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Mili

A Mili (o Luji, como yo le decía, porque su segundo nombre es Luján) la visité varias veces; la acompañé en un largo tramo de su tratamiento. Esta foto es de uno de esos días: la sacó ella con la cámara de su computadora nueva, lo que la tenía totalmente entusiasmada. Mili supo aprovechar su internación para aprender cosas nuevas: se convirtió en una profesional de las manualidades. Entrar a su cuarto era como entrar a un programa de “Bricollage”, porque siempre tenía algo nuevo que había visto por YouTube para enseñar. El día que la conocí, me enseñó a hacer origami. Otros días, igual, solamente tenía ganas de jugar y eso hacíamos: jugábamos a juegos de mesa, a las cartas, y hacíamos concursos de talentos. El día de la foto fue especial. Mili nos enseñó a mi y a mi amiga, la que está en la imagen, a hacer marcos para fotos. Llevamos cartón, plasticola, tijeras, marcadores, brillantina, todo para que queden lindos. Cuando cada una terminó de decorar el suyo, Mili exclamó: “lo único que falta ahora es poner una foto... pero no tenemos”, y su cara se iluminó cuando le prometí que, la semana que viene, cuando volviera a visitarla, le llevaría esta misma foto impresa para poner en su cuadrito.    

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Tobías 

La charla con Tobías arrancó de una forma especial. Al principio se mostraba tímido, no hablaba, solo miraba y sonreía. Así hasta que remarqué sus extensas y abundantes pestañas: “wow, ¡qué pestañas Tobías! Seguro te lo dicen todo el tiempo”. Ahí se aflojó y empezamos a jugar. Me contó que le encantan las motos, los autos, todo lo que tenga motor y se mueva, básicamente. Me mostró también unos dibujos de la película “Cars” para pintar, y a eso nos dedicamos un buen rato, hasta que me preguntó: “¿jugamos a las carreras?”.  Sacamos las cartucheras y las hojas de la mesa y empezamos a armas la pista con todos sus juguetes. 15 autitos, 3 motos y 3 superhéroes. ¿Fanático quién? 

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Samuel

Samuel es fanático de los animales y de los autos. Me contó de la enorme cantidad de mascotas que tiene en su casa: tres perros, dos gatos, un conejo y un canario. “¿Cuál de todos es al que más extrañás?” “A uno de mis gatitos, porque es bebé todavía” “¿Y cómo se llama ese?” “No sé, todavía no le pusimos nombre”. Después de un rato de ver qué podíamos hacer, se nos ocurrió: una pista de autos. Juntamos muchas hojas (que atrás tenían dibujos de “Frozen”), las pegamos, y dibujamos la pista encima. Fue un trabajo en conjunto: Samuel dibujó la pista y yo lo demás. Así nos pasamos un buen tiempo jugando a las carreras, donde me ganó Samuel, siempre. 

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Axel

Yo: “¿Querés jugar a las cartas Axel?”.

Axel: “No... no gracias”.

Mamá de Axel: “A las cartas no creo que quiera jugar, pero si sacás el ukelele quizás se copa, le encanta cantar”.

Axel estaba a pocos minutos de entrar al quirófano. Minutos que podían ser un calvario, los transformamos en alegría. “Somos los dos cantantes” me contó la mamá de Axel, y sin esperar más, saqué el instrumento y me puse a tocar. El repertorio fue amplio: desde “Hallelujah” de Shrek (en donde Axel cantaba y la mamá lo acompañaba con unas armonías impecables) hasta el reciente hit “Despacito” de Luis Fonsi. Terminamos de cantar y lo vinieron a buscar para entrar a la operación. Salió del cuarto con una sonrisa de oreja a oreja. 

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Alicia 

“Dale, charlemos” me dijo Alicia cinco segundos después de haber entrado a su cuarto. Su mamá me contó que estaban en el hospital desde ese mismo día porque se tenía que operar de escoliosis. En el rato que pasé con ella me contó de todo: los colegios por los que pas��, su familia, las peleas con su hermana, y sus viajes. “¿Qué estudiás?” me preguntó. “Periodismo. ¿vos sabés qué querés ser cuando seas grande?” y Alicia, con solo 13 años, contestó sin vacilar: “ginecóloga, médica forense o veterinaria”. Me contó, también, lo que le gusta hacer en su tiempo libre: leer (sobre todo la saga “The Hunger Games” y “Sherlock Holmes”), ver series (su preferida hasta el momento es “13 reasons why”) y dormir. “La última cosa es lo que más me gusta” dijo Alicia entre risas.  Se hicieron las 17:00 de la tarde y, cuando vio el pan con mermelada y el té que le habían traído, exclamó: “¡Qué pedorro!”. 

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Cesar

Mirá esa cara. Mejor dicho, mirá esas caras. Cesar, dolorido e incómodo. Con solo nueve años debe sufrir el tener una gran parte del cuerpo inmovilizada. Su mamá, embarazada de unos cuántos meses (me doy cuenta por el tamaño de su panza), además de preocuparse por su hijo en camino, piensa en todo lo que le toca vivir al hermanito mayor. Con una enorme vocación de madre, mira con compasión a Cesar, pensando qué puede hacer desde su lugar para que se sienta aunque sea un poquito mejor. No hay mucho más que decir que lo que expresan sus rostros.

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Roberto

Mis brazos terminaron cubiertos por tatuajes después de pasar un rato con Roberto. Empezamos jugando con autitos, después dibujamos y pintamos... pero lo mas divertido fue, definitivamente, jugar “al tatuador”. “Lo dejo a su disposición señor, dibuje lo que usted quiera” le digo a Roberto mientras él, pensativo, piensa qué cosa tatuarme. “¡Ya sé!” exclama. Empieza dibujando una carita feliz. Veo su entusiasmo y le pido que siga. Abajo de esta, dibuja otra cara: una enojada. Le pregunto por qué está enojada y me dice “porque si, yo soy el tatuador y si quiero que esté enojada, está enojada”. Entre tatuaje y tatuaje, me cuenta que esa noche volvería a su casa (si los médicos lo dejaban), donde vive con su extensa familia y numerosas mascotas (tantas, que cuando le pregunté cuáles eran los nombres me dijo: “no me los acuerdo”). “¿Te puedo hacer uno más?” pregunta cuando termina de tatuarme las dos caras. Le pregunté qué me haría y me dijo “una guitarra, como la que tenés en el otro brazo”. Obviamente, no pude decirle que no.

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Alan 

Alan nació sin poder caminar. Sin embargo, nadie le borra la sonrisa de la cara. Súper charlatán, no para un segundo de contar lo que piensa, lo que le pasa, lo que siente. “¿Tenés cartas? podemos jugar a la casita robada” pregunta. Luego de un par de partidas, pregunta de vuelta: “¿qué es eso?”, y señala mi ukelele. “Es como una guitarra más chiquita, ¿la querés ver?”, y enseguida dice que sí. Empezamos con “Despacito” de Luis Fonsi (canción que se sabía de principio a fin). “Soy fanático de Michael Jackson yo”, dice Alan. “Tan chico y tan genio”, pienso. Imposibles de tocar en un ukelele, buscamos un par de sus temas en Youtube. Su preferido es “Thriller”, acompañado por el videoclip. “Yo me muero si una chica se convierte en hombre lobo”, exclama entre risas. Sus papás me cuentan que en un rato les dan el alta, ya se vuelven a su casa. Los tres están felices y se nota. 

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Iara 

Iara tiene 13 años y es muy tímida, pero cuando empieza a pintar un mandala, expresa todo lo que no puede mediante palabras. Claudia su mamá, mientras Iara pinta, me cuenta cómo es para ellas la vida en el Gutiérrez. “Todos los días Iara se despierta a las 7:00 AM, cambiamos las sábanas, y 7:30, 7:35 pasan los médicos. Toma ocho (8) pastillas por día y después tiene que esperar una hora para poder desayunar. Hay veces que tarda mucho porque no las pasa, entonces esa hora se convierte en tres o cuatro. Otras veces le caen mal, llora, no quiere estar acá ni tomar más pastillas... no se quiere curar más, ese es el bajón que le agarra en algunos momentos”. Claudia expresa luego que no todos los días son así, “a veces se levanta bien, como hoy que está mejor de ánimo. Sino, puede estar todo el día tirada en la cama”. Iara y su mamá están ya hace dos meses internadas (desde el 13 de febrero de 2017) y todavía les queda por lo menos un mes más hasta que traigan el aparato que necesitan para realizarle una artroscopía para una biopsia. “Esta máquina sale cuarenta mil (40.000) dólares, y siempre hay problemas entre la aduana, el gobierno... siempre ponen un ‘pero’”. Entre charlas, Claudia reflexiona “a veces nos quejamos nosotros de los problemas que tenemos pero hay otros que están peor. Lo bueno es que es un gran hospital para los chicos y siempre los sacan para adelante. Yo no me puedo quejar”. 

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Horacio

Luego de dos partidas del juego de cartas “Jodete”, en las que Horacio salió ganador ambas veces, comienza la charla. “Acá en el hospital estoy todo el día acostado porque estoy conectado a esas dos máquinas, que sacan el líquido que tengo en la espalda por que no estaría cicatrizando”. Lo operaron de la columna, señala, hace dos semanas. “Afuera hago de todo, básquet, natación, acá me hacen de todo a mi, me visitan como veinte médicos”. Horacio tiene diecinueve años, por lo que, una vez que se cure, será trasladado del Hospital de niños Ricardo Gutiérrez a otro (aunque todavía no sabe a cual). “Igualmente, acá es muy parecido a mi casa. Allá estoy todo el día con mi celular y viendo tele y acá tambien... lo único que cambia es que acá no tengo la Play. Con mis amigos lo mismo, somos tres o cuatro que nos juntamos todos los sábados a la noche, cocinamos, todo, y nos quedamos hasta el domingo a la tarde mas o menos. Acá vienen a veces por que trabajan y se les complica, porque somos de Merlo y es un viajecito...”.        

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Matías

Aunque bastante molesto por los fijadores externos de su pierna derecha, Matías no deja de sonreír. Mientras juega con los autitos de juguete, entre carrera y carrera, cuenta: “lo que me gusta de vivir acá es que me hago amigos y puedo estar con ellos todo el día”. No recuerda bien el nombre de sus nuevos compañeros (ahora amigos), pero sí que se pasan el día jugando a las carreras de autos, con superhéroes (como Hulk, su preferido), y mirando televisión. Revela, luego de un rato, que lo mejor de volver a su casa será ver a su gato y a sus tres perros que tanto extraña. “¿Sabías que acá a mi mamá no la dejan traer a mis mascotas?” pregunta Matías, con un dejo de sonrisa en su rostro.