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No me basta con ser tu amante
No, no quiero ser solo tu amante,
cuando apenas nos rozamos en palabras,
cuando el eco del silencio a voces
aún no sabe tejer memorias gratas.
No quiero apresurar el fuego,
y que se consuma antes de arder,
dejando cenizas de un ayer que no fue,
ni buscar en tus labios
un consuelo que mañana no volveré a tener.
Quiero algo más que piel y sombras,
quiero tu risa provocando a mis pensamientos,
la mirada cómplice de quien sabe lo que sueño,
los días que no han llegado, pero, que ya los anhelo.
No quiero que tu nombre
se pierda entre arenas que arrastran las olas,
ni que mi recuerdo en tu mente
se vuelva un “¿y si hubiera?” que al final solo rompe en llanto.
Quiero ser tu refugio,
tu testigo y compañera,
que nuestras almas se encuentren sin prisas,
que lo efímero se atreva a ser eterno,
en un ir y venir que se construye con cimientos.
No, no quiero ser tu amante,
quiero serlo todo:
el hoy, el mañana y el para siempre;
el plan juntos de cada día,
el dulce regalo que abriga tus mañanas,
la brisa suave que calma tus noches,
la luna que ilumina tus insomnios,
la voz que consuela tus aflicciones.
Quiero construir un “nosotros”
que valga la pena,
una historia digna de contarse,
como la de los abuelos:
un romance lento y amable
que acaricie nuestros recuerdos.
Quiero un porqué para sonreír más,
un motivo para llegar a tiempo,
alguien con quien explorar el universo.
Quiero un todo contigo,
no ser solo tu amante
y perderme en un abismo infinito.
@poetamaria
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No volveré
Poema 2017
No volveré,
a romper el hielo eterno
que cultiva tus cadenas,
ni a escuchar tus claras risas
con que opacas a mis sueños,
ni volverá jamás mi boca
a pedir tu perdón por tus olvidos descuidados,
ni mis manos a temblar
por tus gritos desgraciados,
ni lágrimas derramar
esperando un milagro.
No volveré,
a pensar qué cambiarás
ni mucho menos que mereces
ser cambiado,
ni a creer que soy yo
quien cambiará en ti las ideas
retrógradas de tus antepasados,
ni que por haberte elegido
merezco estos tragos tan amargos.
No volverás,
a ser mi prioridad
mientras a mí me olvido,
ni a ocupar un lugar
en mi corazón no merecido,
ni a ser tan importante
que no hago lo que quiero
ni lo que digo,
no volverás nunca más
a dejar a mis anhelos a un tiempo tardío.
¿Y si acaso?
de mi quisieras una mirada de compasión,
si quizás,
esperas de mí algún poquito de amor,
para cuando acabe este poema
de mi vida te habrás ido,
pues quedarme en libertad
de tus ganas de no amar,
no es solo lo que pido,
es lo que te exijo.
¿Te amo? Si, todavía
¿Te ame? También, mucho, mucho.
¿Te amaré? No lo sé, hay cosas que no vale responder, si no es preciso.
¿Te olvidaré? Quizás no hoy, ni tampoco mañana, con el tiempo sanaré y me perdonare todo lo que te he permitido.
Ahora,
vamos por caminos distintos,
te deseo éxito en lo que emprendas,
por favor encuéntrate en tu propio camino,
y déjame encontrar el mío.
María Manuela
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Hablemos de manías al escribir, yo les cuento las mías. Y ustedes me cuentan si se identifican, les parece loco o alguna suya.
1a manía: No puedo escribir en silencio. Necesito música de fondo que me haga concentrar y si no la hay, me pongo a chiflar. 😗🎵���🎵🎶🎵🎶🎶
Pero con la TV o videos ahí si, no no puedo escribir son demasiados estímulos para mi.
2da manía al escribir: pienso luego existo.
Puedo pasar un gran periodo de tiempo pensando e imaginando lo que voy a escribir antes de escribirlo.
Así que mientras estoy disfrutando de la vida, mi mente divaga en las historias o personajes, en la idea. Paso más tiempo en la imaginación que en el acto de escribir en sí mismo.
Así que cuando escribo la inspiración ya ha sido convocada y surge como vómito rápido y casi sin dolores. 😉
Si medito, pienso, ensueño o sueño acostada, caminado etc.
3ra manía al escribir:
Prefiero hacerlo de noche. Entre más tenue es la luz. Más fácil es para mí escribir. En el día parece que la luz me distrae de otras cosas. Pero en la oscuridad soy más productiva con las letras y en general con todo el trabajo intelectual. Así que es posible para mí escribir más y mejor cuando entra la tarde y puedo pasarme la noche escribiendo sin parar; perdiendo la noción del tiempo.
4ta manía al escribir:
Sobre exploro las ideas. Todo comienza en su mayoría con algo que me hace reflexionar. Lo analizo. Lo escribo como reflexión. Luego lo sintetizo y lo vuelvo a escribir como algo nuevo y de ahí extraigo un cuento o poema. Y después su contraparte. Luego lo hago Micro relato o Micro poema. Luego lo sintetizo de nuevo. Y válido si hay congruencia, verosimilitud y si inspira. Solo entonces decido si se guarda o si se publica. Es como repetir en todas sus formas las ideas.
Al final de una sola idea tengo:
- Reflexión larga
- Síntesis del concepto
- Idea innovadora
- Cuento de la duración qué se de.
- Uno o más poemas como inspire el tema.
- Micro relato de la idea
- Micro poema de presentación
Y si es muy buena el esqueleto de una novela que entonces no publicó nada y lo guardo para más adelante.
Ahora también la vuelvo canción. Esto es algo muy bonito y reciente para mi.
5ta manía al escribir:
Solo escribo recuerdos o ideas basadas en ellos. Ya sea sobre mis recuerdos o los recuerdos de alguien más. Nunca emuló cosas que desconozco aunque hay un 5% de lo que escribo que gira en torno a la fantasía. No hablo de lo que no sé. Quizás podría inventar cosas. Pero no me satisface tanto. Así que aunque no se lea con crudeza lo que digo en su mayoría pasó en algún momento a mí o alguna otra persona. Eso si nunca algo que duele. Por eso mis sueños son la 1ra fuente
6ta manía al escribir:
No escribo. Tengo periodos grises de nula producción. Aunque quiera y lo desee profundamente no lo logro. No es falta de inspiración, pero sí de tiempo. Así que contengo todo lo que se me ocurre. Eso me da espacio a la depuración. Antes estaba obsesionada con que todo cuanto venía a mi mente debía ser puesto en blanco y negro. Pero no todo es bueno como para ello. Me agotó menos si dejo las ideas pasar por un periodo de abstracción y abstinencia antes de llegar al papel.
7ma manía al escribir:
Soy adicta a las palabras. Siempre que no comprendo algo busco el significado. Me voy hasta la etimología. Escribo frases haciendo uso de mi nuevo descubrimiento. Le escribo poemas a palabras al azar que parecen sin sentido. Pero son poemas secretos. Esos son solo míos. Es la forma que tengo de volver mías las palabras. Y cuando alguien llega a preguntar el significado, no respondo. Dejó que vivan la experiencia de descubrirlo por ellos mismos. Pasa que no soy diccionario.
8va manía al escribir:
Hablo mucho de mis sueños. A veces siento que puede ser un poco de trampa. Es decir tengo la puerta abierta 24/7 de la imaginación. Así que los exploro al máximo. Escribo a diario mis sueños y los interpreto. Ahora lo hago con la IA es más rápido que buscar en muchas páginas al respecto. Me sintetiza el significado, y me da pautas haciéndome preguntas. Hacer eso me hace llegar más profundo al verdadero significado del sueño y ahí explota la magia de la inspiración.
9na manía al escribir:
Hablo “sola”. Bueno más bien, hablo con mis amigos imaginarios. Hablo con mis personajes y con mis ideas. Si lo hago en voz alta. Les pregunto de qué va la historia o porque se sienten de alguna manera o porque han hecho alguna cosa. Y les planteó escenarios hipotéticos para saber qué piensan. Eso me deja entender más su historia, algunas veces tienen frases épicas y otras típicas. No siempre lo escribo pero conectarme con ellos me permite entender hacia dónde voy.
10a manía al escribir:
Leo en voz alta. Me gusta verificar cómo suena lo que escribo. Si se oye bien. Si me hace sentido. Me encanta escuchar mi voz, leyendo quizás algún día me anime y les grabe un audio. Antes declamaba en concursos. Tuve un programa de radio por internet durante un año. Y a mis amig@s les gusta escucharme platicar. Se viajan: “dicen”. Y yo también escucharme me da emoción. Aunque mi voz siempre ha sido muy aniñada. Otro día les cuento las anécdotas de voz y como la aprovecho
Sobre las manías de escritor, creo que he dado con las más grandes, que tengo actualmente; quizás tengo otras como evitar muletillas intencionalmente y buscar sinónimos sin parar para engrandecer el tema y diversificar mi vocabulario. Pero también tengo otras palabras que me definen y una vez las uso se quedan para siempre conmigo como la firma de que soy yo quiene escribe. En fin si tienen manías como las mías o distintas será un gusto leerlos y aprender de ustedes. Por lo demás con las mías, es cambio y fuera.
María Manuela
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Por aquí les dejo el Book tráiler de Shanbyath, para que la conozcan y se den la oportunidad de leerla. Su historia completa está disponible en Amazon y en Wattpad
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Reflexión: sobre el mundo virtual y el mundo real
Nos encontramos en la era de la hiperconexión, donde las redes sociales prometen acercarnos, crear vínculos más fuertes y hacernos sentir parte de una comunidad global. Sin embargo, bajo su brillo inicial se esconde una trampa emocional: estamos más conectados que nunca, pero también más solos. Las interacciones humanas se han reducido a gestos digitales: un “like”, un comentario, un emoji. Nos hemos convertido en arquitectos de un mundo virtual donde la validación externa parece definir nuestro valor. Pero, ¿hasta dónde llega esta ilusión y a qué precio?
Un simple “like” es más que un clic; es una moneda emocional. Nos da una pequeña dosis de dopamina, un instante de aprobación que nos anima a seguir buscando más. En este ciclo, el acto de compartir se despoja de su autenticidad, transformándose en una carrera por la relevancia. Publicamos, no para expresar nuestra verdad, sino para existir en un espacio abarrotado de voces. Voces que muchas veces resuenan vacías.
Y cuando esos “likes” no llegan, nos enfrentamos al vacío. ¿Valemos menos? ¿Hemos fracasado? Esta dinámica nos encierra en un espejismo donde ser visibles no equivale a ser comprendidos, donde la conexión parece más una ilusión que una realidad.
En este terreno, las redes también distorsionan cómo percibimos a los demás. Proyectamos en las palabras de otros nuestras propias fantasías, interpretando cada interacción según nuestras emociones. Un comentario puede sentirse como amor o rechazo; todo depende de quién lo lea y cómo se sienta en ese momento. Así, las redes no solo conectan, también confunden.
Es aún más peligroso cuando las historias que construimos en el espacio digital nunca existieron fuera de él. Nos aferramos a ideas de personas, no a las personas mismas. Idealizamos palabras compartidas en un instante de vulnerabilidad, olvidando que detrás de cada pantalla hay alguien tan complejo y frágil como nosotros.
El impacto psicológico de este mundo virtual es innegable. Nos entrena a buscar atención constante, despojándonos poco a poco de nuestra autonomía emocional. Construimos nuestra autoestima en reacciones externas, agotándonos en el proceso. Y cuando la vida virtual choca con la real, los límites se desdibujan, dejando un rastro de desilusión.
A pesar de la promesa de conexión, muchos descubren que el espacio digital no llena los vacíos que intentaban ocultar. Las conexiones superficiales nunca podrán reemplazar los lazos auténticos. Nos movemos entre la esperanza de ser comprendidos y la frustración de no encontrar la profundidad que buscamos.
Es aquí donde la magia prometida por las redes sociales se desmorona. Porque las relaciones verdaderas no ocurren al ritmo acelerado del algoritmo; requieren tiempo, vulnerabilidad y esfuerzo, cosas que el mundo digital rara vez puede ofrecer.
Las redes sociales son herramientas poderosas, pero también espejos que magnifican nuestras inseguridades y anhelos. No son culpables, pero sí demandan un uso consciente. Debemos preguntarnos: ¿qué buscamos aquí? ¿Por qué estamos aquí? Las respuestas, si somos honestos, pueden llevarnos a un uso más saludable y equilibrado.
La vida no ocurre en un “like” ni en un comentario; ocurre en las miradas que sostienen la verdad, en las palabras que encuentran eco en el silencio compartido. Rescatemos la magia de lo tangible, de lo que no necesita pantallas para ser real. Allí, donde el algoritmo no llega, vive nuestra verdadera humanidad.
María Manuela
#poetamaria#escritora#reflexiones#relatos#amor propio#amor en la era de internet#mundo virtual#realidad
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Fuente de Vida
- Poema -
Vi mi reflejo sangrando,
Un gran río rojo, bajo un grito callado.
La fuente brotaba, sin tregua, sin pausa,
desbordando la vida, pérdida.
Mis piernas temblaban al perder,
las posibilidades finitas,
un don marchito ya es.
Lleno de preguntas sin responder.
Afuera, la risa rasgaba el aire,
la burla de una anciana,
cruel y constante.
su voz, un eco que
a mi alma aprisiona.
Detrás de la puerta,
tres mujeres similares,
mirándome a los ojos
demostrando que eran yo misma:
la que duda,
la que llora y
la que calla.
El tiempo, un torbellino,
un caos suspendido,
los segundos no cuentan
en un corazón herido.
Afuera hay vida,
el mundo seguía,
mi familia esperaba,
Por su vida y por la mía.
Llegamos al bosque,
con un aire de brasas,
y el agua cantando
entre luces escasas.
Una pileta cristalina,
un mundo tranquilo,
donde vi tesoros,
promesas, destino.
Tenia mi pluma,
mi fiel compañera,
mi voz en la sombra,
mi luz verdadera.
La tomé entre mis manos,
pesada, distante,
y al agua la arrojé,
un acto constante.
El agua me tomó entre sus manos
Dio frío a mis huesos,
apagando con ello el fuego
que quemaba mis restos.
Me sumergí hasta el fondo,
y ahí las vi,
las mujeres del espejo,
reflejos de mí.
“¿Por qué vienes?”, me preguntó una voz doliente.
“Busco alivio”, respondí suavemente.
“¿Alivio para qué? —otra susurró—
si el dolor te da palabras, ¿qué quedará de vos?”
“No lo sé”, confesé, mi voz temblando,
“Quizá quede yo, mi ser, esperando.”
Y la última dijo, con mano extendida:
“Eso es suficiente, verte en tu vida.”
Sus manos unidas
tomaron las luces,
no eran monedas,
ni joyas en bruces,
eran recuerdos, deseos,
fragmentos perdidos,
esperanzas dormidas
en tiempos vencidos.
Emergí del agua,
marcada en mi piel,
pecas de constelaciones,
un mapa, un nivel.
El frío del mundo volvió
a mis huesos,
pero en mi interior
algo había cambiado al fin.
Mis ojos se abrieron,
a la fuente en mi alma
Que nunca más dejará de brotar.
María Manuela
Colección- La sonrisa de María
#poetamaria#poesia#escritora#poemas#amor#amor propio#fuente de la vida#renacimiento#la sonrisa de María
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La Fuente de la Vida
Frente al espejo del baño, me encontré sangrando. No era una hemorragia cualquiera, era un río rojo, una fuente incontenible de vida que brotaba sin tregua. Mis piernas temblaban bajo el peso de la pérdida, y mientras la sangre caía al suelo, sentía que algo más se escapaba conmigo: las posibilidades finitas, el don de dar vida, desperdiciado en un ciclo que no tenía más propósito que la vida sin vida.
Fue entonces que me sentí dividida. No solo era la carne la que sangraba, sino también la idea de que algo dentro de mí se marchaba sin regreso. Lo cual me dejaba en el corazón una marca de profunda tristeza. ¿Qué era esa desdicha que me hinchaba el pecho?
Afuera, una anciana reía. Me observaba sufrir haciendo de su burla un eco constante que se filtraba por la puerta entreabierta. “Ahora sí pagarás”, decía, llamando a su prole como si ese momento fuera un espectáculo para ella. No era el dolor lo que le interesaba, sino la oportunidad de señalar mi debilidad.
Cerré la puerta para ignorarla, pero no a tiempo para evitar verlas: tres mujeres desfilaban frente a la entrada del baño, mirándome con ojos que conocía demasiado bien. Eran versiones de mí misma, cada una cargando un rostro que no quería enfrentar. La que dudaba. La que se resignaba. La que lloraba. Y todas ellas no dejaban de sangrar.
Tal vez pasó solo un instante, o tal vez fueron días o años. El tiempo no se mide nunca al encontrarse con una misma sin saber qué hacer con lo que se siente, y con lo que ellas también sienten. Es como un torbellino de caos que culmina en tormento, un gran tormento al débil y triste corazón.
Cuando logré salir de la casa, descubrí que el mundo afuera no se detuvo. Mi familia esperaba, apretada en un auto que parecía demasiado pequeño para tantos cuerpos y tantas historias. Un viaje se iniciaba como si nada hubiera pasado, pero dentro de mí, el peso del espejo y la sangre seguía creciendo. Mis pensamientos, absortos en un mundo que a pesar de estar afuera, solo adentro mío existía.
Llegamos a un claro en el bosque. Allí, el aire olía a brasas listas para encenderse, y el sonido del agua rompía la tensión de mis ideas. Una pileta cristalina emergía en medio de la tierra. Al acercarme, vi en el fondo luces que brillaban como pequeños tesoros, promesas que me llamaban desde un mundo más tranquilo.
Llevaba conmigo mi pluma, esa que siempre había sido mi herramienta para entender lo que no podía decir en voz alta. La tomé entre mis dedos, sintiendo su peso, más grande ahora que nunca. Era mi voz, mi refugio, mi trinchera. Pero también era una barrera que me mantenía contenida, atrapada en mis propias palabras. La miré por un momento, y luego la lancé al agua. Fue un acto instintivo, un sacrificio necesario. Si quería tocar esos tesoros, si quería entrar en ese reflejo, debía renunciar a algo que me definía.
El agua me recibió con un frío que apagó el fuego de mis huesos. Por un instante, todo el dolor desapareció. Me sumergí más y más hasta que las vi: las mismas mujeres del espejo. Pero ahora no estaban afuera, estaban conmigo.
—¿Por qué vienes aquí? —preguntó una de ellas, la que lloraba.
—Busco alivio —respondí.
La que dudaba habló entonces:
—¿Alivio para qué? El dolor te ha dado palabras, las palabras te han sostenido. Si lo dejas ir, ¿qué quedará?
Me quedé en silencio. La respuesta parecía obvia, pero en el fondo sabía que no era tan simple.
—No lo sé —confesé—. Tal vez solo quedaría yo.
La que se resignaba extendió una mano hacia mí.
—Y eso, ¿no es suficiente? ¿No es eso lo que buscas? Verte a ti misma, completa, sin necesitar que nada más te sostenga.
Nos miramos, y entendí que no eran mis enemigas. Cada una sostenía un fragmento de mí, una lección que debía aprender. Con sus manos unidas a las mías, recogimos las luces del fondo. No eran monedas, ni objetos tangibles. Eran recuerdos, deseos olvidados, fragmentos de esperanza que creí haber perdido.
Cuando emergí de la pileta, sentí que llevaba algo más que esos tesoros. Llevaba la certeza de que, aunque la sangre fluya, aunque las burlas intenten romperme, mi fuente nunca se secará.
Salí del agua con los tesoros marcados en mi piel. Con un brillo renovado, con pecas sobre el cuerpo como las constelaciones del universo. El frío del mundo real regresó al instante, afilado y cruel como siempre, pero esta vez algo había cambiado. Ahora sabía que cada pérdida, cada sacrificio, era una semilla esperando crecer.
Regresé al grupo con la piel fría y los ojos abiertos. La anciana me miró, esperando que respondiera a su risa con vergüenza, pero esta vez no tenía lugar para ella. En mi interior, la fuente seguía fluyendo, más fuerte que nunca.
María Manuela
Colección: La sonrisa de María
#poetamaria#poesia#escritora#amor#reflexiones#amor propio#cuentos#cuentos cortos#mujer#mujeres#hermosa mujer#sueños que no son cuentos
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La casa prestada
La casa era mía, aunque no lo pareciera. Desde afuera, parecía una más en la hilera de viviendas encimadas como rompecabezas mal encajados. Escaleras empinadas de concreto separaban lo que debía ser mío de lo que se había convertido en un limbo compartido. Arriba vivía Silvia, una mujer con demasiadas palabras y una familia que desbordaba tiempo. No eran malos, pero llenaban el aire con su ruido, invadiendo el silencio que tanto necesitaba.
Silvia cosía ropa. El sonido rítmico de la máquina llenaba las tardes, mientras sus hijos y nietos parecían consumir espacio sin dejar nada a cambio. Y, entre ellos, su hijo menor, un hombre que ella intentaba acercarme como quien ofrece una promesa: “Él es diferente”, decía sin palabras, solo con miradas insistentes.
Una tarde, subí por las escaleras para devolver un perro que no era mío. Un pequeño pequinés blanco que se escabullía constantemente a mi espacio, como si no entendiera límites. Fue entonces, al tambalear en un andamio improvisado porque las escaleras estaban ocupadas, cuando su hijo apareció. Sus manos firmes me sostuvieron antes de caer, y por un instante me apoyé en su pecho, sintiendo la seguridad que tanto había anhelado.
—Cuidado —me dijo, como si eso bastara para evitar el próximo tropiezo.
Cuando pregunté cómo podía pagarle su atención, su respuesta fue sencilla: “Acepta salir conmigo”. Lo dije sí sin pensarlo, porque a veces el cansancio de resistir pesa más que cualquier promesa.
Nos encontramos en un comedor al aire libre, mesas de madera con manteles a cuadros que temblaban bajo el viento. La tarde se teñía de un dorado que prometía calma, y él eligió mi comida como si supiera lo que necesitaba. No protesté, pero tampoco le di importancia. La mesa se llenó de platos; demasiada comida para una sola persona, demasiados errores de la mesera que parecían multiplicarse como un eco incómodo. A pesar del caos, nos quedamos ahí, congelados, mirándonos. Y, por un instante, el tiempo se detuvo.
Un mesero imprudente comenzó a cantar, acercándonos con sus manos, casi forzando el roce de un beso que nunca llegó. Él se levantó de repente, tiró dinero sobre la mesa y se fue. “Luego nos vemos”, dijo, dejando tras de sí un hueco inexplicable. Todos me miraron, sus ojos llenos de preguntas que no podían formularse.
Volví a casa con una sensación de derrota, cargando bolsas llenas de comida que no había pedido, como si el exceso representara el peso de todo lo que no entendía. Entonces lo vi: su rostro en un espectacular, su imagen grabada en una gorra, su nombre resonando como el de un hombre que no pertenecía a este lugar. Era un cantante, un artista, alguien más grande que esta realidad. Pero había estado conmigo, casi.
En la entrada, Silvia me negó el paso. “Ya no eres bienvenida aquí”, dijo con la frialdad de quien decide por lo que no le pertenece. Pero yo era la dueña. ¿Cómo podía expulsarme de lo que era mío? Me colé por la puerta de servicio, retando su sentencia, y ahí estaba él, esperándome.
Me tomó por la cintura y me besó, un beso que no buscaba permiso ni perdón.
—Aquí, donde nadie nos ve —susurró—, donde no pueden juzgar lo que no entienden.
Me puso su gorra y me prometió devolvérmelo todo: la casa, la paz, incluso el equilibrio que él mismo había roto. Luego se fue, una sombra entrando en una limosina bajo su propio rostro iluminado.
Un amigo desconocido me abrió la puerta, preguntando dónde había quedado el amor.
—No lo sé —respondí, con el eco del beso todavía en mi piel, mirando la limosina desaparecer en la distancia.
María Manuela
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Renacer
Poema a la parálisis del sueño
Sentí morir… el frío abrazo del vacío quebraba mis latidos, y el mundo se desvanecía.
Mientras moría, la noche oscura me rodeaba, un susurro en la penumbra, la esperanza se alejaba.
Se me estaba agotando la vida, el aire se volvía niebla, y el eco de mis pensamientos era una súplica muda.
Anhelaba gritar con ahínco, pero el grito no salía, mis labios sellados, mi voz perdida.
Cuando me pasó: sentí morir, mi ser atrapado en silencio, y, sin embargo, en lo profundo quería vivir.
Moría, estaba segura de que moría, y nadie sabía mi agonía, sola en un mar de sombras, sin lágrimas que llorar.
Había muerto mientras dormía, y el frío se apoderaba de mí, nada quedaba ya, más que el eco del vacío.
Y a pesar de morir, aún creía que podría estar viva, una luz tenue se filtraba, una oración, una promesa.
De pronto una mano cálida me tocó, me devolvió el aliento, y mis lágrimas me trajeron de vuelta.
¡Gracias a Dios, volví a la vida!
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Sentí morir...
¿Cuántas veces hay que la vida nos pone a prueba, nos cierra las salidas, nos absorbe de un segundo a otro toda la energía y no hay lugar ni espacio para continuar? ¿Cuántas veces he contabilizado que eso me sucedió? En realidad, ninguna, pero recuerdo alguna ocasión en que creo que comencé a entender la situación.
Mientras moría.
De pronto, se generó en mí una bocanada de adrenalina que me demandaba a todo pulmón hacerme de las fuerzas para liberarme de la opresión suspendida a la que me sentía sometida. Pero nada en mí reaccionaba más allá del miedo. Los pies se sentían ridículamente vacíos y, cuando busqué los latidos de mi corazón, también estaban perdidos.
Se me estaba agotando la vida.
Anhelaba gritar con ahínco: ¡auxilio!, ¡déjenme salir!, o cualquiera de esas palabras que anuncian que requieres ayuda, pero en su lugar: una voz apagada que desgarró mi garganta y frustró aún más a mi mente se descontroló, debajo de una mano invisible que me ahogaba lentamente; ¡nadie sabía que estaba ahí!, ¡nadie sabía que necesitaba urgentemente ayuda!
Cuando me pasó:
sentí morir y,
mientras moría,
sabía que tenía que vivir.
Mi desesperación abrumó al resto de mis sentidos. A pesar del ruido exterior, las aves, los autos, las voces, mi mente presente en el día y la hora, mi cuerpo abandonado por la falta de respuesta no tenía imagen alguna que acompañara la triste escena. Sabía que lloraba aterrorizada por estar apresada, pero mis ojos, desobedientemente secos, no fueron capaces de derramar una sola lágrima que me confirmara que aún estaba con vida.
Moría, estaba segura de que moría.
Y nadie, absolutamente nadie, lo sabía.
Entonces, en medio de una mente aturdida que no sabía qué estaba pasando, quise volver a gritar, sin pensar si sangrarían mis cuerdas vocales. Grité incansablemente hasta comprender que nadie vendría, nada ni nadie sería capaz de salvarme de la muerte, y ese fétido aroma de azufre mojado era, sin duda, la putrefacción de mi cuerpo que comenzaba a enfriarse. Nada salvaría ahora a mi alma de un trágico desenlace.
Había muerto mientras dormía.
Y, justo, al querer despertar,
sabía que moría.
Pero no me rendía; seguía peleando en la lucha inagotable, sin energía que no alcanzaba para alimentar lo suficiente a un cuerpo muerto. Tenía que volver adentro, sin importar si estaba frío, si ya no me serviría. ¿Qué más daba? Solo quería volver a vivir y cambiaría todo por completo. Oré, aferrada a la vida que sabía, en el fondo, había vivido mal. Oré con la fe más profunda que podría haber encontrado dentro de ese cuerpo vacío y una mente aturdida.
Y a pesar de morir,
aún creía
que podría estar viva.
De pronto, una mano cálida tocó mi frente, susurró suavemente mi nombre. Pensé: ¡un ángel! ¿Han venido a llevarme al cielo? "Hija", insistió. "Es una pesadilla, despierta", y tomó con fuerza mi mano entre sus manos, trayéndome de vuelta a mi cuerpo. Abrí los ojos y estaba ahí, en mi cama, como cuando dormía. Reconocí el lugar, pero aún no estaba segura de si en verdad vivía.
—¿Estás bien? —insistió mi madre y secó mis lágrimas del rostro, la prueba fehaciente que pedía: ¡sí, estaba viva!
Gracias a Dios volví a la vida.
María Manuela - #Poeta María
1. PARÁLISIS DEL SUEÑO Muchas personas le llaman al sentimiento de vacío o incapacidad del cuerpo para responder: "se me ha subido el muerto". La mente cree estar despierta entre la vigilia y el sueño REM, pero en realidad no es así. Y la angustia se apodera totalmente de tu cerebro porque el cuerpo no lo sientes, parecería que no es tuyo, pues aún está completamente dormido. Aunque, por alguna razón, es asociado con eventos paranormales, es más común de lo que la gente imagina. La mayoría de las veces, a pesar de haberlo vivido antes, te sigue afligiendo y sorprendiendo. Su origen puede ser por estrés, agotamiento, mala alimentación o deficiencia genética. Más del 30% de la población mundial lo ha sentido al menos una vez.
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Mis cuatro estaciones
Invierno
Te cuelas como viento en las fisuras de una ventana olvidada, tempestad sin invitación que arrastro a mi calma.
La noche fue un peso seco, duro y sin nombre, un frío abismal en el cuerpo, el silencio que ahogaba mis labios en sus oscuros deseos. No hubo palabras, solo sombras que se alzaban como montañas y manos que rompían la piel, sangrando a mi alma.
Al final, cayó la nieve, y aunque quebraste las ramas más frágiles, el árbol resistió. Me rompiste, sí, pero el invierno por fin se acabó.
Primavera
Vi renacer el sol sobre los brotes verdes de mis huesos que se estiran hacia la luz. Quisieron cambiar mi mundo entero, pintarlo de gris, borrar las flores, pero la tierra nunca dejó de soñar.
A veces quiero olvidar el invierno, más el perfume de la primavera siempre me recuerda que sobreviví. Mis raíces son profundas, y aunque mi cuerpo aún duele, cada flor que brota de mi alma es un grito de libertad.
Me abrazo a los destellos verdes, encontrando compasión en mi fragilidad, sabiendo que las cicatrices no me definen, sino que me narran en continuidad. Soy más que una más, soy una historia que florece en cada hálito de primavera.
Verano
El sol ardió sobre mi piel, como la furia de todo lo no dicho, un fuego intenso que reclamó las palabras que quedaron atrapadas en el hielo del invierno. Cada rayo fue una chispa que encendió las brasas dormidas, un calor que me forzó a confrontar las heridas abiertas.
Me vi arder y quemé las sombras que quedaban, enfrenté el eco de las manos que quisieron silenciarme, y con cada ola de calor, mi piel se volvió más fuerte, más resistente.
El verano fue el grito de mi renacer, una danza salvaje bajo el sol abrasador, donde el sudor y las lágrimas se mezclaron, y de las cenizas, me reconstruí.
Fui llama, fui vida, fui todo lo que me negaron ser.
En el fuego, encontré mi voz, mi risa, mi verdad.
Otoño
Como cuando las hojas caen, doradas y frágiles, danzando su último baile antes de partir. Así también me desprendo de lo rancio, de lo que ya no sirve, y dejo que el viento se lleve mi pesantez.
El otoño es un susurro que anuncia la despedida, una liberación tranquila, un desatar sin lamento. Veo caer los recuerdos como hojas secas, se van con la brisa y me dejan más ligera, más en paz.
Agradezco lo que fue, lo que me enseñó, y me quedo con lo que aún florece en mi interior. Acepto la belleza de lo efímero, y en cada hoja que cae, encuentro un nuevo amanecer.
El declive me recuerda que hay fuerza en soltar, que el ciclo sigue, y que la quietud también es parte del crecimiento. Me preparo para el silencio, para la pausa, sabiendo que en este descanso se gestará la semilla de una nueva primavera bañada de amor.
Las cuatro estaciones me han cambiado formando mi temple a un gran dolor. En su baile profundo de siembra, riego y cosecha, he aprendido que de lo más férreo también nace un cielo mucho mejor.
María Manuela
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Mi Manuelita
Hay tantas cosas en el mundo: tu mundo, mi mundo, nuestro mundo. Tantas cosas inimaginables o inalcanzables, tantas de esas que ni sabemos que existen, pero están ahí; que pasan, pero no nos llegamos a enterar. La mayoría no tienen nada que ver conmigo, pero muchas de las que se quedan son porque no prestó atención a tiempo o no preguntó.
Como la tristeza. Siempre he creído que soy una persona alegre, porque elijo conscientemente serlo todos los días, a pesar de lo que sea. Pero la tristeza existe y muchas veces me supera, solo que no lo quiero ver o no me doy cuenta. No le pregunto a Manuelita cómo se sintió hoy o si algo de lo que pasó la hizo recordar un momento triste y singular que le acongoje el corazón. No creo que sea porque la tengo en el olvido ni mucho menos; solo parece que a veces ella misma se resta importancia y me observa desde un lugar muy lejano, aun cuando vive dentro mío y conmigo todos los días.
Pero, en el fondo, la noto sin quererla notar: cuando siento ganas de llorar sin motivo, cuando su sonrisa es fingida o poco amable, me sorprendo incluso a veces haciendo caras a espaldas de la gente y pienso sin reflexionar mucho: es ella, mi niña malcriada, que hoy se quiere rebelar. Creo que todas tenemos a esa niña malcriada dentro: ansiosa, triste, juguetona, que necesita llamar la atención, que nunca tuvo ganas de crecer o que definitivamente no lo necesitó.
Claramente, me veo de baja estatura, con dos coletas y un vestido de holanes, con las calcetas arremangadas sobre los zapatos ortopédicos, brincando y corriendo de un lugar a otro sin miedo o enfado alguno, extasiada por los colores del mundo, embarrándome las manos de pintura o tinta y engrosando mis mejillas carmesíes con el calor del ajetreo, potranca como ninguna. Me veo más allá del recuerdo que no tengo, me encuentro en el espejo debajo de la mesa, muerta de miedo, hablando quedito para que nadie me escuche y observándolos a todos pasar mientras me buscan. Aferrada a la pata de la mesa, jugando a enredar mi dedito en mi cabello y chupándome el dedo de la otra mano, mientras aprieto fuerte la frazada amarilla con que solía dormir.
Y es que cuando esa sensación de infante me aborda, el control se me escapa y río en silencio para no llorar. Muchas veces ni siquiera yo sé qué le pasa a Manuelita. Casi siempre, cuando la busco para platicar, me grita y sale corriendo. Evade mis preguntas con juegos de riesgo: se avienta por las escaleras como esquiando, se tira al suelo para nadar en el mar o brinca sobre la cama imaginando que vuela. A veces es un ave; otras más, se convierte en los pétalos de un diente de león dejándose llevar por el aire, pero siempre sin hablar.
Me dan miedo sus tristezas. No sé bien cómo explicarle que creció. Que los sueños de niña buena los cambió por experiencias de mujer torpe y que muchas veces se equivocó, pero que igual aprendió. Quisiera abrazarla y decirle que todo va a estar bien, que sin importar cuánto le duela, le puedo jurar que no morirá de dolor. Ella no, tal vez yo sí, algún día; pero ella se quedará así, tal cual como la niña que tuve que ser para volverme mujer.
En años pasados, a pesar de mis descuidos, me regaló un año gris: el más oscuro que he tenido. Reflexivo a fondo, doloroso, sin piedad. Vamos, nada más que oscuro. La luz se la llevó ella tan lejos que me obligó a voltear a ver adentro, a pesar del gran miedo que me aterraba encontrarme conmigo. Y después de muchas vueltas en días sin dormir, dejar mi trabajo, mi pareja, mi vida e incluso a mí, después de llorar inconsolablemente por meses sin fin, me volvió a iluminar.
Vino corriendo con una pluma en sus manos, como si hubiera pasado un segundo, como si nunca se hubiera apagado la luz, como si yo hubiera sabido siempre la respuesta (y en verdad que no). La oí a lo lejos, como resonaban sus zapatillas sobre el piso, como sonreía feliz de volverme a ver, y también la vi. Anduvo escondida un poco angustiada, me contó que gritó hasta casi quedarse sin voz, que se esmeró mucho por traerme de vuelta a su vida porque temía morir sin volverme a ver.
Hizo nuevos amigos con quienes a veces también juega a contarse historias y me confesó que se dio cuenta de que me había dejado tapados los oídos en un arranque de ira. Colocó algodón en ellos, como cuando era bebita, y por eso yo no podía escucharla, porque también me dolían. Pero sabe que tengo buena vista y amo las palabras, así que, a sus apenas tres añitos, se propuso aprender el abecedario. Hasta que lo logró, aprendió a escribir y fue entonces cuando, en un rayo de luz, le llegó la idea de que debía escribir la historia de cómo nos volveríamos a ver y me la mostró en sueños.
La verdad, nunca la escuché: la soñé. Ese reencuentro con mi Manuelita convertida en flor, que aprendió a escribir muy pequeña para volverme a ver y sacarme fuera de aquel año gris, no lo viví ni lo imaginé: lo soñé. Y eso, sin duda, me confirma que ella sigue aquí, viviendo dentro de mí. Inspirando todo lo que soy, escribiendo mis sueños para trazarme el rumbo de adónde voy. A quien me pregunta de dónde viene tanta imaginación, le digo siempre que es ella, quien pasa sus días jugando a ser escritora.
María Manuela
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La sonrisa del mundo
08-Sep-11
El viajero nace donde nadie lo ve,
camina sin sentido en busca de un no-sé-qué,
se detiene a menudo para meditar
si lo que ha vivido es bueno y ya.
Cuando las noches caen, parece dormir,
pero en realidad recuerda lo que hoy es ayer
y sigue en silencio buscando aquello que cree que es.
Viajero del tiempo,
muéstrame tu curso,
viajero incansable,
enséñame a amar
las cosas que haces allá,
que sin casa,
tú, que giras tanto,
no sabes parar.
Viajero del tiempo,
dame tu consejo,
viajero incansable,
yo quiero gozar
de la belleza del cielo
y el frío del viento,
el canto del ave
y la luz de la paz.
Cada viaje que haces no es un sufrimiento,
es la recompensa por no saber volar.
Así, la vida que brota con cada detalle
ante tus ojos se muestra y se va.
Te regala entonces la sonrisa del mundo,
como tú lo haces al sonreírle a él.
Te aporta techo, comida y sustento,
te cuida, viajero, donde sea que vas.
Viajero del tiempo,
muéstrame tu curso,
viajero incansable,
enséñame a amar
las cosas que haces allá,
que sin casa,
tú, que giras tanto,
no sabes parar.
Viajero del tiempo,
dame tu consejo,
viajero incansable,
yo quiero gozar
de la belleza del cielo
y el frío del viento,
el canto del ave
y la luz de la paz.
Querido viajero:
No importa qué buscas, quieras o esperes,
si al mundo sonríes, el mundo te sonreirá.
María Manuela
Poemario - “Un ángel bañado de Amor”
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Tan solo así
En la alta esfera de un paso en calma
se encuentran las dudas, respuestas y más.
Están las visiones de objetos extraños,
los gritos callados de un sordo andar.
No hay más que tristeza en el alma,
aunque no quedan llantos ni risas jamás.
Es dura la vida cuando hay agonía,
de un tiempo incierto que, día con día,
ha vuelto a empezar.
Como un tren sin rieles recorre el pasado
de un viejo huerto sin semillas,
camina mi viejo y oscuro recuerdo,
va solo y sombrío, sin más que su andar.
Es largo el viaje que lleva aquel barco:
no se hunde si nada, sin viento no avanza.
Mas con el sol resplandece el timón
de aquel que la marcha guía
en rumbo de algún corazón.
Mi rostro está muerto:
no hay guías ni marcas,
no hay manchas ni arrugas,
no hay brillo, no hay más
que solo un par de ojos altivos
que emanan pasajes de claros olvidos
y no se fijan en nada,
pues, a donde vayan,
no encuentran la paz.
¡Qué vueltas tan locas las que gira el viento!
¡Qué cosas que toca que no puede parar!
Es tanta su rabia, tan fuerte el ocaso,
que en rojo vivo salta la sangre del sol
que ha de brotar.
No es rosa, ni palidece un suave naranja,
el morado se pierde
al mismo tiempo que el blanco se va.
Y en revuelos de noches largas
y casi sin estrellas,
la luna me oculta su hermoso pasar.
No quiere su luz tocar mi ventana
y, detrás de las nubes,
esconde su bello mirar.
¡Ay de mí!
¿Qué he de saber hacia dónde ir
para poder volver al mundo que conozco y encontrar?
María Manuela
Poemario - “Un ángel bañado de Amor”
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KELATIED
¡Oh, Kelatied!
¡Que con el resplandor de tu sonrisa
se vislumbren todos mis sueños,
ilumines mis pensamientos,
y llenes mi vida de alegres momentos!
¡Que del encanto de tus ojos
caiga sobre mí tu mirada,
y con su magia envuelva
todos mis sollozos,
sanando, una por una mis heridas!
¡Sé mi guía, mi musa, mi fuerza interna!
¡Oh, tú, mi eterna alegría!
Que con tus alas acoges
los fragmentos perdidos de las mías,
y en tu corazón me guardas,
¡para liberarme de mi eterna agonía
y elevarme hacia la luz de la alegría!
poetamaria
Poemario - “Un ángel bañado de amor”
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No estoy lista
No quiero morir esta noche
sin la claridad de que hice todo
por ser feliz.
No deseo que mi vida acabe
hasta llegar al final,
sonriente y satisfecha,
sabiendo que valió la pena el viaje.
No, aún no estoy lista para volar,
porque aún tengo tantas cosas por hacer,
tantas vidas que salvar,
tantas almas que despertar
a la consciencia de este mundo.
Si hoy falleciera,
rogaría a Dios que me devolviera,
inconforme,
para terminar mi camino,
para llenar con amor y sonrisas
a quienes me rodean.
Sé que no siempre fui
la mejor compañía,
ni amiga, hermana, amante o hija.
Pero, a pesar de mis defectos,
sé que todavía no estoy lista.
Descansen, despertares,
que la oscuridad abrace su pena.
Que el rocío del alba
llene sus espíritus de brisa,
y los devuelva sanos y salvos
a la vida.
María Manuela
Colección - La sonrisa de María
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Oda a la vida
Vida,
llegaste sin manual
caminando silenciosa
con tus manos vacías
y tu inmensa sonrisa,
recubres mi alma
de noche y día,
enseñándome
a caer para levantarme,
a perder para encontrarme,
a olvidar para superarme.
Eres el susurro innegable,
la lágrima que brota en semilla,
la herida que florece en cicatriz.
A veces cruel,
a veces tierna,
pero siempre real,
tan real que duele y despierta.
Vida,
con tus giros inesperados,
tus despedidas sin aviso
y tus bienvenidas que parecen milagros,
me muestras que el amor es un puente
y la soledad, un maestro.
Tú, que te escondes en los reflejos
de las estrellas y los espejos rotos,
me has hecho buscarte
en el llanto, en la pluma,
en el roce de la esperanza.
Hoy te celebro,
con todas tus sombras y luces,
con todos tus silencios y tus gritos.
Porque, aunque a veces me arrodillas,
me enseñas a bailar entre las espinas,
a abrazar el caos y llamarlo mío.
Tú, la paz que culmina
cuando aparece la tristeza,
la luz que se derrama,
en medio de la angustia,
el polvo de estrellas,
que transforma un abismo.
Vida,
hoy brindo por ti,
por cada día que me das,
por cada noche que sobrevivo,
por cada instante que,
aunque fugaz,
me mantiene erguida.
Colección - La sonrisa de María
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