#veintiocho
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Veintiocho es uno de mis números favoritos. Junta dos que me han seguido, que me dan una especie de fé en que hay algo más involucrándose en el destino. Que algo más grande que yo cuida mi vida, la acomoda a mi bien, siempre.
Esta especial atención nació de la primera vez que unimos los caminos. 08.09.2010 8+9+2+1= 20 2+0 = dos. Y , 6 años después, sucedió un 28.09.16 2+8+9+1+6= 26 2+6= ocho (que se terminó convirtiendo en 29, pues por que sonaba mejor). Esta ridiculez nunca la había dicho y me sigue dando gracia pero, genuinamente, me ayudó siempre a creer que 28 era un número de mucha suerte y que sí, debía de ser todo en el momento preciso que fué, no hay más, todo tiene su tiempo perfecto y veintiocho siempre me recuerda eso.
En fin. Esta ahí, en Dos hijos de mi madre, ocho años de amor, una dualidad, y en mis 8:00 hrs al nacer. dos siempre es mi número que me acerca a Dios, y ocho siempre es mi número que me recuerda a tí.
Veintiocho veces he dado vuelta a esa estrella interminable. Veintiocho vueltas me han dejado varias cicatrices, varias aventuras y lecciones . Esta vuelta, la veintiocho, estuvo llena de ti, estuvo impregnada de sentimientos en cada esquina de los lugares que habité que tenían tu nombre, estabas a las 7 am al despertar con esa canción que querías poner en la playa , estabas en la canción que siempre salía en el momento más exacto , estabas en el libro que tarde 3 meses en terminar de lo mucho que dolía. Estabas en la película que siempre elegía para acercarme a ti. Estuviste en esa visita solitaria al último café que compartimos, y en unas simples papas que no pude terminar por qué siempre se compartían con tu sabor favorito.
Gracias por impregnarte en cada rincón, gracias por el amor tan suave y tan fuerte, tan compasivo y tan genuino que me quedó.
En esta, la próxima vuelta, espero caminar mejor, espero encontrar una nueva coincidencia en esta combinación de números , que me recuerde que hay magia en vivir, que me diga que seguimos aquí para lograr cosas grandes. Que me diga de nuevo que siempre, pero siempre, se acomoda a mi bien.
Bienvenida nueva vuelta, bienvenida nueva vida. Gracias por el amor , el dolor y las coincidencias veintiocho, gracias a ti por tu pasar en mi camino, por la magia y por lo aprendido.
"A los lugares donde voy llegué por donde fuimos" la vuelta 29 me espera con mi mejor yo.
Feliz 05.10.23 a mí.
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que horrible cuando te muestran a un bebé y es feo noodkf y que mierda querés que te diga ahora
#aparte los bebés siempre son divinos pero una vez cada muerte de obispo te traen uno que mamma mia#la unica excepcion es los recien nacidos esos son todos horribles para aquellos que nunca fuimos padres lo siento padres#tengo que ver por dia minimo 15 fotos de bebes y realmente llega un punto q queres decir no me importa que tu nieto esta estreñido susana#me gusta jugar con los bebes y hacerle upa no escuchar veintiocho historias de la caca de tu nene por favor ajsjskfk
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Contamos ya con la venta de la nueva entrega #28 de la colección de "Soldados de la Segunda Guerra Mundial" y ya pueden comenzar a solicitar su o sus ejemplares y llevárselo con su respectivo descuento sobre su precio de portada.
De $289.90 queda en $250, la fecha límite para recoger su o sus ejemplares en la CDMX es el día Sábado 21 de Diciembre de 2024 y si es envío o pago para recolección posterior en la CDMX, la fecha límite para pagar es el día Viernes 20 de Diciembre de 2024.
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"Hasta los veintiocho años tuve una especie de “yo” que permanecía sepultado, que no sabía que podía hacer otras cosas, aparte de preparar salsa blanca y cuidar bebés. No tenía noción de que poseía algún tipo de profundidad creativa. Era víctima del “sueño americano”: burgués y de clase media. Todo lo que deseaba era un pedacito de vida: casarme, tener hijos. Pensaba que las pesadillas, las visiones y los demonios se apartarían si había suficiente amor como para abatirlos. Hacía mi mejor esfuerzo por llevar una vida convencional, porque así fue como me criaron, y eso era lo que mi esposo quería de mí. Pero una no puede levantar pequeñas cercas blancas para dejar fuera las pesadillas. Todo se quebró cuando estaba por cumplir veintiocho años. Tuve una crisis psicótica y traté de matarme".
— Anne Sexton
#escritos#citas#notas#frases#pensamientos#textos#amor#escrituras#tristeza#lacandamia#neuroconflictos#marzo 2024
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La entrevista
Había una vez un hombre que murió. El hombre había sido muy importante. Había tenido fama, poder, dinero, etcétera. Había trabajado mucho y había cosechado triunfos. Por lo tanto, no temió presentarse ante Dios. Así que se presentó ante Dios y dijo:
—Isidoro Passini, encantado.
—Tome asiento —le contestó Dios.
Y el hombre se sentó.
—Su vida, si es tan amable —le dijo Dios.
—¿Mi vida? —dijo el hombre ligeramente sorprendido.
Su vida, sí, por favor.
—Bien —dijo el hombre, y se dispuso a hablar de su vida.
Naturalmente se había enfrentado con muchas situaciones difíciles. De modo que no se amilanó. Al contrario: se compuso el pecho, sonrió compulsivamente, y ordenó sus fuerzas como para sacar el mejor partido posible de la entrevista.
—Señor —empezó, con esa su manera discreta y cordial que tantos triunfos le había deparado—. Señor —dijo— he trabajado mucho. He llegado a ocupar un cargo de gran responsabilidad.
—¿Responsabilidad? —dijo Dios, como si no entendiera bien el significado de la palabra.
—Sí, de gran responsabilidad —repitió el hombre, seguro de sí mismo, confiando plenamente en su natural simpatía, decidido a ganar la situación desde el primer momento—. Jefe de producción, exactamente. En Brunes & Mathew S.A. Diecisiete hectáreas cubiertas en Castelar. Sucursales en veinticuatro países.
—Uh… —dijo Dios, aprobando seriamente con la cabeza, como compenetrándose de la importancia de su recién llegado.
El hombre sonrió afablemente, pensó algo así como “el primer round es mío”, y prosiguió:
—Puede decirse que he llegado solo. Por mi propio esfuerzo. ¿Mis virtudes? Concentración, trabajo, dinamismo, capacidad para resolver rápidamente cualquier problema. En fin, esas cosas que distinguen al hombre hecho para vencer. Usted perdonará mi inmodestia, pero debemos ser francos, ¿no le parece?
—Pero por supuesto —le contestó muy gentilmente Dios.
—Recuerdo —prosiguió el hombre— cuando ingresé en Bruñes & Mathew Argentina S.A. Tenía dieciocho años. Mi familia era muy pobre, Señor. Para ahorrar las monedas del ómnibus, me hacía a pie veinticinco cuadras. Con ese dinero me compraba libros. De noche estudiaba. Fui perito contable a los veintiún años. Cuando me recibí…
—¿Veinticinco cuadras? —preguntó Dios.
—¿Eh? Ah, sí, veinticinco cuadras. Con excepción de los días de lluvia, claro.
—Había una plaza, ¿no es cierto?
—¿Una plaza?
—En el trayecto, quiero decir. ¿No había una plaza?
—Este… sí. Sí, efectivamente, había una plaza. Me parece —contestó el hombre algo desconcertado y pensando tal vez Dios empezaba a chochear un poco con los años.
—Y en la plaza, ¿había un banco?
—Bueno, había muchos bancos, supongo.
—No, no. Un banco. Yo me refiero a un banco. ¿Había un banco?
—Claro… naturalmente había un banco. Si había muchos bancos, había un banco —dijo el hombre, conteniendo a duras penas su malhumor.
—Ajá. ¿Y cómo era ese banco? —preguntó Dios.
—¡Ese banco era un banco! ¡Un banco como todos los bancos! ¿Qué se puede decir? —contestó el hombre con muchas ganas de terminar de una vez con esas preguntas estúpidas.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo lo que se puede decir de un banco, ¿no? —dijo, convencidísimo de que la edad le había reblandecido por completo los sesos a Dios.
—En fin —dijo Dios, suspirando con visible contrariedad—, continúe, por favor.
—Continúo —dijo el hombre con energía, decidido a poner un poco de orden en esa conversación que le parecía disparatada—. Con mi diploma conseguí que me cambiaran de sección y me aumentaran el sueldo. Tenía veinticuatro años y ya era todo un subjefe. La sección se transformó en mis manos. Llevé cosas nuevas. Impuse mi ritmo, mi manera de trabajar. Llegó a ser la sección más eficiente de la casa. Fue mi primer triunfo importante.
—Oh, importante —dijo Dios con un tono bastante ambiguo.
—A los veintiocho años me casé —prosiguió el hombre como si no lo hubiera oído—. A mi mujer, Mónica Juárez, creo haberle dado todo lo que se merecía. Hijos, cariño y, demás está decirlo, bienestar. Ella vive aún. Usted, Señor, debe conocerla.
—Conozco, conozco —dijo secamente Dios.
—Tuvimos cuatro hijos —continuó el hombre levemente intrigado y sospechando por primera vez que a su mujer no habría de resultarle tan fácil la entrevista— Armando, Luis María, Clara y Angélica. Angélica era mi debilidad. Tenía… tiene unos hermosos ojos azules, como la madre. Es un encanto de criatura.
—Ah, ojos azules —dijo Dios—. ¿Y Alicia?
—¿Cómo? —dijo el hombre.
—Sí, sí, le pregunto el color de ojos de Alicia.
—Pero, ¿Alicia?, perdón, ¿usted dijo Alicia?
—Naturalmente, Alicia. Usted me habló del color de ojos de Angélica, y yo le pregunto del color de ojos de Alicia. Está claro, ¿no?
—Pero… Usted no se referirá… a aquella muchacha… a aquella Alicia que yo conocí cuando tenía qué sé yo, diecisiete años…
—Por supuesto que me refiero a ella. El color de sus ojos, entonces…
—Bueno, caramba, pasaron tantos años. Además, hemos podido estar solos tan pocas veces, que francamente…
—No lo recuerda.
—No, no me acuerdo, es la verdad —contestó el hombre, sin darle demasiada importancia a esas interrupciones, y deseando seguir adelante con el relato de su vida.
—Es una lástima —dijo Dios.
—¡Bueno, caramba, supongo que no será tan grave!
—Es grave —dijo Dios—. Continúe.
—Ejem… —dijo el hombre, ya bastante molesto y desconcertado—. Estaba hablando de mis hijos. Quería decirle… Quería decirle que ellos dieron un verdadero sentido a mi esfuerzo, a mi lucha. Fue por ellos, Señor…
—Digresiones no, le ruego —dijo Dios.
—Bien —dijo el hombre algo corrido y empezando a dudar un tanto del éxito de la entrevista—. Seguí trabajando duro. Comprendí lo que se esperaba de mí, y me di entero a eso. Fui, debo decirlo, un ejemplo y un modelo para muchos hombres. Cuando me hice cargo de la jefatura de producción…
—5 de junio de 1954 —dijo Dios.
—Efectivamente, 5 de junio de 1954 —dijo el hombre con nuevos bríos. Coincidió con el cincuentenario de la empresa. Una fiesta enorme en el Palace Hotel, recuerdo. Son esos momentos que no se olvidan nunca, que le sirven a uno de empuje, de incentivo. Hablaron de mí en los discursos. Me felicitaron. Confiaban un capital enorme solo a mi capacidad. El mismo gerente general me estrechó la mano, conmovido y, ¿por qué no?, esperanzado. Eran momentos muy graves. Se esperaba mucho de mí. Ahora puedo decir que no los he defraudado, más aún, que he superado los proyectos más optimistas. Cuando nos retirábamos de la fiesta, ya en la puerta del hotel, el gerente general se acercó a mí y me dijo: “Señor Passini…”
—Perdón —dijo Dios—, su sombrero y su sobretodo.
—¿Cómo?
—Sí, su sombrero y su sobretodo ya los había retirado del guardarropa, ¿es así?
—Este… sí, lógico. Era una noche de junio. Hacía frío. Llevaba sombrero y sobretodo —dijo el hombre—. Bufanda también, me imagino, ¡je, je! —agregó, tratando de hacerse el gracioso y pensando que tal vez era la forma de comportarse ante la irremediable chochera de Dios.
—Se los entregó en sus manos una mujer, ¿verdad?
—Bueno, sí, la encargada del guardarropa me entregó el sombrero, el sobretodo y la bufanda. Me los puse inmediatamente porque, como dije, era una noche de frío, y me acerqué a la puerta. Fue entonces cuando el gerente general me dijo…
—Los ojos, por favor.
—¿Pero qué ojos? —dijo el hombre, a un paso de la desesperación.
—De la encargada del guardarropa. El color de los ojos, si es tan amable.
—¡Pero ¡cómo me puedo acordar del color de los ojos de la encargada del guardarropa! Es absurdo, ¿no? ¡Yo estoy hablando de un acontecimiento importante!
—No es absurdo —dijo Dios.
—Ah, ¿no es absurdo? ¿Y por qué no es absurdo? Vamos a ver.
—No es absurdo. Eran los mismos ojos de Alicia.
—Pero usted… pretende decirme que Alicia… que la encargada del guardarropa era… ¿era Alicia?
—Oh, no, ¿quién dijo eso? Además, eso es secundario. Podía ser o no ser. Lo importante eran los ojos. Eran los mismos ojos.
—¿Tan iguales eran? ¿Tan parecidos?
—Eran los mismos ojos.
—Bueno, está bien, eran los mismos ojos. ¿Y qué? Yo, ¿qué hubiera podido hacer? ¿Mi vida hubiera cambiado por eso? ¿Hubiera dejado de hacer lo que hice?
—Eso es otro asunto —dijo Dios—. Continúe.
—¡Pero por favor, Señor! ¡Yo necesito entender! —dijo el hombre, creyendo volverse loco, viendo como su entrevista, de una manera incomprensible y estúpida, se precipitaba irremediablemente al fracaso—. ¡Yo necesito saber! ¡Saber de qué se trata!
—Circuitos —dijo Dios.
—¡Cómo circuitos! ¿Qué quiere decir circuitos? ¡No entiendo nada!
—Puntos. Puntos fundamentales. Deben hacer contacto, simplemente no se preocupe, continúe.
—Entonces… los ojos de Alicia… y aquellos otros ojos eran… así, ¿puntos fundamentales?
—Eran puntos fundamentales —dijo Dios.
—¡Puntos fundamentales! ¿Quiere decir que yo hubiera sido otro, que yo hubiera hecho otras cosas si los hubiera mirado, si los recordara ahora?
—Continúe, por favor —dijo Dios.
—¡De modo que ojos, entonces! ¡Que la misión de un hombre en la vida es mirar unos ojos! ¡Mirar dos veces unos mismos ojos!
—No de un hombre. De usted —dijo Dios—. Puntos distintos para cada hombre. Generalmente muy pocos. Deben unirse, eso es todo. Continúe.
—Entonces mi vida, mi larga, mi fecunda vida, Señor, ¿se justificaba con solo mirar esos ojos?
—Sí —dijo Dios.
—Pero, ¿y el banco? Usted me preguntó por un banco. ¿Qué tenía que ver el banco?
—Ah, sí, el banco —dijo Dios, un tanto aburrido—. Había que sentarse en el banco.
—¿Sentarse en el banco?
—Sí, era necesario. Horas y horas tal vez. Sobre todo, cierta tarde de otoño. Pero no se preocupe ahora. Continúe, hágame el obsequio.
—Sí… sí, continúo —dijo el hombre, lleno de pavor, inseguro de todo lo que decía, buscando desesperadamente en su memoria algo distinto, algo que lo congraciara definitivamente con Dios, algo humano pensó sin saber bien qué quería decir; o tierno, o emotivo, o piadoso. Porque evidentemente esos eran los puntos que había que tocar. Las cosas que se esperaba que él tocara.
—Lo escucho —dijo Dios, porque el hombre se demoraba demasiado en contestar.
—Sí, bueno… Recuerdo… recuerdo un amigo. Un amigo querido —dijo el hombre con vacilación—. Lo encontré por la calle. Hacía muchos años que no lo veía.
—Fernando Carrera —dijo Dios.
—¡Sí, sí! ¡Fernando Carrera, precisamente! —contestó el hombre casi jubiloso, vislumbrado al fin su posibilidad—. Fernando Carrera. Estaba muy solo, muy pobre, además. Me quedé con él. Hablamos, hablamos mucho. Lo ayudé. Creo que le hice bien. Cuando nos separamos eran las siete de la tarde. Había faltado al trabajo por él. Estábamos parados en una esquina, en la plaza, y nos abrazábamos. Era hermoso, Señor. Cuando nos despedimos, Fernando se quedó apoyado contra un árbol y me saludaba con la mano.
—¿Cómo era? —preguntó Dios.
—¿Fernando? Era alto, flaco, un poco desgarbado. Los ojos grises, grandes, llenos de ternura. Me acuerdo muy bien de sus ojos.
—No, no, el árbol —dijo Dios.
—¿Cómo?
—El árbol donde estaba apoyado Fernando. Eran exactamente las siete de la tarde. ¿No recuerda?
—¡Cómo podía mirar el árbol! ¿Para qué podía mirar el árbol?
—Era otoño. La plaza —dijo Dios—. Desde cierto banco se veía bien el árbol.
—Sí, era otoño —dijo el hombre, desolado, temblando, con una angustia que le impedía articular las palabras—. Entonces el árbol…
—¿No recuerda? —volvió a preguntar Dios, porque el hombre se había quedado callado.
—No, no recuerdo —dijo el hombre, bajando la cabeza.
—Es una lástima. Era el cuarto punto —dijo Dios.
—¿Puedo… puedo continuar? —preguntó el hombre con la voz entrecortada.
—Era el último punto —dijo Dios—. Lo siento. Su entrevista ha terminado.
Humberto Costantini | Del libro «Una vieja historia de caminantes», 1967.
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Unshaken Outlaws | Arthur Morgan x John Marston [ESP]
[ Fan-Fiction basado en la OTP entre Arthur Morgan y John Marston de Red Dead Redemption ] En un mundo donde los últimos vaqueros son cazados sin piedad, sobrevivir es la única regla. La lealtad, frágil pero vital, es el hilo que mantiene unidos a los forajidos, siendo su única esperanza en un paisaje marcado por la traición y el peligro constante. En medio de la guerra y una pasión que desafía las normas, Arthur y John encontrarán un inesperado camino hacia la redención mientras su mundo se desmorona. Para la banda de Dutch, la lucha por sobrevivir nunca ha sido fácil, pero se vuelve aún más complicada cuando un amor prohibido florece entre balas caídas, mentiras y heridas profundas. ¿Podrá este amor ser el refugio que necesitan para resistir el caos inminente, o será el fin de todo lo que conocen?
Capítulo 2: Bajo el Beso del Atardecer
1891
Era un día importante para el joven adulto Arthur Morgan. El sol se deslizaba perezosamente a través de los cielos, arrojando sombras largas sobre los vastos paisajes del oeste, mientras él se encontraba en una encrucijada emocional que definiría su futuro. Ya tenía veintiocho años y llevaba varios años en una relación con una joven llamada Mary, una joven cuya dulzura y esperanza contrastaban profundamente con la tormenta interna que azotaba el alma de Arthur. Él, que había crecido rodeado de la dureza de una vida de forajido, y ella, una joven que anhelaba una existencia tranquila y normal, parecían ser como el día y la noche: opuestos en todo, pero el amor de Mary creía que sería suficiente para transformar la naturaleza de Mary.
A lo largo de su relación, Mary había insistido en que abandonara la banda, que dejara atrás esa vida de violencia y caos que había sido su hogar durante tantos años. Le ofreció algo que Arthur nunca se había atrevido a soñar: la posibilidad de una vida juntos, alejada de los oscuros senderos de los que nunca había logrado desprenderse. Pero en su corazón, Arthur se debatía. Mary lo veía como un hombre capaz de cambiar, un hombre que podría ser un buen compañero, un hombre al que su padre podría aceptar si tan solo abandonaba esa vida. Ella pensaba que, al alejarse de todo lo que lo había formado, él podría redimirse y ser el hombre que ella deseaba, pero Arthur no estaba tan seguro. ¿Podría realmente convertirse en el hombre que ella necesitaba, o acaso sus propios demonios lo arrastrarían de nuevo hacia la oscuridad? ¿Podría alguna vez alejarse de la familia que había sido su única constante en un mundo que nunca le ofreció otra cosa que no fuera lucha y sufrimiento? ¿Era él el verdadero hombre que esperaba Mary o era sólo una ilusión?
Lo peor de todo era que, incluso si lograba encontrar un camino que lo separara de la banda, no estaba seguro de que pudiera escapar de sí mismo. Había vivido bajo la sombra de Dutch y los demás miembros de la banda por tanto tiempo, y aunque su amor por Mary le ofrecía una posible salida, la lealtad hacia su familia y la idea de que su vida fuera irremediablemente parte de esa historia lo atormentaban. Había intentado alejarse en más de una ocasión, pero siempre encontraba alguna razón, algún vínculo invisible, que lo ataba a ellos, como si su destino estuviera entrelazado.
Una vez tuvo una pareja, un hijo, con un dramático final. Siempre se sentiría culpable por ello, por seguir con la banda y pasar sólo unos días cada ciertos meses con la que era su familia. Por su condición de forajido, había echado a perder la oportunidad de tener a gente que le había aceptado y amado tal y como era, por ello en aquel instante se sentía en la obligación de tener todos los cabos bien atados antes de irse con Mary. Quería hacer las cosas bien para que nadie más sufriese por su pasado, por ser quien era.
Por eso, antes de tomar cualquier decisión, Arthur necesitaba hablar con Dutch, necesitaba confrontar a su viejo líder, a quien había considerado una figura paterna, aunque sus caminos estuvieran llenos de sombras. Aquella noche, se reunió con Dutch y Hosea, dos de los hombres que, de alguna manera, conocían las complejidades de su alma. Hosea, con su sabia calma, era la voz de la razón en la banda, siempre dispuesto a dar un consejo cuando la tormenta emocional de Arthur lo desbordaba. La conversación fue larga, y en cada frase, Arthur podía sentir el peso de su decisión a punto de estallar.
—Arthur ya ha cumplido con nosotros, con la banda —dijo Hosea, con una serenidad que contrastaba con el tumulto que se agolpaba en el pecho de Arthur—. Por culpa de esta familia, ha perdido lo único que pudo ofrecerle paz y prosperidad. Ya no es justo que lo sigamos atando a este lugar, a esta vida. Es hora de dejarlo ir, para que pueda encontrar su propio camino y ser feliz, aunque sea en otro lado.
Esas palabras, tan simples y directas, fueron como un rayo de luz en medio de la tormenta de dudas que asolaba a Arthur. Había sido lo que más necesitaba escuchar: que no estaba traicionando a nadie al irse, que su destino no tenía que estar atado a la banda para siempre. Pero, en su corazón, sabía que esa decisión tendría un precio, y que sus fantasmas seguirían persiguiéndolo dondequiera que fuera. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre para elegir.
Dutch no necesitaba que Arthur le explicara su decisión; había estado observando, consciente de que este momento llegaría irremediablemente, aunque siempre había esperado que el tiempo se detuviera, que sus palabras no fueran necesarias. La mención de que Arthur se marcharía le cayó como una losa sobre el corazón, aunque, en el fondo, sabía que era lo mejor para el joven. Por más que intentó retrasar la inevitabilidad de esa conversación, de alargar ese instante de tensión suspendida, sabía que no podía evitarlo. El tiempo no tenía piedad, y ver cómo Arthur crecía, como un pajarillo que comienza a desplegar sus alas en busca de su propio vuelo, le sorprendía más de lo que podía entender. No estaba en sus planes que el muchacho, que había considerado como una especie de hijo, se marchara algún día. Pero ese día había llegado, y el dolor, aunque sordo, lo invadía, la idea de perderlo para siempre.
El poder del amor para un poeta silencioso como era Arthur, tan poderoso como indómito.
La culpa por las heridas que la banda había causado a la vida de Arthur, por la familia que había perdido por su lealtad a este grupo roto, hacia que la culpabilidad fuese una lluvia ácida en Dutch. En lo más profundo de su ser, sabía que había una deuda pendiente con el joven, una deuda que jamás podría saldar por completo. Y aunque él mismo no lo dijera en voz alta, pensaba que al otorgarle esa bendición, esa libertad para irse en paz, podría de alguna manera mitigar la tormenta que nunca dejaba de azotar su propio corazón.
Tal vez, pensaba Dutch, esta sería la única forma de dejarlo ir con la conciencia tranquila, de aliviar esa tensión interna que le había acompañado durante años.
Sin embargo, lo que ninguno de los dos esperaba esa noche era la presencia oculta de John. El joven, con su andar sigiloso y sus ojos siempre atentos, había seguido las voces hasta el corazón del campamento, escondiéndose entre las sombras de los árboles, donde el fuego de la hoguera apenas alcanzaba a iluminar. Allí, inmóvil como un espectro, escuchó cada palabra. Y cada una de ellas cayó sobre él como una daga. Su rostro, habitualmente sereno aunque cargado de un aire distante, estaba ahora marcado por una furia silenciosa, una rabia contenida que hervía bajo su piel, reflejándose en la tensión de su mandíbula y los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos se le blanquearon.
No era difícil entender lo que sentía; Arthur no era solo un compañero más para él. Era su guía, su confidente, la única persona en la banda que lo había comprendido, que lo había sacado de la oscuridad cuando él mismo no veía valor en su existencia. Arthur era su otra mitad, la estrella que había guiado su brújula rota. Pero ahora esa estrella parecía querer apagarse, abandonarlo, y eso lo llenaba de una angustia que se le atragantaba en la garganta. Era un dolor que no sabía cómo expresar, que se acumulaba en su pecho como un peso insoportable.
A diferencia de los otros miembros de la banda, John no tenía la madurez necesaria para canalizar sus emociones. No sabía cómo poner en palabras el torbellino de sensaciones que lo desgarraban. Era joven, con el espíritu inquieto y feroz de un caballo salvaje o un lobo que apenas comienza a entender su lugar en la manada. La ira y el resentimiento eran su refugio natural, un escudo que alzaba para protegerse de lo que no podía controlar. Pero ese escudo no era suficiente para ocultar lo que verdaderamente sentía: miedo.
Miedo a quedarse solo. Miedo a perder lo único que daba sentido a su caótica existencia. Miedo a que Arthur realmente se marchara, dejándolo atrás para siempre.
En lugar de enfrentarse a Arthur, de hablar, de gritarle o incluso de golpearlo, John optó por el silencio. Ese silencio que lo carcomía por dentro, que se retorcía en su mente como una serpiente venenosa, susurrándole que el mundo era injusto y que no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Se escondió, refugiándose en la oscuridad como un lobo herido, observando cómo la figura de Arthur se alejaba, cada paso de él resonando como un eco en su alma. Porque, aunque no quería admitirlo, lo único que deseaba en ese momento era correr tras él, agarrarlo por el brazo y suplicarle que se quedara. Pero John Marston no sabía suplicar. Todo lo que sabía era dolerse en silencio.
Con el paso de los días, Arthur no pudo evitar notar el cambio en la forma en que John lo miraba. Ya no era la mirada cálida de camaradería que solían compartir, aquella chispa de admiración que a veces incluso llegaba a incomodarlo por lo intensa que podía ser. Ahora, los ojos de John estaban cargados de algo más oscuro, un desprecio palpable que lo cortaba como un cuchillo afilado. Era una herida que Arthur no sabía cómo sanar, una grieta entre ellos que parecía ensancharse con cada intento fallido de acercarse.
Arthur, acostumbrado a enfrentar todo tipo de problemas con determinación y valentía, se encontraba en un terreno desconocido. Intentaba buscar excusas para justificar el comportamiento de John, convenciéndose a sí mismo de que quizá era su forma de procesar la inminente despedida. Después de todo, no todos enfrentaban las separaciones de la misma manera. Algunos, como Arthur, preferían aceptar lo inevitable con estoicismo y buscar una forma de dejar las cosas en buenos términos. Pero otros, como John, parecían luchar contra ello con cada fibra de su ser, resistiéndose a la idea de que los caminos pudieran separarse de forma irremediable.
Cada día, Arthur encontraba nuevas excusas para acercarse. Una partida de cartas al atardecer, un cigarro compartido, incluso una conversación casual sobre los caballos del campamento. Pero todos sus esfuerzos chocaban contra un muro frío y rígido. Las respuestas de John eran escuetas, monosílabos cargados de una indiferencia hiriente, acompañados de una mirada que parecía atravesarlo sin realmente verlo. No había rastro del joven que solía reírse a carcajadas con él, que lo miraba con ese brillo de confianza y lealtad. Ahora, Arthur veía solo a un lobo herido, refugiado detrás de una coraza de orgullo y resentimiento.
Y aunque Arthur intentaba mostrarse paciente, trataba de comprenderlo y respetar su espacio, no podía negar que aquello lo hería. Cada interacción fallida dejaba una espina en su corazón, un recordatorio constante de que estaba perdiendo algo valioso. Había momentos en los que, en la soledad de la noche, se sorprendía preguntándose si estaba tomando la decisión correcta. ¿Valía la pena dejar atrás todo esto, incluso a John, para intentar construir una vida que ni siquiera estaba seguro de desear realmente?
Pero Arthur sabía que su tiempo en la banda estaba llegando a su fin. No era solo una cuestión de querer algo diferente; era una necesidad, una oportunidad para redimirse y encontrar algo de paz en medio del caos que había sido su vida. Sin embargo, esa convicción no hacía más fácil el dolor de ver a John alejándose de él, de sentir que cada intento por acercarse era un paso más hacia una despedida que ninguno de los dos parecía preparado para afrontar.
A veces, cuando John pensaba que nadie lo veía, Arthur lo observaba desde la distancia. Veía al chico sentado junto a la hoguera, con los hombros tensos y la mirada fija en el fuego, como si intentara encontrar respuestas en las llamas. Había algo en esa postura, en la forma en que sus manos descansaban sobre sus rodillas con los dedos ligeramente curvados, que le hablaba de una batalla interna que Arthur no podía librar por él. Lo único que podía hacer era esperar, con la esperanza de que, antes de partir, John encontrara las palabras que ambos necesitaban decirse. Pero, en el fondo, Arthur temía que esas palabras jamás llegarían.
Pasaron los días, y la fecha de la fiesta que Mary había organizado se acercaba rápidamente. Arthur estaba decidido a hacer las cosas bien. Tenía una necesidad profunda de demostrar que estaba dispuesto a cambiar, de ganarse el respeto del padre de Mary y, sobre todo, de probarse a sí mismo que podía ser un hombre de bien. Con ese propósito en mente, comenzó a trabajar en pequeñas tareas honradas, en trabajos que le permitieran ganar algo de dinero limpio, algo que pudiera usar para comprar un anillo que Mary merecía. No era mucho, pero era un paso hacia su nueva vida.
El día en que recibió el anillo del joyero, un pequeño objeto hecho con un esmero que sólo los verdaderos artesanos son capaces de plasmar, Arthur sintió que su corazón palpitaba con fuerza. Era un símbolo de su compromiso, de su deseo de cerrar ese capítulo de su vida y abrir uno nuevo. El joyero, un hombre de pocas palabras, le entregó la caja con una sonrisa discreta, pero Arthur la recibió con una mezcla de gratitud y orgullo. Con el anillo guardado cuidadosamente en su zurrón, sabía que su momento había llegado.
Los últimos días antes de la fiesta fueron un torbellino de despedidas silenciosas, de miradas cargadas de significados ocultos, de conversaciones que intentaban decir lo que no se podía pronunciar. Arthur se pasó el tiempo con ellos, con aquellos que, a pesar de todo, siempre habían sido su familia. Con Hosea, pasó horas pescando en el río, charlando sobre cosas simples pero importantes; con Uncle, se quedó hasta el amanecer, bebiendo y contando historias de tiempos pasados; con Dutch, se perdió en largas partidas de cartas, compartiendo risas y recuerdos que quedaban en la memoria como un pequeño consuelo.
Pero, entre todas esas despedidas, había una que Arthur sabía que no podía dejar sin hacer: La de John. Aunque siempre estaba metido en algún lío por el oeste, Arthur no quería irse sin dejar las cosas claras entre ellos. No esperaba una reconciliación, pero al menos deseaba que, algún día, John comprendiera sus razones.
Fue dos días antes de la fiesta cuando, finalmente, encontró a Hosea. Estaba alejado del campamento, bajo la sombra de un árbol, mirando las nubes que pasaban sin rumbo fijo por el cielo. Hosea no parecía estar haciendo nada en particular; no leía, ni escribía, ni pescaba. Simplemente observaba el horizonte. Arthur, sin decir una palabra, se acercó y se sentó a su lado, como si el simple hecho de estar en su presencia pudiera darle la calma que tanto necesitaba. No hacía falta preguntar nada. Sabían que las palabras ya no eran necesarias.
Arthur caminaba hacia Hosea con paso firme, aunque por dentro cargaba un nudo que no podía desatar. El viejo estaba recostado contra el tronco de un árbol, una ramita de trigo atrapada entre los dientes, observando el movimiento del río con una serenidad que Arthur nunca terminaba de entender. Se detuvo frente a él, consciente de que cada pregunta que le hacía últimamente era otra pieza de la despedida que se estaba armando.
—Hey, Hosea. ¿Has visto a John hoy? —preguntó, intentando sonar despreocupado, pero el tono de su voz lo traicionaba.
Hosea esbozó una sonrisa lenta, esa que siempre parecía saber más de lo que decía. El brillo en sus ojos le revelaba que entendía perfectamente lo que Arthur intentaba hacer. También sabía por qué John huía.
—Lo vi cuando saliste con la señora Grimshaw. Ya sabes, con los recados que te obliga a hacer. —Su voz tenía ese tono tranquilo y sabio, como si estuviera narrando un hecho irrelevante, aunque nada de lo que Hosea decía lo era.
—¿Y ahora? ¿Sabes dónde está? —insistió Arthur.
Hosea dejó escapar un suspiro breve, retirando la ramita de sus dientes para jugar con ella entre los dedos.
—Suele desaparecer a estas horas. Si tengo que apostar, estará en alguna taberna, emborrachándose. Aunque volverá por la noche, como siempre. A dormir en la tienda de Abigail.
Arthur soltó un gruñido.
—Por las noches se encierra ahí con ella. No tengo intención de interrumpirles, y Dios me libre de hacerlo. —Se llevó un cigarrillo al borde de los labios, encendiéndolo con una cerilla que iluminó fugazmente su rostro. —Abigail tiene un mal genio que no quiero probar. Te da una bofetada y te manda a otro país.
Hosea soltó una risa corta, sacudiendo la cabeza. Mordisqueó la ramita de trigo otra vez antes de hablar. La frase que Arthur había dicho implicaba mucho más que aquello.
—Nunca antes había visto a John tan aferrado a Abigail. Es raro, incluso para él.
—Yep, es raro. —Arthur aspiró el humo del cigarro y fijó la vista en el río, buscando algo en el agua que lo calmara. Pero Hosea no iba a dejar que se refugiara en el silencio.
—Te está huyendo, Arthur. Lo sabes. Está evitando que tengas esa despedida con él porque no quiere que lo hagas.
El comentario lo golpeó más fuerte de lo que esperaba. Arthur expulsó el humo con un suspiro pesado. Arthur ya lo sabía.
—Voy a irme tarde o temprano. Me gustaría despedirme de él, pero si es tan imbécil como para no quererlo, entonces... que se vaya al infierno.
Hosea sonrió de lado, pero su mirada era comprensiva.
—Es un crío.
—Ya es un adulto, Hosea. No tiene excusa. —La voz de Arthur sonó más dura de lo que pretendía, pero no pudo evitarlo. Aunque las palabras de Hosea seguían resonando en su cabeza.
—No quiere que te vayas. —La frase era simple, pero la carga emocional que traía consigo era inmensa.
Arthur bajó la mirada hacia el suelo, mordiéndose el interior de la mejilla. Ese nudo que había sentido al acercarse a Hosea ahora parecía apretar con más fuerza. Recordaba perfectamente el día que conoció a John, un mocoso de doce años con más hambre que fuerza, y cómo lo había visto crecer, tropezar y levantarse. Ahora tenía dieciocho y era más testarudo, más agresivo, y, sin embargo, debajo de todo eso seguía teniendo un buen corazón. Arthur lo iba a echar de menos, aunque nunca lo admitiría en voz alta.
—Ya... Es lo que hay. He tomado mi decisión.
Hosea alzó la vista hacia él, sus ojos cargados de algo que, por primera vez en toda la conversación, no era solo la habitual serenidad que lo caracterizaba. Había un cansancio profundo, un peso acumulado por los años y las decisiones que ambos habían tomado, pero también una melancolía que se filtraba en su mirada, como si estuviera viendo algo que preferiría no contemplar. Arthur intentó sostenerle la mirada, pero la intensidad que encontró allí lo hizo desviarla por un breve instante. Porque lo que Hosea veía en él no era algo que Arthur quisiera reconocer. No ahora. No cuando todo a su alrededor parecía tambalearse.
Hosea lo conocía mejor que nadie. Había estado con él desde que era poco más que un muchacho, y en ese tiempo había aprendido a leerlo mejor que el propio Arthur podía leerse a sí mismo. Sabía que detrás de la expresión endurecida y de las palabras mordaces, había algo más profundo, algo que Arthur prefería enterrar en lo más hondo de su ser. Esa mirada verdosa, tan característica, no solo ocultaba su confusión, sino también su lucha interna. Hosea veía más allá de lo que Arthur decía o hacía, veía los pequeños matices en su tono de voz, en la forma en que su mandíbula se tensaba o en cómo sus manos se cerraban en puños para contener lo que no podía expresar con palabras.
—Sé lo que estás pensando —dijo Hosea finalmente, con una voz tan suave que parecía más un susurro que una afirmación.
Arthur frunció el ceño, pero no respondió. No necesitaba hacerlo; Hosea ya lo sabía. Veía la forma en que Arthur quería enfadarse con John, cómo buscaba justificar su propia frustración poniendo el peso sobre los hombros del joven. Pero Hosea también sabía que, en el fondo, la rabia de Arthur no estaba dirigida a John, sino a sí mismo. Era esa clase de enfado que no tenía un destinatario claro, que ardía en el pecho y se alimentaba de los propios remordimientos y dudas.
—No estás enfadado con él, Arthur —continuó Hosea, ladeando la cabeza con esa mezcla de sabiduría y paciencia que siempre parecía tener reservada para él—. Al menos, no realmente. Lo que sientes... lo que te hace arder por dentro, no tiene que ver con John. Tiene que ver contigo, con lo que estás dejando atrás y con lo que no estás seguro de encontrar más adelante.
Arthur apretó los labios, su mirada fija en el suelo como si quisiera encontrar alguna réplica convincente entre las hojas secas y el polvo. Pero no la encontró. Hosea tenía razón, como casi siempre. Había algo en la forma en que John reaccionaba, en cómo se apartaba de él, que tocaba una fibra sensible que Arthur no quería admitir que existía. Cada mirada fría, cada palabra cortante, le devolvía una imagen de sí mismo que preferiría no enfrentar.
Y Hosea lo veía todo. Veía cómo, en el fondo, Arthur se culpaba a sí mismo. Por no haber sabido manejar mejor la situación, por no poder encontrar las palabras correctas para explicarse, y quizás, más que nada, por haber dejado que las cosas entre él y John llegaran a ese punto. Hosea veía esa lucha interna y, aunque sabía que no podía resolverla por él, su voz permanecía como un ancla, un recordatorio de que Arthur no estaba solo en sus dudas ni en su dolor.
—No puedes controlar cómo se siente John, ni lo que decide hacer con eso. Pero puedes controlar cómo enfrentas tus propias emociones.
La voz de Hosea se suavizó aún más al final, como si no quisiera presionarlo, pero sus palabras quedaron flotando en el aire como un eco imposible de ignorar. Arthur asintió con un gesto breve, aunque no dijo nada. Porque, aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que Hosea había dado en el clavo. Como siempre.
—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres, Arthur? —preguntó, y Arthur sintió cómo algo se encogía dentro de él.
El joven apretó la mandíbula. No quería dudar. No ahora, no después de todo lo que había decidido.
—Lo estoy.
Las palabras salieron rápidas, casi como si las estuviera lanzando para convencerse a sí mismo.
Hosea, sin embargo, no se dejó engañar.
—¿Lo haces por lo que ocurrió? —continuó, su voz tan suave como implacable. —¿Por ese peso que llevas encima como si fuera una deuda? ¿O porque realmente amas a Mary y quieres empezar de nuevo con ella? Lo que le pasó a esa chiquilla y a tu hijo fue horrible, Arthur... Pero no puedes cambiarlo. No importa cuánto te esfuerces por empezar de nuevo, si tu corazón no está en ello, jamás encontrarás la paz.
Arthur sintió que un escalofrío le recorría la columna. Hablar de su pasado siempre era un recordatorio doloroso de todo lo que había perdido, de todo lo que había intentado enterrar y nunca había logrado olvidar. Con un gesto brusco, tiró la colilla al suelo y la aplastó con el talón.
—Dile a John que si quiere despedirse, estaré en mi tienda. No voy a esperarlo un día más.
Hosea no respondió, pero tampoco tenía intención de pasarle el mensaje. Sabía que John ya lo sabía. Que Arthur estaba a punto de irse y que, por mucho que lo evitara, el momento era inevitable. Sin embargo, el viejo también sabía que John no se quedaría de brazos cruzados. Tenía un plan. Un estúpido plan, pero un plan al fin y al cabo.
...
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@mokhann: ' no se me ocurre algo por lo que debería agradecer. '
ha hecho todo lo posible por no quejarse tanto últimos días de estadía eterna, frustración juntándose sobre hombros ya cargados convirtiendo a la pobre masa de pan que se adhiere a las manos de june en una víctima. ' quizás podrías agradecer que no te tocó hacer el pan ' cabeza se menea suave antes de subir su mirada hacia la contraria, transformando línea tensa sobre carmines en una sonrisa ligera. ' ahora que me lo recuerdas, ni se me cruzó pensar en eso... ' todo en aquel lugar le parecía ya preparado, como si voz y voto no sirvieran demasiado. ' cuéntame como comenzó tu año, quizás haya algo ahí '.
✶ veintiocho de noviembre — preparación del banquete.
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📁 NOH INGYU 📂 UNA CARTA A ALGUIEN. 📄 HABILIDAD: AGILIDAD ( 2 / 3 )
tw: n/a. autor: ingyu, 28 años. destinatario: jung kitae, ex compañero, 28 años.
TE PROMETO QUE SI ALGUNA VEZ ALGUIEN SABE DE ESTA CARTA, HARÉ QUE TE ARREPIENTAS.
Primero, recibí tu carta. Segundo, ¿enloqueciste? ¿O de dónde sale todo ese dramatismo de pensar que has dejado de existir para mí solo porque he dejado de verte? Puedo adivinar que has estado mirando doramas sin parar desde que te fuiste de aquí, y lamento decepcionarte, pero no voy a seguirte el juego siendo el sujeto que te pide que me olvides y sigas adelante fingiendo que no nos conocimos. ¿Por qué haría eso, siquiera…?
En realidad, creo que puedo entender la incertidumbre de pensar en qué estará pasando cuando vivimos en una era de constante comunicación, y estás obligado a estar incomunicado con alguien a quien veías todos los días. No sé si te habrás podido dar cuenta, pero entre que escribí el primer párrafo y este, han pasado seis horas.
Yo también me he estado preguntando qué estarás haciendo tú. No muy seguido, claro. Pft. No pienso en ti para nada. Pero tu ausencia se hace notar, las cosas no han cambiado demasiado por aquí, y todavía me toca verles la cara de culo a los insoportables de siempre, excepto que ya nadie me ofrece un té para calmarme y entrar en estado zen, o como se diga.
También pensé en escribirte, un par de veces, pero creo que hiciste bien en escribirme antes, o de otro modo habría seguido posponiendo la tarea de sentarme y concentrarme en algo por un rato. De hecho, ahora mismo me estoy desconcentrando después de cada punto y aparte. La diferencia es que, esta vez, siento que cada segundo que pasa es otro segundo en el que te convences de que prefiero fingir que no existes, así que me obligo a volver.
En cuanto a las novedades, la última es que cometimos muchos errores en la misión pasada. Hicimos todo mal, fue en verdad… grave. Nos redujeron la ración por la mitad, y aumentaron el entrenamiento al doble.
Me quiero matar.
Pero no lo haré, no es necesario que hagas caras. ¿O has dejado de hacerlas? ¿Qué tanto has cambiado desde la última vez que te vi? ¿Ves? También me pesa esto de no saber qué estará pasando contigo.
Pienso que la solución es que te unas definitivamente a la milicia, y abandones para siempre la vida de niño rico y famoso. Puede que tus fans te extrañen, pero… ¿puedes pensar en mí, también? ¿Y en lo que te dije arriba de los sujetos con cara de culo que ya nada me ayuda a soportar?
En realidad, creo que la solución va a ser que me salga del ejército. Llevo bastante tiempo pensándolo, pero, recientemente, mi hermana terminó sus estudios por completo, y comenzó a trabajar. Hablé brevemente con el señor Min hace unos días, y me dijo “Tienes veintiocho años, Ingyu. Si no has crecido todavía, no lo harás nunca.” Supongo que es una forma de decir que soy libre de marcharme, ya no necesito más torturas mentales o físicas para corregir mi conducta, porque a este punto, es incorregible.
Son buenas noticias, ¿no? Significa que estaré fuera pronto. Sé que el mundo es caótico ahí afuera también, y por los meses que has tardado en comunicarte conmigo, asumo que tu situación tampoco es nada sencilla.
De cualquier modo, ojalá podamos vernos aunque sea una vez. Espero que no hayas cambiado tu número, porque te llamaré cuando salga, que ojalá sea pronto.
Ingyu.
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Celestina que triste estás...
No te abraces al recuerdo de una persona que ya no habita tu corazón Celestina, no te quedes con imágenes ausentes de su personalidad vivida y de chistes que han alegrado tu vida. No te quedes con el aroma de su perfume, almizclado y floreado, bien sabes tu que aquello ya huele a funeral. Yo te entiendo Celestina, no quieres repetir sus pasos pero al instantes que conoces a alguien nuevo las pulsaciones se aceleran y quieres destruir la mente, cristalina, de esa persona. Te alimentas del caos, te hace sentir feliz cuando alguien cae de rodillas y te pide que no le abandones. Bien sabes lo maldita que eres, bien sabes tú los corazones que posees.
Me has contado de veintiocho mujeres que por ti pasaron, ninguna se ha quedado, les has cerrado la puerta de tu corazón, y te has negado a por ellas; sentir amor. La numero veintinueve en una tumba descansa, y yo, cómplice de tus pecados, treinta culmina con tu realidad deseada.
No te abraces a los recuerdos que quieres eliminar, no pido que la olvides, yo bien se el lugar que ocupo en tu vida y que no necesito pelear, al final de la noches, estás acá. En el principio, igual.
Pero a veces eres un problema Celestina, te busco en las noches cuando sola estás y quiero hacerme participe de tus silencios, de tu oscuridad... a veces me lo permites, a veces te abrazas a recuerdos de esa persona que ya no habita tu cama, tu corazón, y este plano en el que estas.
#desamor#fragmentos#citas textuales#dolor#citas de desamor#escritos#citas de amor#text post#citas de dolor#sentimientos#en tu orbita
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ㅤ ─── ⠀ ⠀⠀𝐤𝐢𝐭𝐭𝐲 𝐧𝐨𝐤𝐧𝐨𝐢 , veintiocho años. tailandesa. bartender.
ㅤㅤ 𝐛𝐢𝐨𝐠𝐫𝐚𝐟𝐢́𝐚 · 𝐭𝐚𝐛𝐥𝐞𝐫𝐨
#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · interacción.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · espejo.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · buzón.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · introspectiva.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · juegos.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · archivo.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · atuendos.#· 𝑢𝑛𝑏𝑟𝑒𝑎𝑘𝑎𝑏𝑙𝑒 𝘩𝑒𝑎𝑣𝑒𝑛 · ediciones.
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igual yo soy re ortiva porque tengo tremendo pique de dónde traer libros a Uruguay en inglés pero no lo voa decir porque así me mataron a bookdepository forros y yo me trago mínimo cuatro libros por mes asdkeje
#perdon en esta es cada uno por su cuenta#igual no es un re secreto es cuestion de investigar y animarse sin miedo a pedir por internet#aparte los libros no tienen impuestos no se por donde concha estan comprando seguramente amazon o tienda mía#yo con mis veintiocho danmeis metidos en el orto eta tu no la tiene
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Rowle Family
La familia Rowle era una familia mágica de sangre pura. El autor del Directorio de Sangre Pura la considera como una de los Sagrado Veintiocho. Han sido desde hace siglos una familia de alta relevancia en la sociedad mágica británica, portando consigo miembros bastante importantes en ella, así como Damocles Rowle como mayor ejemplo.
⚜ Miembros (Línea de Braxton Rowle)
Braxton Rowle & Antigone Rowle
Braxton Rowle:
Fue un mago que, como su padre, trabajó en el ministerio británico de magia como parte del Wizengamot. Fue conocido por ser demasiado duro en los juicios y su cara nunca cambiaba de expresión de desprecio por cualquiera que se sentara en el medio de la sala.
Nació en algún momento de 1913 en Irlanda, de donde es originaria la familia Rowle. En su juventud asistió a Hogwarts y fue seleccionado en la casa Slytherin. También se estipula que fuera un mago oscuro debido a las tendencias que tuvieron sus hijos en la Guerra Mágica, pero se desconoce si él participó debido a su edad.
Antigone Rowle:
Antigone Rowle, de soltera Greengrass, es una bruja que nació en 1913.
Euphemia Rowle & Thorfinn Rowle
Euphemia Rowle:
Es la mayor de los hijos de Braxton y Antigone Rowle. Se desconoce si participó en la Guerra Mágica, aunque se cree que sí debido a su supremacía y a que es una bruja oscura. Es una persona bastante agria que no se preocupa por nadie, únicamente por su beneficio. Es bastante codiciosa y siempre que oye una moneda repiquetear está ahí.
Nació en algún momento de 1931 en Irlanda, de donde es la familia Rowle. En su juventud asistió a Hogwarts y fue seleccionada en la casa Slytherin. Nunca se casó y se estima que nunca lo hará debido a su edad. La única compañía que tiene es el augurey que como tradición, todos los núcleos familiares Rowle tienen. Se cree que su apariencia tan arrugada es por lo amargada que vive ya que realmente no es tan mayor.
Thorfinn Rowle:
Thorfinn Rowle fue un mago oscuro británico y un mortífago que luchó en la Primera Guerra Mágica aunque no se han encontrado pruebas que lo afirmen. Es el más pequeño de los hijos de Braxton y Antigone Rowle. Ha sido muy cercano a sus primas ya que Rowena es tan solo un año más pequeña que él.
Nació en algún momento de 1948 en Irlanda, de donde es la familia Rowle. En su juventud asistió a Hogwarts y fue seleccionado en la casa Slytherin.
Edvard Rowle & Galane Rowle
Edvard Rowle:
Es un mago oscuro supremacista, aunque no sea información de dominio público. Él trabaja en el Ministerio británico de Magia en el departamento de misterios como jefe/director de este. Ha sido inefable desde pocos años después de su graduación en Hogwarts.
Nació en algún momento de 1933 en Irlanda, de donde es la familia Rowle. En su juventud asistió al colegio Hogwarts de Magia y Hechicería y fue seleccionado en la casa Slytherin. Se desconoce a ciencia cierta si participó en la Guerra Mágica aunque por ciertos comentarios que han dicho sus propias hijas, se intuye que sí lo hizo.
Galane Rowle:
Galane Rowle, Yaxley de soltera, pertenece a una de las familias consideradas de los Sagrados 28 de antaño, como la Rowle. Es la esposa de Evdard Rowle; la pareja tiene dos hijas mellizas: Bethanya y Nilssandre Rowle.
Nació en algún momento de 1931 en Escocia, de donde es originaria la familia Yaxley. En su juventud asistió a Hogwarts y fue seleccionada en la casa Slytherin. Se cree que participó junto a su marido e hijas en la Guerra Mágica a favor de los mortífagos, pero no hay evidencias.
Bethanya Rowle & Nilssandre Rowle
Bethanya Rowle:
Es una bruja de sangre pura hija de la pareja Edvard y Galane Rowle. Tiene una melliza llamada Nilssandre Rowle.
Nació el 4 de noviembre de 1961 en Irlanda de donde es la familia Rowle. En su juventud asistió a Hogwarts y fue seleccionada en la casa Slytherin. Durante sus años en el colegio no le importó mostrar su desagrado hacia los nacidos de muggles e incluso hacia los mestizos. Parecía ser muy cruel como se veía cuando atacaba verbalmente a los nacidos de muggles que se acercaban amablemente a ella. Por esto se cree que pudo participar en la Guerra Mágica, pero tampoco hay evidencias.
Nilssandre Rowle:
Es una bruja de sangre pura hija de la pareja Edvard y Galane Rowle. Tiene una melliza llamada Bethanya Rowle.
Nació el 4 de noviembre de 1961 en Irlanda de donde es la familia Rowle. En su juventud asistió a Hogwarts y fue seleccionada en la casa Slytherin. Durante sus años en el colegio, a diferencia de Bethanya, ella era más cautelosa prefiriendo ignorar a atacar. Aunque parecía ser más neutral en este tema hubo ocasiones en las que se confirmó que era purista de la sangre. Como su hermana, no se sabe si participó en la Guerra Mágica, pero todo apunta a que sí.
IMPORTANTE LEER / IMPORTANT TO READ !
La historia y los personajes (solo Bethanya) son de uso en roleplay amino por su autora (yo), así que no son de uso público ninguno de ellos.
Si queréis saber sobre la línea de Oddmund, decidme en los comentarios para añadirlos al post o en otro.
Don't steal. Familia totalmente de mi autoría, queda prohibido basarse o inspirarse en ella. / Family entirely of my authorship, it is forbidden to base or be inspired by it.
Cr: @chrispenuela / Vinalia (Nilssandre Rowle fue en su origen de la autoría de @goldentcars)
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Contamos con la venta de la nueva entrega #28 de la colección de "Mitos y Leyendas de Japón" y ya pueden comenzar a solicitar su o sus ejemplares y llevárselo con su respectivo descuento sobre su precio de portada.
De $199.90 queda en $180, la fecha límite para recoger su o sus ejemplares en la CDMX es el día Sábado 21 de Diciembre de 2024 y si es envío o pago para recolección posterior en la CDMX, la fecha límite para pagar es el día Viernes 20 de Diciembre de 2024.
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Hindenburg es el nombre del dirigible alemán más famoso. Una especie de barco volador, un aerostato que, por efecto del principio de Arquímedes, se mantiene en vuelo. Hay algo más liviano que el aire, el Hidrógeno, por ejemplo, que sirve para que un globo se mantenga a flote. El famoso dirigible tenía 250 metros de largo, podía cruzar los océanos a 500 metros sobre el agua, navegando el aire a 135 km por hora, llevando ciento cincuenta pasajeros repartidos entre camarotes, cubiertas y salas de mando.
El nombre de ese majestuoso dirigible fue en honor a Paul von Hindenburg, presidente del Imperio Alemán desde 1925. Aunque se oponía a las ideas del nacionalsocialismo, disolvió el parlamento y accedió a nombrar jefe de gobierno al dirigente de la fuerza política que había ganado las elecciones parlamentarias: Adolf Hitler. Hindenburg muere, a los 86, y Hitler asume el poder como jefe de estado. Era 1934. Ese mismo año, un jovencísimo Albert Speer era nombrado primer arquitecto del Imperio Alemán. Speer, como Von Braun, también provenía de una familia de aristócratas y seguía, con la arquitectura, los pasos de su padre y de su abuelo.
“Solo tenía veintiocho años —dice Speer en sus memorias— y me sentía lleno de ganas de trabajar”. El joven arquitecto se veía a sí mismo como el protagonista de la novela de Goethe, como Fausto, él también habría vendido su alma por cumplir el sueño de construir un gran edificio, Speer decía que había encontrado en Hitler a su Mefistófeles.
De los muchos proyectos de remodelaciones y construcciones que Albert Speer llevó adelante, hubo uno en particular, inacabado, que es la mostración de una época megalómana: el nuevo proyecto —cuya conclusión estaba prevista para 1950— no se podría comparar ni siquiera con el legendario Palacio de Nerón. Al majestuoso palacio imperial se ingresaría desde el parque, ubicado en el centro Berlín y a través de un gran portal al Patio de Honor que mediría una hectárea. Desde ese patio, que comunicaba con otros dos, rodeados de columnas, se llegaba a las salas de recepción, que se abrían a una serie de estancias alineadas a lo largo de un cuarto de kilómetro hasta llegar a la sala de la Cancillería. El emperador podría ofrecer así unos cuantos metros de caminata: recorrido y reflexión a los diplomáticos extranjeros que lo visitaran. La sala de recepción de la Casa Blanca de Washington tiene unos 5oo m2, el Palacio que Speer proyectó para el Imperio Alemán medía 21.000. En el comedor habrían podido sentarse a la mesa dos mil comensales. La residencia ocuparía dos millones de metros cuadrados.
Seis meses después de la derrota del Equipo del Eje y luego de que el Equipo de los Aliados pulverizara a 246 mil personas en Hiroshima y Nagasaki, el arquitecto de Hitler —como se lo conoció a Albert Speer— fue llevado a juicio por un Tribunal Militar del Equipo de los Aliados. Según Wikipedia, las imputaciones a los jerarcas nazis pueden clasificarse en crímenes contra la paz (dirección, preparación, desencadenamiento y desarrollo de una guerra de agresión o de una guerra en violación de los acuerdos internacionales); crímenes de guerra (el asesinato, los malos tratos o la deportación para trabajos forzados, o cualquier otro fin, de poblaciones civiles de los territorios ocupados, el asesinato o malos tratos a prisioneros de guerra o náufragos, la ejecución de rehenes, el saqueo de bienes públicos o privados, la destrucción innecesaria de ciudades, o la devastación no justificada por exigencias militares); crímenes contra la humanidad (el asesinato, el exterminio, la reducción a la esclavitud, la deportación y todos los demás actos inhumanos cometidos contra poblaciones civiles, antes o durante la guerra, o las persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos).
Escrito, grabado y editado en la cocina de mi casa. Sepan disculpar y gracias por la escucha.
Este episodio cuenta con la colaboración de Gabriela. quien puso su voz a la lectura de los crímenes inventariados en los juicios de Nuremberg.
Cada sábado un nuevo episodio de La Luna de Wernher.
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En la ardua búsqueda de perfiles aptos se ha recopilado la siguiente información sobre Miles Lin; sabemos que tiene veintiocho años y viene desde Estados Unidos. Creemos conveniente dejar por escrito que sus datos han sido verificados y puede incorporarse a la Clasificación Sweven lo antes posible. Su aspiración ya ha sido incluida en los archivos privados, y hasta el día de la Presentación los colaboradores no conocerán más datos. Quedamos a la espera de la confirmación total. — Un saludo, el Comité Fundador de Sweven.
Tu formulario ha sido correctamente publicado y aceptado, PLUM, oficialmente te damos la bienvenida a Sweven. Tienes un lapso de veinticuatro horas para hacernos llegar la cuenta de tu personaje. Si necesitas algo más ¡háznoslo saber!
INFORMACIÓN DE USUARIO.
Seudónimo: plum
Pronombres: ella/suya.
Edad: 27
Trigger warnings: non-con, maltrato animal.
Faceclaim reservado: Chen Zheyuan
DETALLES DEL PERFIL.
Nombre completo: Lin YiChen/Miles Lin
País de residencia: Estados Unidos
Edad y fecha de nacimiento: 14 de Marzo 1996, 28 años.
Pronombres: Él/suyo.
¿Cómo se enfrenta a la clasificación?: Es una persona tranquila, así que buscara ver lo que tiene que ofrecer la clasificación sin perder los pies en la tierra, viendo lo que es mejor para él, pero no por ello pasarlo mal.
Datos curiosos:
uno. Nació en Tai Po, Hongkong de una pareja joven pero se crió en la capital; se fue a vivir a los trece años a Estados Unidos fruto del nuevo matrimonio de su madre con un americano. Su padre falleció cuando Yichen tenía dos años.
dos. Estudió danza tradicional china y baila ballet desde los cuatro años, sabe tocar el piano. Habla mandarín, cantones e inglés.
tres. Tiende a ser una persona apasionada, dedicada y responsable, lo que lo llevó a estudiar en una de las mejores universidades de Estados Unidos.
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