Tumgik
#que corra el aire
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traselmar y la luna
... De hace unos días ¿veis? una tarde ligera. Ahí no tenía el mal cuerpo que se me ha quedao tras el escrutinio. Hoy es uno de esos días en los que soy bastante¿ consciente de la cámara de eco en la que vivo [familia, amigas, militancia, pueblo, redes sociales]. A respirar muy hondo y seguir intentando cambiar esta sociedad de mierda. Nanit.
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deepinsideyourbeing · 20 days
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Nada me daría tanta satisfacción como estar en un acto íntimo con enzo y hacer que acabe en sus pantalones por pura fricción, el pidiéndote perdón tartamudeando con mucha vergüenza (el clásico es la primera vez que me pasa) y si a eso le sumamos la hiperspermia BUEEEE
+18!
Los gemidos desesperados de tu novio provocan que un océano de excitación corra entre tus piernas mientras te movés sobre él. Esconder cuánto disfruta tenerte sobre su regazo no es una opción y mucho menos lo es fingir que no le encanta que tires con fuerza de su cabello.
Muerde tus labios sin piedad y te regala sólo unos pocos segundos cuando rompés el beso con la excusa de tomar aire -deseoso de más, más y más-; su boca recorre con besos húmedos tu cuello y tu hombro, sus dientes rozan tu piel y sus manos te sostienen por la cadera para guiar y prolongar tus movimientos.
-Mirá lo que hacés- susurra Enzo contra tu boca. Bajás la vista, curiosa, para encontrarte con una mancha de tu esencia oscureciendo su pantalón.
Dejás caer todo tu peso sobre él. Jadea.
-¿Y vos?- te frotás con más fuerza sobre su erección. El contorno de su miembro y el calor que irradia, por no mencionar el rastro de líquido preseminal allí donde su punta se ubica, son más que evidentes por el delgado material de la prenda.
Intenta responder pero sólo logra articular algo que suena como tu nombre: una súplica, una orden, no estás segura, pero continuás con tus movimientos de todas maneras. Busca refugio en tu pecho, en un gesto que pretende ser inocente, pero segundos más tarde está mordiendo tu pezón por sobre tu ropa y te hace gritar.
El vaivén de tus caderas se vuelve más frenético.
Captura su labio inferior entre sus dientes, con la fuerza suficiente para derramar sangre, regalándote una imagen increíblemente erótica. Todavía sin detenerte tomás su mejilla, resistiendo el impulso de tocar con tu pulgar esa pequeña arruga que surge entre sus cejas cada vez que frunce el ceño por el placer.
Los músculos de tu abdomen se tensan cuando escuchás su voz ronca:
-Dios...
Arroja la cabeza hacia atrás, su cabello oscuro contrastando con el color esmeralda del sofá y sus párpados cerrados con fuerza en un inútil esfuerzo de recuperar el control sobre su cuerpo. Tiembla bajo tu figura y suspirás, ignorando ese ardor provocado por sus uñas enterrándose en tu carne, perdida en su expresión.
Cuando te mira nuevamente, con los labios separados por pocos milímetros y los ojos brillantes, comprendés. Sus cejas se curvan en un ángulo de alivio, con un deje de desesperanza e inevitabilidad y también timidez, pero el palpitar de su miembro y un gemido que no logra reprimir son la confirmación de tus sospechas.
Besás su mejilla y su mandíbula.
-Amor, no, te juro que...- intenta explicarse, todavía temblando por el orgasmo-. No sé qué pasó...
Masajéas su erección, todavía latente y muy dura, sin importarte el líquido que impregna su ropa y humedece absurdamente la palma de tu mano y tus dedos. Ignorás también la sensibilidad post orgasmo que lo hace quejarse.
-No importa- jurás, fijando tu vista en sus pupilas dilatadas-. Todavía no terminamos.
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profoundbreadtraveler · 2 months
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Por más que avanzo siempre veo el mismo paisaje
En esta selva corazón de camuflaje
Escucha mis palabras antes de saltar, disfruta la caída y olvida el aterrizaje
No bajes la guardia y persigue las metas
Que el viento esta cabrón y te gira la veleta
¿Entonces que?
¿Sientes o interpretas?
Que corra el aire
Córtale la cuerda al cometa
Me siento triste como un cualquiera
Arrastro los pies por caminos de arena
Se me hinchan las venas, me queman
#dul669rx__ #
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nolmuqta · 11 months
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no me gusta que pregunten por ti en el trabajo, de repente mientras estamos en la hora del lunch alguien te menciona, me mira directamente a los ojos y sus labios pronuncian las letras de tu nombre que sin pensarlo dejo que se quede suspendido en el aire como una bocanada que lanza las hojas sin destino y no hace siquiera un solo ruido. hay silencio, casi siempre son silencios prolongados y agudos que chocan con una secuencia de otras palabras que salvan el momento que implica para mí dejarme desnuda el alma , descubierta, sin chaleco antibalas, inspeccionada hacia adentro, como si pudieran descifrarme la cara, los gestos, la tristeza que me espabilo sin éxito del cuerpo, como si pudieran percibir el hueco que dejó tu ausencia e intentaran arduamente ayudarme a buscarla. a mí me parece nostálgico, un poco lastimero, que puedo decirte, mis amigos van por la vida buscando personas desahuciadas a las que por alguna razón les hace falta algo y la idea de ser yo quien les diga que aquello que pretenden devolverme salió por sus propias ganas es una navaja terrible y atascada de este veneno llamado desilusión. la estrategia es optar por el silencio, aunque duela más que las palabras, aunque pese más que las lágrimas regadas, aunque sea más ancho que un sueño titilando a lo lejos, elijo el silencio. no me permito hacerle frente a que le rompas el corazón a mi gente, basta con el mío, porque yo te quiero, yo aguanto tu portazo, tu despedida y las palabras que dijiste sobre hace tiempo ya no amarme, yo puedo echarme a la espalda esta tristeza, pero para quienes te vieron a través de mi, sería injusto darles esa carga. así que me planto firme y opto por el silencio, y en ese mismo silencio mientras sonrío y desvío la mirada a un punto imaginario, intento averiguar de donde puedo sacarme fuerzas para mantener la imagen que puse en los demás de ti, porque como ya lo he dicho y sé que sabes que me gusta recalcarlo, te quiero, y por ahí, todo esto sea simplemente porque yo, como ellos, te sigo viendo igual, como siempre, incluso sabiendo, que con el paso del tiempo te volverás una fotografía desgastada en mi pecho, y por mucho que te cuide en mis adentros, la vida no pretende darme treguas, me apunta con la seguridad de que me olvidaras por completo, no me pensarás de vuelta a casa en el metro, no te provocará ternura la forma tan chistosa que tengo de encapricharme con algo que quiero, no habrá más yo, ni mi rostro, ni mis cabellos, ni los poemas en los que pretendí siempre volverte eterno. un buen día dejarán de preguntar por ti a la hora del almuerzo, por ahí se les olvida la forma de tu reflejo, o tu acento que no era italiano pero tampoco argentino, tus dibujos, tus horas del té, las manías, alguien dejara de preguntarlo, que se yo, ninguno de mis amigos sabe todo eso, lo volví tan mío que ahora soy experta en el hábito de compartir menos cero, y supongo que si estás leyendo esto, te darás cuenta que el silencio le teme al miedo, no externo, porque hablo hacia adentro con la franqueza de alguien que sabe que por mucho que corra para alcanzar la línea de llegada como el primero, va perdiendo
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relatosdecarlos2 · 4 months
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Abalanzándome
Me abalancé sobre ella, la puse contra la pared, la besé en el cuello mientras mis manos ponían las suyas en alto. Me agaché y le bajé los pantalones dejando su trasero al aire, sus glúteos estaban separados por el hilo del tanga rosa que llevaba. Le di una lamida en su glúteo derecho, y seguidamente di un suave mordisco, notando cómo se estremecía.
Lentamente me incorporé, le separé las piernas con uno de mis pies, le di una fuerte cachetada en el culo que le hizo soltar un gemido, mezcla de dolor y placer. La volví a besar en el cuello y seguidamente dirigí mi boca a su oído:
- Espero que estés preparada, te voy a follar hasta dejarte el coño chorreando.
- Soy toda tuya.
Sin darle tiempo a pensar le di otra cachetada en el mismo glúteo, pero esta vez gimió sólo de placer. Llevé mi mano a su entrepierna y presioné su tanga ya mojado contra su vulva, hice unos cuantos movimientos circulares escuchándola gemir. Cogí su camiseta con las dos manos y se la quité. Rápidamente le desabroché el sujetador y lo dejé caer al suelo, volviendo a colocarle las manos hacia arriba.
Me quité la camiseta y el pantalón, pegué mi pecho a su espalda, llevé mis manos hacia delante y le estrujé suavemente los pechos, a la vez que la besaba en el cuello. Pude notar cómo su piel se erizaba a la vez que se estremecía. Masajeé sin parar sus pechos, pellizqué sus pezones que ya estaban duros. Pegué mi pelvis a su trasero, metí mi miembro endurecido aun tapado por los calzoncillos entre sus glúteos.
Bajé lentamente una de mis manos, recorriendo su abdomen con mis dedos notando cómo se le erizaba la piel al pasar. Llegué al tanga, levanté el elástico cuidadosamente con mis dedos, y los llevé muy despacio hacia la entrada de su coño, notando cómo su monte de venus palpitaba a mi paso. Mis dedos entraron en su coño, que estaba empapado.
- Despídete de tu tanga.
Sin darle tiempo a decir nada saqué mis dedos de su coño, extraje mi mano, la llevé a la parte de atrás y tiré con fuerza del tanga hacia abajo, que se rompió a la vez que ella soltaba un grito mezcla de dolor y placer. Le di otra fuerte cachetada en el glúteo, haciéndola gemir con fuerza.
Cogí una de sus manos y tiré de ella en dirección a la habitación. Con mis manos la hice inclinar el torso y apoyarse en la cama, le di otra cachetada en el glúteo haciéndola gemir de nuevo. Me quite la ropa interior, mi miembro estaba duro como una piedra. Me coloqué detrás de ella y penetré su vagina de golpe, haciendo que mi pelvis sonara al chocar con su trasero.
- ¡¡¡Aaah!!! Siiii, ¡¡¡fóllame!!!
- ¡¡¡Cállate!!! Le dije dándole otra fuerte cachetada.
Seguidamente la sujeté firmemente de las caderas y empecé a embestirla con todas mis fuerzas, haciendo chocar mi pelvis con su trasero cada vez que le hundía mi miembro. Sus gritos de placer y pidiendo más llenaban la habitación y parte de la casa. Mi miembro entraba y salía con rapidez y fuerza, a la vez que su vagina empezaba a chorrear.
Mis cachetadas se sucedían entre embestidas, sus gritos de placer eran cada vez más intensos. Se estremeció en medio de un tremendo orgasmo, a la vez que noté que explotaba corriéndose como nunca, mientras sus piernas temblaban y apenas la mantenían de pie. Saqué mi miembro de su vagina y la hice ponerse de rodillas.
- Ahora chúpamela hasta que me corra en tu boca.
Se metió mi miembro empapado de ella hasta el fondo, haciéndome ahogar un fuerte gemido. Empezó a mamarlo con ganas, sacándolo y metiéndolo en su boca con rapidez, a la vez que mis gemidos aumentaban en intensidad. Cogió mi miembro con su mano y empezó a masturbarme acompañando el movimiento con su boca.
Tras varias masturbadas y chupadas mis piernas empezaron a temblar, no podía evitar gemir. Mi cuerpo se estremecía a la vez que mi miembro palpitaba, anunciando que estaba a punto de correrme. Aumentó la velocidad y lancé un fuerte gemido a la vez que mi miembro explotaba llenando su boca con mi semen. Tras tres estallidos no pudo contener mi corrida, abriendo la boca y dejando caer mi semen hacia sus pechos.
Saqué mi miembro de su boca, me arrodillé delante de ella y la besé a la vez que sus manos restregaban mi semen por sus pechos. Cuando terminé de besarla nos incorporamos, la cogí de la mano y tiré de ella en dirección al baño.
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nevenkebla · 9 months
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Cartas
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Fantastic Four (Vol. 1) #11
Autores: Stan Lee y Jack Kirby
— Reed Richards: Mucho ha pasado desde aquellos días. ¡Aventuras casi increíbles! — Susan Storm: Pero eran vuestras aventuras, de vosotros tres más que mías. — Reed Richards: ¡Sue! Pero ¿Qué dices? ¿A qué te refieres? — Susan Storm: N-no quería decirlo, Reed, pero he recibido cartas… cartas negativas. — Ben Grimm: ¡¿Tú?! ¡Es increíble! ¡A verlas, Sue! — Susan Storm: ¡Tomad! ¡Unos lectores dicen que no contribuyo bastante, que estaríais mejor sin mí! Y tal vez tengan razón. — Reed Richards: ¡No exageraba, Ben! ¡Mira! — Ben Grimm: ¡No me esperaba algo así! — Reed Richards: ¡Bien, aclaremos las cosas aquí y ahora! — Ben Grimm: Calma, amigo. Los críos no querían ofender. ¡Es que no comprenden!
— Reed Richards: Tal vez esto les ayude a comprender. ¿Veis este busto de Abe Lincoln? ¿Recordáis su famosa frase sobre su madre? ¿Cuando dijo que todo lo que era… y lo que esperaba ser… se lo debía a ella? ¡Aunque era la persona más importante para él, la madre de Lincoln no luchó en la guerra civil! ¡No tendió vías, no luchó contra sus enemigos! — Ben Grimm: Es más, si publicáramos aquí la vida de Lincoln, algún listillo escribiría preguntando por qué no quitábamos a la madre de la historia porque no hacía bastante. — Reed Richards: Y hablando de “hacer bastante”… ¿Recordáis que hace un año, Sue saltó con valor en medio de nuestra pelea con los Skrulls? ¡No los habríamos derrotado sin ella! ¿Quién nos salvó a los tres del Doctor Doom hace unos meses, cuando nos tenía en una cámara sin aire? ¡Pues Invisible Girl! ¡En cuanto a valentía y coraje, Susan Storm no es menos que nadie!
— Ben Grimm: ¡Si queréis ver a mujeres peleando, id a ver la lucha libre femenina! — Reed Richards: ¡Ben, cálmate, amigo! — Ben Grimm: ¡Ah, maldición! ¡Vuelvo a ser la Cosa, qué mala suerte! — Reed Richards: ¡Pero has sido Ben Grimm por más tiempo que nunca! — Ben Grimm: ¡Qué bien! ¿Qué más da unos minutos? Sigo sin ser más que un feo gorila. — Susan Storm: No, Ben… ¡No digas eso! ¡No debes decirlo! Ahora veo qué tonta he sido compadeciéndome cuando tenía que consolarte yo. ¡No eres un monstruo, Ben, eres una de las personas más maravillosas del mundo! — Ben Grimm: ¡Sí, niña, sí! ¡Algún día podrás decírmelo sin desviar la vista! — Reed Richards: Ben, trabajaré en la fórmula para hacerte normal de modo permanente cueste lo que cueste. ¡No me rendiré! ¡Lo lograremos, viejo amigo!
(De pronto) — Reed Richards: ¡El timbre de alarma! — Susan Storm: ¡La antorcha! ¡No está, tal vez corra peligro! — Reed Richards: ¡Viene del platillo que guardamos como recuerdo de la aventura del planeta X! — Susan Storm: ¿Qué habrá pasado dentro? — Ben Grimm: Muy bien, calentón. ¡Sue no sospechaba que armabas esa tarta! — Susan Storm: ¡Oh… os habéis acordado de mi cumpleaños! — Reed Richards: ¡Sorpresa! — Johnny Storm: ¡Claro que nos acordábamos, hermanita! ¡Llevamos días planeándolo! — Susan Storm: ¡Q-qué emoción, no sé qué decir! — Ben Grimm: ¡La primera vez que oigo a una mujer admitir algo así! — Reed Richards: ¡Felicidades, Sue… nuestra compañera favorita!
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kpwx · 7 months
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Decir que la poesía de Omar Jayam me gusta sería quedarme corto: su lectura me afectó profundamente, incluso más que cualquier otra que haya leído el último tiempo. Por eso me ha sorprendido gratamente descubrir que Fernando Pessoa fue un gran admirador de su obra (lo que, en realidad, no es de extrañar, teniendo en cuenta el parecido), tanto como para traducir algunas de sus cuartetas y escribir otras propias. En total se cuentan 183, de las cuales una quinta parte corresponden a traducciones libres basadas en la también libre traducción de FitzGerald y el resto a creaciones suyas siguiendo la métrica y los temas del persa. La edición que leí yo (Editorial Universidad de Antioquia, 2019) contiene también los poemas en portugués, lo que aporta mucho, porque es un idioma que puede comprenderse casi por completo siendo hispanohablante aun no habiéndolo estudiado nunca.
Los Rubaiyat de Jayam (o de sus imitadores, pues la autoría de los poemas ha sido muy discutida) me gustan bastante más que los de Pessoa, pero eso no quita que recomiende muchísimo su lectura. Aquí dejo cinco como muestra:
Lejos del vano tumulto de pensar, goza de esta frescura mientras dure y no de metafísica ninguna. Goza porque, como ella, eres un soplo de aire.
¿A qué, que lo merezca, el esfuerzo daré? ¿A qué amaré que no me olvide mañana? Trueca la vida por flores o por vino. Niega la verdad, que la verdad es esa.
Aquí, donde no sé con quién decida lo que no quiero decidir, la vida corra por mí como si yo la viera ajena. No me la dieran sino para ser perdida.
Amorosos por la calle en la tarde aquella íbamos los dos. ¿Qué ha sido de ella? Vista en el pasado yace como la hoja en el camino que vemos desde la ventana.
Como polvareda un momento levantada por el viento que va y viene, en la calzada, el soplo huero de la vida nos levanta de la nada, cesa, y nos devuelve a la nada.
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super-cannes · 1 year
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Un cuento de Chimamanda Ngozi Adichie
Una experiencia privada
Chika entra primero por la ventana de la tienda de comestibles y sostiene el postigo para que la mujer la siga. La tienda parece haber sido abandonada mucho antes de que empezaran los disturbios; las estanterías de madera están cubiertas de polvo amarillo, al igual que los contenedores metálicos amontonados en una esquina. Es una tienda pequeña, más pequeña que el vestidor que tiene Chika en su país. La mujer entra y el postigo chirría cuando Chika lo suelta. Le tiemblan las manos y le arden las pantorrillas después de correr desde el mercado tambaleándose sobre sus sandalias de tacón. Quiere dar las gracias a la mujer por haberse detenido al pasar por su lado para decirle «¡No corras hacia allí!», y haberla conducido hasta esta tienda vacía en la que esconderse. Pero antes de que pueda darle las gracias, la mujer se lleva una mano al cuello.
—He perdido collar mientras corro.
—Yo he soltado todo —dice Chika. Acababa de comprar unas naranjas y las he soltado junto con el bolso.
No añade que el bolso era un Burberry original que le compró su madre en un viaje reciente a Londres.
La mujer suspira y Chika imagina que está pensando en su collar, probablemente unas cuentas de plástico ensartadas en una cuerda. Aunque no tuviera un fuerte acento hausa, sabría que es del norte por el rostro estrecho y la curiosa curva de sus pómulos, y que es musulmana por el pañuelo. Ahora le cuelga del cuello, pero poco antes debía de llevarlo alrededor de la cara, tapándole las orejas. Un pañuelo largo y fino de color rosa y negro, con el vistoso atractivo de lo barato. Se pregunta si la mujer también la está examinando a ella, si sabe por su tez clara y el anillo rosario de plata que su madre insiste en que lleve que es igbo y cristiana. Más tarde se enterará de que, mientras las dos hablan, hay musulmanes hausas matando a cristianos igbos a machetazos y pedradas. Pero en este momento dice:
—Gracias por llamarme. Todo ha ocurrido muy deprisa y la gente ha echado a correr, y de pronto me he visto sola, sin saber qué hacer. Gracias.
—Este lugar seguro —dice la mujer en voz tan baja que suena como un suspiro—. No van a todas las tiendas pequeñas-pequeñas, sólo a las grandes-grandes y al mercado.
—Sí —dice Chika.
Pero no tiene motivos para estar de acuerdo o en desacuerdo, porque no sabe nada de disturbios; lo más cerca que ha estado de uno fue hace unas semanas en una manifestación de la universidad a favor de la democracia en la que había sostenido una rama verde y se había unido a los cantos de «¡Fuera el ejército! ¡Fuera Abacha! ¡Queremos democracia!». Además, nunca habría participado si su hermana Nnedi no hubiera estado entre los organizadores que habían ido de residencia en residencia repartiendo panfletos y hablando a los estudiantes de la importancia de «hacernos oír».
Le siguen temblando las manos. Hace justo una hora estaba con Nnedi en el mercado. Se ha parado a comprar naranjas y Nnedi ha seguido andando hasta el puesto de cacahuetes, y de pronto se han oído gritos en inglés, en el idioma criollo, en hausa y en igbo: «¡Disturbios! ¡Han matado a un hombre!».
Y a su alrededor todos se han puesto a correr, empujándose unos a otros, volcando carretas llenas de ñames y dejando atrás las verduras golpeadas por las que acababan de regatear. Ha olido a sudor y a miedo, y también se ha echado a correr por las calles anchas y luego por ese estrecho callejón que ha temido, mejor dicho, ha intuido, que era peligroso, hasta que ha visto a la mujer.
La mujer y ella se quedan un rato en silencio, mirando hacia la ventana por la que acaban de entrar, con el postigo chirriante que se balancea en el aire. Al principio la calle está silenciosa, luego se oyen unos pies corriendo. Las dos se apartan instintivamente de la ventana, aunque Chika alcanza a ver pasar a un hombre y una mujer, ella con una túnica hasta las rodillas y un crío a la espalda. El hombre hablaba rápidamente en igbo y todo lo que ha entendido Chika ha sido: «Puede que haya corrido a la casa del tío».
—Cierra ventana —dice la mujer.
Chika así lo hace, y sin el aire de la calle, el polvo que flota en la habitación es tan espeso que puede verlo por encima de ella. El ambiente está cargado y no huele como las calles de fuera, que apestan como el humo color cielo que flota alrededor en Navidad cuando la gente arroja las cabras muertas al fuego para quitar el pelo de la piel. Las calles por donde ha corrido ciegamente, sin saber hacia dónde ha ido Nnedi, sin saber si el hombre que corría a su lado era amigo o enemigo, sin saber si debía parar y recoger a alguno de los niños aturdidos que con las prisas se ha separado de su madre, sin saber quién era quién ni quién mataba a quién.
Más tarde verá los armazones de los coches incendiados, con huecos irregulares en lugar de ventanillas o parabrisas, e imaginará los coches en llamas desperdigados por toda la ciudad como hogueras, testigos silenciosos de tanta atrocidad. Averiguará que todo empezó en el aparcamiento cuando un hombre pisó con las ruedas de su furgoneta un ejemplar del Santo Corán que había a un lado de la carretera, un hombre que resultó ser un igbo cristiano. Los hombres de alrededor, que se pasaban el día jugando a las damas y que resultaron ser musulmanes, lo hicieron bajar de la furgoneta, le cortaron la cabeza de un machetazo y la llevaron al mercado pidiendo a los demás que los siguieran: ese infiel había profanado el Santo Libro. Chika imaginará la cabeza del hombre, la piel ceniza de la muerte, y tendrá arcadas y vomitará hasta que le duela la barriga. Pero ahora pregunta a la mujer:
—¿Todavía huele a humo?
—Sí. —La mujer se desabrocha la tela que lleva anudada a la cintura y la extiende en el suelo polvoriento. Debajo sólo lleva una blusa y una combinación negra rasgada por las costuras—. Siéntate.
Chika mira la tela deshilachada extendida en el suelo; probablemente es una de las dos túnicas que tiene la mujer. Baja la vista hacia su falda tejana y su camiseta roja estampada con una foto de una Estatua de la Libertad, las dos compradas el verano que Nnedi y ella pasaron dos semanas en Nueva York con unos parientes.
—Se la ensuciaré —dice.
—Siéntate —repite la mujer—. Tenemos que esperar mucho rato.
—¿Sabe cuánto…?
—Hasta esta noche o mañana por la mañana.
Chika se lleva una mano a la frente como para comprobar si tiene fiebre. El roce de su palma fría suele calmarla, pero esta vez la nota húmeda y sudada.
—He dejado a mi hermana comprando cacahuetes. No sé dónde está.
—Irá a un lugar seguro.
—Nnedi.
—¿Eh?
—Mi hermana. Se llama Nnedi.
—Nnedi —repite la mujer, y su acento hausa envuelve el nombre igbo de una suavidad plumosa.
Más tarde Chika recorrerá los depósitos de cadáveres de los hospitales buscando a Nnedi; irá a las oficinas de los periódicos con la foto que les hicieron a las dos en una boda hace una semana, en la que ella sale con una sonrisa boba porque Nnedi le dio un pellizco justo antes de que dispararan, las dos con trajes bañera de Ankara. Pegará fotos en las paredes del mercado y en las tiendas cercanas. No encontrará a Nnedi. Nunca la encontrará. Pero ahora dice a la mujer:
—Nnedi y yo llegamos la semana pasada para ver a nuestra tía. Estamos de vacaciones.
—¿Dónde estudiáis?
—Estamos en la Universidad de Lagos. Yo estudio medicina, y Nnedi ciencias políticas.
Chika se pregunta si la mujer sabe lo que significa ir a la universidad. Y se pregunta también si ha mencionado la universidad sólo para alimentarse de la realidad que ahora necesita: que Nnedi no se ha perdido en un disturbio, que está a salvo en alguna parte, probablemente riéndose con la boca abierta a su manera relajada o haciendo una de sus declaraciones políticas. Sobre cómo el gobierno del general Abacha utiliza la política exterior para legitimarse a los ojos de los demás países africanos. O que la enorme popularidad de las extensiones de pelo rubio era consecuencia directa del colonialismo británico.
—Sólo llevamos una semana aquí con nuestra tía, ni siquiera hemos estado en Kano —dice Chika, y se da cuenta de lo que está pensando: su hermana y ella no deberían verse afectadas por los disturbios. Eso era algo sobre lo que leías en los periódicos. Algo que sucedía a otras personas.
—¿Tu tía está en mercado? —pregunta la mujer.
—No, está trabajando. Es la directora de la Secretaría.
Chika vuelve a llevarse una mano a la frente. Se agacha hasta sentarse en el suelo, mucho más cerca de la mujer de lo que se habría permitido en circunstancias normales, para apoyar todo el cuerpo en la tela. Le llega el olor de la mujer, algo intenso como la pastilla de jabón con que la criada lava las sábanas.
—Tu tía está en lugar seguro.
—Sí —dice Chika. La conversación parece surrealista; tiene la sensación de estar observándose a sí misma—. Sigo sin creer que estoy en medio de un disturbio.
La mujer mira al frente. Todo en ella es largo y esbelto, las piernas extendidas ante sí, los dedos de las manos con las uñas manchadas de henna, los pies.
—Es obra del diablo —dice por fin.
Chika se pregunta si eso es lo que piensan todas las mujeres de los disturbios, si eso es todo lo que ven: el diablo. Le gustaría que Nnedi estuviera allí con ella. Imagina el marrón chocolate de sus ojos al iluminarse, sus labios moviéndose deprisa al explicar que los disturbios no ocurren en un vacío, que lo religioso y lo étnico a menudo son politizados porque el gobernante está seguro si los gobernados hambrientos se matan entre sí. Luego siente una punzada de remordimientos y se pregunta si la mente de esa mujer es lo bastante grande para entenderlo.
—¿Ya estás viendo a enfermos en la universidad? —pregunta la mujer.
Chika desvía rápidamente la mirada para que no vea su sorpresa.
—¿En mis prácticas? Sí, empezamos el año pasado. Vemos a pacientes del hospital clínico.
No añade que a menudo le invaden las dudas, que se queda al final del grupo de seis o siete estudiantes, rehuyendo la mirada del profesor y rezando para que no le pida que examine un paciente y dé su diagnóstico diferencial.
—Yo soy comerciante —dice la mujer—. Vendo cebollas.
Chika busca en vano una nota de sarcasmo o reproche en su tono. La voz suena baja y firme, una mujer que dice a qué se dedica sin más.
—Espero que no destruyan los puestos del mercado —responde; no sabe qué más decir.
—Cada vez que hay disturbios destrozan el mercado.
Chika quiere preguntarle cuántos disturbios ha presenciado, pero se contiene. Ha leído sobre los demás en el pasado: fanáticos musulmanes hausas que atacan a cristianos igbos, y a veces cristianos igbos que emprenden misiones de venganza asesinas. No quiere que empiecen a dar nombres.
—Me arden los pezones como si fueran pimienta.
Antes de que Chika pueda tragar la burbuja de sorpresa que tiene en la garganta y responder algo, la mujer se levanta la blusa y se desabrocha el cierre delantero de un gastado sujetador negro. Saca los billetes de diez y veinte nairas que lleva doblados en el sujetador antes de liberar los pechos.
—Me arden como pimienta —repite, cogiéndoselos con las manos ahuecadas e inclinándose hacia Chika como si se los ofreciera.
Chika se aparta. Recuerda la ronda en la sala de pediatría de hace una semana: su profesor, el doctor Olunloyo, quería que todos los alumnos oyeran el soplo al corazón en cuarta fase de un niño que los observaba con curiosidad. El médico le pidió a Chika que empezara y ella se puso a sudar con la mente en blanco, sin saber muy bien dónde estaba el corazón. Al final puso una mano temblorosa en el lado izquierdo de la tetilla del niño, y al notar bajo los dedos el vibrante zumbido de la sangre yendo en la otra dirección, se disculpó tartamudeando ante el niño, aunque él le sonreía.
Los pezones de la mujer no son como los de ese niño. Son marrón oscuro, y están cuarteados y tirantes, con la areola de color más claro. Chika los examina con atención, los toca.
—¿Tiene un bebé? —pregunta.
—Sí. De un año.
—Tiene los pezones secos, pero no parecen infectados. Después de dar de mamar debe aplicarse una crema. Y cuando dé de mamar, asegúrese de que el pezón y también lo otro, la areola, encajan en la boca del niño.
La mujer mira a Chika largo rato.
—La primera vez de esto. Tengo cinco hijos.
—A mi madre le pasó lo mismo. Se le agrietaron los pezones con el sexto hijo y no sabía cuál era la causa, hasta que una amiga le dijo que tenía que hidratarlos —explica Chika.
Casi nunca miente, y las pocas veces que lo hace siempre es por alguna razón. Se pregunta qué sentido tiene mentir, la necesidad de recurrir a un pasado ficticio parecido al de la mujer; Nnedi y ella son las únicas hijas de su madre. Además, su madre siempre tuvo a su disposición al doctor Iggokwe, con su formación y su afectación británicas, con sólo levantar el teléfono.
—¿Con qué se frota su madre el pezón? —pregunta la mujer.
—Manteca de coco. Las grietas se le cerraron enseguida.
—¿Eh? —La mujer observa a Chika más rato, como si esa revelación hubiera creado un vínculo—. Está bien, lo haré. —Juega un rato con su pañuelo antes de añadir—: Estoy buscando a mi hija. Vamos al mercado juntas esta mañana. Ella está vendiendo cacahuetes cerca de la parada de autobús, porque hay mucha gente. Luego empieza el disturbio y yo voy arriba y abajo buscándola.
—¿El bebé? —pregunta Chika, sabiendo lo estúpida que parece incluso mientras lo pregunta.
La mujer sacude la cabeza y en su mirada hay un destello de impaciencia, hasta de cólera.
—¿Tienes problema de oído? ¿No oyes lo que estoy diciendo?
—Lo siento.
—¡Bebé está en casa! Ésta es mi hija mayor.
La mujer se echa a llorar. Llora en silencio, sacudiendo los hombros, no con la clase de sollozos fuertes de las mujeres que conoce, que parecen decir a gritos: «Sujétame y consuélame porque no puedo soportar esto yo sola». El llanto de esta mujer es privado, como si llevara a cabo un ritual necesario que no involucra a nadie más.
Más tarde Chika lamentará la decisión de haber dejado el barrio de su tía y haber ido al mercado con Nnedi en un taxi para ver un poco del casco antiguo de Kano; también lamentará que la hija de la mujer, Halima, no se haya quedado en casa esta mañana por pereza, cansancio o indisposición, en lugar de salir a vender cacahuetes.
La mujer se seca los ojos con un extremo de la blusa.
—Que Alá proteja a tu hermana y a Halima en un lugar seguro —dice.
Y como Chika no está segura de lo que contestan los musulmanes y no puede decir «Amén», se limita a asentir.
La mujer ha descubierto un grifo oxidado en una esquina de la tienda, cerca de los contenedores metálicos. Tal vez donde el dueño se lavaba las manos, dice, y explica a Chika que las tiendas de esa calle fueron abandonadas hace meses, después de que el gobierno ordenara su demolición por tratarse de estructuras ilegales. Abre el grifo y las dos observan sorprendidas cómo sale un pequeño chorro de agua. Marronosa y tan metálica que a Chika le llega el olor. Aun así, corre.
—Lavo y rezo —dice la mujer en voz más alta, y sonríe por primera vez, dejando ver unos dientes uniformes con los incisivos manchados.
En las mejillas le salen unos hoyuelos lo bastante profundos para tragarse la mitad de un dedo, algo insólito en una cara tan delgada. Se lava torpemente las manos y la cara en el grifo, luego se quita el pañuelo del cuello y lo pone en el suelo. Chika aparta la mirada. Sabe que la mujer está de rodillas en dirección a La Meca, pero no mira. Como las lágrimas, es una experiencia privada y le gustaría salir de la tienda. O poder rezar también y creer en un dios, una presencia omnisciente en el aire viciado de la tienda. No recuerda cuándo su idea de Dios no ha sido borrosa como el reflejo de un espejo empañado por el vaho, y no se recuerda intentando limpiar el espejo.
Toca el anillo rosario que todavía lleva en el dedo, a veces en el meñique y otras en el índice, para complacer a su madre. Nnedi se lo quitó, diciendo con su risa gangosa: «Los rosarios son como pociones mágicas. No las necesito, gracias».
Más tarde la familia ofrecerá una misa tras otra para que Nnedia aparezca sana y salva, nunca por el reposo de su alma.
Y Chika pensará en esa mujer, rezando con la cabeza vuelta hacia el suelo polvoriento, y cambiará de parecer antes de decir a su madre que está malgastando el dinero con esas misas que sólo sirven para engrosar las arcas de la iglesia.
Cuando la mujer se levanta, Chika se siente extrañamente vigorizada. Han pasado más de tres horas e imagina que el disturbio se ha calmado, que los responsables ya están lejos.
Tiene que irse, tiene que volver a casa y asegurarse de que Nnedi y su tía están bien.
—Debo irme.
De nuevo la cara de impaciencia de la mujer.
—Todavía es peligroso salir.
—Creo que se han marchado. Ya no huelo el humo.
La mujer se sienta de nuevo sobre la tela sin decir nada. Chika la observa un rato, sintiéndose decepcionada sin saber por qué. Tal vez esperaba de ella una bendición.
—¿Está muy lejos tu casa? —pregunta.
—Lejos. Cojo dos autobuses.
—Entonces volveré con el chófer de mi tía para acompañarte —dice Chika.
La mujer desvía la mirada.
Chika se acerca despacio a la ventana y la abre. Espera oír gritar a la mujer que se detenga, que vuelva, que no hay prisa. Pero la mujer no dice nada y Chika nota su mirada clavada en la espalda mientras sale.
Las calles están silenciosas. Se ha puesto el sol y en la media luz crepuscular Chika mira alrededor, sin saber qué dirección tomar. Reza para que aparezca un taxi, ya sea por arte de magia, suerte o la mano de Dios. Luego reza para que Nnedi esté en ese taxi, preguntándole dónde demonios se ha metido y lo preocupados que han estado por ella. No ha llegado al final de la segunda calle en dirección al mercado cuando ve el cadáver. Apenas lo ve pero pasa tan cerca que le llega el calor. Acaban de quemarlo. El olor que desprende es repulsivo, a carne asada, no se parece a nada que haya olido antes.
Más tarde, cuando Chika y su tía recorran todo Kano con un policía en el asiento delantero del coche con aire acondicionado de su tía, verá otros cadáveres, muchos carbonizados, tendidos a lo largo de las calles como si alguien los hubiera arrastrado y colocado cuidadosamente allí. Mirará sólo uno de los cadáveres, desnudo, rígido, boca abajo, y se dará cuenta de que sólo viendo esa carne chamuscada no puede saber si el hombre parcialmente quemado es igbo o hausa, cristiano o musulmán. Escuchará por la radio la BBC y oirá las descripciones de las muertes y del disturbio («religioso con un trasfondo de tensiones étnicas», dirá la voz). Y la arrojará contra la pared y una feroz cólera la inundará ante cómo han empaquetado, saneado y comprimido todos esos cadáveres en unas pocas palabras. Pero ahora, el calor que desprende el cadáver carbonizado está tan cerca, tan presente, que se vuelve y regresa corriendo a la tienda. Siente un dolor agudo en la parte inferior de la pierna mientras corre. Llega a la tienda y golpea la ventana, y no para de golpearla hasta que la mujer abre.
Se sienta en el suelo y, a la luz cada vez más tenue, observa el hilo de sangre que le baja por la pierna. Los ojos le bailan inquietos en la cabeza. Esa sangre parece ajena a ella, como si alguien le hubiera embadurnado la pierna con puré de tomate.
—Tu pierna. Tienes sangre —dice la mujer con cierta cautela.
Moja un extremo de su pañuelo en el grifo y le lava el corte de la pierna, luego se lo enrolla alrededor y hace un nudo.
—Gracias —dice Chika.
—¿Necesitas ir al baño?
—¿Al baño? No.
—Los contenedores de allí los estamos utilizando como baños —explica la mujer.
La lleva al fondo de la tienda y en cuanto llega a la nariz de Chika el olor, mezclado con el del polvo y el agua metálica, siente náuseas. Cierra los ojos.
—Lo siento. Tengo el estómago revuelto. Por todo lo que está pasando hoy —se disculpa la mujer a sus espaldas.
Luego abre la ventana, deja el contenedor fuera y se lava las manos en el grifo. Cuando vuelve, Chika y ella se quedan sentadas una al lado de la otra en silencio; al cabo de un rato oyen el canto ronco a lo lejos, palabras que Chika no entiende. La tienda está casi totalmente oscura cuando la mujer se tiende en el suelo, con sólo la parte superior del cuerpo sobre la tela.
Más tarde Chika leerá en The Guardian que «hay antecedentes de violencia por parte de los musulmanes reaccionarios hausaparlantes del norte contra los no musulmanes», y en medio de su dolor recordará que examinó los pezones y conoció la amabilidad de una musulmana hausa.
Chika apenas duerme en toda la noche. La ventana está cerrada, el ambiente cargado, y el polvo, grueso y granulado, se le mete por las fosas nasales. No logra dejar de ver el cadáver ennegrecido flotando en un halo junto a la ventana, señalándola acusador. Al final oye a la mujer levantarse y abrir la ventana, dejando entrar el azul apagado del amanecer. Se queda un rato allí de pie antes de salir. Chika oye las pisadas de la gente que pasa por la acera. Oye a la mujer llamar a alguien, y una voz que se alza al reconocerla seguida de una parrafada en hausa rápido que no entiende.
La mujer entra de nuevo en la tienda.
—Ha terminado el peligro. Es Abu. Está vendiendo provisiones. Va a ver su tienda. Por todas partes hay policía con gas lacrimógeno. El soldado viene para aquí. Me voy antes de que el soldado empiece a acosar a todo el mundo.
Chika se levanta despacio y se estira; le duelen las articulaciones. Caminará hasta la casa con verja de su tía porque no hay taxis por las calles, sólo jeeps militares y coches patrulla destartalados. Encontrará a su tía yendo de una habitación a otra con un vaso de agua en la mano, murmurando en igbo una y otra vez: ¿Por qué os pedí a Nnedi y a ti que vinierais a verme? ¿Por qué me engañó de este modo mi chi? Y Chika agarrará a su tía con fuerza por los hombros y la llevará a un sofá.
De momento se desata el pañuelo de la pierna, lo sacude como para quitar las manchas de sangre y se lo devuelve a la mujer.
—Gracias.
—Lávate bien-bien la pierna. Saluda a tu hermana, saluda a los tuyos —dice la mujer, enrollándose la tela a la cintura.
—Saluda tú también a los tuyos. Saluda a tu bebé y a Halima.
Más tarde, cuando vuelva andando a la casa de su tía, cogerá una piedra manchada de sangre seca y la sostendrá contra el pecho como un macabro souvenir. Y ya entonces, con una extraña intuición, sabrá que nunca encontrará a Nnedi, que su hermana ha desaparecido. Pero en ese momento se vuelve hacia la mujer y añade:
—¿Puedo quedarme con su pañuelo? Está sangrando otra vez.
La mujer la mira un momento sin comprender; luego asiente. Tal vez se percibe en su rostro el principio del futuro dolor, pero esboza una sonrisa distraída antes de devolverle el pañuelo y darse la vuelta para salir por la ventana.
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mnnacts · 2 years
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* ANGELES FOREST REFORESTATION EVENT.
los angeles es reconocida como una de las zonas de clima mayormente caluroso, pues incluso en invierno las temperaturas no logran ser demasiado bajas; esto a menudo les pone en emergencias con olas de calor, especialmente en verano, que a la par del error humano como el dejar basura en los espacios naturales o hacer fogatas en zonas desprotegidas derivan en tragedias que traen consigo consecuencias permanentes. ese ha sido el caso del último verano, con un incendio forestal que arrasó con la flora y la fauna de más de quince kilómetros a la redonda de la zona este del bosque nacional de la ciudad. es por eso que un llamado a la solidaridad aflora en las calles, panfletos y folletos se reparten entre todos los vecinos a la par de enormes campañas en busca de concientizar e invitar a cada habitante de los angeles a convertirse en el cambio que el mundo necesita. la invitación es clara, evento propone una repoblación forestal de emergencia, indicando que todo aquel que desee participar en la replantación de árboles en aquel espacio natural, se acerquen a la zona sur del bosque para ayudar.
domingo 22 de eneo, 4 pm.
para la alegría de los organizadores, espacio comienza a verse altamente concurrido por parte de todos los vecinos que desean sumar su granito de arena, pues propuesta no limita en edades y espacio llega a ser tranquilo y familiar. en la entrada, un arco anuncia evento llevándose a cabo y voluntarios reciben a los asistentes con guantes, palas, rastrillos, regaderas y todas las herramientas necesarias para traspasar de las macetas pequeñas a la tierra fértil miles de pequeños árboles que devolverán un poco de vida al parque nacional. para la alegría de los organizadores, espacio comienza a verse altamente concurrido por parte de todos los vecinos que desean sumar su granito de arena, pues propuesta no limita en edades y espacio llega a ser tranquilo y familiar. en la entrada, un arco anuncia evento llevándose a cabo y voluntarios reciben a los asistentes con guantes, palas, rastrillos, regaderas y todas las herramientas necesarias para traspasar de las macetas pequeñas a la tierra fértil miles de pequeños árboles que devolverán un poco de vida al parque nacional.
ambientación:
están haciendo 17 grados y el cielo se encuentra mayormente despejado, es un buen día para pasarlo al aire libre. si bien se encuentran en el bosque nacional de la ciudad, la zona en la que están reforestando es un predio abierto y sin muchos árboles, siendo ese el motivo por el cual se puede realizar ahí.
ooc:
pueden compartirnos sus outfits. recomendamos que se trate de ropa cómoda y que no corra riesgo de arruinarse en caso de que se ensucie.
los motivos por los que cada personaje se encuentre allí puede variar a gusto de cada user, para algunes será conveniencia e imagen pública, para otres realmente puede ser algo importante y que demanda su atención, tal vez algunes fueron solamente por estar aburrides... el por qué lo eligen ustedes.
esta actividad se desarrollará a través de starters. si gustan abrir un starter, juntar respuestas y en uno o dos días abrir otro más: es posible.
no se permiten convos privadas en esta actividad ni tampoco convos grupales.
al igual que en la actividad anterior, habrán intervenciones y juegos adicionales.
¡esperamos que les guste y se diviertan! ¡a escribir!
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t1n4ot4iz4 · 2 years
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ahora te escribe mi yo enamorada, esa chica risuena que con solo una mirada ya se notaba que te amaba, esa chica que hizo todo lo posible para que creas en el amo y la amaras, esa chica que se arriesgo solo porque ya no saba mas del dolor que era verte con alguien mas, esa chica que hoy toda rota esta intentando reconstruirse y le va bien, te extrano, extrano ese olor de tu cuerpo porque perfumes no usabas, extrano ver tu pelo al aire y sin remera entrar en tu pieza y que vengas directo a abrazarme, que estes haciendo cualquier cosa y corras a besarme, extrano todas tu cositas especiales o manas, desde cerrar los ojitos con fuerza, hasta abrazarme mientras duermes porque crees que me fui, y no me fui, nunca podre irme por completo, porque la mitad de mi alma esta con vos, la otra esta intentando regenerar ese lado que solo a vos te pertenece, loco te amo, de una manera que no te das idea y de una forma que no habia logrado nunca. pero a veces no todo es como nosotros queremos, solo te pido que me escribas y que pienses en mi, que hagamos las cosas bien. te amo y no se si algun dia pueda volver a amar con esa misma intensidad.
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tardes-bohemias · 1 year
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Tuve que irme..
Esta noche te digo adiós y no es por simple cortesía, no es porque el llanto de mis ojos te indique otra vereda, ni porque el camino que teníamos planeado se haya borrado con cariño, es porque te he querido más de lo que he herido, y eso ya es decir mucho.
Ojalá sigas siendo de nadie, que algunos besos aún me pertenezcan, que pidas con fuerza mi presencia en bares y en escondites donde de pronto huelas mi esencia, que recuerdes con nostalgia que un lugar en mi corazón sigue siendo tuyo, irremediablemente.
Que de pronto, me da por escribirte, como lo hago ahora, como lo hice ayer, y hace un mes. Tengo que quitarme todas las palabras de la garganta de alguna forma, y decírtelas no me parece lo más correcto, estás riendo en otra cama y, amor, no hay nada más doloroso que creerte feliz sin mí.
Te estaba matando la curiosidad, lo entiendo. Querías tener otras historias donde yo no fuera el antagonista, y te está saliendo bastante bien.
He viajado saltando puentes, me he roto en sonrisas cruentas, he tocado clavículas huecas, he visto la herida sin saber qué hacer con ella, he permitido que entren los demonios para olvidarte un rato, he visitado jardines llenos de hiedra, he mordido flores para no partirme los labios y he querido distraerme en Nunca Jamás.
Que ojalá sigas siendo del aire, que tu sonrisa sea capaz de opacar mis lágrimas, que te sientas libre sin mis ataduras, que corras sin escuchar mis gritos, que pares cuando mis pies ya no te sigan, que digas que no fui cobarde.
Después de tantos baches, de tantas escenas vacías, de escuchar tu voz sin tener ya nada que decirme, decidí que ese era el momento, que me tenía que marchar para ofrecerte el último baile, tuve que mentirte a la cara y hacerte sentir que ya no te quiero, y tú, salió tan bien, lo creíste todo.
Tomaste mi barbilla, me diste un beso en la frente, me pediste que me quedara, siendo yo siempre tu segunda opción. Después de verlo todo roto, te digo adiós, mi vida. Porque un corazón no puede querer por los dos, ni latir por ambos.
Lo siento, al final, tuve que irme.
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yinnydegoxs · 2 years
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¿Amor o amistad? 16
El científico bajo la mirada a la taza, con los dedos inquietos, después de estar un tiempo separados, más que nada por su culpa, el pequeño festejo de su esqueleto menor y la creación de las posibles nuevas armas había olvidado por completo aquello, incluso podría afirmar que olvido por completo ese percance a pesar de haberlo mencionado en la conversación; alzó la vista después de aproximadamente un minuto, viendo que el rey parecía paciente, esperando su respuesta.
—Yo... debo decir que deje ese tema de lado de momento.
—Dejaste tus investigaciones sobre ello.
—Aunque me gustaría decir que no, de hecho, es una realidad, quizá hasta podría decir que me he resignado un poco con eso.
—¿Dándote por vencido tan fácil? ¿Tú?
—No es que me rindiera, solo que con lo que tengo actualmente a mano me es imposible lograr algo más factible para controlarlo, si bien he descubierto como controlar el olor ambos comprobamos que las feromonas siguen en el aire —tomó un trago de té —necesitaría nuevos químicos o al menos plantas de donde sacarlas y estamos escasos de ello ahora.
—Supongo que es difícil pelear contra la escasez de recursos —suspira un poco preocupado —irás a encerrarte de nuevo en el laboratorio ¿verdad?
—¿Qué otra opción tengo? Simplemente haré que corra mejor la ventilación.
—Tú y yo sabemos que solo eso no es suficiente.
Gaster miró a otro lado un momento, incluso sin prácticamente estímulos externos, se le hizo realmente complicado mantenerse lúcido en demasiadas oportunidades, si bien Alphys era una aliada en esto, él no iba a aguantar en la siguiente vez; no sin recurrir a autolesionarse y estaba muy seguro de que le enojaría de verdad si lo hacía a posta.
Y de verdad que lo menos que quería era hacerlo enojar.
—¿Tiene... alguna sugerencia?
—Bueno, la idea de que tengas un compañero para ello es algo que podrías plantearte.
—No tengo interés en ese camino, si he estado con alguien es solo porque era usted su majestad, ningún monstruo me interesa y no tengo confianza en que los otros sean tan..."cuidadosos".
—¿Crees que alguno pueda lastimarte?
—Mi preocupación no va por ese lado majestad, sabe que los monstruos son propensos a buscar descendencia, en lo cual me incluyo, aunque no fuera con el método tradicional. —Hizo una pequeña pausa acercando la taza —preferiría no perder mi inmortalidad por un desliz de alguien que posiblemente no pueda controlar, dudo poder detener el acto una vez empiece.
—Bueno, pensando de ese modo, tienes un punto —se froto la barba con una de sus manos —entonces, ¿prefieres que yo me encargue?
Tosió un momento el té que estaba tomando, retomando el color rojo en la cara. No es que no quisiera, pero realmente el sexo no era más que algo sin importancia, no significaba nada para nadie en el subsuelo. Quizá pasó demasiado tiempo con los humanos antes de la guerra para ver aquello tan natural como algo más especial de lo que realmente era.
Igual, Asgore no tenía que saber eso.
—Yo... —carraspeo un poco su voz —no quisiera causarle más molestias su majestad.
—Oh realmente no es una molestia, se puede decir que es un poco liberador.
—¿Liberador? —lo miró ahora con cierta curiosidad.
—Bueno, muchos monstruos lo hacen para liberar estrés, además buscar la compañía de otro no es algo raro con nosotros.
—Entonces, es... ¿algún tipo de...? —intento buscar las palabras, pero no sabía cómo decirlo.
—Oh, suele ser lo bastante bueno para relajarse, para un momento placentero o para tener un poco de diversión si se cuidan apropiadamente, no tiene que ser por reproducción si no se quiere.
—Supongo que es una manera de verlo...
—Bueno, es tu decisión, yo no tengo ningún problema en ayudarte con tu celo.
Los ojos de Gaster brillaron apenas en rosa unos pocos segundos, ¿estaba bien aceptar la oferta? No es como si estuviera obligando a su rey a cuidar de él, pero sentía que sería más difícil ocultar sus sentimientos si se aferraba a la idea de estar cerca en esos momentos en los que era vulnerable. Aun así, la tentación parecía poder más que su razonamiento.
—¿E-Está... seguro de ello?
—¿Oh? —lo mira curioso —no voy a forzarte a ello, solo quiero que estés tranquilo con este tema.
El esqueleto movió nervioso sus dedos por la taza, mientras encontraba algo de valentía.
—"E-Estaré a su cuidado." —finalmente optó por usar sus manos mágicas ya que no podía controlar su boca adecuadamente para hablar.
—Ah bien, cuando el momento llegue puedes venir a casa, creo que sería peligroso repetir lo de la anterior vez en el laboratorio.
—"Por favor no me lo recuerde." —se llevó una mano a la cara, estando lúcido moría de pena al recordarlo.
Asgore solo rio por lo bajo, algunos monstruos no tenían tanta discreción, pero ya imaginaba que su científico si la tenía, pensando un poco en estos tres celos pasados una pequeña idea vino a su mente, pero deshecho cualquier pensamiento sobre ello, después de todo él estaba bajo sus instintos y no estaba pensando racionalmente. Aun así, quería ver la reacción del esqueleto.
—Me pregunto si recuerdas luego del celo lo que sucede.
—"Me temo que lo recuerdo con mucha claridad."
—Oh, ¿entonces recuerdas que pediste repetir los besos la primera vez?
La cabeza de Gaster paso a estar completamente roja.
—"¡L-Le dije que olvidara eso!"
—Oh, pero yo recuerdo haberte dicho que no lo haría, y luego en el segundo creo recordabas eso.
—"N-No recuerdo eso."
—¿No acabas de decir que recuerdas con mucha claridad?
—"Yo... yo..." —sus manos titilan mientras se pone más nervioso.
—Oh tranquilo, sé que no estabas en tus sentidos, el celo puede hacerte hacer cosas que lúcido jamás harías, conozco eso bastante.
Gaster sintió un nudo a la altura del cuello ahogando un poco más su voz si eso era posible; bueno, tenía sentido eso, estaba lúcido en el último y no se atrevió a ir por Asgore como anteriores veces.
—"S-Siento eso su majestad."
—Está bien, además yo empecé con ello, —lo miro tranquilo —y bueno, sé que son importantes, pero supongo que ya lo habrás hecho en el pasado, así fuera por curiosidad.
— . . . —miró a otro lado en silencio.
—Oh, espera... ¿de verdad tú nunca...?
—"N-No, q-quiero decir, si h-he tenido los besos familiares, algunos de antiguos compañeros y oh b-bueno, alguno que otro s-solo rozando... pero los de pareja nunca... antes."
—Oh dios, ¿por qué no me dijiste eso?
—"No hubiese cambiado nada ya que lo hizo para sobresaltarme, ¿recuerda?"
—Cielos, siempre pensé que ya... es decir, estoy consciente de que eres un monstruo bastante reservado, pero siempre has sido curioso de todo.
—"Me temo que el tema nunca salió en ningún momento para que yo sintiera curiosidad, no la suficiente, es decir, los roces son un abismo de diferencia a los de una pareja... como decirlo... más.... ¿profundos?"
—Ah... ahora me siento terrible de haberlo hecho, hice mal en suponer cosas, sobre todo conociendo como eres.
El esqueleto bajó la vista y se quedó inmóvil unos segundos, no podía decirle a su majestad que estaba feliz porque él fuera quien tomara sus primeras veces, dejaría peligrosamente expuestos sus sentimientos y no quería que las cosas no solo fueran incomodas si no que, si lo rechazaba, que era la opción obvia, si no que no iba a saber cómo mirarlo más adelante.
De solo pensar en ello lo hizo sentir una opresión fuerte en su pecho y una sensación de vacío aplastarle lentamente, tomó una bocanada de aire para intentar aliviarse, pero no surtía efecto, lo último que quería era que Asgore se sintiera mal en su presencia, ya fue horrible no verlo más de un mes, ¿cómo haría si ya no pudiera volver a verlo de forma permanente?
Aún con esa posibilidad, muy dentro de él, se aferraba a esos sentimientos.
—"Será mejor que me vaya majestad" —apretó un poco los dientes, de nuevo sin poder decirlo directamente —"iré a descansar como pidió."
—¿Eh? ¡Ah! Si, es cierto, lo dije —titubeo un momento, sabiendo que no quería seguir el tema —por favor ve a dormir un poco, al menos para que las ojeras sean disimuladas.
—"Esta bien."
Dejó la taza en la pequeña mesa para luego levantarse y hacer una suave reverencia de despedida antes de ir a la puerta, apenas cruzó el umbral tomo un atajo, pero estando cansado no llego demasiado lejos, a unos pasos del laboratorio, irónico.
Respiró hondamente, intentando que esas sensaciones que tenía por pensar demasiado desaparecieran, pero seguía sin tener éxito, ni siquiera parecían disminuir, si no aumentar con el paso de los segundos, apretó los dientes y entró al laboratorio para poder irse, aunque si tenía que ser sincero, irse por el río hoy no le parecía la mejor opción, no quería regresar tan pronto a casa, necesitaba despejarse e incluso se arrepentía de haber usado un atajo, pero no quería un segundo posible encuentro con cierto monstruo.
Caminó entre la gente del laboratorio, sin hacer contacto visual con nadie, sentía que algo en él se rompería si lo hacía ahora; tan rápido como entro, salió por el frente, yendo por el camino para dirigirse a Waterfall, el falso cielo estrellado quizá podría darle algo en que distraerse, más no duro mucho, ya que conocía cada una de las "constelaciones" que imitaban las piedras brillantes.
Intento que su mente se mantuviera ocupada en detalles pequeños, pero esta se resistía a ello.
Antes de poder darse cuenta de donde pisaba, termino casi de cabeza en el agua, revisando donde había pisado se dio cuenta que el rompecabezas estaba incompleto, incluso un juego de niños es difícil de resolver si no lo miras. Maldijo por lo bajo antes de apoyarse en la orilla para salir, si bien las aguas eran cristalinas, no es como si pudiera contar este chapuzón como un baño.
Se sacudió un poco, suspirando molesto por el percance, al menos podía alegrarse de que nadie lo viera.
—¡Hey doc!
Quizá hablo demasiado rápido.
—"Undyne, parece que me encuentro contigo demasiadas veces."
—Bueno, está bien que para variar no tenga que medio rostizarme en Hotland para verlo.
—"Bueno, a Waterfall solo vengo a veces, cuando quiero recolectar algo de la basura nueva que cae."
—Si, lo he visto algunas veces con Alphys recogiendo cosas, pero no creo que ese salto al agua haya sido para recolectar algo aquí.
—"Solo estaba distraído, he hecho este puzle tantas veces que no controle si estaba hecho."
—Ya... —lo mira un rato —¿por qué está hablando con las manos?
—"No tiene nada de raro, antes lo hacía todo el tiempo."
—Si, recuerdo que Asgore me enseño las señas, pero ahora puede hablar, ¿para que las necesita?
Gaster sintió un ligero dolor en el pecho al oír su nombre.
—"Quizá no estoy de humor para hablar." —desvía la mirada.
—¿Necesita ayuda?
—"No." —Respondió al instante, de forma cortante.
—¿Seguro? Hay muchos más puzles adelante, puedo hacerlos para que pase.
El esqueleto solo suspiró derrotado, no estaba de humor para hablar, mucho menos para discutir y menos sabiendo que no iba a ganar en insistencia o en todo caso la chica lo seguiría de todos modos de forma sigilosa, o no, hasta que volviera a casa.
—"Esta bien, si eso te entretiene."
—¡Hey! Solo trato de ayudar, está demasiado distraído y falta que caiga en alguna trampa o algo.
—"Bien, bien, ya entendí..."
Volvió a apretar los dientes un momento, la angustiosa sensación de vacío lentamente estaba consumiendo su mente, pero intento mantenerse bajo control, se cruzó de brazos y clavó los dedos en sus huesos aún por arriba de la tela; luego de uno o dos minutos decidió que era mejor seguir avanzando, Undyne lo observó de vez en cuando, como tratando de que la mirara, pero no quería hacerlo, no quería que sus ojos se cruzaran con los de nadie.
Fue una caminata incómoda y molesta, no por su acompañante, si no por su propia mente que parecía divertirse con el sufrimiento de una forma retorcida, solo quería dejar de pensar. Levantó apenas la vista a su hogar, con las luces apagadas, lo que decía que, o bien ya estaban durmiendo, o no habían llegado a casa. Miró de reojo a la chica temblar levemente, bueno, no todos podían aguantar los climas extremos de frío o de calor.
—"Vamos al bar a comer... además entraras en calor."
—La idea me suena de puta madre.
—"Lenguaje Undyne."
—Ups.
Sin más que decir, pasaron de largo la casa para ir directo al bar, posiblemente a esa hora podría no haber nadie, si tenían algo de suerte; Undyne no tardó nada en entrar al local y estirar los brazos hacía el calor del lugar, un poco aliviada de salir del frío punzante.
Gaster solo intento mirar a cualquier sitio para enfocar su mente en lo que fuera, pero realmente no podía pensar en otra cosa que sus propios sentimientos, él ya tenía una respuesta sin necesidad de hablarlo con su majestad, la cual no le gustaba, pero era realista, cada que eso venía a su cabeza tenía pesadillas de ello y durante muchos días.
—Curioso, no has venido a la hora de cierre.
—"Su majestad me pidió que viniera a descansar."
—Bueno, te ves terrible, así que no me sorprende.
—"Me lo dijo, de otra forma, en fin ¿puedes darme lo que sea?"
—Bien, ¿con ron como siempre?
—"Si no lo adulteras de nuevo para castigarme."
—No prometo nada.
El esqueleto solo suspiró y se sentó en uno de los taburetes pegados a la barra, no quería llegar a casa y estar solo con sus pensamientos, pero tarde o temprano tendría que ir. Miró de reojo a Undyne que parecía mirar con brillo en su ojo el cómo se movía Grillby para preparar la comida, pensando un poco, probablemente ella tenía que conseguir su propia comida cuando no estaba con el rey, ¿o quizá solo se conformaba con lo que Asgore le hacía? Si bien le dijo de entrar a comer, no pensó en ningún momento si la chica traía oro con ella. Apareció una mano delante de la cara de su elemental amigo sin que su pequeña acompañante lo notara para hacer algunas señas específicas, la llama volteó un momento y asintió despacio antes de seguir con su trabajo.
A los pocos minutos, dos platos de hamburguesa y papas fritas conjuntas.
—"Ponlo en mi cuenta."
—Wah~ ¿los esqueletos comen tanto?
—"No realmente, uno de los platos es para ti."
—¡¿Eh?! —se señala a ella misma.
—"Tómalo como un agradecimiento por acompañarme... y un pago para que no le cuentes a su majestad de mi percance en Waterfall" —miró a otro lado, prefería que los accidentes en general no fueran descubiertos.
—Oh, yo creo que encontraría eso divertido.
—"Prefiero no arriesgarme a un regaño."
—Aw, está bien doc.
Suspiró por lo bajo mientras tomaba su hamburguesa, con el paso del tiempo parecía que Undyne guardaba más y más secretos, desde muy importantes hasta tonterías como la última, la idea de que una niña supiera cada vez más de él lo ponía un poco inquieto, al menos parecía mantener su palabra, pero ¿por cuánto tiempo? Sinceramente no quería cuestionarla, solo esperaba que no terminara sabiendo cosas más personales, ¿aunque eso no sería liberador? Solía contarle antiguamente a Grillby las cosas, ya que es un monstruo muy reservado, pero tenía el detalle de ser amigos de hace tanto tiempo que a veces lo picaba con ello para fastidiarlo.
Aun pagando ese precio, estaba bien sentir menos presión en su pecho.
Termino comiendo despacio, no era que tuviera demasiada hambre en específico, solo se resistía a quedarse solo con sus pensamientos; cuando quiso darse cuenta, ambos monstruos parecían mirarlo detenidamente, como si leyeran su mente y no les gustara lo que estaban viendo.
—Paso algo con Asgore —ni siquiera fue una pregunta, fue una afirmación de los dos.
¿Cuándo se había hecho tan fácil de leer?
—"Ustedes dan miedo, ¿sabían?"
—No es difícil saber que algo va mal con Asgore, parece ser lo que más le afecta doc.
—Por lo general el trabajo cuando no sale como esperas te suele irritar, no deprimir.
—"Sans te ha contado ¿verdad?"
—Los dos están intentando armas nuevas, si, lo dijo, nunca le dijiste que era confidencial.
—"Bueno, se iba a saber con el tiempo."
—¡Hey! No desvíe el tema doc, ¿paso algo demasiado malo con Asgore?
—"No, solo hablamos un poco, me regaño entre otras cosas..."
—No te mataría decirnos esas "otras cosas" de las que hablaron.
—"Son temas que... son más privados, además de que son cosas que ocurren solo a monstruos jefe, así que no se si lo entiendan..."
—¿Tiene algo que ver con sexo?
Ambos monstruos mayores miraron con cara de póker a la menor, que había soltado aquello de la nada, pero vaya que había dado en el clavo ya que Gaster no pudo ocultar el rojo de su magia en el rostro unos segundos después luego de reaccionar.
—"¡Aún eres una niña! ¡Aún no deberías saber de esas cosas!"
—¡Qué no soy una niña! Además, Alphys no es la persona más cuidadosa del mundo y me ha mandado algún que otro cuento con cosas muy... ¿gráficas? Aunque siempre es por accidente, suele venir corriendo a Waterfall para arrancarme el celular de las manos.
—"Juro por dios que la voy a matar." —Se llevo una mano a la cara.
—Pero ¡eh! He dado en el blanco ¿no?
Gaster quiso intentar poner una negativa a ello, pero su comportamiento exaltado y exageradamente nervioso lo delataba a leguas, simplemente se cubrió la cara con ambas manos, en señal de derrota; Grillby le sirvió un vaso de ron con algo de hielo, a veces el alcohol podía hacer que algunos hablaran de más, o por lo menos les daba un respiro en una situación incómoda. En este caso podrían ser las dos dependiendo cuanta cantidad estaba dispuesto a sacrificar.
El esqueleto lejos de protestar tomó el vaso entero de un trago.
—He de decir, que no esperaba que pudieras poner tus manos en el rey, y peor que eso, que no me dijeras nada de ello.
—"¡Yo no lo hice!"
—¿Oh? ¿El rey hizo un movimiento así? —Sirvió de la botella hasta rellenar.
—"¡No! Quiero decir, no como tal... f-fue más como un... instinto..." —Miró el vaso, tentado a volver a tomarlo de un solo movimiento, pero se resistió.
—¿Instinto? —Lo miró unos momentos Undyne.
—Bueno, los monstruos, llegados a ciertas edades, se vuelve común eso, pero viendo como es el rey, realmente no esperarías que volviera a hacerlo con nadie.
—"Eso es porque... es... época de celo."
—¿Época? —Repitieron los dos monstruos.
—"Su majestad me lo explicó en su momento, los monstruos jefes tienen periodos o épocas de celo..." —al final decidió tomar la bebida de una sentada una segunda vez —"en mi caso, libero feromonas mágicas que son como... estimulantes o peor, además que mi magia deja de funcionar, pierdo la poca fuerza física que tengo y no puedo defenderme si al..."
Miró a otro lado, sin querer mencionar lo último.
De un momento a otro logra notar una luz fuerte del otro lado de la barra, levantó la vista del recipiente para dirigirla al brillo y chocar con la mirada molesta de Grillby, por instinto también decidió mirar a Undyne que había apretado los puños contra la mesa, no necesitaba decirlo en palabras para que ellos entendieran que podía pasar, si no que suponían, tal vez mal, lo que le pasaría.
Antes de hablar, el elemental de fuego calmó sus llamas, pensando con claridad a los pocos segundos.
—No creería que el rey te forzara, incluso imaginarlo me ha hecho sentir mal —suspiró mientras volvía a servir otro trago.
—Si, Asgore moriría de culpa por algo así —Undyne miró un poco a Gaster —pero otros monstruos no.
Gaster tensó los hombros, bebiendo nerviosamente y, de nuevo, los dos monstruos lucieron su enojo en sus ojos.
—Solo es por curiosidad, pero ¿el monstruo en la lista negra tuvo algo que ver?
—"¿Que tiene que ver eso?" —no se atrevió a mirarlo directamente y decidió volver a tomar, esta vez con calma, para al menos quitarse el sabor desagradable de recordar a Jack.
—Vino a pedir trabajo aquí hace no mucho tiempo y podría adivinar que Asgore no lo puso en la lista negra por alguna tontería menor, recordando que el último en la lista fue hace treinta años.
—Ah... —suspiró por lo bajo, terminando el trago, un poco más suelto, pero no lo suficiente.
—¿El mendigo intentó ponerle las manos encima?
—"No... no diría que lo intento, sino que lo hizo..." —desvió la mirada, avergonzado de sí mismo.
Grillby solo volvió a servirle, casi de forma automática; si quería que soltara toda la historia, quizá tendría que perder una botella de ron, la resistencia al alcohol del esqueleto no era tan grande para aguantar más de una.
—Voy a convertirlo en un alfiletero —gruñó Undyne.
—"No, no quiero que se arme un escándalo y creo que un año viviendo en la miseria es un castigo lo suficientemente bueno como para que no quiera volver a acercarse a mí."
—Su majestad es demasiado amable como para matar a un monstruo.
—"Debo agradecer que decidiera venir al laboratorio... no sé qué habría pasado si..." —esta vez llevó la copa a su boca y bebió lento, notando su propia mano temblar —"si su majestad no llegaba yo..."
—Hey, con calma G, —Grillby le puso las manos en los hombros —solo importa que no paso a mayores, ¿no? Está bien.
—"Lo siento..." —respiró hondo, alejando el vaso de su boca —"pero, fue humillante ¿saben? soy un monstruo jefe, tendría que poder con cosas así..."
—Puede que sea cierto, pero no es como si pudieras detenerlo ¿no? Sin magia ni fuerza y dudo que escuchara en lo más mínimo o algo —la chica lo mira un momento —¿No le dijiste nada a Asgore de que estabas en celo?
—"De hecho no, no tuve que... bueno... el rey..." —jugo un momento con sus dedos por el borde del vaso —"él... bueno... se encargó de mí."
Tanto la flama como la chica se quedaron recalculando, como intentando procesar lo que acababan de escuchar antes de sobresaltarse por ello. Si el celo de monstruos jefe era más similar al de un animal, entonces ambos podían hacerse a la idea de que había pasado.
—¿Así que estuviste con el rey por tu celo? —Lo miró Grillby.
—"Sí, fue egoísta de mi parte el meterlo en ello... pero ni siquiera pensaba adecuadamente en ese momento, aunque suene a excusa."
—Bueno, si el celo se maneja más parecido a los animales, ¿no es sexo para tener bebés? —lo miró Undyne un poco curiosa.
—"Su majestad no haría algo tan abrupto como eso, está consciente que no deseo perder mi inmortalidad y menos aún quitársela a él."
—El rey debe tener un buen autocontrol.
—"Mejor de lo que yo puedo manejar."
—Bueno, ¿entonces tienen sexo como amigos?
—"No realmente, es solo que las relaciones acortan el tiempo de celo, podría decir que lo corta abruptamente" —medito un momento —"bueno, al menos por lo que he notado eso pasa conmigo o quizá yo lo llevo al límite de aguante."
—Dime que no probabas tus propios límites en nombre de la ciencia o por simple curiosidad por favor, —Grillby lo miró con reproche.
—"Simplemente no quería molestar a su majestad con ello, pero siempre termina involucrado hasta ahora."
—Supongo que Asgore calculaba el tiempo o algo así.
—Hablando de eso, Asgore es un monstruo jefe, ¿no debería tener un celo también?
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Parte 15
Parte 17
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alejandro-martz · 13 days
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La miseria, claro, es lo que nos mantiene despiertos. Es lo que corre por las venas de todo hombre que se levanta sabiendo que el mundo no va a cambiar para mejor. No hay escape. Se instala en los huesos como una vieja herida que nunca termina de sanar. La mayoría de la gente vive huyendo de ella, como si pudieran esquivarla con suficiente esfuerzo o con las distracciones adecuadas: el trabajo, el amor, el dinero. Pero la verdad es que la miseria no es algo que se pueda evitar. Es el estado natural de las cosas.
Filósofos y poetas han hablado de ella durante siglos, como si tratar de entenderla la hiciera más soportable. Que si la vida es sufrimiento, que si el dolor es el único maestro. Bla, bla, bla. Pero la miseria, al final del día, es simple: es la aceptación de que nada tiene sentido y que, aun así, seguimos adelante. Nos levantamos, trabajamos, bebemos, follamos, nos desmoronamos, y luego lo hacemos todo otra vez al día siguiente. Lo absurdo de todo esto es lo que más nos golpea. Porque sabemos que no hay redención, no hay un propósito superior. Y ahí está la verdadera miseria, en esa cruda conciencia de lo insignificante que somos.
La miseria no es solo pobreza ni sufrimiento físico. No. Es más profunda que eso. Es ese sentimiento de estar siempre un poco jodido, de que algo te falta aunque lo tengas todo. Es esa pesadez en el aire, esa sensación de que, por mucho que intentes llenar el vacío, siempre queda algo por rellenar. Es lo que Sartre llamaría náusea, o lo que Nietzsche describiría como el eterno retorno: una repetición infinita del mismo cansancio, del mismo absurdo.
Y entonces, algunos se vuelven filósofos, otros poetas, otros se hacen alcohólicos, como yo. Todos intentan, a su manera, darle algún tipo de sentido a la miseria. Pero al final del día, todos terminamos en el mismo agujero, conscientes de que nada de lo que hagamos importa tanto como creemos. Y ahí está el truco: la miseria nos iguala. No importa quién seas, a dónde vayas, o cuánto dinero tengas. La miseria siempre te va a encontrar. Y quizá por eso nos da tanto miedo. Porque no importa cuánto corras, cuánto intentes ignorarla, ella siempre te estará esperando.
La verdadera tragedia no es la miseria en sí. Es lo que hacemos con ella. Algunos se ahogan en la desesperación, otros en el alcohol. Pero algunos, los pocos que entienden el chiste, simplemente se ríen. Porque una vez que te das cuenta de que todo es miserable, te liberas. Dejas de pelear. Y en esa rendición, en esa aceptación total de la miseria, es cuando encuentras una extraña forma de paz. Una paz que solo aquellos que han abrazado el caos pueden entender.
Así que sí, la miseria es lo único real en este mundo. Todo lo demás es solo maquillaje, distracción, una maldita mentira que nos contamos a nosotros mismos para no volvernos locos. Pero la miseria, esa siempre te dice la verdad.
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diariomacho · 3 months
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escritorademalamuerte · 4 months
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Abro la puerta para que corra el aire
y salga el perro a tomar el sol
que se caliente los huesos
y las entrañas
Abro la ventana para que entren los primeros rayos de sol
para que ilumine adentro
y caliente las paredes
y caliente la sala
y caliente este cuerpo
que hoy esta frío
que reclama calor
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jgmail · 4 months
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El cóndor andino y sus simbologías
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Por Ileana Almeida
Fuentes: Rebelión - Imagen: Chavín de Huántar, "Cabeza de cóndor".
El cóndor (kuntur en quechua y mallku en aymara), es el ave voladora más grande del mundo. Con su color negro y partes blancas en el dorso de las alas, el collar de plumas también blancas y la cresta roja sobre la cabeza tiene un aire solemne. La distancia entre los extremos de las alas es de más de tres metros; cuando se lo observa en su majestuoso vuelo semeja un rectángulo, lo que contribuyó, quizás, a la profusión de significados mítico-sacramentales entre los antiguos pobladores andinos. También se lo asociaba con las estrellas y más precisamente con la Cruz de Sur (chakana, en quechua), por dar durante el planeo la impresión de dos segmentos cruzados.
 El cóndor habita en la cordillera de los Andes, en las estribaciones costeras colindantes con el océano Pacífico y en las sierras pampeanas del sur del continente. Es monógamo y buscan los riscos de las montañas para vivir en pareja y cuidar de los huevos. Puede volar 300 kilómetros en un solo día y planear por horas sin batir las alas. Es un ave carroñera, pero no es cazadora. La creencia falsa de que es capaz de atrapar aún a pequeños vacunos ha sido la causa para que se lo mate y se trate de extinguirlo. La verdad es que el ave es mansa y amigable con las personas que se le acercan.       
 Sus características extraordinarias han permitido establecer codificaciones de las religiones andinas primitivas, y hasta nuestros días constituye un poderoso símbolo que ha desbordado los contextos históricos de las culturas andinas.
 Existen petroglifos con figuras del ave que datan de hace miles de años, como las descubiertas en el desierto de Atacama, en Chile (D. Valenzuela, et alt.) y en Cerro Colorado (S. Gordillo) en Argentina. 
 Prácticamente en todas las culturas prehispánicas andinas aparece el cóndor como motivo artístico y religioso. De los muiscas de Colombia se conserva el afamado cóndor de oro, actualmente en el Museo Británico. Asimismo, bello y antiguo es el textil de algodón hallado en Huaca Prieta, en Perú, que muestra un cóndor con las alas desplegadas; se exhibe en el Museo de Historia Natural de Nueva York.
 En la cerámica mochica con figuras de cóndor, hay algunas piezas que llevan cántaros o vasijas que hacen presumir que el ave estaba ligada al agua, elemento fundamental del universo en varias culturas de los Andes. Por otro lado, el geoglifo de las líneas de Nazca con la figura del gran pájaro, en dimensiones monumentales, ha sido entendido como propiciador de la lluvia y la fertilidad, y como el principio conector entre los diversos mundos: el superior, el de aquí y el del inframundo.
Como todo símbolo, el cóndor fue cambiando de significado a lo largo de la historia. No siempre se lo ha representado como personaje independiente: en Chavín de Huántar (1500-300 AC), es el partenaire de dioses creadores relacionados con el agua primaria, el caos y la oscuridad. En el sitio epónimo se construyó una intricada red de galerías y canales para que corra el agua, lo que prueba el culto que ahí se rendía a este elemento primordial de la creación universal; el lugar donde se hizo el santuario es un tinku(confluencia de dos ríos) circunstancia que acentúa la relación de continuidad entre la obra y el espacio donde se la ubicó.
 Chavín de Huántar fue declarado “patrimonio cultural de la Humanidad” por la Unesco en virtud de la estrecha relación lograda por su arte y su mitología arcaicas, cuyas piezas escultóricas  más admiradas son la Estela Raymondi, el Lanzón, el Obelisco Tello, las figuras animal-hombre que representan el “árbol del mundo”, animadas todas ellas  por un singular código estético que podría calificarse de proto cubista: las imágenes, deformadas y fragmentadas, prescinden de la perspectiva y ocupan un mismo plano: en la talla “cabeza de cóndor” está muy clara la intención de sugerir una cabeza estilizada y lograr en el bloque lítico la forma de un paralelepípedo. Estas características llevaron a Pablo Picasso a afirmar que “De todas las culturas antiguas que admiro, es la de Chavín de Huántar la que más me asombra, de hecho, en ellas están inspiradas muchas de mis obras” (cita de Luis Gustavo Córdova, en su texto Patrimonios de la Humanidad en los países de América Latina, 2011).
 En Chavín de Huántar, el dios creador -¿Thunupa?– aparece en la estela Raimondi con cetros en ambas manos y la figura con un gran tocado de plumería que rodea la cabeza de la divinidad ctónica. Las plumas, consideradas en el pensamiento mítico como lo más importante de las aves, y tomando en cuenta representaciones posteriores, simbolizan el cóndor en su papel de partenaire del dios creador.
 Tantas son las imágenes del cóndor en esculturas, placas labradas y cuencos de piedra encontradas en las galerías de Chavín de Huántar, que se ha pensado que el cóndor de la época preincaica cumplía funciones más amplias que las de “ayudante”, y que están -más bien- relacionadas con el caos, lo tenebroso, la fecundidad, el agua -en tanto elemento fundamental del universo- y con la morada subterránea del viento huracanado.  
 Volvemos a encontrar al dios creador con báculos en sus manos y a su colaborador, el cóndor, en la Puerta del Sol, en Tiahuanacu (Bolivia). El portal –  un monolito tallado en un solo bloque de piedra- fue sin duda la entrada a un lugar de especial sacralidad, quizás Kalasasaya; también ha sido declarado “patrimonio cultural de la humanidad”. La figura central es un relicto del dios Thunupa de Chavín de Huántar, pero en una época más avanzada. Esta vez se trata del dios incaico Wira Kocha, divinidad que ascendió desde las profundidades del lago Titicaca en representación de lo iluminado, ordenado, humano. A este dios se lo puede ver, y está considerado creador del sol, la luna, las estrellas y el tiempo.
Al frente y en la parte superior hay un friso con la figura de Wira Cocha sosteniendo báculos en sus manos; a los lados, dividido en cuatro cenefas horizontales y simétricas, también hay figuras de cóndores -estilizadas y ornamentadas- que se dirigen al dios doblando una rodilla y portando sendos bastones emblemáticos del poder. Alternando con las filas de aves, se pueden distinguir otras que dejan entrever formas humanas. Es posible que se trate de sacerdotes venerando a la divinidad.
 El crítico de arte boliviano J. Quino Choque en su estudio semiótico sobre las “cabezas de cóndor” de la Puerta del Sol de Tiahuanacu, opina que la memoria del símbolo “cóndor”, viene del pasado y va hacia el futuro, lo que revelaría que la memoria del símbolo es más antigua que la memoria de su entorno textual no simbólico. En las culturas andinas el significado del cóndor es siempre arcaico. La proximidad de la Puerta del Solcon elTiticacaretiene el significado de su relación con el elemento acuático.
 En la concepción incaica sobre el cóndor, el mejor ejemplo desde un punto de vista escultórico es el Templo del Cóndor de Machu Pichu. Las formas, los volúmenes, las líneas, lascaracterísticas topológicas hacen que en el sitio se “vea” al ave posándose en el centro del recinto.
Para los incas el cóndor era inmortal. En el metaforismo incaico, cuando el ave se sentía vieja, se situaba al borde de un precipicio y se dejaba caer, con las alas recogidas, pero no moría, resucitaba y regresaba a su morada. En este acto, el Apu cóndor simbolizaba a la tempestad y la fecundidad asociada con la lluvia.
Cuando los incas llegaron al territorio de los quitus, impusieron los topónimos quechuas y llamaron a uno de los montes nevados de significado sacro con el nombre de Condorazu (nevado del cóndor).    
Entre los cañaris del austro ecuatoriano, el 21 de marzo, equinoccio de otoño, cuando el sol se ubica en la línea del Ecuador, las comunidades de este pueblo de tradición antigua, celebran su fiesta anual con gran colorido y la solemnidad de los tambores. La fiesta está dedicada a la divinidad que baja de sus montañas sagradas; con seguridad se trata del cóndor porque los cañaris durante la ceremonia llevan cóndores embalsamados sobre enormes sombreros adornados con cintas y pañuelos teñidos con los colores del arco iris. Por lo visto, es un ritual anterior a los incas. Los hombres-cóndores desfilan por los bordes de la montaña, el viento sopla fuerte y la danza en círculos de los bailarines levantan las plumas de sus vestiduras creando la sensación del vuelo. Ahora la fiesta ancestral esta confundida con el Tayta Carnaval por imposición de la iglesia católica que vio en el culto al cóndor un significado de idolatría.
La procesión de los cóndores se inicia en el sitio sagrado de Cerro Narrío y termina en Shizhu, lugarigualmente venerado. Sería importante comprobar con datos de la arqueología, si la cabeza de cóndorde Shagli ha sido   labrada en la roca siguiendo el modelo universal del culto a la montaña que existía entre los cañaris, o si se trata de una coincidencia con las formas naturales del peñasco donde aparece.
 Los cañaris no solo conservan el mito del cóndor-antepasado, sino además el ritual con que se lo celebra. Durante los días que dura la fiesta se sacrifican cuyes y borregos marcados de acuerdo a una liturgia, en honor al cóndor que “ha descendido”. La festividad se identifica con las buenas cosechas, el florecimiento de los campos y el espíritu de los cerros.
 Vayamos otra vez al Perú y a la mitología de sus pueblos.  La idea importante de la oposición mitológica entre el cóndor y la llama, (el mundo superior y el inferior), se plasmó en una pieza de cerámica arcaica (cultura Cajamarca) conservada en el museo Amano, de Lima.
 La representación de lo alto y lo bajo (arriba las aves, abajo los ungulados) tan propio del pensamiento mítico, cambió desde la época colonial. En la nueva sociedad el cóndor pasó a significar al pueblo quechua dominado, explotado, despojado de sus tierras, y el toro a los españoles como explotadores, usurpadores de la tierra, dominadores. Cómo esta realidad se ha prolongado en la época republicana, laYahuar Fiesta continúa vigente y cumple el papel de resistencia social en la memoria colectiva y sirve de estímulo para el fortalecimiento de la dignidad del pueblo quechua. El festejo se conserva todavía en Puquiu, departamento de Ayacucho y en Coyllurqui, departamento de Apurimac.
El espectáculo comienza con la captura de un cóndor que mora en algún risco de una montaña cercana, y de un toro montaraz de la alta puna. Ya entre los comuneros, se amarra el cóndor al lomo del toro y se sueltan los dos animales al ruedo de una plazoleta. El cóndor pugna por zafarse con rasguños y picotazos, abre las alas para mantener el equilibrio, mostrando la majestuosidad de su plumaje; a la vez, el toro se sacude con desesperación. La lucha se prolonga hasta que el toro se doblega y dobla las patas: el cóndor “ha vengado los sufrimientos de los indígenas”.
El cóndor es liberado de su tomento y es encerrado en un cuarto obscuro para que se recupere; se le da de comer y beber, luego de algunos días se lo saca y   adorna con cintas de colores y en procesión solemne se lo traslada hasta un sitio elevado del monte para soltarlo, permitiéndosele que vuele libremente. Es el momento de mayor emoción para los comuneros, que al menos por un tiempo, se sienten redimidos de su condición de seres dominados.              
 Hace poco, por orden del gobierno peruano y también por influencia de los ecologistas, entre los que hay también quechuas, la fiesta-ritual ha sido atenuada o se la ha suprimido por completo.
 La Yahuar fhista (en quechua), con sus impresionantes rasgos y símbolos zoomorfos, han inspirado a artistas, inclusive no indígenas, para crear esculturas, pinturas, obras teatrales, videos y películas. Se destaca el cuadro de Oswaldo Guayasamín El toro y el Cóndor. En la plaza de Cotabambas, Perú, se levanta una escultura grande que guarda la memoria colectiva de la Yahuar fhistay sussignificados, incluyendo el del ritual.     
 En mitos, leyendas y danzas populares de los quechuas andinos existen múltiples ejemplos del significado ancestral adjudicado al cóndor. En una danza de Ayacucho -Cóndor Tusuy- la figura del ave personifica al inca, augurando que este salvará al mundo. Las danzas que imitan el modo de caminar, el planeo y las alas del cóndor rememoran con clara intensidad vivencias  clánicas y totémicas propios de los quechuas.
 En los países andinos es muy popular el cuento sobre el amor del cóndor por una pastora que cuida un rebaño de llamas. Relata que un día el cóndor rapta a la joven y se la lleva a vivir con él en una caverna de una alta montaña. El padre de la pastora la busca sin desmayo por algún tiempo hasta que, al fin, la encuentra, pero con gran sorpresa nota que a su hija le han brotado alas y, para colmo, ella le confiesa que en su nueva condición se siente muy feliz. El cuento revela la capacidad de transmutación del mito, aunque ahora tenga carácter profano.
 La imagen del cóndor planeando en las alturas del cielo está presente en la conocida balada “El cóndor pasa”. La zarzuela homónima de Daniel Alomía se funda en el tema y la melodía de la pieza, que en realidad es de antiguo origen quechua; en la actualidad la canción se la interpreta en muchos idiomas y figura en los repertorios de prestigiosos artistas: Plácido Domingo, Ima Sumac, Simón & Garfunkel, el grupo Los Incas.
 El símbolo del cóndor ha pasado de una época a otra, penetrando en la cultura hispanoamericana para significar poder y progreso: está presente en los escudos nacionales de Ecuador, Bolivia, Chile y Colombia; se lo incluye también en otras expresiones culturales: en Quito hay una calle con el nombre de Condor Ñan, (camino del Cóndor);en Chile, René Ríos creó el personaje y la revista Condorito, que gozan de notable popularidad en nuestro continente.
 En los países andinos hay algunos pintores que han tomado al cóndor como motivo para sus cuadros, entre ellos. Julia Codesido y Gloria Reinoso, del Perú; Javier Arturo Molina, chileno; Enrique Arnal, de Bolivia; Carlos Hoquart, en la Argentina; el ya citado Oswaldo Guayasamín y Jorge Chalco, en Ecuador. Resaltan los innumerables cóndores del colombiano Alejandro Obregón, que ha interpretado al rey de los Andes de tal manera que se lo asocia con la vida y la muerte, con el embrión sagrado del universo, con el mito y la poesía, con la libertad y la trascendencia. 
 La imagen del cóndor ha sembrado hondas raíces emocionales e identitarias también entre los no indígenas. En la parroquia Susudel, cantón Oña, 1923, sucedió algo poco habitual: en un acto muy emotivo fue homenajeado Arturo, un cóndor que creció en los cerros de la región y fue asesinado por cazadores furtivos: se develó una escultura de dos metros de alto, obra del cuencano Miguel Cajamarca. Los asistentes estuvieron profundamente conmovidos porque la escultura parece devolver la vida al ave.
 Entre los pintores quichuas de Tigua, el ave mítica está plasmada como símbolo de una cultura colectiva que fatigosamente ha resistido la colonización. La montaña es concebida como la morada del cóndor; el cerro y el ave comparten el significado mítico del mundo superior (el cielo, el sol, las nubes); en algunos cuadros el cóndor aparece por partida doble, no solo como imagen mítica de lo alto, sino como personaje del cuento antes mencionado.
 Actualmente se revisa, en los colegios de segunda enseñanza, el significado del cóndor como símbolo del estado ecuatoriano surgido en 1822 como Distrito Sur de la Gran Colombia, pero nada se dice de su naturaleza arcaica y de su origen en las culturas andinas. Para los indígenas el respeto a su pasado es la posibilidad de tener un futuro, y -como hemos visto- el cóndor se conserva aún en la memoria colectiva.
 Por otro lado, el cóndor, en tanto símbolo, tiene la capacidad de incorporarse a otros entornos culturales conservando cierto sentido: viene del pasado y se proyecta al futuro. En el arte de las naciones latinoamericanas, es un símbolo y referente que se muestra estable y en un continuum; sin embargo, el proceso de afirmación de la interculturalidad resulta lento, a causa de las diferentes posiciones que mantienen los distintos pueblos y países. En cualquier caso, el mayor y peor problema actual alrededor del cóndor es que se trata de una especie en peligro de extinción.   
 Ileana Almeida: Filóloga, profesora universitaria y escritora. Entre sus libros figura Mitos cosmogónicos de los pueblos indígenas del Ecuador.                                            
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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