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jgmail · 3 months ago
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Reseña del libro Cambio de régimen desde la derecha. Un esbozo estratégico de Martin Sellner
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Por Simon Dettmann
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El activista Martin Sellner publicó su libro Cambio de régimen desde la derecha el verano pasado y en él presenta y explica diversas estrategias. Es un estudio que merece la pena leerlo como explica Simon Dettmann en su detallada reseña para FREILICH.
Cambio de régimen desde la derecha es la publicación más completa hasta la fecha del activista político austriaco Martin Sellner, la cara y el cerebro de los identitarios de los países de habla alemana, y es realmente un gran logro. Sobre todo, porque el libro está realmente a la altura de su propia pretensión de organizar y sistematizar los debates sobre estrategias y tácticas en el entorno de las nuevas derechas con tal de elevarlos a un nivel teórico superior. El libro de Sellner es un intento de unir a todas las facciones de la nueva derecha, que él equipara con el campo de la derecha, en torno a la estrategia de lograr su principal objetivo común, a saber, asegurar la existencia continua del pueblo alemán. El autor tiene muchos buenos argumentos a favor de su pensamiento que retoma las ideas de Gramsci, Althusser y Gene Sharp, además de la visión casi sociológica y psicológica de los procesos políticos que analiza. Sin embargo, el hecho de que constantemente de vueltas alrededor del problema de la demografía, que tiende a ser monomaníaco, podría tener a largo plazo un impacto negativo en la derecha intelectual y política.
Tiflis, 7 de marzo de 2023: Por segunda noche consecutiva, miles de personas resisten en la gran plaza cercana al Parlamento georgiano. Pero, a diferencia de ayer, las autoridades ya no se limitan a mirar con apatía. Esta vez, la policía utiliza cañones de agua y gases lacrimógenos contra los manifestantes. La multitud se dispersa rápidamente, dando lugar a escenas que los periodistas describen generalmente como «tumultuosas». Mientras casi todos los manifestantes esquivan o huyen hacia las calles laterales, una mujer de mediana edad corre en dirección contraria: directamente hacia el cañón de agua. Lleva en sus manos una enorme bandera de la UE, que agita alocadamente de un lado a otro. Los cañones de agua empiezan a apuntarle, pero eso no parece detenerla.
Los manifestantes corren hacia ella e intentan protegerla de los chorros de agua. Empapada y rodeada de gente, se sitúa en el centro de una de las plazas más grandes de la capital y sostiene la bandera azul oscuro con las estrellas amarillas hacia el cielo nocturno. Durante unos segundos, emerge una escena de gran poder político y fuerza simbólica. El resultado es una imagen cuyos elementos básicos forman parte integrante de la iconografía de la revolución y de la memoria colectiva de los europeos, como confirmará cualquiera que haya visto «La libertad guiando al pueblo» de Delacroix o una representación de las batallas de barricadas durante la Revolución de Marzo de 1848. La bandera de la UE, en cambio, se refiere a la forma concreta de agitación social que los manifestantes tienen en mente: una revolución de colores.
Revoluciones de colores usando dinero extranjero
El motivo de las manifestaciones masivas es el plan del gobierno georgiano de aprobar una ley que obligaría a las ONG y a las empresas de medios de comunicación que reciban más del 20% de su financiación del extranjero a ser etiquetadas como «agentes extranjeros».
Dicha ley frustraría la estrategia de, bueno, los agentes extranjeros, las corporaciones mediáticas y los grupos de presión de Occidente para influir en la opinión pública de Georgia y, de este modo, orientar el país hacia una dirección prooccidental y liberal, lo que obstaculizaría la integración de Georgia en el bloque de potencias occidentales, al menos a mediano plazo. Sin embargo, no se consiguió nada. Sólo dos días después, el 9 de marzo, la presión fue demasiado fuerte y el gobierno se vio obligado a derogar la impopular ley.
Aunque el movimiento de protesta, que había surgido aparentemente de la nada, no logró su objetivo principal de obligar al partido gobernante «Sueño Georgiano», que aplicaba una política exterior multivectorial, a dimitir y sustituirlo por una alianza de partidos extremadamente prooccidentales en unas nuevas elecciones, sí alcanzó su objetivo provisional, anunciado públicamente mediante fuertes movilizaciones al cabo de unos pocos días.
Hasta aquí la práctica concreta del cambio de régimen y la revolución de colores.
Un libro publicado en el momento oportuno
Pero, ¿no sería posible adoptar las estrategias, tácticas, formas organizativas y de protesta de una revolución de colores e implementarlas en Alemania, Austria o Suiza? En otras palabras, ¿podría tener éxito en los países de habla alemana una revolución cultural y de colores de derechas, es decir, el fin de la hegemonía discursiva de las ideas liberales de izquierda y su sustitución por otras conservadoras y nacionalistas, mediante un cambio de gobierno? Aunque prefiera escribir sobre el cambio social y el cambio de régimen, después de leer el libro de Martin Sellner uno se da cuenta de que su autor está profundamente convencido de ello. Por eso, Cambio de régimen desde la derecha trata también de la posibilidad de una revolución de colores, de los sinuosos caminos que conducen a ella, de sus condiciones sociales previas, de su teoría y de la teoría a la práctica. Se ha convertido en un libro sorprendentemente optimista que no pretende desmoralizar, sino más bien motivar a la acción, al tiempo que desafía constantemente al lector a reflexionar estratégica y moralmente sobre sus propias acciones.
Pero, sobre todo, es un libro necesario porque corrige conceptos teóricos erróneos que siguen estando muy extendidos en el campo de la derecha, señala callejones sin salida estratégicos y desmonta mitos. Por ejemplo, Sellner explica de forma convincente por qué mucho activismo de derechas no siempre es útil, por qué la creencia de que se puede convencer a los adversarios de la propia visión del mundo mediante la mera argumentación racional e iniciar así lo que él denomina un giro espiritual es políticamente ingenuo y se basa en falsos supuestos antropológicos o, a la inversa, por qué centrarse únicamente en valores est��ticos y cuestiones de estilo de vida personal conduce a un callejón político sin salida. En una época en la que los entornos de la nueva derecha se caracterizan con demasiada frecuencia por la oscilación de los jóvenes idealistas entre el impulso activista de hacer algo ahora mismo, por un lado, y el derrotismo melancólico, por el otro – en otras palabras, el famoso dualismo de memes: «¡Se acabó!» y «¡Estamos tan de vuelta!» –, es desgraciadamente (pedagógicamente hablando) algo que es necesario recordar a la gente para que comprenda.
Sí, Cambio de Régimen desde la derecha es demasiado pedagógico y moralista, a menudo redundante y didáctico en su estilo de redacción y estructura, algo que ya sus críticos han denunciado. Sin embargo, esto se debe precisamente a que la obra se dirige principalmente hacia dentro, es decir, hacia los movimientos y partidos de derecha. Así pues, las características mencionadas no se refieren a los déficits de Sellner, sino indirectamente a los déficits (intelectuales) de muchos actores del campo de la derecha.
La atención se centra en el pueblo
El núcleo teórico del libro consiste en la definición del objetivo principal de la derecha, un análisis del sistema político y social en el que la derecha debe necesariamente operar y la evaluación de diversas estrategias enfrentadas para alcanzar el objetivo principal, con un claro enfoque del análisis de esas estrategias. La definición de este objetivo es abordada en unas pocas páginas. Y con razón. Afortunadamente, apenas hay desacuerdos internos sobre esta cuestión. Para Sellner, el objetivo principal de la derecha es preservar la identidad etnocultural, una formulación que probablemente pueda identificarse sin vacilación con asegurar la existencia continua del pueblo alemán. En este caso, no es necesario dar explicaciones ni justificaciones detalladas; al fin y al cabo, el interés por la continuidad de la comunidad (colectiva) al que se pertenece es algo natural, evidente y obvio para todo el mundo.
Y, por cierto, este hecho es también la razón principal de la negación de la existencia del pueblo alemán por parte de la clase dominante. Porque sus principales representantes son ciertamente conscientes de admitir la existencia del pueblo alemán los precipitaría por una «pendiente resbaladiza» en cuyo fondo no encontrarían otra cosa que la pérdida de su poder. Por lo tanto, a la clase dominante le resulta absolutamente imposible reconocer en lo más mínimo la existencia universalmente válida del concepto de pueblo alemán. Eso significaría retroceder a una posición que ya ha reconocido de antemano sus ideas como insostenibles a largo plazo. Al permitir que el concepto de pueblo pase a un segundo plano frente al concepto de yo e identidad Sellner desperdicia imprudentemente su potencial subversivo inherente.
Tras aclarar el objetivo real de la autoconservación o la acumulación de poder político para garantizar la existencia del pueblo, el autor pasa a explicar la relación entre determinados términos. ¿Qué relación existe entre el objetivo principal y los objetivos intermedios? ¿Cuál es la diferencia entre estrategia y táctica? Algunos lectores pueden encontrar aburridos y técnicos los pasajes que analizan conceptos de este tipo, que aparecen varias veces en el libro, pero son eminentemente importantes y Sellner los presenta la una sobria precisión de un general que expone su plan de batalla.
Con Gramsci y Althusser contra la élite
La sección de análisis de sistemas, en cambio, es mucho más extensa. Aquí Sellner se enfrenta al reto de dibujar una imagen realista, pero al mismo tiempo comprensible y no hipercompleja, del orden social y político en el que debe operar la derecha. No es tarea fácil en el contexto alemán o austriaco y el engaño deliberado y sistemático de los ciudadanos sobre el funcionamiento real y la dinámica interna real del Estado en las naciones mencionadas no es en absoluto un mero subproducto del orden imperante, sino más bien la base de su existencia. Es precisamente aquí donde se asientan la mayoría de las ideas ilusorias de los ciudadanos del Estado en el que viven.
Sin embargo, Sellner está claramente en su elemento aquí y utiliza esta sección para introducir dos teorías que han influido fuertemente en él y en la Nueva Derecha en su conjunto: La Teoría de la Hegemonía del Poder de Antonio Gramsci y los Aparatos Ideológicos del Estado de Louis Althusser. Con estas teorías Sellner intenta llamar la atención del lector sobre la base real del poder de las clases dominantes en los Estados occidentales, a saber, la opinión pública y el poder de generarla, controlarla y dirigirla. Él intenta explicarlas de la forma más fácil posible para quienes no estén familiarizados con la gramática jurídica que se encuentra incrustada en estas teorías que usan muchas metáforas y palabras de moda, algunas de las cuales ha creado él mismo. En primer lugar, está la metáfora del clima de opinión, que utiliza para visualizar la compleja producción de la opinión pública y que resulta totalmente convincente. Ilustra el cambio real y potencial de la opinión pública y la metáfora del corredor de opinión con el popular modelo de la ventana de Overton.
Todo esto es muy loable y cumple su propósito educativo, pero se ve contrarrestado por dos palabras de moda que, por desgracia, son menos convincentes: la simulación de la democracia y el totalitarismo blando.
La cuestión crucial de la democracia
El problema del concepto de democracia simulada es que implica dos afirmaciones básicas, ambas indudablemente ciertas, pero no por ello menos engañosas. La primera es el hecho de que los que están en el poder afirman, al menos públicamente, que su gobierno es democrático, y la segunda es el hecho de que en realidad no lo es. La democracia es meramente simulada, escribe Sellner, porque la opinión pública no es el producto de un libre juego de fuerzas, sino de un filtro sistémico que él denomina clima de opinión. Pero si una democracia sólo existe cuando se permite un libre juego de fuerzas, entonces nunca la ha habido. Sellner alimenta aquí las ilusiones liberales y parece estar a punto de sacar del cajón de las polillas frases habermasianas como «discurso libre de dominación» y la «compulsión ilimitada del mejor argumento». También es engañoso el concepto procedimental de democracia que siempre está implícito en el discurso de Sellner sobre la simulación de la democracia. Parece creer sinceramente en la posibilidad de una democracia «real» en el sentido de gobierno popular. En esto, por ejemplo, se diferencia de sus oponentes liberales de izquierda, ergo de la clase dominante, en la que hace tiempo que se defiende un concepto sustancial de democracia, a veces incluso de forma semioficial.
En concreto, esto significa que para los liberales de izquierda la democracia se ha convertido en una palabra clave para denominar al mismo liberalismo de izquierda. Mientras los intelectuales de derechas reaccionen a esto introduciendo en el discurso el espejismo rousseaunista de un gobierno popular verdadero y perfecto en lugar de desarrollar un concepto sustantivo de democracia estarán contribuyendo a dejar a la derecha fuera de juego. De hecho, el pueblo en su conjunto no es capaz de ejercer el gobierno en ningún sentido de la palabra debido a su bajo grado de organización, a la politización y educación a menudo superficiales de los individuos y, sobre todo, a su gran tamaño. Como confirma una ojeada a la historia de la humanidad, el gobierno sólo puede ser ejercido colectivamente por pequeños subgrupos del pueblo bien organizados en los que existe un grado relativamente alto de homogeneidad ideológica y conformidad social y en los que se acumula sistemáticamente el conocimiento del poder. Estos subgrupos son las élites o clases dominantes que dominan al resto del pueblo y que se contraponen a él denominándolo como «las masas». Y probablemente seguirá siendo así para siempre. Por eso la lucha por la verdadera democracia en el sentido de gobierno popular es como la búsqueda del molde negro.
Valor para la coherencia política
Las explicaciones de Sellner se habrían beneficiado de mayores referencias a los clásicos de la sociología de las élites como Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca. Sellner corre el riesgo de sucumbir a una ilusión populista (descrita en detalle por el filósofo británico Neema Parvini en su libro The Populist Delusion).
La situación es similar con la expresión «totalitarismo blando». Sellner la utiliza para referirse a la represión del aparato estatal contra todo lo que sea de derechas y para condenarla. Esto es digno de honra, pero ¿tiene que utilizar un término completamente liberal que fue ideado para inmunizar moralmente a los liberales contra sus críticos de izquierda y derecha y que todavía hoy sirve bien a este propósito? ¿Es realmente una buena idea confirmar a sus contemporáneos liberales que su tendencia boomer a rechazar la autoridad y el orden como generalmente totalitarios, fascistas e ilegítimos, al trasladar su vocabulario a la Nueva Derecha, es legítima? El totalitarismo suele entenderse como el empeño por llevar una ideología de Estado a todos los ámbitos de la vida social y, de este modo, remodelar a los individuos en consonancia con esta ideología de Estado. Por supuesto, la observación de que los sistemas liberales también pueden ser totalitarios es un avance en el conocimiento en comparación con la postura liberal de que el totalitarismo sólo es posible en los sistemas no liberales, es decir, en los sistemas supuestamente radicales de derechas e izquierdas (Ryszard Legutko ha escrito un libro sobre esta observación, El demonio de la democracia, que merece la pena leer).
Pero, ¿por qué detenerse a mitad del proceso cognitivo? Después de todo, ¿qué valor sigue teniendo el concepto de totalitarismo si todo sistema, independientemente de su orientación ideológica, tiende a actuar de forma totalitaria en determinadas situaciones? A largo plazo, la derecha no podrá evitar reconocer que, en los fenómenos calificados de totalitarios, la esencia de lo político se nos revela simplemente de una forma particularmente pura y que cuando un orden estatal deriva supuestamente hacia el totalitarismo, se trata simplemente de una mayor intensidad de la hostilidad entre dos grupos sociales. Por eso, las medidas represivas del Estado contra los derechos políticos no son un paso del totalitarismo blando al abierto, sino una politización. Y la voluntad de penetrar políticamente en todos los espacios sociales, que Olaf Scholz resumió una vez en uno de sus raros momentos de honestidad con la frase «Queremos conquistar la soberanía aérea sobre las camas de los niños», forma parte simplemente de la lógica inherente a la política y a todo movimiento político que quiera ganar y mantener el poder. La soberanía aérea ideológica total del liberalismo de izquierdas sobre todas las instituciones relevantes, desde las guarderías hasta las residencias de ancianos, es una realidad en Alemania y fue precisamente para describir esta realidad que Althusser desarrolló la teoría de los aparatos ideológicos de Estado. Sellner también la menciona brevemente, pero no la aplica de forma coherente.
¿Quién pertenece a la derecha política?
Pero antes de analizar las distintas estrategias, Sellner intenta en un capítulo muy breve aclarar la cuestión de quién y qué forma parte realmente del campo de la derecha. Su respuesta: sólo la Nueva Derecha y ningún otro grupo es verdaderamente de derecha. Ni la Vieja Derecha ni tampoco los conservadores liberales. Ni siquiera quiere incluir a los conservadores nacionales en el campo de la derecha. Esto es sorprendente, ya que el conservadurismo nacional es probablemente la descripción breve más precisamente posible de lo que el propio Sellner y una gran parte de la Nueva Derecha representan políticamente. Por supuesto, es legítimo definir a todos los que no son de la Nueva Derecha como fuera de su propio campo, pero esto simplemente rebautiza el entorno de la Nueva Derecha como el «campo de la derecha». Sin embargo, esto no hace desaparecer a los pocos viejos derechistas y, sobre todo, a los muchos conservadores liberales, sino todo lo contrario. Discutir el contenido de estos medios no se hace más fácil por ignorarlos, sino mucho más difícil. No es la autodescripción de una persona como de derechas, conservadora, nacionalista, etc. lo que suele caracterizar su realidad social, sino una atribución externa por parte de liberales e izquierdistas. Y para ellos, el campo de la derecha lo abarca todo, desde Jan Fleischhauer hasta la división de armas nucleares. La Nueva Derecha podría reírse a carcajadas de esto si las atribuciones externas de liberales e izquierdistas no tuvieran un inmenso poder. En cierto modo, crean una realidad de la que a la Nueva Derecha le resultará difícil escapar. La enorme heterogeneidad del campo de la derecha, incluso en comparación con la izquierda política, es un hecho, pero Sellner prefiere suponer un estado ideal político en el que sólo existe una Nueva Derecha.
Sin embargo, el problema central del libro es claramente la sección de análisis estratégico. Aquí presenta cuatro estrategias clave para lograr el principal objetivo de la derecha y toda una serie de lo que él denomina no estrategias. Las cuatro estrategias clave son la reconquista, la militancia, el patriotismo parlamentario y la estrategia del mitin. Rechaza de plano dos de ellas: el patriotismo parlamentario y la militancia. Y con razón, por lo que no entraremos aquí en más detalles sobre estas vías sin salida. Para él, la estrategia de agrupación, es decir, la concentración de todas las fuerzas y recursos restantes en una región, es una solución provisional en caso de fracaso de su estrategia favorita: la reconquista. El análisis de las no estrategias ocupa mucho espacio y es precisamente aquí donde Sellner escribe a menudo con un tono didáctico o pedagógico. Algunos lectores se sentirán aburridos por ello, pero en vista de que Sellner a veces se dirige explícitamente a adolescentes y jóvenes con tendencia a la militancia y trata de disuadirles de su comportamiento destructivo, es desgraciadamente necesario.
Varias estrategias como guía...
En este contexto, dos de las no-estrategias parecen ser de especial interés, a saber, el aceleracionismo y el llamado pensamiento Babo. Mientras que el aceleracionismo, aunque originalmente era una figura del pensamiento del filósofo neorreaccionario Nick Land, degeneró en una palabra de moda que legitimaba la violencia brutal en oscuros biotopos en línea y pronto se hundió en la insignificancia, las variantes del «pensamiento babuino» están experimentando un nuevo apogeo en la actualidad. El mandril es el jefe; un carismático macho alfa que cada vez más construye una alianza puramente virtual de hombres a su alrededor. Predica un culto machista entre sus seguidores, casi siempre combinado con la autooptimización y un rechazo total de la política práctica. Estas escenas de mandrilismo se caracterizan casi siempre por los intereses financieros del respectivo macho alfa. Durante mucho tiempo fueron fenómenos marginales, pero en los últimos diez años aproximadamente han pasado de ser una forma de subcultura a hacer parte de la sociedad.
Hay para todos los gustos: jóvenes emigrantes con tendencia a las teorías de la conspiración (Kollegah), otros que están obsesionados exclusivamente por el dinero y el estatus (Andrew Tate), nostálgicos del tribalismo (Jack Donovan) y jóvenes que anhelan una base pseudointelectual para sus juegos de rol (Costin Alamariu o «Bronze Age Pervert»). Huelga decir que esta «derecha de estilo de vida» materialista, que tiende a un amoralismo ajeno al mundo, no merece ser llamada derecha en ningún sentido sustantivo y que conduce a un callejón sin salida estratégico. Sin embargo, la elección de Trump en noviembre de 2020 y la decepción asociada de sus partidarios crearon un caldo de cultivo en el que no solo pudo florecer un culto esquizofrénico de crisis (QAnon), sino también la mencionada «derecha de estilo de vida». La ola se ha extendido desde hace tiempo a los países de habla alemana. Sellner critica estas tendencias, pero debería haber dado nombres y haberlas golpeado más fuerte; después de todo, el pensamiento de Babo es actualmente la más relevante de las no-estrategias.
... ¿pero sólo una estrategia líder?
El autor dedica especial atención a su estrategia líder favorita, la reconquista. Por reconquista entiende una estrategia para la consecución del poder cultural o discursivo que está teóricamente vinculada a Gramsci, Althusser y, aunque no se mencione el nombre, Foucault, y que en la parte práctica concede un gran valor a las formas de protesta de la acción no violenta en el sentido de Gene Sharp. Sin embargo, en lugar de hegemonía cultural o discurso hegemónico, Sellner prefiere escribir sobre «cambio social». El «cambio de régimen» titular sólo se hace necesario cuando el Estado se vuelve abiertamente totalitario. Si el «cambio de régimen» también fracasa, la derecha debe pasar a una estrategia recaudatoria. Estas son las principales características de la reconquista de Sellner. Para decirlo brevemente: en el fondo, esta estrategia es inatacable en cuanto a su contenido y se considera, con razón, el «estado del arte» en los círculos intelectuales de la derecha. Lo que requiere crítica, sin embargo, son las tareas sustantivas asignadas a las partes individuales del campo de la derecha en el marco de la reconquista. Sellner divide el (nuevo) campo de la derecha en cinco subáreas diferentes: el partido, el contrapúblico (medios de comunicación/influenciadores de la derecha), la formación teórica (intelectuales), la contracultura y el movimiento (activista). Existe una clara división de tareas y funciones dentro del campo.
El movimiento también tiene primacía entre los subgrupos. Dado que la preservación del pueblo es el principal objetivo de la derecha, el principal problema es, a la inversa, la demografía, es decir, el Gran Reemplazo/Sustitución de la Población. Hasta aquí, todo incontrovertible. Pero Sellner también exige que TODAS las actividades de TODOS los subgrupos de la derecha aborden directa o indirectamente el problema del Gran Reemplazo o, como él escribe, el giro demográfico y la política de identidad. No está claro qué entiende exactamente por política demográfica e identitaria. Sin embargo, cabe suponer que se refiere a todas aquellas ideologías y narrativas que se han interiorizado colectivamente como condiciones propicias para la catástrofe demográfica y que han allanado mentalmente el camino para ella. En consecuencia, es de suponer que estos términos también están muy estrechamente definidos y directamente relacionados con el Gran Reemplazo.
El campo de la derecha, tal y como lo entiende Sellner, se centra, por lo tanto, en el intercambio de población y tiene una fijación casi monomaníaca al respecto. Esto sería especialmente evidente en el ámbito de la cultura y en los medios intelectuales. Los músicos de rock de derechas cantarían todos los días sobre los casos de violencia migratoria y los inminentes puntos de inflexión demográficos; la tarea más apasionante de un intelectual o científico de derechas sería calcular estos puntos de inflexión y elaborar y popularizar estudios sobre los efectos negativos de la diversidad étnica en grupos étnicamente homogéneos. Sí, una derecha así, con el tiempo, se acercaría cada vez más a las difamatorias imágenes distorsionadas que la izquierda y los liberales dibujan de ella. Pero ese ni siquiera sería el principal problema. El principal problema sería que esa derecha sería sobre todo una cosa: abismalmente aburrida.
La derecha monotemática
Una derecha monotemática así no tendría ningún atractivo cultural e intelectual para los (todavía) no-derechistas. Casi ningún artista o estudioso de las humanidades querría formar parte de un medio en el que estuvieran confinados a un papel y una tarea tan restrictivos. Esta fijación de la escena cultural y de los intelectuales en la tarea que les corresponde recuerda remotamente a la exigencia que los gobernantes comunistas hacían la mundo cultural e intelectual de articular claramente el punto de vista de clase. El problema de esta actitud no es tanto que sea autoritaria o antiliberal, sino que está condenada al fracaso. Por supuesto, es de agradecer que un artista, pensador o científico políticamente de derechas exprese claramente el objetivo más importante del campo de la derecha. Pero ningún movimiento activista puede imponérselo. La única manera de concientizar sobre el Gran Reemplazo en todas las partes del campo de la derecha que Sellner tiene en mente es hacer crecer a los actores de la contracultura y las humanidades desde dentro de su propio entorno, «fundirlos», por así decirlo. Una estrategia con la que la Nueva Derecha ha tenido algunas experiencias dolorosas en los últimos años. Porque los grandes pensadores y artistas no se pueden fundir. Casi sin excepción, son el producto de un clima favorable a su aparición. Surgen orgánicamente o no surgen.
Además, el llamamiento de Sellner a centrarse únicamente en el problema de la demografía es ingenuo en términos de sociología de las élites. En los países de habla alemana, cientos de miles de personas trabajan en universidades, ONG y empresas de medios de comunicación en empleos que a menudo parecen inútiles e innecesarios para los de afuera (bullshit jobs). Sin embargo, las actividades de estos grupos, que forma una parte relevante de la clase dominante y de la clase directiva profesional (CMP), cumplen un propósito importante desde la perspectiva sistema. Esto puede equipararse al propósito de los aparatos ideológicos del Estado en la teoría de Althusser: la autorreproducción del orden dominante. Un orden que Althusser describe como capitalista, mientras que la derecha intelectual tiende a describirlo como moderno o liberal (de izquierdas). Las élites intelectuales tienen, por lo tanto, la función de producir, controlar y legitimar el discurso hegemónico, así como de formar a una élite joven en las universidades y alinearla ideológicamente. La producción intelectual de estos medios es poco impresionante. En su mayor parte, son racionalizaciones post-hoc del statu quo.
¿No hay oferta para la élite?
Sin embargo, lo que es crucial es que esto se percibe de forma completamente diferente en los medios descritos: los que participan en ellos están firmemente convencidos de que están logrando hazañas intelectuales de brillantez y trabajando en teorías revolucionarias. De esta autoimagen como vanguardia derivan su legitimación y confianza en sí mismos. El problema surge ahora cuando Sellner supone que puede satisfacer la curiosidad intelectual y la sed de estatus de la (nueva) clase media académica con el Gran Reemplazo (que no es en absoluto una teoría, sino simplemente un hecho) y con la propagación del pronatalismo y de una nueva política de identidad (probablemente entendida como nacionalismo). Esto no tendrá éxito. Porque el aumento del capital cultural y la distinción que para los muy inteligentes se asocia con el dominio y la reflexión sobre sistemas teóricos extremadamente complejos como la filosofía trascendental, la teoría de sistemas, la ética del discurso o el postestructuralismo no se ve igualado en la derecha por la oferta de una teoría de derechas comparativamente compleja que hace Sellner. Sin embargo, al margen de la cuestión de si es posible que tales teorías existan en la derecha, Sellner deja claro en repetidas ocasiones que no le resultan útiles. Esto es sorprendente, dada su predilección por Heidegger y su hermética y oscura crítica de la tecnología.
Una posible explicación de su pronunciado escepticismo hacia los intelectuales y la parte de la clase dirigente profesional caracterizada por el discurso académico es que tal vez haya analizado el desarrollo histórico de la izquierda radical en Alemania Occidental: tras su formación y establecimiento en la década de 1960, se escindió en la década de 1970 en cientos de microgrupos sectarios en forma de grupos K, círculos de lectura, comités, etc., que tenían en común que trabajaban en cuestiones intelectuales detalladas, que pretendían ser radicales o extremistas a pesar de su total pasividad, y que estaban (como era de esperar) enfrentados entre sí. Martin Sellner habrá estudiado en detalle esta fragmentación inducida por el intelectualismo y, consciente de su inmensa heterogeneidad ideológica y de la alta proporción de alborotadores y “estafadores” que existía dentro de ella, habrá querido evitar a la derecha el destino de la izquierda radical después de 1968. Esto es loable, pero se pasa de la raya. En su honorable intento de vaciar la bañera sin arrojar al niño como lo hicieron los académicos de izquierdas, termina por eliminar a los intelectuales de derechas.
¡La derecha necesita más debate!
En consecuencia, esta crítica debería concluir con un alegato a favor de una derecha pluralista y creativa. Una derecha que integre y apoye de forma natural un fuerte movimiento activista como parte del mosaico general de la derecha, pero que se oponga cuando el movimiento afirme una “autoridad directiva” sobre las otras partes del campo. Parece absurdo que un mayor pluralismo interno en el campo de la derecha pueda distraer del objetivo principal generalmente aceptado, es decir, asegurar la existencia continua del pueblo. En la actualidad, los partidos de derechas se están convirtiendo cada vez más en representantes de los intereses de las respectivas poblaciones nacionales. Este proceso debe entenderse como un efecto secundario natural de la creciente fragmentación y alienación étnicas. La realidad cada vez más evidente del Gran Reemplazo está provocando la autoconciencia étnica, la transformación de los partidos populistas de derechas en partidos de grupos étnicos y la oposición frontal de los grupos nacionales frente a los grupos extranjeros. Este frente puede aplazarse, pero no detenerse, mediante crisis (externas) y frentes cruzados temporales. No tiene su origen en una voluntad o decisión política (colectiva), sino en la naturaleza humana. Por ello, con el debido escepticismo sobre el valor explicativo de las teorías sociobiológicas y etológicas humanas, un recurso ocasional a conceptos como comportamiento territorial y xenofobia le habría venido bien al autor. Impulsada por choques étnicos cada vez mayores a intervalos cada vez más cortos, la derecha se centrará cada vez más en el Gran Reemplazo y en sus condiciones favorables directas. El verdadero truco consiste en ampliarlo temáticamente.
El interés de Sellner por la demografía parece derivar del “pensamiento de autoayuda” al que en realidad se opone tanto. Pero si 2.000 en lugar de 1.000 activistas hacen panfletos y pegan carteles contra el Gran Reemplazo, el efecto no es el doble de grande. En lugar de más folletos y páginas web sobre el problema de la demografía, la derecha necesita más y mejores debates sobre geopolítica, sistemas económicos, conservación de la naturaleza, política educativa, transhumanismo, estudios de género, arquitectura y ética. Necesita al ecologista de barba desgreñada de la vieja escuela que ya no sólo quiere impedir las circunvalaciones, sino también los aerogeneradores, al joven brillante que trabaja en el sótano en una investigación pionera sobre la batalla blindada de Prokhorovka y la historia económica de Kursachsen, a la exfeminista desilusionada que ahora lucha apasionadamente contra el “wokismo” y el lobby trans y al renegado de izquierdas que se ha visto empujado a la derecha por la estrechez intelectual de los círculos intelectuales de izquierdas. Y, sobre todo, la derecha debe abandonar la ilusión de que puede posponer todas las cuestiones que no sean el principal objetivo común para más adelante, es decir, hasta después de la esperada toma del gobierno. Si esto ocurriera, la amplia alianza de conveniencia caería inmediatamente por todo tipo de cuestiones y el poder que acaba de ganar se le desharía entre los dedos.
Una respuesta convincente
El 14 de marzo de 2023, justo una semana después de la manifestación a gran escala en Tiflis, la “mujer con la bandera de la UE”, como se presenta a la georgiana, se sienta en un estudio de televisión de Radio Free Europe (RFE) y habla elocuentemente en un vídeo sobre el acontecimiento que la hizo famosa en Occidente. Es una producción brillante que encontrará su público en YouTube. Radio Free Europe es un medio de comunicación estadounidense con sede en Praga, que los críticos tanto de izquierdas como de derechas consideran un instrumento de propaganda del gobierno de Estados Unidos afiliado a la CIA para preparar revoluciones de colores. La oposición georgiana y la National Endowment for Democracy (NED), una organización que, según su expresidente Allen Weinstein, hace públicamente lo que la CIA solía hacer de forma encubierta, mantienen vínculos igualmente conspicuos. Tanto la RFE como la NED reciben financiación directa del presupuesto federal estadounidense, una fuente de dinero casi inagotable.
La cuestión sigue siendo si, en vista del hecho de que, a diferencia de los movimientos de oposición prooccidentales de Europa del Este y Asia, el campo de la derecha no tiene oligarcas multimillonarios, ni ONG afiliadas al Estado ni ninguna superpotencia detrás, sino que, por el contrario, tiene a las élites nacionales, a las ONG afiliadas al Estado y a una superpotencia en su contra, ¿debería confiar en la estrategia del cambio social o del cambio de régimen a través de la metapolítica y de formas de protesta en el sentido de Gene Sharp? Esta pregunta nunca puede responderse de forma concluyente. Pero puede responderse de forma convincente. En Cambio de régimen desde la derecha Martin Sellner hace precisamente eso y aconseja con pasión y muchas buenas razones a favor de esta estrategia, que él llama “reconquista”. La derecha debería seguir su consejo.
Simon Dettmann, nacido en 1993, estudió Filosofía e Historia en una universidad de Alemania Occidental. Sus áreas de interés incluyen la filosofía política, la ética y la arquitectura.
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zacefronportugal · 11 months ago
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Crítica de ‘The Iron Claw’: Zac Efron e Jeremy Allen White no drama de wrestling convencional, mas comovente de Sean Durkin
Review/crítica da Hollywood Reporter, por David Rooney.
Harris Dickinson, Maura Tierney, Holt McCallany e Lily James também estrelam a saudação elegíaca aos Von Erichs, uma dinastia desportiva do Texas atingida por uma série de tragédias
Na cena de flashback de abertura de The Iron Claw, o patriarca de uma família do Texas encontra-se com a sua esposa e dois filhos do lado de fora de uma arena de wrestling, onde ele acaba de pulverizar um oponente usando o aperto de caveira em forma de torno que dá título ao filme (A Garra de Ferro = The Iron Claw). Os rapazes ficam sentados no banco de trás do carro, atentos a cada palavra do pai enquanto ele faz uma promessa solene à mãe de que, assim que ganhar o título do campeonato mundial, os seus tempos difíceis ficarão para trás.
Há uma economia agradável nessa configuração, estabelecendo a dinâmica familiar de um homem governado por um foco monomaníaco, uma mulher estóica que mantém distância das suas atividades profissionais e filhos adoradores de heróis que parecem uma aposta segura para tentar imitar os seus pai no ringue.
Qualquer um que acompanhou o wrestling profissional americano na década de 1980 e início dos anos 90 estará familiarizado com a história devastadora do clã Von Erich, implacavelmente levado a dominar o desporto pelo lutador que se tornou promotor e treinador que adotou o nome de Fritz Von Erich (Holt McCallany). Mas o custo foi enorme, o suficiente para quebrar a maioria das famílias, e o facto de um filho, Kevin (Zac Efron) - cuja perspectiva é a lente narrativa da história - ter resistido apesar da dor, da perda e da dor inimagináveis, tempera a tristeza do filme com notas de resiliência e paz duramente conquistada.
Um fã declarado de wrestling daquela época é Sean Durkin, que fala de The Iron Claw como um projeto apaixonado. Paradoxalmente, porém, acaba por ser o filme menos distintivo do escritor e realizador, nada comparável ao poder assombroso de Martha Marcy May Marlene, sobre uma jovem que reentrou na vida depois de escapar de um culto; ou a inquietação persistente de The Nest, uma escavação penetrante de podridão sob a superfície de um casamento burguês. É certo que essas são barreiras altas para serem superadas.
A terceira longa metragem de Durkin é executada com mais do que competência, com um elenco sólido e uma noção vívida de lugar e tempo, sem exagerar nas gotas da agulha. Mas considerando os golpes devastadores desferidos nos Von Erichs em intervalos regulares ao longo da história, o seu impacto emocional parece estranhamente abafado. Pelo menos é assim até à reta final e, mesmo assim, a tristeza generalizada parece menos fluida no drama do que transmitida em cenas isoladas - uma mãe incapaz de vestir o seu vestido preto de funeral mais uma vez; um irmão destruído pelo destino dos seus irmãos, mas recebendo conforto do amor puro dos seus próprios filhos.
É quase como se as restrições de retratar pessoas reais e a responsabilidade de mostrar respeito pelo seu sofrimento tivessem impedido a disposição de Durkin para a exploração psicológica.
Logo no início, Fritz admite abertamente à mesa de jantar para os seus quatro filhos reunidos que tem os seus favoritos. “Mas as classificações sempre podem mudar. Todos podem subir ou descer.” Isso deveria fornecer o modelo para um drama em que os laços fraternos se confrontam com a rivalidade entre irmãos. Em vez disso, as relações entre os irmãos parecem, na sua maioria, mal esboçadas, e os seus personagens individuais carecem de dimensão.
Há uma foto linda deles a rirem juntos enquanto flutuam ao longo de um rio numa jangada inflável, mas por outro lado, a sensação de uma unidade inseparável é ténue, sugerindo que o material poderia ter sido mais adequado para o tratamento de série limitada.
Mesmo com mais de duas horas, não há espaço suficiente para respirar entre as tragédias para permitir que elas ressoem na medida que deveriam. Durkin está muito ocupado apenas a narrar a impressionante série de infortúnios que faz Kevin temer uma maldição familiar. Assim, temas mais vastos, como a crença cega no excepcionalismo americano, as ilusões da invencibilidade masculina, a supressão da dor e a sufocação das ambições de um pai para os seus filhos, não são totalmente coerentes. Durkin faz referência à tragédia grega na sua concepção do filme, mas esse elemento dentro do meio do wrestling foi sugerido de forma mais persuasiva em Foxcatcher.
A tragédia já paira sobre a família quando o drama mainframe começa, com lembranças do filho primogénito de Fritz e da sua esposa Doris (Maura Tierney), Jack Jr., que morreu num estranho acidente aos seis anos. As atenções de Fritz concentraram-se em Kevin, que tem talento no ringue, mas não tem a fanfarronice de um verdadeiro showman no microfone, algo em que o seu irmão mais novo, David (Harris Dickinson), se destaca.
Com os seus sonhos de campeonato eclipsados por David, Kevin é preterido novamente quando o próximo da fila, Kerry (Jeremy Allen White), um atleta promissor, vê as suas esperanças olímpicas frustradas pelo boicote dos EUA em 1980 e começa a lutar com um compromisso feroz. Finalmente, o filho mais novo, Mike (o recém-chegado Stanley Simons), um rapaz tranquilo cujas atividades na banda de garagem da faculdade o fazem parecer imune ao caldeirão de testosterona e inadequado para desportos competitivos, é picado pelo vírus da família. Ou injetado pelo seu pai.
Um sexto filho, Chris, é omitido nesta recontagem, talvez raciocinando que o público não aguentaria muito. Como uma saga comovente do coração americano, The Iron Claw é certamente convincente, e para qualquer pessoa não familiarizada com a história dos Von Erichs, cada choque de nova angústia entregue à família será surpreendente.
A concentração mais forte de pathos centra-se em Kerry. O roteiro de Durkin fica um pouco pesado com o prenúncio ao fazer Kevin dizer ameaçadoramente ao seu irmão: “Tem cuidado”, enquanto Kerry sai na sua motocicleta para relaxar após uma grande vitória. Mas o que se segue é revelado com uma eficácia chocante. White baseia-se na sua personalidade taciturna em The Bear para desenhar um homem a recuar cada vez mais dentro de si mesmo, primeiro com raiva, depois com determinação beligerante e, por último, com a derrota.
A transformação de Efron no estilo do Incrível Hulk e a peruca desgrenhada distraem, mas o ator dá ao filme um centro pungente de mágoa crua, a ironia é que Kevin é poupado do resultado dos seus irmãos por causa da sua queda na classificação do seu pai. Ele tem cenas lindas com Lily James, facilitando o sotaque vibrante enquanto Texas rose Pam, uma rocha de apoio e consolo, cujo casamento com Kevin lhe proporciona um caminho para se reconstruir, embora não sem os obstáculos do trauma. A insistência de Kevin em batizar o seu primeiro filho com o nome verdadeiro do seu pai, Adkisson, indica a profundidade do seu medo da maldição de Von Erich.
McCallany impressiona com a nuance de uma performance que mostra o homem endurecido e autoritário que se recusa a deixar que a dor atrapalhe os seus planos, mas também um pai firmemente convencido de que a sua garra de ferro (The Iron Claw) está a levantar a família, e não a derrubá-la. “Não podemos deixar que esta tragédia nos defina”, diz Fritz aos seus filhos após a primeira perda ruinosa das suas vidas adultas. “A nossa grandeza será medida pelo nosso triunfo na adversidade.” Nem Durkin nem McCallany deixam de ter compaixão pelo auto engano de Fritz e pelo seu terrível impacto na família.
É ótimo ver Tierney, há muito tempo subvalorizado, de volta ao ecrã num papel comovente. Além de Kevin, Doris é o único membro imediato da família que se permite sofrer. Tendo acreditado que poderia proteger os seus filhos com a oração, ela é esmagada pelo fracasso dessa fé e, apesar de escolher desde o início separar-se da obsessão da família pelo wrestling, é indiscutivelmente Doris quem é mais duramente atingido pelo acúmulo de vítimas.
Durkin cita Raging Bull e The Deer Hunter como inspirações; há ecos fracos do primeiro nas consequências da violência como entretenimento, e do último no triste desenrolar da camaradagem masculina à medida que a inocência é perdida. Se a terrível magnitude da experiência da família de alguma forma for insuficiente, o filme não se limita ao impacto visceral das cenas no ringue, que são a raiz do triunfo e da desolação. Como mostrou em Son of Saul, o húngaro Mátyás Erdély é hábil em transformar espaços apertados em ecrãs dinâmicos, e a sua filmagem do “círculo quadrado” está carregada do peso simbólico de um lugar onde sonhos são construídos e partidos.
O filme mostra os aspectos performativos do wrestling, a falsificação de personagens de luta exageradamente vilões nos oponentes dos rapazes Von Erich e também no seu relacionamento quando não estão sob os olhos do público. Num momento comovente no início, Kevin é atingido com força no chão fora do ringue, o dano nas suas costas é evidente no tempo que ele leva para se levantar novamente. A repreensão contundente de Fritz sobre esse atraso sela o rebaixamento de Kevin como candidato ao campeonato. A cena também revela que, apesar de toda a postura teatral envolvida, de toda a arrogância e da força, o que está em jogo é real.
Como Kevin lembra na narração, Fritz incutiu aos seus filhos a crença de que, se eles fossem os mais duros, os mais rápidos, os mais fortes, nada poderia magoá-los. O desmantelamento dessa crença face à vulnerabilidade física e psicológica demasiado humana é, em última análise, o que torna este filme desigual, mas sincero, comovente.
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christianrruiz · 4 years ago
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@robinsharma “[…]. Básicamente, la idea es que cada talento humano tiene un lado negativo. Y la propia cualidad que te hace especial en un área es la misma que te hace un inadaptado en otra. […]”. #The5amClub #ELCLUBDELAS5DELAMAÑANA #ROBINSHARMA #ladooscurodelgenio #talentohumano #ladonegativo #tehaceespecial #enunárea #especialenunárea #tehaceinadaptado #grandesvirtuosos #vidasprivadas #bastanteturbias #supropiodon #loquepocosveían #nivelmásalto #tiempodesoledad #trabajando #monomaníacos #atenciónacadadetalle #ensusproyectos #autodisciplinainsólita #escuchandoasuscorazones #ignorandoasuscríticos #relacionespersonales #incomprendidos #personascomplicadas #diferentes #rígidas #desequilibradas “[…]. El Guía me enseñó un concepto llamado «El lado oscuro del genio». Básicamente, la idea es que cada talento humano tiene un lado negativo. Y la propia cualidad que te hace especial en un área es la misma que te hace un inadaptado en otra. La realidad es que muchos de los grandes virtuosos del mundo tuvieron unas vidas privadas bastante turbias. Su propio don de ver lo que pocos veían, de mantenerse en el nivel más alto posible, de saber disfrutar del tiempo en soledad trabajando como monomaníacos, prestando atención a cada detalle en sus proyectos, con esfuerzos implacables por acabar sus obras, actuando con una autodisciplina insólita, escuchado a sus corazones e ignorando a sus críticos, dificultaba sus relaciones personales. Fueron incomprendidos y vistos como personas «complicadas», «diferentes», «rígidas» y «desequilibradas»”. PG121:PR5↓[…]LN2—2251-27/07/20 https://instagram.com/stories/christianrafaelruiz/2386159944960208790?utm_source=ig_story_item_share&igshid=kaja4fyw3a6u https://www.instagram.com/p/CEdWqakHyos/?igshid=1qq0sq4id2ayo
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pascualpicarin-blog · 5 years ago
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  A veces, conseguir ideas es muy difícil. Incluso, cuando las tenemos, las desechamos por poco útiles, por la dificultad que nos supondrá acometer su realización, otras ocasiones las acabamos considerando estúpidas… hasta que a otro se les ocurre y las lleva hasta el final y… ¡Triunfa!
Y es que permitimos que nuestro mundo neuronal se llene de ESQUES  y de inútiles YSIS
ES QUEsi invierto mi…
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poemaseletras · 3 years ago
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"Este mundo que está se formando me enche de pavor. Eu o vi germinar; Posso ler como um projeto. Não é um mundo em que quero viver. É um mundo adequado para monomaníacos obcecados com a ideia de progresso - mas um falso progresso, um progresso que fede... O sonhador cujos sonhos não são utilitários não tem lugar neste mundo. Neste mundo, o poeta é um anátema, o pensador um tolo, os artistas um escapista, o homem de visão um criminoso."
Henry Miller, The Air-Conditioned Nightmare
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fragmentosdebelem · 5 years ago
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Viagem do Poeta Max Martins, de Haroldo Maranhão
O poeta Max Martins escreve-me e não quis revelar-me que morreu. Por que, não sei, que sempre fomos amigos, suponho merecer que dissesse: “morri, foi assim:” Mas negaceia, ilude-se mais do que a mim, que logo vislumbrei o corpo estirado na estrada, sujo o jeans da caspa dos pneus e do óleo largado pelos transportes pesados.
Ora, de doudos ninguém escapa. Bem, não sei, acredito que não se escapa, doudos são doudos, usam faca, bala, cacete, murro, golpe de arte marcial. Sei, sei, o Poeta Max Martins escapou, antes, de atentado que o derradeiro seria. Contista que por Simão acode despejou sua fúria toda numa carta, e se invés de carta, de cara enfrentasse o poeta, adeus, poeta!, que Simão é robusto e monomaníaco: encasquetou de ser autor de letras imprimidas, e quem não aplaudir seus versos, suas narrativas — ele mata! Nessa tarde, o intento de Simão seria agarrar pela gorja o Poeta Max Martins, mas estava febril e de colhões inflamados, o que lhe dificultava o mover-se ao menos de aposento a outro. Sair à rua, embarcar em ônibus, descer em São Brás? Impossível a punitiva viagem. Então, tirou da gaveta não a mauser, mas uma folha de papel e escreveu a sua raiva, e quando o destinatário rasgou o envelope sentiu liberar-se o bafio mesmo da morte, que a morte a carta aprisionava. Doudos são assim, os mansos inclusos, que esses sorrindo matam e dando satisfações para o alto, elevando os olhos doces, levantam-se, vão embora, deixam jazido o cadáver, e geralmente dormem sonho sem nenhum sobressalto. Acordam no dia seguinte e não se lembram, mesmo lendo os jornais: “quem terá sido?”, eles indagam-se, bem, alguns, que doudos de ordinário não leem jornais, preferindo a tevê, que não suja os dedos da tinta que jornais largam, desagradabilíssimo.
De madrugada, o ônibus rolando na pista em ultrassônica velocidade, o Poeta Max Martins despertou no momento em que premia um par de coxas num apartamento com vista para o mar na Rua Prudente de Morais, na cidade do Rio de Janeiro, e por isso sorria embevecidíssimo, com aquele afagar moroso que promovia, tendo tido antes o cuidado de apagar as luzes do aposento, para que não fosse objeto de eventual debique da parceira, ao deparar esta o abdômen que se abaúla pelo consumo de chopes e de cerpas. Despertou com insistente bater na omoplata:
— Por que vocês estão dizendo aí que eu estou fedendo?
O poeta, retirado assim da amorável bolinação com o mar à vista, pensou que o desconhecido imaginava houvesse afirmado estar ele fodendo Sem entender o que se passava, para si mesmo falou: “Fodendo? Eu disse que esse cara está fodendo?” Chegou a suspeitar que sonhasse sonho diverso, mas de novo o cutucava o passageiro à retaguarda:
— Eu não fedo, viu? Tomo banho. Todos os dias. Não sou hidrófobo.
Hidrófobo! Insólita pareceu ao poeta a palavra, na corrida tresloucada em que ia a nave. A palavra feria, e feriu o Poeta Max Martins, aturdido com a abordagem disparatada de um tipo às costas, não imaginando quem fosse, o que desejava, como seria, um lutador de caratê?, mamífero de porte avantajado, montanha de cartilagem pétrea, armado de clavas de ossos que fraturam como barras de ferro? Foi no que pensou, sem querer voltar-se, que a bordo da aeronave as luzes mantinham-se apagadas. Mesmo não sendo de força incomum e inda que apoucado de estatura, o sujeito, de onde estava, fácil poderia aplicar a mão sobre a boca e o nariz do poeta Max Martins, e atrair-lhe rispidamente a cabeça contra o encosto da poltrona. Pronto. Em minuto, ou menos, mortíssimo estaria o grão poeta, que curto é seu fôlego, bastante diminuído nestes últimos tempos pela ingestão compulsiva do tabaco, o que lhe enfraquece a capacidade dos pulmões, cada dia mais desfalcado de sustância. Outros suportariam dois e até três minutos de asfixia, não o magro poeta, consumidor mensal de dezoito mil cruzeiros de cigarros tipo Virgínia, que dizem lavados, sim, lavados, mas a querosene, para mais depressa comburir-se o cartucho letal e propiciar, logo-logo, o próximo cigarro, a próxima carteira, o próximo pacote de dez maços, dito cartão, o próximo milheiro, o querosene, e os ingredientes mais, escarvando a esponja pulmonar, esburacando-a, ofendendo-a, como as escavadeiras metendo as pás de aço no solo, revolvendo-o para receber trabalhos engenheiros. A mão do Homem Que Não Fedia, em vinte segundos, não mais, faria e fez cessar o difícil respirar, o ofego do homem que constrói versos e a si mesmo destrói-se, destrói-se não, destruía-se.
— Eu fedo?, me responde: eu fedo? Tu estás sentindo cheiro ruim saído de mim?
O poeta por essa forma acordado, quando dormiam todos, menos o aviador, que transformava o ônibus em foguete Exocet, rompendo o espaço e encurtando o trajeto que os levava à ex-cidade paraense de Belém, hoje cidade goiana, povoada de goianos e de escassos paraenses já, espécie em extinção, nem mais se encontrando aquela arquitetura que se chamou de raio-que-o-parta, de despertar nostalgias. E foi um bangalô de fachada de azulelos partidos, formando raios, que à frente do Poeta Max Martins naquele momento emergiu, inexplicada aparição. Quis achar-se numa casa assim, balançando-se em alvíssima rede, das encontradiças em amorável chalé do Marahu, praia de silêncios grandes e isenta de gatunos. O que mais desejava o Poeta Max Martins, naquele minuto do diabo, era estar num bangalô de arquitetura belemense, que até poderiam rir-lhe do bangalô, fotografá-lo para álbum de peças kitsch, mijarem-lhe no jardim, que petúnias floresceriam belas ao mijo dos hepáticos. E as flores outras, se são róseas de natural, amarelas abrem-se estabelecendo um clima de pujante sol, no jardim, e raros sabem que se deve tudo ao mijar dos hepáticos.
— Não, meu caro: o senhor não fede. E mesmo que fedesse, iria eu dizer isso por quê?, e a quem, que todos dormem, roncam mais que os reatores — ponderou o poeta à voz e ao vulto da retaguarda.
— Mas vocês estão cochichando, estão cochichando: eu escuto muito bem. E é sobre o meu cheiro, sobre o mau cheiro que sai de mim.
O Poeta Max Martins lembrou-se das petúnias amarelas e do seu próprio débil mijar, jato tripartite no começo da ação mictória, mas em seguida geminando-se os três fios d’água numa emissão só, que embalde tenta sempre atingir o centro do vaso, mas o que consegue é ensopar a borda mais propínqua a si, conquanto para o alto pilote o tubo condutor, porém de resultados nenhuns. Com tristeza interessou-se o Poeta Max Martins por divisar paisagem através da janela da espaçonave, mas só nuvens transitavam, pejadas de chuva e raios. Deteve-se na constatação de que o esguicho urinário perdeu a antiga firmeza e a contundência d’antanho, que parecia mais água explodida de mangueira dos bombeiros, capaz de fraturar, cegar, escalpelar de repelão uma pucela de brunos e encaracolados cabelos — fraca micção atribuível a processo inflamatório da próstata, o que torna a bexiga parcamente retentiva, que outrora galões retinha, dois, três galões de cerveja. Hoje não suporta meio copo de chope, peso no baixo-ventre logo lhe advém, induzindo-o ao banheiro, onde, felizmente sem testemunhas, devolve um gole, nada mais que uma golfada, de meia caneca do chope e pela forma dita, tripartido ou tricéfalo barbante líquido e amarelo-turvo, que encena um fio de vida mas falece.
— Vocês estão dizendo aí que aqui atrás tem um gambá!
O Poeta Max Martins nessa altura largou um porra que se ouviu em Capitão Poço e rompeu o inconsútil véu da sua calma:
— Ó cara, que é que há? Dá uma olhada e vê o sujeito ao meu lado, que não sei quem é, há várias horas que não faz outra coisa senão roncar e peidar. Todo mundo ronca e peida nesta merda!
O outro voltou de mansa voz:
— Eu, não. eu não peido. Nunca na minha vida que peidei. Não tenho fedor algum. Tenho?
É afábil o Poeta Max Martins, mas ocasiões há em que estoura:
— Olha, velho, mete isto na tua cabeça: estás muitíssimo enganado. Eu estava dormindo. O sujeito aqui ao meu lado continua a dormir, olha, todos neste avião dormem. Então com quem eu ia falar, porra?!, me diz, fala, me responde, com quem? Olha, vê lá se não me torra o saco!
Escalavrante falou o Poeta Max Martins, de pé, buscando o outro divisar, de indicador balançando no rumo do que lhe parecia ser o nariz do outro, se nariz tivesse, que pessoas há destituídas de nariz, outros de orelha, outros de parco queixo, dessa última redução padecendo um louvado e já morto boêmio de Vila Isabel, na cidade do Rio de Janeiro, e um contraparente do curioso desembargador aposentado e creio que até falecido, que atendia por Hamilton, Ferreira, parece, e de Souza, com certeza. Vivia o poeta seu máximo emputecimento, procurando o adverso distinguir, porém cerrada era a penumbra que a todos liava. Na escuridão, duas luzes gêmeas rebrilhavam, e poderiam ser olhos de lobo faminto, de hiena acuada ou de um felino louco. O outro quietou, responder, nada respondeu, a maxeana reprimenda calado o botou, remédio de ação pronta. O sangue deve ter fugido do rosto indignado do Poeta Max Martins, palidez de cólera e não de medo, medo que, é bom sublinhar-se, deveria ter alimentado: defronte mesmo de um doudo! pois sei que sonha criar ainda miríades de poemas. Miríades! Por essa forma tiro o chapéu em sinal de reverência à memória de poeta obidense, Augusto ele chamava-se, e que consumia palavras gráceis assim, miríades de garças preguiçosas riscavam o ar mormacento, mormacento ainda, no fim da tarde de ásperos sóis.
O silêncio reinstaurou-se na nave espacial, acionada por outro demente que afundava a sandália japonesa no acelerador, que não se sabe como não levantava voo na direção das estrelas, obus catapultado que rumava para o inferno sem escalas. O Poeta Max Martins consigo mesmo considerou: “O sacana dormiu.” De novo levantou-se, agora para pobremente mictar no quartinho da espaçonave, e pareceu-lhe que o adverso ressonava. “Filho de uma puta fedorento!”, olhou-o com rancor o Poeta Max Martins, ele próprio acabando por deixar vencer-se pelo cansaço, tresnoitado de idas frequentes a pubs londrinos, que de Londres procedia o Poeta Max Martins. Podia ter preferido um jet da Scandinavian Airlines, e atravessado o oceano em horas agradabilíssimas, jantando salmão defumado com vinhos de tenra textura, e impossível não seria suceder-lhe por vizinha de poltrona uma inglesa carente de afetos eficazes, que se detivesse no rosto ósseo do poeta e entrevisse as caprinas aptidões sexuais do companheiro de viagem. E ela mesma, suspeitando por igual da timidez, travasse com ele conversa e ostentasse, nos ofegos das abas do nariz, o que essencialmente estava a reclamar, circunstância que não terá fugido à sensibilidade extrassensorial do Poeta Max Martins, que detecta lençóis de gozos e desejos, socados embora debaixo de camadas de solo rochoso, dono de faro atentíssimo. E após a ceia se metessem embaixo dos cobertores para, na penumbra que se faz nos salões aéreos ou venéreos ou veneaéreos, saírem a passeios no chão humoso das mais criativas libidinagens, a inglesa delindo de deleitações jamais por ela imaginadas, e a cujos cumes nunca supusera chegar, que o irlandês marido é frio como um arenque deixado para o desjejum do dia seguinte, monótono marido de monótono cardápio, em que o extrapassava o poeta brasileiro, de jato urinário modesto, é verdade, mas de imoderado apetite carnal, que logo a aparelhagem se robusteceu, vultoso corpo assumindo, na expectativa de entestar difícil justa, que foi o pleno saciar de fome provinda dos tempos vitorianos, tempos de poluções de maus ejaculadores, que não era o caso do Poeta Max Martins, poeta mor e bandalho mor ainda.
Pelas 4h30m novamente despertou o Poeta Max Martins, de novo retirado às coxas da Prudente de Morais, entre as quais agora se inseria conforme recomendam os mais acreditados manuais do Oriente, quer dizer-se, fazia sumir a própria grisalha cabeça, entrepernada de forma tal que não podia ele o mar contemplar e aspirar o vento espesso de sal. Porém melhores aromas aspirava, que o intimavam a velar as pálpebras para mais proveitosamente fruir o deleite especialíssimo, incopiado perfume, até hoje incopiado. Foi quando, à bruta, o Poeta Max Martins se viu na contingência de desertar a antecâmara real em que se ia, que movimentação estranha à retaguarda se passava, logo altivando as orelhas como os perdigueiros de mais sensível faro. Viu sem entender que o vizinho traseiro, correndo quase, atravessou o corredor do Boeing 707 enlouquecido, que a rompia o espaço à mercê de um piloto sem copiloto, que premia o acelerador com a face gasta da sandália japonesa, de sujos pés, sem engenheiro de bordo, sem radar, sem combustível bastante para pouso de emergência no aeroporto alternativo, que sobrevoava o 707 a cidade de Porangatu, ficção cartográfica, cocô de mosca nas cartas mais minudentes.
— Para! Para esta merda, para!
Era o Homem Que Não Fedia quem assim gritava para o comandante do jato, o intimativo brado operando o milagre de frear o gigante, marcando no asfalto borrões paralelos da borracha comburida. Pensou que ainda sonhasse quando escutou a acusação:
— É aquele sujeito ali. O da poltrona 17. Está botando balas no revólver para me matar.
O Poeta Max Martins os olhos piscava e os esfregava, beliscava-se, sem saber quem seria realmente, se o gambá, ou se o dono legítimo das coxas que se abriam como avenida cujas calçadas rumassem para um ponto axial: para receber a premiada cabeça, que tateava no corredor de sombra e alfombra. Logo perceberia que se tratava do gambá.
— Aquele, comandante: o da poltrona 17. Disse que eu fedo. eu não fedo. não fedo. Pare a merda deste navio!
O velho lobo-do-mar, capitão-de-longo-curso, acostumado às alucinações advindas da monotonia da viagem oceânica, fez as máquinas pararem. O Homem Que Não Fedia meteu a mão no portaló e desembarcou, correndo, sem olhar para trás, sumindo na noite. Nos seus calcanhares deixava um cadáver.
É o próprio Poeta Max Martins, ingênuo, como se acreditasse eu em petas, quem me informa em breve carta, mais bilhete, quase telegrama, que foi “Gambá” quem abriu a porta do avião, ele mesmo, e se atirou no mar ou se lançou no espaço, é possível que não sabendo do que escapava, se do homicídio que praticara ou se da ameaça de ser morto, suicida fugindo do homicídio silencioso, ou acreditando que o asfixiado aedo de repente ressuscitara e punha balas na mauser para vingar-se, o que seria alucinação, embora muito comum, pois sentira na palma da mão úmida o bafio último do Poeta Max Martins, bafio carregado da química corrosiva empregada na indústria tabaqueira. Depois se soube que o Homem Que Não Fedia vinha de Paris, minto, Belo Horizonte, e embarcara com destino à cidade de Imperatriz, mas saltou em Porangatu, fugindo de si mesmo ou do poeta ressurrecto. Aí é que o poeta nosso falseia, faz negaças com o corpo, quer, coitado, fazer-me acreditar que sobreviveu e que firme está e poetando. Mas não está. Esteve. Já foi. Poetar não poeta mais.
O Homem Que Não Fedia matou-o sob asfixia tenaz, removeram o corpo do avião e o depuseram, ao comprido, à margem da estrada. Alguém acendeu uma vela, para iluminar-lhe o caminho. Logo apareceu um lençol, o corpo cobriram, ficando os sapatos de fora. Ao lado viu-se o cachimbo que pitou durante a travessia pelos céus?, pelos mares?, pelos descampados? O cachimbo foi confundido por mauser. O poeta empurrava fumo na panela e acreditou o doudo que metesse balas no pente. Pessoas acercaram-se. Pessoas acercam-se de defuntos, gostam, devem gostar, deliciam-se, já surpreendi pessoas sorrindo e álacres, parece que o defunto, inerte, é a impossibilidade do revide, pode cuspir-se num morto que ele não levanta a mão para a bofetada, pode-se mijar no morto, chamar o morto de filho da puta, de escroto, fazer cócegas no pé do defunto que o pé não se retrai, o morto é morto, não se ergue para ripostar uma agressão, Augusto, embora, claro, calmo passeie, transite, como passeia e transita o Poeta Max Martins. Mas não fala, escreve cartas e poemas até, que o vento leva, o papel some, como sumiu a carta que ontem recebi, a tinta evaporou, o papel desintegrou-se.
O comandante da aeronave‚ até que chegasse a polícia, era a autoridade maior no local. Impaciente estava, queria retornar ao voo, porém tinha tarefas a atender. Retirou da sacola de couro que o poeta costumava carregar ao ombro, a carteira de identidade: Max da Rocha Martins. Profissão: Poeta. Idade: 22 anos. As olheiras do retrato acentuavam-se na antemanhã, mais noite ainda, que o sol tardava. As olheiras, os sulcos no rosto, as negras sobrancelhas sem uma cã despertavam interesse às mulheres, orelhas de longevo. Foi a mecha clara despenteada que eriçou formigamentos sexuais na inglesa vizinha de poltrona na Lufthansa e logo lhe agarrou com firmes dedos o nariz imperativo, como se na mão empolgasse o que prementemente desejava, não aquele apêndice mas o outro, oculto e jazido por baixo dos cobertores de lã: onde ganhava alentos e o chão escarvava como um touro andaluz.
— 22 anos? — falou mulher do povo — mas com essa idade já mijava tão fraco? A próstata, meu Deus, inflamada? Jatinho de três pernas?
As perguntas sem resposta ficaram, uns instantes no ar permaneceram e em seguida sumiram nas águas do rio Porangatu. O capitão-de-longo-curso impacientava-se, queria de novo pôr as caldeiras a funcionar, mas há regulamentos a observar, o Livro de Bordo!, não se deixa cadáver assim sem providências médico-legais, e cadáver de um poeta, de bubúia em frias águas na fria madrugada que custava a amanhecer. O Poeta Max Martins havia sido assassinado por um doudo. Soube-se depois que se tratava de funcionário da Coca-cola em Quatipuru, mais conhecido por “Gambá”, que certa feita acertou com pedrada menino do grupo escolar que o chamou bem de perto: “Seu Gambá!” Foi quando apanhou a pedra e atingiu a testa do garoto, que o sangue melou a cara, bobagem do garoto, imprudência dele, chamar o “Gambá” de gambá e de tão perto, que só de longe é que os outros chamavam, e corriam, disparavam, que “Gambá” não conseguia agarrar nenhum. Ele escutou o Poeta Max Martins cochichar com o vizinho, paraibano de Campina Grande, sobre o cheiro vindo de trás, riram, o poeta fez um calembur com fedo e foda. O paraibano de Campina Grande riu mas não entendeu. Então o Homem Que Fedia entrou valente: “Fedo, é? Estás me chamando de gambá, é? Pois toma!” E tacou a mão na boca do poeta, trancando-a para o último verso que justo pensara e ia dizer, e fechou-lhe o nariz. Nunca mais o Poeta Max Martins cheiraria cheiros maus e aromas de coxas impregnadas do sal chegado na garupa do vento que vem das Ilhas Cagarras, passando pelo Country e invadindo as janelas dos apartamentos a montante da Rua Prudente de Morais. Nunca mais o Poeta Max Martins aspiraria o que quer que fosse, como, por exemplo, as galinhas que falam inglês, golpeadas pelo cozinheiro no seu máximo instante de gáudio e afogadas em molho curry.
Claro, não vou isso dizer ao bom Amigo e bom Poeta Max Martins, que supõe que me ilude: “cheguei de viagem”, quando não chegou. Que esteve na Estrela6. Pode ter ido até. Mas ninguém o viu, ninguém mais o vê, o Poeta Max Martins tenta grudar-se à pele, dela não quer desprender-se, teima, recalcitra, quer fazer-me acreditar que a morte ele driblou com o corpo maneiro, o que raros conseguem, mas ele, não, que tudo rápido se operou, a mão vedando-lhe o ar, ar novo não mais entrando, e o que circulava, sujo de tabaco, entranhou-se nas cavernas pulmonares, perdeu-se na esponja enferma, um pouco só do ar doente tornou em bafo curto, o corpo já inerte. “Mas ele escreveu-te!”, haverá quem pretenda confundir-me. “Escreveu-me”, direi com a paciência das pessoas calmas. Escreveu-me, sim. Tenho a carta aqui no bolso, já li e até reli, mais bilhete, podem extrair fotocópias, podem que eu indulgente sorrio: as fotocópias sumirão de alguma forma, entre papéis, perdidas em páginas de livros, ou simplesmente evaporadas. Mas a carta, cartas não querem dizer nada de nada, nada mesmo. Cartas falsificam-se, embora essa não, não falsificaram, escreveu-a e pôs o nome por baixo o Poeta Max Martins, o que não quer dizer que continue a respirar e fumar seus dezoito mil cruzeiros mensais de cigarros, que não fumará, nunca mais, meríssimo arranhão nos lucros da multinacional, que mata tapando a boca e tampando o nariz, o tabagista quer respirar e não consegue, a asfixia mata-o. Ora, carta!, que cartas querem dizer? O Poeta Max Martins escreveu-me. Claro. Escreveu- me. E aonde deseja chegar-se? Escreveu. De defuntos recebo regular correspondência, selada na tarifa certa, postada no lugar onde sói ser, Augusto. Apenas não respondo porque não sei, isso não sei, para aonde resposta despachar. Chegam-me cartas de pessoas defuntas há muito, muito, ponha-se tempo! Este, o meu mais recente morto, o Poeta Max Martins. É bem possível que ainda se suponha na SUCAM, mas a SUCAM até já lhe proveu a vaga, que vagas provem-se logo-logo, a pensão processa-se, os atrasados botam-se na conta da viúva no Banco do Brasil. Tudo foi tão rápido, que ele pensa que desembarcou no Aeroporto Internacional de Belém-de-Goiás, de possante trirreator da British Caledonian, após jantar a mulher do irlandês ao molho curry, que a inglesa desembarcou, as coxas ofendidas de medonhos ataques pélvicos, dos quais ninguém sabe como foi capaz o Poeta Max Martins, nas apertadas circunstâncias, acumpliciado à penumbra, claro, mas impertinentemente apoquentado com as regulares passagens de um dos trinta e nove comissários de bordo, já entretanto acostumado a esse gênero de recreação dos senhores passageiros, o que infrequente não é nos voos internacionais.
2-10-82
Revista Moara nº 53 (2019)
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poetadeplateome · 5 years ago
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"É inútil ficar sentado em meio a todas essas coisas desconhecidas, tentando resolver um enigma. Você acabará monomaníaco. Encare este mundo. Aprenda-lhe os costumes, observe-o, não tire conclusões apressadas. No fim você acabará encontrando todas as respostas."
—H. G. Wells.
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thaisrocholi · 3 years ago
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Relações, virtudes e vicissitudes
Relações, virtudes e vicissitudes
Retrato de uma mulher demente ou O monomaníaco do ciúme (também chamado A Hiena de la Salpêtrière ), de Théodore Géricault ,1819–1822,  Museu de Belas Artes de Lyon Por Thais Rocholi O amor acontece dentro de um âmbito prático face à potência da vontade humana. Esta potência da vontade nos move a realizar o bem que nos seja conveniente. Tenho aprendido todos os dias que o amor em essência nos…
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mundo-misterio · 3 years ago
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Reseña de la película Ping Pong Summer (2014)
Reseña de la película Ping Pong Summer (2014)
El humor monomaníaco de Tully es a menudo tedioso, ya que el mundo cargado de hormonas de su película se establece en gran medida por diálogos tontos y anticuados como “Oh, maldición” y “No me estoy enfrentando”. Pero el elenco de conjunto de “Ping Pong Summer” es genial para tocar las mismas notas una y otra vez. Y, aunque no es un listón particularmente alto para cruzar, Tully está a la altura…
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te-dedico-um-livro · 7 years ago
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É inútil ficar sentado em meio a todas essas coisas desconhecidas, tentando resolver um enigma. Você acabará monomaníaco. Encare este mundo. Aprenda-lhe os costumes, observe-o, não tire conclusões apressadas. No fim você acabará encontrando todas as respostas.
H.G.Wells
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okalma-dave · 5 years ago
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Y llega el postrer post de la semana reivindicadora de los locos, los inconformistas, los estrafalarios, los diferentes, los inadaptados, los genios, los primeros, los últimos, los desequilibrados, los monomaníacos, los lunáticos, los guillados, los dementes, los orates, los majaretas y los pirados. Ellos son (como decía en un post anterior) los que realmente mueven y hacen evolucionar el mundo. Y un poco de cada uno está dentro de nosotros… Gracias por existir. El lunes más, y mejor… 🅾🅺🅰🅻🅼🅰_🅳🅰🆅🅴 #okalma #construccion #obra #iftt #diseño #ingenieria #design #proteccion #makita #maquinaria #ferreteria #rubi #ullastrell #terrassa #santcugat #sika #hikoki #heller #arquitectura #anclaje #jardineria #stanley #JSP #hilti https://www.okalma.es https://ift.tt/3amUb94
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sandraglezart · 5 years ago
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Los locos, locos retratos de Gericault
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Cinco retratos de enfermos mentales realizados por el niño prodigio del romanticismo francés
A finales de 1821, el romántico Théodore Géricault causaba furor por toda Europa, en parte por el enorme éxito de público de su “Balsa de la Medusa”. Sin embargo, pese al prestigio que estaba consiguiendo, el joven pintor (29 añitos) no tenía suficiente dinero. Es por ello que se vio obligado a aceptar encargos tan inusuales como esta asombrosa serie de cuadros. Ya habíamos visto la pasión del pintor por temas escabrosos, por lo que este encargo del psiquiatra Étienne-Jean Georget no debió suponer tampoco un gran esfuerzo para el niño prodigio del romanticismo francés. Según parece, Georget (1795–1828) era médico jefe de la Salpêtrière, un asilo de París, y muchos historiadores afirman que el doctor trató a Géricault, aquejado de una insoportable melancolía (aunque muy beneficiosa para el arte, sobre todo en el romanticismo…).
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Hospital de Salpêtrière, por Tony Robert-Fleury. Otros dicen que fue él quien le proporcionaba cadáveres fresquitos para sus estudios de las figuras en La balsa. Sea como sea, el médico (creador por cierto de la psiquiatría social) le encargó al artista 10 retratos de enfermos mentales como una forma científica de clasificar pacientes de una disciplina médica todavía en pañales. El doctor o el artista titularon a toda esta serie (unificada en términos de escala, composición y cromatismo) como “monomanías”, y cada cuadro representa a un enfermo, con rasgos faciales propios.
Géricault sabía retratar.
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Autorretrato de Théodore Géricault Georget consideraba que la demencia no sólo era una enfermedad moderna, sino que sería la dolencia del futuro. Por ello quiso que el estudio de las enfermedades mentales fuese lo más riguroso posible, y en vez de llevar a los pacientes a clase para que los estudiantes puedan examinarlos físicamente, el profesor encargó a Géricault que pintase estos modelos y así facilitar el estudio. ¿Porqué eligió a este joven artista? Pues en primer lugar, más que por su éxito, por su extrema objetividad y rigurosidad. Si algo caracterizaba a Géricault era su forma de investigar antes de agarrar siquiera un pincel. El doctor dio por sentado que Géricault le presentaría un retrato fiel de los enfermos… quizás mucho mejor. Porque otro factor clave era su increíble facilidad para los retratos. El romántico no sólo sabía captar a la perfección el físico de la persona retratada, sino que casi podía plasmar su alma. Y como Georget era básicamente un médico del alma, decidió que este joven apasionado sería su mejor opción. Es por ello que estas obras están consideradas un puente entre el arte romántico y la ciencia empírica del siglo XIX.
Moderno, clásico, tradicional, vanguardista… inclasificable.
Géricault siempre buscó el realismo científico. Es algo que el futuro también cultivarían autores como Eakins. Sin embargo es inevitable al ver estos retratos pensar en Velazquez, o Hals, o también en Manet, ya que el romántico se adelantó al impresionismo al mostrarnos con ágiles y (en principio) poco trabajadas pinceladas los rasgos faciales de los enfermos. Como Velázquez, Géricault consigue además conferir dignidad a todo un grupo marginado en la época, los locos, que eran encerrados en sórdidos hospitales fuera de la sociedad. Hay extensa documentación de que prostitutas, adictos, ateos o simplemente personas alejadas del rebaño fueron torturadas en estos lugares y no vieron en años la luz del día (véase el trágico caso de la escultora Camille Claudel). El pintor consigue además representar la fisonomía del enfermo con absoluta objetividad. Hay que tener en cuenta que en esos primeros años 20 del XIX la fisonomía era una ciencia que no había sido todavía desacreditada, pese a que sostenía el disparate de que las apariencias físicas podían ser usadas para diagnosticar trastornos mentales. Con esto en mente, el artista realizó en torno a 1822 más de 200 dibujos de enfermos con carencias en el intelecto, el ánimo o la voluntad, acuñadas científicamente como “monomanías”.
Retratos de monomanías.
Se sabe que de las diez pinturas ejecutadas, han perdurado cinco hasta nuestros días:
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Monomanie del’envie
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Monomanie du vol
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Monomanie du jeu
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Monomanie du commandement militaire
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Monomanie du vol des enfants Todos los retratos al óleo muestran a los pacientes de tres cuartos, de frente y a escala real. En ellos se elimina toda referencia al espacio de fondo para no distraer la atención del espectador. Así podemos mirar a los retratados directamente, aunque estos nunca nos miran. No hay comunicación. Miran “mas allá”, por lo que se percibe el mundo interno, ajeno para el que se llama a sí mismo cuerdo. En los títulos tampoco se nombra al retratado, sólo a su enfermedad. Géricault quiere retratar al trastorno, no a la persona, y además elimina toda referencia pintoresca propia del romanticismo. El autor quiere ante todo una ilustración clínica. Como dijimos antes, el propio artista había tenido sus trastornos psiquiátricos (se habla de depresión) que afortunadamente fueron tratados. De ahí la cierta simpatía con la que retrata a estos monomaníacos. Porque, quién sabe si los retratados fueron encerrados injustamente y contra su voluntad… Quién sabe si en otras circunstancias Géricault no sería uno de ellos… Quién sabe si nosotros… Click here to view original web page at Los locos, locos retratos de Gericault Read the full article
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vanessalarasilva · 5 years ago
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“El Partido Conservador se ha vuelto monomaníaco, xenófobo y antieuropeo”
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El exmagistrado del Tribunal Supremo del Reino Unido defiende la última sentencia contra Boris Johnson http://www.miblogdenoticias1409.com/2019/09/el-partido-conservador-se-ha-vuelto.html#more
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elmalparido-blog1 · 8 years ago
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Monomaníaco ⅔
Eu te esperei por tanto tempo meu amor, tanto tempo que guardei esse amor intenso e puro que hoje lhe entrego na palma da sua mão, e no canto mais profundo de seu coração. É meu amor, isso tudo eu mesmo dei nome de amor amadurecido, um amor, que permaneceu durante todo esse tempo guardado e enraizando dentro de mim. Tenho em mente que foi Deus que te pôs no meu caminho, pra fazer essas raízes do que eu sentia por ti, ir mais além de tudo, e tá indo né amor, eu nunca estive tão feliz por poder compartilhar minha vida com alguém como você, eu vejo nos seus olhos a reciprocidade disso tudo, o bem que você me faz ninguém jamais fez, nem perto chegou. Te digo de todo o meu coração: És minha vida, és tudo o que eu sempre sonhei, és tudo o que sempre pedi a Deus, e ele no mais caprichoso como sempre, te fez muito além do que eu queria, mais exatamente o que eu precisava. Você tem personalidade forte, um gênio mais forte ainda, não abaixa a cabeça pra nada, sempre tem uma opinião sobre as coisas, isso eu acho muito lindo em você, e isso me atraiu mais e mais a você, sabe ser meiga, e dura quando precisa, sabe me dar os conselhos que minha mãe nunca havia me dado antes. Não que eu seja como um filho pra você, nada disso, isso nem passou pela minha cabeça, eu quero ser um homem, um companheiro, alguém que também possa lhe dar conselhos, que puxe sua orelha quando tiveres prestes a errar, e te agarrar o mais forte possível quando teu mundo estiver prestes a desabar, mas também quero ser aquele que vai te jogar lá pra cima quando ganhares ou acertares alguma coisa, quando conseguir uma promoção no emprego, ou terminar um período da faculdade com êxito, eu quero estar lá pra te aplaudir de pé, e ser o primeiro a te dizer parabéns meu amor, eu sabia que irias conseguir, isso faz de mim um homem, não só na cama, mas na vida, ter a maturidade suficiente pra aceitar teus nãos, e teus sims, ter a cabeça pra pensar com você e por você nos momentos difíceis que iremos enfrentar, e estar sempre quentinho pra te aquecer quando a madrugada esfriar tudo, e o vento que nos sopra estar gelado, eu quero estar lá, eu quero com todas as minhas forças seu teu homem pro resto da minha vida. EU QUERO SER A SUA VIDA ENQUANTO VIDA A GENTE TIVER ! 
▬ Jamais, um sem o outro!
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spainhistoryteacher · 5 years ago
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LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA ALEMANA
Buenos días desde Academia Cruellas, en Fraga. Hoy centramos nuestro tema en las condiciones que hicieron posible la llegada del partido nazi a las estructuras democráticas de la República de Weimar. El 30 de enero de 1933 una masa de personas se concentraban a las puertas de la Cancillería en Berlín. Aclamaban a Hitler después de haber sido investido canciller de Alemania. El nazismo había llegado al poder. No fue conducido por una riada de votos, sino más bien por medio de intrigas institucionales. 
El origen de toda esta situación se remontaba a la república de Weimar. La constitución de Weimar resultó ser tan defectuosa como inoperante. Los partidos políticos y otros poderosos grupos de presión fracasaron en resolver sus diferentes puntos de vista. La sociedad terminó despreciando a los políticos, los cuales sustituían la política por intrigas.
La Constitución de 1919 fue un instrumento democrático de gobierno, que impedía teóricamente el abuso de poder por alguno de sus componentes. Se implantó el sufragio universal y se eligió un Reichstag con la base de la representación proporcional. El Presidente era nombrado por elección popular y, a su vez, nombraba y separaba al Canciller y su gabinete y podía disolver el Reichstag. Se mantuvo la estructura federal, aunque con los poderes limitados a los estados.
En la práctica, el sistema de representación proporcional, trajo como consecuencia que no existiera un gran partido único, sino todo lo contrario, fragmentación, con lo que las coaliciones eran imprescindibles para el funcionamiento del gobierno.
Las dificultades del gobierno parlamentario, agravadas por la crisis de 1929, eran tales, que se hacían probablemente inevitables algunas modificaciones constitucionales ya que el gobierno funcionaba a través de decretos presidenciales, el artículo 48. En definitiva, el sistema parlamentario estaba bloqueado.
Con la quiebra de los diferentes gobiernos, recayó en el Presidente la responsabilidad última. Sin mayorías en el Reichstag, el único criterio posible para elegir Canciller y Ministros era su propio juicio de los méritos de éstos, así como su confianza en las posibilidades de contar con el adecuado apoyo.
Mientras el gobierno de Berlín se tambaleaba, la estructura federal de Alemania agravó, más que suavizó, las dificultades. Cada Land tenía su Landtang, que tendía a ser un microcosmos del Reichstag con todos sus defectos.
Como en cualquier democracia, existían en la Alemania de Weimar poderosos intereses implicados, cuyas funciones no eran primordialmente políticas, pero que actuaban como grupos de presión para persuadir a los políticos a que satisficieran sus necesidades. En general, estos grupos de interés eran hostiles a la Republica.
En los primeros años treinta del siglo XX, casi todos los intereses implicados en el poder estaban dispuestos a liquidar el sistema existente a cambio de uno que cumplimentara sus fines particulares. Para conseguir este propósito, la mayoría de ellos estaban prestos a servirse del nazismo ya que tenían la errónea creencia de que los nazis, una vez se les hubiera dado una parte del poder, resultarían más tratables.
La quiebra de la bolsa de Nueva York en 1929 repercutió muy pronto en Alemania en forma de crisis bancaria que acabaría afectando directamente a la industria. La consecuencia social más significativa de la crisis económica fue el alza de la tasa de paro, hasta los 6.000.000 a principios de 1932. La clase media se encontró con la perspectiva de perder su modus vivendi y descender de status social.
Lsa depresión dio a los nazis su verdadera oportunidad más que ningún otro factor considerado por sí solo. En 193o ganaron 107 escaños y en julio de 1932, 230 escaños. De ahí la buena disposición de los que ejercían el poder, para llegar a un compromiso con ellos.
Con la República en evidente fase de descomposición, los nazis podían hacerse con su oportunidad. Hitler había creído, como sólo un monomaníaco puede hacerlo, que su momento llegaría. Su lucha por el poder y la habilidad con la que el nazismo explotó y enfocó los incoherentes resentimientos de un pueblo perplejo y desilusionado, son los factores básicos para explicar la sustitución de la democracia por el totalitarismo.
Para el otoño de 1931 el gobierno democrático estaba virtualmente muerto en Alemania. El poder descansaba en Hindenburg. Todos sabían que no era posible prolongar el gobierno indefinidamente mediante un decreto de emergencia y que se imponía algún reajuste. Las recientes elecciones apuntaron que Hitler podía ofrecer un cambio, caso de ser incorporado al gobierno como socio de segunda línea. No se había comprendido la naturaleza del nazismo y se había minimizado la habilidad de su Führer. En estas circunstancias, comenzarían a intercalarse las secuencias de acontecimientos e intrigas que llevarían el nazismo al poder.
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blog-maraperez-blog · 6 years ago
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Nadi es más habilidosa que yo para sacarse monomaníacos de encima. después de un fogoso speech inicial del victimario, cuando éste se detiene un instante para tomar resuello, fingiéndose interesadísima en (supongamos) el nutricionismo, de pronto pregunta, muy seria, algo como: "pero ¿los chícharos se comen?", y ahí el tipo ya pierde la fe y farfulla un desordenado cierre de tema :/
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