The Captain.
Tras mucha insistencia, Dustin consiguió Ralph y Dakota coincidieran en una salida con él. Había insistido en ir a los recreativos, pero Ralph había protestado y al final el plan había sido quedar a pie de las vías del tren y explorar por el bosque.
—¿Qué pensáis que vamos a encontrar?
Ante la pregunta de Dakota, Dustin encogió los hombros. Pero que Ralph hubiese propuesto ese lugar no era capricho y no contarles la verdad sería absurdo..
—A los niños desaparecidos —respondió—. Debéis haberlo visto en las noticias… Ya van cinco, el último fue hace unas noches. Nadie está buscando por el sitio correcto. Pero yo… creo que… Sé que suena a locura, y peligroso, pero… ¿Estáis conmigo?
—Obvio. No me pierdo una aventura —respondió la chica de momento.
—Las cloacas —musitó Dustin, poco convencido—. Ahí está la mierda de toda la ciudad. Y ratas. No me gustan las ratas. Pero está bien, si fuese yo, querría que me encontrasen.
Mientras tanto, Cao escuchó unas voces y se asomó desde lejos, cauteloso. Al comprobar que eran tres niños se fijó un poco más y reconoció a su amigo Dustin entrando a las cloacas.
Dejó la bicicleta en un sitio más o menos seguro y los siguió a unos cuantos pasos de distancia. Esperó el momento adecuado y cuando todos se quedaron en silencio, gritó:
—¡Manos arriba, policía!
El grupo entero se sobresaltó, incluso los gritos de Dustin resonaron como un eco por todo el alcantarillado, hasta que comprobó que se trataba de su fiel amigo.
—¡Cao, tío! ¡Es DobleC! Te he hablado alguna vez de él, ¿te acuerdas? —ante su pregunta, Ralph asintió—. Tío, ¿qué haces aquí?
—¿Yo? ¡Más bien qué haces tú! Espero que tengáis una base secreta por aquí porque sino vaya ganas de meterse en este agujero.
Como si de una señal se tratase, un zapato flotó por el agua desde el túnel hasta sus pies. Dustin se echó a un lado para tratar de evitarlo. Sin embargo, Ralph lo cogió y lo alumbró.
—Es… es de Georgie —anunció entonces Ralph, alzando el calzado para que vieran el nombre grabado en la suela, algo emborronado por el agua.
En ese momento se escuchó una risa, de modo que las linternas alumbraron en esa dirección. El agua residual se agitó y el ruido de unos pasos resonaron con el eco.
Cao se paró en seco, volviendo a sentir el mal rollo que le había dado al encontrarse con ellos y de repente le costaba respirar. Ante él empezaron a salir burbujas del agua y retrocedió rápidamente, asustado. De repente tenía ante él a su ex-jefe, El Capitán.
—¡No! —gritó, retrocediendo aún más rápido—. ¡Nos va a matar! ¡Corred, nos va a matar!
El Capitán era un capo de la mafia de armas que había estado casi tres años maltratándolo para sus propósitos. Le había dejado en la calle, le había agredido, lo había tratado como a una basura y lo había metido en toda clase de líos hasta que Jason, su tutor, se encargó de él. En teoría estaba muerto pero en ese momento no podía razonar. Sólo veía a la forma de todos sus miedos delante de él, aproximándose, y estaba a punto de desmayarse en consecuencia.
—Eh, Cao, no hay nada, no hay nadie. Joder. Se le ha ido la olla. —Dakota le miró con una mueca, sin entender qué le ocurría—. Nada, no hay nada. ¿Ralph?
Ralph miró al punto exacto al que el chico miraba, pero ahí no había nadie. Tenía claro que no fingía, podía ver el horror en sus ojos, pero a la vista saltaba que estaban solos.
—¿Sabes si tiene alguna enfermedad mental? —preguntó a Dustin.
—¿Qué? ¡No tío! ¿Qué le pasa? ¡CAO REACCIO-…!
No terminó de hablar cuando, de pronto, una sensación espeluznante le recorrió la columna, al igual que sucedió al resto. A espaldas del grupo, un globo rojo flotó en su dirección, reventando cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellos. A su vez, las linternas se apagaron de golpe y una risa siniestra resonó como un eco.
—¿Vosotros también vais a flotar?
—¡¿Quién está ahí?! —gritó Dakota a tientas—. Ralph, es hora de poner en marcha un plan. Joder, ¿Qué hacemos?
—Ralph —lo aludió también Cao una vez se sobrepuso, esperando que el chico listo tuviese un plan—. Tenemos que salir de aquí. Ya.
La primera reacción de Ralph fue entornar los ojos en un intento de ver algo. Pero, sin lugar a dudas, lo peor fue la risa. Ya la había oído con anterioridad y sabía qué implicaba aquello.
—¡¡RALPH!! ¡DI ALGO! —insistió también el metamorfo.
—Nos vamos, ¡YA! —dijo el aludido por fin, agarrando sin mucho tacto a Cao para empujarle y hacerle correr.
Justo en ese momento cierta visibilidad se hizo notoria en las alcantarillas y todos pudieron ver la grotesca escena de un payaso que los miraba con una sonrisa espeluznante en los labios y que, de pronto, corrió hacia ellos entre risas desquiciadas.
—¡MIERDA! —gritó histérico Dustin—. ¡¿QUÉ ES ESO?!
Sin pensarlo, agarró la mano de Dakota y tiró para huir, mientras Ralph luchaba por hacer lo propio con Cao, quien cogió la primera piedra que tuvo a mano para lanzarla con todas sus fuerzas hacia el payaso, acertando en su ojo y clavándose en él.
—¡Ven a por mi! ¡Vamos!
El impacto de la piedra lo frenó, mirando al niño como si una terrible decepción lo inundase, incluso esbozó un puchero. Nada más lejos de la realidad, la arrancó y dejó al descubierto el hueco donde antes estaba el ojo, chorreante de sangre, lo que le daba una estampa bastante grotesca.
—Tú… flotarás —advirtió, dando grandes zancadas hacia él, como si sus piernas estuviesen hechas de un material completamente elástico.
De pronto, un rugido animal resonó por encima de todo, tratándose de Dustin, que se había transformado en un lobo para morder una de las piernas del payaso, aunque pronto recibió una fuerte patada que le hizo caer varios metros atrás. En ese momento intervino Ralph, con un viejo bate de béisbol entre las manos, y golpeó al ente diabólico con fuerza en la cabeza.
—¡Coged a Dustin! ¡Rápido! —advirtió—. Es ahora o nunca.
Rápidamente, Cao y Dakota fueron a por su amigo metamorfo y, aprovechando que el ente había retrocedido gracias a la intervención de Ralph, huyeron despavoridos de la zona, entre gritos de terror.
El mismo terror del que eso se alimentaba para hacerse más fuerte.
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Ramiro Ledesma Ramos, ¿Un Nacional-Bolchevique?
http://juanantoniollopart.wordpress.com/2009/07/09/ramiro-ledesma-ramos-%C2%BFun-nacional-bolchevique/
Hablar hoy sobre el Nacional-Sindicalismo y sobre su fundador Ramiro Ledesma Ramos, es cuanto menos dificultoso. Lo es fundamentalmente porque a casi treinta años de la muerte de Franco, los historiadores oficiales, los medios de comunicación y las gentes más rencorosas -ya sean de derechas o de izquierdas-, faltas de rigor histórico, siguen vinculando erróneamente, falsamente y en algunos casos intencionadamente, al Nacional-Sindicalismo con el régimen de Franco.
Desde el 19 de abril de 1937 con la aprobación del Decreto de Unificación con que Franco y Serrano Súñer crearan ese híbrido denominado FET y de las JONS, resonó en la vida de los españoles aquella consigna de “por Dios, España y su Revolución Nacional Sindicalista”, y aunque ciertamente hubiera mucho de “por Dios” y mucho de por “SU” España, nada hubo de Revolución Nacional-Sindicalista. El pueblo español vivió envuelto durante casi cuarenta años de parafernalia Nacional-Sindicalista, pero sin la esencia, el espíritu y la ideología Nacional-Sindicalista; todo lo que fue presentado como tal fue falseado por los elementos del naciente régimen: tecnócratas del Opus Dei, monárquicos y derechistas reaccionarios, amparados todos ellos por la Iglesia Católica y el Ejército.
Mientras, los auténticos Nacional-Sindicalistas eran condenados al silencio. Manuel Hedilla, II Jefe Nacional de FE de las JONS, Ruiz Castillejos, de los Santos, Chamarro, eran condenados a muerte. Félix Gómez y Ángel Alcázar de Velasco, a reclusión perpetua. Otros, a varios años de cárcel… su delito: oponerse al Decreto de Unificación y al falseamiento del Nacional-Sindicalismo.
Algunos Nacional-Sindicalistas creyeron que desde dentro del régimen del general Franco conseguirían influir en él. Otros, los más decididos en la acción y en el compromiso optaron por la lucha clandestina [1], y los más, aceptaron la Unificación. Esta última actitud era comprensible en una organización que se vio incrementada de forma exagerada por elementos provenientes de partidos derechistas y reaccionarios, los cuales pretendían utilizar al Nacional-Sindicalismo como trampolín político, así como para convertirlo en la guardia de la porra de los intereses de la burguesía.
Es indudable que si Ramiro Ledesma Ramos hubiese sido comprendido cuando acusaba a FE de las JONS de condescendiente con la derecha, si José Antonio hubiera aceptado las críticas de Ramiro y no hubiese tardado tanto en comprenderlas [2], el destino del Nacional-Sindicalismo habría sido con toda seguridad otro. Ambos murieron asesinados por el Gobierno del Frente Popular, pero ambos fueron asesinados día tras día, año tras año por el régimen de Franco y después de éste, por todos aquellos que con su camisa azul, sus correajes y su brillantina hicieron de la chulería, el matonismo y el derechismo su base de acción, actitud ésta, que nada debe de envidiar a la que años atrás tuvieron en Salamanca individuos tales como Dávila, Aznar o Garcerán.
Ramiro Ledesma Ramos, ¿Un nacional-bolchevique?
Si como he indicado en anteriores ocasiones, el Nacional-Bolchevismo es la unión armónica entre las concepciones más radicales de lo nacional y lo social, evidentemente podemos afirmar que Ramiro Ledesma Ramos era un Nacional-Bolchevique. “He aquí esas dos palancas: una la idea nacional, la Patria como empresa histórica y como garantía de existencia histórica de todos los españoles; otra, la idea social, la economía socialista, como garantía del pan y del bienestar económico de todo el pueblo” [3] afirmará con rotundidad Ramiro.
Desde un principio, Ramiro y sus Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.) aspiraron a atraerse a los trabajadores hacia la causa nacional, y es que los jonsistas querían “dotarse de una ancha base proletaria”. Esta inquietud era fiel reflejo de su extracción social: proletarios, campesinos e intelectuales de corte radical, con ímpetu revolucionario frente al orden burgués. Uno de los constantes temores de Ramiro, una de sus preocupaciones más dolorosas era que confundieran al jonsismo “con una frívola y vana tarea de señoritos”.
Con las JONS nacía en España, en palabras de Ramiro “un movimiento político, de entraña nacional profunda y grandes perspectivas sociales, mejor dicho, socialistas” [4]. Ramiro tiene muy claro cual es el papel de las derechas y no duda en acusarlas como uno de los males mayores que atenazan a su pueblo, al tiempo en que no duda tampoco en denunciar el patriotismo zarzuelero, “hace ya mucho tiempo que sabemos bien a que atenernos respecto el “patriotismo” derechista, sobre todo al de las fuerzas más directamente clericales y ligadas a las sacristías. Cada día es más evidente en nosotros la sospecha de que la debilidad nacional de España se debe en gran parte al “patriotismo inoperante, falso y sin calor” que hasta ahora ha regido, incubado y orientado en el sector derechista” [5].
En Ramiro el destino de la colectividad siempre va unido a una justa distribución de la riqueza, “El sometimiento de la riqueza a las conveniencias nacionales, es decir, a la pujanza de España y a la prosperidad del pueblo” [6]. Siempre en los jonsistas hubo claras consignas sociales y económicas: “¡Con nosotros, pues los trabajadores; A nacionalizar la banca parasitaria; a nacionalizar los transportes; a impedir la acción de la piratería especuladora, y a exterminar a los grandes acaparadores de productos” [7]. El Nacional-Sindicalismo jonsista tenía muy claro cuales debían de ser las aspiraciones básicas de la colectividad: “Las JONS piden y quieren la nacionalización de los transportes, como servicio público notorio; el control de las especulaciones financieras de la alta banca, garantía democrática de la economía popular; la regulación del interés o renta que produce el dinero empleado en explotaciones de utilidad nacional; la democratización del crédito, en beneficio de los sindicatos. Agrupaciones comunales y de los industriales modestos; abolición del paro forzoso, haciendo del trabajo un derecho de todos los españoles, como garantía contra el hambre y la miseria; igualdad ante el Estado de todos los elementos que intervienen en la producción (capital, trabajos y técnicos), y justicia rigurosa en los organismos encargados de disciplinar la economía nacional; abolición de los privilegios abusivos e instauración de una jerarquía del Estado que alcance y se nutra de todas las clases españolas” [8]. Tales eran pues, las consignas de las JONS. ¿Alguien puede dudar de su rotundidad y de su espíritu popular y revolucionario?
Ramiro, al igual que otros pensadores Nacional-Bolcheviques de la época, no duda en criticar al fascismo cuando éste gira a la derecha. De él afirma “…ha machacado, en efecto, las instituciones políticas de la burguesía y a dotado a los proletarios de una nueva moral y de un optimismo político… pero, ¿ha machacado asimismo o debilitado siquiera las grandes fortalezas del capital financiero, de la alta burguesía industrial y de los terratenientes en beneficio de la economía general de todo el pueblo?, y además, ¿va realmente haciendo posible la eliminación del sistema capitalista y basando cada día más el régimen de los intereses económicos de las grandes masas” [9]. Indudablemente con tales afirmaciones es comprensible y lógico que Ramiro fuera silenciado y marginado por el régimen de Franco, puesto que como es sabido por todos, éste se apoyo para asentarse en el poder precisamente en estas grandes fortalezas del capital financiero a las que hace referencia Ramiro.
Para Ramiro y sus JONS eran totalmente condenables los fascismos de opereta, “grupos sin dimensión profunda, artificiosos, que importan el fenómeno fascista como quien importa un género de moda cualesquiera” [10]. Y se muestra duro, muy duro, con estos movimientos fascistas de importación al afirmar que: “Allí está Mosley con sus camisas, su partido fascista y sus sueños mussolinianos; como aquí Primo de Rivera, con otro equipo de igual naturaleza… tienen un caudillo, un Duce aristócrata, millonario, que gasta sus cuartos en organizar el Partido. Así Mosley, el inglés, que es Sir, multimillonario y extravagante. Así Primo de Rivera, el español, que es Marqués de Estella, millonario y extrafino. Así Starhemberg, el austríaco, que es príncipe, millonario y todo lo demás. Todos ellos son movimientos blandos, pastosos, algodonosos, de buenas formas, aspirantes a implantar un llamado Estado Corporativo… Se caracterizan también por su tendencia notoria a desconocer toda angustia popular pues se incuban en medios sociales de privilegio, y están ligados a todas las formas reaccionarias de la sociedad” [11].
Ramiro también adquiere compromiso revolucionario con el campo español. Sus palabras son balas dialécticas contra el capitalismo rural: “Españoles Campesinos: la tierra es la nación. El campesino que la cultiva tiene derecho a su usufructo. El régimen de la propiedad agraria hasta ahora imperante ha sido un robo consentido y perpetrado por la Monarquía y sus hordas feudales. ¡Campesinos: ciento cuarenta y siete grandes terratenientes tienen en sus manos más de un millón de hectáreas de tierra! Toda la tierra es vuestra. ¡Exigid su nacionalización!” [12].
Estas afirmaciones asustarán a las mentes bienpensantes de la derecha y de la extrema derecha. Muchas de estas propuestas están totalmente olvidadas por los partidos tradicionales de la izquierda, e incluso abandonadas por los izquierdistas más radicales.
“¡Viva el mundo nuevo! ¡Viva la España que haremos!”. Tales eran las consignas y los gritos jonsistas. Eran sin lugar a dudas proclamas nuevas, gritos de esperanza, pero sobre todo, gritos de revolución. Sí, de revolución, porque eran hombres hartos de un mundo podrido, lleno de injusticias, de explotados y de explotadores, de ricos cada vez más ricos y de pobres cada vez más pobres. Había una necesidad imperiosa, popular y revolucionaria: subvertir el orden burgués. Y en esa tarea luchaban las JONS. Ramiro supo imprimir ese espíritu entre sus camaradas, los cuales comprendían la necesidad de distanciarse de la vulgaridad burguesa, de rehuir todo lo viejo y de todo lo caduco.
Así la primera tarea del Nacional-Sindicalismo “fue la de enlazar esos dos ingredientes sueltos: lo nacional y lo social, la Patria y el Trabajo. Nadie piense que la adopción del término a la vez encantador y polémico, de la revolución nacional-proletaria, fuese en los fundadores obra de táctica reflexiva y cauta, sino consecuencia inmediata de vivir profunda y entrañablemente la historia de nuestro tiempo” [13]. Estas palabras de Pedro Laín Entralgo nos aproximan nuevamente a la aspiración jonsista de lo social y de lo nacional.
Los Nacional-Bolcheviques preferían una alianza o acercamiento con la Rusia soviética, antes que con las democracias occidentales, como Gran Bretaña, hecho que los diferenciaba claramente de los planteamientos de Hitler.. Y en este contexto, de nuevo debemos recurrir a Pedro Laín Entralgo cuando afirma: “Como observó con vista zahorí Ramiro Ledesma, el comunismo soviético va convirtiéndose cada vez más en un nacional-comunismo. Stalin está haciendo el viraje de la revolución mundial proletaria de Lenin a la revolución nacional rusa” [14]. Estas palabras pueden parecer exageradas, pero Ramiro en diversas ocasiones hace afirmaciones parecidas: “Rusia, con su régimen nacional-comunista, con moral de guerra, archiarmada, en pleno experimento de gigantescas subversiones sociales, no es ya, desde luego, el país revolucionario que conspira cada día por la revolución mundial” [15]. O cuando afirma: “es la rotunda eficacia del Estado soviético, que ofrece al pueblo ruso, de un modo coactivo e indiscutible, la posibilidad de tomar augusta disciplina nacional. Hoy Stalin asegura su plan económico esgrimiendo la furia nacionalista rusa” [16].
Esta claro que Ramiro no era en absoluto comunista, y el mismo nos aclara el porqué: “Frente al comunismo, con su carga de razones y eficacias, colocamos una idea nacional, que él no acepta, y que representa para nosotros el origen de toda empresa humana de rango airoso. Esta idea nacional entraña una cultura y unos valores históricos que reconocemos como nuestro patrimonio más alto” [17].
Ramiro, Falange y la escisión.
El 13 de febrero de 1934 se sellaba entre las JONS de Ramiro y la FE de José Antonio el acuerdo de fusión.
Esta unión nacía con fuertes discrepancias entre los propios jonsistas. Dentro de su seno coexistían dos posturas, la de oponerse a dicha unión debido al temor y a la desconfianza hacia los falangistas por considerarlos demasiado derechizados y la de aceptar el acuerdo con los falangistas por creer que ambas organizaciones se verían fortalecidas y se enriquecerían. La opción triunfante fue la segunda. Nada más conocer la decisión del Consejo jonsista, su dirigente gallego, el antiguo comunista Santiago Montero Díaz, enviaba una carta a Ramiro dándose de baja de la organización.
Así pues, se concretaba una fusión marcada por la disidencia. De hecho nadie podrá negar que dentro de FE existían núcleos fuertemente derechizados con una fuerza relevante dentro del movimiento.
Pero cierto es también, que dentro de FE existían igualmente reticencias ante la fusión, pues no olvidemos que en su seno convivían monárquicos, derechistas, auténticos revolucionarios y algún que otro futuro militante carlista -Ricardo Rada-. La principal preocupación de los falangistas era la fuerte carga social que imprimían los jonsistas, en especial su radicalidad en lo económico. Temían la proletarización de FE.
Cabría aquí recordar que uno de los puntos de fusión entre las JONS y Falange Española apuntaba lo siguiente: “Se considera imprescindible que el nuevo Movimiento insista en forjarse una personalidad política que no se preste a confusiones con los grupos derechistas” [18].
El 16 de febrero salía el primer número de La Patria Libre. Ramiro, junto con otros antiguos jonsistas se habían separado de Falange Española. Con esta nueva publicación pretendían seguir en la brecha política desde el prisma antiburgués y Nacional-Sindicalista revolucionario de las primitivas JONS.
Los valedores de la “verdad joseantoniana” no dudaron, ni dudan, en desprestigiar a Ramiro, a sepultarlo en la más falaz crítica. Fue acusado de envidioso, fue ridiculizado por el propio José Antonio al avisar sobre ciertos “Gevolucionarios” en alusión al pronunciamiento de Ramiro de las erres. En la mayoría de los libros sobre el Nacional-Sindicalismo escritos por falangistas, Ramiro es considerado como un actor secundario del Nacional-Sindicalismo, al cual se le pierde el rastro tras la escisión -para los falangistas expulsión (sic)-.
Así nos encontramos con afirmaciones como esta de Francisco Bravo: “Ramiro no supo portarse con decoro suficiente”. El franquista Ximénez de Sandoval, apunta: “Ledesma tenía el erróneo concepto de creer necesario para una Revolución Nacional el tipo de jefe proletario…, de poseer justa soberbia creadora” [19]. Pero si hay alguien que merece un comentario aparte ese es Raimundo Fernández Cuesta, uno de los principales culpables de la derechización de la Falange durante tantos años, el principal lacayo de la Falange franquista y el que unió a la Falange codo con codo a la extrema derecha más reaccionaria durante la transición española; este sujeto escribe en una carta fechada el 9 de febrero de 1942 lo siguiente: “El episodio de la expulsión (sic) de Ramiro tiene su origen en la envidia personal que sentía por José Antonio, nacida quizá de las diferencias de origen, ambiente y educación. Era la expresión en la Falange de la lucha de clases, que en España amenazaba todas las actividades. Eso unido a la difícil situación económica de Ramiro, le hacía apto para ser instrumento de los partidos derechistas, que deseaban sembrar cizaña en nuestras filas” [20]. En resumen, para el que fuera III Jefe Nacional de Falange Española, Ramiro, el fundador y principal teórico del Nacional-Sindicalismo, no era más que un envidioso y un pobre hombre comprado por las derechas para provocar el descalabro en el movimiento falangista.
Existen numerosas opiniones sobre la escisión de Ramiro, pero quizás sería más correcto leer lo que el propio Ramiro afirmó acerca de la escisión: “Quien creyere que nuestra ruptura con Falange Española obedecía al mero capricho y que carecía de dimensiones profundas padece una equivocación notoria. Nosotros, los jonsistas, hemos observado las limitaciones dichas, hemos visto con claridad que era llegada la hora de cambios radicales en la orientación, en la táctica, y en los dirigentes y, como nada de eso podía lograrse allí, hemos dado de nuevo vida a las J.O.N.S.” [21].
Durante un cierto tiempo los enfrentamientos verbales e incluso físicos entre algunos matones de FE y los seguidores jonsistas de Ramiro fueron constantes. “No hay día en que alguno de los dirigentes de las J.O.N.S. no sea provocado en la calle por alguno de los diez o doce rufianes asalariados de que dispone [Primo de Rivera]“, “los ataques que los dirigentes falangistas han lanzado a los de las J.O.N.S. son propios, dijimos y repetimos, de seres rufianescos, de seres residuales, que viven a extramuros de toda solvencia moral y de todo propósito limpio” [22].
El propio Francisco Bravo reconoce en su libro José Antonio. El hombre. El Jefe. El Camarada, pág. 83, que la venta y distribución de La Patria Libre fue perseguida por los falangistas, al mismo tiempo que afirma que “José Antonio evitó que alguno de los nuestros, excitado por los ataques injustos del fundador de las J.O.N.S., le pegase un tiro”. Lastima que Bravo no nos indique quien de “los suyos” era de pistola fácil con el líder jonsista.
Ramiro nunca quiso responder a los ataques falangistas y siempre cuando se vio obligado a hacerlo, lo hizo desde las páginas de La Patria Libre.
Lo cierto es que Ramiro, junto a Onésimo Redondo, Manuel Mateo y Álvarez de Sotomayor se reunieron en la cafetería Fuyma para comentar la situación de FE de las JONS. En dicha reunión tanto Onésimo como Mateo apuntaron la necesidad de hacer algo, puesto que la situación era angustiosa. Según Martínez de Bedoya “José Antonio estaba rodeado de señoritos, que ocupaban cargos, celosos de sus competencias, y que incluso se habían fijado sueldos”. La decisión de los cuatro reunidos fue la de separarse de Falange Española y reorganizar las JONS. Para ello Mateo aseguraba el apoyo decidido de la CONS (Central Obrera Nacional-Sindicalista), lo que unido a la adhesión de la delegación más fuerte, la de Valladolid de Onésimo Redondo, daba ciertas garantías de éxito. La verdad es que una vez convencido Ramiro, que era el más reticente de los cuatro a la separación, sólo Álvarez de Sotomayor acabó secundando lo allí decidido. Mateo se desdijo y fue nombrado (¿como premio?) por José Antonio jefe de la CONS.
Onésimo Redondo decidió a última hora mantenerse a las órdenes de José Antonio, olvidándose de lo acordado con Ramiro. ¿Fue ésta una estrategia de los falangistas para apartar a Ramiro y a sus más inmediatos colaboradores de la organización? Pocos fueron los que siguieron a Ramiro -Martínez de Bedoya, Gutiérrez Palma, Poblador-, de nuevo se unió a su lucha Montero Díaz. Pero lo que verdaderamente importaba era que la bandera del Nacional-Sindicalismo revolucionario volvía a estar alzada.
Ramiro prosiguió su actividad política y ni las agresiones a sus militantes por parte de los falangistas, ni el asalto a su local social de la calle Amaniel en Madrid por camorristas al mando de Aznar y Valcárcel, ni las constantes descalificaciones hicieron mella en él y sus camaradas.
Es necesario apuntar, también, que Ramiro nunca fue muy bien visto por los joseantonianos, y sabemos que esta aseveración encolerizará a los “puristas” de la Falange. Pero lo cierto es que sin Ramiro el Nacional-Sindicalismo no existiría, y esa es la verdad. José Antonio ayudó a dar cuerpo al Nacional-Sindicalismo -esencialmente durante los últimos meses de 1935 y hasta que cegaron su vida el 20 de noviembre de 1936, pero sin el asentamiento y las bases de Ramiro, Falange no habría sido más que una vulgar organización ultraderechista.
No sería justo no aceptar críticas hacia Ramiro, pues es indudable que como todos erró algunas veces. Pero cuando estas críticas son tendenciosas o cuando estos ataques hacia él sólo demuestran un desconocimiento profundo de sus ideas, no es tan sólo lamentable sino condenable.
Así en la revista Sindicalismo en la que colaboraron entre otros Sigfredo Hillers de Luque, aparece dentro del capítulo “Charlas de la Ballena Alegre” un recuadro titulado “El sindicalismo de Ramiro Ledesma Ramos”, -este artículo aparece reproducido 28 años después, sin ningún tipo de comentario o de corrección en el número 22, correspondiente a los meses de mayo-julio de 1992 de la revista No Importa, órgano de Falange Española Independiente, por lo que creo aprueban lo allí expresado- en el que se afirma lo siguiente: “El Nacional-Sindicalismo de Ramiro Ledesma y el de José Antonio de 1935, poco o nada tienen que ver entre sí… la separación de Ramiro de la Falange, independientemente de los problemas personales (que los hubo) y por los que se pretende explicar todo, se debió sin duda alguna a que José Antonio y Ramiro, aún hablando con las mismas palabras, querían cosas diferentes… Frente a la progresiva radicalización fascista de Ramiro, está la progresiva radicalización sindicalista de José Antonio”. Es evidentemente una opinión, falangista, por supuesto, pero carente de toda credibilidad en lo que concierne al progresivo fascismo de Ramiro, el cual no duda en afirmar: “No pretenden ya (los jonsistas), tanto él (Ramiro) como sus camaradas, organizar, ni remotamente el fascismo. Lo que en las viejas JONS había de fascismo lo recoge hoy Primo de Rivera, sobre todo en sus propagandas últimas. Aquellos entienden que su misión es otra”. 123).
Ramiro y los sindicalistas de la CNT.
En los escritos de Ramiro son constantes los comentarios y las afirmaciones favorables hacia ciertos sectores de la C.N.T. Así en el número 14 de La Conquista del Estado, aparece una página entera dedicada al Congreso Extraordinario de la C.N.T. y en la cual afirma Ramiro: “Hemos de estar junto a la C.N.T. en estos momentos de inmediata batalla sindical, en estos instantes de ponderación de fuerzas sociales. Así creemos cumplir con nuestro deber de artífices de la conciencia y de la próxima y genuina cultura de España”.
En el número 11 de dicha publicación aparece también publicado un diálogo entre Ramiro y Álvarez de Sotomayor, miembro por entonces de la C.N.T., en el cual el dirigente jonsista afirma: “Los Sindicatos únicos -C.N.T.- movilizan las fuerzas obreras de más bravo y magnífico carácter revolucionario que existen en España. Gente soreliana con educación antipacifista y guerrera… cuando llegue el momento de enarbolar las diferencias radicales, nosotros lo haremos; pero mientras tanto, los consideramos como camaradas y en muchas ocasiones dispararemos con ellos, en afán de destrucción y de muerte contra la mediocridad y la palidez burguesas”.
Dentro de la C.N.T. no faltaron las disidencias y las escisiones, provocadas en gran medida por las discrepancias entre los sindicalistas revolucionarios y los comunistas libertarios de la F.A.I., ello posibilitó más contactos y encuentros con elementos del Partido Sindicalista de Ángel Pestaña, y con agrupaciones locales cenetistas.
Ramiro hace desde las páginas del número 3 de La Patria Libre un llamamiento “al grupo disidente de la C.N.T., a los treinta, al Partido Sindicalista que preside Ángel Pestaña.. A los posibles sectores marxistas que hayan aprendido la lección de octubre, a Joaquín Maurín y a sus camaradas del Bloque Obrero y Campesino”, a los que les dice: “Romped todas las amarras con las ilusiones internacionalistas, con las ilusiones liberal burguesas, con la libertad parlamentaria. Debéis saber que en el fondo esas son las banderas de los privilegiados, de los grandes terratenientes y de los banqueros. Pues toda esa gente es internacional, porque su dinero y sus negocios lo son. Es liberal, porque la libertad les permite edificar feudalmente sus grandes poderes contra el Estado Nacional del Pueblo. Es parlamentarista porque la mecánica electoral es materia blanda para los grandes resortes electorales que ellos manejan: la prensa, la radio, los mítines y la propaganda cara” [24].
Fue un llamamiento de FRENTE UNIDO CONTRA EL SISTEMA y a él acudieron numerosos dirigentes y militantes de base de la C.N.T. y de partidos de extrema izquierda, entre ellos, Guillen Salaya, Nicasio Álvarez de Sotomayor, Olalla, Pascual Llórente, Enrique Matorras, José Guerrero Fuensalida; Luis Ciudad… entre otros. Todos ellos entendieron las consignas jonsistas de unir lo nacional y lo social. Juntos alzaron la bandera de la revolución proletaria nacional.
Evidentemente, y lamentablemente, hoy la C.N.T. dista mucho del compromiso revolucionario que demostraron años atrás sus camaradas, pero estamos seguros que a pesar de ello, dentro de sus filas seguirán habiendo gentes que luchen por el verdadero sindicalismo revolucionario.
Ramiro y Europa.
No sería en absoluto gratuito afirmar que hoy Ramiro sería un convencido entusiasta europeísta. Desde el fin de la II Guerra Mundial ha quedado claro que la independencia y autarquía de pequeños espacios nacionales está condenada al fracaso; y sólo en los grandes espacios geopolíticos se puede articular una alternativa global. Ello unido a la unificadora raíz cultural de los europeos, hace de EUROPA un atractivo proyecto en común.
Y esto lo entendió perfectamente Ramiro cuando se pregunta: “¿No es llegada la hora de que España mire y perciba los campamentos europeos? ¿No es ya de todo punto imprescindible que España entre en la realidad europea? Porque eso queremos” [25].
¿Alguien puede dudar de la vocación europea de Ramiro? Repito, hoy Ramiro sería un fervoroso europeísta, un eurorevolucionario, y eso a pesar de todos aquellos supuestos Nacional-Sindicalistas actuales que siguen encerrados, en pleno del siglo XXI, en el coto privado de “SU” España.
Muerte, silencio y memoria.
El día 29 de octubre de 1936 era asesinado Ramiro Ledesma Ramos, su delito no fue otro que ser el fundador del Nacional-Sindicalismo. La justicia del Frente Popular y de sus milicias anarco-comunistas consistía en “pasear a los fascistas” [26], nada que envidiar a aquellos, que prostituyendo la camisa azul, cambiaron su filiación japista (de las JAP), por la de falangista y se dedicaban a “pasear a los rojos”. Los sueños y las aspiraciones de Ramiro murieron con él, su deseo de unir lo nacional y lo social se quedaría en un bello y heroico gesto. En frente de su casa natal de Alfaraz, provincia de Zamora, se erigió el único recuerdo a la memoria del fundador del Nacional-Sindicalismo. Un monolito triste, sencillo y pobre, inaugurado 25 años después de su asesinato, en él se puede leer: “La Falange de Zamora a Ramiro Ledesma Ramos. 29 de Octubre de 1936 – 29 de Octubre de 1961″. Este fue el homenaje del régimen franquista al líder jonsista. Seguramente, este “olvido” del régimen fue lo mejor que le podía haber pasado a Ramiro y a su ideología.
Un olvido que alcanzó no sólo a la figura de Ramiro Ledesma, sino también a sus escritos, sus artículos periodísticos, sus obras completas nunca editadas [finalmente fueron editadas en su centenario por Ediciones Nueva República, n.d.a.]. Incluso, ya sabemos que este “olvido” llegó al ocultamiento de iniciativas políticas impulsadas por Ramiro después de la fusión con Falange y tras su salida de ella. Por ejemplo, el 14 de enero de 1935 nacía en Barcelona un nuevo partido político. Su lema: “El interés general por encima del interés particular”. Sus promotores: los jonsistas José Ma Poblador Álvarez y Emilio de Lasarte Rouzart. Sus fines:
Queremos: La rotunda unidad geográfica y política de España.
Queremos: El sometimiento de todas las actividades económicas, elementos de riqueza y de las personas a las conveniencias nacionales, es decir: A la pujanza de España y a la prosperidad del pueblo.
Queremos: la eliminación de los partidos internacionales cuyos fines representan la destrucción de España.
Queremos: la sindicación obligatoria de todos los productores, dentro de un estado Nacional-Sindicalista como base de la unanimidad social española.
Queremos: que el Estado garantice a todos los trabajadores el derecho al pan, a la justicia y a la vida digna.
El nombre de este nuevo partido, que contaba con el apoyo y consentimiento de Ramiro Ledesma Ramos, era Partido Español Nacional Sindicalista (P.E.N.S.).
El P.E.N.S. no realizó prácticamente actividades. Los acontecimientos se precipitaron, el pueblo español se encaminaba hacia una inevitable guerra civil. Fue uno de los últimos intentos jonsistas de mantener unificadas esas dos palancas de las que hablaba Ramiro, la nacional y la social, mejor dicho, socialista.
Muchos son los militantes de la extrema derecha que ensalzan y vitorean a Ramiro por sus exaltaciones anticomunistas y patrióticas, pero estos mismos elementos cierran los ojos ante sus proclamas sociales y proletarias; ante sus críticas al nacionalismo patriotero reaccionario y ante su profundo sentido de superación de las viejas ideas caducas.
Cualquier persona conocedora de las propuestas Nacional-Bolcheviques de los años treinta, verá en las ideas y palabras de Ramiro, al genuino representante español de esta tendencia.. Y ciertamente, queda claro que para los jonsistas la conjugación de lo social y de lo nacional significó la unión de voluntades revolucionarias procedentes de la derecha y de la izquierda, ansiosos todos ellos de una nueva España y de una nueva concepción de la comunidad popular.
Fueron sin lugar a dudas los primeros Nacional-Bolcheviques españoles y tal como diría el propio Ramiro Ledesma Ramos al final de su genial ¿Fascismo en España?, “tanto a él como a sus camaradas les venía mejor la camisa roja de Garibaldi que la camisa negra de Mussolini” [27].
Notas:
[1] A finales de 1939 se intentó reorganizar en la clandestinidad FE JONS. Entre otros participaron: Emilio Rodríguez Tarduchy, Patricio González de Canales, Narciso Perales, Ricardo Sanz, Luis de Caralt, J.. Pérez de Cabo y Juan José Domínguez. J. Pérez de Cabo es fusilado, Patricio González de Canales es detenido, Narciso Perales es confinado… La oposición Nacional-Sindicalista al régimen de Franco jamás cesaría desde el Decreto de Unificación. Siempre estuvo presente y es justo afirmarlo y reivindicarlo. Muchos fueron los Nacional-Sindicalistas que defendieron la verdad del Nacional-Sindicalismo, pero eso sería tema para otro artículo.
[2] “Consideren todos los camaradas hasta que punto es ofensivo para la Falange el que se proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado Nacional-Sindicalista… sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora, orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules”. (José Antonio Primo de Rivera).
[3] Discurso a las Juventudes de España, pág. 20.
[4] Ramiro Ledesma Ramos. Escritos políticos (1935-1936), pág. 31.
[5] Ramiro Ledesma Ramos. Tomás Borras, pág. 689.
[6] Programa político de las J.O.N.S. JONS. Órgano teórico de las J.O.N.S., Madrid, año 1, cuaderno n° 1, Mayo de 1933, contraportada.
[7] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año I, nº 5, 16 de marzo de 1935, pág. 1.
[8] JONS. Órgano teórico de las J.O..N.S., Madrid, año I, cuaderno n° 7, Diciembre de 1933, pág. 335.
[9] Ramiro Ledesma Ramos, un romanticismo de acero. José Cuadrado Costa, pág. 37.
[10] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año 1, n° 4, 9 de marzo de 1935, pág. 4. [II] Ibídem.
[12] La Conquista del Estado, Madrid, año 1, n° 6, 18 de abril de 1931, pág. 6. [13] Ensayo de Pedro Laín Enlralgo en Ramiro Ledesma Ramos. Tomás Borras, págs 297-298. [14] Ramiro Ledesma Ramos. Tomás Borras, pág. 298.
[15] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año 1, n° 2, 23 de febrero de 1935, pág. 3. [16] Ramiro Ledesma Ramos. Tomás Borras, pág. 203.
[17] La Conquisto del Estado. Madrid, año 1, n” 3, 28 de marzo de 1931, pág. 2.
[18] Del documento de fusión de las JONS y FE. Reproducido en: Ramiro Ledesma Ramos. Escritos Políticos (1935-1936), pág. 111.
[19] Ramiro Ledesma Ramos. Biografía Política. José María Sánchez Diana, págs, 209 y 210.
[20] La Contrarrevolución Falangista. Raúl Martín, pág. 211.
[21] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año I, n° 6, 23 de marzo de 1935, pág. 1.
[22] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año I, n° 3, 2 de marzo de 1935, pág. 1, y, La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año 1, n° 6, 23 de marzo de 1935, pág. 4.
[23] Ramiro Ledesma Ramos. Escritos Políticos (1935-1936), pág. 155.
[24] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año 1, n” 3, 2 de marzo de 1935, pág. I..
[25] La Patria Libre. Órgano de las J.O.N.S., Madrid, año 1, n” 2, 23 de febrero de 1935, pág.. 3.
[26] Entiéndase por “fascista” en la terminología de estos partidos a aquellos que no piensan como ellos. En efecto, según las “mentes pensantes” de estas ideologías, “fascista” lo es Indalecio Prieto, Pestaña, Ramiro de Maeztu, cualquier católico o el mismo Ramiro Ledesma Ramos.
[27] Ramiro Ledesma Ramos. Escritos Políticos (1935-1936), pág. 155.
Joan Antoni Llopart
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Literatura Rusa
Si ya vieron el nuevo video de José Madero, sabrán que esta basado en el relato corto de Stephen King “El hombre que amaba las flores”, que viene incluido en el libro “El umbral de la noche” (Night Shift), les recomiendo leer el libro; pero sin mas les dejo el relato con el que José se basó para grabar su video, Literatura Rusa.
El hombre que amaba las flores
A primera hora de una tarde de mayo de 1963, un joven caminaba de prisa por la Tercera Avenida de Nueva York, con la mano en el bolsillo. La atmósfera era apacible y hermosa, y el sol se oscurecía gradualmente pasando del azul al sereno y bello violeta del crepúsculo. Hay personas que aman la ciudad, y ésa era una de las noches que hacían amarla. Todos los que estaban en los portales de las tiendas de comestibles y las tintorerías y los restaurantes parecían sonreír. Una anciana que transportaba dos bolsas de provisiones en un viejo cochecito de niño le sonrió al joven y le gritó: «¡Adiós, guapo!». El joven también le sonrió distraídamente y la saludó con un ademán. Ella siguió su camino, pensando: está enamorado. Eso era lo que reflejaba en su talante. Vestía un traje gris claro, con la angosta corbata un poco ladeada y el botón del cuello de la camisa desabrochado. Su cabello era oscuro y lo llevaba corto. Su tez era blanca, sus ojos de color azul claro. Sus facciones no eran excepcionales, pero en esa plácida noche de primavera, en esa avenida, en mayo de 1963, era realmente guapo, y a la anciana se le ocurrió pensar fugazmente, con dulce nostalgia, que en primavera todos pueden parecer guapos, si marchan apresuradamente al encuentro de la dama de sus sueños para cenar con ella y quizá para ir después a bailar. La primavera es la única estación en la que la nostalgia nunca parece agriarse, y la anciana continuó su marcha satisfecha de haberle hablado y contenta de que él le hubiera devuelto el cumplido con un ademán esbozado.
El joven cruzó Sixty-third Street, caminando con brío y con la misma sonrisa distraída en los labios. En la mitad de la manzana, un anciano montaba guardia junto a una desconchada carretilla verde llena de flores. El color predominante era el amarillo: una fiebre amarilla de junquillos y azafranes tardíos. El anciano también tenía claveles y unas pocas rosas de invernadero, casi todas amarillas y blancas. Estaba comiendo una rosquilla y escuchaba una voluminosa radio de transistores que descansaba atravesada sobre un ángulo de la carretilla.
La radio difundía malas noticias que nadie escuchaba: un asesino armado con un martillo seguía haciendo de las suyas; JFK había declarado que había que vigilar la situación de un pequeño país asiático llamado Vietnam («Vaitnum», lo llamó el locutor); en las aguas del East River había aparecido el cadáver de una mujer no identificada; un gran jurado no había podido inculpar a un zar del crimen en el contexto de la guerra de la administración local contra la heroína; los rusos habían detonado un artefacto nuclear. Nada de eso parecía real, nada de eso parecía importar. La atmósfera era apacible y dulce. Dos hombres con las barrigas hinchadas por la cerveza lanzaban monedas al aire y bromeaban frente a una pastelería. La primavera vibraba sobre el filo del verano, y en la ciudad, el verano es la estación de los ensueños.
El joven dejó atrás el puesto de flores y la avalancha de malas noticias se acalló. Vaciló, miró por encima del hombro, y reflexionó. Metió la mano en el bolsillo y volvió a palpar lo que llevaba allí. Por un momento pareció desconcertado, solitario, casi acosado, y después, cuando su mano abandonó el bolsillo, sus facciones recuperaron la expresión anterior de ávida expectación.
Se encaminó de nuevo hacia la carretilla sonriendo. Le llevaría unas flores: eso la complacería. Le encantaba ver cómo la sorpresa y el regocijo iluminaban sus ojos cuando él le hacía un regalo inesperado. Menudencias, porque distaba mucho de ser rico. Una caja de caramelos. Una pulsera. Una vez una bolsa de naranjas de Valencia, porque sabía que eran sus favoritas.
—Mi joven amigo —dijo el florista, cuando el hombre del traje gris volvió, paseando los ojos sobre la mercancía de la carretilla. El florista tenía quizá sesenta y ocho años, y a pesar del calor de la noche usaba un raído suéter gris de punto y una gorra. Su rostro era un mapa de arrugas, sus ojos estaban profundamente engarzados en la carne fláccida, y un cigarrillo bailoteaba entre sus dedos. Pero él también recordaba lo que significaba ser joven en primavera; ser joven y estar enamorado hasta el punto de volar prácticamente de un lado a otro. El talante del vendedor era normalmente agrio, pero en ese momento sonrió un poco, como lo había hecho la mujer que empujaba el cochecito con provisiones, porque ese sujeto era un candidato obvio. Sacudió las migas de la rosquilla de su holgado suéter y pensó: si este chico estuviera enfermo deberían internarlo ahora mismo en la unidad de cuidados intensivos.
—¿Cuánto cuestan las flores? —preguntó el joven.
—Le prepararé un lindo ramo por un dólar. Las rosas son de invernadero. Cuestan un poco más, setenta céntimos cada una. Le venderé media docena por tres dólares y cincuenta céntimos.
—Son caras —comentó el joven.
—Lo bueno siempre es caro, mi joven amigo. ¿Su madre no se lo enseñó? El muchacho sonrió.
—Es posible que lo haya mencionado.
—Sí, claro que lo mencionó. Le daré media docena, dos rojas, dos amarillas, dos blancas. No podrá ofrecerle nada mejor, ¿verdad? Lo completaré con un poco de helécho. Del mejor. A ellas les encanta. ¿O prefiere un ramo de un dólar?
—¿A ellas? —preguntó el joven, sin dejar de sonreír.
—Escuche, amiguito —contestó el florista, arrojando la colilla al arroyo de un papirotazo y devolviendo la sonrisa—, en mayo nadie compra flores para uno mismo. Es una ley nacional, ¿me entiende?
El joven pensó en Norma, en sus ojos dichosos y sorprendidos y en su sonrisa afable, agachó un poco la cabeza.
—Supongo que sí —asintió.
—Seguro que sí. ¿Qué decide?
—Bien, ¿qué le parece a usted?
—Le diré lo que opino. ¡Eh! Los consejos siguen siendo gratuitos, ¿no es verdad?
El joven sonrió y asintió:
—Supongo que es lo único gratuito que queda en el mundo.
—Tiene mucha razón —dijo el florista—. Muy bien, mi joven amigo. Si las flores son para su madre, llévele el ramo. Unos pocos junquillos, unos pocos azafranes, algunos lirios de los valles. Ella no lo estropeará comentando: «Oh, hijo, me encantan y cuánto te costaron, oh, eso es demasiado y por qué no has aprendido a no derrochar el dinero».
El joven echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. El florista continuó:
—Pero si son para su chica, las cosas cambian, hijo mío, y usted lo sabe. Llévele las rosas y ella no reaccionará como un contable, ¿me entiende? ¡Eh! Su chica le echará los brazos al cuello y...
—Llevaré las rosas —lo interrumpió el joven, y esta vez fue al florista a quien le tocó el turno de reír.
Los dos hombres que jugaban con las monedas los miraron, sonriendo.
—¡Eh, chico! —gritó uno de ellos—. ¿Quieres comprar una alianza barata? Te vendo la mía, a mi ya no me interesa.
El joven sonrió y se ruborizó hasta las raíces de sus oscuros cabellos. El florista escogió seis rosas, les recortó un poco los tallos, las roció con agua y las introdujo en un envoltorio cónico.
—Esta noche tenemos un clima ideal —dijo la radio—. Apacible y despejado, con una temperatura próxima a los dieciocho grados, perfecto para que los románticos contemplen las estrellas desde la azotea. ¡A disfrutar del Gran Nueva York, amigos!
El florista aseguró con cinta adhesiva el borde del envoltorio y aconsejó al joven que su chica agregara un poco de agua al azúcar que debía echarles, para conservarlas durante más tiempo.
—Se lo diré —respondió el joven. Tendió un billete de cinco dólares—. Gracias.
—Cumplo con mi deber, mi joven amigo —exclamó el florista, mientras le devolvió un dólar y dos monedas de veinticinco céntimos. Su sonrisa se entristeció—. Dele un beso de mi parte.
En la radio, los Four Seasons empezaron a cantar Sherry. El joven guardó el cambio en el bolsillo y se alejó calle arriba, con los ojos dilatados, alertas y ansiosos, sin mirar tanto la vida que fluía y refluía de un extremo al otro de la Tercera Avenida como hacia dentro y adelante, anticipándose. Pero ciertos detalles lo impresionaron. Una madre que llevaba en un cochecito a un bebé cuyas facciones estaban cómicamente embadurnadas con helado; una niñita que saltaba a la cuerda y canturreaba: «Al pasar por un cuartel se enamoró de un coronel...». Dos mujeres fumaban en la puerta de una lavandería, comparando sus embarazos. Un grupo de hombres miraban un gigantesco aparato de televisión en colores, exhibido en el escaparate de una tienda de artículos para el hogar, con un precio de cuatro dígitos en dólares: transmitía un partido de béisbol y las caras de los jugadores parecían verdes, el campo de juego tenía un vago color fresa, y los «New York Mets» les ganaban a los «Phillies» por seis a uno.
Siguió caminando, con las flores en la mano, ajeno al hecho de que las dos mujeres detenidas frente a la lavandería interrumpían brevemente su conversación y lo miraban pasar pensativamente, con su ramo de rosas. Hacía mucho tiempo que a ellas nadie les regalaba flores. Tampoco prestó atención al joven policía de tráfico que detuvo los coches en la intersección de la Tercera y Sixty-nineth Street, con un toque de silbato, para permitirle cruzar. El policía también estaba comprometido y reconoció la expresión soñadora del joven porque la había visto a menudo en su propio espejo, al afeitarse. Y no se fijó en las dos adolescentes que se cruzaron con él, en dirección contraria, y que en seguida se cogieron de la mano y soltaron unas risitas.
En Seventy-third Street se detuvo y dobló a la derecha. Esa calle era un poco más oscura, y estaba flanqueada por casas de piedra arenisca y restaurantes con nombres italianos, situados en los subsuelos. Tres manzanas más adelante se desarrollaba un partido de béisbol, en medio de la penumbra creciente. El joven no llegó tan lejos: en la mitad de la manzana se internó por un callejón angosto.
Ya habían salido las estrellas, que titilaban tenuemente, y el callejón era oscuro y sombrío, y estaba bordeado por las vagas siluetas de los cubos de basura. Ahora el joven estaba solo, o mejor dicho no, no totalmente. De la penumbra rosada brotó un maullido ululante y el joven frunció el ceño. Era el canto de amor de un gato macho, y eso sí que no tenía nada de bello. Caminó más lentamente y consultó su reloj. Eran las ocho y cuarto y Norma no tardaría en... Entonces la vio. Había salido de un patio y marchaba hacia él, vestida con pantalones deportivos de color oscuro y con una blusa marinera que le oprimió el corazón. Siempre era una sorpresa verla por primera vez, siempre era una dulce conmoción... La sonrisa del muchacho se iluminó, se hizo radiante, y apresuró el paso.
—¡Norma! —exclamó.
Ella levantó la vista y sonrió, pero cuando estuvieron más cerca el uno del otro la sonrisa se desdibujó. La sonrisa de él también se estremeció un poco y experimentó una inquietud pasajera. De pronto el rostro pareció borroso, encima de la blusa, marinera. Oscurecía, ¿acaso se había equivocado? Claro que no. Ésa era Norma.
—Te he traído flores —exclamó con una sensación de dichoso alivio, y le tendió el ramo.
Ella lo miró un momento, sonrió... Y se lo devolvió.
—Gracias, pero te equivocas —dijo la chica—. Yo me llamo...
—Norma... —susurró él, y extrajo el martillo de mango corto de su bolsillo, donde había estado oculto hasta ese momento—. Son para ti, Norma... siempre fueron para ti... todas para ti.
Ella retrocedió, con el rostro transformado en una mancha redonda y blanca, con la boca abierta en una O negra de terror, y dejó de ser Norma. Norma estaba muerta, hacía diez años que estaba muerta, pero no importaba porque iba a gritar y él descargó el martillo para cortar el grito, para matar el grito, y cuando descargó el martillo el ramo de flores se le cayó de la mano, y el envoltorio se rompió y dejó escapar su contenido, esparciendo rosas rojas y blancas y amarillas junto a los cubos de basura abollados donde los gatos copulaban extravagantemente en la oscuridad, lanzando chillidos de amor, chillidos, chillidos.
Descargó el martillo y ella no chilló, pero podría haber chillado porque no era Norma, ninguna de ellas era Norma, y descargó el martillo, descargó el martillo, descargó el martillo. No era Norma de modo que descargó el martillo, como ya lo había hecho cinco veces anteriormente.
Quién sabe cuánto tiempo después volvió a deslizar el martillo en el bolsillo interior de su bolsillo y retrocedió, alejándose de la sombra oscura tumbada sobre los adoquines de las rosas desparramadas junto a los cubos de basura. Dio media vuelta y salió del callejón angosto. Ahora la oscuridad era total. Los jugadores de béisbol habían desaparecido en sus casas. Si su traje estaba salpicado de sangre las manchas no se verían, no en la oscuridad, no en la plácida oscuridad primaveral, y el nombre de ella no era Norma pero sí sabía cómo se llamaba él. Se llamaba... Amor. Él se llamaba amor, y caminaba por esas calles oscuras porque Norma lo aguardaba. Y la encontraría. Pronto.
Empezó a sonreír. Echó a caminar con brío por Seventy-third Street. Un matrimonio maduro que estaba sentado en la escalinata de su casa lo vio pasar, con la cabeza erguida perdida en lontananza, un atisbo de sonrisa en los labios. Cuando terminó de pasar, la mujer preguntó:
—¿Por qué tú ya no tienes ese aspecto?
—¿Eh?
—Nada —dijo la mujer, pero miró cómo el joven del traje gris desaparecía en las tinieblas de la noche y pensó que sólo el amor de los jóvenes era más bello que la primavera.
Por si les gustaría leer el libro, les dejo en formato .epub (compatible con iOS y Android) para que lo descarguen y disfruten.
Descárgalo: https://www.dropbox.com/s/rpocwvrux9g0waz/Stephen%20King%20-%20El%20umbral%20de%20la%20noche%20%5BAnd3rz0n%5D.epub?dl=0
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