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Gym Daddy
El día de piernas tiene que ser el peor, precisamente por el dolor que le sigue en los próximos días que te hace odiar el mundo entero, y bajar una escalera de 3 peldaños podrían ser fácilmente subir 20 pisos. Lo bueno que, como ya lo había hecho costumbre, a pesar del sufrimiento, los resultados se hacían notorios y el dolor tenía su recompensa: piernas gruesas, pantorrillas hinchadas y el culo grande y duro, tanto que me calentaba conmigo mismo cuando me miraba en el espejo. Por lo mismo me había puesto más atrevido en el vestuario al hacer esta rutina, cambié los shorts que me llegaban a la pantorrilla por unos que sólo cubrían la mitad de mi muslo, con la costura abierta a los lados de estilo setentero, y abajo, a fin de enviar vibras a los machos de mi gimnasio, un jockstrap para que cuando hiciera sentadillas, la tela se metiera entre mis cachetotes. Sin embargo, ya habían pasado meses y las vibras no le habían llegado a nadie más que a la niña de recepción que me piropeaba en modo de ¡YAS QUEEN! Todos los machos del gimnasio parecían más preocupados de tomarse fotos, flectar sus músculos frente al espejo o coquetear con twinkies y musculocas, en vez de mirar al gordito peludo que terminaba todo sudado, rojo y destruido. Supongo que sólo yo veía mi atractivo y nadie más.
Luego de terminar la rutina que me dejaría lisiado por tres o cuatro días, me fui a las duchas. Había escogido el horario de la noche porque va menos gente y tengo las máquinas y pesas a mi disposición. Considerando que esta sucursal contaba además con piscina, suele tener una atendencia que puede volverse desagradable y claustrofóbica. Ya se acercaba la hora de cerrar, por lo que había sólo un puñado de nosotros ahí y los sonidos de agua chapoteando se habían calmado.
Mientras secaba el sudor que corría por frente y cuello, caminé al camarín y vi a un hombre, con la impronta de un dios griego entrando antes que yo. Empecé a apurar el paso para poder verlo un poco más cuando se cruzó otro hombre que iba camino a la piscina, era mayor, como cincuentón e iba solamente en speedos y sandalias, un verdadero daddy: canoso completo del cabello, barba, pecho en pelo y hombros, todo blanco como la nieve, robusto y grueso sin ser de muscularuta definida, en comparación con el dios griego al cual estaba stalkeando. Pasó sin mirarme y se perdió en el acceso con aroma a cloro.
Cuando entre al camarín no había nadie más que el dios griego: cuerpo esculpido, musculoso, ligeramente peludo en pecho, ojos claros y pelo negro. Estaba en ropa interior Calvin Klein blanca, completamente mojada de su sudor, al igual que sus abdominales, por los que caían gotas de su transpiración; bajo él slip se veía su verga traslucida en la tela, grande y cargada hacia un lado como si le fuera a dar vuelta la cintura. Tuve que controlarme para no abrir la boca y sacar la lengua, porque así me imaginaba, bebiendo cada gota que adornaba sus pectorales cuadrados e hinchados y su six-pack en el que se podía rallar queso. Sin embargo, él ni siquiera notó mi presencia, puso su toalla sobre uno de sus hombros redondos como melones y enfiló a las regaderas. Me desvestí rápido y tomé mi toalla, shampoo y sandalias, apresurado, pero tratando que mis pasos no sonaran ansiosos en el piso del baño. Ocupé la ducha a su lado, escuchando como él ya estaba bañándose, y dejé la puerta abierta, esperando que lo notara, que saliera de su casilla y entrara a la mía, pero nada, seguía sintiendo como sus manos enjabonadas recorrían su cuerpo como yo quería hacerlo. La situación se había hecho bastante calentona, a pesar de que seguía sólo en mi ducha, por el morbo de pensar que podía entrar y porque sentía mi cuerpo hinchado, mis piernas duras, mi culo firme mientras esparcía la espuma del jabón. Empecé a masturbarme ligeramente, prendido al haber estado haciendo ejercicio entre hombres deliciosos e inalcanzables, con las hormonas revolucionadas por la actividad física. Me metí un dedo en el culo, estaba duro, corriéndome lento, pero intenso, disfrutando de mi cuerpo, había olvidado que la puerta estaba abierta cuando me doy vuelta y veo pasar al daddy de la piscina, él miró hacia mi ducha y siguió caminando hasta el final del pasillo. Me quedé congelado un segundo pensando si se habría dado cuenta de mi acto de onanismo. Me asomé y estaba quitándose el speedo muy lentamente, como si quisiera que lo vieran. Se irguió y pude ver su verga flácida, no circuncidada y carnosa, giró su cara hacía mí, mirándome fijo sin sonreír y entró a la ducha sin quitarme la vista y sin cerrar la puerta. Tomé todas mis cosas y me fui rápido a la ducha del fondo frente al daddy. Él estaba de espalda esparciendo espuma sobre su piel bronceada y cubierta en pelaje plateado, mojado y apegado a su robusto cuerpo de hombre maduro. Se dio vuelta hacia mí, tenía el pene agarrado con una mano, flectando el bíceps y el pecho por el que rebotaba el agua caliente. Crucé el pasillo, entré y cerré la puerta, empezamos a besarnos. Sus labios carnosos y suaves me devoraban la boca, apretaba mis tetillas y presionaba su verga dura contra mi pelvis. Con una mano abierta me tomó un pecho y lo empezó a comer como si estuviera amamantando, mientras que con la otra me metía un dedo en el culo. Yo le tocaba los hombros carnosos, musculosos y suaves, pasaba mis manos por su espalda y levantaba una pierna para que pudiera sentir lo gruesos de mis muslos y pudiera agarrarme las nalgas. Nos seguíamos besando, yo seguía erecto, mojado, apretado contra una bestia que quería destrozarme, encendidos por el morbo de que alguien podría descubrirnos. Con ambas manos me giró hacia la pared, abrió mi culo y empezó a follarme. ¡Yo no lo podía creer! Una de mis fantasías sexuales más grandes estaba ocurriendo con un daddy exquisito que mientras me penetraba, me agarraba los pechos a manos llena y pasaba su lengua por mi oreja, haciendo que los vellos de mi cuerpo se erizaran a pesar de que estábamos empapados. Sentía el agua corriendo por mi espalda mientras me embestía, presionando su cadera contra la mía, introduciendo su carne cruda dentro de la mía. Yo seguía erecto, sintiendo como me salía juguito preseminal y se mezclaba con el agua de la ducha. Quería gritar de placer, gemir por la manera que me tenía dilatado y los orgasmos que me estremecían al violentar mi próstata.
Los embistes del daddy se hicieron más fuertes, haciendo eco en las paredes de la sala de duchas, salpicando agua que se disparaba por todos lados cuando chocaba su cuerpo contra el mío, me detuve y le hice el gesto de que había que guardar silencio. Se despegó de mí, sentía como mi ano quedó caliente y dilatado, provocando un escalofrío en mi cuerpo entero. Me di vuelta y me agaché para chuparle su verga que seguía durísima. Él se masturbaba rápido, flectando los músculos de su torso y brazos. La perspectiva desde donde estaba era maravillosa: su cabello y barbas blancas mojadas, por las que corrían hilos de agua, su boca abierta y sus labios hinchados, su mirada fija en mí, el pelo blanco de su pecho pegado a su cuerpo fuerte y carnoso, su firme musculatura, su piel morena bronceada, por al menos cinco décadas, reluciente bajo el chorro de la ducha. Su respiración se hizo más profunda, me puse de pie y moví los labios sin hablar pero diciéndole “préñame”, me di cuenta y le puse mi culo, abierto con una mano, mientras me masturbaba con la otra, y de un sentón lo metió hasta el fondo y se fue dentro mío. Yo sentía su leche entrar mientras tenía estertores mudos con su cabeza pegada a mi espalda, enterrando sus dedos en mi cintura y mi hombro, presionando más y más fuerte en mí culo hacia él, sintiéndolo aún en contacto con mi próstata, hasta que yo mismo acabé, enmudecido, pero queriendo gritar. Un chorro de semen chocó con la pared y él murmuró un “ufff” en mi oído, de a poco detuve la presión que tenía en él, haciendo contracciones y soltando el ano para exprimirle hasta la última gota. Su respiración se calmó y sin salirse me abrazó, acariciando suavemente mis tetillas. Sacó su carne chorrando leche de mí, sintiendo como si yo fuese una abeja y me quitaron la lanceta desde las entrañas, ahogando un gemido y mordiendo mi brazo. Me volví hacia él y nos besamos muy suave y tierno, habiendo ya ahogado nuestra pasión y morbo. Él salió primero, asegurándose de que no había nadie. Esperé unos segundos, estiré mi brazo para tomar la toalla, cubrí mi cintura y mientras iba saliendo hacia los camarines, el dios griego salió de su ducha, con su verga gigante y flácida, pasé por su lado, sonrió coquetamente y me mostró una pocita de leche en su palma. Abrí mis ojos de sorpresa pensando en que seguro lo escuchó todo.
Ya en los vestidores, terminaba de secarme y estaba solo, ni el daddy ni el dios griego aparecían. Quedé desnudo tratando de subirme el pantalón, cuando aparece el daddy de los urinarios, tomó su bolso y, mirándome, guiña un ojo y me tira un ligero beso, para desaparecer por la salida. En ese momento un poco de su leche escurrió de mi culo. Procuré no pisarla y terminé de vestirme. El gym ya estaba cerrando, la mayoría de las luces estaban apagadas y en la puerta, la chicha de la recepción no me quitaba la mirada o la sonrisa mientras me acercaba a la puerta.
Espero que hayas disfrutado tu ejercicio, bebé – sonreía casi aguantando la risa.
¡No sabes cuánto! – le respondí con un dejo de alivio y felicidad.
Creo que me puedo hacer una idea ¡nos vamos mañana bombón!
Salí del gym con una sensación de satisfacción impresionante y si me hubiesen pillado y cancelado mi suscripción ¡habría valido tanto la pena!
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Es casado, ahí no me meto.
Hace ya varios meses, en uno de los tantos paseos con mi perro, pasé por afuera de una consulta veterinaria. En ese lugar trabajan 2 médicos veterinarios, un hombre y una mujer. El asunto es que el hombrecillo en cuestión es bastante guapo. De todo mi gusto te diré.
En algún momento pensé: "ojalá que en un próximo control u atención médica, sea el quien esté atendiendo y así, al menos, saber su nombre. Sin embargo de todas las veces que he ido, ya sea a comprar medicamentos, alimentos o para atención médica de mi perro, nunca ha estado el. Pese a lo anterior, cada vez que nos vemos nos saludamos, cordialmente, nada personal ni con saludo de mano, un simple "hola", es más que suficiente y ese sería el contacto que tenemos.
Bueno, hace unos días pasaba por afuera de este lugar con una amiga y le dije: "ese hombrecillo es de todo mi gusto y estoy seguro que juega en mi equipo".
Incluso nos devolvimos para que ella lo viera porque aunque le comenté, no lo vio.
Curiosamente, ahora cada vez que voy al supermercado me lo encuentro, ya sea cerrando el local o comprando alguna cosa en el supermercado que está próximo a la consulta.
El gran "pero" en esta historia, es que la última vez lo vi con su pareja en el supermercado, comprando cosas en conjunto, por lo que asumo que viven juntos. -Ciertamente puedo estar completamente equivocado y solo son roomies compartiendo un espacio, com también puede ser muy heterosexual y sea su hermano, cosa que dudo, y aunque también me equivoco, no puedo estar tan errado si todas las señales apuntan a lo contrario-
El asunto es sencillo y claro, si está en pareja, entonces no tengo nada más que hacer ahí. No hay nada peor que ser el tercero y también, no existe peor sentimiento que ser a quien le ponen los cuernos, yo lo viví, por lo que no quiero ser el motivo por el que otra persona sienta lo mismo que yo experimenté por culpa de un maricón traicionero y carente de responsabilidad afectiva.
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Clases de Seducción II, parte 1: Sebastian
Temporada 1
La música monofónica de las luces de navidad se escuchaba desde el living de la casa.
Sebastian estaba en su habitación, leyendo historias paranormales en un blog de internet, creyendo cada palabra que leía, mientras esperaba que la cena estuviese servida.
Si bien siempre le había gustado la navidad, precisamente ese año la idea de estar demasiado tiempo con su familia le provocaba un profundo rechazo. Su padre se había puesto muy firme respecto a que tendría que hacer el servicio militar en vez de ir a la universidad el año entrante, aunque Sebastian aún tenía confianza en que le había ido bien en la PSU.
Si pudiera elegir, en ese momento estaría hablando por Messenger con Rubén, su mejor amigo, pero después de la fiesta de gala de cuarto medio su amistad se había tensionado: Sebastian le había enrostrado a su amigo su propio descuido por haberse ido de la fiesta completamente borracho con Felipe, un compañero del liceo a quien apenas conocía.
A Felipe lo ubicaba porque habían jugado fútbol juntos un par de veces anteriormente, y si bien, no le parecía que fuera un potencial homicida, sí le llamaba la atención que fuera tan reservado siempre.
—Ya deja de decir eso, Seba —le dijo una vez Daniela en el recreo, mientras ambos veían cómo Felipe saludaba a Catalina en el quiosco—. No es raro el Pipe, solo tienes que conocerlo.
—Es re difícil si el hueón no habla nada —respondió Sebastian, riéndose—. Hemos jugado juntos a la pelota y es imposible sacarle algo de conversa. Todo responde con monosílabos, si es que. Por lo general solo gruñe.
—No seas pesado —la muchacha le dio un golpe en el abdomen—. Le ha tocado difícil en la vida, pero es muy buena onda.
Esa vez Sebastian se quedó con la frase de Daniela dándole vueltas en la mente. “¿Qué cosas tan difíciles podría haber pasado alguien a su edad?”, se preguntaba. Poco sabía Sebastian en ese entonces de las distintas realidades que pueden estarle ocurriendo a la gente a su alrededor.
Sebastian no lograba concentrarse en el texto que tenía en la pantalla del computador, donde se exponía el testimonio de un funcionario del ejército y su familia que decían haber visto dinosaurios en la carretera entre Arica e Iquique, según reportaban los periódicos de hace poco más de seis años.
La mente le daba vueltas a su reciente pelea con Rubén, y pensaba en cómo se pudo haber evitado todo ese problema si simplemente hubiese sido un poco más valiente, y creaba escenarios imaginarios donde pudo haberse atrevido a cambiar el curso de su amistad con Rubén: en la fiesta de Daniela, después de haber retirado las invitaciones para la licenciatura, el mismo día de la fiesta de gala.
Oportunidades había tenido muchas, pero el miedo siempre fue más fuerte. Incluso cuando iban caminando hacia sus casas, después de ir al liceo a buscar las invitaciones a la licenciatura, se atrevió a dar el primer paso para hacerle ver a Rubén su real interés en él, pero una muy errónea interpretación de la reacción inicial de Rubén lo hizo dar pie atrás no muy sutilmente. Esa tarde cuando llegó a su casa, se tiró en la cama, hundió su cara en la almohada y (aprovechando que no había nadie en la casa) gritó con todas sus fuerzas, de impotencia por haberse arrepentido, y sobre todo, por haber lastimado a Rubén por su cobardía.
—Hijo, a comer —le dijo su madre, asomándose brevemente por la puerta del dormitorio.
Sebastian se puso de pie y salió al comedor, donde ya estaban su padre y su hermana sentados, esperándolo a él y a su madre, que aún no terminaba de servir todos los platos. Fue al baño a lavarse las manos y al volver al comedor ya estaban todos sentados.
Su madre hizo una oración religiosa para agradecer a dios por la cena de navidad y la alegría de estar juntos como familia, y luego procedieron a comer, con una película cristiana en el canal evangélico de fondo.
Después de cenar, los cuatro se dirigieron al living donde estaba el árbol de navidad, con una escueta cantidad de regalos.
—Este es para ti, hijo —el padre de Sebastian le entregó un regalo de tamaño considerable.
Sebastian lo abrió entusiasmado. Siempre le había gustado la navidad por los regalos, pero no por el hecho de recibir un regalo caro ni nada por el estilo, sino por el símbolo de que alguien te considere importante en su vida y dedique tiempo en prepararte un obsequio. Eso le parecía lindo, además que el olor del papel de regalo le traía muchos recuerdos gratos de cuando era menor.
Al abrir el regalo, se encontró con una gran mochila (“para mochilear”, pensó), y una pelota de fútbol nueva. Le pareció curioso el regalo, pero lo agradeció de igual forma.
—Gracias, papá —le dijo a su padre dándole un abrazo.
—Es para que la lleves al regimiento —le contestó su padre, con orgullo en la voz—. Un consejito, el que lleva la pelota siempre tiene un mejor recibimiento.
El comentario de su padre no le cayó nada de bien a Sebastian, y de hecho, le bajó completamente el ánimo.
—La mochila es para que lleves tus cosas —intervino su madre, con delicadeza.
—Gracias —murmuró Sebastian, impotente.
—Deberían habérsela regalado para que se fuera a mochilear —comentó Priscilla, la hermana menor de Sebastian, percatándose de la incomodidad de él.
—No digas esas tonteras Priscilla, mochilear es de drogadictos y vagonetas —la retó su padre—. Sebastian no va a andar haciendo esas tonteras, ¿cierto hijo?, primero las responsabilidades.
Sebastian simplemente asintió, y luego su madre le entregó un regalo a Priscilla.
—Gracias mami —dijo su hermana dándole un abrazo a su mamá.
Priscilla abrió el regalo y sacó un diario de vida, un set de lápices y plumones y varias esquelas.
—Gracias —dijo algo decepcionada Priscilla.
Sebastian de inmediato notó la decepción de su hermana, y sabía a qué se debía: Priscilla a sus 13 ya estaba bastante grande como para recibir regalos así.
—¿Por qué le regalan otra pelota de fútbol al Seba si ya tiene cuatro? —preguntó Priscilla, agudizando su tono de voz—. Mamá, te dije la otra vez que yo también quería jugar a la pelota.
—Pero hija, puedes usar una de las pelotas viejas de tu hermano —le respondió la madre con voz suave.
—¿Cómo se te ocurre decirle eso Marta? —intervino el padre, molesto—, la Prisci es una niñita, no puede jugar a la pelota.
Sebastian soportó por unos minutos la incomodidad de la situación, hasta que su madre le ofreció cola de mono para seguir compartiendo con ellos, pero prefirió irse a dormir.
—Oye, princesa —le dijo a su hermana, abriendo la puerta de su habitación después de dar un par de golpes. Priscilla se había ido a su dormitorio apenas habían terminado de abrir los regalos—, no te bajonees.
Su hermana estaba sentada en la cama ojeando de mala gana las esquelas que le habían regalado sus padres, seguramente pensando en que ni siquiera las coleccionaba como para recibirlas de regalo.
—No me gusta que mi papá insista en mandarte al servicio —le dijo ella con pena en la voz.
Sebastian sintió que las palabras de su hermana le abrigaron el corazón.
—No te preocupes por eso —soltó una risita—, no me voy a ir al servicio.
—¿Cómo que no Seba?, ¿no has estado poniendo atención al papá los últimos dos meses?, es lo único de lo que habla.
—Si sé, pero…
—¿Tu crees que sea solo una técnica para asustarte, pero en realidad te va a dejar quedarte? —le preguntó con un brillo de esperanza en la mirada.
—No sé —Sebastian volvió a soltar una risita, nerviosa esta vez—, pero pretendo hacerle cambiar de opinión. Estudié mucho para la PSU y estoy seguro que me fue bien.
—¿En serio? —la esperanza se desvaneció de la mirada de Priscilla, y ahora solo había escepticismo.
—Si… —las preguntas de su pequeña hermana lo hicieron dudar de su seguridad—. No me iré a ningún lado.
Priscilla le dio un fuerte abrazo, que Sebastian no supo si era de alegría o de consuelo.
—No me habías dicho que te gustaría jugar fútbol —le comentó, cambiando de tema.
—Si —Priscilla se despejó el pelo que le había quedado en la cara—, en la escuela empecé hace poco, pero no le he dicho a mis papás.
Sebastian no tenía idea del interés deportivo de su hermana.
—Puedes quedarte con mi regalo, la pelota nueva —le dijo con una sonrisa.
—¿En serio? —Priscilla se llevó las manos a la boca sorprendida—, ¿y qué vas a llevar al regimiento?
—Ya te dije que no iré a ningún lado —le recordó él—. Pero si voy, no voy a llevar pelota. Ni ahí con agradarle a hueones.
—¡Seba! —Priscilla volvió a llevarse las manos a la boca, esta vez sorprendida por la palabra coloquial usada por su hermano.
—No le digas a mi papá que dije eso —le pidió Sebastian, con complicidad.
Sebastian se quedó mirando el diario de vida que acababa de recibir como regalo su hermana. Para mantener en privado su contenido, tenía una cerradura muy elaborada, que contrastaba notablemente con el diseño de la tapa, un pingüino bastante alegre sobre un fondo verde.
—¿Te importa si me lo quedo? —le preguntó a su hermana, intentando sonar casual.
—Llévatelo —le dijo ella, y luego le dio un abrazo de agradecimiento.
Sebastian se puso de pie y se acercó a la puerta para irse a su dormitorio.
—¿Tienes muchos secretos? —le preguntó Priscilla, sacando por lógica el propósito de Sebastian para el diario.
Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió que el corazón se le aceleró por la pregunta de su hermana. Se volteó para mirarla a los ojos, aún sin saber qué responder.
Podía mentirle y decir que usaría el diario para otra cosa, pero prefirió no hacerlo.
—Sí —respondió finalmente, suspirando temblorosamente.
—Buena suerte con eso —le dijo ella, asumiendo que los secretos de su hermano no eran nada grave, y por el contrario, era algo normal—. A la Isabel —una compañera de la escuela— no le sirvió de mucho escribir en el diario porque un día se lo sacaron de la mochila y todos se pusieron a leerlo.
Sebastian se rió, aunque sintió pena por Isabel. Luego sin decir nada salió de la habitación.
Cuando despertó esa mañana, Sebastian sintió un profundo dolor de cabeza que le impedía concentrarse con claridad en el día que tendría por delante: se tenía que presentar en el regimiento para viajar hacia Arica a comenzar su servicio militar.
La noche anterior se había quedado dormido muy tarde, con la mente dándole vueltas a su discusión con Rubén y el futuro de su amistad. Producto del mal dormir, sentía que la cabeza le iba a explotar.
Se levantó sin ganas y se fue a duchar. Sintió un ardor en los nudillos al sentir el agua golpetear en ellos. Bajó la mirada y vio sus heridas de un color rojo vivo, aún sin lograr una efectiva cicatrización. Sintió rabia, pena y vergüenza al recordar la razón de dichas lesiones, pero ahogó esas sensaciones levantando el rostro e imaginando que el agua se las llevaría por el desagüe.
Se puso un pantalón de jeans sencillo y una polera de color rojo. “De seguro les va a encantar que use esta polera para presentarme”, pensó, y sonrió para sí mismo, intentando subirse el ánimo.
Desayunó junto a sus padres, quienes no se esforzaron en establecer una conversación para alivianar el estado de ánimo de Sebastian.
Antes de irse, fue a la habitación de Priscilla para despedirse.
—Prisci, me voy —le susurró Sebastian para despertarla.
Su hermana se despertó de un sobresalto y lo abrazó de inmediato.
—Te voy a extrañar —le dijo ella.
—Yo también —confesó él, aunque utilizó gran parte de sus energías en sonreir, para convencerla de que estaba bien a pesar de todo.
—No dejes que te roben tu luz —le pidió Priscilla, al despedirse, sorprendiendo a Sebastian por la frase.
—No lo harán —prometió él, después de unos segundos. Manteniendo su sonrisa de confianza y seguridad, aunque era completamente falsa. Estaba destruido por dentro.
Cuando salió del dormitorio de su hermana, su madre le dijo que su papá ya había dejado su mochila en el auto, y lo estaba sacando de la cochera para estacionarlo fuera de la casa.
Sebastian salió por la puerta de entrada, seguido de su madre, y de forma instintiva, miró en dirección a la esquina que daba hacia la casa de Rubén, y ahí estaba su mejor amigo de pie, mirándolo a la distancia.
Sintió que el corazón se le encogió y un nudo se le formó en la garganta. Bajó la mirada y bajó el par de escalones que daban hacia la calle, y al abrir la puerta del auto, volvió a mirar en dirección a Rubén, pero no lo pudo ver bien porque tenía la vista nublada por las lágrimas.
Se subió al Ford Fiesta de su padre, y sintió que la garganta le iba a explotar por la fuerza que estaba reuniendo para no llorar.
La mañana estaba realmente hermosa, el sol brillaba radiante mientras se elevaba lentamente por sobre los cerros áridos de la ciudad, tiñendo de un agradable tono dorado las calles y casas del barrio, mientras los pájaros cantaban alegres la melodía de la naturaleza que era tan esquiva en el norte grande. Sin embargo, Sebastian era incapaz de apreciar la belleza de todo eso. Lo veía, a través de las ventanillas del vehículo de su padre, pero lo sentía lejano, como si todo lo bueno que pudiera existir en el mundo no fuera para él. Solo podía ser un espectador distante, pasivo.
El aroma del pino aromatizante recién abierto y de la silicona para autos le provocó náuseas. Su padre, pensando que ése era un gran día, había hecho una limpieza profunda al vehículo, como si con eso demostrara su profundo amor a la patria.
Sebastian mantuvo la mirada gacha, temiendo que Rubén apareciera a su lado, golpeando la ventana rogándole que no se fuera, y temiendo no ser lo suficientemente fuerte para no bajarse y abrazarlo, e incluso besarlo enfrente de sus padres. Sin embargo, nada de eso no pasó. Su real orientación seguía a salvo por el momento.
Sintió comezón en los nudillos, y de forma instintiva se los quiso rascar, disparando inmediatamente un molesto ardor. Las mismas emociones volvieron a manifestarse, pero esta vez no estaba en la ducha para dejar que se las llevara el agua.
Cuando su padre puso en marcha el vehículo y comenzó a andar, Sebastian levantó la vista y miró disimuladamente por el espejo retrovisor, buscando a Rubén. No pudo identificar las expresiones de su rostro, pero solo con ver su silueta, sintió un dolor profundo en el pecho, y cuando su padre viró en la esquina hacia la derecha y ya no lo pudo ver más, soltó el llanto que tenía ahogado, que estuvo aguantando por varios minutos.
La idea de no volver a ver a Rubén por tantos meses le destrozaba el corazón, aún después de cómo había sido su última conversación.
Si bien, la ausencia de Rubén en su fiesta de despedida lo había molestado, no sentía que fuera algo terrible que no pudiera perdonar. De hecho, el día anterior cuando su amigo fue a conversar con él, tuvo que reprimir sus ganas de correr a abrazarlo con fuerza, de sentir su cuerpo, su aroma, y quizás sus labios por última vez. Estaba dispuesto a perdonar su ausencia sin reparos.
Pero en ese mismo momento, cuando Rubén comenzó a explicarse, Sebastian pensó que quizás era mejor para Rubén si él se iba en malos términos con él. En el momento le pareció lógico y tenía sentido, porque Sebastian tenía el presentimiento de que con él lejos, Rubén podría no entregarse por completo a su relación de pareja con Felipe, intentando mantener un espacio para él cuando volviera, porque sentía que a pesar de ya estar pololeando, aún lo quería como algo más que amigo. Estaba convencido de eso.
En cambio, al tomar la decisión de irse en malos términos, Rubén lo podría olvidar, no estaría esperando su regreso. No se limitaría a crear nuevas amistades pensando en el fracasado de su amigo que solo le quedó ser obligado a realizar el servicio militar por ser incapaz de responder bien una prueba de selección universitaria.
“¿Cómo se te ocurre haberlo hecho así?”, pensó toda la tarde anterior, después de que Rubén se fue de su casa. “¿Por qué iba a afectar su pololeo si seguían siendo amigos a pesar de la distancia?, ¿de verdad te crees tan importante?”. El arrepentimiento por su decisión no tardó en aparecer, pero intentó convencerse de que era lo mejor.
“Él estará mejor así. Podrá seguir adelante”. En el fondo, sentía que su amistad podría estancar a Rubén, y lo estaría amarrando a su mediocridad de pendejo sin futuro.
—No llore hijo —le dijo su padre intentando sonar paternal—, ahora se va a convertir en todo un hombre. Eso debería llenarlo de orgullo —el papá de Sebastian buscaba su mirada a través del espejo retrovisor—. Allá va a aprender también que los hombres no lloramos. Eso es para las mujeres.
—No digas eso —le dijo la madre de Sebastian, aunque no con mucha convicción.
—Es verdad —el padre de Sebastian soltó una risotada—. Aparte, más le vale hijo que no haya estado llorando por el maricón ese del Rubén, mire que ahí lo bajo y le saco la chucha antes de llegar al regimiento.
Sebastian sintió un golpe de furia tan intenso que estuvo a punto de darle una patada al asiento de su padre para hacer notar su molestia por cómo hablaba de Rubén. Pero no lo hizo, dejó que siguiera hablando con su madre sobre quizás qué cosas mientras él concentraba su furia en su puño, que lo tenía tan apretado que sintió que se estaba haciendo daño en las palmas con sus propias uñas.
Para liberar un poco la furia, le dio un golpe con el puño a la puerta del vehículo, sobresaltando a su madre.
—¿Qué fue eso? —preguntó la mujer asustada.
—Este cabro hueón le pegó a la puerta —respondió el padre, perdiendo el tono paternal, y volviendo a su forma de hablar habitual.
Sebastian no respondió. La verdad no le importaba hacer enojar a sus padres; ya no lo podían castigar más.
Se miró el puño y vio que por el golpe, las heridas se volvieron a abrir y el ardor fue más intenso que nunca, e incluso dejó manchada con sangre la puerta del auto.
—Cuando llegues al regimiento pide que te curen el puño —le dijo su madre preocupada al verle la mano a Sebastian—. ¿Tan fuerte le pegaste a la puerta?
El tono de extrañeza de su madre le provocó una leve sonrisa burlona a Sebastian. Obviamente no tenía el puño así por el golpe a la puerta del auto.
Se secó las lágrimas del rostro, y cuando llegaron al regimiento, sintió que aún tenía los ojos hinchados por el llanto.
“Tremendo inicio”, pensó. “Van a pensar que soy ahueonao por estar llorando el primer día”.
Dio un largo suspiro con los ojos cerrados para dejar salir lo último de su llanto.
“Pico. Que piensen lo que quieran”.
—No olvides que te amamos —le dijo su madre dándole un fuerte abrazo y muchos besos en la frente.
—Recuerda mantener en alto nuestro apellido. Por algo somos Guerreros —le dijo su padre dándole unas palmadas en la espalda.
Sebastian no sintió mayor emoción al despedirse de sus padres. Lo único que podía sentir en ese momento era desilusión hacia ellos, por obligarlo a hacer algo que no quería, sin importarles su sentir.
Tomó la mochila llena de ropa, se la puso al hombro e ingresó caminando al regimiento.
Preguntó en la entrada al joven soldado que estaba de guardia hacia dónde dirigirse, y el muchacho de forma muy cortante le dio las indicaciones.
Entró a un amplio galpón que a Sebastian le daba la impresión de ser un gimnasio techado o algo por el estilo, aunque no veía ningún tipo de implemento deportivo, o graderías, o demarcaciones en el suelo que indicaran que era una cancha de algún tipo.
El lugar estaba casi completamente vacío., salvo por tres militares instalados cada uno en un mesón, separados por al menos tres metros de distancia, y un joven con ropa de calle, al igual que él, de cabello castaño y piel blanca como la leche, que se notaba ansioso, aunque sonreía como si estuviera disfrutando la espera.
Sebastian se acercó al primer mesón, siguiendo las instrucciones del guardia.
—Buenos días, ¿dónde tengo que dejar mis cosas? —le preguntó con la mayor seguridad posible en su voz al primer militar, de piel oscura por años de exposición al sol, y un gran bigote que a Sebastian le recordó al Profesor Rossa.
El hombre apartó la vista del periódico que estaba leyendo y lo miró.
—Buenos días joven, ¿Cuál es su nombre? —el militar, de apellido Rodríguez según se leía en el parche de su pecho, le preguntó con el mismo tono marcado del guardia.
—Sebastian Guerrero —respondió ya molesto con el tono prepotente de los militares.
—Necesito su cédula de identidad —le dijo mirándolo a los ojos fijamente a través de unos anteojos ópticos rectangulares. Sebastian se la entregó—. ¿Para qué regimiento se dirige, Señor Guerrero? —Rodriguez se dispuso a buscar el nombre en un libro con letras muy pequeñas donde se enlistaban muchos nombres que Sebastian no alcanzó a divisar.
—Al de Arica —el tono de Sebastian se iba mimetizando en pesadez con el del señor Rodríguez.
—Muy bien, el joven que está allá atrás también va hacia Arica —le informó el hombre, apuntando al joven de aspecto ansioso—. ¿Lo conoce? —Sebastian negó con la cabeza—. Serán compañeros de regimiento. Ya tendrán doce horas de viaje para conocerse. Pase al mesón de aquí al lado a dejar sus cosas.
Sebastian obedeció sin ganas. Se acercó al siguiente mesón, donde dejó su mochila y esperó que apareciera alguien. Tras unos segundos, un joven militar que Sebastian supuso no era mucho mayor que él, de piel morena y sonrisa jovial se acercó desde detrás del biombo del mesón contiguo.
—Hola —lo saludó el muchacho, marcando unos atractivos hoyuelos al costado de la comisura de sus labios.
—¡Olivares! —le llamó la atención el señor Rodríguez, desde el mesón de al lado.
—¡Si mi Capitán! —Olivares se cuadró manteniendo su sonrisa.
—¡Formalidad!, ¡no está en una reunión con amigos!
Sebastian miró al Capitán Rodríguez y seguía sentado en el mesón, leyendo el periódico nuevamente.
—¡Entendido mi capitán! —obedeció Olivares y volvió a su quehacer.
—Qué pesado —murmuró Sebastian.
—¿Traes…? —comenzó a preguntarle Olivares cuando Rodríguez se aclaró la garganta de forma ruidosa—, ¿trae algo que debamos confiscar? —se corrigió, mientras abría la mochila de Sebastian para revisarla.
—No, solo mi ropa y útiles de aseo —respondió Sebastian.
—¿Y esto? —Olivares sacó un diario forrado de color púrpura—, ¿lo usas para vestirte o para asearte? —le preguntó con ironía.
—Lo uso para escribir, tomar apuntes —Sebastian se puso nervioso, y esperó que Olivares no lo notara.
Olivares sonrió satisfecho, mostrando sus dientes perfectos, y continuó revisando la mochila de Sebastian, quien no prestaba atención a sus pertenencias: estaba mirando atentamente el rostro de Olivares.
—Estamos —dijo finalmente Olivares, tras terminar la revisión. Le colgó a la mochila una etiqueta plástica con el nombre de Sebastian, y se la entregó—. Guarda todo y luego pasa acá al lado.
Sebastian asintió, intentando mantener su postura de indiferencia.
—Oye —le dijo Olivares—. Diviértete.
El muchacho le regaló una última sonrisa coqueta, se dio media vuelta y se dirigió a la entrada del recinto.
—Te dije que te comportaras, Olivares —Sebastian escuchó que Rodríguez le llamaba la atención mientras él guardaba sus cosas.
—Capi, da lo mismo, ni siquiera va a estar con nosotros. Aún ni empieza, de hecho —Olivares sacó una cajetilla de cigarros y un encendedor del bolsillo del pantalón.
Rodríguez suspiró sin ganas de seguir discutiendo, y dejó que Olivares saliera a fumar.
Sebastian, por su parte, pasó al último mesón, de revisión médica.
—Pasa detrás del biombo y quítate la ropa —le dijo el último militar, de unos cuarenta años.
Sebastian se percató que la insignia de su uniforme decía “Dr. Hoffmann”.
Obedeció sin decir nada y se desnudó por completo.
El doctor Hoffmann le hizo varias preguntas respecto a sintomatología y antecedentes de enfermedades, mientras le tomaba signos vitales y evaluaba sus reflejos y sentidos.
—¿Qué te pasó ahí? —le preguntó, dándole suaves golpes con la lapicera en los dedos de las manos.
—¿Si digo que me agarré a pelea me echan del servicio? —contra preguntó Sebastian, haciéndose el problemático.
—Eso está por verse —respondió el doctor luego de soltar una risa sonora.
A Sebastian le molestó que se riera y no lo mirara feo o lo retara.
—Doctor, acá está el carnet del congrio —Olivares ingresó por detrás del biombo como si nada, extendiéndole la cédula de identidad de Sebastian al doctor Hoffmann.
—¿Cuántas veces te he dicho que no entres cuando estoy con pacientes? —lo regañó el doctor.
—Disculpe doc —Olivares bajó la vista, algo avergonzado.
—A mí me da lo mismo —comentó Sebastian—. Me tendré que acostumbrar a la falta de privacidad en el regimiento, ¿o no?
Olivares lo miró sonriendo con sorpresa. Lo miró a los ojos por un par de segundos y luego bajó la mirada para dar un vistazo rápido a su cuerpo completamente desnudo, para luego volver a mirarlo a los ojos.
—No me importa como sea el regimiento, acá se mantiene la confidencialidad del paciente —argumentó el doctor, y esperó a que Olivares saliera del lugar.
Continuó evaluando a Sebastian y le hizo curaciones en las heridas de los nudillos.
—Ya para mañana deberían estar mejor —le indicó—. Ahora solo debes esperar afuera a que te llamen para tomar el bus. Mucho éxito.
Sebastian salió del “box” de atención, y notó que ya no estaba el joven ansioso. Se paró en la entrada del recinto y vio que el joven estaba conversando con Olivares mientras fumaban un cigarro. Sebastian se sentó en el primer escalón del acceso, y miró a los muchachos a la distancia mientras conversaban como si se conocieran de toda la vida.
No escuchó nada de lo que decían, pero al cabo de un par de minutos, los muchachos se despidieron y el joven ansioso se fue caminando hacia un lugar que Sebastian no podía ver desde donde estaba sentado.
—Oye, llegó el bus —le dijo Olivares, acercándose a él en las escalinatas, y sentándose a su lado.
—¿Dónde? —preguntó Sebastian, manteniendo su tono de voz indiferente.
—Se está estacionando allá —Olivares le indicó en dirección hacia donde se había dirigido el joven ansioso.
Olivares se quedó mirando por unos segundos a Sebastian, que le devolvía la mirada serio, demostrando que no quería estar ahí.
—Y cambia esa actitud de mierda —le dijo soltando una risa—, que no te va a durar mucho en el regimiento.
—La actitud de mierda se queda conmigo. Si no la quieren, que me saquen de ahí —respondió desafiante Sebastian, poniendose de pie.
Olivares negó con la cabeza, aún sonriendo.
—No te va a servir de nada —le dijo después de unos segundos, poniéndose serio—. Vas a aprender, conocer personas, hermanos para toda la vida. Solo tienes que abrirte a ello. Puedes divertirte mucho en el regimiento si te lo propones.
Olivares se puso de pie y dio un largo suspiro.
—Disfruta, ya te dije —continuó Olivares, y se dio la vuelta para subir los últimos escalones, mientras Sebastian se quedaba mirándolo. Antes de entrar al recinto, se volteó y con una sonrisa le dijo—. Me llamo Matías, por si acaso.
Sebastian asintió, esforzándose para esbozar una sonrisa y no parecer tan indiferente.
—Yo Sebastian —respondió torpemente.
—Si sé, lo vi en tu cédula —dijo finalmente Olivares, y luego entró al recinto y se perdió de vista.
Sebastian se fue caminando hacia el estacionamiento que le había indicado Matías, pensando en lo que le había dicho.
“¿De verdad puede ser tan bueno como él dice?”, pensaba. “Imposible. De seguro se hizo el simpático solamente para que no diera tantos problemas al capitán allá en Arica”. Para Sebastian todas las buenas impresiones que se pudo haber llevado de esa mañana eran una estrategia del ejército para comenzar a “domesticarlo” y así hacer más fácil su obediencia.
En su mente, no había forma que algo bueno pudiera salir de ahí.
Guardó su mochila en el compartimiento de equipaje afuera del bus, y al subirse vio que el joven ansioso estaba sentado en el primer asiento, así que por razones obvias, él se ubicó al fondo del mismo.
El Capitán Rodriguez al cabo de un minuto subió al bus, les dio un breve discurso de motivación al que Sebastian no prestó atención, y luego de despedirse, se bajó del bus y le dio la orden al chofer para que partiera.
Sebastian miró por la ventana las calles de Antofagasta por última vez hasta quizás cuándo. No sabía con certeza cuando le permitirían volver a su casa, pero tenía claro que por un par de meses tenía que permanecer en el regimiento sin derecho a salir.
Con la idea de ese deprimente futuro en la cabeza, se quedó dormido apenas el bus salió de la ciudad.
Cuando volvió del paseo de curso a Iquique, Sebastian se sentía extraño. Ansioso y decepcionado. Había tenido la mejor experiencia de su vida, pero también experimentó el terror más grande que podría sentir un joven confundido como él.
Al enfrentar las preguntas curiosas de sus padres y su hermana por saber cómo lo había pasado, mintió lo mejor que pudo diciendo que todo había estado perfecto.
Su primera noche de regreso a su casa, se dedicó a completar un proyecto que se le había ocurrido antes del viaje. Le puso un nuevo forro al diario de vida de su hermana, que le habían regalado sus padres para navidad, pero que Priscilla no quiso conservar.
Lo cubrió con una cartulina de color púrpura, con la mayor delicadeza posible, lo máximo que le permitían sus torpes manos. Nunca había sido bueno para las artes plásticas, y sólo había logrado aprobar el ramo año tras año en el liceo gracias a que Liliana le hacía los trabajos.
El resultado le pareció bastante decente, sumado a la cerradura que a su juicio se veía de buena calidad, ya que la llave no era simple como otros diarios de vida que había tenido Priscilla cuando tenía siete años (los podía abrir fácilmente con un alfiler).
No sabía qué poner en la tapa, así que por el momento lo dejó así, sin título. “Quizás más adelante se me ocurra algo”, pensó.
Ya era cerca de la medianoche cuando por fin terminó, y casi de inmediato, se recostó de lado en la cama, y se dispuso a escribir.
“Querido Diario. Me siento tan estúpido escribiendo aquí, pero creo que es una buena forma de desahogarme sin tener a nadie con quien hablar. Bueno, tengo a alguien, pero sería bastante incómodo hablar con esa persona sobre todo lo que pretendo escribir aquí después de haber sido rechazado por él”.
Sebastian levantó la lapicera de color azul y soltó una risita avergonzada.
“Es una tontería”, pensó. “No sé en qué estaba pensando”. Cerró el diario, lo guardó en el fondo de su armario, y salió de la pieza a buscar comida.
Sebastian despertó algo desorientado, sin saber dónde estaban. Por la ventana podía ver casas, así que obviamente estaban en una ciudad, pero no sabía dónde era.
Dio un vistazo hacia el resto de los asientos, y se dio cuenta que habían dos jóvenes más aparte de él y el chico ansioso.
Buscó su celular y vio que eran pasado las once de la mañana. Por el tiempo que había pasado la única opción posible era que estaban en Calama, o al menos saliendo de ella, y supuso que habían pasado a recoger a los dos nuevos muchachos.
Le pareció curioso que los cuatro, incluyéndolo, estaban sentados muy separados el uno del otro, sin mostrar ninguna intención de comenzar a conocerse.
Ya tendrían tiempo para eso, supuso. Tiempo de sobra.
Intentó volver a conciliar el sueño, pero le fue imposible. Reclinó el asiento y se puso a mirar por la ventana mientras pensaba en su futuro próximo.
Pasaron por afuera de una plaza y pudo ver a un grupo de jóvenes de su edad conversando y riendo animadamente esa mañana de domingo.
“Qué suerte tienen”, pensó, y lo invadió una envidia insoportable.
¿Por qué él?, ¿por qué su padre tenía que obligarlo a hacer el servicio militar?, ¿por qué su padre lo odiaba tanto como para arruinarle sus oportunidades de ser feliz?
En ese momento sentía una real aversión hacia su padre. Lo culpaba por todo lo malo que le había pasado en el último tiempo. Había dejado pasar sus posibilidades de establecer una relación romántica con Rubén solamente por los temores que le provocaban el rechazo a su orientación por parte de su padre y su reforzamiento a la masculinidad tóxica. Y ahora, estaba rumbo a hacer el servicio militar como castigo desmedido por no haber tenido notas ideales en el liceo.
Mientras más vueltas le daba al asunto en la mente más odiaba a su padre.
Su madre no se salvaba de su odio tampoco. La culpaba de no haberse opuesto con la suficiente fuerza a la determinación de su padre, a pesar de que no estaba de acuerdo. Sebastian se sintió completamente abandonado por ella. Además que su actitud cuando supo que Rubén era gay tampoco fue la mejor, apoyando a su padre diciéndole que no volviera a juntarse con él, como si tuviera algún tipo de enfermedad contagiosa.
La única que lo apoyó incondicionalmente siempre fue Priscilla, su pequeña hermana. Desde ya la estaba extrañando, y deseaba que no dejara que sus padres le inculcaran malos pensamientos.
Dentro de todos sus pensamientos negativos hacia sus padres, finalmente siempre llegaba hacia Rubén. Su padre lo estaba enviando a hacer el servicio militar, impidiéndole seguir viendo a su mejor amigo, y eso era lo que más le dolía.
Lo peor de todo, era que la forma en que cerró su relación de amistad con Rubén fue completamente su culpa y de nadie más. si no hubiera sido por sí mismo, quizás ahora estaría en ese mismo bus rumbo a Arica, pero con la promesa de al regresar, continuar un pololeo con él. Pero no. Por su estupidez, Rubén prefirió encontrar el amor junto a Felipe, y a Sebastian no le quedó otra que aceptarlo, apoyarlo, y finalmente, rechazarlo para que viviese junto a su pololo sin pensar en él.
Cuando llegaron a Quillagua, el conductor del bus se bajó afuera de una posada, y al cabo de un par de minutos volvió.
—¡Soldados! —les gritó, sorprendiendo a Sebastian por el tono ronco de su voz. No había pensado que el conductor del bus fuera militar también, pero ahora que lo razonaba mejor, no tenía sentido que enviaran a los nuevos soldados con un conductor sin entrenamiento militar—. Vamos a almorzar acá. Bájense y tomen asiento todos juntos en una mesa.
Sebastian fue el último en bajarse, con la mirada baja para evitar el contacto visual con el conductor.
Ingresó a la posada que estaba prácticamente vacía, con un par de camioneros sentados comiendo en mesas aisladas. sus nuevos compañeros estaban tomando asiento en una mesa para seis personas en un rincón, así que Sebastian se acercó a ellos, seguido por el conductor.
No pasaron ni cinco minutos cuando una bella joven de piel morena vestida con una polera negra ceñida al cuerpo les trajo un plato de ensalada a cada uno. Sebastian notó que los tres muchachos quedaron encantados con la belleza de la joven.
El plato era bastante grande y contundente, así que Sebastian comenzó a comer de inmediato para acallar los rugidos de su estómado, mientras escuchaba a sus compañeros comenzando a conocerse.
El chico ansioso se presentó como Andrés, mientras que los dos muchachos que habían subido en Calama eran Javier (de piel morena y melena rizada que apenas le tapaba una notoria cicatriz en la frente y otra en el mentón) y Julio (de piel blanca y negro cabello corto y en puntas, que a Sebastian le recordó a Sid de Toy Story).
—¿Y tú? —dijo uno de los muchachos.
Sebastian levantó la vista solo cuando no escuchó ninguna respuesta. Sabía que le estaban preguntando a él. Efectivamente los tres lo estaban mirando, esperando que se uniera a la conversación.
—¿Yo qué? —preguntó serio Sebastian, manteniendo el tenedor con unos trozos de papas cocidas y lechuga a unos cinco centímetros de su boca.
—¿Cómo te llamai? —le preguntó Javier, poniéndose serio, al nivel de pesadez de Sebastian.
—Sebastian —respondió, llevándose finalmente el tenedor a la boca.
—¿Y de dónde eres?, ¿eres voluntario igual? —lo interrogó Andrés, con notable entusiasmo en su voz.
“Este hueón va a ser insoportable”, pensó Sebastian.
—De Antofa, igual que tú. Nos subimos juntos, por si no te acuerdas —respondió cortante Sebastian.
—Oye no le respondai así —lo increpó Javier, defendiendo a Andrés.
—Ya, pero ellos igual se subieron juntos pero no son de la misma ciudad. Julio es de San Pedro —le explicó Andrés, sin ver mellada su buena actitud por la mala onda de Sebastian.
Sebastian no dijo nada. Se quedó en silencio mirando fijamente a Javier, quien le devolvía la mirada furiosa.
Genial. Aún ni empezaba su servicio militar y ya una persona lo odiaba.
—Todos los años es lo mismo —murmuró el chofer, riéndose para sí.
Julio y Andrés siguieron conversando, con ocasionales intervenciones de Javier, a quien Sebastian notó que quedó molesto por su actitud, pero no le importaba.
Sebastian solo se dedicó a escuchar. Tanto Andrés como Julio eran voluntarios, mientras que Javier había salido seleccionado y perdió todas sus oportunidades para eximirse. Notó que los muchachos no mostraron intensión en incluirlo en la conversación, pero tampoco le importó mucho. Mientras menos lo molestaran, mejor para él.
Tras una hora de pausa para almorzar, volvieron a subirse al bus para continuar su camino.
Pasaron a Iquique, donde se subieron tres muchachos más, uno muy alto, uno llamativamente gordo y el otro tan rubio que Sebastian dudó que fuera chileno.
El chico rubio le sonrió amablemente, a lo que Sebastian respondió levantando el mentón a modo de saludo, y se sentó en la fila de delante de él.
Sebastian se acomodó reclinando el asiento, y se puso a mirar por la ventanilla esperando que lo invadiera el sueño para poder dormir.
Finalmente llegaron al regimiento de Arica cerca de las diez de la noche, justo cuando Sebastian había logrado conciliar algo de sueño hace apenas dos horas.
Los muchachos se bajaron del bus con sus bolsos, y de forma obligatoria tuvieron que ingresar a un galpón donde habían tres uniformados, con la misma función de revisar sus equipajes, al igual que en Antofagasta.
—¿Otra vez lo mismo? —murmuró Sebastian molesto cuando le tocó su turno.
El militar que estaba frente a él abriendo su bolso, tenía un vistoso bigote negro que lo hacía verse mayor de lo que realmente era.
—Mientras más revisiones, mejor, soldado —respondió el hombre, que por la etiqueta de su uniforme, se apellidaba Guerrero, igual que Sebastian.
No supo qué responder, y supuso que no hacerlo era lo más sensato. Miró a su alrededor y en el mesón de la derecha estaba Javier, con las manos cruzadas por la espalda, esperando que el uniformado terminara de revisar sus cosas. Tenía una sonrisa socarrona en el rostro, y Sebastian sabía que era porque había escuchado la respuesta de Guerrero, y cómo él había quedado en silencio.
Sebastian se sintió estúpido y avergonzado. Javier estaba ahí de pie, seguramente burlándose de él en su mente, mientras él había sido incapaz de responder.
—¿Su celular? —le pidió Guerrero, extendiéndole la mano.
Sebastian se lo entregó a regañadientes y vio que el hombre le pegaba una cinta de papel con su nombre y su rut anotados.
—Se lo entregaremos en un par de meses más, si se lo merece, claro —le informó.
—¡Nuevos soldados! —habló con fuerza un hombre que había entrado al galpón sin que Sebastian se diera cuenta.
El hombre estaba vestido de militar, como todos en el lugar, y se acercó caminando hacia donde estaban los muchachos, ya concluída la revisión de los bolsos.
—Soy el Capitán Gomez —se presentó el hombre, dejando de lado los ademanes militares, pero manteniendo la fuerza y autoridad de su voz—. Quería aprovechar de darles la bienvenida esta noche. Mañana ya tendremos mayor tiempo de conocernos y comenzar oficialmente su servicio militar. Ahora vayan a las barracas a descansar —señaló en dirección a una de las puertas del fondo—. Mañana los espero a las setecientas en el patio, ¿está claro? —preguntó sin levantar la voz.
Todos respondieron afirmativamente, menos Sebastian, que se mantuvo en silencio.
—Muy bien —el Capitán se despidió con una cordial sonrisa y se fue caminando en dirección contraria a las barracas.
—Ya escucharon al capitán —intervino Guerrero cuando Gómez ya no estaba—. Mañana a las siete de la mañana en el patio, formados. No a las siete con cinco ni a las siete con diez. A las siete en punto. Si no están en el horario indicado serán castigados —hizo una pausa para mirar a cada uno a los ojos—. Deberán escoger una cama, donde dormirán por el resto de su estadía. Sobre cada cama hay un kit de artículos personales y una llave para su casillero designado. Pueden elegir la cama que ustedes quieran.
Guerrero dio media vuelta y les indicó el camino, mientras los muchachos lo seguían en silencio.
Las barracas eran los dormitorios. Ingresando por la puerta llegaban a un pasillo principal, que a mano derecha tenía tres grandes dormitorios con al menos diez camarotes cada una. los muchachos se percataron que el primer dormitorio estaba ocupado parcialmente por otros muchachos que ya estaban durmiendo, y Sebastian asumió que por eso Guerrero les dio las indicaciones antes de ingresar. Ninguno de los dormitorios tenía puerta, solo un gran umbral abierto. Al fondo del pasillo estaban los baños y, supuso Sebastian que las duchas también.
Los siete muchachos entraron en el dormitorio del otro extremo, el más cercano al baño, y se instalaron.
—Buenas noches soldados —Guerrero se despidió sin levantar la voz y salió de las barracas.
—Buenas noches —respondieron los muchachos casi al unísono.
Sebastian se fue directo a la última litera del fondo para no tener que hablar mucho con nadie, mientras Andrés junto a Julio ya comenzaban a meter conversa a los jóvenes que se habían subido al bus en Iquique, a quienes Sebastian no tenía interés en conocer.
Tomó la llave que estaba sobre la toalla en su cama y abrió el casillero. Guardó su bolso sin abrir, y todo el set de artículos personales, que incluía toalla de baño, pijama, ropa interior, desodorante, champú, jabón, pasta y cepillo de dientes, entre otras cosas.
Se quitó la ropa rápidamente y se acostó dándole la espalda a sus compañeros.
Se sentía completamente solo y vulnerable. No tenía con quién hablar, con quién desahogarse, y pensar en eso solo le traía más ansiedad a la mente, pero no podía evitar darle vueltas al asunto. No quería estar ahí y estaba determinado a no disfrutar su estancia en el regimiento.
Cerró los ojos con fuerza, como obligándose a dormir, como si con eso fuera necesario, pero lo único que logró fue escuchar los murmullos de sus compañeros.
—Es callado él —dijo una voz que Sebastian no reconoció. Supuso que era uno de los muchachos de Iquique.
—Supongo que no quiere estar aquí, por eso está así —comentó Andrés, comprensivo.
—Es un saco de hueas —dijo la voz petulante de Javier.
Un silencio incómodo se generó entre el grupo, y Sebastian estuvo a punto de levantarse a encarar a Javier.
—Tenemos que entenderlo —concilió Andrés—, ya se le va a pasar.
Sebastian dio un largo suspiro para calmarse, agradecido por las palabras del muchacho entusiasta.
Sus compañeros se acostaron a dormir y no demoraron mucho en conciliar el sueño, mientras que Sebastian seguía en su cama, mirando la pared, incapaz de entregarse a los brazos de Morfeo.
Cuando llegó a su casa, Sebastian entró con la mirada gacha, intentando mantener el equilibrio lo más posible para disimular su borrachera.
No había nadie en el living, así que se dirigió a su habitación lo más rápido posible para evitar encontrarse con sus padres.
Cerró la puerta detras de sí y se sentó en la cama, respirando hondo, y dejando que las lágrimas cayeran por sus mejillas, en silencio. Sentía que el pecho le dolía como si estuviera reteniendo con fuerza algo en su interior: su amor por Rubén.
Acababa de despedirse de su amigo después de acompañarlo a hacer sus postulaciones a la Universidad, y de encontrarse con Liliana y Rafael en un pub ubicado en el barrio universitario.
Sebastian se había estado sintiendo muy vulnerable emocionalmente en el último tiempo, producto de la frustración de no haber podido consolidar una relación con Rubén. Esto, sumado al alcohol consumido durante la tarde, produjo que hablara demás frente a sus ex compañeros, dejando expuestos sus sentimientos.
Le había dicho a Liliana y Rafael que Felipe le había quitado a Rubén, y que probablemente en el Servicio encontraría un nuevo amor, mientras que a Rubén le había dicho que prefería no dormir en su casa porque no soportaba la idea de no poder estar con él sentimentalmente.
Además, estuvo a punto de mandar todos sus miedos a la mierda y besar a Rubén ahí afuera de su casa, sin importarle lo que los demás pensaran, solo para poder sentir sus labios por última vez. Pero finalmente, una vocecita de cordura se abrió paso en su mente: simplemente le dio un fuerte abrazo, sintiendo su aroma y su cuerpo.
Sebastian tomó el diario que había tirado en el armario semanas atrás, después de haberse desmotivado a escribir lo que sentía por considerarlo estúpido.
Ahora, con el alcohol en su organismo para motivarlo a sacar a flote todos sus sentimientos, buscó la llave en el cajón del velador, abrió el diario, y comenzó a escribir:
“Rube, esto es lo que realmente siento.
Te amo.
Y aunque estés con Felipe, te voy a seguir amando.”
Sebastian miró lo que escribió y le pareció demasiado cursi. Iba a arrancar la hoja, pero decidió manterla.
Más abajo agregó, casi como una nota:
“Y me refiero a amor real. No amor de amigos. No amor de hermanos. Amor de pareja. Que te quede claro”.
Sebastian suspiró y dio vuelta la página.
“Ojalá pudiera retroceder el tiempo y haber podido usar la misma valentía que por fin pude reunir ese día en Humberstone, para completar esa propuesta que quería hacerte esa tarde cuando volvíamos de ir a buscar las entradas de la licenciatura, ¿te acuerdas?
Ese día te quería proponer realmente si esa noche de la fiesta querías dar el siguiente paso conmigo. Pero entré en pánico, y como medida de defensa, mentí, y con esa mentira te destruí.
No sabes cuánto me arrepiento.
Esa tarde en mi casa me tiré en la cama dándole muchas vueltas. ‘Anda y dile lo que sientes de verdad’, me repetía en la mente; pero luego el miedo volvía a hacerse presente: ‘Hiciste lo correcto. Esos sentimientos van a pasar. No están bien’.
Me levanté de la cama y salí de mi pieza con la intención de ir a hablar contigo y decirte la verdad, pero mi viejo me prohibió salir tan tarde porque al otro día tenía que levantarme temprano.
Yo sé que esto no justifica todo lo que te hice sufrir, pero quiero que conozcas realmente qué es lo que siento.
Bueno, ni siquiera sé si realmente vas a leer esto alguna vez, pero prefiero escribirte a ti antes que a un ser abstracto como ‘mi querido diario’.”
Luego escribió en la siguiente plana, pero en el centro:
“Me gusta verte como estás ahora. Entusiasmado por estar conociendo a alguien como pareja. Te ves feliz. Aunque desearía que esa felicidad la compartieras conmigo y no con Felipe”.
Sebastian se enderezó un poco y sonrió emocionado, mientras una lágrima comenzaba a caer por su rostro.
Cerró el diario para evitar que le cayeran lágrimas, y se recostó de lado en la cama, abrazando el diario, como si fuera una extensión de Rubén.
Se quedó dormido finalmente, con una sonrisa dibujada en el rostro.
Había encontrado la forma correcta para desahogarse.
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TERÇA-FEIRA GORDA
Para Luís Carlos Góes
De repente ele começou a sambar bonito e veio vindo para mim. Me olhava nos olhos quase sorrindo, uma ruga tensa entre as sobrancelhas, pedindo confirmação. Confirmei, quase sorrindo também, a boca gosmenta de tanta cerveja, morna, vodca com coca-cola, uísque nacional, gostos que eu nem identificava mais, passando de mão em mão dentro dos copos de plástico. Usava uma tanga vermelha e branca, Xangô, pensei, lansã com purpurina na cara, Oxaguiã segurando a espada no braço levantando, Ogum Beira-Mar sambando bonito e bandido. Um movimento que descia feito onda dos quadris pelas coxas, até os pés, ondulado então olhava para baixo e o movimento subia outra vez, onda ao contrário, voltando pela cintura até os ombros. Era então que sacudia a cabeça olhando para mim, cada vez mais perto. Eu estava todo suado. Todos estavam. Todos estavam suados, mas eu não via mais ninguém além dele. Eu já o tinha visto antes, não ali. Fazia tempo, não sabia onde. Eu tinha andando por muitos lugares. Ele tinha um jeito de quem também tinha andado por muitos lugares. Num desses lugares, quem sabe. Aqui, ali.
Mas não lembraríamos antes de falar, talvez também nem depois. Só que não havia palavras. Havia o movimento, dança, o suor, os corpos meu e dele se aproximando mornos, sem querer mais nada além daquele chegar cada vez mais perto. Na minha frente, ficamos nos olhando. Eu também dançava agora, acompanhando o movimento dele. Assim: quadris, coxas, pés, onda que desde, olhar para baixo, voltando pela cintura até os ombros, onda que sobe, então sacudir os cabelos molhados, levantar a cabeça e encarar sorrindo. Ele estendeu a mão aberta, passou no meu rosto, falou qualquer coisa.
O quê, perguntei. Você é gostoso, ele disse. E não parecia bicha nem nada: apenas um corpo que por acaso era de homem gostando de outro corpo, o meu, que por acaso era de homem também. Eu estendi a mão aberta, passei no rosto dele, falei qualquer coisa. O quê, perguntou. Você é gostoso, eu disse. Eu era epenas um corpo que por acaso era de homem gostando de outro corpo, o dele, que por acaso era de homem também.
Eu queria aquele corpo de homem sambando suado bonito ali na minha frente. Quero você, ele disse. Eu disse quero você também. Mas quero agora já neste instante imediato, ele disse e eu repeti quase ao mesmo tempo também eu quero. Sorriu mais largo, uns dentes claros. Passou a mão pela minha barriga. Passei a mão pela barriga dele. Apertou, apertamos. As nossas carnes duras tinham pelos na superfície e músculos sob as peles morenas de sol. Ai-ai, alguém falou em falsete, olha as loucas, e foi embora. Em volta, olhavam.
Entreaberta, a boca dele veio se aproximando da minha. Parecia um figo maduro quando a gente faz com a ponta da faca uma cruz na extremidade mais redonda e rasga devagar a polpa, revelando o interior rosado cheio de grãos. Você sabia, eu falei, que o figo não é uma fruta mas uma flor que abre para dentro. O quê, ele gritou. O figo, repeti, o figo é uma flor. Mas não tinha importância. Ele enfiou a mão dentro da sunga, tirou duas bolinhas num envelope metálico. Tomou uma e me estendeu a outra.
Não, eu disse, eu quero minha lucidez de qualquer jeito. Mas estava completamente louco. E queria, como queria aquela bolinha química quente vinda direto do meio dos pentelhos dele. Estendi a língua, engoli. Nos empurravam em volta, tentei protegê-lo com meu corpo, mas aiai repetiam empurrando. Olha as loucas, vamos embora daqui, ele disse. E fomos saindo colados pelo meio do salão, a purpurina de cara dele cintilando no meio dos gritos.
Veados, a gente ainda ouviu, recebendo na cara o vento frio mar. A música era só um tumtumtum de pés e tambores batendo. Eu olhei para cima e mostrei olha lá as Plêiades, só o que eu sabia ver, que nem raquete de tênis suspensa no céu. Você vai pegar um resfriado, ele falou que percebi que não usávamos máscara. Lembrei que tinha lido em algum lugar que a dor é a única emoção que usa máscara. Não sentíamos dor, mas aquela emoção daquela hora ali sobre nós, e eu nem sei se era alegria, também não usava máscara, ainda mais no Carnaval.
A mão dele apertou meu ombro. Minha mão apertou a cintura dele. Sentado na areia, ele tirou da sunga mágica um pequeno envelope, um espelho redondo, uma gilete. Bateu quatro carreiras, cheirou duas, me estendeu a nota enroladinha de cem. Cheirei fundo, uma em cada narina. Lambeu o vidro, molhei as gengivas. Joga o espelho pra Iemanjá, me disse.
ABREU, Caio Fernando. Morangos Morfados. 1 Ed. Editora, Agir, 1982.
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Elo y Barbarita ya tienen su ejemplar de mi último libro! Y vos tenés el tuyo? Hoy es el día del lanzamiento oficial! Pedilo a @autopublicarte y seguí las andanzas de la #saga #homoamantes #instabooks #instagay #instagayman #lgbtq🌈 #literaturalgbt #literaturagay #romancegay https://www.instagram.com/p/B6vGwSQlqEg/?igshid=qcyn0pmklgap
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Contos Gays Urbanos - Tunnel (on Wattpad) https://my.w.tt/Qqzxgr8XX1 Contos curtos que relatam as aventuras sexuais, relacionamentos e descoberta gay.
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"Detén el salto de esa pelota!” −grita La Descalza. Con la florescencia del banano como cuenco, trae entre sus manos la champola vespertina. Al rozar sus pies, regresan a la vida las flores secas del úpito. El niño deja caer al suelo la pelota de los yaquis; contempla el caracol nacarado que se balancea entre los hermosísimos senos de la diosa: la sigua sagrada. “Demórate en cómo la sombra del úpito está rascando tus muslos. Súplica. Los yaquis están hablando." (Grutesco. Yordan Rey.) . . . . . . . . . . . . . #collage #collageoftheday #artequeer #literaturagay #literaturacubana #queerart #literaturaqueer #collages #collagevalencia #collagedigital #collagespain #collageartwork #yordanrey https://www.instagram.com/p/CaLEpCgrupq/?utm_medium=tumblr
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Sinopsis:
Un grupo de inadaptados debe unir fuerzas para combatir una invasión extraterrestre. Sin embargo no están solos en esta pelea. Están a punto de descubrir que Ellos no son la única amenaza que están por enfrentar, descubrirán que su peor enemigo estaba más cerca de lo que imaginaron. La narración cuenta los sucesos de la vida de nueve desconocidos y cómo es que sus vidas dan un giro inesperado. Amor, traición, violencia y sangre les espera para poder alcanzar la paz que están buscando.
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Parada LGBT BH #grupodiversidadespb, #lgbtpride #lgbt #lgbtpb #lgbtqi #lgbti #lgbtqia #lgbtipelademocracia #transman #transgender #homemtrans #instagay #museudadiversidade #instagaybrasil #tchaka #tudosobreeles #gays, #blog, #comportamento #gay #saopaulo #universogay, #comportamentogay #culturagay, #homossexual, #livrotudosobreeles #relacoesgays, #Relacionamento #vidagayemsaopaulo, #vidagayemsp, #adrianosod #literaturagay #genero #sexualidade #identidadedegenero #missbia #museudadiversidade #saopauloemhifi (em Belo Horizonte, Brazil)
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Bellagio
- Los hechos en este relato son ficticios, exacerbados por el morbo de quien los describe -
Se subió a su auto y encendió el motor. Antes de echar a andar el vehículo se preguntó ¿qué acababa de pasar? ¿Había sido real? ¿Se había dejado llevar de tal forma? Entre todas sus preguntas algo era cierto, lo pasó increíble. Esta experiencia tiene que trascender, se dijo y llamó a su mejor amigo, sin darse cuenta que eran casi las una y media de la madrugada.
¡Ah que bueno, estás despierto! – su voz de entusiasmo, mezclado con un dejo de cansancio, asustó a su amigo.
¿Estás bien, te pasó algo?
¡Sí, estoy bien! Y sí, me pasó algo.
¿Tengo que ponerme cómodo? – la pregunta tenía un sabor a morbo y posible sospecha de lo que le iba a contar.
A ver si te puedo contar todo antes de que llegue a casa.
¡Maneja despacio y cuéntamelo TODO!
Ok, pero es de alto impacto.
¡Mejor!
¿Has tenido esos días donde ninguna wea te resulta y todo sale como el pico?
Constantemente.
Bueno, este fue un día así, hasta que llegué a casa y me di una ducha pa’ sacarme todo el día culia’o de encima ¡estuve como 30 minutos! Salí y ni hambre tenía, hoy todo el mundo me wevió: mi jefe, colegas, gerente, clientes, como si la luna se les alineó a todos y yo era el único weón para weviar - la exasperación en su tono de voz fue disminuyendo en la medida que se desahogaba.
Ok, entiendo, día pal pico, gente pal pico.
Sí, salí de la ducha y me puse a ver el celular, cuando un hombre con el que hace rato nos estamos reaccionando llamitas subió una foto y se veía bastante potable. Lo saludé y me recordó que teníamos una junta pendiente, le dije si tenía planes, y como yo, estaba libre. “Dame 20 minutos y vente”.
¡Aaaaaaaaaah! O sea te dijo “ven y dámelo papi”.
Algo así, pero menos caribeño – ambos rieron – Y yo no llegué con nada más que un cañito.
Igual hay que llegar con algo cuando se va de visita, tu madre te educó mejor que eso.
(…) Bueno, preparado para desquitarme por el día, perfumado, con ropa halagadora: una polera ideal para mostrar los brazos, ajustada en el pecho y de escote sinuoso para que se asomaran los pelos del pecho; shorts de esos que el poto se ve levantadito (aunque sabía que no lo iba a ocupar) y cortitos para que se vean los jamones peludos; calcetines blancos y largos con rayas horizontales negras; y zapatillas de plataforma alta que me hacen ver de un metro ochenta y dos.
¡Ah, sacaste a la maraka del closet y te la pusiste!
Tú me conoces bien – ambos rieron.
Llegué y nada po: abrió la puerta, entré y nos damos un beso de esos que, cuando lo estás dando, el mundo se detiene, dejas de escuchar el ruido de la calle, se te erizan la piel y se acelera la respiración, de esos en que se muerden los labios y succionas las lenguas y todo tiene un sabor y textura delicioso. Nos empezamos a pegar de a poco, él puso sus manos abiertas en mi pecho y presionaba suavemente con sus yemas la tela; juntó un índice y un pulgar para acariciar circularmente una de mis tetillas; yo lo tomé de la cintura y lo acerqué hacia mí, nuestros bultos empezaron a rosarse, nuestras panzas se pegaron, la respiración de ambos se hizo más profunda y la ansiedad de quitarle la ropa se hizo más grande. Bajó la mano con la que me acariciaba el pecho hasta la panza, levantó con un dedo mi polera y suavemente me jugó con los pelos en mi ombligo, noté que sonrió al hacerlo, y después siguió hasta mi paquete, lo agarró con la mano llena y dijo “¡ufff…!”. Yo lo tomé de su cintura, y mis dedos sintieron bajo su pantalón cuando lo sentí: ¡un jockstrap!
¡Ah pero iba listo para la batalla también!
Seguí avanzando hacia el centro de sus cachetes pero se separó de mí, afirmándome del cuello de la polera, mordiéndose los labios, con la mirada como si la tuviera nublada por la calentura del momento y dijo, con voz profunda y ronca: “Rico beso, oso”.
¡EEEEEEEEEEELLA! ¡La oso!
¡Obvio! Yo le ponía cara de macho-activo-dominante, él sonreía sensual y pícaro como un niño que está por hacer una maldad. Nos sentamos en el living, nos fumamos el cañito y conversamos, de la vida, lo humano y lo divino, sus ojitos se empezaron a volver chinitos y me dijo “Te tenía tantas ganas, weón” y yo no aguanté más. Me tiré encima de él, nos seguimos besando, pero más intensamente, las poleras salieron volando, los shorts igual, él quedó en jockstrap y yo en slip, nos apretamos todo, nos sobajeamos enteros, me lamió las axilas y respiró hondo en medio de mi pecho, entre los pelos como si quisiera drogarse con mí aroma. Lo tomé de la cara apretando con mi mano sus mejillas para que abriera la boca, mirándolo dominante le tiré un escupo en la boca, puso los ojos blancos y gimió como si estuviera en el desierto y mi saliva era lo más parecido al agua.
¡Ew! Pero me encanta que la gente sea cochina.
Nos seguimos besando, le tiraba más escupo y él feliz, hasta que le dije a su oído “muéstrame ese culito tan rico” y de un salto se puso en cuatro apoyando sus manos en el brazo del sofá, le abrí los cachetes peludos, era un túnel de pelos y carne, y le metí la lengua entera dentro del ojete; se puso a gemir y yo vuelto loco comiéndolo, el sabor de su carne era exquisito, su aroma de macho me tenía eufórico, todo impregnado en mi boca; hacía contracciones para apretarme la lengua y ¡más ganas me daban de ir más y más adentro! Le estrujaba las nalgas, se las mordía y nunca se quejó del dolor, yo subía la intensidad y me subía el morbo, me sentía durísimo; con una mano tocaba su espalda viajando desde sus omoplatos hasta el coxis; con la otra, su panza y tetillas por debajo de su torso robusto y moreno; puse mi brazo a la altura de su coxis, para que sintiera que con mi bíceps lo tenía a mi disposición y lo empujaba hacia mi cara para poder chuparlo más adentro. Me paré, él seguía en cuatro, me puse frente a su cara y me mordió suavemente el pico por encima del calzoncillo. Bajó el slip con ambas manos y se lo llevó entero a la boca. Yo estaba mojadísimo, se me había hecho una mancha y la tela se había pegado .
Siento que estoy entre asqueado y excitado – dijo mi amigo, quien realmente estaba más excitado de lo que podía admitir.
Yo lo miraba mientras me lo mamaba, él a veces también me miraba, su cara se veía brillante gracias a una delgada capa de sudor; lo tomaba con la mano, chupaba la cabeza, estiraba el cuerito con los labios, lamía las bolas y gemía cada vez que lo agarraba de la nuca y le daba una embestida hasta el fondo. Su cuerpo entero brillaba y al verlo en cuatro parecía un caballo musculoso, con pelaje fino y color caoba, sedoso, fornido en su musculatura pero atlético y definido. Acaricié su lomo, desde las posaderas levantadas hasta sus hombros robustos y fibrosos, cada centímetro de su afiebrada piel se estremecía con mi tacto. Lo agarré del culo, metiendo un dedo en su ano, como si lo quisiera levantarlo del sofá. Separé mi pene de su boca, él quedó con las fauces abiertas y la lengua afuera, le sostuve la mandíbula, dejé caer un bolo de saliva que lo recibió moviendo su colita como un cachorro feliz, y le volví a meter el pico en la boca, pero no se lo saqué, y se lo metí hasta chocar con sus amígdalas y lo dejé ahí, y le pujaba y pujaba más adentro, hasta el fondo sin soltarle la quijada, dándole palmadas cortas, firmes y duras, él hacía arcadas pero no se despegaba, le follaba la cabeza y le decía, con la misma voz profunda: “aguante perrito, aguante el pico del oso” ¡y empezó a mover el culito como si hubiese dicho la palabra clave!. Le saqué el pico, hizo una arcada fuerte y me miró para arriba con los ojitos llenos de lágrimas e hilos de saliva que aún estaban conectados a mi glande. Iba a metérselo de nuevo, pero se inclinó a la mesa de centro y tomó un frasquito de Popper, jamás noté que estaba ahí hasta que lo tomó. Le dio una buena jalada por ambos lados de la nariz y se volvió a meter el pico a la boca, esta vez él se mantenía solito con toda la carne adentro y algo empezó a pasar, porque sentía como si la verga se expandiera dentro de su boca, como si la estuviera inflando con un bombín. Yo estaba loco, no estaba seguro de lo que sentía, pero parecía que mi verga le rellenaba todo el hocico. Me dijo que me sentara en el sofá, se puso de rodillas en el piso y entre mis piernas, volvió a jalar y fue como verlo en cámara lenta, con su boca bien abierta devorándome por completo. No me di cuenta pero estaba gimiendo super fuerte con él enterrado su cabeza en mi ingle. Se separaba con hilos de saliva que cada vez se veían más gruesos y espesos, me sonreía y dijo “¿Te gusta?” y yo “¡Me encanta!”. Lo hizo varias veces más, me agarraba la panza y el pecho con sus dedos. Yo no le hice, pero sentía el aroma que subía hacia mí y creo que me drogó también.
Bueno, la expansión de tu (…) cosa, lo provocaba el popper.
¿Tú crees?
Sipo, porque si lo jalaba seguro botaba el aire por la boca con tu pico adentro, así que te dilataba los vasos sanguíneos.
¿Y tú cómo sabes eso?
(…) ¡Sigue con tu historia no más!
Bueno, entonces yo estaba sentado como Cara Cortada, con expresión de macho caliente, las piernas abiertas y el miembro apuntando al cielo, mientras se apegaba el frasquito negro y me lo chupaba y chupaba. Llegó el punto que ya no aguanté más del morbo, lo tomé de los brazos, nos pusimos de pie, juntamos nuestros cuerpos y nos besamos, yo sentía el sabor de mi pico en sus labios y el aroma del Popper en su bigote. Lo empujé hacia el sofá y cayó en sus rodillas con la espalda arqueada mirando la ventana y su culito moreno y peludo presentado hacia mí. Me mojé con saliva el pico y de a poquito se lo fui metiendo. Él gemía, decía “¡oh que rico, dame tu pico de oso!” mientras entraba de a poco. Se retorcía, agarraba el respaldo del sofá como si quisiera destripar el relleno bajo la tela, pero no opuso resistencia o expresó dolor, se lo comió como un campeón. Me alejaba de él, sintiendo como mi carne salía lubricada y volvía a fundirme con sus glúteos, mientras me deslizaba dentro y fuera de su cuerpo, sintiendo que mi verga se ponía viscosa. Veía en el reflejo de la ventana como se mordía los labios o levantaba la mirada al cielo con la boca abierta. Volví a metérselo y él movió su cintura de un lado a otro pegando su culo bien a mí. Empecé a darle más fuerte, más duro, yo sentía como me apretaba la verga haciendo contracciones con el ano; lo nalgueaba, le mordía la espalda, le metía dedos en la boca, y apegaba mi panza a su espalda para que me sintiera. Le empecé a dar más duro, yo ya estaba sudando mucho y las gotas de mi frente le caían en la espalda, gemía más fuerte cuando sentía la espalda mojada y lo embestía más fuerte. Me separé de él, saqué el pico entero y vi como estaba todo abierto, le volví a metí la lengua. Si los vecinos nos escucharon, yo creo que pensaron que lo estaba matando porque gritó super fuerte. Volví a meterle la verga y darle y darle y darle. Me separé porque llevaba como media hora de puro darle y estaba medio deshidratado. Tomamos agua y me miraba sonriendo, así como cabro chico malo y dijo entre su respiración agitada “¡que culiai rico oso!”. Igual ya como que sabía que le gustaba.
Claro, como no, con la gritadera que tenía.
Me dijo ¿vamos a la pieza?
Y yo lo seguí. Entramos a su pieza y me llamó la atención que la cama sólo tenía la sábana de abajo...
¿Cómo?
Así como te digo: no había cobertor, cojines, frazadas, sólo la sabana que se apega al colchón.
¿Sólo la que tiene los elásticos?
Sólo esa.
Esto me huele mal…
La pieza estaba iluminada roja y una pared estaba cubierta en espejos cuadrados grandes, como si fuera un mosaico, nos veíamos reflejados pero los cortes entre espejos nos distorsionaban. Él tenía algo en las manos y me lo extendió diciendo “Póntelo”.
¿Qué era?
Un singlet, un traje de luchador azul con los bordes blancos.
¡Ah pero el amigo estaba bien preparado!
¡Sí! Me lo puse y, casualmente, tenía puestos mis calcetines blancos con rayas azules que combinaban con el traje. Me miró de pies a cabeza y con cara picarona me dijo “¡Uff, qué oso!”, tomó uno de los tirantes del traje y me acercó a él. Nos acercamos sin besarnos, juntando nuestros ombligos, los pelos de los dos se concatenaban como el velcro, nos echábamos el aliento en la boca del otro, yo metía mi dedo en su culo agarrando la nalga con la otra mano, él me agarraba el pico debajo del traje y su otra mano la tenía enterrada en los pelos de mi pecho, era como si nos estuviéramos follando pero de frente y sin penetrarnos. Saqué de golpe mi dedo de su culo, gimió y lo agarré de los brazos, lo di vuelta y en cuatro a la cama. Me arrodillé frente a su culo, abrí las nalgas, tenía el ano super dilatado y olía a carne fresca, metí mi lengua entera y hasta el fondo afirmándome en sus cachetes. Lo escuchaba gemir y veía como apretaba las sábanas en sus manos. En el reflejo de los espejos veía su boca abierta gimiendo, a veces se mordía los labios y a veces sacaba la lengua y jadeaba como un perro. Me levanté y movía mi verga, que la asomaba por sobre la tela azul del traje y entre sus nalgas peludas, acariciando su ano que pedía más, golpeándolo con mi carne dura como luma. Sus ojos estaban negros como la noche afuera, su labio caía, estaba rojo, mojado, hinchado de tanto morderse. Se veía hermoso en cuatro, con su piel morena brillante como si hubiese estado nadando en el mar, cubierto en pelo, atlético pero robusto, ancho de piernas, aún tenía puesto el jocktrap que era de esos blancos con la parte de adelante como de toalla, los clásicos; hacía que sus piernas se vieran más gruesas. Brazos fibrosos, no hinchados como los míos, sino con musculatura natural, varias veces se los mordí y estaban duros. Bajé mi cara a su culo sin quitarle la vista en los ojos y tiré un escupo justo al medio, gimió suavecito, con ese nivel de estímulo el cuerpo se vuelve tan sensitivo, que podría haberle hecho cariño en el lóbulo de la oreja y se hubiese vuelto loco. Vi como mi cabeza, roja y mojada, entraba en él, luego el tronco por completo, su culito se veía hermoso pegado a mí, mi panza lo rozaba y podía ver que lo disfrutaba como si fuera un tierno cariño previo a la violencia que le iba a desatar. Empecé a embestirlo suave, como si estuviera iniciando un vals, me tomaba un segundo de más antes de metérselo para crearle ansiedad y que lo deseara más, ponía los ojos blancos cuando entraba con más fuerza y hacía rebotarle las carnes. Sentía como mi verga jugaba con sus entrañas y el calor de su carne comiéndome en su interior. Eso duró un par de minutos hasta que me entró la bestia y empecé a culiarlo como bestia, no me quitaba los ojos del torso y el pecho que sobresalía entre los tirantes del traje; el sudor hacía que los pelos se me apagaran y yo mismo brillaba con el reflejo rojo de la pieza, me decía “¡Que oso más rico! ¡Dame pico oso rico!” y lo nalgueaba fuerte mientras le seguía metiendo fuerte el pico. Me separé de él, me bajé los tirantes que estilaban de lo mojados, y lo puse patita al hombro, su ano seguía dilatado así que le metí la lengua entera, miró al cielo y gritó de placer, tenía un sabor que me puso como animal, entre su carne y el olor a su piel. Me levanté y le metí el pico fuerte, estaba todo sudado y las gotas caían en él mientras lo embestía, él habría la boca para que le callera alguna. Puso sus manos en mi torso y revolvía los pelos que ya estaban pegados por la humedad a mi piel. De pronto dijo algo como “¡Voy a acmerrrarr!”.
¿Qué? – me preguntó mi amigo.
“¡Voy a acmerrrarr!” – le repetí textual.
¿Y qué significa eso?
Yo pensé que me había dicho “voy a acabar” y le dije “¿Qué…?” y quedé con la pregunta en la boca porque empezó a hacer lo que me había dicho.
¿¡Qué hizo!?
¿Te acuerdas de que te dije que su jock era de esos clásicos, como de toalla?
Sí…
Bueno, de ahí empezó a salir agua como que fuera la fuente del Bellagio ¡Y MUCHA!
Mentiiiiiiiiiiiiiiiraaaaa…
No, se estaba meando escandalosamente.
Yo me habría ido de ese departamento en ese preciso momento.
¡Ah! ¿Estás loco? Yo ni me detuve, seguí dándole duro y sentía como me apretaba mientras se seguía meando, no era mi casa, no era mi cama así que seguí dándole mientras los dos nos mojábamos. El pipí no tenía olor ni color, era pura agüita y salía y salía. Tenía el abdomen firme, como si estuviera forzando para seguir meándose, la panza se levantaba dura y redondita, estaba mojada y le empecé a dar palmadas ¿te acuerdas cuando vimos ese espectáculo de tambores y pinturas de color neón en luces ultravioleta?
Sí, sí.
Bueno, así mismo estaba manchado sólo que no era pinturas, sino que era una combinación de orina, saliva, precum y sudor.
¡Qué asco!
¡Yo estaba en la gloria! Al medio de un torbellino de gemidos, placer, fluidos y morbo. Seguí dándole y dándole duro, la cama estaba toda mojada y una aureola se formaba a su alrededor en las sábanas. Me acerqué a él sin dejar de follarlo y lo besé, sentí el sabor a todo en nuestras lenguas, estaba a mil y le dije “te voy a preñar” – “¡lléname el culo, dame lecheeeeeee…!” y me fui dentro de él, puso los ojos blancos, echaba su cuello para atrás y enterraba la nuca en la cama, yo sentía escalofríos sobre la piel que la tenía caliente y mojada. Dejé que saliera hasta la última gota le mientras lo seguía embistiendo hasta que me detuve. Nos quedamos abrazados en silencio, sólo se escuchaban los autos y la locomoción a lo lejos por la ventana: la petite morte. Lo miré y se veía hermoso, todo mojado, el cabello pegado a su frente y expresión de cansancio y placer en su rostro. Me separé de él, me saqué el traje para estar sin nada y me ubiqué en la parte seca de la cama (no soporto estar acostado en algo mojado). Nos pusimos a conversar, él me contaba del placer que le producía mearse mientras le estaban dando, “es como un orgasmo muy prolongado”. Nos dimos una ducha después y me despedí con un besito y la promesa de volver a vernos, y ahora voy en el auto contándote esto.
(…) ¡Bueno! Me alegro de que hayas tenido una noche productiva, yo lavé ropa sucia de las últimas dos semanas.
El vehículo se perdió en la noche acompañado de la risa de dos
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Si no te vas a tomar la sopa, no la calientes.
Todos conocemos al menos uno, si es que no son más, de este tipo de personajes. Esos que siempre están tentando con fotos explícitas en el buzón de las redes sociales, o mensajitos calientes al WhatsApp, entre otras tantas formas, cuando están en plan masturbatorio nocturno.
De la nada suena la campanilla que alerta que X usuario te mandó una foto por mensaje interno, y cuando dice “foto”, todos sabemos que es de esas efímeras que se borran luego de ser vistas, (porque si no fuera una foto homoerótica, diría X usuario te mandó un mensaje), con nada más ni nada menos que un pene erecto medio baboso por el “precum” del juego manual previo, o un culo a medio depilar que busca ser follado violentamente.
Pues bien, ¿qué pasa ahora posterior a los mensajes calientes que te mandaron?
Obvio, uno responde con alguna reacción rápida, propio de Instagram, ¿no?, y esperas, siendo exagerado porque normalmente es menos, un par de minutos y llega otro mensaje. A veces con una invitación a que lo vayas a ver y tengan sexo desenfrenado en el sofá. Otras. con invitaciones para que le hagas las de kiko y kako, como dice el refrán.
Y todo esto, ¿para qué?
Para que quede en nada. El pelotudo solo está buscando estimulación momentánea para poder terminar de correrse la paja, mientras que alguien le alimenta el ego y le dice cosas tipo: “que grande tu verga”, o preguntas tipo “¿te la puedo chupar?, o la frase/pregunta que termina por hacer que el pajero de mierda deje de hablar, “¿cuando nos juntamos?”.
Hasta ahí llegó la calentura y la valentía del maricón de mierda que te manda fotos y videos explícitos de su verga erecta, porque nunca tuvo la intención de juntarse contigo, solo buscaba satisfacer sus necesidades sexuales del momento y ya.
Un par de días después, -como fue mi caso-, te encuentras con el pajero en la calle, te saluda cobardemente, de forma cortante y como si estuviera avergonzado de lo que hizo. O peor aun, arrepentido de haberte mandado todas esas imágenes donde su anatomía queda expuesta, para terminar mandándote otro mensaje cuando llega a su casa, con otra foto de mierda con el subtexto, “se me puso dura cuando te vi”.
Abúrrete. En serio. Abúrrete.
Personalmente, me importa la nada misma que te baje la vergüenza o el arrepentimiento barato. Con mayor razón me acerco y te saludo.
Yo no me arrepiento ni me cohibo cuando me encuentro con algún hombrecillo que haya cachureado previamente, ni que me haya visto la verga. Para nada. No tengo ese problema ni ese conflicto moral absurdo por disfrutar de mi sexualidad como corresponde, obvio, de manera responsable porque sin gorrito no hay fiesta. Sé lo que hago y también se que lo hago de manera consciente, no bajo un impulso calentón barato de media noche cuando despierto y estoy duro.
Entonces, resumiendo, usted no sea ese maricón promedio que anda calentando la sopa y no se la toma. Con eso, lo único que logra, es que quien esté del otro lado del teléfono, simplemente pierda el interés y termine por cansarse de tanto webeo y, también, lo reemplace por alguien con quien si se junte, aunque sea a una tarde de masturbación y toqueteos mutuos.
No tengo tiempo, paciencia ni ganas de andar persiguiendo a un maricón que se cree diva, cuando la realidad es que para lo único que le alcanza, es para ser quien le lleve las maletas, y con la ropa sucia. Para nada más.
Abúrrete.
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O inimigo não cansa nossa luta é diária . #relacoesgays#grupodiversidadespb, #lgbtpride #lgbt #lgbtpb #lgbtqi #lgbti #lgbtqia #lgbtipelademocracia #transman #transgender #homemtrans #instagay #museudadiversidade #instagaybrasil #tchaka #tudosobreeles #gays, #blog, #universogay, #comportamentogay #culturagay, #homossexual, #Relacionamento #literaturagay #genero #sexualidade #identidadedegenero (em Grupo Diversidades - PB)
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" - Então - Alex diz, mudando de assunto enquanto se espreguiça devagar -, acho que deveria te contar: sou bissexual.
- Bom saber - Henry diz: seus olhos descem para o quadril de Alex que está nu sobre o lençol, e ele diz tanto para ele como para si mesmo: - Sou muito, muito gay.
Alex observa o sorrisinho de Henry, a maneira como enruga o canto dos seus olhos, e se esforça muito para não dar um beijo nele.
Para parte do seu cérebro fica empacado em como é estranho, e estranhamente maravilhoso ver Henry dessa forma, aberto e nu em todos os sentidos. Henry se debruça sobre o travesseiro para perto de Alex e dá um beijo leve em sua boca, e Alex sente as pontas dos dedos tocarem seu queixo. O beijo é tão delicado que ele precisa se lembrar de novo de não se importar demais."
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Gustavo ya tiene su ejemplar de mi último libro... Y vos? Podés conseguirlo en @autopublicarte #saga #homoamantes #literaturagay #lgbtq🌈 #romancegay #literaturalgbt #gay #instabook #instagay #instagayman (en Corrientes, Argentina) https://www.instagram.com/p/B6t4nwoFJ6c/?igshid=112tf0jg33mbn
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😍😘😜🌺🌻"El Homosexual o la dificultad de Expresarse" Copi. 👏🏽🙏🏽👠💋💅🏽👸🏻💐🌻🌺🌷🌹📖 #rogeirosway #books #bookslovers #lifestyleblogger #lifestyle #miestilo #lifeincolor #lifeintechnicolor #inlivingcolor #infullcolor #sobremimesa #onmytable #teatro #teatrolatino #teatrorosa #teatrogay #gayteathre #libros #librosgay #literaturagay #literaturahomosexual
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Inebriante Matheus
Estava andando de patins no Parque Ibirapuera quando parei para relaxar um pouco e recuperar as energias, deitado na grama quando fui surpreendido por um cachorro que corria atrás da sua bolinha e desviando seu percurso, veio me cheirar, abanando o rabo e lambendo meu rosto, provavelmente farejou a minha cachorra já que antes de sair de casa, eu me despeço dela e por isso demonstrava tamanha animação. Logo seu dono, demonstrando certo constrangimento, o chamou:
- Duke, volta aqui! Desculpa moço, ele nunca faz isso...
- Tudo bem, ele é bonzinho. Respondi, enquanto passava a mão na cabeça dele.
- Prazer, meu nome é Matheus, desculpa o incomodo.
- Prazer, Arthur! Fica tranquilo.
Nos despedimentos daquele encontro casual e após andar mais um pouco de patins, fui para casa, tomei um banho e enquanto descansava no sofá, resolvi postar no INSTA as fotos que havia tirado e ao usar a # do Parque, fiquei curioso e resolvi dar uma olhadinha nas postagens e dentre umas e outras, me deparo mais uma vez com os dois, numa postagem com a legenda “Duke aprontando no parque e me deixando constrangido”, eu curti a foto e passei a seguir o @ dele.
Depois de uma semana e meia curtindo as postagens e vendo seus ‘stories’, mandei uma mensagem perguntando como estava o Duke e disse que eu era o rapaz do parque, ele logo se lembrou e respondeu que o Duke estava bem, a partir daí começamos a conversar moderadamente, um comentava as postagens do outro e logo surgiu uma amizade virtual sadia.
Certa noite fui á uma casa noturna com uns amigos e enquanto estava na parte superior a pista, debruçado na grade, enquanto eles se pegavam lá embaixo, fui surpreendido por um rapaz que por trás me abraçou e disse ao pé do ouvido:
- Hoje eu to sozinho, sem o Duke.
Minhas pernas deram uma tremida, meu coração meio que disparou, mas corajosamente me virei, olhei pra cima, por que ele era bem mais alto que eu e com aquele sorrisinho malandro de leonino ele me puxou junto a ele e me beijou. Nosso primeiro beijo teve gostinho de menta e a música de fundo era “all the lovers” da Kylie Minogue.
Ficamos durante a noite toda naqueles sofás vermelhos, conversando, nos beijando abraçadinhos e bebendo uns drinks, perto das 4:00hs da manhã nos despedimos ,fomos para casa e continuamos nos falando durante toda semana.
Na sexta feira ele postou que iria ficar sozinho em casa e eu o convidei para sair, mas ele disse que não estava afim e preferia que eu fosse ficar com ele e poderia dormir lá, já que seus pais só voltariam no domingo à noite e ele não queria ficar sozinho, aceitei o convite e combinamos de jantar às oito e eu levaria duas pizzas pra gente e ele topou.
Chegando lá, ele me recebeu no portão, o Duke logo me reconheceu e descemos as escadas juntos, colocamos as pizzas na mesa, matamos a saudade com um abraço bem apertado, jantamos e fomos para o sofá jogar um pouco. Não levo jeito pra games e ele me massacrou em todos os jogos, até que eu peguei o jeito e ganhei dele, mas isso já se passavam da meia noite, cansado nos espreguiçamos e ele deitou no meu colo enquanto assistíamos a um filme interessante que estava passando, era bom estar com ele, nós dois nos sentíamos a vontade.
Cochilamos.
Quando acordamos de madrugada, meio doloridos com a TV ligada, levantamos rapidinho e puxamos o sofá e voltamos a deitar, mas agora abraçadinhos e totalmente no escuro, ele deu uma cheirada no meu pescoço e o beijou, apagamos e só fomos acordar no outro dia com o Duke pulando em cima da gente pedindo comida.
Levantamos, tomamos café e passamos o dia juntos, parecia que nos conhecíamos há muito tempo e enquanto preparávamos algo para comer, ele perguntou se eu poderia passar a noite com ele outra vez e eu prontamente aceitei, mas sugeri que fossemos passear um pouco e ele topou. Ao entardecer fomos dar uma volta pela Paulista, acabamos assistindo uma peça de teatro e bebendo algo depois e partimos para casa dele, levamos um ossinho que compramos no caminho para o Duke e fomos tomar um banho.
- Você vai tomar banho comigo hoje? Perguntou Matheus me prensando na parede.
- Olha, eu sou bem tímido. Respondi.
- Eu sei bobo, mas vem cá, vamos tirar essa camiseta. Disse ele enquanto tirou a minha e posteriormente tirou a dele.
- Calma. Complementou ao sentir meu coração bater rápido e minha respiração ofegante.
- To calmo. Respondi.
Tomamos banho, trocamos carícias, melhor banho, mas não excedemos. O uso da água era consciente, nos secamos e fomos pra cama. Nus, aos beijos, trocando carícias há mais de 24horas, os dois leoninos exalavam mais calor que o normal.
Matheus começou beijando meu pescoço e continuou beijando meu corpo descendo até o peito, barriga, pernas, me virou de costas e com a língua massageava meus glúteos que se contraiam de tesão, levemente me dava mordidas, subindo pelas costas e mordendo meu pescoço onde a sensibilidade era maior. Eu gemia de prazer, mas sentia a necessidade de dominá-lo e sutilmente trocamos de posição, agora eu que pilotava a cena, senti cada milímetro de seus lábios, o perfume da barbinha, seu cheirinho me excitava, ele soltava gemidos incontroláveis a cada passada de língua que percorria seu corpo, os mamilos, seu abdômen e ao sentir seu membro duro e pulsando de tesão, massageei sua glande com meus lábios, minha língua percorria todo seu membro da base ao topo, lubrificado pelo mel natural que ele mesmo exalava, iniciei um delicioso oral, mamava gostoso, com a maior vontade do mundo, seu cheiro me excitava e minha respiração ofegante, juntamente com toda a massagem que meus lábios proporcionavam o fizeram chegar a um inebriante orgasmo, enquanto reverberava o êxtase, ele me apertava, nosso lábios praticamente grudaram, abraçados ficamos e após todo o relaxamento dos nossos corpos, literalmente apagamos e dormimos durante toda aquela noite, praticamente colados um no outro.
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