Santiago, criticando cómo se confiaba en la observancia democrática de las FFAA. Ay que armarse decía, los milicos nos van a hacer chichirimico, weón, pero la Unidad Popular seguía confiando en los generales constitucionalistas.
El 11 de setiembre me salvé con las justas. Ya conocíamos las noticias del Estadio Nacional y logré llegar a la embajada sueca en el maletero del carro de un amigo. Allí fui recibido por el embajador Harald Edelstram que me afeitó la barba, me calzó un terno azul y una gafas, y me dio un pasaporte a nombre de Hans Blum, ministro consejero de la legación. No tengo seguridad de poder llegar a Pudahuel, Pinochet es capaz de dispararnos, me advirtió.
Al día siguiente partimos en el carro de Edelstram hacia la embajada de México, en donde nos sumaríamos una larga caravana de vehículos. Diplomáticos de cinco países nos escoltaron para finalmente depositarnos en un avión del gobierno azteca. Pinochet no se atrevió a tanto. Cinco años más tarde y siendo candidato a la Asamblea Constituyente, fui deportado en un Hércules por el dictador Morales Bermúdez junto a una docena de izquierdistas peruanos. Esa historia la conoces. Terminamos en Jujuy en una base contrasubversiva de la dictadura de Videla y otro milagro giro del destino me salvó. Se generó tal despelote internacional que finalmente pude viajar a Suecia y luego al Perú como constituyente electo, con una inesperada votación que nunca imaginé. El tiempo corre rápido, carijo, como ráfaga. Parece que fue ayer… Como verás, soy un gato montés de muchas vidas.
Las luces del Cuzco se desperezan y en medio de una plúmbea neblina nos despedimos.
Primera carta de Hugo Blanco a José María Arguedas
El Frontón, 11 de noviembre, 1969
Taytay José María:
Casi me has hecho llorar este día, al saber lo que me contó tu esposa. Me dijo: “Esto te envía (Todas las sangres); escribió mucho en quechua y después, ‘puede tener vergüenza de mí’ diciendo, se arrepintió y no puso sino esas escuetas palabras en castellano”
Cuando me dijo eso, yo me dolí mucho; casi lloré: ¿Cómo es posible, taytáy, que entre nosotros podamos avergonzarnos de cuanto nos podemos decir en nuestra lengua tan dulce? Cuando nos pedimos ayuda, nunca lo hacemos con palabras escuetas en nuestra lengua. ¿Acaso alguna vez escuchamos decir:
“Mañana has de ayudarme a sembrar, porque yo te ayudé ayer”?
¡Aj! ¡Qué asco! ¡Qué podría ser eso! Únicamente los gamonales suelen hablarnos de esta forma. ¿Acaso entre nosotros, entre nuestra gente, nos hablamos de ese modo? Muy tiernamente nos decimos:
“Señor mío, vengo a pedirte que me valgas; no seas de otro modo: mañana hemos de sembrar en la quebrada de abajo; ayúdame pues caballerito, paloma mía, corazón”.
Con estas palabras solemos empezar a pedir que nos ayuden.
Y también cuando nos encontramos en los caminos de las punas, aun sin conocernos, nos saludamos el uno al otro; nos invitamos un trago, nos alcanzamos algún poco de coca; nos preguntamos hacia dónde vamos; y solemos charlar un rato
Y siendo así, ¿crees que puede haberme dolido cualquier cosa que hubieras escrito en nuestra dulce lengua para mí? ¿Acaso mi corazón no se enternece al leer cómo has traducido al castellano nuestra lengua para que todos la conozcan y alcancen a saber, aunque no sea sino una parte de lo tanto que esa lengua puede expresar? ¿Acaso cuando yo también traduzco algo de lo que hablamos en nuestra lengua, no me acuerdo de ti?
“Escribe como él, diciendo, van a hablar de mí los mistis (repito, únicamente para mí mismo, cuando intento traducir del quechua); eso lo han de repetir bien; han de decir la verdad; yo no puedo hablar de otro modo; digo exactamente lo que brota de mi corazón y de mi boca”,
diciendo esto, yo pienso.
Yo no puedo decir qué es lo que penetra en mí cuando te leo, por eso, lo que tú escribes no lo leo como las cosas comunes, ni tampoco tan constantemente, mi corazón podría romperse
Mis punas empiezan a llegar a mí con todo su silencio, con su dolor que no llora, apretándose al pecho, apretándolo. O bien cuando me recuerdas las pequeñas quebradas, empiezo a ver a los picaflores, escucho como si los pequeños manantiales cantaran. ¡Cuántas veces he pensado en ti, cuando me he sentido con estos recuerdos!
Cuánta alegría habrías tenido al vernos bajar de todas las punas y entrar al Cusco, sin agacharnos, sin humillarnos, y gritando calle por calle:
“¡Que mueran todos los gamonales! ¡Que vivan los hombres que trabajan!”.
Al oír nuestro grito, los “blanquitos”, como si hubieran visto fantasmas, se metían en sus huecos igual que pericotes. Desde la puesta misma de la Catedral, con un altoparlante, les hicimos oír todo cuanto hay, la verdad misma, lo que jamás oyeron en castellano; se lo dijimos en quechua. Se lo hicieron oír los propios maqt’as, esos que no saben leer, que no saben escribir, pero si saben luchar y saben trabajar. Y casi hicieron estallar la plaza de Armas esos maqt’as emponchados
Pero ha de volver el día, taytáy, y no solamente como aquel que te cuento, sino más grande. Días más grandes llegarán; tú has de verlos. Muy claramente están anunciados.
Aquí nomás, concluyo taytáy, porque si no, no he de terminar de escribir nunca. He de resentirme si no envías eso que escribiste para mí. Hasta que nos encontremos, tayta. No te olvides, pues, de mí. Hugo Blanco.
De José María Arguedas a Hugo Blanco
Hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma:
Quizá habrás leído mi novela Los Ríos Profundos. Recuerda, hermano, el más fuerte, recuerda. En ese libro no hablo únicamente de cómo lloré lágrimas ardientes; con más lágrimas y con más arrebato hablo de los pongos, de los colonos de hacienda, de su escondida e inmensa fuerza, de la rabia que en la semilla de su corazón arde, fuego que no se apaga. Esos piojosos, diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados por las mismas comunidades, esos, en la novela, invaden la ciudad de Abancay sin temer a la metralla y a las balas, venciéndolas. Así obligaban al gran predicador de la ciudad, al cura que los miraba como si fueran pulgas; venciendo balas, los siervos obligan al cura a que diga misa, a que cante en la Iglesia: le imponen a la fuerza. En la novela imaginé esta invasión con un presentimiento: los hombres que estudian los tiempos que vendrán, los que entienden de luchas sociales y de la política, los que comprendan lo que significa esta sublevación de la toma de la ciudad que he imaginado. ¡Cómo, con cuánto más hirviente sangre se alzarían estos hombres si no persiguieran únicamente la muerte de la madre de la peste, del tifus, sino la de los gamonales, el día que alcancen a vencer el miedo, el horror que les tienen! “¿Quién ha de conseguir que venzan ese terror en siglos formado y alimentado, quién? ¿En algún lugar del mundo está ese hombre que los ilumine y los salve? ¿Existe o no existe?, ¡carajo, mierda!”, diciendo, como tú, lloraba fuego, esperando, a solas. Los críticos de literatura, los muy ilustrados, no pudieron descubrir al principio la intención final de la novela, la que puse en su meollo, en el medio mismo de su corriente. Felizmente uno, uno sólo, lo descubrió y lo proclamó, muy claramente.
¿Y después hermano? ¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo; de los asnos y los perros el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo? Convirtiendo a ésos en el más valeroso de los valientes, ¿no los fortaleciste, no acercaste su alma? Alzándoles el alma, el alma de piedra y de paloma que tenían, que estaba aguardando en lo más puro de la semilla del corazón de esos hombres, ¿no tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la Catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos en las tripas? Hiciste correr a esos hijos y protegidos del antiguo Cristo, del Cristo de plomo. Hermano, querido hermano, como yo, de rostro algo blanco, del más intenso corazón indio, lágrima, canto, baile, odio.
Yo hermano, sólo sé bien llorar lágrimas de fuego; pero con ese fuego he purificado algo la cabeza y el corazón de Lima, la gran ciudad que negaba, que no conocía bien a su padre y a su madre; le abrí un poco los ojos, los propios ojos de los hombres de nuestro pueblo, les limpié un poco para que nos vean mejor. Y en los pueblos que llaman extranjeros creo que levanté nuestra imagen verdadera, su valer, su muy valer verdadero, creo que lo levanté alto y con luz suficiente para que nos estimen, para que sepan y puedan esperar nuestra compañía y fuerza; para que se apiaden de nosotros como del más huérfano de los huérfanos; para que no sientan vergüenza de nosotros, nadie.
Esas cosas, hermano, a quien esperaron los más escarnecidos de nuestras gentes, esas cosas hemos hecho; tú lo uno y yo lo otro, hermano Hugo, hombre de hierro que llora sin lágrimas; tú, tan semejante, tan igual a un comunero, lágrima y acero. Yo vi tu retrato en una librería del barrio latino de París; me erguí de alegría, viéndote junto a Camilo Cienfuegos y al “Che” Guevara. Oye, voy a confesarte algo en nombre de nuestra amistad personal recién empezada: oye, hermano, sólo al leer tu carta sentí, supe que tu corazón era tierno, es flor, tanto como el de un comunero de Puquio, mis más semejantes. Ayer recibí tu carta: pasé la noche entera, andando primero, luego inquietándome con la fuerza de la alegría y de la revelación.
Yo no estoy bien, no estoy bien; mis fuerzas anochecen. Pero si ahora muero, moriré más tranquilo. Ese hermoso día que vendrá y del que hablas, aquél en que nuestros pueblos volverán a nacer, viene, lo siento, siento en la niña de mis ojos su aurora, en esa luz cayendo gota por gota tu dolor ardiente, gota por gota sin acabarse jamás. Temo que ese amanecer cueste sangre, tanta sangre. Tú sabes y por eso apostrofas, clamas desde la cárcel, aconsejas, creces. Como en el corazón de los runas que me cuidaron cuando era niño, que me criaron, hay odio y fuego en ti contra los gamonales de toda laya; y para los que sufren, para los que no tienen casa ni tierra, los wakchas, tienes pecho de calandria; y como el agua de algunos manantiales muy puros, amor que fortalece hasta regocijar los cielos. Y toda tu sangre ha sabido llorar, hermano. Quien no sabe llorar, y más en nuestros tiempos, no sabe del amor, no lo conoce. Tu sangre ya está en la mía, como la sangre de don Victo Pusa, de don Felipe Maywa, don Victo y don Felipe me hablan día y noche, sin cesar lloran dentro de mi alma, me reconvienen en su lengua, con su sabiduría grande, con su llanto que alcanza distancias que no podemos calcular, que llega más lejos que la luz del sol. Ellos, oye Hugo, me criaron, amándome mucho, porque viéndome que era hijo de misti, veían que me trataban con menosprecio, como a indio. En nombre de ellos, recordándolos en mi propia carne, escribí lo que he escrito, aprendí todo lo que he aprendido y hecho, venciendo barreras que a veces parecían invencibles. Conocí el mundo. Y tú también, creo que en nombre de runas semejantes a ellos dos, sabes ser hermano del que sabe ser hermano, semejante a tu semejante, el que sabe amar.
¿Hasta cuándo y hasta dónde he de escribirte? Ya no podrás olvidarme, aunque la muerte me agarre, oye, hombre peruano, fuerte como nuestras montañas donde la nieve no se derrite, a quien la cárcel fortalece como a piedra y como a paloma. He aquí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias. A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egoístas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes conocen y sienten el amanecer. Así la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir. ¿No es verdad hermano?
Recibe mi corazón. José María
De Hugo Blanco a José María Arguedas
El Frontón, 25 de noviembre de 1969
¡Padre mío! Padre mío José María:
Cada vez que me hablan de ti hacen llorar mi corazón, con una u otra cosa. La vez pasada, porque creíste que criticaría tu actitud y ahora, porque estando enfermo quieres venir. ¡Padre mío! ¡Cuánto está queriendo encontrarse contigo mi corazón! ¡Cuánto desean mirar mis ojos a mi gran padre! Encontrarme contigo, padre mío, ¡qué sería!
Desde mucho antes sabía que éramos un solo corazón, no solamente leyendo Los ríos profundos; sino que, leyendo cualquier cosa que escribes, mirando cualquier cosa que haces, se trasluce tu ser indio. ¿Iba a esperar yo a escuchar lo que dijeran los críticos?
Que hablen lo que quieran esos mistis; mi corazón, está mirando al tuyo en lo que escribes, allí apareces como en agua clara. Por eso, padre, encontrarme contigo ¡qué sería! Ni en todo el año terminaríamos de relatarnos. Y eso no se puede en la visita. No dura ni dos horas. No alcanza para conversar nada. Mucha gente trajina, como en los mercados de nuestros pueblos. Y contigo, padre mío, no podríamos hablar sólo diez minutos. Nuestro corazón reventaría. ¡Habiendo tanto que relatarnos, habiendo tanto que conversar! Contigo tenemos que hablar calmadamente, como hombres serios; sentándonos tranquilos, el corazón plácido, hallpando nuestra coquita, fumando de un solo cigarrillo, perdiendo la vista en los cerros lejanos. Acá no sería así, padre. Así como no puedo leer comúnmente tus escritos, por esa misma razón no podría encontrarme contigo comúnmente. A pesar de eso, te haré llamar un día, padre; cuando haya algo de calma; por lo menos para contemplar tu venerado rostro, por lo menos para apretar tu corazón al mío. Mientras llegue ese día, así te escribiré cada vez, volcando mi corazón al tuyo. Como si en la era del trigo, dentro del aliento del rastrojo, mirando las estrellas, nos estuviéramos relatando lo que hemos vivido, lo que pensamos; así igual va a ser padre, no te apenes, no llores. Cuán lejos estemos, somos el mismo corazón.
Conozco bien tu corazón, padre, aún antes de que me escribieras. Como te digo, al igual que en agua cristalina se ve tu corazón a través de tus escritos. No sé qué verán los mistis en ellos; y para que les digan: “Ése es un buen crítico” hablan una u otra cosa. Es imposible que ellos vean tu corazón aunque se los estés mostrando. El misti es misti, padre. En cuanto a ser buenas personas, algunas son realmente buenas personas, no les estoy insultando. Pero tu corazón, sólo tus congéneres indios lo vemos bien. Los mistis, aun siendo buenas personas, para eso, son ciegos que miran. Ellos no sollozan temblorosos como nosotros al leer tus escritos. Imposible, padre, el misti es misti.
Padre mío, algo tenía que decirte; quizá cuando hablé de los poetas habrás dicho: “¡Inclusive a nosotros se está refiriendo este cholo!”. No, padre, de ninguna manera. ¿Acaso en tu novela Los Ríos Profundos no relatas de forma encantadora lo de nuestra madre chichera? ¿Acaso leyendo esas cosas no llegué a llorar en silencio en mi rincón de la cárcel de Arequipa? ¿Y así iba a decir de ti: “No habla de la lucha del hombre común”? Y no sólo eso, padre. A ti, ya estando en la cárcel de Arequipa, te conocí bien. Y al conocerte dije: “¡Ya está carajo, ahora el mismo indio está hablando!” Así te miré. Pero desde antes, desde mi infancia respeté a los señores mistis cuando escribían a favor del indio. Por eso, aunque son mistis, mucho respeto a esos señores: Clorinda Matto, Ciro Alegría, Jorge Icaza, Enrique López Albújar. Esos señores pusieron la semilla en mi corazón cuando sólo era un muchacho, ellos también ayudaron para que mi sangre hirviera, me hicieron ver lo que no veía. Además, por eso respeto a mi hermano, él me hizo conocer lo que escribieron esos señores, él mismo escribió un poco en su juventud.
Por esa experiencia mía, te digo padre: lo que escribes no es sólo para mostrar a los no-indios de todas las naciones que nosotros somos gentes; no es sólo eso, padre. Ablanda el corazón de nuestro propio pueblo, lo despierta. Claro que tú todavía no ves a dónde llega la semilla que derramas. Quién sabe en qué jóvenes corazones se está regando hermosamente esta semilla. Así como Ciro Alegría, Icaza, no supieron que en mi corazón yo regaba su semilla. Ellos, siendo mistis, sembraron bien para que madure así en lucha. ¿Y así no iba a madurar en forma preciosa lo que como indio siembras?
Para que veas que tengo la raíz del propio hombre, la raíz brotada de nuestra propia tierra, te envío este relato que hago de mi padre Lorenzo. Eso no es cuento, padre; ahí estoy relatando lo realmente sucedido, también los nombres son verdaderos.
Desde hace tiempo quería relatar acerca de ese gran hombre, para que todos vieran la fuerza de nuestra raíz india. Sólo tiempo me faltaba para hacer eso. Pero ahora, al enterarme que estás enfermo, dije: “De una vez lo haré, para enviarlo a mi padre José María; para que por lo menos con eso se alegre en su enfermedad, para que se alegre con nuestra triste alegría”. Diciendo esto, padre, lo hice rápido, y ahora te lo estoy enviando con todo mi corazón.
Hasta otro día padre, sangre de mi sangre, pena de mi pena, alegría de mi alegría. Si sólo fuese por mí, jamás acabaría esta carta, cuando tantas cosas tengo que decirte.
Hasta otro día padre,
Hugo Blanco
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danielapaez · 2 years
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PARCIAL III Exposición Grupal – Palacio Real de Madrid
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Palacio Real de Madrid  
El Palacio Real de Madrid también conocido como el Palacio de Oriente de Madrid. Fue diseñado durante el siglo XVIII y esta la residencia oficial de la Familia Real Española.
Su origen se remonta al siglo IX, cuando el reino musulmán de Toledo construyó una alcazaba.  Después pasó a ser usada como residencia por los reyes de Castilla, construyendo en el siglo XVI, el llamado Antiguo Alcázar, ocupado por Carlos I y Felipe II.
>Arquitectos: Felippo Juvarra, Giambattista Sacchetti
>Año: 1738-1764
>Inicio de la construcción: Felipe V, fue el que inicio la construcción con el arquitecto Felipe Juvarra, quien fue sustituido luego de su muerte por su discípulo Giambattista Sacchetti(luego que fue su maestro)
>De las numerosas obras que llevo a cabo Juvarra tenemos:
Basílica de Superga (Italia, Turín) / Palacio Madama (Italia, Turín)
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en sus obras podemos ver que brilla su estilo barroco y su escenografía de la arquitectura.
>Sacchetti desarrollo la mayor parte de sus obras en España con Felipe V como: la residencia real en la granja
tenemos también:
Plaza de Toro de la Puerta de Alcalá/ Catedral de la Almudena de Madrid(que esta muy cerca del palacio real de Madrid)
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>Estilo Barroco - Neoclasicismo
Toda la construcción se hizo abovedada, en piedra y ladrillo, sin madera, para que un incendio no pudiera destruido nuevamente. Así mismo, el estilo arquitectónico se encuadra dentro del barroco, pero anuncia ya el neoclasicismo.
>contexto histórico: 860 y880
El alcázar de origen medieval por Felipe V
El palacio sigue el  esquema de palacio  hispano  con  planta  cuadrada  en torno a un patio interior,  remarcando las esquinas con torreones también cuadrados  (aunque en este caso no sobresalen  en altura ) .  De esta forma  se generan  cuatro fachadas:  la de la armería, la de plaza de Oriente, la que dan a los jardines del  Campo del Moro y jardines Sabatini..
   En torno al patio central se encuentran las estancias reales 
     Este esquema ya indica cierta racionalidad, sin embargo el resultado final conserva algo de fortaleza debido al número de plantas.
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Planta del Palacio Real de Madrid
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Cuenta con una escalera principal conocida como la gran escalera de embajadores, proyectada por Sabatini, una de las principales joyas del palacio que responde al esquema de tipo imperial con tres rampas paralelas.
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¿Qué hace de esta obra barroca?
Sachetti toma como referencia las fachadas que hizo Bernini para el Louvre. Formada por dos cuerpos, el primero una base de zócalo almohadillado, sobre él se encuentra un entrepiso de pequeñas ventanas. Y un cuerpo superior con columnas de orden jónico y pilastras dóricas en los paños intermedios
Opiniones Personales
El hecho de que el Palacio Real sea el centro y símbolo de la institución monárquica, puede llegar a hacernos creer que la historia de este edificio está más que contada. Pero por esas mismas características no todo lo escrito sobre el Palacio Real se ajusta a los cánones de una investigación seria, sino más bien todo lo contrario. Además, se nota la influencia francesa, pero no podemos negar que tiene su sabor local. Es maravilloso ver cómo cada país vuelve suyo a un mismo estilo. Simplemente sublime. 
Personalmente, lo barroco, en este caso, no es algo que se note en la fachada y que se pueda analizar basándose en sus elementos, sino basándonos en el contexto en el que se construyó. por otro lado tenemos el interior, es sumamente distinto: el barroco es más claro.
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mike13mt · 6 years
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la catedral tras la reja by arctika07
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marioandrei · 6 years
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Plaza de la Armería, Madrid
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magamodohistoria · 2 years
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Informe Parcial III - Palacio Real de Madrid
También llamado Palacio de Oriente, fue construido por orden del rey Felipe V, sobre el solar dejado por el Real Alcázar, destruido casi del todo por un incendio en 1734. Su construcción comenzó en 1738, con el arquitecto Filippo Juvara al frente del proyecto. Al morir Juvara, su discípulo Juan Bautista Sachetti quedó encargado del diseño y la ocnstrucción. ​ Francesco Sabatini se encargó de la conclusión del edificio, así como de obras secundarias de reforma, ampliación y decoración.
La planta del palacio proyectada por Sachetti es de tipo patio central con forma cuadrangular, en sus cuatro ángulos se encuentran cuerpos salientes que recuerdan a los tradicionales torreones cuadrados. Durante las obras, se tuvo que levantar muros de contención en talud con el objetivo de nivelar la pronunciada pendiente del lado oeste hacia el campo del moro y del lado norte hacia los jardines de Sabatini.
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Imagen: Planta del proyecto de Sachetti.
Sachetti toma como referencia las fachadas que hizo Bernini para el Louvre. Formada por dos cuerpos, el primero una base de zócalo almohadillado, sobre él se encuentra un entrepiso de pequeñas ventanas. Y un cuerpo superior con columnas de orden jónico y pilastras dóricas en los paños intermedios, entre los que se abren los balcones de las salas principales del piano nobile, adornados con una alternancia de frontones triangulares y semicirculares. Le sigue un entrepiso con vanos ciegos y el último piso con ventanas rectangulares. El edificio está rematado por una cornisa muy saliente y una balaustrada. En la fachada principal, desde la que se extiende la Plaza de la Armería, se encuentra una especie de frontón rectangular adornado con un gran reloj. Además, en el centro de cada fachada, en la cornisa se colocó un escudo de las armas reales.
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Imagen: Fachada Norte del Palacio Real de Madrid.
El patio, al igual que las fachadas tiene un carácter sobrio, donde Sachetti empleó el sistema mixto de arco y dintel para componer los alzados de la planta baja y principal.
Toda la obra está realizada en piedra, el granito de combina en las fachadas en el basamento y muros lisos. Mientras que, la piedra blanca se usa para columnas, pilastras, cornisas y balaustradas, resultando en un bonito contraste.
Pero al observarlo, pensamos ¿Qué es lo que lo hace una obra barroca?
Al darle un primer vistazo podemos ver que los elementos arquitectónicos en su exterior, siguen siendo elementos clásicos que podíamos identificar fácilmente en una obra del Renacimiento. Así que, para comprender porqué el Palacio Real de Madrid es barroco, tenemos que prestar atención a su contexto.
Los exteriores se trabajan en pro de la obra, lo que hace que esta se encuentre metida dentro de una escenografía, esto se logra a través de todo el trabajo de paisajismo, como los realizados en los Jardines del Campo del Moro que crean una especie de perspectiva hacia el infinito, y los Jardines de Sabatini, más al estilo francés. Además, la escala tan imponente del palacio, es una clara representación del poder de una monarquía europea, algo muy propio de la época barroca.
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Imagen: Jardines del Campo del Moro.
En contraste con el exterior del palacio, que sigue siendo muy sobrio, el interior es una experiencia completamente distinta. El lenguaje clásico de la fachada cambia a uno más ostentoso, pero igual de imponente, que puede ser vista como demostración de los lujos a los que tenía acceso la alta sociedad en los siglos XVII - XVIII. En el interior se destacan la Escalera Principal, el Salón Gasparini, la Capilla Real, el Salón de los Espejos y la Sala de las Columnas.
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Imagen: Escalera Principal.
Experiencia grupal
Respecto a la dinámica de la subasta de obras, fue mi favorita, me parecieron muy interesantes las comparaciones con obras de distintas épocas.
La interacción con mi grupo fluyó bastante bien (ya hemos trabajado juntas antes y nos llevamos muy bien🤠), así que logramos repartirnos los temas tranquilamente y organizarnos sin problemas.
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flash56-chase05 · 2 years
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Pues que esta mañana he visitado el Palacio Real de Oriente.
Por supuesto, ha sido solo el primer piso. Les he hecho fotos a cosas bastante... curiosas, como Carlos IV esculpido cual César.
(Lo que me he podido reír con eso).
Otras se me han quedado grabadas en la memoria, como las tropecientas armaduras para Felipe III de niño, el cuarto de fumar de Alfonso XIII decorado con motivos orientales, o incluso las armaduras japonesas regaladas a Felipe II —la delegación tardó dos años en llegar.
(Lo siento, en esos puntos no podía hacer fotos.)
Yo ya era consciente de que no podría acceder a las estancias de la Oficina. De hecho, la visita estaba tan restringida que ni siquiera pude entrar al Archivo General de Palacio, situado al costado izquierdo de la Plaza de la Armería.
Que sepa, solo estuvo abierto para la exposición de Cartas al Rey, sobre la Oficina y todo el repertorio fotográfico de la Primera Guerra Mundial de Jean Baptiste Tournassoud, en 2019.
Sin embargo, me encontré esto justo en la puerta de ese Archivo.
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(Perdonad ese contraste atroz, de verdad, y la cámara pocha de mi móvil, aunque creo que se lee bien).
Y me emocioné.
Algo era algo.
En fin, que yo estaré aquí, esperando a que me vuelvan a abrir esa exposición de nuevo. Al igual que llevo más de dos años aguardando para los búnkeres del Retiro.
Llegarán pronto.
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fotograrte · 8 months
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Plaza de la Armería, Palacio Real de Madrid, de noche
  Plaza de la Armería, Palacio Real de Madrid (“Palacio de Oriente“): Fue diseñada por Narciso Pascual y Colomer con la colaboración de Enrique María Ripollés y Vargas y las obras finalizaron en 1892.  En la época del Real Alcázar en este lugar solamente existía una explanada conocida como Plaza del Palacio hasta que en el siglo XVII se construye un arco conocido como Arco de Palacio y la…
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laura-borja · 2 years
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Reflexiones en el Barroco, versión Europa parte I
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Palacio de Versalles, visto desde sus jardines
De Italia a Francia, ¿cambios en la arquitectura barroca?
  Primeramente, fue un estilo de arquitectura que floreció durante los reinados de Luis XIII, Luis XIV y Luis XV
  Pienso en ella, como una combinación de lenguajes. Por un lado, es notable la influencia de la arquitectura barroca italiana debido a la magnificencia de los palacios y por la decoración de los espacios internos, pero al mismo tiempo, vemos una reinterpretación de la misma, dando prioridad a aspectos como: la elegancia, sobriedad, armonía, claridad... En ese sentido, se parece más al clasicismo renacentista.  Razón por la que, a veces, es llamada clasicismo francés.
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Versalles, techo de la Galería de los Espejos
  Siento que es muy egocéntrica, pues pretende mostrar, en todo su esplendor, la grandeza de los monarcas y el carácter majestuoso y divino de la monarquía absolutista. Ejemplo de ello, es el mismo Luis XIV, quien terminó usando al palacio de Versalles, como expresión de su poder y de su propia persona. Es más estricto, organizado y formalista, pero también es un absoluto YO.
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Palacio de Versalles, vista aérea
 Ahora pasemos a España, ¿algún cambio?
   Vemos como en España, la arquitectura es similar a la francesa, pero se ajusta a las características propias del lugar, no es una imitación en sí, ya que busca la adaptación. Es más local por así decirlo, por lo que, en ese sentido, también es más libre.  Es una arquitectura más clásica y academicista, debido a la influencia de Francia e Italia.
   En España, vemos como los Borbones recurrían a arquitectos franceses e italianos para llevar a cabo las principales obras reales, introduciendo, poco a poco, la nueva corriente dentro de misma.  
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Palacio Real, fachada hacia la Plaza de Oriente
 Hola Europa, ¿nueva visión del Barroco?
  Al salir de Italia y estudiar obras de Europa como el Palacio de Versalles en Francia o el Palacio Real de Madrid en España, fui capaz de ver y entender al Barroco desde una nueva perspectiva y no únicamente su extravagancia o teatralidad ya conocida.  Así mismo, vemos que el contexto pasa a jugar un papel importante dentro de la arquitectura y, a diferencia del pasado, ahora se comienzan a concebir los espacios de dentro hacia afuera; lo que, incluso, puede llegar a crear el marcado contraste que existe entre el interior y el exterior de ha sido constante en las obras vistas.  Engaña al espectador, porque desde el exterior recibes un tipo de información y cuando entras, el lenguaje cambia casi totalmente. Es una verdadera experiencia, ya que los espacios buscan ser representados para disfrutarlos.
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Salón de Gasparini - Fachada del Palacio Real hacia los Jardines de Sabatini
 Lo mismo sucede con los espacios que componen y acompañan a la obra principal, es decir, los jardines, las plazas, edificios alternos, cuerpos de agua, etc. etc.  Hay una nueva organización de los espacios, como si fuese una escenografía bien montada.  Vemos la creación de espacios transitorios, algo así como una escena antes del clímax, antes de llegar al evento principal que vendría siendo la obra.
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Jardines de Versalles
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Panorámica de la Plaza de la Armería, fachada principal del Palacio Real de Madrid
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jfkwarren · 3 years
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Ciudadanos madrileños en la Plaza de la Armería del Palacio Real, retratados ante la cámara de Ignacio Patac hacia 1900. Fot. Desconocido.
#paradasconhistoria #paseospormadridhaciaotrasépocas #fotosantiguasdemadrid #madridantiguo #GenteDeMadrid #PalacioReal https://t.co/piuw64BdLh
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cchiroque · 1 year
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RECUERDO DE UN INMORTAL: Hugo Blanco (1934-1923)
ACTO PRIMERO
Imposible entrevistarlo. Esta muy mayor, pronto cumplirá 88 años y hace veinte tuvo dos accidentes cerebro-vasculares que no lo postraron de milagro, argumenta su hija María, con una cortesía casi nórdica. Cuelgo el teléfono. Recuerdo habérmelo cruzado poco antes de aquel ictus, por el año dos mil uno en la calle Ruinas del Cuzco. Le sonreí, me sonrió y levantó su sombrero con una caballerosidad andina. El mechón blanco que le sombreaba la frente, se había expandido a toda su cabeza y barba, y estaba más delgado. A los pocos días me lo volví a encontrar en El Extra de la calle Espaderos, que por entonces era el café de los ajedrecistas Cuzqueños. Se sentó en la mesa de a lado, pidió un mate de coca y tropezó con mi mirada. Hola, me dijo, yo creo que te conozco, pero no sé de dónde. Fue hace mucho tiempo y ya no importa, señalé con ironía. Tu cara me parece conocida, añadió como si intentara remover el polvo del olvido. Juguemos una partidita, propuso. Unas chispas se encendieron en sus pupilas mientras pedía al dependiente que nos acercara un tablero y unas fichas incásicas. Pero soy malo en el ajedrez, añadí al tiempo que me concedió las piezas blancas. Eso lo comprobaremos sobre los escaques, sentenció. Hace años que no juego. Casi sin pensar saqué el peón de mi reina y lo adelanté dos casillas. Él respondió con el movimiento del peón de su rey, pero me sorprendió que solo lo avanzara un escaque.
A decir verdad, yo estaba en otra cosa. Trataba de recordar la trayectoria del hombre que tenía al frente, las viejas conversaciones que había mantenido con él, la vez que lo entrevisté en el Congreso cuando era un diputado díscolo y rebelde:
Me fui a la Argentina en plena dictadura de Odría con la idea de ser agrónomo, ya que por entonces el Cuzco estaba más cerca de Buenos Aires que de Lima, y me inscribí en la universidad de La Plata. La verdad es que me sentía un poco solo y comencé a ir a las reuniones del Centro de Estudiantes Peruanos donde me encontré con otros descosidos como yo. Creo que fue Carlos Owen el que me conectó con un pequeño partido llamado POR que tenía como principal dirigente a Hugo Bressano, más conocido como Nahuel Moreno. Debo decir que más parecía un intelectual que un hombre de pueblo, aunque tenía cierto aire legendario: había mantenido viva la llama de León Trotski desde los años cuarenta.
Por entonces se hablaba mucho de la dictadura del proletariado, pero casi todos los militantes del POR provenían de la clase media. Hay que ir en pos del movimiento obrero, exclamó Nahuel con énfasis en aquella primera reunión a la que me invitaron: ¡A las fábricas, para acabar con el fatal verbalismo de la pequeña burguesía! Así que decidimos convertirnos en obreros y hacer entrismo en el peronismo, sumergirnos en sus organizaciones de base, ganarnos a sus dirigencias intermedias. No había otra manera de actuar porque por entonces el vertical partido de Perón, tenía el monopolio de los sindicatos. Así, que de la noche a la mañana me vi trabajando en los frigoríficos Armour y Swift de Berisso.
Se han alzado los militares, oímos por radio Splendid. Inmediatamente hicimos una asamblea y el grito fue unánime: Vamos a defender a Perón. Fuimos de los primeros en llegar a Plaza de Mayo, a pie, en tren, en camiones, y allí estábamos cuando la fuerza aérea comenzó a bombardearnos. Corrimos. Conté más de cien cadáveres regados en las calles, los gritos de los heridos se ahogaban por el ruido de los proyectiles que caían de los cielos. Los peronistas enfurecidos y con sed de venganza, asaltaron las armerías, iglesias, lanzaron molotov contra los periódicos golpistas y hasta le prendieron fuego al arzobispado. Conjuramos la intentona, pero los militares argentinos aprendieron la lección. El siguiente golpe, en septiembre del mismo año, no se inició en Buenos Aires sino en Córdoba, en el interior del país. Perón entonces dijo por la misma radio Splendid: “la obligación de los obreros es ir a trabajar, no como esos comunistas que meses atrás quemaron templos y tomaron las armas”. Nos decepcionó a todos. A los minutos el presidente dimitió y huyó del país sin dar combate.
A continuación, trasladé mi peón de la reina dos posiciones mientras él movió el caballo de su rey. Me tocaba nuevamente e hice una jugada casi simétrica.
A principios de 1958 Nahuel Moreno me pidió que retornara para integrarme al POR peruano , que tenía sus raíces en el GOM, el primer grupo trotskista fundado allá por el lejano 1943. Cómo son las casualidades, justo cuando entré a laburar a una fábrica de fideos y me disponía a organizar mi primer sindicato, Pedro Candela me pasó la voz de que en el Parque Universitario había una protesta estudiantil. Es contra la visita de Nixon a San Marcos, me advirtió. Cuando llegamos la movilización ya se estaba saliendo de madre. Unas diez mil personas lo esperaban en los alrededores y ni bien avistamos el descapotable blanco del vicepresidente yanqui una lluvia de piedras y huevos inundó el cielo. Nixon insistió en recorrer a pie la distancia que lo separaba de la puerta de Letras, pero los estudiantes se plantaron y alguno le arrojó un escupitajo. Creo que el autor del suculento pollo fue Alfonso Barrantes, ríe. En ese momento el servicio secreto protegió y se lo llevaron chutando. Finalmente se refugió en el hotel Bolívar donde se alojaba, pero la noticia ya había saltado por el mundo. La imagen del gobierno de Prado había quedado por los suelos. Estas son maniobras del comunismo internacional, gritó en sus titulares Pedro Beltrán desde La Prensa, poco antes de que se desatase una feroz cacería, por lo que debí correr a esconderme.
Mi fotografía circulaba en los periódicos y ya estaba fichado por la dirección de gobierno como uno de los agitadores de la protesta, así que no se me ocurrió mejor idea que venirme al Cuzco. Aquí en mi tierra natal no perdí mi tiempo. Ayudé a organizarse a los canillitas y al tiempo me eligieron delegado ante la Federación de Trabajadores del Cuzco. Allí no me miraban bien porque habían averiguado que yo era trotskista y debemos recordar que la capital de los incas era el coto privado del Partido Comunista. Me acusaban de ser divisionista de la unidad obrera y cuando el director del periódico El Sol me hizo detener en la comisaría, la Federación dirigida por Emiliano Huamantica no movió un dedo. Tuve que hacer mi primera huelga de hambre para que me soltaran, y no sería la última.
El precoz enroque corto de mi oponente me desconcertó. Mejoró notablemente su posición y por arte de magia pasó a la ofensiva con las negras. ¿Qué has hecho? pregunté maravillado. Una defensa Nimzo-quechua, dijo parpadeando los ojos con malicia. ¿La defensa Nimzo-india, dirás? Claro, esa misma, pero estamos en el Cuzco, señaló con una sonrisa insistente. Lleva ese nombre en honor del maestro ruso Aron Nimzowitsch que la practicó allá por 1920, y desde entonces la han usado muchos. Hasta Bobby Fischer frente a Spassky durante el campeonato del siglo.
En el calabozo me encontré con un dirigente de Chaupimayo, al que conocía de vista, llamado Andrés Gonzáles. Ni hagas tanta huelga que a ti te van a soltar pronto porque no hay orden de juez, nosotros si estamos jodidos, me dijo en quechua. Efectivamente me liberaron a las pocas horas y antes de recoger un par de libros, mi ajedrez y mi poncho, le dije que me gustaría ayudarlo en Chaupimayo. Consultó con los otros dirigentes presos y agradeció mi gesto: Anda a la hacienda Santa Rosa y habla con mi gente que puede asustarse y retroceder, pues ese hacendado es bien salvaje.
No lo pensé mucho, puse una pocas pertenencias y una máquina de escribir en una bolsa de mercado y me tomé el tren a Quillabamba. En la estación de Chaullay me esperaba un campesino con una cabalgadura, que me condujo por unas endiabladas trochas en medio del monte. Cómo es el destino ¿no? Caí en la boca del lobo, más precisamente en la hacienda Santa Rosa, de Alfredo Romainville, famoso por su corpulencia y su trato despótico y feroz.
Lo primero que hice fue ponerme a estudiar la situación. Chaupimayo estaba en una zona casi inaccesible y el valle de La Convención era un caso peculiar. Aprovechando una ley que promovía los “denuncios de tierras de montaña”, los hacendados cuzqueños se hicieron de enormes extensiones que ancestralmente pertenecieron a piros y machiguengas. Pero como los nativos se adentraron en el bosque, desde los años treinta optaron por traer comuneros de las zonas altas con el sistema de enganche. Lo curioso es que dentro de su mentalidad medieval, no los asalariaron sino les “arrendaron” parcelas de dos o tres hectáreas, a cambio de trabajo gratuito o parte de la cosecha. De allí el nombre de arrendires. El resultado final fue que se reprodujeron las mismas relaciones feudales que se mantenían en los fundos de altura.
Solo en la provincia de La Convención había 140 haciendas, y en la de Paucartambo 169. La casta colonial encarnada por los La Torre, los Yábar, los Garmendia y los Romainville controlaba el 80 por ciento de las tierras cultivables del Cuzco, y sus propiedades no sólo eran desmesuradas sino sumamente improductivas. Habían concentrado la propiedad a través de la fuerza y la tinterillada, solo para resucitar el medievo.
Como ejemplo, las propiedades de los Romainville iban desde el río Vilcanota hasta el Apurímac, una superficie parecida a la extensión de toda Bélgica. Solamente Huadquiña tenía 140 mil hectáreas, y otro tanto Maranura, Santa Rosa y Chaullay, sin contar los fundos de la familia cerca del Cuzco como Angostura, y algunas propiedades más en la pampa de Anta.
Congeniamos rápido con los arrendires de Chaupimayo y hasta parcela me dieron. Me había convertido en allegado, y tenía un cafetal y un cocal ya productivos para trabajar, pero cada vez que tomaba mi corvo o mi lampa me decían: Anda nomás a escribir en la máquina tus documentos. Al final me la pasaba cuidando las chacras del puma y el majaz, con la máquina remington entre las piernas y redactando oficios o reclamaciones. Yo tenía dos ventajas, pues. Era letrado y hablaba bien el quechua. Lo había bebido de la teta materna en Huanoquite, un pueblo de Paruro donde me crie, y eso hacía que confiaran más en mí.
Vamos a organizarnos bien en sindicato, es la única forma de tener fuerza y liberar a los dirigentes presos, y haremos nuestro pliego de reclamos, dije en quechua en asamblea. Días después nos reunimos en secreto, lejos de la mirada del patrón y dijimos: Primero, hay que exigir precios justos para nuestro café. También hay que erradicar el trabajo gratuito, y el pongaje, intervino otro campesino. El Romainville no me deja tiempo para mi chacra, quiere que trabaje veinte días en sus campos, señaló un hombre esquelético masticando su coca. Además, nos impone precio de su capricho, añadió. Nuestros hijos se nos mueren, dijo una mujer. Ni postas, ni botiquines tenemos. Nos trata con palo, nos azota cuando no le gusta lo que hacemos, dijo un anciano.
Poco a poco nos fuimos organizando, vinieron más y más lugareños, así andrajosos, vestidos de harapos, humillados durante siglos. Los afiliados crecían como la espuma del río Urubamba, pero al regresar de un viaje a Lima caí nuevamente preso. Me había denunciado el tal Alfredo Romainville, y yo creí que era el fin de nuestra lucha. Así andaba meditabundo cuando me enteré que mismo día los campesinos de La Convención realizaron su primer paro, y sencillamente dejaron de aporcar las tierras del patrón. Mi carcelería se alargó dos meses, y tuve que recurrir otra vez a la huelga de hambre. Sería la segunda de mis inaniciones revolucionarias, ironiza.
Como Romainville no nos reconocía vino la huelga campesina. Los arrendires ya no íbamos a trabajar a las tierras del hacendado, y nos dedicábamos a nuestras propias chacras de ladera, donde el café y los cocales crecían mejor. La consecuencia fue que la mala hierba estropeaba los cultivos del hacendado, mientras nuestras economías florecían. Esta huelga era en la práctica una toma de tierras, una reforma agraria desde abajo, y esto lo entendimos desde el principio. Mas duraba la huelga, más se jodía el patrón.
Éramos un mal ejemplo. Los arrendires de las otras haciendas se comenzaron a pasar la voz: Hay que hacer como en Chaupimayo ¡Tierra o Muerte! Bajo un cobertizo de ramas y palmas, fueron llegando los delegados, los del sindicato de Masapata y Chancamayo siguieron nuestros pasos, y los de Maranura también. Al principio fuimos ocho sindicatos, luego se multiplicaron, veinte, treinta, al final pasaron de cincuenta. Necesitamos federación ahora, proclamaron todos.
Sólo muertos nos sacarán, gritábamos ante los policías de asalto que venían a resguardar las haciendas, pero más asustados estaban los patrones, antes señores de horca y cuchillo. Ya ni podían acudir a sus propias tierras. Hubo incluso casos curiosos. El hacendado de Paltaybamba viendo a las huestes campesinas desde el balcón de su desvencijado palacete, solo atinó a decir: “Me voy, me voy, la tierra es de ustedes. Solo quiero que me guarden en una habitación mis recuerdos familiares”. Los arrendires atrincherados accedieron. El hacendado se retiró acompañado de una banda de músicos, entre cohetes, cánticos y bailes.
De allí mi contrincante me obligó a cambiar su alfil por el caballo que defendía mi rey y me dobló los peones. En ocho jugadas había logrado conquistar el centro del tablero y tener el dominio absoluto del medio juego.
En enero de 1961 fundamos la Federación con casi 150 sindicatos afiliados, y me designaron secretario general. Los comunistas comenzaban a respetarme, aclara. Para el primero de mayo convocamos un mitin y el Cuzco de los gamonales tembló: Miles de labriegos con machetes en mano y portando antorchas ocuparon la ciudad y el 26 de julio se volvió a repetir el mismo escenario. El gobierno de Manuel Prado presionado por las circunstancias se vio obligado a abolir el trabajo gratuito, instaurar el salario mínimo, y cortar los juicios de desahucio contra sus arrendires. Pero ya era muy tarde. Miles de banderas peruanas bajaban de los cerros, izadas en largas cañas, y los ejércitos de huacchas que solo llevaban picos y azadas, ocuparon las haciendas fuera de los linderos del valle.
Paralelamente, un grupo de militantes del POR argentino de Nahuel Moreno llegó al Cuzco con la idea de apoyar al FIR, pues éramos partidos hermanos. Al frente de estos militantes gauchos estaba Daniel Pereyra, quien inconsultamente, y sin el aval de su jefe, planteó una estrategia de acciones armadas con el presunto objetivo de recaudar fondos para las luchas revolucionarias. De haberlo sabido yo me hubiera opuesto desde el principio, porque podía desencadenar una represión indiscriminada contra el movimiento de La Convención, pero ellos siguieron adelante. En diciembre de 1961 un comando asaltó el Banco Popular de Magdalena y en abril del año siguiente el mismo grupo tomó la sucursal del Banco de Crédito de Miraflores y obtuvo un millonario botín. Casi dos millones y medio de soles de la época, unos 100 mil dólares de los cuales no vimos un centavo. El comando fue capturado rápidamente y Pereyra detenido, junto con otros militantes, entre ellos el poeta y fundador del GOM, Leoncio Bueno y algunos estudiantes de la Universidad de Ingeniería. Errores de planeamiento, la impericia, y el azar complotaron contra ellos. De aquella aventura solo logró evadirse Pedro Candela, que llegó a Chaupimayo, flaco, hambriento y sin un chico en el bolsillo. Eran épocas difíciles, los terratenientes nos tenían amenazados con la policía, me había quedado aislado como consecuencia del funesto atraco a los bancos. Lo único que cabía era defenderse y esperar mejores tiempos, no quedaba de otra. Yo le estaba dando vueltas a unas brigadas de autodefensa y Candela vino en mi auxilio. Él además de obrero textil había sido militar y era diestro en el manejo de armas, de lo cual yo no tenía ni idea. Brigada Remigio Huamán se llamará, en honor de un compañero caído, propuso Andrés González. Todos asentimos.
La oligarquía retrocedió como un tigre herido, y llamó a sus mastines. Vino el golpe de 1962 y los militares optaron por el camino de dar palo y zanahoria. Se desató una feroz cacería policial contra nosotros los dirigentes, se extendió la presencia de oficiales de inteligencia entrenados por la CIA, y se promulgó una limitada ley de reforma agraria circunscrita a las haciendas del valle, que pretendía que los campesinos pagaran las tierras a los hacendados.
A finales de 1962 llegó a Chaupimayo Luis de la Puente Uceda para proponerme la lucha armada y la unidad de la izquierda. El jefe del Apra Rebelde, recientemente reconvertido en MIR, me habló de replicar la experiencia de la Sierra Maestra en el valle de la Convención y que para ello contaba con el apoyo de Cuba, de Vietnam y de China. Grandilocuente como era, lo tomé con cierto recelo, y al final no nos entendimos. No es que yo estuviera en desacuerdo, sino que consideraba más urgente robustecer el movimiento campesino, que estaba siendo golpeado por el nuevo gobierno. Ya habrá tiempo para la guerra, le dije, ¿Cómo puedo imponerle a un campesino que recién tiene la tierra, tomada con sus propias manos, que lo deje todo, y que se vaya a una guerra que no comprende? La conciencia demora en fermentar. No se puede pasar por sobre el movimiento de masas y quemar etapas, sustenté. Él me dijo que una gran ola revolucionaria nos esperaba tras el triunfo de la revolución cubana.
Yo creo que la realidad transitaba por otro lado mientras los teóricos de la revolución alimentaban esquemas que solo se alojaban en sus cabezas. Nuestra lucha era por la tierra, no por la revolución y por eso el campesinado nos apoyaba. Nuestro ejemplo había cundido. El movimiento ya no era solamente del valle de La Convención. Las tomas de tierras se sucedían también en las partes altas del Cuzco y el eco de nuestras movilizaciones llegaba desde Puno hasta Pasco. El movimiento cobraba prestigio, pronto comenzaron a llegar periodistas y se volvió noticia. Todavía recuerdo mi emoción cuando el 16 de diciembre de 1962 logramos reunir en la pequeña ciudad de Quillabamba a 15 mil campesinos, dispuestos a defender su tierra con las uñas, mientras la prensa limeña, de espaldas a la realidad, alertaba de guerrillas en el Cuzco.
Ya estaba fulminado. Solo me quedo darle un tincote a mi hidalgo rey blanco. ¿Otra? No hermano, sabes demasiado para mi nivel. Mejor háblame de ti, de tu vida. ¿Cómo comenzó todo? ¿Qué has hecho para estar en tantos lugares al mismo tiempo, justo allí donde estaba la convulsión? Yo no hice nada, allí me puso la historia y el azar. La vida es como el ajedrez, hermano. Algunas aperturas se predicen, pero uno nunca sabe cómo terminará la partida. Debo reconocer que me gusta jugar con las negras y he tenido que aprender a defenderme. He estado demasiadas veces al borde del jaque mate pero todavía me hallo aquí. Primero fue en Plaza de Mayo cuando una tempestad de fuego caía de los aviones sobre la multitud. Más tarde en La Convención, cuando todo un ejército me perseguía. Luego vino el juicio. Tengo que reconocer que cuando el fiscal del Consejo Militar pidió la pena de muerte, un poco que me derrumbé. Una serie de pensamientos se me agolparon en la cabeza: mi hija, mis amigos, el resplandor de un amanecer en Chaupimayo, un cafecito con una novela de Agatha Christie entre los dedos. Yo frente al pelotón de fusilamiento, revisando mi miedo y mi valentía. Felizmente esa tarde se me presentó en el locutorio de la cárcel de Tacna el doctor Alfredo Battilana, mi abogado, hombre trejo en la defensa de los presos políticos. No se atreverán a fusilarte, me dijo. Si te matan te convertirías en un mito y si no te matan también. Están jodidos. Ambos nos echamos a reír de su humor cáustico. Mas bien pretenderán que te pudras en la cárcel, añadió, pero haremos una campaña internacional. Ya le informé de tu situación jurídica a Nahuel Moreno. No claudiques, nada más.
Battilana me devolvió a la vida, me sacó de mis oscuros presentimientos y pronto me enteré que todos los días llegaban a Palacio de Gobierno una montaña de telegramas. Bertrand Russell, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, mi admirado Isaac Deutscher, y decenas de personalidades que yo ni conocía, pedían mi libertad y la de mis compañeros campesinos. Cientos de sindicatos y organizaciones populares acusaban al régimen peruano de sanguinario e inhumano, y exigían la anulación de ese juicio espurio. El drama de los campesinos de La Convención y Lares había dado la vuelta al mundo. De solo eso me vanaglorio.
Tras siete años de carcelería salí al exilio y aparecí de nuevo en la Argentina en 1972, justo cuando ocurrió la bárbara masacre del penal militar de Trelew. En represalia por la huida de los principales dirigentes de Montoneros y el Partido Revolucionario de los Trabajadores, nueva nomenclatura del POR, los marinos asesinaron a 16 reclusos y dejaron heridos a otros tantos. Huí, me dijo Nahuel Moreno apenas nos enteramos de la noticia. Si te atrapan te matan en el acto, porque vos sos extranjero, che. Opté por asilarme en la embajada chilena y ya en Santiago en pleno gobierno de la Unidad Popular viví el tanquetazo y el golpe definitivo contra Allende. Yo por entonces hacía política en los cordones industriales de Santiago, criticando cómo se confiaba en la observancia democrática de las FFAA. Ay que armarse decía, los milicos nos van a hacer chichirimico, weón, pero la Unidad Popular seguía confiando en los generales constitucionalistas.
El 11 de setiembre me salvé con las justas. Ya conocíamos las noticias del Estadio Nacional y logré llegar a la embajada sueca en el maletero del carro de un amigo. Allí fui recibido por el embajador Harald Edelstram que me afeitó la barba, me calzó un terno azul y una gafas, y me dio un pasaporte a nombre de Hans Blum, ministro consejero de la legación. No tengo seguridad de poder llegar a Pudahuel, Pinochet es capaz de dispararnos, me advirtió.
Al día siguiente partimos en el carro de Edelstram hacia la embajada de México, en donde nos sumaríamos una larga caravana de vehículos. Diplomáticos de cinco países nos escoltaron para finalmente depositarnos en un avión del gobierno azteca. Pinochet no se atrevió a tanto. Cinco años más tarde y siendo candidato a la Asamblea Constituyente, fui deportado en un Hércules por el dictador Morales Bermúdez junto a una docena de izquierdistas peruanos. Esa historia la conoces. Terminamos en Jujuy en una base contrasubversiva de la dictadura de Videla y otro milagro giro del destino me salvó. Se generó tal despelote internacional que finalmente pude viajar a Suecia y luego al Perú como constituyente electo, con una inesperada votación que nunca imaginé. El tiempo corre rápido, carijo, como ráfaga. Parece que fue ayer… Como verás, soy un gato montés de muchas vidas.
Las luces del Cuzco se desperezan y en medio de una plúmbea neblina nos despedimos.
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montecruzfoto · 5 years
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26.05.2019 - Plaza de la Armería - Madrid
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canalguardiacivil · 5 years
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Los Reyes presiden el Acto Conmemorativo del 175 Aniversario de la Fundación de la Guardia Civil.
SSMM Los Reyes presiden el Acto Conmemorativo del 175 Aniversario de la Fundación de la Guardia Civil El acto ha tenido lugar esta mañana en la Plaza de la Armería del Palacio Real de Madrid Félix Azón ha afirmado que “el despliegue territorial de la Guardia Civil tiene que seguir garantizando una presencia que sea eficaz y que se ajuste a las necesidades de seguridad de la ciudadanía, de forma que reciba un servicio público de calidad, sin carencias ni desventajas, porque queremos contribuir a que la llamada España vacía tenga un futuro de prosperidad y esperanza”. Han participado más de 900 guardias civiles, además de una sección del Escuadrón de Caballería, un avión de ala fija, cuatro helicópteros, y varias motocicletas y vehículos de las distintas especialidades de la Guardia Civil Previamente, en el antiguo Salón de Plenos del Senado, la Guardia Civil ha recibido un reconocimiento/homenaje por las Cortes Generales
Madrid, 13 de mayo de 2019.-  SSMM Los Reyes han presidido el acto conmemorativo del 175 Aniversario de la Fundación de la Guardia Civil que ha tenido lugar, durante la mañana de hoy, en la Plaza de la Armería del Palacio Real de Madrid.
Al acto también han asistido el Presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez; la Presidenta del Congreso, Ana Pastor; el Presidente del Senado, Pío García-Escudero; la Vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo; la Ministra de Defensa en funciones, Margarita Robles; el Ministro del Interior en funciones, Fernando Grande-Marlaska; el Director General de la Guardia Civil Félix Azón y el Director Adjunto Operativo de la Guardia Civil, Laurentino Ceña, entre otras autoridades civiles y militares.
El Director General ha comenzado sus palabras agradeciendo a SSMM Los Reyes que hayan presidido el acto central que conmemora el 175 aniversario de la Fundación de la Guardia Civil y les ha transmitido el  “orgullo que este cuerpo siente por el continuo apoyo que la Corona  nos muestra, un Cuerpo que nació bajo el reinado de Isabel II, y a quien el rey Alfonso XIII, consideró como el más leal Instituto de la Monarquía española”.
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