Mausoleo
Querido diario, perdón por no escribirte en mucho tiempo.
Perdón por olvidarme de ti, y de muchas otras cosas a las que quizás, le he restado atención o importancia.
Pero es que no la estoy pasando muy bien.
Todo ha estado mal conmigo últimamente.
Las cosas se me caen de las manos.
Se me resbala el tiempo. Se me van las palabras. Los nombres.
Apenas y recuerdo quién soy.
He perdido el contacto con la experiencia de las cosas que creía y, sentía, eran muy mías, muy propias.
No es como si hubiera vuelto a nacer; es más bien como si hubiera perdido la memoria de quién soy, de quién solía ser.
Como si una parte de mí, se hubiera muerto o roto, o estuviera dormida todavía, muy en lo profundo de mí.
Es por eso que debo decirte que me he sentido perdido. Confundido. Torpe.
Es cierto que también hay momentos en los que no puedo parar de pensar en ella.
En los que la extraño tanto que, mirar hacia cualquier rumbo o dirección, me hace recordarla.
Cuando cocinaba para ella. Cuando cocinaba para mí.
Cuando desayunábamos juntos. Los momentos mágicos en esas risas incomprendidas y además, nunca antes exploradas ni experimentadas.
Recuerdo que solía cantarme. Susurrarme.
Su sonrisa. Cuando acariciaba mi rostro. Y lo bien que eso me hacía sentir.
Las mañanas en casa mientras escuchaba indie folk music center y preparaba el café.
Era mi gesto de los buenos días.
Ordenaba mi habitación o me ponía a leer.
A veces salía por los tamales o al café del Oxxo.
No sé por qué razón, le gustaba tanto.
El recuerdo de mis largos fines de semana...
Ahora luce lejano y como un sueño pasado. Distante con un frecuencia y corriente...
A veces me siento sólo.
Siento como si no tuviera a nadie con quién contar. Platicar. Con quién pudiera confesarme.
Lo que me está pasando, aquí dentro. Sucediendo.
El cómo me hace sentir.
Cómo mi mundo se torna a ratos oscuro, denso, doloroso. y se derrumba conmigo en él.
Tampoco es como si me sintiera cómodo, hablando sobre ciertas circunstancias .
Me pasa que al terminar de contar, algunas veces me siento estúpido o juzgado, o culpable.
Cómo si las razones que me orillaran a actuar de la manera en la que actúo, debieran ser explicadas, justificadas y comprendidas por alguien más.
Aún cuando así lo hago, eso no aligera la carga. Mi sentir, mi pensar, ni la forma en cómo me siento respecto a las personas y a las circunstancias.
El cómo reaccionan respecto a mi expresar. Sentir.
Será ,tal vez, la estúpida condición humana.
Que somos contradictorios, barrocos.
Que la única expresión real es la del amor. Que pocos son capaces de amar o, de llegar a ese estado puro, propio, llamado amor.
No es como si fuera que uno pudiera llegar a ser totalmente honesto con las personas.
No es como que pueda abrirse libremente y mostrarse.
Tampoco era como sí, por el simple hecho de expresarte, pudieran comprenderte.
Nos han dicho que cada uno tiene su particular visión sobre el mundo. Su particular grado de entendimiento.
Que cada quien elije como actuar y/o comportarse y vivir ante ciertos fenómenos.
Hecho que explica la mezquindad, la cobardía y la estupidez, netamente humanas.
A veces ni siquiera esperan a que termines de hablar para interrumpirme y comenzar a hablar sobre ellos.
Sobre lo qué creen. Lo que piensan. Sobre el cómo deberías haber actuado o comportarte.
Lo cuestionan todo.
El por qué elegiste esa decisión.
Si los escuchas, terminarán haciéndote creer que te has equivocado. Si no los escucha, terminaran por hacerte creer que te has equivocado.
No se puede ser sincero, abrirse al mundo y demostrarse tal y cual se es, lo que hay en ti.
Es cosa de esperar... De aceptar. De encontrar momentos...
De lo contrario, la gente termina por apartarse.
Dirán que eres un intenso. Que estás loco.
Qué irónico... !tienen razón!.
Pero el amor lo puede todo. Y aunque ninguno de nosotros sepamos amar. Un buen abrazo, fuerte, sincero, cariñoso, es capaz de borrar ciertas cosas.
Ponerte en modo reset.
Por eso es que he venido a escribirte. Porque sé que tú no vas a decirme nada. Sé que no vas a opinara ni a juzgarme. Ni vas a intentar convencerme de lo equivocado que estoy o de lo que puedo llegar a estar.
A veces la confusión viene de eso, de no saber cuál de tantas situaciones que me está ocurriendo, es la que estoy extrañando.
Sí es a ella o a ti. O mi anterior empleo.
Si es simplemente el echo de que me extraño a mí mismo y a quién solía ser.
La vida que solía tener.
Es quizás ese intento por reconstruir ciertos detalles de tu vida que de una forma u otra, se siente vago, forzado. Artificial. Quizás es porque así se siente la muerte; tu ausencia.
Extrañar tanto, hace sentir a ratos que te falte el aire. Que se te olvide respirar. Es como una presión sobre el pecho y sobre el cuerpo que está ejerciendo todo el tiempo. Es como querer salir corriendo. Huir a un lugar donde nadie sepa de ti, nadie te conozca y puedas estar solo y en paz con tu sentir. Con tus pensamientos
Donde no exista ningún tipo de obligación.
Donde todo pueda ser hecho sólo por gusto y por placer.
Cuando esos ataques me llegan, me imagino en el corazón de los andes. En la cima de una montaña. Viviendo una de esas historias donde siempre está nublado.
Donde no existe la responsabilidad y puedes, sí así lo deseas, sólo permanecer tirado en tu cama. O salir a dar un paseo y perderte. O irte de la ciudad y borrar todo rastro tuyo.
A veces quisiera que pudieras estar aquí conmigo.
Volver.
Que pudieras sentirme. Leerme. Que me comprendieras de esa forma tan cariñosa en la que solíamos comprender, cuando éramos niños.
Con ese entendimiento puro, delicado, sensato, consciente.
Por ahora soy un reloj al que sus manecillas le corren extraviadas como las hélices de un helicóptero.
A esa velocidad, todo comienza a despegar del suelo.
Vuela.
A ratos la corriente del tornado me sujeta y me sumerge en su feroz naturaleza y me somete por el suelo. Otras veces me toma por el aire. Pero siempre, el resultado de su fuerza es intempestivo, salvaje, primitivo.
Me ahogo en las vueltas. En el eco del tiempo. En los relojes del mundo. En su sinsentido. En la espiral.
Me mareo. Me aturdo. Me desoriento.
Luego termina de girar. De arrasar y de sacudir todo a su paso.
Y una vez más, estoy o, me siento en el suelo.
Termino por suponer que algo así es normal.
Que ese es el ciclo habitual de las vueltas que me ha tocado vivir en este momento.
Que en cuanto he conseguido ponerme de pie, el tornado está nuevamente muy cerca de mí, a punto de engullirme.
Y entonces, mientras me agito, mientras me envuelvo, y me desenvuelto, me elevo -en pleno vuelo- en mi vuelo. Que termino por convertirme en un oleo; mi propio mausoleo.
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