#Clases de Cocina
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Inauguran en México la primera tienda K-FOOD Pop-Up!
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Hoteles en Playa del Carmen Quinta Avenida
Hoteles en Playa del Carmen Quinta Avenida: Puedes disfrutar de la tranquilidad, actividades nocturnas, familiares en un solo lugar. En este apartado te hablaremos de algunos lugares que te encantaran. 5 hoteles ubicados en la Quinta Avenida de Playa del Carmen Características más destacadas: Hotel La Tortuga: Este encantador hotel boutique se encuentra en el corazón de la Quinta Avenida y a…
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Puedo pedir mas de enzo con lactation kink? Fue muy cortito :( NECESITO MASSSSS soy adicta a tus textos
Kinktober, Día 13: Lactation Kink
-¿Cómo estuvo tu clase?- pregunta Enzo cuando te escucha llegar. Caminás en silencio hasta la cocina, sospechando que la bebé puede estar dormida en sus brazos, pero lo encontrás solo-. ¿Todo bien?
-¿La regalaste?- bromeás mientras observás la serenidad con la que se encarga de tu leche materna para poder refrigerarla. Él suelta una carcajada estrepitosa y sólo deja de reír cuando ve tu expresión de pánico.
-No se va a despertar- jura luego de besar tu mejilla-. Y no me dijiste cómo te fue.
-Decente- contestás con una mueca de descontento. Enzo arquea una ceja, poco convencido, pero comprende a qué te referís cuando levantás tu camiseta (que en realidad le pertenece a él, pero te resulta cómoda) para enseñarle el estado del top deportivo que llevás-. En frente de todos, boludo, me quería morir.
-Es completamente normal, amor, nadie va a...
-Ya sé que es normal- lo interrumpís-, pero me molesta. Y todavía me duelen.
Te rodea con sus brazos y besa tu cuello con la esperanza de consolarte. Llevan incontables días intentando lidiar con tu sobreproducción de leche y sin importar cuánto se alimente la bebé, cuánto saques con el extractor y cuánto termine manchando tu ropa, siempre hay más. Y el dolor es insoportable.
-Perdón- susurrás y escondés tu rostro en su pecho. Besa tu cabello, todavía sin deshacer el abrazo-. No es tu culpa, no quería...
-Un poco sí lo es- sonríe cuando te escucha reír-. Y no me pidas perdón.
Cuando intentás separarte, pensando en tomar una rápida ducha para poder compartir un momento de paz y tranquilidad solos, no lo permite. No te quejás, sobre todo porque sentís sus manos recorriendo tu espalda y tu cadera, pero también porque sentís su erección presionando contra tu estómago.
-Sos tremendo, nene- fingís indignación-. Mirá cómo te ponés.
-Vos me ponés así- desliza una mano por debajo de tus leggins y con la otra masajea tus pechos-. Más cuando me mostrás las tetas...
-Estás obsesionado con mis tetas.
-Estoy obsesionado con vos- corrige, tomando tu pezón entre sus dedos y presionando. Un gemido, tan grave que suena como un gruñido, deja sus labios cuando el líquido humedece sus dígitos-. ¿Me dejás...?
En cuanto suspirás un sí, evidentemente tentada por sus caricias, Enzo te acorrala contra el mueble a tus espaldas. Sus labios en tu cuello y la manera desesperada en que embiste contra tu estómago, junto con sus dedos todavía jugando con tu pezón, te hacen gemir y retorcerte entre sus manos.
En cuestión de segundos te desnuda, prácticamente arrancando la ropa de tu cuerpo, para luego sentarte sobre el mármol frío ignorando tus protestas por la temperatura y sin importarle la posibilidad de derramar la leche. Toma uno de tus pechos entre sus labios, mordiendo despiadadamente antes de comenzar a succionar.
Te observa desde su lugar, registrando todas tus expresiones mientras masajea su erección por sobre su ropa, sin dejar de succionar con fuerza. Sabés que no tendrías que sentirte tan excitada por sus acciones, pero es imposible, sobre todo por la forma en que sus labios parecen adherirse a tu piel y la rapidez en que la excitación ensombrece su mirada.
Cuando se separa de tu cuerpo hay un hilo de saliva conectando su boca a tu pecho y en su mentón una gota de leche. La limpiás con tu pulgar y él sujeta tu muñeca para poder tomar tu dedo entre sus labios: sus párpados caen -te fascina el largo de sus pestañas y cómo rozan su piel- y deja salir un gemido.
Su rostro es una combinación entre satisfacción y alivio. El tuyo también.
-Agarrate- ordena antes de tomarte en brazos. Rodeás su cintura con tus piernas y mientras te lleva hacia la sala, claramente en dirección al sofá individual donde tanto le gusta leer, sentís su erección golpeando contra tu centro cada vez más húmedo.
La última vez que tuvieron sexo en este sofá es la razón por la que ahora se encuentran en esta situación y mientras te posiciona sobre su regazo caés en cuenta de que están prácticamente recreando la escena. Hay una extraña mirada en sus ojos, mezcla entre complicidad y devoción, mientras manipula tu cuerpo como quiere.
Enzo sujeta tu muslo para dejarlo sobre el apoyabrazos aterciopelado, procurando no generarte ninguna molestia, antes de liberar su miembro para guiarlo hacia tu entrada. Roza tus pliegues con su punta mientras contempla tu rostro, su mirada viajando desde tus ojos hacia tu labios entreabiertos y viceversa. Sonríe.
-¿Querés que te la meta?
En lugar de contestar te dejás caer sobre su miembro. La falta de preparación es evidente pero tu humedad facilita la penetración y el deseo que nubla tu juicio convierte el ardor en algo placentero.
Enzo muerde su labio cuando el calor de tus paredes lo envuelve y segundos más tarde vuelve a tomar tu pecho izquierdo en su boca para silenciar sus suspiros y gemidos. Sostiene tu cadera para detener tus movimientos -no cree aguantar demasiado- y con su otra mano masajea tu pecho derecho.
Un hilo de líquido blanquecino corre por su mano y su brazo mientras continúa girando tu pezón entre sus dedos. Mueve sus caderas involuntariamente y muerde tu pecho sin medir su fuerza, haciéndote sollozar y reclamarle, tu mano tirando de su cabello.
-Perdón- dice entre gemidos-. Fue sin querer.
Está completamente desesperado y cuando sujeta tu cadera comprendés cómo va a terminar esto. Comienza a embestirte con fuerza, sus labios succionando aún más rápido que antes, algún que otro patético gemido llegando a tus oídos cuando tus músculos se contraen sobre su miembro.
Unos instantes más tarde se deja ir, salpica tu interior de blanco, llenándote con su semen mientras en su rostro se refleja la vergüenza que lo invade. Es un intercambio, pensás, sin importarte lo obsceno que es.
-Perdón...
-No me pidas perdón- contestás con tus labios peligrosamente cerca de los suyos. Retomás el movimiento de tus caderas y sentís sus uñas clavándose en tu piel-. Me la vas a dar toda, ¿no?
Esconde su rostro entre tus pechos. Asiente tímidamente.
- @madame-fear @chiquititamia @creative-heart @llorented @recaltiente @delusionalgirlplace ♡
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⤷ ❝hands on❞ — jjk (s.m)
➤ Pareja: jungkook!tatuado x lectora!fem
➤ Recuento de palabras: 7.2k palabras
➤ Género: compañeros de clase, smut y obscenidad.
➤Resumen: Cuando conociste a tu compañero de proyecto nunca te imaginaste terminar babeando y obsesionada por sus manos y por un bocado de él, en un esfuerzo por aliviar algo del estrés decides alimentar tus sucias fantasías con algunos textos y mensajes inocentes sobre Jungkook con tu mejor amiga, detallando, explícitamente, lo que quieres que esas grandes y jodidas manos te hagan, hasta que un día le envías por error unos de esos mensajes a Jungkook, y es ahí cuando él decide cumplir todos tus deseos al pie de la letra.
➤ Advertencias: 18+ | lenguaje maduro y explícito | lenguaje vulgar y obsceno | sobreestimulación | las manos de Jungkook (sí, es una advertencia) | sexting | masturbación | charla sucia | tensión sexual | halagos durante el sexo | sexo oral (r. mujer) | juego y estimulación del clítoris | un poco de insultos | bofetadas en los pechos | chupar pezones | la lectora está atada de manos a una silla | follar con los dedos | jalar el cabello | nalgadas | bromas juguetonas durante el sexo | sexo duro | sexo con protección | JK ama tus tetas y juega con ellas (mucho) es dulce pero también engreído | Jungkook tiene un gran pene!
➤Si no eres mayor de 18 años, POR FAVOR, no leas. Si lo haces es bajo tu propia responsabilidad, ten en cuenta las advertencias.
♥︎ softpxachy's
⤷ masterlist ♡ taglist ♡ instagram
Esto es malo.
—¿Crees que realmente revisará y contará todas nuestras fuentes? —Jungkook preguntó pero yo no podía escuchar nada de lo que decía.
Esto es realmente malo.
—Solo tengo diez, pero miré documentos de la época medieval y aún así no encuentro más…
Sus dedos se abrieron paso a través de esos largos mechones negros de su cabello con frustración y sus ojos se cruzaron con los míos por unos segundos.
Esto es jodidamente malo.
—No mucha gente ha escrito sobre este tema en específico y nos estamos quedando sin información…
Jungkook tomó distraídamente su lápiz mientras seguía hablando y mi pulso se aceleró por el pánico creciente en mi cuerpo.
No, por favor no, el lápiz no…
Lo hizo girar hábilmente sobre sus nudillos, moviendo su muñeca casualmente para que crujiera con un pequeño estallido agudo.
Y luego; apretó los puños. Duro. Si, este es el final para mí.
—¡Agua! — casi grité mientras saltaba bruscamente de mi asiento, los papeles de nuestra investigación se deslizaron en todas direcciones y la mirada sorprendida de Jungkook se lanzó hacia mí.
—¿Estás bien? —Jungkook me preguntó sin dejar de mirarme y yo traté de relajar mis nervios.
—Sí. Oh, sí. Solo tengo... sed. —respondí formando una sonrisa forzada, y esas fueron las palabras más verdaderas que jamás había dicho.
Mi dulce, amable y jodidamente sexy compañero de proyecto sonrió; felizmente inconsciente de todas las formas en que lo profanaba mentalmente.
—La cocina está a la vuelta de la esquina, si no tienes problemas en ir sola en lo que investigo más sobre nuestro tema. —Jungkook habló con calma sin borrar su bonita sonrisa y yo solo pude asentir rígidamente antes de desaparecer por el pasillo.
Y unos momentos después, en la relativa privacidad de la cocina de Jungkook, apoyé ambas palmas de mis manos sobre la mesa y traté de respirar correctamente antes de gruñir por lo bajo.
Dios, soy una desgracia.
No siempre había sido así. Todavía podía recordar una época (hace 3 semanas exactamente) en la que era una persona normal, lejos de ser una completa exhibicionista.
Mi carrera era mi prioridad justo ahora, estaba a punto de titularme y debía esforzarme el doble si quería terminar mi último año sin problemas y poder obtener un trabajo decente, tenía todo planeado, nada se me salía de control, sabía lo que quería y lo que tenía que hacer para conseguirlo, tenía toda mi vida organizada y estable.
Hasta que Jeon Jungkook envolvió sus gloriosas manos alrededor de mi piso de cotidianidad y aburrimiento y me sacó de ahí.
A primera vista, Jungkook no representaba una verdadera amenaza. Sí, era hermoso, no estaba ciega, estaba bien formado y era abrumadoramente educado, pero no era una novata inexperta en eso, el salir un par de veces con Park Jimin me habían dejado en claro que había llegado a un nivel superior de belleza con él.
O eso pensaba.
Tal vez era su costumbre de usar mangas holgadas que colgaban sueltas sobre sus brazos hasta que solo se veía el más mínimo indicio de las yemas de sus dedos, pero mi impresión inicial de Jungkook no fue cuando ingresó de último a clase de arte, eso habría sido inolvidable. Más bien fue hasta que el Dr. Kim anunció a los compañeros de tesis que había descubierto mi error fatal.
—Trabajarás con Jeon Jungkook.
Y ahí los dos nos miramos el uno al otro a través de la pequeña sala de conferencias e intercambiamos amistosos asentimientos, y después de finalizar la clase, mi nuevo compañero se dirigió a mi escritorio.
—Hola, déjame darte mi número, envíame un mensaje de texto con tu disponibilidad y puedo reservar tiempo en la biblioteca para nosotros.
Y entonces sucedió.
Jungkook se arremangó las mangas de su camisa y mi cerebro sufrió un cortocircuito.
Santa mierda.
Sus manos eran obscenas. NSFW. Básicamente pornográficas.
Sus dedos eran largos y con un toque suave en cada nudillo, uñas bien redondeadas y palmas anchas con un toque de venas que subían por sus brazos hermosamente.
—¿Está bien? —preguntó pero su voz solo se escuchaba de fondo mientras yo seguía observando sus manos sin descaro alguno.
Los diseños hábilmente tatuados en su piel sobresalían de su mano derecha y se entrelazaban con su muñeca y su antebrazo, no podía ver más allá de lo que me permitía la manga de su camisa pero estaba segura que todo su brazo estaba tatuado, y juré que moría por pasar mi lengua por cada trazo en su piel.
—A menos que no te sientas cómoda…— volvió a hablar y casi estuve a punto de decirle que se callara para seguir observando sus manos como tanto quería.
Esos anillos; uno en el meñique y otros dos más en sus dedos índices y… el pulgar, Dios, tragué saliva al imaginarme de rodillas frente a él mientras Jungkook me obligaba a chupar su pulgar como si fuera su polla, preparándome antes de…
—Quiero decir, así no tienes que darme tu número, como sea, escríbeme y nos ponemos de acuerdo.
¿Esas eran pulseras de cadena? ¿Quién era este hombre? ¿Quién era yo? ¿Cuál era mi nombre? ¿Qué tan profundo podrían esos dedos deslizarse en mi...?
¿Por qué se está alejando?
—¡Oh, joder! ¡Espera, Jungkook..!
Y realmente todo se había ido cuesta abajo desde allí.
Sus manos eran solo una droga de entrada al resto de todo lo que era Jungkook. Cada detalle que había ignorado sin esfuerzo ahora fluía repentinamente a través de mi conciencia en alta definición.
Su olor era algo deliciosamente masculino con un toque de vainilla que me dejaba aturdida cada que estaba cerca de él, los suaves rizos de su cabello colgaban románticamente sobre los perfectos rasgos de su rostro y ojos, y ese pecho tan ancho, firme, lamible.
Jungkook era un plato completo. Y yo me estaba muriendo de hambre.
No era un secreto que mi libido había estado encarcelado durante demasiado tiempo por todas las horas extra de trabajo y clases que me exigía a mí misma, y ahora solo se había vuelto completamente salvaje, rasgando mi cuerpo cada que tenía alguna sesión de estudio con Jungkook.
Había logrado milagrosamente compensar el mal funcionamiento inicial en el que prácticamente había babeado sobre sus manos en lugar de darle mi número y establecimos un horario de trabajo, pero en realidad, las reuniones con mi compañero se convirtieron rápidamente en un ejercicio diario de incontrolable sed de deseo.
Y era necesario tomar medidas.
No iba a dejar que Jeon Jungkook y sus gloriosas y varoniles manos destruyeran años de arduo trabajo casi autoimpuesto.
—Necesitas una salida.
La voz de mi amiga Jungyeon interrumpió otro de mis sueños de clasificación porno que tenía sobre Jungkook; en el que me daba una palmada en los muslos en el parque público en el que estábamos.
—¿Qué tipo de salida? —pregunté en medio de un suspiro de tristeza; mirando mis muslos y viendo la notable falta de la mano de Jungkook antes de arrugar mi nariz al tener una sospecha de cuál era la solución que Jungyeon ofrecería.— Por favor, dime que no vas a sugerir una noche sudorosa con algún tipo sucio del bar al que vas cada viernes.
Jungyeon puso los ojos en blanco y me dio un golpecito en la frente.
—No princesa, estaba pensando en una salida más creativa. Como... escribir.
—¿Quieres que empiece a escribir poemas calientes?
—Se le dice literatura erótica.— Jungyeon me corrigió en tono de burla y ahora fue mi turno de rodar los ojos.— Pero como sea; tu pequeño y sucio secreto podría traer mucha alegría al mundo, específicamente a mi mundo.
—Debes estar bromeando. —respondí casi a punto de echarme a reír ante su sugerencia.
—Por supuesto que no estoy bromeando, en lugar de pasarme horas buscando combustible de fantasía en esos blogs usaré tus fantasías como combustible. —Jungyeon explicó con calma como si fuera la solución a todos sus problemas .—Solo envíame un mensaje de texto cuando tengas otra de tus fantasías y podrás estar más tranquila y yo disfrutar un poco, será como un servicio de suscripción sucio.
—Estás loca.
—Soy una genio.
Pero dejando de lado la falta de límites y tacto de Jungyeon, ella era, de hecho, literalmente una genio, porque todo lo que necesité fue intoxicarme de Jungkook durante nuestra próxima sesión de lluvia de ideas que yo ya me estaba escondiendo en el baño para escribirle mi primera fantasía.
Yo: Quiero que Jeon Jungkook envuelva sus manos alrededor de la parte de atrás de mi cuello y presione mi cara contra la mesa mientras me folla con fuerza hasta que esté gritando.
Jungyeon: Definitivamente soy una genio. ¿Te sientes mejor?
Yo: Sí, un poquito.
Y así comenzaron varias semanas de lo que cariñosamente llamaba "porno kookie".
Algunos eran bastante explícitos:
Yo: “Quiero que Jeon Jungkook arranque mis bragas empapadas y mueva mi clítoris desnudo en sus gruesos muslos hasta que sus jeans estén mojados con mi orgasmo.”
Otros eran de naturaleza más filosófica:
Yo: “Si muero antes de lamer el sudor de los abdominales de Jeon Jungkook, ¿realmente viví?”
Y algunos otros fueron extrañamente específicos:
Yo: “Quiero pasar mi lengua por cada vena de las manos y antebrazos de Jeon Jungkook mientras lame y muerde mis tetas.”
Jungyeon estaba viviendo su mejor vida por supuesto y esperaba con alegría mis reuniones de estudio con Jungkook para poder tener más “kookies".
Los textos, sin embargo, no eran más que una curita en la herida de bala que tenía. No eran suficientes.
Cada vez que Jungkook me sonreía o me miraba con esa expresión suave y brillante, o decía algo extremadamente inteligente; el latido insistente en mi entrepierna se intensificaba cada vez más hasta que me veía obligada a buscar un alivio inmediato cuando realmente tenía que hacerlo. Frotando mi entrepierna sutilmente contra el respaldo de su sofá cuando Jungkook iba al baño después de que usara la parte inferior de su camisa para limpiar algunas gotas de agua en la mesa; casi asesinándome con un destello de sus abdominales bien marcados por unos segundos.
Pero la peor parte de todo era que sabía muy bien que mi fijación hacia Jungkook no era simplemente sexual. Cuanto más lo disfrutaba genuinamente como persona, menos efectivos se volvían mis espeluznantes textos.
Y ahora aquí estaba: escondida en su cocina con el calor y la humedad pegándose incómodamente entre mis piernas y sin ningún tipo de alivio a la vista. Gruñendo con irritación, saqué mi teléfono y me preparé mentalmente para servirle a Jungyeon un Kookie humeante recién salido del horno de mi imaginación.
Yo: Quiero que Jeon Jungkook me ate a la silla de su comedor. Quiero que rompa mi blusa por la mitad, me golpee las tetas y me chupe los pezones hasta que grite...
La fantasía en mi cabeza se construyó a un ritmo alarmante y mis dedos apenas podían seguir el ritmo de la suciedad que estaba imaginando.
Yo: Quiero que me suba la falda y frote mi clítoris a través de mis bragas empapadas hasta que esté gimiendo su nombre una y otra vez…
Yo: Quiero ver como mete sus dedos en mi coño mojado. Quiero que me incline hacia atrás y juegue con mi clítoris hasta que no pueda recordar quién soy.
Yo: Quiero que me parta por la mitad con su polla y me golpee el culo hasta que no pueda sentarme por días. Quiero ver como sus jodidas y sexys manos recorren todos los lugares de mi cuerpo caliente por él…
Me dolía el cuerpo. Estaba atormentada. Los textos que alguna vez habían sido una válvula de presión ahora estaban aumentando activamente la presión dentro de mi cuerpo. Estaba gimiendo de frustración, presioné el botón de enviar y volví a guardar el teléfono en mi bolsillo, lista para enfrentar una vez más la fuente de mi miseria cuando de repente...
Da-ding
El sonido de un celular a través del pasillo me regresó directamente a la realidad. Y yo conocía ese sonido.
Era el sonido que Jungkook había programado como alerta de mensajes para mi contacto, y ahora… ahora significaba el sonido de mi mundo derrumbándose por completo.
Con las manos temblorosas saque mi teléfono para confirmar la terrible verdad que muy en el fondo de mi ya sabía. No le había enviado un mensaje de texto a Jungyeon.
Le había enviado un mensaje de texto a Jungkook.
Por un momento, un momento increíblemente breve, consideré la idea de que él simplemente ignoraría el mensaje y continuaría con su búsqueda de información para nuestra tesis. Pero no fue así.
El jadeo débil pero insoportablemente claro llegó a la cocina. Fue el grito ahogado de un hombre que acababa de descubrir que su compañera de tesis quería que la "partiera por la mitad con su polla".
Debía correr. Huir a cualquier otro país y cambiar mi nombre. Mis ojos recorrieron frenéticamente el lugar que me rodeaba; buscando desesperadamente un medio de escape.
Había una sola ventana en toda la habitación, justo encima del fregadero, y estaba segura que si debía trepar por el fregadero para poder salir de aquí. Por supuesto que lo haría; saltaría directo a un tiburón si eso significara librarme de la cocina de máxima seguridad de Jungkook.
Tenía un pie sobre el fregadero y el otro colgaba precariamente en el aire a punto de arrastrarme a la salvación y huir de ahí justo antes de que dos manos grandes y fuertes rodearan mi cintura; tirando mi cuerpo hacia atrás de regreso a la cocina con un esfuerzo vergonzosamente pequeño.
El pequeño chillido de sorpresa que solté no fue nada al darme cuenta de que Jungkook me había arrojado cuidadosamente y con suma facilidad sobre su hombro como un saco de harina mientras se alejaba conmigo en brazos de lo que había considerado como la única forma de salir viva de su casa.
Un quejido de indignación se me escapó cuando sentí mi trasero golpear la silla del comedor y traté de hacer todo lo posible para mantener mis ojos pegados a sus rodillas; estaba segura que sería incapaz de encontrar la mirada del alma inocente que muy probablemente había traumatizado de por vida.
Por un pequeño instante de silencio todo quedó extrañamente suspendido, no podía decir alguna palabra sin que la vergüenza se apoderara de mí después de que Jungkook hubiera descubierto mi sucio secreto acerca de él, y entonces sentí que dos de sus dedos se presionaban firmemente debajo de mi mandíbula; elevando mi rostro hacia él.
—Debo decir...—Jungkook murmuró arrastrando sus palabras pensativamente, dejando que su mirada intensa se posara sobre mi.— Que esto es algo sorprendente dada tu... historia.
Estaba cerca. Demasiado cerca. Lo suficientemente cerca como para que su aroma, esa mezcla familiar de vainilla me hiciera agua la boca.
Y definitivamente no se veía traumatizado. O inocente.
Tragué saliva al darme cuenta del hecho que el hombre frente a mi parecía más una estrella de rock empapada de sexo; con carisma puro envuelto en tatuajes y músculos sólidos.
—¿Oh? —balbuceé por lo bajo sin entender sus palabras y Jungkook solo me sonrió.
—¿Sorprendida? Eso es lindo viniendo de la mujer que quiere que yo…—alardeó con suficiencia en su voz antes de sacar su teléfono para comprobarlo.— La parta por la mitad con mi polla.
Y ahí estaba.
—Obviamente no quise enviarte eso... a ti. —murmuré por lo bajo sintiendo como la vergüenza subía por todo mi rostro.
—Oh, lo sabía incluso antes de que te atrapara queriendo saltar por la ventana. —Jungkook se rio entre dientes sin dejar de mirarme y yo solo me encogí en la silla.— Hablando de eso…
Su cuerpo se inclinó sobre el mío para tomar algo sobre la mesa y cuando regresó a su posición de antes mis ojos se abrieron al ver lo que era; una cuerda para saltar, la misma que había visto colgada en la pared cuando entré a la cocina y que ahora estaba enrollada sin apretar alrededor de su muñeca. Apenas tuve tiempo para procesar eso antes de verlo moverse hacia un lado y tomar mis manos hacia atrás contra el respaldo de la silla.
—¿Me estás… atando? —pregunté aún sin creerlo y jadeando por lo bajo al sentir un tirón fuerte con la cuerda en mis muñecas, fijando mi posición para que no pudiera moverme.
—¿No es lo que querías? —Jungkook susurró suavemente contra mi oído y su voz melosa y profunda me hizo temblar de forma vergonzosa. —Esta fue la solicitud que enviaste, ¿no es así? —agregó inclinándose para inspeccionar su obra y cuando estuvo satisfecho volvió a estar frente a mi. —Además no puedo permitir que intentes saltar por otra ventana, esto es realmente por tu propia seguridad.
Me sonrojé aún más al ver la sonrisita burlona que me regaló y abrí mis labios para decir algo, pero todo lo que salió fue una especie de sibilancia mientras Jungkook seguía mirándome con diversión engreída.
—¿Sabes que eres una especie de leyenda en la universidad? Te llaman la nena pura y casta. —Jungkook comenzó a hablar y no pude evitar rodar mis ojos ante sus palabras.
—Y se preguntan por qué nunca me acostaré con ellos. —farfullé con amargura siendo muy consciente de lo que se decía de mí y eso solo hizo que Jungkook riera por lo bajo mientras le daba un considerable repaso a todo mi cuerpo a su merced. —Sabes que no puedes andar atando mujeres a sillas contra su…
—¿Contra su voluntad? —Jungkook completó con una sonrisa diabólica adornando su perfecto rostro antes de inclinarse y quedar frente a mí, cara a cara. —Supongo que es bueno que tenga tu permiso por escrito aquí mismo.
Sentí mi respiración atascarse en mi garganta al escucharlo hablar, Jungkook me dio un rápido vistazo antes de enterrar su rostro en mi cuello y su aliento cálido aliento me hizo cosquillas en la piel segundos antes de sentir sus bonitos labios besar mi cuello con hambre, ahogué un gemido por la forma en que su lengua se deslizaba por toda mi piel; marcándola con intensas lamidas y pequeñas mordiditas, y cuando se alejó de mí no pude evitar lloriquear en silencio.
—¿Por qué no me lo lees, hmm? —Jungkook pidió elevando su teléfono a la altura de mi rostro.
—Yo no, no puedo…—balbuceé sintiendo como la vergüenza inicial regresaba a mí y respiré entrecortado cuando Jungkook pasó su pulgar por mi labio inferior lentamente; obligándome a mirarlo.
—Hazlo. —Me ordenó con su voz más dura de lo que esperaba.
El áspero timbre de su orden disparó una chispa caliente de placer directamente al centro de mis piernas, y juré que nunca había estado tan nerviosa como ahora, había algo en su mirada, algo que me hacía querer obedecerlo en todo lo que me pidiera, y así lo hice.
—Yo... quiero que Jeon Jungkook…. —comencé leyendo el texto y mi respiración se detuvo cuando el calor de su mano libre se deslizó sobre mi torso. —Me ate a su silla del comedor.
—Listo. —Afirmó en un susurro dejando que sus dedos delinearan las correas alrededor de mis muñecas.— Continua.
—Quiero que rompa, oh Dios… —balbuceé con la respiración agitada al sentir sus dedos deslizándose por mi pecho haciendo que cada palabra que decía se escuchara rota. —Quiero que rompa mi blusa por la mitad, golpeé mis tetas y…
No pude seguir leyendo más porque la mano pecadora de Jungkook se enganchó en el cuello de mi blusa; tirando con fuerza hacia los lados y rompiendo la tela, haciendo que los botones volaran en todas direcciones y que mi piel se estremeciera al sentir el aire fresco colándose por todo mi pecho.
—Me vuelves jodidamente loco… —Jungkook murmuró con una voz tan sensual y ronca mientras sentía sus ojos posarse en mis senos que subían y bajaban con cada profunda respiración que daba, lo vi relamerse sus bonitos labios al notar el sujetador de encaje negro que me había puesto hoy solo porque todos los demás estaban sucios.
Sus manos eran dulces cielos ardientes mientras se acercaban para palmear mis pechos levemente uno por uno, y yo simplemente no pude evitar gemir en voz alta; arqueando mi espalda hacia adelante y hacia sus manos sin vergüenza. Mi dignidad ya había desaparecido hace mucho tiempo a este punto y no deseaba recuperarla por ahora.
—Por favor… —rogué por lo bajo antes de soltar un pequeño gemido cuando sus grandes manos amasaron mis senos con una presión perfecta, podía sentir el peso de sus anillos a través de la tela de mi sostén.
—Nunca pensé que podría hacer esto. —Jungkook habló mientras sus pulgares rozaban con brusquedad mis pezones; arrancándome un gemido involuntario y haciendo que tirara con fuerza de la cuerda en mis manos. —Deberías de ver lo bonita que te ves así… —continuó hablando en medio de un denso suspiro, y el calor de su aliento chocó contra mi pecho haciéndome remover en la silla mientras sus manos seguían amasando con fuerza mis senos. —Pero quiero que sepas que yo también tengo muchas ideas de lo que yo te quiero hacer.
Y tan pronto como dijo eso su boca ya se encontraba sobre mi pecho; dejando besos húmedos y calientes por encima de la tela en uno de mis senos, haciendo que arqueara mi espalda más a su boca y que el calor en mi entrepierna aumentara incontrolablemente.
Había pasado tanto tiempo y estaba tan sensible, demasiado sensible.
—¡J-Jungkook! —jadeé entrecortado al sentirlo mover su boca hacia mi otro pecho sin previo aviso, dándole la misma atención con su deliciosa boca hasta que estaba retorciéndome y apretando mis muslos juntos sobre la silla.
—¿Ansiosa, bebé? —Jungkook preguntó formando una sonrisita burlona aún en mi pecho y yo solo pude lanzarle una mirada desesperada; rogándole mudamente que me diera lo que tanto quería.
Jungkook sonrió al ver mi estado de necesidad y volví a gemir cuando tomó un nuevo bocado de mi seno en su boca, sus dientes mordisquearon mi pezón sin mucha fuerza por encima de la tela que solo envió una punzada aguda de dolor teñido de placer directamente a mi clítoris, a este punto mi interior ya estaba apretando alrededor de la nada.
—Suenas tan bonita, bebé… —Jungkook elogió gentilmente, dejando que sus labios calmaran mi pezón. —Déjame darte lo que quieres…
Solté un pequeño suspiro de alivio al escucharlo justo antes de que sus dedos se engancharan al borde de las copas de mi sujetador tirando con fuerza hacia abajo hasta que mis senos desnudos se derramaron por encima y lo escuché gruñir ante la vista.
—Joder… —Jungkook jadeó antes de estirar sus manos ahuecar mis senos; como si estuviera probando su peso en ellas, su mirada me devoraba con hambre y ya podía sentir mis bragas empapadas bajo sus atenciones.
No hubo pensamientos más allá de ese segundo, mi deseo era desesperado en este momento, necesitaba más de su toque, más de él, lo necesitaba, lo anhelaba tanto que sentía que podía quedarme sin aliento, empujándome hacia él como una gatita necesitada, hasta que…
Slap.
Jadeé de placer por lo bajo cuando su palma se conectó contra mi piel, golpeando bruscamente un lado de mis senos.
—¿Es esto lo que querías, bebé? —Jungkook preguntó encontrando mis ojos llorosos antes de sonreír al ver mi estado y dar otro rotundo golpe justo del otro lado.
Mi boca se abrió de golpe al sentir mi piel arder, pero no surgió ningún sonido, salvo mis suaves y ahogados jadeos de placer, podía sentir como mis bragas empapadas se pegaban a mi entrepierna con cada impacto exquisito que recibía en mi piel ardiente.
—¿Quieres que marque estas tetas perfectas? —Jungkook volvió a preguntar solo ganándose un asentimiento desesperado de mi parte acompañado de un nuevo gemido cuando volvió a golpearme, y un gruñido primitivo retumbó en lo profundo de su pecho mientras los veía rebotar, completamente hipnotizado.
Jadeé cuando uno de sus dedos comenzó a acariciar alrededor de mi pezón adolorido, calmando mi piel rojiza con tiernas caricias en todo mi seno y cuando menos me di cuenta sus bonitos labios estaban en la misma zona; plantando pequeños besitos y erizando todo mi cuerpo una vez más.
—Debo haberte imaginado así mil veces… —susurró por lo bajo con su boca aún pegada a mi pecho solo para completar. —Y aún así nada se le acerca a lo jodidamente sexy que eres…
Sus ojos se lanzaron para encontrarse con los míos antes de sacar su lengua para lamer la punta hinchada de mi pezón una y otra vez, mi pecho se agitó ante la deliciosa sensación y gimoteé con fuerza cuando se metió todo mi seno a la boca; la obscena imagen de Jungkook chupando con hambre mi pecho mientras su mano grande y pecaminosa apretaba el otro era sacada directamente de mis fantasías más oscuras, y sabía que podía correrme con la simple vista.
Jungkook era implacable, mi cuerpo se inclinó hacia atrás contra las ataduras en mis muñecas al sentir como sus manos bajaban por mi cuerpo, acariciando cada porción de piel que tenía a su disposición con casi adoración mientras mi coño se apretaba desesperadamente alrededor de la nada.
—Jungkook, por favor yo… —sollocé por lo bajo antes de ser interrumpida cuando me tomó por mi barbilla con firmeza, su rostro de porcelana y sus rosados labios estaban a escasos centímetros de mí y tuve que reprimir la necesidad de lanzarme a besarlo.
—¿Y ahora qué, cariño? ¿Qué más quieres? —preguntó sobre mis labios, su voz era suave e indulgente, parecía dispuesto a querer complacerme en cualquier cosa, y yo jadeé de solo pensarlo.
—Yo… necesito tus manos… —rogué sintiendo mis mejillas arder al pedirle aquello, pero él solo me sonrió.
—¿Dónde las necesitas, mhm? —Jungkook instigó acariciando burlonamente mis piernas desnudas haciéndome temblar en mi lugar, sus ojos oscuros estaban observando cada expresión que hacía mientras me tocaba suavemente.
—Más arriba… —balbuceé a medias moviendo de a poco mis caderas hacia él, desesperada por sentirlas donde más lo necesitaba, pero él era un burlón y solo las deslizó una o dos pulgadas más.— Jungkook…
—Dime. —Susurró contra mis labios con su voz ronca y grave antes de robarme un pequeño y casi imperceptible beso que me dejó queriendo más. —Dime dónde quieres mis manos, cariño.
—Por favor, por favor, quiero tus manos en mi coño… —rogué en medio de jadeos desesperados inclinándome para poder besarlo de nuevo y solo recibiendo una sonrisa llena de lujuria de su parte.
—Buena niña. —Elogió con un tono meloso justo antes de acortar la distancia que nos separaba y besarme con dureza.
Apenas y podía seguirle el ritmo a su demandante beso, sus labios sabían delicioso y chocaban contra los míos con firmeza y hambre una y otra vez, una especie de ronroneo se derritió a través de su garganta cuando nuestras lenguas se encontraron para jugar entre ellas, haciéndome tirar de la cuerda detrás de mí para poder besarlo con más fuerza, su aroma varonil se me pegaba como perfume en todo mi cuerpo e inundaba todos mis pensamientos, de repente un gemido salió de mi boca rompiendo nuestro húmedo beso ganándome un leve mordisco en mi labio inferior cuando mi cuerpo tembló al sentir sus dedos frotando suavemente sobre mis bragas, forzando mis piernas a abrirse para que pudiera seguir tocándome, y yo, obedientemente lo hice.
—Mmh, estás tan mojada, bebé… —Jungkook se maravilló mirándome a los ojos; sonriendo con lujuria mientras su mano seguía frotando pequeños círculos sobre la mancha de humedad en mis bragas, ganándose un gemido desesperado de mi parte. —¿Es todo para mí?
Asentí con la cabeza frenéticamente sin poder articular alguna palabra justo antes de ver como el rostro de Jungkook se endurecía en desaprobación mientras chasqueaba su lengua, sus dedos presionaron con dureza directamente en mi clítoris, y el impacto del placer hizo que mi cuerpo se tambaleara hacia atrás con tanta fuerza que la silla raspó el suelo.
—No puedo escucharte, cariño. —Jungkook demandó ralentizando sus movimientos en mi entrepierna, claramente dispuesto a que le diera una respuesta.
—S-sí… —sollocé incoherentemente tirando con fuerza de la cuerda y moviendo mis caderas hacia sus dedos; desesperada porque me tocara más. —Es todo para ti, Kook…
Jungkook me recompensó con una sonrisa radiante antes de verlo moverse hacia abajo por mi cuerpo y depositar un húmedo beso en mi abdomen antes de abrir más mis piernas con sus manos, y lo escuché gruñir por lo bajo cuando pudo ver lo mojada que estaba realmente.
—Que linda… —tarareó para sí mismo mientras deslizaba un dedo justo por la mitad de mi coño vestido; hundiendo la tela entre mis pliegues hinchados y arrancándome un jadeo desesperado.
Lo vi lamer ligeramente la piel de mi abdomen como si fuera un gatito al mismo tiempo que apartaba la tela húmeda de mis bragas hacia un lado para que sus dedos se deslizaran por completo entre mis pliegues resbaladizos; haciéndome gemir con fuerza y recogiendo la humedad cremosa de alrededor con sus largos dedos.
—Entonces supongo que no te importará si pruebo un poco… —Jungkook habló haciendo contacto visual conmigo, observándome expandirme en lujuria cuando colocó sus dedos dentro de su boca, chupándolos seductoramente y gruñendo por lo bajo ante mi sabor mientras me veía morderme el labio con total necesidad.
Y sacó sus dedos con un chasquido de saliva, estaba completamente segura que este hombre me iba a volver loca.
—Sabes tan delicioso… —ronroneó justo antes de hundir su rostro entre mis piernas, jadeé de sorpresa al sentir sus labios envolver mi entrepierna goteante y medio vestida antes de sentirlo cubrir rápidamente la zona con besos profundos con la boca abierta, la sensación era tan extraña y deliciosa que mis caderas empezaron a temblar por la intensidad, pero sus manos me sostenían por mis pantorrillas; obligándome a soportar el placer que me estaba dando hasta que el vacío en mi coño se volvió realmente insoportable.
—¡Ah! Dios, no puedo... yo... —gimoteé negando con mi cabeza sintiendo como Jungkook me daba las últimas lamidas a mis bragas empapadas justo antes de quitármelas por completo. —Mi falda, quítame la falda, quiero...
Jungkook se echó hacia atrás, inclinando la cabeza expectante al no entender lo que quería.— ¿Oh?
Sentí que mis mejillas comenzaban a calentarse una vez más, pero en este punto ya nada se interpondría en la realización de mi fantasía, no cuando ya estaba atada con las piernas abiertas y las tetas afuera.
—Quiero ver tus manos. Cuando tú... quiero verlas en mí…— Pedí en un tono necesitado sin dejar de mirarlo.
Por su semblante pude notar como si algo en su mente hubiera hecho clic y estuviera entendiendo todo; su vista se movió de sus manos a mi rostro sonrojado y de nuevo a sus manos, su sonrisita burlona se ensanchó aún más al darse cuenta de mi pequeño fetiche con sus manos y como si estuviera recordando el mensaje que llegó a su teléfono.
“Quiero ver como sus jodidas y sexys manos recorren todos los lugares de mi cuerpo caliente por él.”
—Ya veo… —resopló suavemente y luego sus palmas golpearon mis muslos haciéndome jadear y a él reír por lo bajo. —Cualquier cosa para ti, cariño.
Ni siquiera pude entender lo rápido que Jungkook me había quitado mi falda, porque de un momento a otro ya se encontraba amontonada alrededor de mis tobillos; dejándome completamente desnuda a él, su mirada oscura rápidamente regresó a mi coño reluciente y lo vi relamerse los labios ante la vista que tenía.
—Mira este hermoso coño, bebé… —Jungkook tarareó, pasando su pulgar sobre mis pliegues hinchados y resbaladizos, evitando cuidadosamente mi clítoris necesitado, juré que podía morir ahí mismo cuando deslizó su dedo índice dentro de mí, hasta el nudillo, el acero frío de su anillo hizo contacto con mi piel sensible y gemí con fuerza apretando su dedo en mi interior.
Había pasado tanto tiempo desde que algo que no eran mis propios dígitos inadecuados habían estado dentro de mí de esta manera. La sensación era tan diferente y tan deliciosa, y si lo combinaba con la vista erótica de su mano venosa y tatuada presionada lascivamente contra mi coño era como una inyección de puro deseo potenciado burbujeando en mi interior.
—Tu coño está tan apretado… —Jungkook siseó, moviendo lentamente su dedo dentro y fuera de mi antes de agregar un segundo dígito; haciéndome gemir ante el estiramiento. —¿Cómo tomarás mi polla si estás tan apretada, cariño? ¿Cómo lo harás si tu pequeño coño apenas puede manejar dos de mis dedos, eh?
Jungkook hablando de esa forma tan sucia me puso aún más caliente de lo que ya estaba y simplemente no podía apartar la mirada de entre mis piernas, la visión de sus dedos desapareciendo una y otra vez dentro de mí sólo para reaparecer cubiertos de mi humedad me hacía jadear, el sonido lascivo y húmedo alrededor de su mano con cada embestida que daba solo hacia que mi cuerpo se retorciera contra la silla, gimiendo erráticamente mientras la sensación de placer continuaba creciendo dentro de mí, me estaba acercando al borde y él lo sabía. Su mano libre me sujetó por el cuello con la cantidad perfecta de presión para mantener mi mirada enfocada en el lugar donde sus dedos me estaban follando.
—¿Quieres correrte en mis dedos, bebé? —Jungkook preguntó y soltó una risita oscura ante un gemido particularmente fuerte que me dejó cuando su pulgar comenzó a frotar mi sensible clítoris, y todo mi cuerpo se sacudió con fuerza.
—Sí, sí, por favor… —jadeé desesperada moviendo mis caderas lo más que podía hacia su mano; haciendo que sus dedos se hundieran más dentro de mí, sus labios se envolvieron una vez más en mi entrepierna comenzando a chupar mi clítoris al mismo tiempo que sus dedos encontraban ese punto dulce en mi interior, rozándolo suavemente.— ¡J-Jungkook!
Estaba llorando su nombre a este punto, siendo incapaz de poder escapar del abrumante placer que me inundaba, sentí a Jungkook succionar mi clítoris y golpear mi coño con sus dedos sin piedad hasta el momento en el que simplemente me rompí. Mi boca se abrió en un grito silencioso mientras ola tras ola de exquisito placer corría por mi cuerpo una y otra vez, Jungkook susurró sucios elogios contra mi coño tembloroso mientras lamía con hambre mi orgasmo como si se tratara de un néctar de la fuente más dulce.
Solté un sollozo de sensibilidad y Jungkook se apartó de mí, poniéndose de pie entre mis piernas temblorosas antes de tomarme por el cuello e inclinarse para besarme con dureza, sus labios se estrellaron con los míos de forma desenfrenada y yo gustosa lo acepté, estaba tan caliente, y sabía que necesitaba más de él, mucho más.
—Lo juro… —murmuró cuando nos separamos y yo no pude evitar hundir mi rostro en su cuello, comenzando a besar su mandíbula afilada. —Hubo días en que pensé que moriría si no podía tenerte.
—Tómame, entonces… —rogué por lo bajo, mordisqueando levemente su cuello y ganándome un suspiro tembloroso de Jungkook, como si quisiera controlarse un poco.
Casi chillé cuando se alejó de mí para mirarme desde arriba, sus ojos quemaban agujeros en mi cuerpo desnudo, caliente, cubierto de sudor y aún atado a la silla, lo vi relamerse sus bonitos labios y formar una sonrisa arrogante mientras tomaba mi cabello desordenado en su mano con dureza para guiarme hacia su pelvis; solté un gemido cuando movió mi cabeza de lado a lado y cuando mis labios chocaron con brusquedad contra la tela áspera de su pantalón, justo sobre su dura erección.
—Mira lo duro que puso verte así… —Jungkook farfulló con diversión cuando mi lengua salió para intentar lamerlo aunque fuera por encima de la tela y él solo soltó una risita oscura al verme así antes de alejarme jalando mi cabello hacia atrás con fuerza.— Otro día podré sentir tu boquita en mi polla, ahora necesito follarte.
Y tan pronto como dijo eso soltó mi cabello para alejarse de mí y caminar hacia un cajón de la cocina; sacando un condón de él y regresar junto a mi mientras se quitaba la camisa por su cabeza, y yo pude haber babeado ahí mismo sin darme cuenta, joder, este hombre lo era todo, tiré con fuerza de la cuerda en mis manos queriendo poder tocar sus marcados abdominales y eso fue suficiente para que Jungkook soltara el nudo rápidamente y me hiciera ponerme de pie antes de girarme y colocar mi cuerpo con brusquedad sobre la mesa, con mis senos presionados contra la fría superficie.
Sentía mis brazos débiles y adoloridos por tenerlos tanto tiempo atados que cuando escuché a Jungkook bajar la cremallera de sus pantalones con urgencia giré mi rostro hacia atrás queriendo poder verlo, pero ni siquiera pude hacerlo cuando con su pie separó mis piernas; abriéndome para él mientras deslizaba el condón por todo lo largo de su pene en un rápido movimiento.
No podía respirar bien, aún sentía irreal que estuviera aquí, lista para ser follada por Jungkook y sin poder verlo por completo, todos mis sentidos estaban a mil, quería verlo, tocarlo, darle una buena mamada, pero todo eso se esfumó cuando lo sentí frotar la punta de su pene contra mi entrada un par de veces, cubriéndola con mi humedad antes de alinearse correctamente y empujar su pelvis hacia adelante; colando varios centímetros de golpe dentro de mí.
—¡Ah! ¡Jungkook! —me quejé al sentir como si una especie de rampa me hubiera partido por la mitad, había subestimado su tamaño, Jungkook era tan jodidamente grande, y tenía cada centímetro de él en mi interior, tratando de ajustarme a su grosor y lo podía sentir a la perfección palpitando dentro de mí.
—¿Te gusta, bebé? —Jungkook preguntó con su voz ronca y profunda, su densa respiración chocó contra mi nuca enviándome escalofríos por todo mi cuerpo mientras me sujetaba por mis caderas para salir y volver a introducirse en una embestida dura y profunda.— ¿Te gusta mi polla?
—Sí… —sollocé cerrando los ojos mientras lo sentía comenzar a marcar un ritmo más fuerte y constante, sentía mi humedad deslizarse por el interior de mis muslos, cubriendo su polla y haciendo que sus penetraciones fueran más deliciosas tocando lo más profundo de mi.— Me encanta, Jungkook…
Y ante eso recibí un audible gruñido de su parte contra mi oído, su pelvis chocaba con fuerza contra mi trasero, hundiendo su gruesa polla una y otra vez en mi coño, su agarre en mis caderas mantenía mi cuerpo firme contra la mesa justo antes de que la palma de su mano se estrellara contra un lado de mi trasero con fuerza; haciéndome gemir su nombre mientras recibía un nuevo golpe en el mismo lugar, y luego otro, y otro, y cuando menos me di cuenta mis ojos se llenaron de lágrimas ante la dureza de sus azotes y penetraciones.
Sentía la piel mi trasero arder con cada choque de su pelvis cada que volvía a hundirse dentro de mí, podía sentir todo mi cuerpo húmedo de sudor y flujo, solté un gemido particularmente fuerte cuando el ritmo de sus penetraciones se volvió brutal, los jadeos goteaban de mis labios sin que siquiera los pudiera controlar y todos mis pensamientos racionales se esfumaron cuando un fuerte y posesivo jalón en mi cabello me hizo levantarme de la mesa; Jungkook tiró de mi cabeza hacia atrás hasta que mi espalda chocó contra su firme pecho.
—Tu coño se siente tan bien, bebé… —Jungkook jadeó en mi cuello, su respiración agitada y caliente me hizo cosquillas en la piel y gemí fuerte cuando su gran mano tatuada se envolvió alrededor de mi cintura, manteniéndome al ras de su pecho mientras que la otra se aferraba a uno de mis senos; apretándolo con fuerza y haciendo rodar sus dedos sobre mi pezón endurecido y sensible.
—Jungkook… —gimoteé, incapaz de procesar nada más allá de las deliciosas sensaciones de su polla enterrándose en mi coño con cada embestida dura y profunda, tanto que ya podía sentir el nudo formándose en mi vientre cuando comenzó a golpear repetidamente en mi zona de placer.
—¿A quién le pertenece este lindo coño? —Jungkook gruñó posesivamente al mismo tiempo que sus embestidas se volvían más desordenadas, follándome con una fuerza sorprendente mientras mi orgasmo me esperaba ansioso en algún rincón.
—A ti… a ti te pertenece… —jadeé con fuerza aferrándome a sus manos, sintiéndome tan colapsada con todas las sensaciones de él, en cómo su polla me llenaba tan bien, en cómo su aliento cálido me hacía sentir increíblemente más húmeda, estaba tan cerca del borde.
—Buena niña, ¿Vas a correrte de nuevo para mí, cariño? —Jungkook me alentó mientras sus labios se unían a mi cuello para chupar mi piel sensible con hambre, dejando varias marcas rojizas por toda la zona y haciéndome asentir débilmente antes de que mi cuerpo temblara cuando sus dedos se hundieron en mis pliegues resbaladizos, encontrando mi clítoris para frotarlo furiosamente mientras sus penetraciones perdían ritmo.— Córrete en mi polla bebé, vamos, quiero sentirlo.
Un placer abrasador me atravesó en respuesta a su orden, mis piernas temblaron cuando mi orgasmo golpeó mi cuerpo borrando mis pensamientos y haciéndome gemir su nombre una y otra vez mientras mi interior se apretaba alrededor de su dura longitud, Jungkook gruñó y me sujetó con fuerza mientras seguía empujándose dentro de mí antes de dejarse ir con dos estocadas más, la última hasta me dolió, pero era esa clase de dolor placentero por el que pasarías mil veces en la vida.
Estuvimos así por varios segundos o minutos apretados el uno con el otro, tratando de regular nuestras agitadas respiraciones, hasta que la voz de Jungkook rompió el denso silencio.
—Sabes lo que esto significa, ¿verdad, bebé? —musitó con calma pasando sus manos por mis caderas y cintura con calma.
—¿Qué significa? —pregunté girando levemente mi rostro hacia él y casi volví a gemir ante la erótica imagen de su frente cubierta de sudor y su cabello húmedo pegándose a los lados de su rostro mientras mordía su labio inferior con fuerza sin dejar de mirarme.
—Significa que es mejor que a partir de hoy todos esos mensajes sucios me lleguen directamente a mí. —aclaró formando una sensual sonrisa y yo no pude evitar sonreír también al escucharlo antes de volver a besarlo con pura necesidad.
Bueno, algunas cosas eran más importantes que nuestra dichosa investigación.
n/a: omg pupiss por fin estoy de regreso a mis andadas de escribir nsfw y eso me hace feli, gracias a todxs lxs que esperaron pacientemente mi regreso y que me siguieron hasta aquí, las amo demasiado ♡ para las personitas nuevas espero que les haya gustado esta historia, pronto seguiré publicando mas os que tengo por ahí guardados y que algunos de ellos ya conocen, gracias por todo y no duden en comentar lo que piensan ♡
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Chef Missa x Shapeshifter-Crow Phil AU.
(Just hear me out)
Missa is a single father looking to be a professional chef, moving to France to work in his idol's restaurant. He takes his daughter, takes his suitcases and moves to Paris, France to fulfill his dreams.
Phil is an ex-fighter who needs a change and get away from everything after a dramatic event (no spoiler) so when he receives an invitation from his brother in arms, Etoiles, to stay with him in France for a while he does not hesitate to accept.
His son Chayanne has trouble adjusting to his new life due to his selective mutism, fortunately Tallulah (Not tula) and Chayanne become friends at school.
Pissa basically know each other through their children.
Time skip to Tallulah finding out that Chayanne likes cooking, and it just so happens that his dad is el mejor chef del mundo! (She says) Missa starts giving cooking classes to Chayanne (it has nothing to do with him wanting to get closer to Phil, nope, absolutely not, he could never ever thought about that, he only does it because he cares about Chay//and his father)
Missa tries to play it cool and suave for Phil which leads to a lot of silly cartoon situations.
Missa and Phil get distracted by cooking, more smoke than normal starts coming out but they are so caught up in their flirting that they don't notice. Missa: Is it hotter here or is it just me?? Phil laughs, looks into his eyes, into his lips and back into his eyes, and slowly approaches, so slowly and Missa's heart almost sto- Until suddenly a blast of dry ice hits them rigth in their faces. Chayanne came back from whatever he was going to do, and found a tower of smoke! What happened!? …Neither Phil nor Missa can answer that. A bit because they are covered in dry ice and another bit because no mames, what a shame.
Jump to Missa, he's feeling homesick and unsure of his abilities. Tallulah has a fever and Missa is too worried.
The cooking classes stop for a few days.
Until a crow suddenly crosses through his window. That should scare him, his daughter is sick! And crows don't exactly prophesy health.
But he doesn't find himself able to chase away the creature that looks almost as worried as Missas feels. If crows had faces he would say that he frowns when he sees the girl. This crow seems to be really used to humans or something because he allows himself to be petted by Tallulah as if he were a cat, his feathers fluff up and rumble as if he were almost purring in his daughter's hands, her tired face lights up cuz of something that It's not the fever.
He decides to leave them alone.
Since that day the crow visits them more often almost like a family pet, he always comes and goes at night and always seems to be there when they need him most.
(Abajo esta en español, no worries my friends)
Missa es un padre soltero que busca ser chef profesional y se muda a Francia para trabajar en el restaurante de su ídolo. Toma a su hija, toma sus maletas y llega a París, Francia para cumplir su sueño.
Phil es un ex-peleador que necesita un cambio y alejarse de todo tras un susceso dramático (no spoiler) por lo que cuando recibe una invitado de su hermano de armas, Etoiles, para quedarse con el en Francia durante un tiempo no duda en aceptar.
Su hijo Chayanne tiene problemas para adaptarse al colegio y su nueva vida por su mutismo selectivo, afortunadamente Tallulah (no tula) y Chayanne se hacen amigos en la escuela.
Básicamente se conocen a través de sus hijos.
Salto de tiempo a que Tallulah se entere de que a Chayanne le gusta cocinar, y da la casualidad de que su papá es el mejor chef del mundo! (Dice ella) Missa empieza darle clases de cocina a Chayanne (no tiene nada que ver que quiera acercarse a su padre, nop, en definitiva y absolutamente nunca pensó en eso, solo lo hace porque le cae bien el niño //y su padre)
Missa trata de jugarlo cool y suave para Phil lo que lleva a un montón de situaciones tontas de caricatura. Missa y Phil se distraen cocinando, empieza salir más humo de lo normal pero ellos están tan atrapados en su coqueteo que no se dan cuenta. Missa: hace más calor aquí o soy solo yo? Phil se ríe, lo mira a los ojo, a los labios y devuelta a los ojos, y se va acercando lentamente, tan lento y el corazón de Missa casi se detien- Hasta que una ráfaga de hielo seco los golpea de lleno en la cara. Chayanne regresó de lo que sea que fue a hacer, volvió y encontró una enorme torre de humo! Qué pasó?! …Ni Phil ni Missa pueden responder a eso. Un poco porque están cubiertos de hielo seco y otro poco porque no mames que vergüenza.
Salto a Missa, tiempo despues, se siente nostálgico e inseguro de sus habilidades, para peor Tallulah tiene fiebre y Missa está demasiado preocupado.
Las clases de cocina paran durante algunos dias.
Hasta que un cuervo se mete por su ventana. Eso debería asustarlo, su hija está enferma! Y los cuervos no profetizan la salud exactamente.
Pero no se encuentra a si mismo capaz de echar a la criatura que se ve casi tan preocupado como el, si los cuervos tuvieran cara diría que tiene el ceño fruncido cuando ve a la niña. Este cuervo parece estar realmente acostumbrado a los humanos o algo así porque se deja acariciar por Tallulah como si fuera un gato, sus plumas se esponjan y retumba como si casi ronroneara y la cara cansada de su hija se ilumina por algo no es la fiebre.
Decide dejarlos solos.
Desde ese día el cuervo los visita más a menudo casi como una mascota de la familia, siempre va y viene por la noche y siempre aparece estar cuando mas lo necesitan.
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Cuatro años y mil cigarrillos después ya puedo reírme de esto, pero en ese entonces el dolor era demasiado real para dejarla morir en el limbo digital, así que bueno...
Sobre el amor que juramos sería para siempre y otros cuentos de los dieciocho:
Siempre me pregunto por dónde empezar cuando escribo estas cartas. Aunque esta vez es diferente, ¿verdad? Esta será la última vez que mis palabras intenten alcanzarte, y hay tanto por decir que siento que ninguna cantidad de ellas será suficiente.
Hay tantas cosas de las que me arrepiento...
Como no haber aprendido la receta de albóndigas de tu mamá. Ahora que lo pienso, nunca se la pedí realmente, solo me quedaba en la cocina viéndola cocinar, sentada en la barra mientras tú hacías tarea en la sala. O no haber intentado más con tu papá, creo que las únicas veces que crucé más de dos palabras con él fueron cuando me veía llegar y me preguntaba si quería cenar. Siempre le decía que no por pena, aunque me moría de hambre.
Me arrepiento de las peleas estúpidas, de los celos sin sentido, de cada portazo que di pensando que teníamos todo el tiempo del mundo para reconciliarnos.
Tu sudadera amarilla de North Face todavía está en algún lugar de mi closet. A veces, en noches particularmente solitarias, me pregunto si debería regresártela. Pero tiene tanto de nosotros impregnado en ella... el olor a sal de aquella escapada a la playa, cuando creímos ingenuamente que el bronceado no nos delataría ante mis padres. Las manchas de café de esas madrugadas estudiando, tú con tus libros de ingeniería, yo pretendiendo leer mientras te observaba concentrado, con tus rizos cayendo sobre la frente y ese ceño fruncido que tanto me gustaba besar hasta que sonreías.
¿Te acuerdas de la primera vez que viste la nieve? Fue durante ese viaje con mis padres, cuando aún te querían, cuando aún éramos ese "amor bonito" que todos aplaudían. Tus ojos brillaban como los de un niño, y por un momento, todos tus muros de chico rudo se derritieron junto con los copos en tu cabello.
Me escapé tantas veces por la ventana de mi habitación para verte... Como esa noche después de nuestra primera pelea, cuando apareciste afuera de mi casa y te quedaste ahí, parado en la calle a las tres de la mañana, con esas rosas rosadas (porque sabías que el rosa era mi color) y ese poema terrible que escribiste. Era malísimo, pero lo guardé hasta que se deshizo el papel de tanto doblarlo y desdoblarlo.
Tu carro fue nuestro primer universo privado. Me negaba a ir a hoteles (qué tonta era, tan preocupada por el qué dirán) así que convertimos ese Volkswagen viejo en nuestro refugio. Conocía cada crujido de los asientos, cada rayón en el tablero, cada canción de esa playlist que armamos juntos y que seguramente ya borraste. Luego llegó tu departamento, ese espacio diminuto que hicimos nuestro entre clases saltadas y mentiras a medias a mis padres. Aún recuerdo el sabor de los besos robados en la cocina, el sonido de tu risa haciendo eco en las paredes vacías, nuestros sueños esparcidos por cada rincón como si fuéramos a vivir para siempre.
Éramos un desastre, ¿sabes? Yo fumando a escondidas porque odiabas el olor a cigarro, y tú con tus cervezas oscuras y demasiado amargas que nunca aprendí a disfrutar. Dejé de fumar por ti, ¿te diste cuenta? Ahora fumo todo el tiempo. Como ahora, mientras escribo esto y el humo se mezcla con las palabras que no sé si alguna vez leerás.
Te burlabas de mi obsesión con el horóscopo, de cómo consultaba las estrellas buscando señales sobre nosotros. Tú, tan pragmático, tan anclado a la tierra; yo, siempre flotando entre nubes de fantasía. Y sin embargo, funcionábamos. O al menos eso creíamos. Tú con tu ética de trabajo inquebrantable, yo siendo la eterna niña de papá. Éramos tan diferentes y a la vez tan complementarios.
¿Sabes? Me aprendí los nombres de todos los personajes de ese anime que tanto amabas, aunque fingía no prestar atención. A veces me descubro tarareando el opening cuando estoy distraída, y por un segundo, vuelvo a estar en tu cama, viendo un episodio más mientras jugabas con mi cabello.
Las peleas eran intensas, por tus exnovias, por esos tipos que fingían no saber que llevábamos tres años juntos, por tonterías que ahora no recuerdo pero que entonces parecían el fin del mundo. Pero las reconciliaciones... las reconciliaciones hacían que todo valiera la pena. Éramos fuego, éramos tormenta, éramos todo o nada.
Este tatuaje en mi brazo izquierdo con tu fecha de nacimiento... a veces lo miro y sonrío, otras veces lo cubro. Es como nuestra historia: imborrable, pero ya no duele como antes. Es solo un recordatorio de que fuiste real, de que lo nuestro fue real.
No me arrepiento de los "te amo" que susurré contra tu piel, ni de los que grité en medio de nuestras peleas. No me arrepiento de los besos, de las caricias, de las promesas que en su momento fueron sinceras. Cada momento contigo me hizo quien soy ahora, incluso los que dolieron, especialmente los que dolieron.
Espero que sigas siendo ese trabajador incansable que admiraba. Que dejes de poner la ropa sucia sobre el tocador (aunque sé que nunca lo harás). Que encuentres a alguien que ame tus cervezas amargas y tu forma particular de ver el mundo. Que seas feliz, pero de verdad feliz, no como lo fuimos nosotros, que confundíamos la intensidad con la felicidad.
Y ahora que las palabras se me agotan y el cigarro se consume entre mis dedos, solo me queda decirte gracias. Por los sueños compartidos, por las lecciones aprendidas, por haberme amado como solo se ama a los dieciocho: sin medida, sin miedo, sin mañana.
Gracias por haber sido mi primer amor real, mi primera guerra, mi primera paz.
Y quizás en otra vida... quizás seamos más sabios. O quizás no. Quizás en otra vida también nos destruyamos, y eso también estaría bien.
Con todo lo que fuimos y lo que no pudimos ser;
V.
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Midnight Love.
Logan howlett x female reader.
summary: Tras soñar con uno de sus amigos más cercanos, ella se ve obligada a evitarlo, negando los sentimientos encontrados. Pero si fue solo un sueño, ¿por qué las sensaciones y recuerdos se sienten tan reales?
Categories: Friendship, Tension, Romance, Confusion, Drama, Unspoken Feelings, Emotional Struggle. {TW}: Dream sequences, Unrequited feelings, Sexual tension, Avoidance, Inner conflict.
Cuando desperté esa mañana, el aire fresco que entraba por la ventana no fue suficiente para despejar la pesadez que sentía en mi pecho. Mis ojos seguían cerrándose mientras trataba de poner en orden las sensaciones que aún rondaban mi mente. Un sueño. Eso debía ser. Pero aún podía sentirlo, ese calor en mi piel, la cercanía de él, su respiración baja y su voz rasposa en mis oídos. Me levanté rápidamente de la cama, como si pudiera sacudirme esa sensación con un simple movimiento, pero la incomodidad no desapareció. ¿Por qué me sentía así? No debía ser nada... ¿o sí?
Estaba tratando de organizar mis pensamientos mientras me levantaba y me dirigía al baño, mi reflejo en el espejo era el mismo de siempre, pero algo en mi mirada me decía que algo había cambiado. Sentía que algo no encajaba, como si en algún rincón de mi mente, todo lo que había sido normal hasta ese momento se hubiera roto en pedazos. ¿Por qué Logan? Era mi amigo, y aunque siempre había sido un tipo atractivo, nunca lo había visto de esa manera. Sin embargo, en ese sueño, él había estado más cerca de lo que debería, mucho más cerca... y la sensación de su presencia había sido tan real que me hizo preguntarme si, tal vez, había algo más oculto que ni yo misma quería admitir.
Al salir de mi habitación, lo primero que vi al dar un paso fuera del pasillo fue a Logan. Estaba apoyado contra el marco de la puerta de la cocina, con esa postura relajada y su típico aire desinteresado. Pero esta vez, algo se sentía diferente. La mirada que cruzó conmigo fue breve, pero pude sentir que había algo extraño en su actitud también. ¿Es posible que lo haya notado? Mi corazón comenzó a latir más rápido, y me apresuré a bajar la mirada, fingiendo que no lo había visto. No podía ser. No podía ser que esa sensación de nerviosismo, esa incomodidad, fuera por él. Es solo un sueño, me repetí. Pero no logré quitarme la sensación de estar atrapada en una mentira que ni yo misma entendía.
Los demás ya estaban ahí, como siempre, discutiendo sobre alguna tontería mientras preparaban el desayuno. Cuando entré, Logan levantó la vista, y no pude evitar que su mirada me recorriera de arriba a abajo con esa intensidad que siempre tenía. Su sonrisa se curvó de manera juguetona cuando se acercó a mí, y antes de que pudiera reaccionar, soltó una de sus bromas clásicas:
—¿Te quedaste dormida, Dormilona?
Su tono relajado y esa forma de llamarme Dormilona me hicieron sentir incómoda, más de lo que me gustaría admitir. Traté de mantener la calma, pero algo en la forma en que me miraba hizo que mi rostro se calentara. ¡No podía ser! ¿Por qué me afectaba tanto? Solo es una broma... me repetí, pero por alguna razón, esa mañana me sentí mucho más vulnerable de lo habitual. Mientras los demás seguían conversando, yo me quedé allí, atrapada entre el caos de la cocina y los pensamientos que no lograba entender.
Logan me observaba con una sonrisa ladeada, seguramente disfrutando de mi incomodidad. Y lo peor de todo es que, por primera vez, me di cuenta de que no podía ocultarlo. Mi rostro estaba claramente teñido de rojo, y no podía hacer nada para disimularlo. Sentí como si toda la cocina se volviera más pequeña, como si sus ojos estuvieran clavados en mí, desnudando esa parte que no sabía cómo manejar. Quería escapar, alejarme de esa situación, pero no pude decir una palabra.
Con un gesto rápido, dejé el vaso en la mesa y, sin mirar atrás, me dirigí hacia la puerta de la cocina.
—Voy a la clase... —murmuré, casi en un susurro, como si eso fuera una excusa válida para huir. Pero sabía que no era solo eso.
Mi mente solo repetía una pregunta mientras mis pasos me llevaban hacia el pasillo: ¿Qué me estaba pasando?
El mediodía llegó como una bendición después de una larga mañana y ya estaba por morirme de hambre. La clase de la que me había hecho cargo ya había terminado, y mis alumnos se dispersaron por el pasillo, dejándome sola en el salón. Finalmente, un poco más relajada y con la mente más despejada, me dirigí hacia la puerta para ir a buscar algo para comer, pero antes de que pudiera salir, escuché un suave golpe en la madera. La puerta se abrió y Logan apareció, entrando con su usual calma, un plato de comida en la mano.
—¿Vas a comer afuera? —preguntó con esa mirada relajada, como si todo fuera perfectamente normal.
Su tono despreocupado y esa sonrisa tan característica de él hicieron que mi corazón diera un pequeño salto. ¿Por qué hacía que mi estómago se revolviera así? Intenté mantenerme tranquila, pero sabía que no podía evitarlo.
Logan se acercó un par de pasos, sin mostrar ni la más mínima señal de que notara la incomodidad que aún sentía en mi interior. Su presencia era como un peso en el aire, pero a la vez me mantenía atrapada en una sensación extraña, como si no pudiera alejarme de él, no sin sentirme más vulnerable de lo que ya estaba.
Intenté sonreír, pero lo que salió fue una sonrisa nerviosa, casi automática, como si no pudiera evitarlo. Sin querer, mis ojos lo recorrieron de arriba a abajo, como si una parte de mí aún no pudiera dejar ir el recuerdo de lo que había soñado con él la noche anterior. Esa cercanía, el calor de su cuerpo, el susurro de su voz… Todo eso volvía a mi mente con una claridad incómoda. Mi lengua rozó mis labios de forma casi involuntaria, como si aún pudiera saborear la sensación del sueño. Me quedé ahí, congelada por unos segundos, atrapada entre la memoria de lo irreal y la presencia de Logan frente a mí.
—¿Eh? —dijo él, notando mi silencio y observando mi reacción con una leve sonrisa traviesa, como si esperara una respuesta.
Eso fue suficiente para hacerme reaccionar.
—Lo siento, Logan. —dije rápidamente, sin pensarlo mucho— Le prometí a Alex que iba a ir a comer con él.
Tomé el plato de comida que me ofrecía, sin atreverme a mirarlo directamente, y lo tomé apresuradamente. Me di vuelta y salí del salón de clase antes de que pudiera decir algo más, dejándolo allí, parado y confundido. ¿Qué demonios me estaba pasando?
La tarde avanzaba cuando recibí la notificación de Charles para una reunión en su estudio. No era raro que él nos reuniera para discutir temas importantes, y aunque normalmente me sentía cómoda en esos encuentros, esta vez tenía los nervios a flor de piel. Aún sentía el calor de mi piel después del extraño encuentro de mediodía, y esperaba que los otros no notaran nada inusual en mí.
Llegué al estudio de Charles y me coloqué cerca de una de las columnas, apoyando mi espalda en el frío mármol mientras esperaba a que los demás llegaran. El espacio era amplio y elegante, con sus estantes de libros y ventanales enormes que dejaban entrar la luz suave de la tarde, pero por alguna razón sentía como si el aire estuviera más denso de lo habitual.
Cada vez que escuchaba un paso acercándose al estudio, mi pulso se aceleraba, y no podía evitar que mi mente volviera a ese momento en la cocina, cuando había salido apresuradamente para evitar a Logan. ¿Donde estaba él? Mi mente comenzó a debatir entre la incomodidad y la expectativa, y sentía que el peso de sus ojos sobre mí era inevitable.
La puerta se abrió y Logan entró, unos minutos después de que el resto de nosotros ya estuviéramos en el estudio.
—¿Llegando tarde otra vez, Logan? —bromeó alguien, a lo que él se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.
—Tenía cosas importantes que hacer —respondió, como si esa fuera la excusa más válida del mundo, y no pude evitar sonreír un poco ante su tono confiado y relajado. Él lo notó de inmediato y, sin pensarlo dos veces, caminó hacia donde yo estaba.
Sin darme cuenta, de repente lo tenía junto a mí. Su mano, que parecía haberse movido por instinto, se posó suavemente en mi cintura mientras Charles comenzaba a hablarnos sobre los planes del equipo. Fue un gesto sutil y a la vez lo suficientemente inesperado como para que mi pulso se acelerara, haciéndome sentir como si el contacto ardiera a través de la tela de mi camiseta. Traté de concentrarme en lo que Charles decía, pero cada fibra de mi ser estaba alerta a esa presencia a mi lado, a ese toque que parecía tan natural para él y, sin embargo, tan desconcertante para mí.
Me quedé quieta, sin atreverme a moverme ni a mirarlo, y me limité a asentir mientras Charles continuaba, intentando que nadie notara mi respiración algo entrecortada ni el calor que subía por mi rostro.
Mientras intentaba mantenerme enfocada en lo que Charles decía, de reojo noté la sonrisa de Logan, una mueca algo maliciosa que no dejaba lugar a dudas: él estaba completamente consciente del efecto que tenía en mí. Había olvidado su maldito instinto animal, su habilidad para captar las reacciones ajenas como si fueran obvias, y eso solo lograba que mi nerviosismo aumentara.
Antes de que pudiera apartarme, sentí un leve apretón en mi cintura, un gesto apenas perceptible, pero lo suficientemente descarado como para hacer que mi sangre hirviera. Sin pensarlo, lo miré fulminante y le di un leve empujón en el costado, intentando apartarlo y dejando claro que se comportara. Él soltó una risa baja, apenas audible, y eso solo empeoró mi incomodidad.
—¿Hay algún problema? —la voz de Charles resonó, obligándonos a ambos a ponernos serios de inmediato. Nos miró con una ceja arqueada y una expresión entre la paciencia y el reproche.
—Lo siento —murmuramos al unísono, aunque la sonrisa de Logan apenas se desvaneció, mientras yo hacía todo lo posible por recomponerme y no pensar en el toque que había quedado grabado en mi piel.
Cuando terminó la charla, fui directamente a mi habitación, deseando nada más que un poco de paz para despejar mi mente. Me di una larga ducha, dejando que el agua caliente aliviara la tensión acumulada del día, y luego me dispuse a seguir mi rutina de noche. Sin embargo, apenas había salido de la ducha cuando escuché un golpe en la puerta.
Fruncí el ceño, sujetando rápidamente una toalla alrededor de mi cuerpo mientras el agua aún goteaba de mi cabello. ¿Quién vendría a buscarme a estas horas? me pregunté mientras caminaba hacia la puerta con una mezcla de sorpresa y recelo. La posibilidad de que fuera él cruzó por mi mente, pero me dije a mí misma que eso era improbable… o al menos, eso esperaba.
Abrí la puerta y ahí estaba Logan, parado frente a mí con esa mirada directa y desafiante que lograba hacerme sentir acorralada. Ni siquiera dejó que le preguntara qué hacía ahí.
—¿Qué te pasa? —soltó, sin rodeos—. ¿Por qué me estás evitando?
Su tono era firme, y su expresión dejaba claro que no se iría sin una respuesta. Tragué saliva, apretando la toalla contra mi cuerpo mientras intentaba aparentar una calma que estaba lejos de sentir.
—Es tarde, Logan —le respondí, intentando sonar natural, aunque la realidad era que su cercanía y el tema me ponían a la defensiva—. No te estoy evitando. Mañana hablamos, ¿sí?
Pero él no se movió, y sus ojos se mantuvieron fijos en mí, analizándome, como si pudiera ver a través de la excusa.
Intenté cerrar la puerta, pero su mano firme la detuvo. Antes de que pudiera reaccionar, Logan ya había dado un paso hacia adelante, cruzando el umbral de mi habitación y cerrando la puerta tras él. Su mirada intensa se fijó en mí, dejando claro que no pensaba dar marcha atrás.
—No me voy a ir —susurró, con una sonrisa ladeada que encendió una chispa en mi pecho.
Se acercó lentamente, sus ojos recorriéndome de un modo que me hizo sentir expuesta, y cuando sus dedos rozaron un mechón de mi cabello aún mojado, una oleada de sensaciones familiares, pero intensas, me golpeó. Mi respiración se volvió errática, recordando con una claridad sorprendente las imágenes y sensaciones del sueño de la noche anterior.
—¿Qué estás haciendo? —murmuré, intentando sonar firme, aunque mi voz temblaba levemente—. Logan… para.
Pero en el fondo, no estaba segura de querer que lo hiciera. Sus labios formaron una media sonrisa, su mirada brillando con esa intensidad juguetona y peligrosa.
Logan no se detuvo. Dio un paso más, acortando la distancia entre nosotros, y sentí cómo sus yemas recorrían suavemente mi brazo, desde el hombro hasta el codo, en un toque que me arrancó un estremecimiento involuntario. Cerré los ojos, intentando alejarme mentalmente de la situación, pero su cercanía solo lograba intensificar las sensaciones, haciéndolas aún más vívidas.
Me mordí el labio, intentando contener el pulso acelerado y negar las imágenes que se cruzaban en mi mente, recuerdos recientes de ese sueño que me había dejado tan descolocada. Pero Logan parecía disfrutar de cada segundo, de cada pequeño gesto que me hacía perder el control.
-No sé de qué intentas huir susurró, su voz baja y profunda, tan cerca que sentí su aliento cálido contra mi piel-, pero no voy a parar... a menos que realmente quieras que lo haga.
Negué con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras, atrapada entre el deseo de que se detuviera y la desconcertante necesidad de que no lo hiciera.
Mis ojos se abrieron de golpe, y me encontré con los suyos, tan cerca, tan intensos, que todo lo que había intentado reprimir a lo largo del día estalló dentro de mí. Las palabras se me atragantaron en la garganta, pero logré balbucear, casi sin voz:
—Lo, yo… anoche soñé…que tu..y yo.
Pero antes de que pudiera decir más, sus labios se acercaron, rozando los míos apenas sin tocarlos. Podía sentir su respiración, cálida y pausada, mientras sus ojos me estudiaban con una mezcla de ternura y malicia.
—¿Así que por eso me estabas evitando? —murmuró, su voz baja y cargada de algo que me erizaba la piel—. No te engañes, princesa… No fue solo un sueño, y lo sabes.
Un segundo más, y su sonrisa apareció, una sonrisa que lo decía todo, dejando en claro que no se trataba de casualidades, ni de suposiciones. Antes de que pudiera reaccionar, Logan se apartó, como si nada, dándome la espalda y dejándome sola en medio de una confusión enorme. Las palabras se enredaron en mi mente, y antes de darme cuenta, lo estaba llamando con frustración.
—¡Logan! —exclamé, siguiéndolo hacia la puerta, aunque él no se detuvo—. ¡Logan, ven aquí!
Pero él solo miró por encima del hombro, con esa expresión tranquila, tan segura de sí misma, como si supiera que había dejado una tormenta dentro de mí. Con cada paso que daba hacia la salida, me sentía más alterada, con el corazón latiéndome en los oídos. Y lo único que podía hacer era repetir su nombre, sin saber si estaba más enojada con él… o conmigo misma.
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Michael Gavey x witch! reader
• Cuando te conoció, era sumamente estúpido para él que en cada examen o día importante llevaras piedritas de colores, pero nada supero ese día de examen de opción múltiple en la que a la mitad de las preguntas las contestaste usando un péndulo.
• Te ama realmente, algo más allá de su comprensión porque siempre idealizó una pareja similar a él, pero con un poco de tiempo y paciencia comenzó a disfrutar de vos y cada una de las características que te hacen quien sos.
• Como dije, realmente te ama, pero si pudieras no prender sahumerios o palo santo las ocaciones en las que está en tu dormitorio lo apreciaría, el olor le hace doler la cabeza cuando es muy fuerte.
• Si tenés altares o cosas similares él va a intentar tocarlos más allá de tus pedidos y advertencias, después de todo no hay pruebas científicas sobre alguna deidad existente, no es hasta que te ve pasar por emociones desde la angustia hasta la ira dejando claro que no es un límite que estés dispuesta a remover que se retracta.
• "Mira, es un duende, lo conseguí en una feria a la que fui con unas amigas, ¿no es lindo?" no, él está algo asustado en este momento como escuchar la información que estás diciéndole.
• A veces a��n no puede evitar ser un poco escéptico sobre ciertas cosas; tuvo un día horrendo porque la gente es estúpida y la vida es una mierda, ¿qué es eso de mercurio retrógrado?
• "¿Querés que te tire las cartas?" no, realmente no, pero lo preguntas con esa sonrisa tan linda mientras le das pequeñas caricias para convencerlo que está más que dispuesto a escucharte hablar de las cartas que salieron y su significado.
• Realmente, en ocaciones, cuando ve los frascos, las velas derretidas, las cenizas de sahumerios que llamas sal negra y todos los demás elementos, bromea sobre como tal vez lo hechizaste para atraerlo, mencionando el clásico muñeco vudú; pero claro que siempre te ríes de eso, sin contarle sobre la cantidad de miel que usaste en hacer cruces sobre tu lengua antes de las clases que compartían o el frasco sellado con vela que tienes en alguna parte escondido con el endulzamiento que hiciste en su nombre.
• Aprende rápidamente que uno de tus lenguajes de amor suele ser regalarle cosas de "protección", como la pulsera roja que usa en su muñeca o tus pedidos al universo para él, así que lo agradece cada vez.
• Aprendió que recibe muchos besos cada que consigue frascos, velas o incluso "yuyos" para vos, así que lo hace seguido.
• Siempre fue una persona de ciencia, pero escucharte hablar sobre los dioses o diosas con los que "trabajas" es una de sus cosas favoritas para hacer mientras ambos están acostados bajo las mantas mientras se acurrucan contra el otro.
• "¿Te hago tu carta astral?" no entiende para que necesita esas cosas, pero de cualquier modo ahí está en su dormitorio, llamando a su madre para preguntar cuando fue la hora exacta en la que nació para dártela.
• Con el tiempo, aprende los distintos tipos de brujas que hay, como las brujas de cocina, las brujas verdes, las brujas del caos, etc; quitando por fin la imagen de las señoras de vestidos blancos, sombreros en punta y escobas.
• El se adaptará bien a cualquiera que sea tu espacio, creelo.
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Sentence starters
Envía un diálogo dicho por tu personaje:
"Vi algo como esto en una película. No terminaba bien."
"¿Podrías ayudarme a recoger esto?"
"No puedo creer que nos obliguen a hacer esto."
"¿No deberían también llamar a los ancianos?"
"¿Qué crees que les haya pasado?"
"Tenía mejores planes que limpiar..."
"¡Cuidado con esas plumas!"
"¡Qué asco!"
"Aleja eso de mí.!
"Nada como mil cadáveres de cuervo para iniciar el día."
"¿Qué clase de bienvenida es esta?"
"El contrato no hablaba de recoger cadáveres un sábado por la mañana."
"Espero que encuentren la raíz del problema."
"Mi perro no me dejó dormir con sus ladridos por la noche."
"Estoy seguro de que vi algo extraño anoche desde la ventana de mi cocina."
"Dicen que esto ocurre en pueblos ligados a la brujería."
"Te cambio esta bolsa por esa pala."
"Solo quería relajarme. ¿Es mucho pedir?"
"No sé cuántos más de estos puedo soportar ver..."
"¿Por qué justo los cuervos? Algo raro está pasando."
"¿Te diste cuenta de que no tienen ninguna herida? ¿Qué los mató?"
"Ya perdí la cuenta de cuántos llevamos... ¿Cuántos más habrá?"
"No pensé que el centro del pueblo pudiera verse más desolado, pero aquí estamos."
"¿Crees que debería preocuparme de lo que está en el aire?"
"Hay algo... en sus ojos. Como si estuvieran viendo algo antes de morir."
"Me estoy empezando a preguntar si seremos los siguientes."
"Cuanto antes terminemos, mejor. Este lugar me da mala espina."
"Nunca vi a los animales comportarse así antes. Es como si estuvieran siendo controlados."
"No me siento cómodo con todo esto, pero alguien tiene que hacerlo."
Palabras inspiradas en situaciones:
Envía VENADO para un starter donde nuestros personajes intentan escapar de un venado descontrolado.
Envía CUERVO para un starter donde nuestros personajes se unen para recoger cuervos más rápido.
Envía PERRO para un starter donde nuestros personajes toman un descanso de las actividades.
Envía GATO para un starter donde nuestros personajes tropiezan con bolsas de basura.
Envía ARDILLA para un starter donde nuestros personajes comparten teorías de lo que ocurre.
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Delicious temptation on a cold heart
-Ran Haitani x fem!reader
/ You can traslate to your lenguage if you want to dead it /
Words: 12,7k
Synopsis: the Haitani´s Empire is wealthy and powerwful over all Roppongi. Bonten is dangerous than ever.
First chapter, second chapter, thrid chapter, fourth chapter, fifht chapter _masterlist_
Lo cierto era que Ran Haitani la aterrorizaba.
Esa noche apenas pudo dormir. Sus pensamientos se resumían en la vergüenza que había pasado cuando Ran la abandonó en el ascensor y en lo confusión que le siguió después. Desde las razones por las que pudo haberla besado, y ella respondido como si la vida de ellos fuera la de una pareja felizmente casada, hasta el punto en el que él había cambiado de idea.
La respuesta fue una posible bipolaridad, un transtorno serio. O que fuera un sádico que disfrutase con torturar a sus víctimas. Bueno, al menos eso tendría sentido. Porque la odiaba.
Terminó por levantarse porque era ridículo quedarse en la cama por algo que ya estaba perdido y llorarlo, en vez de enfrentarse a ello. Se dio una ducha para quitarse la mala sensación de los dedos de Ran apretando su piel y el olor de la pintura y la colonia mezcladas. Apestaba. El anillo que había recogido del estudio poco después de llegar al ático decoraba su mano diestra en una promesa silenciosa y forzada. Una cadena. Los recuerdos de ayer eran borrosos y confusos. Si tenía que defenderse por sus acciones, diría que era culpa del alcohol haber actuado de esa forma antes de perder el orgullo. Qué era perder una poca de dignidad por algo que podría haber ocurrido con el orgullo del que su tía siempre se había esforzado en generar en ella.
Lo primero que hizo fue ponerse el pijama. Hoy no iría a clase porque su única asignatura importante era asistir a la última del día. Anabella una vez le dijo que la asignatura de Historia del Arte Contemporáneo era difícil cuando no la llevabas al día y al final acababas perdiendo el sentido de todo el eje cronológico faltando solamente una vez. Al final, resultó siendo cierto. El resto del día eran todo asignaturas de práctica que ya tenía adelantadas. Además, de que podía adelantar un poco más del Trabajo Final para no perder el ritmo. Una vez vestida volvió al baño únicamente para echarse la crema de la cara y desenredarse el pelo mojado. En ningún momento se lo secó.
Salió de la habitación a sabiendas de lo que se encontraría abajo. Una repetición del día anterior, y del pasado también. Habrían servido el desayuno en la mesa del comedor y corrido las cortinas para que al bajar no se sorprendiera de ver todo oscuro. En invierno, habrían encendido la calefacción a primera hora de la mañana, pero como aún no hacía frío de verdad no lo estaba. En verano, el termostato se encendería por la tarde que eran las horas más calurosas y que de verdad se notaban. Normalmente lo hacían, menos cuando ella pedía un cambio, siguiendo las instrucciones del día antetior. No se encontró en el camino con la criada, que correría a la habitación nada más verla y para sorprenderse de que ya habría dejado la cama hecha y colocada, y casi la alivió porque se le había olvidado con todo arremolinándose en recuerdos y sensaciones.
-Podría haberse puesto en peligro mientras tú esperabas fuera -una voz sonaba a lo largo del pasillo. Hope entrecerró los ojos-. Trabajas para mí, no para nadie más, y tu trabajo es protegerla en cualquier momento.
Se detuvo en las escaleras. Las voces, concretamente una, venían de la sala oeste del ático. La parte que conectaba directamente con la primera planta y que llevaba por una puerta al despacho de Ran y la sala de juegos. La zona de la cocina abierta.
Asomó la cabeza un poco a través de la barandilla metálica y dorada, aún muy cerca del suelo de la segunda planta. La luz natural entraba por la cristalera de la sala, iluminando el piano y la mesa del comedor al otro lado, separado de la cocina por un panel de barras verticales con algunas más pequeñas horizontales con objetos; decoración minimalista, por supuesto. El resto de la casa estaba iluminado de igual manera, pero solitario.
Ran estaba ahí, lo que la sorprendió, con nada más que una camisa blanca remangada por los codos y unos pantalones negros. En frente de él, con las manos agarradas en la espalda y una postura erguida, Hayakawa. Tenía el pelo echado hacia atrás, pero sin gomina, y algunos mechones le caían por la frente despreocupadamente.
¿Iba a pasar algo si se quedaba ahí y escuchaba?
-Ella ordenó que me quedara fuera, señor.
-¿Y tú vas y lo haces? No lo haces cuando te metes con ella en sus clases, pero sí en un bar de poca monda donde un borracho podría haberla amenazado o secuestrado.
¿Estaban hablando de ella? Tal y como parecía, de su seguridad en concreto. No quería perderse ningún detalle de una conversación en la que se mencionaba su nombre, y menos sus acciones, así que se sentó en una zona de la escalera donde podía escuchar y ver y, sobre todo, no ser vista desde el otro lado. Pasaba tanto tiempo en aquella casa que al final se las sabía todas.
-Te puse al servicio de mi esposa para que la protegieras, no para que jugases con ella a las familias y la obedecieras a la primera decisión que podía ser errónea.
La sorpresa volvió a tomarla. ¿Estaba hablando de que se ponía en peligro a ella misma con cada dicisión? No parecía decir lo mismo anoche cuando la estaba besando y le correspondió. Eso la enfadó, un poco de más de lo que ya estaba si recordaba lo ocurrido en el ascensor y los labios de su marido sobre su cuello.
-No pensé en que eso pudiera dañarla, señor.
-Obviamente no lo pensaste. Te pago para algo más que mantenerla a salvo de amenazados que puedan hacerle daño, pero al parecer, tu trabajo va más allá -Ran se enderezó y colocó mejor las mangas. El rostro serio ocultaba una sombra que por el ángulo en el que estaba no podía ver. Ni siquiera inclinándose para poder ver mejor lo que hacían. Tenían algo en la mesa-. ¿Quién te paga porque hagas tu trabajo, ella o yo?
-Usted, señor.
-Entonces entenderás que quiero un horario completo de ahora en adelante y como te separes de ella un solo segundo -algo hizo clic en el eco del ático que erizó la piel de Hope cuando lo distinguió- te pegaré un tiro cuando te vea.
El aire de Hope se quedó atascado en los pulmones. No porque estuvieran jugando con su libertad sin preguntárselo, sino por lo que ahora podía distinguir que estaba en la mesa.
La boca se le secó mientras repasaba una y otra vez la mesa en la que las dos armas estaban depositadas como si nada. En la mesa de su casa. En su hogar. ¿Qué diablos estaban haciendo esas armas ahí? ¿Cómo podían ellos tenerlas como si nada? ¿Y cómo habían entrado en la casa en la que ella siempre estaba sin saberlo? Tantas preguntas la agotaron y agobiaron por partes iguales. Ninguna respuesta tenía sentido sino rebuscabas en lo macabro y morboso. La peor combinación para relacionar con una persona cuyos propósitos siempre habían sido desconocidos.
¿Ran participaba en el comercio de armas? ¿Comerciaba con armamento ilegal por alguna casualidad y que favorecía a su familia? Un momento. Hope no le vio sentido a eso. La familia que le había dado el apellido no tenía nada que ver con las armas, sino con algo más que el comercio ilegal. Solo eran una familia rica y de renombre con varias propiedades a su nombre y servicio. No con eso. ¿Sabían eso? ¿Sabía con quién la habían casado? Una parte de ella se burló afirmándolo; para qué iban a casarla con una buena persona, como a su hermana, cuando podían seguir haciéndola sufrir sin estar controlándola.
-Ahora recoge todo antes de que ella se despierte -ordenó, dándose la vuelta, con una mano en la cintura y la otra en el pelo-. Lo último que me faltaba es que viera todo esto.
Hayakawa se movió rápido, como un camarero atendiendo las mesas de los comensales. Con el traje podría parecerlo, pero cuando se guardó una de ellas en la parte de atrás del pantalón como si nada y la tapó con la chaqueta no le dio la misma impresión. Se preguntó si también la llevaba cuando estaba con ella, cuando entraban en la universidad o cuando simplemente caminaba por el ático esperando alguna orden de ella.
Las manos de Ran se pasaron por su pelo varias veces, pero no para colocarlo, alejándose de la mesa del comedor. Fue caminando lentamente a su lado izquierdo, donde estaba el piano con algo apoyado en la silla que lo acompañaba. El look despeinado que no le había visto en la vida, pues siempre lo llevaba pulcro y engominado hacia atrás en sintonía con su estilo, le daba un aire despreocupado y de recién levantado. Le quedaba bien, con sus rasgos acentuados acorde a la luz del ventanal. Parpados caídos que profundizaban aún más el amatista de sus ojos, con unos pómulos altos y marcados que acentuaban la fuerza de su mandíbula cuando la tensaba. Pareciera que no hubiera terminado de arreglarse porque alguien lo interrumpió en el proceso. Pero no era la misma hora a la que se iba. Normalmente se iba mucho antes que ella y se despertaba sola en la cama, lo mismo cuando se acostaba.
Las manos de Hope se tensaron alrededor de los barrotes de la barandilla. ¿Había estado tan ciega que no se había dado cuenta de lo obvio? ¿Desde cuándo la había considerado tan tonta como para darle órdenes al guardaespaldas con el que pasaba más tiempo que con nadie, que él?
-Hayakawa.
-¿Señor? -se dio la vuelta hacia él volviendo a ponerse recto y al servicio del hombre al que aparentemente tenía que servir con lealtad.
Los párpados de Ran cayeron varias veces en lo que tardó en colocarse la chaqueta a juego con el pantalón sobre los hombros y meter los brazos. Mientras se ajustaba adecuadamente los gemelos, los cuales pudo ver que podrían haber sido uno de los regalos de ella antes de la boda, empezó a decir con aire despreocupado:
-¿Qué opinas de mi mujer?
Hope se tensó de pies a cabeza. Solo estaba jugando con él a uno de sus juegos macabros. Porque un sádico siempre jugaba con sus presas antes de lanzarse directas a su cuello; ¿aquello era el juego o estaba atacando después de las amenazas? Peor que una pesadilla. Hablar de ella era una cosa, pero ahora preguntar por algo tan personal resultaba incómodo. Sin embargo, Hayakawa
-Es... Es una buena mujer, señor, muy ocupada en su trabajo y que pasa tiempo con su familia.
-No te estoy preguntando acerca de su historial, sino acerca de ella y tu opinión. ¿Te parece amable, una buena persona y humilde como parece? ¿O una mujer infiel que desobedece a su esposo cuando puede?
Si era una manera de provocar algo en él, la ofendida fue Hope. Él no tenía derecho, ninguno, a recriminarle algo cuando podría haber estado con más amantes de los que ella habría tenido en la vida esos dos años. Y contando para atrás. No con el historial de infidelidades que podía demostrar; las flores, las notas... Y todo lo que hubiese en ese despacho si tuviera el valor de entrar. Saber qué hacía cuando no estaba en casa para molestarla o ignorarla. Volvió a apretar la barra, hasta que los nudillos se pusieron blancos.
-Es una mujer fiel, señor, siempre lo ha sido.
Una risa seca salió de su garganta. Hope volvió a mirarlo. Ya se había colocado el traje a medida y ahora mantenía las manos guardadas en los bolsillos del pantalón. Tenía las piernas abiertas en una posición domianante, escuchando al guardaespaldas hablar y una mirada gélida que jamás se habría pensando ver en un rostro tan sereno como el suyo.
-Podría preguntar si has intentado algo con ella, sobrepasarte o permitirte el lujo de intentar algo insignificante, como meterte entre sus piernas para lograr algo -fue específico en lo que decía, sin dejar de mirarle. Le pareció que no pestañeaba, que no quería perderse ningún detalle de la reacción del otro-. ¿Debería preocuparme eso?
Un jadeo salió de la garganta de Hayakawa. Otro quiso salir de la de Hope por la mera insinuación de una infidelidad. Se estaba atreviendo a cuestionarla, a intentar humillarla... ¿Para qué? ¿Para lograr un objetivo oculto? Sus cejas se alzaron cuando la insinuación que ahora ella estaba empezando a plantearse pudiera ser cierta. Pero era algo ridículo, no tendría sentido. Si Hayakawa pasaba más tiempo con ella, era por las órdenes de él. No porque ella lo pidiera. ¿Ran pensaba que era el guardaespaldas con quien se acostaba? ¿Cómo podía tener ese valor después de todos los desplantes?
-La señora es muy amable y muy guapa, señor, pero alguien como yo jamás se atrevería a ponerle las manos encima.
-Pero sí a dejar que ella te las pusiera -comentó, como una sugerencia de lo más placentera en su mente-. Imagínate, una fantasía viniendo de alguien tan guapa como ella. Tenerla para ti, pensar que eres el hombre más importante para ella, llevarte su imagen a casa como regalo porque ella comparte cama con otro... Una bendición para muchos.
O una farsa cuando eso jamás había ocurrido.
-La señora jamás haría eso -se defendió, entre avergonzado y incómodo.
-Entonces ayúdame a comprender por qué le guardas más fidelidad que al hombre que te paga. Los hombre son tan básicos que ver algo que les llama la atención les es imposible de olvidar. Quizás las piernas de mi esposa sean igual de inolvidables.
Ya era suficiente. Eso era una tortura, tanto para ella como para un hombre que no tenía culpa de nada. Hope se levantó de un salto de la escalera, con el corazón bombeando sangre a toda leche e intentando que el rojo de su cara se marchase cuanto antes, pues la situación lo requería, y buscó en su garganta el tono más despistado y creíble que pudiera tener pese a que la actuación no fuera lo suyo.
-¿Hayakawa? -exclamó, y contó los segundos para empezar a bajar las escaleras e ir a la primera planta-. ¿Con quién hablas? -fingió estar sorprendida mientras se acercaba, incluso disimuló algo de más cuando se detuvo y los miró a ambos con la pregunta en la cara-Estáis los dos aquí.
Ran descruzó los brazos y suavizó la expresión, viéndola acercarse hasta donde estaba con un rostro más sereno del que le estaba dando a Hayakawa segundo antes. Aún llevaba puesto el pijama, pero al menos era largo y la cubría donde tenía que hacerlo. No estaba medio desnuda ni nada como las esposas de los millonarios de las películas americanas. Se fijó en que también llevaba el anillo, en el mismo lugar donde ayer se lo había enseñado. Aquello le hizo preguntarse si era cierto que jamás se lo quitaba o que solo fue un comentario para provocarla.
Debía de ser morboso acostarse con una persona casada, aunque la relación fuera fría y distante. Completamente inexistente a pesar de ese papel firmado y esa alianza.
-No -le dijo, pero con un tono diferente a la expresión que le estaba dando. Esta vez que más frío y grave que las anteriores respuestas que le daba, lo que la sorprendió en partes-. Estábamos hablando.
-Espero que de nada importante.
Lo miró a los ojos. Quería ver si le mentía con la mirada o si actuaba tan bien para mirarla y engañarla. Para ver si realmente tenía que estar atenta a cualquier cosa que le dijera para desconfiar de él. Ran le devolvió la mirada, pero a los segundos cambió de sitio y se dio la vuelta
-A partir de ahora Hayakawa estará contigo en todo momento. Se acabó decirle que se tome descansos y se separe de ti.
-¿Por qué?
-No necesitas una respuesta -respondió, rápido y tranquilo. La expresión no le cambió cuando Hope separó los labios con sorpresa-. Estaré en mi despacho.
Hope dio un paso hacia delante.
-¿No la necesito? Bueno, pues quiero tenerla, dado que es mi vida.
-Suficiente.
-Suficiente cuando yo lo diga.
Ran la miró fijamente, como si las palabras lo hubieran golpeado en un lugar que no esperaba. Su mandíbula se tensó, pero en lugar de contestar de inmediato, se giró hacia la ventana, frotándose el cuello con una mano.
-Lo único que necitas sabes es eso.
Ran se dio la vuelta. En otra situación, Hope se habría detenido y callado para no provocarle y ella para no recibir. Hope sintió que su corazón latía rápido y algo se rompía dentro de ella, como si algo despertara. Las palizas de su padre aún se lo advertían en recuerdos silenciosos, en dolores invisibles de huesos o cada vez que cerraba los ojos después de un largo día que la agotaba. Pero hacía tiempo que no vivía con él y que no tenía que callarse las cosas para dar su opinión al respecto.
Si Ran iba a ser de esos hombres con los que planeaban comprometerla, que al menos tuviera conciencia de que ella no era una marioneta que podía escuchar las burlas y acusaciones infundadas sin decir nada a cambio y con una sonrisa.
-Eres mi esposa, es suficiente razón.
-Entonces podrías empezar a comportarte como uno -le retó. La mandíbula de Ran se tensó, masticando la respuesta mientras volvía darse la vuelta y se acercaba al ventanal para mirar por él.
Hope ignoró su rabieta de niño pequeño y se volvió hacia Hayawaka. Este había intentado hacerse al margen para no intervenir en la discusión de ambos a su manera.
-Hoy no iré a clase, solo a la última por la tarde -dijo, con un tono más amable-. Quiero estar más concentrada en otras cosas. Te avisaré cuando ya esté lista para irnos.
-Por supuesto.
Hayawaka se fue por el camino que conectaba la sala de juegos con la otra salida más cercana al ascensor rápidamente. Los ojos de Hope lo vieron perderse en la habitación con las cortinas echadas y algo en ella se alivió. Al menos, se había librado de un castigo injustificado que lo agobiaba y que no tenía sentido. Por otro lado, ahora le tocaba a ella sufrir las consecuencias de la interrupción.
¿Iba también a interrogarla por una aventura con su guardaespaldas? ¿Se atrevería tanto a eso? Al menos, no tenía que pillarla sorprendida cuando se lo dijera.
-¿Qué haces aquí?
-Es mi casa también, que yo recuerde. Sigo pagando las facturas.
-Me refiero a que deberías estar trabajando.
Se dio la vuelta hacia ella lentamente. Los ojos de Ran la miraron por encima de las pestañas sorprendido por el detalle, rubias como sus cejas. ¿Le sorprendía que se supiera su horario, o que se preocupaba por él?
-Alguien me está sustituyendo. No es mi parte la que me tocaba hacer hoy.
-Entiendo -comentó ella por encima, sin darle mucha importancia-. ¿Vas a estar todo el día aquí o luego vas a salir?
Se encogió de hombros.
-Estaré en el despacho -repitió, guardándose las manos en los bolsillos del pantalón. Seguía sin responder a la segunda pregunta.
Una pausa.
-¿Te molesta?
-No me molesta. ¿A ti sí?
Otra pausa. Esta vez un poco más larga y que le hizo darse cuenta de que no estaba en un debate o en un seminario de preparación a la defensa con los estudiantes de derecho. Normalmente no era así, ¿por qué de repente con él sí lo hacía? ¿Era por eso que la gente se alejaba de ella, porque era demasiado cruel?
-No eres virgen.
-¿Qué?
-¿Cuándo...? Da igual -movió la cabeza hacia el ventanal con la ciudad de fondo-. Es una tontería preguntarlo a estas alturas.
Los dedos de Hope se crisparon.
-¿Y qué si no lo soy? -quiso saber, apretando los puños. Cómo lo podía haber adivinado, lo desconocía. Pero algo le decía que ese comportamiento hacia su guardaespaldas tenía algo que ver con que ahora estuviera sacando el tema tan directo a ella.
-No me molesta. Pero sí me impresiona.
La rabia de Hope no hizo más que ascender. ¿A qué venía esa conversación ahora?
-¿Entonces por qué diablos te molesta tanto el tema? No es como si te hubiera mentido a la cara, puesto que nunca me preguntaste si había tenido otros hombres. Oh, no, espera, nunca me has preguntado nada.
Con las pupilas dilatadas, Ran estiró el brazo para agarrarla y tiró de ella por la muñeca. Hope gritó por haber sido pillada por sorpresa tan de repente.
-¿Con otro hombre que no fuera tu esposo? Si hubiera sabido que ibas a ponerme los cuernos a la primera oportunidad que tuvieras jamás no te habría dado tu espacio ni dejado salir con tanta facilidad.
Su tono está cargado de veneno, una acusación oculta que no necesita ser explicada. Se sintió como si el aire se volviera más pesado, y algo en su estómago se revolvió. No es solo que esté molesto; está sospechando de ella, algo que nunca había sucedido antes de manera tan abierta. Peor.
La estaba acusando de infidelidad. ¡A ella!
Quiso gritarle tantas cosas a la cara, sentirse liberada de la presión que le oprimía los pulmones y el pecho, que Hope se quedó paralizada devolviéndole una mirada ardiente y plagada de ira descontrolada.
-¿En serio estás sugiriendo esto? ¡Yo jamás te he mentido ni puesto los cuernos! -le gritó con tanta fuerza que le dolieron las cuerdas vocales-. ¡Y no eres nadie para prohibirme cosas!
-Soy tu esposo, me debes lealtad.
Le enseñó los dientes plantándole cara. Podía sentir su agitada respiración en la cara de lo cerca que estaban, ambos rojos y dispuestos a destruir el mundo. Ran no retrocede, su expresión sigue siendo dura, pero en sus ojos hay algo más, una sombra de algo que ella no había visto antes: vulnerabilidad disfrazada de ira. Él, el imperturbable Ran Haitani, está sintiendo miedo.
Cobarde.
-¿La misma lealtad que tienes tú cuando no vuelves a casa ni me hablas? ¿La misma que has estado estos dos años sin hablarme? ¿La misma que nos juramos y que ninguno ha cumplido porque no nos vemos? Eres un egoísta -gruñía-. Si quieres a alguien para follar, vete con una puta, pero no me hables como si fueras el más traicionado en esta farsa.
Hope dio un tirón tan fuerte con el brazo que las uñas de Ran se clavaron en su piel al salir. La marca de su mano cerrada alrededor se quedó grabada en la piel blanca y llena de pecas. La zona dolió y escoció, pero nada la detuvo a salir casi corriendo de una sala donde no dejaba de ser juzgada. Sin embargo, camino a las escaleras para poder dar zanjado el tema e irse de una vez. Pensaba en irse al hospital y estar con su tía, pasar el resto del día con ella hablando y decirle todo, con tal de estar fuera de ese sitio.
Incluso, si se atrevía y le duraba el enfado, le pediría las llaves de su antiguo apartamento y pasaría la noche ahí.
Solo subió dos escalones cuando algo la agarró del brazo que se sujetaba a la barandilla y al equilibró e intentó cogerla en el aire. Intentó defenderse, pero de nada sirvió cuando al darse la vuelta por acto reflejo otro mano la sujetó. Al momento de hacerlo se vio en el hombro de un hombre que la sujetaba con tanta fuerza que la habría matado.
-Suéltame. ¡No! ¡Suéltame!
Si iba a matarla a palos, al menos sería en la intimidad en vez de con público. Se habían, porque también imaginaba que Ran también, olvidado que tanto Hayakawa y las criadas estaban en la cocina haciendo lo que hiciesen ahí y que podrían haber escuchado todo el intercambio de palabras. Golpeó y pateó a Ran como pudo desde su complicada situación, pero en vez de torcerse de dolor o de soltarla simplemente, la llevó escaleras arriba.
En cuestión de segundos pasaron a la segunda planta, recorrió a zancadas el largo pasillo con Hope sobre el hombros intentando defenderse y entrar en la habitación principal. Las cortinas aún estaban echadas y apenas había luz que pudiera apoyarla. Antes de poder decir algo, lo que fuera, Ran se la quitó de encima con rabia y la lanzó con fuerza sobre la cama. Allí rebotó y le faltó el aire por el susto de haber aterrizado en la mitad aún deshecha. Ran se pasó la mano por el pelo para echárselo hacia atrás y la señaló con la barbilla, el rostro completamente serio, envuelto en sombradas.
-Siéntate -le ordenó.
Hope se enderezó con las fuerza de sus codos y le devolvió una respuesta.
-¿O qué? ¿Vas a violarme para demostrar que eres un hombre? ¡No solucionará nada!
-Cállate.
El silencio entre los dos se extendió por la habitación como una nube espesa. Ran permaneció de pie, inmóvil, su expresión dura, pero sus ojos relevaban una lucha interna que nunca antes había mostrado. La tensión en su mandíbula y la rigidez de su postura lo delataban; es un hombre acostumbrado a manejar el control, la fuerza y la intimidación, pero no a lidiar con este tipo de personas. Hope podía verlo.
Detestaba que alguien lo desobedeciera.
No iba a seguirle el juego ni a hablar de aquel hombre tan a la ligera si realmente iba a hacerlo. Habría sido más fácil tumbarla boca abajo y forzarla de esa manera, que pudiera ahogarse y no defenderse, en vez de boca arriba y él... Alejándose. Se estaba alejando. ¿Qué hacía yendo al armario en vez de ocuparse de ella? Al poco rato, salió de él con el ceño fruncido y la oscuridad inundando los ojos que una vez le parecieron bonitos, y entre sus manos llevaba algo que hizo palidecer a Hope.
-Extiende las manos.
-No -se defendió.
-Extiéndelas o lo haré yo.
El primer vacile. Tardó en responder.
-No -repitió, cortante.
-Hope.
-¡Que te den!
Harto, se alejó del armario y se movió con la rapidez sorprendente a por ella. En un movimiento rápido, él tomó por las muñecas, tirando con brusquedad. Ella jadeó, sorprendida por la fuerza de su agarre, y siente que sus manos empiezan a temblar. Él no la miraba a los ojos mientras envuelve un trozo de tela alrededor de sus muñecas, atándola con una precisión casi mecánica, como si su única misión en ese momento fuera hacerla sentir el peso de su ira.
-No... No... -repetía y otra vez. Empezó a trabajar con una corbata alrededor de sus muñecas, pasando varias veces por ellas y uniendo las partes a modo de amarre improvisado.
Ella intentaba resistirse, pero la fuerza de Ran era demasiado, y la tela apretaba más y más alrededor de sus muñecas. La sensación contra su piel es demasiado, una señal física de lo que está pasando. Sus pensamientos empezaron a agolparse, su respiración se aceleró aún más, y algo dentro de ella se descontroló.
El pánico empezó a invadirla, la sensibilidad de sus piernas desapareciendo y pronto reapareciendo para tensarlas cuando notaba el tacto de la tela sobre ellas. Iba a hacerlo. Iba a atreverse hacer lo que ella le había dicho y de la peor manera que podría ocurrírsele. Estaba demasiado consumido por su propia tormenta que siempre ha siempre ha sido su refugio. La tela seguía aprteando, y cada uno era peor.
De cara e indefensa como las lecciones de educación que le daban en su antiguo hogar con una vara y la piel descubierta. Cada cuenta mal hecha, cada párrafo olvidado, cada mala traducción... Todo error significaba un pequeño castigo que luego el mayor respondería. La imperfección no iba a ser toleraba. Ella no iba a ser tolerada, nunca; era lo que su madrastra se encargó de enseñarle con una vara y un trapo mojado.
-Suéltame... No, no, por favor.
A modo de intentar soltarse, daba tirones con una poca de la fuerza que le quedaba que era detenida con la tensión en dirección contraria hacia él. Las palabras suenan distantes para ella. Todo a su alrededor empieza a difuminarse. El cuarto parece encogerse, las paredes acercándose lentamente mientras su corazón late desbocado. De repente, el aire se vuelve insuficiente, como si algo invisible la estuviera sofocando. Su pecho se contrae, su visión se nubla, y una sensación de pánico la envuelve por completo.
El pecho le empezó a doler y los pulmones se sintieron vacíos con el aire que entraba y salía a toda velocidad por ellos. Su mente empezó a hacer cosas raras, como recordar las pocas razones por las que la castigaban de pequeña y la escusa que siempre ponían: «tu hermana nunca haría eso»; o «aprende de tu hermana y no tendré que volver a hacerlo»; o el clásico «extiende las manos, que yo las vea, y que esto quede entre tú y yo: me duele más que a ti».
¿Iba a poner él la misma escusa para hacerlo? ¿Iba a castigarla para que aprendiera, como cuando era niña y necesitaba ser «domesticada» de las ideas que la hacían imperfecta? Pero no lo hizo. En vez de eso, elevó la mirada, el rostro envuelto en sombras y luz dividido, y se encontró con el rostro desesperado y cubierto por lágrimas de súplica como sus palabras. Sentía la calidez húmeda de estas deslizándose por sus mejillas, bailando en la barbilla y cayendo por el cuello.
La respiración agitada de Hope, entrecortada y acelerada, que le oprimía el pecho aún más, le hizo detenerse y dejar de atar la tela y sus manos. Las manos le temblaban como si estuviera a metros bajo tierra, y el cuerpo se le había helado.
-Hope -llamaron-. Hope.
-Por favor, no lo hagas. Por favor, por favor,... -sollozaba envueltas en lágrimas y tan sonrojada que no parecía un color sano. Le ardía la cara y el cuerpo para el frío que sentía. Movía las muñecas aprovechando que habían dejado de trabajar en ellas, pero la fricción de la tela solo conseguía apretarse más a su alrededor y asustarla.
Dos manos le sujetaron el rostro congestionado en un intento de llamar su atención. Dos ojos, también, la miraron transparentes y ella buscó alguna pizca de luz en ellos. Algo que pudiera tranquilizarla y devolverla a la realidad poco a poco. La presión en su pecho fue disminuyendo a un ritmo que ella apenas notó, pero que pudo consolarla cuando tardó en reaccionar al cambio. La oscuridad, la apenas luz que entraba por las cortinas, las emociones... Todo la hacían sentirse pequeña en aquel lugar.
Una parte de ella se arrepentía de que aquel hombre la vieran llorar, y otra muy compleja la advertía de que no era otra prueba más para que el verdadero dolor iniciara.
Hubo un momento extraño en el que dejó de ver, de escuchar -solo un profundo pitido instalado en sus oídos-, por cual no pudo saber lo que iba a pasar. Cuando ese momento pasó, estaba envuelta en temblores en las extremidades y en unos brazos ajenos que le presionaban el rostro contra el torso. Unos dedos moviéndose sobre la fría ropa que cubría porciones de su piel.
-Hope, mi Hope, respira.
Se arrodilló rápidamente frente a ella, sus manos temblorosas mientras desataba las corbata con torpeza, desesperado por liberar sus muñecas. La corbata cayó al suelo, arrugada, y él la toma de los brazos, sin saber qué hacer, cómo ayudarla.
Ella no puede escucharle del todo. Está demasiado atrapada en su propio ataque de pánico, luchando por cada respiración. Sus manos libres tiemblan, y todo su cuerpo está rígido, como si estuviera lista para romperse.
Lo hizo, no porque todo su orgullo apenas se mantuviera, sino porque sabía que era lo correcto. La parte racional que la seguía protegiendo después de estar alejada de las amenazas que hace años le causaban tanto dolor y fracturaban hasta lo más diminuto de su ser. En algún momento que pasaba eso, que las manos de aquel hombre se ocupaban de limpiarla las lágrimas y desatarla, se encontró tumbada boca arriba en la cama con las piernas en el mismo sitio.
A Ran Haitani no le gustaba decorar ni presionar. Solo presionar.
Cuando Hope se durmió, abrazada con fuerza contra la espalda de la misma persona que le había generado tantos dolores de cabeza, la cabeza le latía con fuerza y el pecho le dolía como si una decena de elefantes la hubieran arrollado. Su cuerpo se sentía rígido bajo la ligera sábana que la cubría. Pero cuando se despertó, ese dolor se había convertido en una presencia invisible.
Abrió los ojos lentamente, parpadeando suavemente y la poca luz que entraba a través de las cortinas irritando sus pupilas. Gruñó contra la almohada, pero se esforzó en levantarse con el fuerte latido atravesando la parte trasera de su cabeza. Le recordaba a las veces que se olvidaba de comer y dormir cuando tenía que entregar un trabajo.
Los recuerdos le bailaban alterados unos con otros, desde el más pasado hasta el más reciente, sin detenerse en el contexto de desarrollo a cómo has llegado a estar las cosas. Un huracán de memorias desorganizadas. Tardó en levantarse de la cama, y cuando lo hizo fue como recordar las razónes por las que estaba en una habitación que realmente no tenía nada que ver con ella y esa sensación se instauró en su pecho. Los recuerdos, aún desordenados, volvieron a ella con más fuerza; un dolor notable que recorrió sus muñecas y le hizo marearse. La habitación estaba como cuando se hubo acostado; cortinas echadas, cama revuelta y espacio desordenado.
Salió de la habitación frotándose los ojos y llegó a las escaleras. Todo seguía igual. Mismo espacio limpio, vacío e iluminado por la luz de los enormes ventanales que rodeaban toda la cara oeste del ático. Siempre era así, un apartando vacío de emociones y vivencias que detonasen la presencia de una persona más que el servicio que se encargaba de mantenerlo todo limpio. La luz, a diferencia de por la mañana, bañada de un tono anaranjado suave los muebles blancos y las paredes allá a donde llegaba.
Sí era cierto que la zona del salón, donde estaban el sofá, la chimenea y todo lo correspondiente para un área de descanso a doble altura, era una parte en la que no entraba toda la luz por su distribución, una pequeña parte quedaba iluminada y la hacía más reconfortante a la vista y...a ella le daba tranquilidad. Dentro de un límite; ahí solía estudiar y ver películas, sola, y a veces comer para no tener que sentarse en la rigidez de la mesa. Como para ser capaz de pintarlo y plasmar su realidad en un bonito cuadro con su marca de agua.
Todo el apartamento estaba abierto. Lo que hicieras en una zona, iba a ser visto. Menos la zona de juego y el despacho de Ran, con paredes detrás de las escaleras.
Hayakawa apareció de repente en el salón, saliendo por el comedor y caminando a zancadas hacia la cocina. Le sorprendió verlo de esa manera, tan alerta, pues en lo que llevaba cuidando de ella jamás le había visto en esas condiciones. Cuando se dio cuenta de que había una persona más en la sala, observando desde lo alto de las escaleras, Hayakawa se detuvo y pegó un brinco de sorprenda al verla ahí parada y en silencio. Pronto recobró la compostura, como si nada de aquello hubiese pasado.
-Buenas tardes, señora, espero que haya dormido bien.
Estaba segura de que de alguna manera, tanto él como las criadas en habían escuchado los gritos y la conversación. Aquello la avergonzaba, pues la hacía ver como una persona sin capacidad de contención emocional o...algo así. Pero también le daba pena. Ellos no tendrían que haberlo escuchado. No tenían nada que ver con la discusión.
-¿Ran...se ha ido?
Hayakawa sacudió la cabeza.
-El señor se ha encerrado en su despacho y no ha hablado con nadie. No ha comido nada.
Cómo no, querer aclarar sus ideas y desaparecer del mundo era una buena opción. Ella también lo habría hecho. La diferencia estaba en que lo que había ocurrido allí arriba, no solo cuando Hayakawa se fue y empezaron a discutir, estaba lejos de olvidar o pasar desapercibido. Y que él ya estaba acostumbrado a hacerlo de serie con ella, cuando no la estaba ignorando. ¿Cabía la posibilidad de que pudiera estar buscando una forma de explicar su comportamiento?
Entonces, dijo algo que la sorprendió.
-Antes de entrar me dijo que le informarse que fuera a hablar con él -comentó él-. No ha salido desde que usted volvió a la cama.
Hope le respondió con un asentimiento y lo vio desaparecer de camino a la cocina. No se escuchaba tampoco nada de allí, pero sí que estaban las luces encendidas. Luego de un rato pensando en qué hacer, decidió que tendría sentido ir a hablar con él en vez de evitarlo. Al final, la conversación tendría que salir en algún momento, y no evitarla. A no ser que quisieran odiarse más todavía; uno tenía que tomar cartas en el asunto y ser el adulto. Por una vez. Bajó al comedor directamente, en vez de torcer e ir a tumbarse al sofá, y cruzó el arco desnudo de la sala de juegos.
La sala de juegos estaba igual, con la diferencia de que en ese sitio tenía sentido que cada cosa estuviera en su sitio guardado y ordenado para no perder nada. La enorme mesa de billar relucía por la luz natural, dándole ese ambiente juerguista que muchos esperarían de un antro. La puerta al despacho estaba a mano izquierda, así que el jugador que se pusiera en esa esquina tendría que actuar con seriedad cada vez que la puerta se abriera a varios metros de distancia de él. El puzle deslumbraba de lo limpio que estaba, con cada figurilla guardada en dos cajas diferentes a mano derecha e izquierda de cada jugador. Lo miró demasiado tiempo; pareciera que nadie lo tocaba desde mucho.
Cerró los dedos en un puño y, tras un minuto de pensar en si estaba bien hacer lo que estaba haciendo, golpeó dos veces la madera de la puerta, uno tras otros. No recibió una respuesta inmediata, aunque sabía que había una persona ahí dentro. Volvió a mirar el puzle a medio hacer. La curiosidad la llamaba a intentarlo.
Después de un rato, presionó el picaporte y empujó para abrir la puerta. Los hombros de Hope sintieron una presión sobre ellos. Ya estaba. Estaba en la habitación que, al igual que su estudio, nadie podía entrar sin permiso. Y no era para nada lo que se esperaba. Lo cierto era que era un cuarto grande, pero no demasiado, lo suficiente para poder tener un entorno de trabajo adecuado.
Los muebles eran oscuros, pero las paredes claras y decoradas con cuadros tanto de pinturas barrocas como de títulos o pósters antiguos, de deportes o de series, enmarcados. Algunos los reconoció, esperando que fueran réplicas exactas que las originales; La Asunción de la Virgen, de Lanfranco, El Juicio de París, de Rubens, El Rapto de Proserpina, de Poussin... Entre muchos otros. Había un escritorio de madera oscura repleto de objetos al fondo del cuarto, frente a dos sillones de cuero acolchado.
Dos gruesas estanterías repletas de libros y otros objetos se pegaban a la pared izquierda con cajones y armarios en la parte inferior. Al lado de la puerta estaba una cómoda con apenas decoración pero sí para complementar unos cuadros de más. La parte derecha solo tenia estanterías intercaladas pegadas a la pared con objetos personales que por la poca iluminación apenas distinguió. En medio del cuarto, una mesa auxiliar rectangular y un sofá del mismo material que el resto del mobiliario iban sobre una larga y gruesa alfombra blanca.
Ran estaba sentado en la silla detrás del escritorio, los codos apoyados sobre la superficie plana y un ordenador abierto y encendido (por las luces) al que atendía. Su cabeza se disparó hacia arriba cuando la puerta se cerró a espaldas de Hope, con ayuda de una mano que la empujaba.
-¿Has dormido bien?
-¿Eh? Sí -apartó la mirada de los cuadros, de los conocimientos que adquirió en las clases de Arte Moderno y cómo les habían enseñado a distinguir la técnica de cada uno de los pintores. No pudo evitarlo.
Los dedos de Ran pasaron varias veces por el pelo revuelto y al natural, echándolo hacia atrás y luego colocándolo como podía. Lo tenía bastante largo a comparación de las veces que lo veía con la gomina, lo que le delató enseguida. Se preguntó si realmente era pereza a cortárselo o si quería batir un record de longuitud.
-¿Por qué me has dejado dormir hasta tarde?
-Estabas cansada, preferí dejarte dormir.
-Tenía cosas que hacer. Clases a las que ir -se defendió.
Ran levantó la mirada suavemente hacia ella.
-No iba a despertar a mi esposa cuando estaba cansada y le debía horas a la cama.
Mentiroso. Era un jodido mentiroso.
Se mordió el labio. El dolor de garganta persistía y cada vez le recordaba más a las lecciones de canto que habían intentado inculcarle sin éxito para que al menos supiera entonar. El resultado fueron varias afonías, revisiones al médico por el desgaste de las cuerdas y problemas para hablar durante días. Claro que para su familia eso fue una alegría; significaba no prestarle atención ni escucharla. Mandaban al servicio a que la cuidaran, y no iban ni a verla cuando la fiebre le subía.
-No lo hagas -le pidió en voz baja.
-¿El qué?
-Compadecerte de mí después de lo que ha pasado -explicó en un tono más o menos orgulloso, decente, digno-. Si quieres decir algo, dilo, puedo soportarlo.
Levantó la barbilla mirando al frente. Ran se alejó de la mesa y se dejó caer en el respaldo con lentitud. El cuero sonó a cada movimiento. La escrutó con la mirada en un silencio extraño que solo fue evitado por el constante ruido de las manecillas del reloj sobre la cómoda de roble a la izquierda del escritorio.
-¿Qué te hicieron para que sufrieras un ataque de ansiedad?
Hope le devolvió la mirada. Una pequeña tirantez en su corazón la hizo conmoverse por la confesión tan a la ligera que le estaba dando. Fue como si le hubieran agarrado el corazón y luego soltado de repente.
-Ya, bueno, eso no significa nada en mi caso, ¿no? -se defendió de nuevo, sin evitar el veneno que desprendían sus palabras-. No a todos nos pasa lo mismo.
Ahora era el turno de ella ser una mentirosa. ¿Qué más podía hacer? Su padre la había amenazado con que si decía algo de su vida en la casa familiar se iba a arrepentir. No podía arriesgarse tampoco a demostrar su fragilidad a una persona que la había atado para castigarla, y en consecuencia, sufrido un ataque de ansiedad.
-¿Me estás mintiendo?
-No.
-Mentirosa.
A Hope casi se le escapó la risa; no pudo ocultar la sonrisa traidora que se le dibujó en los labios y que conseguido levantar la pesadez de la conversación.
-¿Tanta importancia tenía antes para ti que ahora quieres hacerme creer lo contrario?
-Pensaba... -tardó en encontrar las palabras-. Pensaba que te habías acostado con alguien más en el matrimonio que no fuera yo, y supongo que fue eso lo que me hizo reaccionar de esa manera. Normalmente esas cosas no me detienen, pero me afectó.
Hope quería escupirle.
-Y culpaste a Hayakawa de eso -finalizó por decir. Si le sorprendió que supiese una información clasificada entre su guardaespaldas y él, apenas lo mostró cuando la caída de sus ojos cayó sobre ella perezosamente-. Nunca he sido infiel. Ni lo haría. No tienes ni idea de lo que me afecta a mí.
-No te daría una paliza ni te encerraría en la vida por eso, Hope.
Simplemente se limitó a cerrar los ojos, intentando alejar los recuerdos de hace unas horas para no volver a sentir que el mundo se derrumbaba sobre sus hombros.
-Antes no parecías decir lo contrario.
-No es el mejor día para retarme -casi rió, y dejó caer la cabeza contra el respaldo-. Lo último que me faltaba hoy era tener que enfrentar a la fiera de mi esposa que ya me ha demostrado que puede defenderse sola -una pequeña pausa en un silencio cómodo entre los dos-. Si hubiera sabido eso, no te habría puesto un guardaespaldas.
Involuntariamente, la comisuras de Hope se elevaron en una divertida sonrisa. Se acariciaba los dedos con nerviosismo, pero al menos ya no le latía el pecho con fuerza y le generaba esa ansiedad que antes la había llevado al límite.
Se pasó las manos por la cara en un intenso de despejarse. Los ojos le dolían y pestañear le parecía algo casi complicado que le suponía un reto. Era como enfrentarse a algo que te perjudicaba pero que no sabías resolver, como los médicos en la Edad Media cuando pensaban que el cáncer se solucionaba introduciendo carne sana en las extremidades afectadas.
-¿Te duele algo?
-No duermo mucho -respondió cruzando los brazos, la tensión de los músculos de debajo presionando contra la tela-. Supongo que ya lo sabes.
-Podrías cambiar tu horario o algo, así no... -le hubiese gustado decir algo más que una simple recomendación o un consejo, algo referido a pasar tiempo con ella o pasar más tiempo en casa, o algo así, pero no se atrevió-. Podrías dormir más, ya sabes.
La cabeza de Ran se volvió hacia ella y se quedó un rato en silencio. Tic, tac, se escuchaba. Los dedos de Hope se movían contra ellos y se frotaban contra la piel contra la carne y las uñas, raspando los pequeños restos de pintura que podrían haber quedado ahí de las prácticas de ayer. Un acto nervioso que la señalarían de enferma mental pero que en realidad era un reflejo por manías tomadas del pasado. Cuando la encerraron en su habitación, después de la paliza, se acostumbró a dañarse a sí misma pensando que sería mejor que alguna de las personas que estaban al otro lado de la puerta lo hicieran a su manera.
Se apartó el pelo de la cara, pero un mechón rebelde se salió del agarre y le bailó frente a los ojos. Hope se irritó intentando colocárselo.
-Las cosas a veces no son como queremos. Mi parte del trabajo es mayormente nocturno, pero estos días es diferente. Podría decirse que son unas pequeñas vacaciones.
Inspiró y exhaló.
-No son vacaciones si no puedes descansar -contestó de vuelta-. Tienes mala cara, y sigues trabajando.
-Como he dicho, a veces no tenemos lo que queremos siempre.
Cabeceó en modo de respuesta. Quizás tuviera razón. Toda su vida había consistido en tener cosas que no quería y en respuestas secas que no tuvieran sentido más que «por y para la familia».
Si su padre había sido una mujer cualquiera para su progenitor, no tenía sentido haberla dejado con él si tenía más familia con la que vivir. Pero nunca había preguntado el motivo porque significaría tener un castigo como respuesta.
Ahí estaba otra vez esa muralla invencible, compleja e imposible de derribar si no se abría por el otro lado. Había descubierto en ese tiempo, y en lo poco que lo conocía, que la personalidad y vida de Ran eran diferentes una de otra, y que la parte más personal de él pocas veces se dejaba ver porque una pared los separaba. Una pared gruesa que separaba los intentos de Hope de poder comprenderlo, más allá de lo que ya veía, y que quizás era un modo de defensa de protegerse de los más ajenos a su confianza. ¿Eso era ella, una extraña que podría amenazarlo en el futuro? Acababa de confesar que le daban palizas dobles por defender a su hermano -lo que la sorprendió, porque no recordaba haberlo visto en la boda ni en ningún momento-, no muy alejado de la vida que ella había tenido por cometer el más mínimo descontento.
-¿Vas a hacer algo ahora que estás despierta? Tienes que comer algo.
Recostado en el asiento y diciendo eso, le recordó a la actitud de un padre preocupado por su hijo pero sin querer mantener más contacto que esa actitud protectora.
-Lo haré -respondió-. Haz tú lo mismo.
Otro asentimiento sin emoción.
-Lo haré.
Pero Hope no estaba tan segura para cuando se levantó de donde estaba y se acercó a la puerta. De todas formas, no era como si se hubieran preocupado alguna vez el uno por el otro y ahora las cosas hubiesen cambiado. La diferencia estaba siempre ahí. Nunca iban a ser una pareja, menos una familia, y no iban a recuperar el tiempo perdido ahora.
Sin embargo, algo la empujó al borde de preguntarse la razón por la que realmente había ido al despacho al que nunca entraba por una orden que bien en otra situación habría desobedecido. No le habría hecho caso, o quizás sí, pero no con la misma actitud que estaba mostrando ahora; abierta y capacitada para una conversación sincera.
Si las cosas iban a ser siempre así, por lo menos uno de los dos lo había intentando a su manera y lo habían demostrado. El divorcio no era una opción en algo que Hope no sabía bien cómo llevar, y tampoco es que tuviera algún lugar más al que ir después de aquello. ¿Con sus amigos? Demasiados problemas tenían ellos. ¿Con su tía? Era una casa enorme en la que se sentiría incómoda y que jamás podría pagar. Suficiente tenía con pagar la matrícula de la universidad cada año más lo que conllevaba ser un estudiante de Bellas Artes y la inversación en material propio, decente.
-Hope -llamaron, y Hope tuvo un momento de lucidez en el que recordó la forma en la que la había llamado antes de dormirse en sus brazos.
«Hope, mi Hope, respira», le dijo.
En ese momento no se dio cuenta, pero ahora lo hizo. Cayó en la forma suave de llamarla en medio del ataque que su propio cuerpo liberaba contra ella. En la rapidez con la que había reaccionado para quitarle los nudos de las manos y deshacerse de la corbata, tirándola a cualquier lado de la habitación. En cómo sus brazos no la aprisionaron contra la cama, sino que en todo momento se concentró en dejarle el rostro alejado de él para darle su propio espacio...
En cómo, después de irse, la había metido en la cama mientras ella dormía y encargado de taparla y apagar todas las luces para no molestar. De alguna forma, había sabido en todo momento lo que le estaba pasando y lo que le habría gustado que hicieran para cuando se despertase. Solo le faltaba haber preparado su plato favorito, pero dudaba que lo supiera o que alguna vez hubiera escuchado de él.
-Jamás te haría algo que no te gustase.
Aguantó la respiración. Y ella le creyó, aún así. Quería hacerlo. Ignorando todas las alertas que tenía esa oración después de lo ocurrido. Al poco rato, salió del despacho con la cabeza confundida.
Marchó a la cocina obedeciendo la recomendación de su marido ignorando la negativa de su estómago a consumir algo. Aún no lo demostraba, pero si no comía algo ahora estaba segura de que por la noche se levantaría a hacerlo y el horario de comida tendría que cambiar. Mejor hacerlo ahora que tener problemas de alimentación en un futuro, de nuevo. Cuando entró en la cocina, Hayakawa no estaba, pero sí la cocinera revolviendo algo en la encimera y la criada ordenando...algo en un armario de rodillas en el suelo, varios productos de limpieza a su alrededor.
-¿Queda algo de comer? -preguntó, sorprendiendo a ambas.
La cocinera giró el cuerpo hacia ella y le señaló con el mentón hacia la nevera.
-El señor dijo que se hiciera algo de comer para cuando usted despertara. Lo hemos guardado para que se conserve.
Hope asintió y fue a la nevera. Tuvo cuidado de no tropezar con lo que la criada hacía y liarla sin querer. Ya había tenido suficiente con aquella mañana. El estómago le advirtió que no quería nada para digerir, pero hizo casi omiso a su opinión y abrió la nevera de todas formas. La diferencia de temperatura la saludó. Estaba hasta arriba de comida, pero un plato envuelto en papel de film le llamó la atención sobre todas las cosas.
Su plato favorito.
Cada día entendía menos a Ran Haitani.
Pasaron varios días de esa conversación. Hope no volvió a encontrarse con Ran en todo ese tiempo. Lo que hizo en ese período fue volver al ciclo de la universidad, casa, hospital y trabajos de clase.
Su tía esos días había estado mejor. El tratamiento no había sido tan duro como el de la última vez y resultado exitoso en una pequeña parte, tampoco la había dejado tan agotada y permitido pasar más tiempo con ella hablando. Lo ocurrido en casa fue el único tema del que no habló, pero sí se encargó de mencionar que Ran y ella habían hablado y aclarado algunas cosas; su tía le aplaudió el éxito, pero la felicidad no llegó a invadir a Hope como se esperaba. Mintió.
Después de clases, iba a verla, no tan seguido, un día sí y un día no, y le llevaba orquídeas. Las flores se quedaban en la cocina. Cuando regresaba a casa, se concentraba en los trabajos de las asignaturas que más le costaban un rato y al otro se ocupaba de pasar los apuntes a limpio, tomando referencias de libros que había ido a coger a la biblioteca del campus para apoyarse. Con ellos, también pudo buscar información sobre el trabajo final que añadió en la bibliografía cada vez que hacía una mención a uno y a su autor. Al menos no podrían decirle que no estaba haciendo un buen trabajo. Análisis, boceto, trabajo bien redactado... Los exámenes finales eran una tontería al lado de aquella obra con la que también estaba aprendiendo. Lo complicado sería salir al mundo laboral, como decían sus profesores. Quizás en el extranjero...
De vez en cuando rompía el ciclo, pero muy poco. Una vez limpió el estudio.
No volvió a hacerlo cuando se dio cuenta de que era una tontería porque todo volvería a estar sucio y tirado en cada esquina. Algo de lo que se dio cuenta fue de que su habitación era apenas su habitación. Tenía el mismo tono minimalista que el resto del ático, como si en realidad quien viviera allí fuera la inmobiliaria que revisaba el piso y lo mostraba al público. La única parte que podría tener su toque, como se refería ella a algo que tuviera su esencia, era su estudio de trabajo, y quizás el baño compartido del cuarto principal.
Decidió anotar en una hoja de su libreta de ideas todos los objetos que eran suyos, y se dio cuenta de que no tenía tantos como la casa demostraba, y que su mente efectivamente estaba jugándole malas pasadas de nuevo. En su otra casa, lo único suyo era una habitación más parecida a la de un castillo de época por su sobriedad que el de una adolescente como lo fue en su momento.
El cuarto día empezó a hacer un boceto de la habitación y de la casa a como le parecía, a una escala reducida en su cuaderno de dibujo. Cuando llegaba a una asignatura que no le resultaría difícil aprobar o se marchaba a la biblioteca a repasar los contenidos del día, añadía objetos que quizás sí le dieran su esencia personal a una casa que en ese tiempo no había mostrado interés por cambiar. Terminó encargando el marco de un cuadro.
Al parecer, reponer el material de clase y de casa no estaba disponible esos días en el mercado para enviar a casa, así que para hacer la compra tuvo que dejar que el pedido se hiciera en la tienda y acordar que ella fuese cuando le mandasen el código. Hope no entendió bien esa política al cliente hasta que, en un impulso de hacer algo nuevo, encendió la televisión y vio las noticias.
Lo que Anabella había contado de las mafias y los yakuzas y los policías en el bar dejó de parecerle una tontería cuando la primera noticia que sonó fue la muerte de una banda resonada en las calles que había resultado, no solo en el exterminio de todo un clan, sino en el asesinato de los civiles que pasaban por ahí a manos de la organización que más aparecía en las noticias y de la que los policías solo conocían el nombre y apenas tenían imágenes de los integrantes y el líder. Empezaba a sospecharse que tuvieran uno, sino varios, debido a la diversidad de acciones que ejecutaban en aquellos últimos meses. Hope miró ensimismada, sentada en el sofá de la primera planta, cómo la reportera lo contaba, con tanta frivolidad en los rasgos y preocupación en el tono, alternándose con los vídeos recopilados en redes sociales y oficiales de la cadena de televisión.
Una nueva potencia, decían, que pronto controlaría todo el continente asiático. Seriamente, no parecía algo al azar. Ahora, en lo personal, desconocía cómo funcionaban.
Resultaba curioso cómo las noticias contaban de primera mano la situación y la policía colaboraba. Normalmente, cuando colaboraban juntos, era porque algo grabe estaba sucediendo, como un secuestro o algo que afectase a la población. De nuevo, la imagen del jefe de comisaría salió en pantalla recomendando no salir hasta altas horas de la noche y evitar quedar en barrios con tendencia a los conflictos. A su vez, advertían a las mujeres y a las madres evitar acercarse con hijos a ciertos lugares que pronto olvidó o quedarse solas. Le prestó gran atención a ese detalle. «No quedarse solas», habían dicho. Las mujeres solían ser el centro de muchos problemas, sobre todo en la población resentida, pero ahora imaginaba que no valdría arriesgarse sin tener un motivo importante. Tampoco es que ella pudiera hacerlo.
Desde la advertencia de Ran, Hayakawa se quedaba todo el rato con ella y se alejaba apenas unos metros cuando estaba en casa. Si su intención era cortarle la respiración ahora que no estaba con ella, por ahora lo estaba consiguiendo.
Por ahora, repetía. Porque un día de estos iba a despistarlo y perderlo para poder vivir sin alguien que caminara a sus espaldas o que, al mínimo intento de amenaza de su espacio, interfirieran en su camino. Anabella y Joshua seguían sin preguntar sobre el extraño hombre que había aparecido en el bar a recogerla, y casi que mejor. ¿Qué iba a decirles, que era su esposo, quien nunca estaba con ella, el que había ido a por ella porque no le cogía una llamada? Sonaría tóxico y rídiculo. Y una excusa. Por otro lado, su amigo con familia propia había faltado a clase más días de los que había dicho. Hope pensó en ir a hacerle una visita.
Hayakawa estaba en el comedor mirando por el ventanal al otro edificio cuando Hope lo encontró. Lo había buscado en la planta de arriba pensando que quizás estaría distraído en alguna de las habitaciones sobrantes del apartamento. Se había vestido con unos vaqueros, una camiseta clara con un encaje sofisticado en la parte del escote y una chaqueta abierta de punto marrón. Llevaba los zapatos en la mano y un bolso.
-Señora -hizo una reverencia.
-Tengo que recoger unos paquetes a mi nombre para hoy. Pensaba salir ya antes de que se hiciera tarde y perder la oportunidad.
Asintió con la cabeza.
-Avisaré al conductor.
-¿Puede ser solo contigo? Tengo que ir rápido antes de que cierren y luego hacer otras cosas -le preguntó directamente-. No tardaremos mucho.
Hayakawa se dobló por la mitad accediendo. Hope asintió, satisfecha de haberlo conseguido.
-Como diga.
Las puertas del ascensor se abrieron, solo para descubrir que ya había alguien dentro. Normalmente no era una forma de encontrarse con los vecinos. En el tiempo que había vivido allí, los vecinos se reunían en el garaje para conocerse, no yendo a los apartamentos de los otros porque hacía falta una llave para acceder a cada planta.
Hayawaka reaccionó más rápido, poniendo el brazo entre las puertas que se abrían y el cuerpo de Hope, una mano en la espalda que señalaba que ese día estaba usando el arma -¿la llevaba siempre?-, para que al acabar el recorrido fuera una realidad completamente diferente. La persona que estaba en el ascensor estaba al final de este, en la zona del espejo, apoyando la espalda contra la superficie y la cabeza echada hacia abajo. Los brazos se abrían a cada lado del cuerpo, los músculos marcados en la camisa remangada, sujetándose a la barra de apoyo, las largas piernas cruzadas. Varios mechones de pelo le bailaban en el rostro paliducho y afilado.
La posición de Hayakawa se relajó al reconocerlo. Con la camisa por fuera del pantalón, los tirantes de cuero que le recordaban a los que la policía utilizaba para guardar el arma, pero sin arma esta vez, y el chaleco colgando de la mano, en otro momento no lo habría reconocido. Habría pensando que por un momento el sistema de protección estaba averiado. La postura agotada lo distinguía.
No era más que una realidad contraria que jugaba con ella a su antojo.
-Hola -saludó.
Se quedaron como dos tontos ahí. Por primera en mucho tiempo, el pecho de Hope se infló y sintió más ligero. Tanta tensión para absolutamente nada.
-¿Vas a algún lado? -preguntó en voz baja, dejando la chaqueta que se había quitado antes de entrar en casa sobre la superficie del sofá.
-Tengo que recoger un pedido.
Arqueó una ceja.
-¿Tan complicado es que te traigan una caja de...? -no acabó la oración. Hope se dio cuenta de que no sabía a lo que se dedicaba mientras él no estaba. Una parte de ella crujió.
-Pinturas y cosas -acabó ella, viendo que desconocía lo que iba a buscar o lo habían omitido-, ya sabes, de arte.
Su vocación. Su amor por la pintura. Y él ni siquiera sabía a lo que se dedicaba, en lo que trabajaría cuando acabase los estudios. ¿Sabía acaso que estaba en la universidad?
-Cosas de arte -se frotó el ceño con una mano y cerró los ojos; cuando los abrió, un suspiro escapó de sus labios e hizo el amago de buscar algo en sus pantalones-. Dame un momento. Encargaré a alguien para que te las recoja.
Hope lo siguió con la mirada mientras empezaba a caminar hacia, posiblemente, su despacho por la puerta de atrás. La mano que lo agarró por el antebrazo lo detuvo de intentar huir de nuevo, de dejarla sola ahí y sin poder defenderse. Ran la miró por encima del hombro, como si la molestia que lo hubiera alterado con su respuesta hubiese cambiado y fuera alguien.
-Voy a salir porque tengo más cosas que hacer -le dijo-. No encargues nada.
-¿Ibas a volver a salir? -preguntó lentamente, mirándola de pies a cabeza. No iba con ropa de fiesta, ni de nada, pero la última vez había salido con lo primero visto en el armario y probablemente estuviese preguntándose si iba a volver a hacerlo-. ¿A otro bar?
Las mejillas se le colorearon, aunque intentó que no se notase. Hope frunció el ceño, claramente irritada. Se cruzó de brazos y, con un tono más serio le respondió:
-¿Qué? No. Son cosas de clase, y porque quiero ver a un amigo.
-Demasiadas preguntas para respuestas tan vacías. ¿Necesito saber el nombre de tu amigo o quien sea que vayas a ver? -dijo, en un tono más fuerte.
-No, pero...
Antes de poder acabar, Ran dio un fuerte tirón del brazo, saliendo del agarre que ella aún mantenía sobre él, pillándola por sorpresa, y se alejó a zancadas aún más rápidas de donde habían estado.
Lo siguiente que vio y escuchó, fueron la puerta cerrándose de un portazo y el clic de un pestillo.
Ran Haitani no la llamó.
La fiebre de Elsa disminuyó poco después de cenar. Hope había ido a casa de su amigo después de acabar sus compras y encontrado a la niña sudando y con fiebre alta. Se quedó con ellos toda la noche. Ran no la llamó de vuelta cuando le dio el mensaje a su guardaespaldas de avisarle.
Kai fue capaz de respirar por sí solo después de eso, y en un momento llegó a quedarse dormido con la niña aún en brazos empezando a cabecear. Por el otro lado, Hope estaba llena aún de energía y recogió la casa de forma que quedase medianamente decente para un padre soltero con una hija de un año que empezaba a llevarse cualquier cosa a la boca. En total llenó dos bolsas de basura hasta arriba, y le ordenó a Hayakawa que las fuera a tirar mientras ella se quedaba en la casa ordenando. Hayakawa no puso mucha queja.
Se encargó dejar los apuntes limpios y cuidados en un sitio donde pudiera verlos y no destrozarlos; la encimera de la cocina, pegados al borde y con un soporte duro para que no volasen por cualquier corriente tonta de aire. Hizo todo como pudo y con cuidado, mientras que la niña la observaba desde su corral de juegos pegado a la esquina del salón y se divertía tirando juguetes al suelo. Hubo cierto momento en el que deseó pegarla a la pared para que dejase de molestar. Cuando tuvo todo recogido y el orden, fue a la habitación y cerró la ventana abierta para ventilar y volvió al salón a por Elsa. Esta lanzó un quejido lastimero y se frotó el ojo con su puñito cerrado a la vez que escondía el rostro en su cuello; Hope se quedó petrificado por el gesto.
¿Desde cuándo le caía bien a los niños? ¿Desde cuándo Elsa se vendía a la primera de cambio? Tapó a Yuta con el edredón de la cama en el suelo, poniendo una almohada al lado de su cabeza para que la próxima vez que se moviera, estuviera sobre una superficie blandita, y le recordó a la pequeña bebé que tenía en brazos que ninguna mujer tenía que hacer eso gratis por otra persona. En especial, un hombre.
Elsa sollozó una vez más, y entonces se fue a la cuna de cabeza. Acarició su cabeza un par de veces hasta que sus enormes ojos empezaron a cerrarse, producto del sueño y el agotamiento de un posible resfriado infantil. Al hacerlo recordó que era lo mismo que había visto hacer a su niñera con su hermana hasta que se dormía a causa de los terrores nocturnos que la acechaban.
De pequeña, solía tenerlos con mucha frecuencia y corría a su habitación a decírselo. Solía despertarse porque sentía su mano moverla, o su voz llamándola, con el rostro pálido y abrazando un enorme peluche suplicaba que la ayudase con el monstruo que dormía en su armario. Al final Hope la dejaba durmiendo con ella hasta que se despertaba antes que su hermana y la llevaba en brazos a su habitación evitando al personal del servicio que se preparaba para despertar a las niñas.
El viaje de vuelta a casa fue silencioso. Las calles estaban oscuras y no había ni un alma que pudiera tranquilizarla. Solo estaban abiertos los establecimientos veinticuatro horas de comida rápida y gasolineras. No debían de ser más de las doce, tal vez, cuando llegó al edificio. Hayakawa fue con ella todo el rato. Solo se separaron cuando tuvo que aparcar el coche, pero ella esperó pacientemente en el cubículo del ascensor hasta que apareció y pudieron subir.
Supuso que Ran estaría en casa, esperando, a que ella llegase para pedirle explicaciones. O no. Tal vez lo dejara correr como siempre, pero con la llamada y el teléfono apagado...lo dudaba mucho. Lo había intentado llamar y dejado varios mensajes. Nada funcionó.
-¿Te ha llamado?
-Sí, señora.
-¿Le dijiste lo que te ordené?
Un asentimiento.
Hope notó los tensos rígidos, pero al menos ya no pesados y dolorosos. Se tocó la frente y pasó los dedos por el pelo. No había dormido mucho la noche anterior, y el sueño empezaba a acumularse. Lo último que quería era discutir a lo tonto; añoraba su cama y la sensación de relajación cuando se tumbaba en ella, o cuando se levantaba sin miedo a las acciones que pudiera haber hecho hace día.
-Cuando lleguemos a casa -comenzó a decir, guardando el móvil de nuevo en el bolso-, déjame a mí hablar, ¿vale?
-Por supuesto.
No hablaron más. Pero no estaba tan segura. Ran iría por la opción fácil, pensaba, que era preguntarle al hombre que pagaba por protegerla y llevarla a todos lados dónde había estado. En vez de a ella. Por lo menos era lo que su padre hacía cada vez que salían. Una relación basada en la desconfianza y en las infidelidades que, al parecer, solo podían darse en el caso masculino. Y acabarían discutiendo porque ella no iba a pensar en quedarse callada, esperando ser el trofeo de alguien.
La otra opción, era que no estuviese en casa. ¿Podría suceder? No parecía imposible. Aunque para eso tendría que haber llamado a Hayakawa para avisarla, ¿no? Y Hayakawa acababa de decirle que había hablado con él. Sería de tontos marcharse teniendo una oportunidad como aquella.
El ascensor se detuvo y Hope tuvo un momento para recomponerse antes de que las puertas se abrieran. Hayakawa se hizo a un lado para dejarla pasar. Se pasó una mano por la cara, para despertarse, que de poco sirvió. Necesitaba una ducha, tumbarse en la cama... En cuanto salió, unos brazos agarraron los de Hope y tiraron con fuerza de ella. Antes de poder emitir cualquier sonido, Hayakawa se giró hacia ella por reflejo, seguramente al no poder verla avanzar en su campo de visión. Intentó revolverse sin éxito de la persona que la agarraba, solo para encontrarse con la sorpresa de que no era Ran.
Hope se sobresaltó y empezó a luchar para liberarse, pera la persona la mantenía agarrada, sus ojos fríos y calculadores. Ran estaba delante de ella, con la misma ropa de ayer, el pelo echado hacia atrás y una mirada que dejaría seco a cualquiera que se atreviese a mirarlo directamente a los ojos.
-¡No!
El puño de Ran golpeó contra el rostro de Hayakawa sin importarle que llevase las gafas y pudieran tener un accidente. Los dos; él en la mano y el otro en la cara. El sonido rebotó en el eco del ático como el chasquido de un látigo. Hayakawa se tambaleó por la sorpresa y cayó al suelo como si nada. ¿Cuánta fuerza tenía?
-¡Ran!
Pero él no le devolvió la mirada ni hizo nada para ir con ella en ningún momento. Hope intentó patear a la persona que tenía detrás, pero solo consiguió apretar el agarre que tenían sobre ella. El cinismo que reflejaba le estremeció hasta los huesos.
Una de las manos agarró la parte de atrás del uniforme de su guardaespaldas y tiró de él. Lo arrastró por toda la primera planta, aprovechando su estado de semi-inconsciencia, mientras Hope le gritaba que se detuviera, que era suficiente. Al igual que antes, la ignoró y marchó con el cuerpo de Hayakawa a la terraza. Lo único que consiguió fue dejarse la garganta entre voz y orden que no fueron cumplidos por su posición. Tuvo el «detalle» de cerrar la puerta de la terraza a sus espaldas cuando salió, el viento golpeando con fuerza ambos cuerpos.
La persona a sus espaldas no daba de sí. Su fuerza doblaba la suya por encima de todo. Desde allí, podía ver lo que sucedía con el cuerpo de Hayakawa y las manos de Ran sobre él cuando lo dejó caer contra el suelo de cemento.
-¡Para! ¡Para! ¡No ha hecho nada! ¡Suéltame, joder!
No la escuchaba. Y si pudiera, no lo haría de cualquier forma. Un tirón hacia atrás con más fuerza la movió de donde estaba. Sus pies se enredaron y tropezó, pero en ningún momento apartó la vista de su descontrolado marido y el cuerpo inconsciente de Hayakawa. El primer golpe fue una larga pero profunda patada que torció el cuello del guardaespaldas y provocó un jadeó en Hope. La sangre salió de su boca y manchó el cristal.
Hope se quedó mirando esas gotitas de sangre, cómo seguían su camino en descendente hacia el suelo. Sin poder siquiera reaccionar, vino el otro; agarrándolo del cuello de la corbata, un puñetazo en la cara. Y luego otro, y otro, y otro, en el mismo sitio. Su mandíbula empezó a golpear, un rostro sangrantes que chorreaba a cada golpe y reacción.
Y de la nada, un ruido que rompió todos los esquemas de Hope, que luchaba contra la otra persona sin resultados.
Todo se detuvo.
El corazón de Hope dejó de latir para luego regresar con una fuerte subida de energía que descendió hacia sus piernas. Los brazos de la tercera persona, un extraño para ella que miraba la escena sin reacción, la dejó libre y ella salió a la carrera. Tiró con tanta fuerza de la puerta de cristal que temió que con ella cayera todo el complejo, pero aún así no se detuvo. Fue corriendo hacia las dos personas que había visto matarse, una más que otra, y se congeló cuando vio lo que efectivamente era una escena grotesca. No supo cuándo había empezado a temblar, pero se descubrió a sí misma pálida y sin saber qué hacer.
-¿Qué has hecho? -preguntó en un murmullo. Hope se llevó las manos a la cara, examinando lo que tenía delante. De cerca era peor que de lejos, cuando apenas podía ver y escuchar nada más que unos gritos y unos sonidos opacados-. ¿Qué has hecho?
Hope lo miró, en shock, sin saber qué más decir. Su mirada era dura, aunque había algo en sus ojos que no podía adivinar. Se quedó en donde estaba con el cuerpo rígido y... La sangre.
-Aléjate de él.
-¿Qué has hecho? -preguntó de nuevo. La mano cayó de su rostro cuando se volvió a mirarle, a enfrentarle. Su respiración pesada sacudía el pecho cubierto por una camisa blanca inmaculada que, de alguna manera, dejaba unas transparencias negras de fondo que llamaron la atención de Hope.
Lo había matado.
Había matado a la persona que cuidaba de ella, que había estado con ella esos dos años y que jamás le había sido desleal. La misma persona que hacía unos días casi la forzaba en contra de su voluntad y le ordenó permanecer pegada a ella para no ponerla en peligro. Había obedecido. Se había quedado con ella todo ese tiempo como el perro fiel que era. Entonces, ¿por qué hacer eso? ¿Por qué hacer eso con ella delante, en su casa, en el sitio donde ella pasaba más tiempo y que no podría volver a ver?
-Ven aquí.
-¡No me toques! -su voz era fine, el tono cortante y lleno de dolor, reflejando la furia y el miedo que le corría por dentro-. ¡Ni se te ocurra tocarme!
De un momento a otro, Hope ya estaba encima suya golpeando con fuerza contra su pecho. Ran permaneció inmóvil en todo ese tiempo, con la cabeza mirando al frente y sin levantarle la mano como habría esperado de una persona que acabase de matar a alguien en frente de otra.
Golpeó, pateó y gritó («te odio», «eres un asesino», «eres un monstruo sin sentimientos», «deberías haber sido tú», un sin fin de palabras que salieron de su boca sin filtro) todo lo que pudo hasta quedarse a gusto, pero de nada sirvió. Parecía una estatua, inmovible e indolora, después de todo aquello.
De repente, se dio cuenta de que estaba llorando y se alejó de él. La respiración agitada que la sacudía se volvió irregular de nuevo. Los restos de sangre en la ropa de Ran, ahora pegada a la suya, la hicieron marearse. El estómago se sacudió y sintió como si se hubiese subido a una montaña rusa de emociones. La rabia a flor de piel le hacía cosquillas en las manos, aunque quizás eso se debiera a los golpes continuos en el pecho de Ran. Poco le importaba a qué debiera.
Se las miró, y se sorprendió al verlas manchadas de sangre fresca, aún goteante y escurridiza, y temblorosas. Picaba. Mucho. ¿Cómo iba a dibujar ahora? ¿Cómo iba a terminar el trabajo, la carrera que iba a acabar en unos meses? Ran no solo le había amargado la vida durante dos años, sino destrozado su sueño. Su vida. Haciendo que los dos ahora fueran culpables; él por asesinar y ella por ser cómplice.
-Ran, es tarde, ¿te ocupas o me encargo yo? -sonó una voz distorsionada. Era la tercera persona, el chico joven que la había estado sujetando mientras sucedía todo aquello en la terraza. Su mirada gélida le recordaba a la de Ran.
-Ocúpate de este -«este», se repitió. Aún tenía el orgullo de referirse así a la persona que cuidó de Hope durante todo el tiempo que él no estaba-. Yo me encargo del resto.
Antes de que pudieran hacer algo, Hope se tiró al suelo de rodillas al lado del cuerpo moribundo de Hayakawa y los fulminó con la mirada. Ahora que se fijaba, vestían un estilo bastante similar en cuanto al traje y el tono con el que hablaban, tan confiado y seguro en sus acciones. Sus ojos...la forma de mirarla era también idéntico.
-Hope -dijo Ran, con voz grave y con una cara que le dejó claro que no estaba para juegos-, aparta.
Al ver su expresión, se sintió aún más angustiada. Su pecho subía y bajaba con rapidez y, aunque deseaba confrontarlo, no podía evitar sentirse abrumada por la situación.
-Lo has matado -el tono con el que lo dijo fue más grave del esperado, y penoso por el dolor que aún se instalaba en su garganta después de los gritos-. Has matado.
Se acercó a ella de una zancada y estiró el brazo. Como la última vez que discutió con ella, Ran fue a agarrarla del brazo para llevársela con él. A diferencia de ese día, Hope hizo fuerza con su tronco inferior en sentido contrario, cruzando los pies bajo su cuerpo. Escuchó a Ran bufar al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Llegó a utilizar el otro brazo en un momento, pero al ver que tampoco conseguía levantarla del todo se puso a su altura.
El olor a sangre y colonia que se mezcló en el aire la aturdió en el momento que abrió los ojos para encontrarse con los de Ran. Mientras los suyos seguían empapados en lágrimas e hinchados y ridículos en su punto de vista, los de su esposo irradiaban ese hielo característico de la soberbia y una llama por atreverse a desobedecerlo. Pudo verse reflejada en ellos: pelo revuelto y ropa descolocada. Una apariencia ridícula acorde a lo que estaba haciendo.
De fondo podía escucharse la suave risa de la tercera persona, como si se estuviera divirtiendo con la cómica escena de matrimonio digno de una sitcom.
-Ho...
Hope y Ran giraron la cabeza al mismo tiempo. La mirada del otro chico se levantó de suelo y miró con cierta sorpresa en el rostro lo que sucedía. La cara destrozada y ensangrentada de Hayakawa le devolvían una mirada lastimosa y moribunda. Hope nunca había visto un muerto, pero los estudiantes de medicina forense decían que era como ver el estado humano más alejado de la vida en todos los sentidos. Lo descubrían como una experiencia inolvidable y única, y quizás tuviera razón.
Hope nunca olvidaría lo que estaba viendo.
Tenía dos orificios de bala a quema ropa en dos lugares diferentes, el hombro derecho y el vientre. Desconocía los puntos sensibles y más cercanos a la muerte de un humano, pero estaba seguro de que esos dos eran uno de ellos. Un charco de sangre espesa y caliente en el que Hope estaba sentada de rodillas lo rodeaba. Las piernas estiradas de vez en cuando soltaban un tic nervioso que le recordó al de un animal herido de gravedad. Pero él respiraba. Pesada y lentamente, pero respiraba. Hope se estiró para limpiarle la cara de toda la sangre y los golpes que había recibido. Tenía que hacerlo.
Intentar salvarlo aunque fuera una tontería y estuviese condenado. Los rasgos quedaron más o menos distinguibles pese a sus intentos de dejarlo claro. Él...no tenía ningún lunar debajo del ojo.
-Hop...e -repitió, ahora más lento, saboreando el nombre y todo lo que conllevaba. El frío se instaló en sus brazos, y ahí donde Ran agarraba con fuerza para tirar de ella.
En un momento de debilidad, el cuerpo de Hope permitió que lo levantaran de donde estaba. Las dos manos de Ran agarraron sus muñecas y las mantuvieron descubiertas para él. Tenía las palmas manchadas, las muñecas con rastros de sangre. Entonces se dio cuenta. Estaban en problemas. Él por asesinato y ella por complicidad; le daba igual la tercera persona. Iban a ir a la cárcel. Irían a por ellos. Si nadie los había visto, alguien tendría que haber escuchado los disparos en la madrugada. No un vecino madrugador ni el que tuviera problemas para dormir, pero sí uno que estuviera cerca de ellos.
Y llamaría a la policía, y verían aquella escena y los meterían en la cárcel sin necesidad de juicio porque el cadaver estaba ahí y las huellas estaban en la pistola. Miró hacia la pistola, guardada en el pantalón de Ran de forma que la chaqueta pudiera ocultarla.
El mundo empezó a girar en sus ojos. Dejó de sentir los dedos de las manos en el momento que se dio cuenta que estaba helada y que el aire frío que corría por la terraza del ático, en la planta más alta de todas, golpeaba con fuerza.
-Vas a ir a la cárcel -empezó a decir. Ran le devolvió una mirada extraña que no supo interpretar, pero que podría haberse acercado más al interés que a la frialdad de un psicópata-. Has matado a alguien. En casa. Aquí. En nuestra casa.
-No voy a ir a la cárcel.
-Nos van a detener y nos pudriremos en la cárcel por asesinato. Vendrán... Van a venir.
Empezó a murmurar más cosas para sí misma que para las dos personas que estaban ahí. El chico se había puesto de cuclillas al lado del cuerpo de...esa persona que no se parecía a Hayakawa. Las manos de Ran se pusieron sobre sus mejillas y le giraron la cabeza hacia él.
-Es resistente.
-No vamos a ir a la cárcel porque nadie más que nosotros tres lo sabemos y no saldrá de aquí -declaró. Le sustuvo la mirada hasta el punto en el que solo podía ver el amatista de sus iris y sentir su respiración contra ella. Hope solo sentía la aspereza de la sangre contra su piel y los dedos de él moviéndose sobre sus mejillas para apartarle las lágrimas torpemente-. Está vivo, Hope, apenas respira.
Sus ojos se suavizaron por un segundo, como si por un momento entendiera lo que ella estaba sintiendo. Pero la lucha interna era evidente.
-Voy a sacarle información -anunció el chico, con un tono animado y adecuado a la situación-. Tendré que conseguir bolsas de sangre para una transfusión.
Ran desplazó los ojos hacia él tras acariciarle las mejillas una vez más a su esposa. Inhaló un par de veces, hasta que se dio cuenta de que los rastros de colonia habían desaparecido.
-Pregúntale qué le ha hecho a Hayakawa.
Hope reprimió un sollozo. Si ese no era Hayakawa, ese hombre era otra persona. Y había estado con ella...¿desde cuándo? ¿Desde que habían salido? ¿Desde qué momento? ¿Significaba que había estado todo el rato con ella y no se había ni dado cuenta de que no era Hayakawa?
-Le partiré de paso algún que otro dedo hasta que confiese para quién trabaja y qué pretendía hacer.
-Avisa a los demás para que tomen responsabilidad de sus propios agentes y lo tengan en cuenta -propuso de seguido Ran. Hope se quedó de piedra mientras los escuchaba hablar con tanta intimidad y profesionalidad.
El chico suspiró.
-La próxima vez que vuelva ocurrir hazlo en otro lado. Sacar un muerto de un edificio público es más complicado -se rascó la nuca incorporándose en la totalidad de su altura. Era alto, per más lo era Ran y aún así a ella le costaba adivinar cuánto podría medir. Sus complexiones eran similares, así como sus facciones, pero se diferenciaban en la forma de actuar. Mientras uno se tomaba las cosas con calma y se quejaba en voz alta, el otro era imperativo y disfrutaba de dar órdenes para que las cumplieran-. Mikey ya tiene suficiente con lo suyo como para que nosotros molestemos.
-¿Quién es Mikey? -se atrevió a preguntar.
Los dos hombres volvieron la cabeza hacia ella sorprendidos. Llevaban hablando entre ellos todo el rato, con ella escuchando, y no habían recordado que estaban en presencia de una civil que podía interferir en sus planes. Sin intercambiar palabras, actuaron cada uno a su manera. El chico de traje azul, pero un azul ni claro ni oscuro, intermedio, buscó en sus bolsillos y de estos salió un móvil de pantalla plana que empezó a utilizar. Por el otro lado, uno de los brazos de Ran bajaron hasta su cintura y la impulsaron a caminar con él hasta abandonar la terraza.
No sabía cómo estaba caminando cuando apenas podía sentir las piernas. Le temblaba todo el cuerpo, pero el agarre de Ran le impedía desmoronarse como un trapo. Fueron al despacho cruzando el comedor y la sala de juegos, donde se encerraron. Las luz de la lámpara de pie estaba encendida e iluminaba una esquina del cuarto. Entonces, Ran la soltó y ella pudo ser libre de responder a sí misma.
Pero, ¿qué debía hacer? ¿Gritar? No le quedaban fuerzas para hacerlo y la situación, al parecer, estaba mejor controlada de lo que pensaba al principio. ¿Empezar a gritarle a Ran que era su culpa? Ya lo había hecho, y no tuvo sentido porque también tenía las cosas controladas. La mirada que le dio a Hope en respuesta a sus acusaciones fue suficiente para darse cuenta de que poco le importaban las consecuencias mientras sus deseos se cumplieran. ¿Ponerse a llorar? También hecho. Y seguían cayendo aunque fuera incapaz de reaccionar a cualquier otra cosa. La conmoción de los disparos, del golpe de Ran cuando menos se lo esperaba, su mirada fría y la risa divertida de ese chico...
Hope fue a sentarse al sofá y se dejó caer sobre él. ¿Qué estaba haciendo? Podría haber salido corriendo en cualquier momento, aunque fuese por la salida de emergencia y enfrentarse a las escaleras, y llamar a la policía. ¿Cuándo había tocado techo? Ella no era una criminal. Se suponía que no estaba casada con un asesino temerario. Hope sollozó. ¿Cómo había olvidado el pequeño, gran, detalle de que llevaba una piscina y Hayakawa podía tener órdenes de disparar a todos aquellos que se acercaran demasiado a ella? ¿Cómo no se había dado cuenta en ese tiempo de que, en secreto, aquel despacho podría ser parte de una organización criminal como la que hablaban en la televisión?
Entonces eso la convertiría en una socia indirecta, ¿no? O en una cómplice. Y al ático, al sitio que había empezado a considerar su hogar, la sede de donde salían muchas de las órdenes. ¿Por qué todo estaba torciéndose? ¿Por qué? ¿Por qué tenía la necesidad constante de arruinar todo?
Ran se sentó a su lado y le extendió la mano hacia la mejilla. Sin embargo, Hope se la golpeó y alejó de él todo lo que pudo en ese caro sofá. Sus ojos se oscurecieron.
-¿Quién eres?
El miedo, la rabia y la tristeza la impulsaban a moverse con cuidado, pero también un profundo deseo de querer saber la verdad. La verdad.
Tenía manchas de sangre en la cara, la mandíbula tensa y unos ojos oscuros que le devolvían una mirada seria y casi reverente, pero sin alejarse de...una pizca de preocupación. Una calidez que buscaba en la suya a toda costa y que estaba lejos de devolvérsela. Había intentado tocarla con la mano manchada también de sangre y los nudillos, ahora que se fijaba, rotos por los golpes continuos en la cara. El intento de tragar le costó una barbaridad. Tenía la piel levantada, rasgada y aún sangrante en una sola mano. La otra, estaba roja por la sangre que le salpicó el rostro y la ropa.
Tuvo ganas de vomitar. Lo sintió, pero nunca le salió el impulso. Solo sentía las nauseas y el revoltijo en el interior de la barriga que la estremecía y recordaba: «no te acerques a él. No te fíes de él. Te hará lo mismo». No dudó en esa teoría. Había intentado atarla y someterla en un momento, y luego le recordó que nunca le haría lo mismo para días después, ahora, ir con el cuento de que la protegería de todo. ¿Qué persona era Ran que hacía todo sin preguntar a los demás? ¿Le daban...siempre la razón todo o qué diablos pasaba?
La puerta estaba cerrada. La opción de huir no podría ser, entonces. Aunque tampoco es que pudiera. Con lo que escuchó ahí fuera, dudaba que el ático estuviera libre en un tiempo como para poder moverse con libertad. Y Ran...no tenía cara de soportar juegos como el gato y el ratón de nuevo. Por primera vez, Hope le devolvió la mirada retándolo a que le respondiera a la pregunta. Pudo advertir cada uno de sus gestos y rasgos más profundos de los que nunca se había percatado. Ni en el beso que compartieron en el ascensor hace días.
Su piel era blanca y parecía de esa clase de «sensible a cualquier producto», bien cuidada y brillante sin necesidad de cremas de rejuvenecimiento. Aún era joven, ambos lo eran, pero él tenía esa belleza etérea y extraña. Sus pómulos eran altos, marcados, y una mandíbula bien marcada que sujetaban unos rasgos atractivos y maduros. Sus labios, uno más grande que otro -el inferior sobre el superior-, le parecieron sensuales la primera vez que lo conoció y habló con un tono desafiante a las normas (lo que probablemente le llamó la atención) y diplomático.
Debajo de todo eso, se escondía un ser que no conocía y con el que llevaba durmiendo dos años. ¿Qué tipo de cosas podría haberle hecho mientras dormía?
-Soy el hombre con el que te comprometiste.
-A él tampoco lo conocía porque apareció un día y al siguiente ya estábamos comprometidos -una lágrima rebelde estuvo a punto de caerle por la cara, pero fue más rápida y disimuló el gesto de quitársela con limpiarse la sangre. Sangre de humano. Volvió a temblar-. Has matado a alguien y no estás temblando -dijo, frotándose la costra de la sangre seca que empezaba a formarse en los dedos-. ¿Cómo quieres que confíe en ti si has hecho eso?
Ran inspiró con profundidad. Se pasó la mano por la cara para despejarse y se tomó un momento para aclararse. En ese tiempo, Hope lo observó moverse por el despacho. Si bien el traje era el mismo con el que se había presentado en casa hacía unas horas antes de irse, la diferencia estaba en que la chaqueta estaba perdida y tenía el pelo despeinado por la agitación. El fuerte mentón marcado estaba tenso y los músculos del cuello lo mismo.
-Soy Ran Haitani y tú eres Hope Wägner, la mujer con la que estoy casado y a la que prometí proteger de todo peligro.
Recordaba sus votos matrimoniales. «En salud y en la enfermedad. En la pobreza y en la riqueza. Por y para siempre, yo, Ran Haitani, prometo serte fiel y protegerte hasta que la muerte nos separe». Ahora solo parecían un chiste mal contado por el realismo que tenían.
-¿Por qué has matado a Hayakawa?
-Ese no era Hayakawa.
-Entonces dime por qué estaba conmigo.
-Hayakawa está muerto de verdad, Hope -soltó de repente-. Me llamaron hace dos horas para decirme que habían encontrado su cuerpo en un callejón de Shibuya.
Hope se agarró el pecho. Todo lo que podría haber dicho se le quedó atascado en la garganta y dejó de pensar. Volvió a pasarse las manos de la cara, quitándose el pelo oscuro de la cara e intentando no fijarse en el leve temblor que la sacudían de pies a cabeza.
En cuanto se las quitó, los dedos de Ran empezaron a tamborilear contra el pantalón. Eso la puso aún más nerviosa.
-¿Por qué? -la voz se le atascó en la garganta y sonó como un quejido lastimero de un animal moribundo.
-Cuanto menos sepas, es mejor para ti -sonó como una recomendación pero le dio más sensación de advertencia que de lo otro. Hope negó con la cabeza.
Se negaba a pensar que Hayakawa estuviera muerto y que todo aquello fuera por nada.
-Quiero saberlo -dijo de golpe-. Todo.
-Si te contase todo, no me creerías o preferirías no hacerlo. Serías cómplice y te volverías loca.
Apretó los puños contra la tela de su ropa. Solo fue ahí cuando se dio cuenta de que tenía las uñas manchadas de sangre seca y las cutículas sucias. Una sensación fría recorrió tanto la espalda como los costados de Hope invocando una rabia.
-¡Intentalo! -exclamó-. Tengo el derecho de saber lo que está haciendo mi marido cuando no está en casa, con quién está y en qué problemas anda metido como para que mi guardaespaldas esté muerto.
Invadida por la ira, se levantó de un salto y fue a por él.
-No puedes hacerme esto. ¡No puedes! No puedes simplemente callarte cuando hay un hombre muerto en nuestra terraza y que resulta que había estado conmigo todo el tiempo -exclamó, apretando los dedos-. ¡No tienes derecho a nada ahora! ¡No tienes ese derecho a decidir lo que es mejor para mí cuando podría haberme matado!
-No habría dejado que te matasen -respondió de golpe, volviendo la cabeza hacia ella en el momento que escuchó la palabra muerte salir de sus labios. Tenía los ojos tan abiertos como podía y la piel pálida cubierta de restos secos de sangre, el cuello igual-. Te llamé para preguntar dónde estabas. Pensaba que te había pasado algo.
Eso le sentó como una bofetada en la cara. Peor de lo que él había pensado que pasaría.
-¿Me estás culpando de lo que ha pasado?
-No he dicho eso.
-Pero piensas que es mi culpa no haberte respondido. Como todo -no necesitó una respuesta ni una mirada más allá de la que le estaba dando para saber su opinión. Las piernas de Hope se descongelaron-. No puedo con esto.
Sin nada más que decir, fue caminando a la puerta, la cual abrió de un tirón. No había nadie en el ático cuando salió. Seguirían trabajando en la terraza, si es que había alguien más que ese chico de confianza para su esposo. Hope tecleó los botones del ascensor, pero no se movió. Recordó como una tonta que necesitaba la llave para activarlo.
-¿A dónde crees que vas?
Los pasos de Ran sonaron a sus espaldas acercándose en un corto tramo de tiempo.
-A la casa de mi tía. No puedo seguir aquí más tiempo -agarró el bolso y empezó a buscar en él la llave del ascensor apresuradamente. Encontró un paquete de chicles vacío, las llaves del estudio, incluso un juguete de Elsa, pero no las llaves-. ¿Dónde...?
El bolso le fue arrebatado y confiscado. Ran lo lanzó al otro lado de la casa antes de acercarse a ella y ponerse a centímetros. Pegaron sus frentes empapadas en sudor. Los ojos de Hope volvieron a arder por la oleada de emociones que estaba sintiendo y viviendo en un corto periodo de tiempo. Dejó que sus manos se subieran a sus mejillas y la acariciaran como un padre a una niña. Podría haber sido un gesto tierno de no estar en esa situación, algo que ella habría correspondido.
-No vas a irte. No vas a dejarme, Hope, nunca dejaré que hagas eso -señaló enfatizando en la pertenencia y posesividad. Sin embargo, habló en voz baja para no asustarla.
-Entonces explícame por qué mi marido es un asesino -suplicó, también en voz baja, lágrimas finalmente saliendo de sus ojos y empapando los dedos de su esposo.
La mirada de Ran se suavizó aún más al verlas.
-No te va a pasar nada -le repitió-. No irán a por ti de nuevo, Hope.
-Por favor -suplicó entre lágrimas de tristeza, dolor y conmoción. ¿Qué más podía decirle? ¿Qué podía decirle para hacerle entender que no quería esa vida, que no era lo suyo? ¿Por dónde empezaba a hablar? Sacudió la cabeza de nuevo-. Quiero irme de aquí -sollozó finalmente. Estiró los brazos y los puso en sus hombros para abrazarlo. Le correspondió enseguida e hizo lo mismo en sus caderas, apoyando la cabeza en el hueco de su cuello-. Quiero irme de aquí, Ran.
-¿Quieres irte de aquí?
No tardó mucho en pensar una respuesta. Asintió con la cabeza sin dejarle tiempo a procesar la información. Los ojos de Ran brillaron donde la oscuridad se había instalado. No supo reconocer qué tipo de reacción era esa, o qué se le pasaba por la mente, pero tenía que ser algo bueno para poder mirarla de esa forma, ¿no? Los pulgares no dejaron de frotarse en sus pómulos y en dejar suaves caricias en ella.
-No iremos, ¿vale? El tiempo que sea necesario, y tú... -propuso, pero no finalizó la oración porque algo lo detuvo de seguir-. Haremos justamente eso.
De acuerdo o no, Hope no tuvo otra que asentir con la cabeza y darle la razón. Estaba tan débil y confusa, y todos sus pensamientos volvían a hacerse una bola a cada momento que pasaba y adquiría más. Ran estiró la mano y le colocó el mismo mechón de pelo rebelde que siempre le daba dolores de cabeza tras la oreja. El cuerpo entero se estremeció cuando dejó esa misma mano caer sobre su hombro.
-Nos iremos. Te juro que todo se arreglará.
Y una parte de Hope le creyó.
Quiso creerle.
Ran Haitani era un asesino.
Una de las pesadillas más recurrentes que atormentaban a Hope por las noches era la siguiente: ella estaba en un bosque, por la noche, la luna en lo más alto y el frío calándole los huesos. De la nada, se escuchaba un aullido y ella salía corriendo. El lobo, de pelaje blanco y ojos negros como la noche, la perseguía sin sentido y jugaba con su mente ocultando sus pisadas. El final siempre era el mismo. Una pared invisible le impedía seguir huyendo y el lobo la miraba con burla y una sonrisilla descarada. Y cuando acababa sobre ella, fauces abiertas listas para desgarrarla... El sueño se acababa. Y dejaba a una Hope empapada en sudores fríos sobre una cama casi desnuda por las patadas a las sábanas.
Sin embargo, aquella vez fue diferente. No tuvo ningún sueño y pudo dormir bien.
La luz clara del cielo despejado la saludaron. Sus ojos ardieron al primer contacto, por lo que los cerró y dejó que el dolor desapareciera mientras se iba despertando poco a poco. Una vez pudo hacerlo, lo que se esperaba era totalmente diferente. Un cielo despejado, claro y azul como el color primario que tantas veces había utilizado a lo largo de su vida, mezclado con otros para darle tenebrosidad o claridez. Apenas había nubes, pero las existentes eran tan pequeñas que parecían manchitas en el manto. A lo lejos, montañas picudas atravesaban el cielo con las puntas cubiertas de blanco, como si alguien hubiera derramado un vaso de leche gigante sobre ellas.
El aire era caliente porque estaba en un coche. Uno en marcha que ronroneaba con el movimiento en carretera y cuyo motor no sonaba a diferencia de otros más estridentes. El aire caliente le golpeaba la cara, y se dio cuenta de que era culpa de la calefacción. Sus piernas estaban tapadas con una manta como si fuera una niña.
-¿Dónde estamos? -preguntó, apacible y ronca.
Ran conducía con tranquilidad, una mano en el volante y otra sobre la palanca de cambio, la mirada al frente. Cuando la escuchó, su cuello pareció tensarse por la sorpresa, pero su voz salió acogedora y para nada indiferente. Esperaba ver un rostro con manchas de sangre seca aún y ropa de igual manera, pero se desconcertó al ver un rostro limpio y bien cuidado y ropa en perfecto estado. La camisa blanca seguía remangada, una especie de corsé abrazado a su espalda y con el que los policías se aseguraban el arma, por los codos. Varios ríos de tinta oscura recorrían el brazo sobre el volante -el izquierdo- y la luz natural los resaltaba como faros. Tenía los mechones lilas y negros echados hacia atrás, alguno que otro cayendo sobre su frente lisa.
-Acabamos de salir de Osaka. Había un desfile en la carretera que te has perdido.
-¿Te gustan esas cosas?
Hizo algo raro con la garganta y una media sonrisa asomando.
-Algo así. Soy más de irme a la cama antes y dejar que la vida siga fluyendo. Pero de pequeño solía ir a verlo.
Supuso que se debería a alguna de sus anécdotas de la infancia donde no le daban las palizas. Hope se encogió en el asiento y miró por el retrovisor. Un coche negro, igualito al que solía recogerla, iba tras ellos dejando rastros de nieve y agua salpicando la carretera. Los cristales estaban polarizados, así que se imaginó que los de aquel coche también lo estarían.
-Gente de confianza -respondió antes de que ella tuviera oportunidad-. No iba a irme fuera de la ciudad sin gente que supiera con seguridad dónde estábamos o en el caso de que nos siguieran.
«¿Seguirlos? -se preguntó-. ¿Tan importantes somos ahora que medio ejército está tras ellos?» Intentó tomarse con humor ese pensamiento, pero nada más allá de la realidad. Alguien tendría que haber escuchado los disparos incluso si Ran se confiaba de que nadie iría tras ellos. Un vecino, o las criadas de la casa, que no habían aparecido ni cuando lo escucharon. O alguien de la calle...metros de distancia abajo.
-Tengo una casa rural en Osaka a la que llevo tiempo sin ir. Mi hermano y yo solíamos ir con nuestros padres, pero cuando crecimos la abandonamos y al final quedó a mi nombre. Suelo dejársela a mi hermano cuando quiere salir de la ciudad para descansar y esas cosas.
Hope pensó en la Osaka rural como el típico sitio donde alguien se escondería y como destino turístico de los extranjeros para comprender la cultura tradicional del país. No sabía por qué, pero también sonaba como destino al que la gente rica iría para huir del estrés de la ciudad.
-¿Has...conducido toda la noche? -preguntó en un tono que bien podría haber sido clasificado de emotivo, de no ser porque aún estaba confundida por los acontecimientos y su mente hecho un ovillo de conversaciones.
Ran siguió mirando al frente. Los nudillos sobre el volante no respondían a ninguna emoción, pero sí la fina tensión que dibujaba su mandíbula al apretarse. La piel del cuello estaba roja, seguramente de haberse frotado la sangre hasta limpiársela.
-He hecho alguna parada.
-¿Te ha visto alguien?
-Solo la suficiente -respondió tranquilo-. No he matado a nadie, si es lo que te preguntas.
-No me lo estaba preguntado -se defendió esta vez-. No sabía que tenías una casa en Osaka, pensaba.
Ran torció el cuello hacia un lado para crujírselo. Una suave risa brotó de sus labios. Una que casi le pareció real y divertida.
-Hay muchas cosas de mí que no sabes.
-Lo sé.
Como que había disparado a un hombre en terraza. Como que se había enterado de que ese mismo hombre no era su guardaespaldas y sorprendido a su esposa en medio de un brote de ansiedad. Ese tipo de cosas. Lo que a una le gustaría escuchar cada vez que pudiese de forma repentina y por medio de la violencia. Hope apoyó la cabeza contra el cristal viendo el paisaje nevado pasar. Lo cierto era que tenía una belleza natural y peculiar.
-Tu familia dijo que tenían una casa también por Osaka pero que nunca la utilizaban porque les parecía un desperdicio cuando tenían todo en la capital o en la ciudad -mencionó en un tono neutral, como si no estuviera seguro que de fuera su familia o un comentario que hubo escuchado por otro lado-. Me parece curioso que no nos encontrásemos.
Recordaba esa casa. Era el único lugar donde podía salir sin que alguien la sujetara del brazo y luego la llevaran a dar explicaciones. Las pocas veces que había ido, lo recordaba como la época bonita.
-Apenas íbamos, y cuando lo hacíamos mi hermana y yo siempre nos quedábamos en casa con la familia y esas cosas. Una vez me escapé y tardaron en darse cuenta doce horas después, cuando volví empapada por la lluvia. Me había protegido de un árbol toda la noche -un escalofrió le recorrió el cuerpo al recordar el momento en el que pensaba que iba a morir por las inundaciones, pero eso no lo mencionó. Era un detalle demasiado privado-. De todas formas, seguro que no compartíamos pueblo.
-¿Seguro? -inquirió, interesado-. Dime su nombre.
Hope rebuscó su nombre en su cabeza. Dijo su nombre en alto, y le resultó extraño dado el tiempo que llevaba sin ir.
-No me suena.
Dijo en voz alta el suyo. Hope torció el gesto.
-Tampoco me suena.
De alguna forma, eso consiguió animarle el ánimo y distraerla de lo que realmente le preocupaba. Pensar en la pequeña posibilidad que había de que pudieran haberse encontrado cuando eran pequeños le pareció gracioso. ¿Habrían visto sus padres un potencial futuro partido en él para su hermana, y actuado como convenía? Si se hubieran conocido desde pequeños las cosas no serían las mismas. Quien estaría en ese asiente acolchado y cómodo sería su hermana, la favorita de todos y la delicia de la familia, la criatura más pura del universo como así la llamaba su madrastra. Y Hope estaría en otro lado, seguramente casada con otro hombre, mejor o peor, que Ran, haciendo cosas diferentes a esas.
Sería su hermana la que tendría las manos llenas de sangre, probablemente. La que estuviera en su lugar cargando con el peso de un marido delictivo y que cumplía, al menos, su palabra a la hora de permitir que se marcharan del ático a la primera de cambio y sin ropa. Tras prometerle eso, Hope propuso hacer las maletas e irse, pero Ran en vez de eso se fue, advirtió de sus acciones al chico que trabajaba en la terraza, y volvió con una chaqueta en las manos con la que pudiera cubrirse. Ahora, la chaqueta estaba en los asientos de atrás y ella tapada con una manta que no había visto en su vida pero que le calentaba lo suficiente.
-¿Vamos a...parar a comer o algo?
-He comprado algo mientras dormías. Mira en los asientos de atrás.
Lo hizo. Estiró los brazos con cuidado de no salir del cinturón ni de hacerse daño y dio con una bolsa de plástico que, por su peso, debía de tener una gran variedad de objetos. La pasó a los asientos de delante, también con cuidado, y la posó sobre su regazo. Puso una piernas sobre el asiento en busca de comodidad, revolviendo entre la infinidad de cosas que había en esa bolsa. Desde chocolatinas hasta bolsas de comida rápida que necesitarían una...botella de agua que también estaba al fondo de la bolsa. Hope resopló una risotada.
-Guau, un peligro para los subidones de azúcar y de colesterol -proclamó en voz alta enseñando lo que tenía en la mano-. Podría sobrevivir con esto unos...tres días, tal vez.
-Te sorprenda o no, solía comer de eso cada vez que podía después de salir de clase o cuando mi hermano y yo salíamos a dar una vuelta. Lo que teníamos o lo gastábamos en eso o en comida normal, pero no nos llamaba tanto la atención.
-No sabía que tenías un hermano -indicó. Tiró del envoltorio de una chocolatina para abrirla y le dio un mordisco. El chocolate se derritió en su boca-. Hablas mucho de él pero nunca ha venido a casa.
Ran tarareó una respuesta. Miró por el retrovisor interior algo y volvió la mirada al frente. La sonrisita empezaba a asomar en respuesta a lo que hablaban. Mordió otra vez la chocolatina.
-Ya lo conociste -Hope lo miró sin gracia. Al final, esa cara fue la que consiguió sacarle una carcajada auténtica y que le encendió las mejillas-. Estuvo conmigo cuando nos prometimos, pero no vino a la boda porque tenía cosas que hacer. Tampoco es que le gustasen los formalismos. Mi teoría es que se quedó en casa jugando a los DJ's -dejó de reír para seguir mirando al frente con una sonrisa traviesa-. Le caíste mal, pero creo que ahora te tolera.
Siguió masticando y escuchando al mismo tiempo. Lo cierto era que le llamaba la atención toda esa información que no se había molestado en preguntar hasta ahora. Que su esposo tenía un hermano, su cuñado, y que lo conocía, y que ahora al parecer debía de caerle bien por lo que fuese. Y ella abriéndose poco a poco contando su pasado, como no había hecho con nadie, de una manera tan natural mientras él hacía lo mismo.
-Tu hermana también le cayó mal.
-Eso me consuela -dijo sin pensar.
-¿Enserio?
Pero no le dio una explicación al por qué. Lo que sí hizo fue ofrecerle una chocolatina, para descubrir que en un abrir y cerrar de ojos le había quitado la suya y se la estaba comiendo. Hope fue a buscar otra y empezó a comérsela enfurruñada.
-Eso no es justo.
El resto del viaje fue silencioso, pero al menos cómodo. De vez en cuando se hacían alguna pregunta tonta el uno al otro («podría ser alérgica a las avellanas», y en respuesta una risa algo repelente que le hizo odiarlo, solo un poquito; «¿por qué nunca me dejas entrar en tu estudio?», y una risa socarrona y distante que le hizo poner los ojos en blanco), y se sacaban los colores. Aunque mejor dicho era que él le sacaba los colores.
Le pidió que abriera una bolsa de esas de patatas porque él por obvios motivos no podía, y mientras lo hacía Hope, aprovechó para ponerle una mano encima del muslo y acariciarlo. Prefirió pensar que lo hacía sin darse cuenta, no a propósito para sacarle los colores y ponerla nerviosa. Y lo consiguió, ponerla nerviosa y roja. Fue como volver a ser una adolescente y que un chico la tocase por primera vez, con la diferencia de que con ese hombre ya se había besado y estaban casados.
A medida que avanzaban, las montañas se hacían más cercanas y la nieve cubría la carretera y el resto del paisaje. Mientras que la carretera de atrás era el trayecto vigilado por las autoridades para viajar desde la Osaka urbana hasta la rural, una vez cruzabas las señales que la diferenciaban se notaba en el paisaje. La nieve cubría las carreteras, más pequeñas y con más baches por el trayecto. Los humedales se congelaban y cuando los mirabas no te imaginabas que fuera una zona donde los animales descansasen y tomaran su comida en su época correspondiente. Un paisaje invernal completo, no como la capital demostraba con tanto movimiento y cuidado por el turismo.
Supieron que se acercaban al pueblo cuando vieron pequeñas viviendas cercanas entre ellas pero con montones de nieve apartados de la carretera hacia las aceras. Ran hizo una broma sobre algo que Hope no escuchó porque estaba más atenta al exterior; alguna tontería, supuso. Gente que se movía entre la nieve, con atuendos de invierno profundo que la dejaban pensando en qué tipo de clima estaban como para ver a tanta gente abrigada. A medida que se acercaban más a casas cada vez más juntas, Hope pensó en que el pueblo al que ella iba no era así y que todas las casas se movían alrededor de una única edificación; un monumento en honor a los dioses antiguos. Ese era todo lo contrario en cuanto a organización urbanísitica.
Un par de giros más y llegaron a lo que parecía la residencia familiar de la familia Haitani. La vivienda de Ran y su hermano, supuso, y que había adquirido en herencia. Se preguntó cuánto podría tener ella de poder sobre los bienes de Ran ahora que estaba descubriendo tantas cosas, y se entristeció al recordar el ático que había abandonado a la primera discusión y problemas. El lugar que ya consideraba un hogar. El coche frenó frente a lo que parecía un muro de piedra cubierto y rodeado de nieve y vegetación seca.
-Ya estamos -anunció apagando el motor. Hope se pasó las manos por la cara para despejarse. Mentiría si no dijese que en se estaba quedando dormida con el calor y la comodidad.
Hope abrió la puerta y salió por ella. El frío la saludó y le besó las mejillas, despeino la melena al parecer limpia de restos de sangre, y sus ojos se abrieron con semejante espectáculo. Lo que a Ran se le olvidó decir es que no solo tenía una casa rural, sino un chalet con apariencia de cabaña con recinto propio en el que su hermano y él habrían pasado más tiempo peleándose que jugando. Una casa de dos pisos se elevaba sobre ellos, con un enorme jardín de frente y una valla de madera pulida y bien cuidada, vigilada por dos arbustos poblados e inundados de nieve que los inclinaban hacia los lados. No podía verse más allá del recinto porque una larga berja de piedra tenía que rodear toda la vivienda para ser consideraba un recinto privado, así como la naturaleza.
Un auténtico palacio en un pueblo que apenas podía permitirse eso. ¿Las viviendas que habían dejado atrás tendrían al menos calefacción y agua caliente? Supuso que sí, porque tan atrasado no iban las zonas rurales del país. Aunque quizás tuvieran problemas para descongelar la caldera o conseguir gas alejados de las tecnologías de las ciudades. Notó la presencia de Ran a su lado mientras ella intentaba mirar por encima de la valla escuchando cómo el otro coche aparcaba detrás de ellos.
-Puedes entrar. Nadie te va a comer, ¿lo sabes, verdad? -bromeó. Unos brazos la rodearon desde los hombros hasta la cadera, como una serpiente capaz de atraparla y devorarla de un bocado mortal-. A no ser que quieras.
Las mejillas de Hope se volvieron rojas. Si las palabras causasen el mismo impacto que las acciones, entonces Hope estaría perdida. Algo en ella le dijo que le respondiera con el primer pensamiento llamativo que se le pasara por la mente a modo de broma, y la otra que se alejase de él para guardar el decoro. Él la había protegido incluso cuando le ordenó que no la tocase y que se alejara de ella -llamándolo monstruo y asesino-, y tranquilizado en medio de un ataque de ansiedad. Aunque no podía olvidar el momento del dormitorio y lo mal que lo pasó, la frialdad con la que la trató, también es verdad que se encargó de cuidarla después de eso y no se separó de ella hasta que se durmió y respiró bien.
¿Tendría que decirle algo? ¿Tendrían los dos que hablar de eso de una vez por todas y no cambiar de tema como en el despacho? Estuvo a punto de decirle algo, cuando una voz aguda la asustó y la obligó a alearse. La nieve crujió bajo sus pies.
-¡Señor Haitani! -habló una nueva voz. Hope y Ran siguieron la voz como uno solo atraídos por el sonido.
Una mujer alta, rubia y con gafas, se bajaba del coche que los seguía -que ya de por sí era sorprendente-, y avanzaba hacia ellos torpemente por los montones de nieve acumulados. Las botas de nieve negras iban a juego con el abrigo largo y los pantalones. Un bolso de cuero le colgaba del hombro y se movía con ella. Hope estuvo a punto de preguntar quién era cuando la tuvo a la misma altura y se dio cuenta de que eran muy similares. Ojos claros que resaltaban en una piel blanca pero melena oscura, cercano al castaño, no pelirroja, y una postura elegante y llamativa que resaltaba un cuerpo...¿ideal? ¿Adecuado a la sociedad? No supo cómo definirlo.
-Vaya locura de día -empezó a decir. Tenía las mejillas sonrosadas pese al poco tiempo que llevaba fuera y el flequillo revuelto por el aire-. Pensaba que iba a dormirme en el viaje, pero al final ha resultado inolvidable. Oh, ¿quién eres?
Miraba hacia Hope con una sonrisa amable y los ojos abiertos como platos, resaltados por una capa gruesa de rímel. Hope la miraba sin saber bien qué decir.
-Es mi mujer -anunció Ran, un tono neutro pero que sonó fuerte por la cercanía.
Su rostro pareció crisparse durante unos segundos, solo para ser sustituido por una sonrisa aún más grande y perfecta con sus dientes bien alineados.
-Oh, entonces usted es la señora Haitani -hizo una reverencia sobre la cintura perfecta, como cabría esperarse. Hope la miró con cierta consternación, pero asintió.
Aunque no estaba del todo claro, lo dijo bastante confiada. Habían acordado que en lo público seguiría teniendo el apellido de su familia, solo por tener algo que le perteneciera aunque no fuera de su agrado seguir apellidándose Wägner, y no adquirir el de su marido siguiendo la tradición.
-Mi esposa y yo vamos a quedarnos en la residencia de la familia durante las vacaciones. Usted -la miró, y ella saltó cuando sintió sus profundos ojos amatista sobre ella- podrá entrar cada vez que sea necesario para hablar del trabajo que los demás vayan necesitando. Ya sabe cómo actuar.
-Por supuesto, señor Haitani, es un honor.
Pero Ran no la escuchó. La mano en la espalda descendió hacia su cintura y le dio un suave impulso para que empezase a caminar. Hope le dio una última mirada a la mujer antes de cruzar el umbral del recinto familiar.
El jardín la sorprendió la igual que la residencia por fuera. Aunque todo estaba cubierto de nieve, se notaba que en verano y con el calor era un lugar perfecto para que los niños incapaces de estar quietos en un sitio corrieran y jugaran. Un camino de piedra despejado que llevaba al porche exterior sujeto por gruesos pilares de madera también pulida y cubierta en la base por una placa de metal para evitar accidentes. Escaleras que llevaban hacia él, con un centro de naturaleza que alguien tendría que haber cuidado cuando la casa se quedaba vacía. Había un pequeño agujero con agua a la derecha, con una de esas construcciones de bambú y piedras que sonaba cada vez que se llenaba de agua; ahora, estaba vacío y el pico del bambú se apoyaba contra la piedra inmóvil.
El acceso a la vivienda era una doble puerta con cristales octogonales decorando su superficie, bastante moderna y probablemente cercana al modernismo europeo en peculiaridad.
-¿Te gusta?
-Parece...relajante. En mi pueblo a penas estaba tan cuidado, solo lo necesario.
-Hice una reforma cuando vine por última vez. Estaba tan descuidada que algunas partes ya no tenían sentido, y las quite. El interior sigue igual.
Seguía teniendo el sabor amargo por la presencia de aquella mujer y sus miradas, en vez del dulce chocolate y pausada tranquilidad del viaje. Fue como si todo el estrés que llevase juntando esa semana se estuviera despertando poco a poco, y estuviera llegando a la mitad del camino.
-Es agradable saberlo -dijo simplemente, mirando la fachada y examinándola. Podría ser la inspiración occidental de una vivienda, aunque desconocía si Ran hubiera estado en Europa. La manta, que se había puesto alrededor del cuerpo para tapar cualquier rastro de sangre de ajenos curiosos que pudieran verla una vez fuera, se balanceó cuando empezó a caminar hacia el porche-. Estaré dentro. Me gustaría verla.
Dejó a Ran donde estaba y se metió de lleno en la boca del lobo. La madera de las escaleras crujió con su esposo mientras ascendía al porche. A diferencia del exterior, que podría tacharse de modernista y dedicado a una vida diferente, el interior era todo lo contrario.
Para empezar, la entrada estaba sujetada por dos columnas de madera y piedra a juego con las paredes que recordaban a la construcción clásica de viviendas y tenía el hueco tradicional para los zapatos. El techo era amplio, muy alto y con tablas de madera que soportaban el tejado allá donde la fachada quería crear una imagen de mayor amplitud. La sala de delante estaba decorada con toda clase de mobiliario elegante para cargar el espacio que no se iba a utilizar. Gruesos muros de piedra que separaban estancias de otras, decorados con cuadros familiares (uno de ellos mostraba una familia de cuatro individuos posando para una foto vestidos de blanco) o bien que podrían haber salido de una galería de arte estadounidense, y también de la mayor galería de arte asiática, tal vez. Debajo de uno, un jarrón de alguna antigua dinastía soportaba unas varas de madera con flores de plástico en las puntas. Hope se acercó y las tocó, solo para seguir caminando y hacerse con conocimiento de dónde estaba solo.
En el este había una cocina pequeña pero con buenas vistas a las montañas y, al parecer, lo que podría ser un lago congelado por el que algunas personas pasaban en su paseo diario. Curioso. Conectaba con una sala de bebidas, especial para adultos que esperaban pasar sus vacaciones allí disfrutando de la buena vida, y un salón de doble altura al que se accedía por escaleras de tres-cuatro escalones de aspecto subterráneo pero bien comunicado. Lo único destacable era el minimalismo, chimenea y la enorme pantalla.
En el área oeste, lo contrario. Un baño amplio y para las visitas, una amplia biblioteca con su mesa para las investigaciones y un ordenador que bien podría ser antiguo y un área parecida al hueco de la entrada por las columnas con grandes ventanales que daban al jardín delantero, con un sofá y una mesita auxiliar plagada de revistas de moda y decoración puestas en pilas. Se preguntó si la antigua señora Haitani disfrutaría de esas vistas y momentos mientras sus hijos se daban como el perro y el gato, o si el padre de Ran disfrutaba de un buen vaso de sake en la biblioteca.
«-Mi casa no era así -pensó para sí misma-. Esto parece un palacio». Quizás lo fuera, la residencia de alguna antigua familia noble que tuvo que venderla llegada la actualización de las jerarquías durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
Subió a la segunda planta aún cautivada e hipnotizada por aquel lugar. Parecía el sueño de cualquier decorador de interiores y arquitecto con perspectivas de futuro. Le sorprendió ver el cambio rústico en las paredes a uno más simple y urbanizado en la segunda planta, con suelos de madera y zonas de piedra, pero mayoritariamente paredes de blanco con cuadros familiares e íntimos que ninguna persona pondría a vista de todos. Mientras que los de abajo era formales, adecuados a la vista de cualquier extraño, los de arriba mostraban la segunda cara. Rostros infantiles divirtiéndose, momentos únicos pero sin excederse. Se preguntó si esa cara de la familia era real o alguna imagen cogida de internet para recordar lo que la formalidad no podía ser; en su casa, era normal hacer eso. La única foto que tenían era una formal, con rostros serios de acuerdo a la rectitud que debían seguir, y era una estupidez de retrato familiar.
Había un total de seis puertas. Dos de ellas eran dos dormitorios de invitados, con sus baños propios; las otras un baño más pequeño con una curiosa cortina de peces en la bañera y tres dormitorios más. En dos de ellos no entró, pero le pareció curioso no hacerlo simplemente porque dos «R» marcasen cada puerta, una púrpura y otra azul. Tal vez le pareció algo demasiado íntimo como entrar en una casa que realmente no era suya, no a su nombre y no en derecho, y ponerse a investigar todo. Esas habitaciones podrían ser una excepción, algo que podría pasar por alto y tener en cuanta para más tarde pero sin invadir su espacio. Es por eso, que en vez de pararse en ellas, Hope pasó a la última habitación al final del pasillo y que dejaba de tener cuadros de llamativos colores a tener vacíos en las paredes.
El dormitorio principal era igual al del ático, con la diferencia de que en vez de cortinas de tela, eran mamparas, también de tela, que llegaban a tapar por completo la luz cuando amanecía. Casi que lo agradeció. Algo le decía que cuando saliese el sol por las mañana, con ese cielo despejado, la nieve reflejaría en su contra y molestaría a cualquiera. La cama estaba en el entro, también, con una alfombra y unas mesitas de madera...y una escalera que llevaba a otro sitio. Las subió con cuidado, teniendo en cuenta que aún podía resbalarse con la nieve en sus deportivas, solo para descubrir que llevaban a un despacho en alto con un ventanal al lado. Estanterías hasta el techo que cubrían las paredes de enfrente, y otra escalera por la que bajar. Aquello ya empezaba a complicarse. Parecía un laberinto. Y llevaba a las escaleras que había visto antes al subir, como un segundo acceso.
Recordaba haber visto un baño personal en la habitación, así que bajó las escaleras de nuevo hacia el cuarto principal. Se fue quitando los zapatos y los tiró en cualquier lado del cuarto, dejando la manta sobre un lado de la cama antes de cruzar el arco de la puerta y examinar lo que tenía delante. Un amplio baño, todo cubierto de marco blanco, con una enorme bañera pegada a la ventana, cuyas vistas eran extraordinarias a las montañas nevadas y a un pueblo con casas de maderas que dejaban rastros de humo en el aire por las activas chimeneas. También tenía una ducha, con una mampara transparente y fija que llevaba a un gran trozo de espacio con azulejos negros y un desagüe bajo el control. El resto del baño, estaba bien y lujoso al igual que los lujos del resto de la casa.
Sin pensarlo fue directa a la ducha. Había tantos botones para una simple ducha que resultaba complejo entender el por qué las tecnologías tenían que comprender el entorno de los humanos y facilitarles la vida. Sonaba ridículo pensando algo como eso mientras su vida estaba lleno de eso, pero también curioso. Era como el humano hubiera evolucionado tanto que necesitaba ser servido por sus propias creaciones. Hope gimió del placer al primer contacto contacto. Las gotas le golpearon el rostro, como una lluvia de rocío sobre sus mejillas, sus ojos cerrados, una sensual caricia que la hizo estremecerse al primer susurro sobre su piel. El agua filtrándose por su ropa, cargando la melena oscura que caía sobre sus espaldas y que notaba sucia y pesada.
Se frotó las manos con fuerza, viendo cómo la sangre seca se marchaba con el agua por el desagüe. El sentimiento de sentirse limpia apareció, de quitarse los restos de la razón por la que había acabado en aquella casa de una vez. El baño no tardó en llenarse de vapor y los pelos más finos de su cabellera en rizarse. En medio de todo eso se le escapó una risa, tonta y sin sentido, acompañada de lágrimas que tardaron en desaparecer seguidas del agua. Pero la sensación se quedó ahí. El querer llorar de nuevo, hasta que los ojos le ardieran de sequedaz y la tensión que llevaba sobre los hombros desapareciera.
Sentir la libertad en sus manos, de poder hacer lo que quisiera, de no tener que hacer siempre lo que la gente le ordenaba... Todo parecía un sueño. Lejos de aquella ciudad y el estrés, la universidad y los dichosos trabajos con los profesores que parecían empeñados en suspenderla. De todo.
Entonces se dio cuenta de que no estaba sola.
Una vez había pensado que los ojos de Ran eran dos témpanos de hielo, orgullosos y capaces de destruir vidas. Fue antes de casarse, en la capilla, mientras esperaba a que trajeran los anillos. No la miraba a ella, pero sí a todo lo demás, como si le resultase difícil de creer lo que estaba haciendo. En su momento, pensó que estaba siendo ridículo porque fue él quien le propuso matrimonio a ella en vez de a su hermana, y la dejó decidir a la espera de un sí -al parecer, su hermana no le parecía nada llamativa y le resultaba aburrida-, y quien había agarrado sus manos mientras el cura anunciaba la unión.
En el intercambio de votos, su voz fue diferente a lo que su mirada decía, pero Hope tuvo la sensación de que lo estaba pasando realmente mal con tanta gente. Cuando el cura anunció el beso, ella se propuso facilitarle las cosas: apartando el rostro con disimulo.
Ante otra persona, podría haberle costado una paliza de su padre o de su marido. Pero a Ran no pareció importarle cuando sus ojos se volvieron hacia la gente de la iglesia antes de que Hope pudiera ver su reacción. Pudo sentir la calidez del beso en la mejilla, pesado, durante todo el día. En las fotos familiares, su madrastra se encargó de pellizcarle la grasa que según ella tenía de más para enderezarla y espabilarla, pero no lo repitió cuando el brazo de Ran se posó sobre su cintura; simplemente se dignó a dirigirle miradas feroces que, para su sorpresa. .
Cada vez que esos dos ojos la miraban, se sentía como una niña pequeña siendo regañada. Algo mejor que la mirada juzgante que siempre recibía a la mínima que hacía algo, o que respiraba; o que vivía, en general. Ahí estaba él, haciendo lo que mejor se le daba desde el umbral de la puerta del baño y con una bolsa de lona negra colgando de un brazo. ¿De dónde la había sacado? Lo único que se habían llevado eran unos abrigos y nada más, aunque conociéndolo, podría haber ordenado que cogieran más cosas y se las llevaran con las prisas.
Ahora que se fijaba, se había cambiado la camisa en algún momento pero las manchas de sangre seguían ahí y los pantalones eran los mismos. Iba descalzo, pero estaba segura de que en la entrada estarían los mocasiones de cuero marrón que coleccionaba. Su mirada... Su mirada no era fría, todo lo contrario. Sin hielo de por medio, y con un cierto brillo que también podría deberse a la iluminación que envolvía toda la casa.
Hope extendió la mano a modo de llamada silenciosa. Las cejas de él se levantaron con sorpresa, como si no se lo esperara. Tal vez tuviera razón en eso. En dos años, no había mostrado el interés que tal vez hubiese necesitado por él. Lo ocurrido en el ascensor bien podría haber sido un error, pero estaba segura de que no era esos instintos bajos a los que siempre recurrían las protagonistas de series o películas cuando cometían un error. Pronto descubrió que sus órdenes sobre él eran absolutas en cuanto a lo que respectaba una ducha. Las pisadas a penas sonaron contra las baldosas al avanzar. Los calcetines de Hope chapotearon en el suelo empapado pero fue camuflado por la lluvia de la ducha.
Interrumpió el hilo de pensamiento cuando Ran tendió la mano hacia ella y le retiró un mechón más corto que otros, probablemente del flequillo ya lejos de ser clasificado como uno, desde fuera de la ducha, y se lo retiró de la mejilla. Hope dejó que lo hiciera, siguiendo el avance de sus dedos a través del hueco de su cuello hasta la mitad de este. Su corazón se aceleró. Se quedó ahí un buen rato, prestándole atención con movimientos de pulgar sobre la zona y luego sobre la contraria. En algún momento, le hizo mover el cuello para examinarla. La molestia de las gotas que discurrían por su rostro le complicaron ver su expresión. Sentirse indefensa no era lo suyo, pero por una vez, lo permitió.
Repitió el proceso unas tres veces en total y, a la última, no se tensó cuando Hope fue a acariciarle la mejilla con la mano empapada. No se estremeció ni la alejó como las veces que ella había hecho con él pidiendo espacio... Uno que él, a su manera, le había concedido. Con su permiso, arrastró los dedos por su mandíbula y bajó hacia su cuello, donde la sombra oscura de un tatuaje le llamó la atención. Líneas muy parecidas a las que adornaban su antebrazo izquierdo y los músculos que ahora se contraían a su toque.
Su dedo siguió el camino de curvas, tanto por músculos que ocultaba por debajo de la camisa como de la tinta negra, hacia su clavícula. Se detuvo ahí para que no volviera a alejarse, sintiendo la tensión bajo ellos. Hope alzó la mirada para comprobar si estaba bien, la respiración nerviosa.
Sin embargo, se inclinó hacia delante y lo besó suavemente en los labios. Le sorprendió ver que no se separaba de ella, sino al revés. La diferencia de altura volvía a ser un problema en ese momento, pero no había problema mientras pudiera ponerse de puntillas y llegara. Por la parte de Ran, sus ojos no la miraban como antes, sino que estaban clavados al frente. No la miraba. No la estaba mirando a ella, sino a otra cosa. El pecho de Hope se movió. No fue doloroso, pero sí incómodo. Hubiera sido mejor un rechazo. Al no saber cómo sentirse por eso, decidió tomar el camino rápido y ceder a la opción más viable.
Irse.
-Dejaré que te duches -anunció en voz baja, la mano sobre el pecho de Ran y cayendo a su costado.
-Espera...
Hope no se movió. No supo por qué, pero no lo hizo.
Él estiró el brazo de la misma zona que había acariciado y la envolvió en él por los hombros. Hope se vio entre un brazo fuerte y tenso que la sujetaba, pero que le parecía lo más cercano a una caricia, y un pecho aún más. Repitió el proceso de antes de acariciarle la mejilla, aunque esa vez en una postura más complicada.
Ahí se quedaron un rato, sin hablar, con la ducha encendida cayendo a espaldas de ella y empapando el brazo de él. Aunque ya debía de estar empapado por la propia Hope, no se estremeció por el contacto ni la apartó. Se quedó con ella.
No era de las personas que daban abrazos, pero tal vez pudiera hacer un esfuerzo. Solo esta vez. Solo...con él.
Ran Haitani no parecía mala persona con ella a solas ahí.
El resto del día se lo pasó investigando los secretos de la casa rural. Acabó duchándose sola cuando Ran se marchó, y él fue detrás de ella. El sonido de la ducha sonaba.
La bolsa de lana que Ran dejó sobre la cama antes de meterse en el baño la llamaba demasiado. Quizás porque una parte de ella aún desconfiaba de los asuntos que pudiera traerse entre manos. Y porque, realmente, estaba en su derecho (¿no?) de cotillear algo que había dejado a la vista de todos. Si estuviera en lo alto del despacho, que tuviera que subir escaleras, no lo habría mirado. Asegurándose de que Ran estaba concentrado en el baño y que tenía todo bajo control, Hope se acercó descalza a la cama. Gotitas de agua salpicaron la colcha limpia, pero poco le importo cuando tuvo a mano la bolsa de deporte. Era negra y parecía tener muchas cosas dentro, puesto que cuando se la puso sobre las rodillas pronto empezó a pesar. Hope la abrió.
Y la emoción cayó en burla cuando vio el contenido. Ropa. Eso es lo que había dentro. Casi se decepcionó por ver desde camisas blancas hasta alguna que otra sudadera bien doblada, calzoncillos hasta la ropa interior que Hope tenía guardada en los cajones del armario. Era su ropa. Así que alguien sí que había ido a recoger lo necesario al ático; por órdenes de Ran, supuso. Se sintió de repente muy ridícula por haber sospechado. La suficiente como para poder sobrevivir una semana entre lavado y secado.
Se puso una de las sudaderas y pantalones ajustados de deporte, acompañado de unos calcetines y ropa interior limpia por debajo. La casa estaba caliente, así que ponerse algo más sería un desperdicio y una tontería. Miró la ropa sucia tirada en el suelo y por un momento se planteó quemarla, puesto que dudaba volver a ponérsela para no evocar el recuerdo que traían consigo. Cuando la ducha dejó de sonar en el baño, Hope se levantó de un salto y salió de la habitación para dejar algo de intimidad.
La casa estaba en un curioso silencio. Toda ella. Solo se escuchaban los ruidos del exterior, que de por sí eran pocos, e iban acompañados de algún fenómenos meteorológico. Desde su habitación había visto la suave capa de nieve que empezaba a crecer debido al clima, y cómo se iba agrandando a medida que nevaba. Aún no era un problema, pero algo le decía que Osaka apenas le estaba demostrando lo que era una buena nevada. La chimenea del salón estaba encendida cuando pasó, así que alguien la habría encendido. En la cocina no había nadie, así que no tendrían cocinero contratado. «Claro, porque nunca hay nadie en la casa», se fijó. Lo que sí estaba era la bolsa de comida rápida. Hope se convenció de que eso era mejor por ahora que morir en el intento de hacer la comida a estas alturas.
-Vamos a tener que buscarnos la vida, eh -murmuró empezando a rebuscar-. Bueno, por lo menos están ricas.
Se cogió otra chocolatina y la mordió. También de chocolate con avellanas. En ese momento de éxtasis gastronómico, recordó que su teléfono estaba apagado y que ahora dependía de él para todo. Si había salido de la ciudad, lo de ir a la universidad se iba a complicar un poco. Y lo de avanzar con el trabajo final también, y los trabajos, y los apuntes que obviamente estaban en el mismo sitio donde los había dejado al regresar el día anterior. Todo lo que necesitase esos días, iba a ser a través de su pequeño móvil. Pensó en el viejo ordenador alojado en la biblioteca, y si sería capaz de conectarse a internet. O al menos encenderse.
Varios mensajes aparecieron en la pantalla de bloqueo. Dos de Jushua por privado, seis por el grupo con Joshua, Yuta y Anabella, y tres de Anabella preguntándola dónde había comprado los pantalones de la última vez porque tenían ese estilo chic que a ella le gustaba. Hope intentó responder a todos; a Anabella le dijo que se los habían regalado. Le hubiera gustado ver su reacción al enterarse que con o sin rebajas, los pantalones iban a costar un riñón. Era de las pocas prendas cara que se ponía y le gustaban. Una alerta en el calendario recordándole tomar la pastilla y la entrega de un boceto para un futuro trabajo que ya había hecho hacía muchos días. El restode la agenda estaba vacía, así que se libraba de trabajas por una semana.
Le resultó extraño, mientras caminaba por la casa en busca de algo que la entretuviera, comiendo esa chocolatina, no escuchar los pasos de Hayakawa ni verlo aparecer de repente por una puerta. Un calor se instaló en su pecho y se extendió como un escalofrío a lo largo de su cuerpo recordando. Pensó en cómo había sido tan tonta como para no darse cuenta de que quien no estaba con ella horas atrás no era su guardaespaldas de confianza, sino un extraño que le habría hecho cualquier cosa. Ran había dicho que podría pertenecer a otra organización, así que se destacaba la presunta inocencia en el caso de haberla. Tenía que ser alguien contrario al trabajo de Ran y...lo que fuese que hicieran en él. Estaba segura de que si le preguntaba volverían a discutir o a quedarse en ese silencio incómodo que no beneficiaba a ninguno. ¿Qué tan importante era el silencio en ese caso que no podía decirlo? ¿De verdad su vida correría peligro si se veía rodeada por eso?
Pensó en el hermano de Ran. ¿Él también estaría envuelto? Cada vez que hablaba de él sus ojos se iluminaban y se notaba la diferencia de hablar de cualquier cosa a él. Tenía que quererlo mucho como para haber recibido palizas por él de pequeño, y aún así hablar de él con tanto cariño. Observó algunos de los cuadros familiares que estaban por la casa por curiosidad. Y porque quería comprender parte de la infancia de Ran y su trayectoria a través de las imágenes del pasado.
Las de la planta de abajo eran demasiado formales y demasiado escépticas como para poder ver alguna señal transparente de emociones. En todas salían vestidas de blanco, o de algún color a juego que no resaltase demasiado. Tenían la misma posee; los padres detrás, pegados y mirando al frente, y los dos niños, uno más alto que el otro (Ran y su hermano, imaginó con la información que tenía), también mirando al frente. Lo que sí podría decirse era la enorme diferencia de rasgos que tenían entre ellos. Mientras que el padre era alto, delgado y tenía el pelo negro, tanto la madre como los niños eran rubios; los ojos amatista lo compartían padre e hijos. Era como un tira y afloja de genes. Ran parecía haber heredado los rasgos faciales de su madre y la altura de su padre, mientras que el niño rubio con gafas de pasta al contrario.
El parecido era indudable. Tenían que ser hermanos biológicos, no como su hermana y ella. Los de la segunda planta ya se volvían retratos más familiares. Por alguna razón, dejaban de lado la presencia de sus padres y se centraban en el pasado de los dos hijos. ¿Soberbia, quizás? ¿Algún asunto sin resolver a día de hoy? En todas, Ran aparecía con el pelo largo y rubio, con algún prendedor que le sujetase unos mechones rebeldes a la cabeza en vez de caerle al rostro. Pero eso parecía darle igual si en todas las fotos acababa con su hermano en brazos o tirándolo al suelo. En una, parecía que lo había hecho de rabiar al tirarlo a un charco y sin evitarlo haber estallado de la risa; su hermano, llorando, y él, al borde de la risa.
-Se llama Rindou -anunció una voz a sus espaldas.
Hope pegó un bote en el sitio de tal magnitud que casi se le cayó el marco de las manos. Se giró en cuestión de segundos pegándoselo al pecho en una actitud protectora.
-Ahí tenía seis años y yo siete -señaló la imagen-. Solo le saco un año, pero parecen más por lo diferentes que somos.
Siguió con la mirada al cuadro que señalaba. Era uno donde estaban con el uniforme escolar; pantalones a cuadros cortos, camisa planchada y tirantes. Ya sabían para lo que se estaban preparando esos niños.
-¿De verdad lo he conocido?
-Los años cambian y estas fotos no son un ejemplo para buscarle -se fue a reír. Estiró la mano para coger el cuadro que tenía en la mano y volver a colocarlo sobre la cómoda. Lo hizo-. Juro que fue él quien se tropezó.
-Seguro que sí.
-Es muy torpe -insistió-. Y, sin embargo, siempre ha sido más flexible que yo. Supongo que es porque he sido un vago toda mi vida.
Las cejas de Hope se subieron por sorpresa.
La amatista de sus ojos se posaron sobre ella con suavidad. Al ponerse a su lado, la mayoría de cuadros quedaban por debajo de lo que él medía. Llevaba una camiseta de manga corta y un pantalón de deporte ancho. Como ella, iba descalza.
-Fue a clases de gimnasia de pequeño y en su momento podía abrirse de piernas sin calentar. Yo, por el contrario, me encargaba de otras cosas -explicó. Y por alguna razón, le dio la sensación de que estaba hablando de algo más que un simple hábito o clases extraescolares.
Posó el retrato donde estaba, sobre la cómoda y rodeado de otras fotos y un jarrón con flores de plástico. Orquídeas. Unas flores demasiado hermosas para ser arrancadas y puestas en un simple jarrón. Las recordaba de haber visto muchas veces en la cocina; «son las mejores que estuvo enviando hace poco, las que están aún en la cocina», pensó.
-Yo...iba a ballet. Me rompí algunos dedos mientras lo practicaba, pero también me gustó. Con el tiempo.
-Ahora parezco un vago al lado de vosotros -reflexionó frotándose el pelo húmedo, soltando algunas gotitas allá donde parasen al caer-. Un atleta y una bailarina. Quizá debería dedicarme a la música en vez de a los negocios.
Le fue difícil imaginarse la escena, pero aún así lo intentó. Una sonrisa empezó a asomar de sus labios, traicionándola. Le miró de reojo, esbozando esa pequeña sonrisa, un tanto arrogante pero con una pizca de sinceridad.
-No, por favor.
-¿Por qué? Soy bueno con las manos.
La miró a los ojos. Seriedad. Mierda. «Mierda», pensó en respuesta. Lo decía enserio. Hope no pudo reprimir la carcajada. La situación ya era surrealista, como para añadir era risa. Sin embargo, cuando levantó la cabeza, vio una perezosa sonrisa en los labios de su esposo. El estómago se le revolvió nervioso.
-A ti también te tengo -soltó-. En una foto. No la de la boda. Una normal. Me la envió tu padre cuando ofreció el matrimonio.
Volvió a repasar con la mirada la cómoda. Estaba mintiéndole. Hope casi hizo un puchero. La situación la abrumó, pero no tenía tiempo para discutirlo.
-No seas mentiroso. Lo estábamos pasando bien por una vez, y acabas de arruinarlo con ese comentario.
Ran sacudió la cabeza.
Se peinó descuidadamente mientras tarareaba una respuesta. Sus ojos perezosos la miraban desde su imponente altura, haciéndola parecer una niña.
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# 📍 ubicación : cocina comunitaria , tiempo libre .
'' puedes agarrar si quieres '' palabras a persona que ha notado en la cocina también, mirándole de reojo. '' es descafeinado —— '' aclara, pues se acercaba la hora de dormir y por eso mismo había preparado de esa clase de café, el cual aún había suficiente en cafetera. había estado entrenando en tiempo extra pero seguía sin sueño. '' ¿fue un día pesado? ''.
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15 DATOS QUE NO SABÍAS SOBRE LEONARDO DA VINCI.
1. Tenía el Don de la escritura especular, una forma de escribir en la que todas las letras están invertidas con el propósito de “ocultar” el mensaje y que sólo pueda ser leído con un espejo.
2. Su nombre “Da Vinci” hace referencia al pueblo donde nació: Vinci, una localidad italiana de la provincia de Toscana.
3. Aprendió a leer y a escribir a los 5 años, era un niño sumamente inteligente y obstinado.
4. Creó la técnica del “Esfumado” (Sfumato en italiano), que consiste en crear sombras con líneas muy cuidadas y pequeñas con el propósito de dar profundidad. Sus sombras son tan sutiles que lucen casi como humo
5. La mayoría de sus pinturas estaban incompletas. Leonardo era un hombre con muchos proyectos y con múltiples ideas que desarrollar, cuando se aburría de una pintura la dejaba a medias. Muchas de sus obras quedaron como borradores.
6. Cuando era niño, tenía un humor muy macabro. Una vez, fue castigado por su padre al hacer una gárgola horrorosa con un tronco de su patio.
7. Estudiaba el cuerpo de los animales e inspiradas en ello, creaba armas de guerra. Por ejemplo: fue el primero en crear el boceto de un tanque de guerra y se inspiró en el caparazón de una tortuga.
8. Leonardo poco pintaba con modelos, pero cuando lo hacía contrataba músicos para que tocaran mientras pintaba para que los modelos estuvieran relajados.
9. Era un gran amante de los animales (específicamente de los caballos, le parecían fascinantes). Se dedicaba horas a diseccionar cadáveres para estudiar sus estructuras óseas y musculares.
10. Estudió a los murciélagos y a las aves con especial atención, específicamente a los búhos. En base a ellos, hizo bocetos de aviones, helicópteros y planeadores.
11. Se dedicó a analizar el movimiento de las aguas del río, con el propósito de crear corrientes que se distribuyeran por todas las ciudades (tuberías).
12. Paseaba solo por los bosques y montañas analizando las flores y los árboles, Leonardo creía que antes, toda la tierra estaba cubierta de mar, porque en las montañas inexplicablemente encontraba conchas y caracoles marinos.
13. Trabajó en la cocina junto a su amigo Sandro Botticelli. Le gustaba experimentar con diferentes recetas, además de cocinar también creó el tenedor.
14. Leonardo dio clases de arte, pero sus discípulos eran escogidos por él. Siempre destacaron por ser hombres hermosos, lo que incentivaba el rumor de su posible homosexualidad.
15. Fue el primero en explicar por qué el cielo es de color azul. (Por la forma en la que los rayos del sol interactúan con los gases de la atmósfera.)
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qué respondería Enzo cuando la novia le pregunta "¿me seguirías amando si fuera un insecto?", en volá siento que podría darte una respuesta bien argumentada like the smart boy he is mientras la novia trata de discutir
Fluff ♡
-Enzo...
La única respuesta que obtenés es un sonido grave por parte de tu novio, que intenta prestarte atención aunque está profundamente sumergido en el libro que sostiene entre ambas manos. Frunce el ceño cuando algo entre las páginas lo confunde o sorprende y de tanto en tanto cierra el libro para permitirse asimilar lo que leyó.
-Enzo- insistís-. Enzo.
-¿Qué?
-¿Vos me seguirías amando si fuera un insecto?
-Depende...- contesta sin dudarlo, todavía concentrado en las palabras frente a sus ojos y ajeno a tu indignación. Cuando no contestás inmediatamente su curioso cerebro lo obliga a preguntar:- ¿Qué clase de insecto serías?
-Dejá.
-¿Eh?- cierra el libro para mirarte-. ¿Qué? ¿Qué dije?
Abandonás la cama sin contestar y te encaminás hacia la cocina todavía sin mediar palabra, tus pasos molestos resonando por todo el corredor y pronto acompañados por el sonido de sus pisadas apresuradas persiguiéndote.
Ignorás su presencia hasta que intentás tomar una taza que no lográs alcanzar y él intercede, tomándola y forzándote a mirarlo a los ojos cuando te la entrega. En su rostro hay una sonrisa que él pretende contagiarte pero no lo logra, porque es obvio cuánto lo divierten la situación y la expresión molesta en tu rostro.
-¿Te enojaste por eso?- asentís-. ¿Por qué?
-¿Cómo que por qué?- repetís-. Dijiste que depende.
-Y sí... ¿Vos me querrías si fuera una cucaracha?
Hacés una mueca de desagrado.
-¿Ves? No sé si podría quererte si sos una cucaracha, pero si sos una mariposa o...
-Sos re superficial, ¿sabés?- lo empujás para poner distancia entre ambos-. Solamente me querrías por mi apariencia, tarado.
-No.
-Sí, seguro que si fuera una lombriz tampoco me cuidarías.
-¿Cómo que no?- te abraza por la espalda, acorralándote contra el mueble e ignorando la furia con que preparás el té para ambos-. Hasta te pondría un moñito para distinguirte de otras lombrices.
-Sos un boludo.
Besa tu mejilla y deshace el abrazo.
-Vos lo que me estás preguntando es si yo seguiría estando a tu lado con vos en un estado tan vulnerable, ¿no? Querés saber si estando así toda chiquitita e indefensa te protegería de otros.
-Ponele.
-¿Y qué creés?
-Que no.
Suelta una carcajada de incredulidad.
-Yo siempre te cuido, no seas así- se inclina para encontrar tus ojos y suspira cuando volteás para no verlo-. ¿Me perdonás, mi amor?
-No sabés ni por qué me pedís perdón.
-Por ser mal novio- su voz es seria aunque es más que consciente de que pensás lo opuesto a sus palabras-. ¿Cómo te puedo compensar?
-No sé si podés.
-¿Con un beso?- negás-. ¿Un abrazo...? ¿Los dos?
No espera por tu respuesta y otra vez te rodea con sus brazos, aprisionando tu espalda contra su pecho. Ignorás sus besos en tu cabello, en tu cuello y en tu mejilla, pero la sonrisa que tira de tus labios te delata y cuando ríe el sonido endulza tus oídos.
El silencio es interrumpido por el silbido de la tetera, que te saca del trance producido por los labios de Enzo sobre tu piel. Antes de oírte, él ya sabe lo que ocurre en tu mente.
-¿Qué clase de mariposa creés que sería?
-La más linda- contesta rápidamente-. Y la más insoportable.
-¡Enzo!
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La heredera del Infierno
Secretos
Pasaron días desde que Adelina se había marchado a Arctika y Daniela y Mariano siguieron con las rutinas. Todo el grupo se enfocaba en pulir sus habilidades en el combate y tener una sana convivencia durante los días que quedasen.
Daniela pasó las tardes entrevistando a profesores de la Academia Wu Shi después de los entrenamientos. También, leía los libros de la biblioteca para escribir críticas, ya que se había terminado los que llevó a la academia y Adelina no había dejado ninguno para compartir. Esperaba que cuando ocurriera una visita a Arctika le prestara algunos. Por ahora, tendría que esperar a que llegaran noticias de ella. Daniela seguía enfocada en mejorar, mientras escuchaba las divagaciones de Mariano.
En esos días, su creatividad había despertado y logró encontrar herramientas y objetos necesarios para crear un pequeño aparato para cargar los celulares usando el medallón de Raiden. En los momentos de descanso, Mariano intentaba dialogar con el granjero para trabajar en ello. El resto de luchadores se reían de cada vez que mencionaba el tema y se le iluminaban los ojos, como un niño.
–Vamos Raiden, déjame usar el medallón –pidió Mariano mientras comía su almuerzo y el resto miraba el escenario–. Voy hacer un gran invento.
–No te lo prestaré, Mariano –soltó Raiden enojado–. Lord Liu Kang, me lo dio para el torneo y como obsequio. No vas a usarlo para otra cosa.
–Ni tampoco para hacernos reventar por los aires –siguió Daniela sorbiendo de la sopa que hicieron los cocineros–. Me basta y me sobra que sos un peligro aterrizando con la avioneta.
–¿Explotó alguna cosa Mariano? –preguntó Johnny.
–Oh, sí lo hizo –contestó la pelirroja enfocada en su comida–. Una vez metió al microondas huevos y pescado para calentar. Lo puso a tres minutos y al poco tiempo escuchamos algo que explotó en la cocina. El olor estuvo por varias semanas y no importa cuantas veces limpiando, ese puto olor seguía. Otra vez, se olvidó de encender la hornalla. De milagro el Viejo Mario se dio cuenta y nos salvamos de volar por los aires.
–¿De enserio apestó tu casa a pescado por días? –preguntó Kung Lao sonriente y Daniela asintió.
–Che, mira que me volví mejor cuidando las cosas –espetó Mariano mientras tomaba la sopa.
–Deberíamos ver su casa –dijo Kenshi riendo–. Tal vez, lo que queda son solo escombros.
–Es una gran calumnia a mi persona, Kenshi –dijo Mariano dramático–. Me siento difamado.
Todos rieron y continuaron el almuerzo hasta que el sonido del gong anunciara el final. Dejaron sus platos cerca de las cocinas y volvieron a los entrenamientos. En las horas siguientes, hicieron clases para mantener equilibrio en la punta de los postes en los que Daniela caía en varias ocasiones, terminando con varias magulladuras.
Al llegar a los cuartos, Daniela sintió un alivio al sentarse en las escaleras. Mariano trajo mates y compartió con el resto, mientras se enfocaba en convencer a Raiden para dejarlo usar el medallón. Ya al punto en el que estaban, todos querían que Mariano se callara, incluido Johnny.
–Raiden, por favor, déjalo que haga sus manualidades para que deje de insistir –espetó el actor.
–¡Mira quién habla! El que no paró de parlotear por hacer una película –argumentó Mariano sarcásticamente y bastó para que Johnny cerrara la boca–. Sino quédate en mi habitación a vigilar el medallón, mientras lo uso para crear algo. No te lo quitaré porque lo estarás cuidando ¿te parece? ¿mucho mejor?
Raiden suspiró cabizbajo y alzó su mirada a los ojos azules de Mariano. Tenía ojos expectantes combinados con los de un cachorro.
–Está bien –dijo el granjero con los brazos cruzados–. Pero yo lo estaré cuidando. No permitiré que rompas lo que me obsequió Lord Liu Kang.
Mariano celebró y le dijo a Raiden que comenzarían al día siguiente después de los entrenamientos. Daniela rio por el entusiasmo de su amigo y siguieron tomando mates hasta que los sonidos del gong anunciaran la cena. Comieron tranquilamente y Daniela se sintió incompleta por la ausencia de Adelina, pero se recordó que pasaron algunos momentos así y pudieron cuidarse.
En la noche, Daniela se preparó para dormir, se puso óleo para el cabello en sus rizos rojizos y se acomodó en el futón. Tomó el libro que había tomado de la biblioteca de la academia y empezó a leer. Mientras se perdía en las palabras, no se percató de una luz anaranjada tapada por el libro. Daniela sintió que algo liviano caía en su regazo y tras vislumbrar sobre las hojas, vio un pequeño papel. Dejó el libro a un costado del futón y recogió el papiro.
Tenía delineaciones violetas y se dio cuenta de que era una carta de Shang Tsung. Lo desplegó por completo y comenzó a leer su contenido.
Querida Daniela:
Pasaron días desde nuestros pequeños encuentros durante el torneo y espero que te encuentres bien. Quiero seguir hablando contigo a través de cartas y aguardaré tu respuesta. Tu persona me cautivó y tengo la curiosidad de seguir descubriendo más sobre ti.
En estos días, estuve ocupado con mis avances para mejorar la salud del Mundo Exterior y necesitaba a alguien con quien hablar. Mi mente ha estado divagando en los pocos dichos que tuvimos y espero que en las cartas podamos seguir conversando.
Atentamente,
Shang Tsung.
Daniela sonrió, buscó hoja y birome y escribió. Sus mejillas se tornaron rojas ante lo que pensaba poner y dejó que su mano la guiara.
Querido Shang Tsung:
¡Gracias por escribirme! Tengo la esperanza de que hayas podido ayudar a tus pacientes y a los miembros de la casa real. Por lo que tengo de tu entrevista, sé que lo hiciste de maravilla.
En la Tierra, estuve entrenando, pero tenemos algo de tiempo libre y me lo paso leyendo y entrevistando a algún maestro. También, escribo críticas de los libros que voy terminando para despejar mi mente. Me entretiene, pero sería lindo hablar contigo mediante las cartas.
Tengo curiosidad sobre ti, también. Desearía conocerte más que como el brujo de la familia imperial.
Espero tu respuesta,
Daniela.
La muchacha dobló bien la hoja y la vio esfumarse entre llamas anaranjadas. Se sorprendió y volvió a acostarse en el futón con la esperanza de que el hechicero le volviera a escribir. Alzó su mano mirando el anillo con la joya rosada y un calor en sus mejillas inundó su rostro. Ocultó su mano en las colchas y sus párpados comenzaron a pesarle.
Pasaron pocos días cuando Mariano logró hacer el invento para cargar el celular usando la electricidad del medallón de Raiden. El primer prototipo lo usó en el de Johnny y casi explota por el nivel de voltaje. Daniela se sorprendió al ver el desastre de la habitación de Mariano.
Había muchos metales esparcidos por cualquier parte, haciendo difícil la posibilidad de caminar. Se escuchaba música y se veía a Raiden sentado al lado de Mariano, con la cara resignada. El futón estaba desordenado y la madera estaba repleta de yerba mate y migas de comida.
–¿Podrías bajarle el volumen a eso? –preguntó Raiden.
–No –contestó Mariano tranquilamente sorbiendo mate–. Uno, es Tornado of Souls de Megadeth y un buen tema. Número dos, es mi habitación y son mis reglas.
–Solo te pido que le bajes el volumen.
Mariano lo bajó apenas y siguió haciendo experimentos. Raiden miró a Daniela y sus ojos mostraban hartazgo.
–Lo lamento, Raiden –dijo la muchacha con los brazos cruzados–. Te tocará soportar su música hasta el final.
–No me molesta su música. Me molesta el volumen –espetó Raiden.
–¿Cuánto te falta para que termines con ese invento? –preguntó Daniela.
–No sé, creí que a la primera me funcionaría –dijo Mariano analizando el aparato–. Lamento que casi reventara tu celular, Johnny.
–¡No permitiré que mi celular sea una rata de laboratorio, otra vez! –exclamó el actor y lo guardó en su pantalón–. Tengo muchos videos para hacer mi gran película.
Todos miraron de mal manera a Johnny y Mariano se enfocó nuevamente en la maquinaria. Salían cada pocos segundos chispas naranjas y maldecía cuando había un pequeño cortocircuito.
–¿Quieres que te ayude, Mariano? –preguntó Kung Lao.
–Sabes que sí –el granjero se sentó y esperó nuevas órdenes–. Sosteneme el aparato y no lo muevas que tengo que ver mejor si ubiqué bien los metales.
Daniela y los demás se marcharon lentamente, escuchando a lo lejos la música estruendosa de su amigo. Siguieron charlando hasta la hora de la cena y antes de que la joven fuera al gran comedor, el anillo comenzó a darle calor en su dedo. En frente de los ojos de la joven, una nueva carta de Shang Tsung apareció. Desplegó el papel y leyó las palabras del hechicero.
Querida Daniela:
Me alegro que hayas aceptado mi propuesta y tengo intenciones de conocerte más. Me resulta positivo que puedas tener tiempo libre durante tus entrenamientos y mejores tus talentos.
Estuve tan ajetreado que no me enfoqué en mis pasatiempos. Quisiera hacerlo, pero mis labores me agobian. Son muchas cosas las que tengo que hacer y cada vez que termino una, aparece una nueva. No tienen fin, pero los hago con gusto. Cada tarea que me comprometo, la cumplo de forma meticulosa y me tomo mi tiempo.
Aun así, al leer tu carta sentí que pude tener un pequeño pasatiempo, aunque sea algo insignificante, para mí, significa mucho.
Espero con ansias tu respuesta,
Shang Tsung.
Daniela sonrió y comenzó a escribir emocionada las cosas que sentía hacia el hechicero. Sus mejillas se tiñeron de rojo como su cabello y notó un mechón pequeño se colaba en su vista. Se enfocó en el papel y su mano guio la pluma.
Querido Shang Tsung:
Espero que logres completar todas tus tareas. Si sientes que no puedes con todo, está bien sentirlo, es necesario que descanses y busques algo con lo que distraerte, aparte de escribirme cartas. No me molesta que me escribas, leo con gusto lo que me envíes, pero también busca otras cosas y experimenta.
Mi consejo es que limpies, a veces hacerlo es una gran forma de distraerte y hasta pensar en el siguiente paso. Otras cosas que pueden ayudarte son: cocinar, dormir, meditación, entre otras muchas.
Algunas veces, es necesario dejar algunas tareas para el día siguiente. Escribir, leer y hasta cocinar (no siempre me sale bien) son algunas de mis formas de descansar mi mente. Incluso salir a caminar me ayuda y espero que te sirvan a ti también.
Confío en que mis consejos te ayuden,
Daniela.
El papel se esfumó entre llamas. Tuvo la esperanza de que Shang Tsung leyera en poco tiempo su carta y volvieran a escribirse. De repente, Daniela escuchó gritos.
–¡Dani! ¡Ya es hora de comer!
–¡Ahí voy, Mariano!
Salió de su cuarto y corrió hacia donde estaban sus compañeros para unírseles. Caminaron, iluminados por los faroles anaranjados y las hojas secas y pétalos adornaban los caminos de piedras, llegando al gran comedor.
Luego de la cena, Daniela se aseó y fue hacia sus aposentos. Frente a su puerta, la luz de las velas de la habitación de su amigo seguía encendida y sonrió por sus maldiciones. Entró a su habitación y se sumergió en las vastas colchas de su futón.
Pasaron los días y Daniela siguió entrenando junto al resto de sus amigos y escribiendo cartas a Shang Tsung. Lo que sí le preocupaba a la muchacha fue la falta de noticias de Adelina, seguramente los entrenamientos en Arctika la agobiaban. Incluso, Raiden, Kung Lao, Kenshi y Johnny preguntaban por las noticias de ella hasta que esas dudas se apaciguaron un día después del almuerzo.
Previo a eso, luego de terminar los aparatos para cargar celulares, Mariano encontró en pueblos cercanos partes de torres de radio y comenzó a comprarlas para construirla. Ante eso, Daniela le propuso que lo hablara con Liu Kang para evitar cualquier inconveniente. El joven salió rápidamente hacia donde estaba el dios y le resultó difícil convencerlo para que le diera luz verde.
Fue poco tiempo, tras algunos discursos Liu Kang se lo permitió y Mariano dio comienzo a su construcción, haciendo que suenen chispazos y pequeños incendios en su habitación. Él y Kung Lao, a veces, salían por el humo y Daniela los ayudaba a recuperarse para que volvieran a meterse y seguir trabajando con la torre de radio.
El día que había llegado la carta de Adelina, tanto los demás luchadores como los profesores tuvieron que detener a Johnny y Kenshi por una riña por la espada Sento. Ambos se separaron, tomando diferentes caminos para bajar los aires de pelea, dejando a Mariano, Raiden, Kung Lao y Daniela en el recinto de estudiantes. Mientras esperaban a que los dos luchadores volvieran, un maestro llegó con una carta de Adelina.
Emocionados, Daniela y Mariano la leyeron y luego la joven preparó la respuesta. No mencionó las cartas que tenía con Shang Tsung hasta tener más confianza con él y poder hablarlo con sus amigos. Por ahora, sería algo que mantendría en privado.
Tras terminar la carta, un maestro los guio hacia el palomar y le dieron el papel con el invento de Mariano a un ave. La soltaron y la vieron perderse en el cielo. Regresaron al recinto con tranquilidad y Mariano se recogió el cabello rubio haciéndose una cola de caballo. Los dos entraron a sus respectivos cuartos y Daniela se enfocó en escribir la opinión de un libro de la biblioteca. Los faroles y velas le proporcionaban una gran luminosidad a su cuarto y la canción que reproducía de su celular la hacía olvidar el alrededor. Hasta que hubo otra explosión en la habitación de Mariano y Daniela, alarmada, salió a ver qué ocurría.
–¡Ay! ¡La concha de la lora! –maldijo el muchacho, sacudiendo su mano–. Putos cables de mierda.
–¿Qué pasó, Mariano?
–Estamos bien, Daniela –calmó Kung Lao–. Solo fue un cortocircuito.
–Me costó muchísimo pagar por todo esto –dijo Mariano enfocado en la maraña de cables y metal–. Más vale que me rinda la plata para hacer una pequeña torre de radio.
–¿Le preguntaste a Liu Kang sobre hacer esto? –cuestionó el granjero–. Me resulta difícil de creer que te haya permitido hacer esta locura.
–Me costó convencerlo, pero lo logré.
Mariano se calló y siguió enfocado en su trabajo con la ayuda de Kung Lao, algunas indicaciones se escuchaban cuando Daniela volvía a su cuarto. Al cerrar la puerta, oía la canción de Graveyard de Halsey y se centró en su crítica hasta el anuncio de la cena.
Pasaron los días y entre carta y carta la relación entre Daniela y Shang Tsung se amplió. Hablaron sobre los pasatiempos de cada uno y algunos libros que leían. A veces, le llegaban mensajes antes de ir a dormir y los respondía lo más rápido posible con una sonrisa adornada en el rostro.
También, recibían cartas de Adelina y se alegraban de tener noticias de ella. Le molesta un poco que su amiga no se arriesgara un poco, pero era entendible. La extrañaba, nunca habían estado tanto tiempo separados los tres, pero tendrían que esperarla. Quería hablar cara a cara con Adelina y pasar junto a Mariano los entrenamientos. Era extraño no tenerla al lado.
Mariano seguía enfocado en poder instalar la torre de radio, pero entre explosiones y maldiciones, parecía que no tenía resultados positivos. Hasta Kenshi y Johnny creían que era imposible que lo lograra, pero no les hacía caso y seguía manteniendo su convicción. Raiden y Kung Lao no soportaban la música de Mariano, pero mantuvo el volumen bajo para mantenerlos contentos.
Un día, en los aposentos recibió una carta de Shang Tsung y comenzó a leerla. Su sonrisa se acrecentaba con cada palabra escrita por el hechicero del Mundo Exterior.
Querida Daniela:
Me alegro que en estos días hayas podido seguir entrenando y haciendo tus tan mencionadas críticas literarias. En algún momento, me gustaría poder leerlas a tu lado y compartirnos nuestros gustos por los libros. Espero que hayas podido terminar el libro que estabas leyendo.
También, me causa mucha curiosidad los tantos alimentos de tu amada patria, sus nombres me resultan curiosos y deliciosos. Me gustaría probarlos algún día. Por ahora, me conformaré con mi imaginación. Tu patria parece bastante maravillosa por cómo me la cuentas, pero quizás verla en persona sería más hermosa.
Ansío tu respuesta,
Shang Tsung.
Daniela salió inmediatamente hacia las cocinas de la Academia Wu Shi y luego de conseguir todos los ingredientes empezó hacer unos cañones rellenos de crema pastelera y de dulce de leche. Los cocineros le dejaron un pequeño espacio para hacerlos.
Preparó la masa con harina, manteca de cerdo y leche. Mezcló con tranquilidad y al compás de los ruidos de los cocineros yendo de un lado para el otro para la cena. Poco a poco, la masa de los cañones se iba despegando del bol, Daniela amasó con fuerza el alimento, comenzó a formar bolitas pequeñas para aplastarlas y después enroscarlas.
Mientras las cocinaba, preparó la crema pastelera con maicena, azúcar, yemas de huevos, leche y canela. Colocó la crema y el dulce de leche en las masas hechas y los cocineros comieron unos pocos para volver a sus asuntos. Daniela llevó una gran cantidad para los demás luchadores y celebraron el pequeño gesto junto a los mates de Mariano. La joven guardó en una pequeña caja para Shang Tsung en su habitación y siguió compartiendo el momento con sus amigos.
Antes de que sonara el gong, Daniela fue a su cuarto y le escribió una carta para el hechicero. Se sentió una cursi haciendo el postre, pero esperaba que le gustara el gesto.
Querido Shang Tsung:
Me encantaría mostrarte todas mis críticas que he hecho, pero por ahora las tengo en borrador y quiero mejorarlas para que las puedas leer. Estoy terminando el libro y me siento muy emocionada por ver cómo termina. Escribirlo no es lo mismo que decirlo con palabras.
Lo único que puedo darte son cañones de crema pastelera y dulce de leche. Son uno de las tantas facturas que hacemos en Argentina. Si no llegan con la magia que hiciste, pido perdón. Me las comeré luego para que tengas antojo y envidia.
Espero que te gusten.
Daniela.
En cuanto terminó la carta, la puso junto a la caja de madera y ambas ardieron hasta desaparecer. La joven tuvo la esperanza de que los haya recibido y no se quemaran en el proceso. También, uno de los maestros llegó con una nueva carta de Adelina y se apresuró a contestarla.
Querida Daniela:
Espero que te encuentres bien y que Mariano haya avanzado con la torre de radio. No sé por qué pienso que va a tener todo el cabello para arriba como si fuera Dragon Ball. Me rio con la imagen de la cabeza que tengo.
Todos los días tengo entrenamiento a la mañana entrenamiento con Bi Han y no puedo despertar mi criomancia. Después sigo mis clases con sus hermanos y otros maestros. Aprendo manejo de armas (siento que es un poco atrasado usar una puta espada, pero bueno qué puedo hacer), sigilo, combate, etc. Al mediodía, es la hora del almuerzo y soporto las miradas hostiles de los demás principiantes (es una porquería, pero ni siquiera sé por qué lo hacen y no tengo intenciones de saberlo). Después sigo haciendo entrenamiento y limpieza.
Termino hecha mierda, me da ganas de tirarme en la cama y dormir por un año. Me cuesta poder encontrar un tiempo para averiguar las ruinas con todas las tareas que me asignan, apenas logré hallar el palomar.
Los extraño mucho y quisiera hablar con ustedes en persona. Me siento un poco sola, pero a veces hablo con Tomas, no es mucho lo que hablamos, pero me hace sentir comprometida… eso creo. No me molesta hablar con él, es solo que parezco buscar algo más de él y no es así. Cuando aparece un extraño intentamos ser lo más formales… me hace sentir una tonta.
Además, mis mejillas se calientan y me gustan sus ojos. Me hacen recordar a portadas de libros y mañanas nubladas.
Espero tu respuesta,
Adelina.
Daniela tomó un papel y la pluma comenzó a escribir.
Querida Adelina:
Te extrañamos también y queremos verte lo más pronto posible. Para tu decepción, Mariano no tiene el cabello parado ni sé si avanzó o no con su torre de radio. Sinceramente, pienso que avanza de a poco, aunque cada explosión y maldiciones me hace sentir lo contrario.
Por lo que entiendo de los Lin Kuei, cuando estábamos teniendo las clases teóricas, son nuestro ejército. Así que sí, te tocará el entrenamiento más fuerte, aunque admito que deberían darse unos descansos, pero ese es mi pensamiento. Por otro lado, también me resulta anticuado el uso de armas, pero son sus costumbres, no podés hacer mucho.
Me enoja que te traten diferente, me recuerda al orfanato, pero no busques pelea con ellos y evita cualquier provocación. Además, me alegra que puedas hablar con Tomas, no te agobies la cabeza con esos pensamientos, mientras no busques algún privilegio usando sus sentimientos, no hay problema. Te conozco y no lo harías, así que deja atormentarte.
Con cariño,
Daniela.
La muchacha preparó la carta, fue hacia el palomar y soltó el ave. Voló perdiéndose en la oscuridad de la noche y escuchó el sonido del gong anunciando la cena. Bajó de la torre y corrió hacia el gran comedor, alcanzando a sus amigos.
Las risas y barullo se acrecentaron en las cuatro paredes cuando los platos se sirvieron. Todos comieron y agradecieron con júbilo la habilidad de los cocineros. Las charlas continuaron hasta que los maestros anunciaron la hora de dormir.
Daniela se bañó y se preparó para sumergirse en las vastas colchas del futón. Tomó el libro que tenía al lado y lo abrió. Las palabras fueron atrapándola y la metió en el mundo de la trama, perdiendo la noción del tiempo. Con cada página, los párpados le pesaron y le costaba mantener la coherencia de lo que leía. Cerró el libro y se tapó con las colchas, esperando un mejor día y posiblemente alguna carta de Shang Tsung.
Los entrenamientos siguían todos los días, Daniela lograba seguir a sus amigos, pero a veces tenía dificultades. Las clases en equilibrio y meditación eran las más complicadas, ya que la joven tambaleaba en los postes y perdía el equilibrio constantemente generándose varios moretones. Mariano se reía de cada caída, una y otra vez para luego ayudarla levantarse. Por el lado de la meditación, su mente siempre fue acelerada y encontrar la calma le resultaba complicado. Lo que le parecía media hora, en realidad, eran segundos o minutos.
Le frustraba a Daniela, pero se esfumaban por las cartas de Shang Tsung y preparar algunas facturas o picada para los luchadores y el hechicero. Entre carta y carta la relación entre ellos se fue abriendo más y más. Se actualizaban de los días y hablaban de sus gustos. Se expresaban mucho las ganas de verse en persona y seguir con sus divagaciones.
En una de las tantas cartas, Daniela se emocionó por su contenido y un cosquilleo invadió su estómago.
Querida Daniela:
El papel no logra expresar mis ganas de hablarte en persona. Quisiera escuchar tu voz que hace tiempo mi memoria no le hace justicia. Mi petición es que podamos hacer un encuentro y vernos. Si estás de acuerdo, por favor envíame una respuesta.
Shang Tsung.
Daniela no supo contener su alegría y le escribió una respuesta inmediatamente.
Querido Shang Tsung:
Me encantaría. Veámonos en dos días a la medianoche, afuera de la Academia Wu Shi. Te esperaré con algunas cosas para comer juntos.
Daniela.
La carta se esfumó entre las llamas y los nervios la carcomieron, esperando la respuesta del hechicero. Su mente divagó a su sonrisa encantadora de hace semanas atrás, en su estadía en el Mundo Exterior. Sus ojos marrones que le recordaban a las tortas negras.
Luego de cenar y asearse, Daniela se quedó despierta por un tiempo más, con la esperanza de que Shang Tsung le mandara una respuesta a su propuesta. La ansiedad la mantuvo caminando en círculos por su habitación por varios minutos hasta que el cansancio le pesaba. Se acostó en el futón y se envolvió con las colchas. Antes que sus ojos se cerraran, llegó una nueva carta con la respuesta afirmativa del hechicero. Se durmió con una sonrisa en su rostro y pensando en qué hacer de comida para Shang Tsung.
Los dos días fueron eternos, haciendo que las ansiedades de Daniela se acrecentaran y lo único que la despejaba eran los entrenamientos. Preparó más cañones de crema pastelera y dulce de leche, junto a algunas medialunas y galletitas. Compartió parte de sus facturas a sus amigos y a veces le entregaba a Mariano cuando se enfocaba en hacer la torre de radio.
Raiden y Kung Lao seguían en la habitación de su amigo para evitar que le explotara algo nuevamente. La música estruendosa de Mariano se podía escuchar al pasar cerca de su habitación, junto con el vocabulario vulgar y miles de maldiciones cada vez que ocurría un cortocircuito.
Johnny y Kenshi seguían peleados por la espada Sento y Daniela estaba hartándose de escuchar sus idas y vueltas. Después del primer conflicto, se mantenían al margen, pero se tiraban comentarios mordaces.
Cuando llegó el día de ver al hechicero, los nervios carcomían a Daniela y se tocó constantemente el cabello rojizo. Algunos mechones enrulados y cortos se metían en sus ojos y se los apartaba para calmarse. Estuvo todo el día con el estómago revuelto y se acrecentaron cuando terminó la cena.
Cuando todas las velas del complejo de estudiantes se apagaron y los faroles iluminaban los caminos. Daniela salió sigilosamente y caminó hacia las grandes puertas de la Academia Wu Shi. Las abrió con cuidado y se sumergió entre las plantas del vasto bosque, chocándose con varias y algunas hojas se metían en su boca.
Llegó hacia unas colinas donde había un árbol con flores y a lo lejos se veían las columnas de la Academia Wu Shi. Se sentó en la roca y dejó al lado una canasta pequeña con las facturas que había traído para el encuentro. Estiró las piernas y se quedó esperando a la llegada del hechicero.
Los nervios la carcomían por dentro y se mordió la uña del pulgar. Los segundos parecieron minutos y sintió que sus esperanzas para la reunión se apagaban. La chica admiró el paisajismo y el cielo estrellado. El viento sopló suavemente, haciendo que algunos mechones rojizos se elevaran.
De repente, un destello blanco apareció enfrente a sus ojos. Poco a poco, se reveló la figura de Shang Tsung y el corazón de Daniela dio un vuelco. Los ojos del hechicero la vieron y de su rostro adornaba una pequeña sonrisa.
–Buenas noches, Daniela.
–Hola, Shang Tsung –saludó la muchacha y un sonrojo invadió sus mejillas que rivalizaron con su cabello corto–… Eh… traje más facturas para comer juntos. Espero que no te moleste.
–Está bien –dijo el hechicero y se acercó a Daniela–. Extrañaba tus delicias ¿Quieres sentarte?
–Sí, gracias.
Se sentaron en el pasto y abrió el canasto con las facturas. Desvió sus ojos del hechicero y se enfocó en el hermoso cielo. Hacía tiempo que no veía las estrellas, eran pocas las que se distinguían en capital y las veces que las vio fue cuando pasó noches con el Viejo Mario en la provincia de Buenos Aires.
Tomó un cañón de dulce de leche y comenzó a comerlo tranquilamente. Vislumbró al hechicero e imitó la misma acción que ella. Su corazón le latió con fuerza y el estómago le cosquilleaba.
–Es bonita la noche –soltó Daniela después de tragar la factura–. Hace tiempo que no veía las estrellas.
–Tienes razón, es encantadora –coincidió Shang Tsung con la vista enfocada en el cielo–. Es extraño ver solamente estrellas. En el Mundo Exterior, hay días o semanas que veo diferentes colores en los cielos hasta incluso galaxias.
–¿De enserio?
–Sí, es maravilloso –respondió el hechicero y la miró–. Al igual que tus delicias.
–Gracias y espero que mis consejos te hayan ayudado.
–Sí, me ayudaron… –dijo Shang Tsung y le sonrió tímidamente–… pero lo que más me favoreció fue escribirte.
Las mejillas de Daniela se calentaron y se cautivó por los ojos chocolate del hechicero. Le recordaban las tortas negras y caramelos de dulce leche. Tomó otra factura y la mordió. La delicia de la masa y la crema pastelera invadió sus papilas gustativas.
Tras terminarla, su mano fue hacia la canasta para tomar otra, pero chocó con la de Shang Tsung y la tomó con delicadeza, como una flor. Daniela se sonrojó más, pero dejó que tocara su mano, parecía fascinado con ella.
–Son suaves –exclamó el hechicero hipnotizado–. A pesar de tus entrenamientos, siguen siendo delicadas.
–Gracias, Shang Tsung.
Sus dedos se entrelazaron y Daniela sintió que encajaban perfectamente, cual piezas de rompecabezas. Sus pulgares chocaron y el calor de su fuerte mano le pareció confortante. Una electricidad recorrió todo su cuerpo y sus mejillas se calentaron mucho más.
Daniela no quiso zafarse de su tacto. No llevaba los guantes que recordaba verlos puestos en la estadía en el Mundo Exterior y agradeció ver la complexión de su mano. La muchacha desvió la mirada hacia el cielo nocturno por unos minutos más, pero sentía los ojos del hechicero.
Volvió a mirarlo y hubo un silencio. Las hojas se levantaron por el viento leve y el cabello rojizo de Daniela se elevó suavemente. Dejó de lado el cielo y cualquier tema de conversación y se acercó dudosa a Shang Tsung. La imitó y el estómago comenzaba a revolotear.
Daniela apartó lentamente la canasta y se aproximó más. La mano del hechicero tocó su rostro, como si fuera porcelana y la acercó hasta ver mejor su reflejo en los ojos de Shang Tsung. Sus respiraciones se unieron y ya no hubo espacio entre ellos. Los labios de ambos se juntaron y el corazón de Daniela explotó. Fue suave, pequeño y tímido.
Se alejó del muchacho lentamente y volvió a mirarlo. Sus ojos chocolate la recibieron y quedó hipnotizada por ellos. No se percató que los labios del hechicero capturaron los de ella nuevamente, dudoso y Daniela lo siguió. La mano que ahuecaba su rostro se encaminó al cabello pelirrojo de Daniela, enredándose en sus rulos.
Daniela chocó con el cuerpo de Shang Tsung y continuó besándola con suavidad. El corazón bombeaba con intensidad y buscó aire para respirar. Se alejaron un momento y las puntas de las narices de ambos chocaron. Shang Tsung volvió acercarla y la besó con más pasión, tomando a Daniela desprevenida. Las manos de la chica se enredaron en el cuello del chico, pegada a sus labios. La otra mano de Shang Tsung se posó en su cintura acercándola con más pasión.
Daniela se separó y buscó aire desesperadamente. Las mejillas las sintió acaloradas y el brujo la observó con fascinación. Poco a poco, la mano que se había enredado en su cabello pelirrojo se zafó lentamente y se apartó.
–Eres hermosa –soltó el hechicero.
–Gracias, Shang Tsung.
El silencio perduró por más tiempo. Ambos se miraban, entrelazaban sus manos y sus pulgares recorrían las complexiones. La comida fue olvidada y se besaban delicadamente de vez en cuando. Pero poco a poco, el sueño invadía a Daniela, haciendo que cabeceara.
Shang Tsung se percató y la ayudó a levantarse para irse a la Academia Wu Shi. Recogió la canasta y caminó con tranquilidad a las profundidades del bosque. Antes de sumergirse, despidió a Shang Tsung con un delicado beso y lo vio esfumarse en el resplandor blanco. Daniela sonrió y se metió en el frondoso bosque.
Llegó a las puertas de la academia y entró sigilosamente, evitando los faroles que iluminaban los caminos de piedra y ramas de árboles con sus hojas anaranjadas. Daniela ingresó al complejo de estudiantes con cuidado hasta su habitación. Se sumergió en el futón, se tocó los labios y sonrió, como una niña pequeña enamorada por un famoso. Repitió los sucesos de esa maravillosa noche hasta quedarse dormida.
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Historias de Playa
La historia que procederé a relatar a continuación es brutal y horrible. El protagonista sufrió como un porcino siendo faenado y nunca pudo recuperarse psíquica, emocional, física ni socialmente de la desgracia que le ocurrió.
A fines del año pasado este muchacho, que llamaremos Joselito protegiendo así su identidad, se enamoró perdidamente de una minurri llamada Carla, que era una compañera de universidad. Nada nuevo por cierto, siendo ésta una situación que le ocurre a la mayoría de los weones veinteañeros promedio de este país, sin embargo desde un principio este loco amor no se presentó como normal, ya que este weon estaba tan enamorado, que la miraba y se ponía más tieso que weón con fibrosis quística. De hecho pasó de ser un vagoneta de primera a ir a meterse a todas las clases para intentar jotear a la susodicha. Si hasta tuvo que ponerse a estudiar.
No era pa culparlo tanto tampoco, ya que la loca era bastante encachada, hay que decirlo. Para su felicidad, su arduo trabajo rindió frutos y al poco tiempo ya estaban en una relación en la que todo era teleseriesco: felicidad, mariposas en la guata, ositos de peluche y todas esas basuras romanticonas a las que hay que apelar pa que las minas lo terminen prestando. Sin ir más lejos, Joselito frecuentemente nos comentaba acerca de la acabada y extensa técnica de la lolita en las artes amatorias. En resumen, era una delicia, nada más que pudiera pedir.
Llegó el verano correspondiente, y Joselito invitó a su bienamada novia a la playa junto a sus demás amigos, por allá por febrero, cuando la cosa se pone más romanticona. Partieron así a un balneario del litoral central cuyo nombre no viene al caso, más enamorados que osos panda en época de apareamiento. De la mano pa todos lados el par de tortolitos.
Ni bien llegada la primera noche, deciden todos celebrar el inicio de las vacaciones mandándose un carrete de proporciones titánicas, por lo que fueron a adquirir los insumos etílicos necesarios a algún expendio de alcohol playero. Luego de sortear con relativo éxito los terribles palos a los que los querían someter los careros dueños de las botillerías locales.
Luego de hacerse de los mejores licores en relación precio/precio volvieron a su bunker para empezar a ponerle como correspondía. Los brindis y los saluds no se dejaron esperar. Por el verano, por las vacaciones, por la wea, en fin… motivos para celebrar no faltaban ni ánimo tampoco, por lo que al rato ya estaban todos más o menos maquillados, mas la mina del Joselito ya estaba con los ojos bien achinados, con una notoria tendencia a oscilar en torno a su centro de gravedad, y con los labios ya medios expandidos (los de arriba).
Nadie estaba como para andarla juzgando por ello, pero igual no pasó piola que estaba terriblemente de curada cuando empezó a hablar weas en una lengua que parecía sánscrito antiguo lo que nos produjo unas carcajadas incontenibles. Lo que no le dio tanta risa a Joselito fue que la mina en su borrachera, se empezó a mear en la misma silla en la que estaba sentada. Nadie cachó, pero ya cerca del final de la jornada, cuando estaban todos más doblaos que billete de 20 lucas, la loca se sacó la cresta: rompió una silla, se fue de espaldas con sillón y todo y buitreó hasta las cortinas (apenas se salvaron los muebles de cocina).
Al otro día tuvo que ponerse suspensores pa aguantar la cara de vergüenza, sin embargo todos se lo tomaron con humor. Joselito, en su faceta más tierna y amorosa, le dijo que no se preocupara, que esas cosas pasaban y que en realidad habían ido a la playa a wear así que no era tan grave.
Pasaron la caña durante la tarde, y en la noche decidieron ir a la playa a ver se armaba algún vacilón en torno a alguna fotatita. Como andaban medios damnificados sólo se compraron unas Pilsen.
Llegados a las orillas del mar, armaron una fogata y empezaron a compartir. Al rato, Joselito cachó que su pierna ya se había bajado 3 pilsens completitas ya. Sorprendido, se pregunta “¿que weá esta culiá?”. Va donde su chica y le pregunta si está bien o algo, y la mina se emputece y le ladra:
al mismo tiempo que le lanza un denso flato en todo el rostro, y se para y se saca la cresta. Casi se va de hocico a la fogata la peuca jugosa. La ayudaron a ponerse de pie, pero la mina al incorporarse se fue del lugar a dar jugo a otra parte.
No la pescaron, pero al rato decidieron que era mejor irla a buscar, así que recorriendo otros grupitos dentro de la playa, cacharon que se escuchaban risitas por todos lados y dedujeron que la mina al parecer se iba paseando y estaba con la idea de quedarse con el mejor postor, mas Joselito no estaba pa weas de ese tipo.
Al llegar a un grupito, encuentran a la Carlita abrazada de dos weones enteros reggaetoneros, picaos a Wisin y Yandel subalimentados, vestidos con lo más selecto de la alta costura de la ropa americana de Estación Central, con unos bling bling que parecían sacados de la hojalatería y que se cachaba como a 10 km que habían aplicado deserción escolar en prekinder.
Joselito asume su rol de pololo y le dice que se pare y se vaya con él a la casa, ante lo cual se para uno de los roticuacos y le dice,
A Joselito se le envalentonaron todas las hormonas, le hirvió la sangre. No podía ser pisoteado de esa forma así que quiso ser aún mas xorizo que su contendor, a lo que le respondió,
Como buenos caballeros, estos dos muchachos se dieron la mano y la discusión quedó zanjada. No, mentira. En realidad se agarraron a cornetes ipso-facto. Salieron las manoplas y unas cadenas por ahí. Quedó la tole-tole como diría Sapito Livingstone. Patadas, combos, gargajos, y un cuantioso etcétera describe lo que ocurrió en esa reyerta. Uno de los muchachos de Joselito recibió un soplamoco en pleno rostro y resultó con la ceja depilada. Joselito no se quedó atrás y le voló un choclero de un puro ganador en l’ocico a uno de los hampones.
Al final llegaron los verdes y como Joselito y sus amigos tenían menos cara de flaites, solo los redujeron, pero los otros tuzones se botaron a xoros con los pacos así que les pegaron una repasá más o menos. Los giles culiaos golpearon con sus cabezas y estómagos con una tenacidad y una fuerza encomiables las lumas y los bototos de los representantes de la ley. Igual nomas todos se fueron preciosos y pasaron la noche en el calabozo, y Joselito sin noticias de su novia.
Llegado el amanecer, fueron puestos en libertad, quedando exonerados de toda deuda con la sociedad. Joselito se vio sobrepasado por la situación, y con el sol asomándose por la Cordillera de la Costa, se arrodilló en la calle y con una desesperación que podría haber desagarrado hasta el alma del más duro, gritó al cielo,
Fueron a la playa, pero ya no quedaba nadie más que un viejo rancio y negro recogiendo basura, y unos pendejos púberes durmiendo tiraos comiendo arena. Recorrieron un poco más y entremedio de unas dunas, Joselito divisa algo que le parece familiar. Se acerca un poco hasta poder alcanzarlo, lo toma con sus manos, y no lo puede creer. Cayó de rodillas y con lágrimas manando de sus dos ojos reflejó toda la pena y la angustia que apresaban su corazón. Sus emociones se descontrolaron y su dolor estalló en un sobrecogedor clamor hacia el firmamento al observar frente a sí, tirados en la arena, los calzones de su amada.
Volvieron a la casa y Joselito tomó hasta quedar inconsciente y poder así conciliar un poco el sueño.
Al final Carlita se dignó a aparecer en la casa como a las 7 pm, caminando a lo cowboy y con más sed que la chucha y por supuesto más chascona que la mierda. Joselito recobró algo su dignidad tapizándola a chuchadas como ni el más deslenguado hincha de fútbol en el estadio lo había hecho jamás. Le tiró su calzón en la cara y le dijo que se virara para no verla nunca más.
Esa misma tarde Carlita se volvió a Santiago con la cola entre las piernas, mientras el bueno de Joselito se quedó solo en la playa, mirando las puestas de sol sin compañía y a merced de quienes seguían carreteando allá, quienes lo sometían a burlas y ofensas acerca de su situación, gritándole weas como “cacha, ahí esta el aweonao que cooperó”. Sus risas eran como puntudos estoques que perforaban su en un ya deplorable estado corazón.
Pero como Joselito es weon, no paraba de repetir que aún la seguía amando, aún cuando se lo cagaron de forma artera, con premeditación, alevosía, en despoblado y la conchetumare… Los cielos se nublarán de vacas voladoras, los ríos podrán invertir el curso de sus aguas, la arena de las playas podrá convertirse en oro… pero los aweonaos no se acabarán jamás…
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