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miguelparrodi · 6 years ago

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LA HAZAÑA DEL GATO

Miguel Antonio Parrodi Espinosa

A inicios de la temporada 1991 de las Grandes Ligas, no había quien se apreciara conocedor de béisbol que augurara un buen resultado para los Mellizos de Minnesota y menos aún para los Bravos de Atlanta. Ambas escuadras habían terminado el año anterior en el sótano de sus respectivas divisiones. Mientras los primeros, veían como poco a poco iba desapareciendo la gran generación que les había permitido ganar el Clásico de Otoño de 1987, a los Bravos como ya era costumbre, nadie los tomaba en serio.

Para principios de junio parecía que los Mellizos aspiraban solamente a luchar por no quedar en el último lugar de la división oeste de la Liga Americana, cuando comenzaron a encenderse. Una racha de quince victorias consecutivas, permitió que los de Minnesota, encabezados por Charlie “Chili” Davis, Kirby Puckett, Kevin Tapani y Jack “el Gato” Morris pasaran del quinto puesto al liderato; posición que no perderían el resto de la campaña.

Por su parte, para los Bravos de Atlanta, 1991 fue un parteaguas. Ese año pasaron de ser el hazme reír de la Liga Nacional a dominar por quince años el Viejo Circuito. Ese año, un joven Tom Glavine lideraba un espectacular cuerpo de lanzadores que contaba con el respaldo ofensivo de un rejuvenecido Terry Pendleton y con la velocidad de Otis Nixon, quién al tocar la primera base se convertía en una pesadilla para los receptores contrarios.

Los Mellizos no tuvieron problema alguno en la Serie de Campeonato de la Liga Americana y avanzaron a la Serie Mundial al vencer cuatro juegos a uno a los Azulejos de Toronto. Atlanta, no lo tuvo tan fácil, necesitaron de siete juegos para derrotar a los Piratas de Pittsburgh.

Por primera ocasión en la historia de las Grandes Ligas, un equipo llegaba al Clásico de Otoño, un año después de ocupar el sótano de su división. De forma por demás sorprendente, no fue solo uno, sino ambas escuadras quienes lograban tal hazaña.

La Serie Mundial de 1991, es probablemente la más emocionante que se haya jugado en el mejor béisbol del planeta. De los siete juegos disputados, cinco de ellos fueron decididos por una carrera, cuatro ganados en el último lanzamiento y tres requirieron de entradas adicionales. Los juegos seis y siete, viven en la memoria de los amantes del “Rey de los Deportes”.

Con una desventaja de tres juegos a dos, los Mellizos regresaron a su casa, el Metrodome. En la undécima entrada, Kirby Puckett, quien previamente había robado en la cerca del jardín central, un jonrón, disparó un cuadrangular para dejar en el terreno a los Bravos. El momento en el que el hoy miembro del Salón de la Fama recorre los senderos, ha sido inmortalizado en una estatua ubicada en el Target Field, parque actual de Minnesota.

No obstante, el dramatismo del sexto partido, lo mejor estaba por venir. El juego decisivo de la Serie Mundial fue abierto por el veterano Jack Morris por los Mellizos, en contra del joven John Smoltz por parte de los Bravos. Al llegar al octavo inning, ambos lanzadores mantenían la pizarra inmaculada. En dicha entrada, el manager Bobby Cox, retiró a un enfurecido Smoltz de la lomita, mientras el timonel Tom Kelly, le dio la confianza a su experimentado lanzador. La apuesta del entrenador de Minnesota dio frutos, “El Gato” Morris siguió tirando lumbre y al concluir la parte alta de la décima entrada mantenía sin carreras a Atlanta. En baja de dicho inning con la casa llena, un batazo del emergente Gene Larkin, trajo a la goma a Dan Gladden para darle el segundo y último campeonato a los Mellizos de Minnesota.

Jack “el Gato” Morris, hizo algo que pareciera imposible, tirar un juego completo de diez entradas sin permitir carrera en un juego séptimo de Serie Mundial. Al concluir el juego, Morris, declaró “No entiendo de dónde venia la fuerza, mi brazo continuaba vivo. Los Dioses del béisbol debieron bendecirme esta noche”.

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Twitter: @MiguelParrodi

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