#santuario del crepúsculo
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𓆩𓆪 "Mayonaka ni Kawashita Yakusoku" 𓆩𓆪
Buenos días, tardes, noches a todos!!! (˵ •̀ ᴗ - ˵ ) ✧
Halloween terminó, pero yo recién empecé, así que se me ocurrió recomendar una hermosa canción con esa estética del famoso grupo Vkei Malice Mizer.
"Mientras las campanas de la iglesia resuenan en la tenue luz"
"Mayonaka ni Kawashita Yakusoku" (真夜中に交わした約束), en español traducido como "La promesa que hicimos en la oscuridad de la noche" es el decimotercer sencillo de la banda lanzado el 30/10/2001.
Contexto
La banda Malice Mizer fue cambiando de integrantes a lo largo de su trayectoria (1992-2001). Anteriormente habían publicado su álbum "Merveilles" en 1998, en el cual se podía apreciar un sonido amable, roquero y electrónico, lleno de los sintetizadores y guitarras que los caracteriza. Sin embargo, en el febrero del año siguiente su vocalista, Gackt, abandona la banda por diferencias musicales; y sin dejarlos descansar, el 21 de junio fallece el baterista Kami a sus 27 años por una hemorragia subaracnoidea.
Es así y en estas condiciones que el 23 de agosto del 2000, lanzan su último álbum titulado "Bara no Seidou" (薔薇の聖堂), traducido como "El Santuario de las Rosas" o "La Iglesia de las Rosas". Aquí, el sonido es más melancólico, oscuro y gótico, haciendo uso de violines, órganos y coros, que le dan justamente esa sensación atrapante y eclesiástica a las canciones. Todo esto contrasta un poco con lo que veníamos escuchando y me da a decir que este álbum, con elementos presentes en los funerales de la era gótica, está dirigido hacia Kami.
Como curiosidad, Bara no Seidou cuenta con una composición titulada "Saikai no Chi to Bara", en tributo al baterista. Si gustan, podría hablar a profundidad de ello más adelante.
Miembros
Voz: Klaha
Guitarra: Mana
Guitarra: Közi
Bajo: Yu~Ki
Batería: Kami🦋
Letra y Significado
"Una vez presencié un espectáculo en el cual las sombras se elevaban en el crepúsculo"
La canción comienza con una escena oscura y abrumadora, donde se nos presenta el inicio de una historia relatada por el protagonista, quien presencia un espectáculo del cual ya era conocedor. Mientras tanto, vemos imágenes que nos adelantan lo que está por venir; todo esto acompañado de coros que incitan a imaginar un ambiente de iglesia sombría.
"Es una imaginación caprichosa como la noche. Ella es dulce, y el encuentro, fatídico"
Esta frase es dicha en francés por una voz distinta a la del vocalista, lo que insinúa que nos habla el personaje del relato. Nos adentramos en el aspecto del lugar en aquél momento, en cómo era ella y en un supuesto encuentro lleno de promesas que avecinaban un final fatal.
Dato importante: mientras que fatal enfatiza en el resultado mortal de un evento, fatídico predice y hace hincapié en el presagio de ese mismo.
"Susurros de aliento frío se adentran a robar el viento. Me desgarra el tormento ambarino"
Todo se empieza a tornar helado y ya no puede aguantar más, caracterizando ese dolor como un "ámbar" (material duro, pero de fácil quebradura).
"La promesa que intercambiamos a medianoche se lamenta del otro lado de la oscuridad mientras las campanas de la iglesia resuenan en la tenue luz"
Un grito y campanas de iglesia inician la nueva sección de la canción, mostrándonos la desesperación de aquella promesa que, si bien sabemos no va a llegar a ningún lado, todavía existe ese tenue rayo de esperanza que sostiene Dios. Los coros, antes sombríos, ahora enfatizan en el cumplimiento de aquél romántico juramento.
"Las sobras se iluminan con la tenue luz de la luna. Estoy teñido por los colores de la rosa carmesí"
El protagonista se acerca a la luz de la luna y eso lo hace comparar con las sombras que crea, viendo la transformación del personaje, quien termina recubierto de sangre.
"Ahora la luz parpadeante cae junto con el sol. Mi deseo, se alza en las profundidades del tiempo, y luego, me levantaré junto al crepúsculo del blanco sueño"
El sol desciende y el deseo creciente de las promesas, ahora se desvanece y comienza a adentrarse en el tiempo pasado, haciéndolo despertar de la claridad del sueño que ilumina a la oscuridad.
Resumen
"Mayonaka ni Kawashita Yakusoku" nos habla sobre una pareja que, en medio de la profunda oscuridad crean una promesa eterna (votos matrimoniales). Sin embargo, la desesperación entra cuando el protagonista siente que el frío se apodera de su corazón, haciendo que este y su promesa se rompan, siendo separado de su pareja por la oscuridad.
Por otro lado, se puede tomar como que Mana-sama representa a aquella persona que perdió a su pareja, pero que aún la recuerda en el adentro de sus tiempos juntos.
FIN
Espero que les haya gustado, tanto la canción como los escritos. Sé que fue medio largo y por ahí no lo llegan a leer entero, pero me basta con que me den sus opiniones; siempre estoy abierta a correcciones, recomendaciones o cualquier otro comentario. Gracias por llegar hasta acá.
NOS VEMOS!!! (❁ᴗ͈ˬᴗ͈) ༉‧ ♡*.✧
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Bajo el manto de la noche estrellada de pasiones eternas y ternura infinita.
En un remoto valle bañado por la luz tenue de un cielo nocturno adornado con destellos celestes, vivía una joven de cabellos como hebras de oro y ojos profundos como el océano. Le llamaban Yumei, y era famosa, no solo por su belleza, sino por su bondad que irradiaba como el sol de la mañana. En medio de aquel tranquilo oasis, su corazón latía con la esperanza de encontrar el amor verdadero. Yumei pasaba los días entre flores y arroyos, componiendo canciones que el viento llevaba por las colinas y los valles. Su voz era un susurro dulce que calmaba las almas y sus melodías, secretos confiados a la naturaleza. A pesar de su serenidad, un anhelo profundo la habitaba, un deseo de compartir su mundo interior con alguien especial.
No muy lejos de ahí, en una aldea entre montañas, Vitali, un joven herrero de manos firmes y mirada cálida, forjaba con ímpetu elementos de acero y plata. Su reputación como artesano trascendía fronteras, pero su sueño más grande era moldear una vida al lado de una igual de noble y pura que el más fino de los metales. Una mañana, mientras el rocío aún se posaba sobre la piel de la tierra, el destino unió sus vidas.
Vitali, buscando inspiración para una pieza única, se aventuró por el valle y se encontró con Yumei. Al oír su canto, quedó inmovilizado, como si una fuerza ancestral lo anclara al suelo. « ¿Quién eres, portadora de una voz que aplaca tormentas? », preguntó con voz temblorosa.
« Soy Yumei, hija de estas tierras », respondió ella con una sonrisa que reflejaba la pureza de un arroyo crístalino. « Y tú, viajero, ¿qué te trae por los dominios de mi soledad? »
« Mi nombre es Vitali, y buscaba belleza para mi obra, pero he encontrado una mucho más inigualable ante mis ojos », confesó él, con un fulgor de asombro pintado en su rostro.
Así comenzó un lazo que se entrelazó día tras día, en encuentros fortuitos y conversaciones que duraban hasta que las estrellas se despedían del firmamento. Descubrieron mundos en el otro, territorios desconocidos que solo se pueden explorar a través de la mirada cómplice y los corazones abiertos. Una tarde, mientras la luz del crepúsculo teñía de naranja el horizonte, Yumei llevó a Vitali a su lugar favorito, un claro secreto donde las luciérnagas danzaban en un espectáculo de luces y magia.
« Ahora es tuyo también », le dijo ella, ofreciendo su santuario personal. Vitali, conmovido por el gesto, sacó de su bolsillo una pequeña caja de madera. « Para ti, querida Yumei », susurró. Dentro había un delicado broche de plata, con el diseño de una flor silvestre, una obra salida de sus manos y corazón. « Es la esencia de tu alma, capturada en plata eterna. »
Los días se sucedieron, con la fuerza de una corriente que no puede ser detenida. La noticia de su amor comenzó a esparcirse y, como en toda buena historia, no tardó en llegar un inesperado desafío. Un coleccionista de arte, que había oído sobre el talento de Vitali, ofreció una fortuna para que el joven herrero se trasladara a un reino lejano, prometiéndole fama y reconocimiento. Con el corazón dividido entre su amor por Yumei y las promesas de un futuro prospero, Vitali enfrentaba una encrucijada que pondría a prueba la resistencia de su amor.
« Mi querida Yumei, la vida me ofrece un camino dorado, pero un camino sin ti es como un cielo sin estrellas », le confió durante una noche de confesiones y temores compartidos.
« Vitali, mi amor », dijo Yumei, tocando la mejilla del herrero con ternura, « sé que debes seguir la llamada de tu destino, y si éste te lleva lejos, mi amor viajará contigo, sin importar las distancias ».
Aún sin saber qué depara el futuro, se prometieron lealtad y un amor que trascendería la prueba del tiempo y el espacio. Vitali partió al amanecer, con la promesa de un reencuentro grabado en su alma y la certeza de que el amor verdadero no conoce de barreras. Los meses pasaron, y las cartas entre los amantes mantenían viva la llama de su unión. La pasión de Vitali por su arte florecía, pero el vacío de no tener a Yumei a su lado era un invierno en su corazón. Mientras tanto, Yumei expandía su voz más allá del valle, siendo la inspiración de poetas y soñadores, pero en su melodía siempre había un hilo de melancolía que hablaba de amor esperanzado.
En una noche particularmente estrellada, cuando la luna alcanzaba su cenit, Yumei caminó hasta el claro secreto de las luciérnagas. « Vitali, ¿dónde estás, mi amado herrero? », susurraba al viento, cerrando los ojos para sentir mejor la presencia del ser amado. Y fue en ese instante cuando el aire se tornó más frío y una figura se delineó entre las sombras del bosque. Era Vitali, con un fulgor de emoción en sus ojos, y en sus manos la más exquisita de las obras: un dije en forma de corazón, latiendo con el brillo de las estrellas.
« He regresado, mi Yumei, pues ninguna fama ni fortuna podía saciar la sed de tenerte junto a mí. Este dije es el símbolo de mi compromiso eterno, y yo soy el herrero que siempre pertenecerá a su musa », declaró Vitali, mientras el silencio de la noche se llenaba de un amor incontenible.
Después de los abrazos, los besos y las lágrimas de un amor reencontrado, compartieron sus vivencias, las enseñanzas, las alegrías y pesares que habían moldeado aún más sus almas. Y en la fusión de sus vidas, encontraron la fuerza para construir un futuro en el que sus sueños individuales se entrelazarían con aquel amor capaz de superar toda prueba. Los días volvieron a llenarse de canciones y metal labrado, de risas y complicidad. A su alrededor, la naturaleza parecía celebrar la unión de dos seres cuyos destinos estuvieron marcados por las estrellas.
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Agradecer
En gratitud me sumerjo: por lo dulce y lo amargo, aunque mi mente aún no comprenda su designio. Celebro ser: hacer, en consciente armonía, y abrazo lo presente, lo ausente en su misterio. Bendigo cada gota, del manantial a la ducha, y cada bocado, del alba al crepúsculo. Agradezco los hilos que tejen mi comunicación: y el saber diario, sutil aprendizaje del alma. Doy gracias por la pregunta: por la respuesta hallada, por el refugio seguro, mi santuario de paz.
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En el vasto rincón de mi ser, donde el corazón pulsa como el péndulo de un reloj antiguo, surge una melodía sutil, un susurro cálido que acaricia mi alma. Es el eco de un sentimiento que trasciende la mera existencia; es la devoción que he tejido con hilos de afecto, una trama etérea que se despliega como un tapiz impregnado de colores celestiales.
Amar, divino verbo que danza en el santuario de los sentimientos, es como contemplar el amanecer en la cima de una montaña, donde la luz tenue del sol acaricia las cumbres y despierta la belleza adormecida del paisaje. Es un edén íntimo, un jardín secreto donde florecen las emociones, cada pétalo vibrando al compás de un amor que crece como un venerable roble, arraigado en las profundidades de la tierra fértil.
En este laberinto de emociones cada latido es una poesía escrita en el pergamino de mi existencia. Las palabras, cual mariposas cautivas, revuelan en mi pecho, creando un frenesí lírico que resuena en el universo silente. Cada suspiro es una oda al éxtasis de compartir la vida con aquella estrella que ilumina mi cielo, una constelación única que destila luz en mi oscuridad.
En el telar del amor, tejemos promesas como si fueran hilos de oro, entrelazando sueños en un tapiz que se extiende más allá de todo. Es un compromiso sutil, una danza armoniosa donde dos almas se entrelazan, desafiando el tiempo con la promesa de un amor eterno.
Este sentimiento, esta llama que arde con la intensidad de mil soles, no es solo una musa que inspira, sino un faro que guía hacia la plenitud. El amor es un alquimista que transforma los momentos efímeros en recuerdos, un hechizo que conjura la magia de la complicidad compartida. Es un lazo invisible que une dos almas, creando un nexo inquebrantable que se eleva sobre los caprichos del destino.
En el crisol del amor, la individualidad se funde con la comunión, dando lugar a un ser más completo, más sabio. Es un viaje de autodescubrimiento, donde los miedos se desvanecen ante la fuerza invencible de un afecto genuino. Las palabras, dulces como el néctar de las flores, se convierten en cánticos que celebran la dicha de compartir el camino de la vida con un compañero de alma.
Así, en el santuario de tu corazón, cada gesto se convierte en un poema, cada mirada en un verso que narra la epopeya de dos corazones que laten al unísono. Amar es trascender las limitaciones de la realidad, es elevarse a un plano donde el tiempo se suspende y el presente se convierte en eternidad. En este éxtasis, se erige como un faro que ilumina el sendero de la felicidad, donde las sombras se desvanecen ante la radiante luz de una conexión profunda y significativa.
Y así, en el crepúsculo de nuestros días compartidos, cuando el sol se sumerge en el horizonte y el cielo se tiñe de tonalidades ardientes, nuestro amor persiste como una estrella eterna en la bóveda celeste de la memoria.
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En el vasto rincón de mi ser, donde el corazón pulsa como el péndulo de un reloj antiguo, surge una melodía sutil, un susurro cálido que acaricia mi alma. Es el eco de un sentimiento que trasciende la mera existencia; es la devoción que he tejido con hilos de afecto, una trama etérea que se despliega como un tapiz impregnado de colores celestiales.
Amar, divino verbo que danza en el santuario de los sentimientos, es como contemplar el amanecer en la cima de una montaña, donde la luz tenue del sol acaricia las cumbres y despierta la belleza adormecida del paisaje. Es un edén íntimo, un jardín secreto donde florecen las emociones, cada pétalo vibrando al compás de un amor que crece como un venerable roble, arraigado en las profundidades de la tierra fértil.
En este laberinto de emociones cada latido es una poesía escrita en el pergamino de mi existencia. Las palabras, cual mariposas cautivas, revuelan en mi pecho, creando un frenesí lírico que resuena en el universo silente. Cada suspiro es una oda al éxtasis de compartir la vida con aquella estrella que ilumina mi cielo, una constelación única que destila luz en mi oscuridad.
En el telar del amor, tejemos promesas como si fueran hilos de oro, entrelazando sueños en un tapiz que se extiende más allá de todo. Es un compromiso sutil, una danza armoniosa donde dos almas se entrelazan, desafiando el tiempo con la promesa de un amor eterno.
Este sentimiento, esta llama que arde con la intensidad de mil soles, no es solo una musa que inspira, sino un faro que guía hacia la plenitud. El amor es un alquimista que transforma los momentos efímeros en recuerdos, un hechizo que conjura la magia de la complicidad compartida. Es un lazo invisible que une dos almas, creando un nexo inquebrantable que se eleva sobre los caprichos del destino.
En el crisol del amor, la individualidad se funde con la comunión, dando lugar a un ser más completo, más sabio. Es un viaje de autodescubrimiento, donde los miedos se desvanecen ante la fuerza invencible de un afecto genuino. Las palabras, dulces como el néctar de las flores, se convierten en cánticos que celebran la dicha de compartir el camino de la vida con un compañero de alma.
Así, en el santuario de tu corazón, cada gesto se convierte en un poema, cada mirada en un verso que narra la epopeya de dos corazones que laten al unísono. Amar es trascender las limitaciones de la realidad, es elevarse a un plano donde el tiempo se suspende y el presente se convierte en eternidad. En este éxtasis, se erige como un faro que ilumina el sendero de la felicidad, donde las sombras se desvanecen ante la radiante luz de una conexión profunda y significativa.
Y así, en el crepúsculo de nuestros días compartidos, cuando el sol se sumerge en el horizonte y el cielo se tiñe de tonalidades ardientes, nuestro amor persiste como una estrella eterna en la bóveda celeste de la memoria.
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Una criatura solitaria entre las sombras: un viaje a la nostalgia.
En el silencio de mis días, navego en las profundidades de mi propia existencia, como si descendiera por un pozo interminable hacia los abismos de mis pensamientos abandonados. Durante un tiempo que parece diluirse en la eternidad, me encuentro en compañía de mis sombras y los susurros que brotan de las grietas de mi ser, soy solo una criatura solitaria que se desliza por los laberintos de la memoria como un fantasma en busca de respuestas perdidas.
Mi obstinación es como la raíz de un árbol viejo, aferrada tenazmente a la tierra fértil de mi alma, desafiando el paso del tiempo y las tormentas del destino. Rara vez permito que las voces ajenas entren en mi mundo interior y lo influyan con sus ideas; soy inmune a su sonido, un refugio impenetrable, aunque me convierto en el eco silencioso que resuena en los pasillos de la conciencia, recordando historias que se desvanecen como sueños al despertar.
El miedo se desliza furtivamente entre los pliegues de mi mente, como una sombra que se alarga al caer la tarde. Me estremezco ante la idea de pronunciar esas dos palabras cargadas de significado, "Te quiero", temerosa de las heridas que puedan abrirse en mi corazón ya cicatrizado. Me imagino mis barreras como murallas antiguas, construidas para proteger un santuario que anhela abrirse pero que se refugia en la oscuridad de la auto preservación.
Me siento como una viajera perdida en un laberinto sin fin. Mis palabras fluyen como el agua de un arroyo, a veces turbia como el lodo del fondo, pero siempre buscando la luz en la inmensidad de la existencia. Hablo más de lo necesario, una manera de llenar el vacío con el eco de mis propios pensamientos.
Las multitudes me rodean como sombras fugaces en el crepúsculo, me abruman, me incomodan los desconocidos que caminan junto a mí en el escenario de la vida. No soy un ser sociable por naturaleza y no pretendo cambiar eso, prefiero el abrigo de los bosques de mi intimidad, donde las palabras son como hojas que caen en silencio sobre el suelo. Anhelo que mis miedos se desvanezcan como las sombras en la luz del amanecer, y que pueda encontrar la libertad en el abrazo cálido de una tarde serena, donde el tiempo se detiene y mi alma encuentre paz.
-S.
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Tú
"Si fueras una ola, serías mi juego favorito. Si me quisieras siempre, serías la plenitud. Si fueras una manera de hablar, serías el diálogo. Si lloraras inquieta, te buscaría y no te encontraría. Si fueras una puesta de sol, serías la más bella de todas. Si fueras un árbol, serías un cedro. Si ostentases colores, serías blanca y roja. Si fueras la nieve, pasarías más allá. Si fueras una sustancia, serías el bálsamo. Si fueras sustituida, serías la madera de una columna. Si yo fuera un barco, te llevaría delante mismo de la proa. Si no fueras una muchacha, serías una rosa silvestre. Si fueras una estrella invisible, serías el mutuo amor. Si me rodeases suavemente y te disolvieses, serías el rocío de la noche que moja los árboles. Si desfallecieras, serías un escudo roto. Si fueras una flor, nunca te apagarías. Si relampaguearas, serías talmente una piedra engastada del color del flujo del mar. Si te viese en cualquier lugar, te señalaría a ti. Si fueras indiferente, serías el crepúsculo. Si me mirases distraídamente, serías mi esperanza. Tu presencia me parece la forma más placentera de la armonía misma. Si la música se llenara de ti, brotaría un acorde grave y lastimero. Si fueras un trébol, serías la llave de la aurora. Si fueses la suavidad, serías el peso del agua. Si fueras la tristeza, serías los días y el tiempo. Si fueras un deseo, serías pasión desplomada. Si fueras la luna, serías un ala. Si fueras un reloj, serías un círculo profundo. Si fueras el espacio, serías su mitad y su centro. Si no fueras una estrella favorable, serías una roca que defiende un territorio. Si te escondieras de mí para siempre, serías la noche circundante. Si fueras un camino, serías la orilla del mar. Si fueras un jardín, serías un astro de flores. Si fueras un paisaje, serías un bosque que respira. Si fueras un anillo, serías eternamente irrompible. Si fueras sombra densa, serías un camino entre los astros diáfanos. Si fueras una tarde, serías un día. Si fueras un año, serías un siglo. Si fueras un ruido, serías el ruido de unos pasos que resuenan oídos en secreto. Si fueras un pedestal, serías una isla azulada. Si el mundo fuese roto en pedazos, serías su silencio. Si inclinaras más la frente, el corazón tintinearía claro. Si suspiras, el tiempo que pasa se vuelve dulce. Si te encaramas por el cielo, en la meditación te encuentro. Si fueras una bolita, serías una sola gota de agua. Vives en el sentido de la llama, no en el de la ceniza. Si fueras un número, serías una cantidad inacabable. Si mudaras de forma, serías una montaña oscura y agradable. Si fueras el viento terral, dormirías sobre una cola de colores. Si te conociera la lluvia, caería en el lugar que tú indicaras. Si intentaras salvar a alguien, lo llenarías de espigas. Si fueras una pared, te escudarían los árboles. Si cayera la luz, serías la copa de cada día. Cubrirías la juventud, si fueras la madrugada. Si pasara el otoño, tú serías la primavera inminente. Si fueras un color, serías la alegría del sol en un bancal de hierba. Si fueras una voz, tendrías el color de un perfume. Si fueras un perfume, tendrías la voz del color que te llevara. Si fueras un cristal, apagarías los suspiros. Si fueras un desierto, ondearías sin ningún límite. Si eres una palabra, serías amarse Si fueras un ídolo yo prepararía tu adoración en los santuarios. Si fueras tibia claridad, te rodearías de rebaños. Si fueras una gota de sangre, iluminarías. Si el mundo de vida fuera todo soledad y caos, ya estarías destinada a manifestarte. Si el mundo fuera una brumosa caverna, en ti convergerían infinitudes. Tu eres el más bello reflejo de la Imagen primordial Que allende los tiempos se multiplica inexpresable."
Joan Brossa
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El Santuario del Crepúsculo es una nueva expansión anunciada por Fantasy Flight Games para Las Mansiones de la Locura Segunda Edición. Esta expansión incluye nuevas cartas y piezas de tablero, un nuevo monstruo y dos investigadores nuevos. Nos lleva a examinar con atención a los ricos y destacados integrantes de la Logia del Crepúsculo de Plata, quienes ejercen arcanos poderes prohibidos y llevan a cabo en secreto rituales con misteriosas motivaciones.
Noticia completa:
https://invictvs.com.ar/tienda/blog/noticias/el-santuario-del-crepusculo-una-nueva-expansion-para-las-mansiones-de-la-locura-segunda-edicion
#invictvs#invictvsjuegos#juegos de mesa#lovecraft#mansiones de la locura#mansions of madness#segunda edición#mansiones de la locura 2da edición#santuario del crepúsculo#eldritch horror#fantasy flight games#fantasyflightgames#cthulhu#cthulhuargentina
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Despidiéndose, Tokiko salió de la casa grande al vasto jardín abandonado y cubierto de matojos en la creciente oscuridad del crepúsculo, camino de la cabaña donde vivía con su marido. Mientras caminaba iba repasando los manidos elogios que le acababa de prodigar el general retirado, dueño de la casa. Le ponían mal cuerpo, dejándole un regusto como el de las berenjenas asadas, que aborrecía.
«Los distinguidos servicios del teniente Sunaga son desde luego el orgullo de nuestro ejército —el viejo oficial se empeñaba grotescamente en seguir tratando por su grado al mutilado, que apenas parecía ya humano—. Pero no es menos de admirar la lealtad con la que usted ha sacrificado sus deseos por ese inválido, sin jamás torcer el gesto durante tres años ya. Me dirá que no es sino el deber de la esposa de un soldado, lo que es muy cierto. Aún así estoy pasmado de admiración. Sinceramente le digo que me parece uno de los ejemplos más edificantes de nuestros tiempos. Pero no olvide que todavía le queda mucho por delante. Por el bien de su marido hago votos por que no cambie usted.»
Cada vez que la veía el viejo general Washio gustaba de alzar la prez del mutilado teniente Sunaga —antaño su subordinado y en la actualidad su huésped— y de su virtuosa y abnegada mujer. Aquello le resultaba tan desagradable a Tokiko que procuraba evitar al general cuanto le era posible. Sólo cuando el tedio de la vida que compartía con su mudo y tullido marido se volvía insufrible iba a pasar un rato con la esposa o la hija del general, y aún eso sólo tras asegurarse de que él estaba ausente.
Al principio, cuando todavía sentía que su espíritu de sacrificio y lealtad eran muy dignos de alabanza, tales elogios le resultaban lisonjeros. Pero aquel tiempo ya pasó. Ahora se estremecía cada vez que la encomiaban. Le parecía que la señalaran, y una voz mordaz le susurraba: «¡Si so capa de fidelidad vives en abominable pecado!».
A ella misma la sorprendía cómo había cambiado, no sabía que una persona pudiera cambiar tanto. Al principio no era más que una muchacha inocente y apocada, entregada a su marido. Pero en la actualidad, y aunque exteriormente no lo aparentara, abrigaba en su corazón pasiones atroces e inmundas, despertadas por la visión constante de su patético marido lisiado —el término no alcanzaba a describir su atroz estado—, antaño tan apuesto y orgulloso de su servicio, y ahora reducido a perrillo faldero o a una suerte de instrumento para satisfacer su lujuria. Sí, hasta ese punto había cambiado. ¿De dónde había brotado el salaz demonio? ¿Había que achacarlo a la misteriosa atracción de aquel cetrino cacho de carne? Porque eso y no otra cosa era su marido: ¡un cacho de carne!, un trompo para encalabrinar su deseo. ¿O era obra de la potente e insidiosa sensualidad de una mujer de treinta años, en la plenitud de su carnalidad? Quizá se debiera a ambas cosas.
En los últimos tiempos había entrado en carnes, se acaloraba con facilidad, y cada vez que el general Washio le hablaba Tokiko no podía soslayar el sentimiento culpable de que su orondez, su olor, la delataban. «¿Cómo he podido abandonarme tanto?» Su rostro sin embargo era macilento, en llamativo contraste con su robustez, y tenía la impresión que el general miraba con recelo aquel cuerpo lucio y carnoso mientras recitaba sus acostumbradas alabanzas. Quizá fuera por eso que lo detestaba.
Vivían en un arrabal apartado y la distancia entre la casa grande y la cabaña era al menos de medio cuartel. Entremedio todo era un herboso baldío sin sendero propiamente dicho, donde con frecuencia reptaban entre chasquidos listadas culebras. Por si eso fuera poco había que tener cuidado de no acabar al fondo de un viejo pozo abandonado embozado de maleza. Un intermitente barrunto de seto rodeaba la gran finca, y más allá se abrían sin fin los campos de arroz y los huertos.
Desde la oscuridad Tokiko oteó la hosca y aislada cabaña de dos alturas donde vivían, retrepada contra el soto del santuario de Hachiman, dios de la guerra. En el cielo titilaba un par de estrellas. La habitación donde yacía su marido estaría ya a oscuras. Él solo no podía encender la lámpara. Imaginó al cacho de carne repantigado en su silla baja o tendido sobre las esteras del piso tras resbalar del asiento, guiñando los ojos impotente, entre tinieblas. Pobre, nada más de pensarlo sentía por toda la espalda escalofríos de grima, de amargura y de lástima, mezclados de cierta sensualidad.
Al acercarse advirtió que la hoja de la ventana del cuarto de arriba estaba de par en par, como boca de lobo, y oyó el familiar bataneo en las esteras. «¡Ay, ya está otra vez!», se dijo, y sintió tanta pena que de repente se le saltaron las lágrimas. Aquel sonido significaba que su marido yacía boca arriba, llamándola impaciente —a ella que era su única compañera— golpeando el piso con la cabeza en vez de batir palmas como haría una persona. «Ya voy. Tendrás hambre, supongo.» Tenía la costumbre de hablarle así, aún sabiendo que no la oía. Entró aprisa en la cocina y subió la empinada gradilla hasta el cuarto de arriba.
Había una alcoba con una lámpara en un rincón, y al lado una caja de cerillas. Como si le hablara a un niño, Tokiko le dijo: «¿Te he tenido esperando, no? Lo siento». Y luego añadió: «Aguanta todavía un momento que no veo nada, voy a encender la lámpara».
Aunque no paraba de marmullar, sabía muy bien que su marido no oía nada en absoluto. Tras encender la lámpara la llevó al buró al otro extremo del cuarto. Delante había una silla baja especial con un cojín de gamuza amarrado. Estaba vacía y un poco más allá yacía en el suelo una especie de forma chocante. Estaba vestida —o mejor dicho envuelta— con una vieja bata de seda meisen, como un gran bulto que hubieran dejado allí tirado. De uno de sus extremos sobresalía la cabeza de un hombre, que batía sobre la estera como un saltaperico o un móvil perpetuo. Con cada taque el fardo reculaba, desplazándose un poco.
«No te puedes poner así. ¿Qué quieres? ¿Esto? —hizo el gesto de llevarse comida a la boca—. ¿No? ¿Entonces esto?» Hizo un nuevo gesto, pero su mudo marido negó con la cabeza y siguió golpeándola desesperadamente contra el suelo, ton, ton, ton...
La metralla del obús le había destrozado todo el rostro hasta el punto de volverlo irreconocible. Sólo tras estudiarlo bien se adivinaba lo que fuera una vez un semblante humano. De la oreja izquierda no quedaba nada, sólo se veía un pequeño orificio negro. Desde la comisura de la boca, cruzándole la mejilla hasta debajo del ojo izquierdo, había un repulgado costurón, y además una horrenda cicatriz le corría desde la sien derecha hasta la coronilla. Tenía la garganta recuenca como si le hubieran vaciado la carne y ni su nariz ni su boca conservaban rastro alguno de su forma primitiva.
Con todo, en aquella faz monstruosa había embutidos, en agudo contraste con la fealdad que los rodeaba, dos ojos brillantes y redondos como los de un niño inocente, de los que saltaban chispas de cólera.
«¡Ah! Me quieres decir algo ¡no es así? Espera un momento.» Cogió un lápiz del buró y se lo puso en la disforme boca, luego sostuvo un cuaderno abierto ante él. Su marido no sólo no podía hablar, tampoco podía sostener un lápiz, falto como estaba de brazos y piernas. «¿Ya te has cansado de mí?», tales fueron las palabras que el lisiado garabateó trabajosamente con la boca, las sílabas eran casi ininteligibles.
«¿Otra vez estás celoso? No seas bobo», y se echó a reír, sacudiendo la cabeza.
Pero el lisiado empezó de nuevo a golpear vehementemente la cabeza contra el piso de esteras. Tokiko comprendió lo que quería y acercó otra vez el cuaderno a la punta del lápiz que sostenía entre los dientes. Éste trazó a trompicones la pregunta: «¿Dónde fuiste?». Nada más leerlo Tokiko le arrancó el lápiz de la boca y escribió: «A casa de los Washio», y casi le metió la respuesta por los ojos. «¿No lo sabes ya? ¿Adónde voy a ir si no?» El tullido pidió de nuevo el cuaderno y escribió: «¿Tres horas?». Ella se encogió de lástima: «¿Tanto me demoré?. Lo siento». Se inclinó, haciendo muestra de arrepentimiento, y agitó la mano: «No lo haré más. No me volveré a ir, te lo prometo».
El teniente Sunaga —o más propiamente el fardo— no parecía todavía en absoluto contento, pero quizá lo había agotado el esfuerzo de escribir con la boca, porque su cabeza colgó lacia sobre el suelo y no se volvió a mover. En vez de eso la miró fija e intensamente con sus grandes ojos, dejando claro lo que quería.
Tokiko sabía que sólo había un modo de aplacar la ira de su marido. Explayarse en explicaciones y disculpas no servía de nada, y tampoco las más elocuentes miradas calaban en su mente obcecada. Así que cuando tenían aquellos extraños rifirrafes y estaban irritados el uno con el otro, se valía de aquel expeditivo medio de reconciliación. Doblándose de súbito sobre su marido le besó la torcida boca, con el baboso y brillante costurón, ahogándolo casi. Enseguida una mirada de hondo alivio afloró a sus ojos, desembocando en una truculenta sonrisa parecida a un puchero. Tokiko estaba acostumbrada y no paró, en parte para no ver su fealdad, pero también procurando su propia y sabrosa excitación, cediendo poco a poco al inconcebible deseo de atormentar a aquel pobre tullido que tenía completamente a su merced.
Edogawa Ranpo
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ℰ𝓁 𝓅𝒶𝓈𝑜 𝒹𝑒𝓁 𝒶𝓂𝑜𝓇. Oh Dios, perdona que haya hundido mi vida En un oscuro sueño de amor. ¿Las lágrimas de la angustia alguna vez Lavarán la pasión de mi sangre? El amor custodia mi corazón En un canto de alegría, Mi pulso tiembla con su melodía; Mientras las frías ráfagas del invierno soplan Sobre mi, como una dulce brisa de junio. El amor flota sobre las brumas del amanecer, Y descansa en los rayos del crepúsculo; Él calmó el trueno de la tormenta E iluminó todos mis sentidos. El amor me sostiene a través del día, Y en sueños me acompaña por las noches, Ningún mal puede acechar mi vida, Pues mi espíritu es ligero como las flores. Oh Cielo, piedad por mi corazón inocente, El paso del tiempo quebró ese placer diario, El ídolo fue arrastrado por la corriente, Destrozando para siempre mi santuario. . . . ℰ𝓁𝒾𝓏𝒶𝒷𝑒𝒽𝓉 𝓈𝒾𝒹𝒹𝒶𝓁 (en Barrio de Salamanca) https://www.instagram.com/p/CDF6K_BDvKC/?igshid=ra8kv9kx26m2
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Fué bajo los árboles del Edén donde los primeros moradores de la tierra eligieron su santuario. Allí Cristo se había comunicado con el padre de la humanidad. Cuando fueron desterrados del Paraíso, nuestros primeros padres siguieron adorando en los campos y vergeles, y allí Cristo se encontraba con ellos y les comunicaba el Evangelio de su gracia. Fué Cristo quien habló a Abrahán bajo los robles de Mamre; con Isaac cuando salió a orar en los campos a la hora del crepúsculo; con Jacob en la colina de Betel; con Moisés entre las montañas de Madián; y con el zagal David mientras cuidaba sus rebaños. Era por indicación de Cristo por lo que durante quince siglos el pueblo hebreo había dejado sus hogares durante una semana cada año, y había morado en cabañas formadas con ramas verdes, “gajos con fruto de árbol hermoso, ramos de palmas, y ramas de árboles espesos, y sauces de los arroyos.”1 DTG 257.3
Mientras educaba a sus discípulos, Jesús solía apartarse de la confusión de la ciudad a la tranquilidad de los campos y las colinas, porque estaba más en armonía con las lecciones de abnegación que deseaba enseñarles. Y durante su ministerio se deleitaba en congregar a la gente en derredor suyo bajo los cielos azules, en algún collado hermoso, o en la playa a la ribera del lago. Allí, rodeado por las obras de su propia creación, podía dirigir los pensamientos de sus oyentes de lo artificial a lo natural. En el crecimiento y desarrollo de la naturaleza se revelaban los principios de su reino. Al levantar los hombres los ojos a las colinas de Dios, y contemplar las obras maravillosas de sus manos, podían aprender lecciones preciosas de la verdad divina. La enseñanza de Cristo les era repetida en las cosas de la naturaleza. Así sucede con todos los que salen a los campos con Cristo en su corazón. Se sentirán rodeados por la influencia celestial. Las cosas de la naturaleza repiten las parábolas de nuestro Señor y sus consejos. Por la comunión con Dios en la naturaleza, la mente se eleva y el corazón halla descanso. DTG 257.4
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SAUCE VERDE 6
Aquella noche permaneció inmóvil ante el fuego, pero con los ojos muy abiertos, porque no llegó el sueño aunque estaba cansado.
Estaba enfermo de amor por la Verde Sauce. Sin embargo, según las reglas de su servicio, estaba obligado por el honor a no pensar en tal cosa. Tenía la búsqueda del Señor de Noto que pesaba sobre su corazón y anhelaba mantener la verdad y lealtad.
Al primer pío del día se levantó. Él miró sobre la amable anciana que había sido su anfitrión, y dejó una bolsa de oro a su lado mientras dormía. La doncella y su madre yacían detrás del biombo. Tomodata ensilló y frenó su caballo, y montando, se alejó lentamente a través de la niebla dela madrugada.
La tormenta terminó rápido y estaba tan quieto como el paraíso.
La hierba verde y las hojas brillaban con la humedad. El cielo estaba despejado, y el camino muy brillante con las flores de otoño pero Tomodata estaba triste.
Cuando la luz del sol atravesó su silla, se inclinó "Ah, sauce verde, sauce verde", suspiró; y al mediodía era "Green Willow,Sauce verde "y" Sauce verde, verdeWillow ", cuando cayó el crepúsculo.
Esa noche yacía en un santuario desierto, y el lugar era tan santo que a pesar de todo durmió desde la medianoche hasta el amanecer. Luego se levantó, teniendo en mente lavarse en una corriente fría que fluía cerca, para descansar de su viaje; pero se detuvo cuando llego al umbral del santuario.
Allí yacía el Sauce Verde, tendido sobre el suelo. Una cosa delgada que yacía, boca abajo, con su cabello negro envolviéndole. Ella levantó una mano y sostuvo a Tomodata por la manga.
"Mi señor, mi Señor —dijo ella, empezando a sollozar lastimeramente.
La tomó en sus brazos sin decir una palabra, y pronto la puso en su caballo delante de él, y juntos cabalgaron el largo día. Era poco lo que hablaron, durante el trayecto que tomaron, ya que lo que mas hicieron, fue verse a los ojos. El calor y el frío no eran nada para ellos. Ellos no sentían el sol ni la lluvia; la verdad o la falsedad.
No pensaron nada en absoluto; ni de piedad filial, ni en la búsqueda del Señor de Noto. No hablaron ni de honor ni la palabra prometida. Solo sabían una cosa.¡Ay, los dos estaban enamorados!
Por fin llegaron a una ciudad desconocida, donde se quedaron. Tomodata llevaba oro y joyas en su cinto, por lo que decidieron quedarse en una casa construida de blanca madera, untada con esteras blancas dulces.
Aquí moraron, siendo consientes de una única cosa.
Aquí vivieron tres años de días felices, y para Tomodata y el Sauce verde los años eran como guirnaldas de flores dulces.
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La Batalla de Borodinó en 7 claves
El 7 de septiembre de 1812 en la batalla de Borodino, Napoleón venció a las fuerzas rusas durante las Guerras Napoleónicas. Esta batalla es también conocida como la Batalla del río Moscova, y fue la mayor y más sangrienta batalla de todas las Guerras Napoleónicas, enfrentando a cerca de un cuarto de millón de hombres. Conoce más en estos 7 datos:
Esta batalla enfrentó a la Grande Armée francesa bajo el mando de Napoleón I de Francia y al ejército de Alejandro I de Rusia, comandado por Mijaíl Kutúzov, cerca de la aldea de Borodinó, un pueblo al oeste de Mozhaysk.
La batalla fue tácticamente poco concluyente para ambos ejércitos, y sólo las consideraciones estratégicas de la misma forzaron a los rusos a retirarse.
La conducta de Napoleón durante la batalla también mostró que sus decisiones tácticas trataban de impedir una victoria pírrica. El Emperador francés sufría además de fiebres durante el transcurso de la batalla, lo que pudo traducirse en el poco característico alejamiento de los combates, así como por un plan de batalla más simple de lo habitual.
Más de 250 mil combatientes lucharon desde la madrugada hasta el crepúsculo, mientras se pudiera distinguir al enemigo. Y cada hora morían dos mil quinientos soldados, según relata el historiador Andrei Sájarov, doctor en Historia y miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de Rusia. “La batalla de Borodinó tuvo varios aspectos. El principal es el gran aspecto moral para el ejército ruso, para el pueblo ruso y para la historia rusa en su conjunto. Se puede decir que la batalla terminó con un empate. Los franceses no vencieron y los rusos no cedieron. Los enemigos se quedaron, en resumidas cuentas, en sus posiciones. Pero el hecho de que el ejército ruso resistiera en la lucha contra este monstruo, con este coloso europeo, el invencible Napoleón, esto pareciera algo inverosímil.“
A pesar de que la retirada del ejército ruso, después de Borodinó, tuvo como consecuencia la destrucción de gran parte de Moscú, la ocupación de la capital no condujo a la derrota rusa, sino a la desintegración de la Grand Armée francesa.
Pasados varios meses después de la batalla de Borodinó el gran ejército de Napoleón fue derrotado rotundamente. Más tarde, calificó su campaña rusa de un error fatal.
Actualmente este campo de batalla ha adquirido un significado casi espiritual y ha sido conservado como un santuario nacional. En el principal campo de batalla hay monumentos desperdigados por todo el campo de Borodinó, la mayoría de ellos (33) fueron erigidos para honrar a valientes unidades militares durante la celebración del centenario de 1912.
Con información de Wikipedia | Mundo.sputniknews.com
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Hear me roar. Chapter 9: Mercury
La preocupación nacía en él, ¿Qué tanto murmuraba el caballero de aries? Llegaba a una especie de conclusión de todo lo anterior, mientras tanto que los demás santos se paseaban, algunos alarmados, otros sólo descansaban sobre uno de los grandes cristales púrpura que la misma casa de dicho guerrero producía con naturalidad. Syrma sanaba las graves heridas de Nashira, quien a ojos cerrados yacía tendido en el suelo. Aioria lo observaba de reojo, no caía en cuenta del daño que le produjo a dicho muchacho, quizás era un poder del que aún no tenía un absoluto control. Por la puerta trasera hacia la salida directo a las escaleras, se hacía presente otro caballero de oro; en su armadura, dos agujas eran bastante notorias en los hombros, en el abdomen dos rubíes brillaban con notoriedad, el casco lo traía puesto y la cola del escorpión fácilmente podía ser divisado ya que dicha se extendía hasta la altura de la media espalda, finalmente, la máscara cubría el rostro de aquél. Su figura era más delgada y delicada comparada a los demás guerreros, casi similar a la de virgo. Se hacía paso por el gran salón sin hacerse notar por una suave voz que era algo distorsionada por la misma máscara. ━ ¿Qué fue todo ese escándalo en sagitario? Escuché algo, vi escombros y ningún caballero yacía en su casa. ━ Mencionó dichoso deteniéndose cerca de Shera. Éste, volteó a observarle con algo de sorpresa. ━ Te avisé que habría reunión, y lo de sagitario no fue algo grande, sólo un problema técnico.━ Dijo tal con algo de gracia. ━ Por cierto, Shaula, por fin llegó nuestro guerrero ausente de Leo, te presento a Aioria.━ El nombrado giró su cabeza para observar quien estaba de pie a un lado de capricornio, un chico de cabello castaño y tez clara, vestía de la armadura nombrada y al parecer, aún no se percataba de la presencia de escorpión. Pero no demoró en centrar su atención en ambas personas que con curiosidad le miraban de lejos. Aioria, quien se extrañaba un poco de la situación, no dudó en inclinarse sutilmente a son de venida respetuosa, un saludo que los asiáticos acostumbran hacer. Casi por arte de magia, Shaula escondió la máscara que traía puesta entre la armadura tal como si tecnológicamente del casco naciera e increíblemente reveló su identidad; una mujer de cabello rojo como las joyas que portaba en su armadura y rizado con elegancia, unas cruces a pocos milímetros del ojo yacían dibujadas con poca notoriedad y su rostro delicado, muy contradictorio con su presencia temible que desde un principio dejó en claro. ¿Qué era lo que más causaba intriga en aquella joven caballero? ¿La tardanza de leo al llegar al santuario? ¿La atención que estaba ganándose al tratarse del heredero y hermano del ya tan nombrado Aiolos? Cabe mencionar que no todos los santos conocieron personalmente a dicho, pero si sus relatos se hicieron llegar a los oídos de los más jóvenes. Las imágenes no eran más que parte de dibujos que a cualquier persona le recordaría los jeroglíficos. Pero era algo más, el odio o la ansiedad de envenenar al muchacho no se hacían presentes, más bien, se trataba de un sentimiento aún más extraño para ella, siendo conocida entre los doce por ser la caballero más sanguinaria en el terreno de batalla. Shaula volteó la mirada hacia aries y se percató que este le sonreía con algo de travesura, ¿Habrá sido más rápido que ella en captar lo que ocurría? La chica simplemente frunció el ceño. Un leve temblor se vio efectuado en el santuario y evidentemente una fuerza externa, no directamente el ataque fue donde ellos se encontraban, más bien, una clase de meteorito o cometa cruzó el cielo dejando un haz de fuego a sus espaldas; se dirigía a la tierra, exactamente a la ubicación donde el chico vivía. Shera, sin encontrar la oportunidad de hablar con Aioria, notó que éste comenzó a correr deprisa hasta que el halo dorado lo envolviera y rápidamente lo transportara donde antes decidió desaparecer. ━ Se meterá en un terrible problema por hacer eso.━ Pronunció aries con cierta seriedad. ━ ¿Por qué lo dices? ━ Algo preocupada, Syrma ayudó a levantarse a Nashira, quien guiaba la vista hacia el sitio donde desapareció el tan nombrado caballero de leo. ━ Porque la amenaza que viene no será fácil de combatir y Aioria apenas aprende sus habilidades. Lo que han visto hasta ahora son simples vasallos construidos con cenizas, viven sólo para cumplir órdenes y actuar bajo el poder de alguien más.━ Añade Shera ahora apretando los restos de la armadura que había traído el chico. ━ Entonces, ¿Crees que quien comanda ahora ataca la tierra? ¡Debemos ayudarle sino morirá! ━ Frunciendo el entrecejo e incorporándose por su propia cuenta, capricornio se aproximó al sabio guerrero. Shera guardó silencio, el último que habló estuvo al borde de insistir hasta que Elge, caballero encargado de proteger la casa de libra, avanzó entre los demás hasta alcanzar el sector donde leo se esfumó. Las piezas de la balanza eran su fuerte dentro de la batalla, dos escudos grandes en ambos antebrazos y ambas varas doradas que sostienen mencionados en la forma original de la armadura, en la espalda del hombre como si portada dos espadas. ━ Yo iré, hace tiempo no me divierto tanto. Ustedes quédense cuidando el santuario. ━ Y tal como Aioria, éste igualmente se fue. La luz dorada cayó aterrizó en la tierra y dentro de ella, un joven con cabellera castaña semi-rubia, yacía de pie frente al hermoso prado del parque en pleno crepúsculo, pero del polvo emergían hombres vestidos de una armadura semejante a la que encontró. Eran diez, pronto veinte, hasta treinta, todos acechando al chico que vestía de la armadura dorada. Hasta con espadas eran capaces de iniciar un ataque a él, sin poseer el pensamiento y el cansancio de levantar un arma pesada, ellos sólo eran una estampida furiosa. Aioria no tuvo opción que defenderse y destruir algunos, sintió el temor que ellos sufrieran a causa de un golpe, pero más se llevó la sorpresa que, tras colisionar el puño en el rostro de uno, éste se vio hundido como si se trataran de muñecos de greda, quebrajándose fácilmente. Uno espectro se arrojó sobre la espalda del más joven, amarrándose a su cuello para tirarlo hacia atrás, así los demás tendrían la ventaja de hasta asesinarle, un par sujetaba de los brazos al indefenso león, sin embargo, un solo movimiento brusco con la extremidad derecha bastó para mandar a volar al que le sostenía desde la muñeca. Quizás un error, un trío de soldados corrían desesperados con una espada en mano directo a clavarla en cualquier parte de su cuerpo. Con una de sus piernas golpeó el brazo de uno de los atacantes y usando su anatomía como pared, corrió hasta dar una vuelta leve en el aire, eso burló el forcejeo de los ojos, dejando que recibieran terribles choques eléctricos provocados por el mismo guerrero dorado. Todo pintaba bien y fácil para aquél, hasta que ‘’algo’’ corrió hacia él a gran velocidad y lo golpeó con el mismo hombro, mandándolo a volar unos cuantos metros lejos de su sitio, con los pies intactos en el suelo y frenando el vuelo con una de sus manos en el pavimento, alzó la mirada hacia quien provocó ello y allí estaba, incorporándose lentamente; no lograba visualizar su rostro, un hombre que vestía de una armadura entre gris y blanca, pero en ninguna parte se veía la piel o articulación ¿Acaso él mismo era una armadura viviente? Lo que más yacía tatuado con lujo y detalle, eran plumas, y en el abdomen un rayo junto a una perla azul. De sus tobillos, eran notorias las plumas, como si al correr éste en cualquier momento volaría con la ayuda de ellas. ¿Lo que era cabello? Una especie de fuego o luz semi-blanca brotaba de su cabella y de casco, un par de semi-alas se hacían notar desde el sector de la sien. ━ Mira a quién tenemos aquí, el supuesto caballero ausente de Leo, hermano del caído guerrero más poderoso de los doce, pero mucho más débil y lento, Aioria.━ Con algo de ironía, el guerrero desconocido abría sus brazos junto a una suave inclinación elegante, como si se presentara ante el público de un teatro. ━ Su majestad.━ ━ ¿Y tú eres? ━ Con extrañeza e incorporándose hasta ponerse de pie, Aioria preguntó. ━ ¡Oh! Perdona mi imprudencia, soy Cilenio de Mercurio. Pero ¿Sabes? No mereces más detalles, porque aunque los sepas, no vivirás para contarlos. ━ Siempre burlesco, casi en un parpadeo se transporta arriba de un árbol, tomando asiento en la rama más baja. - ¿Tienes una idea de por qué? Apenas puedes defenderte a ti mismo y buscas vengar a tu hermano ¿Me equivoco? Pero eso no ocurrirá, como todo sueño de un pobre niño iluso. Quizás seas hábil para algunas cosas, pero tu velocidad me hace llorar de vergüenza. ━ Curiosamente tu nombre me sonó a ‘’silencio’’, pero ya veo que es el concepto que menos entra en tu cabezota de cemento.━ Luego de acabar, inició una caminata lenta y sin apuro hacia el contrincante. ━ Además de cargar con las cenizas de tu hermano, ¿Tendrás fuerza para cargar con las de tu muerte? ━ Eso fue lo último que dijo Cilenio antes de lanzarse al suelo y echarse a correr, la velocidad en la que iba era impresionante. Pero sin que eso le detuviera, Aioria inició la carrera. No obstante, se vio detenido por otros espectros, numerosos, se arrojaban al ataque. Pero un par de discos dorados salieron disparados hacia ellos, decapitando algunos y partiendo en pedazos a otros. Liberaba el camino al joven león y desde una gran altura, caía Elge, recibiendo aquellos instrumentos tan rápidos como ellos, por efecto de boomerang regresaron a sus manos. ━ ¡Síguelo, Aioria! ¡Yo los detendré! – Exclamó el guerrero a la vez que, con agilidad, acababa poco a poco con los vasallos. El más joven asintió y corrió tras el enemigo, quien llevaba mucha ventaja. Saltar cada edificio con precisión, esquivar a las personas que caminaban por las calles, temía extender una de sus manos para arrojar algún poder pero no deseaba dañar a los inocentes que vivían su noche en paz. Un solo tropezón arruinaría todo. Siendo guiado a un sector más desocupado, su rival desapareció de la vista, haciendo que éste se detuviera para observar a su alrededor. Nada lejos de la realidad, Cilenio corría de lado a lado y cada vez que tenía la oportunidad de acercarse, le brindaba un puro y fuerte golpe al más joven, empujándole por inercia hacia la misma dirección. Desde cualquier perspectiva uno sólo notaría como algo dorado rebota en distintos sectores. Presenciando el dolor en su más potente sentido de la palabra, cerró los ojos, Aioria siempre se consideró sumamente rápido, pero este sujeto le superaba en creces. ¿Sería capaz de ganar esta batalla? Nada era como las anteriores con los compañeros dorados. ‘’Aioria, despierta. ‘’ ¿Quién era el de aquella voz? No se trataba de algún conocido, ya que dichoso no lograba identificar. Una tonalidad tan suave y joven, le llenó el alma de valor y una fuerza increíble. No obstante, yacía lo suficientemente vulnerable como para no predecir los siguientes movimientos. El guerrero después de plantar un sólido golpe en el joven que lo mandó a volar hasta estrellarse en una de las edificaciones que rodeaba la calle, se detuvo unos metros más adelante, comenzando a reír con entusiasmo. ━ ¡Flojo mortal! ¡Un aspirante de sueños podridos! ¡El vengador más inútil! Tu hermano ha de sentir vergüenza en el infierno, porque allá está, los traidores van allí, sufren eternamente y sus lágrimas riegan los campos elíseos. No dudo que sus restos descompuestos siguen allí, tomaré su cabeza y la empalaré cerca de mi templo, y al otro lado la tuya, o quizás te deje vivo con una estaca atravesándote el cuerpo para que veas a tu bello hermano hecho un cadáver mal oliente. — Los escombros sepultaban a Aioria, este no mostraba señales de vida y más si su cosmos desapareció antes que el adversario iniciara su discurso. Cilenio, manteniendo esa actitud burlona, caminó hasta el sitio donde yacía el cadáver del joven caballero, pero toda felicidad se vio desecha cuando nada había allí, tomando estructura por estructura, el resultado era el mismo. Antes de siquiera poder voltear completamente, Aioria corría a sus espaldas hacia él. ━ Lightning Bolt!! — Pronunciado eso, un resplandor gigantesco salió de su puño y hundió al enemigo entre toda la pila destruida del edificio, sumando que gran parte de ella se hizo más añicos con el ataque del joven. ¿Cómo logró hacer eso y más aún, moverse tan rápido? Cilenio no se lo explicaba, pero tal como si no le afectara el daño, de un salto salió fácilmente del derrumbe. Hacia su frente yacía un guerrero enfurecido, sus ojos brillaban de un azul zafiro. Ese ya no era el Aioria de antes, jamás se mostró tan amenazante y mercurio se percató de ello, el miedo ante él y sabiendo que cualquier movimiento erróneo provocaría el ataque del muchacho, pero algo más increíble ocurrió, la llama de sus ojos desapareció y volvió en sí, ¿Estaba deseoso de recordar segundo a segundo la destrucción total de su enemigo? Así parecía, ya que luego de un intenso silencio incómodo, el león dorado inició su caminata. El ya enojado contrincante iba a comenzar su carrera hacia dichoso caballero cuando el tiempo simplemente se detuvo. El polvo levantado luego de que la última piedra cayera de la edificación destruida permaneció intacto, el viento que golpeaba las hojas de los árboles provocando que estás cayeran quedaron flotando en el aire, y el hombre que había intentado correr para atacar nuevamente, se detuvo en una posición casi como las estatuas hiper realistas de los museos. Aioria era el único no afectado por la burbuja temporal, éste mantenía su caminata hasta pasar por al lado de Cilenio, dónde se posicionó tras de él dándole la espalda y milisegundos luego de volver el tiempo a la normalidad, una tormenta de truenos cayeron sobre mercurio, quien rebotaba ante cada golpe con vehemencia, levitaba a causa de ello y parte de su armadura llovía casi encima de Aioria. Antes dejar que tocara el suelo como punto final, volteó rápidamente para colisionar un puño cargado de electricidad en el rostro del contrincante, por supuesto que como bala se disparó hacia la dirección. Como aterrizó levantando bastante tierra en el proceso casi enterrado en ella misma, demoró unos minutos antes de realizar movimiento alguno; una mano fuera del pequeño agujero y luego otra para lograr levantarse, no del todo, por lo menos quedar de rodillas en el suelo. Cilenio respiraba sumamente agitado, tocía en el proceso y volteaba a mirar hacia atrás, un terror inigualable se hacía presente en él y sus gimoteos a causa de este lograban ser oídos; Aioria en ningún momento dejó de acechar a su presa, luego del golpe, sus pies iniciaron el andar hacia el enemigo. Mercurio gateaba con dificultad hacia un árbol, mismo donde intentó ponerse de pie y con torpeza correr hacia el otro para nuevamente afirmarse, sus piernas casi no respondían. Cuando cayó al suelo, se giró hasta casi quedar sentado, mirando al joven león que ahora se detuvo frente a él. ━ Yo veía a los Santos de Athena como unos guerreros honorables y valientes, pero ¿Acorralarme e intentar matarme sin que yo pueda defenderme? ¡Cobardía! — Sin dejar que sus palabras provocaran algo negativo e impulsivo en él, generó una fuerte carga eléctrica en uno de sus brazos y lo estrelló sobre una de las piernas de Cilenio hasta cortarlo en dos. Los alaridos que su portador arrojaba eran dementes, junto al intento de huida, arrastrándose enérgicamente con la ayuda de sus brazos, dejaba un sendero de, no sangre, pero algo similar a la lava. Aioria avanzó hasta pisar en la articulación trasera de la rodilla, la cual dejó completamente dañada, lo suficiente para detenerle unos segundos, perfectos para tomarle del tobillo y acabar destruyendo la extremidad restante en una potente carga eléctrica, semejante a una bomba. El enemigo cayó al suelo de lleno, gritando por piedad mientras arañaba la tierra. ━ ¡Aléjate de mí, monstruo! ¡No puedes matar! ¡Athena te castigará! Perdona mi vida y deja que me marche, si aún te queda honor.— ━ La ley dicta no asesinar inocentes y violar la justicia. Sin embargo, tú no eres un inocente.— Aioria sujetó a Cilenio del cuello y sin levantarlo, posó la diestra en el rostro ajeno, los dedos extendidos, casi ocupando todo el espacio. Un resplandor azulado se generó en dicha fauce y, pequeñas cargas eléctricas se paseaban por la extensión de su brazo, se produjo una explosión de gran magnitud, pero fue más que suficiente para desintegrar la cabeza del enemigo, dando esté el último grito antes de morir. Elge notó que los vasallos se volvían polvo nuevamente, el caballero de leo lo había logrado y ya era tiempo de volver al santuario para contar la gran noticia, no tomando tanto tiempo hasta caer en la casa de aires. Lo demás, expectantes lo recibieron y de inmediato preguntaron por el caballero ausente, pero unos pasos a lo lejos junto a la imagen que varios se llevaron, dejó a varios en silencio y sorprendidos; no era más ni nada menos que Aioria, cargando en ambas manos las piernas cercenadas de Cilenio, aunque no eran más que piedra sólida. Las arrojó frente a ellos, los demás santos de oro apreciaban la estructura de las botas aladas que traía el ya difundo enemigo. Aioria, apuntando dichas, comenzó hablar. ━ Él fue uno de ellos y dijo ser caballero de Mercurio. Hay más, muchos más y peores. No podemos quedarnos aquí, atacarán a la tierra y debemos acabar con todos, uno por uno.— Tras acabar, el joven apretaba los dientes casi de forma imperceptible. ━ Aioria, no podemos salir de aquí, la ley del santuario lo dice y el patriarca también.— respondió anonadado aries. ━ Entonces iré solo e intenten detenerme si gustan. No cambiaré de parecer. — Dicho eso, se giró hasta darles la espalda y se fue por donde vino, hasta que un rayo de luz se lo llevó, probablemente siendo su paradero la tierra. Los demás santos guardaron silencio, ninguno se atrevió a opinar sobre la decisión que tomó el rebelde caballero, pero ellos temían lo peor. No querían que se repitiera lo mismo de hace diecinueve años atrás, pero Aioria hacía todo mucho más difícil y más ahora que una nueva amenaza había llegado a la tierra ¿Qué le deparará el destino al solitario león?
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