#perro fiel
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shakira-fan-page · 5 months ago
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Shakira has received new certifications in Mexico.
'Perro Fiel''. Diamond + 2x Platinum + Gold (450,000 units) ''Chantaje'': 2x Diamond + Platinum + Gold (690,000 units) ''Me Enamoré'': Diamond + Platinum + Gold (390,000 units) ''Clandestino'': Diamond + Platinum (360,000 units) ''Acróstico'': 2x Platinum + Gold (350,000 units) ''Nunca Me Acuerdo de Olvidarte'': Platinum (60,000 units) ''Ojos Así'': 3x Platinum + Gold (210,000 units)
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shakifansportugal · 1 year ago
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Perro Fiel tem 1,000,000,000 de visualizações no Youtube! Perro Fiel has 1,000,000,000 views on Youtube!
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neverland-dc · 1 year ago
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Si un perro fuera tu maestro, aprenderías cosas como:
*Cuando tus seres queridos lleguen a casa, siempre corre para saludarlos.
* Nunca dejes pasar la oportunidad para salir a pasear.
* Permite que la experiencia del aire fresco y del viento en tu cara sea de puro éxtasis!
* Toma siestas, descansa.
* Estírate bien antes de levantarte.
* Corre, salta y juega diariamente.
* Evita ′′ morder ′′ cuando con solo un gruñido sería suficiente.
* En un clima muy caliente, bebe mucha agua y acuéstate bajo la sombra de un árbol frondoso.
* Cuando estés feliz, baila moviendo todo tu cuerpo.
* Disfruta de las cosas simples, de una larga caminata.
* Sé fiel.
* Nunca pretendas ser algo que no eres. Se auténtico!
* Si lo que quieres, está ′′enterrado ", búscalo, persiste hasta encontrarlo.
* Y nunca olvides:
Cuando alguien esté teniendo un mal día, quédate en silencio, siéntate cerca y suavemente hazlo sentir que estás allí.
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cofredpalabras · 4 months ago
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Can y perro
«Cuanto más conozco a las personas más quiero a mi perro» (Lord Byron). «Si pasas tiempo con los animales, corres el riesgo de volverte una mejor persona». (Oscar Wilde)
De canis (can) viene el nombre de las Islas Canarias, y de esta, el del ‘canario’. El latín adjetivado canarius significa “algo propio de un perro”; y también viene de canis. Cave canem (cuidado con el perro) es la inscripción que leemos en la puerta de entrada de la llamada “Casa del Poeta Trágico”, Paquio Proculo, en Pompeya. Según explica Aristófanes en «Las Avispas», el perro griego…
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4jxisbeodbeo · 6 months ago
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Usted seguirá con su gato, si yo tengo un gato no odio a los gatos, Pero este que usted ve aquí es el animal del amor, es el animal del no rencor, él animal de la alegria, el de la alta vibración. es el animal semejante a las bondades de un-Dios. un-Dios compasivo, de espera y amor. en fin, yo tengo un gato, Pero este es mi animal.
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tubidy-africa · 7 months ago
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shautie · 10 months ago
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rob9916 · 5 months ago
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De tanto perder aprendí a ganar…
“De tanto perder aprendí a ganar; de tanto llorar se me dibujó la sonrisa que tengo. Conozco tanto el piso que sólo miro el cielo. Toqué tantas veces fondo que, cada vez que bajo, ya sé que mañana subiré. Me asombro tanto como es el ser humano, que aprendí a ser yo mismo. Tuve que sentir la soledad para aprender a estar conmigo mismo y saber que soy buena compañía. Intenté ayudar tantas veces a los demás, que aprendí a que me pidieran ayuda. Traté siempre de que todo fuese perfecto y comprendí que realmente todo es tan imperfecto como debe ser (incluyéndome).
Hago solo lo que debo, de la mejor forma que puedo y los demás que hagan lo que quieran. Vi tantos perros correr sin sentido, que aprendí a ser tortuga y apreciar el recorrido. Aprendí que en esta vida nada es seguro, solo la muerte… por eso disfruto el momento y lo que tengo. Aprendí que nadie me pertenece, y aprendí a que me quieran y querer solo el tiempo que quieran y deban estar, y quien realmente está interesado en mí me lo hará saber a cada momento y lo que sea. Que la vida es demasiado corta, por eso, no es fácil encontrarla. Que quien te ama te lo demostrará sin necesidad de que se lo pidas. Que ser fiel no es una obligación sino un verdadero placer cuando el amor es el dueño de ti. La vida es bella con su ir y venir, con sus sabores y sin sabores… aprendí a vivir y disfrutar cada detalle, aprendí de los errores, a ser mejor persona, y a valorar más los que realmente lo son. No hay que complicar la vida, ya que es tan simple, que la vida misma lo hará en su momento, y solo aprende uno a ser feliz y a disfrutar de ella cuando te dejas de preocupar por lo que no depende de ti. Después de todo, a la vida solo hay que darle amor, amor a las cosas buenas, y a los malos recuerdos solo desearles lo mejor y que se vayan rápido. Al final, lo mejor no se planea, simplemente sucede. No des las mejores cosas de la vida cuando menos te las esperas. No las busques, ellas te buscan. Lo mejor está por venir.”
-Jorge Luis Borges
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csaylk · 1 month ago
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' no hago intercambios. ' ah, aclaración surgió sin saludo previo, sin levantar la mirada, sin siquiera saber qué era lo que la otra persona buscaba. negociación por analgésicos fallida horas atrás lo había dejado con poca predisposición a extender su amabilidad hacia cualquier vecino. al menos, hasta que su pierna dejara de molestar. el perro que estaba acostado a una distancia de civan, sin embargo, sí que se acercó a dar una bienvenida al tercero. con cautela, quiso olfatearle: ' ―― a menos que te interese llevarte al pulgoso. en ese caso, estás de suerte. ' humor era tal, que creía que prefería que se marche. si estuviese un poco más lucido habría compartido que animal parecía perdido, pero había sido un fiel compañero las últimas horas.
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flan-tasma · 10 months ago
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Boyfriend!Gaming x Reader HC
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💖~ What the people think is done
Yo estoy dispuesta a saltar ✨
El banner para esto no salió mal, estoy feliz por ello <3333333
Warning: Nope now💖, GN!Reader | English is not my native language, so if I have made any mistakes in the translation, I am open to corrections | Content in spanish and english!
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Spanish:
Gaming es el mejor amigo que puedas tener, y si como amigo es fantástico, imagínate de novio.
Es un novio que resuelve, no importa si crees que la situación es insalvable, él encuentra la manera de hacer que funcione. ¿Tu ropa se manchó y no se quita? Él te da su chaqueta para que te cubras. ¿Te incomodan tus zapatos? Te dará los suyos. ¿Estás tan cansada como para hacer algo? Él te atenderá hasta que te recuperes. Él es un amor.
Puede ponerse muy amenazante cuando hay alguien que puede hacerte daño cerca. Puede poner esta cara de perro rabioso mientras mira feo (y tal vez saque algo de veneno) a la persona que representa una amenaza para ti.
Puede ser un perrito que te sigue y te muerde para que juegues con él, y puede ser un perro guardián que muerda y probablemente haga sangrar a alguien que te trata mal.
Es tu novio y al mismo tiempo es tu comadre con quien chismean cada que pueden. El inicio de sus citas empieza con uno de los dos tomando aire para contar el chisme mientras toman té y pasteles de té y luna.
Te pide que le ayudes a peinarse y comparten productos para el cuidado del cabello que pueden servirles.
Tienen mínimo uno o dos conjuntos que combinan, y probablemente te haya regalado una chaqueta igual a la suya.
Siento que haría chistes de sus desgracias y se reiría, pero jamás se burlaría de tus traumas a menos que tú hagas el chiste primero.
Si en algún momento se cansa de ti (siempre en broma, claro) te pone su chaqueta, sube la capucha y le habla al suanni acerca de cómo alguien está hablando mucho y cuánto quiere cerrarle la boca a besos.
Siempre coquetea contigo, no le importa si ya son pareja. Va a seguir acercándose diciendo que luces preciosa y te pregunta si ya tienes novio y por qué debería ser él.
No soporta coqueteos frente a su familia, va a explotar de la vergüenza y te meterá un puñado de arroz en la boca para que te calles.
Puntos extras si resulta que vives en la Aldea Chiaoying, no tiene pereza de viajar desde la ciudad de Liyue para ir a visitarte los fines de semana. También le gusta llevarte a la ciudad para presentarte a sus amigos y que respires un aire nuevo.
El chico es un hombre fiel, es tu novio y puede imaginar un futuro contigo, suele hacer bromas acerca de que ambos se harán viejos juntos y saldrán a pasear por el lago.
A partir de que soluciona sus problemas con su padre, tiene la costumbre de alejarte de su familia, a pesar de que cada que te encuentras con ellos te dan de comer o te tratan muy dulcemente.
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English:
Gaming is the best friend you can have, and if he is fantastic as a friend, imagine him as a boyfriend.
He is a boyfriend who will help you, it doesn't matter if you think the situation is insurmountable, he finds a way to make it work. Did your clothes get stained and won't come off? He gives you his jacket to cover yourself. Do your shoes make you uncomfortable? He will give you his. Are you tired enough to do anything? He will take care of you until you recover. He is a sweetheart.
He can become very threatening when there is someone who can harm you nearby. May make this mad dog face while he glares (and maybe draws some venom) at the person who poses a threat to you.
It can be a little dog that follows you and bites you to make you play with it, and he can be a guard dog that bites and probably makes bleed who treats you badly.
He is your boyfriend and at the same time he is your best friend with whom you gossip whenever you can. The beginning of your dates is with one of you taking a breath to tell the gossip with tea and Fine Tea, Full Moon.
He asks you to help him comb his hair and share hair care products that can help you.
You have at least one or two outfits that match, and he probably gave you a jacket just like his.
I feel like he would make jokes about his misfortunes and laugh, but he would never make fun of your traumas unless you make the joke first.
If at some point he gets tired of you (always joking, of course) he puts his jacket on you, pulls up the hood and talks to the suanni about how someone is talking too much and how much he wants to kiss their mouth shut.
He always flirts with you, he doesn't care if you are already a couple. He will keep approaching you saying that you look beautiful and asking if you already have a boyfriend and why it should be him.
He can't stand flirting in front of his family, he's going to explode with embarrassment and shove a handful of rice into your mouth to make you shut up.
Bonus points if you live in Chiaoying Village, he's not lazy to travel from Liyue to visit you on the weekends. He also likes to take you to the city to introduce you to his friends and let you breathe a fresh air.
The boy is a faithful man, he is your boyfriend and he can imagine a future with you, he often makes jokes about the two of you getting old together and going for a walk by the lake.
After he solves his problems with his father, he has the habit of distancing you from his family, even though every time you meet them they feed you or treat you very sweetly.
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jazzandother-blog · 2 months ago
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Ray Charles and Quincy Jones
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(English / Español / Italiano)
‘Shortly after arriving in Seattle, I heard about a blind man who had shown up one night at the Elks Club on Madison Street and had blown up the place away with his playing and singing. Rumour had it that he had appeared in Seattle out of nowhere and was amazing, so I snuck in one night to hear him. He was a lanky, dark-skinned guy, and he was throwing himself around like a madman. He played piano and sang like Nat King Cole and Charles Brown, and he also played be bop on alto sax like Charlie Parker. There was even something of Bud Powell in his piano playing. I attended a whole set and then introduced myself. He told me his name was Ray Charles and it was love at first sight for both of us. I was fourteen when I met him and he was sixteen, and what I liked about him and his music was that he was independent. At sixteen, Ray Charles was already a man. […] I admired the way he did the shopping, the way he cooked, the way he did the laundry. I'd watch him cross the street without a cane or a dog, avoid traffic, do the shopping, figure out the rest, shuffle across the pavement, never missing a step, and I'd say to myself, ‘Hell, if he can do it, I can do it. [Ray was my role model at a time when I had few role models. He understood the world as I was incapable of understanding it. He told me, ‘All music has soul, Quincy. No matter what style, you have to be true to it. He refused to set limits for himself.
("Q: The Autobiography of Quincy Jones", Three Rivers Press, 2002)
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«Poco después de llegar a Seattle, oí hablar de un chico ciego que se había presentado una noche en el Elks Club de Madison Street y había hecho estallar el local tocando y cantando. Se rumoreaba que había aparecido en Seattle de la nada y que era increíble, así que me colé allí una noche para escucharle. Era un tipo delgaducho, de piel morena, y se lanzaba como un loco. Tocaba el piano y cantaba como Nat King Cole y Charles Brown, y también tocaba be bop con el saxo alto como Charlie Parker. Incluso había algo de Bud Powell en su estilo al piano. Asistí a un set entero y luego me presenté. Me dijo que se llamaba Ray Charles y fue amor a primera vista para los dos. Yo tenía catorce años cuando le conocí y él dieciséis, y lo que me gustaba de él y de su música era que era independiente. A los dieciséis años, Ray Charles ya era un hombre. […] Admiraba cómo hacía la compra, cómo cocinaba y cómo lavaba la ropa. Le veía cruzar la calle sin bastón ni perro, evitar el tráfico, hacer la compra, calcular el resto, arrastrar los zapatos al pisar la acera, sin perder nunca un paso, y me decía: «Joder, si él puede hacerlo, yo también». […] Ray fue mi modelo a seguir en una época en la que tenía pocos modelos a seguir. Entendía el mundo como yo era incapaz de entenderlo. Me dijo: «Toda la música tiene alma, Quincy. No importa el estilo, tienes que ser fiel a él». Se negaba a ponerse límites».
("Q: The Autobiography of Quincy Jones", Three Rivers Press, 2002)
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«Poco dopo essere arrivato a Seattle, sentii parlare di un tizio cieco che una sera si era presentato all'Elks Club di Madison Street e aveva buttato giù il locale suonando e cantando. Si diceva che fosse comparso a Seattle dal nulla e che fosse incredibile, perciò una sera mi intrufolai lì dentro per ascoltarlo. Era un ragazzo magro, dalla pelle bruna, e ci dava dentro come un matto. Suonava il pianoforte e cantava come Nat King Cole e Charles Brown, e suonava anche il be bop sul sax alto come Charlie Parker. C'era anche un po' di Bud Powell nel suo stile al pianoforte. Assistetti a un intero set e poi mi presentai. Mi disse che si chiamava Ray Charles e fu amore a prima vista per entrambi. Avevo quattordici anni quando lo incontrai per la prima volta, e lui ne aveva sedici, e ciò che mi piacque, sia di lui che della sua musica, è che era indipendente. A sedici anni, Ray Charles era un uomo. […] Ammiravo il modo in cui faceva la spesa da solo, cucinava da solo e si lavava i panni. Lo guardavo attraversare la strada senza un bastone né un cane, evitare il traffico, fare gli acquisti, calcolare il resto, strascicare le scarpe mentre saliva sul marciapiedi, senza mai mancare un passo, e mi dicevo: “Accidenti, se lo può fare lui, posso farlo anch'io”. […] Ray era il mio modello, in un momento in cui di modelli ne avevo pochi. Capiva il mondo come io non ero capace di capirlo. Diceva: “Ogni musica ha la sua anima, Quincy. Non importa in che stile sia, devi esserle fedele”. Rifiutava di porsi dei limiti»
("Q: The Autobiography of Quincy Jones", Three Rivers Press, 2002)
Source: jazzit.it
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shakira-fan-page · 10 months ago
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New Shakira certifications in Brazil:
- Perro Fiel - 2X PLATINUM (80,000)
- She Wolf (Single) - PLATINUM (40,000)
- Acróstico - GOLD (20,000)
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svenh0ffmxn · 1 month ago
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lugar desconocido.
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Un cigarro descansaba entre sus labios, el humo dibujando formas fugaces en el aire. Los Marlboro, por supuesto, nunca faltaban. A su lado, sus dos fieles compañeros, Apolo y Artemis, recuperaban energ��as tras horas de camino hacia el nuevo pueblo. Le dio otra calada, dejando que la nicotina calmara sus nervios mientras observaba a los perros disfrutar de su momento. Una pelota rodó frente a ellos, y el par no tardó en convertirla en el centro de su atención. Sin embargo, un mal cálculo hizo que el juguete terminara cerca de otra persona. Alzó la mirada, sus ojos ligeramente cansados, y habló con voz grave pero amistosa.—Eh… ¿podrías pasarla, por favor?—El rubio apenas podía moverse; su rodilla de metal necesitaba el descanso. Se recostó contra el tronco de un árbol mientras vigilaba a sus perros, que aguardaban expectantes.—Con que la tires es suficiente —añadió, señalando a los canes con un gesto—. Así se quedan tranquilos.
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rubimoon45 · 1 month ago
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Bonten´s influence
-Sanzu Haruchiyo x fem!reader
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/ If you want to read it, you can translate it into English or another language /
Words: 11.565
Synopsis: She is Mikey's girlfriend. It's not the best situation, but it's still better than being alone, right? In the end, the best option is to stay with the strongest and the one who loves you... Is that true?
First chapter, second chapter, three chapter, four chapter
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Habían pasado unas semanas desde el día que le dio a Kakucho el papel con lo que iba a hacerle frente a Mikey. Y habían pasado unas semanas sin tener más noticias de nadie. Por eso, y cansada de esperar y convertir todo en una situación peor, decidió llamar aun amiga para que la acompañase a la cita que tenía programada.
La búsqueda de un nuevo apartamento estaba solucionada, en parte. Solo necesitaba hacer una criba de lo que realmente se iba a llevar consigo a su nueva vida sin Mikey y estaría listo. Su amiga, Victoria, una chica de intercambio de la que se había conseguido hacer amiga en el instituto la acompañaría en todo ese proyecto. No tenía fuerzas para hacerlo todo sola. Literalmente.
-Voy a empezar a pensar que me estás acosando -dijo, después de despedirse de Victoria con la promesa de que volverían a verse pronto, y se acercaba al coche aparcado en la calle.
Ese día llevaba un traje de dos piezas únicamente. La camiseta blanca del interior sobresalía ligeramente, como si lo hubieran pillado desprevenido, y el traje rosa de siempre. Ya empezaba a ser costumbre encontrárselo en plena calle, ya fuera por casualidad o porque era el fiel perro loco de Bonten. Había un dicho entre los ejecutivos que pronto llegó a oídos de Mikey, y que Mikey le había contado riéndose de lo tontos que podían llegar a ser esas personas.
«-Le llaman perro loco porque parece un perro -le dijo, mientras hacían una ensalada en la comida de ese apartamento de lujo en el que él vivía y que pocos pisaban-. Pero hasta un perro necesita atención de más gente, ¿no?».
Dudaba que fuera su caso, dada la tensión que siempre hubo entre ellos hasta en los mejores momentos. Si es que ella podía considerarlos buenos momentos a cómo una empresa criminal crecía hasta llegar a controlar al propio gobierno.
-Mikey me manda -respondió, sin más, y sin mirarla. Volvía a estar fumando. Por el olor, era tabaco, y no hierba-. Le ha llegado la notificación del seguro del médico. Quiere hablar contigo.
Por un momento, se maldijo a sí misma por ser tan estúpida de pensar que iba a quedar entre ella y una amiga alejada de ese mundo. Claro que iba a tener todavía formas de controlarla, aún sin saber a qué grado de cercanía podían continuar.
-¿Qué quiere ahora?
-Y yo qué coño voy a saber -escupió de mala gana, tirando el cigarrillo al suelo y pisándolo con la punta del zapato. Mocasines, cómo no-. Hablar, supongo. Estaba calmado cuando me llamó. Sino ya estarías en el coche amordazada.
Se permitió el lujo de mirarle como si la estuviera vacilando. Aunque bien sabía que era cierto. Un jefe criminal no se andaba con tonterías. Y ella al parecer tenía las de perder en muchas ocasiones. Ella respiró, asintiendo.
-Puede llamarme. No es como si tuviera un imperio a mis hombros que no tuviera tiempo para preocuparme por los demás.
-¿Puedes dejar de ser tan perra por un momento y pensar? Quiere hablar contigo, ya es algo. Suficiente tiene con haberme mandado a buscarte.
Lo que sí que quiso decirle era llamarlo estúpido. O imbécil. O el primer insulto que se le viniera a la cabeza por la forma en la que la hubo llamado. Acabó suspirando, y evitando la profundidad de su mirada y clavándola en el suelo. Las ganas de llorar eran fuertes por la medicación que le habían mandado tomar los días previos.
-Dile la verdad y quítatelo de encima. Así nos ahorras tu presencia y saber qué haces.
-Tampoco os lo he pedido.
-Él sí, porque al parecer su pequeña esposa no es suficiente que necesita a la mocosa con la que lleva años saliendo -soltó una risotada seca, guardándose las manos en los bolsillos del pantalón-. Lo mínimo que tienes que hacer es acudir a su llamada para que te arregle
Por alguna razón, el que le dijeran la verdad a la cara dolía más que pensarlo ella misma. Y como siempre, era esa persona la que llevaba el clavo ardiendo a clavárselo en la piel desnuda. Se mordió el labio, y luego el interior de la mejilla hasta que los nervios le dijeron que se detuviera si quería no destrozarse el interior de la boca. Apretó el asa del bolso, pasándose la otra mano por la cara para apartar el desanimo que empezaba a aparecer en los rincones de sus ojos.
-Dile que se meta eso por el culo -le respondió, con el mismo tono despectivo que tenía reservado para reírse de ella. Ahora, era su turno de abrir el cajón de mierda-. Y tu, lo mismo. Seguro que os gusta.
Iba a irse cuando sintió una punzada en el estómago. Dolor. Desesperación. Porque estaba dejando todo atrás de aquella forma. Incluso cuando Mikey podía haberla convencido de dejar todo en tablas y ser simplemente amigos.
Los dedos de Sanzu se clavaron en su piel de un solo movimiento y rápido. A ella hasta le sorprendió que pudiera haberlo hecho a ojos de toda la gente en plena calle y en pleno día. Tenía los ojos bien abiertos y los dientes le chirriaban por apretar la mandíbula.
-A Mikey no le gustará -advirtió, tal vez con un cierto toque suave para no espantarla a la primera. Pero eso no le quitaba el grado de amenaza-. Estás jugando a un juego que no te conviene.
-¿Y a mí qué? -le encaró-. Llevo semanas volviéndome loca en ese apartamento, sabiendo que puede entrar en cualquier momento, y sorpresa, no ha aparecido. El otro día se coló para dejarme su llave y para decirme que prácticamente era una estúpida si pensaba que podría seguir habiendo un nosotros. Todo lo que vivimos es pasado. Dile de mi parte que se concentre en su esposa y en su futuro hijo, si es que alguna vez puede ser feliz con todo lo que tiene en esa cabeza -la amargura en su voz salió incontrolable, alimentada por la forma en la que la vena del cuello de Sanzu se hinchaba e hinchaba presa de la furia que ella le generaba-. Y que deje de mandarme a sus perros cuando quiera un momento de paz en lo que él ha montado.
Se lo quitó de encima de un movimiento, si bien se tambaleó y tardó unos instantes en recuperar el equilibrio en esos tacones. La gente a su paso no les prestaba mucha atención. Debían de pensarse que estaban en una discusión de pareja y que no eran los protagonistas de una historia mientras ellos se rompían el lomo a trabajar. A pesar de ya no estar en sus brazos, aún sentía la sombra de sus dedos clavados en su piel como las garras de una máquina.
En el forcejeo, se le cayó el bolso y todo lo que llevaba dentro. Incluyendo la receta de sus pastillas y el parte médico que le permitía ir a recogerlas a la farmacia; antes y después. Antes de que pudiera recogerlas, él se había doblado por la mitad y recogido los papeles. Ella se lanzó a intentar arrebatárselo, sacándole una risa burlona mientras lo leía desde lo más alto para que ella no lo alcanzara. La sonrisa desapareció tan pronto como el contenido de los papeles entraron en su cabeza.
-¿Qué cojones es esto?
De un salto, ella le quitó los papeles, ahora arrugados, y con las mejillas rojas de vergüenza y rabia a la vez clavándole una de sus peores miradas.
-Estoy embarazada, ¿y qué?
-¿Mikey lo sabe? -fue lo único que preguntó, apoyándose en el coche. La miraba como si fuera una cosa nueva y extraña.
-Eso no es asunto tuyo ni de nadie -se guardó las últimas cosas en el bolso, entre los papeles y el maquillaje-. Solo mío.
Sanzu se apartó del coche y la volvió a agarrar del brazo cuando la vio intentar marcharse. Ella apretó los dientes reuniendo todas sus fuerzas para no darle una bofetada que lo mandara lejos de ella.
-¿Vas a tenerlo? -miró a un lado y luego a ella, y por primera vez le pareció ver algo más en su mirada aparte de maldad natural-.
Se le escapó una risa amarga y cortante.
-¿Ahora es asunto suyo? -quiso saber, ya por desesperación.
-¿No es su hijo?
-Eso tampoco es asunto tuyo.
Sacudió la cabeza. Tal vez eso pudo haber sido su primer error. Sin saber que Sanzu no entendía el idioma de las mujeres cuando se sentían sofocadas por tantas preguntas sin sentido.
-¡Te has tirado a alguien más estando con él, zorra! -los dedos de Sanzu le envolvieron el antebrazo para detenerla, aunque ella no se había movido de donde estaba. Ella frunció el ceño, mirándole con la boca abierta.
-¿Qué coño haces? Claro que es de él
Sin poder resistirlo, ella abrió la boca y le clavó los dientes en la mano que la agarraba. Sanzu le gruñó y la sujetó por la cabeza, tirándole del pelo y la cabeza hacia atrás. Gritó de dolor, y más cuando sintió su cuerpo impactar contra el coche. La cara de Sanzu estaba cerca de la suya cuando abrió los ojos empañados en lágrimas y le vio con los ojos envueltos en pestañas rubias mirándola de cerca.
-No vuelvas a pensar en hacer eso, mocosa.
-Que te den -escupió.
-Le diré a Mikey que te has tirado a otro mientras estabais juntos. ¿Te crees que no lo haré? Y él te matará. O mejor: me mandará a matarte. Y puede que disfrute cada minuto por lo que has hecho. Tal vez te arranque a ese bastardo él mismo.
Una de las manos la soltó y la agarró por el cuello, sujetándola con una fuerza brutal que sin dudas le dejaría marcas cuando la soltara... Si la soltaba. La furia en sus ojos, el fuego que esta vez ya no escondía detrás de una fachada, ardía en llamaradas dispuesto a llevársela con él sin pestañear. La amenaza quedó en el aire envenenado por ellos. Sanzu, entonces, bajó la cabeza, acercando los labios a la concha de su oreja para que solo ella pudiera escuchar lo que decía.
-Te dije que no jugaras con fuego. Solo eres una zorra más de ese tipo. Un juguete para usar y tirar, ¿entiendes? Ahora mismo, podía aplastarte con una mano y...
Su agarre sigue siendo doloroso, haciéndola revolverse y apretarle las muñecas para que la soltara. Pero no lo hacía. No retrocedía pese a sus advertencias. Por un momento, pensó en que él le estaba haciendo un favor en llevarla por ese camino. Quitándole el sufrimiento, el dolor, todo lo de ese tiempo de encima. Casi podía olvidar quién era, y por qué estaba ahí y en esa situación. ¿Y si ese siempre había sido su destino? Morir a manos del perro que seguía a Mikey como un ídolo a respetar.
Pero entonces, desde las sombras que no había percibido que existían en ese día soleado, una voz cortó el silencio.
-Sanzu.
El agarre de él se aflojó ligeramente, pero no acabó de soltarla. La voz calmada de Mikey siempre conseguía sus objetivos, en vez de usar la fuerza directamente. Sanzu fue el primero en volver la cabeza, con cierta sorpresa si pudiera decirse, seguido del turno de ella. Entre sus lágrimas vislumbró una pizca de él.
Mikey. Él estaba ahí. Esperando a unos pocos pasos de ellos, con las manos en los bolsillos de sus pantalones piratas. Al menos eso no había cambiado. Ese estilo simplista suyo... Solo verlo y pensar en los momentos juntos hizo que le empañasen los ojos nuevamente, y el dolor le presionara el pecho ante la vista. ¿Cuánto tiempo hacía que no se veía? ¿Cuánto tiempo hacía que se había estado mintiendo a sí misma y sí quería verlo? ¿Kakucho le habría dato la nota, o la habría tirado a la basura cuando ella le dijo que le daba igual el destino del contenido dentro.
-Es una zorra, Mikey. Te ha engañado todo este tiempo -le explicó, moviéndola como un muñeco de trapo-. Y ahora lleva tu bastardo.
Mikey no pestañeó, como si no escuchase. A la gente siempre le había aterrado la oscuridad de sus ojos, porque no podían saber en qué estaba pensando o qué se le pasaba por la cabeza... En ese momento, ella tampoco pudo adivinarlo.
-Déjala. Es suficiente por tu parte.
Aunque al principio no se movió primero, los dedos que envolvían su cuello y la presión que aún ejercía se disolvió como si nada. Se sentía sucia, manchada, mancillada. Como si fuera la puta que él anunciaba que era ella.
Los ojos de Mikey se posaron sobre ella por un momento, no muy largo, y luego volvieron a Sanzu.
-Vete.
-Como quieras. Lo que te de puta la gana con esta -respondió él, en voz baja, a pesar de que por él corría una rabia que solo ella había visto en esos minutos. Con una mueca burlona, él se giró y caminó hacia las sombras que envolvían a Mikey, dejándolos a solas.
El silencio que les siguió fue pesado.
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Sanzu Haruchiyo siempre había sido un desastre, pero realmente no lo conoció.
Tenía recuerdos vagos de una persona que estaba en la Toman de Mikey, pero incluso con eso... Suponer que por ese entonces eran cercanos era un error. En ese tiempo, solo los más cercanos a Mikey eran sus amigos de la infancia, las personas a la que más quería, y todavía en un momento los había apartado de su vida para que no fueran un obstáculo a sus objetivos.
Llevar la Toman a lo más grande. Ser la mejor banda de motoristas... ¿Dónde quedaba todo eso ahora? ¿En los recuerdos en unas fotos que todavía acompañaban a su líder en su vida, pero que por seguridad rechazaba antes de volver a ser una buena persona? Con ella también había sido egoísta. Nunca le dio la oportunidad de quedarse o marcharse. Siempre era él. Y cuando Bonten nació, Sanzu se volvió cada vez más cercano hasta el punto de pasar horas y días en el apartamento de ellos. Una persona normal hubiera dicho basta ante eso, pero ella.... Ella le necesitaba. Necesitaba las palabras reconfortantes de Mikey por las noches, sus brazos que la envolvían cuando se acostaban y que sus ojos brillaran, aunque fuera por unos instantes. Ella se quedó por Mikey.
Y lo que quedaba de ella ahora que él no estaba, la arrastraba a lo profundo de esa oscuridad que una vez inundó y plagó los pensamientos de Mikey. Ahora, en ese coche, el silencio era asfixiante. Como una cadena que le envolviera el cuello, apretando y apretando hasta que solo quedase ella inmóvil y azul en el asiento. Mikey no la miraba, no directamente. Sus ojos negros miraban más a la nada que a las personas, pero eso siempre había sido así. En momento como ese, le hacían darse cuenta de que ella estaba realmente indefensa si de repente sus impulsos oscuros surgían de nuevo; aunque él siempre lo había evitado.
-¿Es cierto? -fue lo primero que preguntó. Continuaba mirando al suelo, con los codos apoyados en las rodillas y el cuerpo relajado.
-¿El qué?
Mikey la miró unos segundos en silencio, antes de sacar de los bolsillos de sus pantalones un papel doblado en trozos y que quedó entre ellos. Los ojos de ella miraron al contenido, aunque sabía de primera mano el contenido. Y lo que significaba.
-¿Es mío?
-Tú qué crees.
-Tendrías que habérmelo dicho en persona, y no dejar que otro me diera la noticia -le dijo. Una parte de ella se levantó en armas por la parsimonia estúpida que le estaba enseñando. Él no era así. Su Mikey no era así con nadie-. Kakucho me dio la nota.
-Estabas ocupado -murmuró, entre dientes. El espacio en el coche era asfixiante. Se sentía encerrada, como un perro en una jaula. ¿Sanzu se sentiría alguna vez así? No pudo evitar preguntarse cómo esa persona podía vivir en ese estado, siempre al servicio de su fiel ídolo... Casi se sorprendió estar pensando en él cuando había estado cerca de matarla en plena calle por un malentendido-. Siempre puedes colarte en mi casa. Ah, no, que me diste las llaves.
Sus ojos oscuros la taladraron por un momento. No pudo evitar ver de reojo, con el cuerpo tenso, la forma en la que él apretaba los puños. Estaba jugando con fuego; Sanzu la había advertido de eso. ¿Qué más quería que hiciera? No iba a callarse. No ahora.
No después de todo lo que tenía que decirle.
-¿De cuánto estás? -preguntó, con cuidado. Ella le miró arrastrando los ojos.
-Unas semanas. Probablemente nuestra última noche.
Una persona atenta y malvada hubiese dicho que era muy conveniente haberse quedado embarazada de él la última semana que estuvieron juntos. Pero en vez de echárselo en cara, Mikey la miró con sus ojos oscuros y rasgos delicados y pálidos. Tenía las mejillas más hundidas, como si no hubiera comido en días, pero de alguna forma se le veía con un mejor aspecto que antes. Probablemente por las comidas que su esposa le estaría haciendo. Algo que ella tampoco había podido darle.
-Estás pálida -señaló, prestando atención en ella-. ¿Estás comiendo bien?
La verdad escondía dolor. Por supuesto que no estaba bien. ¿No la veía? ¿No sabía la razón por la que se había ido de ese lugar? ¿De verdad estaba tan ciego? Su preocupación, sin embargo, se sentía como una herida a la que se le echaba sal. Es como si él estuviera interpretando el papel del salvador cuando era él quien había jodido todo.
-Si hay algo que pueda hacer...
-¿El qué? -cortó-. ¿Te crees que no puedo sobrevivir sola, que voy a morir tan fácil?
Al principio, él no le respondió, y el silencio que les siguió fue peor que la picadura de una avispa. Su vacilación la estaba volviendo loca, pero era peor que verlo suave y sintiendo pena. Solo le haría hervir la sangre. También sabía que de alguna manera estaba clavando su propia tumba, al levantarle la voz y vacilarle. Era obvio que ella sobreviviría más que él si seguía con esa vida, en teoría. Pero desafiarle... Ya casi moría a manos de Sanzu.
-Sé lo fuerte que eres. Lo respeto. Pero te dije que podíamos ser amigos, a pesar de no estar juntos.
Sus palabras eran dulces al oído y fáciles de masticar. Una parte de ella quería pensar así. Pensar que en el fondo, ellos podían ser algo más que antiguos amantes y poder llevarse bien, por el cariño que todavía se guardaban... Pero la otra... La otra era la más lógica, y a la vez la más rencorosa, quería echarle en cara lo destrozada que estaba. Lo que había pensado en la boda, el lugar en el que había acabado el pastel, lo que opinaba de la mujer que ahora era su esposa, su hijo... Todo. Quería decirle todo. Quería que la viera llorar a moco tendido y enseñarle la persona que había pasado de esa confianza habitual a llorar todas las noches antes de dormirse.
Y que ahora, estaba embarazada de él. Un niño nacido del amor, de las noches de conversaciones y abrazos, y que sin embargo, no era más que un extraño para ella. Y un problema para él por lo que significaba.
-No necesito tu ayuda. No necesito nada de ti -continuó ella, su voz alzándose a medida que avanzaba-. Y antes de que tu perro se volviera loco, iba a mandarle que te dijera que te preocupases más en tu nueva familia ahora. Porque no te necesito más.
Mentiras y mentiras. Todo mentiras.
Lo necesitaba como al agua. No estaba bien decirle eso cuando le necesitaba, le amaba hasta lo más profundo de su ser... Y sin embargo, lo odiaba por haber elegido a otra persona. Por haber decidido continuar con esa boda a pesar de todas las indirectas que ella le había dado mientras la planeaban. ¿Tenía que decirle de verdad lo destrozada que estaba porque él no lo había entendido? ¿O es que acaso a él no le interesa nada de eso, lo había entendido, y hubo continuado con la boda a pesar de todo? Ya daba igual, estaba hecho. Estaba casado con una mujer buena, una mujer que le podría hacer feliz, y darle hijos.
-Lo que me pase ya no es asunto tuyo -dijo, apretando los puños en sus muslos-. Vuelve a jugar a las casitas con tu esposa perfecta y tu vida perfecta, Mikey.
Las noches en vela mirando al techo antes de la vela, esperando que él la llamase o le diera un golpe en el brazo y le dijera que se fueran juntos. Que dejasen todo atrás, los preparativos y todo, y él tomase la decisión para ella. Por ella. Pero en vez de eso, ahí estaban. En esa situación insostenible para ambos. Tendría que recoger las piezas de su fragmentado corazón y unirlas para convertirlo en un caparazón.
-Y no te preocupes por este niño. No va a ser una molestia para ti.
Salió del coche, con una última esperanza de que él la detuviera y le dijera que aún así lucharía con ella. Un craso error. Porque a medida que sacaba el cuerpo, él no hizo ni el más mínimo esfuerzo por detenerla. Ni por agarrarla un último momento para hacerla reflexionar. Simplemente salió del coche como una mujer despechada por el amor y traicionada. Ni cuando cerró la puerta, Mikey hizo nada.
Pero de alguna forma, se sintió liberada.
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Manjiro Sano era un mentiroso compulsivo. Primero, diciendo que Toman y sus amigos dominarían Japón como la mejor banda de motoristas, y en qué se había convertido aquello. Segundo, diciendo que la amaba y la protegería y algún día, cuando llegase, se casarían y tendrían una familia. Mira en qué situación estaba ella.
Con las cosas que le había obligado a hacer... Bueno, ella tampoco era un ángel después de lo que había hecho en el pasado. Por la forma en la que había tratado a sus padres cuando le dijeron que tenía prohibido salir con chicos malos y motoristas, y ella había acabado fugándose de casa siguiendo la idea de un amor falso que ahora mostraba sus consecuencias. Durante semanas, había intento adivinar dónde sus padres vivían ahora, o si continuaban en su vieja casa. Pero sin los recursos tan amplios de Bonten... Tendría que ir por su cuenta, aunque tardase meses o años en conseguirlo. No se imaginaba acercándose a ellos una tarde cuando descubriera dónde estaban y diciéndoles algo; probablemente la tacharían de mala hija, de desconocida para ellos... Y cuando supieran que estaba embarazada de un hombre que la había abandonado y soltera...
-Dicen que las niñas le roban la belleza a la madre -dijo Victoria desde su sofá. Tenía una copa de vino en la mano y en la otra el teléfono, al que atendía mientras hablaban.
-Eso son leyendas de ancianas.
-Pero son verdad, ¿no? -por un momento, levantó la vista del teléfono-. Mi abuela me lo contaba cuando era niña.
Rodó los ojos sin poder evitarlo. Estaban hablando de bebés. Y la conversación había empezado hablando de casas y muebles. La vida de una adulta siempre la sorprenderían.
Por la tarde, el corazón de ella martilleaba fuerte contra su pecho a medida que bajaba la calle. Tal vez había tomado decisiones absurdas en lo que llevaba de vida. Cada una peor a la otra. Pero la que estaba tomando ese día... La iba a llevar directa a la tumba. Pero era débil y todo el mundo podía saberlo con mirarla a la cara.
Con la mano temblando y la vacilación corriendo por su sistema, tocó el timbre. El silencio que le siguió fue ensordecedor, interrumpido únicamente por la sangre que su corazón bombeaba a toda prisa. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad, y no dudaba de que hubieran pasado horas mientras esperaba bajo el tejado de aquel bloque tan...humilde. Le recordaba a su adolescencia, a la casa que sus padres tenían en un bloque familiar. La única diferencia es que aquel sitio tenía un muy mejor aspecto de lo que sus padres podrían haberse permitido.
Sus padres nunca podrían haberse permitido un lugar como aquel. Con paredes impolutas y un suelo del que dudaba que pudiera mantener cinco segundos sucio, de baldosas oscuras en contraste con las paredes blancas. El minimalismo parecía ser el tema principal de la gente rica; la casa principal de Mikey también era así, se recordó a sí misma, con la diferencia de que un diseñador tuvo que decorarlo porque de haber sido por él no tendría muebles. Aquel pensamiento le generó un dolor temporal y un revoltijo de emociones en el estómago. ¿Lo habría cambiado todo en ese tiempo? ¿Habría hecho alguna modificación por su esposa, o habría sido ella quien metió mano? Muchas preguntas que ya no eran de su incumbencia...
La puerta se abrió con un crujido y se le cortó la respiración. Una sensación de alivió la invadió, pero solo durante unos pocos segundos... Hasta que le vio.
-Tienes la cara horrible -fue lo que se le ocurrió decir. La expresión de Sanzu no cambió. Tal vez porque no pudiera mover muchos músculos de la cara con tanta hinchazón... Aquello solo hizo que su corazón se encogiera y se sintiera una peor persona de lo que ya era.
«Es mi culpa. Él está así por mí».
Por la forma en la que se había despedido de Mikey y cómo le había hablado. Porque Manjiro Sano nunca olvidaba una ofensa, por mucho amor que sintiera por esa persona, seguía siendo un monstruo. Y lo demostraba con cada gesto.
-Ya, no me digas. Por qué será -dijo, sin importancia pero con sarcasmo en su voz grave y la forma en la miró hacia arriba. Aún con ese aspecto, se las arreglaba para mantener se pie-. ¿Qué haces aquí? ¿Quién de esos inútiles te ha dicho donde vivo?
Por el silencio que ella guardó, la verdad salió a la luz por sí misma. Cómo no iba a saber dónde vivía el perro leal de Bonten alguien que había estado con el líder. Cualquier cosa podía pasar a partir de eso, pero Sanzu decidió maldecir entre dientes y apoyar el brazo en el marco de la entrada. Algunos moratones salieron a la vez con ese gesto, cuando la tela de la camisa se levantó ligeramente y dejó algunos de ellos a la vista. Realmente tenía mejor apariencia de muchas cosas que vio en el pasado; al menos, pensó, seguía vivo.
Apartando todos los pensamientos de lo que podría haberle pasado con dolor de su cabeza, levantó el brazo que sujetaba la bolsa de plástico. Una pequeña bolsa con algo en el interior que parecía pesado. Sanzu lo miró con escepticismo.
-¿Qué coño es eso?
-Lo he comprado ahí abajo -comentó, rápida y con el corazón a mil por la confesión-. En mi barrio la tienda estaba cerrada y... Es para ti. Son frutas y algunas cosas... La verdad es que no me he fijado bien.
-Te has gastado el dinero en nada. Ya tengo comida -respondió, apartando la mirada de la bolsa y de ella. Instintivamente ella bajo el brazo. Estaba acostumbrada a su rechazo, pero no de esa manera tan...¿suave?-. Y tengo a gente que puede conseguir mejor cosas que fruta y lo que diablos sea esto.
En Japón, la fruta era casi un bien preciado. Era cara por las exportaciones y algunas costaban muchísimo dinero. Tenía sentido que alguien con un sueldo estelar pudiera permitírsela a la primera, así como conseguir que gente para que la adquiera. Y por lo demás... Lo había metido en el carro de la compra porque el azúcar nunca venía mal. A ella, por lo menos, le alegraba tener un cajón lleno de dulces para emergencia. Pero adivinó en ese mismo instante que, aparte de ser una tontería para un hombre como Sanzu, él preferiría un subidón de otras cosas en vez del azúcar.
Bajó la bolsa y la cabeza, poniéndola detrás de ella como si intentara esconderla. Aunque la verdad estaba ahí. Se había esforzado para nada. Y ahora estaba quedando como una ridícula mostrando sus intenciones. Al menos, le ahorraba verlo drogado para soportar el dolor. Puede que estuviera pasando por los efectos secundarios de alguna de sus dosis "diarias".
-¿Algo más?
-¿Puedo entrar?
-No.
Fue directo. Y casi que le alegró... En parte. Porque no se imaginaba entrando en la casa de una persona que podría haberla matado a plena luz del día y en medio de la calle y que todavía estaba pasando por los efectos de la paliza de su jefe. El ex de ella. Desde ese punto de vista, tenía razones de más para sacar su katana y cortarla en pedacitos. ¿Dónde la guardaría? Era una pregunta estúpida, pero se moría de curiosidad en esa posición. ¿En un armario? ¿En un expositor? Probablemente dormiría con ella al lado de la cama sin importarle que pudiera cortarse en un tropiezo.
La dulzura de Manjiro contrastaba con la amargura de Sanzu. Lo cual, era extrañamente placentero porque le demostraba que no todos eran amables con ella en ese mundo. Se dio cuenta de ello mientras guardaba las medicinas que necesitaría después de la intervención. No todos fueron amables con ella, pero para fingir sonreían con esa falsedad que caracterizaba a ese mundo de engaños y traiciones por la espalda. Un enemigo de Bonten pagaba el precio con su vida. Ella, lo estaba pagando con la sinceridad que había necesitado en el pasado.
Una bola de emociones se arremolinó en su pecho y mente. Los ojos pronto se le empaparon al darse cuenta de ello. La nariz le picó, y tuvo que pasarse la manga de la chaqueta fingiendo que se la limpiaba o algo le molestaba.
-Lo siento.
-Ya -respondió él.
No se percató de nada de lo que ella sentía. Se agradeció. Porque lo último que necesitaba era una burla en su cara de lo imbécil que era por ir allí pensando que unas frutas le ayudarían. Las lágrimas de principiante cayeron.
-¡Dios, vete ya! ¡Eres insufrible!
Y ella lo hizo, tambaleándose. Le obedeció. Se marchó limpiándose las lágrimas que le resbalaban por las mejillas sin control y la cara roja.
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Manjiro Sano siempre la avisaba: nunca debía de acercarse a Sanzu estando drogado. Por su seguridad, o para no alterar el orden interno de Bonten. Cuanto más drogado estuviera, al parecer hacía las cosas de su trabajo más motivo y enserio. Tenerlo con el mono solo empeoraba las cosas. Se volvía irascible y quería matar a cualquiera que estuviera en su camino.
Hacía un par de días que no le veía. Lo cual, en parte, era sorprendente dado el afán que tenía su ex a enviarle a su perro. Lo último que supo de Sanzu fue cuando se marchó de su casa llorando y con lo puesto encima. Al llegar al apartamento había tirado la bolsa en una esquina y llorado tan fuerte que se durmió con la cara pegada al sofá. Verlo ahora, con los moratones y los cortes aún en la cara, le hacían pensar en los motivos que lo llevaban a buscarla en su gimnasio. ¿Burlarse de ella? No. No era tan estúpido de coger su coche solo para aquello. ¿Pena? Alguien como él no podía sentir pena por nadie. Debían de ser cosas de su trabajo; por ende, órdenes de Manjiro.
-Sube al coche.
Eran tres palabras que se habían repetido dos veces. Y esa era la tercera. Probablemente la última antes de que él se lanzara de nuevo a por ella y la arrastrara dentro.
-No voy a subir a ese coche -era su respuesta.
Al final había acabado dentro de ese coche, en los asiento de detrás sentada como una niña, sin saber muy bien cómo. Solo recordaba haber suspiro y arrastrado los pies lentamente hasta el interior. Tal vez porque una parte de ella ya no podía luchar.
El coche se movía en silencio por las calles. Desde dentro, el silencio era tenso y capaz de ser cortado con un cuchillo. O katana, ya dependiendo de los favoritismos que tuviera Sanzu en ese momento. No recordaba haber compartido ningún momento bonito o para almacenar en sus recuerdos con un hombre con él. Solo miradas largas en el apartamento de Mikey mientras preparaba café, maldiciones dirigidas a ella directamente sin ocultar su desprecio a la acompañante de su jefe y momentos como el ocurrido hacía unos días. En otro momento, jamás le habría hecho eso. De haber seguido con Mikey, la idea de haberle puesto una mano a su pareja jamás se le habría pasado por la cabeza. A menos que fuera un suicida. Y menos, de una mujer embarazada.
Ese pensamiento amargo le recordó su práctica despedida con Mikey. La forma en la que le había dicho que no quería volver a verle ni formar parte de su vida de nuevo. Y él no se había arrepentido.
-¿De verdad ella está embarazada?
Hubo un silencio extraño entre ellos. Sin decir nada más podía adivinar que supo a quién se refería; como para no hacerlo. Normalmente, Sanzu le respondía al instante con una broma cruel o con un insulto que ella o ignoraba o respondía de vuelta.
-Y yo qué diablos voy a saber -escupió con desagrado evidente-. No me pagan por saber cuándo le viene la regla a la novia de mi jefe. Ni cuántas veces follan.
Pensar en eso era realmente espeluznante; el que él pudiera haber sabido cuándo ella tenía la regla, cuántas veces lo hacía con su ex, cuánto tiempo podían haber llevado buscando un bebé... Le ponía los pelos de punta.
-Ahora es su esposa -se sorprendió defendiéndola de voz alta.
-¿No es lo mismo? Los dos términos llevan a lo mismo: os lo folláis. Y yo cobro por arreglar lo que destrozáis.
Por un momento, ella se lo pensó. Ciertamente en eso tenía sentido. Las dos estaban vinculadas con Mikey por tener relaciones sexuales con él, dejando de lado el tema afectivo y sentimental que tantos dolores de cabeza le habían dado. Se miró las manos en el regazo, con la mirada perdida en cada uno de los detalles que la conformaban. Manos pequeñas, pero de dedos largos y finos, con uñas largas y cuidadas que siempre había mantenido decoradas con pintauñas de colores llamativos. Y que ahora se sentían como vómito de unicornio. Y un puñetazo en la boda del estómago por todo el tiempo y cuidado de sí misma que le había entregado sin darse cuenta.
«El futuro es nuestro. Siempre», le prometió una vez, bajo la luz de la luna y en una mesa del restaurante más caro de la ciudad. Y una mierda. La iba a tirar a la basura en dos años.
-La única diferencia es que una tiene el título de esposa legítima y la otra de amante.
-Lo hemos dejado -confesó-. Le dejé antes de la boda.
Otro silencio. Casi podía notar sus ojos a través del retrovisor puestos sobre ella. Antes de apartarlos y volver a ponerlos en la carretera por la que iban. Ella seguía con la cabeza apoyada en la ventanilla.
-Eres idiota hasta para eso -le respondió sin cortarse la lengua-. Arrastrándote aún con esas. Tu bastardo será un bastardo sin reconocer entonces.
Para su sorpresa, se vio no respondiendo a su juego. Pudiendo haberle dicho tantas cosas, ella prefirió bajar la cabeza y guardar silencio. Sus ojos perdidos en la nada se la llevaron consigo a lo más profundo de su mente. El resto del camino fue en silencio y bajo la amenaza invisible de otro insulto. Pese a eso, podía sentir que de vez en cuando él le echaba miradas cortas por el retrovisor. Como si pensara que se había desvanecido en el aire.
-¿Te ha enviado Mikey?
No hubo respuesta. Lo cual, significaba queo ya estaba cansado de ella o prefería no hablar de las motivaciones que lo habían llevado a presentarse en la puerta de su gimnasio y arrastrado con él.
-¿Vais a matarme?
Silencio. Por cada pregunta que hacía, el silencio se volvía cada vez más pesado. Miró fuera del vehículo. Aún estaban en la ciudad, en calles conocidas del centro que reconocía de haber pasado tantas veces. Reconocería esa calle como en cualquier lado. Tiendas de lujos, restaurantes de ensueño... Lugares a los que había ido y que evocaban recuerdos de una manera dolorosa. Algunas prendas de su armario eran de esas tiendas, desde zapatos y vestidos hasta pendientes y guantes de invierno.
El coche se detuvo suavemente en la acera delante de una. La calle no estaba tan llena como para decir que toda esa gente iba a entrar en la tienda en concreto. Probablemente gente como ella pasaría por ahí y ni entraría. Otras, con bastante dinero para derrochar, comprarían un solo bolso
La puerta de la tienda se abrió. Vio como Sanzu de reojo atendía a la escena. Reconoció a las personas de inmediato como Ran, el hermano mayor de los Haitani, y una mujer pelirroja... Su mente divagó brevemente por la imagen que le estuvo enseñando a su hermano el día que fue a la oficina de Bonten a ver a Mikey. Debía de ser ella. Por la forma en la que iban vestidos, los dos debían de ganar suficiente dinero como para ducharse en él y que todavía sobrara. El brazo de él le envolvía la cintura, y la sonrisa de ella... Nunca había visto una sonrisa tan transparente en una persona como la de esa mujer. Era bonita, de esa clase de belleza común pero que por alguna razón destacaba en la sociedad por su forma de comportarse.
-Ese idiota -se burló, sin sonreír o apartar la mirada de la escena que se desarrollaba-. Al menos es bueno eligiendo mujeres. ¿Pelirroja? Lo veía más por rubias.
Ella no dijo nada. Se limitó a observarlos marcharse en silencio. En un momento, él le abrió la puerta del asiento del acompañante en la parte de atrás, y vio cómo ella desaparecía con sus bolsas dentro del vehículo. El conductor, un hombre vestido de negro y gafas, salió del coche para reunirse con él. La puerta se cerró. Los dos tuvieron una conversación lenta pero seria. No pudo lo que estaban hablando, pero se intuía la situación. Ella. Mikey se había comportado tantas veces así que era igual de fácil de leer en las personas ajenas a su vida pero que compartían la capacidad de sentir.
Los ojos le escocieron por alguna razón. El recuerdo, seguro, de haber vivido esa escena un millar de veces y haberse sonreído de la misma manera que esa mujer le regalaba sus sonrisas a Ran. Hubo un tiempo en el que pensaba que sus mejores sonrisas tenían que pertenecer a su pareja. ¿Ahora quién se las quedaba? ¿Iba a volver a sonreír alguna vez tras todo aquello? Con Bonten detrás de ella acechando como lobos y la presencia de Mikey sobre ella a esas alturas...
Otra persona salió de la tienda. Esta vez, un hombre vestido de negro con una sonrisa en unos rasgos juveniles. Uno de los dependientes, pensó ella. La puerta de su lado se abrió para su sorpresa. En algún momento de sus divagaciones Sanzu había salido y ahora le sujetaba la puerta. Vacilante, salió con una expresión confundida sin aparta los ojos de ambos. Ahora sujetaba la bolsa del que, que se daba la vuelta y se retiraba de nuevo a la tienda.
Estiró el brazo, y agarró la cuerda de la bolsa que se le tendía. Por un instante, sus manos se rozaron, pero solo unos instantes que no llegaban ni a segundos ni significaban nada. Aún así, sabía que sus manos eran ásperas con conocerle, para su sorpresa. Unas manos grandes y bonitas, marcadas por la pólvora y la práctica con la katana. Seguramente tendría callos en las palmas, y algún dedo roto arreglado con torpeza durante una misión. Apartó esos pensamientos de ella sacudiendo la cabeza.
-Paso de soltarte el discurso. Ya se entiende por sí solo.
Sus ojos se posaron en la bolsa, ya con ella, y en el interior de esta. La curiosidad podía con ella. De un borde colgaba una nota. Esta vez, escrita en digital; perdía todo el sentimentalismo, al no poder descifrar cómo se encontraba mientras la escribía. ¿Nervioso? ¿Calmado? ¿Enfadado? La tecnología había destrozado el sentimentalismo. La leyó. Y se rio. Por primera vez, se rio. Una risa amarga pero sincera que salió de ella sin pensarlo.
-¿Cree que esto se va a arreglar con un bolso? -repitió las palabras de la carta en voz alta, con la voz temblorosa-. «No quiero molestarte más. Acepta esto. Te lo mereces». ¿Me veis de verdad tan estúpida?
Miró brevemente a Sanzu, que había apartado la mirada y se cruzaba de brazos. La flexión de sus músculos, si bien no muy marcados, era evidente a través de la camisa ajustada y la chaqueta. No necesitó una respuesta directa, porque ella ya la sabía.
-¡Estoy embarazada! -exclamó, tirando la bolsa a un lado del coche. Le daba igual el contenido, la bolsa, el producto, lo que diablos fuera que hubiese ahí dentro. La cólera solamente la inundaba y no le hacía razonar-. Estoy embarazada de un niño que no se merece nada de esto. ¿Y el muy imbécil se piensa que puede venir y regalarme un bolso para compensarlo...? ¡Que os den! ¡A todos vosotros!
Le dio una patada. Y lo pisó. Varias veces. Cegada por rabia, no se daba cuenta del escenario que estaba haciendo en medio de la calle- De la imagen que se estaba generando de ella públicamente. Debían de pensar que era una loca más, enfurecida porque su pareja no le había comprado lo que quería o porque ese precio era escandalosamente barato a lo que ella estaba acostumbrada. ¡Pero le daba igual! En ese momento, se sentía como si pudiera arrasar con todo. Con Mikey, con Bonten, con toda la perfecta vida que esa mujer tendría y que egoístamente no se merecía. ¡Se lo merecía ella! ¡Había sido ella quien había pasado noches en vela haciendo la boda, no esa mujer que ahora llevaba un anillo de oro puro con un lema escrito por ella!
Con los Haitani, con la vida de lujo que tenían y el misterio que arrastraban con ellos. Con Kakucho, que había decidido darle la nota en vez de lanzarla a la basura junto con sus tacones. De Mochi y Koko... Aunque a ellos no les conocía, seguro que tenían algo que opinar. Pero sobre todo, quería acabar con ese hombre que la miraba como si no fuera más que una pieza de decoración en la estantería de trofeos de Mikey. Arrancarle esos precios ojos azules verdoso que siempre que la miraban parecía insultarla en silencio, su boca y sus cicatrices, escupirle... Pero a la vez, era el único que conocía aquello. Cómo realmente se sentía sin necesidad de hablarlo. Porque estúpidamente era tan transparente que él había sabido leerle desde el principio.
La mujer que se había abierto de piernas para el jefe. La zorra que se esconde en su cueva cuando algo sale mal. La mocosa que conoce información clasificada y que podría ser la ruina de toda la organización... Y la mujer que todavía seguía viva por órdenes de un jefe al que necesitaban concentrado. La única debilidad que no podían quitarle a Mikey.
Eso era ella.
Y ni siquiera alguien como Sanzu podría quitársela.
-Mikey dice que haces tus propias pastillas -murmuró, dando un paso hacia delante
-Estás embarazada del jefe. No es una buena idea.
-¿Ahora estoy embarazada de él? Hace poco dijiste que era una zorra que se abría de piernas a todo el mundo cuando no me prestaban atención -le dijo, acercándose tanto como pudo a él, con el rostro contorsionado y rojo-. ¿Y ahora quieres proteger a un niño que ni siquiera es nada? No me lo creo.
Por primera vez, vio como la sonrisa burlona de Sanzu no aparecía en lo que respetaba a su seguridad. Solamente una larga mirada puesta sobre ella, como la de un padre advirtiendo a su hijo de no poner las manos en el fuego. ¿Qué más daba ya? ¿Qué iba a perder ahora?
-Te pagaré. ¿Cuánto por unas?
-Eres una niñata jugando con algo que no es tuyo. Este no es tu mundo.
Sus dedos se apretaron en puños con esa respuesta vaga. Ni él debía de creérsela por cómo lo decía. Debía de seguir pensando en ella como la chica inútil que se había juntado con Mikey de adolescentes y que necesitaba de su atención. Tal vez lo fuera. Tal fuese esa chica desesperada. Pero ahora... En ese momento no quería ser nadie.
-¡Este es mi mundo desde que estoy con él! -exclamó, con las manos en la cabeza y golpeando en el suelo con el pie, como los niños pequeños. La sangre le quemaba las venas, la respiración se le cortaba y sentía que su mente iba a estallar en cualquier momento con cosas que nadie necesitaba saber-. ¡Era yo quien se sentaba con él en la cama mientras lo veía volverse loco por las cosas que hacía, cuando despertaba del sueño en el que estaba por vuestras mierdas! ¡Era yo la que se despertaba corriendo porque escuchaba la puerta de casa abrirse y no sabía si era él o alguno de sus enemigos! ¡Y todavía sigue siéndolo si no puede entender que ha sido su decisión el final de lo nuestro! Todo este tiempo hemos sido él y yo.
-¿Y él te conoce? Deja de ser estúpida y piensa por una vez. Lo único que estás haciendo es comportandote como una niña por atención. Asumelo ya. No te queda otra.
Una niña. La palabra se repitió en su cabeza mientras intenta asimilar todo lo que estaba pasando. Primero, en el bolso destrozado en el suelo. Luego, en el lugar en el que estaba y cómo actuaba. ¿Pero ella era la niña? ¿Ella era la que tenía que comportarse cuando era la que su corazón había quedado roto y habian hecho con los restos lo que les dio la gana...?
Sanzu suspiró, pero no dijo nada. Abrió el chaleco de su chaqueta y de él sacó una pequeña bolsita, no más sangre de la mitad de la palma de su mano, y se la dio. Dentro, habían pastillas de colores y con marcas que no reconocía.
-Esto no va a solucionar tus problemas. ¿Quieres unas? Adelante. Hazlo. Jodete la vida que los demás ya la limpiaremos. ¿No sois Mikey y tu siempre? Ya nos encargaremos de recoger lo que quede de nuestro jefe por tu comportamiento suicida.
Lo vio inclinarse hacia ella con cierta ligereza, como si nada de lo ocurrido hubiera pasado. Para él, solo era dinero perdido en un bolso de lujo. Para ella, el recordatorio de una humillación pública. Y la obsesión de una persona a no dejarla marcharse ni por las buenas.
-Tal vez nos hagas un favor y te tomes la bolsa entera.
Se quedó un rato ahí, con la bolsa colgando de sus dedos tan despreocupadamente que le hacia pensar en que la policía de la zona estaba comprada o acostumbrada a verle por ahí tan amenudo. Ella no recogió las pastillas aunque su cuerpo se hubiese lanzado a por ellas a la desesperada... La conocía mejor de lo que pensaba. Sabía que ella era debil, pero una clase de debilidad diferente a la del resto porque se basaba en su fuerza mental. También sabía que en eso ella más fuerte que Mikey, y que por eso era fácil engañarla de esa manera.
Pero era débil en cuanto a los demás.
No iba a mancharse las manos de sangre y quedarse quieta. Ni con la sangre de un latido que todavía no era nada.
Simplemente las miró en esa bolsa que colgaba delante de su cara como si así todos sus problemas fueran a solucionarse. Por última vez miró a su alrededor, asintiendo para sí misma, comprendiendo por primera vez la posición en la que estaba. No iba a ser fácil deshacerse de ellos, pero no imposible. Y sabía por dónde empezar. Después de un rato que se hizo largo para ambos, la mirada de ella se clavó con fuerza en él.
-Dile a tu dueño que si quiere que le perdone, que me deje en paz -le dijo, agachándose por la mitad y recogiendo la bolsa aplastada con el bolso-. ¿Quieres serle útil? Llévame a casa.
Por primera vez, vio los ojos de Sanzu iluminarse con algo que no fuera la droga que tomaba siempre entrar en su cuerpo. Guardó la bolsa de nuevo en su lugar, y sin decir nada, entró en el coche cerrando la puerta de un portazo a su paso. Ella le siguió al poco tiempo. Nadie dijo ni intentó nada en todo el camino hacia el apartamento que todos conocían. El lugar donde Mikey iba para pasar el rato con su antigua amante. Recordaba las bromas, y las ignoraba cuando podía y se sentía con fuerzas. Otras, simplemente se echaba a llorar. Ese día, iba con la cabeza bien alta a ese lugar que ahora era un agujero vacío en la memoria de ella.
Su mente ya no sentía pena por la paliza que Manjiro le había dado, aunque siguiera pesando en su corazón como un recordatorio al mundo que todavía los unía. Su mente ya no sentía lástima por el futuro que le esperase. Porque él nunca la había sentido por ella. Él solo la quería fuera de en medio desde el principio. Siempre se lo había dejado claro.
Lo haría.
Cuando llegaron, se bajó del coche. Pero antes de irse, le dejó unos billetes en el asiento que sabía que al volver a su casa comprobaría que estuvieran limpios y vería. Sin duda, eso lo enfadaría; el ser considerado un chófer por la puta de su jefe era peor que ser el perro de su ídolo. Cerró la puerta de un portazo, como él había hecho, y se alejó sin siquiera despedirse. Escuchó a sus espaldas las llantas pulir el suelo mientras se marchaba.
Ya finalmente en la segufidad de su casa, comió sola, se duchó sola y vio la televisión sola. En ese espresso orden.
Después de eso, durmió sola.
Y por primera vez en semanas, las pesadillas no vinieron a ella. Solo una cama amplia que era para compartir pero que ahora era para ella.
Y lo disfrutó.
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Mikey la amaba, pero eso era mentira. Solo había una persona que amaba por encima de ella. A él mismo. Lo demostró cuando al convertirse en jefe de Bonten no dejó que nadie le tocase. Ni la mirara a ella por encima del hombro. Para proteger su honor. Semanas de silencio absoluto.
Su nuevo apartamento era pequeño pero sencillo. Justamente lo que necesitaba para una vida tranquila. Los muebles eran lo último en lo que había pensado, pero su hogar poco a poco estaba cogiendo forma. Nadie sabía dónde vivía, tal vez Victoria y alguna amiga que no estaba relacionada con Bonten ni conocía nadie. Ni siquiera su antiguo amante.
Con el dinero que había conseguido devolviendo el bolso de su ex a la tienda original pudo comprarse ropa nueva en una tienda normal. Lo cual, en parte, la hizo sentirse cómoda consigo misma. Una de las promesas que le habían hecho era no preocupare por el dinero, que pensase en el futuro. Ahora, con su vida normal, con su trabajo golpeando fuerte como un recordatorio a sus deberes mundanos y una casa con deudas... Se sentía extraña regresando a la vida que sus padres y familiares tuvieron alguna vez. Con el dinero de la casa pudo comprarse aquella, y tener una fuente de emergencia en el banco para protegerse de amenazas que vinieran; un despido, la crisis... Cualquier cosa.
El seguro médico, por ejemplo. Quitó a Mikey de su servicio y se puso al servicio público. No sin antes aprovechar la operación que llevaba días esperando y que el médico le había recomendado por su bien corporal. Aunque eso le sonaba más a una escusa de intentar ganar tiempo para evitarlo. Victoria estaba con ella, tomándola de la mano, en el pasillo mientras esperaban al medico. Sin saberlo se había convertido en su confidente, lo cual era...una sorpresa y un soplo de aire fresco. Conocía su historia, no toda, pero de alguna manera parecía intuir que detrás de sus palabras había algo más. Incluso sin ella decirlo.
-Cuando acabes, estaré aquí esperándote, ¿vale? Y comeremos en tu casa lo que quieras. Pero prométeme que te tomarás la medicación aunque sepa a hospital.
Ella la pudo evitar reír. Victoria le sonrió por última vez, dándole un apretón en la mano antes de quedar al otro lado de las puertas. Lo que las separaba del mundo normal y del quirófano.
Una vez había escuchado a su madre decir que las mujeres sabían cuándo debían tener hijos y cuándo no. Y le había contado la historia de su abuela después de casarse con su abuelo. Su historia y, en algunos matices, la historia de ellas dos. Si ese era su destino, vivir a la sombra y no poder tener hijos porque su cuerpo ya estaba agotado, entonces lo abrazaría con gusto. Ella sabía que nunca podría ser una buena madre; no podía serlo consigo misma, ese bebé sufriría estando con ella y sola. Y cederlo al Estado... No. Tampoco le haría eso a un niño que no tenía la culpa. No. A veces una madre tenia que optar por el camino rápido; incluso si ella dejaba de ser considerada madre.
Victoria se quedó con ella una hora más en la camilla después de la intervención. Lloró con ella, acariciandole la espalda como hubiese deseado que el padre de ese niño hubiera estado. Pero la fuerza de Victoria y la forma en la que le hizo reír fue un apoyo que en ese momento necesitaba con ella. Y no llantos, palabras bonitas y... Lo que fuera que Manjiro Sajo pudiera haberle proporcionado. Ya no le quedaba nada de él, nada que los atase... Y eso era lo que más le dolió. Porque entonces significaba que había salido de su vida completamente y abría camino a esa vida que ella necesitaba de paz y esperanza.
Fuera de la clínica hacia el mismo tiempo que con el, que hubieron entrado. Despejado, decente para pasear durante horas bajo la luz suave del sol con una sudadera por si refrescado más tarde. No pudo evitar pensar en que se acercaba el mal tiempo de finales de año y aquello se convertiría en un lugar concurrido por turistas y nativos enfermos que pasaban más tiempo en el hospital resfriados que en sus casas. Victoria le estaba hablando de un nuevo juego para la Nintendo que podrían jugar esos días mientras ella se recuperaba, aprovechando que tenía la consola para ella sola. Un regalo. Solo Victoria podía quitarle pelos a un asunto como ese... Pero lo agradecía.
Las dos se detuvieron a la salida poco abarrotada del hospital. Una ambulancia no muy lejos de ellas sonaba. Fue como si la actitud de Victoria hacia los demás cambiase drásticamente solo con ver a esa persona.
-Está bien -le dijo a Victoria, que miraba a Sanzu con tan mala cara que podría haberse lanzado a por él directamente.
-¿Seguro? Tiene muy mala pinta.
La tenía. El pelo ligeramente revuelto y el traje descolocado. Ya era costumbre verlo tan de seguido, a pesar de haber notado su falta aquellas semanas. No podía dejar de mirarle, como si ella fuera un imán y él el metal. Se veía tan extraño que estuviera ahí a pesar de su último intercambio de palabras. También respecto a Mikey. Se había acostumbrado a su insistencia más que a su falta. Y ahora enviaba a Sanzu como si nada. Debía de estar muy desesperado.
-Puedo manejarlo. No te preocupes.
Victoria se marchó, no sin antes darle una mirada altiva a Sanzu, que prácticamente la ignoró y siguió mirándola como si nada. Se quedaron solos. Una parte de ella le decía que huyera, que saliera corriendo aunque lo que quedase de ella fueran restos para lanzar a los cerdos y que se lo comieran. Y la otra, le recordaba encarecidamente lo que todos ya sabían: nadie huía de Bonten.
Nadie huía y vivía para contarlo del perro loco de Bonten.
Las manos le temblaron cuando dio los primeros pasos, con el bolso apretado a ella como si lo peor que fuera a pasarle pudiera estar ahí dentro con los yenes que le quedaban. No. La realidad era otra. Con Bonten te aliabas o te enemistabas; en ese momento, ella no sabía a quien temer más. A su ex, incapaz de olvidar una ofensa y al cargo de la organización más poderosa. O del perro fiel que le acompañaba en sus negocios y que no dudaría en meterle una bala en la cabeza.
-¿Te envía Mikey?
-No.
Ella asintió, sin mucho más que decir.
Y así, se fue con Sanzu Haruchiyo.
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El coche estaba en silencio. Era mutuo.
La radio sonaba encendida, pero sólo voces en murmullos que apenas le entraban en los oídos con el motor del coche ronroneando. Los dedos de ella se curvaban en su regazo sin apartar la mirada de enfrente, a la carretera que avanzaba con ellos en sentido contrario. La tensión que arrastraban entre ambos venía de largo, pero la discusión del otro día la acentuaba.
No podía evitar mirarle de reojo, sin embargo. O pensar en los motivos que lo arrastraron a ir y recogerla en el hospital. Dudaba que alguno supiera la razón con seguridad de por qué estaba en el hospital, más allá de un chequeo rápido por el embarazado o algo. ¿Mikey sabía algo? Eso la aterrorizada de verdad. Porque significaba que entonces la tenía más controlada de lo que pensaba. ¿Significaba eso que entonces sabía dónde vivía ahora? No. Imposible. Era imposible que algunos de ellos supieran dónde estaba ahora con todo el revuelo que había generado. Le lanzaba miradas rápidas a Sanzu de vez en cuando, sin saber bien qué hacer o decir. O si debía decir algo en un momento así. Ninguno se soportaba. Él la habría matado a la primera oportunidad que tuviera, pero era por Mikey que continuaba sin poder hacerlo.
Había entrado en ese coche por no hacer una escena, por no meter a Victoria en sus problemas ni para llamar la atención de personas que pudieran estar mirando aquello con curiosidad externa. Si metía a Victoria en aquello nunca se lo perdonaría. Ni a Victoria ni a nadie cercano fuera de ese mundo de oscuridad y sangre.
-¿Vas a matarme por fin? -preguntó, lanzándole una larga mirada. Sonaban estúpida volviendo a repetir la pregunta que la había llevado a una tienda de lujo hace unas semanas.
Las manos le temblaron durante un instante, cuando la de él se apartó del volante y se movió...hacia la palanca de cambios. El motor ronroneó en una suave sacudida cuando tomaron una carretera que giraba a la izquierda, abandonando la serie de coches que continuaron de frente y otros pocos que les siguieron de cerca. La expresión de él tampoco cambió, como si lo tuviera todo mecanizado. Los músculos se movieron al tensar el brazo en el proceso, con las mangas de la camisa remangadas. Por su rostro ya no había rastro de la paliza que su jefe le había dado semanas atrás, más allá de las cicatrices que lo acompañarían el resto de su vida. Una pequeña parte de ella quería saber si tenía más cicatrices, no de ese estilo tan...brutal. Pero era difícil pensar que alguien como él que siempre estaba al frente de las misiones no tuviera heridas.
-Sí que era de Mikey -dijo, rompiendo el tenso silencio. Ni la calefacción encendida consiguió calentarle el cuerpo-. Nunca le he sido infiel.
-A mi me da igual.
Casi le dieron ganas de reír. Lo decía la persona que de haber podido la habría ahogado.
-Claro que sí.
Se notaba que la conversación no era lo suyo. La única tarea que él hacía era obedecer, como un perro, y no se quejaba. No podía creerse que esa persona hubiera llegado a mano derecha de la banda más peligrosa del país. Apartó la vista y la volvió a posar en el exterior del vehículo. Habían salido a las afueras de la capital, pero no del todo. A saber qué es lo que se le pasaba por la cabeza en ese momento...
Se mordió el labio. La inseguridad empezaba a inundarle, producto de que los efectos de los sedantes estaban perdiendo efecto. Y no tenía las medicinas a mano, no las había sacado de casa, porque pensaba que después de la intervención volvería a la soledad de su casa cogida de la mano por Victoria.
-No puedo tener hijos -se vio confesando, con la mirada perdida y la respiración atascada.
-¿Necesitas una ecografía?
Sus ojos perdidos se clavaban en el suelo de aquel coche. Como si le diera vergüenza decir algo que no estuvo en sus manos hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Tuvo ganas de abrir la boca y de decirle el procedimiento al que se había sometido hacía poco, pero le fallaron las palabras. También porque la influencia en Sanzu acabaría a oídos de Mikey, y no quería volver a ver a ese hombre en lo que le quedaba de vida.
-Me ligué las trompas hace mucho. Decían que ese 1% era muy poco probable a la hora de tener hijos, que tendría que revertir el proceso. Sonaba bien en ese entonces, y sigue sonando bien. No traer un niño a este mundo que acabe en una cuneta o metiéndose donde no le llamen.
Movida por un deseo de tener un destino juntos, ella había entregado muchas cosas. Desde su virginidad, si bien eso en esta sociedad era un discurso machista, hasta su capacidad de tener hijos. ¿Acaso Mikey podía haberse hecho una idea de lo que significaba ser padre? Ahora lo sabría, pero con otra mujer. Después de años y años negando ese reconocimiento a poder serlo cuando ella se hizo esa intervención para no poner en peligro la vida que habían construido. Una lágrima traicionera acabó deslizándose por su mejilla hasta empapar su ropa. Seguida de otra y otra.
-Sigues estando embarazada de Mikey -le respondió sin apartar la mirada de la carretera-. Y nada va a cambiarlo. Hacerte eso probablemente sea un problema cuando tengas a ese bastardo.
Solo esperaba que el niño que naciera de esos dos tuviera una vida medianamente normal, y feliz. Era incapaz de odiar a un ser que todavía no había nacido... Ni a su madre. No podía. No iba con ella echarles la culpa solo a ellos de una decisión tomada por otros hacía mucho tiempo. Se apartó esa lágrimas traidora de la mejilla, arrastandola lejos.
-Pregúntale a tu jefe eso.
-No voy a preguntarle a Mikey sobre los asuntos que tú amante tenga con él. Ni voy a hablarle de su bastardo.
Su bastardo. Eso era ese pequeño grano en su vientre para él. Un bastardo, una molestia... No era como si eso la sorprendiera. La única persona que podría amar alguien como Sanzu era a Mikey. Mikey, Mikey y únicamente Mikey.
-¿De verdad te sirve de algo? Lamerle el culo a Mikey. Serle tan fiel... ¿Lo necesitas tanto?
Sanzu no pestañeó, pero no de la sorpresa. Un reflejo del cuerpo que le pedía descanso o algo más. «Tiene mono», se dijo. Podía verlo en las gotas que le caían por el cuello y de las que ella no se había percatado. Estaba conduciendo un coche con una pasajera teniendo el mono de meterse algo en el cuerpo que lo sacase de la realidad o lo llevara al otro barrio.
-Eso ya lo sabes tu, ¿no?
-Yo he podido dejarle, y seguir adelante -dijo. Casi podía verle sonreír con esa petulancia suya, recordandole que no era nadie más que una mentirosa si se creía sus propias palabras-. ¿Tienes vida fuera de Bonten? ¿Tienes algo -hizo enfasis- que no sea Bonten?
Vio sus ojos entrecerrarse, y una leve sombra de irritación cruzando sus rasgos, pero no dijo nada. De hecho, no dijo nada, solo condujo. Los dedos clavados en el volante se apretaba. ¿Se estaría imaginando que era su cuello?
-¿Tienes personalidad? Una que no sea obedecer cada orden o vivir una mentira. ¿Tienes familia, a alguien? ¿O es que no puedes mantener a nadie cerca porque eres demasiado inútil para valerte por ti mismo?
Su mandíbula se tensó y la expresión vaciló por fin, perdiendo la compostura de persona ajena a los asuntos hasta que actuaba. Una postura peligrosa, porque ahora sabía de lo que era capaz en sus carnes.
Pero no se detuvo.
-Bonten tiene todo, pero tú no tienes nada. Siempre jugando con fuego, ¿eh? Como si fueras intocable, con tus armas y tus drogas. Pero no eres nadie, ni mucho menos más importante que yo. Lo único que nos diferencia es lo que tú me dijiste una vez: yo me abría de piernas y consolaba a Mikey, sí, pero tú solo eres un chiste. Uno triste y patético que algún día se deseará con toda la mierda que se mete dentro.
Eso dio en el blanco, y ella cerró la boca tan pronto como vio que su mano salía disparada a la máquina de cambios. El impacto la golpeó antes que el sonido el llegó a los oídos, seguido del pitido que inundó su cabeza en un lado de su cabeza. Se llevó la mano a la zona que había golpeado, pero sinceramente no sabía qué le dolía más; que hubiese tenido el valor de hacerlo después de todo ese tiempo o el segundo golpe contra la ventanilla.
-Espero que te de una sobredosis y te mate -le escupió, por primera vez con puro odio. Lo de antes solo había sido un reto movido por la repulsión que le daba estar con él en esa situación. Aquello... Aquello era ella diciéndole la verdad.
Sanzu apretó los dedos en la palanca de cambios.
-Fuera.
Sus ojos se posaron en em exterior. Debía de estar de broma. ¿No? ¿Iba a dejarla ahí fuera poniéndola en peligro ante cualquier cosa? ¿En su estado? No lo sabe. Claro, porque no es cosa suya. Y sin un dueño que tirase de su correa, Sanzu se estaba comprando como el mismo desgraciado de siempre.
-¿Lo dices de verdad o es un farol?
-He dicho que salgas del coche -repitió, poniendo la voz más grave y apretando las manos en el volante hasta dejar los nudillos blancos-. Antes de que te arrastre fuera por el pelo.
No bromeaba. No era un farol. Iba a dejarla a su suerte en una carretera que no conocía y donde podía pasar cualquier cosa. Fue el turno de ella de apretar la mandíbula, acompañado del dolor en el lado de la cara.
-Ya que eres tan generoso, me llevo esto, perro.
No se lo merecía. Realmente no. Pero ella quería castigarlo por cómo se comportaba con ella y cómo la trataba. Y que de alguna manera, si le pasaba algo ahí fuera, cargase con la culpa de haber participado en la muerte de una chica inocente que tenía ADN suyo en las manos. Pero Sanzu era demasiado estúpido estando drogado que no se daría cuenta de eso. No le extrañó verle ignorarla con un gesto despectivo mientras agarraba su chaqueta de diseño y al sacaba con ella del coche. Dio un portazo contra el coche al cerrar la puerta, pero ni eso le hizo reaccionar.
El motor rugió. En cuestión de segundos, el coche se marchaba carretera arriba... Lejos y hasta convertirse en nada más que una pequeña luz más y más diminuta en el espacio. Sus dedos alrededor de la chaqueta se apretaron, y la prenda acabó en el suelo.
La arrugó, la ensució, la rompió por zonas que no sabía ni existían... También le gritó. A la chaqueta, a Mikey, a Sanzu, hasta que su garganta dolió y los ojos se le empaparon de frustración. No importaba lo que hiciera: cada vez era más idiota. Sus dedos urgaron en los bolsilos. Una tarjeta de recomendación con su número y una bolsa de pastillas; la que se había tomado antes de recogerla. Y todavía con esas, ella no se quedó a gusto.
Una punzada de dolor la golpeó en la zona baja. Un recordatorio a su estado. Y a lo idiota que fue en confiar en que esa persona sería medianamente decente y sincera estando drogado. ¿Qué más le quedaba por hacer más que caminar y volver a la ciudad? ¿Iba a encontrar un autobús activo a esas horas...?
Contuvo las lágrimas. Cada paso suponían un esfuerzo corporal y mental que no podía permitirse. Tal vez en otro momento. Pero así...
Tendría que haberse ido a casa con Victoria, y no con ese cabronazo.
-Puto bastardo. Deberías morir...
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“VALGO” De tanto perder aprendí a ganar; de tanto llorar se me dibujó la sonrisa que tengo. Conozco tanto el piso que sólo miro el cielo. Toqué tantas veces fondo que, cada vez que bajo, ya sé que mañana subiré. Me asombro tanto como es el ser humano, que aprendí a ser yo mismo. Tuve que sentir la soledad para aprender a estar conmigo mismo y saber que soy buena compañía. Intenté ayudar tantas veces a los demás, que aprendí a que me pidieran ayuda. Traté siempre que todo fuese perfecto y comprendí que realmente todo es tan imperfecto como debe ser (incluyéndome). Hago sólo lo que debo, de la mejor forma que puedo y los demás que hagan lo que quieran. Vi tantos perros correr sin sentido, que aprendí a ser tortuga y apreciar el recorrido. Aprendí que en esta vida nada es seguro, sólo la muerte … por eso disfruto el momento y lo que tengo. Aprendí que nadie me pertenece, y aprendí que estarán conmigo el tiempo que quieran y deban estar, y quien realmente está interesado en mí me lo hará saber a cada momento y contra lo que sea. Que la verdadera amistad si existe, pero no es fácil encontrarla. Que quien te ama te lo demostrará siempre sin necesidad de que se lo pidas. Que ser fiel no es una obligación sino un verdadero placer cuando el amor es el dueño de ti. Eso es vivir. ... La vida es bella con su ir y venir, con sus sabores y sinsabores… Aprendí a vivir y disfrutar cada detalle, aprendí de los errores, pero no vivo pensando en ellos, pues siempre suelen ser un recuerdo amargo que te impide seguir adelante, pues, hay errores irremediables. Las heridas fuertes nunca se borran de tu corazón, pero siempre hay alguien realmente dispuesto a sanarlas con la ayuda de Dios. Camina de la mano de Dios, toda mejora siempre.  Y no te esfuerces demasiado que las mejores cosas de la vida suceden cuando menos te las esperas. No las busques, ellas te buscan. Lo mejor está pasando...
Jorge Luis Borges
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jartita-me-teneis · 4 months ago
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Es la historia real de John Gray, un jardinero que llegó a Edimburgo junto a su mujer y su hijo en 1850 en busca de trabajo. Solo consiguió un puesto como vigilante nocturno y con la condición de que en sus rondas estuviera siempre acompañado por un perro guardián.
Se le asignó un Skye Terrier, al que lo bautizó con el nombre de "Bobby" que se convertiría en su fiel compañero. Luego de ocho años de trabajo nocturno y a la intemperie, John contrajo tuberculosis y falleció el 15 de febrero de 1858. Su perro Bobby se mantuvo junto al féretro durante toda la velación y ceremonia fúnebre, pero asombró a todo el mundo, cuando no quiso abandonar el cementerio luego de que enterraran a su amo.
Todos pensaron que sería cuestión de tiempo, pero el animal se negó a abandonar la tumba de su amigo, aún en las peores condiciones climáticas.
El encargado del cementerio intentó muchas veces desalojar a Bobby, pero el perro regresaba al poco tiempo a acostarse junto a la tumba de su amo. Al final el hombre le hizo un pequeño refugio con unas tablas junto la tumba de John Gray. La inteligencia y nobleza de Bobby lo hicieron famoso. En aquel tiempo se disparaba una salva de cañón desde el Castillo de Edimburgo a las 13:00 horas en punto, para que los ciudadanos pudieran ajustar sus relojes y saber que era hora de ir a almorzar. En cuanto Bobby escuchaba el disparo del cañón, salía a buscar su comida en "Greyfriars Place", un antiguo pub que frecuentaba con su amo, y donde el dueño del mismo, siempre lo esperaba con su plato a la misma hora. Éste era un espectáculo que admiraban muchos ciudadanos de Edimburgo, ya que en cuanto el perro terminaba de comer, volvía al cementerio para acompañar la tumba de su amo. En 1867, fue aprobada en Edimburgo una ley que establecía que todos los perros de la ciudad fuesen registrados previo el pago de un impuesto. La ley especificaba que los perros no registrados o sin dueño, serían sacrificados.
Como Bobby no tenía dueño oficial, y por lo tanto carecía de registro, el mismísimo alcalde de Edimburgo, Sir William Chambers, decidió pagar su licencia indefinidamente y lo declaró como propiedad del Consejo de la Ciudad.
Así se mantuvo Bobby, fiel a su amo durante 14 años, hasta el día que murió sobre la tumba de su viejo amigo. Un año después de la última guardia de “Bobby”, la baronesa Angela Burdett- Coutts hizo esculpir frente al pub de Greyfriars, una columna con su estatua, para conmemorar la vida del perro más querido y la historia de una amistad que superó a la muerte.
En una placa de metal se lee: “Bobby, muerto el 14 de enero de 1872 a los 16 años. Que su lealtad y devoción sean un ejemplo para todos nosotros !! Ciudad de Edimburgo” !! ...
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