Reportando desde el 'país de las maravillas' esas cosas que suceden en el atribulado plano paralelo de la realidad.
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Estrada, entre el subejercicio intelectual y el argumento ausente
Oficio no le falta, pero el toque sí que lo perdió. Con “¡Que viva México!” (2023) Luis Estrada continúa -y ojalá cierre- la serie satírica que pretende vender como una profunda reflexión sociopolítica del México contemporáneo, aunque ahora al amparo de una libertad de expresión que no tuvo en anteriores entregas y que le da para llamar al presidente en turno por su nombre, usar su imagen e incluso para propalar falacias de la más variada laya en torno a su persona e investidura.
Cliché del cliché “¡Que viva México!” es asqueante y condescendiente con un discurso faláz que se ha vuelto popular si se quiere pasar por ‘crítico’ en medio de un océano de grises entre el negro y el blanco.
Sin embargo, la crítica no va por ese camino. Este libertino espectáculo de carpa es un suplicio paracinematográfico de 191 minutotes que no aguanta ni el más sacrificado cinéfilo. Ese es su mayor pecado.
Estrada se refleja cual Narciso en el espejo de sus viejas glorias con una infame híper-hipérbole facilona que más temprano que tarde comienza a dar esa pena ajena que precede al abandono, con recursos narrativos que buscan suplir la ausencia de un argumento sólido en un ejercicio que trasciende las leyes escritas de la sátira para dar rienda suelta a un odio gratuito e incomprensible que termina por contaminar su buena (pero también cansina) factura visual.
Con su octava película y el limitadísimo análisis sociopolítico que la sustenta en su línea argumental, si es que la hay, Estrada logra colocarse más cerca de "Ahí madre" (Rafael Baledón, 1970 -con todo y 'doña Naborita'-) que de Jorge Ibargüengoitia y sus joyas filmadas "Maten al León" (José Estrada, 1977) y "Dos crímenes" (Roberto Sneider, 1993), así como de su propia obra "Bandidos" (1991).
Pero nadie se llame a sorpresa, pues antes ya, el hijo del ‘Perro’ Estrada había comenzado el triste final de su vida útil como realizador y guionista al filmar "La dictadura perfecta" en 2014, engullido por la soberbia profesional de la que hace gala en esta entrega.
Flaco favor le hacen a Estrada sus actores cliché Damián Alcázar y Joaquín Cosío, así como Ana Martin, quienes bordan en los límites del paroxismo una parodia infumable de sí mismos, buscando salvar del abismo del olvido un documento en el que Estrada dispendia recursos a lo pendejo para no caer en el subejercicio de su raquítico saldo creativo.
Mención aparte merece la tortura auditiva que propina Estrada con el reiterado uso de un leit motiv mariachioide -como si fuera gracioso- con el “Jarabe Tapatío”, una variante región 4 de “In The hall of the mountain king” de Edvard Grieg en momentos que se antojan ‘reflexivos’ o la imprevista e inaudita aparición de una “Canción mixteca” previo a una escena llena de mierda en sentido literal, cuya utilización exige demandas de disculpas públicas.
“¡Que viva México!” es de un reduccionismo tan pero tan chafa y vulgar del que no vale la pena hablar más. Véanla en Netflix bajo su propio riesgo, o mejor aún, revaloren la trascendencia de “Los olvidados” (Luis Buñuel, 1950) y busquen “México, México, Ra,Ra,Ra” (Gustavo Alatriste, 1976) si quieren ver un verdadero cine de crítica social a la idiosincrasia mexicana que no precisa de sátira alguna, porque le sobra sensibilidad y talento, algo que Estrada llegó a tener y que ha perdido para siempre.
#luis estrada#que viva mexico#cine mexicano#amlo#peje#lopez obrador#damian alcazar#joaquin cosío#netflix
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Un burdo Bardo, Iñárritu y el onirismo cobardón
Tengo apenas dos gratos recuerdos en los que está metido Alejandro González Iñárritu, uno es de cuando me reveló epifánicamente el ‘Riviera Paradise’ de Stevie Ray Vaughan, justo el día en que se despedía de la locución en WFM y otro es de su película ‘Birdman’, que vi en una sala de cine gracias a la insistencia de mi amigo Mauricio Delgado.
Fuera de dichas referencias, ese a quien apodan el ‘Negro’ me es prácticamente ajeno, lejano y hasta repelente, en lo profesional y en lo personal. Sin embargo, no es de aquí que parto para analizar su más reciente película ‘Bardo (Falsa crónica de unas cuantas verdades)’. Aquí van mis razones.
Con su séptimo largometraje Iñárritu parece haber escarbado en su ego hasta alcanzar la antípoda del ridículo, uno que apesta a elevado autoanálisis con grandilocuencia visual y narrativa incomprensibles, y una ampulosidad chafita plagada de lugares comunes, so pretexto del ‘onirismo’ como línea conductora.
A la secuencia inicial a golpe de profundidad de campo de un anhelado vuelo humano le sigue un incalificable cunnilingus y un mamertísimo parto inverso como representación facilona de la filosofía del absurdo, cuyo cordón umbilical se muestra sangriento en pantalla para inaugurar la caótica retahíla argumental de las siguientes dos horas y media.
‘Bardo’ y su diseño de producción ejecutado con precisión por Eugenio Caballero es intencionalmente kitsch y tan pretenciosamente hípster que es difícil de imaginar fuera del onirismo en el que se regodea.
‘Bardo’ es naca pero chida, es ‘quitapón’ porque su escena principal o al menos más representativa y acaso la mejor lograda se da en medio de la pista de baile del California Dancing Club fondeada por un grandioso ‘Let’s dance’ de Bowie, aunque a nadie de sus aduladores le hubiera molestado que lo acompañara cualquier derrame tóxico cumbioide de los Ángeles Azules.
‘Bardo’ es grandilocuente porque Iñárritu echa mano de todos los recursos de su produccionsota y nos receta emplazamientos y movimientos de cámara variopintos, dollys, travellings, tomas cenitales, así como todos los planos del manual. Pero es inútil también porque cuando el cine no conecta en lo más elemental con el espectador que es transmitir un mensaje de manera efectiva y no efectista éste se convierte en un despropósito, eso sí, muy de 'auteur', tan 'acá' que se vuelve contra sí mismo, como un uróboro posmodernito.
‘Bardo’ es autocontemplativa, ensimismada, pseudodidáctica, artificiosa y por tanto burda, pero también es cobarde e insuficiente porque no asume la contundencia de sus propias tribulaciones, no establece conclusión alguna y navega sin rumbo en el planteamiento onírico de una interminable sucesión de cuestionamientos vitales como sacados de un bote de tamales: o es de chile, o es de dulce o de manteca.
‘Bardo’ es vulgar y autodestructiva pues el momento más bello en términos técnico-cinematográficos filmado por un supremo Darius Khondji termina hecho mierda por su propio creador para dinamitar una ansiada reflexión de la mexicanidad a lo Paz y Fuentes, retrotrayendo la cultura televisiva que mamó y que años después fundamentara su carrera. De nada sirven los planos y emplazamientos que son obvias referencias a Tarkovski, Angelopoulos o Roy Anderson si vas a terminar con el asta bandera en medio de la plaza mayor convertida en palo encebado.
‘Bardo’ es falsamente modesta, ególatra y autocompasiva, culposa pero reverencial y presuntuosa, aunque también chovinista y esencialmente contradictoria en la dicotomía de su personaje principal que ni un taco de lengua puede engullir, ni unos ajolotes salvar.
El ‘Silverio Gama’ de Iñárritu (interpretado por un siempre suficiente Daniel Giménez Cacho) torpemente intenta evocar a aquel von Aschenbach de ‘La Muerte en Venecia’ de Thomas Mann o al ‘Mersault’ de Camus -ambas obras literarias filmadas supremamente por Luchino Visconti- pero apenas le alcanza, y pujando, para un limitadito hombrecillo con ‘Síndrome del jamaicón’.
‘Bardo’ es limitada pues palidece ante ejercicios estilísticos sobre la vuelta al origen en el cine mexicano contemporáneo: el que no conoce "Bajo California: el límite del tiempo" (Carlos Bolado, 1998) o "Cuento de hadas para dormir cocodrilos" (Ignacio Ortiz, 2000) a cualquier ‘Bardo’ le reza.
Bardo es embustera y vacua, es fuego de artificio, carne de festival y de la industria aplaudidora; y sí, es pretenciosa y narcisista como lo más ‘jodorowskiano’ que se recuerde.
Bardo es un embutido caprichoso que ni profundiza, ni vuela, ni avanza, ni va, ni viene, pero que apantalla con la falacia de autoridad que porta como bandera y que pudo quedarse simplemente en la intimidad de un diván.
#bardo#alejandro gonzález iñárritu#oscares#cine mexicano#daniel gimenez cacho#alejandro jodorowsky#cine#critica cinematográfica
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Meu mundo é uma bola
Fue mi padre quien me habló por primera vez de un tal ‘Pelé’, una suerte de alquimista o poeta al que él idolatraba y que a ritmo de samba y bossa transmutaba en oro intemporal los balones que tocaba.
Mi padre lo vio jugar, en 1970 fue testigo de su magia, y para él no ha habido futbolista alguno que se acerque al tamaño de su arte y su leyenda: Edson Arantes Do Nascimento es pues -y no solo para mi padre- sinónimo de fútbol.
‘Pelé’ hizo de este planeta un lugar mejor y más bello, como el mejor poeta, como un artista, y lo hizo tratando a otro orbe como el mejor orfebre: el balón y él, eran uno y nadie se atrevería ya a ponerlo en duda.
Hoy que el astro de Minas Gerais acaba de trascender su existencia física quise recordarlo con algo tan bello como seguramente fue verlo patear la de gajos. Y sí, ‘Pelé’ también cantó y lo hizo de la mano de la agrupación del gran Sergio Mendes en un lejano 1977 cuando militaba en el Cosmos de Nueva York del entonces naciente fútbol profesional de Estados Unidos.
De la mano de la suave voz de Gracinha Leporace, ‘O Rei’ nos regaló el tesoro de su filosofía de vida en un discreto pero efectivo registro que resonará por siempre, tanto como su inconmensurable legado en las canchas.
Así cantaba y la belleza de la sencillez de estos versos debieran acompañar su viaje eterno. Porque... EL MUNDO ES UNA BOLA Y NO PARA DE GIRAR.
Vem minha gente, vamos cantar O mundo é uma bola, tem que girar O tempo não para, tem que passar Façam amigos e vamos cantar
Esta mensagem quero deixar Um mundo melhor está pra chegar Sem vício, sem guerra, como irmãos Aqui nesta terra iremos cantar
#pelé#brasil#sergio mendes#Cosmos de NY#gracinha#edson arantes do nascimento#mexico70#canarinha#musica#bossa nova#samba
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¿"Hay que alentar hasta la muerte"?
"Hay que alentar la selección [SIC], hay que alentar hasta la muerte, porque a Argentina yo la quiero, porque es un sentimiento que llevo en el corazón... ¡y no me importa lo que digan esos putos periodistas, la puta que los parió!"
Contexto del video: Seleccionados de Argentina pasan por la zona mixta del estadio Lusail de Doha tras vencer a Francia en la Final del Mundial Catar 2022. En el cántico se respira dolo, revanchismo y burla contra la prensa que criticó el proceso del técnico Lionel Scaloni.
En Argentina mucho más que en otros lugares, el periodismo futbolístico imparcial no existe, pues la pasión invade y contamina el ejercicio equilibrado de la profesión, luego entonces ¿los jugadores tienen razón al pedir airadamente a la prensa que no critique y que solo se limite a 'alentar' a la selección?
¿En una añorada deontología del fútbol cabe el dogma? La pregunta es para los agraviados, que en este caso podrían ser ambos, dependiendo del cristal con que se mire.
El ejercicio del fútbol profesional convive en una correlación, que si bien no está escrita en piedra, es tan obvia que recordarla es una ociosidad: esa que existe entre el futbolista y el odiado periodismo o las personas que ejercen la profesión, o sea los periodistas.
Tal parece -y no solo en Argentina- que a todos aquellos que patean un balón y que viven de ello se les hubiese borrado del seso, el hecho absoluto de que su actividad es pública y por tanto, susceptible de ser observada, analizada, cuestionada y criticada. Y que los periodistas no son o no debieran ser ‘hinchas’ de nada, ni de nadie, así como están obligados a realizar su labor con ética y apegados a la verdad.
Pero, permítanme seguir dudando o buscar aclarar lo que no entiendo: ¿Esto que recientemente se vio en Catar es acaso un ritual? ¿Está normalizado? ¿Así pretenden unificar todos los elementos de la ecuación para que este éxito del fútbol argentino se repita en próximas citas mundiales?
¿“Hay que alentar hasta la muerte”? ¿Y el verdadero periodismo? ¿Ya es sólo un accesorio? ¿Cuándo es que se pasó de consignar los hechos, a tomar partido en ellos y desde cuándo se enseña eso en las cátedras de comunicación y periodismo en las universidades del mundo?
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El turbio reflejo de la inquina
Nunca he compartido la manera de hacer 'periodismo' de Víctor Trujillo. Sus más elementales motivaciones profesionales siempre han estado ocultas bajo un maquillaje que pinta mucho más que el rostro de un actor desempeñando un papel.
De la virtuosa creación de personajes inteligentes y contestatarios, el histrión pasó a dar rienda suelta a la ambición que siempre acompaña a la soberbia.
Hoy sus servicios están a las órdenes del mejor postor, y por supuesto de su particular agenda. El siempre talentoso e inteligente actor ha bajado a los abismos que suponen la prostitución de la voz y el pensamiento.
Los intereses a los que actualmente sirve son los más mezquinos de su historia en los medios de comunicación mexicanos, por una sola razón: yacen ocultos en la bruma del anonimato, como la figura de un asesino que ataca a traición escondido en las sombras.
Hace algunos años Trujillo puso a disposición a su 'alter ego' 'Brozo' para una jugada mezquina de la ultraderecha mexicana, uno de tantos montajes que buscaban dinamitar el camino de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República.
Transmitido en prime time, Trujillo se regodeó con su reciente patrón Televisa, y pagó el precio que la obvia jugada dejaría como mancha indeleble en su carrera, con la seguridad de que el hecho denunciado pesaría más por su mediatización y contundencia.
Entonces su apuesta fue firme, pero con el paso del tiempo ha visto caer los falsos ropajes de sus motivaciones, como la paja del ‘pagliaccio’. Poco le importa.
Sin embargo, aquella no fue la primera, ni sería la última vez.
Hoy Trujillo se ha decantado por el lado facilón, en lugar de la crítica fundamentada y necesaria que apuntala la observancia de la actividad pública desde los medios de comunicación. Es un dinamitero corriente, líder del odio, pendejeador furibundo, obcecado, neurótico y gratuitamente soez.
Una vez más su histrionismo cansino se ha puesto en el centro del debate mediático-político mexicano al insultar y difamar flagrantemente a aquél hombre al que ya había insultado antes. La diferencia sustancial es que ese hombre hoy es presidente de este país.
Cuando el mensajero se obstina en ser el mensaje, algo no está bien.
Desde su trastorno de identidad disociativo Trujillo-Brozo deforma el ejercicio periodístico y se convierte en ariete, echando mano de un discurso divisionista disfrazado de disenso y amparado en una libertad de expresión, que en repetidas ocasiones ha acusado que no existe.
El personaje dicotómico está irremediablemente perdido en el turbio reflejo de sus escrúpulos. Sólo queda un payaso decadente… y no, no tiene pelos verdes, responde al nombre de Víctor Alberto Trujillo Matamoros. La inquina es ya su única razón de ser.
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De barrilete a cebollita: la gambeta final de Maradona
Diego Armando Maradona dio más sentido a la Argentina que Gardel, y lo hizo desde abajo, desde Villa Fiorito, pateando una pelota de trapo en medio del barro del potrero con los invencibles ‘Cebollitas’.
Esta sentencia no es un exceso, como no lo es la fe peculiar que se fundamenta en la figura del ‘10’ si se mira desde adentro.
Para muchos en Argentina su figura representa efectivamente el dios de sus expectativas y de allí deriva el culto que hasta iglesia presume. No hay una figura en la cultura de masas argentina más susceptible de adoración para los desposeídos que un futbolista… y este no era un futbolista cualquiera.
Pero el hombre que se movía como un trasatlántico en un mar apacible dentro del terreno de juego y como frágil barcaza en medio de una tempestad en su vida personal nunca quiso ser dios, ni ejemplo de nada.
Ese ‘Dios sucio, el más mortal de todos’ como lo describía Eduardo Galeano, jamás se pudo sustraer al influjo que su mito y pasión dejó en generaciones enteras de argentinos, sean o no amantes del fútbol. Estaba escrito: Maradona tenía que SER.
En el paroxismo de la mayor victoria posible en el fútbol, Diego marcó vidas y causó felicidad desbordada en un pueblo resiliente que salía de la oscura pesadilla de la dictadura tras ser sistemáticamente ninguneado, bocabajeado, jodido y maltratado por infames desde la palestra política.
El peso del personaje en la historia del fútbol es superlativo y hablar de ello bien podría ser una obviedad. No hay ‘10’ más ‘10’ que Diego Armando Maradona, sin embargo esa virtud se magnifica cuando el simple acto de tocar la ‘bocha’ se lleva por delante corazones y los inunda de alegría.
De eso queda como testigo la letra de ‘Y dale alegría a mi corazón’ de Fito Páez que terminó transformando la referencia a Fabiana Cantilo en un canto de amor al fútbol y al triunfo máximo del ‘Pelusa’. Así es como nacen los himnos.
Y es precisamente la música donde esta grandeza se exacerba no sólo en torno a su figura como inspiración para innumerables piezas, sino en la relevancia social de lo que hizo en el campo.
Para toda una generación de argentinos ver jugar al ‘10’ era casi poesía y sus goles la culminación emotiva más parecida al amor profundo, como lo equipara el cantautor Coti Sorokin en la letra de su ‘Canción de adiós’:
“…Fuiste la luz de mi vida (…) Fuiste un jardín de malvones, un vinilo sin rayones, una dama de verdad (…) Fuiste ‘El Día que me quieras’, fuiste Gardel y Lepera (…) Fuiste una ‘Lady Madonna’, fuiste un gol de Maradona, fuiste la ‘Mano de Dios’…”
Como Ícaro vuelto barrilete Maradona quiso escapar casi de manera permanente de su realidad primigenia. En su vertiginoso ascenso se acercó tanto al sol que quemó su vela y se precipitó violentamente en el abismo elemental de su condición humana, pero sus múltiples falencias, carencias y defectos nunca eclipsaron su grandeza profesional y mucho menos la pervivencia de su legado… porque como un día lo dijo él mismo: “la pelota no se mancha”.
En la gambeta final de la ‘jugada de los tiempos’, pasó la pelota… pero el hombre no.
El planeta incierto al que hacía alusión Víctor Hugo Morales en su crónica inmortal del gol a los ingleses en el ‘86, por fin lo ha visto regresar, y aquél ‘barrilete cósmico’ ya nos mira desde allá, pero en forma de cebollita.
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De triunfos y hegemonía...
En el fútbol como en cualquier deporte, se puede perder, empatar o ganar, sin embargo el triunfo es más que una obligación, es el fin máximo, aquello por lo que se participa. Los representativos mexicanos -no sólo del balompié- tuvieron durante años a cuestas la maldición autoimpuesta de no saber ganar, y aunque nadie lo reconozca abiertamente, hicieron del ‘achique emocional’ todo un mantra.
La máxima del ‘jugaron como nunca y perdieron como siempre’ es ya irremediablemente un concepto transgeneracional que poco importa a algunos aficionados que gozan del ‘desmadre’ mexicano que envuelve al balón. De hecho muchos lo disfrutan y se agarran al clavo ardiente del nacionalismo para poder seguir disfrutando de la desgracia que entraña la decepción y que muchos guardan en su fuero interno cuando se acercan etapas definitorias para los que patean el balón en la cancha. Sin embargo es igualmente trascendental el hecho de que los nuevos jóvenes y pujantes deportistas de cualquier disciplina en México ya no se identifican con semejantes cargas, afortunadamente. Son pues la generación de ruptura.
Gracias a esas tendencias, escenarios como el de domingo pasado motivan la exacerbación y dan paso a que socialmente se dé rienda suelta a un optimismo desbordado y a todas luces artificial. ¡Vaya, como muestra la gente una vez más salió a Reforma y llenó el ‘Ángel’ e hizo desmadre y soltó lastre! ¿Válido? Cada quien juzgue con su criterio.
Aquí cabe una precisión. Muchos me preguntaban mi análisis del encuentro entre mexicanos y alemanes en Moscú y sólo pude decir una cosa. Hicieron el partido de sus vidas, un juego perfecto, al menos en el primer tiempo. Herrera y Vela cracks, Lozano confirmó lo que se dice de él y Ochoa demostró que la imposición de Televisa para que juegue como titular ya debe echarse a la basura. Otros, dieron muestra también de que no están para estos retos, que su supuesta grandeza es más bien medianía, a pesar de cumplir colectivamente: por cierto el coco de este equipo desde que lo tomó su entrenador actual, quien ya es tratado de ‘genio’ por las voces aturdidoras y veletas, así como por los propios jugadores. Yo a lo mucho le doy el título de ‘mago’, pero no Copperfield, sino ‘Beto el Boticario’ porque al final podría haber revelado el truco: ocultar para sorprender, ‘blofear’, que en estos tiempos tiene su mérito ¡Ya veremos si le sigue funcionando ante Corea y Suecia!
En México las grandes aficiones están acostumbradas a otra cosa, no a ver ganar a sus representativos y menos a que muestren superioridad. El valor de este triunfo -de ellos, de nadie más- debe quedarse allí para empezar a crecer y caminar la senda que los lleve a la hegemonía que dicen merecer, aunque la realidad apunta a que organizacionalmente no se puede llegar a ella con tantos vicios y tanta basura en la estructura endeble que soporta al fútbol mexicano.
Cuando sociedad, medios y aficionados entendamos que no se ganó más que un solo partido de fútbol –uno de tres de la fase de grupos- es que los representativos mexicanos comenzarán a entender que la obligación de ganar debe ser satisfactoria en la justa proporción que en que se prioriza la forma y el convencimiento con el que se pavimenta el camino hacia la naturalidad de la hegemonía. De otra forma la gloria es efímera y no construye identidad y mucho menos supremacía.
Y aquí apunto: No se es más mexicano por celebrar desaforadamente el triunfo del Tri ante el Mannschaft. La mexicanidad tiene valores intrínsecos que van más, mucho más allá de una cancha. Yo prefiero ante todo analizar que ponerme la camiseta, es un vicio profesional, aunque debo reconocer que lo visto el domingo –en medio de una jornada extenuante de trabajo- fue realmente una lección de fútbol que logró conmoverme.
Triunfos y triunfos
El domingo, mientras los verdes le ganaban a Alemania en Moscú un conjunto de atletas mexicanas daba muestra de verdadera supremacía en Syros Island, durante la Serie Mundial de Nado Sicronizado, evento en el que cosecharon siete medallas de oro en igual número de competencias en las que participaron.
Y concluyo. Los futbolistas dieron el paso necesario para construir la identidad que tanta falta les hace, y las nadadoras mostraron que se puede ser abrumadoramente superior a los contrincantes. Así es como debe conducirse el ‘Tri’ construir y mostrar, además de dejar de lado de una vez por todas el supuesto embión anímico del “¡Sí se puede!”. Tal afirmación que entraña una mediocridad autoasumida debe desterrarse del lenguaje deportivo nacional.
No escatimo nada a la demostración impresionante del Tri, ni saco de proporción la demostración de las nadadoras, ambos triunfos son encomiables. Pero eso sí, entrañan una diferencia sustancial que no se debe perder de vista.
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“¡Cállate, que están los penaltis!”
A pesar de que mi bien ganada experiencia como aficionado me respaldaba en varios estadios a los que acudía regularmente con mi padre y la porra de exboxeadores del glorioso Atlante, el día en que nació la maldición de los penaltis para los representativos mexicanos en los mundiales, fui totalmente ninguneado.
Era una tarde soleada de sábado en la capital y creo que también en Monterrey, pero el ambiente lucía sombrío. Mi padre y mis tíos se mordían las uñas y maldecían en dirección de nuestra legendaria televisión Sony Trinitron de fayuca que magnificaba a todo color y sin piedad el despropósito que se gestaba en uno de los partidos de los cuartos de final del Mundial México 86.
El partido se jugó con un calor infernal. Los rivales parecían soldados en un campo de guerra. Nadie daba tregua y fue una decisión arbitral del colombiano Jesús Díaz Palacios la que pareció ‘equilibrar’ la lucha. Thomas Berthold fue expulsado al 65’, ya eran 10 monstruos extenuados contra 11 cada vez más temerosos hombres de verde que cargaban a cuestas la fe de millones, pero El 'Vasco' Aguirre decidió regresar a su estado natural las condiciones durante la prórroga. Recuerdo que un gol de El ‘Abuelo’ Cruz no contó y el rostro de mis familiares mutaba a pesimismo y pesadumbre.
Las ‘Tecates’ y ‘Carta Blanca’ se calentaban en la mesilla de centro de la sala de mi casa, tanto como el ánimo de los empequeñecidos anfitriones en el campo al no poder sumar con el único argumento de su pundonor frente a un 'Manschaftt' deshidratado pero siempre combativo y lleno de orgullo y oficio futbolístico. En el estadio Universitario y frente a millones de televisores en el país nadie podía creer el vuelo de Harald Schumacher tras un obus salido de la pierna derecha de Aguirre y al gol injustamente anulado, pero menos la inoperancia pasmosa del equipo dirigido por Belivor Milutinovic, fundido también en el terreno de juego.
Llegaron los tiempos extra y con ellos la impaciencia de mis mayores, a quienes les faltaban uñas para comer y escupir con furia. Rumenigge, Vöeller, Briegel, Brehme, Littbarski jugaban en bajo pero contundente impacto y dejaban ver la debacle que se avecinaba. Por fin, todo se decidiría en tandas de tiros desde los once pasos. Se acercaba pues el nacimiento de 'la maldición de los penaltis'.
Klaus Aloffs la mandó al fondo de las redes, también Manuel Negrete. Brehme hizo lo suyo, pero vendría Quirarte a sumir los ánimos en un agujero negro, que hizo más profundo Lothar Matthäus. Al ver el yerro desde el manchón del área grande osé preguntar la razón de semejante falta de puntería y del semblante de los mexicanos, y sólo obtuve un sonoro y homogéneo "cállate niño que va a tirar Servín". El pobre diablo, calceticorto, era la viva imagen de la decepción. Después... El silencio… Creo que ya nadie vio a Pierre Michell Littbarski vencer a Pablo Larios.
En la sala de mi casa ya se guardaba luto y los 'mayores' sufrían un ataque súbito de encabronamiento legítimo. Nadie volvió a tomar de sus cervezas, alguien encendió un cigarro y se quedó mirando al horizonte asomado en una ventana con lágrimas en los ojos, razón suficiente para llegarle con celeridad a un mundo menos atribulado.
Afuera en mi calle cerrada ya me esperaban mis cuates El ‘Oso' y Ángel El ‘Negro' para escenificar con un histrionismo inusitado la tragedia que empezaba a llorar un país entero y que a nosotros nos dio para tirar penaltis errados voluntariamente durante horas hasta que la oscuridad de la noche nos regresó de nuevo a la realidad de los dolientes, que a la mañana siguiente se torturaban con los titulares de los diarios y con la vida cotidiana, esa que se detuvo durante 120 minutos que culminaron con un despiadado fusilamiento teutón desde los once pasos en un infierno inesperado.
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‘Viejo lobo’ devaluado...
Con el número 4 a la espalda Serguei Ignashévich jugó como titular con Rusia el partido inaugural de un Mundial que esperaba ver en casa. El duro defensor del CSKA Moscú de 38 años fue llamado de urgencia por el entrenador Stanislav Cherchesov, quien lo convenció de salir de un retiro inminente para ayudar a su selección en casa y ante su gente.
Cuando Ignashévich estaba debutando en el fútbol profesional a los 20 años en el Spartak Orekhovo, Lionel Messi apenas desembarcaba en Barcelona procedente de Rosario con 13 años de edad. Hoy, son dos lados de una moneda en Rusia 2018, el jugador más barato y el más caro del Mundial –puesto que La ‘Pulga’ comparte con el brasileño Neymar-.
El pase de Ignashévich cuesta apenas $25,000 euros según información del portal Transfermarkt, costo que palidece ante los $211.8 millones de euros en el que está tasado el del argentino que milita en el Barcelona. La diferencia de edades no es demasiada, el defensor ruso casi en retiro va a cumplir 39 años durante el Mundial, mientras La ‘Pulga’ cumplirá 31 también en el transcurso de la cita. Apenas 7 años y meses, tiempo que le da al rosarino la posibilidad de jugar un campeonato más en Catar 2022 con 35 primaveras a cuestas.
El valor sin duda, bajará y el ocaso que hoy enfrenta Ignashévich alcanzará inexorablemente al hoy considerado el ‘Mejor futbolista del planeta. Tiempo al tiempo…
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"Recoge la pelota y obedece"
Impecable reflexión de la autoría de mi maestro Manuel Vicent, publicada el 12 de enero de 2014 en el diario español El País, aplicable 100% a la triste realidad del 'periodismo' mexicano. Nombres, lamentablemente sobran, pero hasta en perros hay razas: sobre gente como Joaquín López Dóriga, Ricardo Alemán, Ciro Gómez Leyva, Pablo Hiriart, Pedro Ferriz de Con, Carlos Loret de Mola, Carlos Marín y otros grandes 'canes', pesan acusaciones -y evidencias que sólo un ciego no quiere ver, un ciego leer o un sordo escuchar- de su conveniente parcialidad y domesticación en beneficio del sistema; sin embargo, el 'chayote' en sus múltiples variantes impera aún hasta en la más insignificante esfera de interacción entre el poder político y los medios de comunicación.
Mascotas
Como la mascota que se entretiene royendo un hueso de plástico, a la que el amo lanza una pelota y siempre se la devuelve con la boca, así parecen estar condenados a comportarse los líderes de opinión de este país ante los escándalos que sacuden nuestra vida pública. No importa que la mascota sea contestataria, apacible, nerviosa o una de esas que husmea los genitales de los invitados cuando llegan a tu casa. Cualquiera que sea su carácter, si se consigue educarla bien, le dices siéntate y se sienta, dame la patita y te la da, recoge la pelota y obedece. Incluso irá a hacer sus cosas en el rincón del siempre sobre el periódico en el que firma. Ahora mismo los medios de comunicación han dejado de roer los casos de Gürtel y de los ERE de Andalucía. Las mascotas parecen haberse aburrido de estos juguetes ya demasiado mordidos o babeados y de pronto se muestran felices con otros huesos, peluches o pelotas de todos los colores que les acaban de regalar. El quebrantamiento físico del Rey, la imputación de la infanta Cristina, el destino de la Monarquía, la aventura independentista de Cataluña, la neurosis religiosa aberrante del proyecto de ley sobre el aborto son los nuevos huesos de plástico que los periodistas deberemos roer de aquí al verano. En nuestro circo mediático sucede algo muy peculiar que no se da en los países con una democracia más asentada, donde por regla general antes de que un escándalo llegue a la opinión pública, tal vez por conducir borracho, por haber defraudado al fisco, por mentir en cualquier declaración, por comprar una chocolatina con el dinero del erario o simplemente porque un ministro ha demostrado ser un idiota, el protagonista ya ha dimitido o le han echado a la calle con una patada en el culo o ha ido a la cárcel o ha decidido ahorcarse. Aquí el derecho a la información parece destinado a todo lo contrario. Se trata de roer y babear el hueso, de juguetear con el peluche hasta destrozarlo, de ir una y otra vez por la pelota y devolverla al amo del cotarro hasta que el escándalo de corrupción o un grave problema político, disuelto en saliva, diluya toda su carga explosiva bajo una apabullante y confusa catarata de artículos, opiniones y tertulias, que al final no son sino una forma, mejor o peor, de ganarse la vida.
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Redención para Gelman
Con esto me queda claro que la justicia siempre llega, al menos la que redime y calma, la que es bálsamo y mesilla para esperar a la que debieran procurar los estados para sus ciudadanos. Esta es la carta que el fallecido poeta Juan Gelman escribió en 1995 para su nieto o nieta, a quien conoció hasta el año 2000 y que lleva por nombre Macarena.
Apareció publicada en la revista Proceso.
#adiospoeta #juangelman
“Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración del ejército, el Pozo de Quilmes casi seguramente. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. El estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración “Automotores Orletti” que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “El Jardín”. “Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron –ya vos en ella– al Pozo cuando estuvo a punto de parir. Allí debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar –así era casi siempre– a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 13 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza. “Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado de El Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugnó la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera que hubiese sido el hogar al que fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son biológicos –como se dice– sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho. “También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez –y fueron varias– que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica –por no ser suficientemente chico o chica– para entender lo que había pasado, lo que habías pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. “Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen. Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije. “Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo muy especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera”. - 0 - María Claudia García, nuera de Gelman, fue secuestrada en Buenos Aires en 1976 (junto a Marcelo, el hijo del poeta) y trasladada a Uruguay embarazada y luego de dar a luz a una niña fue asesinada en Montevideo. Su hija Macarena fue entregada ilegalmente a la familia de un policía uruguayo y recién conoció su origen en el año 2000. Los restos de su madre no han sido encontrados, los de su padre sí, pero la herida nunca cerró para don Juan. #descansapoeta
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VIVIR, MATA...
Hace no mucho leía un artículo sobre el personaje de James Bond y sus hábitos, mismos que según el autor, no garantizaban el privilegio de la vida. Vaya, que el personaje creado por Ian Fleming ni nadie que llevara ese tren de vida podría estar vivo. Pues bueno. Escuchando al doctor Erik Estrada y sus profundos estudios sobre el veganismo y la naturaleza hervíbora de los seres humanos, me surge esta reflexión. Que quede claro que no le resto un ápice de razón al buen doctor. Sin embargo, el asunto ya se está convirtiendo en una especie de regresión a lo protobasico. El rollo si gira en torno a la salud pública y a la gran conspiración en contra de la población en general (que tiene que ver con el consumo y la ambición), va. Pero pretender quitar de la fórmula de la vida misma el hedonismo y el placer que produce la comida me parece un despropósito. Los procesos intelectuales son incompatibles con una práctica que nos reduce a rumiar sin pensar en otra cosa. Y si a eso le sumamos que el buen doctor quiere que traguemos sistemáticamente pistaches, nueces, nuez de la India, amaranto, chía, fruta fresca, complementos alimenticios, aceite de oliva y fuentes de proteína, pues todos tendríamos que intentar llegar a una curul pa poder solventar el costo de esta bonita dieta. Nomás falta que como el dr. Kellogg, Estrada afirme que el sexo también es maligno para el cuerpo humano. El asunto está en el equilibrio, en la moderación, y en no creeremos a pie juntillas ni toooodo lo que las marcas pregonan pa vender, ni seguir (si no se quiere y si va en contra de el hedonismo y el placer, como principios básicos de vida, muy válidos, por cierto) toooodo lo que el buen doctor afirma. Sí, vivir mata, buen doctor. No hay pedo, conozco a muchos que pagan el costo y millones viven así. Y no es que eso este mal. La decisión es efectivamente como Estrada pregona, de cada quien. Si me preguntan, yo elijo el equilibrio y cada vez más, hábitos más sanos, pero lo protobasico, no, gracias.
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Triste, tristísimo espectáculo que rebosa hipocresía, mezquindad, nula vergüenza y mucha, pero mucha soberbia -incluso se les ve divertidos con su propia miseria-. La vía política -ya no para resolver, sino para plantear dignamente los problemas de este país y sus ciudadanos- está totalmente agotada. Más allá, mucho más allá de ese bodrio llamado 'Reforma Energética', del albazo largamente anunciado y de las posiciones 'a favor y en contra' de indignos 'representantes' del pueblo -sin distingo de partidos-, realmente apesta a muerto en el poder legislativo -ayer senadores, hoy diputados-, y ni qué decir ya del ejecutivo y del judicial. ¿Alguien dudaba que este albazo se fuera a consumar en pleno 12 de diciembre, mientras este México le canta sus mañanitas a su 'Guadalupana'? Estado fallido. Punto. La chispa puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar. Las circunstancias allí están.
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Cerdos, todos
¡Qué vergüenza, qué vergüenza tengo y lo comparto! Recién termino mi jornada laboral y justo ahora estoy siguiendo la transmisión del Canal del Congreso, aguantando el asco que me produce el teatro de tirios y troyanos, todos llenándose el hocico con un nutritivo bocado, con el botín político llamado "Reforma Energética". Los activos de este montaje están tendidos y asumidos por todos los pescadores mezquinos que han revuelto el río y que han monopolizado el salto de las truchas, dejando sólo las percepciones y las eventuales pérdidas a una inerme población que ha agotado ya tanto su capacidad de asombro, como las vías para combatir tanta mierda, sin distingo de partidos, colores y tendencias politicoides. No le creo a nadie. Por supuesto no le creo ni al PRI ni al PAN, hoy refundo, reitero y remarco lo que he pensado durante años. A esa porquería oficialista y enemiga histórica de este país, y a la ultra derecha hipócrita y entreguista, ni un solo beneficio de la duda. Sin embargo, tampoco le creo nada a esa basura perredista y a la pseudo izquierda que gracias a su ambición malsana terminó haciéndole el juego al régimen -firmando enlodados pactos innecesarios y obvias perogrulladas- que llegó a la presidencia de mi país cometiendo acaso el mayor fraude a pie de tierra del que se tenga memoria en esta nación. No le creo nada a nadie que gracias al conveniente estado de las cosas se vea beneficiado con un sueldo insultante, por una labor tan ojete y mezquina en contra de una población que yace inerme, desangelada y desencantada ante tanto cinismo. No hay ya formas de describir tanta desfachatez. Me insulta saber que la basura humana que se legitima con el aparato electoral en cada época de comicios se llena los hocicos con palabras indignas en las tribunas máximas de este país, cuando hay gente a la que quiero, estimo y respeto, librando verdaderas luchas llenas de dignidad todos los días, en diferentes trincheras, incluso hoy mismo en la cadena humana que intenta cercar al Senado en horas aciagas para el país. Se trata de gente que me rodea y que forma parte de mi vida, gracias a la vida y a la educación que me dieron mis padres y mis maravillosos maestros en la primaria, secundaria y preparatoria, y a la conciencia cívica-social-profesional-ética que me dio mi adorada UNAM. Por ellos es que me avergüenza ver que esto, al menos con las reglas impuestas por esa basura, es una batalla perdida, un teatro, un happening vergonzoso que terminará con la aprobación de una a una, todas las afrentas que sepultarán las expectativas de las próximas generaciones. Porque así lo quiere la basura que gobierna y dicta la pauta a seguir en cosas que la mayoría no llega a entender. Hoy tengo sólo dudas, ninguna certidumbre. Y mucho, pero mucho coraje -hoy sí, hoy más que nunca, como mexicano consciente y analítico-. Permítanme compartirlo en este espacio, aunque por el momento, no sirva de nada, de prácticamente un carajo.
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La generosa travesía
Intentar encasillar a un músico partiendo de una experiencia sesgada con su arte es una lástima, hacerlo con el argentino Pedro Aznar es un verdadero despropósito. Y ayer quedó más que claro el porqué de esta reflexión, en la bella sala de conciertos del Centro Cultural Roberto Cantoral de la Ciudad de México.
Multiinstrumentista, poeta, rockero, amante del folclor, intérprete, ilustre letrista y músico como pocos en todo el planeta, el nacido en Buenos Aires está más allá del bien y del mal en el panorama musical global, y será por esa condición que no necesita probar nada en escenario alguno. Sin embargo, lo hace, con una intensidad y emotividad que más que agradecerse, vuelve cómplices naturales a quienes lo escuchan, sean seguidores de su vasta carrera o no.
Aznar es un tipo cálido, amable, humilde y tremendamente magnético que sabe lo que esgrime con cada nota ante un público fiel y bien ganado que no necesita más argumentos que sus manos, su voz y su presencia, un todo mágico que provoca a estados emocionales tan intensos como las subidas y bajadas de una montaña rusa, y en veces, tan apacibles como el carrusel de nuestra mejor infancia.
En momentos da la impresión que Aznar echa mano de un código binario de la creación musical que al llegar a nuestros oídos toma las formas más accesibles y plenas que crean emociones legitimas, íntegras, una vez que es descifrado, traducido, preparado para el entendimiento pleno y oxigenado por el ambiente de una sala o un estudio de grabación. Acaso existe otra persona que lo hace en idioma español y de la que puedo decir lo mismo, el uruguayo avecindado en España, Jorge Drexler.
El setlist que presentó Aznar en México fue todo un paseo por casi cuatro décadas dedicadas en cuerpo y alma a la música, en un orden nunca antes presentado en su gira más reciente ‘Mil noches y un instante’. El tráfico en la Ciudad de México hizo lo suyo y me perdí los tres primeros temas, pero al sentarme, mi retraso tuvo la mejor de las compensaciones, arrancándose Pedro de la garganta las mejores interpretaciones que le he escuchado de las hermosas piezas ‘Amor de juventud’ y ‘Después de todo el tiempo’, y los clásicos ‘Fotos de Tokio’; su homenaje en piel viva a John-Taupin ‘Ya no hay forma de pedir perdón’, y ‘A cada hombre a cada mujer’, en un guiño a quien pedía a gritos ‘algo de Serú Girán’.
La noche siguió y llegó el momento en que Pedro nos puso a respirar aires de la música argentina, al tocar ‘Río secreto del alma’, un chamamé compuesto a la distancia con Teresa Parodi que fue el culpable de las primeras lágrimas de quien esto escribe.
Siguieron dos canciones de su más reciente material discográfico ‘Ahora’, que evidencian el estado de gracia en el que el argentino se encuentra, pues abrevan en lo más elemental para crear – recrear emociones en estado puro, un par de bocanadas de aire limpio llamadas ‘Quiero decirte que sí’ y ‘Rencor’, a las que se les unieron un estreno titulado ‘Perdón’ –a la par de su ‘periquito’ parlanchín (la ‘buclera’ le llama)-, ‘Zamba para olvidar’ (con un segundo aluvión de lágrimas), la obra maestra del ‘Flaco’ Spinetta ‘Barro tal vez’, el clásico del ‘Cuchi’ Leguizamón ‘Si llega a ser Tucumana’ -con Mercedes Sosa en el corazón-, y la magia de Chico César con la entrañable ‘A primera vista’, en la que todos cantamos con el bonaerense.
Un bloque completo de música nacida con marca registrada en Liverpool y en la que Aznar da muestras de verdadera genialidad (‘Because’ –con secuenciador- a tres voces-, Blackbird, Strawberry fields forever, I’m the walrus y While my guitar gently weeps’), dio paso a la parte final del recital. Pedro regresó tres veces al escenario para cantar ‘Quebrado’, y recordar a Gustavo Cerati con una versión suprema de ‘Lisa’, a Andrés Calamaro con ‘Media Verónica’ y una vez más a Spinetta con ‘Quedándote o yéndote’, pero esta vez sin cables y micrófonos de por medio, en un momento mágico con su guitarra, sentado en la duela en un rincón del escenario presumiendo la excelsa acústica del foro.
La generosa travesía llegó a su fin, aunque en el silencio de la noche podían seguirse percibiendo los rastros de la fina esencia musical de Pedro, el aroma de las notas, la huella sonora que habremos de seguir hasta que nos volvamos a ver, a escuchar, en una complicidad perenne que nos une irremediablemente con él, a aquellos a los que el destino nos hizo conocer su arte en algún momento del ‘tiempo vertical’.
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El 'amontonamiento' de la pendejez
México es un país peculiar que a diario sorprende de formas realmente insólitas. Los actos de sus políticos en muchas ocasiones no tienen nombre, sólo obedecen al cortoplacismo de 'agarrar lo que se pueda mientras dure, sin cortapisas, sin piedad y sin la menor sensibilidad posible.
Este es un lamentable ejemplo más de lo absurda que puede llegar a ser la realidad en este cada vez más inverosímil coto de estulticia llamado México.
Vecinos de la colonia Nueva Atzacoalco impulsaron que el nombre de la penúltima estación de la Línea 5 del metrobús de la Ciudad de México se llamara “Calle 314 Memorial News Divine”, algo verdaderamente estúpido para quien esto escribe pues la justicia no llega con un 'memorial' y de paso le hacen el caldo gordo al gobierno del imbécil de Miguel Ángel Mancera.
Eso no es todo ¿quieren ver el por qué de mi indignación? ¿Soy yo o esto ya alcanzado los niveles sardónicos de South Park?
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¿Así o más surreal?
La Suprema Corte de Justicia de México revocó este miércoles el fallo que en agosto dejó en libertad al célebre capo, empresario y ahora socialité Rafael Caro Quintero, cuyo paradero obviamente se desconoce.
¿De qué se ríe Caro? ¡Sí le atinaron! de esta vergüenza de estado fallido.
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