#spencerismo
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Martin Eden
Martin Eden https://wp.me/pWrp7-9NT
recensione del film: MARTIN EDEN
Regia: Pietro Marcello
Principali interpreti: Luca Marinelli, Jessica Cressy, Vincenzo Nemolato, Marco Leonardi, Denise Sardisco, Carmen Pommella, Autilia Ranieri, Elisabetta Valgoi, Pietro Ragusa, Savino Paparella, Vincenza Modica, Carlo Cecchi – 129 min. – Italia 2019
È stato un piacere ritrovare al cinema Pietro Marcello, singolare e originale regista italiano,…
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El continente enfermo.
“Lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el otro, el envidiado, no tenga lo que tiene, de que no sea verdad que lo tenga, de que no sea cierto su éxito o no sea tanta como parece su riqueza material”.
por Hugo Biagini.
Burning your heat.
La “ideología” basada en la incapacidad intrínseca de los pueblos subdesarrollados y en el insalvable vacío cultural existente en ellos se remonta a épocas pretéritas. Si nos atenemos a Latinoamérica más en particular, se trata de una imagen en la cual se introduce el tutelaje como un modus vivendi“natural” –en medio de un proceso modernizador restringido a una minoría urbano-céntrica. Para ello se recurre a filiaciones, dicotomías y pretendidos fundamentos religiosos, biocéntricos, tipológicos o culturales. Mientras que bajo la dominación española se discriminó a la población con categorías como las de cristianos e infieles o peninsulares y criollos, durante el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, con la plataforma positivista, se acentuaron las oposiciones: continentes civilizados / continentes bárbaros; razas superiores / razas subalternas, plebeyas y serviles; países fríos altivos y racionales/ países cálidos sensualistas; partido europeo / partido americano; clase ilustrada-gente decente / chusma y plebe; anglosajones enérgicos y honestos / latinos y sudamericanos indolentes, embusteros e ineptos para el autogobierno.
Todo ello en nombre de un proclamado proyecto occidental, de neta impronta colonialista, unido a la extensión de las fronteras interiores en diversos países americanos. Específicamente, en esa línea argumentativa y valiéndose con cierta frecuencia de tesis lindantes con la de la selección de las especies, se le ha achacado al proceso de mestizaje el haber inducido un continente enfermo y retardatario como el de nuestra América,1 algunos de cuyos voceros –no siempre reconocidos– se traerán aquí a colación; portavoces provenientes de una nación europeizada como la Argentina, donde se ha alardeado de constituir el único país blanco al sur del Canadá –tras el exterminio de su población de color.2 No era que se estuviera en presencia de un mundo aparte sino que, como adujo Robert Nisbet, antes del Novecientos, millones de occidentales creyeron que el progreso se hallaba íntimamente asociado con los caracteres raciales.
Las heterogéneas filas del positivismo argentino, adquieren un perfil prominente para el asunto en discusión, pues “la herencia, la Raza, resulta en inducción final, la clave del Enigma”; observándose “una correlación forzosa entre el orden físico y el psíquico”.3 Manteniéndose la antinomia entre civilización y barbarie, se enfatizan los profundos trastornos ocasionados por la mixtura con razas pretendidamente irrelevantes en el plano cultural; a diferencia de lo ocurrido en los Estados Unidos, donde se preservó la pureza étnica. Dicha mélange o entrecruzamiento habría dado lugar a una serie de taras somáticas e intelectuales, a una personalidad estéril, viciosa e imprevisora. Engendro que no sólo debía conservarse alejado de la participación política sino que había que fomentar althusianamente su extinción por cualquier medio. Sólo el prejuicio democrático y la filantropía pueden rehabilitar a seres que no merecen otra compasión que la sociedad protectora de animales. Debe evitarse la actitud anticientífica que desconoce la importancia de los antagonismos interétnicos y la pugna por la existencia, con el benéfico triunfo de los más aptos y poderosos, de la “raza civilizada”: la ejemplar elite blanca. Los derechos humanos son válidos únicamente para aquellos que han alcanzado una etapa evolutiva satisfactoria y no para sectores inadaptables y extraños a la auténtica racionalidad. Ergo, frente a las versiones estimadas como sentimentalistas se suponía que las razas de color iban encaminadas a su liquidación, según el principio de selección natural, usualmente entendido como la imposición de aquellos ejemplares mejor dotados para adaptarse al medio ambiente, subsistiendo problemas como los del mestizaje…, que reproduciría en la descendencia los rasgos más atávicos y primitivos.
Para montar semejante aparato sojuzgante y encubridor se ha apelado, entre otras disciplinas, a aquello que Mario Bunge no titubearía en calificar como pseudociencias: desde el determinismo geográfico, telúrico, somático, anímico e histórico hasta la frenología, la etología, la fisiognomía, la psicología colectiva, la caracterología, la ética gladiatoria y la química fisiológica, sin olvidar muchos de los ismos que han intervenido, a veces con nombre y apellido, en esa maraña conceptual: arianismo, evolucionismo, experimentalismo, sociodarwinismo y spencerismo social. Nos hallamos frente a un discurso que plantea insolubles dificultades semánticas –muy significativas para la misma óptica en cuestión que se precia de alentar el rigor formal y epistemológico–, v. gr., sus estrechas analogías entre el niño, el disminuido mental, la mujer, el salvaje, el criminal y el demente, junto a la referencia a un conglomerado de nociones equívocas como delincuente nato, loco y mestizo moral, plasma nativo, raza psíquica, animalidad atávica, instintos sociales, organismo de un pueblo, protoplasma político y tantas otras por el estilo.
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