#sobre nube uno sentado
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entre-el-cielo-y-la-tierra · 10 months ago
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Aprovechó el momento y escapó. Saltó al cielo buscándolo, sentía un jalón en la muñeca, era el cordón rojo el que la llevaba por el aire, la subía, haciéndola dejar atrás las colinas y montañas, y el mar verde que cantaba lleno de gozo por el abrazo del Sol, al cual ella era elevada.
Alto, más alto, subía y, al pasar por las nubes, al más profundo azul del alto cielo, se le enredaban trozos de ellas en el cabello, como cintas trenzándose en su larga cabellera. Estaba en el borde, donde el etéreo silencio celeste se encuentra con el bullicio de la vida, y se quedó allí un momento, suspendida, con los brazos abiertos y los ojos cerrados, queriendo empaparse de lo sublime que tocaba cada centímetro de su cuerpo. Sintió, de repente, que el cordón de la muñeca la jalaba. Sonriendo se dejó llevar, feliz de saber que él la pensaba, que la llamaba. Su alma se alegró y cobró la velocidad que sólo puede imprimir la felicidad más absoluta. Al bajar, vio a los pájaros curiosos volar junto a ella; querían ver por qué estaba tan feliz ese ser que, aun sin alas, se atrevía a surcar el cielo.
Bajando esta vez por en medio de las nubes y, al ver que se volvían más grandes las cosas que parecían tan pequeñas desde el cielo, se percató de que se había olvidado de su pequeñez. Al acercarse vio algo que brillaba como una estrella blanca, era la pluma plateada de un ángel, olvidada en una nube, probablemente del lugar en donde había estado descansando y observando a la humanidad. Estiró la mano lo más que pudo, atrapándola y pegándosela en el corazón, mientras descendía hasta donde estaba el anhelo de su alma. Su forma astral se materializó junto a él. Estaba en aquel café al que siempre le gustaba ir, sentado, observando el horizonte donde el mar besa al cielo, y pensaba en ella. Libreta abierta, lápiz empuñado y dispuesto, pero pausado, mientras su alma se derramaba.
Brillaba el cordón rojo en su muñeca y palpitaba destellos llegando al de ella. Ella lo contempló con infinita ternura y, por un momento, se quedó allí, sintiendo palpitar el cordón que los unía. Cerró los ojos y dijo una oración, mientras sostenía la pluma del ángel en su pecho. Caminó unos pasos hasta él y se la puso en el bolsillo de la camisa, justo sobre su corazón. En ese momento él miró hacia arriba directo a sus ojos y se tocó el pecho con sorpresa, poniendo su mano sobre la etérica de ella.
En ese momento, refulgió como un Sol el cordón que los unía y ella despertó sonriendo.
e.v.e.
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leukiel · 1 year ago
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Me tomó un rato comprender y digerir tanto dolor... Pero me tomó aún más entender cómo es que existe la posibilidad de volver a sonreír después de haber sido aniquilada la mente.
Ese día me encontré con él... Mostraba suma templanza en su delgado cuerpo y en su sonrisa un tanto pálida mas resplandeciente hacia todos los flancos. Estaba sentado en la banquilla más alejada del parque donde ese día yo me había dispuesto a andar para sanar una profunda herida que se mostraba recelosa en mi interior. Él llevaba unos lentes transparentes de marcado aumento en sus ojos, el tabique de su nariz afilada se aferraba a ellos, como tal vez él se había aferrado a la vida. Sí, hay quienes se aferran a vivir a pesar de las vicisitudes, de las desavenencias, de las dificultades de la misma; en comparación a otros, como yo, que vamos quejándonos por ese raspón que contiene sangre coagulada y mal oliente.
Le pregunté si podía sentarme a su lado y de manera instantánea me respondió asintiendo con su cabeza. "Te ves muy joven", me dijo. "¿Estudias?". A lo cual le respondí con un triste "sí". "¿Y ese ánimo por qué está tan decaído? ¿No te gusta lo que estudias? ¿Qué estudias?". "Medicina", contesté, "me parece una carrera maravillosa, pero a veces creo que no lograré llegar a la meta, a veces me hundo en la irracional preocupación de que, lejos de hacer un bien a la humanidad, tal vez termine haciéndole un mal... Quiero especializarme en psiquiatría. Mi madre se suicidó y es un dolor que cargo día con día... Tan profundo que a veces siento que se ha convertido en un obstáculo para mi ánimo, una barrera que no me hace avanzar y por el contrario, me hunde cada día más. La extraño... Pero también la odio, hoy es uno de esos días en los que la odio más, y ¿sabe? A veces simplemente ya no puedo, porque al matarse ella, mató una parte de mí y por más que intento encontrarla no lo logro, no logro encontrarme, no logro aliviar este maldito dolor." Volteé al cielo, estaba gris, tan gris como el matiz de mi desconsuelo. Las nubes se agolpaban, densas, negras, infinitas, en ese firmamento que súbitamente percibía que me aspiraba pero seguía manteniéndome con los signos vitales, como burlándose de mi sufrir. De pronto me sentí en una total desrealización. El surrealismo en su máxima expresión. Lo onírico esbozado en las partículas del gélido viento, de las hojas danzantes, de los árboles pardos, de los murmullos de la muerte impresos en la vida que andaba ahí.
"Cierra los ojos y mira más allá, ¿podrías hacer eso por mí?", me dijo plagado de paz, como si él jamás hubiera pasado por algo tan crudo como por lo que yo pasé. "Inspira... ��Puedes sentirla? ¿Puedes percibirla? Aquí está. Aquí está ella. Tu madre. Háblale. Gr��tale. Reclámale o abrázala, simplemente abrázala y, perdónate así como a ella." "¿Cómo puedo perdonar a alguien a quien jamás le importó cómo yo me sentiría con su abandono provocado por sus propias manos asesinas?". "Observa tu dolor. Observa tu dolor. Dime... ¿Qué te llevó a estudiar medicina con la única finalidad de especializarte en psiquiatría?", calló unos minutos mientras yo me ahogaba con un nudo enorme en mi garganta, no podía articular palabra, simplemente no podía articularla, mis ojos diluviaron, como el cielo lo hizo al unísono conmigo. Mar. Agua. El elemento del que estoy hecho. "Tu madre le ha dado un sentido a tu vida, tu madre te ha hecho buscar el significado de tu nacimiento. Ha sido tu madre quien te ha impulsado, a través de dolor, a resignificar tu vida. Finalmente es ella quien al llegar a la meta, te pondrá el título en las manos. Pregúntate, ¿quién serías tú, hoy, si ella siguiera viva?"
Callé y sentí más odio. Entonces me tragué el nudo en mi garganta y con la voz totalmente quebrada hablé: "¿Y usted qué sabe sobre mi sufrimiento? ¿Ha perdido acaso a un familiar por suicidio?". "No sólo a uno, perdí a cinco. Uno por suicidio y los otros cuatro por asesinato. Perdí a toda mi familia y comprendí que si no hubiese sido por esa razón, yo no hubiera encontrado el sentido de mi vida al ayudar a otros a darle un sentido a la suya." Me sonrió nuevamente y poco a poco su imagen comenzó a desperdigarse entre la bruma que la lluvia emanaba. En ese momento comprendí que estaba hablando con el mayor de mis maestros, el ser humano a quien más admiro en la vida y por quien también hoy estoy en el sendero de la medicina. Me imagino que ustedes saben a quién me refiero.
En ese momento desperté y comencé a abrir la puerta del perdón. Ahí estaba mi madre, con los brazos abiertos, llorando con esos ojos tristes que siempre la definieron, con sus cabellos desaliñados como siempre la vi y la recuerdo, con su cuerpo trémulo como el de una niña abandonada y en indefensión. Ella no tuvo la culpa, ella no lo hizo con intención de hacerme daño. Ella simplemente quiso enmudecer las voces de su mente y encontrar la paz que despierta jamás logró encontrar. Ella es mi madre, y sí, la razón de lo que me he convertido ahora. Su muerte le dio sentido a mi vida. Viviré lo que ella no pudo vivir por el trastorno que padecía. Viviré porque ella vive dentro de mí. Viviré en su honor.
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-Leukiel.
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la-semillera · 3 months ago
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Gesa Lange &Joan Didion
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«Ni el sitio donde nací ni la forma en que he vivido importan para nada», nos contó Georgia O’Keeffe en el libro de pinturas y textos que publicó al cumplir noventa años. Parecía estar aconsejándonos que nos olvidáramos de la hermosa cara que aparece en las fotografías de Stieglitz. Parecía que estaba desdeñando ese romanticismo más bien condescendiente que para entonces ya era inseparable de su persona, ese romanticismo de la belleza extrema y la edad avanzada y el aislamiento deliberado. «Lo que tendría que interesar es lo que he hecho con los lugares donde he estado». Me acuerdo de una tarde de agosto en Chicago en 1973 en que me llevé a mi hija, que por entonces tenía siete años, a ver lo que había hecho Georgia O’Keeffe con el sitio donde había estado. Aquel día nos encontramos uno de los enormes lienzos de Cielo sobre las nubes de O’Keeffe suspendido por encima de la escalera de atrás del Chicago Art Institute, dominando lo que parecían ser varios pisos de vacío luminoso, y mi hija lo contempló todo de un solo vistazo, a continuación echó a correr hasta el rellano de la escalera y volvió a mirar: —¿Quién lo ha dibujado? —me dijo en voz baja al cabo de un momento. Yo se lo dije. —Tengo que hablar con ella —me dijo por fin.
 Aquel día en Chicago, mi hija estaba llevando a cabo una suposición inconsciente pero bastante básica sobre las personas y su obra. Estaba dando por sentado que la gloria que veía en la obra era el reflejo de la gloria de su creador, que la pintura era el pintor, del mismo modo que el poema es el poeta, y que cada elección que llevamos a cabo a solas —cada palabra que elegimos o rechazamos, cada pincelada plasmada o no plasmada— revela el carácter de uno. El estilo es el carácter. Aquella tarde a mí me dio la impresión de que yo nunca había visto aplicar ese principio de forma tan instintiva, y recuerdo haberme sentido complacida no solo porque mi hija reaccionara al estilo en tanto que carácter, sino por el hecho de que el estilo en concreto al que reaccionara fuera el de Georgia O’Keeffe: una mujer dura que había impuesto sus dieciocho metros cuadrados de nubes sobre Chicago.
En nuestro siglo la «dureza» no ha sido una cualidad muy admirada en las mujeres, de la misma manera en que tampoco lo ha sido de forma oficial en los hombres durante los últimos veinte años. Cuando la dureza emerge en la gente muy mayor solemos interpretarla como «mal humor» o excentricidad, cierta condición de cascarrabias que se les puede permitir en la distancia. A juzgar por su obra, y por cómo habla de ella, Georgia O’Keeffe no es ni cascarrabias ni excéntrica. Es simplemente dura, alguien que no se anda con tonterías, una mujer libre de ideas preconcebidas y abierta a lo que ve. Se trata de una mujer que siendo muy joven ya era capaz de desdeñar a la mayoría de sus contemporáneos por considerarlos «unos soñadores», y que más tarde destacaría a uno que le caía bien diciendo que era «un pintor muy malo». (Y a continuación añadiría, al parecer con la intención de suavizar el golpe: «Supongo que en realidad no era un pintor ni era nada. No tenía coraje, y estoy convencida de que para crear un mundo propio en cualquiera de las artes hace falta coraje».
Se trata de una mujer que en 1939 ya era capaz de responder a sus admiradores que no estaban entendiendo nada, que si les gustaban sus famosas flores era únicamente por razones sentimentales. «Cuando pinto una colina roja —comentaba en tono desapegado en el catálogo de una exposición de aquel mismo año—, decís que es una lástima que no pinte flores siempre. Las flores casi siempre conmueven a la gente. Las colinas rojas, en cambio, no conmueven a todo el mundo». Se trata de una mujer capaz de describir la génesis de una de sus pinturas mejor conocidas  —de vaca: rojo, blanco y azul, propiedad del Metropolitan— como un desplante completamente deliberado y sarcástico. «Pensé en los hombres de ciudad a los que yo había estado viendo en el Este —escribió—. Se pasaban todo el tiempo hablando de escribir la Gran Novela Americana, la Gran Obra Teatral Americana, el Gran Poema Americano… De manera que yo estaba pintando mi cráneo de vaca sobre fondo azul y pensé para mí misma: “Voy a hacer que sea una pintura americana. A ellos no les entusiasmará que simplemente tenga dos rayas rojas a los lados, que hacen el rojo, el blanco y el azul, pero por lo menos se fijarán”».
Los hombres de ciudad. Los hombres. Ellos. Las palabras no paraban de aflorar mientras aquella mujer asombrosamente agresiva nos contaba lo que había tenido en mente al pintar sus asombrosamente agresivos cuadros. Eran aquellos hombres de ciudad a quienes ella acusaba de sentimentalizar sus flores: «Hice que os tomarais vuestro tiempo para mirar lo que yo veía, y cuando por fin os detuvisteis para fijaros en mi flor le pegasteis todo lo que vosotros asociáis con las flores, como si yo pensara y viera lo mismo que vosotros pensáis y veis; y no es verdad». Y no es verdad. Imaginen que están oyendo ustedes esas palabras y que lo que oyen en realidad es: No me piséis. A «los hombres» les parecía imposible pintar Nueva York, de manera que Georgia O’Keeffe pintó Nueva York. A «los hombres» no les gustaban mucho sus colores vivos, de manera que ella los hizo todavía más vivos. Los hombres tiraban para Europa, de manera que ella se fue primero a Texas y después a Nuevo México. Los hombres hablaban de Cézanne, se dedicaban a hacer «comentarios largos y alambicados sobre la “plasticidad” de sus formas y colores», y entre ellos se tomaban demasiado en serio sus comentarios largos y alambicados, en opinión de aquella angelical serpiente de cascabel que tenían en medio. «Yo puedo pintar uno de esos cuadros de colores deprimentes igual que los hombres», recuerda haber pensado en 1922 aquella mujer que siempre consideró que estaba en el margen, y lo hizo: pintó una cabaña «en tonos apagados y sombríos, con el árbol junto a la puerta». A aquel acto de rencor lo tituló La casucha, y lo colgó en su siguiente exposición. «Pareció que los hombres lo aprobaban —nos informó cincuenta y cuatro años más tarde, sin perder un ápice de su desprecio—. Pareció que pensaban que a lo mejor yo estaba empezando a pintar. Fue el único cuadro que pinté en tonos apagados y colores deprimentes». A «los hombres» les parecía imposible pintar Nueva York, de manera que Georgia O’Keeffe pintó Nueva York. A «los hombres» no les gustaban mucho sus colores vivos, de manera que ella los hizo todavía más vivos. Los hombres tiraban para Europa, de manera que ella se fue primero a Texas y después a Nuevo México.
Hay mujeres que luchan y hay otras que no. Igual que tantas otras guerrilleras que han tenido éxito en la contienda entre los sexos, Georgia O’Keeffe parece haber estado ya desde joven dotada de una noción inmutable de quién era ella y de un entendimiento bastante claro del hecho de que le iban a exigir que lo demostrara. En la superficie se había criado de forma convencional. Había sido una niña de la pradera de Wisconsin que jugaba con muñecas de porcelana y pintaba acuarelas de cielos nublados, porque la luz del sol era demasiado difícil de pintar, y que junto con sus hermanos y hermanas escuchaba todas las noches cómo su madre contaba historias del Salvaje Oeste, de Texas, de Kit Carson y de Billy el Niño. Les contaba a los adultos que de mayor quería ser artista y le daba vergüenza que le preguntaran qué clase de artista quería ser: no tenía ni idea de qué «clase». No tenía ni idea de qué hacían los artistas. Nunca había visto un solo cuadro que le interesara, solo una Doncella de Atenas que había dibujada a pluma en uno de los libros de su madre, algunas ilustraciones de la Madre Ganso estampadas sobre tela, la cubierta de un cuaderno que mostraba a una niña con rosas de color rosa, y la pintura de árabes a caballo que colgaba en la sala de estar de su abuela. A los trece años, estando en un convento de dominicas, le mortificó que una monja le corrigiera un dibujo suyo. En el Instituto Episcopaliano Chapman de Virginia pintaba azucenas y se escabullía a solas para ir caminando hasta donde pudiera ver el contorno de las montañas Blue Ridge en el horizonte. En el Art Institute de Chicago se escandalizó de que hubiera modelos de carne y hueso y quiso abandonar las lecciones de anatomía. En la Arts Students League de Nueva York uno de sus compañeros de clase le comentó que, como él iba a llegar a ser un gran pintor y en cambio ella iba a terminar de maestra en una escuela para chicas, ninguna obra que ella pintara sería tan importante como hacer de modelo para él. Otro se puso a pintar por encima del cuadro de ella para demostrarle cómo pintaban árboles los impresionistas. Ella no había oído nunca cómo pintaban árboles los impresionistas y tampoco le interesaba demasiado.
A los veinticuatro años dejó atrás todas aquellas opiniones y se fue por primera vez a vivir a Texas, donde no había árboles que pintar ni tampoco nadie que le dijera cómo tenía que pintarlos. En Texas solo había aquel horizonte que ella anhelaba. En Texas tuvo con ella durante una temporada a su hermana Claudia, y al atardecer las dos se alejaban del pueblo y caminaban hacia el horizonte y miraban cómo salía el lucero de la tarde. «Me fascinaba aquel lucero de la tarde —escribió ella—. Por alguna razón me resultaba muy emocionante. Mi hermana tenía una pistola, y mientras caminábamos ella se dedicaba a lanzar botellas al aire y a intentar alcanzarlas de un disparo antes de que volvieran a caer al suelo. Yo no tenía nada que hacer más que caminar hacia la nada y adentrarme en la amplia extensión del crepúsculo donde estaba la estrella. De aquella estrella hice diez acuarelas». En cierta manera suscita tanto interés Claudia, la hermana pistolera, como Georgia, la pintora con su estrella, lo que pasa es que solo la pintora nos dejó este luminoso registro. De aquella estrella hizo diez acuarelas. 1976
_ Joan Didion, Carta a Georgia O¨Keffee.
_ Gesa Lange, Luceat
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paul-wagner-writes · 3 months ago
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Diario de emociones: #4 entrada - 30/08/24
1) Cualquier sentimiento que tengas, lo escribes y DESCRIBES emocional, física y fisiológicamente en el diario.
2) Presta atención a todo a tu alrededor y razona las cosas que veas. Si ves a alguien sin hogar, observa con atención su situación y razona sobre ello. Luego busca qué cosas de las que viste te hicieron llegar a las conclusiones.
Sección 1 - A-30 - 21:27 ¡El cielo se ilumina como si fuera de día! Es la tormenta más impresionante que he visto en años. Me acostumbré a los truenos sigilosos y contundentes de Alsacia, pero los rayos madrileños golpean las nubes como espadachines rabiosos. Cada vez que cae uno, otro responde con más fiereza y más brillo. Observo el reflejo de las nubes por un milisegundo y distingo a un gigante curvilíneo de tres kilómetros que baila torpemente por el vendaval occidental. Lo más increíble de todo es que, a pesar de la violencia de los truenos, no provocan ni un solo estruendo y no cae ni una sola gota de lluvia. Parece como si las hubieran asustado, tanto a ella como a la luna y las estrellas. ¿Qué habrá causado su ira? Un avión comercial sobrevuela el cielo, dispuesto a sumergirse en peligro, y me imagino a Paul sentado en los campos de su hogar. Hubiera sido el espectáculo más sensacional de la cosecha. Sección 2 - A-30 - 21:49 Reviso las antiguas publicaciones de mi cuenta de Amino. Escribí un ensayo sobre la Primera Guerra Mundial en 2019, cuando empezaba a conocerla y a adentrarme personalmente en ella. Tengo que decir que se nota lo joven que era. Estaba llena de emoción y me obsesioné con todo lo referente al conflicto, hasta del morbo del mismo. Observo lo que escribo y no me reconozco. Estaba llena de pasión por la muerte y por la sangre que, hoy en día, considero como una falta de respeto. He aprendido que admirar lo grotesco no lleva a ningún camino positivo, pero entiendo a mi yo del pasado y sus intenciones. Eran buenas, tal y como decía yo: «Dedico esta obra a todas las víctimas de la Gran Guerra». ¡Quién diría que mi objetivo en el presente es el mismo! Sé que el núcleo de Paul y su historia consiste en eso mismo. De cierta forma, es una mezcla de vergüenza y orgullo. Era realmente una pésima obra, pero me fascina que haya continuado por el mismo camino durante tantos años. Seguiré así.
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sanotsantosanto · 5 months ago
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01/07/24
Todavía se escucha el resonar de las campanas de la Garnisonskirche. Son las doce y tres minutos y supongo que están anunciando El Angelus. Además de las campanadas hay otros sonidos característicos, como el ruido de los coches al recorrer Bischofsweg o la línea 13 del tranvía que acaba de llegar a Alaunplatz. También puedo escuchar algunas personas charlando a lo lejos sin distinguir nada de lo que dicen, no solo porque hablan en dialecto sajón, sino porque están a una distancia bastante considerable. Mi apartamento se encuentra en la última planta del edificio de la esquina derecha de la calle Alaunstraße con Bischofsweg, se trata de un pequeño inmueble de un dormitorio, un salón-comedor, un cuarto de baño y una cocina con las mismas dimensiones o más pequeño que un vestidor.
Es un piso muy luminoso, situado en un pequeño torreón rematado con un chapitel bulboso tan característico de la arquitectura centroeuropea. El salón es una habitación con forma de heptágono de lados desiguales, los cuales tres de ellos dan al exterior y tienen grandes ventanas que permiten entrar la luz en el interior de la vivienda, tan importante en una ciudad como Dresde, donde la falta de luz natural hace que sea imprescindible tener grandes ventanales en los edificios.
Las campanas han cesado de sonar y ahora solo escucho el ruido de los coches, hoy es lunes y me imagino que no hay demasiada gente en el parque,  además son vacaciones escolares y la ciudad está bastante vacía. 
Estoy sentado en la única mesa que tenemos en casa, la cual usamos para comer, trabajar, estudiar y toda actividad en la que una mesa es necesaria. Cuando estoy sentado ante la mesa puedo ver por la ventana el campanario de la Iglesia de La Guarnición, una iglesia construida a finales del siglo XIX en estilo neogótico. Es una iglesia doble (destinada a los militares que se encontraban y se encuentran en esta zona de la ciudad) que alberga dos edificios, uno destinado al culto católico y el otro al culto protestante.
En la fachada principal de la iglesia, situada al norte,  se puede ver la torre campanario con un chapitel piramidal con una aguja rematada con una esfera y una cruz doradas. Sobre el campanario, debajo del chapitel hay un reloj que es lo que nos indica que estamos ante un edificio del neogótico y no del gótico propiamente dicho. Para muchos esto es difícil de entender, ya que el neogótico es un fiel fidedigno del antiguo estilo medieval y confunde al espectador en cuanto que siempre se intenta evocar o imitar lo que se hacía en el pasado. 
La fachada sur es la parte trasera del edificio compuesta por varios absidiolos que evocan a las antiguas catedrales del románico. En aquella época el ábside y los absidiolos tenían una función puramente técnica para contrarrestar el peso del muro, en este edificio la función es meramente decorativa ya que al tratarse de un edificio  neogótico el muro no necesita ningún tipo de elemento para contrarrestar su peso, para esto se utiliza la bóveda de crucería desarrollada en tiempos del gótico para poder liberar los muros y abrir grandes ventanales con vidrieras coloreadas. 
Hoy el día está un poco revuelto, a pesar de que el verano acaba de comenzar, el cielo se ha nublado y solo hay algunos huecos de cielo azul entre las nueves, justo encima del campanario de la iglesia a modo de rompimiento de gloria. Las hojas de los árboles se mueven y puedo ver a través de los cristales de la ventana una lluvia muy fina y casi imperceptible que anuncia la llegada de una tormenta. No hace ni frío ni calor. El cielo se acaba de cerrar con nubes por completo y la lluvia ha empezado a incrementar con fuerza, supongo que ya ha llegado la tormenta, ya puedo escuchar los truenos a lo lejos.
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erickleyton · 8 months ago
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Ejercicio Práctico de Lectura de Tarot Número 2. Viernes 12/04/2024
Tirada de una carta
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Numero: 5
1. Situacion Fáctica
Una de las cosas que más me gusta de mi trabajo, es visitar la Corte Suprema de Justicia, ubicada en Managua, es donde se concentra la maxima autoridad judicial del pais, y donde siempre hay abogados de todo los lugares, lo que la convierte en un espacio ameno para el encuentro. Para llegar a Managua, debo de viajar un poco más de una hora desde mi casa. Viajar es otra de las cosas que más disfruto, es un trance obligatorio que mi mente necesita. Otro que tiene que viajar, es un documento que presente esta mañana, estos tienen que cumplir una serie de requisitos, antes de su viaje. Ellos pasan una revisión, y si todo es conforme ley, lo perfuman de firmas y sellos, para luego, con la alegria que nutre a un viajero, ponerse sus mejores galas y emprender su viaje. Caso contrario lo visten de errores y tenes que adecuarlo elegantemente a lo que necesita para poder llegar a su destino. Sabía que mi documento iba escueto y vestido de prisa, por mi entusiasmo de viajar. Al llegar a la sala de espera y luego de entregar mi documento, me puse a releer La Insurrección Solitaria, una edición muy curiosa, porque este poema de tres escalas se repite dos veces seguidas en el libro, no se si por equivocación de la imprenta o decisión de la editorial o de Carlos. Fue muy difícil concentrarme en la lectura. Sentado en el centro de una sala, rodeado de colegas con celulares, todos hablando al mismo tiempo, espere como media hora. De pronto empezaron a salir del examen todos los documentos presentados, menos el mio, entonces ya sabía que había un problema con su vestimenta. Salí de la sala de donde estaba hacia otra donde estaban los perfumados y listos para su viaje, me senté frente a un pasillo largo en espera de alguna señal, de pronto una mujer a la que llamare Zenayda por su parecido con la actriz, apareció caminando en el pasillo hacia la sala donde estaba. Mi intuición luego de un trance largo mejora bastante, sabía que se dirigía hacia mí, ella también sabía que era yo, el peor modista de esa mañana. Cuando estuvo cerca y mirandome a los ojos, me llamó, yo me acerque un poco mas y empezó la cátedra. A pesar de su tez morena, sus mejillas eran más rosadas que las nubes de un atardecer leones, y con voz de comandanta empezó a dar órdenes de cómo perfumar mis errores. Yo apoyado sobre un escritorio, sosteniendo mi barbilla con ambas manos y, mirándola fijamente ya hipnotizado por el rosa de sus mejillas, sonreía y hacia preguntas, en un esfuerzo inútil de defender mis atuendos legales. Ella tímidamente a pesar de su voz de autoridad, únicamente me miró a los ojos por cinco segundos en un par de ocasiones, durante una conversación de menos de 10 minutos. En mi mejor argumento mencione que ya habia usado esa ropa, ante tal aberración sus ojos dieron el último grito de la moda y yo entendi que la moda es como comer, no hay que ceñirse al mismo menu. Nicaragua viene de una tradición militar histórica, en el caso de las autoridades judiciales se refleja esa rigurosidad en su trabajo. Zenayda podría tener unos 23 años, pero regañaba con la fuerza de una vida entera. Cuando mi documento regrese, bien perfumado, quizás Zenayda acepte una invitación a tomar un café.
2. Pregunta
¿Que oculta el contacto visual de Zenayda?
3. Lectura
Hice una tirada de una sola carta para obtener un plano general de ese dia, y asi volcar con mas facilidad todo lo sucedido en ella. Cuando aparece El Hierofante suele hacerlo en forma de maestro. Ese día antes del encuentro con Zenayda, en la entrada de La Corte Suprema de Justicia me encontré con un colega leones, que cuando tengo alguna duda recurro a su ayuda. El Hierofante me hizo ver que es la carta correcta que pedí al tarot. Tanto mi colega leones como Zenayda fueron maestros en esta lectura. Además El Hierofante puede representar a una institución con tradición e implica la sumision a un orden establecido reconocido por todos.
¿Que revela El Hierofante sobre el poco contacto visual de Zenayda?
La timidez visual de Zenayda revela conocimiento de un secreto, y a la vez entendimiento o empatia y por lo tanto indulgencia, ayuda y guía.
La aparición de El Hierofante en el plano Laboral representa a profesiones como abogacía, notariado o medicina, e indica que si hay contratos que firmar, estos serán realizados. Los asuntos legales pendientes se resolverán satisfactoriamente y seguiran el cauce previsto.
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baki-tiene-un-simp · 2 years ago
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Puedo pedir headcanons del de Katsumi, Baki, Hanayama, Retsu, doppo (suegro) y Oliva (pero como sobrina, ame ese headcanon aaah~) con una o/s cantante, pero hicieron una propuesta de cantar el fantasma de la opera, con opera mezclada con rock, al principio los hombrez desconfiaban, pero al escuchar su voz quedaron.....(eso lo dejo en tus manos *guiño*) esto lo saqué del cover del fantasma de la opera de nightwish, sinceramente, me encantó, canción recomendadisima si alguna vez te has preguntado como sería juntar esos dos géneros, que te vaya bonito~
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Situación: Su S/O cantando el fantasma de la opera.
Personajes: Baki Hanma, Doppo Orochi, Kaoru Hanayama, Katsumi Orochi, Oliva Biscuit y Retsu Kaioh.
El telón se abre arrastrando una nube de humo azuloso que cubría el escenario, rebozándose y desapareciendo tan pronto como se extendía de más. Un spot iluminó al cantante con una vestimenta brillante contrastando con la oscuridad que le rodeaba, pero que no parecía estar escondiendo nada.
Su voz calmada comienza a entonar una tonada lenta para los espectadores antes del conteo de la batería a sus espaldas...
Baki Hanma.
Salto en su asiento cuando la batería se unió a la acústica de la canción luego de unos segundos de silencio de su S/O.
Se quedó quieto en su lugar, solo apreciando el trabajo de su S/O, sentía su piel hormiguear cada que su amante se dejaba escuchar alcanzando notas tan complejas.
Realmente impresionado e hipnotizado, no sabe exactamente que decirle a su S/O cuando le pregunto si le gusto el show, quería decir tanto y todo al mismo tiempo.
Es adorable la forma en la que balbucea una respuesta parecida a solo pequeños detalles con señas complicadas de entender, pero que se nota que le gusto.
Doppo Orochi.
Se quedó sentado aun cuando todos se pusieron de pie en medio de la interpretación, está apreciando a detalle todo el lugar; las luces, los efectos, los instrumentos y, por supuesto, la voz del S/O de Katsumi.
La mirada de orgullo en su rostro en conjunto de la pequeña sonrisa calmada es un premio digno de la presentación de su nuera.
Suelta una ligera carcajada ante la muestra de asombro de todos a su alrededor cuando el S/O alcanza una nota complicada, sabe que eres capaz de ello, confía plenamente.
Le felicita con palmadas en la cabeza y con una voz tranquila admite que fue un gran espectáculo, que reconoce lo mucho que se ha esforzado y que siga así.
Kaoru Hanayama.
Estará presente aunque realmente no sea algo que haría son su S/O, digo, no creo que sea el tipo de espectáculo que él vería por su propio pie.
Sus hombres detrás de él mientras disfrutan todo el show, realmente le atrae toda la parafernalia y todas las adaptaciones necesarias para que todo se diera.
Sus ojos se mantienen en su S/O, se puede ver un destello de orgullo en su mirada, quizá alguien que lo conozca muy bien pueda darse cuenta de ello.
Antes de pasar a ver a su S/O mando a buscar un hermoso ramo de flores, las cuales son a modo de felicitación por su esfuerzo y magnifico trabajo.
Katsumi Orochi.
Es, definitivamente, de los que se levantan y levanta los brazos para unirse a la ola de personas que celebran la interpretación que el S/O está ofreciendo.
Los efectos y decoraciones alusivos al show lo dejan con la boca abierta, está demasiado impresionado.
Se la está pasando muy bien.
Felicita con creces a su S/O luego de que termina el show, menciona con emoción su parte favorita y lo bien que se veía su S/O sobre el escenario.
Oliva Biscuit.
Escuchen, Oliva ya está extremadamente orgulloso de su sobrina S/O, no hay mucho que pueda hacer para cambiar eso.
Y es obvio que este sujeto burlara la seguridad estadounidense solo para verle en vivo.
Está reservando y pagando muchos de los asientos, termina regalando las entradas para que mucha gente se presente y vea a su espectacular sobrino hacer una gran interpretación.
Casi les aplasta en un abrazo de felicitación al final del show, expresa lo muy orgulloso que esta y lo bien que se hizo todo.
Retsu Kaioh.
Definitivamente no es el tipo de cosas que él iría a ver, pero estará presente, temprano y puntual.
Estará sentado en los primeros asientos, además.
Aplaude junto a todos cuando el show empieza y cuando termina, muy probablemente se ponga de pie e incite -sin darse cuenta- a los demás de hacer lo mismo.
Felicita a su S/O al final del show, está muy orgulloso de lo bien que lo ha hecho y de todo el trabajo que tuvo que hacer para lograr todo eso, lo reconoce y lo felicita.
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watefvck · 10 months ago
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— Cuando las nubes lloran
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• one shot
• este escrito es un reto que me dieron (ver tweet acá)
• ⚠️: angst, homofobia interiorizada
⊹ 𐚁̸. . . 🌧️ . . .𐚁̸ ⊹
Las tonalidades grises se tornan más oscuras en el cielo de su nación. No le extraña en lo absoluto, los nubarrones grandes son comunes en temporada invernal, es predecible que el tiempo permanezca igual durante toda la noche.
El presagio de una fuerte tormenta es inminente, pero aquello no le importa.
En este momento, su preocupación está enfocada en otra cosa. Algo que habitualmente no suele ponerle tanta atención… hasta el día de hoy.
Día en el que sus sentimientos rebalsaron del vaso.
Todo este tiempo creyó tenerlos controlados pero, como pudo comprobar, ese no era el caso. Nunca lo fue.
No importa que tan firme se muestre frente a su familia y terceros, cuando el corazón habla, es difícil ignorarlo.
Eso intentó, lo intentó lo mejor que pudo, mas llegó un punto donde no lo soportó más. Tarde o temprano, lo guardado debe salir a flote.
Y Viktor se guardó muchas cosas.
Por esa razón se encuentra allí; sentado, semi envuelto en plena oscuridad y silencio de no ser por ese ambiente que brinda la naturaleza, el sonido de las hojas danzando en el viento y la escasa luz lunar que entra por la puerta.
El límite entre la casa y el exterior es uno de sus lugares favoritos. Aunque se vea raro ante los ojos ajenos, para él tiene algo mágico que no sabría describir.
Cerca de la entrada de su hogar siente una sensación de libertad como ninguna, le da esa seguridad para detenerse y cuestionar sus emociones. Como si aquella frontera simbólica entre lo que conoce y lo que desconoce se materializara frente a sus iris azulados.
Percibe la brisa helada acariciando su rostro, y con los párpados cerrados trata de darle orden a sus pensamientos, tan nublados como el mismo clima.
—¿Sabes que deberías estar durmiendo, verdad?
El joven se sorprende al escucharla, mira a su lado y comprueba que se trata de Aleksandra.
Ambos se observan por cortos instantes, el silencio se rompe cuando Viktor contesta:
—Lo sé, lo sé…
—Entonces, ¿qué haces aquí?— pregunta nuevamente mientras se sienta junto a él.
—Estoy… estoy pensando.
Ráfagas de viento soplan con fuerza, cada una más fría que la anterior, más señales de que una tormenta amenazante está por llegar. Los hermanos mantienen su conversación casi a susurros.
—Fue un día largo para ti, ¿no?, esas prácticas te dejaron sin energía.
—Tu lo haz dicho.— él se ríe apenas un poco, no hace falta que diga nada, su hermana es buena leyendo a las personas, incluyéndole sobre todo.
Siendo la persona que más confía en este mundo, Viktor le ha expresado a su hermana cuánto disgusta esas prácticas para entrar al servicio militar. No solo lo dejan exhausto físicamente, también su parte emocional queda bastante dañada.
Hay días que se nota más, otros que se nota menos, pero sin siquiera saberlo, esa misma noche tocará fondo.
—Yo sé que tienes tus motivos, pero… de verdad, no entiendo por qué sigues yendo ahí si te tratan tan mal.
—Y como siempre, te repito, es algo que debo hacer. No tengo otra opción, quizás… nunca la tenga.— un trueno ligero resuena en el ambiente.
—No seas tan negativo, piensa en el futuro.
—¿Qué futuro, Alek?— pregunta seco.
—¿No planeas hacer nada luego de la academia militar?
—Luego de eso… dejaré que pase lo que tenga que pasar.
—Viktor, te conozco, en tu interior seguro hay algo que desees hacer, solo que… aún no lo sabes.
—Eso… eso no lo creo.— relámpagos fugaces son visibles entre las nubes.
—¿Al menos crees en algo?
—Creo en tu futuro.— dice al instante, con su mirada fija en el cielo. —Te esfuerzas mucho por ti, por mamá, por mí… lo das todo en tu trabajo, incluso tu pareja te apoya.
—Ey, todavía estoy conociendo a Nikolai, más despacio, por favor.— ella simula un tono ofendido, causándole a Viktor una risita silenciosa.
—Bien, bien, pero lo digo en serio… siempre muestras lo mejor de ti, para todo y todos. Eso lo admiro y… ver tu motivación, por momentos, me hace creer que también lograré grandes cosas como tú.
Aleksandra sonríe, consciente de lo importante que es para su hermano.
Ella es un pilar fundamental en su vida, un ejemplo a seguir; si algún día se cayera, él no podría soportarlo.
—Estoy segura de eso, Viktor. Ya te lo he dicho, mereces todo lo bueno, y cualquier cosa que pase sabes que yo estaré aquí para escucharte.
—Lo sé…— responde luego de un suspiro.
Otro trueno se escucha, ahora con más intensidad.
Esta charla pacífica con su hermana le da ese empujón necesario para sincerarse.
—No quiero ir a la academia.
Su confesión no parece sorprenderle, mas la joven no se imagina lo que está por escuchar a continuación. Guarda silencio y deja que se exprese.
—Cada día las prácticas son más complicadas, los castigos más duros, las palabras… hirientes. E-Es algo que puedo soportar. Pero es que… estoy mal, algo está mal en mí. N-No tengo idea de cómo pasó o si podré arreglarlo, pero si lo descubren… me castigarán de la peor forma…
—Viktor, ¿a qué te refieres?
El nombrado siente un nudo en su garganta por aquella pregunta. Cuando la mira, ella está observándole preocupada por su próxima respuesta. Un último trueno se oye. Sabe que ya no puede ocultarlo, y con todo el temor por fin contesta:
—Creo que… creo que me gustan los hombres.
Muestra una ligera sonrisa, en un inútil esfuerzo por ocultar sus sentimientos, pero ¿a quién quiere engañar?. Las lágrimas salen de un segundo a otro, cambiando por completo su expresión ahora escondida por sus manos.
—Me gustan los hombres…— su voz quebrada se mezcla con el sonido de la lluvia que tan solo acaba de iniciar.
Una coincidencia que lo ha perseguido toda su vida vuelve a hacer presencia.
Cuando llora, las nubes lloran junto a él. Como si de un acompañante se tratase, porque al igual que el agua, sus emociones fluyen sin control.
Deja salir toda angustia reprimida, sintiendo a flor de piel aquello que por tanto tiempo quizo evitar. Por instantes parece que cataratas recorren su cara, y nadie puede juzgarlo.
Oyó a su corazón, y la verdad le está afectando.
Los sollozos continúan hasta percibir la mano de su hermana sobre su mejilla, se tranquiliza un poco antes de verle nuevamente a los ojos.
Ella parece calmada, es una reacción que lo asombra. Contrario a lo que pensaba, la joven no lo juzgará, nunca lo hará.
—Está bien, Viktor.
—¡No, no está bien!— alza su voz por primera y única vez. —¡Esto no tiene que pasar! No sé cómo pudo pasarme, no… no puedo evitar sentirme así. Hay algo mal en mí.
—Escucha, Viktor, no hay nada malo en ti.— dice con firmeza. —Solo… estás descubriendo algo nuevo de ti que no sabías. No debes evitar tus emociones, si es lo que sientes, entonces… tienes que aceptarlo. Tienes que aceptarte.
—¿Eso crees?
—Por supuesto.
—Yo… no quiero que me castiguen.— una mueca de tristeza aparece en su rostro, y una vez que seca sus lágrimas Aleksandra le contesta.
—Viktor, sé que es difícil para ti ahora. Quizás hoy no sea el momento, ni el lugar…— acaricia su rostro. —Pero, algún día, podrás mostrarte tal cuál eres. Sin juicios, ni castigos, solo siendo tú mismo con los demás.
—¿Cómo… estás tan segura?
—Porque mereces amor y respeto, y confío en que encontrarás a una persona que te ame muchísimo.
Unas pocas lágrimas escapan, esta vez de felicidad.
—Creí que… estarías enojada conmigo.
—¿Enojada contigo? Jamás. Soy tu hermana, Viktor, yo siempre te voy a querer.
Tan confortante son sus palabras que el joven no deja pasar la oportunidad, abraza a su hermana con todo el cariño que puede dar, y es correspondido. La lluvia no se detiene, mas se vuelve calmada y suave, complementando a la perfección aquella escena.
—Gracias, Alek, por… todo.
—No me lo agradezcas, sabes que puedes contar conmigo.— ella afirma, mientras da un par de caricias en su cabello.
—Tengo miedo de qué vaya a pasar, no quiero que alguien más se entere.
—No diré nada, esto se queda aquí, entre tú y yo.— le aclara. —Creo en un futuro para ti, donde puedas estar con esa persona especial y ser feliz, solo… tienes que esperar. Ahora debes ser fuerte, aunque te digan cosas hirientes, no dejes que nadie apague tu luz. ¿De acuerdo?
—… de acuerdo.— sonríe, al mismo tiempo que su rostro se empapa nuevamente.
Las lágrimas ya no son causadas por dolor, sino por la sinceridad de Aleksandra. La felicidad de saber que ella lo comprende.
Todavía se siente inseguro consigo mismo y su futuro, mas las frases esperanzadoras le hacen pensar que podrá alcanzar una vida feliz, al menos por unos instantes.
En el fondo de su corazón, siempre tendrá una pizca de fe para que logre sanar.
Los hermanos mantienen su abrazo un poco más, antes de que ella consiga convencerlo de ir a descansar.
Eventualmente Viktor regresa a su cama, ahora más tranquilo, con su mente y espíritu en armonía mientras cae a los brazos de Morfeo.
Calma hay en su ser, calma hay en las nubes, que al cabo de un rato también dejaron de llorar.
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⛅️fin.
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chibiyoru · 1 year ago
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FicTober prompt 2
“Don’t worry, I got you.”
La sangre seca sobre la ceja y el ojo derecho de Shathir le habían sobrecogido el corazón a Earaiel. Una herida mal curada le atravesaba la cara desde el centro de la frente hasta la mejilla, dejándole el ojo sellado bajo un párpado magullado. El pelo rubio del elfo, que siempre había mantenido limpio y bajo control, se encontraba sucio y enmarañado, pegado a la piel de elfo por el sudor y la sangre reseca que cubría la espalda de Shathir. 
Olvidado en unos grilletes que le obligaban a estar de rodillas y con los brazos extendidos, Shathir había caído inconsciente y colgaba cabizbajo sentado en sus propios tobillos. El torso descubierto del elfo había recibido laceraciones y golpes, y por los moratones que adornaban su costado, parecía tener varias costillas rotas. 
Ante la vista de Shathir encadenado, abandonado y maltratado, Earaiel salió del velo de ocultación que su compañero había alzado para ambos, mientras un rugido gutural salía de sus entrañas mientras se lanzaba de rodillas frente al elfo. 
Shathir despertó de golpe, huyendo del sonido repentino lo máximo que le permitían los grilletes, mientras el único ojo que podía abrir escaneaba la prisión frenéticamente hasta que se posó en el rostro preocupado de Earaiel, que alzaba sus manos delante de su cuerpo. 
“Tranquilo. Tranquilo, te tengo. Ya estoy aquí. No pasa nada Shathir, he venido a por ti” Las palabras de Earaiel se derramaban de sus labios intentando calmar al elfo, mientras ella misma intentaba respirar despacio para no provocarse un ataque de pánico. 
Cuando el ojo dorados de Shathir se encontraron con los azules de Earaiel, Shathir echó la cabeza hacia atrás mientras una sonora carcajada ebullía de su pecho. “Ah, casi me lo creo esta vez. Habéis conseguido una imagen muy realista de ella, tengo que concederos el esfuerzo” Shathir había vuelto en sí y su cara parecía escudada de nuevo por una mueca de disgusto y desconfianza. El corazón de Earaiel se partía en mil pedazos cada vez que intentaba acercar una de sus manos al cuerpo del elfo y éste se apartaba para que el contacto nunca se completara. 
“Shathir, soy yo, hemos venido a sacarte de aquí, llevábamos buscándote semanas” Earaiel miró por encima de su hombro, buscando con la mirada al compañero con el que habían asaltado la prisión. Sabía que era un experto en ganzúas y podría ayudarle con los grilletes que aprisionan las muñecas de Shathir, liberando por fin al elfo de sus cadenas para poder llevarlo a un lugar seguro antes de poder atender sus heridas. El zandalari que le acompañaba en la misión había comenzado a trabajar sobre las cadenas, mientras Shathir permanecía completamente inmóvil. 
“Claro, Earaiel, como las otras 7 veces que habéis venido a rescatarme. Es extraño, pensaba que volverías a utilizar una imagen de Lor'themar para el gran momento del rescate” La mueca de desconfianza de Shathir se había convertido completamente en una expresión de asco, sin querer volver a establecer ninguna conexión visual con Earaiel. 
“Shathir, no sé qué han hecho contigo estas semanas, pero te prometo que soy yo. Estoy aquí. Ya no volverán a hacerte daño, te lo prometo” Earaiel, con las manos temblorosas, intentaba invocar pequeñas nubes de escarcha para calmar las heridas y la inflamación de los hombros del elfo, pese a que éste parecía alejarse de ella cada vez más. 
“Sois estúpidos si creéis que voy a seguir cayendo en la historia de que viene a por mi. Earaiel sabe que es demasiado importante para ponerse a sí misma en peligro, para terminar a las puertas del carcelero sólo por mi. Ni yo soy lo suficientemente importante en la misión ni lo soy en su vida como para que haya decidido tirar toda la información por la ventana sólo para venir a por mi. Yo ya he hecho las paces con ello, así que dejad de invocar su imagen sólo para darme una migaja de esperanza. Sé que no va a venir sólo por-” 
Earaiel paró las palabras del elfo con sus labios. Despacio y con miedo, suavemente, mientras cerraba los ojos llenos de lágrimas y se fundía cuidadosamente con los labios de Shathir. 
Las manos de la elfa acariciaron lentamente la mandíbula de Shathir mientras se separaba de él y volvía a mirarle a los ojos. Uno de ellos, completamente magullado y oculto bajo una cicatriz mal curada e hinchada. El otro, dorado, lleno de dolor y confusión. 
“¿Princesa…?” La voz de Shathir temblaba, no dejándose a sí mismo el espacio para mantener la esperanza viva un sólo día más.
“Estoy aquí. He venido a por ti”
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alcocerama · 2 years ago
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Siento que a veces mirar el cielo me trae sensaciones extrañas y es que es justo lo único que me queda. Me siento como estando en un deja vú donde estoy teniendo constantes recuerdos de cuando me sentía vacía pero todo alrededor estaba en orden, y por ahora, me encuentro bien así. Soy mi propio hogar y a veces siento tantas ganas de hacer tantas cosas y otras veces me encuentro a mi misma llorando sin saber bien por qué.
A veces, sigo mirando el cielo en busca de respuestas, esperando algo que ni siquiera estoy pidiendo porque sólo soy una persona perdida dentro de múltiples y futuros escenarios, pero me encuentro ahí, a la deriva, en completo silencio, contemplando el atardecer, mirando las nubes, esperando algo que nunca llega y que desconozco, he aceptado la idea de vivir así, y no me molesta, creo que es necesario tener siempre este cachito de ausencia en mi corazón, que sangra de vez en cuando y que me recuerda lo vulnerable que soy, sobre todo creo necesario sentir este vacío para poder sentir que siempre puede volver a llenarse, de manera temporal, de maneras misteriosas, de forma profunda y sin querer.
Con personas, con arte, con música, con amor.
Y es increíble cuánto he aprendido durante este tiempo, en cuánto dolor soy capaz de sentir y mejor aún, lo mucho que llegué a amar, he aprendido que siempre las cosas van pesando menos y he sentido que abrazan tanto mi existencia como yo abrazo tanto de vuelta, he conocido tantos lugares y he agradecido por cada uno de ellos, cada lágrima siento que me ha sido recompensada de diversas formas, he cantado hasta agotar mi voz, he bailado hasta agotar mi cuerpo, he llorado hasta agotar mis lágrimas y voy queriendo como si fuera nueva en esto, y aunque hay días que siguen siendo difíciles, son sólo recordatorios de no dar por sentado las cosas.
Así que en resumen agradezco por todo, por cada cosa que me hizo sentir de manera intensa, por los impulsos a media noche, por experimentar y atreverme a cosas nuevas, por dejar la puerta abierta y por dejar pasar una luz que no sabía que necesitaba hasta que la tuve en frente.
A veces y sólo a veces,
lo que te hunde, te salva.
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miruru12 · 1 year ago
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Day 3: Sunset & sunrise
@aphfrainweek
Aquellas eran las primeras vacaciones juntos desde que habían oficializado lo suyo. Ponerle nombre a su relación era un compromiso, un voto de fidelidad, una intención de construir algo a futuro. A España todo aquello le daba miedo. Y no porque su compañero, su pareja, fuese Francia, no. Quizás porque, por el momento, todo iba muy bien y él estaba acostumbrado a que algo siempre se fuese al garete. Por el momento sus teléfonos no habían sonado ni una sola vez y, para desconectar, habían cruzado el océano y se estaban alojando en un resort caribeño. Llegaban a la piscina, España se quitaba la camiseta y Francia lo paraba antes de que le diera tiempo a ir al agua para ponerle crema. Con la mirada perdida en las aguas cristalinas de la piscina, España podía sentir las manos del otro paseando por su cuerpo y su atención, gradualmente, regresó a lo que pasaba a su lado.
—¿No te estás pasando un poco poniéndome crema? Estás a un paso de entrar en lo obsceno.
—¿Obsceno? No sé a qué te refieres. ¿Me pones cremita en la espalda?
España lo miró con los ojos entrecerrados mientras el francés se daba la vuelta y se apartaba la coleta para que no se manchara. El alarido que pegó Francia cuando le echó la crema directamente sobre la piel le hizo sonreír. Se lo tenía un poquito merecido. Paseó la mirada por su espalda, por cada rincón, cada pequeña marca sobre la nívea piel. El hambre de una temporada sin contacto físico le fue dolorosamente patente. Sacudió la cabeza y le dio una palmada.
—Listo. Me voy al agua.
Francia lo despidió y continuó echándose crema. Desde el agua, mientras hacía unos largos que casi parecían paseos, España vio que se ponía las gafas de sol y se echaba en la tumbona bajo la sombrilla. Parecía una estrella de cine y, con las miradas que cosechaba, no dudaba que algún inconsciente pensara eso. Francia descansaba siempre un rato, decía que prefería que la crema se absorbiera para más protección, pero él sabía que, una vez mojado, Francia no podría pasar muchas horas sin tratar su cabello. Cuando el calor se le hacía insoportable, se le unía en la piscina. No desaprovechaba la oportunidad de abrazarlo, manosearlo bajo el agua o besarlo. Y él… se sentía en una nube: en lo alto, eufórico y al mismo tiempo temiendo que en cualquier momento desaparezca y se caiga al vacío. Creía que había ocultado ese tormento a la perfección, pero esa noche, sentados en la terraza del restaurante, con el atardecer como espectáculo, Francia le preguntó si estaba bien y le pilló desprevenido.
—Claro. ¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué no iba a estarlo?
—A veces pareces perdido en tu cabeza y eso, lo creas o no, es muy peligroso.
—No sé si me has llamado estúpido o me lo tendría que tomar como un halago —se rió España.
Pero Francia estaba serio, le miraba fijamente, preocupado. Había tanta emoción en sus ojos, que la sonrisa de España se apagó poco a poco. Estrechó la mano que tenía sobre la mesa y fijó los ojos verdes en el mantel.
—Lo estoy pasando muy bien y a ratos eso me asusta.
—No estamos acostumbrados a tener cosas buenas, ¿verdad? —preguntó Francia. En su voz se percibía la ternura de una sonrisa. España asintió—. Lo sé. Pero estamos aquí, ahora, juntos. El resto funcionará. Estoy seguro. Quiero estarlo.
España alzó la mirada y la expresión de Francia le derritió. El cariño de años, las experiencias vividas, el amor que traspasaba el tiempo y la complicidad que siempre los había acompañado le estremecieron. Sí, tenía razón. Iba a funcionar. Iba a luchar por esa relación. Por ellos y por muchos más amaneceres y atardeceres juntos.
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ezerbos · 2 years ago
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Un pedido de disculpas
    Hola, Javier. Ensayo este texto hoy, domingo quince de mayo, a las ocho menos cinco. Me desvelé temprano y decidí levantarme a tomar unos mates. Estoy sentado en el sillón del comedor. Mi gata, recostada en mis piernas, ronronea y me pide que de vez en cuando la acaricie un poco. Es una gata negra, hermosa, se llama Maga, por La Maga del libro Rayuela de Cortázar. En este momento escucho Spinetta y los Socios del Desierto, la casa está a oscuras, porque mi compañera, Caro, duerme. Solo entra un poco de luz por la ventana que tengo frente a mí, en este día nublado. No hace frío, ni calor. Podemos decir que está templado.
    No quiero desviarme mucho del tema, te decía que ensayaba este texto para pedirte disculpas o, simplemente, para poner excusas por no haber escrito. Lo cierto es que toda la semana pensé y pensé sobre lo que iba a escribir. Había elegido “También el amor se aprende” y tengo varios comienzos de textos que han quedado en la nada.
    Hay uno que decía así: “El viento que ingresó cuando se abrieron las puertas del colectivo 132 lo hizo tiritar y volver en sí”; y otro “Hoy es martes. El día está cerrado y yo también. El cielo, encapotado de nubes oscuras, amenaza una lluvia que no está pronosticada, y en mi cabeza hay una tormenta de pensamientos que no termina de desatarse”. Pero ¿cómo llevo esos textos a “también el amor se aprende”? No lo sé.
    A veces creo que la conexión entre mi cabeza y estos brazos que se deslizan por el teclado está trunca. Siento que, a la altura de las muñecas, hay un piquete que no deja pasar lo que siento y, entonces, mis manos no pueden escribir lo que me pasa. No sé si soy claro. No sé si me explico. A veces creo que ni mi psicóloga me comprende. Pero de verdad, pensé mucho en la frase. Dije, voy a escribir sobre Miguelina. Ella era una vecina que había venido de Italia, allá por el año 1940, y antes de venir la casaron con un hombre que no había visto nunca en su vida. Lo conoció el mismo día del casamiento. Ella apenas tenía quince años. La casaron y la subieron a un barco con el desconocido marido.
    Estuvieron juntos toda la vida, ¿podés creer? Tuvieron un hijo. Nunca los vi pelear y tampoco los vi hablar, o caminar de la mano, o compartir algo. No recuerdo el nombre de él, creo que no recuerdo ni la voz. A Miguelina sí la recuerdo, típica italiana que habla a los gritos y aún después de vivir más de cuarenta años acá, seguía teniendo el acento. Entonces, pienso en ellos y digo, ¿se aprende el amor? A ellos les tocó aprenderlo. No les quedó otra. Y, de ser así, qué mierda.
    Pienso en mi historia con Caro, nos conocimos estudiando fotografía, yo la veía entrar y salir de clase y me quedaba pensando en cómo hacer para que me viera, para poder hablar con ella. Hasta que un día me di cuenta de que íbamos para el mismo lugar a tomar el colectivo y le dije “vamos juntos” y empezamos a hablar y a reír y a crear un vínculo.
    Salimos a comer, al cine, a plazas y todo se dio solo. Luego, con el tiempo, ella también me confesó que se había fijado en mí. Y acá es que me detengo y pienso, nosotros, ¿aprendimos a amarnos? Yo creo que no, creo que nos acercamos porque nos gustamos y el amor nació solo. Sin obligaciones, sin pretensiones, sin nada. Solamente, querernos y respetarnos.
    No sé, Javier. No sé si entenderás todo lo que quiero decir. Todo esto pasó por mi cabeza en estos días y quise ordenarlo en un texto que no pude hacer. Quizás este desvelo de hoy sea por eso, porque no pude. Una vez más, no pude. Y me enojo, me enojo conmigo por no poder expresarme. Llevo a todos lados libretas que nunca escribo (por las dudas de que se me ocurra algo), ¡pero este maldito piquete en mis muñecas! Tengo cuarenta y dos años y este “corte de ruta” está desde los diez. O sea, tengo un piquete hace treinta y dos años y nunca hice nada para disuadirlo. Solo lo dejé ahí y cada vez siento que está más complicado el paso. Les tiraría gases lacrimógenos, pero luego recuerdo que no estoy de acuerdo con la violencia y que hay que dejar que se manifiesten.  Ojalá vos seas el mediador entre el piquete, mi cerebro y mis manos.
    Como verás, Javier, no hay más excusas que este trunco muchacho con sus muñecas cerradas y un estúpido y eterno piquete infantil. Te pido disculpas por eso.
    En este momento, Spinetta canta: “Ya que nada de esto es el paraíso, ¿cómo entenderás mi amor eterno?” Qué fácil para otros, qué difícil para mí.
    Me despido y te agradezco por entender.
    Un abrazo,
E.
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mynameispaola · 2 years ago
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Fluye
Anoche hice la maleta, preparé bocadillos, aseguré llevar mi navaja y la linterna, revisé la caña y la carnaza, todo estaba en orden. Antes de que el sol saliera emprendí camino hacia la carretera, recorrí unos 20 kilómetros en carro y otros 5 caminando hasta llegar a la orilla del río. Elegí pararme cerca de la piedra de mejor tamaño para posar mi trasero sobre ella cuando me cansara de esperar de pie, hace años que la espalda baja me duele y la rodilla derecha no siempre me funciona. Saqué los anteojos del bolsillo y encendí la linterna, cuidadosamente inserté la carnada en el anzuelo y lo arrojé con fuerza al río.
Esperé por algunos minutos a que llegará el amanecer, pero el sol nunca salió, es una mañana gris, llena de nubes y de vientos ligeros. Mi rodilla se empieza a cansar y muevo un poco las piernas para entrar en calor. Siento la red bajar suavemente hacia el fondo, espero y le pido a Dios algo de suerte, pero Dios no me escucha. Las nubes traslúcidas dejan pasar algo de luz, y siento mi piel calentarse con el sol de medio día, decido cambiar la estrategia y volver a empezar. Caminé hacia el río chocando bruscamente mis piernas contra la corriente de agua fría, intento no tropezar ni alejarme de la orilla, al llegar al punto exacto, lanzo nuevamente la caña, pero en esta ocasión siento un tirón en la espalda.
El agua me llega arriba de las rodillas y en la calma de la naturaleza encuentro la soledad, recuerdo la hermosa sonrisa de Laura, ella tenía esa manía en la que antes de reír pasaba un mechón detrás de su oreja y después sonreía. La conocí por veinte años, y fue hasta que me enamoré de ella que en verdad pude descubrir quién era realmente. Cuando la volví a ver después de tantos años, parecíamos dos personas distintas, sin embargo, todavía éramos los mismos niños que jugaban a las escondidas. Laura es una mujer curiosa, se interesaba por mi vida y me hacía preguntas que nadie se atrevía, pero jamás recordaba lo que le decía, y eso nunca llegó a importar. Enamorarme fue sencillo bastó con acompañarla al mercado y verla bailar mientras elegía la fruta, pude imaginar la vida junto a ella. Esa ocasión compró golosinas y un juguete de niños, al final del día me dio el juguete y dijo que de esa forma nunca la olvidaría. Tenía razón.
El psiquiatra me recomendó estar en contacto con la naturaleza los días que me sintiera perdido, llevo dos años viniendo a este río, al principio caminaba por horas y veía el agua fluir, pero no era suficiente, me aburría con facilidad o me cansaba de andar por el mismo sendero. Empecé a pescar porque me gusta la incertidumbre de no saber si un pez va a picar o no, la agitación y adrenalina, la lucha entre el pez y mi caña, él aferrándose a la vida y yo aferrándome a quitársela. Tengo éxito y un pez muerde el anzuelo, y por primera vez en el día siento la emoción que tanto había esperado, jalo de la caña con fuerza tratando de girar el carrete, mis dedos se entorpecen y pierdo el balance cayendo al río.
Regresé a la orilla y quise intentarlo una vez más, lancé mi caña al agua sintiendo un tirón más fuerte en la espalda, procedí a sentarme sobre aquella roca. Me gusta venir al río porque me hace recordar a Laura, pero sin odiarla, mientras observo la corriente y espero un golpe de éxito encuentro serenidad y el perdón. Agitaba rítmicamente su pierna cada vez que se ponía nerviosa y antes de llevarse algo a la boca mordía su labio, creo que por un instante ella logró amarme, aunque fuera por esos breves momentos en los que sólo éramos ella y yo sentados viendo las estrellas mientras fumábamos un cigarrillo.
Pensar en ella me provoca vértigo, una lágrima intenta salir, y a punto de caerme al suelo detengo mi cuerpo sosteniéndome de la roca. Me concentro en ella, es una roca grande y porosa, y comienzo a olvidar el rostro de Laura. Cambié sus labios rosas y el lunar de su mejilla por la textura arenosa de la roca y sus bordes erosionados. Pienso en ella, en cómo siempre se mostró inamovible en sus deseos y lo maleable que yo he sido durante mi vida, lo mucho que intenté por adaptarme a ella y a cualquier otra mujer, en el deseo inmenso de pertenecerle a alguien. Laura, fría y firme cómo esta roca, y yo condescendiente siempre dejándome llevar por la corriente. La última noche que pasamos juntos besó mi cuello pidiéndome perdón, y aun así no he podido perdonarla por darme un vestigio de un amor perfecto para después romperme el corazón.
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jgl3zr0m · 2 years ago
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El velorio
Por Marcelo Horacio Dacher
La tarde preanunciaba una fuerte tormenta en los alrededores de San Ignacio. Al pie del Teyú Cuaré, todavía se divisaban precarias canoas, que ignorando el clima se aventuraban en el río.
El paisaje gris y los refucilos en el cielo alertaron a varios tucanes, que desde unas ramas volaron a un lugar más seguro. Cerca de allí, dos lagartos intentaban infructuosamente captar algo de sol sobre las piedras desnudas, cuando las primeras gotas empezaron a caer.
Ese mes de febrero de 1937 había sido particularmente lluvioso. A unos kilómetros de la costa, más cerca del pueblo se encontraba el bar de Ramón González. El sitio era un tugurio, donde se reunían los lugareños para comprar algunas provistas o para llevarse unas buenas borracheras de acuerdo a la altura del mes. Allí también llegaban esporádicamente algunos forasteros, que eran recibidos por su propietario, siempre ansioso de noticias o chismes de la capital.
Sentado en la vereda en un catre improvisado, Ramón vio una gran nube de polvo rojo, que como una puñalada dibujaba una cicatriz zigzagueante en el verde de la selva. Era Porfirio Duarte en su caballo, seguido por una jauría de perros, que se le añadieron en el camino, como si fueran una improvisada caravana. Porfirio se ganaba la vida haciendo changas, cuando la caña se lo permitía o cuando su estómago le reclamaba después de algunos días sin comer.
- Buenas Ramón. ¿Me sirve algo pa’ tomar? vengo de tarefear y tengo el buche seco.
Mientras Ramón buscaba un vaso limpio en una de las repisas del fondo, Porfirio picaba con una navaja oxidada un poco de tabaco para luego enrollarlo prolijamente en una chala que había sacado detrás de su oreja. El humo espeso y catingudo del charoto ahuyentaba hasta los mosquitos más voraces, que a esa hora se hacían un festín. Hombre de pocas palabras, Porfirio tragó con fruición la caña que le habían servido, y espetó una frase que mudó el semblante de Ramón:
- Ahí le avisaron a mi patrón que Quiroga estiró la pata en Buenos Aires.
Ramón se quedó estupefacto recordando las veces que atendió al finado en su bar cuando buscaba alguna provista o viéndolo pasar con la bicicleta en su ridículo traje blanco.
Cerca de una las ventanas estaba “Pedrito”, un loro parlanchín al que apodaban “Pelado” que casi había pasado a mejor vida, en las garras de un tigre hambriento con quién quiso trabar amistad. Al escuchar la noticia voló con desesperación a la casa que había sido propiedad del muerto, a quien había conocido algunos veranos atrás. Allí se encontró con otros animales repitiendo la noticia, tal cual la había oído en el bar de Ramón. En una especie de círculo improvisado en torno a las palmeras del patio, se fueron sumando cada vez más curiosos a medida que la voz se corría como reguero de pólvora en la selva.
Los primeros en llegar fueron los flamencos que nunca faltaban a los casamientos, cumpleaños, bautismos y velorios. Aún se los veía con las patas ardidas y de un color rojo radiante. Quizás por eso se ubicaron lejos de las víboras de coral, que les traían malos recuerdos. Sentados detrás de unos yuyos conversaban un oso hormiguero, un venado y su cría, que hablaban acerca de una pomada que curaba la ceguera provocada por picaduras de abejas. Al lado escuchaban atentos unos coatíes, que fueron amigos de los hijos del difunto, cuando vivían en una pequeña jaula que estaba cerca del gallinero. Como la conversa era mucha y la atención se perdía, Pedrito se dirigió a los presentes haciendo gala de su oratoria y con un tono cuasi gremial refirió:
- Compañeros: hoy estamos aquí porque de alguna u otra manera todos nos hemos relacionado con este hombre y gracias a él viviremos para siempre en sus cuentos. Por ello me parece justo que le rindamos un homenaje, haciéndole un velorio de cuerpo ausente, decretando además tres días de duelo en la selva.
Todos estuvieron de acuerdo y se repartieron las tareas. Las abejas rápidamente fueron en la búsqueda de flores para armar una corona y hasta una de ellas, que tenía fama de haragana, trabajó llevando unas hermosas orquídeas. Los yacarés, que habían cortado árboles con sus colas y fabricado diques en guerras pasadas, hicieron el cajón de madera de lapacho. La lechuza opinó que como en todo buen velorio que se precie de tal, hacían falta unas “lloronas” para darle mayor emotividad a la jornada. Entonces pensó que podía ir al cementerio y contratar almas de mujeres que conocía de sus rondas nocturnas por ese lugar. Bertita, que había sido asesinada por sus hermanos opas y Alicia, que todavía vagaba con su almohadón confirmaron su presencia.
En el río la noticia fue divulgada por las rayas y por los dorados. Cuando el carpincho desprevenido preguntó si alguien se había acordado de avisarle al tigre, la respuesta a coro fue: “NI NUNCA”. La última en caer al velorio fue la tortuga gigante, que en su viaje desde el zoológico de Buenos Aires , llegó casi de madrugada, orientada por las luces de las taca tacas, que oficiaban de improvisados candiles en torno al ataúd. Como era la más veterana y respetada, preguntó en qué lugar lo iban a enterrar. El oso hormiguero sugirió que fuera en las Ruinas de San Ignacio, a las que alguna vez retrató con su cámara y donde había un buen cementerio. Un tucán de gran pico naranja, opinó que era mejor dejarlo en la selva, donde solía perderse por muchas horas. Las diferentes opiniones se escucharon casi hasta el alba, sin que nadie se pusiera de acuerdo. Fue allí que con una voz pétrea y fría habló enrollada sobre sí misma la yararacusú:
-¿Por qué no llevamos el ataúd al río?
Todos se miraron y asintieron con las cabezas, resignados ante la brillante idea que había tenido la víbora. Y para que el cajón no se diera vuelta con la corriente, decidieron poner dentro de él algunas pertenencias del difunto para que hicieran algo de peso. Prolijamente ordenadas colocaron en el fondo sus herramientas de mano, una vieja lata con papeles doblados y una máquina de escribir.
Cuando llegaron a la costa del río, el sol ya estaba en lo alto. Un solemne cortejo de yacarés llevó sobre sus lomos el ataúd hasta el agua y adentrándose en el canal más profundo del Paraná liberaron su carga. La brisa que soplaba desde la costa, empujó el féretro hacia el horizonte ya a la deriva…
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akraphe · 2 years ago
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Una rosa para el hijo
Salí y suavemente cerré la puerta detrás de mi. Ella me esperaba afuera. Juntos, nos sentamos sobre el banco. Frente a nosotros veíamos la habitación. Detrás de la puerta de cristal, la figura reposaba sobre la cama; hacía más frío fuera que dentro; la luz bañaba el cuarto y lo renovaba, como cuando caminas siempre por el mismo lado de la calle, y al cambiar de acera ves todo desde una nueva perspectiva.
La valija donde había traído la ropa estaba en un rincón, cubierta de una sábana como un mueble viejo y encima colocada la vasija ahora llena de flores. La ropa estaba en un rincón y pensé que dentro de poco tendría que lavarla. La comida todavía estaba en la mesa y la mesa estaba a medio recoger. Tenía ganas de volver y sentirme seguro. Afuera, el suelo estaba frío y recién mojado y gente desconocida iba y venía. De vez en cuando alguno de los ancianos que pasaban mucho tiempo ahí nos saludaba y le devolvíamos el saludo.
Ella me miraba mientras yo ojeaba la habitación tras el cristal. Preguntó si quería algo, que ella iría y volvería pero sólo si me quedaba ahí sentado. Que no me moviera, ni volviera adentro. No quería volver a entrar conmigo en la habitación. Se lo prometí y a mi pesar cumplí. Me quedé, tarareando una canción de dibujos animados que se me había pegado. Volvió al rato con dos zumos. Sentí cómo se preparaba para sentarse, como se acomodaba provocando vibraciones en el metal, como me sorprendía sentir su cuerpo a través de la dureza del asiento.
Tienes que volver a casa, dijo.
Por el pasillo vino una enfermera que no evitó preocuparse y me preguntó si había comido bien, si me sentía con fuerzas. Asentí tranquilo y cordial, agradeciendo su corta presencia. A mi lado el asiento volvía a estar libre, ella se había levantado y caminaba pensativa. Seguí mirando el cuarto mientras tomaba sorbos del zumo. No me disgustó.
Del otro lado del cristal se le distinguía apenas bajo las sábanas pero lo suficiente para saber que estaba ahí. Le había traído flores nuevas en la mañana y habían impregnado la habitación de un olor aterciopelado, como de melocotón; algo de ese olor se había quedado conmigo en el pasillo.
Háblame, dijo. Por favor, háblame.
—Lo estoy intentando.
No tuve una infancia fácil. Mi madre, a pesar de todos sus esfuerzos, no supo darnos el cariño y la atención que nos faltaba de nuestro padre. Mi hermana y yo... Dios sabe cuántas veces hemos intentado perdonarlo en nuestros corazones, sin éxito. Pero cualquiera que haya pasado por esto sabrá que es imposible dejar de intentarlo. Siempre queda una esperanza. Algún día habrá una oportunidad para que todo se arregle. No lo sabes, pero ansías que llegue el día. Puedes perder la fe en dios, en tu patria, en la vida ; pero no pierdes la fe en tu padre. La gente no lo entiende, y yo tampoco lo comprendía al principio. Pero es fácil. Sólo quiero que se arrepienta porque quiero sentirme querido.
Comprender estas y otras cosas me ha hecho ser una persona con los pies en la tierra. Tengo una visión realista del mundo de la cual me enorgullezco. Intento averiguar la realidad y aceptarla. Sé que voy a contracorriente. A veces asusto a las personas porque hablo de rupturas, de vejez, de muerte. Dicen que tengo una visión de la vida muy negra, y creen que en mi mundo no existe la esperanza. Pero hablan así porque depositan toda su esperanza en evitar cosas que son inevitables, como las rupturas, la vejez y la muerte.
Durante toda mi vida yo he tenido una sola e inquebrantable esperanza : ver el arrepentimiento de mi padre en su lecho de muerte. Con esa tenue, muy tenue esperanza me levanto todos los días. Me preparo, le dejo el desayuno hecho a mi esposa y salgo. Veo las nubes, su lento movimiento sobre mi cabeza. Y después, sólo después de asegurarme que las nubes se mueven, cuando ya puedo ir a trabajar, imagino que recibo la llamada. Me llaman del hospital para comunicarme que mi padre está enfermo y debo ir a verlo.
Eso fue hace unos días. Cuando entré de nuevo en casa, estaba llorando desesperado. Mi esposa no consiguió consolarme; tuvo que irse a trabajar, pero no sin decir que saldría antes. De camino al hospital las nubes se movían todavía más rápido, como ansiosas.
Un tiempo después ella había venido y se había ido varias veces y luego había vuelto a venir.
—Ven, tenemos que hablar.
Las sábanas lo cubrían sólo hasta la cintura. Varias bolsas de suero colgaban de un soporte metálico casi tan delgado como él: lo mantenían con vida. Ella recorrió la habitación cabizbaja, con el paso quebrado pero anhelante. Salió y cerró la puerta sin ver donde ponía las manos; aunque tardó un rato, eso le permitió no volver la vista.
Pensé que me hablaría de mi trabajo, de mi ausencia. En vez de eso, me dijo:
—Tiene ojos moribundos… Lo siento mucho.
Incluso sin mirarla, supe cual era la respuesta.
—La vida de fantasma pasa factura —lancé desacomplejado.
Silencio. Mi respuesta era un recuerdo de cómo me inventaba una vida pasada absurda, unas leyendas que no eran más que bromas sobre mi padre, abandonado en un bosque cuando era pequeño o recogido por una tribu de lobos, su educación en una simpática escuela de dictadores y su vocación de dictador fallido que había provocado un carácter autoritario pero ineficaz del que me reía para escaparme y sin embargo tan sofocante.
Espero que pronto dejes de hacer chistes, dijo.
Pasaron varios minutos sin que le dirigiera la palabra.
Ella parecía bastante seria, pero de vez en cuando de sus manos se escapaba un leve y preciso tamborileo. En esos momentos en que sus dedos iban y venían, se contraían y se expandían, subían y bajaban, y de ellos salían ligeros toques, también me distraían, me irritaban. Permanecí en silencio mientras resonaba en mi cabeza la canción que estaba sonando en la suya, una canción débil e inexistente como un eco sin origen, pero que salía de su cabeza, y martilleaba mi silencio.
No entiendo cómo puedes adorarlo así.
—¿Por qué quieres saber? ¿Estás celosa? —le espeté.
Y se levantó y se fue.
Quise volver a entrar enseguida pero algo me retuvo pegado a la silla sin vibraciones, muerta. No quería sentirme frágil delante de mi padre. Pensé: al ver a su hijo impasible ante un moribundo, se entristecerá todavía más, y al fin se arrepentirá. Un sentimiento de rencor pasó a duras penas por mi corazón, tan poderoso e inconsecuente como el fondo de una ola. No: quería que se sintiera orgulloso de mí por ser el pilar de hormigón autónomo y obediente que tanto él había deseado que fuera, y que yo había rechazado ser. Ella no podía entenderlo, ni mi hermana ni mi madre, que no habían querido venir.
Yo siempre me lo había imaginado más joven. En realidad, en todas mis escenarios mi padre estaba en su lecho de muerte, pero jamás moría. Siempre tenía que ser capaz de arrepentirse, y eso le otorgaba la fuerza de vivir durante unos meses más, quizá años. Pero ahora su rostro inmóvil, cubierto de placas y de valles profundos, sus manos, rígidas de tanto trabajar los materiales y manejarlos a su gusto, ahora sin vitalidad. Tal vez yo fui su creación más resistente y aceleré su ruina. Quiso poder conmigo, hasta que me escapé de casa y me gritó que ya no era su hijo.
Entré en la habitación. La posición del sol había cambiado. La oblicua luz transformaba los muros blancos en paredes rojizas, y el aire se calentaba, se volvía más líquido. El espacio parecía estrecharse pero al mismo tiempo se volvía acogedor. Me senté y fue como si estuviera flotando. Me puse cómodo, el cuerpo relajado, o casi. Mis brazos, mis piernas, habían dejado de ser mías desde hace tiempo.
Estaba frente a mi padre. Él respiraba apaciblemente, conectado a los tubos que le salían de las venas y llevaban suero y sangre, y que parecían salir mágicamente de los muros. Parecía tan a gusto que quise ponerme en su lugar todas las vías. Respirar tranquilo como si nada pudiera hacerme daño. Yo había traído almohadas y cojines al cuarto, y volvía a estar al lado de la valija que ahora era un mueble y las flores que estaban encima. Mi padre estaba caliente y eso me calentaba a mí.
Ahora era yo quien veía por la ventana y miraba el banco donde había hablado con mi esposa. No la necesitaba porque estaba seguro en la habitación. Tenía todo lo que necesitaba y el calor de la luz y de mi padre me reconfortaban. Él todavía seguía vivo. El banco de metal, negro, frío, me devolvía una mirada inexistente.
Mi padre se movió; comenzaba a despertarse de su larga siesta. No pude reprimir la tranquilidad de ver que todavía seguía vivo. Le pregunté si había dormido bien y asintió débil. Me miraba con sus grandes ojos tristes, socavados por el sufrimiento. Sin fuerzas para mostrarme satisfecho, solo podía compadecerme. Se le escaparon algunas lágrimas, señal para mí de que el momento esperado se iba acercando. Él seguía mirando el cuarto con un aire beato, y parecía perdido. Volvió a fijarse en mí.
—¿Quién es usted?
Desde entonces sentí muchas cosas. Primero, fue como una detonación: todo el calor que había acumulado explotó y salió de mí. Todo desapareció, la habitación se congeló, se vació.
Casi sin voz, le expliqué que era su hijo. Sus ojos mostraron más pánico que alivio, intentando comprender todo, quién era yo, quién es su hijo. Sentí entonces cómo se disolvían barreras entre el frío espacio exterior y mi interior, cómo desaparecía el presente y se volvía inactual.
Tardé en comprender. Sin su memoria, mi padre ya no existía, y yo tampoco. Me veía aniquilado por la desaparición de la estatua de toque de mi vida, que acababa de caerse de su pedestal. Me había convertido en nada, mis anhelos en nada, todo mi nada ser había vuelto en nada polvo y ahora nada flotaba perdido nada solo nada. Flotando en aquél espacio descarnado, ennadecido, alguien dijo (no sé cuando) que él había fallecido.
Seguí asistiéndolo. Limpiándolo. Acompañándolo.
Ahora el sol raspaba agradablemente mi piel. El olor a melocotón me envolvía. Cuando mi esposa se reclinaba sobre su asiento el mío temblaba. Todas esas sensaciones me aliviaban. Un entusiasmo tenue aparecía entre las puñaladas de dolor. Tal vez, cuando comencé a llorar por la inexistencia de mi padre, tal vez, por momentos, lloré de alivio. Ahora podía mover mis manos y eran mis manos, podía coger cosas, tocarlas y sentirlas. Hacía como tres semanas que estaba viviendo en aquella habitación de hospital.
Miré el vaso de zumo, mi esposa, la habitación. Meneé la cabeza.
—Todo está mal —murmuré sin comprender.
Tuve la impresión lejana de que tenía que entrar y recoger la ropa; antes, tenía que deshacer la maleta, y antes aún, quitar la vasija.
¿Y las flores? ¿Qué hago con las flores?
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decmultiverse · 3 days ago
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Narración
El aire en la sala era denso, cargado de un silencio que parecía eterno. El trono, tallado en una mezcla de piedra negra y huesos pulidos, se alzaba como un símbolo de poder y decadencia en el corazón de una vasta cámara. Columnas desgastadas por el tiempo sostenían un techo apenas visible entre las sombras, decorado con intrincados grabados de batallas antiguas y rostros de entidades que el tiempo había dejado atrás. Una tenue luz azulada, proveniente de antorchas mágicas incrustadas en las paredes, iluminaba la figura que reposaba en el trono.
Mark, el humano que alguna vez fue un simple Sans, estaba sentado con la espalda recta, una pierna cruzada sobre la otra y los dedos de una mano tamborileando suavemente sobre el reposabrazos. Su vestimenta, una mezcla entre lo militar y lo rebelde, estaba impecable, pero los pequeños detalles —un par de cortes en las botas, manchas oscuras en sus guantes— revelaban las incontables batallas que había enfrentado. Su cabello, despeinado pero deliberadamente estilizado, caía sobre su frente, ocultando parcialmente unos ojos que contenían un brillo inquietante. En su mirada se reflejaba un universo de pensamientos, cálculos y recuerdos, cada uno de ellos cargado de poder y peligro.
A su lado, como sombras vivientes, estaban las dos sirvientas yokai. La primera, de cabello largo y blanco como la luna llena, llevaba un kimono negro decorado con patrones de flores marchitas. Sus ojos, de un rojo intenso, parecían atravesar el alma de cualquiera que osara mirarla directamente. Su presencia era etérea, casi imperceptible, como si fuera una ilusión más que una criatura física. La segunda yokai, más menuda pero no menos imponente, tenía cabello corto y negro, con un brillo púrpura bajo la luz tenue. Vestía un atuendo ajustado, una mezcla entre lo tradicional y lo práctico, que le permitía moverse con una gracia felina. Su expresión era fría, y sus movimientos eran precisos, como si siempre estuviera lista para atacar o proteger.
Diálogo y narración
Mark suspiró profundamente, dejando escapar una nube de aliento que se disipó lentamente en el aire helado de la cámara. Sus ojos se dirigieron hacia el techo, como si estuviera buscando algo más allá de la piedra y la oscuridad.
—El tiempo, siempre tan inmutable, pero tan frágil al mismo tiempo —murmuró, su voz resonando suavemente en el silencio absoluto—. ¿Qué sentido tiene este trono si el mundo allá afuera sigue ardiendo en caos?
La yokai de cabello blanco, que hasta ese momento había permanecido inmóvil como una estatua, inclinó ligeramente la cabeza. Su voz era melodiosa, pero tenía un tono de severidad que parecía venir de siglos de sabiduría.
—Mi señor, el caos es la esencia misma de la existencia. Sin él, el equilibrio se convertiría en un espejismo vacío. Vos sois el equilibrio, el faro en la tormenta.
La segunda yokai, con un movimiento fluido, se acercó un paso al trono, sus ojos brillando con una chispa de desafío.
—¿Pero acaso el caos no es también nuestro aliado? —preguntó, su tono era agudo, pero no irrespetuoso—. Si el mundo arde, ¿no es porque nosotros dejamos que lo haga? Tal vez sea momento de avivar las llamas, en lugar de contemplarlas desde aquí.
Mark dejó escapar una leve sonrisa, una que no alcanzaba sus ojos. Se enderezó en el trono, inclinándose hacia adelante y apoyando los codos sobre sus rodillas. Su mirada se movió entre las dos sirvientas, evaluándolas, midiendo cada palabra que habían dicho.
—El caos puede ser un arma —dijo finalmente, su tono bajo pero cargado de una autoridad que no admitía réplica—. Pero también es un veneno. Si no se controla, destruye incluso a quienes lo liberan. Y yo… no he llegado hasta aquí para ser víctima de mi propia creación.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos, roto solo por el débil eco del viento que se filtraba por las grietas de la cámara. La yokai de cabello blanco asintió lentamente, como si aceptara el razonamiento de Mark, mientras que la de cabello negro cruzó los brazos, claramente deseando debatir más.
Mark se levantó del trono, su figura alargándose bajo la luz azulada. Caminó hacia el borde de la plataforma donde se alzaba el trono, sus pasos resonando con un peso que parecía sacudir la misma sala.
—¿Sabéis qué es lo que realmente me preocupa? —preguntó, sin mirar atrás—. Que esta guerra entre mundos alternos no tiene fin. Siempre habrá otro universo, otro tirano, otra víctima. Pero… —se giró para mirarlas directamente, su expresión endureciéndose— yo puedo ser el fin. El único fin.
La yokai de cabello blanco cerró los ojos por un momento, como si meditara sobre sus palabras. La de cabello negro esbozó una sonrisa que no era completamente humana.
—Entonces, ¿qué ordenáis, mi señor? —preguntaron ambas al unísono.
Mark levantó su mano derecha, y de ella comenzaron a salir finos hilos rojos que parecían tener vida propia. Los hilos se retorcían y giraban, extendiéndose como telarañas hacia las paredes de la cámara, donde comenzaban a dibujar intrincados patrones de runas y símbolos.
—Nos moveremos al siguiente mundo —dijo, su voz ahora llena de decisión—. No para conquistar, ni para salvar. Sino para reescribirlo. Seremos el pincel y el lienzo. Y esta vez, las reglas serán nuestras.
Las sirvientas yokai se inclinaron profundamente, sus rostros imperturbables pero sus ojos llenos de una mezcla de respeto y fascinación. Mark volvió al trono, pero no para sentarse. Esta vez, alzó ambos brazos, y con un movimiento amplio, activó el poder de los hilos rojos. La cámara comenzó a vibrar, y las paredes mismas se deshicieron, revelando un vasto paisaje de estrellas y portales que giraban en un caos ordenado.
—Preparaos —ordenó Mark, sus ojos brillando con un resplandor rojo que parecía consumir todo a su alrededor—. El universo aún no conoce su verdadero maestro.
Y con esas palabras, dio el primer paso hacia la conquista del infinito.
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