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Si los puertorriqueños no despertamos en las elecciones de noviembre, todo estará perdido.
Según Richard Santana los políticos deben buscar maneras de “apaciguar” a los puertorriqueños nativos que están molestos con los evasores de la ley 60 que se mudan a Puerto Rico.
Gracias a con.sentimientospr por tan buen reporte.
Aquí abajo les dejo el articulo en inglés de Business Insider 👇���
Ya ni lo esconden. Te quieren sacar a como de lugar. Jake Paul nos llamó ‘brutos e hijos de puta’, que no saben conducir y, ahora esto. Se están quedando con tu canto boricua.
#Richard Santana#Ley 60#puertorriqueños#puerto rico#despierta puerto rico#business insider#corrupción en puerto rico#esto es puerto rico#corrupción#despierta boricua#politicos de mierda#politicos corruptos#corrupt politicians#noticias importantes sobre puerto rico#noticias de puerto rico#mensaje para los puertorriqueños#partido pnp de puerto rico#partido popular democrático#el partido mas corrupto en puerto rico#la mafia pnp#boricua despierta#el gobierno de puerto rico#noticias de pr#la politica sucia en puerto rico#la política en puerto rico#con sentimientospr#pedro pierluisi#pedro rosselló
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El nivel de violencia al que hemos llegado en Argentina ya no nos puede dejar indiferentes. Al lesbicidio en Barracas y la tortura a una compañera de HIJOS se suma un nuevo hecho aberrante.
TW: asesinato / amenazas
Comparto el artículo de TN y el comunicado del Partido Comunista de Córdoba:
Desde el Partido Comunista expresamos nuestra profunda preocupación ante el asesinato de Susana Beatriz Montoya, madre del compañero de H.I.J.O.S Fernando Albareda, hijo de Ricardo Fermín Albareda, subcomisario, militante del ERP, secuestrado y desaparecido en 1979 por la D2 y asesinado en el centro clandestino Casa Hidráulica, juzgado en 2009 en la causa Albareda.
Este gravísimo hecho se dio luego de reiteradas amenazas a Fernando Albareda, una de las cuales apareció en la puerta de su casa en noviembre del 2023, junto a 6 balas calibre 22. En esta oportunidad junto al cuerpo de Susana dejaron escrito: "Los vamos a matar a todos. Ahora vamos por tus hijos”.
Estamos en un contexto de escalada de violencia, donde el propio gobierno nacional pregona el negacionismo y la violencia política, y donde diputados de LLA visitan abiertamente a genocidas en la cárcel de Ezeiza militando su indulto. Exigimos celeridad y profundidad en la investigación y justicia, y reclamamos el absoluto compromiso del ministro de seguridad y del gobernador con la resolución de este hecho.
Los comunistas sabemos del papel nefasto de la Policía de Córdoba, quienes destituyeron en 1974 a un gobierno democrático y popular, y fueron personeros del asesinato de cientos de compañeros, dando rienda suelta a las AAA. No nos caben dudas que las amenazas y la violencia que hoy continúan son al menos omitidas y protegidas por esta fuerza.
Resulta llamativo que solo a dos cuadras de la casa de Susana, había móviles de la Policía de Córdoba -donde se encuentra detenida Constanza Tarrico-, y que no advirtieran nada de lo ocurrido.
Desde la política debe haber una fuerte respuesta, porque ya dijimos NUNCA MAS, pero para algunos pareciera que esto se transformó en un slogan.
Nos solidarizamos con Fernando y abrazamos a su familia. Exigimos protección efectiva a cada integrante de su familia, investigación y cárcel efectiva a los culpables.
Córdoba, 4/8/24.
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"Perú: Ciclos de Autoritarismo y Democracia"
A lo largo de la historia peruana, el poder político ha oscilado entre regímenes autoritarios y democráticos, dejando una huella profunda en la vida económica y social del país. En esta ocasión, exploraremos algunos de los episodios más significativos de estos cambios políticos, desde golpes de estado hasta reformas sociales y crisis económicas.
Acompáñenme, Pulgas Aventureras, a recorrer esta línea del tiempo que muestra cómo el autoritarismo y la democracia han dado forma al destino de esta nación.�� 🐜📜💚
Para más información: https://www.canva.com/design/DAGQAK8BmfY/ZxfTBS_ko3pTxpdel1ad6Q/edit
Comenzamos con Juan Velasco Alvarado (1968 - 1975), un periodo marcado por la instauración de un régimen autoritario que disolvió el Congreso y reprimió a la oposición política. Durante su mandato, se llevaron a cabo importantes reformas, como la nacionalización de industrias y la famosa “Reforma Agraria” de 1969, que buscaba redistribuir la tierra entre los campesinos y reducir la influencia extranjera en la economía. A pesar de sus esfuerzos por implementar cambios estructurales, su gobierno enfrentó serias dificultades económicas, lo que culminó en su derrocamiento mediante un golpe de estado en 1975.
Continuamos con Francisco Morales Bermúdez (1975 - 1980), quien asumió el poder tras derrocar a Velasco. Su gobierno, también autoritario, se caracterizó por el control de los medios de comunicación y la represión de la oposición política y social. Morales Bermúdez centralizó el poder en el Estado y el ejército, pero descuidó las demandas sociales, generando tensiones internas. A pesar de sus intentos de mantener la estabilidad económica, su periodo dejó una marca de autoritarismo en la historia del Perú.
Pasamos al primer mandato de Alan García Pérez (1985 - 1990), donde la política económica tomó un rumbo audaz. García limitó el pago de la deuda externa al 10% de las exportaciones, aislando a Perú del comercio internacional y del crédito financiero. Esto, junto con una inflación descontrolada, provocó un colapso económico hacia el final de su gobierno, con graves repercusiones para el país. Sus políticas, aunque ambiciosas, llevaron a una crisis financiera que definió este periodo.
Finalmente, llegamos al gobierno de Ollanta Humala Tasso (2011 - 2016). A pesar de haber llegado al poder con un partido de izquierda, su administración mantuvo una política económica neoliberal. Su mandato estuvo marcado por numerosos conflictos sociales, especialmente en torno a los proyectos mineros Conga y Tía María, que enfrentaron una fuerte oposición popular. Sin embargo, uno de los logros más destacados de su gestión fue la creación del Ministerio de Inclusión Social, lo que permitió una mayor inversión en programas sociales y más oportunidades para acceder a becas educativas.
Queridas Pulgas Aventureras, la política está en constante movimiento, y cada etapa sigue moldeando nuestro presente. ¡Gracias por acompañarnos en esta travesía! Sigamos explorando y aprendiendo juntos. ¡Hasta la próxima aventura! 🚀✨
Referencias:
Cerpa, B. (2020). Lo indispensable en la interpretación de un hecho social o de una época. Juan Velasco Alvarado y Las Reformas. Universidad Nacional Agraria La Molina. Tierra Nuestra, 14(2), 55-70. https://scholar.archive.org/work/h7n6ixyprjaibdr72dvg5rawjq/access/wayback/https://revistas.lamolina.edu.pe/index.php/tnu/article/download/1659/2046
CÓRDOVA, L. (2016). "EL PAPEL POLÍTICO DE LA POLICÍA NACIONAL DEL PERÚ Y SU RELACIÓN CON EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO DE LAS FUERZAS ARMADAS", PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ ESCUELA DE POSGRADO. Tesis PUCP. https://tesis.pucp.edu.pe/repositorio/bitstream/handle/20.500.12404/8682/CORDOVA_VERGARA_LUIS_ANTONIO_PAPEL_POLITICO.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Aliaga, J. (2018). Inflación y el crecimiento económico: Determinantes del desempleo en el Perú en los años 1980-2015. Tesis para optar el título profesional de Economista, Escuela Académico Profesional de Economía, Universidad Continental, Huancayo, Perú. https://repositorio.continental.edu.pe/handle/20.500.12394/4906?locale=it
Pastor, G. (2022). Cuatro décadas de aprendizaje democrático en el Perú (1980-2020). Les ��tudes du CERI, 2021, 252-253, pp.49 - 53. ⟨hal-03579300⟩.
Asociación Fondo de Investigadores y Editores (2019). Historia del Perú: Una mirada actual del pasado (sexta ed.). Lumbreras editores.
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🚨Ojo con esto 👇🏻
⭕️ El peligroso juego del PP: adoptando el discurso ultra y xenófobo de Vox
➖El Partido Popular ha dado un giro alarmante en su estrategia política de cara a las elecciones autonómicas catalanas, adoptando un discurso xenófobo que roza el fascismo y pone en entredicho los valores democráticos y la coherencia política.
En un intento desesperado por recuperar terreno electoral, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha vinculado de manera directa la inmigración con la okupación, siguiendo los pasos de la ultraderecha representada por Vox. Esta estrategia, lejos de aportar soluciones reales a los problemas sociales, alimenta el miedo, la división y el odio en nuestra sociedad.
El discurso del PP ha ido adquiriendo progresivamente tintes xenófobos, con diferentes dirigentes del partido respaldando afirmaciones alarmistas sobre la inseguridad y la okupación en Cataluña, culpando de manera injusta a las personas migrantes en situación irregular. Este enfoque simplista y manipulador ignora las complejas causas de estos problemas y busca ganar votos a cualquier precio, incluso sacrificando la coherencia y la ética política.
Es especialmente preocupante que el PP haya adoptado un discurso que se asemeja cada vez más al de la ultraderecha representada por Vox. En lugar de ofrecer propuestas constructivas y promover el diálogo y la convivencia, el partido ha optado por alimentar el miedo y la intolerancia hacia las personas migrantes, contribuyendo así a la polarización y el enfrentamiento en nuestra sociedad.
El cambio de rumbo del PP ha generado críticas incluso dentro del propio partido, con algunos barones cuestionando este giro y advirtiendo sobre sus consecuencias. Sin embargo, parece que la dirección del partido está dispuesta a sacrificar sus principios y valores en aras de obtener réditos electorales, sin importar el daño que pueda causar a la cohesión social y la convivencia democrática.
El viraje del PP hacia discursos xenófobos es un paso hacia atrás en la lucha por la inclusión y la igualdad. ¿Qué valores representan realmente? ¿En qué datos exactamente respaldan su discurso de odio? Es momento de exigir coherencia y rechazar el fascismo en todas sus formas.
#NoAlXenofobismo #ValoresEnCrisis #XenofobiaPP #PPcriminalizaInmigrantes
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Exigen acciones inmediatas al CNE y al Ejecutivo Nacional
Frente Democrático Popular denunció represión y violación de derechos humanos tras elecciones presidenciales en Venezuela
Caracas 20/08/24. (PS).- Manuel Isidro Molina, presidente del Movimiento Popular Alternativo (MPA), en representación del Frente Democrático Popular (FDP), denunció este martes una política sistemática de represión y violación de derechos humanos desencadenada tras las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio.
Mediante la lectura de un documento, Molina subrayó que el Consejo Nacional Electoral (CNE) aún no ha cumplido con su obligación constitucional de realizar las auditorías necesarias y publicar los resultados desagregados del proceso electoral. Esta falta de transparencia, sumada a la omisión de su deber de informar a los venezolanos, ha mantenido en incertidumbre a los 12,5 millones de electores que participaron en los comicios.
El FDP alertó que la represión se ha manifestado a través de detenciones arbitrarias, especialmente de líderes opositores, periodistas, y miembros de organizaciones sociales. Según el FDP, 2.229 manifestantes, entre ellos adolescentes, mujeres, indígenas y personas con distintas discapacidades, han sido privados de libertad y enfrentan acusaciones sin fundamento bajo la presunta influencia de la droga "captagon".
La organización también expresó su preocupación por la persecución de trabajadores del sector público, quienes han sido despedidos de sus cargos por su presunta participación en las protestas o por expresar sus opiniones en redes sociales. En particular, se han reportado despidos masivos en instituciones como VTV, SENIAT, PDVSA y Conviasa.
Finalmente, el FDP exigió al CNE que publique de inmediato los resultados mesa por mesa y permita un proceso de auditoría transparente. También instaron al Ejecutivo Nacional y sus cuerpos de seguridad a cesar las detenciones arbitrarias y la represión contra la disidencia. El FDP hizo un llamado a la movilización popular para defender los derechos políticos y humanos en Venezuela.
El Frente Democrático Popular está conformado por las siguientes organizaciones: Frente Nacional de Lucha Trabajadora, Partido Comunista de Venezuela (PCV), La Otra Campaña, Centrados en la Gente, Voces Antiimperialistas, Movimiento Popular Alternativo (MPA) y el Bloque Histórico Popular.
Juan José Ojeda Díaz / Prensa de Solidaridad
X (antes Twitter): @juanjoseojeda
Instagram: @juanjoseojedadiaz
#venezuela#caracas#ruedadeprensa#entrevista#discursopolitico#prensadesolidaridad#convocatoriademedios#convocatoriadeprensa#Manuel Isidro Molina#represión#violacion derechos humanos
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6 patos mancos e Giorgia Meloni: conheça a turma do G7 de 2024
A reunião desta semana dos líderes do G7 na Itália parece mais a última ceia do que uma demonstração de poder ocidental.
13 DE JUNHO DE 2024 04:00 CETPOR HANNAH ROBERTS, ZI-ANN LUM, KYLE DUGGAN, MATT BERG, ERIC BAZAIL-EIMIL E TIM ROSS no POLITICO
ROMA — Com a guerra na Ucrânia em seu terceiro ano, partidos de extrema direita invadindo os centros de poder da Europa e do Oriente Médio em chamas, o mundo democrático precisa urgentemente de uma liderança forte do G7 nesta semana.
Sonhe.
A cúpula do G7 no balneário de Borgo Egnazia, no sul da Itália, apresenta sem dúvida a reunião de líderes mais fraca que o grupo reuniu durante anos. A maioria dos participantes está distraída com eleições ou crises domésticas, desiludida com anos no cargo ou agarrada desesperadamente ao poder.
O francês Emmanuel Macron e o britânico Rishi Sunak estão lutando contra campanhas eleitorais antecipadas que convocaram em esforços de última hora para reverter suas fracas fortunas.
O alemão Olaf Scholz foi humilhado por nacionalistas de extrema-direita nas eleições para o Parlamento Europeu do último fim de semana e pode ser derrubado em breve.
Justin Trudeau, primeiro-ministro há nove anos no Canadá, falou abertamente sobre deixar seu emprego "louco".
O japonês Fumio Kishida está enfrentando sua pior avaliação pessoal antes de uma disputa pela liderança no final deste ano.
E há ainda Joe Biden.
O filho do presidente dos Estados Unidos, Hunter, de 81 anos, foi considerado culpado de acusações de porte de arma na terça-feira, apenas duas semanas antes do primeiro debate crucial de seu pai com um ressurgente Donald Trump em uma campanha presidencial que o democrata corre sério risco de perder.
"Com exceção de Meloni, os líderes na cúpula do G7 são todos muito fracos", disse Ivo Daalder, que atuou como embaixador dos EUA na Otan durante o governo do ex-presidente Barack Obama. "Trudeau provavelmente não vai ganhar a próxima eleição. Biden tem uma disputa eleitoral difícil. Scholz está enfraquecido. Macron está enfraquecido. Sunak é um 'homem morto andando', e Kishida também tem problemas sérios em casa."
Fã de Tolkien
A italiana Giorgia Meloni, por outro lado, não consegue parar de vencer.
Dois anos depois de chegar ao poder como líder do partido de extrema-direita Irmãos da Itália, a popular fã de Tolkien de um distrito de colarinho azul de Roma aumentou a participação popular de seu partido nas eleições europeias de domingo. Ela agora está pronta para desempenhar um papel crítico moldando a direção futura da política da UE em Bruxelas.
Mas Meloni não lidera uma superpotência. No cenário internacional, há muito que a Itália, a nona maior economia do mundo, pode fazer.
Há meses, sob administração italiana, autoridades da Europa e dos EUA tentam martelar suas diferenças para anunciar um plano do G7 para alavancar ativos russos congelados em bancos ocidentais para fornecer um enorme empréstimo à Ucrânia.
Mas, às vésperas da cúpula, ainda não há sinal de acordo. Em vez disso, as autoridades europeias estão expressando raiva palpável com uma proposta dos EUA de compartilhar o ônus do financiamento como excessivamente unilateral e um passivo potencialmente maciço para a UE.
A Ucrânia, que ainda luta para repelir a invasão da Rússia, precisa do dinheiro urgentemente.
Se a proposta de empréstimo não puder ser assinada na Puglia, as negociações correm o risco de se arrastar até o verão e perigosamente perto das eleições americanas de novembro. Poucas autoridades europeias estão confiantes de que, se Trump vencer, ele se mostrará um aliado confiável na guerra da Ucrânia contra a Rússia. E, independentemente do resultado, uma campanha presidencial atingindo seu clímax de alteração da democracia não será um momento propício para fechar acordos multilaterais com os Estados Unidos.
Isso não torna um acordo do G7 mais provável. Todos os homens à mesa da cimeira têm razões para se preocuparem com as preocupações internas, ninguém mais do que o Presidente francês, enredado numa campanha eleitoral antecipada de sua própria autoria. "Vai ser muito difícil para Macron concordar com o uso de ativos russos antes do fato de que ele tem uma eleição", disse Daalder.
Mesmo seus próprios colegas de partido não querem o rosto de Macron em seus cartazes de campanha ou mesmo ouvir sua voz no rádio, temendo que ele agora seja tão tóxico que os leve ao desastre eleitoral.
O reitor
No Canadá, Trudeau chegou a aspirar a ser "reitor" do G7. Apesar das convulsões em todo o mundo, o gabinete de Trudeau ainda acredita que o G7 funciona "de forma extremamente eficaz", com um alto funcionário canadense dizendo: "Não acho que a banda esteja à beira de se separar".
Mas com a próxima eleição do Canadá no horizonte, o sol também pode estar se pondo em Trudeau. Neste momento, espera-se que ele perca em uma derrota esmagadora para seu principal adversário, o líder conservador Pierre Poilievre.
"Vimos em todo o mundo uma ascensão de forças populistas de direita em praticamente todas as democracias", disse Trudeau na segunda-feira na cidade de Quebec, em resposta à pergunta de um repórter sobre a ascensão da direita na França. "É preocupante ver partidos políticos optando por instrumentalizar a raiva, o medo, a divisão, a ansiedade."
No Reino Unido, Sunak enfrenta uma derrota histórica para seu Partido Conservador após 14 anos conturbados no poder. As pesquisas indicam que a eleição de 4 de julho resultará em uma derrota de centro-esquerda para o líder trabalhista da oposição, Keir Starmer, então o que Sunak disser na Puglia nesta semana provavelmente atrairá sorrisos educados.
Biden também está indo para a Itália em meio a uma eleição iminente e pesquisas desfavoráveis. Ele está tendo que fazer grandes promessas aos eleitores sobre o que um segundo mandato poderia entregar, sem garantias de que estará no cargo para executá-las.
Na Europa, a maioria dos governos está menos interessada em Biden do que preocupada com a perspectiva de Trump voltar a perturbar a ordem mundial mais uma vez.
Mesmo que os líderes não consigam avançar no financiamento da Ucrânia, a cúpula marca uma oportunidade para seu anfitrião, pelo menos.
O momento de Meloni
De acordo com autoridades italianas, falando como outros sob condição de anonimato para discutir assuntos sensíveis, Meloni usará a cúpula para promover os interesses da Itália. Ela também deve se envolver em conversas com líderes da UE sobre quem deve receber os principais cargos do bloco, incluindo a potencial recondução de Ursula von der Leyen como presidente da Comissão Europeia. Para garantir um segundo mandato, Von der Leyen precisa tanto do apoio de líderes da UE, como Meloni, quanto de uma maioria no Parlamento recém-eleito.
"Saímos como o governo mais fortalecido, indo na contramão da tendência", disse Meloni à rádio RTL na segunda-feira. "Entre os governos dos grandes países europeus, somos certamente os mais fortes. Não pretendo usar esse resultado para mim, mas usar cada voto para a centro-direita para obter resultados para os italianos."
A agenda que Meloni definiu para a cúpula se apega aos interesses estratégicos da Itália - incluindo África, migração e Mediterrâneo. Seu governo pretende aproveitar o investimento em infraestrutura africana para reduzir o apelo da migração em massa para a Europa, enquanto sua equipe também quer fechar acordos com países africanos para bloquear a migração.
O sucesso eleitoral de Meloni a ajudará a atrair apoio para seus temas de estimação, disse Giovanni Orsina, professor de história política da Universidade Luiss, em Roma. "Com um G7 liderado pela Itália e ocorrendo na Itália, Meloni pode entrar com toda a sua força política."
Embora a influência de Roma seja limitada em comparação com os principais atores do G7, como os EUA, sugeriu Orsina, Meloni é "certamente muito forte agora" e, "se for habilidosa, pode acabar com um sucesso internacional importante, conseguindo colocar os assuntos importantes para ela na agenda".
"Poucos líderes conseguem ganhar votos depois de dois anos governando."
Miles Herszenhorn contribuiu com reportagens.
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Diego Ruzzarin es un fraude
Me enviaron el ya famoso video de Ruzzarin defendiendo a Nicolás Maduro. Acabo de verlo. Sí lo defiende. Es lo primero que hay que decir. Sí sabía yo quién es el yutubero y tengo que decir por qué: porque hace un tiempo Viri Ríos hizo un video con él; cuando salió, ese video también me lo enviaron, así que es uno más de los extraños “aportes” de Viri: Ruzzarin la dio a conocer entre sus propios seguidores y ella nos puso en el radar a otro charlatán. Ruzzarin es un fraude. Pero regresemos al video.
Intelectualmente, no tiene nada. Analíticamente, no tiene nada. Científicamente, como tenía que ser obvio, no tiene nada. Críticamente, no tiene nada. Éticamente, tampoco: nada. Es un video tonto de un hombre que cree saber mucho más de lo que sabe, que exhibe inconscientemente su enorme ignorancia político-histórica, y que está “pensado” (no es difícil pensar eso y es menos difícil para gente como Ruzzarin hacerlo) para apantallar, clientelizar e influir o manipular a otros que -todo indica- no son ni quieren ser una mayoría de lectores. Los videos pueden ser una forma eficaz de divulgar y también pueden hacerse con suficiente profundidad, sin caer en lo académico. También pueden ser propaganda vil y carecer de toda seriedad, o estar repletos de opiniones irrelevantes, repeticiones simplificadas, plagios, interpretaciones charlatanas, estupideces, o mentiras pagadas. El infame video de Ruzzarin sobre Maduro es llanamente una pendejada por la que quizá recibió más de un beneficio económico.
Cuál es el “argumento” del “intelectual” Ruzzarin? Que fue a Venezuela y vio que “la gente” se le acercaba a Maduro. Claro tiene que quedar: Ruzzarin fue a Venezuela guiado por el gobierno de Maduro y vio lo que vio en actos de campaña. Pero, asimismo, Dieguito cree que esa campaña significa que Maduro no puede ser dictador; lo dice: Maduro no es dictador porque hace campaña, busca votos, “entonces” hay elecciones en Venezuela, es una democracia… RIDÍCULO.
Sobre “la gente” acercándose o aplaudiendo al gobernante, Ruzzarin pasa por alto dos hechos que pueden coexistir en un mismo lugar: uno, que hay gente fanatizada que equivocadamente mantiene lealtad a un líder político o militar y, otro, que hay gente a la que se le paga u obliga para hacer de “extra” en una obra de teatro político, “el mítin popular”. Hay miles de fotografías y videos del dictador de Corea del Norte rodeado del “amor” de “la gente”. Hitler también hizo campañas electorales y muchas personas lo admiraban y manifestaron su admiración en muchos contextos:
Genaro Lozano ha hecho el mismo “argumento” sobre AMLO, el mismo que hace Ruzzarin sobre Maduro: mucha gente lo sigue y mucha gente lo saluda en la calle, etc. Pero eso por sí mismo no los hace demócratas, ni buenos candidatos o buenos gobernantes, ni necesariamente implica la existencia de un régimen democrático. Y este régimen incluye elecciones, necesariamente, pero no todas las elecciones posibles son democráticas. Las elecciones también pueden ser autoritarias. He aquí el otro error de Ruzzarin.
Maduro, efectivamente, hace campaña y hace elecciones. Pero Maduro no debe hacer las elecciones, sólo debería hacer campaña. Las elecciones debería hacerlas un órgano independiente de partidos y gobiernos. No es el caso de la Venezuela de Maduro (ni era el caso del México del PRI, como se verá abajo, que es el que real, verdadera y directamente sigue AMLO). Las elecciones venezolanas no son democráticas. Son a veces competitivas pero no por la institucionalidad electoral, no por el sistema electoral legal. Dentro de esas elecciones controladas por el gobierno de Maduro, el presidente-dictador hace campaña. Ruzzarin no vio la democracia en acción, vio el autoritarismo electoral en acción. Pero él entiende poco, sabe menos, y acaso Maduro lo haya recompensado de algún modo para que viera-entendiera-supiera menos sobre Venezuela.
Cuando pasa que la oposición venezolana -independientemente de su ideología o ideologías- gana una elección es contra el sistema electoral legal, y el sistema no lo reconoce nunca o no de inmediato (casos locales), o para ganar una elección la oposición tiene que ganarle al sistema legal y político-gubernamental. Eso no es democrático. Algo parecido ocurrió en dos casos que Ruzzarin, dizque analista social y dizque filósofo, deja de lado.
Porfirio Díaz fue dictador y bajo su dictadura se convocaban, organizaban y celebraban elecciones. No eran elecciones democráticas. Eran una forma de aparentar democracia, de esconder la dictadura. Los dichos de Ruzzarin sobre Maduro implican que Porfirio Díaz no fue dictador. Tampoco hay que decir que Díaz y Maduro son idénticos, pero si Maduro tiene una democracia por lo que dice Ruzzarin, entonces, Díaz tenía una democracia; y si Díaz no la tenía, a pesar de las elecciones, Maduro no la tiene. El otro caso es el del priato, la dominación del PRI como partido hegemónico. Este partido convocaba, organizaba y celebraba elecciones (todo desde la secretaría de Gobernación, como quieren AMLO y Sheinbaum). No eran elecciones democráticas. Eran una forma de aparentar democracia, de esconder el autoritarismo. El PRI no era una dictadura propiamente, pero era un régimen autoritario.
Lo de Maduro no es una dictadura típica latinoamericana, de militar a la cabeza y sin elecciones, tampoco una como la de Díaz, de militar con farsa de elecciones, pero es un gobierno autoritario-dictatorial. En Venezuela no hay democracia “burguesa” ni “popular”. No hay ningún tipo de democracia, hay un tipo de autoritarismo. Y por eso, por no poder llegar a esa conclusión sino defender lo indefendible, Diego Ruzzarin es un fraude, un yutubero al que nadie serio puede tomar en serio, y del que deberían alejarse los que quieran informarse audiovisualmente -hay mucho mejores opciones de divulgación en YouTube.
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Miliciana afgana del PDPA (partido democrático popular de Afganistán) en un desfile en Kabul, 1987. Estas mujeres luchaban contra los muyahidines.
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“Realmente no queremos lo que creemos que deseamos”
Slavoj Žižek
Es un filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno, nacido en Liubliana en marzo de 1949.
Primeros años.
Es hijo de un economista y funcionario de la región este de Eslovenia y de una contable en una empresa del estado.
Pasó la mayor parte de su infancia en la región costera de Portoroz para trasladarse nuevamente a Liubliana cuando Slavoj era adolescente.
En 1967 se matriculó para realizar estudios en la Universidad de Liubliana donde se doctoró, y en psicoanálisis en la Universidad de París VIII Vincennes-Saint-Denis, en donde obtuvo su segundo doctorado.
Su principal influencia durante su formación universitaria fue el introductor del pensamiento de la escuela de Frankfurt en Eslovenia, Božidar Debenjak.
Fue investigador en el instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana y profesor invitado en diversas instituciones como la Universidad de Princeton, la de Columbia, una universidad en New York y la Universidad de Michigan.
Actualmente es director internacional del Instituto Birkbeck para las humanidades en la Universidad del mismo nombre en Inglaterra.
Filosofía.
Se le considera como uno de los precursores de una nueva teoría crítica de la cultura, y uno de los mas prestigiosos seguidores de Jacques Lacan.
Žižek destaca una tendencia a ejemplificar la teoría con la cultura popular y también con la teoría psicoanalítica lacaniana para analizar a la sociedad en su conjunto. Es conocido por su gran habilidad tanto a la hora de utilizar ejemplos cinematográficos y de la cultura popular para explicar las teorías psicoanalíticas lacanianas y la filosofía idealista alemana.
Su estructura de pensamiento se basa en las teoría hegelianas y marxistas alcanzando los campos de la sociología, la psicología, la filosofía y la comunicación.
Considerado por el crítico literario Terry Eagleton como “el filósofo mas peligroso de Europa”,
Žižek ha hecho crítica de la ideología de los años 80s y ha atacado violentamente casi la totalidad de las posturas filosóficas y culturales de las últimas tres décadas, desde el Feminismo y la teoría de genero, hasta la teología de la liberación, el multiculturalismo etc. pasando incluso por el propio marxismo.
Críticas.
Tras unos primeros años de elogios por la sutileza y originalidad empleada en los análisis lingüísticos de Lacan y Hegel, en los últimos años se le ha criticado básicamente de no tener un pensamiento político concreto. Las posiciones filosóficas y políticas de Žižek no siempre son claramente comprensibles.
Los críticos se quejan de un caos teórico en el que las preguntas y respuestas son confusas y en el que se reciclan viejas ideas previamente refutadas científicamente o en el que Žižek les da un significado diferente.
Su obra ensayista comprende mas de 25 libros y dentro de su obra destacan títulos como “ideología; un mapa de la cuestión”, escribe regularmente en la prensa internacional sobre geopolítica y fue militante activo de los movimientos democráticos eslovenos de los años 80, llegando a ser candidato a la presidencia del Partido Liberal Democrático sin conseguirlo.
Fuente: Wikipedia y buscabiografias.com, lecturalia.com, philosophica.com
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Entrevista al historiador italiano Emilio Gentile ¿Quiénes son los fascistas?
Por Mariano Schuster
Fuentes: Nueva Sociedad
El debate sobre el fascismo está cada vez más presente en la arena pública. ¿Ha vuelto el fascismo? ¿Nunca se fue y existe un fascismo eterno? En esta entrevista, Emilio Gentile, una referencia en los estudios del fascismo italiano, vuelve sobre ese régimen y sobre el papel que tuvo en él el propio Benito Mussolini.
En un contexto político internacional en el que emergen extremas derechas, regímenes iliberales y gobiernos autoritarios, la palabra «fascismo» ha vuelto a estar a la orden del día. Hay quienes definen como «fascistas» a Donald Trump, Víktor Orbán, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Santiago Abascal, y quienes se refieren a un «retorno del fascismo» para explicar las oposiciones conservadoras a las agendas feministas y de los colectivos de diversidad sexual. La situación va incluso más allá: la palabra es utilizada también para acusar a izquierdas autoritarias, a movimientos y grupos religiosos y hasta para definir actitudes genéricamente «antiliberales». El concepto se ha transformado, en definitiva, en un arma arrojadiza que adversarios políticos e ideológicos se endilgan entre sí. Pero ¿qué fue realmente el fascismo? ¿Cuáles fueron sus características? ¿Qué diferencia a las extremas derechas actuales de esa experiencia?
Profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad La Sapienza de Roma hasta 2012 –y hoy profesor emérito en la misma casa de estudios–, Emilio Gentile ha historizado, a partir de documentos y de un laborioso trabajo de archivo y de interpretación de fuentes históricas, el fascismo italiano. En su extensa trayectoria historiográfica, Gentile ha escrito numerosos libros, muchos de los cuales han sido traducidos al español. Entre ellos se destacan Fascismo: historia e interpretación (Alianza, 2004); La vía italiana al totalitarismo. Partido y Estado en el régimen fascista (Siglo XXI, 2005); El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista (Siglo XXI, 2007); El fascismo y la marcha sobre Roma (Edhasa, 2014); Mussolini contra Lenin (Alianza, 2019) y ¿Quién es fascista? (Alianza, 2019). En 2022 publicó, por el sello Laterza, Storia del fascismo, un volumen de 1.376 páginas en el que explica minuciosamente, sobre la base de una vasta documentación de archivo, el nacimiento y el desarrollo del fascismo en Italia. Su último trabajo es Totalitarismo 100. Ritorno alla storia (Editrice Salerno, 2023).
En esta extensa entrevista, Emilio Gentile dialoga con Nueva Sociedad sobre el nacimiento y el desarrollo del régimen fascista y profundiza en las características particulares de ese movimiento y de ese régimen político a poco más de un siglo de la Marcha sobre Roma.
Profesor Gentile, todavía hoy, cuando nos remontamos al tiempo en que nació el fenómeno fascista, nos encontramos con un contexto particular y específico que, por su diversidad de aristas, no siempre somos capaces de comprender por completo. Pensamos en los escuadristas, en el bienio rosso, en las consecuencias humanas y políticas de la Gran Guerra, en la fragilidad del régimen liberal-democrático. ¿Cómo era realmente el clima en Italia en la época del ascenso del fascismo?
Desde el final de la guerra hasta el advenimiento del fascismo, el clima en Italia fue muy agitado. Entre 1919 y 1920, ese clima se caracterizó por una serie de violentos enfrentamientos de clase que fueron seguidos, en los dos años posteriores, por una reacción escuadrista que desató una verdadera guerra civil contra las organizaciones del proletariado. Esas acciones violentas del escuadrismo fascista se dirigieron principalmente contra el Partido Socialista, pero también contra el Partido Popular, el partido aconfesional de los católicos, y el Partido Republicano. Se trató, en definitiva, de un periodo muy crítico para una Italia que, si bien había resultado victoriosa en la Primera Guerra Mundial –con el sacrificio de más de medio millón de hombres y la movilización de todo el país–, tendió a vivir los años posteriores a la contienda como si hubiese sido derrotada y como si se encontrara a las puertas de una revolución bolchevique.
En aquel marco posbélico, buena parte de la clase obrera –que había sido militarizada durante la guerra, pero que, a diferencia de los campesinos, había estado mayoritariamente en las oficinas y no en el campo de batalla– se sintió atraída por aquellos que habían condenado la participación italiana en la contienda: es decir, el Partido Socialista. Esa organización experimentó, en consecuencia, un fuerte crecimiento, a tal punto que resultó la fuerza más votada en las elecciones de noviembre de 1919 y consiguió 150 bancas en el Parlamento italiano. Un mes antes, el Partido Socialista había adoptado una línea revolucionaria que quedó fijada en sus estatutos partidarios, según la cual su objetivo era lograr la dictadura del proletariado mediante la conquista violenta del poder. El problema, sin embargo, era que la dirigencia de la Confederación General del Trabajo –la organización sindical más importante del país, que alcanzaba casi dos millones de miembros y era una de las que sostenían al Partido Socialista– era reformista y contraria a la revolución. Todo esto provocó una política esquizofrénica entre la voluntad de una revolución bolchevique que no podía hacerse –y ni siquiera se intentaba– y una posible revolución democrática, que habría podido producirse si el Partido Socialista hubiera apoyado a los partidos laicos y reformadores dentro del Parlamento, como los republicanos, los radicales y los socialistas reformistas. El Partido Socialista, que había condenado totalmente la guerra, y de hecho había atacado con violencia e incluso con algunos asesinatos a quienes la reivindicaban, recibió pronto la reacción de todos aquellos que creían que la guerra había sido una necesidad para que Italia se convirtiera en una gran potencia, pero que, estando dominada por las masas socialistas, el país había ganado en el campo de batalla pero había perdido en el campo de la paz. Es en ese sentido en el que hablaban de una «victoria mutilada», lo que constituía un mito sin fundamento alguno porque, con el tratado de paz con Austria, Italia obtuvo las que eran sus principales aspiraciones. No solo consiguió las tierras que se encontraban bajo el dominio del Imperio austríaco –y que eran habitadas mayoritariamente por italianos–, sino también tierras habitadas mayoritariamente por alemanes o eslavos, quienes, sin embargo, debían garantizar fronteras seguras para Italia. La idea de la victoria mutilada fue una reacción, un mito de la reacción a la condena de la guerra por parte de las masas socialistas. Y fue, además, el comienzo de un choque violento contra los socialistas por parte de los nacionalistas, a los que se sumó luego el movimiento fascista, con la fundación de los Fascios de Combate. En este sentido, suelo ser muy cauto a la hora de hablar de un biennio rosso. Lo cierto es que se produjeron agitaciones cotidianas y ataques a oficiales y generales, pero sin que nunca se desarrollara un verdadero intento de golpe revolucionario como el que Lenin había dado en Rusia, porque incluso mientras el Partido Socialista sostenía una línea revolucionaria o bolchevique, mantenía una práctica política parlamentaria y reformista. Que el país sintiera, por tanto, que la posibilidad de una revolución bolchevique era cercana no quiere decir que efectivamente lo fuera. Cuando se habla de biennio rosso, debe recordarse eso.
En definitiva, la situación italiana en vísperas de la Marcha sobre Roma, y sobre todo en los tres años anteriores, era más confusa que revolucionaria. Es una situación marcada por desórdenes muy violentos pero sin la posibilidad de que en Italia pudiera producirse realmente una revolución bolchevique, por la simple razón de que Italia había ganado la guerra, su Ejército era todavía poderoso para poder reprimir una revolución interna y no disponía de todos aquellos recursos naturales que permitieron a la Rusia bolchevique, después de 1921, iniciar su propia industrialización. Era posible, en cambio, una revolución democrática, porque después de 1919 los dos partidos más importantes en el Parlamento eran el Partido Socialista y el Partido Popular, este último fundado por el sacerdote Luigi Sturzo, de inspiración católica pero con una política democrática. Si esas dos fuerzas políticas se hubieran entendido en términos del posible desarrollo de una revolución democrática, se habría podido producir una profunda transformación capaz de impedir que fuera posible la victoria de los nacionalistas. Sin embargo, la división entre estos dos grandes partidos que podían controlar el Parlamento italiano, sumada a la división dentro del Partido Socialista entre reformistas y revolucionarios –estos últimos luego fueron expulsados y dieron nacimiento al Partido Comunista–, hicieron imposible ese proceso. La izquierda, en ese contexto, peleó más entre sí que contra el fascismo emergente: las disputas entre los socialistas maximalistas, el Partido Comunista y el Partido Socialista Unitario, que manifestaba una línea reformista, fueron constantes. Por otra parte, estaba el Partido Popular, que también tenía problemas para avanzar en la dirección de una unidad por una revolución democrática, ya que, como partido católico, no podía aliarse con un partido revolucionario y ateo, pero tampoco con los liberales dirigidos por Giovanni Giolitti, que rechazaban a un partido que era dirigido por un sacerdote. Todas estas divisiones favorecieron, a partir de 1921, el ascenso del fascismo hasta su conquista del poder.
A partir del análisis histórico, usted ha planteado que el fascismo de 1919 –el de los Fascios de Combate– no era necesariamente la semilla para la formación del fascismo de masas que nace en 1921. ¿Cuál es la diferencia entre ese primer fascismo y el de los escuadristas?
Efectivamente, yo sostengo que lo que llamamos fascismo nace en 1921 y no tiene su semilla ni su embrión en los Fascios de Combate creados por Mussolini en 1919. Al mismo tiempo, sostengo que el fascismo de 1919 no constituía un movimiento nuevo, sino que era, en rigor, una reconstitución de los Fascios de Acción Revolucionaria que Mussolini había creado en 1915 para apoyar la intervención italiana en la Gran Guerra. El fascismo diecinuevista era, de modo muy evidente, un movimiento reformista –y no revolucionario y anticapitalista como muchas veces se lo ha definido–, que no buscaba una conquista insurreccional del poder, pregonaba la colaboración de clases, hacía una fuerte defensa de la burguesía productiva, pretendía el sufragio universal masculino y femenino, esgrimía demandas como la jornada laboral de ocho horas y se manifestaba nacionalista, democrático y anticlerical. Ese fascismo, el de los Fascios de Combate, solo se refería al término «revolución» para hablar de modo genérico de una «revolución italiana», concepto que era utilizado para reivindicar a los ex-combatientes como los verdaderos representantes de la nación. Además de ser un movimiento reformista, el fascismo de 1919 estaba a favor de una mayor autonomía regional frente a la centralización estatal, hecho que también lo diferenciaba muy claramente de lo que luego sería el programa del fascismo como fuerza escuadrista y como partido político. Si quisiéramos ver en una imagen la diferencia clara entre el fascismo diecinuevista y el fascismo nacido en 1921, deberíamos acudir al símbolo de Il Fascio, el órgano oficial de los Fascios de Combate de 1919. La insignia, entonces, no era el fascio littorio –ni en su versión romana ni en su forma republicana francesa–, sino un puño cerrado sujetando un manojo de espigas.
Otro aspecto que debemos mencionar es que, en el fascismo diecinuevista, como luego sucedería también en el Partido Fascista, Mussolini no era el líder reconocido oficialmente como tal, sino solo la figura nacional más importante. Desde 1912, primero como líder socialista, después como líder intervencionista [en la guerra] y luego, sobre todo, como editor de un periódico político nacional, Il Popolo d’Italia, Mussolini estaba en escena y era conocido, mientras que el resto de los líderes eran personalidades que habían desarrollado su actividad política en la izquierda socialista o sindicalista, pero que no tenían fama nacional. A pesar de ello, Mussolini no se erigió, como lo hicieron Lenin y Hitler, como líder oficial y absoluto de su propio movimiento. Mussolini solo fue miembro del Comité Central de la Junta Ejecutiva y, siendo un gran orador, no hizo casi nada por recorrer Italia y multiplicar las inscripciones en el Fascio. Permaneció en Milán y, a diferencia de Hitler, hizo muy poca propaganda política en la península, hasta 1921.
Excepto por unos pocos hombres y por el apoyo de las organizaciones paramilitares de los Arditi (los soldados de asalto de elite del Ejército italiano en la Primera Guerra Mundial), el fascismo de 1919 no tiene nada que ver con lo que sería luego el fascismo escuadrista de 1921. Hay mucha documentación al respecto y, por ello, mi posición es muy clara en este sentido. Y es que en el fascismo de 1919 no se encontraba el germen de lo que llamamos «fascismo histórico», aunque ya en julio de 1920 una organización armada de escuadras fascistas establecida en Trieste atacó e incendió la Narodni Dom, la sede de las organizaciones de la minoría eslava. Sin embargo, este «fascismo fronterizo» no constituyó un movimiento de masas.
Ese fascismo de masas nace en 1921, se organiza de modo militar en el escuadrismo, luego toma la estructura de partido milicia [el Partido Nacional Fascista], se dedica a destruir las organizaciones del proletariado y se propone y logra la conquista del poder con la Marcha sobre Roma. En cambio, el fascismo diecinuevista no buscaba instaurar una dictadura; usaba la violencia, pero no con el objetivo de destruir sistemáticamente las organizaciones proletarias; no planeaba, como el fascismo escuadrista nacido en 1921, una insurrección revolucionaria para conquistar el poder, y tampoco quería convertirse en un partido político (a punto tal que se declaraba apartidario).
Según su perspectiva, Mussolini no creó el fascismo, sino que el fascismo creó a Mussolini. ¿Cómo consiguió hacerse con el liderazgo de ese movimiento y qué tensiones vivió en ese proceso?
Primero debemos puntualizar que Mussolini llegó a ser reconocido como el líder del fascismo, pero nunca oficialmente, en tanto no fue jamás el secretario general de los Fascios de Combate, ni el secretario general del Partido Nacional Fascista que nació en noviembre de 1921. En agosto de 1921, tras el crecimiento del escuadrismo como movimiento de masas, Mussolini pensó que reivindicando la paternidad del fascismo podría imponer su voluntad, llegando incluso a promover un pacto de pacificación con el Partido Socialista y con la Confederación General del Trabajo. Es decir que, después de que el escuadrismo destruyera el control y la hegemonía del Partido Socialista sobre las masas, Mussolini pensó en transformar a esa masa de escuadristas en un partido laborista para las clases medias. Hizo incluso un programa para hacer las paces con los socialistas y para desarmar a los escuadristas armados y, finalmente, lanzó una propuesta a los socialistas reformistas para que se desvincularan del Partido Socialista –que aún seguía inspirado en Lenin– y formaran una coalición con los fascistas y con el Partido Popular. Pero los escuadristas, que eran en su gran mayoría jóvenes de alrededor de 25 años y que se habían unido al fascismo en 1920, querían algo muy diferente.
Para ver la diferencia entre los Fascios de Combate, creados por Mussolini en 1919, y el fascismo como escuadrismo, conviene repasar los números. Los Fascios de Combate eran un movimiento marginal que en su primer año contaba apenas con unos 800 miembros. El número ascendió a unos 10.000 a finales de 1920, pero solo con el surgimiento y la explosión del escuadrismo los inscriptos pasaron a ser casi 200.000. En definitiva, Mussolini vio crecer de forma repentina y vertiginosa un movimiento que llevaba un nombre como el que él había creado, pero qué él no había inventado ni propuesto. En ese marco lanza la idea del pacto de pacificación, pero no toma en cuenta que los escuadristas no apoyan ese pacto, porque aspiraban a seguir conquistando el poder local. Es así que, en agosto de 1921, los escuadristas se rebelan contra Mussolini y lo llaman «traidor». Dicen: «El que ha traicionado al socialismo ahora traiciona al fascismo»[1]. Los escuadristas del Valle del Po marchaban cantando «Quien ha traicionado traicionará», dirigiendo ese dardo contra Mussolini. Al final de esa rebelión, los escuadristas le ofrecieron a Gabriele D’Annunzio el liderazgo del movimiento fascista, que ya se había convertido en un movimiento de masas. Pero D’Annunzio no aceptó hacerse cargo de la situación. Ese es el momento en que Mussolini renunció a su programa de transformar al escuadrismo en un partido parlamentario y aceptó seguir a los escuadristas. Y fueron los propios escuadristas quienes decidieron crear el Partido Nacional Fascista como partido armado. Por eso digo que no era Mussolini quien dirigía el fascismo, sino que Mussolini era quien seguía al fascismo. Y esto sucedió hasta la Marcha sobre Roma. Quien decidió atreverse con una insurrección armada no fue Mussolini, sino el secretario del Partido Fascista Michele Bianchi. Mussolini todavía estaba negociando en secreto con ex-líderes liberales como Giovanni Giolitti, Antonio Salandra y Francesco Saverio Nitti la posibilidad de formar un gobierno en el que el fascismo tuviera cuatro o cinco ministerios, pero que estuviera presidido por uno de esos viejos líderes liberales, cuando el 26 de octubre Bianchi lanzó la idea de un gobierno liderado por Mussolini como forma de chantaje al rey y a la dirigencia liberal. Hay una llamada telefónica del 27 de octubre a las 2:40 de la madrugada en la que Bianchi le advierte a Mussolini que la insurrección ya había comenzado y en la que Mussolini le responde: «Espera un poco».
Otra confirmación de esta situación se produce el 10 de junio de 1924, el día del asesinato del líder socialista reformista Giacomo Matteotti. En esa fecha, en la que el fascismo parecía colapsar, Bianchi le escribe una carta a Mussolini en la que lo acusa de haber obstaculizado siempre el programa revolucionario y le recuerda que fue él, y no Mussolini, quien desató la destrucción de las últimas organizaciones proletarias en agosto de 1922. Allí le dice: «Fui yo quien lanzó la Marcha sobre Roma, mientras tú me acusabas de ser un loco salvaje». En ese mismo documento Bianchi asegura que fue él, un sindicalista revolucionario calabrés, el verdadero creador de la organización político-militar fascista y el que luego se atrevió a chantajear al gobierno y al rey imponiendo el nombre de Mussolini.
¿Esto significa que Mussolini fue forzado o empujado a hacer la Marcha sobre Roma?
Forzado no, pero digamos que se enfrentaba al riesgo de ser desautorizado por Michele Bianchi, Italo Balbo y Roberto Farinacci, los verdaderos lideres revolucionarios del escuadrismo fascista, que eran quienes controlaban efectivamente a la masa armada. Tenga presente que, en octubre de 1922, los escuadristas armados controlaban las principales ciudades, las capitales y todo el Valle del Po, desde Trentino hasta Bolonia, y luego la mayor parte de Italia central. Todas estas provincias estaban ya antes de la Marcha sobre Roma bajo un dominio dictatorial del Partido Fascista. El verdadero éxito de la Marcha sobre Roma como insurrección es que, entre el 27 y el 28 de octubre, les permitió a los escuadristas ocupar grandes ciudades, organismos gubernamentales e incluso cuarteles. A partir de allí, se produce el chantaje de Bianchi al rey y a los liberales para imponer a Mussolini como nuevo jefe de gobierno. Y allí es donde sí se expresa el genio político de Mussolini, que, sabiendo que se trataba de un movimiento arriesgado, ve que no hay ninguna resistencia por parte del gobierno ni de las Fuerzas Armadas, pero tampoco por parte de los trabajadores –millones de ellos aún organizados por los partidos antifascistas–. No hubo, fíjese, ni siquiera una huelga. Con esto quiero decir que los fascistas pudieron llegar a Roma teniendo ya el control de gran parte del norte y del centro de Italia con la fuerza armada del escuadrismo, sin encontrar ninguna resistencia por parte de las organizaciones obreras. Por tanto, en el libro El fascismo y la Marcha sobre Roma [2], sostengo que no hubo compromiso para que Mussolini y el fascismo llegaran al poder, sino que se produjo la victoria completa del chantaje.
Uno de los aspectos centrales de la mitología fascista es la de haber salvado al país del «peligro bolchevique». ¿Cómo se construyó esa mitología, sobre la que usted trabaja en su libro Mussolini contra Lenin, y por qué la considera históricamente falsa?
La idea de que Mussolini evitó una revolución bolchevique en Italia fue, en rigor, una invención de la prensa conservadora inglesa, y muy particularmente del periodista Percival Phillips, quien poco después de la Marcha sobre Roma escribió un libro titulado The «Red» Dragon and the Black Shirts: How Italy Found Her Soul: The True Story of the Fascisti Movement [El dragón «rojo» y los camisas negras. Cómo Italia encontró su alma: la verdadera historia del movimiento fascista][3]. La tesis de Philips, un periodista estadounidense con claras simpatías por el fascismo, falsificaba completamente los hechos históricos, a punto tal que llegaba a afirmar que, incluso durante el proceso de la Marcha sobre Roma, había en Italia un peligro revolucionario de tipo leninista. Esta tesis fue, lógicamente, usufructuada y utilizada por el propio régimen para crear el mito del fascismo como el salvador de la nación. La realidad, por supuesto, era muy distinta, y existen numerosas pruebas documentales que permiten demostrar la falsedad de esas afirmaciones. En primer término, el movimiento fascista no había conseguido monopolizar el consenso de las masas –recordemos que en las elecciones solo obtiene 35 diputados, que luego se convierten en 30–, pero sí el de las clases medias, es decir, de ese amplísimo sector de la población italiana que se había convertido en mayoritario en los años comprendidos entre 1911 y 1921 y que no tenía representación política propia y se identificaba con la nación, con el Estado y con los valores de la burguesía. En segundo lugar, la llamada izquierda revolucionaria estaba completamente dividida y desorganizada. El conflicto y la división en su seno eran de tal magnitud que, hacia 1921, el Partido Comunista estaba mucho más claramente decidido a destruir al Partido Socialista que a luchar contra el fascismo.
Observando la completa división entre socialistas y comunistas, pero también lo que estaba sucediendo en la Rusia Soviética –donde había terminado la guerra civil, la dictadura bolchevique se había asentado y se estaba adoptando una política neocapitalista como la Nueva Política Económica (NEP)–, es el propio Mussolini quien, en el verano de 1920, afirma que el intento de exportar el leninismo a Europa ya había fracasado. Y en julio de 1921, vuelve a declarar que hablar del peligro bolchevique en Italia es «una tontería». A tal punto la consideración de Mussolini es que el peligro bolchevique está muerto que, en ocasión de la Conferencia Internacional de Génova –que es convocada por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial para discutir los problemas económicos de la posguerra–, no se opone a la asistencia de Lenin. En aquel momento se llega a admitir la posibilidad de que Lenin viaje personalmente a Italia, y Mussolini, como si fuera el amo del país, escribe: «El señor Lenin puede venir, pero no debe hablar de política, de lo contrario nuestros escuadristas se encargarán de él».
Pero permítame agregar algo más. Que el peligro bolchevique no existía en Italia era también claro por el hecho de que, cuando se desarrolla la Marcha sobre Roma, los dirigentes maximalistas del Partido Socialista y los del Partido Comunista toman un tren y se van a Moscú para la Conferencia de la Internacional Comunista. Dicen que en Italia no pasa nada, que lo que está sucediendo es solo una disputa entre burgueses. Fíjese que el 27 de octubre de 1922, luego del gran mitin de los escuadristas fascistas en Nápoles, el periódico comunista L´Ordine Nuovo, dirigido por Antonio Gramsci, afirma que todo se trata de una farsa y sostiene que se está asistiendo a las «vísperas de la desintegración del fascismo». Frente a estos documentos, frente a estos datos, hablar todavía hoy de un peligro rojo revolucionario, de una amenaza comunista en Italia, es una de las mayores tonterías que se pueden decir. La idea del «peligro bolchevique» fue instalada y utilizada por el fascismo para construir su mito de salvación nacional, pero está completamente alejada de lo que fueron los hechos históricos.
En muchos de sus libros, pero en particular en El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista[4], usted definió el fascismo como una religión política y lo ubicó dentro del fenómeno más amplio de la «sacralización de la política». ¿Qué es lo que constituye una religión política y qué hizo que el fascismo se constituyera como tal?
Efectivamente, la religión política es un aspecto del totalitarismo fascista y los primeros en referirse al fascismo como una «religión política» fueron los católicos antifascistas y los liberales. Ellos alegaban que el fascismo pretendía imponer su ideología, es decir, la exaltación de la nación, la exaltación del Duce y la exaltación del propio fascismo como un dogma al que todo el mundo debía someterse, constituyéndose como una «religión política de la nación». Ese tipo de práctica de imposición se desplegó incluso antes de que el fascismo desarrollara su dictadura. Ya a fines de 1923, y a través de feroces palizas, los fascistas obligaban a la gente a quitarse el sombrero y a hacer reverencias a su paso. Los católicos antifascistas, como Luigi Sturzo, entendieron que el fascismo no podía ser de ninguna manera compatible con el catolicismo y que la Iglesia no podía apoyar el fascismo porque era un movimiento pagano que sacralizaba la nación y el Estado. El término de «religión política» se extendió luego entre otros antifascistas que observaban la forma en que el régimen imponía sus ritos, sus símbolos y sus mitos a toda la población italiana por medio de la violencia. Es este el sentido en que, en 1924, el periodista Igino Giordani, que adhería al Partido Popular de Luigi Sturzo, definía el fascismo como una «religión política pagana».
Debo aclarar, sin embargo, que la religión política no es exclusiva del fascismo, sino que pertenece a todos los totalitarismos. Fue, por ejemplo, un fenómeno visible en la Rusia bolchevique de 1918 y 1919, pero sobre todo tras la muerte de Lenin en 1924. En este sentido, y atento a su pregunta, me gustaría hacer algunas puntualizaciones. La primera es que la religión política forma parte de un movimiento más extenso que, como usted bien dice, he denominado «sacralización de la política» y que concierne a todos aquellos movimientos que sitúan la política en el centro de la vida humana y la convierten en una entidad suprema a la que incluso la religión debe someterse. En este marco, debemos diferenciar lo que constituye una religión política, que es típica de los regímenes totalitarios, de lo que constituye una religión civil, que caracteriza a los países democráticos. Tenemos, de hecho, el ejemplo de Estados Unidos, donde existe pluralismo religioso, pero cuando todos los creyentes, desde protestantes a católicos, pasando por judíos, musulmanes o sijs, se reúnen y cantan «God Bless America», reconocen a un dios que no es el dios de una religión concreta: es el dios de Estados Unidos. Estados Unidos es el primer ejemplo de una sacralización de la política en la que la política misma se convierte en el centro de una devoción. Esto se difunde y se extiende de manera más decisiva con la Revolución Francesa, con la dictadura jacobina, con Napoleón y luego, durante el siglo XIX, en los diferentes países y continentes, entre los que se incluye América Latina, donde distintos movimientos políticos pretenden definir el sentido último y la finalidad de la vida en esta tierra.
El hecho de que el fascismo pretendiera erigirse como una totalidad espiritual del Estado lo llevó a contradicciones con el campo religioso, tal como usted lo documenta en Contro Cesare[5]. En su libro usted muestra una relación pragmática entre el fascismo y la Iglesia católica, a la vez que puntualiza la complejidad que el fenómeno fascista suponía para muchos cristianos, en tanto se producía un conflicto entre el primado de Cristo y el del César (el Duce). ¿Cómo fue esa relación y qué influencia tuvieron los católicos antifascistas como Luigi Sturzo y Francesco Luigi Ferrari, a la hora de sentar las bases de una oposición cristiana al fascismo?
Al aproximarnos a este tema siempre debemos hacer una distinción entre el Estado Vaticano –es decir, la Iglesia como Estado– de la Iglesia como expresión de una religión determinada. En las relaciones con el gobierno fascista –que no es lo mismo que con el fascismo–, Pío XI aceptó inmediatamente ir por el camino de un Concordato, en tanto había aspectos que el papa compartía. Estos eran el antimarxismo, el antiliberalismo, la crítica a la democracia y, sobre todo, la condena y el rechazo de la soberanía popular y del libre pensamiento. Estos aspectos del fascismo eran compartidos porque eran los mismos objetivos religiosos que tenía la Iglesia en ese momento desde el Concilio Vaticano I. En ese sentido, tenían enemigos comunes. Y ese es el motivo por el que Pío XI intenta y consigue un Concordato con el Estado italiano. Pero el mismo papa, como líder de una religión que predicaba la igualdad –aunque solo fuera en términos espirituales–, el amor entre los pueblos y la condena de la violencia, tenía enfrente un poderoso movimiento político que divinizaba a la nación, que exaltaba a Mussolini como una especie de ídolo y que, sobre todo, contaba con una organización militar armada que se lanzaba no solo contra las organizaciones socialistas, sino también contra las organizaciones católicas y los párrocos que no aceptaban los símbolos fascistas o se rehusaban a recibir a los escuadristas en la iglesia. En ese sentido, se produjo una doble situación. Por un lado, estaba el papa que, como jefe de la Iglesia, buscaba un Concordato para convivir con un Estado laico, pero, por el otro, estaba el mismo hombre que, como líder de una religión, veía ante sí un movimiento que pretendía, cada vez más explícitamente, ser él mismo una religión terrenal que quería para sí no solo la obediencia, sino también la entrega de los ciudadanos. En mi libro Contro Cesare he mostrado con documentos la falsedad de esas teorías –o más bien de esas fábulas– según las cuales el papa Pío XI era un hombre con una personalidad similar a la de Mussolini, por lo cual, supuestamente, era piadoso con él. He publicado documentos que demuestran que, desde 1925, mientras buscaba el camino para un acuerdo entre Estados, el papa manifestaba una marcada angustia por el paganismo fascista y por lo que él llamaba, en algunos de sus documentos, una «religión civil». Pero esto no sucede solo en 1925, sino que continúa en el tiempo. El papa estuvo incluso dispuesto a romper el Concordato antes de su firma, cuando Mussolini, en 1929, pronunció una frase herética, claramente blasfema, al afirmar que «sin la romanidad, sin ser trasplantado a Roma, el cristianismo seguiría siendo una pequeña secta judía en Palestina». Pese a que acabó prevaleciendo la diplomacia y el Concordato se firmó en 1929, en mayo de 1931 el Partido Fascista lanzó una guerra escuadrista contra las organizaciones católicas con la intención de destruir el intento de la Acción Católica de convertirse en una especie de refugio para el Partido Popular –que era católico y antifascista–. En ese contexto, el Papa publicó una encíclica en italiano en la que condenaba el paganismo y la estadolatría fascista. Es decir, utilizó en 1931 las mismas palabras que habían empleado Luigi Sturzo y Francesco Luigi Ferrari entre 1923 y 1925, y por las que se habían visto obligados a abandonar Italia y exiliarse. Eran estos católicos los que escribían desde 1923 contra el peligro que una religión neopagana como la fascista suponía para la fe cristiana. Aun así, a pesar de la posición del papa, el fascismo no dio marcha atrás, y fue el propio papa quien tuvo que retroceder pidiéndole a la Acción Católica que solo se ocupara de asuntos religiosos. Sin embargo, el mismo conflicto volvió a estallar en 1938 y, como demuestro en mi libro, las acusaciones de Pío XI contra el fascismo y su dimensión totalitaria volvieron a ser continuas. Cuando el papa muere, el 10 de febrero de 1939, en vísperas del décimo aniversario del Concordato, tenía ya preparada una encíclica, Humanis generis unitas, para romperlo. En esa encíclica condenaba como herejías el totalitarismo de la nación, de la raza y de la clase (es decir, el fascismo, el nazismo y el comunismo). El papa murió sin que la encíclica fuera publicada, y el nuevo pontífice, Pío XII, enfrentado a la amenaza de una guerra inminente, prefirió guardarla en un cajón. Esa encíclica fue finalmente descubierta y dada a conocer en 1995 por algunos estudiosos[7]. Por tanto, cuando nos enfrentamos a la historia de las relaciones entre el fascismo y la Iglesia, debemos siempre distinguir, por un lado, las relaciones entre un Estado y una institución que asume el carácter de Estado, y, por otro, la relación entre las dos religiones. Entre el Estado fascista y la Iglesia católica hay un Concordato, a la vez que un conflicto continuo, cada vez más grave y cada vez más aterrador para el papa. Los documentos demuestran que esos son, para el papa, diez años de sufrimiento continuo. Es absolutamente ridículo confundir un acuerdo de convivencia entre Estados –sobre todo, en un país en el que en los estatutos el catolicismo era la religión estatal– con una simpatía entre el movimiento fascista y la religión católica. No era posible una real convivencia entre una religión que quería a todo el mundo para sí y un movimiento, como el fascista, que también quería a todos los seres humanos para él en este mundo y que, por lo tanto, no aceptaba la competencia de la Iglesia.
Quisiera ir introduciendo la entrevista, si me permite, en el campo del análisis de la relación entre el fenómeno fascista y otros procesos que tienen lugar en nuestros tiempos. Actualmente se discute mucho sobre el crecimiento del apoyo de los trabajadores a las nuevas extremas derechas. Si volvemos atrás en la historia, ¿cuál era la composición de clase del movimiento fascista? ¿A qué sectores pertenecían aquellos primeros escuadristas armados?
Una pequeña porción del grupo dirigente fascista, tanto en los Fascios de Combate como luego en el escuadrismo, estaba constituida por hijos de la burguesía. Pero la mayor parte –entre la que se encontraban líderes como Italo Balbo, Dino Grandi y Roberto Farinacci– eran hijos de pequeños profesionales locales, abogados o incluso profesores de escuela secundaria. O, como en el caso de Renato Ricci, de un trabajador de las canteras de mármol de Carrara. Por su parte, la base social del movimiento fascista estuvo compuesta, desde el principio, por las nuevas clases medias. Nuevas en el sentido de que muchos de aquellos que militaban eran jóvenes, mayoritariamente del valle del Po, hijos de antiguos agricultores que habían logrado comprar tierras durante el periodo de la gran crisis –que se había extendido entre 1911 y 1921–. Esos hombres, que se habían convertido en propietarios, no querían, lógicamente, someterse a ningún sistema socialista que impusiera una socialización. Debemos tener en cuenta que, entre 1911 y 1921, a partir de la desintegración de la gran propiedad capitalista en el campo, se formó un millón de nuevos propietarios, es decir, personas que habían luchado como campesinos por tener la propiedad de la tierra y que no querían cederla para ninguna idea proletaria o socialista. Si hacemos un ejercicio y le atribuimos a cada una de esas personas un solo hijo varón, tenemos un millón de jóvenes que están en contra del socialismo y que, habiendo sido la mayoría de estos combatientes en la Gran Guerra y habiéndose identificado con la nación, se veían a sí mismos como la nueva clase dirigente. Son ellos quienes dan vida a las nuevas escuadras fascistas, a los líderes fascistas y a los que serán luego los líderes del régimen fascista durante los 20 años de gobierno.
El fascismo tuvo un componente de trabajadores, pero se trataba de trabajadores agrarios que, después de la destrucción de las organizaciones socialistas, habían sido obligados a unirse a los sindicatos fascistas con la promesa de acceder a la tierra –algo que finalmente la mayoría de ellos no obtendría–. Esto nos muestra que la composición de clase del fascismo fue muy diferente de la del nacionalsocialismo, en tanto nunca logró capturar un fuerte apoyo de la clase trabajadora. Mientras que el nazismo tenía un importante apoyo obrero, el fascismo no logró ganarse ese sostén de los trabajadores, exceptuando a los de segunda generación, es decir, a aquellos que no habían conocido la violencia escuadrista. Estos sí eran más favorables al fascismo, tal como lo reconocieron los propios dirigentes comunistas. En 1935, el líder comunista Palmiro Togliatti expresó en una conferencia en Moscú que, en ese punto histórico, ya no era necesario luchar con las armas contra los fascistas, sino entrar en el fascismo, usar los mitos fascistas como el de 1919, y finalmente así conquistar los sindicatos fascistas. Togliatti llamaba a esos obreros «hermanos con camisa negra». Lógicamente, el intento de Togliatti fracasó, porque los fascistas podían ser muy estúpidos en muchos aspectos, pero justamente no para reconocer a sus enemigos. En eso sí que eran muy inteligentes.
Por no remontarnos a muchas otras experiencias que han sido calificadas genéricamente como fascistas, le mencionaré solo algunos casos contemporáneos: un partido como Vox, en España, ha sido calificado como fascista; el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil ha sido calificado como fascista; Donald Trump ha sido calificado como fascista; Mateo Salvini ha sido calificado como fascista. Todo esto por no mencionar los casos en que la expresión se usa aún más indiscriminadamente, llegando a conceptos como «fascismo de izquierda» o «islamofascismo». Usted está manifiestamente en desacuerdo con el uso de ese apelativo. ¿Por qué en ningún caso es válido?
Porque todo lo que no hace crecer nuestro conocimiento de las nuevas realidades que produce la historia es inútil y nocivo. El conocimiento progresa a través de la distinción, no a través de la confusión ni de las analogías. El agua es un líquido, y el aceite y la gasolina también lo son. Si yo digo que todos esos líquidos son agua no avanzo en el conocimiento y puedo correr el riesgo de cocinar fideos con gasolina. Si yo digo que todos los regímenes o movimientos autoritarios son fascistas, corro el riesgo de equivocarme claramente y de no analizar y comprender, de modo concreto, un determinado fenómeno. Ahora bien, ¿por qué puede usarse de este modo extenso, confuso y equivocado el concepto de fascismo? Fundamentalmente porque en su etimología el concepto «fascismo» no significa nada precisamente político. Le daré un ejemplo. Si digo «comunismo», seguramente no apoyo la propiedad privada, sino la comunidad de bienes. Si digo «liberalismo», no apoyo la socialización de los bienes, sino la propiedad privada. Si digo «anarquismo», no apoyo el poder estatal, sino la anulación de cualquier poder. Pero si digo «fascismo» digo solo «fasci», «fascio», que significa literalmente «estar juntos». ¿Entonces todos los movimientos que proponen estar juntos son fascistas? Claramente no. Ahora bien, según el uso extenso de la palabra «fascismo», que es homologada casi a cualquier movimiento o régimen autoritario, podríamos decir, por ejemplo, que Dios es fascista. Fíjese que, si aplicamos ese criterio, el Dios de la Biblia, del Antiguo Testamento, cuando ordena exterminar a las mujeres, niños, hasta la última descendencia, debería ser considerado de ese modo. ¿Y qué diríamos de Caín? Este también podría ser considerado el primer fascista que, para colmo, ha desatado una guerra civil al matar a su hermano Abel.
Hago estas bromas, pero, como usted sabe, todo esto conforma una ironía verdaderamente trágica. Esta difusión del término fascismo ha creado una profunda incapacidad para entender nuevos fenómenos en los que, si bien hay elementos que estaban presentes en el fascismo, no está presente ninguno de los que verdaderamente lo definían, lo hacían particular. Esos elementos son el totalitarismo, el imperialismo, la religión política, la revolución antropológica y la guerra como fin principal de la vida humana. A los regímenes y expresiones políticas que usted planteó en tono jocoso, podríamos agregar los de [Silvio] Berlusconi, [Charles] De Gaulle o [Juan] Perón. ¿Encontramos en ellos algunos elementos similares a los que había en el fascismo? Sí, por supuesto, porque el fascismo siempre fue imitado, sobre todo a través del uso de símbolos, de rituales, de mitos. Pero ¿están los componentes fundamentales del fascismo, aquellos que permitían definirlo como tal? No, no están. ¿Cómo se puede calificar de fascista un movimiento como Vox, que quiere afirmar la primacía de la catolicidad sobre el Estado, sobre la nación, sobre la educación, cuando la primacía del fascismo era la de la política, la del Estado? Hemos llegado a tal punto de confusión, que hay quien no es capaz de distinguir un movimiento nacionalista de inspiración católica que sostiene posiciones de la extrema derecha católica en temas asociados a cuestiones como la familia –donde se opone decididamente al aborto y al feminismo– del propio fascismo. Lo mismo sucede con Salvini y La Liga. ¿Cómo puede ser fascista un movimiento como La Liga, que ha pregonado históricamente la secesión de una región de Italia, cuando uno de los puntos fundamentales del fascismo es el de la unidad de la nación, que fue siempre considerada de carácter sagrado?
Las cosas, como usted comentaba en su pregunta, van incluso más allá. El uso del término fascismo se ha vuelto tan simplista que se lo puede aplicar desde a Trump hasta a Putin. Cualquier régimen autoritario con culto a un líder es llamado fascismo. Corea del Norte entonces sería fascista, la misma China comunista sería fascista. Evidentemente, esto no ayuda a entender los fenómenos contemporáneos que enfrentamos. Este uso priva a la categoría «fascismo» de los componentes que realmente le son propios y que solo se encuentran si los analizamos en la historia.
En resumen, lo que intento transmitir es que muchas veces se sostiene que tal o cual movimiento es fascista porque entre sus ideas figuran posiciones racistas, o apelaciones a la pureza de la nación, o porque desprecia la democracia representativa. Pero todas esas ideas preceden al fascismo. Que haya racismo o que haya autoritarismo no quiere decir que haya fascismo. Esas no son cualidades específicas del fascismo, sino que aparecieron incluso en otras latitudes y todavía perduran. El fascismo no existía durante el tiempo del primer racismo en Francia, o en el siglo XIX cuando había racismo en Inglaterra y en Estados Unidos, país en el cual todavía desgraciadamente sobrevive en muchos estados. Mucho antes del fascismo hubo sociedades, y no solo de Occidente, que afirmaron una identidad nacional que excluyó, por ejemplo, a grupos étnicos de diverso tipo. Con esto quiero decirle, aunque usted lo sabe, que no es posible atribuir a cualquier movimiento, construyendo analogías generales, el carácter de fascista.
Le aseguro que yo me esfuerzo mucho por entender estas analogías, pero las analogías no sirven para comprender la historia, sino para hacerla más confusa. Eso es lo que yo denomino «ahistoriología», es decir, una historia hecha como la astrología, que, en lugar de estudiar científicamente los hechos, se limita a interpretarlos según los propios deseos, esperanzas y temores.
Es completamente cierto que todos esos movimientos o regímenes son nítidamente distintos del fascismo o tienen características que no pueden ser circunscriptas a él. Pero ¿qué sucede con la primera ministra italiana Giorgia Meloni, de Fratelli d’Italia, que proviene de una fuerza política que sí se ha reivindicado como neofascista, como el Movimiento Social Italiano? De hecho, en su propio símbolo, Hermanos de Italia lleva la vieja insignia del Movimiento Social Italiano, la llama encendida…
Efectivamente, entre 1946 y 1994, hubo en Italia un partido neofascista con representación parlamentaria y que llegó a ser el cuarto partido a escala nacional. Hablamos, como usted bien dice, del Movimiento Social Italiano (MSI), una organización política que fue fundada por funcionarios, jerarcas y adherentes al régimen fascista que, aunque nunca llegó a 10% de los votos, rozó esa cifra en las elecciones de 1972. Ese partido participó en la elección de al menos un par de presidentes de la República, y compitió democrática y pacíficamente en las elecciones generales y locales. Como usted sabe, el MSI se disolvió en 1994, transformándose, con el liderazgo de Gianfranco Fini, en el partido Alianza Nacional. Ese partido repudió el fascismo –aunque Fini en los años 2000 seguía diciendo que Mussolini había sido el mayor estadista de toda la historia de Italia– y formó parte de todos los gobiernos de Berlusconi. En tal sentido, desde 1994, Alianza Nacional se despegó de su matriz original de neofascismo y se encaminó a un proceso de transformación hacia una derecha nacional conservadora, posición que ahora es recogida por el partido de Giorgia Meloni.
El partido de Meloni bebe de esa experiencia y, en tal sentido, no tengo inconveniente alguno en considerarlos como posfascistas que han aceptado las reglas del Estado democrático y de la República y que han jurado sobre la Constitución, y que se inscriben en esa derecha nacional conservadora. Por supuesto, la herencia del MSI es visible en el modo de concebir la política y en la relación con los adversarios. Pondré un ejemplo. Por estos días, se habla en Italia de la reforma constitucional. Meloni quiere el presidencialismo y se dirige a la oposición diciéndole: «Si no están de acuerdo con lo que yo digo, avanzaré igual». Evidentemente, no es una actitud democrática dialogar con la oposición bajo esta premisa. Recuerda a aquello que hiciera Mussolini en 1923, cuando siendo líder de un gobierno de coalición, se dirigió a sus opositores parlamentarios –los socialistas y los liberales antifascistas– diciéndoles: «¿Pero ustedes que quieren? Pongámonos de acuerdo». Y ellos respondían: «No queremos escuadristas armados, no queremos violencia». Y Mussolini terminaba diciendo: «Si ustedes no quieren lo que yo impongo, yo seguiré mi propio camino». En esto, digamos, hay un tipo de actitud similar. A esto se suma la perspectiva mitológica que expresan algunos de los que forman parte del gobierno de Meloni, según la cual el fascista fue el mejor gobierno que Italia jamás haya tenido, «excluyendo» las leyes racistas. Esto no implica, sin embargo, que siete millones de italianos que han votado a ese partido y a ese gobierno sean fascistas. De hecho, tampoco se trata en sí de un gobierno fascista –ya hemos dicho que no hay escuadristas armados, no se propicia una revolución antropológica de la sociedad, no instala una religión política, no construye un régimen totalitario–. Es un gobierno que tiene a un partido como Fratelli d’Italia, que convive con otros muy distintos. Fíjese, sin ir más lejos, que en este gobierno convive el partido de Meloni, que reivindica el «orgullo nacional», pero aliado a un partido como La Liga, que ha negado históricamente la propia existencia de la nación italiana y buscaba la secesión de una parte del país –aunque hoy la llamen «autonomía diferenciada»–. Y participa también una fuerza como la de Berlusconi, que exalta el liberalismo y el hedonismo.
Profesor, creo que ya la respuesta surge de sus propias respuestas previas, pero de todos modos le haré la pregunta. Como usted sabe muy bien, en 1995 el ensayista Umberto Eco utilizó la categoría «fascismo eterno» en una conferencia pronunciada en la Universidad de Columbia, que sería publicada algunos años más tarde. Eco no solo apuntaba 14 rasgos que él definía como «fascistas», sino que además asumía que el fascismo era casi una identidad política móvil, que ya no usaba solo uniformes militares sino también «trajes civiles» y que volvía en «nuevos ropajes más inocentes». Su conclusión lógica era que el deber de los demócratas era «desenmascararlo». ¿Cuáles son los inconvenientes que, según su parecer, tienen esta definición y esta idea? ¿Qué problemas puede traer aparejados la idea de una «eternidad» en la política?
Permítame responderle comenzando por el final de su pregunta. Debo decirle que, en comparación con Eco, yo soy un poco avaro, porque he definido al fascismo no en 14 sino en 10 puntos, pero podría reducirlos incluso a tres. El problema con los 14 puntos de Eco es que pueden ser aplicados también a la Iglesia católica o a la Falange española. Y si se pueden aplicar de ese modo, entonces no definen algo particular del fascismo. A eso agregaría otra cuestión de igual importancia. Si los fascistas aparecen, como dice Eco, disfrazados de demócratas, ¿cómo distinguimos a los demócratas antifascistas de los demócratas fascistas? Es decir, ¿quién tiene derecho a definirse como un demócrata antifascista si, por ejemplo, como hizo Gramsci, llamamos semifascistas a socialistas como Filippo Turati, a liberales como Giovanni Amendola, a católicos democráticos como Luigi Sturzo? ¿Y cómo hacemos para decir que el verdadero antifascista fue Gramsci, que fue encarcelado en 1926, mientras que Matteotti fue asesinado en 1924, Amendola fue atacado en 1923 y 1925, y Sturzo se vio obligado a exiliarse en 1924, y Turati en 1926? Lo mismo ocurre con el concepto según el cual el fascismo puede repetirse en otras formas y depende de los demócratas desenmascararlo. Una posición de ese tipo les otorga una suerte de poder totalitario a los llamados demócratas para decidir cómo, cuándo y quién es un fascista disfrazado. Con ese criterio, todo el mundo podría decir «tú eres el fascista, yo soy el verdadero antifascista».
Yo siempre tuve una gran admiración por Umberto Eco, un semiólogo con un enorme conocimiento de la retórica y también de la historia. Pero no podía ni puedo estar de acuerdo con él cuando afirma su tesis del «fascismo eterno». ¿Cómo se puede sostener la idea de algo eterno en la historia, cuando ni siquiera las divinidades se revelan eternas? ¿Dónde están hoy Júpiter y Apolo? ¿Dónde están los dioses de Persia? ¿Estamos seguros de que el cristianismo y el islam serán eternos? Hasta ahora, de hecho, han vivido menos que la religión egipcia. En la historia nada es eterno. Es un absurdo hablar de eternidad en la historia. Y, por otro lado, ¿solo el fascismo sería eterno? No veo que nadie hable de un «liberalismo eterno» o de un «bolchevismo eterno», de un «jacobinismo eterno» o, para referirme a su país, de un «peronismo eterno». Pareciera que solo el fascismo estuviera dotado de eternidad. Pero si el fascismo es eterno, entonces todo antifascista está derrotado de antemano. Nunca ganará porque, al parecer, su adversario es poseedor de un don único que no tiene ninguna otra ideología y ningún otro régimen: la eternidad. Ese supuesto carácter de la «eternidad» se basa, tal como le decía, en la práctica de las analogías. Se basa en atribuirles a movimientos o regímenes no fascistas la categoría de fascistas.
Al mismo tiempo que se ha producido toda esta banalización con la tesis del fascismo eterno, también se ha producido el fenómeno que usted ha denominado como «desfascistización del fascismo». ¿Podría explicar en qué consiste ese proceso?
Por supuesto. Mi concepto de «desfascistización del fascismo» se refiere, sobre todo, a lo que sucedió en Italia inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando distintos grupos ideológicos se enfrentaron al problema de pensar el fascismo tras el propio fin del régimen. Lo que había sido, a todas luces, un régimen de 20 años que había tenido características opresivas y excitantes para toda la sociedad italiana, se transformó, en algunas conceptualizaciones de los propios hombres de la izquierda que lo habían derrotado, en un fenómeno que básicamente consistía en una banda de criminales que se habían quedado con el poder frente a unas masas siempre hostiles al régimen y sometidas a la miseria. Entre los mismos antifascistas que habían derrotado al fascismo se evidenció un fenómeno de falta de rigor a la hora de definir ese régimen. Lo mismo sucedió, claro, desde el lado neofascista, que definía el fascismo como un régimen que había hecho mucho bien al país pero que, desgraciadamente, se había convertido en una dictadura porque el comunismo amenazaba a Italia. Esa derecha neofascista intentaba decir que el fascismo no era totalitario, que recién se había vuelto racista en 1938, que se había convertido en un régimen de partido único solo porque Matteotti había sido asesinado y porque la izquierda y los antifascistas querían derrocarlo. En definitiva, desde la izquierda y desde la derecha se produjo una banalización del régimen que impedía ver su especificidad. Se «desfascistizaba» el fascismo. En la izquierda se llegaba incluso a afirmar que el fascismo no tenía ideología, no tenía una visión de la economía, y hasta que ni siquiera había existido un régimen fascista: solo había mussolinismo.
En torno de este tema conviene mencionar la influencia que tuvo un libro que seguramente usted conoce y ha leído. Me refiero a Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt, en el que la autora, sin saber nada del fascismo, afirmaba que el fascismo no era totalitario. En su libro, en el que el único régimen que aparece como totalitario es el estalinismo –ni siquiera considera totalitarios a Lenin y a Mao–, tampoco consideraba totalitario el nazismo: solo le atribuye esa cualidad desde el inicio de la guerra. La tesis de Arendt fue utilizada durante la Guerra Fría como un manifiesto propagandístico para ubicar en el mismo lugar la Rusia de Stalin y la Alemania de Hitler, pero sobre todo, para justificar que Estados Unidos y distintos países de la Alianza Atlántica estuvieran aliados a regímenes como el de la España de[Francisco] Franco y el Portugal de [António] Salazar, que tenían aspectos comunes con el fascismo. El concepto de Arendt según el cual el fascismo no era totalitario sino autoritario les servía a los países aliados a regímenes que tenían algunos aspectos del fascismo para afirmar que, si era autoritario, era «menos malo» –e incluso en ocasiones podría ser bueno– que el totalitarismo, es decir, que la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin. Este tipo de posiciones contribuyeron a la desfascistización del fascismo. A ese proceso de desfascistización del fascismo también contribuyó el hecho de que muchos fascistas reales de los tiempos de Mussolini se hicieran luego democristianos, comunistas o socialistas, por lo que los partidos debían decir que el fascismo no había tenido ninguna influencia y solo se dedicaban a ridiculizarlo.
Mire, cuando yo era niño no vi ni una sola película en la que no se ridiculizara el fascismo. Nunca tuve la sensación, de niño y de joven, de que el fascismo había sido algo trágico, que había allanado el camino para el nazismo y el totalitarismo en Europa. En lugar de hacernos entender cuál había sido la tragedia del fascismo, lo tomaban todo en broma, como algo gracioso. De las atrocidades del fascismo, solo se recordaba el crimen de Matteotti y la muerte de Gramsci. Si usted mira los primeros documentales sobre el fascismo, se dará cuenta rápidamente de que todo era una caricaturización, una serie de burlas y de chistes. Esto influyó mucho. Y el beneficio, por supuesto, se lo llevaron los neofascistas reales, que se presentaban como defensores de las «buenas políticas» del fascismo, de las grandes obras arquitectónicas, de las grandes fábricas, del bienestar de los trabajadores. Utilizaban toda esa palabrería amparados en ese proceso de desfascistización del fascismo. Decían, por ejemplo, que el fascismo había hecho buenas obras, para justificarlo. Usted sabe bien aquello que decía Cervantes: que no hay ningún libro malo que no contenga algo bueno.
Permítame que insista con las cuestiones relativas al uso de la palabra «fascismo» como arma arrojadiza para calificar a los adversarios políticos e ideológicos. Usted recordaba que en 1924 Gramsci llamó «semifascistas» a Amendola, Sturzo y Turati. Podríamos mencionar también que Palmiro Togliatti aplicó conceptos similares a Carlo Rosselli, el socialista liberal que murió luego a manos del fascismo. ¿Qué incidencia tuvo en el uso extenso y equívoco del término fascismo que vemos actualmente el hecho de que los comunistas siguieran la tesis del «socialfascismo» y aplicaran el concepto indiscriminadamente contra sus adversarios políticos, incluso contra aquellos que eran claramente antifascistas?
Tuvo un gran impacto, porque como usted dice, en el antifascismo italiano hasta 1935 e incluso en algunos casos hasta 1937, para los comunistas todos los izquierdistas no comunistas eran fascistas o semifascistas. Quien no se convertía a la interpretación comunista del fascismo era un fascista. Esta interpretación se suspendió durante la guerra y durante el periodo de la Resistencia, pero volvió a ganar lugar tras la Liberación. Después de 1947, los comunistas comenzaron a llamar fascista a Alcide de Gasperi, que era democristiano y antifascista, y ese proceso comenzó otra vez. Fíjese que Lelio Basso, militante marxista antifascista, en 1951 publicó un libro titulado Dos totalitarismos: fascismo y democracia cristiana. Una homologación realmente sin ningún sentido. Y debemos tener en cuenta que esto lo decía Lelio Basso que era quien, en un artículo publicado el 2 de enero de 1925 en La Rivoluzione Liberale, dirigida por el joven antifascista Piero Gobetti –víctima de los escuadristas, obligado al exilio y muerto en París en 1926, a los 25 años— había inventado el término «totalitarismo» para definir el régimen fascista.
El uso indiscriminado del término «fascismo« en Italia se relaciona directamente con esa acusación de fascistas contra todos los antifascistas no comunistas. En términos globales, la incidencia en ese uso indiscriminado la tuvo claramente la victoria de la Unión Soviética de Stalin en la Segunda Guerra Mundial, en tanto los comunistas extendieron la idea de que, como ellos habían vencido, eran los verdaderos opositores al fascismo. En consecuencia, podían marcar como fascista a cualquiera que se les opusiera. Y de ese uso extenso y confuso de la categoría derivó su pasaje a todos los ámbitos, a punto tal que los anticomunistas empezaron a llamar fascistas a los comunistas. Se transformó en una categoría para utilizar como arma contra cualquier opositor ideológico. Por eso vuelvo a mi razonamiento inicial: si el término «fascista» en sí mismo no contiene ninguna idea política clara, fascista puede ser cualquiera. ¡Incluso usted puede ser fascista porque me está haciendo preguntas para meterme en dificultades! Cuando reprobaba alumnos y debían repetir el examen, ¿qué decían?: «¡Este es un fascista!».
El hecho de que usted no utilice, por todas las razones que ha expresado, el concepto de «fascismo» para referirse a fenómenos políticos muy diversos, no implica que no observe los graves problemas de las democracias contemporáneas y sus derivas «iliberales». En tal sentido, usted ha acuñado el concepto de «democracia recitativa». Al mismo tiempo, ha advertido que el mayor peligro en la actualidad es la presencia de líderes elegidos democráticamente pero que carecen de ideales democráticos. ¿Qué significa el concepto de democracia recitativa y cuáles son, según su perspectiva, los dilemas que atraviesa la democracia hoy?
Si nosotros utilizamos el término «fascismo» para referirnos a lo que históricamente ha sido –es decir, que se ha expresado como organización, como cultura y como régimen en una cultura irracionalista y mítica fundada en la exaltación del Estado y de la nación, en una militarización de la política, en el totalitarismo y el imperialismo, en el racismo, en la revolución antropológica de la sociedad y en la guerra como fin último de la vida humana–, entonces debemos concluir que esto no está presente en los países democráticos. Sin embargo, en todos los países democráticos, incluso en los más antiguos, se están verificando una serie de procesos muy preocupantes. Uno es el creciente descontento de la ciudadanía, expresado en términos de desconfianza y, sobre todo, en una fuerte abstención electoral. Otro es la permanente y galopante intrusión de la corrupción. Y el que considero más importante es la renuncia al ideal democrático. El ideal democrático no es lo mismo que el método democrático, que consiste en el proceso de elecciones libres y pacíficas por el cual los ciudadanos eligen a sus gobernantes. Con el método democrático, lo sabemos muy bien, es posible elegir gobiernos racistas, antisemitas, machistas o antifeministas. Por eso el ideal democrático, por el cual durante 200 años muchos ciudadanos han sacrificado su vida en manifestaciones, en agitaciones, en revoluciones y en guerras, no consiste solamente en que los ciudadanos puedan elegir pacífica y periódicamente a sus gobernantes, sino en trabajar constantemente para eliminar todos los obstáculos y discriminaciones entre los gobernados.
Si la desigualdad de riqueza, y la pobreza y la precariedad son cada vez mayores, entonces tenemos un problema democrático –y en buena medida, parte del voto de los trabajadores a la extrema derecha se vincula a estas cuestiones–. Las estadísticas mundiales nos dicen que el 10% más rico del mundo posee hoy alrededor de 76% de la riqueza global. En Italia, durante la pandemia, el 5% más rico aumentó su riqueza, mientras que todas las demás clases perdieron poder adquisitivo salarial. Esa profunda desigualdad en la riqueza hace a un problema democrático muy serio: ¿quién, sino los ricos, puede acceder a propagandas electorales televisivas?
Al problema de la desigualdad, que impacta seriamente en la democracia, se agrega otro, y es el que usted menciona: el de la recitación. Una de las razones por las cuales se produce una fuerte abstención electoral se vincula a la consideración ciudadana de que la democracia se ha transformado en un espectáculo que tiene lugar solo en el periodo electoral. Los ciudadanos sienten que son convocados a votar y que, luego, los dirigentes políticos toman decisiones arbitrarias, de espaldas a la ciudadanía. En definitiva, toman las decisiones que quieren. En el sistema político italiano, los candidatos ni siquiera son elegidos por la ciudadanía, sino por sus compañeros de partido, y la ciudadanía es obligada a aceptar lo que los partidos han decidido. Todo esto hace a la calidad democrática. Es en este sentido en el que hablo de «democracia recitativa».
Ahora bien, es importante destacar que el método democrático prevalece, a diferencia de lo que sucedía hasta 1945, cuando movimientos fascistas y nacionalsocialistas negaban el principio mismo de soberanía popular. O a diferencia de los regímenes comunistas, que predicaban el principio de la soberanía del proletariado, pero que, finalmente, sostenían dictaduras de tipo totalitaria. Hoy todos los partidos, y también los llamados «populistas», reconocen ese principio y, de hecho, se refieren directamente a él. Evidentemente, este tipo de apelación al diálogo directo entre las masas y el pueblo puede constituir un desafío a la democracia liberal, como lo vemos en casos de Europa oriental, en la Rusia de Putin, en la Turquía de [Recep Tayyip] Erdoğan. Pero eso no los vuelve fascistas. No se puede ser fascista y apelar a la soberanía popular. Sería como ser bolchevique defendiendo la propiedad privada. Por lo tanto, los principales riesgos de la democracia emergen de la democracia misma. Repito: no debemos olvidar que la democracia como método basa su acción en el propósito y el objetivo de alcanzar algo más, el ideal democrático. Sin ese ideal, tenemos una democracia recitativa en la que, efectivamente, pueden producirse mayorías racistas, nacionalistas, iliberales. Si se abandona la realización del ideal democrático y la democracia es solo una recitación, el desarrollo del individuo se obstaculiza sin que exista ningún tipo de régimen fascista. Por lo tanto, para evitar la elección de gobiernos racistas, machistas, iliberales, de lo que se trata es de que la democracia no se limite al método democrático, sino que persiga el ideal democrático.
Permítame hacerle una última pregunta asociada a su propia trayectoria como historiador. Usted tuvo entre sus maestros a Renzo de Felice, un historiador de enorme relevancia, que desarrolló una de las más importantes biografías de Mussolini que se hayan escrito hasta la fecha. ¿Cómo conoció a De Felice y qué aprendió de él en términos del quehacer historiográfico?
Déjeme comentarle que, de niño, yo tenía dos grandes pasiones. Una era la pintura y la otra era la historia. Luego, por una serie de circunstancias, no me fue permitido seguir la vocación que más apreciaba que era la pintura, así que me dediqué a mi otro campo de interés. Mis primeros intentos fueron en historia medieval, y cuando tenía 18 años y estaba terminando el bachillerato, hice un ensayo sobre la poesía de Dante. Sin embargo, el trabajo fue rechazado por el que entonces era mi profesor. Sinceramente, yo había puesto mucho empeño en ese texto, había dedicado mucho trabajo, y pensé que podía pedir otra opinión sobre aquel ensayo. Entonces se me ocurrió escribirle a Giuseppe Prezzolini, un escritor y periodista que escribía en Il Tempo, el periódico que leía mi padre. Prezzolini era un hombre muy famoso que, entre otras cosas, había sido el fundador de una revista La Voce en la que habían colaborado Giovanni Amendola, Benedetto Croce, Mussolini. Cuando le escribí yo desconocía por completo que él tenía 84 años y, en mi carta, lo traté de «tú», como si se tratara de un amigo. Él me respondió muy amablemente que, por la cultura que expresaba mi artículo, no creía que yo tuviese 18 años. Y así comenzó una relación. Luego, ya realizando mis estudios universitarios en Historia, conocí a un historiador antifascista que había sido amigo de Piero Gobetti y que tuvo una gran influencia para mí. Me refiero al gran historiador Nino Valeri, que fue el primero en estudiar el fascismo de manera científica. Yo quedé fascinado porque Valeri hablaba del periodo giolittiano y de los contestatarios de ese tiempo, entre los que se encontraba un joven intelectual que era el mismísimo Prezzolini. Lo cierto es que Valeri se convirtió en el director de mi tesis, pero se retiró de la academia antes de que yo la terminara. Mi director pasó a ser, entonces, Ruggero Moscati, pero necesitaba, sin embargo, un codirector. Y fue Prezzolini quien me dijo: «Fíjate que en Roma hay un historiador que yo admiro mucho. Se llama Renzo de Felice. Yo te daré una carta de presentación». Y así llegué a De Felice y se convirtió en mi codirector de tesis. Aun así, y a diferencia de lo que muchos creen, e incluso de lo que se afirma en la Enciclopedia Italiana, yo nunca estudié con él ni fui su discípulo directo.
De Felice era, ya entonces, un hombre muy importante en términos históricos. En 1965, cuando me estaba graduando del bachillerato, yo había leído el primer volumen de su extensa biografía de Mussolini, que había sido publicada ese mismo año. Ese libro me causó una profunda impresión. Aunque me fastidió un poco que el libro de De Felice estuviera escrito con un estilo muy difícil –yo siempre he preferido las frases breves, a lo Tácito–, quedé muy impactado por el aparato de citas bibliográficas que manejaba. De hecho, las notas casi duplicaban el tamaño del libro. Todas esas citas de archivo me fascinaron. Fue así como descubrí que no solo existía la historia que yo había leído en los libros de Benedetto Croce, que eran sintéticos y casi sin notas, sino que también estaba esto: la posibilidad de encontrar libros como el de De Felice, donde el archivo y las notas bibliográficas eran fundamentales.
Lo cierto es que, luego de graduarme, con De Felice como codirector de mi tesis, pasé un buen tiempo sin verlo, en tanto yo no comencé rápidamente la carrera académica, sino que me dediqué, algunos años, a enseñar italiano y latín, y luego historia del arte y por último historia y filosofía, en escuelas secundarias. Sin embargo, en 1971, conseguí una beca que no solo me dio una excedencia en la escuela secundaria en la que daba clase, sino que me permitió investigar en Roma. Esa beca hacía necesario tener a un profesor como garante de la investigación, y decidí pedirle ese rol a quien había sido mi codirector de tesis de grado. Acudí a De Felice y me contestó que sí, que él sería el garante de mi investigación. Fue entonces cuando comencé a colaborar en sus clases y seminarios. Esos fueron, para mí, dos años de un enorme aprendizaje. En primer lugar, aprendí la importancia de basar cada hecho histórico en la mejor documentación posible. Y, observando e interactuando con De Felice, entendí el verdadero significado de la independencia intelectual. Recuerdo que en una oportunidad le llevé unos capítulos de mi tesis para que los leyera y él, como buen profesor, me hizo una serie de observaciones. Yo le contesté, muy ingenuamente: «Muy bien, profesor, ahora mismo lo voy a modificar, voy a cambiar esto y aquello». Pero De Felice, a quien yo muchas veces veía en su casa, no me dejó ni siquiera terminar de hablar, me interrumpió y me dijo: «Escuche, Gentile, si usted cambia una palabra porque yo le he hecho una serie de observaciones, no venga más a verme». Fue entonces cuando aprendí lo que es ser un profesor universitario de gran valía pero que, como el propio De Felice decía, no quiere crear su copia en papel carbón.
Yo, que nunca fui su alumno, tampoco soy, como algunos dicen, su mejor heredero. Se dice que lo he seguido, pero en realidad, si esto es así, también lo he traicionado. De Felice argumentaba que el fascismo no había sido totalitario, pero yo llegué a la conclusión contraria a partir de mi trabajo con documentación histórica. Luego, De Felice también se convenció de ello. Fíjese que yo escribí en la década de 1980 muchos artículos sobre este tema, discutiendo la propia tesis de De Felice según la cual el fascismo no había sido totalitario. ¿Y sabe dónde se publicaron algunos de esos artículos? En la revista que dirigía el propio De Felice. Fue él mismo quien los publicó. Eso es lo que él me enseñó. Lo que realmente aprendí de De Felice es que hay que ser muy riguroso en la investigación documental y que no hay que escribir una frase que no corresponda a los documentos, a los hechos tal como resultan de los documentos, evaluándolos, por supuesto, críticamente. Y el otro gran aprendizaje que tuve fue que jamás debes oponerte a alguien que defiende una tesis distinta de la tuya si antes no compruebas si esa persona tiene razón y tú estás equivocado. Yo también he intentado enseñar esto a mis alumnos, muchos de los cuales se convirtieron luego en mis colegas. Son lecciones que hay que aprender. Aunque sea muy cansador e implique un trabajo continuo. El año pasado, en octubre, publiqué una historia del fascismo de 1.300 páginas, pero en el año 2002 publiqué una historia del fascismo de 29 páginas.[7] ¿Cuál es la verdadera? Ambas. Solo que en la primera no documenté todo lo que afirmaba. En la segunda, en cambio, no hay nada de lo que afirmo que no esté documentado. Y esto me parece importante.
Notas:
1. Se refiere a la militancia previa de Mussolini en el Partido Socialista.
2. Edhasa, Buenos Aires, 2014.
3. Carmelite House, Londres, 1922.
4. Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
5. Contro Cesare. Cristianesimo e totalitarismo nell’epoca dei fascismi, Feltrinelli, Milán, 2010.
6. Georges Passelecq y Bernard Suchecky: L’Encyclique cachée de Pie XI: Une occasion manqué de l’Église face a l’antisemitisme, La Découverte, París, 1995.
7. En Fascismo: Storia e interpretazione, Laterza, Roma-Bari, 2002.
Fuente: https://nuso.org/articulo/entrevista-emilio-gentile-fascismo/
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Flores da Cunha – Um caudilho democrático
José Antônio Flores da Cunha foi um advogado, general e político, tendo sido interventor federal e posteriormente, governador do estado do Rio Grande do Sul, e também senador pelo mesmo estado.
Flores da Cunha nasceu na Estância São Miguel, uma das propriedades de sua família na região de Vista Alegre no município de Santana do Livramento, no Rio Grande do Sul, em 5 de março de 1880.
Era filho de Evarista Flores da Cunha e Miguel Luís da Cunha, um dos estancieiros mais ricos da região, membro de famílias tradicionais do estado, sendo bisneto do coronel da Guarda Nacional José Antônio Martins, também estancieiro na região. Era também irmão do senador Francisco Flores da Cunha, casado com Francisca Chaves, filha do presidente da província de Minas Gerais e de Santa Catarina, o senador Antônio Gonçalves Chaves.
Permaneceu a infância em sua terra natal, lá fez seus primeiros estudos, partindo para São Paulo no ano de 1895, onde realizou o curso secundário. De volta ao seu Estado em 1897, frequentou por um ano a recém-fundada Escola de Engenharia de Porto Alegre. Depois foi para São Paulo, onde em 1898, matriculou-se na Academia de Direito do Largo do São Francisco. No meio do curso mudou-se para o Rio de Janeiro, formando-se em Direito, em 1902, pela então Faculdade de Direito do Rio de Janeiro, hoje atual Universidade Federal do Rio de Janeiro.
Um mês depois de formado, foi indicado para assumir um posto de delegado de polícia na cidade do Rio de Janeiro. A sua nomeação se deu por intercessão de Leopoldo de Bulhões, na ocasião Ministro da Fazenda do Presidente Rodrigues Alves.
Em 1904, retornou ao Rio Grande do Sul, instalando-se em Santana do Livramento, sua terra natal. Lá iniciou os trabalhos, montando seu escritório de advocacia que logo se tornou movimentado e próspero. Advogou por vários anos na região da fronteira, deslocando-se “em lombo de burro, pois que ainda não haviam estradas de ferro”.
Defendeu casos memoráveis, que alcançaram as localidades de Quaraí, Itaqui, Alegrete, Uruguaiana, Rosário, Bagé e Dom Pedrito. Dedicado ao foro criminal, produzia um desempenho que atraía verdadeiras multidões. Em Bagé participou da acusação do famoso caso “Irmãos Madureira”, acusados de matar Marcílio Alano da Silva, que era um partidário do Dr. Fernando Abbott.
Nesse contexto, também se destacou como auxiliar de Galdino Siqueira, então Promotor Público, no caso do assassinato do Senador José Gomes Pinheiro Machado.
Casou-se em 1905 com Irene Guerra, e em 1909, filiado ao Partido Republicano Rio-Grandense (PRR), iniciou carreira política como deputado estadual, sendo logo depois eleito deputado federal em 1912, pelo Ceará. Em 1917 foi reeleito, desta vez pelo seu estado natal, renunciando ao mandato em 1920 para concorrer à prefeitura de Uruguaiana.
Em 1923 destacou-se como chefe militar legalista na luta que conflagrou o Rio Grande do Sul, opondo os partidários do governador Borges de Medeiros aos oposicionistas liderados por Joaquim Francisco de Assis Brasil. Voltou a ser deputado federal em 1924.
Em 8 de outubro de 1925 prendeu Honório Lemes, garantiu sua integridade quando populares quiseram linchá-lo. Reeleito deputado federal em 1927, renunciou em 1928 para ser eleito senador.
Atuou ativamente na revolução de 1930, que levou Getúlio Vargas à presidência do Brasil em novembro daquele ano. Em 28 de novembro de 1930 foi nomeado interventor no Rio Grande do Sul. Ajudou a fundar o Partido Republicano Liberal (PRL), em novembro de 1932. Na Revolução Constitucionalista de 1932 permaneceu leal a Getúlio Vargas. Em abril de 1935 foi eleito governador do Rio Grande do Sul, exercendo o mandato até outubro de 1937. No mesmo ano da eleição, já como governador constitucional, começou a se afastar do presidente Vargas. Buscando ampliar sua influência política nacionalmente, envolveu-se em disputas sucessórias em outros estados, como Santa Catarina e Rio de Janeiro. Era defensor do federalismo. Em 1937, rompeu com Getúlio Vargas, e foi forçado a deixar o governo gaúcho. Exilou-se, então, no Uruguai e só voltou ao Brasil cinco anos depois, durante a Segunda Guerra Mundial, quando cumpriu pena de nove meses na Ilha Grande, no Rio de Janeiro, sendo libertado por Vargas em 1943.
Em 1945 participou da fundação da UDN, onde se elegeu deputado constituinte. Nas eleições para sucessão de Vargas, fez campanha para o Brigadeiro Eduardo Gomes. Reelegeu-se deputado federal em outubro de 1950 e em outubro de 1954. Assumiu a presidência da Câmara dos Deputados no dia 8 de novembro de 1955, substituindo o deputado Carlos Luz, que fora empossado na chefia do Executivo Federal em virtude do afastamento de Café Filho por motivos de saúde. Coordenou as sessões que garantiram a democracia e a posse de Juscelino Kubitschek. No mesmo ano, rompeu com a UDN e renunciou à presidência da Câmara dos Deputados.
Em 1958, aos 78 anos de idade, foi eleito pelo PTB, mas morreu antes do fim do mandato em Porto Alegre no dia 4 de novembro de 1959. Foi sepultado em Santana do Livramento.
Em sua homenagem foi denominada a cidade de Flores da Cunha, e também várias ruas pelo estado do Rio Grande do Sul.
Por: Diones Franchi
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Socios de negocios
Por: planetakike
#puerto rico#despierta puerto rico#corrupción en puerto rico#corrupción#esto es puerto rico#politicos de mierda#corrupt politicians#puertorriqueños#despierta boricua#Socios de negocios#partido pnp de puerto rico#partido popular democrático#la corrupción en puerto rico#el partido mas corrupto en puerto rico#planetakike#politicos corruptos#mensaje para los puertorriqueños#noticias de puerto rico#la política sucia en puerto rico#la política en puerto rico
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México ha tenido a lo largo del siglo xx e inicios del siglo xxi una relación ambigua, por decir lo menos, con la democracia. Si bien es cierto que el texto constitucional de 1917 se inspiró en los ideales democráticos de la Ilustración francesa y de los constituyentes de Filadelfia –especialmente en la idea de “soberanía popular” de Jean Jacques Rousseau, en la teoría sobre la división y el equilibrio de poderes de Charles de Montesquieu y en la teoría del gobierno representativo y la necesaria operación de frenos y contrapesos en las relaciones entre las instituciones fundamentales del Estado de Los Federalistas (Alexander Hamilton, James Madison y John Jay)–, también es cierto que el sistema político que emergió de la Revolución mexicana de 1910, y en el que nacieron y se desarrollaron sus piezas principales (partido oficial y presidencialismo) durante la primera mitad del siglo xx, siguió caminos diferentes, y muchas veces encontrados, a los modelos democráticos francés y estadounidense. El sueño republicano y democrático del texto constitucional fue desmentido de manera sistemática por relaciones de poder marcadas por el faccionalismo y el clientelismo, los dos principales tumores que acaban por corroer el cuerpo de cualquier república democrática digna de ese nombre. La democracia, por tanto, ha sido una forma de gobierno que –a nuestro pesar– no ha terminado por adquirir carta de naturalidad en el México contemporáneo. Su realización histórica ha sido episódica y escasa: la República restaurada (1867-1876), el gobierno de Francisco Ignacio Madero (noviembre de 1911 a febrero de 1913) y la novel e incipiente democracia electoral (1997 a la fecha); el peso de los acontecimientos ha acabado por ocultar las huellas de su memoria.
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• La ley de restauración de la naturaleza promovida por el PP y el PSOE que normalizo la demolición de diques de irrigación agricola de forma arbitraria. En el: "todo orquestado" para pavimentar el paso de la riada provocada por la dana, potenciando la catástrofe en Valencia.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP) se adhirieron al Pacto Verde Europeo desde su origen. Aunque el PP expresó "su oposición a ciertas medidas específicas del pacto, inicialmente apoyaron la iniciativa".
El Pacto Verde Europeo es un ambicioso plan "ideológico" de la Unión Europea para lograr la neutralidad climática para 2050? y transformar la economía en un modelo ecológico, eficiente y competitivo?. Los objetivos incluyen reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en al menos un 55% para 2030?, descarbonizar el sector energético?, fomentar la economía circular?, promover la movilidad sostenible y eliminar la contaminación?.
Lo irrisorio es que la Unión europea no específica información sobre la adhesión del PSOE y el PP al Pacto Verde Europeo, lo que es absurdo porque sabemos que se adhirieron. Lo importante hoy en día es destacar que su adhesión al Pacto Verde Europeo ha potenciado una catástrofe sin precedentes en su implementación arbitraria. La implementación del pacto requiere la colaboración de todos los partidos políticos y sectores de la sociedad, sin embargo se pasó por alto la opinión de los sectores agrícolas quienes efusivamente se manifestaron en su contra. Ya que perjudicaría principalmente sus fuentes de ingreso, recursos, trabajo, sostenibilidad, clima, etcétera. Sin su consentimiento democrático.
Es interesante notar que, aunque el PP expresó su oposición a ciertas medidas, VOX denunció que el PP y el PSOE han votado juntos el 87% de las veces en el Parlamento Europeo, incluyendo el apoyo al Pacto Verde. Esto sugiere que, aunque existen diferencias en las posturas de los partidos. La "ley de restauración de la naturaleza" mencionada es una iniciativa conjunta del PP y el PSOE que permitió gran parte de la demolición arbitraria de los diques de irrigación agrícola bajo los conceptos ideológicos dado que si bien estaba contemplada en el Pacto Verde Europeo, no estaba aprobada de forma regional bajo consenso social. Hoy el PP se quiere desmarcar de responsabilidades sobre la catástrofe ocurrida en Valencia y varias comunidades españolas, expresando su oposición a la Ley de Restauración de la Naturaleza de la Unión Europea, argumentando que pone en riesgo la sostenibilidad del medio rural español y su sistema alimentario.
Sabemos que en un supuesto ésta ley en cuestión busca restaurar al menos el 30% de los hábitats naturales en 2030, "lo que desde un escritorio suena una causa casi heroica a favor de la naturaleza" desconociendo la geografía regional, la situación hídrica, y las consecuencias como se están viviendo en el país dado a las riadas sin ningún control a su paso provocadas por el fenómeno de la dana. Una vez más vemos en ésta encrucijada, a él PP considerando lo que en un inició normalizó: como "desproporcionado e ideológico" y que podría perjudicar al sector primario y al sistema alimentario europeo. Pidiendo al Gobierno español que rechace la normativa en el Consejo de Ministros de la UE.
Pero los que nos estábamos informando al respecto; y los que informábamos al respecto sabíamos que la principal consecuencia sería precisamente la inundación o devastación que provocarían las aguas de las lluvias sin ningún control en las crecientes río abajo. Hechos que junto a todas las consecuencias o formas en las cuales se perjudicaría a las comunidades se han mencionado nunca fueron estimados y considerados porque se tratan de medidas arbitrarias en las que se normaliza la injerencia de la Unión Europea en situaciones regionales, en las que se debe considerar democráticamente la opción de sus habitantes para tomar cualquier determinación.
En resumen: "ecoterrorismo explícito del PP y el PSOE" contra el pueblo español.
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¿Los mejores ladrones de elecciones o la "democracia más grande del mundo"?
Las elecciones estadounidenses son horribles. Esto es intencional.
Se podría perdonar que no comprendan por qué, el próximo martes, Estados Unidos utilizará el colegio electoral, una serie de contiendas en las que el ganador se lo lleva todo en cada estado, para determinar el resultado de sus elecciones presidenciales, en lugar del recuento nacional. El candidato con millones de votos más podría, de hecho, perder la carrera, como le ocurrió a Hillary Clinton en 2016.
Tiene razón en sentirse confundido acerca de cómo se promueven los valores democráticos por el hecho de que el día de las elecciones es un martes que ni siquiera es feriado nacional.
No sería el único que se sorprendería por el hecho de que cada ciudadano necesita registrarse con mucha antelación para poder votar. Tampoco que cada cuatro años llegue una ola de noticias sobre intentos indecorosos de los republicanos de invalidar los registros de cientos de miles de votantes, de intimidarlos con amenazas de multas o prisión si cometen un error o, de diversas formas innovadoras, de cambiar las reglas del juego en el último momento.
Y aunque la ley federal prohíbe la destitución masiva de votantes menos de 90 días antes de las elecciones, esta semana, apenas siete días antes de las elecciones, la Corte Suprema, dominada por republicanos radicales e ideológicos, dictaminó que el gobernador republicano de Virginia podía hacer exactamente eso. Los funcionarios estatales y republicanos alineados con Trump también han intentado trucos furtivos en los estados de Alabama, Georgia, Nebraska, Carolina del Norte, Michigan , Arizona, Nevada y más allá.
Si bien esta suciedad se ha convertido en la nueva normalidad, este año, sin embargo, la tensión es mayor que nunca, ya que Trump todavía se niega a aceptar que perdió en 2020 y algunos de sus partidarios más fervientes, que han estado insistiendo en esta mentira durante cuatro años, Están dispuestos a armar un infierno si le vuelven a “robar” las elecciones. Esto aporta otra dimensión mucho más espantosa al juego del robo electoral, provocando que muchos trabajadores electorales con larga trayectoria renunciaran por temor a la violencia.
Mire, la “democracia más grande del mundo” (¿alguien todavía cree eso?) fue diseñada desde el principio para ser antidemocrática. James Madison, el “padre de la Constitución” venerado por ambos partidos, escribió la famosa frase que el sistema de gobierno que él y sus amigos de élite diseñaron serviría para prevenir “la tiranía de la mayoría” (que es como lo hacían los ricos y los eruditos de la época). aparentemente se refiere a “democracia”.
Los tribunales, el sistema electoral, el Senado: todo fue creado para frenar la voluntad popular y proteger los intereses de quienes están en el poder. Madison escribió la Constitución en un momento en que las élites estaban asustadas por los levantamientos populares de agricultores pobres y veteranos militares descontentos con la creciente desigualdad, la codicia de las élites y una crisis de deuda que estaba provocando que la gente normal perdiera sus granjas a manos de banqueros y comerciantes. Sabían que esto era injusto y exigieron su parte de la prosperidad que el nuevo país había prometido.
Estados Unidos enfrenta actualmente niveles de desigualdad mayores que los registrados durante la “Edad Dorada” de los “magnates ladrones” de principios del siglo XX que condujo a la Gran Depresión. Por lo tanto, no sorprende que la elite política y económica esté nuevamente innovando en formas de suprimir la democracia.
Algunas de las peores derrotas han procedido de jueces designados por los republicanos en los tribunales, incluido el infame fallo de Citizens United de 2010, que eliminó efectivamente los límites al gasto de multimillonarios y corporaciones para influir en las campañas (lo que se puede hacer sin revelar quién pagó qué) bajo la ley. argumento de la libertad de expresión. (Libertad para los ricos, pero malditos sean todos los demás, para variar).
Open Secrets, un grupo que monitorea la corrupción legalizada en Washington, estima que se gastarán 92 mil millones de reales en este ciclo electoral, el más caro de la historia.
Pero si bien los republicanos son los principales protagonistas de este vergonzoso proyecto, los demócratas también merecen gran parte de la culpa porque aparentemente son alérgicos a la victoria. En primer lugar, porque son imperdonablemente mansos frente al fraude y el robo flagrantes: no están dispuestos a proponer políticas audaces que bloqueen estas medidas antidemocráticas porque sus mayores donantes no quieren eso.
En segundo lugar, porque se niegan a ofrecer a los republicanos una verdadera alternativa electoral que pueda servir de salida al creciente descontento popular que actualmente se siente más representado en el circo Trump, a pesar de las evidentes contradicciones.
Joe Biden prometió a los donantes ricos en 2019 que podría “no estar de acuerdo en los márgenes, pero la verdad es que todo está en nuestro poder y nadie necesita ser castigado. El nivel de vida de nadie cambiará, nada cambiará fundamentalmente” si llega a ser presidente.
Eso no era del todo cierto. Bajo Biden y Harris, los demócratas se han movido más hacia la derecha en muchos temas, acercándose a los extremistas republicanos y abrazando, por ejemplo, la política de inmigración de Trump, que calificaron de bárbara y malvada.
Harris ahora luce con orgullo el respaldo de criminales de guerra como Dick Cheney, el ex vicepresidente de George W. Bush que fue la fuerza impulsora detrás de la invasión estadounidense de Irak que mató a cientos de miles de personas inocentes y destrozó el Oriente Medio. mientras enriquece su antigua empresa.
Como resultado de estos fracasos de los demócratas, se espera que alrededor de un tercio de los votantes con derecho a votar se queden en casa el martes, y la elección que se suponía iba a ser aplastante ahora está empatada.
Las travesuras locales en un estado pueden ser suficientes para determinar todo el juego. Lo mismo podría suceder debido a la insistencia de Biden y Harris en apoyar plenamente el genocidio de Israel en Gaza, que al parecer se ha vuelto tan flagrante que incluso un importante periódico, el LA Times, ha decidido no respaldar a ningún candidato este año (al menos excepto el La hija del propietario multimillonario lo dijo , pero la portavoz de su padre lo niega). Se espera que cientos de miles de votantes hagan lo mismo, incluso en el estado clave de Michigan.
Por supuesto, existen diferencias entre los dos candidatos presidenciales, pero en mi opinión no son suficientes para que esto se considere “democracia”. La mayor diferencia está en el clima: si Trump gana, cualquiera que se preocupe por salvar el planeta debería llorar. Pero al mismo tiempo, si Harris tiene éxito, hay pocos motivos para tener esperanzas, ya que la cola de su partido está profundamente ligada a las compañías petroleras y al sector financiero.
Puede estar seguro de que una victoria de Trump también alentaría a los estafadores en Brasil a probar suerte nuevamente en 2026.
Estados Unidos es un país destrozado, con un imperio que se desmorona rápidamente, una corrupción legalizada para oligarcas rampantes y una población cada vez más enojada y desesperada. Esta elección es una triste prueba de que nadie debería mirar a este país como una fuente de inspiración o coraje. Si este sueño existió, ya se acabó.
(De Andrew Fishman, presidente y cofundador de The Intercept)
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La verdad de la transición española: ¿qué transición?
Bienvenidos a La Verdad de Matrix.
Por si no te has dado cuenta, ya estás en Matrix. Ya eres parasitado en un mundo donde las máquinas (los móviles, los algoritmos,…) te controlan. Ya hemos visto por qué decimos que vivimos en Matrix, en videos precedentes. También por qué decimos que no eres libre, ya que han jaqueado el pensamiento humano. Y no eres consciente de ello, porque tienes muchas distracciones que te mantienen entretenido, muchas redes sociales, muchos eventos vacíos, muchas series, mucha ficción. Todo menos darte cuenta de la realidad.
¡Atención! ¿Crees que vives una maravillosa democracia de manual forjada duramente en la llamada "Transición Española"? Prepara tus ojos, porque lo que te vamos a mostrar te va a impactar… y quizás nunca vuelvas a ver nuestra historia reciente de la misma manera.
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INTRODUCCIÓN
La llamada “transición española” es un mito que ha sido vendido durante décadas. Un cambio pacífico, un movimiento hacia la democracia, una ruptura con el pasado... ¿En serio? Lo que realmente ocurrió en ese período es un proceso que dejó muchas de las estructuras del antiguo régimen intactas. Pero claro, eso no es lo que te cuentan. Hoy vamos a desmontar ese mito, pieza por pieza. Y créeme, lo que viene a continuación te va a dejar con la boca abierta.
Si eres de los que todavía creen que España pasó de una dictadura a una democracia plena en los años 70, estás viviendo en una burbuja. Lo que pasó fue mucho más turbio y manipulador de lo que nos hacen creer. Los mismos que estaban en el poder antes, siguen controlando el juego hoy. Y vamos a entrar en detalles incómodos, de esos que no te enseñan en los libros de historia de la escuela.
Voy a ser claro: lo que te voy a contar puede no gustarte, pero es la verdad. Y lo más importante es que no me creas a mí, sino que investigues por ti mismo. Al final del video, tú decidirás si quieres seguir creyendo en los cuentos de hadas o abrir los ojos a una realidad que ha sido hábilmente disfrazada durante más de 40 años.
DE FALANGISTAS A "DEMOCRÁTAS" EN UNA NOCHE
¿Cómo es posible que los falangistas que apoyaron a Franco, de la noche a la mañana, se convirtieran en demócratas de Alianza Popular, Unión del Centro Democrático (UCD) o, dependiendo de la región, en nacionalistas del PNV o de Convergencia i Unió? Pues, así fue. No hubo un proceso de purga o renovación. Fue como cambiarse de camisa. Un día eran los defensores del régimen franquista, y al día siguiente, estaban presentándose a las elecciones y hablando de libertad.
Lo más impactante es cómo lograron camuflarse tan fácilmente. La clave está en el control de los medios y la narrativa oficial. Alianza Popular, el embrión del actual Partido Popular, estaba compuesto por exministros y altos cargos del franquismo. UCD, liderado por Suárez, también tenía raíces profundas en el régimen. Pero, ¿cuántas veces has escuchado hablar de esto? Pocas, ¿verdad? Porque no interesa remover demasiado esa parte de la historia.
Y si te crees que esto solo pasó en partidos de "derecha", te equivocas. En el País Vasco, el PNV, y en Cataluña, Convergencia i Unió, acogieron en sus filas a antiguos falangistas y franquistas. Se reinventaron como nacionalistas, pero mantenían las mismas estrategias de poder. ¿Cómo te quedas?
EL PSOE, DE MARXISTA A PROTAGONISTA DEL LIBRE MERCADO
Ahora vamos con la izquierda. El PSOE. Un partido que en su origen era marxista, de lucha obrera, que operaba en la clandestinidad. Y de repente, en el Congreso de Suresnes de 1974, renuncia al marxismo. ¿Qué pasó aquí? Muy simple: vieron la oportunidad de entrar en el juego del poder. Felipe González se convirtió en el nuevo líder y, de la noche a la mañana, el partido se transformó en algo que nada tenía que ver con sus orígenes.
El PSOE fue legalizado por la presión internacional y porque la "democracia" necesitaba un partido de izquierda moderada para darle credibilidad al sistema. Pero, ¿realmente crees que eso fue un avance para la clase trabajadora? ¡Para nada! Se recondujo una masa de izquierdistas hacia una política más cercana al libre mercado, al capitalismo. En otras palabras, traicionaron a sus votantes.
Así que sí, el PSOE robó la izquierda. Le quitaron el alma marxista y la adaptaron a las reglas del juego que dictaban las grandes potencias y los intereses económicos. ¿Y adivina qué? Los votantes izquierdistas de toda la vida siguen creyendo en ese partido, sin darse cuenta de que fueron manipulados desde el principio.
JUAN CARLOS Y EL APOYO NORTEAMERICANO
Hablemos ahora del gran jugador de esta partida: el rey Juan Carlos. Se nos ha vendido como el salvador de la democracia, pero, ¿fue así realmente? Nada más lejos de la realidad. Juan Carlos, con el respaldo de Franco y el apoyo fundamental de Estados Unidos, maniobró hábilmente para asegurarse el poder.
Estados Unidos quería una España que estuviera abierta al comercio internacional, pero controlada. No podían permitirse una revolución que cambiara el rumbo del país, pero tampoco un franquismo que los aislara del mercado global. Entonces, ¿qué hicieron? Apostaron por Juan Carlos, que jugó sus cartas regalando el Sahara a Marruecos, en contra de la ONU, y manteniéndose firme junto a los intereses estadounidenses.
Y ojo, no solo eso. Estados Unidos no quería una España fuerte y unida, sino un país dividido, con conflictos internos. El apoyo a los movimientos independentistas y la descentralización no fue casual. Era parte del plan para mantener a España bajo control. Divide y vencerás. Y así fue.
CONCLUSIÓN: DESPIERTA, NO ESTAMOS EN UNA DEMOCRACIA PLENA
Entonces, ¿qué sacamos de todo esto? Que la "transición" no fue tal. No pasamos de un régimen dictatorial a una democracia plena. Lo que tuvimos fue un lavado de cara. Los mismos que manejaban el cotarro en la dictadura, siguieron haciéndolo después, pero con un nuevo disfraz. Se construyó una democracia controlada, donde las elecciones se alternan entre partidos que, al final, responden a los mismos intereses económicos y geopolíticos.
Estamos viviendo en una democracia maquilada. El poder sigue en manos de unos pocos, mientras que el pueblo sigue anestesiado, creyendo que tiene voz y voto. Los medios de comunicación, financiados por grandes capitales, nos cuentan lo que quieren que sepamos, y el juego sigue su curso, con nosotros como simples espectadores.
Es hora de despertar. La transición no fue un cambio, fue una operación de maquillaje. Si sigues creyendo en el cuento de la democracia española perfecta, es porque sigues dentro de la Matrix. Sal, investiga, abre los ojos. Porque, en realidad, el poder nunca ha cambiado de manos.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:
Preston, Paul. El Holocausto Español (2011). - Un análisis profundo de la dictadura franquista y sus secuelas en la política española.
Cazorla Sánchez, Antonio. La transición española: El final del silencio (2005). - Un estudio de las complejidades y contradicciones de la transición.
Carr, Raymond. España, 1808-2008 (2009). - Una visión amplia de la historia moderna de España, con especial atención a la transición.
Medina, Javier. La otra cara de la transición (2006). - Un enfoque crítico y no oficialista sobre la realidad de los cambios durante la transición.
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