#Francisco Koloffon
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fjkoloffon · 4 years ago
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El fallecido 187,187: mi papá.
El 2 de marzo, a las 17:31 hrs, se fue mi papá: Francisco José Koloffon Duncan. Podríamos decir que, oficialmente, fue la persona 187,187 que murió a causa del coronavirus.
Recuerdo hace cerca de 17 años, cuando en la sobremesa de su cumpleaños le entregué de regalo un engargolado de unas 250 páginas. Cuando lo vio se le iluminó el rostro y me dijo: «¡Oh, tu tesis de la maestría de criminología!, ¡qué gran regalo me das, Paquín!». 
El engargolado de “El astronauta terrestre”.
Cuando lo abrió y lo hojeó y se percató de que más bien se trataba de mi primera novela, que llevaba escribiendo varios años a escondidas, no supo bien qué decir.
Él siempre quiso que fuera abogado o contador o economista, y le costó mucho procesar la noticia de que yo deseaba dedicarme a escribir y a contar historias.
Dos días después, en mi casa, me preguntó: «¿Como cuánto cuesta convertir ese engargolado en un libro bien impreso?». Y así fue que me pagó la primera edición de mil ejemplares de mi primer libro.
La primera edición (de mil ejemplares) de “El astronauta terrestre”, patrocinada por mi papá en 2005.
Así fue mi papá, le costaba un poco de trabajo hacerse a la idea de las cosas que se salían de sus planes, pero al final le ganaba el amor y te apoyaba con todo el corazón y con todos los recursos a su alcance. Tuve un padre muy generoso que me amaba con su alma.
Mi papá y yo en 2016, en el AT&T Park: Chicago Cubs VS San Francisco Giants, Juego 7 de los playoffs.
Quise contarles una de tantas cosas que hizo Francisco José Koloffon Duncan por mí, para que su vida no quede en un simple número y para que sepan lo afortunado que fui de ser su hijo. Cuando escribí este “Ensayo para aprender a morir de la mejor manera posible”, jamás imaginé que él y nosotros seríamos parte de esto. Descanse en paz.
Mi papá y yo, hace muchos años.
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fjkoloffon · 6 years ago
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Mr. Mitsu.
Él es mi amigo Jorge Vallejo. Nos conocimos cuando ambos teníamos menos deberes, mucho más pelo y nos dedicábamos a cosas muy distintas de las que actualmente vivimos.
Jorge Vallejo, Mr. Mitsu
Trabajamos como pasantes y luego como abogados en Baker & McKenzie, una de las firmas más grandes del mundo. Jorge se encargaba del litigio civil y mercantil, yo de lo laboral, de las negociaciones con los sindicatos. Luego, cada uno tomó su camino y nos perdimos un poco la pista.
Hoy, tras 20 años, volvimos a encontrarnos y a trabajar por la mañana juntos, pero esta vez en una grabación. Jorge se convirtió en CEO y Director General de Mitsubishi Motors México a partir de la fusión con la alianza Nissan-Renault, y nos pidió ayudarle a producir un mensaje para transmitirlo a toda su red de distribuidores.
Jorge saltó primero del despacho al área jurídica de Nissan, donde por lo general los abogados están condenados a permanecer dentro de una empresa de cualquier giro distinto al de las leyes, más en el mundo de los coches. Pero alguien vio algo especial en él y le dio la oportunidad de conocer y desarrollarse en los diversos departamentos del negocio, Recursos Humanos, Exportaciones, Negociaciones Internacionales, e incluso en la parte financiera, donde es inusual que involucren a cualquier ejecutivo que no haya estudiado ingeniería, administración, finanzas o una carrera de números y procesos.
A pesar de todo y de todos, porque en cualquier camino uno se encuentra con gente que trata de impedir que llegues a donde deseas, los japoneses mandaron llamar hace poco más de un año a Jorge y le comunicaron que querían que fuera el responsable de comenzar las operaciones de la marca en México.
Jorge Vallejo, CEO de Mitsubishi Motors México
Desde un escritorio en una oficina temporal, con una computadora y un celular, empezó a hacerse cargo de la tarea, y a organizar la compañía. Hoy Mitsubishi cuenta ya con sus oficinas corporativas en la Torre Omega de Polanco —justo frente a donde se encuentra Baker & McKenzie—, con nuevas agencias, distribuidores y 70 empleados a los que mi amigo Jorge Vallejo se esmera en recordarles que, si uno quiere, en esta vida todo puede pasar.
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Aquí empezó todo, (¿verdad, @mayu_as?) #bakerandmckenzie #elastronautaterrestre #fjkoloffon
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Desde Koloffon Eureka, gracias por la oportunidad de trabajar con una empresa que cree y fomenta las historias de las personas. Drive your ambition.
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fjkoloffon · 4 years ago
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Los récords de mi padre.
¿Qué queda de una persona cuando muere? Su aroma, por un breve tiempo, en un suéter. Sus fotografías. Las frases que repetía. Alguna nota suya a mano que aparece en algún libro, en un cajón o en la bolsa de un saco en el momento indicado. Los recuerdos en sus deudos y las canciones que oía. Sus historias. 
Última foto con mi papá, el día de mi cumpleaños 45 (16 de enero, 2021).
Si habláramos de deporte —que es de lo que supuestamente trata esta columna—, tendríamos que referirnos a los récords de ese atleta que se va. 
Mi padre jugó futbol de niño hasta pasada su adolescencia. Luego, ocasionalmente, cascaritas conmigo y mis primos de niños. Pases de futbol americano en Chapultepec y en la playa, donde también peloteábamos con las típicas raquetas de madera. Me enseñó a jugar ping-pong y a hacerme el nudo de la corbata, aunque siempre le quedaba mejor a él. 
Murió el 2 de marzo pasado, a los 70 años, con cuatro victorias contra la muerte (un duro choque del que sobrevivió a los 18 años de edad; una osteomielitis vertebral por una mala cirugía de columna, pasados los 50; un infarto a los 55 y una gravísima infección en el cerebro a los 68) y una derrota en el último asalto a manos del virus. Se defendió hasta el final. No tiramos la toalla, sacamos el pañuelo blanco.
De mi papá aprendí muchas cosas. La más importante, quizá, arrepentirme y pedir disculpas. Desde que se fue no he soñado con él. Sin embargo, la otra vez mientras corría, me sucedió algo curioso:
Salí con el sentimiento de su muerte muy vivo. Pasé junto a unos jóvenes y en mi mente les dije: “Hablen más con su papá, no se aburran de que los llame mucho por teléfono”, como solía marcarme a mí. Acto seguido, como si estuviera planeado, una de ellos se puso el celular en la oreja y contestó: «Hola, Pa», y yo me quedé atónito. Saludó a su padre y yo sentí con claridad que era el mío. “En este instante me estaría llamando”, pensé y enseguida escuché dentro de mí: “Lo estoy haciendo”.
Como me dijo Maru mi suegra: «Es un tiempo privilegiado porque estamos muy sensibles, receptivos a lo sobrenatural y todo puede sentirse más. Vivimos en un in-tiempo, no estamos allá pero tampoco acá, y podemos percibir esas presencias que nos acompañan». 
Cuando muere tu papá te sientes inconsolable e incomprendido. Pero después piensas: “Bueno, no soy el único ni el primero al que se le ha muerto su papá”. Y luego reflexionas: “No, sí lo soy”.
Descansa en paz, Francisco Koloffon Duncan.
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Columna publicada en el periódico El Universal.
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fjkoloffon · 4 years ago
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Los edenes de mi padre.
Si quieren encontrar a mi papá, búsquenlo en el Ritz Carlton de Laguna Niguel, en el brunch de los domingos, devorando caviar y pasándoselo con champagne, mientras contempla desde los ventanales a los surfers dominar las olas. 
«Justo en estas playas de California empezó el movimiento y la música surf, niños», nos decía hace muchos años entre cucharadas de esos pequeños huevecillos negros que de vez en cuando nos invitaba a paladear como una recompensa de la vida, cuando todavía vivíamos y viajábamos los cinco juntos. «En serio, aquí es donde agarraron fama los Beach Boys», insistía.
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Surfin’ USA (The Beach Boys).
En estos días hemos recibido cientos de muestras de cariño y condolencias. Todos los mensajes son muy parecidos, nos transmiten cariño, buenos deseos y en uno que otro —quienes compartieron vivencias con mi papá— nos cuentan anécdotas que nos emocionan. 
“Siento en el alma su pena. Sé que no hay mucho que decir en estos momentos, todas las palabras están dichas”, me escribió un amigo de Facebook. Sin embargo, entre tantos comentarios, de pronto me resaltan algunos que sí se diferencian y me hacen ver que no todo está necesariamente dicho, bien sea por la cercanía, por alguna peculiaridad o por frases que inconscientemente resuenan en mí.  
“Lo siento, Paco. No tengo palabras. Realmente es algo sumamente doloroso. Te deseo pronta resignación. Y que Dios lo tenga en un lugar donde se sienta feliz”, decía el mensaje de una amiga mía de la infancia, y entonces vi a mi papá en el brunch de los domingos del Ritz Carlton de Laguna Niguel, porque ese era uno de sus paraísos donde se sentía feliz.
Acto seguido, no pude evitar dar un recorrido por sus distintos edenes, por todos aquellos lugares donde Dios podría tenerlo ahora mismo porque lo hacían sentir feliz: en Broadway, en la función nocturna de El Fantasma de la Ópera; en las primeras filas de un concierto de Brian Wilson, o en el de Frankie Valli, aunque fuera en gayola; en su restaurante de mariscos favorito en el muelle de San Clemente; en un partido de la NFL o en una maquinita de Las Vegas; en la sección de caballeros de Neiman Marcus; en la sala de su casa con su CD de las gaitas a todo volumen; en un Cointreau on the rocks; con su falda escocesa en la cena de Navidad o Año Nuevo; en primera clase de un vuelo trasatlántico luego de pasar al Duty Free por sus corbatas Hermés; en las caladas de uno de sus cigarros Camel sin filtro; en un coche nuevo; en una buena película de Robert De Niro y Al Pacino con un bote extra grande de palomitas con mantequilla doble. 
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Mi papá fue un hombre sumamente exquisito. Sin embargo, hace cosa de cinco años, cuando se vio obligado a dejar de hacer todo eso que antes lo alegraba, vivió varios años triste, bastante triste. Tuvo que encontrarse los últimos días del 2018 al borde de la muerte y luchar durante más de cuatro meses por su vida en el hospital para arrancarse de tajo varios pensamientos que condicionaban su felicidad a esos pequeños placeres y lujos de la vida que a veces tanto nos confunden a las personas. 
Fue entonces cuando se dio cuenta de que la auténtica felicidad que le provocaban aquellos extravagantes sitios, provenía más bien de poder compartirlos con nosotros. Ahí estaba la magia. Y no lo digo yo, me lo dijo él.
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Los dos últimos años de su vida, Francisco José Koloffon Duncan vivió en paz y se reconcilió con la sencillez. Pocas veces volvió a ponerse una corbata de seda; solo se subió a un avión, con destino a Mérida, y nunca más probó el champagne ni nada que alterara su percepción de las cosas. Mi papá fue feliz en su casa, los domingos, cuando nos reuníamos a comer todos. Por eso es probable que Dios lo tenga por ahí, entre nosotros, cada que nos juntemos en el comedor o en la sala de su casa, o cuando nos tomemos todos juntos una foto. 
Ya habrá tiempo para que te vayamos a buscar a los demás lados. 
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God Only Knows (The Beach Boys).
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fjkoloffon · 4 years ago
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Esto no se acaba hasta que se acaba.
Hay una frase que tiende a revolotear cuando se acerca el final de ciertas contiendas, sobre todo deportivas, como una invocación al milagro: “Esto no se acaba hasta que se acaba”.
Yogi Berra, el popular catcher de los Yankees de Nueva York allá en los años 50’s, la pronunció por primera vez en 1973, cuando ya más bien portaba la casaca y la gorra de coach de los Mets. Su equipo caía por varias carreras en el partido por el banderín de la Liga Nacional, y —cuentan— él no se cansaba de repetirlo a sus jugadores: «Esto no se acaba hasta que se acaba». Al final, los metropolitanos remontaron para ganar el título de división. 
Su expresión, adoptada por cronistas y deportistas, es un llamado a esperar, a no dar las batallas por concluidas con anticipación, pues el devenir de las cosas puede cambiar. Cuando un mensaje lleno de esa fuerza consigue penetrar en la mente de quienes protagonizan la lucha, el colofón de los combates suele ser electrizante. Y todo puede pasar.
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Hace dos semanas, mientras mi papá se enfrentaba con la muerte ante la expectación de sus aficionados más leales y cercanos, yo sólo pensaba: “No puede ser que todo termine aquí, que no haya nada más, que no volvamos a vernos”. La batalla estaba perdida, no cabía la posibilidad de una voltereta. Tenía los ojos cerrados, segundo a segundo su respiración caía, las alarmas sonaban, la vida se le escapaba. 
En medio de la conmoción, nosotros atestiguábamos su partida. Él lucía en paz, no como si estuviera sufriendo una derrota, sino más bien como si se tratara de su gran despedida: la noche de su retiro. Le pusimos música, su favorita. Estamos seguros que, entre los sonidos de los aparatos, la oía. Y quise imaginar que los aplausos que sonaban en mi corazón también. Y que iba y venía, que daba saltos entre las dimensiones, como queriéndonos decir que al final hay una puerta que se abre, que se escuchan ovaciones y que esto tampoco se acaba aquí, que esto tampoco se acaba hasta que se acaba. 
“Ojalá, porque no creo que ni siquiera el amor celestial sea capaz de superar al amor que tenemos la fortuna de experimentar los humanos”, pensé —absolutamente electrizado— en este inesperado desenlace. 
La perspicaz frase de Yogi Berra, quien murió en 2015 —seguramente entre aclamaciones y vítores espectrales— a los 90 años de edad, nos recuerda que siempre queda la esperanza. Deportistas o no, aferrémonos a ella, porque incluso con todas las probabilidades en contra, y por más desfavorable que luzca el panorama, puede surgir un milagro.
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Columna publicada en el periódico El Universal.
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fjkoloffon · 4 years ago
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La enfermera que quería ser corredora y se convirtió en astronauta.
Mis papás se contagiaron de Covid-19. Primero llegó mi papá al hospital, una semana después tuvimos que llevar a mi madre, pues su oxigenación también bajó. Es muy difícil dejar a alguien que quieres en el hospital con este virus, pues no existe la certeza de que vaya a salir caminando por la puerta de salida. Despedirte de dos seres amados al interior de Urgencias, nunca lo vi ni en ninguna película.
Al principio mantuvimos contacto con mi papá a través del teléfono. Todos los enfermos por coronavirus deben permanecer solos, sin visitas y sin nada más que sus accesorios de limpieza y, con suerte, el celular. Nos escribíamos por WhatsApp y de repente nos marcábamos. 
—¿Cómo están vestidos los médicos y enfermeros? ¿Se te acercan mucho o no tanto? —le pregunté intrigado en una de nuestras llamadas.  —Están vestidos como astronautas —me respondió impresionado—. Mujeres y hombres, como si fueran a ir a la Luna. —Si puedes, tómale una foto a la enfermera, a la que te contó que de chica practicaba atletismo.  —Ah, sí, a Kely. Ahorita le digo, está aquí justo. —Dile de mi parte que es una valiente.
Tal cual se lo dijo, yo escuché. Y Kely le respondió que al principio les daba miedo contagiarse, pero que ya se habían acostumbrado. Unos días antes, cuando él orgullosamente le contó que su hijo tenía una columna en la sección de deportes de un periódico, ella le confesó que de adolescente quería ser corredora. 
Kely, la enfermera que quería ser corredora y se convirtió en astronauta. (Foto: Francisco J. Koloffon Duncan)
Las oficinas están llenas de gerentes a quienes más bien les gustaría ser directores de orquesta. Todos conocemos a un financiero que soñó con ser explorador, o abogadas que deseaban ser bailarinas, a ejecutivos y obreros que morían por el futbol. Lo que nunca imaginaron los doctores, enfermeros, camilleros y laboratoristas —que de niños jugaban a ser lo que fuera menos a usar una bata blanca—, es que un día se convertirían en auténticos astronautas. 
Ahí van con sus trajes espaciales —unos dando saltos, otros driblando rivales, inventando melodías, coreografías, pinturas, corriendo 100, 400 metros o a pas couru— por las habitaciones y las salas de terapia intensiva, en un viaje por este universo desconocido en el que se aventuran a diario y del que tampoco saben a ciencia cierta si saldrán ilesos. Han acompañado últimamente a muchos pacientes a su cosmos interno antes del viaje final. A otros les han devuelto la vida, más años, la esperanza.
“No le he visto la cara a ninguno, todos podrían ser el mismo”, me comentó mi papá por el teléfono previo a apagarlo para abordar esa cápsula que esperamos lo traiga pronto de regreso de su odisea, para que nos vuelva a contar a toda la familia qué quería ser él de niño. 
A mi madre la dieron de alta ayer. Por protocolo, los internados por Covid-19 deben salir en silla de ruedas. Cuando la vi cruzar la puerta de salida, mientras ondeábamos nuestras manos y se nos escurrían las lágrimas, recordé que a ella le habría gustado ser patinadora artística. 
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El mundo es otro, pero nosotros siempre seremos los mismos. No importa que hayamos olvidado quién deseábamos ser, llegará el día en que nos demos cuenta que simplemente se trata de existir para que los demás existan. 
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fjkoloffon · 9 years ago
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Las mañanitas de Tere López Cano.
 Hoy en la mañana —domingo cuatro de octubre, nueve horas con quince minutos—, platicaba tranquilamente con mi esposa cuando de pronto sonó mi teléfono. Apenas dije “bueno”, una voz femenina adulta comenzó a cantar muy entonada las mañanitas. Para cuando iba en “se las cantamos así”, yo todavía no podía reconocerla. Su número no correspondía al de ninguno de los contactos guardados en mi celular y su voz no la tenía registrada entre mis conocidos. Definitivamente no era mi madre, quien además de mi esposa y mis hijas —que todavía estaban dormidas porque han estado trabajando desde hace dos meses todos los días bastante duro y hasta muy tarde en sus ensayos de Annie—, sería la única persona capaz de marcar a mi celular para cantarme. —¿Francisco? —Sí. —Muchas felicidades, Francisco —me dijo muy cariñosa y yo seguía sin saber ni quién era ni a qué se refería. Por un momento creí a que a la celebración de ayer por la primera comunión de mis hijas, pero yo qué, ya ni a misa voy los domingos. —¡Muchas gracias! —¿Sí sabes quién soy? —preguntó ante mi evidente desconcierto y prosiguió mientras yo trataba de ubicar su voz sin éxito—. ¡Soy Tere, Tere López Cano! —¡Sí, claro, Tere! ¡Gracias, Tere! —y enseguida me alejé el teléfono y lo apreté con ambas manos para preguntarle a muecas a mi mi mujer que quién diablos era Tere López Cano. Ella evidentemente esperaba otro tipo de reacción de mi parte, así que volvió a preguntarme si enserio sabía quién era o no. —Hoy es santo de los Franciscos, ¿no? —dudó pero luego lo afirmó con seguridad—. ¡Sí, hoy es santo de los Franciscos, aquí dice en mi calendario! —¡¿Tere López Cano, quién es?! —inquirí a Mayu de nuevo con el teléfono pegado a mi pierna derecha para que Tere López Cano no me oyera. Y conforme continuaba en el intento de identificarla, le respondí que no era mi santo. —Seguro es de otros Franciscos —porque hay varios Franciscos en el santoral en fechas diversas—, yo soy de los de hasta el cuatro de octubre. —¡Francisco, hoy es cuatro de octubre! ¡Estas son las mañanitas…! —y mi primera reflexión fue acerca de lo endemoniadamente rápido que pasa el tiempo. ¡Cuatro de octubre!—. ¿Oye, me reconoces? Soy Tere, tu vecina. Y sólo entonces le puse cara a su voz. En efecto, se trataba de mi vecina, vivimos casi pared con pared y es la representante de la manzana ante los colonos. Sin embargo, debo decir que prácticamente no tengo ningún contacto con ella, salvo la vez que nos presentamos e intercambiamos teléfonos y contadas ocasiones que hemos coincidido en el camellón, en las que, invariablemente, me pregunta cómo me llamo. En tres años que llevamos viviendo aquí, van por lo menos seis veces que me pregunta mi nombre. La última de plano le respondí, enfrente de mis hijas, que Marco Aurelio, porque ya me pareció demasiado que no sea capaz de aprenderse mi nombre, ni que fuera tan complicado: Francisco, de los del cuatro de octubre. —¡¿Papá, por que le dijiste una mentira a la vecina?! —me preguntó Paula sorprendida—. Qué mala onda. —Pau, porque siempre le digo mi nombre y nunca puede recordarlo. “Por fin lo hizo y quiere resarcir su imagen”, pensé en el celular para mis adentros ante la mirada suspicaz de mi esposa, en lo que Tere López Cano entonaba por segunda vez las mañanitas. —¿Sí vives en Chimalistac, no? —¿Quien es, eh Paco? En domingo por la mañana y cantándote una mujer las mañanitas. —¡Tiene setenta años, —le respondí a Mayu otra vez tapando el celular—, no friegues! —y al mismo tiempo le contestaba a mi vecina—. Sí, en Chimalistac, sí —y seguía absolutamente confundido con su llamada: nunca se acuerda de mi nombre, ¿y me llama para felicitarme por si santo? ¿Qué era eso?—. Soy Francisco tu vecino. —Francisco Domínguez, ¿verdad? —No, Francisco Marco Aurelio —le dije ya que lo había entendido todo—, pero también soy tu vecino. —Mmm, no sabía que hubiera otro Francisco por acá. Creo que es una equivocación, hasta luego. —Gracias por recordarme que hoy es mi santo, Tere López Cano, aunque nunca te acuerdes cómo me llamo —concluí cuando ella ya había colgado.
Hay días en que la vida, además de un regalo, es una simpática ironía.
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Felicidades a todos los Franciscos.
Las mañanitas de Tere López Cano was originally published on FJ KOLOFFON
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fjkoloffon · 4 years ago
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El regreso a nuestros espacios.
Cada día último de mes, en mi bandeja de entrada recibo un correo de Rubén Ordoñez, mi entrenador, con el plan de entrenamiento del mes por venir. Siempre comienza con un saludo, seguido de una breve perspectiva del plan, el panorama de lo que ve para mí.
“¿Cómo estás, Francisco? Hay que aprovechar el regreso a ‘nuestros espacios’. Se empieza a sentir el retorno y sabemos bien las ventajas que nos ofrecen las sesiones en la pista de Villa Olímpica. Es el lugar para entrenar rápido. Piénsalo”.
Los lunes —como era de esperarse—, tocan cuestas. Últimamente las hago en Ciudad Universitaria, junto al hermoso estadio de beisbol de nuestra gran Universidad Nacional Autónoma de México. Cuando voy de bajada junto al pedregal volcánico y los pastizales secos, inevitablemente me da por imaginar que se me aparece una víbora de cascabel y me manda directo al asteroide B 612, el pequeño planeta de El Principito. Pero aquí sigo.
Martes y jueves son de cardio, trotes de 60 a 75 minutos para aflojar además los músculos. Por lo regular, voy a Víveros de Coyoacán, donde la última vez casi me peleo con un tipo que, muy orgulloso y sin conciencia alguna, se la pasó sonándose la nariz con la mano por todo el circuito.  —¡Ya párale!, ¡nos estamos tragando tus mocos!  —No vi que ibas a pasarme —me respondió el cínico—. Pero ya, no armes bronca y sigue tu camino —todavía me dijo muy desafiante el puerco.  —¡Y tú respeta el de los demás! —y sí, lo rebase y seguí mi camino para no respirar ni su idiotez.
Miércoles y viernes hago fartleks o repeticiones en la pista, mi talón de aquiles. Procuro cumplir los tiempos del plan y acabo rendido. Me frustra cuando no lo logro, y el coach no es que me consuele: «¡A ver si ya vienes más seguido, Koloffon! ¡Hay que ser constantes!».
“Hay que ser constantes”, me repito el sábado durante la distancia que marca el programa de entrenamiento y que me sirve para reflexionar. “Hay que ser constantes”, sí, porque transcurren los meses y llega un plan de entrenamiento y otro, los estados de cuenta de las tarjetas y los teléfonos. También, las confirmación de pagos de las igualas de los clientes —por fortuna— y, claro, las colegiaturas. Los mismos correos de todos los meses, que me recuerdan el paso del tiempo y todas las cosas importantes que no realizo: las mías, aquellas por las que vine a la Tierra y por las que no me quiero ir todavía al asteroide B 612. 
Por más ocupado que esté, siento que realmente no hice nada en el día si no le dedico por lo menos una hora a lo mío. Esta columna es un tranquilizante, una aspirina, pero ya me toca escribir un buen cuento. Queda aquí asentado el compromiso. 
Al final del plan de entrenamiento, mi coach suele concluir con un breve mensaje:  “Espacios que hace poco permanecían vacíos debido a nuestra ausencia. Estadios añorando multitudes, recordando vítores, tal vez haciendo eco de hazañas memorables. Pistas que aguardan la energía de sus atletas, pues sólo así vuelven a tener sentido y a reencontrar su razón de ser. Celebremos este retorno”. 
Somos nuestros propios estadios, por eso a veces nos sentimos vacíos. Es hora de regresar a nosotros, a lo nuestro, llenos de ese gozo que cimbra nuestra propia cancha, entusiasmados por la pasión que nos movía antes de que adquiriéramos tantas responsabilidades y de que nos bombardearan mes a mes con tantos estados de cuenta.
Volvamos a nosotros, regresamos a nuestro espacio y celebremos este retorno. 
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Columna publicada en el periódico El Universal.
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fjkoloffon · 6 years ago
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Turismo corriendo.
Desde que comenzaron los domingos de Ciclotón en la Ciudad de México, jamás me había parado por ahí. Apenas el último domingo de marzo que me tocaba la última salida larga de preparación para mi maratón, por fin fui.
Ya me lo habían recomendado si quería hacer distancia, y luego de recorrer de pe a pa Ciudad Universitaria, Viveros, La Pila y El Ocotal, me pareció una buena alternativa.
Arranqué 6:30 a.m. desde Francisco Sosa, en Coyoacán, tomé Minerva en la colonia Florida, Insurgentes, Mixcoac y llegué a Patriotismo. A esa hora hay poquísima gente y casi ningún coche, así que, simplemente por lo insólito, resulta una maravilla avanzar a buen ritmo y en absoluto silencio por la que de lunes a sábado se torna en una de las más ruidosas y transitadas vías.
🙏Gracias, @newtonrunningmx, me encantaron mis tenis. Listos para correr juntos el @marathonparis y espero que por muchos lugares más. De entrada hoy los estrené en @viveroscoyoacan y muy cómodos y ligeros. 👟🏃🏻‍♂️ pic.twitter.com/iFSLiWqzgu
— F.J. Koloffon ✍🏻 (@FJKoloffon) February 16, 2019
Me puse unos tenis Newton para probarlos —muy recomendables, por cierto— y llevaba un cinturón de hidratación con dos botellas pequeñas con Gatorade. A 4:50 minutos por kilómetro crucé por la Condesa hasta dar con la Diana. Corrí por Paseo de la Reforma embelesado. Ver nuestra avenida más emblemática llena de ciclistas, corredores, voluntarios y gente de todos tamaños y colores, deja un buen sabor.
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Beautiful day . . #ciclotoncdmx ���🏼‍♂️ #mexicocity #cdmx #weather #colors #bycicle #havingfun
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Sobre Avenida Juárez, afuera del Hilton de la Alameda, turistas japoneses, norteamericanos y un par de ingleses que descubrí por el acento, se unieron al pelotón de mexicanos también con zapatos de correr y shorts. En la explanada del Palacio de Bellas Artes, otros extranjeros —pero de pantalón largo y cámara fotográfica al cuello— contemplaban absortos el contraste del mármol blanco con el limpísimo azul de aquel día del cielo.
Se les notaba el asombro, como cuando conoces un sitio nuevo y reconoces lo bello al mismo tiempo que se te abre el mundo. Si yo sentí especial de observarlo por primera vez al correr, imagino perfectamente la sensación de quienes nunca antes habían estado ahí.
El pavimento suave y brillante del corredor peatonal de Madero, entre dorado y amarillento cuando el sol le pega fuerte, me hizo aumentar la velocidad y me llevo a pensar que la vida, en efecto, no es caminar por una alfombra roja, sino seguir el camino amarillo. Llegué al Zócalo, le di la vuelta y emprendí el regreso ya casi sin líquido y con mucha sed.
No traía un peso y ya frente a las oficinas de American Express de Patriotismo le pedí a un señor que vendía jugo de naranja si me daba solo un trago (a crédito) en una de mis botellitas. Me respondió, con razón, que él se había levantado a vender, no a regalar. En El Charco de las Ranas de Mixcoac tuve más suerte y un mesero me las relleno con agua de jamaica. Treinta kilómetros marcó mi reloj cuando llegue a casa. Sentí que fue más.
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🏃🏻‍♂️ Última distancia larga antes del maratón en tres semanas. Es curioso lo que pasa: sientes que ya no puedes y no te imaginas cómo diablos vas a poder con 12 kilómetros más. Pero, al final, casi siempre sale. Uno pone todo, ya sólo queda esperar que la vida nos ponga allá. 🗼🤞🏽🙌 . . . #maratondeparis #parismarathon #correr #run #running #runner #corredor #corredores
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Columna publicada en el periódico El Universal.
Turismo corriendo (El Universal)
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fjkoloffon · 7 years ago
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La triste historia del señor López.
Quiero llorar.
Primer acto: me ofrecen los de Axtel muy cortés y amablemente un plan de 50 megas para mi casa. Me dicen que también hay uno de 20, pero que, obviamente, la velocidad es incomparable con el de 50.
Segundo acto: me convencen luego de hablarme maravillas del servicio y de la rapidísima navegación.
Tercer acto: vienen a instalar todo a mi casa mientras yo estoy en la oficina trabajando, dejan el internet funcionando, me llaman para avisar que ya quedó todo bien y todos muy felices.
Cuarto acto: al día siguiente me conecto desde mi laptop, realizo una prueba de velocidad y, ¡oh, sorpresa!, 20 megas de velocidad de subida y bajada.
Quinto acto: llamo a servicio a clientes, me contesta un tal Francisco Bocanegra, le cuento toda la historia del primer al cuarto acto y me dice: —Es que vía WiFi sólo va a poder navegar a 20 megas, es lo que soporta nuestro servicio y nuestros aparatos; si quiere navegar a 50 megas se tiene que conectar por Ethernet”. —¿Y como por qué me avisa esto ahorita y no cuando me llamaron para venderme su maravilloso plan de 50 megas? —Está estipulado en el contrato, señor López. —Primero, ¿cuál contrato?. Segundo, ¿quién diablos se conecta hoy día vía Ethernet. Y, tercero, soy Koloffon, no López. —El contrato está en nuestra página de internet, señor López. —Ah, pues ahí está muy bien su contrato, escondido en la dimensión desconocida, qué bueno que me avisa. Av��seles ahora a sus vendedores, para que antes de embaucarnos y tomarnos el pelo nos expliquen sus cláusulas alevosas. Y explíqueme algo, ¿si contrato un plan de 20 megas, a cuanto navegaría por WiFi, a 10 o cómo? —Ahí si navegaría a 20 megas, porque nuestros equipos sí soportan esa subida y descarga vía WiFi. Pero ya 50 no, es mucho, señor López. —O sea, me vendieron un plan de 50 megas, que cuesta casi el doble que el de 20, sabiendo que navegaría a 20. Son unos perros malditos. Y acuérdese bien de mi apellido, Koloffon, no López, porque voy a hacer que todos se enteren de sus artimañas para que no los contraten…
Moraleja: no contraten Axtel, es una compañía engañosa. Y compartan, para que no haya más señores López en este país en el que ninguna autoridad (ni la Procuraduría Federal del Consumidor) regula a estos desgraciados.
Y así, historias para aventar para arriba con un sinfín de proveedores de servicios. Y como dice Jaime Maussan, nadie hace nada.
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