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Argentina, Tierra de Amor y Venganza: Lucía Morel
Estoy cansada de ser valiente. Quiero ser libre
#atav#argentina: tierra de amor y venganza#argentina tierra de amor y venganza#delfina chavez#lucía morel#spanish tag#mine oh mine
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Argentina: Tierra de Amor y Venganza | Episodio 40: El Beso Más Esperado
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ADN
-Se pasó amigo –le dijo el oficial de la caminera- la entrada de lo de Jiménez queda para allá, ahí nomás pasando el mojón del 125. -Gracias oficial –murmuró mientras se tiraba a la banquina para dar la vuelta en U. Cuando vio el mojón del kilómetro 124 comenzó a bajar la velocidad. Ya para el 125 encendió las balizas y unos metros después llevó el Torino a la banquina de ripio para encarar a mínima velocidad aquel sendero que parecía haber sido castigado con una maza gigante. En los 4 kilómetros que lo separaron del casco de estancia cruzó frente a un silo metálico de unos diez metros de alto. El armatoste lucía con algunas marcas de óxido, tenía varios paneles de chapa remendados y los escalones habían sido arreglados con trozos de madera. A pocos metros había dos silos bolsa que debían medir más de 50 metros cada uno. Después unos corrales con animales y todo lo demás eran hectáreas de soja. O maíz. O trigo. O vaya uno a saber qué. Morel no podía estar seguro de eso. Era de los tipos que ni bien se alejaba unos cuántos kilómetros de la ciudad sentía la necesidad de tirarse bajo un caño de escape para disfrutar un poco de aire contaminado. Estacion�� su auto entre una Ranger doble tracción último modelo y un Jeep cuyas cubiertas debían ser más altas que todo su auto. De fondo se oía a un grupo de jóvenes chapotear y gritar en el tanque australiano. Ya habían llegado los primeros calores de septiembre. Un muchacho en short y remera de no más de 30 se acercó a paso seco y titubeante hacia el auto. Miraba de costado con una expresión más cercana al qué será eso que a la calidez. Morel no esperó que hiciera la pregunta de rigor. Caminó de manera segura con el brazo estirado hasta su encuentro. -Buenas tardes. Camilo Morel, vengo de La Trasandina Seguros. El hombre tomó la mano con la suavidad de quien sostiene un huevo rajado y continuó mirando a Morel a los ojos asintiendo con la cabeza. -Ahá mire usté. Matías Jiménez, encantado. Sí, me dijeron que iba a venir alguien por lo de mi viejo.. -Por lo de su padre y su tío –le aclaró Morel. -Bueno, sí. El hombre bajó la vista como apenado, y Morel casi que sintió algo de pena por su cinismo. No solía ocurrirle muy seguido. Sacó la carpeta del auto y la abrió ahí frente al muchacho. -¿Usted es el hijo de Braulio o de Enrique? -De Braulio… tío Enrique no tenía hijos. Y vos ¿qué andás necesitando? –preguntó con un tono de desconfianza. Morel trató de restarle importancia a su visita. Siempre se hacía pasar por un empleado más de la compañía. Un simple cagatintas burócrata cansado de hacer trámites. No solía ser bienvenido si revelaba que era un investigador de fraudes. No lograba más que poner a la defensiva a la gente, cuando en realidad lo que él buscaba era el efecto contrario. Que se confiaran, que se relajaran, que lo tomaran por un par que cobraba un sueldo y hacía su trabajo. -Me mandaron para hacerle firmar algunos papeles de la póliza… y bueno, sacarle fotos al lugar de la tragedia. Le pido disculpas por eso. El muchacho asentía ante cada palabra, aunque Morel no podía dejar de sentir esa mirada desconfiada que se le clavaba en las pupilas como espigas envenenadas. -¿Recién ahora van a hacer eso? Ya pasó más de un mes… Por eso buscó cerrar la frase más amenamente. -No se preocupes, es una formalidad para cerrar el caso. En realidad –le dijo por lo bajo para entrar en confianza- a mí me gustan estos trámites para salir del centro, vió. El muchacho recién ahí se relajó un poco más y le palmeó el hombro. -Bueno venga, pase. No se trajo malla, ¿no? Qué pena. Vamos que le muestro el lugar, le firmo los papeles y si quiere se queda a comer un asadito. El exceso de confianza comenzó a hacerle ruido a Morel. No esperaba sentirlo tan relajado. -Linda máquina se trajo. ¿De qué año es? –comentó el muchacho cabeceando hacia atrás para el lado del Torino. -Setenta y ocho. Lo compré hace unos años y lo vengo restaurando. -Veo que ya lo terminó… -Casi. No consigo el volante original y la chapita del costado con el toro. -En el galpón del fondo tengo una coupé parecida que era del tío Enrique. Está media abandonada. Si quiere después la miramos. Morel evitó mostrar su entusiasmo. Quizás estaba ante la posibilidad de conseguir las únicas dos cosas que le faltaban para que fuera la máquina que obsesivamente había soñado desde el día que la compró. Se hizo el desentendido y prefirió seguir concentrado en el caso que lo había llevado hasta allá. Ambos encararon por un sendero que cruzaba el campo, y luego se metieron entre las plantaciones. -¿Vos estuviste la noche de la tormenta aquella? –trató de indagar. El muchacho resopló como si hubiera tenido que contar la misma historia mil veces. Y seguramente así había ocurrido. -No sabés che cómo estaba el cielo. Y no era de noche… ni las 7 eran. Pero de pronto el se oscureció todo y tío Enrique empezó a los gritos. Viene granizo, viene granizo. Te dije que iba a granizar Braulio. -Y ahí salieron los dos a cosechar lo que se pudiera –completó Morel, que por algo se había estudiado de memoria todo el expediente. El tipo respiró profundamente antes de seguir con el relato. -Y ahí salieron los dos viejos cabezas duras, sí señor. Y mirá que los quise frenar, pero nada. Unos metros más adelante llegaron a un hueco en medio del sembradío. Un círculo casi perfecto donde no había una planta, ni una hoja, ni una semilla. Sólo cenizas, restos de ramas chamuscadas y un aparatoso nudo de fierros retorcidos. Morel caminó alrededor de los restos del aparato, pisando la tierra carbonizada con las manos atrás. Para disimular sacó algunas fotos con el celular y continuó mirando. El lugar estaba lleno de pisadas de distintos tamaños. Bien podrían haber bailado un malambo en la escena. Como solía ocurrir, los peritos no habían sido demasiado cuidadosos para proteger el lugar. -Entonces –preguntó Morel, intentando hacerle pisar el palito- ¿por acá encontraron los restos de tu viejo? -De los dos –aclaró con seguridad Matías. -Ah perdón, yo había entendido que encontraron un solo cuerpo –dijo Morel tratando de hacerle pisar el palito. El hombre hizo un silencio y miró hacia otro lado. Era difícil saber si estaba afligido o estaba buscando una estrella en el salón de la fama de Hollywood. -Lea después todo el expediente. No me haga revivir todo otra vez. Morel asintió de manera condescendiente y siguió mirando cada detalle con disimulado interés, sabiendo que después de casi dos meses ya no podría encontrar nada de valor ahí. Se había estudiado el expediente de memoria cuando en la compañía de seguros le dieron el caso. Pero su juego era seguir haciéndose el desentendido para ver hasta dónde podría llegar. El rayo había caído de forma tan certera sobre el tanque de gasoil, que había hecho explotar el tractor y la cosechadora en mil pedazos. Habían aparecido trozos humanos totalmente carbonizados incluso a varios metros del lugar junto con fierros retorcidos. En un comienzo habían dicho que era un solo cuerpo e hicieron rastrillajes por todo el campo para ver si uno de los hermanos aparecía quizás en estado de shock, quizás aturdido en algún lado. Y en uno de esos rastrillajes encontraron otra mano derecha. El ADN era el mismo que el resto del cuerpo. Los peritos se concluyeron en que, como los gemelos tenían el mismo ADN, los restos debían ser ambos y las partes que faltaban fueron devoradas por algún carroñero o se pulverizaron por el fuego. Caso cerrado. Por eso Morel estaba ahí. La compañía de seguros tenía que pagar una póliza de doble indemnización por muerte en fenómeno climático por cada uno de los asegurados. O sea: cuatro indemnizaciones que sumaban en total un millón de dólares. Y a la gente de la compañía la versión oficial no le cerraba. -Mirá esto, Morel –le había dicho Aguirre, director de fraudes y estafas de La Trasandina, mostrándole las fotos peritales de los trozos de cuerpo chamuscados- todos estas partes no hacen un cuerpo. Estos pajueranos nos están cachando. Morel se había detenido a mirar una de las fotos, en la que los peritos habían reunido todas las partes de un cuerpo, como si se tratara de un rompecabezas. Hubo un detalle que le llamó la atención. -Pero sí hacen dos cuerpos. Acá hay 3 manos… Aguirre no se dio por aludido. -Por eso: andá a buscar a ese amanco hijo de puta y te ganás un departamentito. -No me hagas perder el tiempo Aguirre… cayó un rayo, ¿qué querés que encuentre? Tenés que pagar, no llores más. Aguirre solamente levantó la cabeza para mirarlo de manera vehemente. Morel ya sabía lo que venía y se empezó a retirar de la oficina mientras Aguirre repetía una vez más su famosa frase. -Acá lo siento –dijo golpeándose el pecho- acá me doy cuenta de que me están cagando. Como siempre, Le habían ofrecido el 15 por ciento de la póliza en caso de que pudiera encontrar pruebas del fraude. Cuando volvieron al casco de estancia Matías encaró directo para el Torino. -Vení, llevame hasta el galpón que te muestro la máquina de mi tío. Era el momento que Morel estaba esperando. A esta altura le parecía más posible llevarse un volante que encontrar alguna pista que pudiera servir a la investigación. El caso estuvo bastante claro desde un principio: no hay manera de premeditar un rayo. El galpón estaba a poco menos de un kilómetro, junto al gran silo de aluminio. En el camino cruzaron un chiquero enorme donde se criaban cerdos y lechones, y luego por varios corrales con pollos. Esto se lo fue contando Matías en el camino, ya que Morel con suerte podía diferenciar una vaca de un caballo. Estacionó el Torino a un costado del silo y caminaron hacia el galpón. Jiménez abrió el portón y ambos entraron al lugar. El olor a pasto y diésel no tapaban del todo el característico aroma de las fiambrerías. Cuando Morel se lo hizo notar, Jiménez aclaró que ahí bajo el suelo tenían una bodega donde colgaban todos los chacinados que producían ellos mismos. -Estoy arrancando un emprendimiento chiquito, ¿viste? Todos embutidos de campo. Vamos a ver si lo hacemos crecer. En medio de herramientas, viejas partes de arados y diversos elementos de trabajo, había un auto cubierto con una lona. El muchacho fue desenrollando la lona y apareció, algo oxidado y desvencijado, un Torino cuatro puertas que, según pudo calcular Morel, sería del año 71 o 72. A simple vista se veía en mejores condiciones de la que estaba la suya cuando él la había comprado. Se acercó a la puerta del conductor y la abrió. El interior estaba sucio, polvoriento y bastante roto. Pero ahí relucía el volante original que tanto había estado buscando por Warnes, sin éxito. Seguramente no pudo disimular su entusiasmo, porque Jiménez no tardó nada en hacerle la propuesta más indecente que podía esperar en ese momento. -¿Ese es el volante que andaba buscando? Si le interesa podemos cambiarlo: usted se lleva ese y me deja el suyo. Para Morel era como un regalo de reyes adelantado, pero justo cuando estaba por aceptar escuchó la frase que lo puso en alerta. Quizás el mayor error que había cometido el joven Jiménez en su vida. -Eso sí… primero ciérreme este temita del seguro. Después puede venir a llevarse el volante. Lo dijo de manera socarrona, haciéndose el gracioso. Como si dijera una frase sin importancia. Pero lo dijo. Y para Morel las palabras tenían siempre el mismo valor. Solamente sonrió y evitó observar la reacción de Jiménez cuando le respondió secamente veremos. En la cabeza de Morel el joven Jiménez había dejado de ser una víctima de la burocracia de las aseguradoras para convertirse en el sospechoso de algo que todavía no tenía del todo claro qué era. Para saber más, se excusó de quedarse a comer un asado y encaró directo para el pueblo. Morel conocía muy bien la dinámica de estos lugares y sabía que nadie sabía nada pero todos sabía todo. Dio un par de vueltas por la plaza principal con el Torino y no hubo vecino que no se diera vuelta a mirarlo. Algunos admirando el auto y otros mirándolo a los ojos sin disimulos, buscándole seguramente el parecido con algún vecino. No sabés, volvió al pueblo el hijo de, el nieto de, el que se cogía a, y tiene un Torino. Ni bien entró por la principal preguntó cómo llegar al club. El club San Martín era uno de esos lugares en donde no había pasado el tiempo ni estética ni socialmente. En una de las paredes colgaba un antiguo cartel esmaltado indicando que estaba prohibido escupir en el piso. En otra, pegada con cinta scotch, había una hoja que parecía arrancada de un cuaderno Rivadavia. Escrito en fibrón, se leía prohibido entrar al establecimiento con el torso descubierto. Y sobre el antiguo mostrador una calcomanía con el clásico el que fía no está, salió a cobrar. Sin embargo no todo debían ser prohibiciones. Morel sospechaba que el club San Martín, como cualquier club de pueblo, debía ser de los últimos reductos en los que todavía estaban permitidos los chistes misóginos, homofóbicos y machistas. En el lugar ya había varios parroquianos. Algunos apoyados en la barra, otros parados y otros sentados en algunas de las mesas desperdigadas por ahí. Las charlas se cruzaban sin importar con quién estaba cada cuál. Sin embargo se fue haciendo un silencio en fade a medida que Morel avanzaba por el salón y se sentaba en uno de los taburetes altos frente al mostrador. Un muchachote gordo se acercó mirándolo con desconfianza desde detrás de la barra y se relajó cuando Morel le pidió un vino de la casa y un platito de salame y queso. El vaso de vino llegó enseguida junto con un sifón de soda, mientras en el fondo una señora cortaba el salame en tiras muy finas y largas con una cuchilla que podría atravesar el cuello de un toro. Apoyado en el mostrador con un vaso de fernet en la mano, un hombre alto, flaco y canoso fue el primero que se animó a romper el silencio. -¿Usted es el del Torino? Linda máquina, me contaron. En menos de 10 minutos la noticia de su llegada ya rondaba por el Club. Morel confirmó que estaba en el lugar correcto. -Sí, una coupé TS del 74. Se la compré hace unos añitos a una señora de Bragado y todavía la estoy restaurando. -Muy linda máquina, mi primo tenía una cuando éramos jóvenes –comentó desde una mesa un hombre de boina. -El Toro de tu primo creo que era 4 puertas, ¿nocierto Chelo? –se sumó un muchacho más joven desde una de las mesas. -Sí, y después le quedó de una sola puerta cuando se estroló contra un camión acá en la 41. Todo el salón, incluido Morel, festejó con una risotada la ocurrencia que lanzó el muchacho gordo desde detrás del mostrador. -Pobre mi primo –dijo Chelo con una sonrisa melancólica. -Igual debe comer nafta de lo lindo ese bichito eh –comentó el más joven. -Nah, pero hoy le metés un equipo de gas y te olvidás –dijo el gordo de la barra mientras apoyaba el platito de salame y queso en el mostrador. Morel corrió el plato hacia el medio, habilitando a quien quisiera a sacar de ahí. Juntó un salame y queso y antes de metérselo en la boca, le respondió al encargado: -El gas es para cocinar. Todo el salón estalló en una nueva risotada en la que no faltaron los muy bien y sí señor. Morel aprovechó el éxito de su comentario para tirar la primera carnada: -Igual, debe haber algún otro Torino en la zona, porque acá la gente es muy de cuidar los autos viejos. El flaco canoso miró hacia arriba, como tratando de recordar. -Torino… mmm no me acuerdo. Había un gaucho que andaba en un Chevy 400. El marido de la Kela ¿te acordás vos Chelo? -¿Un 400 era? ¿No era coupé Chevy? -¿Vos decís? No, para mí era un 400 porque era más alargado me parece. -Y el del viejo Luna qué es Hernán, ¿un Gordini? -Noo -dijo el canoso- el del Luna es un… ay no me sale el nombre. Parecido al Gordini era, pero tiene un motor más grande... Con resignación Morel vió comó la charla comenzaba a disiparse por completo. Pero para su suerte, un viejito pelado que hasta ese momento no había emitido sonido apareció en medio de un silencio como un ángel, para decir la frase que esperaba. -El Mocho Jiménez tenía un Torino. -Sí, cierto! –se sumó el más joven- Lo sacaba cada tanto, para ir a la iglesia nomás. -¡Claro, es verdad –agregó el Chelo. Y lo tenía desde cero kilómetro. ¿Te acordás Hernán que lo acompañamos cuando lo fue a comprar? Hernán asintió con una sonrisa y dio otro sorbo a su Fernet. -Cómo me olvidé del Mocho… claro, él tenía un Toro. Pobre Mocho… Morel no pretendía que el tema se fuera por ningún motivo del mundo, así que se colgó del Torino para seguir la conversación. -Qué lindo, ¿lo tiene todavía el Torino este muchacho? Un esperable silencio se adueñó del salón. Haciéndose el desentendido Morel bajó con un trago de vino otra rodaja de salame. Hernán se puso más serio y manoteó un cubo de queso. -No, el Mocho falleció hace unos meses. Tuvo un accidente vió. -Perdón, no sabía. ¿Un accidente con el Torino? -No –se sumó Chelo- un rayo dicen, ahí en el campo. Nos conocíamos desde chicos con el Mocho y el hermano. Hernán parecía el más perturbado por los pensamientos. Su mirada se había vuelto melancólica por el efecto de los recuerdos y el fernet. -Crecimos juntos… éramos vecinos de acá del pueblo vió. Después ellos heredaron el campo y se fueron para allá. Nos veíamos de vez en cuándo nomás. -Un campo de soja. Imaginate: lo heredaron cuando explotó la soja. La levantaron en pala. -Qué soja –sumó el muchacho más joven- aparte tienen terneros, pollos, hasta criadero de cerdos. El encargado, frente a Morel, agarró una rodaja de salame y la levantó como si fuese una ostia y comentó: -Este salame ¿vió? Es del campo de ellos. Son de los mejores de acá. Luego sin disimulo se lo metió directo en la boca. -Buenísimo ese salame, turco –agregó el viejo después de manotear él también una rodaja. -Sabés que la otra vez el Matu me prometió uno salames de cordero que anduvo haciendo. -Puá, ¿cría corderos también? -Y será... -Puá miralo al Matu. -Parecen de cerdo pero tienen un gustito más dulzón, viste? La otra vez me dio un pedacito pa probar y… Morel veía cómo el tema del salame parecía adueñarse del salón, pero para su suerte el Chelo sin disimular la tristeza cortó la charla y volvió a traer a los hermanos al club. -Eran mellizos… el Mocho y el Pocho. Nacieron y se murieron juntos pobrecitos. -¿Quién se habrá quedado con el Torino del Mocho, no? –comentó el viejito pelado. -Y… capaz que se lo dejó a La Roberto –dijo el muchacho joven con una sonrisa que le achinó los ojos. Hubo alguna que otra carcajada contenida, pero luego se hizo un silencio incómodo en todo el salón. Todas las miradas se posaron en Hernán, que se quedó serio con su fernet en la mano y su mirada fría de bronca contenida. -Tené más respeto, pendejo de mierda. En pocas palabras Morel ya había entendido casi todo y trató de bajar la tensión del ambiente. -Bueno, basta ¿quién quiere venir a ver mi Torino? Todos salieron detrás de él hacia la vereda. El muchacho joven se llamaba Franco. Era cajero del Banco Nación del pueblo y tenía la misma novia desde el secundario. Sacándola a ella, todas las personas que frecuentaba durante la semana lo doblaban en edad. Sus amigos se habían ido a estudiar a Buenos Aires y los veía principalmente en el verano, cuando los hijos pródigos volvían para pasar dos meses de pileta, asado y fiestas nocturnas. Morel se enteró de todo esto mientras llevaba a Franco para dar una vuelta con el Torino, como quien lleva a un sobrino para tomar un helado. Morel le mintió algo sobre su trabajo –se presentó como productor de seguros y no como investigador- y le contó sobre sus mujeres, la vida en la ciudad y los viajes que había hecho por el mundo. El chico lo miraba con la admiración de quien mira al tío divertido de la familia. Tenía una gran necesidad de sociabilizar con alguien cuyo tema no fuera sólo la artritis, el trabajo y el fútbol. Cuando llegaron a la colectora Morel tiró el Torino sobre la banquina para terminar de ganarse la confianza de Franco. -¿Querés manejar vos? Dale, vení. Los ojos le brillaron y no tardó ni medio segundo en saltar a la banquina y dar la vuelta para sentarse al volante. Lo acarició y miró todos los controles antes de dar una acelerada y poner primera. -Este volante no es el original, ¿no? Morel lo sintió como una puñalada. -No, el original es el de madera de nogal. Pero piden una fortuna por uno de esos. Sin embargo, la pregunta de Franco le dio pie para sacar el tema del que necesitaba hablar, sin sonar a algo forzado. -Je, tendría que pedirle el volante a la familia del mellizo ese, ¿cómo era? -El Mocho Jiménez, si si… total ese auto va a quedar muerto ahí. Si esos no se bajan de la 4x4 ni de pedo. -Ah mirá, qué desperdicio. ¿Cuántos hijos tenía el Mocho? Al chico se le escapó una sonrisa irónica. -Nah, el hermano tenía dos hijos, un pibe y una piba, pero el Mocho era soltero. Si era un viejo trolo –dijo, agregando el típico gesto de llevarse los dedos a la boca. Morel forzó una sonrisa buscando complicidad. -Ojo buen tipo eh. A mí, mientras no me jodan, es problema de ellos. Era el pie que necesitaba saber más de la pareja de Jiménez. -Claro. Por eso hablaban de La Roberto. Quién era, ¿el novio? -Sí… se los veía siempre juntos, pero acá todo el mundo sabía. Cuando lo nombro Hernán se enoja porque el Mocho era como un hermano. Y por primera vez sintió algo de tristeza en Franco. -Igual, todos lo queríamos al Mocho eh… yo también. Y ni bien dijo esto último tuvo que aclarar, para no dejar dudas. -Bah, lo quería a nivel de que más allá de todo era buen tipo, ¿no? Me entendés… no quererlo de… Y volvió a hacer ese gesto con los dedos que a Morel le caía cada vez peor, pero tuvo que volver a sonreírse para que no dejara de hablar. -La Roberto es un pibe que atiende la YPF. El Mocho se había pegado un metejón bárbaro con el pendejo. Al principio se los veía a escondidas, pero en el último tiempo ni lo disimulaban. En los pueblos verse a escondidas es un oxímoron. -Mirá vos, yo pensé que acá la gente era más reservada con esas cosas, ¿y la familia no le decía nada al Mocho? -Y… al hermano me parece que le chupaba un huevo, pero a los sobrinos no les gustaba ni medio. Morel no emitió sonido. Lo siguió mirando mientras el chico manejaba con la mirada fija hacia el frente. -Matu, el sobrino del Mocho, tiene un grupo de amigotes medio chetos y se ve que lo jodían porque el tío se la masticaba. -Claro, qué hijos de puta. -Y una vez se armó un kilombo bárbaro en el club. El Matu y los amigos andaban medio puestos y le gritaron bufarra al Mocho. Ese día casi se van a las manos con Hernán che lo que anda nave –dijo sin hacer ni un silencio y metiendo un rebaje con el Torino que a Morel le hizo dar una puntada en el estómago. Sintió como si le hubiesen pegado a su hijo frente a él. Franco bajó a la banquina y giró un U en la colectora para volver. -Bueno don Camilo, ya tengo que volver a casa. ¿Me lo deja manejar a la vuelta? Morel no llegó a responder, que Franco ya estaba acelerando el Torino por la colectora. En su cabeza ya se iba dando cuenta de que había algo raro en todo el asunto. Su cabeza morbosa fue armando un caso que quizás le permitiera ganar algo de plata para pagar las multas por exceso de velocidad. Lo De Rosales era el único hotel del pueblo. Estaba sobre la ruta, justo frente a la rotonda. Era el típico hotel de viajantes: habitación chica con cama de una plaza y ducha. Morel no había ido con la idea de quedarse, pero entendió que la investigación merecía un día más. Se sentó en la cama y abrió en la computadora el archivo del caso Jiménez para revisarlo en detalle. La póliza incluía un seguro de vida para ambos hermanos. Según la escritura el campo de 10.000 hectáreas estaba a nombre de ambos y que en caso de muerte de uno de ellos, el usufructo quedaría para el sobreviviente. Al morir los dos juntos, el beneficiario del seguro y del campo sería Matías, único heredero de la familia. Enrique era soltero y Braulio era viudo. Según el informe el rayo había pegado sobre el tanque de combustible. La explosión hizo volar todo por los aires. Fue tan grande que según los testigos –los sobrinos que estaban mirando todo desde la casa- el tractor se levantó “como 10 metros del suelo envuelto en llamas”. Morel se detuvo a mirar las fotos. Las parte del cuerpo estaban desgarradas de manera tan salvaje que costaba reconocer cada pedazo. Casi todos eran trozos de carne oscura, más o menos quemados y con más o menos sangre. Una pierna cubierta de una tela que fue un jean, cercenada a la altura de la rodilla. Un torso partido al medio a lo largo hecho de carne chamuscada que en algunas partes tenía algunos trozos de tela de piqué adheridos como stickers mal arrancados de un vidrio. Y en la última foto, las tres manos. En un esfuerzo estético los peritos las habían acomodado una junto a la otra. Una de ellas estaba arrancada a la altura del antebrazo, le faltaban 3 dedos y los huesos astillados parecían estalactitas filosas que sobresalían. Las otras dos estaban arrancadas justo a la altura de la muñeca, solo que una también tenía un hueso casi entero que sobresalía y la otra no tenía huesos sobrantes a la vista y le faltaban el meñique y el anular. Amplió la foto para ver esta mano en detalle. El corte parecía menos brutal y el tono de la piel quemada era menos oscuro. Miró en detalle los dedos que faltaban. No estaban arrancados como en el otro caso, sino que estaban amputados quirúrgicamente. Por eso le decían el Mocho, pensó Morel. El informe detallaba las condiciones en que fue encontrada la escena y los sitios donde estaban las partes de cada cuerpo en dos escuetos párrafos. Luego detallaba las características de cada miembro con lenguaje no del todo profesional. Estaba firmado por un letrado del cuerpo forense de bomberos del partido. Eso era todo. Morel empezó a entender que las cosas se estaban poniendo raras y que la plata de ese departamentito –como fueron las palabras de Aguirre- estaba más cerca de lo que había pensado. La noche cayó oscura y cubierta de estrellas y grillos. Probablemente el único lugar para cenar en el pueblo sería en el parador de la YPF. O al menos de eso trató de convencerse Morel, para tener una buena excusa para conocer a Roberto. Estaba la posibilidad de que el chico no estuviera en el turno noche o que justo ese día tuviese franco. Y también estaba la posibilidad de que ya se hubiera ido del pueblo. No había nada claro en todo eso. Estacionó el Torino entre el restaurant del parador y un micro de larga distancia que esperaba a que los pasajeros terminaran de estirar las piernas para seguir su camino. Gente con la cara hinchada fumaba y caminaba por el pedregullo, mientras otros hacían cola delante de la máquina de agua caliente de Taragüí. 10 pesos para llenar el termo. Pasó de largo el restaurant y fue al autoservicio am/pm de la estación de servicio. Los zombies de cara hinchada caminaban en busca de recuerdos y café. Alguno incluso se le animó al combo de hamburguesa con coca. Morel caminó por los pasillos mirando a los empleados. Todos llevaban un pin con su nombre. En realidad, con su diminutivo. Euge. Yani. Tito. Tomó un paquete de bizcochitos de grasa y lo llevó a la caja. Mari, la cajera, era la única persona no-millenial del lugar. Tendría unos 50 años, llevaba unos anteojos de leer sostenidos por un collar de plástico y miraba a los clientes por sobre el marco. -¿Algo más? Son 130 pesos. Morel le entregó dos billetes de 100. -Deje el vuelto de propina para los muchachos. La mujer se sorprendió por la generosidad y agradeció con una sonrisa que Morel apenas devolvió. -¿Sabe si un muchacho que se llama Roberto está trabajando hoy acá? La señora pareció interesada. -¿Quién lo busca? -Yo –respondió Morel secamente y sosteniéndole la mirada en un silencio tan incómodo que más que silencio pareció una pulseada de ojos. -Allá, en el expendedor 4 –dijo finalmente Mari luego de bajar la vista para acomodar los billetes. Salió del local imaginándose la mirada inquisidora de Mari siguiéndolo sobre el marco de los anteojos. Caminó hacia los surtidores para encarar al muchacho que pasaba el ticket del posnet y una birome por la ventanilla de un auto. Cuando el cliente arrancó, Morel aceleró el paso. Roberto –o Rober, como decía su pin- no debía tener más de 25 años y era muy flaco y lampiño. Sobre el borde de una de sus cejas depiladas, lucía una pequeña curita. Esta vez no iba a haber estrategia. Le pensaba contar al chico con total franqueza para qué había ido hasta allá y qué necesitaba saber. Era la mejor manera de ganarse su confianza. -Pero, ¿es policía usted? –le dijo Roberto mirando la tarjeta de presentación. -No, laburo para una compañía privada. Solamente necesito preguntarte un par de cosas. Roberto titubeaba con la tarjeta entre los dedos y Morel trató de tranquilizarlo. De reojo podía reconocer a lo lejos la mirada de Mari, que no quería perderse detalle del encuentro para contárselo a las amigas en el bingo el fin de semana. -No estás obligado a responder lo que no quieras. Son solo temas de rutina. -Okey, termino el turno en una hora y media. Si querés charlamos un rato acá en el bar del parador. Antes de los ravioles caseros de verdura, el mozo llegó con el pingüino de vino tinto, el sifón de soda y un platito con tres rodajas de salame y dos aceitunas. -Este es un salame de cordero patagónico que hace un muchacho de acá que es medio gurmé. Le dejo la tarjetita por si quiere pasar. Estancia Los Mellizos. Embutidos de campo artesanales. Envíos a todo el país. La tarjeta estaba impresa sobre un papel rústico y tenía un logo con una J que simulaba una marca de fuego. Parece que Matías le tenía fe al pequeño emprendimiento. Cuando terminó el plato de ravioles Morel pensó en pedirse un flan mixto que había visto pasar para otra mesa, pero cuando buscó al mozo vió que se acercaba Roberto. Le llevó unos segundos reconocerlo sin el uniforme y la gorra. Llevaba jean y remera y ya se había sacado la curita que tapaba el piercing sobre su ceja. En ese momento Morel se dio cuenta de que no sabía de qué iban a hablar. No tenía muy en claro nada, así que simplemente volvió a presentarse y comenzaron una charla amistosa. Morel se tomó un rato para contarle sobre su trabajo y qué lo había llevado hasta allá, pero Roberto resumió todo en una frase. -Sos el alcahuete de las compañías de seguros, bah. Fue tan buena la definición que incluso se imaginó una tarjeta impresa en papel rústico y con una M marcada a fuego. Camilo Morel. Alcahuete. -Igual –continuó Roberto- acá no veo nada estrambótico. A Enrique y Braulio los agarró un rayo y los mató a los dos. -El seguro –explicó Morel- tenía una cláusula que decía que si la muerte provenía de un fenómeno climático el pago de la póliza se duplicaba. Roberto asintió y comentó pensativo. -Y ellos eran dos. -O sea, que se cuadruplicaba. A las compañías no les importa, porque la posibilidad de que ocurra algo así es remota. Muy remota. -Pero el rayo cayó –aseguró el chico de manera tajante- e hizo explotar todo. Eso está comprobado. Morel aprovechó para hacer uno de sus silencios teatrales y le dio un trago al vino no sin antes servirle a Roberto en otro vaso. -Es feo lo que te voy a decir, y más teniendo en cuenta que vos mantenías una relación sentimental con Enrique… Morel sintió la tensión en la mirada de Roberto. Seguramente no estaba acostumbrado a tanta franqueza. Respiró hondo para continuar y trató de elegir con cuidado las palabras. -… pero los restos de los cuerpos que aparecieron en el campo... -Ya lo sé, no siga. –dijo y por primera vez Morel lo vió realmente conmovido y con los ojos llenos de lágrimas. Todo lo que dijo después vino cargado de una impotencia que lo llevaba a marcar cada palabra como si en su boca hubiera un martillo golpeándolas. -Toda esta gente de mierda habla sobre eso. Una pierna acá, un brazo allá… manga de morbosos hijos de puta. Recién ahí Morel entendió por qué el chico aceptó conversar con él. Necesitaba hablar de todo esto. Había sido un viudo silencioso y sufriente por el que nadie había sentido algo de compasión. Por eso lo escuchó sin interrumpirlo, sabiendo que cada palabra dicha en caliente podría servirle mucho más. -Yo no tenía una relación. Yo estaba enamorado de Enrique y él de mí. No es fácil eso en un pueblo de mierda como este. En Buenos Aires capaz sí, pero acá no es fácil. Hasta mi viejo cuando iba al club se burlaba de mí. Sus amigos me gritaban cosas por la calle y él me decía bancátela por puto. Así crecí acá. Enrique fue el único que me dio un poco de amor entre todos estos hijos de puta. Las mesas de alrededor empezaron a mirarlos, pero ninguno de los dos parecía importarle demasiado. Morel trató de hacer la pregunta difícil de la forma menos hiriente. -Roberto… perdón si te hago alguna pregunta desubicada, pero es mi trabajo hacerlas. Enrique era un tipo con mucha plata y con una posición muy fuerte en el pueblo. Si estaba tan enamorado, ¿por qué no te ofreció no sé… otro trabajo, algo material… Morel temió lo peor al notar la mirada de indignación del muchacho. Temió una reacción violenta que podía llegar a merecerla. Pero enseguida él bajó la cabeza como comprendiendo la situación -Yo no quería nada de él. Acá iban a empezar todos a decir que estaba con él por la plata. -¿Te importa lo que digan? -No lo vas a entender. Cuando vivís en un lugar donde todo el tiempo tenés encima la mirada del otro… sí, te importa. Creeme. A Morel le llevó apenas segundos asimilar esa frase. Las miradas que se le clavaban desde las otras mesas se la hizo comprender. -¿Se habían visto ese día? El día del rayo, digo. -Estuvimos en casa hasta la tarde y por primera se ofreció a traerme hasta acá, porque estaba lloviendo fuerte. Ya no le importaba nada. Le temblaban los labios mientras con la mirada perdida buscaba entre sus recuerdos los últimos momentos felices de su vida. Le dio otro sorbo al vino y continuó. -Desde acá vimos el rayo y la explosión. No lo podía creer cuando me enteré de lo que pasó… hacía un ratito nos habíamos despedido. Y que justo a él lo hubiera agarrado un rayo. No no no… no lo podía creer. Morel lo dejó llorar sin intervenir. - Yo fui al campo a buscarlo. Me sumé a los rastrillajes de bomberos para ver si estaba Enrique perdido por ahí. Nada. Pasaron dos meses y a veces todavía voy a llorar a ese… baño lleno de moscas. Y todavía me tengo que fumar las burlas. Anteanoche el pelotudo de Matías volvió del boliche con los amigos y me dice Rober venite al campo así buscamos la pija del Mocho que debe estar ahí. Y sumó un comentario en tono casi intimista, pero que Morel ya no podía dejar pasar. -Hijo de puta. -Sí… justo él viene a hablar de pijas. -No entendí eso último. ¿Por qué? Roberto pareció incomodarse, pero tomó de un trago todo el vino que le quedaba en el vaso, como si necesitara tomar fuerzas. Se lo veía conmovido. Parecía que de pronto se hubiera abierto una caja de pandora de la que no dejaban de salir cada una de sus heridas. -Yo hice el secundario con Matías y todo ese grupo de mierda. Yo les chupaba la pija en el baño del colegio. Y en el baño del boliche también. Y era Matías el que más me pedía. Y cuando se enteró que empecé a salir con su tío se puso loco. Marcó cada una de las Y con una rabia contenida que lo hacía golpear la mesa con el dedo índice. -¿Y Enrique nunca se enteró de eso? -Yo no quería hacer kilombo en la familia. Pero un día me re saqué porque el pibe me gritó algo en la calle… y se lo conté a Enrique. Casi lo caga a piñas. Siempre se odiaron los dos. Morel empezó a armar en su cabeza toda una historia macabra. -Y Braulio… ¿alguna vez se la agarró con vos? ¿Sabía de tu relación con Enrique? El chico negó con la cabeza. -Sí, claro… Braulio era loco, pero lo amaba a su hermano. Siempre supo que a Enrique le gustaban los hombres, y siempre cuidó. Braulio sabía que su hijo era un pelotudo. -Y ahora todo quedó para él –comentó por lo bajo Morel. -Y por un rayo. Eso es tener suerte. Roberto tomó la tarjeta de Embutidos Los Mellizos que había dejado Morel sobre la mesa y la miró con una sonrisa amarga. -Ahora puede dedicarse a hacer estos negocios de mierda que Enrique detestaba. Mirá el pelotudo lo que quiere hacer con nuestro campo, decía siempre. Morel se imaginaba las peleas que debió haber en esa familia entre un hombre de trabajo y un vago que quería ganar plata sin madrugar. -Alguna vez Enrique te propuso algo… algo serio, digamos. Fue quizás la primera pregunta realmente personal que hacía desde que había llegado a ese lugar. Y, se dio cuenta después, la pregunta más idiota de todas. Roberto largó una sonrisa amarga aún con los ojos cubiertos de lágrimas. -Qué, ¿alquilarnos una casita? ¿Casarnos y que nos tiren arroz? ¿Vestirme de blanco y tirar el ramo? No seas tan porteño, querés. Morel apenas sonrió avergonzado. El chico siguió como si él no existiera. -Una vez, en medio de su locura, Enrique me dijo que nos fuéramos a vivir a Buenos Aires. Dejar toda esta mierda y hacer algo juntos. Fue un par de semanas antes… antes del rayo. Y en ese momento Roberto se quebró por completo y comenzó a llorar con sollozos cubriéndose la cara con ambas manos. Desde el primer momento su teoría resultaba absurda, pero no perd��a nada con descartarla. Frente a él no había un conspirador escondiendo a su amante que había resignado una mano para comenzar una nueva vida. Había un muchacho quebrado de dolor. Morel lo palmeó paternalmente, le sirvió otro vino y cambió de tema como para intentar sacar al chico del abismo al que él mismo lo había empujado. Salieron del parador y se despidieron frente al Torino. Cuando Roberto le comentó que Enrique tenía uno parecido Morel simuló sorpresa. -¿Querés que te alcance a algún lado? El chico, aún con los ojos hinchados, sonrió. -No dejá. Van a decir que además de puto soy un fetichista de los Torinos. Esta vez no tuvo que simular la sonrisa. Entró al auto, encendió el motor y recordó que durante la conversación hubo un comentario que le hizo ruido. Bajó la ventanilla. -¿Por qué dijiste justo a él? -No entiendo. -Dijiste que no podías creer que justo a él lo hubiera agarrado un rayo. ¿Por qué te pareció raro que le pasara a él? -Ah, es que siempre me hablaba sobre lo jodidas que son las tormentas en el campo. No entiendo por qué fue a meterse ahí. Morel se tiró boca arriba sobre la cama de su habitación y fue armando en su cabeza una teoría delirante del mundo, basada en cuatro detalles que en un juicio no servirían para nada: La mano del Mocho tenía un corte distinto a las otras dos. Según Matías el Mocho le dijo a su hermano que salieran a cosechar antes de que cayeran piedras. Pero según Roberto el Mocho le tenía pánico a las tormentas eléctricas. Matías dijo que salieron porque se estaba por largar, pero según Roberto ya estaba lloviendo cuando Mocho lo dejó en la YPF. Y además, Matías y el Mocho se detestaban. Según la teoría moreliana, el loco Braulio salió a levantar la cosecha en medio de la tormenta antes de que cayera granizo y un rayo que lo hizo volar por los aires. Matías entró en pánico, corrió al lugar, se desesperó y en ese momento llegó el Mocho. Ahí quizás Matías tuvo un ataque de ira porque había muerto su padre… o quizás sabía que a partir de ese momento todo el campo le iba a pertenecer al Mocho. Como fuera, lo mató, le cortó la mano y la tiró al fuego. La teoría más ridícula del mundo. Había algo que se le estaba escapando. Okey, pensó Morel, tiró la mano mocha porque era la que más claramente se iba a identificar a Enrique, pero ¿qué pasó con el resto del cuerpo? Con toda esa teoría no alcanza. Sin cuerpo no hay delito. Pero como diría Aguirre, Morel sentía en el pecho que lo estaban cagando. Así vestido sobre la cama se fue dejando llevar por el sueño. Eran ya más de las doce de la noche de un día que había sido eterno. Comenzó a dormitar con la luz encendida. Qué estaba pasando por alto. Rastrillaron todo el campo y Enrique no apareció. Pero apareció su mano. Sabía que había algo que se le estaba escapando. Y de repente, en pleno duermevela, apareció la idea absurda que encadenó a otra idea absurda y luego a otra idea absurda, hasta crear algo que no parecía tan absurdo. Se sentó bruscamente en la cama y recompuso lo que había pensado entre sueños. No, no era un delirio ni era una teoría del inconsciente. Era el dato que se le había pasado por alto. Se le revolvió el estómago y llegó justo para vomitar todo lo que había cenado. Aunque eran la 1AM, marcó el teléfono de Aguirre. Como siempre, este lo atendió como si fuesen las 2 de la tarde de un martes. Nunca lo había encontrado dormido. Aguirre vivía para ese trabajo. -Qué pasa pelotudo, ¿encontraste algo? -Creo que sí. -Creo… -Tenés que confiar en mí. -La puta madre Morel, cuando me decís esas cosas… -Nunca me equivoqué hasta ahora. Aguirre hizo un silencio, seguramente tratando de recordar -No me hagas mandar a la justicia si no estás seguro. Me hacés quedar como un boludo. -No hay que mandar a nadie. ¿Tenés algún contacto fuerte en SENASA? -En todos lados tengo contactos fuertes –dijo resignado- ¿qué querés que haga? Una semana después, la noticia explotó en todos los portales de noticias nacionales y también de algunos internacionales. La prensa amarilla tuvo quizás la mejor noticia del año: “El Carnicero de Navarro: mató a su tío e hizo embutidos con el cadáver”. Los programas de la tarde se llenaron nutricionistas y religiosos hablando sobre las consecuencias de comer carne humana. Desde el gobierno aseguraron que estos controles sorpresivos de SENASA continuarían en otros establecimientos del país. Aguirre, con una sonrisa que no le entraba en la cara, lo recibió sentado en la sala de reuniones con el paquete ya armado sobre la mesa. -Y, ¿estaba rico el salame? Morel apenas sonrió y se sentó. -Mirá que yo soy un enfermo… pero vos me das miedo –siguió Aguirre-, no me explico cómo se te ocurre pensar esas cosas. Morel manoteó el paquete envuelto y lo abrió. No necesitó cortar. -¿El 15% no serían 300 lucas? -Lo de Braulio lo vamos a tener que pagar, eso sí que fue un rayo. Pero zafamos el de Enrique. 150 lucas no es poco, no llores. Sonaba lógico, pensó. Contó los 15 fajos superficialmente y los guardó en su mochila. -El pibe ganaba mucho con la muerte del tío. Podía aparecer cualquier parte del cuerpo, pero justo apareció la mano a la que le faltaban los dedos… -Cuando hay una casualidad hay una sospecha. Eso me dijeron hace 30 años, cuando entré a esta compañía. -Y encima tenía un corte distinto. -Recién ahora los forenses la analizaron: estaba quemada con leña. No tenía restos de diésel. -Seguro que no se esperaba que buscaran a su tío, así que en una noche hizo los salames con el cuerpo y quemó la mano para tirarla por ahí. -Se hizo el gourmet: los salames tenían mezcla de carne de cerdo y con carne de tío. -Parecen de cerdo, pero tienen un gustito más dulzón –recordó en voz alta Morel. Aguirre puso cada de asco. -Cuando le pidieron los documentos sanitarios de los corderos se puso nervioso… -No tenía criadero de corderos. Era todo muy raro, pero como de entrada concluyeron que fue un rayo… -…y cuando le dijeron que iban a tomar muestras de los salames le agarró un ataque y los quiso echar a todos. Después encontraron huesos humanos y perdigones en el chiquero. Ahí se quebró. Morel se paró para colgarse la mochila al hombro. Aguirre estiró la mano para saludarlo. -Muy buen laburo, Camilo. ¿Ya sabés qué vas hacer con la guita? -Una partecita va a ir para un Valiant 65 que tengo visto. El resto lo ahorro para comprarme la casa. El apretón fue fuerte. Morel se dio vuelta para salir, pero recordó algo antes. -¿Sabés si pusieron guardia en el campo de Jiménez? Aguirre se sorprendió con la pregunta. -Habrán puesto algún milico en la entrada para que no se metan los curiosos… pero ya tomaron todas las muestras que necesitaban. No creo que haya tanta seguridad, ¿por? -Nada, nada. Si salía ahora podría llegar al pueblo a eso de las 7 de la tarde, cuando empezaba a anochecer. Buen horario. Pasó por una ferretería, compró un juego de pinzas para desarmar el volante y subió a la autopista.
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Mató a golpes a su esposa mientras se encontraba internada por un cáncer
Mató a golpes a su esposa mientras se encontraba internada por un cáncer
Un hombre asesinó a su pareja en el hospital mientras ésta permanecía internada a causa de un cáncer. (more…)
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"-Yo sé que usted tampoco piensa que soy un cobarde.
- No, yo si lo pienso. Yo si pienso que usted es un cobarde. Porque de hecho, nuestra historia está repleta de momentos de cobardía... Creo que yo fui cobarde, cuando tuve que ser valiente y usted lo fue... yo no fui lo suficientemente inteligente para darme cuenta de como eran las cosas y luego usted no supo cuando decirme la verdad... Nos amamos... pero a destiempo (...)"
- Lucía Morel
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#Nacionales #Noticias #ProgramasRedes Los ostentosos lujos en la vestimenta de las mujeres de los narcos #Fuente #NDIGITAL -Las llamadas “Mujeres del Narco”, algunas integran las organizaciones y otras son parejas de conocidos mafiosos, es común verlas ostentado lujos como joyas, mascotas exóticas, autos de gran valor económico, caras carteras, joyas o zapatos. Como es el caso de la señora Marisol Franco, pareja sentimental del narcotraficante fugitivo César Emilio Peralta “El Abusador”, quien fue apresada vestida con unas alpargatas de la marca francesa Chanel y una ropa deportiva fina. Dichas alpagatas de Franco tienen un precio de 750 dólares. Mientras Sobeida Felix Morel, esposa del narcotraficante José David Figueroa Agosto, llegó en el 2010 al Aeropuerto Internacional de las Américas proveniente de Puerto Rico con una vestimenta deportiva y en manos una cartera Louis Vuitton que en ese entonces costaba 1500 dólares. Se recuerda que durante su traslado a la cárcel Najayo Mujeres bajo fuerte seguridad Félix Morel lucía resplandeciente “como toda una damisela”. #ComparteTuOpinión https://www.instagram.com/p/B1wQgMrFYjk/?igshid=howgk709ww0m
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"LLAMADO DE EMERGENCIA" –Hola. –Hola, nos siguen matando todos los días. Literal. Ayer, a Lucía Morel, de 64 años, en Escobar. Tenía cáncer, la habían vuelto a internar por una recaída, su marido Norberto Rothantl la empujó en el hospital, se golpeó la cabeza y falleció. Anteayer, a Laly Heredia, travesti, 36 años, de un tiro en la cadera, en La Matanza. El sábado, a dos mujeres: Camila Camino, de 20 años, en Zárate, con un disparo en la sien. El principal sospechoso es su pareja Jonathan Genovese, de quien sufría amenazas. Y Jésica Riquelme, 26 años, embarazada de siete meses. Su novio Jesús Sánchez, que tenía restricción de acercamiento, la asesinó a golpes, en Entre Ríos. El bebé nació prematuro, por cesárea, con su cuerpo ya sin vida. Así nos matan todos los días, sucesivamente. No hay remate. (Ni presupuesto) #EmergenciaNacionalEnViolenciaDeGénero. #ParenDeMatarnos Muro de La Garganta Poderosa https://www.instagram.com/p/Btg_iT-h6QILN6Yf8ZPixnLGAAgGwzJRwFAx7o0/?utm_source=ig_tumblr_share&igshid=17icurxa4dihh
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Pancha Garmendia y Elisa Lynch de Roa Bastos con el Elenco de la UNA
Pancha Garmendia y Elisa Lynch de Roa Bastos con el Elenco de la UNA
El elenco de teatro de la Universidad Nacional de Asunción se viene gestando desde algunos año y ahora ya es realidad reconocido y organizado oficialmente desde la DIRECCIÓN DE EXTENSION UNIVERSITARIA desde su área de cultura. Es el primer elenco teatral en sus 128 años de existencia. En esta oportunidad y como primera propuesta escénica, se presentará la obra “Pancha Garmendia y Elisa Lynch” de…
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#Alberto Castillo#Andrea Brizuela#Andrea Sosa#Ángeles Bécker#Augusto Roa Bastos#Eliana Patiño#Estefani Sanabria#Florencia Agüero#Freddy González#Hugo Núñez#Julieta Morel#Lorena Osorio#Lucía Méndez#Manzana de la Rivera#Matías Aguilera#Maximiliano Fernández#Memo Saldívar#Shirley Pereira#Victor Sosa Traverzzi
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Argentina, Tierra de Amor y Venganza: Lucía Morel
Estoy sacrificando mi vida, mi futuro, mi felicidad por ustedes. ¿No me merezco algo de agradecimiento al menos, un poco de respeto?
#Argentina tierra de amor y venganza#Argentina: tierra de amor y venganza#atav#delfina chaves#Lucía morel#spanish tag#mine oh mine
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Femicidio dentro de un Sanatorio
Femicidio dentro de un Sanatorio
La mujer estaba internada cuando sufrió el golpe letal
Una mujer falleció como consecuencia de un forcejeo en medio de una discusión con el esposo. Según se sabe la víctima cayó golpeando su cabeza contra el piso, minutos después murió. Sucedió en una habitación del Sanatorio San Carlos, ubicado en la ruta 26 del Partido de Escobar, Bs As La mujer fue identificada como Lucía Morel y estaba…
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Miranda en Niceto Club: queremos darte mucho más
Miranda colmó Niceto Club con un show sorpresa. Así cerraron el año rodeados de sus fans y demostrando por qué están donde están. Cómo conjugar amor, profesionalismo y estilo para la fórmula perfecta.
“Lo bueno se hace esperar” es, sin dudas, una frase que podríamos utilizar para ilustrar lo que fue, en suma, el show ofrecido por Miranda en Niceto Club el ante-último viernes de 2018. Para contradecir el dicho, la fecha fue anunciada de manera sorpresiva pocos días antes. Para afirmarlo podemos decir que, haciendo un balance de la noche, cada uno de los minutos previos a la salida de la banda valió la pena.
Como era de suponer, el público estaba ansioso por disfrutar de la música de Miranda. Aunque, lejos de estar aburridos, se las arreglaron para montar una fiesta desde abajo del escenario. El pop ochentoso que predominaba en la lista de reproducción del lugar era acompañado y respondido con bailes y mucho glitter. Todo esto dejó preparado el terreno para lo que sería una noche llena de todo lo que una banda con tanta trayectoria, carisma y estilo puede ofrecer.
Pasadas las 22:00 horas, las luces bajaron y el telón comenzó a abrirse. La música y las charlas dieron lugar a una ensordecedora ovación de la que fueron blanco Ale Sergi y Juliana Gattas, acompañados por Anuk Sforza en guitarras, Ludovica Morell en la batería y Gabriel Lucena en bajo. Las dos caras visibles de la banda estaban envueltas en prendas de cuero rojo furioso. Gattas lucía el color en su cuerpo con un vestido con mangas. Su compañero optó por una campera, bajo la cual se podía ver una camisa negra con una corbata —para variar— roja. Luego de que los alaridos que les dieron la bienvenida cesaron, encendieron el show con “Amanece junto a mí”.
Con el trayecto que llevan recorrido, no es de extrañar que sus shows desparramen profesionalidad a cada momento. Pero de ahí a la excelente química y comprensión que poseen Sergi y Gattas sobre las tablas hay una distancia enorme. Cada uno de sus pasos era una forma de bailar. Cada cruce entre ambos era parte de una coreografía. Incluso las incidencias fueron abordadas de manera no sólo natural, sino también hasta casi planificada. Un mismo cuerpo dividido en dos, cuyas partes se complementan de manera perfecta a lo largo de todo el show y disfrutan haciendo disfrutar a aquellos quienes bailan y cantan sin cesar las letras de cada tema.
En sintonía con esta forma de actuar, se puede hablar de “Lo Que Siento Por Ti”, tema durante el cual ambos vocalistas empezaron a hacerse con los celulares de los presentes y a fotografiarse y filmarse con ellos. O de cómo se envolvían en las banderas arrojadas por el público y se calzaban las remeras que recibían desde las gradas. O de cómo se reían si alguno olvidaba la letra. O de como simplemente estaban parados, pero en una armonía perfecta.
Hacia la segunda mitad, tuvieron lugar los hits más populares de Miranda: “Hola”, “Perfecta”, “Traición”, “Enamorada” y “Mentía”, entre otros tantos, pusieron el lugar a bailar. Durante “Yo Te Diré”, tuvo lugar un evento de lo más significativo, merecedor de una gran ovación por parte de cada una de las personas que se encontraba disfrutando del show: Juliana se colocó a modo de vincha un pañuelo naranja —cuya consigna reclama la existencia de un Estado Laico— y, al mismo tiempo, Ale agitó un pañuelo verde, cortesía de alguien ubicado en la proximidad del vallado.
“Romix” fue el último tema de la primera parte. Cuando regresaron a escena, interpretaron los dos temas con los que cerraron una noche excelente, “Dice lo que siente” y el clásico “Don”. Antes del último estribillo, pero después de los agradecimientos de Ale Sergi a toda la concurrencia, Niceto se llenó de papelitos, un símbolo de festejo que terminó de coronar un ambiente que ya estaba presente incluso desde antes del comienzo del show.
En pocas palabras, Miranda hace lo que quiere. Pero lo hace con tanto estilo que es prácticamente imposible que cualquier cosa le salga mal. Las individualidades de los protagonistas se fusionan en un monstruo hermoso al que pareciera quedarle chico cualquier escenario. De un lado al otro, bailando e invitando a bailar, regalando temas nuevos y grandes éxitos que ya forman parte de la historia, son la prueba de que la conexión se mantiene cuando hay movimiento.
Por Tobías Cabañez Silva
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“The societies that make education their highest priority on the road to development are more resilient in terms of their emotional well-being and prosperity, making these societies fairer and more peaceful in accordance with the UN Millennium Development Goals” , Master José Alejandro Aybar Martín, Chairman of the Board of UNICARIBE COLLEGE
Miami Florida. – The Master José Alejandro Aybar Martín, President of the Board of UNICARIBE COLLEGE and Rector as well as the University of the Caribbean (UNICARIBE) in the Dominican Republic, presided over the II graduation of the educational institution in Miami where students of different nationalities received degrees of College Credit Certificate in Political Science.
During the solemn act held in the UNICARIBE COLLEGE Activities Room, when delivering the order speech, before the faculty, academic authorities, invited diplomatic corps and personalities representing the broad Hispanic community in Florida, Aybar Martín, exhorted the graduates “to continue in their academic preparation”, for which he said “always our doors will be open.”. He thanked everyone who chose UNICARIBE COLLEGE to complete their training. “We are honored to have them in our classrooms,” he said.
“The societies that make education their highest priority on the road to development are more resilient in terms of their emotional well-being and prosperity, making these societies fairer and more peaceful in accordance with the UN Millennium Development Goals” , recalled Aybar Martín, who was accompanied at the main table of his Executive Assistant and wife the Licda. Shahily Pimentel de Aybar and the professors, doctor Emperador Pérez y Pérez, academic vice-rector, the teacher Santiago Nuñez, director of the Registry, Yen Fatule, director of Admissions, among other authorities.
Graduates
Among the graduates who received the corresponding degrees after having completed the curriculum in the Political Science Certificate and in accordance with the educational laws of the State of Florida, include Nakaryd Polanco, (Venezuelan), Elizabeth Rodríguez (Puerto Rican), France G. Maldonado , (Honduran), Soraya Aguasviva, Santiago Nunez, Cosme Ezequiel Perez, (graduate of honor), Jesus M. Rojas Hilario, Jose Rosario, Rose Mary Santana, and America Schroh Tavarez, (Dominicans).
The speech of honor corresponded to Cosme Ezequiel Pérez, spoke on behalf of the group of students after having reached the highest academic index. In it, he thanked UNICARIBE COLLEGE, his teachers and his classmate Rose Mary Santana, for helping him fulfill his dream of receiving this degree from a university in Florida. ”
He valued the knowledge acquired and also urged Hispanics to ��prepare themselves in the educational field by taking advantage of the academic offers of the institution.” He was accompanied by his wife, Estela Wins Pérez. All his colleagues highlighted his efforts to complete the degree, since he traveled every Saturday to receive teaching from the city of Naples to Miami in Florida.
Act
He began formally with the glorious notes of the Hymn of the United States of America. Previously, the graduates paraded jubilant on the blue carpet, symbol of peace, placed in the room where the solemn ceremony was held.
The Deputy Consul General of the Oriental Republic of Uruguay in Miami, Mrs. María Lucía Trucillo, the last consul of the Dominican Republic, Amaury Ríos, Damaris Díaz and Rubén Darío Morel, head of the headquarters business and who represented the Consul General participated. In addition, Alina Gómez, adviser to the institution, Patricio Moreno, prominent Dominican-American politician, Enrique Sarubbi, of the Consulate General, Pedro Díaz Ballester, president of the Dominican-American Chamber of Commerce in Florida, among others.
Master Aybar at the close of the ceremony reiterated his commitment to work for the educational development of Hispanics residing in the United States and specifically in Florida, with the understanding that they can continue to be useful and productive entities in their different nations and contribute in addition with the growth of this great country that has welcomed us all.
Then he invited those present to the bri
UNICARIBE COLLEGE celebrates II Ordinary Graduation "The societies that make education their highest priority on the road to development are more resilient in terms of their emotional well-being and prosperity, making these societies fairer and more peaceful in accordance with the UN Millennium Development Goals" , Master José Alejandro Aybar Martín, Chairman of the Board of UNICARIBE COLLEGE…
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Argentina, Tierra de Amor y Venganza: Lydia Morel
Yo solamente le pedí c a n t a r
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