#l: Spanish
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misharyes · 7 years ago
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NWC #04
Prompt: Plata Universo: Killjoys AU Personaje: Harold Sasamine
La mansión de la familia Krash, y el colosal jardín que consecuentemente la acompaña, es bella y regia en sus excesivos ornamentos y Harold la observa desde la distancia con una mezcla de reverencia y molestia. O, al menos, lo que él cree que es molestia. No es capaz de calificar sus propios sentimientos, no cuando los ha empujado hasta el fondo en un afán de ocultar todo lo que lo hace humano, por vergüenza o quizá miedo de demostrarse un sujeto defectuoso, pero cree que es la emoción adecuada que sentir en una situación así.
Después de todo, el cinto de plata pertenecía a su familia y su familia, ahora, no es más que una nota a pie de página en el gran libro de la historia. Las futuras generaciones, quizá incluso las actuales, no sabrán jamás de ese origen de todo, de grandeza, de gloria y de supremacía. Los recordarán como los dirigentes hullen, con matices que dependerán de la cantidad de sangre derramada, no como uno de los suyos; jamás como parte de los Nueve de Qresh, jamás como los más importantes.
Se trataba de asimilación eventual o extinción inmediata. Hice lo que tenía que hacer para salvar a mi gente.
Aparta el recuerdo de su cabeza, la voz de su padre tan nítida como el último día que lo vio en persona y no en la memoria colectiva; aún no es capaz, después de todo, de distinguir cuánto de ese recuerdo es suyo, cuánto no y cuánto ha sido corrompido por lo Verde.
Deja que su mirada vague, que se pose en la matriarca de los Krash, una mujer alta y enjuta con cabellos rubios no muy diferentes a los suyos propios, hasta que ella misma parece notarlo. Su sonrisa —siempre traviesa, siempre maliciosa— se difumina un poco y lo observa con la atención de alguien que reconoce su importancia, que sabe quién es. Quién es, no quién era ni quién tenía potencial de ser. El solo pensamiento es tan amargo que lo vuelve incapaz de acercarse, pese a ser lo que exige la diplomacia, así que solo inclina levemente la cabeza y, cuando ella se da por satisfecha, se gira en busca de otra distracción.
Una que no le resulte tan difícil de manejar.
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testarossautodrive · 11 years ago
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Hay cosas que es mejor no decir. [3/3]
By Maiki —as SebastiAn & Kasu —as Kavinsky.
M/M, Sebastian Akchoté/Kavinsky (Vincent Belorgey).
Rated: E (for explicit)
Spanish, 25.761 words. Finished.
Summary: The guys are in a Ed Banger Party and this time Sebastian and Vincent have to work. Jamming together is always a good think, but it seems Vincent can’t stay all the night without getting drunk. [Link to part 1]
**Every reply starts with some words as bold or italic depending on who is writing**
El aire se hacía pesado a cada segundo que pasaba. Como si se posase sobre su cuerpo y le obligase a dejarse caer sobre el ajeno. Sentía que sus caderas se movían solas, que el ritmo que marcaban sus cuerpos era más que una sincronización espontánea; aquello se sentía como algo más especial, algo que escapaba de su entendimiento.
Entonces sintió como su compañero luchaba por tocarse entre aquel pesado cuerpo suyo y las sábanas de la cama. Estaba abrumado por aquella escena, por lo cual y sin pensárselo demasiado, salió de él y le obligó a girarse, teniéndolo de cara. Sus ojos se clavaron en los azules del otro por unos segundos, y Vincent juró que pudo sentir como se había tragado su alma de un bocado. Se había hundido en él completamente al hacer aquello y ya no había vuelta atrás.
  Dejó caer sus rodillas sobre la cama y con cuidado y lentamente, volvió a arremeter contra él. Sus caderas estaban apoyadas contra las ajenas y ahora el mayor podía deleitarse con aquella escena, no todo lo que hubiera querido aun así –culpa de la tenue luz de la Luna francesa. Lo sintió de nuevo y volvió a sentir como su interior lo apretaba, la calidez insoportable que le brindaba, la perfecta combinación de ambas.
  Vincent susurró su nombre una vez más, devastado por todas las sensaciones que Sebastian le daba. Destrozándolo por dentro, llevándose todo lo que quedaba de él, hurgando hasta en el más oscuro rincón.
  Y entonces sintió una corriente eléctrica atravesar su espina dorsal. Entrecerró los ojos con fuerza y su boca se abrió de par en par, gimiendo en voz alta, cuando sintió lo que se acercaba.
  -          Voy a… -Susurró con un deje penoso en su voz.
Ya no existían las palabras firmes ni valientes, su voz, su cuerpo y su mente le estaban traicionando como jamás lo habían hecho. Sin embargo, todo el que le conocía sabía que era un hueso duro de roer. No acabaría primero que Sebastian, aquello no estaba permitido. Así que respiró hondo y siguió con aquel ritmo frenético por unos segundos más, como pudiese, deleitándose de las vistas en aquella oscura habitación.
Los gemidos del moreno no hacían más que sucederse como una bella melodía hasta llegar a sus oídos. 
No pudo creer el cambio, en su cabeza la idea de quedar frente a Vincent no se había formulado hasta que se vio envuelto en ello. Totalmente expuesto, más de lo que realmente hubiese querido o deseado.
Sus miradas se cruzaron y tras un jadeo grave sintió como el mayor terminaba de arrancar lo poco oculto que quedaba dentro de él, en esos momentos se quedó sin nada en su interior. Se sintió patéticamente sin secretos tras ser atacado por aquella mirada, unas de sus manos se posó en su propio rostro y se tapó los ojos, no quería verle, no quería que le viera,  pero era imposible estando frente a él, arqueando todo su cuerpo a cada nueva embestidas y gimiendo por esos movimientos que estaba desquiciándole lentamente.
  Estaba totalmente seguro de que podía sentir incluso los latidos del corazón ajeno, pero esa simple sensación le abrumó demasiado, le nubló la poca racionalidad que quedaba vigente en su mente y le hizo apartar la mano para observar como Vincent parecía estar a punto de dejarse vencer por el placer.
Oyó cómo gemía su nombre, como le advertía de lo que estaba a punto de ocurrir para darle fin a todo aquello, pero su advertencia no parecía ser para esos instantes, pues su ritmo continuó tan rápido como segundos atrás.
Y ahora era Sebastian quien se sentía a punto de acabar con aquello, todo su cuerpo se sentía acalambrado, apenas era consciente de los movimientos que realizaba, por no decir que el cosquilleo en su bajo vientre, por cada embestida, se sentía más y más intenso.
  A diferencia del contrario, él no iba a aguantarse más, ya no tenía nada que ocultar, ni nada de lo que avergonzarse aquella noche, así que dirigió su mano nuevamente a su propia erección y continuó masajeándose al mismo ritmo de las embestidas, provocando que el placer aumentase y que la razón descendiese. Su cuerpo se arqueó por última vez, todo su interior se tensó y terminó llegando al orgasmo junto a un gemido que no parecía querer decir nada coherente.
  La tensión de su interior se mantuvo unos segundos más hasta que lentamente su cuerpo se fue relajando, aunque aún respiraba de forma entrecortada y las fuerzas aun no volvían a su ser.
Cuando sintió todo su cuerpo temblar estrepitosamente, supo que el momento había llegado. Abrió los ojos de par en par para no perderse ni un detalle de aquel apoteósico final que le brindaba Sebastian. La manera en la que retorció su rostro de placer, la manera en la que terminó tan fuertemente que manchó todo su abdomen y pecho y aquellos ojos brillantes mirándolo. Aquella mirada furtiva de hacía unos segundos que ahora se había vuelto indefensa y fácilmente penetrable. Dios sabe cómo lo ponía verlo de una manera tan sensual.
  Sin embargo, Vincent ya no podía más. Todas sus extremidades estaban hechas polvo, sus caderas estaban destrozadas, su cuerpo y alma impacientes por saber lo que se aproximaba. Así, salió de su interior con sumo cuidado y se colocó a un lado del moreno que yacía sobre la cama. Sus rodillas se hincaron sobre el mullido colchón y colocó su miembro cercano al rostro ajeno. Sabía que aquello le enfadaría de sobremanera si es que le importaba algo todo aquel asunto, pero el mayor era incapaz.
Inconscientemente había estado deseando eso durante mucho tiempo.
  Comenzó por apretar sus largos y finos dedos alrededor de su palpitante erección y moverla de arriba abajo a un ritmo acompasado. Su otra mano agarraba la cabeza del moreno con delicadeza y dulzura, pero también rudo como él era. Dos o tres veces fueron suficientes masturbándose así mismo para terminar derramando toda su esencia por el rostro ajeno. Un ronco y alto gemido fue la cúspide de su orgasmo, arqueando la espalda hacia atrás.
  Vincent observó a Sebastian por unos segundos, aquellos azules entrecerrados, inconscientes de su sonrisa de satisfacción y aquel pecho que vibraba a causa de tantas emociones. Finalmente se echó a un lado de la cama y colocó uno de los brazos encima de su compañero, pensando que no sería él quien limpiaría ese estropicio a pesar de haberlo causado.
  No dijo nada, el silencio era ahora, quizá, la cosa más reconfortante que podían darse el uno al otro. Mañana sería otro día, el Sol brillaría de otra manera y las nubes acompañarían al escaso viento de verano. Quién sabe si habría resaca. 
¿Qué fue aquello? Vio, y sintió también, como el mayor salía de su interior, y se le acercaba con unas claras intenciones a pesar de la pesadez del ambiente y posiblemente de sus mentes. Por la suerte de Vincent fue bastante rápido y Sebastian no tuvo demasiada oportunidad de reaccionar, aunque podía oírsele gruñir cuando la esencia del contrario resbalaba por su rostro, aún demasiado cansado y confundido para ser consciente de lo ocurrido.
Se pasó una mano por el rostro y a duras penas limpió aquello mientras Vincent se terminaba tumbando a su lado. Quiso incorporarse, ir a ver qué demonios había pasado, y limpiar aquello frente al espejo sonaba bien, pero el brazo ajeno le retuvo y las sábanas de aquella cama iban a cumplir un trabajo para el que no estaban hechas.
  Así pues, sin pudor ni miedo a reproche alguno estiró de la esquina de la arrugada sábana y entre quejas casi pronunciadas para sí mismo se limpió la cara. Para cuando acabo de hacer aquello Vincent parecía estar ya en el séptimo sueño. Él, por su parte, se dejó caer sobre la cama, junto al cuerpo del mayor, el cual no dudo en observar durante unos minutos hasta que cayó en una especie de letargo que jugaba entre el sueño y la consciencia.
  Cuando abrió los ojos de nuevo el sol había dejado atrás la oscuridad nocturna y brillaba con fuerza, inundando la habitación de una molesta luz demasiado clara para que sus ojos se acostumbrasen. Lento y algo torpe se movió y pudo ver que Vincent aun dormía a su lado.
Inconscientemente suspiró y encogiéndose de hombros le apartó algunos cabellos de rostro para luego observar como dormía sin aparente remordimiento sobre lo que pasó en la noche.
  Aunque no entendía demasiado bien porque pensó que debía de tener remordimientos. Sin querer despertarle o hacer demasiado ruido se incorporó y recogió todas sus prendas, las cuales estaban esparcidas por todos lados, como si un tornado las hubiese revuelto por la habitación.
Vestido con ellas salió de la habitación y cerró la puertas tras de sí. ¿Y ahora? Ahora solo quedaba irse de allí porque su mente estaba demasiado confundida y ofuscada como para plantarle cara a alguien tan cabezota como Vincent.
Los primeros rayos del Sol se filtraron por aquella molesta ventana de cristal. Probablemente ya sería mediodía pues el Sol lucía alto y orgulloso en el cielo, tanto que abrir los ojos era la peor decisión que podría haber tomado. Quedó cegado por unos momentos y su cabeza dolía, como era de esperar, así que removió sus cabellos y masajeó un poco su frente antes de incorporarse y sentarse sobre el colchón.
  Suspiró y abrió los ojos, mirando al lado contrario de la cama y esperando ver al moreno yacer sobre ésta, bañado por la luz de esa preciosa y dolorosa mañana de verano. Pero no fue así, sólo las arrugas de las sábanas hicieron acto de presencia en aquel lugar. Se levantó algo confundido, más bien nervioso, esperando ir a la cocina y encontrárselo tomándose algún café. Pero tampoco estaba allí, y lo peor de todo es que no había nada que lo evocase. Ni una nota, ni un calcetín olvidado, nada de nada.
  -          Uh, joder. –Maldijo. –La he cagado, joder. –Volvió a maldecir, colocando una de sus manos entre sus canosos cabellos y apretándolos un poco, sin saber demasiado qué hacer.
¿Debía llamar a Sebastian? ¿Debía llamar a Pedro o a alguno de sus amigos en común por si sabían dónde estaba? El moreno no tenía coche y sus casas estaban localizadas bastante lejos la una de la otra.
  Cogió su móvil de encima de la mesa y miró si había algún mensaje, pero tampoco era algo que esperase del moreno. Estaba jodido y había jodido a Sebastian de la peor manera posible. Supuso que ya no serían amigos, o lo peor de todo, que el otro no querría ni verlo.
  Inevitablemente, cayó sentado sobre el sofá, colocando sus codos sobre sus rodillas y por consiguiente, aguantando su cabeza entre éstas. No sabía qué hacer, no sabía cómo afrontar estas cosas porque él era siempre el que desaparecía después de haber pasado la noche con una jovencita cualquiera. Él era quien se suponía, tendría que haber decepcionado al contrario y no aquello. No sabía cómo lidiar con toda esa mierda y lo peor de todo, no sabía si culparse así mismo o culpar a Sebastian.
  Sostuvo el móvil entre las manos durante un largo rato después de tranquilizarse y respirar hondo. Marcó el número del moreno y esperó, el tono de llamada se hacía insoportable a cada segundo. 
El camino de vuelta a casa se hizo largo, y a pesar del calor de aquella mañana continuó caminando, bien podría haber parado a un taxi o incluso a una desesperada subirse a un autobús urbano, pero no, hizo el camino de vuelta a casa andando, y es que quería pensar. Pensar en lo que ocurrió en la noche, las razones de por qué se dejó llevar y aun peor, las razones por las que se marchó sin dar ni una explicación.
Si bien eso último estaba en su naturaleza, quizás debió de haber hecho algo al respecto, pero simplemente no lo hizo, salió y no quiso darle más vueltas mientras cerraba la puerta del departamento de Vincent, y ahora que caminaba por la calle pensaba en ello.
  No se arrepentía de lo que hizo, pues ya estaba todo hecho, pero era humano el pensar que otras posibilidades hubiese tenido de haber podido hacerlas con un poco más de lucidez.
En su mente se evocaba con bastante claridad todas las expresiones con las que le deleito Vincent, y entrever en sus ojos como parecía estar abriéndole el corazón le erizaba la piel de puro estupor.
  Para cuando llegó a su propia casa ya era bien entrada la mañana y otra cosa no tenía que hacer más que ducharse, o quizás bañarse o quizás meterse él, con ropa incluida en la lavadora y esperar a que saliese totalmente limpio. Pero la última opción no era viable porque la lavadora era demasiado pequeña y porque podría morir si hacía algo así.
Por lo que optó por bañarse, sabía que hizo bien en tener una casa con bañera y no plato de ducha, por momentos como ese.
  Cuando esta estuvo lista se desnudó y se metió en dentro del agua tibia, que le sentó como si gloria caída del cielo se tratase. Quizás necesitaba estar solo un par de horas para recuperarse del día anterior, para recuperarse de Vincent. Pero como si hubiese invocado al diablo, el número de este apareció en la pantalla de su teléfono.
Sebastian observó el teléfono vibrar y sonar durante unos segundos, dudando en si debía o no responder, pero finalmente terminó sacando una mano del agua, secándola con la camisa que dejó tirada en el suelo, y contestó al teléfono.
  -          ¿Qué ocurre?- preguntó directamente, con su usual tono serio, mientras apoyaba la espalda en uno de los bordes que delimitaban la bañera.
Si de algo se había dado cuenta Vincent era que desde que se levantó aquella mañana de la cama, no había sido capaz de dejar de pensar en Sebastian. Es más, siquiera se había tomado tiempo en fumarse su habitual cigarrillo de por las mañanas o en tomarse aquel café negro y amargo del que tanto disfrutaba al recién abrir los ojos. Había ido directo al teléfono y ahora estaba allí, buscando las palabras adecuadas, buscando una manera de excusarse por lo de anoche aunque no quisiera. Sentía que debía pedir perdón, pero no sentía culpabilidad.
  -          Uh, nada… Me preguntaba qué tal estás… -Dudó unos segundos antes de hablar y aclaró ligeramente su garganta, habría cogido algo de frío aquella noche y estaba más que áspera.
  Kavinsky no podía quedarse quieto en aquel sofá, por más cómodo que fuera. No tardó demasiado en levantarse, buscar entre los bolsillos de una de sus tantas chaquetas y encontrar un cigarrillo casi destrozado. Lo encendió como pudo, apoyando el teléfono móvil entre su hombro y oreja, sus manos temblaban.
Ni siquiera sabía cómo era capaz de estar de aquella manera. Como si fuera una adolescente a punto de pedirle salir a su profesor. Se daba vergüenza así mismo.
  -          Esperaba que estuvieses en mi cama. –Habló para sí mismo en voz alta, en su tono había dejadez y algo de pena, pero no era la intención, a él no le gustaba parecer una víctima cuando decía la verdad.
Dio una calada al cigarro y dejó escapar el fétido aire lentamente. Aquella sensación sofocante en sus pulmones siempre le hacía relajarse y pensar que las cosas podían ir mejor. Desde el otro lado del audífono, podía escuchar la profunda respiración de Sebastian y recordaba los sucesos de la anterior noche.
Y no quería excitarse, porque aquella conversación era algo más que serio a estas alturas, así que pensó que por favor, su cuerpo no le traicionase de la misma manera. Porque no lo soportaría una vez más.  
Oír la voz  de Vincent al otro lado de la línea provocó que su corazón se revolviese sobre sí mismo por unos pequeños segundos, pero logró controlarse, logró mantener su habitual calma mientras se acomodaba dentro del agua, pero con cuidado de no dejar caer el teléfono ni mojar este.
Ante sus movimientos el agua comenzó a dejarse oír, al igual que un profundo suspiro que ni si quiera se preocupó en ocultar.
-          Estoy algo cansado de anoche.- fue su respuesta, corta, concisa pero dando toda la información que seguramente Vincent quería conocer.
  Y realmente tampoco deseaba hablar con él, podía sentir la voz ajena con ese tono lastimero que más propio de alguien de su edad, era propio de un adolescente de dieciséis años que está llamando a quien le hizo perder la virginidad la noche anterior.
Antes de lo que esperaba, el mayor volvió a hablar y volvió a dejar entrever cuales eran sus intenciones con la llamada.
-          No creo que debiese de perder toda la mañana durmiendo, por eso en cuanto desperté me marché.- volvió a responder, tan serio y seco que hasta él mismo estaba pensando que quizás su tono estaba siendo demasiado severo.
  Pero lo era, era seco y severo porque en esos momentos se sentía demasiado confundido, ¿Realmente esperaba Vincent verle despertar tras haberlo hecho la noche anterior como si esto fuese una película romántica? Para Sebastian eso era la tontería más grande del mundo, y aún más se esforzaba en pensarlo viniendo de Vincent.
Cansado, cerró los ojos y volvió a suspirar, mientras estiraba un poco las piernas dentro de la bañera, provocando de nuevo el chapoteó del agua bajo sus movimientos. Con los ojos cerrados los recuerdos lucidos de la noche anterior se colaban en su mente, y no hubiesen sido tan traumáticos si simplemente lo hubiesen hecho bajo los efectos del alcohol, pero él lo hizo estando sobrio y Vincent alcanzó la ebriedad máxima, en su opinión, para mostrarle tan abiertamente lo que sentía o pensaba.
Todo el que conocía a Vincent sabía lo que le importaba su propia integridad personal. Alguien con tanto ego jamás se permitiría así mismo arrastrarse por alguien o algo. Jamás se permitiría así mismo mostrar sus debilidades, ya fuese en un caso extremo. Pero al parecer, Sebastian había conseguido cambiar eso en tan sólo una noche. No sólo se había hecho con el poder absolutamente de su cuerpo, no sólo habían sincronizado como jamás lo había hecho con alguien en años; no contento con todo eso, ahora se había apoderado de su alma.
Quizá sin pretenderlo, pero definitivamente no desperdiciando la oportunidad.
  -          Es domingo, podrías haberte quedado durmiendo y no habría importado. –Intentó no sonar demasiado frío como el contrario, pero aquello empezaba a joderle. -¿De qué tienes miedo, Sebastian? –Preguntó, teniendo un deja vù.
  Lo cierto es que a estas alturas sólo podían aparecer pensamientos realmente malos por su cabeza. Como el hecho de que lo hizo realmente mal anoche, o simplemente que no debió hacerlo. Se arrepentía, estaba intentando no arrepentirse pero lo hacía. O al menos el moreno le estaba haciendo sentir así, como si fuera la peor basura de este mundo. A pesar de no haber dicho nada ofensivo, a pesar de no haber reprochado nada, el tono de su voz lo estaba matando lentamente.
  -          Joder, Sebastian… Joder, tío. –Kavinsky empezaba a perder el norte y agobiarse más de lo planeado. - ¿Es que te arrepientes? No me jodas, joder. –Si había mil y una maneras de cagarla con una persona, esa probablemente sería una de ellas.
Pero Vincent se sentía perdido y necesitaba unas palabras para tranquilizarlo. Quizás unas palabras que le contradijesen en aquel aspecto, esperaba algo de Sebastian que no obtendría y eso sólo le daba ganas de llorar. Como una adolescente a la que su primer amor le ha roto el corazón.
Aquello estaba siendo una pesadilla.
Vincent a veces podía ser cabezota y podía ser un incordio, pero después de tantos años había aprendido a soportarlo mejor de lo que todos hubiesen podido imaginar. Oyó sus quejas en total silencio, sin apenas inmutarse, pero cuando le preguntó sI tenía miedo, eso, provocó que abriese los ojos de par en par, a pesar de que no podía verle en absoluto.
No entendió, ¿Miedo? ¿De qué? Volvió a removerse, ahora incómodo por la conversación, dentro de la bañera, pero sabía que no debía de perder la compostura, o al menos que el tono de su voz no temblase demasiado.
  Dejó que continuase quejándose, que continuase preguntando esas cosas tan absurdas a su parecer que solo provocaban que su enfado comenzase a subir.
-          Con tu estúpida actitud de adolescente estas convenciéndome para que ni siquiera vuelva a mirarte a la cara en los próximos diez años.- soltó totalmente serio y frío mientras cerraba los ojos y dejaba caer la cabeza hacía atrás, mientras la apoyaba en el filo de la bañera.- ¿Acaso eres tú quien tiene miedo, Vicent? ¿Tienes miedo de que deje de hablarte por lo que me hiciste anoche? –sus preguntas salían afiladas y frías como témpanos de hielo, no lo hacía demasiado consciente pero las palabras salían solas por sus labios.
  -          Por cómo estas rogando parece que tengas también miedo de que me arrepienta de haber aceptado, aun sabiendo de que no quería hacerlo. – intentaba no dejarle oportunidad de hablar, simplemente quería soltarlo todo y colgar de una maldita vez. –Pero como sea, lo que hicimos ya pasó, tampoco le des más vueltas y si puedes hacerme el favor de dejar que me termine de bañar, te lo agradecería, no quiero convertirme en una legumbre en remojo y por tu culpa estoy a punto de serlo, así que hablamos luego.- Y le colgó sin esperar ni siquiera una respuesta, posiblemente su tono serio y frío sonó algo borde, pero el enfado que había estado intentando de ocultar simplemente se dejó entrever.
  Cansado tiró el teléfono al suelo, sin saber donde cayó y se incorporó en la bañera, para acabar aquello con una ducha rápida en la que los humos se le bajasen un poco.
Y de nuevo había perdido los nervios fácilmente. Deseó haber estado borracho en ese mismo momento, quizá las cosas habrían ido mejor y no hubieran salido palabras malsonantes de su boca una tras otra. Ahora se sentía estúpido, incluso más culpable que antes, desgarrado por dentro. Aquella debía ser la peor sensación que había sentido en mucho tiempo, incluso peor que cuando tus tripas se hacían agua y vomitabas sin parar después de una noche de borrachera.
Llámenlo exagerado, pero no había algo que le doliese más que el rechazo. Y más si era por parte de Sebastian, al principio acostumbrado a sus malas miradas y sus gestos desganados. Al principio se acostumbró al hecho de que el moreno le apartase el brazo cuando le abrazaba o rechazase sus improperios cuando estaba un poco contento.
  Sin embargo, poco a poco, Vincent fue lidiando con el hecho de que si a Sebastian no le gustaban sus mismos, iba a tener que joderse y aguantarle como fuera.
Pero ahora, ¿quedaba algo de ello?  Es más, ¿quedaba un mínimo de amistad, alguna especie de vínculo entre ambos? El mayor estaba triste, claro que lo estaba, pero la rabia se apoderaba de su cuerpo y la sangre corría veloz y caliente por sus venas.
  Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, dejando que los minutos pareciesen horas y las horas, días.
  Y la rutina diaria hizo acto de presencia en su vida otra vez. Mezclar algunas canciones todos los días, ir al gimnasio, dar un largo y relajante paseo en su coche. Su vida quizá no era demasiado interesante, pero era amena. No había visto a Sebastian en días, sin embargo sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Preguntar a Xavier y Gaspard había sido una buena, aunque dolorosa idea.
  Aunque a cada hora que pasase lo echase más de menos. Era tanto el hecho que, cada vez que sonaba el móvil, pensaba que era un mensaje de quien fue su mejor amigo. Probablemente lo necesitaba, pero no sabía cómo decírselo.
En una de aquellas tardes, cuando el Sol se alejaba por el horizonte, decidió que era hora de dar un paseo en su amado Testarossa. Sin embargo y pisando el acelerador, llegó a la puerta de un casa más que conocida. Inconsciente, se quedó allí parado, mirando al infinito. Esperando por algo, esperando por alguien. 
Estaba sorprendido, sin saber si a bien o a mal, pero sorprendido de ver que Vincent, desde aquella llamada ya días atrás, no había vuelto a husmear por ningún lado en el que él estuviese también. Podría haber creído que era pura casualidad pero un par de compañeros se encargaron de dejarle claro que no era casualidad que Vincent no hubiese dado señales de vida en días.
Tanto Gaspard como Xavier fueron a preguntarle si algo había ocurrido, y aquello parecía estar convirtiéndose en una típica escena de patio de colegio, situación que le crispaba los nervios un poco cada vez que ese par mencionaba algo sobre el asunto. Llegó a creer por unos segundos en más de una ocasión que la culpa de todo aquello era suya, pero enseguida se convencía de que él simplemente hizo lo correcto, hizo lo que debió de haber hecho.
  Aquello pasó y fue también su culpa, ¿Por qué darle más vueltas?  Posiblemente Sebastian no quería darle más vueltas porque sabía de una incómoda verdad que estaba detrás de Vincent, una verdad que se empeñaba en no creer a pesar de que la vio con sus propios ojos y la sintió en su propio cuerpo.
  El sol ya comenzaba a perderse por el horizonte cuando volvía a casa, hizo un buen día, no demasiado caluroso y ahora una suave brisa casi nocturna invadía las calles de la ciudad, dando una mezcla totalmente apetecible para volver a casa caminando, pero no todo el trayecto, pues donde trabajaba estaba realmente lejos. Subió al taxi justo en la puerta de la empresa y bajo a un par de calles de su casa, dándose el lujo de acabar el camino a pie mientras un cigarrillo lentamente iba muriendo en sus labios.
  Casi el sol se había perdido de vista cuando llegó a la puerta de su casa y todo hubiese ido bien de no ser que un Ferrari rojo estaba aparcado justo en la puerta. Sabía de sobra de quien era ese Ferrari y quien era la persona que estaba sentada en su interior. No estaba seguro si debía de acercarse o no, dudó uno o dos minutos donde simplemente se quedó mirando el coche con total seriedad hasta que finalmente guardó las llaves en el bolsillo otra vez y se acercó a donde estaba aparcado.
  No dudó demasiado en abrir la puerta del copiloto y meterse dentro. No lo miró, simplemente se quedó allí sentado mirando hacia el frente creando, por desgracia, un incómodo ambiente entre ambos.
El silencio se hizo con el poder de aquel su Ferrari. Y no es porque no hubiese nada qué decir, es porque quizá había demasiado que las palabras saldrían una tras otra sin pensar en las consecuencias. Así eran las cosas con Vincent, y todos eran conscientes de ello. Con presencia del alcohol o sin ella, era un hombre bien conocido por dejarse llevar por los impulsos. Había perdido a mucha gente de aquella manera, pero también era bien sabido que era alguien que vivía el presente y no el pasado.
Esa era, quizá, su mayor cualidad.
  Suspiró y miró de reojo a su ahora recién acompañante. Aquellos cabellos revueltos, negros como el carbón caían por su frente grácilmente. Algunas gotas de sudor se agolpaban en su sien y su semblante era serio, frío, habitual. Movía los labios de un lado a otro, y eso sólo podía significar que estaba nervioso; siempre lo hacía cuando estaba nervioso. Sus pestañas largas brillaban con la luz de las farolas. Vincent no podía evitar caer en aquella dulce trampa que él mismo había provocado.
  -          Sebastian, yo… -Comenzó a hablar, las palabras se agolpaban en su garganta, tanto que decir y tan poco aire en aquel lugar. –Lo que te dije, yo... –Joder, joder, joder.
Chasqueó la lengua, harto de su propia existencia a estas alturas, sus cejas fruncidas denotaban una molestia más grande que la capital de Francia. Estaba harto de aquella situación, ¿es que las cosas no podían volver a ser como siempre? O incluso aún mejor, dejar que todo siguiera su curso y evolucionar. Dejar que más noches como la anterior pasasen, si era necesario todos los días de la semana, hasta quedar deshidratado.
Se sentía como un adolescente por pensar eso, y se sentía peor aún el hecho de que, mirando el lado bueno, aquella actitud arisca de Sebastian le gustase demasiado.
  -          No hagas esto, sabes cuánto te… -Tosió ligeramente, apartando la mirada del moreno. –Sabes cuánto te estoy echando de menos, por favor. –El tono serio apagó cualquier deje de ternura en sus palabras, quería mostrarse fuerte, quería mostrarse impenetrable.
  Sin embargo y cómo ya había quedado bien claro, Vincent era alguien que se dejaba llevar por los impulsos. Y cuando miró de reojo a Sebastian, y observó cómo se humedecía aquellos tiernos y gruesos labios: el mundo se le cayó encima.
Se levantó de su asiento y le dio un beso sin siquiera plantearse si aquello le molestaría, más bien no importándole. Esos labios ya habían sido suyos y necesitaba beber de ellos. Estaba desesperado por él.
Y ahí estaban las palabras que Vincent era incapaz de pronunciar, y prefirió que no las pronunciase, pues realmente si lo hubiese hecho habría salido corriendo de aquel coche y jamás de los jamases habría vuelto a dirigirle realmente la palabra. Era más que obvio el terror que le producía cualquier muestra de afecto más allá de la amistad. Realmente pensaba que exageraba demasiado, pero luego recordaba con quien estaba tratando y cuando Vincent estaba de por medio, exagerar siempre te acercaba más a la solución más que alejarte de esta. Como fuese, de reojo observó el  balbuceo del mayor, alegando haber echado de menos.
-          ¿Si me echaste de menos por qué te alejaste? Yo he estado donde siempre.- no mintió, al menos no del todo,  pero su tono parecía estar reprochándole algo, algo de lo que ni si quiera era demasiado consciente.
  Terminó por hundirse en el sillón del Ferrari donde permanecía sentado y cruzó los brazos en torno a su pecho, pateándose mentalmente por haber entrado en el coche, por haberse sentado ahí y por estar escuchándolo cuando podría estar fumándose un cigarro tranquilamente en el salón de su tranquila casa que está situado en un barrio tranquilo.
  Ahora fue el turno de Vincent de reprocharle el haber hecho algo, ¿El qué? Si ni siquiera se movió de donde había estado desde hacía años, con una misma rutina de trabajo y de fiestas que podría abrumar a cualquiera por ser conocedor de que Sebastian no se había cansado de ello a pesar del tiempo.
Le miró de reojo y simplemente bufó, volviendo a desviar la mirada mientras se relamía los labios con nerviosismo.
  -          No sé qué es lo que te pasa, Vincent, eres tú quien se ha alejado y ahora me vienes diciendo que me echas d- su frase no pudo tener punto y final  porque los labios del mayor atraparon los suyos en un beso robado que parecía demasiado ansioso, como si la vida le corriese en ello.
Fueron unos segundos largos los que tardó en reaccionar, hasta que le apartó de un golpe en el pecho seguido de un jadeo entre sorpresivo y por falta de aire.
  No podía creerlo, ¿Realmente Vincent le había besado en una situación como esa?  Sebastian no era capaz de salir del estupor en esos momentos, miraba al mayor entre sorprendido, enfadado y confundido a la vez que el color de sus mejillas se mantenía en un rojo bastante intenso, tanto como el de sus labios.
-          Pensé que creía saber lo que pasaba por tu cabeza, pero creo que estaba equivocado.- su voz salió con un claro tono de decepción, lentamente negó con la cabeza y se pasó  una mano temblorosa por el cabello, revolviéndoselo aún más. –Si lo que andas buscando es ese tipo de encuentros, mejor búscate a otro, no son mi estilo- y tras ello decidió salir del Ferrari, aun con todas sus extremidades temblando.
Parecía que Sebastian estaba empeñado en hacerle hervir la sangre de la peor manera posible. Sus palabras se clavaban en su interior con la fuerza de mil cuchillos ardiendo bajo las llamaradas del infierno. Había intentado tranquilizarse, había intentado pedir perdón y juraba por Dios que lo había hecho con todas sus fuerzas. Estar devastado y tener el sentimiento de echar de menos a una persona a la que jamás habías echado de menos más de lo normal era lo peor.
  Sin embargo y a pesar de haber mantenido la mirada alejada de aquellos dos azules como el mar, el golpe que provocó al salir del coche lo despertó de aquel letargo. Rechinó los dientes de pura rabia, sus manos nerviosas y sudorosas temblaban al ritmo de mil tambores. No existían palabras para describir aquel sentimiento ni los miles que hacían acto de presencia en su cuerpo simultáneamente. ¿Quién se había creído? ¿Estaba aprovechándose de aquel “amor” no declarado para hacerle daño? No quería creer en aquello, pero ahora mismo Sebastian le parecía la peor persona del mundo. Le hacía sentir la víctima de toda aquella historia, aunque esa no fuese la realidad.
  -          ¿Soy yo el que huyó como un cobarde a la mañana siguiente, eh? –Eso fue lo primero que Vincent gritó al salir del coche y dar un portazo, maltratando al Testarossa que tanto le había costado conseguir. -¿¡Soy yo el que cuelga sin previo aviso cuando trato de hablar las cosas!? –Su tono de voz subió de una manera bestial cuando se acercaba a paso ligero al moreno.
  Ahora estaba frente a él, sus pies clavados en el suelo como las ramas de un árbol. Rápidamente alzó una de las manos y cogió una de las muñecas de Sebastian, apretándola entre sus dedos, esperando hacerle daño. Pegó un tirón de ella hacia arriba y le indicó dónde estaba su cara y dónde debía mirar. Vincent, por su parte, demostraba un deje de cobardía aún con las gafas de Sol colocadas en plena noche. No podía enfrentarse a su mirada directamente, pero sí podía provocar que el otro lo hiciera.
La igualdad de condiciones no era algo típico del más alto.
  -          ¿Y por tu cabeza? ¿Qué coño tienes en la cabeza para que te importen tan poco los sentimientos de los demás? –Palabra prohibida, Vincent tenía prohibido hablar de sentimientos pues hacía mucho que no tenía ninguno fuera de lo habitual. –Sebastian, joder, estoy muy viejo para estas cosas. Estoy muy viejo para estos dramas, cuando lo único que quiero es estar a tu lado. –Su tono de voz fue bajando progresivamente, hasta quedar en un susurro.
  Soltó repentinamente aquella muñeca y bajó la cabeza, la culpabilidad se clavaba en sus costados y el cuerpo le dolía más que nunca.
  -          ¿No quieres estar conmigo? Muy bien, no voy a obligarte. –Hizo una pausa, tragando saliva. –Pero necesito que me mires a los ojos y me digas que no te importa una mierda lo que haya entre nosotros.
Qué iluso fue al creer que todo acabaría dentro del coche, cuando salió, cuando creyó que todo había acabado, Vincent salió dando el grito en el cielo.  Inevitablemente frenó en seco sus pasos, y se giró viendo como lo que llegó a sus oídos era verdad, como Vincent estaba gritándole, o mejor dicho, echándole en cara todo lo que hizo, en medio de la calle, como si a todos realmente le interesasen lo que había ocurrido entre ellos dos o como si se hubiese olvidado que alguien podría oírles.
Sebastian hizo ademán de callarle, de decirle que no era lugar para hablar de ello, pero sus palabras no salían por la boca tan bien como sonaban en su cabeza, y  antes de lo esperado se encontró con el intenso dolor del agarre al que su muñeca estaba siendo sometida por parte del mayor.
  Inevitablemente agachó la cabeza, y encogió los hombros de forma inconsciente como si fuese a golpearle o algo así. Pero simplemente era miedo de enfrentarse a la que fuese la expresión del contrario. Forcejeó cuando le obligó a alzar el brazo, molesto por la posición y adolorido por el agarre, que comenzaba a provocar que la zona dañada se cambiase a un color rojizo que seguramente terminaría morado.
Al final hizo valor de sus propios miedos y alzó la vista, encontrándose con que Vincent aun llevaba puestas las gafas, dejando entrever que a fin de cuentas no estaba siendo tan valiente como podría dejar ver.
  Oyó todas sus preguntas, todos sus reclamos y todas sus frases suaves, que lentamente se iban clavando en su mente de forma dolorosa y de un modo del que había estado intentando huir. Lo había intentado, quiso simplemente no verlo, pero en todo aquello, Sebastian no era la víctima y ni siquiera el mismo se dio cuenta de ello.
  Cuando finalmente le soltó la muñeca se sobó esta con cuidado, volviendo a agachar la cabeza, incapaz, una vez más, de soportar su mirada, pero en esta ocasión era debido a la vergüenza que le provocaba el saber lo que hizo sin querer.
-          Hablemos dentro.- murmuró al contrario y se alejó de él, esperando que le siguiese. No iba a hablar aquel asunto en medio de la calle y  menos ahora que un par de vecinos se habían asomado a la ventana, curiosos por saber a qué venían esos gritos o de quienes venían. El mínimo camino hasta pasar dentro de su casa se le hizo eterno, pero más eterno fueron los segundos en los que el silencio se apoderó de ellos cuando la puerta que daba a la calle se cerró y quedaron en la intimidad de aquellas paredes.
  -          Posiblemente tengas razón.- comenzó a pronunciar mientras dejaba las llaves a un lado y caminaba nervioso hasta la sala de estar.- Quizás no tuve en cuenta que pensabas.- se sentía incapaz de pronunciar la palabra ‘sentimientos’ ¿Cómo iba a hacerlo si él mismo negaba los suyos propios?  -Tengo que admitir que sabía de ellos pero no...-cortó su  propia frase mientras se revolvía el cabello con ansia, pues sus nervios habían terminado por evolucionar en ese corto lapso de tiempo. –Vincent, ¿Cómo quieres que acepte algo de alguien cuando ni siquiera soy sincero conmigo mismo? – su pregunta salió en un tono brusco, pero un tono brusco dirigido a sí mismo. – Nunca he querido jugar contigo, solo… estaba intentando  protegerme a mí mismo.- su tono fue descendiendo hasta que se quedó en silencio, acabando por bajar la mirada.
  ¿Cómo podía ser tan inconsciente de dejar que alguien jugase con sus sentimientos? ¿Cómo Sebastian era el único capaz de trasladarlo de la más ardiente de las iras al más suave sentimiento de amor y cariño? No sabía qué hacer, no sabía si pedir perdón por lo anterior, si abrazarlo y decirle que estaba para él en ese mismo momento o si dejar que el orgullo se apoderase de sus cinco sentidos. Y su pecho vibraba y su corazón latía a mil por hora. Tanto que era lo único que podía escuchar en aquella habitación en silencio cuando el moreno dejó de hablar. Cuando esperaba una respuesta que Vincent no sabía darle.
  El canoso miró a su alrededor y se vio envuelto a miles de cosas que evocaban a su “mejor amigo”. Las paredes blancas y nítidas de la habitación eran algo típico de él, el sofá negro de cuero, sus oscuras chaquetas colgadas del perchero de la entrada… No había rastro de suciedad, la casa olía a jazmín, como si fuera un jardín de una casa de campo de los años sesenta. Vincent se dejó ensimismar por el olor y no sólo eso, se dejó atrapar por Sebastian, que había tenido que acercarse a él porque su tono de voz era demasiado bajo.
  -          No, por favor, no digas eso. –El tono de su voz era ahora dulce, incluso condescendiente. –Yo… de verdad, no te sientas culpable, por favor. Soy yo el que ha exagerado demasiado las cosas. –Terminó por decir, cabizbajo.
Sin embargo, sus manos cogieron gentilmente las del moreno entre las suyas. Acariciaron la palma de esta y buscaron sus dedos para entrelazarlos con los suyos propios. Ninguno de los dos era capaz de mirarse el uno al otro, porque cuando ya se había dicho más de la cuenta, ¿quedaba algo por decir?
  El mayor lo miró de reojo. Sus ojos estaban vidriosos y sus manos sudaban levemente, acompañando al tembleque de sus piernas. Estaba débil y lo peor de todo, estaba indefenso. Más indefenso que la noche que se apoderó de él sin piedad en aquella cama. Su corazón dio un vuelco al verlo de aquella manera, los impulsos corrían por sus venas. Pero cuándo se acercó a su rostro e intentó besarlo, sus labios no buscaron los ajenos, si no que se posaron como una ligera mariposa en la frente de Sebastian. Apartando el pelo con una mano, besando su suave piel, muestra de que estaba ahí para él.
Pasase lo que pasase.
  -          Sebastian… -Su nombre sonó dulce, etéreo. –No necesitas protegerte a ti mismo… -Suspiró, dando un segundo beso en la frente ajena. –Yo estoy contigo, aquí, para protegerte.
Sus manos soltaron las ajenas y acariciaron sus hombros, tensos y paralizados. Sus dedos se pasearon por su espalda y mimaron su cuello y su nuca. La piel estaba caliente, las ropas arrugadas, pero el tacto era más que perfecto.
Y, aquellas, habían sido las palabras más sinceras que jamás había dicho. Él no era un superhéroe, claro que no, pero por Sebastian lo sería. Por él sería cualquier cosa, aún si no estaba acostumbrado.  
Para Sebastian, las cartas estaban puestas sobre la mesa,  después de tanto tiempo sentía que estaban en igual de condiciones, y que abrir su corazón había sido la mejor opción, pero de seguro la más dolorosa que podría haber tomado. Nunca mostraba a nadie que era lo que realmente pasaba por su cabeza o como se sentía, pero en ese momento tuvo que hacerlo, y de un modo u otro se sintió relajado, aunque los nervios aun estuviesen a flor de piel.
  La voz del mayor fue un relajante efectivo, al igual que el tacto de sus manos en torno a su piel, en esos momentos el enfado o cualquier otro sentimiento similar parecía haberse esfumado a pesar de la viveza de estos segundos atrás.
Vincent alegaba que le protegería, pero ¿Debía de creer en él? Aun se sentía desconfiado, pero fue dando su duro brazo a torcer hasta que finalmente acortó la distancia entre ambos y tras el segundo beso sobre su frente apoyó la cabeza en el hombro contrario.
  Sus manos aun temblorosas se agarraron a la camiseta que Vincent vestía aquella noche y su única respuesta fue un movimiento de cabeza que dejaba entrever la aceptación de este.
Sebastian no quería luchar más contra sí mismo, no quería tener que protegerse por miedo a ser herido, incluso había olvidado como se sentía cuando uno no se preocupaba de ciertos temas que a diario todos suelen pasar por alto, todo eso le cansaba tanto que la idea de poder deshacerse de ello provocaba que el corazón  se le saliese por la boca de la tranquilidad.
  Las manos que agarraban su camiseta terminaron por soltarle, pero no para alejarle, sino simplemente para acercarse más a él, para abrazarle con fuerza aunque aún sus manos estuviesen temblando.
El subidón de sentimientos habían sido tantos que Vincent estaba demasiado tranquilo a estas alturas. La luna haciéndose con el poder de la habitación a oscuras, el suave olor que desprendían las ropas de Sebastian, mezcla de nicotina y aquel perfume que solías usar… Sus manos posándose en su espalda, su pecho contra el suyo propio. Aquello parecía el paraíso, parecía una fantasía de la que jamás querría despertar.
Era surrealista, pero increíblemente bello a la vez.
  Su nariz buscó con sumo cuidado entre sus cabellos, una de sus pequeñas y rojas orejas. Y la besó, continuando por buscar su rostro, esperando no encontrar estúpidas lágrimas a causa de este malentendido. Pero el mayor bien sabía que Sebastian no necesitaba llorar para dejar salir todo lo que llevaba dentro. Entonces fue cuando besó una de sus mejillas suavemente, aún sus manos apoyadas en su espalda, lentamente acariciándole de arriba abajo.
La otra, buscaba su mejilla, paseando los dedos como si fuera la obra de arte más delicada del mundo.
  Las palabras no hacían falta esta vez, todo había quedado dicho, todo aquel drama no había sido en vano. Pero Vincent necesitaba algo más de él. Necesitaba besarlo y lo haría, buscando sus labios con los ojos entrecerrados, aún con las gafas puestas. Molestaban, así que antes de besarlo, simplemente se las quitó y las tiró en un lugar de aquel sofá de cuero negro.
Sujetó aquel rostro por una de sus mejillas y lo alzó, haciendo que sus labios colisionasen como dos planetas a punto de explotar. No fue un beso apasionado, no fue un beso húmedo, pero fue sincero. Fue tierno, dulce, no importaba nada más. A su alrededor, el tiempo se paraba bruscamente.
  A los ojos de Vincent, aquella escena era maravillosa. El desenlace perfecto para cualquier historia llena de penurias. Pero la magia desapareció cuando ambos tuvieron que separarse el uno del otro para respirar.
El canoso sonrió, su mirada ahora descubierta no expresaba más que el amor que sus palabras no podían.
  -          ¿Y bien? ¿Te vienes a la cama? –Preguntó, ofreciéndole una sonrisa que brilló como el mejor de los amaneceres.
Cogió su mano y entrelazó sus dedos con los del moreno. Y lo besó otra vez, por suerte, aquel no era el último de todos los besos. Aún quedaban muchas promesas por cumplir. Los fantasmas desaparecerían y no habría nada de lo que preocuparse.
Se tenían el uno al otro, después de todo.
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misharyes · 7 years ago
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NWC #03
Prompt: Azul Universo: Guild Wars 2 Personaje: Rowan & sylvaris Notas: ¿contexto? ¿qué es eso? ¿se come?
Cadeyrn es el primero, nacido en la estación de las hojas que mueren, y comparte nombre y ciclo con uno de los segundogénitos, al que llaman, en susurros, el gran corruptor, pues suya es la culpa de la caída de Faolain y el sufrimiento de Caledon. Cadeyrn se aleja de un legado que no ha pedido, por ello es también el primero en marchar, con no más intención que la de buscar el suyo propio. Crearlo. Rowan no lo ha conocido tanto como querría, pero de él sabe esto: todo tiene derecho a crecer. Cadeyrn ha sido siempre el campeón de los diferentes y de los desfavorecidos; no importa cuantas manchas cubran su nombre, no son suyas.
Cian es la segunda. Despierta en la estación del calor, al romper el día. Habla demasiado, con una voz infantil que inspira alegría sin importar sus palabras, y aprende todo lo que le quieren enseñar: sobre animales, sobre plantas, sobre su magia y cómo usarla para curar y ayudar. Disecciona cada palabra que le dicen, medita cada acción, sonríe sin importar si los demás no lo merecen. Es la segunda, también, en marcharse, deseosa de conocer el mundo que Aife dice que los espera, de cambiarlo granito a granito de bondad. Antes de irse, promete: volveré a tiempo. ¿A tiempo de qué? Rowan a veces se pregunta si había otras cosas que quería decirles, si era una promesa de esperanza más que de cercanía, como si conociera ya entonces la crueldad que esperaba al otro lado.
Esyld y él son los últimos y los dos que se quedan. Despiertan con días de diferencia, al acabar la estación de la nieve y empezar la de la hierba; horas de diferencia, también, en sus distintas fechas: anochecer, noche — al final lo que importa es la ausencia de sol. A veces Rowan se pregunta si no era un presagio para lo que les esperaba. Y se pregunta aún más: si no os hubierais ido, ¿nos podríais haber salvado?
Pero Esyld, también, es su favorita. La estación de las nieves se dibuja en la textura de sus hojas, azules, blancas, violetas. Le recordaba al cielo, al mar, a todas las cosas bonitas que hay en el mundo y que, espera, sus hermanos puedan apreciar incluso cuando ya no estén.
Adonde vaya la vida, debes ir tú.
Quizá fue esa curiosidad que compartían y los unió tanto la que los condenó desde el principio. La que los hizo víctimas fáciles.
Cuando Mordremoth llega, el azul de Esyld se vuelve gris y Rowan, consciente de que él también se marchita, no cree haber sentido nunca antes tristeza semejante.
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misharyes · 7 years ago
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NWC #02
Prompt: Rojo Universo: Dragon Age Inquisition AU Personaje: Adrian DeRaar Notas: Ugh. No recuerdo muy bien cómo iba In Your Heart Shall Burn, tengo que rejugar el juego. Pero bueno, que me mola el angst.
La nueva orden sangra sobre la nieve de la misma forma que la antigua. La carne de la nueva orden se quema de la misma forma que la antigua cuando Sera deja caer un cargamento de madera ardiendo sobre sus cabezas.
Pero la nueva orden no grita como la antigua. Es un chillido más animal que humano que hace que Adrian quiera taparse los oídos y rezar por almas que no son la suya.
(Porque la suya está tan perdida como las demás y lo merece, lo merece, lo merece.)
Pero en lugar de ponerse de rodillas y suplicar perdón por los hermanos que no pudo salvar, por las mentes dejó corromper y las vidas que abandonó en Therinfal Redoubt, hunde la espada de Denam en cuerpo tras cuerpo, buscando los huecos de una armadura que conoce muy bien. Intenta no buscar ojos que no ven como los suyos, no reconocer los rasgos desfigurados por el lirio, no recordar voces que parecen penetrar en su cabeza y unirse a la llamada de una canción que no quiere escuchar.
Pero no puede, no puede, no puede. Entre cada resuello pide perdón y tras cada envite resiste el impulso de limpiarse la cara de un algo cálido que no sabe si es lágrimas o sangre.
Y busca. Busca a Denam. Sigue buscando incluso cuando ordenan la retirada hacia la Capilla, ahora que todos los civiles están a salvo. Sigue buscando incluso cuando siente a alguien tirar de él con fuerza inhumana, cuando Trevelyan, a caballo, carga contra la siguiente oleada tratando de abrirse paso hasta los trabuquetes.
Y lo encuentra. Lo encuentra y no es Denam. Por un momento el monstruo corta su ruta de huida hacia la Capilla, brazos como cuchillas esculpidas en piedra roja que parece arder tanto como Haven mismo, dientes que sobresalen afilados y desiguales, la cara desfigurada por el lirio. El brillo de las llamas convierte un momento horrífico en algo hipnótico y Adrian cree, por un momento, que es capaz de ver, entre el mineral que desgarra carne y piel y las venas que se marcan rojas y enfermizas, todas esas cicatrices de quemaduras que recorrió con los dedos solo semanas antes.
Pero no es Denam y esa realización duele tanto que apaga todo lo demás. La culpa, la impotencia, la ira, ese amor que lo está matando más que el lirio. Apaga todo lo demás y lo deja añorando un final que Trevelyan le arrebata. Un puño de piedra surge de detrás de él, hace caer al monstruo, y lo último que Adrian ve antes de echar a correr hacia la Capilla es a Denam —no, no Denam, no— abalanzarse sobre el mago y la buscadora y el mercenario qunari.
No lo ve caer. No lo ve sangrar. No lo ve chillar.
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misharyes · 7 years ago
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NWC #01
Prompt: Verde Universo: Killjoys AU Personajes: Andreas DeRaar, Marie Sasamine
Cuando vuelve en sí, tiene la única impresión de haberse dormido al aire libre, al aire libre. Pero aunque lo siente, no ve suelo bajo él, solo oscuridad y estrellas lejanas, puntos de luz en la infinidad del espacio. Pero al parpadear la ilusión desaparece, titilando como una lámpara gastada hasta que todo lo que queda son las paredes blancas de debajo, recorridas por tubos infinitos que, si fuera más ingenuo, diría que llevan algún tipo de combustible.
Pero el líquido que los recorre es verde y han pasado muchos años desde la última vez que Andreas pudo considerarse algo cercano a ingenuo o inocente. No se atreve a acercarse, hay algo en el plasma, en la certeza del peligro que representa, que lo repele.
Con cierta dificultad se incorpora hasta colocarse de rodillas, intentando deshacerse de las ataduras que mantienen sus manos inmóviles tras su espalda. En el brazo metálico no es capaz de sentir la fricción, solo oírla casi amplificado en el silencio que lo rodea, pero en la muñeca derecha pronto empieza a doler. Y desiste.
Agudiza los oídos, pero aún tarda varios insoportables minutos en percibir algo. Luego enfoca la vista, activando las cámaras térmicas de sus mods hacia lo que supone que es la puerta justo antes de que se abra. Tres figuras, que aparecen pronto en su campo de visión; una mujer, dos hombres, ambos caminando dos pasos tras ella en un silencio casi reverencial.
Lo único que se le pasa por la cabeza es: lo que me faltaba.
Nunca la ha visto, no en persona, pero eso no quiere decir que no sepa de quién se trata. No está seguro de cómo ha acabado en la nave nodriza de los hullen, pero sí que no significa nada positivo para él.
—Eres un hackmod —exclama cuando se acerca y hay algo como sorpresa en su voz, suave y aterciopelada a pesar de ello. Como toda reacción, Andreas solo resopla.
—Es lo que tenemos algunos —replica, pero su tono es más resignado que molesto o desafiante. Aun así, la hace reír. Intrigado, inclina la cabeza hacia arriba, intentando mirarla a la cara desde su posición.
Sus ojos son verdes. Le hace preguntarse si siempre han sido así o…
—No sé si eso provocará… incompatibilidades.
Esta vez no parece dirigirse a él, sino más bien a sí misma. Tiene un gesto pensativo, como si realmente estuviera considerando lo dicho, y es eso lo que hace que salten las alarmas en su cabeza. La palabra se repite en su mente casi como el eco de una premonición ominosa: incompatibilidades, incompatibilidades, incompatibilidades.
Todo cobra sentido en un instante, en una décima de segundo, y la única reacción que Andreas tiene al pánico que le sube abrasivo por la garganta es reír. Agacha la cabeza y ríe, porque incluso en la maldita guerra que ha iniciado su hermano tenía que salir él perdiendo.
La mujer lo observa sin apenas inmutarse. Es todo lo que hace. Observarlo, juzgarlo. Andreas siente el peso de su mirada, pero no se mueve ni siquiera cuando sus dos guardias lo agarran de los hombros y lo levantan de un tirón.
—Sois curiosos, los humanos.
No contesta, porque sus carcajadas no se apagan; si acaso, aumentan. Humano. Lo que alguna vez fue. Lo que ya no será. Hay un cierto consuelo en esa noción de humanidad perdida.
Ella le permite reír, sin dejar de mirarlo, hasta que al fin siente que se calma. Atesora el dolor que siente en el pecho producto del esfuerzo, porque quizá sea la última vez que lo sienta, y le dedica una sonrisa que es solo rebeldía e ira.
—Voy a sobrevivir esto también —le dice. Promete.
Ella también sonríe.
—Realmente espero que lo hagas, Andreas.
Pone énfasis en su nombre y no se siente tan reconfortante como debería, pero Andreas solo asiente y desvía la vista incluso cuando los dos guardias tratan de encaminarlo hacia fuera, enfocándola en los tubos verdes que recorren la sala. Lo ha oído antes. Lo verde se lleva todo. Andreas se pregunta cuánto de él se llevará. Cuánto quedará después.
Espera que nada.
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misharyes · 7 years ago
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November Writing Challenge
Reviviendo este tumblr (a ver si le hacemos un lavado de cara también, o algo) para intentar superar el reto de escritura (en honor al NaNoWriMo) que mi bestie y yo nos hemos propuesto... con tal de retomar nuestros hábitos de escritores, lol. No tiene por qué ser muy largo, no tiene por qué ser una obra de arte, la cosa es completarlo.
A ver si lo logramos.
Colores 01. Verde 02. Rojo 03. Rojo 04. Plata 05. Negro Armas 06. Cuchillo 07. Arco 08. Pistola 09. Kalashnikov 10. Granada Frutas 11. Naranja 12. Arándano 13. Fresa 14. Melocotón 15. Piña Sentimientos 16. Miedo 17. Deseo 18. Gratitud 19. Ternura 20. Celos Verbos 21. Silenciar 22. Herir 23. Abrazar 24. Decidir 25. Comparar Variado 26. Música 27. Grito 28. Hueso 29. Agua 30. Pérdida
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misharyes · 9 years ago
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Orgullo y prejuicio y perros (1/?)
Tumblr media
Aquí tenemos el terrible, TERRIBLE AU digno de comedia romántica que nadie ha pedido pero que se me ha antojado por aquella charla que tuvimos sobre qué raza de perro tendrían Audrey y Adrian respectivamente, porque obviamente ellos son… dog persons, en comparación con Aaren, Andreas y Ashley pues (demasiadas As).
Cualquier parecido entre el libro que le da título (aunque no tenga perros) o su película y este fic es pura coincidencia, básicamente porque soy una perra inculta que no lo ha leído.
Universo: Modern Day AU Personajes: Adrian Vaughn, Audrey Brooke, Klara Vaughn, Hunter Taylor
No lleva ni dos semanas en su nueva casa y su nuevo empleo cuando la conoce. Adrian está acostumbrado a pasear a Trajan, su enorme San Bernardo —o más bien el de su hija—, por las calles amplias y empedradas de su antiguo pueblo, mucho más tranquilo, así que el ruido de los coches y la gente lo irrita a él mucho más que al perro, que mira todo con sus enormes ojos castaños y la lengua fuera, como si no hubieran hecho ese recorrido casi a diario desde que se mudaron.
Cuando los niños empiezan a salir del colegio, Trajan empieza a ladrar, pero por suerte no tironea de la correa —Adrian es fuerte y definitivamente un hombre de robustez considerable, pero no quiere probar su suerte contra un perro de esas dimensiones, muchas gracias—.
Más de un crío se asusta, pero a Klara se le iluminan los ojos cuando los ve esperando junto a la puerta de salida.
—¡Hola, Trajan!
Y ahí está, típico de su hija saludar primero a su perro que a su padre.
—Yo también te quiero, cariño —resopla mientras la niña se arrodilla junto al perro, algo que francamente no le hace falta para estar a su altura, y se engancha de su cuello mientras le rasca el lomo con ambas manos.
Klara se ríe como si no hubiera roto un plato en su vida y sinceramente Adrian no puede dejar de maravillarse por la facilidad con la que logra hacerla reír incluso cuando las heridas son tan recientes. A lo mejor por eso no trata de hacer que se apure y le da tiempo, mientras se cruza de brazos, apoyado en la pared con la correa entre las manos. Sus ojos van del perro a Klara y de Klara hacia la calle y la puerta del colegio. Tarda un poco en darse cuenta de que una mujer, vestida con una chaqueta negra y unos vaqueros claros, está mirando a su hija y su perro con cierta curiosidad. Sube los ojos y cuando se cruzan, él le regala una pequeña sonrisa entre condescendiente y avergonzada, como si dijera “cómo son los niños, ¿eh?”.
No tiene ningún resultado, porque ella frunce un poco el ceño y, tras unos momentos, sigue su camino. Adrian no entiende muy bien cuál es el problema ni qué se esperaba exactamente.
Hacer amistades en esta ciudad del demonio va a resultarle más complicado a él que a su hija, está seguro de ello. Demasiados años fuera, supone. Eso, y que se ha acostumbrado a la familiaridad del pueblo, a sus cuatro casas mal puestas, al excéntrico señor de las cabras que vive en las afueras —un tal Robespierre— adoptando todo bicho que pasara cerca de su puerta y sobre todo a que todo el mundo sepa su nombre —y hasta qué le gusta(ba) desayunar en el bar de la esquina los domingos a las ocho en punto—.
Al menos todavía no ha tenido ningún ataque de ansiedad a cuenta del cambio de rutina. Algo es algo. *** Lo más irónico de todo es que, esa misma tarde, descubre cómo se llama esa mujer en concreto y, a partir de ahí, imaginar por qué se les había quedado mirando no es muy difícil. Son las siete y media de la tarde, está anocheciendo y deberían volver a casa, pero a Adrian le gusta ver a su hija feliz, así que termina retrasando la vuelta cinco minutos más cada vez a pesar de que pronto se va a quedar sin luz para leer su revista sobre programación y ni siquiera achicar los ojos para distinguir las letras le va a servir de mucho.
Ni siquiera sabe cómo se llama el niño que lleva la última hora jugando con ella y Trajan de un lado para otro del parque. Al final acaban los tres llenos de tierra y césped hasta las orejas y a Adrian le da pereza siquiera pensar que va a tener que bañar a Trajan a esas horas. No importaría si no fuera porque el maldito chucho tiene la costumbre de invadir su cama —razón última por la que Adrian sigue teniendo una cama de matrimonio y no una individual—.
—¡Hunter!
No tiene razones para hacer caso alguno a esa voz, pero Adrian levanta de todas maneras la cabeza con parsimonia porque cualquier cosa es mejor que la idea de dejarse los ojos en su revista. Le sorprende encontrarse a la misma mujer castaña de la puerta del instituto, esta vez acompañada de un perro que le da muy mala espina. No sabe si por la pose vigilante, las orejas tiesas y amenazantes o la manera en que mira a Klara.
¿Por qué alguien querría tener un dóberman, en serio? Esa mujer tiene un pobre gusto en perros.
—¿Ya, mamá? ¡Pero no son ni las ocho! —reclama el niño que estaba jugando con su hija. Y Adrian no debería poner la oreja, pero lo hace de todas maneras, mientras que Klara se queda mirando al tal Hunter mientras acaricia a Trajan y luego le sonríe a la mujer.
¿Por qué le sonríe a la mujer?
—Buenas tardes, profesora Brooke.
… Ah.
Qué bien.
Su hija se ha hecho amiga del hijo de una de sus profesoras. ¿Le servirá como enchufe? Si esa amistad le sirve para subir sus notas en matemáticas —Klara ha debido de sacar su incompetencia al respecto de su madre, porque a él las matemáticas hasta le gustan— se dará por satisfecho. No es un método muy ortodoxo de conseguir un aprobado, pero su hija nunca ha mostrado mucho respeto por las normas, a decir verdad.
—Buenas tardes, Klara. —La profesora Brooke es lo suficientemente simpática como para sonreírle a su hija, pero a él bien que le miró mal—. ¿Ese perro es tuyo?
—Se llama Trajan y es muy bueno, ¿a que sí, Trajan? —Y Trajan ladra para demostrarlo, algo que no parece ser muy buena idea porque el dóberman de la mujer lo hace también hasta que ella lo calla—. ¿Y el tuyo?
—¡Es Hyde! —El niño, que cree que se llama Hunter, exclama justo antes de abrazar a ese perro que definitivamente no parece una mascota muy apta para un niño—. Es de un libro que a mamá le gusta mucho pero que yo no he leído.
Es entonces que Adrian decide intervenir. Cierra su revista con una calma intencional y se acerca a ellos. Trajan gira su enorme cabeza y lo saluda con la lengua fuera. Adrian solo tiene que estirar un poco la mano para darle un par de palmadas en el lomo, antes de que decida sentarse.
—Buenas tardes.
Y la mujer vuelve a fruncir el ceño al verle, aunque esta vez con un gesto algo más pensativo.
—Usted es…
—El padre de Klara.
Adrian se fija en sus ojos. Por un momento aparece en ellos un destello de sorpresa, que no se va ni siquiera cuando le regala una sonrisa que a él le sabe prefabricada. Él se la devuelve, sin poder evitar preguntarse si acaso la profesora Brooke se creía que era uno de esos señores de dudosa reputación que van a mirar a los críos a la salida de clases. O a regalarles caramelos no muy legales. Lleva años sin pisar la ciudad, así que no le extrañaría oír que se ha llegado a ese punto.
—Encantada de conocerle, señor… ¿Vaughn? —pregunta dubitativa, como probando suerte, cuando le estrecha la mano.
—Lo mismo digo, profesora Brooke. —Y él decide llamarla así para no arriesgarse con el ‘señora’ o ‘señorita’, aunque si tuviera que apostar por uno de los dos apelativos se decantaría por el primero. A fin de cuentas, el niño que ahora está acariciando al cancerbero… perdón, dóberman no ha debido concebirlo ella sola.
—Oh, por favor. Audrey. —Su sonrisa esta vez parece más sincera, aunque ni siquiera se molesta en preguntarle su nombre, pero flaquea en cuanto mira a Trajan—. Tiene un perro bonito. Aunque, ¿no es una raza un poco extraña para tener en ciudad?
—¿Qué tiene de malo?
Lo pregunta antes de poder morderse la lengua y formular una protesta que no suene tan confusa u ofendida. Los dos niños parecen volcar su atención en ellos y a Adrian no le hace falta mirar para darse cuenta que hasta los perros han levantado las orejas y ahora les hacen más caso a ellos.
Audrey se muerde el interior de la mejilla, gesto que no le pasa desapercibido, y parece pensarlo unos momentos antes de hablar.
—Bueno, es un perro muy grande. Probablemente no está hecho para estar en una casa, sino en el campo. Y es muy fuerte, ¿no es peligroso?
—No soy yo quien tiene una bestia de ataque de mascota.
No piensa antes de hablar, por supuesto, y no pasan ni unos segundos antes de que se arrepienta de lo que ha dicho. Le parece oír un golpe detrás de él y está casi seguro de que Klara se acaba de dar una palmada en la frente. Suele hacer eso muy a menudo cuando mete la pata, aunque la verdad es que no le hace falta esa pista para saber que esta vez además ha sido hasta el fondo. Que no es como si no pensara eso del perro en cuestión, pero hay algunas opiniones que es mejor callarse.
Audrey, no obstante, parece haberse quedado muda. Luego frunce el ceño, se yergue un poco como si así pudiera hacerse mágicamente más alta —unos zapatos con más tacón y, con toda probabilidad, logrará mirarlo a los ojos sin tener que levantar tanto la barbilla— y replica, muy seria:
—¿Disculpe?
Y sí, es más que claro que le está dando la oportunidad de pedir disculpas y poner alguna excusa, pero Adrian siempre ha sido una persona orgullosa, de las que llevan todo hasta sus últimas consecuencias, y con la mala costumbre de estropear la situación de manera irreversible. Si hubiera una medalla al más socialmente inepto, se llevaría el oro.
—Quería decir que… Los dóberman no son perros muy dóciles, ¿no? —Ni siquiera se da cuenta de cómo lo está mirando. Hunter y Klara, por su parte, intercambian miradas de incredulidad y parecen contener la respiración por la tensión—. Quiero decir, son agresivos y todo eso. ¿No es peligroso para un niño de la edad de su hijo?
La incredulidad de la cara de la mujer va mutando poco a poco en molestia. Lo mira como si quisiera abofetearlo, torciendo los labios en un casi puchero, y Adrian en otras circunstancias habría dicho que parece hasta mona así.
—Su perro puede romperle la espalda a su hija si se le echa encima. Y espero que lo tenga bien enseñado y no muerda, porque con esa mandíbula…
Adrian siente que se le suben los colores a las mejillas y no precisamente de vergüenza.
—Es un perro pastor —reclama, vocalizando muy despacio como si así pudiera darle más poder a sus palabras—. Dócil. Cariñoso. Definitivamente bueno con los niños. —Señala entonces al cancerbero con la cabeza, mientras una pequeña sonrisa arrogante empieza a formarse en las comisuras de sus labios—. Su perro, en cambio, está incluido entre las diez razas más peligrosas del mundo. Y perdóneme si el nombre de Hyde no me inspira mucha confianza.
Ella abre la boca, sin lugar a dudas para decir algo, pero Hunter y Klara parecen haberse puesto de acuerdo e interrumpen, cada uno tirando del brazo de su respectivo progenitor antes de que llegue la sangre al río.
—¡Mira qué hora es, mamá!
—¡Se ha hecho de noche, papá! ¡Tengo frío!
—¡Yo tengo hambre!
Siguen quejándose durante unos momentos más, antes de darse cuenta de que ambos se están mirando fijamente con el ceño fruncido y las mandíbulas tensas y apretadas. No llega a nada más, porque de repente y de manera abrupta tanto Audrey como Adrian se dan la vuelta. Ella tira de la correa de su perro, que protesta, mientras que él no tarda en darse cuenta de que se ha olvidado algo y silba para que Trajan corra a su lado. El San Bernardo no es muy elegante o veloz, pero no tarda mucho en llegar a su altura, ladrando alegremente.
Klara suspira, dejando caer laxos los hombros como si toda la tensión hubiera desaparecido de golpe, y se gira para sonreírle a Hunter, que parece tan pasmado como ella.
—Te veo mañana en clase —le dice, asegurándose con un vistazo rápido de que Adrian no se ha alejado mucho.
—Hasta mañana.
Se dan la vuelta para irse, pero ambos parecen pensar algo y se quedan un momento parados, en silencio. Es Hunter el primero que habla, mordiéndose ligeramente los labios.
—Oye.
—¿Qué?
—Yo, uh… —Duda un instante, mira en la dirección en la que se aleja su madre y asiente, como convenciéndose de que está lo bastante lejos como para no oír lo que dice—. Yo creo que tu perro es muy majo.
Ella también se asegura, antes de contestar, de que su padre no la va a oír desde donde está.
—Y yo no creo que tu perro sea peligroso para nada.
Ambos se sonríen de oreja a oreja, ligeramente cómplices, y cuando se dan la vuelta para correr y alcanzar a sus padres casi están riendo por lo bajo.
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misharyes · 9 years ago
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Writing masterlist
I wanted to organize myself, so I figured it would be great to just organize my fiction work/plot ideas in a list I can check whenever I want. This way I might force myself to finish everything... xD
Language: English
One-shots - completed and published:
The inescapable fatality of it all - Max + Amaryllis, original story
I can’t save us, my Atlantis - Max/Ceinlys/Yvar, original story
Human graveyard - Max + Yvar, original story
Grave Danger scene #1 - Evelina + Miksa + Hela (Kàa), Grave Danger
Grave Danger scene #2 - Miksa + Hela (Kàa), Grave Danger
Prompt #40 - Adrian + Audrey (Kàa), Killjoys AU
Killjoys scene #1 - Adrian + Andreas + Ivis + Jinri (Kàa), Killjoys AU
The lost and the faithful - Adrian/Audrey, Killjoys AU       Five times Adrian and Audrey disagreed about the Faith and one they understood each other.
One-shots - work in progress:
Misery loves company - Adrian + Ashley + Osvald, Killjoys AU      Five things Ashley and/or Osvald taught Adrian and one he taught them.
Little lion man - Adrian + Evelina + Silas, Killjoys AU      Sometimes there are monsters lurking inside of us. Made, acquired, bought, inherited. Sometimes you turn into your own monster and it’s not your fault.
We’ll always have Utopia - Adrian + Raiden, Killjoys AU      I’m laughing like a five-year-old at the reference, don’t mind me.
Larger works - work in progress:
Villains in your head (1, 2, 3) - Adrian + Audrey + Ashley + Nolan, Killjoys AU
Matters of the heart (1, 2, 3, 4, 5, 6) - Max/Amaryllis, IOAC AU
Kill me (NYP) - Alfred/Carsten, original AU
Language: Spanish
Larger works - work in progress:
Orgullo y prejuicio y perros (1/?) - Adrian/Audrey, original AU
Ideas (either in English or in Spanish)
This love will be your downfall - Fríade/Noa, Killjoys AU      “I don't see a reason why we can't just be apart      Now we're falling on each other like we're always in the dark”
Space circus - Vahaqer’s troupe, Killjoys AU      The boss, the heir, the hitman, the bodyguard, the dealer, the honeypot, the mole, the mastermind, the conspirators.
To serve and protect - Caiden/Nolan + Nolan/Ashley, Killjoys AU      They say the road to hell is paved with good intentions, but the journey is long and hard and nobody ever said he was allowed to have company.
Call me Houdini - Max + others, original story      Five times Max used his disappearing act trick to escape from his feelings and one he didn’t have to.
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misharyes · 9 years ago
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KILLJOYS AU: FRÍADE ALDOHR
But you let go 'Cause your hope is gone And every question fades away It's a shame you don't know what you're running from {x}
Nombre: Fríade Aldohr
Edad: 26 (inicio del AU)
Lugar de procedencia: Leith
Ocupación: True Leithians (inicio) / Killjoy RV
PERSONALIDAD
Decidido, arisco, directo y cortante. En resumidas cuentas, desagradable. Fríade es una persona que tiene serios problemas para acallar sus propias opiniones, más aún cuando son negativas, o para suavizar su actitud. No tiene paciencia para tratar con la gente y juzga a los demás con la misma dureza con la que se juzga a sí mismo, por lo que además se llena de expectativas y cree que todos deben ser igual de autosuficientes que él. Sin embargo, no todo es negativo; después de todo, también es calculador y observador, prudente, fiel y sacrificado.
HISTORIA
Nacido en el seno de los True Leithians, desde muy pequeño Fríade demuestra ser justo lo que se espera de él. No obstante, a pesar de la proximidad ideológica, el ambiente es demasiado cerrado para él, por lo que pronto empieza a alejarse de su propia comunidad, involucrándose con gente muy poco deseable para sus padres y vecinos. Es por eso que abandona definitivamente a los True Leithians y, desarraigado, se une al RAC. Trabaja como killjoy durante varios años hasta que, a causa de algo que sucede con Noa y una vieja plantación de jakk, incumple algunas de las principales normas y es sometido a una ejecución sumaria. Supuestamente.
RELACIONES IMPORTANTES
Firenze, Niels y Siri: hermanos. Son los más próximos a él en edad, algo que es evidente por la relación que tiene con ellos, y los únicos que se dan cuenta de que hay algo raro en la manera en que se manejó su supuesta ejecución.
Noalani Rhys: hija del dueño de una plantación que hay por la zona donde vive Fríade, en cuyo territorio se cultiva jakk a escondidas. La chica de la que se enamora y por la que, finalmente, acepta una orden de nivel V para darle tiempo a escapar de la Compañía.
Iralia Jaenke: amiga de la infancia e hija de una de las familias pertenecientes a los True Leithians. En teoría su novia, aunque más que nada para contentar a los padres de ambos y que dejen de presionar, debido a que entre los True Leithians lo ideal es casarse entre miembros de la comunidad.
Maah Jaenke: hermano pequeño de Iralia, buen amigo y consejero.
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misharyes · 9 years ago
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KILLJOYS AU: NOLAN MISHARY
You can't wake up, this is not a dream You're part of a machine, you are not a human being With your face all made up, living on a screen Low on self esteem, so you run on gasoline {x}
Nombre: Nolan Mishary
Edad: 34 (inicio del AU)
Lugar de procedencia: Leith
Ocupación: Ex-soldado (black ops) / Killjoy RVI (test subject)
PERSONALIDAD
En la personalidad de Nolan hay mucho del soldado que alguna vez fue y quizá por eso se muestra demasiado duro y firme, con un sentido del deber y del sacrificio que parece exagerado. Para Nolan el deber y el bien común están por encima de todo y por ello compartimenta sus propios sentimientos en una escala de prioridades, alejándose de los demás y de su verdadero ser de manera deliberada. Sin embargo, toda esa represión a la que se somete a sí mismo lo agota, lo mantiene constantemente alerta y evita que mantenga la cabeza todo lo fría que debería en algunas situaciones.
HISTORIA
Nace y se cría en Leith, pero la vida en esa luna pronto demuestra no ser para él y, tras separarse de su mujer, decide unirse a la milicia de la Compañía, pero la presión resulta ser demasiada y tanto él como Caiden desertan. Su estatus de fugitivos no les deja demasiadas opciones, por lo que se unen al R.A.C. con el fin de obtener algún tipo de inmunidad, desconociendo que pronto son seleccionados para las primeras pruebas de Red-17. Tras completar su transición a RVI, Nolan recibe órdenes muy específicas que lo llevan a Westerley con una falsa tapadera de RV. Allí forma equipo con las hermanas Brooke y posteriormente solo con Ashley. 
RELACIONES IMPORTANTES
Estian y Vaile Mishary: hijos a los que apenas conoce, al haber sido secuestrados por la Compañía en calidad de rehenes con los que asegurar que Nolan cumple sus órdenes.
Caiden Galvaanden: amigo de la infancia, compañero del ejército y posterior compañero de equipo killjoy. Como sujeto de pruebas de Red-17, Caiden mostró varios problemas que le terminaron costando la vida.
Ashley Brooke: compañera de equipo y posterior pareja. Una chica que le hace sentir demasiadas cosas y ninguna buena para su misión.
Audrey Brooke: hermana mayor de Ashley y, para el caso, quizá también suya. Siente un instinto de protección muy arraigado hacia ella. 
Adrian DeRaar: compañero de equipo de Audrey y el objetivo de sus órdenes, por su condición de RVI parcial.
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misharyes · 9 years ago
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KILLJOYS AU: ZAHIRA TAHAR (IVIS)
Your paradise is something I've endured See I don't think I can fight this anymore I'm listening with one foot out the door And something has to die to be reborn {x}
Nombre: Zahira Tahar (Ivis)
Edad: 25 (inicio del AU)
Lugar de procedencia: Fuera del Quad
Ocupación: Trabajadora en Utopia (inicio) / Killjoy RIV
PERSONALIDAD
Silenciosa, discreta y observadora, Ivis es del tipo de persona que las mata callando. Le gusta proyectar una imagen de indefensión, timidez y vulnerabilidad para aprovecharse de aquellos que la subestiman, pero también porque está acostumbrada a mantener un perfil bajo y pasar desapercibida, ya que se siente más segura así. Con sus allegados se permite ser irónica y directa, pero también afectuosa y ferozmente protectora con aquellos que se ganan su confianza.
HISTORIA
Zahira procede de una colonia externa al Quad, donde se cría en un harén hasta que es secuestrada junto a otras niñas. Ante la falta de rescate, son vendidas como esclavas. Al final acaba en el Arcturus, donde aprende combate cuerpo a cuerpo en las peleas ilegales y se vuelve extremadamente popular entre los pasajeros, hasta que uno de ellos, instigado por Andreas, decide comprarla para emplearla como guardaespaldas. Se instalan en Utopia, donde Andreas y ella dirigen una tienda de tatuajes como tapadera de diversas operaciones de contrabando, hasta que decide marcharse y convertirse en killjoy, gracias al sacrificio de Andreas.
RELACIONES IMPORTANTES
Jakk Vahaqer: líder de una red de contrabando que opera tanto dentro como fuera del Quad y su jefe hasta que Andreas decide extender su tiempo de trabajo para comprar su libertad. Hombre peligroso y prácticamente intocable que tiene contactos incluso entre piratas galácticos. Su supuesto (y probablemente falso) nombre, ‘Jakk’, no es casual.  
Blake Harwood: compañero de equipo. Un veterano de rango IV que rebosa confianza en sí mismo hasta el grado de volverse exasperante. Lo admira y espera aprender de él, pero antes muerta que decirlo en voz alta.
Andreas DeRaar: mejor amigo, amante, casi un hermano que salvó su vida y compró su libertad a costa de la suya. La relación que tienen es prácticamente ‘mataría y moriría por ti’.
Adrian DeRaar: hermano menor de Andreas, aunque desconoce el detalle. Lo conoció en Utopia durante el tiempo que estuvo trabajando allí y fue quien la instó a hacerse killjoy.
Cho Jin Ri: amiga de Andreas y Adrian y trabajadora en Utopia. Una chica avispada con la que pasar buenos ratos.
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testarossautodrive · 11 years ago
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Hay cosas que es mejor no decir. [2/3]
By Maiki —as SebastiAn & Kasu —as Kavinsky.
M/M, Sebastian Akchoté/Kavinsky (Vincent Belorgey).
Rated: E (for explicit)
Spanish, 25.761 words. Finished.
Summary: The guys are in a Ed Banger Party and this time Sebastian and Vincent have to work. Jamming together is always a good think, but it seems Vincent can’t stay all the night without getting drunk. [Link to part 3]
**Every reply starts with some words as bold or italic depending on who is writing**
Tranquilamente podía haber salido de allí con pasos rápidos, dar una pequeña carrera hasta la puerta que no estaba tan lejos y salir de allí pitando, pero en cambio caminó hacía esta como si los pies le pasasen una tonelada cada uno de ellos. Eso no era culpa de Vincent, sino toda suya, de forma inconsciente no parecía querer marcharse. En su retina se quedó marcada la imagen del mayor en su regazo con esa estúpida y patética expresión de ruego porque permaneciese junto a él lo poco que quedaba de noche.
Inconscientemente quería quedarse allí, pero sabía las consecuencias. Podía ser callado, podía parecer que a veces no le importaba nada de lo que pasase a su alrededor, pero era consciente  y sabía que si aceptaba quedarse con él no sería bebiendo whisky hasta caer dormidos en el sofá, no, no iba a ser nada de eso, no iba a ser como las otras veces.
  Solo un imbécil de remate no vería las intenciones del mayor, simplemente por como lo abrazó, el tono de su voz lastimera al rogarle que se quedase con él, todo eso, dejaba más que claro que quería. Pero aun así le conmovió, el tacto de su mano contra la piel de su propia mano, la forma en la que apretó el abrazo y paseó las manos por su pecho hizo que su corazón bombease tan fuerte, como si acabase de correr una maratón durante un día entero, fue tanta la sensación que un jadeo casi inaudible salió por su boca buscando encontrar aire que calmase la ansiedad de sus pulmones y corazón.
Las extremidades  comenzaron a adormecérseles por mantener una postura tan tensa ante ese abrazo,  sabía que no podrían mantenerse así para siempre, finalmente alguno de los dos tendría que ceder y para su desgracia fue el primero en ceder.
  Relajó los hombros lentamente y pudo sentir un escalofrío frio recorrer todo su cuerpo, de pies a cabeza, erizando levemente su piel.
-          Me quedaré hasta que caigas dormido.- murmuró con apenas voz mientras se giraba, intentando recobrar la compostura que se le había escapado por la boca, casi literalmente.
Cuando estuvo frente a él no era capaz de mirarle al rostro, pero aun así era capaz de adivinar su expresión en esos momentos, una de sus manos terminaron apoyadas en el pecho contrario, en un intento de obtener el espacio vital suficiente para recuperarse, pero aunque lo necesitaba no hizo esfuerzo de apartarlo, su mano se quedó quieta y finalmente terminó por agarrar su camiseta deshecha, arrugándola bajo sus dedos.
  -          ¿Dónde quieres que durmamos?- Cuestionó aun con un hilo de voz, sin soltar la fuerza del agarre y clavando sus claros ojos en el suelo. Su cabeza se movió levemente, ladeándola y finalmente fue capaz de alzar la vista hasta Vincent, la expresión seria y fría de su rostro solo intentaba ocultar la adrenalina fría que corría por sus venas. Sus miradas coincidieron por unas milésimas de segundos donde chocaron ambas expresiones, tan diferentes pero que en el fondo querían decir tantas cosas que no eran capaces de pronunciar.
El tiempo se había parado para Vincent. No sabía ni en qué preciso momento ocurrió aquel milagro, pero lo apreciaba como nunca. Y cuando quiso darse cuenta, la mano de Sebastian se había posado grácilmente en su pecho. Si no fuera porque ambos estaban tan ensimismados mirando el uno al otro, probablemente habría sentido como su corazón latía más fuerte a cada milésima de segundo que pasaba. El mayor suspiró, intentaba tranquilizarse, pero sus sentidos le traicionaban. Le traicionaban tantísimo que poco a poco volvió a acercarse al moreno, ignorando sus palabras y sobretodo no respondiendo sus preguntas.
  Era consciente de todo lo que estaba haciendo, el tacto de aquella mano en su pecho que no tardó en agarrar con suavidad, le hacía volver al mundo real. Y en el mundo real su nariz rozaba la de Sebastian, sus respiraciones chocaban y sobretodo, sus mirabas se batían en un duelo sin ton ni son; sin ganador. El mayor no quería volver al mundo real ni lo haría, porque sus labios ya estaban rozando los ajenos, aún con los ojos semi abiertos, disfrutando de aquella mirada fría que le calaba en el alma y se hacía totalmente con el control.
  Fue entonces y en ese preciso momento cuando sus labios, aun ligeramente húmedos e influenciados por el alcohol, se tocaron. Al principio fue sólo un roce que Vincent provocó y que esperó a que fuese correspondido. Sebastian no parecía ponerle mucha pasión, como hacía con todo en general. Pero entonces escuchó un pequeño bufido más que ronco, abrió los ojos y observó aquel rostro avergonzado y aquellos pequeños cabellos que se pegaban a su frente, a causa del sudor y el nerviosismo que probablemente sentiría, pero que se molestaba en ocultar.
  Aquello superó a Vincent, gentilmente aunque impulsivo, dejando caer a Sebastian contra la puerta de su casa, escuchando un pequeño golpe al hacerlo. Apretó su mano entre la suya propia con fuerza y posó la otra en su hombro, subiendo hacia su cuello y jugando con aquellos mechones azabaches que estaban más revueltos que nunca. Entonces su lengua hizo su aparición estelar, furtivamente colándose entre los jugosos y tiernos labios del moreno, haciéndose cargo de sus necesidades y sobretodo, complaciendo las suyas propias.  
Y ahí estaba los labios de Vincent luchando contra los suyos para hacerse un hueco, pero ¿Un hueco dónde? La suave presión le obligaba a batallar también, pero estaba tan desentrenado. Era incapaz de recordar con claridad la última vez que beso de alguien de ese modo. Sus ojos terminaron por cerrarse lentamente, pues era demasiada presión en él el observar como Vincent le degustaba a sus anchas y con toda la libertad que él le entregó cuando apoyó la mano en su pecho.
Le dolía la garganta, como si hubiese estado gritando durante horas, pero eso solo era la impresión que le daba el bombeó tan duro que estaba viviendo su corazón.
  El oxígeno comenzó a ser necesario y de forma inconsciente emitió un leve jadeo, casi un gruñido mientras se volvía a encoger de hombros, buscó como apartarle pues el apartarse uno mismo era un poco difícil pues la pared hacía de punto muerto para su cuerpo.
Finalmente logró mover la cabeza, logró romper el beso y quedar jadeando apenas unos centímetros de los labios ajenos que parecían menos peligrosos de lo que resultaban ser.
Sebastian no lo sabía, pero él en esos momentos, era una completa provocación a ojos de cualquier depredador.
  Sus labios entreabiertos buscaban el aire para saciar sus pulmones y la necesidad de oxígeno en su sangre, pero estos parecían buscar un nuevo asalto pues yacían extremadamente rosados y brillantes a causa del primer beso. Pero no solo sus labios eran el único desastre provocador, su propio rostro lo era, la sangre se había acumulado en sus mejillas y provocaban en ellas un suave color sonrojado que parecía ir a juego con sus labios, ¿Y sus ojos? Era incapaz de nuevo de mantener la mirada alzada, es así que estos estaban clavados en la mano que aun sostenía débilmente la camiseta de canoso.
  Ni siquiera era consciente de que su cuerpo ahora descansaba contrala fría pared, o que temblaba levemente ante cada uno rocé de las manos ajenas. Pero había algo que se sentía bien, y era cada rocé gentil de las manos del mayor contra él. Del modo en que la mano subió por su cuello, como atrapó su mejilla y jugó con sus cabellos provocó en Sebastian una cálida sensación en el pecho que pocas veces había experimentado, pero aun así los nervios le sobrepasaban aun.
Vincent sentía como el aire se agolpaba justo entre ambos rostros. Como la habitación se volvía cálida y el Sol se resentía por salir. Aquella mano en su pecho, aquella mirada tímida y esos labios que brillaban con la tenue luz, pidiendo ser besados a gritos de nuevo; definitivamente había algo que no estaba bien dentro de él. Era increíble cómo alguien podía despertar tantos sentimientos tan repentinamente dentro de él, o eso quería creer. Quizá esto ya venía desde hacía tiempo y se había empeñado en ocultarlo. Finalmente, explotando y haciendo cosas de las que sabía que Sebastian no querría volver a hablar.
  Se acercó de nuevo a él, una de sus manos acariciando su nuca e invitándole a pegar su frente contra la suya propia. Una vez que estuvo así, de aquella manera, sus ojos lo buscaron de nuevo pero no lo encontraron. Quería demostrarle su consciencia, quería decirle cuán dulce le parecía aquel momento y todo lo que deseaba continuar.
  Sin embargo y al no recibir nada, suspiró, no decepcionado, si no sabiendo que tendría que volver a dar el primer paso si quería que aquello siguiese. Y lo besó de nuevo, lentamente, intentando no asustarlo en exceso, gentilmente buscando su lengua y torciéndola contra la suya propia. Enrollándola, saboreando aquel elixir mezcla de alcohol y de su esencia propia, una de sus manos bajando por su espalda y acariciándole, la otra sujetándolo con firmeza por aquella su ancha cintura e acercándoselo así mismo.
  Fue entonces cuando notó su cuerpo tan cerca, su calidez, su carne a través de la ropa que, entonces, ese escalofrío le hizo casi gemir. Fue profundo, probablemente su cuerpo ya estaría reaccionando de mala manera, haciendo que Sebastian se sintiera incómodo. Pero era inevitable, no sólo porque Vincent hubiera estado más de unos meses sin tener sexo con nadie, sino porque era él y él era el único que podía provocar sentimientos tan contradictorios en su persona.
Teniéndolo tan cerca, dio una pequeña vuelta, aun besándolo e intentando distraerlo con aquello. Lentamente fue andando hacia su habitación, la luz iba desapareciendo a medida que se iban acercando al alfeizar de la puerta, supuso que de esa manera sería más fácil para él.
  Aquello le sorprendió repentinamente, tirándolo contra el colchón y provocando unos leves ruidos que probablemente lo habrían despertado de aquel beso de ensueño. Ahora no estaba seguro, no de sí mismo, si no de la manera en la que Sebastian pudiera reaccionar. Así que simplemente lo abrazó, escondiendo su cabeza en uno de sus hombros y presionándola contra el colchón. 
El segundo beso se hizo esperar más de lo que pensaba, pero nuevamente fue gentil, su boca le mantenía lo suficientemente distraído para sentir solo sutilmente como las manos ajenas se paseaban al gusto por su espalda, pero se sentía bien.
Hubo un momento en el que su mente desconecto, como si de un sablazo no tuviese miedo, ni ansiedad, ni tampoco esa extraña sensación de huida que hasta ese segundo tenía, ahora simplemente se limitaba a imitar cada movimiento con los que Vincent mantenía todo su cuerpo y mente atento a él.
  Sabía que su cuerpo comenzaría a reaccionar tarde o temprano, porque no era un simple beso, era el inicio a algo más, algo que Sebastian no parecía calcular demasiado bien en esos instantes. Dócilmente se dejó guiar, sin apenas separar sus labios del beso, sin apenas perder el contacto con el cuerpo contrario. La idea de que la ropa empezaba a estorbar era tan sorprendente y la había experimentado en tan pocas ocasiones que ni recordaba la última vez.
  Pero cuando su espalda dio con el duro colchón de la cama su cerebro se reconecto, como si simplemente su mente hubiese estado reiniciándose y justo en ese momento la sesión se hubiese abierto.
Jadeó, o mejor dicho, gimoteó, sintiendo como el mayor se abraza a él de aquella forma tan íntima, presionándole contra el colchón.
-          Vincent…- jadeó su nombre mientras sus manos nerviosas se aferraban a la tela de la chaqueta que este aun llevaba. Tiró de él con fuerza, con  una fuerza que realmente poseía pero que pocas veces dejaba a relucir, y le apartó, o mejor dicho, rompió el abrazo y logró salir del espacio que ocupaba entre su cuerpo y el colchón.
  Se deslizó torpemente hacía el interior de la cama y se quedó  observando al contrario con una expresión difícil de describir, lo único que en su mirada no existía era la frialdad de sus ojos. Le miraba sorprendido y nervioso  pero a la vez su respiración agitada, sus labios entreabiertos y la ropa mal colocada provocaban una mezcla con un total sin sentido. Exactamente como Sebastian se sentía en esos momentos, sin sentido ninguno.
Vincent no sabía qué decir o hacer, no desde que de un momento a otro Sebastian lo había apartado de aquella manera. Tan repentinamente, como si aquello no le importase, como si se sintiese obligado y, sobretodo, como si tuviera miedo. Desde el primer momento de la noche en el que alzó el brazo por encima de su hombro, sólo había querido mostrarse amigable y hasta en cierto punto cariñoso. Kav estaba en esos días del mes en el que estaba necesitado de amor y sobretodo de atención. Pero no la quería de cualquiera, la quería del moreno que ahora se encontraba apartado a un lado de la cama como si acabara de ver un asesinato en vivo y en directo.
  -          Seb… Por favor… -Susurró, muy apartado de él, intentando no moverse demasiado en aquella cama.
Pero estaba apoyado sobre sus propias rodillas y aquella erección que se había molestado en ocultar ahora podía notarse entre sus piernas. Deseó que la luz de la Luna no fuese capaz de llegar hasta ese lugar e iluminarlo. No pudo evitar tocarse ligeramente por encima de la ropa, cabizbajo y en cierta manera hasta culpable.
  Necesitaba a Sebastian. Quizá más de lo que jamás había necesitado y debía hacérselo saber o se iría y quién sabe si haría como que nada de aquello había pasado o las cosas estarían frías entre ellos.
Se acercó esta vez a él de nuevo, lentamente, colocándose justo delante, rodillas apoyadas en el colchón. Y volvió a abrazarlo, sin remordimientos, lentamente volviendo a hacerse con el aroma del moreno.
  -          Te necesito… -Dijo en apenas un hilillo de voz, gentilmente posando un beso en la frente del más ancho y buscando poco a poco su boca.
Fue bajando, con su nariz acariciando su rostro y una de sus manos posadas en la mejilla de este, quería ser suave y lo sería. No permitiría que se fuera, no ahora que su voz estaba quebrada y su expresión le hacía querer estar con él hasta que amaneciese al día siguiente. Quizá se estaba volviendo loco a este paso, pues ya no notaba la presencia del alcohol, todos sus sentidos estaban inundados por Sebastian. Y no había nada que pudiese hacer contra aquello.
  -          ¿Por qué tienes miedo? –Preguntó, su frente apoyada contra la ajena.
Aquello no fue más que una demostración de lo bien que podía ver a través de él mientras los demás no lo hacían. De que él era el único que se había empeñado en conocerlo hasta que ya no quedasen más secretos para él. De que él, era quién más se merecía aquello. 
Un gesto brusco salió de forma inconsciente de Sebastian cuando el mayor se acercó una vez más. No solo movió la cabeza, sino que todo su cuerpo se agitó cuando su piel hizo contacto con la mano ajena. Su nuevo ruego y la expresión en la cara de Vincent solo aceleró su pulso y quedó tan quieto que podría hacerse pasar por una estatua de piedra si se lo proponía con más ahínco.
Pero lejos de sentirse más asustado, los nuevos gestos lentos y suaves calmaron su estúpido nerviosismo, o ese supuesto miedo por el que el canoso preguntaba.
-          No tengo miedo.- le respondió apenas alzando la voz lo suficiente para dejarse oír.
  Sus ojos terminaron por cerrarse, al igual que su cuerpo dejó de tensarse para dejarse de nuevo manejar con la docilidad de la que hizo gala antes de que reaccionase de aquel modo. No quería batallar más, realmente quería dejarse llevar, pero era tan testarudo a veces consigo mismo, y esa testarudez era la simple consecuencia de pensar en el futuro. Si lo hacían, ¿Cómo iba a mirarle a la cara cuando despertasen?
Apretó los ojos un poco más al sentir la respiración contraria chocar contra la suya, terminando por tragando saliva y atreverse a encararle una vez más.
  Y de lleno se encontró con los ojos de Vincent, los cuales le miraban con una expresión que provocó que su corazón se detuviese unos segundos, para luego bombear como si nada hubiese ocurrido, un escalofrío gélido recorrió su cuerpo y no fue capaz de verle más si mantenía esa cara. Aquello no podía continuar de ese modo, porque o acabaría muerto por un paro cardiaco o porque se había lanzado por la ventana, y ninguna de las dos opciones era realmente atractiva como para llevarla a cabo, lo único que le quedaba por hacer era ceder.
Ceder a esos ruegos, a las caricias gentiles, a los labios ajenos  y a todo lo que eso conllevaba sin pensar en que no iba a ser capaz realmente de mirarle a la cara la mañana siguiente.
  Decidido en ese mismo instante, pero con pudor y lentitud, sus manos se deslizaron por el pecho contrario, subiendo lentamente sobre la tela hasta llegar a los hombros, por los cuales sus brazos terminaron por colarse, apoyándose levemente.
-          No tengo miedo alguno.- repitió una vez más, como casi un recordatorio en voz alta para sí mismo mientras ladeaba la cabeza y atrapaba con torpeza sus labios en un beso.
Si el corazón de Vincent pudiese salir de su pecho y pasearse por toda la casa a sus anchas, estaba seguro de que lo haría. Su respiración era de todo menos pausada, su pecho vibraba sin ton ni son, tanto que incluso aquella sensación se volvía un hormigueo en su cuerpo y molestaba.
Cuando volvió a sentir aquellos cálidos labios sobre los suyos propios, contorneándose contra estos y delineando toda la silueta, siguiendo esa pauta tan calmada… No sabía dónde meterse. Jamás o más bien hacía mucho tiempo que no había sentido aquello al besar a nadie. Era una sensación inigualable, incomparable. Y lo mejor es que era con Sebastian con quien estaba viviendo todo aquello, todos aquellos sentimientos que parecían nuevos porque habían quedado en el olvido. Y no podía estar más orgulloso de que fuera con él, a pesar de aún denotar cierto regustillo a whiskey en su garganta.
  El canoso profundizó el beso a sus anchas sabiendo cómo se sentía el moreno ahora. Se dejó caer sobre él y lo colocó bajo sus brazos en aquella mullida cama. Se paró a entreabrir los ojos un momento y observó aquella expresión deliciosa en su rostro. Sus orejas estaban rojas y su ceño fruncido, sus manos nerviosas y no sabiendo muy bien donde ponerse. Y a pesar de haberlo visto tantas veces y en tantas facetas, aquella era la mejor de todas.
  Vincent se dejó caer sobre sus propias rodillas y se incorporó ligeramente en la cama, una mano en los cabellos azabaches de Sebastian y la otra intentando desabotonar aquella camisa de color oscuro que acostumbraba a llevar. Se deshizo de ésta y poco a poco fue bajando y desabrochando los botones de su pantalón. Tan sólo aquello, pues no quería ir a prisas, no era necesario.
  Observó como el moreno se dejó caer de nuevo en la cama, acomodándose, dispuesto a disfrutar de las vistas que Vincent le estaba proporcionando. Subió una vez más y atrapó sus labios una vez más. Su boca se dirigió a su cuello, resoplando un poco de aire caliente en éste y lamiendo su piel, acariciando cada centímetro de esta que encontraba con sus manos. Luego mordió su clavícula y la lamió repetidas veces, gentilmente acariciando su pecho y pegando su cuerpo a él.
Tanto que notó como éste reaccionaba y como sus entrepiernas se rozaban la una contra la otra, aún encerradas bajo los pantalones y la ropa interior. El mayor no quiso decir nada porque las palabras eran innecesarias en aquella situación pero cuando escuchaba los pequeños bufidos y roncos quejidos de Sebastian, quería volverse loco y despojarlo de su ropa, de sus calzoncillos y de hasta su dignidad. 
Poco a poco su respiración se fue transformando, pero no solo la respiración, sino todo su cuerpo comenzaba a experimentar un extraño cambio, o mejor dicho, un placentero cambio. Se sentía torpemente pesado, pero aun así sus manos no sabían dónde colocarse. Nerviosas buscaban su lugar, pero ninguno parecía ser el correcto y empezaba a pensar que quizás sería mejor arrancárselas y acabar con aquel pequeño sufrimiento mental.
  Intentaba  mantener los ojos cerrados o la vista apartada del contrario, pero cuando se incorporó para comenzar a deshacerse de las primeras prendas que comenzaban a sobrar, sus ojos simplemente quedaron anclados en cada uno de sus movimientos. Era casi hipnótica la lentitud y suavidad de sus movimientos, y creyó que realmente el alcohol no debía de estar funcionando demasiado bien ya en la sangre de Vincent pues no le creía capaz de algo así estando ebrio.
Con cierta timidez se mordió el labio inferior sin apenas ser consciente de sus propias acciones o de las expresiones que en su rostro se comenzaban a entrever.
  Pero por suerte no parecieron ser tomadas demasiado en cuenta. Lo siguiente en caer fueron sus jadeos, sentía su piel realmente sensible, o eso creía, pues cuando los labios de Vincent comenzaron su personal tortura sobre esta pudo sentir como todo su cuerpo se estremecía. Era patéticamente placentero. Tanto que el oírse a sí mismo gimiendo por algo así era demasiado para sí mismo, así pues sus gemidos terminaron siendo gruñidos leves y quejidos suaves, una mezcla de placer y vergüenza. Mas eso no quedó ahí, pues al sentir el roce de sus caderas contra las del mayor de nuevo todo su cuerpo se acalambró de renovado placer que le privó del aire por unas milésimas de segundos, para terminar relajándose y tomando una exagerada bocanada de aire con un sonido muy similar al de un gemido de puro placer que otra cosa.
  Y tampoco fue consciente de cuando él mismo continuó siendo participe activo de aquella placentera fricción,  que solo provocaba que sus quejidos de queja aumentasen. Se estaba dejando llevar más de lo que su cabeza procesaba.
Vincent estaba nervioso, no porque aquello le resultase extraño ni algo salido de lo normal, sino porque quería tocar a Sebastian por todos lados y no tenía suficientes manos para ello. Su cuerpo estaba caliente y ya apenas le quedaba ropa que lo tapase, lo que hacía que su impaciencia aumentase poco a poco y a medida que se dejaba escuchar. Acostumbrado a su típico semblante, su rostro serio y aquella voz que nunca subía demasiado el tono… Vincent no era capaz de darse cuenta pero quizá hacía mucho tiempo que deseaba ver al moreno de aquella manera.
  Sus ojos estaban llorosos, podía verlos brillar con la luz de la Luna. Su boca entreabierta y sus labios carnosos y húmedos, culpa de los propios suyos que tantas veces le habían besado ya en la noche. Su lengua se dejaba entrever levemente fuera de su boca y eso simplemente le hizo desearle más aún, algún quejido oscuro salió de su garganta hacia fuera.
  Y cuando quiso darse cuenta, sus labios y su nariz estaban rozándose contra la entrepierna de Sebastian. Ambas de sus manos a los lados de sus caderas, bajando el pantalón hasta la rodilla y dejándose embriagar por aquel olor tan especial que desprendía por cada poro de su piel. Lo torturó un poco, esperando que su cuerpo reaccionase aún con más ímpetu que antes y lamió la zona de su entrepierna por encima de la ropa interior. Lentamente, por no querer asustarlo y que saliese volando de su apartamento. Pero quería tenerlo en sus brazos y hacerle disfrutar más que nunca, quería darle placer y quería escuchar cuantos gemidos podían salir de sus labios.
  Así y observando como el moreno estaba agazapado, como un pequeño conejillo que no sabía a dónde ir, bajó su ropa interior y agradeció que la luz estuviese apagada pues realmente era inexperto en aquel aspecto y no quería quedar en ridículo. Sí, el gran Vincent Belorgey temiendo quedar en ridículo ante su mejor amigo, porque jamás había experimentado nada así. Así bien, suspiró profundamente, lamiendo el interior de sus muslos y mordiéndole suavemente la carne de estos. Su mano yacía cerrada alrededor de la erección ajena, habiendo aprovechado la humedad de ésta e infringiendo una fricción, esperaba, placentera. Se dejó caer un poco más hacia delante, de rodillas, una mano en la cama para poder sostenerse correctamente y la otra alrededor de la erección del moreno. Poco a poco su lengua hizo su aparición estelar, lentamente envolviendo la punta de su entrepierna con ésta misma y poco a poco con su boca.
Los gemidos de Sebastian no tardaron en hacerse escuchar.
Permanecía agazapado, como si estuviese aterrado, pero realmente lo que intentaba por todos los medios, al menos en apariencia, era no gemir. El oír su propia  voz quebrarse a causa de los toques ajenos le hacía sentir extraño, y más extraño si era Vincent quien estaba haciéndole gemir de aquel modo.
Hasta que sintió como la piel del interior de sus muslos era mordida de forma gentil permaneció con los ojos cerrados, pero esa acción y el movimiento que conllevó provocaron que entreabriese estos y quedase anonadado con la seguridad de las acciones contrarias.
  Entreabrió un poco más los labios, quiso articular alguna palabra, una advertencia más bien, quería apartarle pues no creía necesario aquello, pero al sentir el húmedo tacto de la lengua de este se alegró internamente de no haberle frenado.
Todo su cuerpo se estremeció al sentir como aquella lengua se paseaba a su gusto por la erección que comenzaba a palpitar, ansiando más de su boca.
Sebastian ladeó la cabeza y entre jadeos roncos se quedó observando como Vincent le devoraba casi literalmente. Su expresión en esos momentos distaba tanto de quien solía ser normalmente, que podría decirse que era casi otra persona.
  Y es que ya ni recordaba la última vez que se acostó con alguien, y que fuese el contrario, de un modo u otro, le hacía sentirse realmente expuesto, y en su rostro podía leerse ese sentimiento.
Pero fue cuando su boca entró en acción cuando realmente se sintió expuesto,  al verle engullir su miembro de aquel modo y el placentero cosquilleo que invadió todo su cuerpo provocaron que los colores se le subiesen un poco más, que su cuerpo completamente temblase de forma leve y que, finalmente, ocultase sus ojos tras uno de sus propios brazos, demasiado avergonzado de verse allí y además, disfrutando de aquel modo.
Vincent sentía su cuerpo vibrar bajo sus manos, estremecerse con cada roce de su piel, delirar con cada movimiento de su lengua y con la calidez de su boca. Era cierto que no era alguien demasiado experto en aquel tema, pero se esforzaba en tener cuidado con los dientes y usar mucho la saliva. Su erección estaba tan húmeda en aquel momento que incluso resbalaba de sus manos. El más alto estaba demasiado excitado a estas alturas, intentando no tocar su erección en exceso ni tampoco dejarse llevar por el calor que recorría su cuerpo de pies a cabeza. Intentaba concentrarse, pero escuchándolo de aquella manera era prácticamente imposible.
  Lentamente su mano comenzó a moverse otra vez y en éstas que paraba para recuperar un poco de aire, susurraba su nombre con delicadeza. Su mirada se alzaba por más que la oscuridad inundase su habitación, podía ver como Sebastian, avergonzado, tapaba su rostro. Quería ver su expresión, quería ver como su rostro se retorcía de puro placer bajo sus maestrías. Pero no exigiría, se calmaría, tendría paciencia porque era algo que ya estaba acostumbrado a tener hacia el moreno.
  Sin embargo y cuando pensó en aquello, su erección comenzó a doler más de lo normal. Algunas pequeñas gotas de sudor bajaban por su frente a medida que la entrepierna ajena golpeaba contra su garganta. Vincent no estaba forzando aquella entrada y salida, simplemente quería hacerlo sentir mejor que nunca. A pesar de ello, fue consciente de que los quejidos de Sebastian cada vez eran más altos, más roncos y más prolongados. Y sabía que no quedaría mucho.
  Fue entonces cuando se apartó de él, colocándose justo encima, ambos brazos al lado de su cabeza. Se paró un momento, se limpió ligeramente los labios y lo besó. Se sentía preparado. 
Las sensaciones que corrían y adormecían todo su cuerpo las tenía tan olvidadas que incluso se sentía como en la primera ocasión que hizo algo como aquello. Pero no, no era igual, en ese momento todo se sentía mucho más amplificado. El sentir la  lengua de Vincent frotarse contra su erección, y toda su boca en general engullirlo una y otra vez de ese modo, era mucho más de lo que sintió en su primera e incluso en su segunda vez.
Su pecho subía y bajaba con fuerza, los gemidos apenas podía controlarlos y estos salían por sus labios sin que pudiese acallarlos, casi sonando como leves quejidos de agonía. Pero una agonía placentera.
  El cosquilleo y las oleadas de placer por momentos se hacían mucho más intensas que al principio, incluso podía sentir como su propio miembro se hinchaba lentamente dentro de la boca ajena.
Apenas se dejó oír como Sebastian pronunciaba el nombre del mayor, sin apenas aire en los pulmones, y en un tono de ruego tan poco común que podría helar a cualquiera, pero desde luego no a Vincent, y es que, se sentía al límite, todo su cuerpo parecía sentirse de ese modo, de nuevo, la molesta sensación de no saber dónde meterse se coló en su pecho, todo su cuerpo volvía a temblar de ese modo tan sutil pero desesperado, simplemente quería llegar al final, terminar por explotar y esperar a que la normalidad se instaurase de nuevo.
  Pero no pudo ser, Vincent se separó de él, se incorporó de forma lenta y limpió sus labios de aquel líquido semi transparente que reconoció como suyo propio cuando apartó el brazo de sus ojos y se encontró con el rostro ajeno. Sus miradas se encontraron unos segundos y solo se rompieron cuando el mayor se inclinó para regalarle un nuevo beso tan suave y gentil que no dudo en aceptarlo y corresponderlo a pesar de la extraña mezcla de sabores propios.
Sus manos se deslizaron por todo el cuello de Vincent, acariciándole de forma lenta a pesar del temblor que aun acompañaban a estas. Pero ya no era de miedo, sino de placer.
  El aire se hizo necesario antes de lo provisto y junto a un jadeo pesado, Sebastian rompió el beso, quedando a escasos milímetros de los labios que recién acababan de devorarle, podía sentir la respiración contraria morir contra sus propios labios y eso solo le hacía sentir más nervioso y ansioso. Sus miradas se volvieron a encontrar y entonces entendió mucho más de lo que había entendido hasta ese momento.
Sólo quería sostenerlo entre sus brazos y tocarlo y acariciarlo hasta que el Sol saliera por la ventana. Era en lo único en lo que Vincent podía pensar ahora mismo, en la manera en la que sus miradas se encontraban y se unían en una sola, en la forma en la que su cuerpo yacía bajo el suyo propio, estando ya casi desnudo. A sus ojos, aquello parecía simplemente maravilloso e increíble. Algo que parecía que sólo pasaría una vez en la vida, por lo cual tenía que disfrutarlo hasta que fuese el día siguiente y Sebastian lo flipase al levantarse justo a su lado.
  Sin embargo, el alcohol ya no funcionaba como excusa. Ahora  sus actos no estaban entorpecidos y no había nada que dificultase sus pasos o algo a lo que echarle las culpas. Ahora estaban él y Sebastian, los dos juntos, en aquella estúpida cama en la que apenas solía dormir. Él lo tocaba, el moreno se retorcía, los gemidos inundaban la habitación. El aire se volvía pesado.
  Se colocó a su lado en el mullido colchón y lo abrazó, lentamente acariciándolo y haciendo que se girase intencionadamente. Sebastian no opuso mucha resistencia porque no era algo que estuviese en su espíritu. Él parecía calmado aun estando nervioso, como si nada le afectase, aunque Vincent sabía de sobra que todo calaba en él de la peor manera posible. Recordaba todo como si hubiese pasado tan sólo hacía unos días, fuese lo que fuese. Por eso, también sabía, que tendría heridas aún sin sanar. Sin embargo, el moreno era inconsciente en cuanto aquello se refería, o él era demasiado observador.
  El mayor de los dos haló de su brazo, obligándole a incorporarse encima de la cama. Sus rodillas estaban justo detrás de las ajenas, por lo cual su erección rozaba el trasero ajeno, aunque aún estaba cubierta por la ropa interior. Su otra mano se posó en su rostro, forzando así su espalda y su rostro para besarle.
-          ¿Te sientes bien? –Se atrevió a preguntar, en un susurro, un tono dulce y tierno a la vez, pero erótico por otra parte.
  Fue entonces cuando apoyó su cabeza en uno de los hombros ajenos, dejando caer todo su peso y acariciando sus caderas, su piel suave y blanda que le hacía delirar. Vincent no se atrevía a hablar demasiado por si recibía una de las típicas respuestas de Seb.
Ahora su corazón golpeaba con fuerza las paredes de su pecho, ya no solo la excitación lo movía, sino aquella mirada y simplemente lo que transmitía con esta eran más que suficientes para que todo él se estremeciese ante la sola idea de lo que estaba pasando por la cabeza del mayor. Sus toques y sus movimientos lentos no podían ser rechazados, aunque tampoco iba a deshacerse de ellos, pues la pasividad era una de sus muchas cualidades negativas.
El sentir como sus brazos lo rodeaban y le manejaba a su antojo era extraño, ya no se sentía igual como cuando lo hacía en otras ocasiones, aunque esta no era como las veces anteriores y las futuras tampoco iban a ser iguales a partir de ese momento.
  Su cabeza daba vueltas, demasiada información le rodeaba y poco oxigeno sentía en sus pulmones como para pensar en nada más, así que para cuando se dio cuenta su cuerpo estaba a merced de Vincent, obligándole a adoptar la postura que este deseaba. Sus labios fueron de nuevo invadidos por él y agradeció esa acción con un suave jadeo que murió dentro del beso, aun ni siquiera habiéndose repuesto del beso la voz de Vincent chocó contra su oído y el simple tono que usó para preguntarle le arrancó otro jadeo que terminó en una media sonrisa.
  Una sonrisa que hacía tiempo que no se dejaba ver por nadie.
-          Haz lo que tengas que hacer, a estas alturas, no vamos a parar.- respondió en un tono casi similar al que oyó, solo que no sonó nada dulce, sino más bien áspero. Lentamente se movió y terminó por entrar en contacto una vez más con el cuerpo de Vincent, con cierta seguridad su mano buscó a tientas una de las mejillas de este, y la acarició con la yema de los dedos mientras sus caderas comenzaban a moverse con cierto miedo y timidez.
Sebastian sabía lo que venía y alargarlo más podría ser una pequeña agonía innecesaria que no iba a poder frenar.
Los brazos de Vincent se enroscaban alrededor de su pecho desde atrás, lentamente acariciando la piel desnuda y bajando con sus finos dedos. Su olor aún llegaba a sus fosas nasales, aun estando mezclado con el suyo propio. Lo embriagaba, lo llenaba de calidez, le hacía estremecer. Sentía tanto y en tan poco tiempo que hasta él mismo quedaba sorprendido cuando intentaba recordar desde cuánto tiempo no sentía algo parecido.
  Besó su cuello una vez más, lentamente colocando una mano entre la espalda del moreno y su pecho, acariciando su espalda y simulando el movimiento de una araña al caminar. Esperó que aquello le diera escalofríos, porque le encantaba ser tan detallista cuando estaba con alguien a quien realmente… ¿quería? En la cama. Cada pensamiento de Vincent sonaba más arriesgado que el anterior, cada movimiento también. Ahora aquella mano estaba masajeando lentamente el trasero ajeno, con delicadeza y lentitud, intentando colarse en su interior.
  Lo cierto es que el mayor no tenía miedo, aquello siquiera le daba pudor, pero comprendía los sentimientos ajenos y sobretodo, comprendía su manera de ser. Y lo aceptaba, a diferencia de muchas otras personas que siempre le habían dado la espalda. Aceptaba el hecho de su dificultad para expresarse y apreciaba las pocas veces que podía ver su sonrisa.  
Y era extraño, porque ante los ojos de los demás, Vincent era un simple borracho al que le gustaba demasiado la fiesta. Era una persona que evitaba los sentimientos a toda costa, que evitaba todo lo que pudiese debilitarse y hacerse exponer ante los demás. Pero no era así, y nadie lo sabía.
  Aun habiendo tanteado aquella zona, decidió llevar uno de sus dedos hasta sus propios labios y lamerlo, básicamente empaparlo todo de saliva. Supuso que aquello funcionaría, por lo cual pausadamente y sobretodo con muchísima paciencia, se coló entre las nalgas ajenas. Comenzó a introducir lentamente aquel dedo, no queriendo hacer daño al moreno pues no lo había traído a casa con esa idea. Suspiró y escondió la cabeza entre el cuello y hombro de Sebastian, diciéndose así mismo que debía mantener la calma, pasase lo que pasase o escuchase lo que escuchase.
¿Cuántas manos tenía Vincent en ese momento? Pues sobre su cuerpo, Sebastian no sentía solo dos, sino posiblemente demasiadas, que se dedicaban a explorar su cuerpo y ante las que él no parecía hacer nada. No las evitaba, pero porque realmente era placentero al sentir la suavidad de sus movimientos.
Los dedos que recorrieron su espalda como si de las patas de una araña se tratasen dieron su resultado, toda su piel se erizó y una queja placentera salió de sus labios, provocando que se sintiese exhausto por unos segundos.
  Su cabeza estaba dando vueltas, el aire pesado que inundaba la habitación no ayudaba y los gestos del mayor sobre él tampoco es que colaborasen mucho, de nuevo podía sentir como su corazón golpeaba con fuerza su pecho, pero no era de excitación, sino por sentir lo que realmente el contrario quería transmitirle. ¿Desde cuándo se estuvo dando eso? Ni siquiera se dio cuenta jamás de ello, siempre creyó que sus acciones eran simples muestra de cariño o que buscaba molestarlo.
Se molestó consigo mismo levemente por haber sido tan poco atento con su alrededor, pero era otro de sus defectos.
  El aire se le cortó al sentir como uno de los dedos ajenos entraba en su interior, su cuerpo se tensó irremediablemente y tras unos segundos eternos de tensión logró dejar escapar un quejido que intentó ocultar al taparse la boca con la palma de la mano. No quería que le oyese quejarse, o casi lo que estaba intentando era el no oírse así mismo soltar aquellos sonidos.  Tras el primero se fueron sucedieron los demás, provocando en Sebastian la misma reacción cuando uno nuevo entraba en el juego, realmente no llevó la cuenta y tres la parecían cien, pues las sensaciones que le provocaban eran realmente contradictorias.
  Dolía, sí, claro que dolía, pero a la vez sentía un raro placer que parecía ir a la par que el dolor, como si a la vez que curaban una herida te hiciesen una nueva. Ni decir que las palabras ya no eran capaces de salir de su boca con orden alguno, en más de una ocasión lo intento pero murieron entre los pequeños quejidos y gemidos que aún se amortiguaban en la palma de su mano, quería decirle que estaba bien, que sus caricias y besos lograban calmar el dolor físico que le causaba sin mala intención. Pero nunca lo logró.
No quería dejar ningún centímetro de su piel sin tocar, no quería que se le escapase ningún detalle o no prestar atención a sus necesidades. Vincent estaba a merced de Sebastian, tan necesitado por él, por tenerlo en cuerpo y alma, que cualquier cosa que pidiera… Él lo haría sin dudarlo.
Y no era desesperación, más que ello era absoluta devoción. Porque su cuerpo se sentía cálido y suave, como un paraíso terrenal, como un oasis en medio del desierto. Vincent sentía que quería beber de su elixir, que tocar aquella piel no era suficiente, que quería fundirse en uno sólo con él y no pararía hasta conseguirlo.
  Esa sensación le comía por dentro y le hacía ser más bruto que hacía unos minutos. Aquellos tres dedos ya golpeaban con actitud dentro del moreno, moviéndose en círculos intermitentemente y en una de las ocasiones, golpeando un punto que ni él mismo conocía. Notó como su espalda se arqueaba entre ambos cuerpos y como un gemido siguió justo después de aquel respingón. Había alcanzado a darle el placer “máximo” en aquella noche, o al menos había tocado el lugar exacto para hacerle delirar.
  -          ¿Te gusta? –Alcanzó a preguntar, alzando un poco su rostro y lamiendo una de las orejas del moreno, apartando aquellos mechones de pelo que simplemente molestaban.
  Suspiró y dejó caer su frente en el hombro ajeno, otra vez esa sensación ardiente recorriendo su cuerpo de arriba abajo. Otra vez esos escalofríos, otra vez la entrepierna le molestaba más de lo planeado dentro de la ropa interior. Porque aún seguía con la ropa interior y sentía que de un momento a otro explotaría y no le importarían las consecuencias.
  Estaba más nervioso ahora que antes. Incluso aquella mano que había mantenido libre acariciando todo el pecho y las caderas de Sebastian, ahora se encargaba de su erección desde aquella posición. Se humedeció un poco la mano y torpemente y sin un ritmo demasiado acompasado comenzó a masturbarlo sin pudor. Porque si algo había era de todo menos eso. Sin embargo, Vincent no quería más que empujar al moreno sobre aquella cama y poseerlo como si de una bestia parda se tratase. Quería verlo incluso alzar la voz, deseaba ver aquella faceta de él con todas sus fuerzas.
Pero sentía que no era lo adecuado, que debía esperar quizá unos minutos más, alguna señal por parte de su compañero en aquella calurosa noche. Quizá la sangre corriera viva por sus venas si comenzaba a impacientarse tanto como lo estaba él. 
  Una sensación electrificante se apodero de él, no sabía cómo ni donde, pero Vincent y sus dedos habían encontrado un punto dentro de él que provocó que todo el aire de la habitación fuese insuficiente para saciar el vacío de sus pulmones. Gimió como no lo hizo durante toda la noche y tras aquella oleada brutal de placer su cuerpo quedó en un shock demasiado grande como para poder dejar de temblar. Temblaba de placer, como nunca antes había experimentado y se sentía nuevamente raro, pero adictivo.
  Comenzaba a desear algo más, a pesar de que sabía que los largos dedos del mayor serían capaces de llegar a ese delicioso punto cuando quisiese, pero los sentía insuficientes, pero ¿Cómo iba a decírselo? Bajo él, se removió levemente, tras sentir como de nuevo le tocaba justo donde debía, teniendo pues que morderse el labio inferior para no vocalizar un nuevo gemido demasiado alto.
  Los toques en ese punto volvieron a repetirse, uno tras otro, que lograron arrancar más gemidos de lo más profundo de la garganta de Sebastian, aun así, seguía insistiendo en acallarlos como fuese, pero era casi en vano, pues tenía la sensación que más que acallarlos, los amplificaba.
Ya no tenía control ninguno sobre su cuerpo, estaba a completa merced de cada movimiento que Vincent realizaba, de cada una de sus caricias. Intentó achacar esas ansias a su estado de instintos más bajos, pero no podía remediarlos. La mano perdida que atendió su erección fue de agradecer, pues era algo que comenzaba a doler demasiado como para dejarlo en el olvido, pero sentía y sabía que no era suficiente.
  Un gemido lastimero salió de sus labios y apenas murió contra la almohada en la que dejó descansar su agitada cabeza, sabía que no aguantaría más y su cuerpo dejaba ver las evidencias de que su límite estaba cerca, que no soportaría más esa tortura placentera a manos de Vincent.
Apenas levantó la cabeza y tras él su cuerpo, sosteniéndolo sobre las palmas de sus manos, sus brazos en tensión temblaban levemente y era consciente de que no soportarían demasiado su propio peso. Penoso pero comprensible en su estado.
Giró un poco la cabeza y sus ojos buscaron el rostro del contrario, jadeaba, lo cierto es que ambos jadeaban como si no supiesen respirar como era debido, y era frustrante.
-          No agu-aguantare más.- apenas logró vocalizar cuando sus miradas entraron en contacto.
  Tras ello tragó saliva y terminó por apartar la mirada, volviendo a inclinarse. Ante Vincent se había mostrado como nunca antes se mostró ante nadie desde hacía años, totalmente expuesto.
Sus gestos y movimientos no hicieron más que destrozar a Vincent por dentro. Su boca se abrió de par y en par y sus ojos ardían de pasión. Su respiración se aceleró como si algo repentino lo hubiese asustado o hecho mella en él.
Cuando posó las manos sobre las caderas de Sebastian y notó como temblaba, como luchaba por respirar más del aire que sus pulmones le permitían, se sintió honrado. Sintió que tenía poder, sintió que él era el único con el que probablemente el moreno disfrutaría de hacer estas cosas. Y aquello le encantaba y le hacía sonreír y así lo hizo. Las pequeñas gotas de sudor que bajaban por su frente le hicieron despertar a los segundos y volver al asunto: su erección dolía más que nunca y no sabía muy bien que hacer.
  -          Sebastian, uhmm… -Susurró, queriendo decir algo, más bien queriendo expresar que estaba preparado aunque indeciso.
Anteriormente y cuando sus dedos estaban en el interior del moreno, podía notar como se tensaba de una manera casi inhóspita. No sólo eso, en sus gemidos se podía ver un leve deje de dolor.
Ya no estaba borracho y por ello quería ser lo más cuidadoso posible.
  Sin embargo y cuando bajó la mirada y entre la oscuridad vio cómo su entrepierna buscaba la calidez ajena, se sintió perverso y sobre todo, preparado. Decidió quitarse la ropa interior, bajándola con una mano y con la otra sin parar de acariciar la piel ajena. Dejó escapar un quejido grave cuando la punta de su amigo rozó contra el trasero de Sebastian. Exhaló un largo suspiro y entrecerró los ojos, con valentía, agarrando su miembro desde la base y conduciéndolo hasta llegar a la entrada del más pálido.
  Lentamente y poco a poco, aquel lugar le apretaba y le hacía sentir como si fuera cayendo hacia un gran abismo del que jamás había sospechado. No dejaba de pasear sus manos por las caderas del moreno, aguantándolo bien, sujetándolo con cariño y queriendo demostrarle que aquello no era una de las tantas locuras que solía hacer.
A pesar de estar intentando aguantarse, cuando quiso darse cuenta, su erección estaba completamente dentro de Sebastian. No había ejercido más que un poco de fuerza dentro de él, pues lo había preparado previamente. Pero el rostro del moreno era difícil de visualizar tapado por las sábanas de la cama y la oscuridad de la noche parisina. Así que no quedaba otra.
  -          ¿Estás bien, Seba… hn…? –Dejó escapar un quejido, recolocándose en su interior y dejando que toda aquella calidez le quemase completamente.  
Y para lo que estuvo siendo preparado llegó, y dolió, realmente le dolió. Sentir como su interior iba siendo invadido por el mayor era una sensación, aparte de dolorosa, extraña y se preguntaba en esos instantes como debía de ser sin haber sido preparado, y realmente no le costó demasiado el  imaginarlo.
No pudo evitar que su cuerpo se tensase y que de su boca saliese algún que otro jadeo de dolor. Pero sabía que no era intencionado, pues las manos de Vincent le atendían con demasiada gentileza, intentaban distraerle y compadecerse de su pequeño trance. Y debía de admitir que lo estaba consiguiendo.
  Tuvo que pasar un par de segundos hasta que su cuerpo se acostumbró a aquella nueva invasión, que diferenciaba demasiado de sus dedos, los cuales hasta no creyó tan malos a fin de cuentas.
Hacer aquello más largo no iba a calmarle, así que siendo él quien diese el primer paso, movió lentamente las caderas, provocando que se moviese. Y volvió a doler y esta vez no pudo evitar sisear al sentir el miembro ajeno en su interior, moviéndose con tanta lentitud que no estaba seguro en esos momentos si lo que dolía era el ritmo o el hecho de estar dentro.
  Su voz se alzó, pero no dijo realmente nada lógico, su tono estaba quebrado y su respiración agitada, podía sentir como a las gotas de sudor que caían de su frente por todo su rostro se unieron un par de lágrimas que rodaron por sus mejillas hasta morir entre las sábanas.
  Intentó de nuevo decir algo, quejarse de lo que estaba haciendo, pedirle que continuase y acabase de una vez con aquella tortura de placer y dolor, fuese lo que fuese quería decir algo, pero era incapaz.
Las lágrimas continuaban saliendo sin que pudiese hacer nada por ello, solamente esconder el rostro un poco más entre las sábanas, tan arrugadas y maltratadas por sus manos que estaban completamente hecha de arrugas.
  Pero cual masoquista, a pesar del dolor y las lágrimas en los que estaba envuelto volvió a moverse contra las caderas de Vincent, volvió a provocar que su miembro saliese un poco y volviese a hundirse en lo más profundo de su interior, pues podía oír al otro, podía sentir perfectamente su agitación y las ansias que este tenía de hacer aquello, así que simplemente no podía decir que no ahora.
Por un momento se sintió confuso cuando Sebastian comenzó a mover sus caderas contra su cuerpo. Por la simple razón de que no lo esperaba, pero lo recibió con los brazos abiertos. Se mordió el labio inferior intentando no emocionarse demasiado, pero comenzando a moverse lentamente, siguiendo el ritmo, queriendo conectarse con él hasta un nivel incluso espiritual. Y suspiró, alzó la cabeza hacia arriba y entrecerró los ojos. Miles de sensaciones le golpearon increíblemente cuando el moreno dio una estocada más, esta vez más profunda, esta vez él estaba completamente en su interior.
Quería preguntarle si estaba seguro, por más que no fuese hora de arrepentirse. Y quería hacerlo porque él era la persona que más le importaba, aunque jamás lo hubiera dicho y aunque él también tuviera sus obstáculos a la hora de expresarlo.
  Pero Vincent era detallista. Cuando andaban los dos en una fiesta, un pequeño roce en su brazo con sus largos y finos dedos siempre era reconfortante. Una mirada fugaz entre toda la gente, un abrazo casi etéreo con la excusa de ser los mejores amigos. Había veces en las que él estaba completamente encima del moreno, pero en la mayoría de ocasiones, sólo eran buenos gestos que significaban casi un mundo para él.
  El canoso no tardó en dejar caer su cuerpo hacia delante, embriagándose del olor, de la esencia y hasta de la mínima gota de sudor del cuerpo ajeno. Abrazó con uno de sus brazos las caderas del otro y delicadamente aceleró un poco la marcha. No demasiado, lo justo para marcar un ritmo acompasado saliendo dentro y fuera de él. Su interior era tan cálido que le hacía derretirse, Vincent tenía que morderse los labios intermitentemente para no lanzar un gemido más alto que el anterior, pero los quejidos roncos simplemente escapaban de su garganta.
  -          Uhh… Dios… -Se fascinó con los movimientos ajenos, con como su cuerpo se había acostumbrado increíblemente a él.
Como si hubiera irrumpido en él y Sebastian lo hubiera aceptado, poco a poco con sosiego pero no por ello menos emocionado que él.
Susurró su nombre en un arrebato de pasión y chocó fuertemente contra él, como las olas rompiendo en el mar. Sintió que casi lloraría en ese momento, porque era especial y porque recordar aquella sensación tan satisfactoria llenaba su corazón de calidez.
El ritmo era tan doloroso que pensó que moriría en cualquier momento, morir realmente parecía una buena opción, pero después de unos minutos, ¿Dónde estaba ese dolor? No supo decir en qué momento sus lágrimas de dolor se transformaron en lágrimas de placer, cuando aquel punto tan exquisito de su interior  volvía a ser golpeado, realmente estaba pasando, lo que estaba sintiendo era tan real como el dolor, o incluso aun peor pues se sentía como si se tratase de una sustancia adictiva.
  Vincent dejó caer el peso sobre su cuerpo y este gesto le hizo gruñir al verse cargando también su peso, pero no hizo nada más y su queja cayó en el olvido, ahogada entre jadeos y gemidos de ambos.
Sus cuerpos se sincronizaron en un ritmo lento pero acompasado, como si hubiesen ensayado para aquel momento, se movían tan perfectamente bien que Sebastian se sentía brutalmente abrumado por ello. Para él no tenía razón de ser, era la primera ocasión en la que se acostaba con otro hombre, y ni siquiera había imaginado llegar a hacerlo.
  Pero ahí estaba, haciéndolo con quien consideraba su mejor amigo, y lo peor de todo aquello es que había terminado por gustarle, a pesar del dolor inicial, a pesar de su negativa casi al final de la noche había terminado envuelto en sus redes y entre sus sábanas.
Una oleada de placer recorrió todo su cuerpo, provocando que un gemido que apenas llegó a ahogar inundase la silenciosa habitación, donde lo único que podía oírse eran sus cuerpos chocando y las torpes palabras que se dedicaban el uno al otro pero que no llegaban a oír del todo a causa de sus respiraciones.
  Se sentía realmente ahogado por todo lo que estaba sintiendo, y su cuerpo si continuaba con ese ritmo al que no estaba acostumbrado no respetaría demasiado margen de tiempo para nada más. Y aun sabiéndolo, y sin que aparentemente el contrario se fijase, el propio Sebastian  deslizó una de sus manos por su propio vientre y agarró su abandonada erección, sobre la cual comenzó a ejercer un masaje que seguía el ritmo de las embestidas a las que se veía sometido. Y fue tan gratificante esa nueva sensación casi olvidada que todo su cuerpo tembló y se tensó simplemente de puro placer.
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