#hace mucho no entró y hay mil cosas que no entiendo pero de a poco vamos a hacerlo
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Hoy es el día de Samatoki~ Feliz cumpleaños ♡
#SAMATOKI ME TOCÓ EN LA PRIMERA TIRADA VAMOSSS#hace mucho no entró y hay mil cosas que no entiendo pero de a poco vamos a hacerlo#mmmm hubiera deseado hacer algo por el cumple de Akito y Samatoki pero no lo pensé mucho#hypmic
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Se está agotando la arena en el reloj en poco días voltearemos el recipiente para volver a comenzar de cero, el año se acaba y consigo muere partes de mi, como decirte que si nos miramos cara a cara aunque físicamente seamos iguales el camino de este año ha echo que seamos ya dos personas diferentes como agua y aceite, te miro y solo aprendo porque soy la suma de todas las lloradas que he vivido, soy el fruto de toda la pelea que hemos dado, de tantos golpes aprendí a esquivar y a ver todo de otro ángulo porque la vida es pasajera y perder es otra forma de ganar, como esa piedra con la que tropecé tantas veces y hoy con heridas y sangrando sonrió, levantó la mirada hacia el cielo y agradezco porque aquí no estoy solo, confío siempre en mi pulso y en que mis angeles están alli arriba cuidándome, la nostalgia se asoma porque diciembre era tu cumpleaños y ahora se que solo quedaran guardado en los mejores recuerdos, me arrepiento tanto de no haberte abrazado más la última vez, y de saber que por mas que vuelva, ya no quiero volver porque no estás ahi, pero si aqui conmigo juntos cuidándome, porque si presiento como hace dias me entró un miedo mientras estaba en medio de la nada camino al trabajo, todo oscuro y la luna no ayudaba. Se me erizo la piel al escuchar la brisa de la mañana chocarse con la sábana y mil sustos pasaron por mi mente desde lo más probable que pase hasta lo más imposible y visto en ficción, pero fueron segundos porque luego me sentí acompañado y me dije a mi mismo yo no ando solo. Aquí estás conmigo y siempre me siento abrazado con tu amor y tú recuerdo, un abrazo calido y tierno que me regalas desde el cielo..🥺
Hoy le digo a mi yo de ayer que me falta mucho pero vamos en el camino correcto que para amar y dar, primero debes amarte a ti mismo y ponerte a ti de primero, no permitas que te hagan dudar de tu potencial porque tu mismo has visto como tu solito has podido con este mundo sucio y malvado, nadie más que tú mismo es el unico que te puede ayudar y sabe tus necesidades, que ahora solo entregues lo que recibes, no digas todo lo que pienses pero piensa todo lo que digas, que tambien no es malo ser egoísta si al hacerlo piensas en ti porque no hay nadie que pueda ayudarte mejor que tú mismo, y las veces cuando todo se a puesto nublado que no sabes que hacer sin un duro y como resolver, con tus propias manos has echo y deshecho para llegar donde estas, y para que pasará todo esto y conocerme necesite algo de tiempo y dándome golpes con el pavimento fue que aprendí y ahora se quien soy y lo que valgo y seguiré luchando con todo lo que cargo a veces no me entiendo, pero me abrazo, suelto un suspiro al aire y solo digo.
Que llegue lo que tenga que pasar y a como venga lo afrontaré, si es malo lo recibiré y mi energía lo absorberá y transformara, en vez de dañar todo aceptará y aprenderá, si es bueno lo aprovechare tanto que la vida me tenga que premiar con mil cosas más buenas por aprovechar las oportunidades de la vida.
Este año se va y con el también una parte de mi. Pero es una parte a la cual siempre desee que se fuera de mi lado
Hoy puedo decir que la cosecha está comenzando a brotar sus primeras hojas 💯
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Las formas de la espera
ANA SIEMPRE HA TENIDO problemas con los horarios.
Como una enfermedad...
Como algo muy fuerte grabado en la memoria de sus genes.
La única vez que llegó temprano a algo, creo, fue su nacimiento. A los siete meses de embarazo, un accidente de tránsito precipitó el parto de su madre.
Un día, medio en broma, quizá, medio enojada por mi cantaleta, me dijo que haber llegado temprano al mundo le impedía cumplir puntualmente cualquier otra cita de su vida. Que era una forma de saldar la deuda por aquel valioso tiempo perdido para siempre.
De ese talante es el descaro de Ana.
Reacciona ante los reclamos por la tardanza con una vocecita de pajarito sin alpiste. Y si los reclamos continúan, al cabo de unos minutos, estalla en una ira sobreactuada y bate los brazos y señala con el dedo y dice que así es ella y punto y de malas y vuelve la espalda y se va lanzando madres y jurando nunca más dirigirle a uno la palabra.
Pero no cumple, por supuesto.
Al día siguiente te habla como si ya te hubiera perdonado y fuera mejor persona que vos, que no terminás de deshacerte de esa piedra tan enorme, y decís Comé mierda, Ana, y ella dice Tan bobo, Jose, y te da un abrazo y un pico y jode y jode hasta que, sin saber cómo, has olvidado todo nuevamente.
Ana nació dormida.
Después del accidente, su madre debió gritar por horas en el proceso de parto. Sin embargo, Ana salió en un plácido sueño. Pasó del vientre a las manos del doctor y luego a la incubadora como si no hubiera sucedido nada y durmió hasta que llegó el momento de alimentarla por primera vez.
Por ese motivo, está convencida de que el sueño la acecha desde siempre, que la amarra a las cobijas hasta que el hambre la guía en un trance casi de sonámbula a las puertas de la nevera y que por eso es gorda y le cuesta llegar a tiempo a cualquier cita programada en las mañanas.
Lo cierto es que Ana también es incapaz de llegar a tiempo a las citas de la tarde y de la noche, pero prefiere no decir nada al respecto.
La primera vez que la vi tenía el pelo fucsia, irreal, como una muñeca japonesa. Trataba de convencer al profesor para que la dejara entrar a la última media hora de clase. Estaba en la puerta. Movía los hombros, sonreía nerviosamente, se agarraba la punta del pelo, como una niña frágil. Decía Es que trabajo, es que mi mamá, es que comprenda, profe, por favor, un poco de flexibilidad para los estudiantes con problemas. Y mientras tanto, se entró sigilosa, imperceptiblemente, hasta el puesto más cercano.
Llevábamos un tercio del semestre y aquella era la primera clase de Ana. Y todavía no me explico por qué el profesor nunca le canceló el curso. Ha de haber sido, imagino, por una de esas pataletas magníficas que Ana sabe hacer cuando alguien se atreve a condenarla por su impuntualidad o, lo que es lo mismo, porque el profesor era débil de carácter y el carácter de Ana, en cambio, está siempre desbordado: o se alegra mucho o se enoja mucho o se entristece demasiado.
La verdad es que nunca he tenido un inter��s real en preguntarle. Ana tiene ciertas pretensiones de diva misteriosa y yo he preferido dejarla estar, seguirle la corriente.
A veces, a medianoche, me llama al teléfono por el mero gusto de decirme Tengo algo que decirte y después colgarme. Y yo me paso el resto del día jugando a que me mata la angustia, que no es justo que no me diga lo que tiene que decirme de una maldita vez.
La busco, le insisto, me enojo, le lloro, me enojo otra vez.
Y así hasta que el misterio se diluye en ese tire y afloje plenamente lúdico.
Porque no hay misterio.
Nunca lo hay.
Ana es transparente.
La delatan las muecas, el exceso de teatralidad, esa manera tan externa de decirlo todo aunque, en realidad, no diga una palabra.
El misterio, en manos de Ana, solo es otra forma de la espera.
La más tolerable, quizá.
Cómo podría suponerse, Ana empezó a quererme tarde.
Primero quiso a Juan y luego a Rico y luego a Juan nuevamente. Me dejó esperando en alguna esquina de su vida antes de, siquiera, advertir mi existencia. Unos dos años después de que la viera en aquel salón de clase, en un curso distinto, y con un color de pelo diferente –era negro–, Ana me diría, con una expresión enorme y sincera de asombro, que no me había visto jamás.
Me hice el tonto, desde luego.
Le dije que después de todo no era que la recordara de a mucho, ja, solo un poco. Que tenía el pelo fucsia, eso sí lo recordaba. Qué me caía más o menos mal porque la consideraba una niña tonta, pero ya no, para nada, o sea, ya no. Que conocía a Juan y a Rico porque habíamos hecho varias cosas juntos en la universidad, que ah, cómo así, ¿en serio tuviste algo con ellos?, no jodás, qué mundo tan pequeño.
Lo que vino después es algo predecible: empezamos a salir. Aunque decir ‘empezamos’ implica cierta simultaneidad con la que Ana está poco familiarizada. En nuestra primera ida al cine, por ejemplo, llegó con una hora de retraso, y debimos ver una película distinta a la que habíamos planeado. Algo similar pasó en la segunda ocasión… y en la tercera… y en la cuarta… A la quinta, la convencí de que viéramos una película de seis de la tarde pero con el propósito secreto de alcanzar a ver la de las ocho de la noche… Llegó a las nueve.
Así es todo con ella.
Desfasado.
Corrido un poco hacia alguna dimensión extraña.
Tiene días en que esto la atormenta.
Por un tiempo, todo se reduce a los horarios que nunca cumple, al despertador programado inútilmente a las cinco de la mañana porque leyó no sé qué cosa ridícula sobre los hábitos en una revista de variedades, a las peleas tontas, innecesarias, a las dietas que inicia y rompe en horas, a las discusiones con su madre que por alguna razón se vuelven más frecuentes, a sus convicciones, a la falta de rumbo de su vida, a las ganas de morir, a los llantos inacabables, Dejá de ser boba, le digo, y ella dice Qué y yo le digo Sí, dejá de ser boba, que servís para muchas cosas. Para qué, dice ella, y entonces yo le digo que, por ejemplo, para quererme y que para llegar tarde porque eso tiene que ser una habilidad, le digo, la más extraña, tal vez, no de otra forma podría ser alguien tan persistente en algo, tan apasionado, si cabe la palabra, Cabe, le digo, y entonces ella dice Sos un cretino y me manda a la porra y me señala con el dedo y vuelve la espalda y se va lanzando madres y jurando nunca más dirigirme la palabra, pero no cumple, por supuesto, acaso al día siguiente me llama y dice Tengo algo que decirte y cuelga sin decirme nada, y nos encontramos después y hacemos el amor.
Entonces todo toma su rumbo nuevamente.
Todo empieza otra vez.
La espera. Sus formas. Yo en alguna esquina, esperando a Ana para cualquier cosa, Comé mierda, digo, Tan bobo, Jose, dice ella. Y así hasta el nuevo ciclo.
Siempre lo mismo.
Porque nunca ha habido una sola cosa diferente.
Solo la espera y sus mil formas. El resto es un problema de ritmo: esa distancia entre un acontecimiento y otro, entre un reclamo y otro, entre, qué sé yo, un Comé mierda, Ana, y Tengo algo que decirte…
La espera de los intersticios. Otra forma.
Desde el principio tuve que acostumbrarme a perder reservaciones. A comprar tiquetes de repuesto. A la textura de los escalones. A cargar libros para la espera. A las sutilezas en el transcurso de las horas: el ligero cambio en la dirección de un rayo de sol, la lenta transformación de un reguero en un pegote, el trayecto completo de una hormiga entre un extremo y otro del muro, el aguacero repentino, el fin del aguacero, las moscas, todas distintas, cada mosca, las casi imperceptibles motas de polvo asentándose en la cosas, los rostros de paso, los rostros que esperan pero que esperan menos, siempre menos, y, al final, su rostro, siempre de sorpresa, siempre en ese momento decisivo en el que ya no doy más, en el que me digo A-la-mierda-me-voy-que-se-joda, y aparece entonces ella: su rostro, su sonrisa perfecta de dientes no tan perfectos, su actitud de no ha pasado un carajo y No ha pasado un carajo, tengo que decirme, y estás hermosa Ana, pero comé mierda, sí, estás hermosa, de verdad, pero jodete, jodete mucho, no me besés que estoy puto, realmente puto, no te vuelvo a esperar, nunca, esto no se hace, sí, sí, estás muy bonita, qué importa, sí, que estás hermosa, pero comé mierda, no, vos, me importa un culo lo que te haya dicho tu mamá, si no es tu mamá es otra cosa, cualquiera, la crisis económica, la Primavera Árabe, el cambio climático, cualquier cosa, ¿ahora te enojás?, conchuda, si soy yo el de los motivos, no es justo que te enojés, no ese no es el punto, el punto es que llevo horas esperándote como una puta güeva, no te vayás, Ana, ya estás acá, perdoname, ah, pero jodete, llovió, ¿sabés?. ¡Llovió!, y luego dejó de llover, y vos por ninguna parte, que no te vayás, te quiero, me la volviste a hacer, de tanto esperarte hasta me has hecho un buen lector, ¡no te vayás!, ahora no tenés derecho a irte, no quiero picos, no, no jodás, sí, estás hermosa, sí, ya sabés que te quiero mucho, perdoname, perdoname, ¡pero no puede ser tan fácil!, hoy tiene que ser distinto, Ana, esto es un problema aunque estés muerta de la risa, ¡hago todo el drama que se me dé la gana!, no te rías que estoy hablando en serio, siempre es lo mismo, nada te lo tomás en serio, y más de la mitad de mi tiempo con vos me la he pasado sentado en una puta acera esperando a que aparezcás, no te vayás, ya te dije que me perdonés, que sí, ¡que estás hermosa, carajo!, sí, te quiero, perdoname, pero amanecí esperándote Ana, te lo juro, esperé tu llamada toda la noche, no dormí, y llegó la noche de nuevo y todavía esperaba tu llamada, y luego la mañana siguiente, y luego el sueño terminó por derrotarme, sé que no estamos bien, pero, carajo, ¿qué te cuesta decir que no venís?, no te entiendo, de verdad que no te entiendo, no me toqués, te estoy hablando en serio, algo debe estar pasando, que no me toqués malparida, perdoname, perdoname, perdoname, por favor, vení, hablemos, un momento, no te vayás, por favor, no te vayás, estás muy bonita, no te vayás, pero jodete, jodete Ana, ahora aparecés como si nada, dejé de esperarte hace mucho rato Ana, son dos meses, ¡dos meses!, te vas por dos meses, sin decir una palabra, ¿y yo qué?... sí, soy un dramático de puta madre y he tenido dos meses para acumular drama de sobra… y olvidarte de paso, ¿sabés?... ándate, sí, estás hermosa, ándate, no, no soy capaz de odiarte, pero ándate, ándate, sí, querés morirte, sí, si querés morirte…
En es serio…
No te espero más…
Andate, Ana…
Si querés morirte…
Sí.
No te espero más…
Andate, Ana.
Sí.
Andate.
Siempre lo mismo.
Por eso espero todavía a que el ciclo empiece nuevamente.
Me aferro al borde de esta acera.
Cierro los oídos a todo consejo dirigido que me levante y siga mi camino. Tengo la esperanza, casi la certeza, de que Ana vendrá un día a recogerme.
Hablo desde un tiempo presente que ya ha durado varios años.
Ana tiene esposo y tres hijos y casa de dos pisos en Laureles.
Pero espero.
Espero su llamada.
Espero que me llame a medianoche y diga: Tengo algo que decirte, Jose, y que cuelgue y se aparezca al otro día con una sonrisota, como si fuera mejor persona que yo, como si ya me hubiera perdonado, y luego hagamos el amor.
Ya no tengo vida más allá de esta esquina poco iluminada.
Pero no importa.
Ana puede hacerse esperar porque hay personas dispuestas a esperarla. Porque estoy dispuesto a esperarla el tiempo que sea necesario, aunque ella no lo sepa.
Aunque no me recuerde.
Quizá el olvido sea otra forma de la espera:
Y hay olvidos que duran para siempre.
Tomado de ‘Libro del Tedio’, del escritor José Ardila.
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Después de la Cuarentena
Apenas van 3 semanas de estar en cerrados, exceptuando la ida al súper de principios de semana no he salido prácticamente para nada.
Y esta semana, vaya que ha sido intensa emocionalmente para mí.
¿Por qué me causa tanta ansiedad estar en casa? ¿Estar encerrada? Creo que tiene que ver con mi infancia. No me mal interpreten no es que haya sido una niña abusada, o mal tratada (o que tanto) lo que si recuerdo es que para mí, mi casa, jamás ha sido mi lugar seguro.
Desde pequeña recuerdo haber vivido grandes frustraciones y tristezas en casa, desde que tengo memoria he sido invalidada, todas y cada una de mis emociones. Mi papá hasta presume que me quitó el orgullo a punta de guamazos. (porque era yo muy voluntariosa) y hoy, hoy no me siento segura, ni capaz de nada, me siento incompleta, inútil y mediocre. Me siento mala madre, (porque repito estos patrones que me hicieron sentir mierda) se lo que hacen las palabras, y cuando estoy enojada solo exploto, no pienso lo que digo, y mis hijas se llevan toda la mierda que hay dentro de mí.
De niña me pusieron muchas etiquetas, y recuerdo a muchos adultos (que decían amarme) burlándose de mí, cuando estaba enojada y triste, imitaban mis caras, y se burlaban, mis papás también lo hacían, y lejos de detener a sus hermanos (ellos eran los que se burlaban) se reían y me decían: “aguántate, están jugando”
Aguántate… a una niña de 3-4 años, ni sabía lo que era aguantar. Pero con eso crecí. Tragándome todas mis emociones, porque si gritaba intentando defenderme, me regañaban, porque tenía que respetar a mis mayores.
“y es que se ve muy chistosa cuando se enoja” entonces por gusto me hacían enojar, y no sé, tal vez pensaban que se me iba a pasar, y pues sí, pertenecía a esa familia, si quería encajar, tenía que ser quien ellos querían que fuera, una niña que aguanta “vara” que aguanta carrilla, y que se sabe reír de sí misma. Tenía que dejar pasar todos los comentarios, me podía enojar siempre y cuando no gritara, porque si gritaba, si le gritaba a alguno de mis tíos o de mis abuelos, estaba siendo grosera, y faltando al respeto. Tenía que callar.
Ahora platico esto, y soy una exagerada, rencorosa que no perdona. Y que no olvida. Curiosamente esta cuarentena me ha hecho conectar con estos momentos que estaban tan enterrados en mi memoria.
Tuve un tío, el mejor ser humano que he conocido, el hermano mayor de mi mamá, el mejor amigo de mi papá, él era el tío que jugaba siempre con los niños, cuando jugaba le encantaba asustarnos, pero a mí me daba terror, y nunca me molestó más a mí, y tampoco me ignoraba en el juego, él, buscaba la manera de incluirme en el juego sin que fuera tan estresante para mí. Yo jugaba “de su lado” él, era más delicado conmigo. Él, murió cuando yo tenía 9 años, y aún lo extraño. Recuerdo que el día que murió, mis papás y mi hermano habían salido a Salamanca, Gto. No sé para que, mi hermana y yo nos quedamos a cargo de mis abuelos en la ciudad de México. Mi hermana y yo, estábamos peleando, (como siempre) y mi abuela recibió una llamada, estábamos en su desayunador, ella se desplomó en una silla, y yo pensé que algo le había pasado a mis papás y a mi hermano, me invadió el miedo, en eso entró mi abuelo, mi abuela lloraba en una silla, y mi abuelo le quitó el teléfono de la mano, y lo acercó a su oído, entonces no me acuerdo como fue, quien de los dos dijo: “Manue…, Manue se murió”. Creo que me dolió más saber que el único adulto con el que yo me sentía segura se había ido, ahora si me había dejado (tenía cerca de 2 o 3 años que ya no vivía en casa de mis abuelos, se había ido a vivir a Salamanca). La única persona por la que yo me sentía validada ya no estaba.
Creo que fue cuando se fue a vivir a Salamanca que yo empecé a engordar, me acuerdo que comía por ansiedad, me acuerdo que comía por estrés y por desesperación.
Por todo me enojaba y lejos de preguntarme porque me regañaban por enojarme, la verdad es que no sé por qué estaba tan enojada todo el tiempo, una niña de 7 años, no recuerdo una plática de contención, una plática que no fuera un regaño por no aguantar tal o cual cosa. Cuando empecé a engordar mi hermana me decía Fabola, y me lastimaba tanto, al grado de llegar a odiar mi nombre, y cuando le decía a mi mamá, (mi papá estaba trabajando) su respuesta siempre era: “ignórala”… la verdad es que siempre quise ver que le “rompieran el hocico” como me lo hacían a mi cada que gritaba, o que decía una grosería (siempre fui muy mal hablada, aún que a esa edad mis groserías eran “estúpida, o idiota”) y claro que a mi hermana también la regañaban, creo que era parte del problema, los castigos siempre fueron parejos, sin importar quien lo hubiera originado, cuando el 90% de las veces yo solo reaccionaba a algo que hacía mi hermana, así que una vez más, mis emociones eran invalidadas, y yo no estoy diciendo que solo yo sufrí, seguro que mi hermana también tenía que aguantar burlas, pero en casa si perpetuamos un ambiente de bullying, en donde los más grandes hieren a los más pequeños, y se hace una cascada de mierda que pasa de adultos heridos a niños maltratados. Porque ¡claro! Mis papás en cada una de sus casas vivieron todo esto, de la misma manera, tal vez hasta más fuerte.
En casa, todos tenemos que aguantar carrilla, y bullying, y los comentarios que escucho en la familia cuando se habla del tema es: “es que ya no aguantan nada”, “eso no es nada, en mis tiempos era peor”, “por eso les echábamos carrilla, para que aguantaran el bullying afuera”.
Me hice tan buena en esto, que en la escuela yo era la que molestaba a todas mis compañeras, yo era la bullie, y no lo digo con orgullo, la diferencia es que cuando yo me equivocaba, cuando yo era el receptor de la crueldad, aprendí a “reírme de mi misma”, pero no solo eso, aprendí a ser cruel conmigo misma. Una vez un primo me dijo: “es imposible echarte carrilla a ti, tu eres la primera que se amarra la soga al cuello y se tira del banco”
Yo como mecanismo de defensa aprendí a lastimarme a mi misma, antes de que alguien más lo hiciera. Y si, esta característica aún la poseo, sigo siendo carrillera, uso los errores de las personas en su contra para echar carrilla, uso mis errores, para provocar carcajadas, a expensas de otros. Mis amigos me dicen “es que no se te escapa una” la verdad es que lo único bueno que saqué de todo esto fue el desarrollo de mi agilidad mental.
Pero ¿a costa de qué? Muchos años fui quien mis papás quisieron que yo fuera, la niña “perfecta”, pero ¿cómo podía ser perfecta si era gorda? La primera vez que me pusieron a dieta fue a mis 13 años. “para que en tu fiesta de XV años estés guapa”. Lo único que yo escuché fue: gorda = fea. Mis hermanos y mis primos me seguían diciendo Fabola para molestarme, cuando había mucha gente me tenía que tragar la ira que esta palabra me hacía sentir, y hacer como que me daba risa, pero en casa, a puertas cerradas, quería asesinar a mi hermana. Creo que por esta época fue la primera vez que sentí deseos de morirme. De no despertar. De suicidarme. Tenía 13 o 14 años. En casa tenía que ignorar a mi hermana. En casa no podía acusarla, porque la exagerada que no aguantaba nada era yo, y encima ella tenía razón, porque yo si estaba gorda, entonces, pues ella no estaba mintiendo, la solución de mis papás fue: “si no quieres que te diga así haz bien la dieta para que bajes de peso” esto me partía en mil pedazos.
Mis hermanos eran delgados, comían más que yo, comían pan, no importaba que tan bien hiciera la dieta, no bajaba de peso, lo que yo no entendía era que mi sobrepeso era emocional, eran años tragando tristeza y enojo, no solo comida…
A la fecha estar gordo en casa es mal visto, es sinónimo de que no te amas y de que no te cuidas, cuando la realidad es que es una consecuencia.
Además de todo este tema de la apariencia física, estuvo el tema de: “estás loca”, “como crees” “así no” todos los condicionamientos. Todas las experiencias que me fueron “formando” o mejor dicho DEFORMANDO.
Uno llega a este mundo puro, de mente y de corazón, llegas sin miedo, entiendes que AMOR es lo que vives en tu hogar, y ciertamente repito, mi historia no es grave, no huno violaciones, ni alcoholismo, ni drogas, lo que hubo en casa fue indiferencia, y soberbia. Lo que hubo en casa fue tan sutil que ni si quiera siento validez al hablar de ello, porque ¿de qué me quejo? Mis papás me aman, desde sus carencias y su nivel de conciencia, pero ellos me aman, ellos genuinamente creían que estaban haciendo lo mejor para mí (la neta no entiendo como chingados hacer sentir fea a tu hija que está pasando por la adolescencia puede llevarte a pensar que es lo mejor para la niña en cuestión, pero bueno) esto no se trata de señalar o de culpar. Creo que lo que busco con este escrito es generar un poco de conciencia en cuanto a salud mental se refiere.
Todos pensamos que somos adultos de bien, y que nuestros padres nos educaron para hacernos productivos, o “no criminales”. Cuando lo único que estamos haciendo es perpetuando ciclos de violencia disfrazada de educación.
La relación con mis papás nunca ha sido de lo mejor, pero nunca ha sido tan mala, tampoco, como todo en mi vida, ha sido mediocre.
Cada que yo saco este tema, bueno deberían ver como toda mi familia se OFENDE, ante estos señalamientos, creen que lo menciono para hacer sentir mal a mis papás, o peor aún, a mis abuelos. Cuando lo hago desde el amor, desde el objetivo de crear conciencia en todos los seres humanos. Una cosa es la burla entre amigos, la carrilla, pero un niño no la entiende igual, a un niño le duele que se rían de su tristeza, de su enojo o de su miedo.
Y es que todo esto marca a los niños, si, los niños son resilientes y salen delante de cualquier situación, pero porque su mente, su psique, o mejor dicho SU EGO, toman el control de la situación y entra en modo supervivencia. Es cuando el niño deja de ser esa alma libre y empieza a buscar la sobrevivencia en su entorno. ¿Como? Adaptándose, eso es la resiliencia, la capacidad de adaptarte a tu entorno para garantizar tu supervivencia. Así es como un niño aprende que si llora y solo va a obtener burlas en respuesta, mejor opta por tragarse la emoción, aguantar el llanto. Si todo lo que dice el niño es recibido por un: “estás loco” van a pasar dos cosas. 1. Va a dejar de compartir y 2. Cualquier cosa que se le ocurra el resto de su vida va a carecer de valor para él mismo, la voz dentro de su cabeza será “estoy loco, no puedo”
Siempre he sido amante de la fantasía, de la magia, los dragones, las brujas y la aventura, tanto que de niña pase por querer ser antropóloga (cortesía de Indiana Johnes), paleontóloga, zoóloga (a la fecha sueño con ir a áfrica a ver animales) pero como siempre estuve loca, de verdad llegó el día en que lo creí, dudé tanto de mi misma, que nunca perseguí ninguno de estos sueños.
De niña me metía mucho en la cocina con mi mamá, (parece que era el único lugar donde convivía pacíficamente con ella), a ella le gustaba cocinar y siempre me dijo: “yo hubiera estudiado gastronomía, me encanta la cocina, pero en mis tiempos eso no había”. De niña me regalaron los reyes magos una cocineta, otro año, un hornito mágico, y siempre me dijeron: “ vas a ser una gran chef” no sé si me empezó a gustar la idea, o si simplemente la adopte como mía, porque era lo que se esperaba de mi… encima estaba gorda, así que tenía un “pretexto”, me gusta la comida (que por cierto, después de muchos años pensé que fue injusto de parte de mi mamá engordarme toda mi infancia para después ponerme a dieta… jaja) uy además, si eres chef, cuando te cases así vas a conquistar a los hombres, por el estomago… y el otro factor importantísimo, en mi casa las mujeres son educadas para casarse y tener hijos, las “solteronas” de la familia siempre fueron vistas con malos ojos, con ojos de “pobrecita, se quedó sola” ah y también en la familia de mi abuelo estuvieron las hijas traídas al mundo exclusivamente para que cuiden a los papás cuando estén grandes.
Sí, yo crecí condicionada, por un lado siempre me dijeron que me iba a casar un día e iba a ser feliz, pero que todo lo que yo hacía lo iba a paga con mis hijos, y la sentencia: “ya verás, de mi te acuerdas algún día tendrás hijos y entonces vas a pagar todas estas”. La verdad es que yo no recuerdo momentos de convivencia con mi mamá fuera de la cocina, toda la vida hemos peleado, a la fecha. Mi mamá ha sido la persona que más comentarios hirientes me ha hecho, y todos los he creído. Porque pues es mi mamá, si ella no me ama como soy (que se supone está obligada a hacerlo), pues es porque yo, como soy, no merezco amor, para merecerlo tengo que cambiar. Tengo que ser una niña tranquila, normal, delgada, ah y arreglada, que se cuida y se procura.
Mi adolescencia fue la etapa más horrible de mi vida. Medio me empiezan a gustar los chavos, pero pues yo no les gusto, porque estoy gorda, ¿cómo alguien me va a querer así? (Porque también esto me lo dijeron, si quieres gustarle a alguien tienes que adelgazar), cuando estaba llorando en mi casa porque iban a ser mis XV años, y pues no había un alguien especial. Y de ahí, hasta que mi hermana se casó, creo que casi todos los chavos que me gustaban y me hablaban, en uno u otro punto me pidieron que les hiciera el paro con mi hermana. Hasta me avergüenza hablar de esto. De verdad me hace sentir incomoda. “¿pero tu hermana es bien mamona verdad? No, la verdad es que no es mamona, era más bien tan, pero tan insegura que no hablaba, ella tiene su propia historia, aún que ella es de las que piensa que la educaron bien”
En una ocasión un amigo de mis primos (que a mí me gustaba mucho), fue con nosotros de vacaciones, al rancho de mi abuelo, yo me llevaba muy bien con todos los amigos de mis primos. Mis primos, celaban a su hermana y a mi hermana, (a su hermana porque pues así los enseñaron a ser, ya saben el típico las hermanas y exnovias son territorio prohibido para los amigos porque hay códigos) y a mi hermana, supongo por que los amigos ya les habían comentado que estaba muy guapa o que querían con ella, o algo así. Conmigo no había problema, porque conmigo nadie quería. Yo convivía mucho con ellos, de verdad me la pasaba bien, jugábamos póker, salíamos de bar, o de antro, no se, siento que me veían como un wey más. Y en esta ida al rancho, estábamos platicando de cómo me enojaba yo de niña, de cómo me ponía roja de la cara y explotaba y mis primos muertos de la risa, y yo, aguantando, riendo también con ellos, para no verme mal, en eso, a este chavo, que de verdad me gustaba un montón, se le ocurre decirme “Tronchatoro” y todos soltaron la carcajada, me acuerdo perfecto que mi cara se congeló, y todavía me dijo: “si sabes quién es no? La maestra de Matilda, la mujer esa enorme que parece tanque”. Pffff, me acuerdo, y lloro, me da tristeza, me duele, me duele, tener que haber reído para no hacer más doloroso el momento, más fuerte la carrilla, la verdad no sé si esto se lo he contado a nadie, no recuerdo haber hablado nuevamente de esto, más que con mi prima que estaba presente. Y lo enterré, pero ahí se quedó. No puedo ver esa película, ironía de la vida mi hija salió en una obra de teatro de su escuela y fue Matilda…
Seguí creciendo empezaron las salidas de antro, mi hermana, mi prima y yo, y otras amigas, otras primas, pero nosotras 3 casi siempre, y no sé si se acuerden, o si aún lo hagan, pero vendían rosas en los antros, y ellas, casi todos los fines de semana salían con su rosa, ¿yo? No recuerdo una sola, que me hayan dado a mí, hubo varias veces que si salí con una rosa, pero por que el galán de mi hermana, o de mi prima, les compraba flores a todas para demostrar su esplendidez…
Cuando no quería salir me obligaban, mis papás salían con: “si no vas tú, no va nadie”. Y pues ¿por mi culpa se iban a quedar todos sin salir? Otra vez, mis papás pensando que era por mi bien, ir a ver como mi hermana y m i prima bailaban con uno y con otro y con otro chavo, y yo era la que cuidaba las bolsas, los abrigos, o se encargaba de la cuenta, también aprendí a tragarme esto. A “disfrutar” de las salidas, a ir a bailar y a tomar, y a fumar. De todos modos me obligaban, mejor intentaba divertirme. Me avergüenza tanto reconocer todo lo que hice, todo lo que dejé que me hicieran por sentirme validada, reconocida, digna de amor, merecedora de alegría.
Había un fulano, que me encantaba, y sí, el sí me peló… pero después de un beso, me dijo: “besas bien, y de aquí hacia arriba estas bien (señalando mi pecho) pero hacia abajo, la verdad es que, no” (e hizo cara de asco) señalando mi panza “y pues yo no quiero que me vean con alguien como tú”. Nunca me había sentido tan miserable. Lo peor del caso, es que lo seguí buscando, no me enorgullece, para nada, pero por alguna razón necesitaba su aprobación. Salimos con amigos en común un par de veces, un día nos salimos del antro, me quiso llevar a un hotel, y yo no accedí (por inseguridad, miedo, porque yo era una “niña bien”) regresamos al antro y cada quien se fue por su lado. Hasta que un día en otro bar, buscó a mi mejor amiga que estaba bailando, la llevó frente a mí, (yo estaba sentada en la mesa platicando con un amigo de él) y la besó. Luego me volteó a ver y me sonrió, entonces si me sentí destrozada. Permití que muchos hombres me maltrataran, y pensaba que tenían derecho a hacerlo, porque una gorda no merece amor. Y si iba a recibir amor, pues debía aguantar… Esta parte no la había contado a nadie, porque en esta etapa decidí que quería ser feliz, a pesar de todo, y mis amigas me veían y me preguntaban: “¿cómo vas con fulano, neta se te hace guapo?, está bien feo, pero bueno, si a ti te gusta, tú te vez contenta…”
Ahí empecé a fingir estar bien, y feliz, ahí me cerré casi por completo, casi a diario me dormía llorando, rogándole a Dios que no me dejara despertar. Ninguna de mis amigas sabe bien a bien todo lo que pasaba, todo lo que aguantaba, o lo que hacía por sentirme bien, por sentir que si merecía amor, y que decir de mis papás. Me seguían jodiendo con el peso, (ya tenía como 20 años) con la dieta, con la apariencia… claro que odiaba estar en mi casa, cada que podía estaba en casa de cualquiera de mis amigas, fingiendo, siendo quien necesitaba ser, si a mi prima no le gustaba el cine, yo no iba al cine, si a mis amigos les gustaba ir a jugar futbol, yo pasaba por ellos en el coche, íbamos a donde ellos querían, hacía lo que otros (menos mi hermana o papás) decían, si había que probar algún licor, ahí estaba yo, si había que salir a comprar más alcohol para la fiesta, ahí estaba yo, si había que llevar a alguien a su casa ahí estaba yo, las cuentas en el antro, yo!, la dama de compañía, yo!, estuve a disposición de todos, menos de mí.
Conocí a otro fulano que también me gustaba mucho, y para entonces ya estaba yo un poco más delgada, (era talla 9) para mí era lo más delgada que jamás había estado. Era amigo, de un conocido, y me dijo que estaba por irse a vivir a Playa del Carmen. Yo tenía un viaje planeado con una amiga para fin de año, a Cancún, me quedé a vivir acá, persiguiendo a este wey, él ni enterado, pero yo, dejando todo, por alguien que nunca me vio.
Resultó que vivir en Cancún fue lo mejor que me pudo haber pasado, estaba lejos de toda la gente que me conocía, podía ser yo, pero seguía “mendigando” amor, forzándome yo sola a ser aceptada por los demás. Ese año me hice muy amiga de uno de los mejores amigos de mi primo, hablábamos casi diario, platicábamos de todo y de nada, al grado de que yo empecé a pensar que tal vez podía ser algo más que amistad, (pero como estoy loca, pues lo dudé) mis amigas de Cancún me decían que claro que él quería algo más, no era normal la relación que teníamos. Cuando salíamos de fiesta, y él estaba tomado, siempre, pero siempre me tiraba la onda, intentando besarme, o intentaba tocarme y así, entonces nunca lo permití y siempre lo tiré a loco, porque siempre era bajo la influencia del alcohol, sobrio solo platicábamos bien y ya, y otro detalle, había andado con una de mis mejores amigas, lo cual lo dejaba “off limits” pero yo también sentía que algo había cambiado, y decidí hablar con mi amiga, a lo que ella me dijo: “Lo nuestro ya pasó, y él siempre ha sido tu amigo, lo he visto mil veces en la fiesta intentando besarte… tranquila, si algo sucede por mi está bien”.
En octubre de ese año (2007) me dicen mis papás que me tienen una sorpresa, ¡te vamos a pagar una Liposucción! Estando yo, tan desarmada, tan carente de amor, y de autoestima, de seguridad, y llena de miedos, convencida de que mi sobrepeso era todo lo que se interponía entre mi felicidad y yo (traducida en el hombre de mi vida) acepté llena de emoción. Por fin iba a ser delgada.
Y si, por fin fui delgada, (no tanto como mi hermana, nunca tanto como mi hermana) regresé a Cancún pero estaba convencida de que aquí nunca iba a encontrar el amor, porque el ambiente es muy libertino… (así es! También educación de iglesia católica ultra mocha, imagínense mi sentimiento de culpa y pecado acumulado hasta ahora, era el ser humano más despreciable del planeta en ese momento y por supuesto todos mis desazones amorosos eran castigos de Dios por ser mala hija). Deje Cancún para regresar a casa de mis papás, hasta hoy es el error más grande de mi vida.
Empece mi cacería de marido, ya estaba delgada, ya estaba lista para ser feliz. Un día me busca el amigo que mencioné arriba, el amigo de mi primo, ex novio de mi amiga, yo tenía menos de un mes de haber regresado a México, y me invitó a cenar, a un restaurante en Polanco, estaba yo volada. El año que estuve en Cancún nos dedicábamos rolas de Alejandro Fernandez, platicábamos de mil cosas, de verdad estaba yo en las nubes. Pasó por mí, se veía súper guapo, yo salí súper arreglada, y creo que fue de las primeras veces que me sentía bien en mi cuerpo. Llegamos al restaurante, no recuerdo cual era. Pedimos algo de tomar, y el pidió una entrada. Empezamos a platicar de mi viaje de regreso a México, y de cómo estaba él en el trabajo y de pronto me dice: “oye te tengo que hacer una pregunta” y yo… ¡volando! –“¿Por qué le dijiste a (x persona) que te estaba buscando? ¿Por qué le cuentas chismes? Yo no quiero nada más que una amistad contigo y que tú hayas hablado con ella, me puso más difíciles las cosas, porque quiero regresar con ella y ahora ella creé que te estaba tirando a ti la onda”
Otra vez, se me vino el mundo encima, hice mi mayor esfuerzo por no llorar, le pedí una disculpa por haber malinterpretado nuestras platicas, y le dije: “justo cosas como esta hacen que yo haya malinterpretado todo” “si estás tan molesto por lo que hice, ¿Por qué me invitaste a cenar? Para reclamarme podías haber ido a mi casa, podías haberme invitado un café en Vip´s podías haberme dicho todo esto en un mensaje, podías haber aclarado antes de cada “escucha que hermosa la letra de esta canción” que estabas pensando en alguien más. Lo que más me duele es que te acabo de perder como amigo”.
Ahora ellos están casados.
Tuve otras desventuras más, antes de encontrar al que ahora es mi esposo (¿Por qué tan seca la expresión? Solo vean en que momento emocional estaba yo)
La verdad es que tampoco es que él me haya buscado mucho, todo el tiempo fui yo quien lo buscó, quien lo invitó primero, creo que hasta se sintió un poco forzado o comprometido. Si hemos pasado momentos padres, pero la verdad es que en su mayoría han sido momentos grises, momentos X, yo sé que la mayoría de la vida son estos momentos, y no es que les reste valor, pero tal vez es mi incapacidad de sentir verdadero amor, o verdadera alegría. De novios muchas veces peleamos, muchas, y nunca fue él quien me volvió a buscar, siempre fui yo, quien insistió, era tanto mi miedo a estar sola, estaba tan cansada de buscar algo que según me habían prometido, cuando lo encontrara iba a ser feliz, que estaba aferrada a esta idea. Si tan solo hubiera sabido que el verdadero amor tenía que venir de mí hacia mí. Por sorprendente que parezca fue mi primera pareja sexual. Es decir con quien si hubo una consumación de una relación sexual. Y era tanta mi culpa (hablando de religión) que me juré que me iba a casar con él, de alguna manera en mi tonta cabeza esto iba a hacer que Dios no estuviera defraudado de mí, porque a pesar de haber sido antes del matrimonio, solo había un hombre en mi vida. Wow, que vergüenza me da hacer estas declaraciones, escribirlas aquí, con la intensión de que alguien las lea algún día. Y así, viví casi 3 años de un noviazgo forzado por mí en donde no había violencia, pero tampoco había interés, o pasión, o voluntad, yo estaba llevando la relación, y Él, estaba ahí, como papalote, solo dejándose llevar. Recuerdo nuestro pleito recurrente, era: “yo nunca voy a ser tu prioridad, a mí no me demuestras ni que me amas ni nada, simplemente te da igual si estoy o no.” (no sigue siendo pleito, no porque haya cambiado, si no porque hace mucho deje de pelear esa batalla)
Y siento que esto sigue así, podemos estar días sin hablarnos, y yo sé que no va a ser él quien me vuelva a buscar. No va a ser el quien hable primero, y lo peor del caso es que no es orgullo, es indiferencia.
Me embaracé antes de la boda, y no, no nos casamos por el embarazo, la boda ya tenía en marcha casi un año, (sí, yo también lo forcé, yo me quería casar, para ya no estar en pecado, y porque mis amigas se empezaban a casar, y por pendeja, básicamente, era tanto mi miedo a volver a fracasar que me conformé, me conformé con el primero que no me rechazó a mí, tampoco me buscó, pero bueno, no me había rechazado o tal vez si me rechazó y más de una vez, pero si lo volvía a buscar ahí estaba).
Recuerdo las palabras de mi papá: “lo que mal empieza, mal termina” fue como una sentencia, o una premonición, para él lo peor fue descubrir que yo había pecado, que yo había caído ante la tentación, y que una vez más, yo no había cumplido las expectativas.
Toda mi vida ha sido un cumulo de experiencias emocionales que no he sabido procesar. Toda mi vida pensé que el problema era yo, cuando en realidad nunca debí tomarme las cosas personales, pero cuando en tu infancia nadie te dice que todas esas declaraciones hablan de miedos personales, cuando crees que tú tienes la culpa de todo, llega el momento en donde ya no sabes que hacer.
Los primeros meses de nuestro matrimonio estuvieron bien… así, sencillamente solo bien. Ni wow, ni la luna de miel, ni las maravillas de las que otros hablan. Y muy pero muy pronto vino Renata.
Alguien con las carencias emocionales que yo tengo, alguien que no sabe amarse, ahora tenía que enseñar del amor a otra persona. Si ya estaba loca, la maternidad vino a probar todos y cada uno de mis limites, cayendo en el error una y otra y otra vez, volví a caer en depresión, me sentía sola, incapaz, inútil, ni siguiera podía alimentar a mi propia hija. Me tardó un mes en bajar la leche. Pero bueno eventualmente lo logré, me uní a la liga de la leche, y una vez más fui altamente criticada en casa, porque me obsesiono con los temas, porque no soy normal, y para todo tengo que ser intensa. ESTAS LOCA.
En verdad no sé porque mis papás se sorprenden tanto de no acudir a ellos con mis problemas, si siempre hay un juicio hacia mí. Siempre, yo soy la que está mal. La vida casada no ha sido ni fácil. Ni feliz, ha sido más bien una lucha constante de permanecer en un lugar en el que no quiero estar, porque me sigue pesando demasiado no ser quien “debo” ser.
Hace 3 años, tuvimos broncas más fuertes en el matrimonio, entre el hastío y la mediocridad, el estrés fue en aumento, estábamos viviendo en BCS, y fuimos de vacaciones a CDMX. Iba a ser mi cumpleaños, y como siempre, el detallista de mi marido no tenía ni un triste chocolate como detalle. Le pidió a su mamá que me comprara algo. Ese día abrí los ojos, ese día supe que yo nunca iba a ser importante para él. Ese día se derrumbó cualquier esperanza de rescatar mi matrimonio, o al menos mi voluntad para hacerlo. Y yo triste y enojada en casa de mis papás lo corrí, le pedí que se fuera, y mis papás me regañaron a mí, que como me atrevía a hacerle eso, que claro, con ese genio que me cargaba como me iba a aguantar.
Cada que mi mamá y yo peleábamos ella terminaba la batalla diciendo: “el día que de verdad te conozca te va a dejar, ni quien te aguante así” el día que me lo dejó de decir fue porque le contesté: “si a ti te aguanta mi papá, no te ha dejado, y ni quien diga nada”.
Ese año nos separamos 3 veces, hoy, empiezo a sentir esa necesidad de armarme de valor y dejarlo, por mí. Ya no quiero estar en donde no me siento a gusto, no quiero estar en donde no me siento amada, es hora de que por primera vez en mi vida me valore YO.
Tengo miedo, si mucho, tengo pánico, no es posible que una cuarentena me haya hecho conectar con emociones enterradas, sepultadas, pero vivas, que siguen dictando mis acciones. Que cada que empiezo un nuevo proyecto, me detengo, todo el tiempo, todo el día escucho en mi cabeza “tú no puedes, tú estás loca, ¿tú que vas a saber de esto?, ¿Cómo tú vas a dar tips para el homeschooling si eres la peor madre del mundo?, sabes perfectamente lo que daña, y no logras cambiarlo… eres un fraude, eres una inútil, mejor no hubieras nacido, nadie te extrañaría, nadie necesita de ti…”
Hoy me doy cuenta de que si hay alguien que necesita de mí. Y ese alguien soy yo. Sigo sintiendo unas ganas enormes de dejar la vida, pero no las quiero seguir sintiendo.
Que voy a ser duramente juzgada, seguro, la familia de mi esposo ya me odia, desde las primeras veces que nos separamos, pero no me importa, si ellos necesitan creer que yo soy la mala del cuento, y que solo yo soy la responsable, pues que lo crean.
¿Mi familia? Seguramente ellos van a asumir que es mi locura, mi enojo, y mi falta de control, seguramente buscaran a mi esposo para decirle que estoy loca y que me tenga paciencia que seguro es una etapa y que ya se me pasará.
Por indecisa… claro, en mi historial todas las decisiones que he tomado han sido malas.
Las únicas que me preocupan son mis hijas. Creo que no soy buena madre para ellas. Creo que les estoy haciendo mucho daño, creo que estar jugando con idas y venidas del matrimonio les ha afectado mucho. Ellas creen que necesitan a su familia junta, pero lo que ellas no ven ahora es que el ejemplo de amor que les estamos dando es un amor mediocre, es un amor codependiente, y en definitiva yo no quiero que ellas BUSQUEN un amor así, porque es lo que vieron en casa.
Creo que yo no debí haber sido madre, estoy en una etapa en la que mi madre tenía razón: “quien te va a aguantar con ese genio” lo malo es que mis hijas no tienen opción, y creen que esto que yo les hago es normal, y está bien. Que gritar todo el día está bien, y peor tantito, que es su culpa. Y que se merecen este trato. NO LO PUEDO PERMITIR. Si después de esta cuarentena yo no he logrado sanar estas heridas, la que se va a ir soy yo.
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«El límite de la felicidad», 筒井 康隆.
Sucedió un día, al volver a casa desde el trabajo. Mi esposa levantó la mirada de una revista femenina semanal, abrió una boca más grande que su propia cara y se volvió hacia mí:
—Pero ¡qué tonta fui al casarme contigo!
—Pero ¿de qué estás hablando?
Con el dorso de la mano golpeó la revista por la página que tenía abierta. Era otro de esos artículos absurdos. Éste, en concreto, se titulaba «Pon a prueba la sexualidad de tu marido».
—Aquí dice que la erección de tu pene es comparable a la de un niño de once años; dice que tu potencia no supera la de un gallo y que tu técnica apenas se merece un aprobado. Lo haces con la misma frecuencia que un hombre de cincuenta años, ¡aunque tú tienes treinta y pico y yo veintitantos! ¿Qué piensas hacer al respecto? Hasta ahora me has estado decepcionando, ¿o no? ¡Qué tonta he sido, madre mía!
—¡No seas imbécil! ¡Todo eso no es más que una sarta de tonterías de los que estáis obsesionados con el sexo! —Le retiré la revista de las manos y la hice añicos—. ¡Sexo! ¿Es eso lo único en lo que piensas? ¡Qué vergüenza! Hoy me han dado la paga y he venido directamente a casa para traerte todo el dinero. Pues muy bien, tú lo has querido. Ahora no te voy a comprar nada. ¡Piensa lo que quieras!
Ella suspiró y una sombra de tristeza pasó por sus ojos. Luego dejó entrever una sonrisa obscena y, coqueteando, se disculpó de manera sumisa.
—¡Lo siento, cariño! Yo… no tenía derecho a decir esas cosas, ¿verdad? ¿A que no, amor mío?
—Pues no. No tenías derecho a decirlo —asent�� yo con la cabeza—. Nunca te ha faltado la comida, ni tampoco has tenido que lamentarte por no tener qué ponerte. Tenemos todo lo que tienen las demás familias. Y todo gracias a mí. Deberías ser feliz. ¡Eso es! Y resulta que eres tan feliz que intentas a la desesperada encontrar un motivo por el cual no serlo. Por eso tratas de encontrar fallos a tu marido. ¿O me equivoco?
—Sí, cariño. Te pido disculpas — me dijo, mirándome fijamente con ojos llenos de expectación.
Ante una sumisión tan incondicional, la mayoría de maridos se pondrían contentos, esbozarían una amplia sonrisa y les entregarían el sobre de la paga a sus esposas. Pero ése no es mi caso. Yo odio esa conducta familiar almibarada y acomodaticia. No, no estoy dispuesto a hundirme en esa falsa felicidad prefabricada. Si yo sugiriera que soy feliz, estaría cayendo en el estereotipo de marido que se ve en las series televisivas de tres a cuatro, como hacen otros.
Estaba cambiándome en la habitación cuando entró mi madre, de sesenta y cinco años, que venía de la cocina.
—Hoy te han dado la paga, ¿verdad, hijito? —me dijo, arrimándose para engatusarme—. Podías darnos algo de dinerito. Shigenobu sigue pidiendo un tanque de juguete. ¡Me gustaría comprárselo!
—¡De eso nada! —grité. El afecto filial tampoco va conmigo—. Vete ya a preparar la cena. ¡Vamos, vieja pesada, antes de que te pegue una patada en el culo!
A pesar de todo, se quedó allí murmurando de pie, así que le di una patada y se largó a la cocina lloriqueando. Le estaba bien empleado. Al volver a la sala de estar, mi esposa me preguntó:
—Oye, amor, ¿podrías bañar a Shigenobu?
Nuestro hijo, de dos años, estaba despatarrado en el suelo mirando una serie de acción en la tele. Hasta qué punto entenderá algo, me preguntaba. Haciendo caso omiso de sus lloriqueos, porque quería seguir viendo la tele, lo desnudé y me lo llevé al baño. Shigenobu todavía vocalizaba mal y, en muchas ocasiones, me resultaba difícil saber qué quería decir. Pero a mí eso me parecía muy gracioso. Tan gracioso, de hecho, que me odiaba a mí mismo. Me odiaba por encontrar gracioso a mi hijo. En parte por pudor, a veces incluso llegaba a maltratarle, diciéndome a mí mismo que es mejor tratar mal a los hijos varones. Al abrir la tapa de la bañera salió una humareda de vapor. Levanté a Shigenobu en volandas y lo sumergí hasta la cintura en el agua caliente. Ya saben, para comprobar la temperatura. Al parecer, el agua estaba hirviendo. Shigenobu dio un enorme grito y empezó a llorar. Cuando lo saqué del agua, la parte inferior de su cuerpo estaba más roja que una gamba.
—¡Shigenobu!
—¿Qué, qué ha pasado?
Mi esposa y mi madre vinieron apresuradamente, abrieron de par en par la puerta vidriera del baño y se quedaron mirándome.
—No es nada, no es nada —fingí yo, riéndome despreocupadamente—. Sólo estaba probando el agua, nada más.
—Pero ¿cómo has podido hacer algo así? —dijo mi esposa, tomando al niño en brazos—. Ya, ya, ya. Pobrecito mío. ¡Mira qué rojo está el pobre!
—¡Me dele, me dele mucho!
Mi esposa lo abrazó con fuerza mientras seguía llorando.
—¿Es que no podías haber probado tú antes el agua? —dijo mirándome enfurecidamente.
—¡Cállate! Lo que debe hacer una esposa es probar el agua antes de que se meta su esposo en el baño. ¡Imbécil! — Y a continuación le pegué un bofetón—. ¿Quieres que me siente en el agua fría para que coja un resfriado de órdago?
Mi esposa se puso a llorar. Lo mismo hizo mi madre, que intentaba desesperadamente tranquilizarme mientras yo seguía gritando y desvariando como un loco. Afortunadamente, Shigenobu no sufrió quemaduras. Un poco de ungüento bastó para calmarle el dolor. Yo volví a enfadarme por mi sentimiento de culpa y durante toda la cena estuve así. La causa de mi enfado era evidente: esa pequeña felicidad que teníamos. Después de la cena, Shigenobu y mi madre se fueron a la cama de la habitación contigua. Nuestro apartamento tiene tres habitaciones, cocina y baño. Se encuentra en el piso 17 del bloque número 46 de una mastodóntica urbanización. Hay dos habitaciones japonesas de cuatro tatamis y medio. En una de ellas duerme mi madre, y la otra la usamos como salón. También hay una habitación de estilo occidental con las mismas proporciones que los otros cuartos, donde dormimos mi esposa y yo. Y por último está la cocina. Todas las piezas están amuebladas a la última. Tenemos un enorme televisor en color y una mesita con un brasero en medio, con lo que apenas hay espacio para moverse. Yo me senté a la mesa y me dispuse a comer una mandarina mientras veía una película antigua en la que famosos actores de Hollywood hablaban japonés con un acento de lo más llamativo. Mi esposa se sentó junto a mí zurciendo algo de Shigenobu.
—Oye, cariño —dijo mi esposa mientras yo pelaba la mandarina número dieciséis—. ¿Qué te parece si compramos un televisor nuevo?
—¿Otro? —dije, mirándola distraídamente—. ¡Pero si éste lo tenemos desde hace sólo seis meses!
—Sí, pero es que es el último grito en televisores de pantalla plana. Estoy segura de que te va a gustar. Con sólo apretar un interruptor puedes ver las películas extranjeras con o sin doblaje.
—¿Ah, sí? —dije abriendo los ojos de par en par—. Hay que ver lo que inventan, ¿eh? Nunca me han gustado las películas dobladas. Siendo así, ¡vamos a ello cuanto antes!
—Bueno, pues mañana puedes ir al banco y hacer los trámites, ¿vale? Son veinticuatro plazos mensuales de quince mil yenes. A mí me dolía tener que desprenderme cada mes de tanto dinero, pero, bien pensado, si queríamos comprar otras cosas, siempre podíamos hacerlo a plazos. De hecho, la mayor parte de muebles de nuestro apartamento los compramos de esta manera, y todavía los estamos pagando casi todos. Muy raramente necesitamos pagar grandes sumas de una sola vez. Como sucede en otros muchos hogares, la mayor parte de mi sueldo se invierte en los pagos mensuales. Por ejemplo, si mi madre estirase la pata de repente, actualmente sólo podríamos hacer frente a los costes del funeral pagándolos a plazos. La inflación rampante del precio de la tierra y de la vivienda ha hecho que cada vez haya más gente que tenga dificultades en pagar su propia casa, no sólo los que acceden por primera vez a una vivienda, sino también la gente con bastante dinero. Aunque, en realidad, no está la cosa tan mal. Uno trabaja como un negro con la esperanza de comprar una vivienda propia, preguntándose si el precio subirá más rápido de lo que uno es capaz de ahorrar. Pero, de hecho, no haces más que agarrarte a un efectivo que gradualmente va perdiendo valor por la inflación. ¡Olvídate! Es mucho más inteligente utilizar todo el sueldo en los plazos mensuales, incluso con los intereses. Los sueldos van subiendo constantemente. Si soportas vivir con la casa atestada hasta los topes, puedes comer bien y llevar una vida de rico, rodeado de artículos de lujo y de los últimos muebles y electrodomésticos.
Personalmente, yo no estoy completamente de acuerdo con esa tendencia. Soy consciente de que no hace más que acelerar la inflación. Pero no me cabe la menor duda de que es mucho más inteligente gastar el dinero que guardarlo y, por consiguiente, no comprar una casa. Por eso, no tengo más remedio que seguir esta tendencia. Di unos cuantos sorbos al té que me había preparado mi esposa. Era el famoso de Uji, que nos enviaban directamente de Kioto. Estaba buenísimo. El reloj de pared, una pieza cara de artesanía, dio las diez. Por supuesto, lo habíamos pagado a plazos. Mi esposa se puso a hacer ganchillo. Yo me tomé el té mientras veía la televisión. Era una bella escena familiar. De repente, mi esposa se estremeció, levantó la cabeza y me miró fijamente.
—Cariño, soy tan feliz —dijo con una voz nerviosa. Incluso se le adivinaba una pequeña lágrima.
Yo no pude reprimir la rabia, la vergüenza, la pesadumbre, así que le di una patada a la mesa y me levanté.
—¡Tonta, más que tonta! —grité, abriendo la boca de tal manera que parecía que se iba a partir, y vociferé a pleno pulmón—: ¿Qué quieres decir con eso de que eres feliz? Tú no eres ni siquiera un poco feliz. Ahora entiendo por qué dicen que «las mujeres son conejas». ¿Tú crees que la felicidad equivale a estar satisfecha? ¿Y tú te consideras humana? ¿Crees que estás viva? Pues bien, ¡así te mueras! ¡Muérete! Le di unos puñetazos y patadas con todas mis fuerzas. Ella dio una vuelta de campana y se cayó al suelo de linóleo de la cocina, donde estuvo arrastrándose aturdida.
—Querido, lo, lo siento. Lo siento de veras —se lamentó.
—¿Qué quieres decir con que lo sientes? ¡Ni siquiera sabes por qué estoy enfadado! ¿Cómo puedes decir que lo sientes? Estaba enfurecido. La agarré por el pelo y le solté diez o veinte bofetones en la mejilla. Sin saber qué hacer, mi madre y Shigenobu salieron de la habitación de al lado y se sentaron en el suelo sobre los talones, uno a cada lado de mi mujer, disculpándose ante mí mientras lloraban. Como siempre, en un arrebato de cólera me encerré en mi cuarto, me metí en la cama y estiré las sábanas hasta taparme por completo. No había nada raro en eso. Como media, tengo más o menos un ataque de éstos al mes. A los miembros de mi familia, que no comprenden por qué me enfado tanto, les puede parecer como una especie de desastre natural. Pero, al día siguiente, se me olvida todo e intentan enredarme una vez más con su enfermiza felicidad de farsantes. Esa cegadora felicidad tan espantosa, tan extraordinariamente vulgar y tan falsa que me agota hasta la extenuación, y tan tibia que me hace vomitar. Una especie de felicidad que de vez en cuando deja traslucir una ligera insatisfacción, o de la que en algunas ocasiones puede surgir una pequeña disputa, que fingimos zanjar casi de inmediato. Al día siguiente, justo después de comer, me fui al banco que había cerca de la oficina. Quería ingresar el sueldo y hacer las gestiones para los plazos del televisor. El banco estaba lleno de otros trabajadores como yo que aprovechaban el descanso del mediodía, y también de vendedores del centro comercial que había en las inmediaciones. Como la espera se me antojaba larga, me senté en un sofá cerca de la ventana y encendí un cigarrillo. Mientras esperaba a que llamaran por el número que tenía, apareció una joven delgada con ojos achinados y pinta de comerciante y se sentó en el banco que había delante de mí. Estaba con un niño de la misma edad más o menos que Shigenobu, un chaval con pinta de pillo que no podía estarse quieto. En seguida empezó a tirar los ceniceros de pie y a esparcir montones de folletos por el suelo.
—¡Estate quieto! —le gritó la madre —. ¡Para, he dicho! Pero ¿qué haces? ¡He dicho que te estés quieto! ¡No hay nada que hacer contigo! ¡Quédate quieto! ¡Pero bueno! ¿A dónde vas?
Ignorando las riñas incesantes de su madre, el pequeño siguió deambulando hasta que por fin tiró al suelo todo el montón de folletos.
—¡Yoshikazu! La madre se levantó, cogió el tubo de latón de un cenicero de pie, lo levantó en alto y le estrelló en la cabeza la base de metal sólido. Se oyó un ruido sordo y nauseabundo como si clavaran en el suelo una estaca de madera con un mazo. El pequeño se agachó en el suelo, con las órbitas en blanco. Con la mirada de una mujer posesa, la madre, una y otra vez, siguió golpeando a su hijo en la cabeza con el tubo del cenicero. El niño se quedó tumbado boca abajo en el suelo, pero yo aún podía ver su cara. De la nariz le salía una sustancia blanquecina. Tenía la boca abierta, de donde también le salía una sustancia del mismo color. Los sesos hundidos le rezumaban por la nariz y llenaban su boca. Las puntas de los dedos se le crisparon convulsivamente al principio, pero luego se estiraron y se quedaron flácidas. La madre se tambaleó en el banco con la misma mirada perdida, dejando tras de sí el cuerpo del niño en el suelo. Y el eco del incidente siguió resonando en el edificio. Dos o tres personas nos levantamos lentamente. Tras comprobar las expresiones de los que estaban a nuestro alrededor, un hombre de mediana edad con aspecto de oficinista se dirigió a un guarda de seguridad y le susurró algo al oído. Éste asintió gravemente, se fue hasta el cuerpo y examinó la cara del niño. Luego se fue a un teléfono cercano, levantó el auricular y empezó a marcar con parsimonia. En eso llegó un policía. Interrogó a dos o tres personas y luego se dirigió a mí.
—¿Lo vio usted todo desde el principio? —me preguntó.
—Sí —respondí.
—¿Está seguro de que fue la madre quien lo mató?
—Sí, creo que sí.
—¿Por qué cree que lo hizo?
No dije nada. ¿Cómo lo podía saber? Sin embargo, podía imaginar inmediatamente el titular de los periódicos vespertinos: «¡MADRE ENAJENADA GOLPEA A SU HIJO HASTA MATARLO A LA VISTA DE LOS CLIENTES DE UN BANCO Y A PLENA LUZ DEL DÍA!» Y el caso es que hasta que agarró el pie del cenicero no había nada que indicara que estaba «enajenada» en absoluto. Y aunque había más gente en el banco, realmente no estaba «a la vista del público». Era evidente que la gente que leyera el artículo nunca vería el incidente como yo lo había visto minutos antes, es decir, vívidamente, de un modo horriblemente realista. Todo el mundo en el banco había mostrado una especie de indiferencia ante los hechos ocurridos. Me preguntaba si todos los incidentes que leemos en los periódicos se informaban de igual manera, con una ligera preocupación próxima a la indiferencia. Recordé cómo durante el proceso se mantenía una especie de paz. Pero me preguntaba si quizá podría estar sucediendo algo verdaderamente terrible. O quizá fuera este incidente el comienzo de algo más. «¿Por qué te limitaste a sentarte y verlo todo de forma pasiva?», me pregunté a mí mismo. No es que me mantuviera indiferente, protesté como respuesta. No, simplemente es que me quedé atónito con todo lo que pasó. Yo no soy como los demás. Estoy seguro de que no lo soy. A medida que fueron pasando los días, empezaron a producirse extraños incidentes por todas partes. Al menos, eso es lo que se desprendía de los artículos de los periódicos, que, como siempre, se satisfacían con preocupaciones indiferentes y explicaciones afectadas: «¡UNA ENFERMERA HISTÉRICA INCENDIA UN HOSPITAL. 69 PACIENTES MENTALES MUEREN ABRASADOS!» «¡ASESINATO INDISCRIMINADO! UN OFICINISTA DESEQUILIBRADO ACUCHILLA A TRANSEÚNTES EN LA CALLE A PLENA LUZ DEL DÍA». A pesar de utilizar frases como «asesinatos indiscriminados», a la mayor parte de asesinos se les calificaba, paradójicamente, de «histéricos» o «desequilibrados». Cuando no utilizaban ninguno de estos términos, se citaban como causa algunos estados mentales más o menos generales, como: «fue obra de una mujer fuera de sí» o «de un hombre con tendencia a la irritación».
Ahora bien, no había más que abrir un poco los ojos para darse cuenta de que estos episodios no se podían explicar tan a la ligera. Entretanto, nuestra simulada felicidad familiar siguió como antes. El fingimiento se vio alentado cuando me subieron el sueldo a 320.000 yenes al mes. Luego, en el mes de junio, me dieron un día libre adicional por semana. Había otros trabajadores que también se pasaban a la jornada laboral de cuatro días, e incluso de sólo tres. El primer fin de semana de julio decidí llevar a mí familia a la costa con el coche. En realidad, no es que tuviera muchas ganas, ya que la temporada de vacaciones no había hecho más que empezar y estaba seguro de que las carreteras estarían congestionadas. Pero me estaba empezando a hartar de merodear por casa tres días enteros por semana. Por eso, me resigné a experimentar el «infierno del tiempo libre» y decidí salir. Ni que decir tiene, los demás se pusieron muy contentos. Al salir del centro de la ciudad, no encontramos más que un ligero atasco, pero en cuanto tomamos la carretera nacional que daba a la costa, el embotellamiento se volvió mayúsculo. Todos los coches rebosaban de familias. Cada poco tiempo nos parábamos varios minutos, a veces hasta una hora. Cuan cientos de metros para volvernos a quedar parados. No había margen de maniobra y ya era demasiado tarde para dar la vuelta. Los trenes de ida que viajaban paralelos a la carretera también estaban llenos hasta los topes. Los pasajeros se amontonaban en lo alto de los vagones y otros se colgaban de las puertas, las ventanas y los enganches. Habíamos salido de casa temprano, pero cuando empezó a anochecer todavía estábamos a medio camino de la costa.
—¡Shigenobu! ¡Es la hora de cenar! ¡Ven aquí!
Mi hijo estaba jugando al «pillapilla» con otros niños en el espacio que había entre los vehículos parados. Mi esposa lo trajo hasta nuestro coche, donde disfrutamos de una cena insulsa. Temiendo lo peor, nos habíamos llevado unas mantas. Los miembros de mi familia se quedaron dormidos, pero yo tuve que conducir de noche. Si veía que nos íbamos a quedar parados durante un rato, descansaba la cabeza en el volante y echaba una cabezadita. Luego, cuando el tráfico volvía a ponerse en marcha, me despertaba el conductor del vehículo de atrás con el claxon. Con este horrible embotellamiento, al menos no había peligro de provocar ningún accidente importante. Todo el mundo se quedaba dormido al volante; lo peor que podía pasar era recibir un pequeño encontronazo por detrás. A primeras horas de la tarde del día siguiente, entramos en una pequeña localidad a dos kilómetros de la costa. Tuvimos que dejar el coche en la calle principal. La gente había abandonado sus vehículos en las calles, si es que podían llamarse así, porque algunas callejuelas no tenían más de dos metros de anchura. Seguir el viaje en coche resultaba una tarea imposible. Esa pobre ciudad había dejado de funcionar, simplemente por el hecho de estar situada cerca de la playa. Nos pusimos los bañadores en el coche. Luego empezamos a caminar por la acera, que ya estaba llena de familias como nosotros. Casi todas llevaban puesto el traje de baño. No tuvimos más remedio que caminar en fila india siguiendo la corriente humana. El cielo estaba despejado y el sol lucía esplendoroso, con un tono púrpura. De pronto, quedé empapado de sudor. La espalda del hombre que tenía delante de mí también brillaba por las gotas de sudor. De la punta de la nariz me caían gotitas. Toda la acera de cemento estaba húmeda y resbaladiza por el sudor humano. A medida que nos fuimos alejando de la ciudad por una carretera en mal estado, empezaron a soplar a nuestro alrededor unas nubes blancas de polvo. Nuestros cuerpos se ennegrecieron mientras seguíamos caminando. La cara de la gente estaba moteada de sudor y polvo. Mi madre y mi esposa no eran una excepción. Al frotarse los ojos con el dorso de la mano, Shigenobu y otros niños se pusieron la cara como un tejón.
¿De dónde sacará tantas fuerzas la gente con tal de pasarlo bien?, me pregunté, e intenté adivinar el estado psíquico de los que había a mi alrededor. Sin embargo, no lograba encontrar ningún motivo. Quizá se aclarase al llegar a la playa… Al franquear un paso a nivel la conmoción se hizo aún más intensa. La gente que llegaba en tren se había añadido a la multitud. Ya se podían oír por todas partes los gritos de «¡NO EMPUJEN!». Yo llevaba una cesta en una mano y en la otra tenía agarrado con fuerza a mi hijo. Caminábamos por la arena, que también estaba impregnada de sudor.
Al entrar en un pinar volvió a aumentar el número de gente. Por todas partes había personas y el aire olía a humanidad. Había familias que se incrustaban contra los troncos de los árboles e, incapaces de moverse, llamaban a los demás en busca de ayuda. Luego tuvimos que presenciar el espectáculo insólito de innumerables prendas que colgaban de las ramas de los pinos como si fueran colonias de murciélagos multicolores. Las jóvenes, mezcladas entre los hombres e indiferentes a la mirada de los extraños, se habían subido a los árboles para desnudarse completamente y ponerse los bañadores. Atravesamos un pinar y fuimos a parar a la playa. Lo único que se podía ver era el horizonte a lo lejos. El mar de cabezas humanas hacía que fuera imposible saber dónde terminaba la playa y dónde empezaba el agua. A diestra y siniestra, delante y detrás, lo único que podía ver eran olas de gente, gente, gente, gente, gente. Sus cabezas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El sudor de sus cuerpos se evaporaba y dibujaba espirales en el aire.
—¡Eh, no os separéis! —grité a todo meter en dirección a mí esposa—. ¡Quedaos a mi lado! ¡Coge a mi madre de la mano!
El sol caía a plomo sobre nuestras caras. Una catarata de sudor se deslizaba por mi cuerpo. Otros cuerpos resbaladizos y sudados nos empujaban por detrás. Al mismo tiempo, no teníamos más remedio que apretujar nuestro cuerpo contra la espalda sudada de la persona que caminaba delante de nosotros. Era mucho peor que un tren atiborrado de gente. Shigenobu empezó a llorar.
—¡Tengo calor! ¡Tengo sed!
—No podemos retroceder. ¡Aguanta un poco! —grité yo—. Dentro de nada, el agua estará fresquita, ya verás.
Pero, como era lógico, no tenía forma humana de saber si el agua estaría fría o no. Quizá más de la mitad ya no era nada más que sudor humano, caliente y viscoso. Cada año, solían construir por esta zona unas casetas de baño provisionales resguardadas con persianas de carrizos. Pero no podía verlas por mucho que me esforzara. Seguramente la ola de seres humanos las había empujado y pisoteado. Eso es, quizás el carrizo por el que nos habíamos abierto paso era, de hecho, lo que quedaba de aquellas casetas. Me recordaba a una manada de elefantes que lo aplanan todo a su paso. O quizás a una plaga de langostas que no dejan nada detrás. Estas personas no son humanas, pensé, mientras escrutaba las sonrisas desdeñosas de quienes me rodeaban. Ciertamente, son animales ociosos.
—Por favor, circulen. Por favor, circulen —gritaban por un altavoz que estaba colocado en lo alto de una torre de observación.
¡Claro!, no teníamos otra alternativa. Si dejábamos de movernos, seríamos atropellados y pisoteados. Por eso, nos limitábamos a marchar en silencio hacia delante. Sólo se oían aquí y allá los llantos de los niños. Mientras me empujaban incesantemente por detrás, el pecho y el estómago empapados en sudor se empotraron contra la espalda del hombre que tenía delante. Desde hacía tiempo había perdido de vista a mi madre y a mi esposa. Seguramente se habrían quedado en alguna parte, arrolladas por la marea humana. Por fin, logré meter los pies en el agua del mar. Pero la congestión humana seguía siendo la misma, y me seguían empujando por detrás. Miré hacia abajo para ver cómo brillaba el agua viscosa por la grasa humana. Tenía un color gris parduzco.
—Pero si esto es fango —grité descorazonado.
En poco tiempo, el agua lodosa me llegaba por la cintura, y me puse enfermo por la desagradable sensación de tibieza. Fue entonces cuando me di cuenta por vez primera del peligro al que nos podíamos enfrentar si seguíamos siendo empujados de esa manera. Una vez que el agua nos cubriera la cabeza, teniendo en cuenta la masa de seres humanos que había a nuestro alrededor, ni siquiera seríamos capaces de pisar el agua. ¿Qué pasaría entonces? Shigenobu, a quien ya le cubría el agua, se agarró a mi cintura. Rápidamente me desprendí de la cesta que llevaba en una mano y, en vilo, levanté a mi hijo con ambos brazos. Para entonces, el agua me llegaba al pecho. Sentí un escalofrío al notar una nueva sensación en la planta de los pies. Me había estado preocupando tanto por el sentimiento de tibieza del agua que no me había dado cuenta. Estaba claro que durante algún tiempo habíamos estado pisando algo suave, que no eran los guijarros. Se trataba de los cuerpos de las personas ahogadas. Estaba seguro de ello. Eso es lo que pensé. Eran los cadáveres de los niños que se habían separado de sus padres y se habían hundido en el agua. Eché otra lenta ojeada a las caras que me rodeaban. Nadie pronunciaba una palabra ni hacía ruido alguno. No podía oír nada. Reinaba un silencio sepulcral. Aparte del eco resonante del murmullo procedente de la playa. Todos sonreían a solas como si estuvieran locos de euforia. Se limitaban a mirar hacia delante con la mirada perdida y un aspecto anhelante. A veces, como si quisieran que los demás reconocieran su alegría, oteaban alrededor, los miraban a la cara y luego sonreían otra vez satisfechos. Es posible que yo mismo estuviera respondiendo a esas sonrisas sin darme cuenta.
En un momento dado, el agua me llegó al cuello. Una mujer que estaba muy cerca de mí se empezó a ahogar. Pensé que podía ser mi esposa, pero no lo era. Aun así, tanto ella como mi madre debían de estar ahogándose en alguna parte. A medida que se iba ahogando, la mujer parecía estar súbitamente vencida, por primera vez, por el temor a la muerte. Con los ojos desorbitados, intentaba desesperadamente retirar el agua de su nariz y su boca y seguía golpeando la superficie del agua. Poco después, los que eran más bajos que yo empezaron a ahogarse a derecha e izquierda. La sensación de carne suave en las plantas de mis pies seguía siendo la misma. Los cadáveres ahogados debían estar apilados en el lecho marino. Si no fuera por ellos, pensé, ya hace tiempo que me habría sumergido. El número de personas que avanzaba había disminuido ligeramente, y mi campo de visión era un poco más amplio. Pero, de todos modos, no lograba adivinar ninguna expresión facial en la procesión de cabezas-sandía que flotaban y se hundían ante mí a ambos lados, hasta donde alcanzaba la vista. El agua me llegaba justo por debajo de la nariz. Sentía cosquillas en las fosas nasales por el olor agridulce del sudor que ascendía con el vapor del agua. El cabello de una mujer ahogada se enredó alrededor de mi cuello. Aparté el cadáver flotante y, al mismo tiempo, solté a mi hijo. Él intentó colgarse de mi pecho, pero le di un empujón y dejé que se ahogara. Y es que, a partir de ese momento, lo único que se podía hacer era nadar hacia adelante. Mientras forcejeaba por emerger a la superficie, le salían burbujas de aire, pero pronto se hundió para siempre. Mi mente estaba en blanco por la falta de sueño y el calor. Lo único que rondaba por mi cabeza, una vaga noción de origen desconocido, era que tenía que seguir adelante. Del mismo modo que los lemmings, cuando caen muertos al final de la marcha, no tienen la intención de restaurar el equilibrio de la naturaleza poniendo freno al exceso de población, yo tampoco reflexionaba sobre la prosperidad anormal, la paz anormal o la felicidad anormal de la raza humana. Para entonces, tenía suficiente espacio alrededor para comenzar a nadar. Pero, quizá debido a la falta de sueño, enseguida empecé a agotarme. Bajé la vista hacía la línea de cabezassandía. Se iban disipando poco a poco, pero aún se extendían hasta el punto en el que el cielo se fundía con el mar. Me preguntaba si realmente podría nadar hasta tan lejos. Aun así, seguía moviendo mecánicamente los brazos y las piernas.
Autor: 筒井 康隆
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Todo el mundo usa a todo el mundo
“Esto se comenzó a escribir el 31 de Diciembre de 2019. Ya se acabó otro año. Dicho sea de paso”
LA NUEVA VIEJA VIDA
Después de convertirme en un maldito ludópata me di cuenta de que a la gente ni con todo el amor ni con todo el dinero se les puede tener en estado de gracia. Se les olvida que antes de ser nosotros no había nada ni nadie. Se pierde la sensibilidad.
- ¿Qué te gusta para hoy?
- Nacionales a ganar... Scherzer es mucho mejor pitcher que Greinke. Su efectividad en esta postemporada es brutal. Vamos de la mano de “Mad Max” Scherzer.
Ya bien decidido, me dirijo a la caja..
- ¿Cuánto paga Nacionales?
- Trae cuota de más ciento treinta y cinco
- Dame Nacionales a ganar. Mil pesos. Por favor.
Tal vez no soy un ciudadano ejemplar ni mucho menos, pero entiendo perfectamente de qué se trata la vida después de tanto especular.
Nunca he subestimado mis hobbies, de uno u otro modo me han dado de tragar hasta hoy.
Hablando de mi familia, siempre hemos sido un desastre. Nadie piensa en el día después. Nos amamos tanto que no nos amparamos los unos a los otros. En fin... palabras más, palabras menos.
Voy llegando a mi casa. Están discutiendo y no se porqué.
Cruzo a mi cuarto en línea recta. Abro mi computadora. Los Nacionales van perdiendo ¡Puta madre! No llevo ni cinco minutos en mi casa y el cielo se nubl��.
Subo el volumen del juego. Tocan a mi puerta:
- ¡Sal! ¿Nó estás oyendo?
En el partido: Adam Eaton conecta jonrón y se empata el juego ¡Vamos, cabrones! Mañana voy con una morra y ocupo dinero.
- ¡Ángel! ¡Sal, chingadamadre!
Si, me llamo Ángel. Me caga. Quinta entrada del partido y ya no tengo uñas. Suena el azote de las puertas aledañas. Momento cumbre del juego y de la discusión.
- ¡Ya me voy a la chingada!
Dos outs en la pizarra para Los Nacionales de Washington y viene a batear el dominicano Juan Soto. No se callan el hocico en la sala
- ¡Pues saca tus pinches cosas y lárgate!
El dominicano conecta batazo y… ¡Jonrón! !A webo! Juan Soto saca la pelota del estadio y con hombre en la antesala del home ganan Los Nacionales.
- ¿Qué pasó? ¿Por qué estaban gritando? -Pregunto-
- Nada. Ya se fue.
Desde que estoy metido en las apuestas paso más tiempo en casa. No se si esto sea bueno o malo. Eventualmente habría un cambio gradual. Casi no salgo y no me apetece. Uno inconscientemente cambia sus actividades ¿No es así?... No creo que lo haya vivido todo, pero si lo suficiente como para no echar de menos las bacanales en cualquier departamento y estar con mujeres que no saben ni porque la calentura las tiene mareadas. Ya no me gusta salir a destruirme todos los días. Tuve que conseguirme un trabajo los fines de semana para despejarme un poco de tanto pasar horas como imbécil checando estadísticas y tendencias de partidos en la computadora hora tras hora.
TODO EL MUNDO USA A TODO EL MUNDO
Salí con Piernas (vamos a llamarla así) al día siguiente de que ganaran Los Nacionales. Piernas es una mujer fascinante. Amo la manera en como piensa, la sutileza con la que trata a la gente, el olor a ese jabón que se le empapa en los hombros cada que sale de bañarse, la manera en cómo saca la lengua cuando sabe que la estoy mirando; entre muchas cosas más, pero sobretodo sus piernas. Imposible no llegar hasta su entrepierna a besos con fervor cada que me deja hacerlo.
- ¿Qué hiciste ayer? ¿Fuiste al casino? Desde que no tienes celular ya no tengo a donde marcarte.
- Nada. Fui a dejar un pedido de café y ahí me quedé platicando. Todo bien.
- No eres bueno para mentir ¿Sabías?
- Relájate. Cada quien se gana el dinero como quiere, y con eso me basta y sobra para invitarte a salir y comprarte estos aretes azul violáceo que, por cierto, no se si exista ese pinche color.
- Disculpa, tuve un mal día en el trabajo ¿Y eso que querías salir?
- No es nada, solo quería platicar contigo. Todo bien.
Tenía rato sin ver a Piernas, tanto que parecía una persona extraña. No le puse mucha atención a eso, todos tenemos buenos y malos ratos. Y a veces no somos capaces de disimularlo.
Piernas ha estado algo distanciada desde ese día. Hay días en que he querido invitarla a algún sitio, talvez a un café o a tomar unos mezcales. Solo quiero charlar con ella, con suerte me deje acariciar sus piernas.
Escuchar a las mujeres y darles toda la atención son de las cosas más hermosas de esta vida. El imbécil que se la pasa insultándolas y repitiendo como simio acorralado “quién entiende a las mujeres” es el mismo imbécil que consigue sexo sin pagar cada año bisiesto. Recuerden que la mujer es el centro de atención, díganles detalles lindos y siempre mirando a los ojos, ellas siempre quieren la verdad con seguridad, y eviten ser el borracho de las fiestas, no buscan al ser más desagradable. Se los dice el idiota que ya cambió el chip.
COMPROMISO
Ya es la una de la mañana, se acaba de terminar el último partido de basquetbol. Hoy tocó perder. Lo entiendo, así es esto. Ya pasé por la etapa de hacer berrinches y lloriqueos después de cada derrota. Ya aprendí a amarrarme los huevos, hacerles un moño y entender que no siempre se gana. Mañana será otro día. Hay que empezar a analizar los próximos juegos (si, a la una y media de mañana). Tengo sueño pero no me puedo dormir, mañana hay juegos a temprana hora y tengo que verlos. ¿Si veo los juegos voy a ganar mis apuestas? ¿Va a repercutir en algo el hecho de verlos? No lo sé, pregúntaselo a tus creencias. Guarda silencio y ve a preparar café. (Sí, ahora hablo conmigo mismo.)
- ¡Buenos días, flaco! Quedaron campeones los Nacionales. La sufriste gacho ¿Verdad?
- Buenos días. No, ya sabía que iban a ganar. Es mas, ni lo vi.
- ¿Qué vas a meter hoy?
- Me gusta Tigres a ganar y las altas en el juego de Rayados. Ya regresó El Turco a dirigirlos..
- Hoy entró una cajera nueva ¿Ya la viste? Tiene cara de que se la come toda. Cotorreala ¿O tienes vieja?
- ¡Jaja! No. Ahorita no tengo tiempo para salir con mujeres. Primero hay que hacer billetes.
¿Y Piernas? ¿Ya no es una mujer fascinante? Si lo es, pero no voy a andar gritando a diestra y siniestra sobre las mujeres con las que salgo ni con las que me enredo. Eso es una bajeza. (Si, otra vez hablo conmigo mismo.)
- Me das Tigres a ganar y over de goles en Rayados. Por favor.
- Si, permiteme.
- Eres nueva ¿Verdad?
- Sí, entré hoy. Así que dame un segundo, no le entiendo muy bien al sistema, todavía.
- No te preocupes… Ha de ser extraño trabajar en un lugar donde vienen puros hombres ¿No crees?
- La mayoría ni sabe que existo, se la pasan viendo las pantallas ¡Jaja! Aquí tienes.
Hoy voy a salir con Piernas. Iremos al estadio de béisbol. Otra vez luce fantástica. La veo y es como si fuese la primera vez. Lleva puestos los aretes que le regalé. Le apostaría a que no existe el color azul violáceo, pero no le gusta que apueste. Quiere que la salude con un beso en la boca, es muy obvia viene sonriente y acaba de remojarse los labios. Que raro, nunca hace eso. Siempre nos besamos solo cuando estamos totalmente solos, y estoy de acuerdo con eso. Así funcionamos.
- Tengo hambre. Compraré un hotdog ¿Quieres uno, Abraham?
- No, gracias. Estoy bien.
- ¡Jaja! Estoy bromeando. No comes carne ¿Cierto? Lo supuse por el tatuaje en tu brazo.
- ¡Ah! No, no, no. No es por eso. Tienes razón, no como carne, pero lo del tatuaje es algo más hippie. Supongo.
Esta es la primera vez que invitan a Los Sultanes de Monterrey a participar en la liga del pacífico. Son un asco. Siempre hay que apostar que van a perder en esta liga. En esta ocasión van perdiendo como por cinco carreras.
- Abraham ¿Quieres ir a mi departamento?
- Me hubieras dicho que te aburría el béisbol ¿Quieres ir a otro lado? Vamos a Topaz a echar cheve, si quieres, igual y está M.P. para cotorrear como la vez pasada. Se puso cool ese día.
- Me refiero a estar a solas… ya sabes. Me entiendes ¿Verdad?
- ¡Ah! Va, va. Por supuesto. Si, claro. Va, va.
Nunca he sabido entender a detalle las indirectas o señales, prefiero la sinceridad. Ni siquiera me terminé la cerveza. En la vida hay que saber priorizar.
Tengo que admitir que en ese momento pasar mi lengua por su entrepierna era lo que menos esperaba. La última vez que Piernas y yo nos vimos no quedamos del todo bien, pero en fin, como ella dice “todo el mundo usa a todo el mundo”. Y no es que esté mal, poco a poco lo voy entendiendo. Nadie es el dueño de nadie, nadie tiene que decirte que hacer y qué no; efectuar cosas en algún momento y por algún instinto no te hace cambiar como persona ni cambia de golpe tu trato con la demás gente. No tienes porque estar atado a algo o a alguien y que tu vida dependa de lo que hay en su mochila. ¿Será mi miedo al compromiso? Talvez, pero nunca he estado tan seguro. Estamos para usar y ser usados. Es nuestro rol y hay que aceptarlo dignamente, eso hará que realmente exista la asepsia entre las personas. Perdón, pero parece que nadie quiere pormenorizar este tema.
BUSCANDO HACER ASEPSIA
Ya tengo un buen rato de no ver a mis amigos. No sé cuando tiempo he estado en casa. No quisiera ser egoísta con ellos. Para mi fortuna, A.B. me acaba de invitar al Buffalo Wild Wings a ver un juego de fútbol, la final de la Copa Libertadores entre River Plate y Flamengo. A.B. le apostó a que River queda campeón. No se si ir o no, hoy también juega
Rayados, están obligados a ganar para clasificar y juegan de locales. Claramente tengo que apostar mi dinero en ese partido.
De momento recordé que por ese restaurante está el casino Winland. Así podré matar dos pájaros de un disparo.
- ¡Ya compra un celular, cabrón! Ya viene para acá también A.L.
- ¡Jaja! Así estoy bien, A.B. Me concentro más en lo que tengo que hacer.
- Pinche vato neandertal. ¿Cómo andamos en las apuestas?
- Bien, todo bien. Ahorita voy a ir aquí al Winland a meterle unos centavos a Rayados.
River perdió, y que bueno. Como buen simpatizante de Boca Juniors tengo que odiar deportivamente a River.
Ya extrañaba cotorrear con los compas. No parece que dejé de hacerlo por mucho tiempo, pero siempre es bueno estar con la gente que estimas.
- Ahorita vengo, weyes
Salgo del lugar y cruzo la avenida Alfonso Reyes para llegar al casino. Entro y veo las hojas con las líneas de los partidos. Ya tenía rato sin venir a este casino, las cajeras ya no son las mismas y hay demasiada gente. Me gusta más al que siempre voy
- Hola, Tía ¿Cómo ha estado?
- ¡Qué milagro, mijo! Hace mucho que no te veía aquí
- Ya sé, pasa que volvieron a abrir el casino Gran Palacio y me queda caminando de mi casa. ¿Qué va a meter hoy?
- Qué bien. Pues, no sé, a lo mejor al basquet y a Rayados
- Al parecer todos vamos a ciegas con Rayados. Déjeme meterle de una vez porque ando aquí en el Buffalo con unos amigos. Suerte, Tía.
La Tía es una señora mega apostadora que siempre está en ese casino. Me cae muy bien. No tanto su hijo, es medio altanero. Pobrecito. Por eso no gana ni en las canicas.
- Buenas tardes. Rayados vs Atlas: Rayados a ganar en handicap.
- Ok. ¿Cuánto sería?
- Ochocientos pesos. Porfavor.
Terminé de platicar con estos weyes y me fui al trabajo.
Las apuestas en cualquier rubro de la vida son el mejor y más desconsiderado invento homogéneo. Solo tienes de dos sopas: o ensamblas tu camino para ganar, o sigues siendo un ser miserable que deja todo al azar repitiendo que “es el destino”. Apostaría sus vidas en un juego de los Yankees con Gerrit Cole como pitcher abridor si fuese legal. Ya les dije en que apostar ahora que comience la temporada de las Ligas Mayores de béisbol. Los llamados Bombarderos del Bronx hacen que uno gane sin mayor dificultad.
Recuerdo lo imbécil que era cuando comencé a apostar en los deportes. Apostaba en lo primero que veía, algo semejante al típico guey que le tira la onda hasta a su mamá y termina en su cuarto pagando por ver lo mas nuevo en el mundo del porno. Hablando de la industria de las tetas de plástico (no tengo nada en contra de las tetas de hule, a mi me gustan, pero prefiero la suavidad y la dulce caída de los senos orgánicos) ¿Se han detenido a observar cuánto daño le hace la pornografía a los weyes que besan más a su abuela que a las mujeres de su edad? Esto ya se ha vuelto un problema para los masturbadores crónicos, creen que los pechos de las féminas deben ser de tamaños descomunales como las de su actriz porno favorita. Bienvenidos al mundo real.
IMPLOSIÓN
Ya se acabó la temporada de béisbol de ligas mayores y estoy perdiendo a lo estúpido por apostar en el fútbol sabiendo que es mi peor deporte.
Llevo días tratando de hallar la manera de como mejorar mi efectividad en el fútbol de aquí a que comienza el béisbol. Cambiar de estrategia. A diferencia del fútbol, el béisbol es un deporte mucho más estadístico, y solo dependes en un 85% de un solo jugador: el pitcher.
En el béisbol el pitcher viene siendo algo así como la mera verga. Obviamente hay unos mas vergas que otros.
Fui a casa de Piernas porque como ya es costumbre, en mi casa no puedo pensar a gusto.
- Piernas ¿Estás en tu casa?
- No. Estoy en el trabajo ¿Por?
- Quería saber si me dejas hacer unos pendientes ahí en tu casa. Pasa que aquí en la mía no me puedo concentrar.
- Si, está bien. Nada más lleva algo de cenar porque no tengo nada y traigo mucha hambre.
Llegué al supermercado a comprar cosas para hacer una pasta para la cena. Las pastas son mi hit en la cocina. En específico la arrabiata. Es la pasta más sencilla, difícil de preparar.
- Oye, me está mandando mensajes un compa. Quiere que vaya a su casa a echarnos unas cheves. Se siente mal por lo de su papá.
- Qué mala onda. Pues, dale
- Mañana vengo por la computadora ¿Va?
- Sí, aquí voy a estar
Siempre puedes modificar la estrategia para lograr el objetivo final. En cualquier aspecto de la vida. Si se te antoja barrer, se el/la mejor barrendero/a; si te gusta pintar, ve y rayate hasta las nalgas; si quieres ser el/la más huevón/a, ve y du��rmete como res muerta durante todo el puto día. Haz lo que quieras hacer, no lo que debas de hacer. Y si no encuentras la estrategia, relájate. Total… TODO EL MUNDO USA A TODO EL MUNDO.
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El problema de la Identidad
Mara, el famoso “Arquitecto”
Estas últimas semanas han sido muy desafiantes (para utilizar un término Pro) en relación a las diferentes instituciones del Budismo. Pero creo que, en cierta forma, son situaciones necesarias para podernos pensar vis a vis Budistas.
En un primer lugar, surgió una carta de los alumnos de Sogyal Rimpoché denunciándolo por abusos, tanto sexuales como de violencia. Para aquellos que no lo conocen, Sogyal Rimpoché es uno de los Lamas Nyingmas más conocidos del mundo. En teoría, era el autor del libro de budismo tibetano más vendido de la historia “El Libro Tibetano de la Vida y la Muerte”. Digo en teoría, porque varias personas han confirmado que el autor es un académico alumno de él.
Pero eso sería lo menor: Sogyal Rimpoché está acusado de varios abusos y en un video que está dando vueltas en Internet, golpea a una monja en el estómago. Frente a esto, sus estudiantes (varios de diez o más años) publicaron una carta. Fue respondida con una carta en la cuál Sogyal Rimpoché decía que iba a entrar a retiro y al parecer no solucionó la situación. Sus estudiantes respondieron con otra y siguen las acusaciones; pueden leerlo aquí: https://www.buddhistdoor.net/news/sogyal-rinpoche-pledges-to-enter-retreat-after-rigpa-members-detail-abuse-allegations
La situación con Sogyal Rimpoché no es nueva: hace años ya surgieron acusaciones de abuso sexual. En muchos casos, la respuesta básica fue el silencio y el recordarle a las personas que habían tomado samaya o compromisos con el maestro y no podían criticarlo.
Más allá que hasta el Dalai Lama (https://www.buddhistdoor.net/upload/article/7112/DalaiLama-Interview-Teacher-Student-1993.pdf) dice que aunque uno practique Tantra no debería ser poco ético, creo que pedirle a gente occidental que cumpla con todos los requisitos de evaluación de un maestro es poco ingenioso, por no decir naïf. La mayor parte de la gente que se acerca a un centro no distingue entre un maestro tántrico, un yogi hindú y un monje Theravada. Es diferente, entiendo, la situación en que un discípulo se compromete con un maestro luego de años de práctica y mucha deliberación que la de una persona que llega a un centro.
Por otro lado, en el contexto tántrico, las prácticas sexuales son tradicionalmente encaradas por practicantes que son considerados iguales, por lo menos en lo legal. Diferente es una situación, como al parecer sucedió, en el que padres entregaban a sus hijas menores de edad para que sean consortes-cum-esclavas.
Frente a esta situación (que, como en el video mencionado, no deja mucho lugar a la duda) la mayor parte de los maestros de las tradiciones no se han expedido. Su Santidad el Dalai Lama no lo ha hecho y en muchos casos se lo reprochan; pero esto implica desconocer que, en el budismo tibetano, no hay una estructura como en la iglesia católica. El Dalai Lama puede decirle lo que se le ocurra a Sogyal Rimpoché y él no tiene por qué hacerle caso; igual, en mi opinión, hubiera estado buenísimo que algo le dijera.
Pero todo esto trajo muchísima discusión en los foros occidentales. Una de las primeras preguntas podría ser ¿Cómo puede ser una persona así un maestro, que golpea a monjas en el estómago? Y una de las respuestas que se daba es “puede ser un Mahasiddha que enseña con Yeshe Cholwa, sabiduría loca”. Pero el problema de pensar eso es que la única forma de saber cuándo una persona es un Mahasiddha o un loco es observar lo que hacen. Sus acciones ¿generan dolor y están enfocadas en sí mismos o generan una mejora para la gente que las recibe? Ese es quizás el único criterio para determinar si una acción es habilidosa o no: ver su resultado. Por eso es tan difícil el tema del upaya.
No creo que este sea un ejemplo de algo habilidoso. Pero mucha gente (especialmente aquellos que han recibido enseñanzas de Sogyal Rimpoché o quienes hayan leído el Libro Tibetano…que en mi opinión es muy bueno) le cuesta creer que un maestro Budista sea así. Y desmienten la situación constantemente.
Por otro lado, hace poco murió Michael Stone (https://michaelstoneteaching.com/). Todo el mundo Budista entró en shock: era uno de los principales proponentes de un budismo activista comprometido y solo tenía cuarenta y dos años. Parecía una figura vital, imposible de considerar como alguien frágil o en peligro.
Al pasar unos días, su familia explicó que murió de una sobredosis (https://tricycle.org/trikedaily/buddhist-teacher-michael-stones-family-says-likely-died-opioid-overdose/) porque se auto-medicaba en relación a un desorden bipolar que sufría. Y ahí todo el mundo volvió a desmentir. ¿Cómo que un maestro budista tenía un desorden bipolar? No, no debe ser cierto. O si lo es, seguramente no era un maestro budista. ¿Ah, no estaba dentro de ninguna tradición? Debe ser eso. Y todo lo bueno que enseñó (una excelente forma de Buddhadharma, en mi opinión) es descartado.
Yo creo que, para una filosofía en la cuál el anatman es una de las enseñanzas clave, muchas veces nos quedamos fijos en la identidad. La identidad de un budista (o peor, un maestrx) debería ser, esencialmente, lo que nosotros pensamos que sea. Y nos choca muchísimo (y en esto, reconozco que me sigue pasando) cuándo el otro es una persona, con sus problemas como uno.
Uno exige en las figuras como Sogyal Rimpoché y Michael Stone cosas que, en realidad, no tienen tanto que ver con lo que es ser budista (seguir una enseñanzas) y más con las fantasías. Y cuándo uno compra esas fantasías, le cuesta mucho reconocer lo mal que se equivocó. Porque claramente, que Sogyal Rimpoché golpeara a una monja frente a mil personas no debe ser el primer acto que tuvo. Nadie va de cero a eso. Pero antes lo desmentimos. En algunos casos, permitimos que un abusador siga su abuso. En otro, dejamos de lado a alguien por ocultar una situación más que humana.
Porque una de las cosas que más nos cuesta reconocer, a los budistas en general, es que tenemos una relación compleja con la salud mental. Para decirlo de otra manera: la mayor parte de los centros budistas son caldos de cultivo de psicopatologías (y en esto, como siempre, me incluyo). Esto no necesariamente es negativo: yo creo en la vuelta Deleuziana al esquizoanálisis. En esta sociedad, estar sano es algo complejo: pareciera que si uno no triunfa es un desastre y un montón de gente se auto medica. ¿Cuan mal tenemos que estar para no darnos cuenta que si la mayor parte (más del 80%, según Newcomb) de los adolescentes se auto-medica con alguna sustancia, hay algo que no estamos haciendo bien?
Pero esta cercanía con una estructura alternativa o una des-estructura nos vuelve muy vulnerables a un proceso de desmentida horrible. Con tanta patología dando vuelta, no podemos aceptar que alguien como Michael Stone podría ser un gran maestro y al mismo tiempo sufrir bipolaridad. Stone no decía que era un Buda; seguía en Samsara, peleándola como todos, pero uno podía aprender de su lucha. Pero no, lo desechamos mientras que al mismo tiempo, normalizamos comportamientos horribles como los de Sogyal Rimpoché. ¿Qué importa un maltrato, si con eso nos iluminamos?
Personalmente, conocí tanto a Sogyal Rimpoché (con quién tuve una discusión) y a Michael Stone. Ambos me parecieron carismáticos, apasionados y queriendo comunicar el Buddhaharma. Y ambos fueron / seguirán siendo (quizás, en el caso de Sogyal) maestros budistas, en el sentido que enseñan/ron budismo. Esto me lleva a que, como budistas, tenemos que repensar un poco la figura del maestrx y qué es lo que esperamos o usamos de criterio para asignar esa identidad. Porque si nos quedamos en la identidad, atorados, sin poder reconocer lo subjetivo de la persona…no estamos aplicando bien anatman, creo.
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Capítulo 8. La ingeniería de seguridad. La teleportación. Parte I.
Un poco pensando, viejo Paul continuó: -Así escucha. Empiezo desde cosas secundarias. Poseyendo tal capacidad, es necesario que sea posible evitar emborracharse o estupefactar a sí mismo de cualquiera otra manera. Una cosa me ocurrió. Todo terminó bien, cuando no, ahora no estaría sentado delante de ti. En juventud he visitado la península de Kamchatka. También visité varios volcanes, incluyendo Avachinsky que está cerca de Petropavlovsk. Unos de ellos estaban en condición de actividad baja. Recuerdo bien como si eso sea ahora, una pared empinada me impresionó para siempre. Estaba de pie arriba. El crepúsculo vespertino, cuando la lava parece más clara y burbujea abajo y un calor insoportable está emanando de allí. Una belleza infernal. Espantosamente y alegremente a la vez. Algún tipo del sentimiento, sublime y difícil de explicar. ¿Por qué me dejé emborracharme, hace dos años en el verano? Sentía que bebiera demasiado, sin embargo, ya no soy joven. El corazón puede fallar o algo otro que es importante para la vida. Estaba entendiéndolo a través embriaguez, pero estaba bien que el verano era. Pensaba: iré al bosque, al aire libre para pasar la noche. No es tan nocivo para la salud que en esta condición quedarme en la casa, incluso si lo aireara. Llevé conmigo la brújula, los fósforos por si acaso, incluso no olvidé un remedio contra los mosquitos. Entrando dos kilómetros en bosque, me pinté por el remedio y me acosté debajo del abeto. Al mismo tiempo estaba recordando la juventud, los viajes. Pensaba que dormiré, la borrachez terminara y partiré en un viaje adondequiera. Es mejor más frecuentemente usar lo que Dios dio. Me desperté. La noche. Todavía estoy borracho. Y lo ocurrió inmediatamente, de repente. No había ningún tiempo para pensar, ni para concentrarme. Hice único un movimiento repentino y de golpe... hay un día, brillante luz de sol, el calor como en una sauna. Estaba estando de pie cerca de la pared de piedra sobre una cornisa estrecha, el abismo estaba debajo de mí, hay lava ardiente allí, gases sulfuros estaban alcanzando y es difícil respirar. Era necesario a concentrarse y regresar atrás de misma manera pero siendo un tonto en ese momento... Vi que hay muchas cornisas sobre el muro que había posibilidad agarrar o poner la pierna. Comenzé a trepar, el diablo me sugirió, aunque era nunca alpinista. Cuanto más arriba, sea la dificultad. Si yo regresara abajo, esto ya no sería posible. La distancia hasta la meseta arriba era como el sexto piso o veinte metros. También ya hay primeros síntomas de la resaca, las manos tiemblan y la cabeza no va bien, probable el dióxido sulfúrico actúa. No puedo apurarme, de lo contrario puedo caer en el abismo. Tampoco puedo detenerme, porque puedo inhalar el gas. Significa que tengo que rápidamente. "Tranquilamente", - digo a sí mismo. "Si la misma pared fuera en un lugar bajo y seguro, ¿sería yo capaz de subir? Difícil, pero subiría", - respondí a sí mismo. Yo estaba apresurándose, escalando y calmando sí mismo. Pisé sobre una piedra que sobresalía de la pared, pero ello se rompió y cayó abajo. No logré agarrarme comenсé caer justo en el lago de fuego. Incluso, no puedo recordar que pensé en este momento. Alguna energía entró en mí. Todavía estaba volando en el aire y sentí que ello empezara a arder a mí. ¿Fin? Me moví sacudiéndome automáticamente y aparecí ... en alguna oficina. En la mesa un hombre de mediana edad, estaba sentado, llevando una corbata y escribiendo algo. Hay algunas tablas y libros con títulos latines. Es naturalmente que este oficinista me miró, abriendo la boca, y sus ojos como si fueran a saltar de la cabeza. Lo entiendo. Yo parecía asustado, es probable que estuviera todavía tan pálido como una sábana y el humo estaba saliendo desde vaqueros. Probablemente él pensó que soy un advenedizo del infierno. Ahora yo no tenía nada a tener miedo. Reí mucho, luego me concentré y regresó al lugar, donde pernoctaba. Allí sólo estaba empezando a ponerse ligero. A pesar de la noche fría en Siberia, al principio no sentí el fresco. La aventura era divertida, pero es desgraciadamente que tal aventuras no siempre terminan bien. Por lo tanto, poseyendo tal capacidades no podemos usar algunas sustancias enajenantes. -Espera, regresaré ahora, - Albert dijo, salió rápidamente y regresó con un cuaderno y pluma. Se sentó, dibujó dos rectángulos, puso una moneda sobre uno de ellos. -Mira aquí. Suponemos que estos rectángulos son cuartos o celdas o cajas fuertes - no importa. Como si seres de dos dimensiones estuvieran viviendo aquí y entonces sólo las dos dimensiones en este plano serían imaginables para ellos. Los lados de rectángulos son unas barreras insuperables para ellos, cómo los muros para nosotros. Ahora la moneda está aquí. Ellos estaban percibiéndola como un círculo, es decir, como una bola de dos dimensiones. Albert tomó la moneda y la llevó al otro rectángulo aislado, explicando: -Ahora ellos lo percibirían cómo desaparición de la "bola" y los habitantes del otro rectángulo lo percibirían como aparición de la "bola", pero de la manera desconocida y sobrenatural desde el punto de vista de ellos. -Así fue exactamente cómo pasa. -Entonces, eres capaz de escapar de cualquier prisión, subir en la caja fuerte de cualquier banco... - Albert miró con pregunto al viejo. -¡Precisamente! ¿Y qué? ¿Inmediatamente, tan pronto cómo aprenderás a hacerlo, subirás en el más grande y rico banco? Yo no te condenaría. Si robaras tal estado por varios millardos dólares, esto no sería un pecado. Porque este dinero será gastado a sustentar la muchedumbre enorme de los bastardos con culos gordos que cada de ellos ocupa puesto alto y a la vez 99 desde 100 de ellos tienen menos intelecto que nosotros, pero tenemos que desperecer. Tú, siendo con educación superior tienes que vender los periódicos. La mayoría de ellos se ha graduado sólo IIVS, es decir un Instituto de Infamia de la Vida Soviética. Sin embargo, ¿a dónde será gastado el resto de dinero que no estará dado a ellos? ¿Es esto para poder interferir las transmisiones de países libres? ¿O para extender unas mil kilómetros del alambre de púas? Sí, ahora la democracia es, pero ¿por cuánto la durará? El pueblo es esclavo, pueblo es ganado, pueblo es bastardo que se rebela contra la libertad. Él quiere hacia atrás, a la esclavitud, para estar de pie en la cola para comprar una salchicha podrida por 2.20 y glorificar a Lenin. Similar a cómo en el último siglo las rebeliones tenían lugar contra la abolición de la servidumbre, también ahora de la misma manera los nubarrones se avecinan del horizonte. El rebaño quiere atrás al establo. ¿Así que, vas a robar a los bancos? -Como si dieras una tarea astuta con trampa. -Ya más cerca. ¡Piensa! Eres hombre inteligente. -Ello provocará un pánico. Perturbaciones en unos círculos que no están necesitados en absoluto. -¡Más cerca completamente, bien hecho! -Traerá de cabeza al KGB, o ¿cómo ello es llamado ahora? Aunque el nombre no es importante. -Esto molestará todos los servicios de inteligencia en el mundo y no sólo los servicios. También esto molestará todos los clanes de mafia, los capos de la droga, buscadores solos de las aventuras y dinero fácil, terroristas suicidas, fanáticos. Entre ellos hay aquellos que sería muy difícil de luchar contra, incluso poseyendo por los sobrepoderes. Esto no es hipnosis ni telepatía que ocurren en cada paso. Es suficiente de la voz imperiosa y el vistazo seguro, más un poco de la fantasía e imaginación. Vivieras más tiempo y por intuición aprenderías ver como la persona que has avistado, te trata. Incluso si él hablara en otro idioma, tú podrías redecirlo en ruso que él piensa en ti. Aunque no literalmente, sino suficiente cierto. Esta es otra cosa. No es aquellas cosas que no tenía miedo de que tu esposa escuchara. ¡Es TELEPORTACIÓN! ¿Has notado que uso esta palabra en primera vez? Y también sabe que en última vez. Y tampoco te aconsejo. ¿Crees que yo vivía largo demasiado en una aldea de Siberia y por lo tanto uso la palabra "subir" en vez de "teleportar"? - la palabra última fue dicha en susurro. -¿Quién creería? Como si esto fuera una locura para mucha gente. -No hagas conclusiones precipitadas. Piénsalo. Sé que comprenderás, sin embargo, si dijera, así sería más rápidamente. Hay unidades, incluso personas en los servicios especiales que están interesados en la información de los descubrimientos que gracias a Dios, la ciencia todavía no descubría. Y ellos bien saben que entre millones de locuras y supersticiones hay posibilidad pequeña ¡encontrar tal cosa!.. Ellos son como los cazadores de tesoros. Ellos son capaces de entender que hay una posibilidad del descubrimiento, para qué no hay ninguna necesidad en grandes laboratorios, ni en un equipo de gran valor. Y a la vez con todo esto, tal descubrimiento un día puede volсar el mundo. También puede ser hay un buscador individual de los tesoros y aventuras, él tiene en el bolsillo o no importa donde, un dispositivo direccional para escuchar. En tiempo nuestro no hay necesidad de poner el micrófono en un apartamento. Tal tipo camina en la calle y se divierte, orientando su aparato a las ventanas y escuchando, donde quien y qué habla. A la vez él puede oír por casualidad algo delicado. Un lo usaría para chantaje a la larga, otro sí mismo disfrutaría de esta información, sin embargo, a la vez intentaría ganar algo o quedar bien con la autoridad. Aquí y allá hay una palabrería mundana que es aburrida. En otro lugar un poco más interesante, marido está lejos en misión, pero un vecino está haciendo una visita. Y allí, bebiendo el coñac, un jefe de departamento en una planta militar narra al amigo una información secreta de la planta. Esto ya es algo, él debe tomar nota. Un día este tipo escucharía que dos soñadores hablan de los fenómenos anormales y OVNI, tampoco duda, algunas veces más él "irá a pescar" en dirección de esta ventana. Para verificar, es lo una tontería o no es. Sí, más probable que es una tontería, pero ¿y si fuera algo importante? Y si fuera algo importante, un tonto correría a informar. Allí ellos fingirán como si hubieran pasado por alto, pero de hecho pondrán a personas muy fuertes y peligrosas en este asunto. Las personas que no son iguales con un "techo" de tienda o con aquellas que han echado un ojo a la cooperativa del amigo de Sveta. Si él el que ha informado, no quedara tranquilo, acabarían con él, incluso sin matar. Ellos encontrarán un artículo en el Código penal y lo llevarán al manicomio. Y lo harán así que todo esto no provocará ninguna duda. Alguien que es más listo, él conoce a quién y cómo informar... y a pesar de todo esto sería un riesgo. Si tuviera suerte, él se salvará de trabajar de por vida, hacia la vejez engordará, brillando por las hombreras de generales. Pero el caso funcionará. En la Inteligencia Exterior o Contrainteligencia, no importa, hay siempre filtraciones. Desde el punto de vista de la gente común, esto como si algo que no existiera, como una anécdota, pero para aquellos que son capaces de pensar, esto son las organizaciones que existen de hecho, pero no para que agotaran los pantalones, estando sentado sobre las sillas. A veces, allí hay tal grandes pasiones que no vendrían a la mente, ni en un sueño. Ahí hay intereses de los poderosos que se encuentran en las más exóticas e inesperadas combinaciones. Allí hay una justa de máquinas infernales tienen lugar que son capaces de romper a destino de un individuo como un tanque a una tortuga. Allí hay gente que no se detendrán ante nada. ¿Qué significa una vida de otro o un dolor de otro para ellos? Mientras ellos son capaces, para promover la causa, incluso de lanzar sí mismo debajo del tanque o en la lava en Kamchatka, a donde gracias a Dios, yo casi me caigo. Si meditaras, verás que hay cosas, a causa de cuales podrías sacrificarte, no cómo un soldado lo haría, siendo emborrachándose por vodka, sino deliberadamente y con calcularte, después de sopesar todos los pros y los contras. ¿Por qué michos millones de gente han pasado por el infierno que causaba estragos durante casi todo el siglo XX? Porque no había ningún héroe que tuviera conocimiento y a tiempo y cortara de raíz la propagación de contagio marrón-rojizo. Sin embargo, si fuera encontrado a un hombre que tendría conocimiento, cómo cortar de raíz el totalitarismo que estaba avanzando, y a la vez él se daría cuenta de la significación y escala de acontecimientos y posibilidad de cambiar todo esto, no estaría mal posibilidades que él habría hecho cualquier cosa, incluso podría llegar a sacrificarse. Aquí la amenaza principal no es para nosotros ambos. Podemos eludir, teniendo tal capacidades y estoy seguro de que ti mismo podrás pronto subir de esta manera. En primer lugar, es inadmisible que alguien además de nosotros ambos pudiera hacerlo, sabes de lo que digo. Si la cosa principal para ti es la libertad y dignidad verdadera, si no eres un esclavo del estado, esto está bien, pero puedes sucumbir y dar este gran descubrimiento al Occidente. Pero tampoco puedes hacerlo y creo comprenderás. Recuerda, como fue propagado la primera arma nuclear. En 1945 Estados Unidos lo han usado, pero en 1949 ya Beria con Kurchatov lo estaban jugando. Probablemente no hay inteligencia, también como no hay celda de prisión que estaría asegurada contra un agente infiltrado. Aunque esto es peligroso mortal, pero vale la pena. Y hay una gente que está acordada jugar estos juegos peligrosos. Nuestra ventaja principal radica en que somos dos. La dupla es el más confiable y estable grupo. ¿Sabes que entre los asesinos, los grupos que son más extendidos consisten en dos personas? -La primera vez que le oigo. -Ves que el proverbio es correcto: dos cabezas saben más que una. Yo te enseño algo, tú me enseñas algo. Te instruiré plenamente de mis conocimientos. Sabes mucho que digo, pero es más preferible, si narrara todo completamente, sin darte sólo partes separadas de mi conocimiento que no sabes. Si incluso oyeras de mí lo que sabes, eso estaría sólo favorable para ti. No descuide nunca la repetición. Así que, un grupo de diez hombres sería falible, torpe y con filtración. Pero la díada es fuerte, movible y cerrada. Probablemente ya entendiste, tenemos que lanzar toda la fuerza no robar bancos, sino a la confidencialidad. No permitir que alguien se ponga a la cola a seguirnos. Si se pusieran, entonces tenemos que deslastrar a ellos fuera, pero más mejor sería a escapar. Nuestra invención es semejante a la invención de armas nucleares. ¡Piensa con atención, qué posibilidades ello abre! Ello es peligroso, peligroso para toda la humanidad. Unos intentarán obtener el dominio del mundo. Los otros se defenderán. Los defensores tendrán el pretexto maravilloso solicitar la autoridad sin límites y no es conocido quien de ellos sería peor. Esto no es todo. ¿Pero que hay del acceso al botón nuclear? Esto es algo más que una caja fuerte con el dinero. ¿Y qué si las fuerzas de los Estados Unidos y de Saddam Hussein se hicieran iguales? Y todo esto todavía está sólo a primera vista. Albert reflexionó profundamente. Al principio él era agitado con alegría de tal novedad, pero ahora ha visto lado inverso de ella. El viejo tiene razón. Este milagro no es mejor que las armas nucleares. -Aquí ahora tú te fuiste en otro extremo. Veo que estás listo para aconsejar a mí a llevar el descubrimiento a la tumba conmigo. ¿Verdad? -Lamentablemente. Muy lamentablemente, ¿pero puede ser tan será mejor? -Todavía tú estás intentando de responder el problema sin probar resolverlo. Eres inteligente y encontrarás una respuesta correcta. Sin embargo, ¿por qué esperar largo, cuando ya tengo la solución? Soy capaz de dirigir este fenómeno desde 1957. ¿Eres capaz de calcular? ¿Qué año es ahora? -Noventa y tres. -¿Han llevado mis capacidades al desastre mundial? -No los veo. -¿Puede ser que no estés seguro de sí mismo? -Al contrario. Puede ser que esté demasiado seguro de mí mismo. ¿Sabes, por qué no me gusta volar en avión? Porque sentiría mejor si lo dirigiera por mis propias manos. -Tampoco tendrías razón si estuvieras preocupado por mí después de pasar el período de prueba de treinta y seis años. No hay razón de dudar de mí. El resto está sólo ti mismo. Pero estás seguro de ti mismo. Describí la situación terrible del escapado esta invención de su control no para que la renunciaras. Entonces de mi lado sería más correctamente a ocultarlo de ti totalmente. Justo quería mostrar a ti, cuanto la ingeniería de seguridad es considerable e importante. Todo estará en tus manos. Recuerda una cosa importante más. Si alguien desde personas muy peligros quisiera obtener el dato sobre mis y, más tarde, sobre tus "viajes" desde tus personas cercanas, antes de torturarles, ellos lograrían adivinar desde sus caras, están ellos sabiéndolo o no. Es por esto el dato es peligroso para ellos y es mejor que ellos no lo supieran. Los espías no son sádicos y las torturas sin necesidad para ellos, es la misma cosa que vender los periódicos sin ganancias para ti. -No obstante, ¿cómo ejercitaré? Tengo que trabajar, es decir, vender los periódicos. Cuando no, entonces en bancarrota. -Llevarás contigo mochila, bolsa, como siempre. Pero en vez de Moscú, visitarás otros lugares. Así ejercitaremos. Cada día regresarás a la casa a tiempo y traer el dinero que daré. -Pero no quiero estar en deuda con nadie. -¿Es posible estarías en deuda con persona que ha dado un vaso de agua a ti? Obtener el dinero no es más difícil para mí. No es más difícil que preparar el té para ti. -Has dado una buena idea, - lo diciendo, Albert vertió agua a la tetera y vertió contenidos al retrete. Luego encendió el gas estufa y puse el hervidor sobre ello, después de añadir el agua. El viejo sacó del bolsillo un paquete de billetes de 100 dólares cada uno. Yo podría darte todo a la vez, pero todo el mundo alrededor verán que algo tiene lugar contigo. No podrás ocultarlo. Tenemos que pagar por todo y creo que no es gran pago por posibilidades que recibirás. -Ciertamente no. -Todavía, intenta en presencia de esposa, amigas de ella y los padres no mostrar ninguna vista que tu humor ha cambiado. Cuando alegría de la perspectiva abraza a ti, intenta recordar de los lados negativos de esto. También al contrario. Recuerda las ventajas, cuando empiezas a caer en la depresión a causa de la pesadilla imaginada. Más frecuentemente, intenta pensar que la andadura, la carrera, el transporte - toda esta es una tontería. ¿No sería una tontería alcanzar a la estufa de gas cincuenta kilómetros? O, por ejemplo, la misma tontería, si alcanzara de Mytischi a Moscú a través del Polo Sur, África, Krim, Kharkov y finalmente a través Serpukhov y Podolsk. No obstante, todo el mundo lo hace en la vida diaria. Recuerda sin olvidar, que en Edad Media la gente usaba las astillas, candelas, incluso las antorchas, pero no había lámparas eléctricas, ni linternas. La causa de esto no son dificultades tecnológicas sino la ignorancia. Pero ahora lo sabes, lo viste. Y lo verás muchas veces. En medio de la Hora del té, el timbre de la puerta sonó. -Ya he narrado todo a ti, voy a estar sentado otra media hora para parecer amistoso. Luego me iré de la manera ordinaria, sin trucos, - el viejo dijo a Albert que en este momento estaba abriendo la puerta. Nadia entró solo, sin Sveta. -Ya veo habéis hecho amistad definitivamente, - esto era primeras palabras que ella dijo. Después de eso una conversación informal tenía lugar en la cocina. Era visto que Nadia intentaba de llevar la conversación al tema de hipnosis, telepatía y fenómenos anormales. Durante la conversación ella preguntó, como si por accidente: -¿Es que de hecho puedes arreglar este caso en la cooperativa? -Ello será resuelto como si por sí mismo. Que preocuparse menos, sería mejor. Si cada caso semejante llevara hacia al sangriento final, los cadáveres yacerían en todas partes y la guerra total todos contra todos, tendría lugar alrededor. Hay noventa por ciento que todo arreglará incluso sin intervenir. -¿Es que de hecho vas a hipnotizarles? Perdón, por supuesto, por la pregunta indiscreta. -Soy especialista de mi caso, - el viejo respondió estrictamente y distintamente. Nadia comprendió que la continuación de preguntar parecerá no sólo como sin tacto, sino sin utilidad. El invitado estaba sentado durante media hora, como prometía y empezó a preparar para salir y despedirse de sus amigos nuevos. Albert se levantó para acompañarlo hacia la puerta. -Jueves, plataforma "Kalistovo", a las nueve. Jueves, plataforma "Kalistovo", a las nueve, - el viejo repitió dos veces en susurro al oído de Albert. - Yo necesito toda la información sobre los tipos que están fuera de línea e intentan de capturar la cooperativa conocida. Incluso un detalle pequeño puede resultar valioso, por lo tanto trae todo que puede dar cualquier información sobre ellos. Todo hasta el más mínimos detalles. Especialmente sobre sus jefes, porque los "toros" no hacen nada sin órdenes de arriba. ¡Adios! -¡Hasta la vista! -¿Estás seguro de que él es sincero completamente contigo? - Nadia preguntó, cuando Albert regresó a la cocina. -Cada árbol se conoce por su fruto. Yo necesito ver al amigo de Sveta en un futuro cercano. Por cierto, ¿cómo él llama? -Parece que Anatoly. -Deja que él dé a mí todo que sabe del "techo" que viene sin ser invitado, todo en absoluto, con todos los detalles. Esto es muy importante. Tengo que verlo, sería preferible en una zona abierta. Deja a él escriba todo el dato necesario, para no olvidar nada. Reescribiré por mi mano y después de eso puede destruir lo que fue escrito por mano de él. -Si no te conociera, creería que tuvieras miedo, sin embargo, veo decidiste jugar de espías. -Si a alguien no gustaría mi estilo de acción, puedo renunciar, pero si yo funcionara, entonces sólo de la manera que me gusta, - Albert respondió severamente. - Y tengo que verlo durante los dos días. Nadezhda quería pelear con él, pero ella se contuvo en esta vez. The same en English:
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Siete plantas
Después de un día de viaje en tren, Giuseppe Corte llegó, una mañana de marzo, a la ciudad donde se hallaba el famoso sanatorio. Tenía un poco de fiebre, pero aun así quiso hacer a pie el camino entre la estación y el hospital, llevando su pequeña maleta de viaje.
Si bien no tenía más que una manifestación incipiente sumamente leve, le habían aconsejado dirigirse a aquel célebre sanatorio, en el que se trataba exclusivamente aquella enfermedad. Eso garantizaba una competencia excepcional en los médicos y la más racional sistematización de las instalaciones.
Cuando lo divisó desde lejos –lo reconoció por haberlo visto ya en fotografía en un folleto publicitario– Giuseppe Corte tuvo una inmejorable impresión. El blanco edificio de siete plantas estaba surcado por entrantes regulares que le daban una vaga fisonomía de hotel. Estaba rodeado completamente de altos árboles.
Después de un breve reconocimiento a la espera de un examen más detenido y completo, Giuseppe Corte fue instalado en una alegre habitación de la séptima y última planta. Los muebles eran claros y limpios, como el tapizado, los sillones eran de madera, los cojines estaban forrados de tela estampada. La vista se extendía sobre uno de los barrios más bonitos de la ciudad. Todo era plácido, hospitalario y tranquilizador.
Giuseppe Corte se metió sin dilación en la cama y, encendiendo la luz que tenía a la cabecera, comenzó a leer un libro que había llevado. Poco después entró una enfermera para preguntarle si quería algo.
Giuseppe Corte no quería nada pero se puso de buena gana a conversar con la joven, pidiendo información acerca del sanatorio. Se enteró así de la extraña peculiaridad de aquel hospital. Los enfermos eran distribuidos planta por planta según su gravedad. En la séptima, es decir en la última, se acogían las manifestaciones sumamente leves. La sexta estaba destinada a los enfermos no graves, pero tampoco susceptibles de descuido. En la quinta se trataban ya afecciones serias, y así sucesivamente de planta en planta. En la segunda estaban los enfermos gravísimos. En la primera, aquellos para los que no había esperanza.
Este singular sistema, además de agilizar mucho el servicio, impedía que un enfermo leve pudiera verse turbado por la vecindad de un compañero agonizante y garantizaba en cada planta un ambiente homogéneo. Por otra parte, de este modo el tratamiento podía graduarse de forma perfecta y con mejores resultados.
De ello se derivaba que los enfermos se dividían en siete castas progresivas. Cada planta era como un pequeño mundo autónomo, con sus reglas particulares, con especiales tradiciones que en las otras plantas carecían de cualquier valor. Y como cada sector se confiaba a la dirección de un médico distinto, se habían creado, siquiera fueran nimias, netas diferencias en los métodos de tratamiento, pese a que el director general hubiera imprimido a la institución una única orientación fundamental.
Cuando la enfermera hubo salido, Giuseppe Corte, pareciéndole que la fiebre había desaparecido, se llegó a la ventana y miró hacia fuera, no para observar el panorama de la ciudad, que también era nueva para él, sino con la esperanza de divisar a través de aquélla a otros enfermos de las plantas inferiores. La estructura del edificio, con grandes entrantes, permitía este género de observaciones. Giuseppe Corte concentró su atención sobre todo en las ventanas de la primera planta, que parecían muy lejanas y no alcanzaban a distinguirse más que de forma sesgada. Sin embargo, no pudo ver nada interesante. En su mayoría estaban herméticamente cerradas por grises persianas.
Corte advirtió que en una ventana vecina a la suya estaba asomado un hombre. Ambos se miraron largamente con creciente simpatía, pero no sabían cómo romper aquel silencio. Finalmente, Giuseppe Corte se animó y dijo:
–¿Usted también está aquí desde hace poco?
–Oh, no –dijo el otro–, yo ya hace dos meses que estoy aquí... –calló por un instante y después, no sabiendo cómo continuar la conversación, añadió–: miraba ahí abajo, a mi hermano.
–¿Su hermano?
–Sí –explicó el desconocido–. Ingresamos juntos, un caso realmente curioso, pero él ha ido empeorando; piense que ahora está ya en la cuarta.
–¿Qué cuarta?
–La cuarta planta –explicó el individuo, y pronunció las dos palabras con tanto sentimiento y horror que Giuseppe Corte se quedó casi sobrecogido de espanto.
–¿Tan graves están los de la planta cuarta?
–Oh –dijo el otro meneando con lentitud la cabeza–, todavía no son casos desesperados, pero tampoco es como para estar muy alegre.
–Y entonces –siguió preguntando Corte con la festiva desenvoltura de quien hace referencia a cosas trágicas que no le atañen–, si en la cuarta están ya tan graves, ¿a la primera quiénes van a parar?
–Oh –dijo el otro–, en la primera están los moribundos sin más. Allá abajo los médicos ya no tienen nada que hacer. Sólo trabaja el sacerdote. Y naturalmente...
–Pero hay poca gente en la primera planta –interrumpió Giuseppe Corte, como si le urgiese tener una confirmación, ahí abajo casi todas las habitaciones están cerradas.
–Hay poca gente ahora, pero esta mañana había bastante –respondió el desconocido con una sonrisa sutil. Allí donde las persianas están bajadas, es que alguien se ha muerto hace poco. ¿No ve usted, por otra parte, que en las otras plantas todas las contraventanas están abiertas? Pero perdone –añadió retirándose lentamente, me parece que comienza a refrescar. Me vuelvo a la cama. Que le vaya bien...
El hombre desapareció del antepecho y la ventana se cerró con energía; luego se vio encenderse dentro una luz. Giuseppe Corte permaneció inmóvil en la ventana, mirando fijamente las persianas bajadas de la primera planta. Las miraba con una intensidad morbosa, tratando de imaginar los fúnebres secretos de aquella terrible primera planta donde los enfermos se veían confinados para morir; y se sentía aliviado de saberse tan alejado. Descendían entre tanto sobre la ciudad las sombras de la noche. Una a una, las mil ventanas del sanatorio se iluminaban; de lejos podría haberse dicho un palacio en que se celebrara una fiesta. Sólo en la primera planta, allí abajo, en el fondo del precipicio, decenas y decenas de ventanas permanecían ciegas y oscuras.
El resultado del reconocimiento general tranquilizó a Giuseppe Corte. Inclinado habitualmente a prever lo peor, en su interior se había preparado ya para un veredicto severo y no se habría sorprendido si el médico le hubiese declarado que debía asignarle a la planta inferior. De hecho, la fiebre no daba señas de desaparecer, pese a que el estado general siguiera siendo bueno. El facultativo, sin embargo, le dirigió palabras cordiales y alentadoras. Principio de enfermedad, lo había, le dijo, pero muy ligero; probablemente en dos o tres semanas todo habría pasado.
–Entonces ¿me quedo en la séptima planta? –había preguntado en ese momento Giuseppe Corte con ansiedad.
–¡Pues claro! –había respondido el médico palmeándole amistosamente la espalda–. ¿Dónde pensaba que había de ir? ¿A la cuarta quizá? –preguntó riendo, como para hacer alusión a la hipótesis más absurda.
–Mejor así, mejor así –dijo Corte–. ¿Sabe usted? Cuando uno está enfermo se imagina siempre lo peor...
De hecho, Giuseppe Corte se quedó en la habitación que se le había asignado originalmente. En las raras tardes en que se le permitía levantarse intimó con algunos de sus compañeros de hospital. Siguió escrupulosamente el tratamiento y puso todo su empeño en sanar con rapidez; su estado, con todo, parecía seguir estacionario.
Habían pasado unos diez días cuando se le presentó el supervisor de la séptima planta. Tenía que pedirle un favor a título meramente personal: al día siguiente tenía que ingresar en el hospital una señora con dos niños; había dos habitaciones libres, justamente al lado de la suya, pero faltaba la tercera; ¿consentiría el señor Corte en trasladarse a otra habitación igual de confortable?
Giuseppe Corte no opuso, naturalmente, ningún inconveniente; para él, una u otra habitación era lo mismo; quizá incluso le tocara una enfermera nueva y más mona.
–Se lo agradezco de corazón –dijo el supervisor con una ligera inclinación–; de una persona como usted, confieso que no me asombra semejante acto de caballerosidad. Dentro de una hora, si no tiene inconveniente, procederemos al traslado. Tenga en cuenta que es necesario que baje a la planta de abajo –añadió con voz atenuada, como si se tratase de un detalle completamente intrascendente–. Desgraciadamente, en esta planta no quedan habitaciones libres. Pero es un arreglo provisional –se apresuró a especificar al ver que Corte, que se había incorporado de golpe, estaba a punto de abrir la boca para protestar–, un arreglo absolutamente provisional. En cuanto quede libre una habitación, y creo que será dentro de dos o tres días, podrá volver aquí arriba
–Le confieso –dijo Giuseppe Corte sonriendo para demostrar que no era ningún niño– que un traslado de esta clase no me agrada en absoluto.
–Pero es un traslado que no obedece a ningún motivo médico; entiendo perfectamente lo que quiere decir; se trata únicamente de una gentileza con esta señora, que prefiere no estar separada de sus niños... Un favor –añadió riendo abiertamente, ¡ni se le ocurra que pueda haber otras razones!
–Puede ser –dijo Giuseppe Corte–, pero me parece de mal agüero.
De este modo Corte pasó a la sexta planta, y si bien convencido de que este traslado no correspondía en absoluto a un empeoramiento de la enfermedad, se sentía incómodo al pensar que entre él y el mundo normal, de la gente sana, se interponía ya un obstáculo preciso. En la séptima planta, puerto de llegada, se estaba en cierto modo todavía en contacto con la sociedad de los hombres; podía considerarse más bien casi una prolongación del mundo habitual. En la sexta, en cambio, se entraba en el auténtico interior del hospital; la mentalidad de los médicos, de los enfermeros y de los propios enfermos era ya ligeramente distinta. Se admitía ya que en esa planta se albergaba a los enfermos auténticos, por más que fuera en estado no grave. Las primeras conversaciones con sus vecinos de habitación, con el personal y los médicos, hicieron advertir a Giuseppe Corte de hecho que en aquella sección la séptima planta se consideraba una farsa reservada a los enfermos por afición, padecedores más que nada de imaginaciones; sólo en la sexta, por decirlo así, se empezaba de verdad.
De todos modos, Giuseppe Corte comprendió que para volver arriba, al lugar que le correspondía por las características de su enfermedad, hallaría sin duda cierta dificultad; aunque fuera tan sólo para un esfuerzo mínimo, para regresar a la séptima planta debía poner en marcha un complejo mecanismo; no cabía duda de que si él no chistaba, nadie tomaría en consideración trasladarlo nuevamente a la planta superior de los "casi sanos".
Por ello, Giuseppe Corte se propuso no transigir con sus derechos y no dejarse atrapar por la costumbre. Cuidaba mucho de puntualizar a sus compañeros de sección que se hallaba con ellos sólo por unos pocos días, que había sido él quien había accedido a descender una planta para hacer un favor a una señora y que en cuanto quedara libre una habitación volvería arriba. Los otros asentían con escaso convencimiento.
La convicción de Giuseppe Corte halló plena confirmación en el dictamen del nuevo médico. Incluso éste admitía que podía asignarse perfectamente a Giuseppe Corte a la séptima planta; su manifestación era ab-so-lu-ta-men-te le-ve –y fragmentaba esta definición para darle importancia–, pero en el fondo estimaba que acaso en la sexta planta Giuseppe Corte pudiera ser mejor tratado.
–No empecemos –intervenía en este punto el enfermo con decisión–, me ha dicho que la séptima planta es la que me corresponde; y quiero volver a ella.
–Nadie dice lo contrario –replicaba el doctor–, ¡yo no le daba más que un simple consejo, no de mé-di-co, sino de au-tén-ti-co a-mi-go! Su manifestación, le repito, es levísima (no sería exagerado decir que ni siquiera está enfermo), pero en mi opinión se diferencia de manifestaciones análogas en una cierta mayor extensión. Me explico: la intensidad de la enfermedad es mínima, pero su amplitud es considerable; el proceso destructivo de las células –era la primera vez que Giuseppe Corte oía allí dentro aquella siniestra expresión–, el proceso destructivo de las células no ha hecho más que comenzar, quizá ni siquiera haya comenzado, pero tiende, y digo sólo tiende, a atacar simultáneamente respetables proporciones del organismo. Sólo por esto, en mi opinión, puede ser tratado más eficazmente aquí, en la sexta planta, donde los métodos terapéuticos son más específicos e intensos.
Un día le contaron que, después de haber consultado largamente con sus colaboradores, el director general del establecimiento había decidido cambiar la subdivisión de los enfermos. El grado de cada uno de éstos, por decirlo así, se veía acrecentado en medio punto. Suponiendo que en cada planta los enfermos se dividieran, según su gravedad, en dos categorías (de hecho los respectivos médicos hacían esta subdivisión, si bien a efectos meramente internos), la inferior de estas dos mitades se veía trasladada de oficio una planta más abajo. Por ejemplo, la mitad de los enfermos de la sexta planta, aquellos con manifestaciones ligeramente más avanzadas, debían pasar a la quinta; y los menos leves de la séptima pasar a la sexta. La noticia alegró a Giuseppe Corte porque, en un cuadro de traslados de tal complejidad, su regreso a la séptima planta podría llevarse a cabo más fácilmente.
Cuando mencionó esta su esperanza a la enfermera, se llevó, sin embargo, una amarga sorpresa. Supo entonces que sería trasladado, pero no a la séptima, sino a la planta de abajo. Por motivos que la enfermera no sabía explicarle, estaba incluido en la mitad más "grave" de los que se alojaban en la sexta planta y por esta razón debía descender a la quinta.
Pasados los primeros instantes de sorpresa, Giuseppe Corte montó en cólera; dijo a gritos que lo estafaban vilmente, que no quería oír hablar de ningún traslado abajo, que se volvería a casa, que los derechos eran derechos y que la administración del hospital no podía ignorar de forma tan abierta los diagnósticos de los facultativos.
Todavía estaba gritando cuando el médico llegó sin resuello para tranquilizarlo. Aconsejó a Corte que se calmara si no quería que le subiera la fiebre, le explicó que se había producido un malentendido, cuando menos parcial. Llegó a admitir, incluso, que lo más propio habría sido que hubieran enviado a Giuseppe Corte a la séptima planta, pero añadió que tenía acerca de su caso una idea ligeramente diferente, si bien muy personal. En el fondo su enfermedad podía, en cierto sentido, naturalmente, considerarse de sexto grado, dada la amplitud de las manifestaciones morbosas. Sin embargo, ni siquiera él lograba explicarse cómo Corte había sido catalogado en la mitad inferior de la sexta planta. Probablemente el secretario de la dirección, que había llamado aquella misma mañana preguntando por la ubicación clínica exacta de Giuseppe Corte, se había equivocado al transcribirla. Por mejor decir, la dirección había "empeorado" ligeramente su dictamen a propósito, ya que se le consideraba un médico experto pero demasiado indulgente. El doctor aconsejaba a Corte, en fin, no inquietarse, sufrir sin protestas el traslado; lo que contaba era la enfermedad, no el lugar donde se situaba a un enfermo.
Por lo que se refería al tratamiento –añadió aún el facultativo–, Giuseppe Corte no habría de lamentarlo; el médico de la planta de abajo tenía sin duda más experiencia; era casi un dogma que la pericia de los doctores aumentaba, cuando menos a juicio de la dirección, a medida que se descendía. La habitación era igual de cómoda y elegante. Las vistas, igualmente amplias: sólo de la tercera planta para abajo la visión se veía estorbada por los árboles del perímetro.
Presa de la fiebre vespertina, Giuseppe Corte escuchaba las minuciosas justificaciones del doctor con progresivo cansancio. Finalmente, se dio cuenta de que no tenía fuerzas ni, sobre todo, ganas de seguir oponiéndose al injusto traslado. Y se dejó llevar a la planta de abajo.
El único, si bien magro, consuelo de Giuseppe Corte una vez se halló en la quinta planta, fue saber que era común opinión de los médicos, los enfermeros y enfermos que en aquella sección él era el menos grave de todos. En el ámbito de aquella planta, en suma, podía considerarse con diferencia el más afortunado. Sin embargo, por otra parte lo atormentaba el pensamiento de que ahora eran ya dos las barreras que se interponían entre él y el mundo de la gente normal.
A medida que avanzaba la primavera, el aire se hacía más tibio, pero Giuseppe Corte no gustaba ya, como en los primeros días, de asomarse a la ventana; aunque semejante temor fuese una verdadera tontería, cuando veía las ventanas de la primera planta, siempre cerradas en su mayoría, que tanto se habían acercado, sentía recorrerle un extraño escalofrío.
Su enfermedad se mostraba estacionaria. Con todo, pasados tres días de estancia en la quinta planta, se manifestó en su pierna derecha una erupción cutánea que en los días siguientes no dio señas de reabsorberse. Era una afección, le dijo el médico, absolutamente independiente de la enfermedad principal; un trastorno que le podía ocurrir a la persona más sana del mundo. Para eliminarlo en pocos días, sería deseable un tratamiento intensivo de rayos digamma.
–¿Y me los pueden dar aquí, esos rayos digamma? –preguntó Giuseppe Corte.
–Nuestro hospital –respondió complacido el médico– desde luego dispone de todo. Sólo hay un inconveniente...
–¿De qué se trata? –preguntó Corte con un vago presentimiento.
–Inconveniente por decirlo así –se corrigió el doctor–; me refiero a que sólo hay instalación de rayos en la cuarta planta, y yo le desaconsejaría hacer semejante trayecto tres veces al día.
–Entonces ¿nada?
–Entonces lo mejor sería que hasta que le desaparezca la erupción hiciera el favor de bajarse a la cuarta.
–¡Basta! –aulló Giuseppe Corte–. ¡Ya he bajado bastante! A la cuarta no voy, así reviente.
–Como a usted le parezca –dijo, conciliador, el otro para no irritarle–, pero, como médico encargado de su tratamiento, tenga en cuenta que le prohíbo bajar tres veces al día.
Lo malo fue que el eccema, en vez de ir a menos, se fue extendiendo lentamente. Giuseppe Corte no conseguía hallar reposo y no cesaba de revolverse en la cama. Aguantó así, furioso, tres días, hasta que se vio obligado a ceder. Espontáneamente, rogó al médico que ordenara que le hicieran el tratamiento de los rayos y, por consiguiente, que lo trasladaran a la planta inferior.
Allí abajo Corte advirtió con inconfesado placer que representaba una excepción. Los otros enfermos de la sección estaban sin lugar a dudas en estado muy grave y no podían abandonar la cama siquiera por un minuto. Sin embargo él podía permitirse el lujo de ir a pie desde su habitación a la sala de rayos entre los parabienes y la admiración de las propias enfermeras.
Al nuevo médico le precisó con insistencia su especialísima situación. Un enfermo que en el fondo tenía derecho a la séptima planta había ido a parar a la cuarta. En cuanto la erupción desapareciese, pretendía regresar arriba. No admitiría en absoluto ninguna nueva excusa. ¡Él, que legítimamente habría podido estar todavía en la séptima!
–¡La séptima, la séptima! –exclamó sonriendo el médico, que acababa justamente de pasar visita–. ¡Ustedes, los enfermos, siempre exageran! Soy el primero en decir que puede estar contento de su estado; por lo que veo en su cuadro clínico, no ha habido grandes empeoramientos. ¡Pero de ahí a hablar de la séptima planta, y disculpe mi brutal sinceridad, hay sin duda cierta diferencia! Es usted uno de los casos menos preocupantes, lo admito, pero no deja de ser un enfermo.
–Entonces usted –dijo Giuseppe Corte con el rostro encendido, ¿a qué planta me asignaría?
–Bueno, no es fácil decirlo, no le hecho más que un breve reconocimiento, y para poder pronunciarme debería seguirle por lo menos una semana.
–Está bien –insistió Corte–, pero más o menos sí sabrá.
Para tranquilizarlo, el médico simuló concentrarse un momento; luego asintió con la cabeza y dijo con lentitud:
–Bueno, aunque sólo sea para contentarle, podríamos en el fondo asignarle a la sexta. Sí, sí –añadió como para convencerse a sí mismo–. La sexta podría estar bien.
Creía así el doctor contentar al enfermo. Por el rostro de Giuseppe Corte, en cambio, se extendió una expresión de zozobra: el enfermo se daba cuenta de que los médicos de las últimas plantas lo habían engañado; ¡y hete aquí que este nuevo doctor, a todas luces más competente y más sincero, en su fuero interno –era evidente– lo asignaba, no a la séptima, sino a la sexta planta, y quizá a la quinta, la inferior! La inesperada desilusión postró a Corte. Aquella noche la fiebre le subió de forma apreciable.
Su estancia en la cuarta planta señaló para Giuseppe Corte el período más tranquilo desde que ingresara en el hospital. El médico era una persona sumamente simpática, atenta y cordial; a menudo se paraba, incluso durante horas enteras, a charlar de los temas más diversos. Y también Giuseppe Corte hablaba de buena gana, buscando temas relacionados con su vida habitual de abogado y hombre de sociedad. Intentaba convencerse de que pertenecía aún a la sociedad de los hombres sanos, de estar vinculado todavía al mundo de los negocios, de interesarse por los acontecimientos públicos. Lo intentaba, pero sin conseguirlo. De forma invariable, la conversación acababa siempre yendo a parar a la enfermedad.
Entre tanto, el deseo de una mejoría cualquiera se había convertido para él en una obsesión. Los rayos digamma, aunque habían conseguido detener la extensión de la erupción cutánea, no habían bastado a eliminarla. Todos los días Giuseppe Corte hablaba de ello largamente con el médico y se esforzaba por mostrarse fuerte, incluso irónico, sin conseguirlo.
–Dígame, doctor –preguntó un día–, ¿cómo va el proceso destructivo de mis células?
–¿Pero qué expresiones son esas? –le reconvino jovialmente el doctor–. ¿De dónde las ha sacado? ¡Eso no está bien, no está bien, y menos en un enfermo! No quiero oírle nunca más cosas semejantes.
–Está bien –objetó Corte–, pero así no me ha contestado.
–Oh, ahora mismo lo hago –dijo el doctor, amable–. El proceso destructivo de las células, por emplear su siniestra expresión, es, en su caso, mínimo, absolutamente mínimo. Pero me siento tentado de definirlo como obstinado.
–¿Obstinado? ¿Quiere decir crónico?
–No me haga decir lo que no he dicho. Quiero decir solamente rebelde. Por lo demás, así son la mayoría de los casos. Afecciones incluso muy leves necesitan a menudo tratamientos enérgicos y prolongados.
–Pero dígame, doctor, ¿para cuándo puedo esperar una mejoría?
–¿Para cuándo? En estos casos, las predicciones son más bien difíciles... Pero escuche –añadió después de una pausa meditativa–, según veo, tiene auténtica obsesión por sanar... si no tuviera miedo de que se me enfade, le daría un consejo...
–Pues diga, diga, doctor...
–Pues bien, le plantearé la cuestión en términos muy claros. Si yo, atacado por esta enfermedad aunque fuera de forma levísima, viniera a parar a este sanatorio, que posiblemente es el mejor que existe, espontáneamente haría que me asignaran, y desde el primer día, desde el primer día, ¿comprende?, a una de las plantas más bajas. Haría que me ingresaran directamente en la...
–¿En la primera? –sugirió Corte con una sonrisa forzada.
–¡Oh, no!, ¡en la primera no! –respondió irónico el médico–, ¡eso no! Pero en la segunda o la tercera, seguro que sí. En las plantas inferiores el tratamiento se lleva a cabo mucho mejor, se lo garantizo, las instalaciones son más completas y potentes, el personal más competente. ¿Sabe usted, además, quién es el alma de este hospital?
–¿No es el profesor Dati?
–En efecto, el profesor Dati. Él es el inventor del tratamiento que se lleva a cabo, el que proyectó toda la instalación. Pues bien, él, el maestro, está, por decirlo así, entre la primera y la segunda planta. Desde allí irradia su fuerza directiva. Pero le garantizo que su influjo no llega más allá de la tercera planta; de ahí para arriba se diría que sus mismas órdenes se diluyen, pierden consistencia, se extravían; el corazón del hospital está abajo y se necesita estar abajo para tener los mejores tratamientos.
–Así que, en definitiva –dijo Giuseppe Corte con voz temblorosa–, usted me aconseja...
–Añada a eso una cosa –continuó imperturbable el doctor–, añada que en su caso particular habría que insistir hasta que desaparezca. Es una cosa sin ninguna importancia, convengo en ello, pero más bien molesta, que de prolongarse mucho podría deprimir la "moral"; y usted sabe lo importante que es, para sanar, la tranquilidad de espíritu. Las sesiones de rayos a que le he sometido no han dado resultado más que a medias. ¿Que por qué? Puede ser tan sólo casualidad, pero puede ser también que los rayos no tengan la suficiente intensidad. Pues bien, en la tercera planta las máquinas de rayos son mucho más potentes. Las probabilidades de curar el eccema serían mucho mayores, Y luego, ¿ve usted?, una vez la curación en marcha, lo más complicado ya está hecho. Una vez iniciada la recuperación, lo difícil es volver atrás. Cuando se sienta mejor de veras, nada le impedirá volver aquí con nosotros o incluso más arriba, según sus "méritos", incluso a la quinta, a la sexta, hasta a la séptima, me atrevo a decir...
–¿Y usted cree que eso podrá acelerar el tratamiento?
–¡De eso no cabe ninguna duda! Ya le he dicho lo que yo haría en su situación.
Charlas de esta clase el doctor no las daba todos los días. Acabó llegando el momento en que el enfermo, cansado de sufrir a causa del eccema, pese a su instintiva reluctancia a descender al reino de los casos todavía más graves, decidió seguir el consejo y se trasladó a la planta de abajo.
En la tercera planta no tardó en advertir que reinaba en la sección, en el médico, en las enfermeras, un especial regocijo, pese a que allí abajo recibieran tratamiento enfermos muy preocupantes. Notó incluso que este regocijo aumentaba con los días: picado por la curiosidad, una vez que hubo tomado un poco de confianza con la enfermera, preguntó cómo era que en aquella planta estaban siempre todos tan alegres.
–Ah, ¿pero es que no lo sabe? –respondió la enfermera. Dentro de tres días nos vamos de vacaciones.
–¿Qué quiere decir eso de «nos vamos de vacaciones»?
–Sí. Durante quince días la tercera planta se cierra y el personal se va de asueto. Las plantas descansan por turno.
–¿Y los enfermos? ¿Qué hacen con ellos?
–Como hay relativamente pocos, se reúnen dos plantas en una sola.
–¿Cómo? ¿Reúnen a los enfermos de la tercera y de la cuarta?
–No, no –corrigió la enfermera–, a los de la tercera y la segunda. Los que están aquí tendrán que bajar.
–¿Bajar a la segunda? –dijo Giuseppe Corte pálido como un muerto–. ¿Tendré que bajar entonces a la segunda?
–Pues claro. ¿Qué tiene de raro? Cuando, dentro de quince días, regresemos, volverá usted a esta habitación. No creo que sea para asustarse.
Sin embargo, Giuseppe Corte –misterioso instinto le advertía– se vio embargado por el miedo. No obstante, ya que no podía impedir que el personal se fuera de vacaciones, convencido de que el nuevo tratamiento de rayos le hacía bien (el eccema se había reabsorbido casi por completo), no se atrevió a oponerse al nuevo traslado. Pretendió, con todo, y a pesar de las burlas de las enfermeras, que en la puerta de su nueva habitación se pusiera un cartel que dijera: «Giuseppe Corte, de la tercera planta, provisional». Esto no tenía precedentes en la historia del sanatorio, pero los médicos, considerando que en un temperamento nervioso como Corte incluso pequeñas contrariedades podían provocar un empeoramiento, no se opusieron a ello.
En el fondo se trataba de esperar quince días, ni uno más ni uno menos. Giuseppe Corte empezó a contarlos con obstinada avidez, permaneciendo inmóvil en su lecho durante horas enteras con los ojos fijos en los muebles, que en la segunda planta no eran ya tan modernos y alegres como en las secciones superiores, sino que adoptaban dimensiones mayores y líneas más solemnes y severas. Y de cuando en cuando aguzaba el oído, pues le parecía oír en la planta de abajo, la planta de los moribundos, la sección de los "condenados", vagos estertores de agonía.
Todo esto, naturalmente, contribuía a entristecerlo. Y su mengua de serenidad parecía fomentar la enfermedad, la fiebre tendía a aumentar, la debilidad se hacía más pronunciada. Desde la ventana –era ya pleno verano y las ventanas se hallaban casi siempre abiertas– no se divisaban ya los tejados, ni siquiera las casas de la ciudad; sólo la muralla verde de los árboles que rodeaban el hospital.
Habían pasado siete días cuando una tarde, hacia las dos, el supervisor y tres enfermeros que empujaban una camilla con ruedas irrumpieron súbitamente.
–¿Listos para el traslado? –preguntó en tono de afable chanza el supervisor.
–¿Qué traslado? –preguntó Giuseppe Corte con un hilo de voz–. ¿Qué bromas son estas? ¿No faltan aún siete días para que vuelvan los de la tercera planta?
–¿La tercera planta? –dijo el supervisor como si no comprendiera–. A mí me han dado orden de llevarle a la primera, mire –y le enseñó un volante sellado para su traslado a la planta inferior, firmado nada menos que por el mismísimo profesor Dati.
El terror, la cólera infernal de Giuseppe Corte estallaron en largos gritos que resonaron por toda la planta. «Más bajo, más bajo, haga el favor», suplicaron las enfermeras, «¡aquí hay enfermos que no se encuentran bien!». Pero hacía falta algo más para calmarlo.
Al fin acudió el médico que dirigía la sección, una persona amabilísima y sumamente educada. Se informó, miró el volante, hizo que Corte le explicara. Luego se voltio, encolerizado, hacia el supervisor, declarando que había habido un error, él no había dado ninguna orden de ese tipo, desde hacía algún tiempo había un desbarajuste intolerable, nadie le informaba de nada... Al cabo, después de haber echado la bronca al subordinado, se volvió en tono cortés al enfermo, deshaciéndose en excusas.
–Con todo, desgraciadamente –añadió el médico–, el profesor Dati hace justo una hora que se ha marchado para una breve licencia, y no volverá hasta dentro de dos días. Estoy absolutamente desolado, pero sus órdenes no se pueden transgredir. Él será el primero en lamentarlo, se lo garantizo... ¡Un error así! ¡No me explico cómo ha podido suceder!
Un lastimoso estremecimiento había empezado a sacudir a Giuseppe Corte. Su capacidad de dominarse había desaparecido por completo. El terror se había apoderado de él como de un niño. Sus sollozos resonaban en la habitación.
De este modo, debido a aquel execrable error, alcanzó la última etapa. ¡Él, que en el fondo, por la gravedad de su mal, a juicio de los médicos más severos, tenía derecho a verse asignado a la sexta, cuando no a la séptima planta, en la sección de los moribundos! La situación era tan grotesca que en algunos momentos Giuseppe Corte casi sentía deseos de echar a reír a carcajadas.
Tendido en la cama mientras la cálida tarde de verano pasaba lentamente sobre la ciudad, miraba los verdes árboles a través de la ventana con la impresión de haber ido a parar a un mundo irreal, hecho de absurdas paredes alicatadas y esterilizadas, de gélidos y fúnebres zaguanes, de blancas figuras humanas carentes de alma. Hasta dio en pensar que ni siquiera los árboles que le parecía divisar a través de la ventana eran verdaderos: acabó incluso por convencerse, al advertir que las hojas no se movían en absoluto.
Esta idea lo agitó hasta tal punto que Corte llamó con el timbre a la enfermera e hizo que le alcanzara sus gafas de miope, que no usaba en la cama; sólo entonces consiguió tranquilizarse un poco: con su ayuda pudo asegurarse de que eran realmente árboles auténticos y que las hojas, aunque ligeramente, se veían agitadas por el viento de cuando en cuando.
Una vez que salió la enfermera, transcurrió un cuarto de hora de completo silencio. Seis plantas, seis terribles murallas, aun siendo por un error de forma, abrumaban ahora a Giuseppe Corte con implacable peso. ¿Cuántos años –sí, tenía que pensar en años– le harían falta para que consiguiera alcanzar de nuevo el borde de aquel precipicio?
Pero ¿cómo de repente se hacía en la habitación tanta oscuridad? Seguía siendo plena tarde. Con un esfuerzo supremo, Giuseppe Corte, que se sentía paralizado por un extraño entumecimiento, miró el reloj que estaba sobre la mesita al lado de la cama. Eran las tres y media. Volvió la cabeza hacia la otra parte y vio que las persianas, obedientes a una misteriosa orden, descendían lentamente, cerrando el paso a la luz.
Dino Buzzati. Relatos. Traducción Javier Setó
©1996 Alianza Editorial S.A., Madrid, España
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Stay - Capítulo 15
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Soojoo se lo había dicho, sus nervios y ansiedad ya estaban en otro nivel, uno que ella desconocía, pero que desgraciadamente Jiyong recordaba. Recordaba a la perfección como esa antigua chica lo tomo de la mano una vez, como correspondió su beso con deseo, como le gustaba caminar con ella por las calles. Ese nudo en su estómago era algo conocido, algo que no consiguió repetir con Seunghyun, porque Jiyong creía que esa chica le había hecho sentir sinceramente enamorado, tanto que le dolía dejarla en su casa cada noche, tanto que le encantaba dormir pensando en ella o escuchando su voz. Eso era estar enamorado, era un dolor constante y una felicidad inexplicable, que te hacía sentir como estúpido por sonreír tanto tiempo y por cosas tan simples. Y desgraciadamente, ese era el nudo que Jiyong sentía en su estómago al ver a Seungri. Un nudo que no se daba porque sostenían sus manos, que no se daba por besos diarios, ni porque escuchara su voz antes de dormir. Era un dolor que le daba por ver la sinceridad del menor, por el brillo tan característico en sus ojos, por la forma en que era estando con el pelirrojo, por las conversaciones que llegaron a tener, por la simple cercanía de sus miradas aquel día en el bar, por esas cosas tan simples se formaba dicho nudo en su estómago.
—Creo que ya debería irme —sus palabras fueron apresuradas, no como lo planeaba, pero si como le parecía correcto en el momento, porque no había más que decir, nada más que discutir. Y aquellas cosas que Jiyong quería e imaginaba preguntarle al menor, en ese momento se nublaron, la mirada de Seungri nublaba esas preguntas, y siendo honesto consigo mismo, Jiyong no estaba siendo fuerte en ese momento. Así que se dio la vuelta y busco irse de allí, sin dejarlo despedirse, porque tal vez no hacía falta.
—Jiyong... —murmuro el menor. El pelirrojo se dio la vuelta, pero no recuperó los pasos que ya se había alejado, lo miro con expectativa y nerviosismo, el nudo se formó con un poco más de fuerza, los ojos de Seungri comenzaron a mirar a otra parte, otra parte que no era Jiyong— gracias... por las clases que le diste a mi hermano, me dijo que terminaron hace poco.
Extrañamente el mayor sintió algo de decepción al escuchar eso, y ni siquiera comprendía por qué —sí, sí, fueron bastante breves.
—Aprendió mucho de ti.
—Tiene mucho talento, Seungri, sinceramente espero que pueda continuar por este camino, sé que es complicado, por lo que se de ti. Pero, él tendrá algo seguro en esta industria, así que no dejes de apoyarlo tanto como he escuchado.
El pelinegro sonrió y asintió —en mis manos esta que él no pase por lo mismo, gracias por motivarlo más, de verdad.
Jiyong correspondió esa sonrisa, juntó más sus labios y se dio cuenta de que sus palabras surgirían sin pensarlo —Seungri... —pauso un segundo cuando miro como Seungri mordía ligeramente sus labios.
—¡Jiyong! ¡Seungri! —saludó el moreno cuando los miro desde lejos. El pelirrojo tosió un poco por la sorpresa, miro hacia el lado contrario de la casa y sintió un gran calor en sus mejillas, como si acabara de ser descubierto haciendo algo malo— ¿Qué haces aquí, Ji? —le pregunto una vez ya estaba junto a él.
El pelirrojo se atoró con sus palabras —estaba...
—Vino a pedirme una salsa —lo salvó el menor, Jiyong no supo que decir, así que solo asintió y no pudo mirar fijamente al otro.
Youngbae lo aceptó sin notar nada raro —¿y cómo has estado, Ri? ¿Qué tal vivir solo?
—Difícil, es extraño llegar a una casa vacía, pero me acostumbraré —el menor se enfocó en Youngbae.
—Supongo, puede ser así al inicio.
—Siempre has vivido conmigo, Bae —se quejó Jiyong.
—Bueno si, pero pasas mucho tiempo fuera de casa —el pelirrojo rodó los ojos y se encontró con la mirada divertida de Seungri, lo que lo hizo sentir nervioso de vuelta— como sea, estaré dando una clase de cocina para Daesung, cena para solteros 101.
Seungri cortó esa mirada y se dirigió a Youngbae —Daesung me comentó algo de una cena, pero tengo mucho que hacer de la universidad.
—Oh, entonces nos veremos luego, tenemos que seguir en contacto eh.
—Claro, podemos salir después.
—Si quieres dale la salsa a Jiyong, yo puedo meter los regalos —le señalo la caja que Jiyong había dejado en la entrada de la otra puerta, el pelirrojo atinó a mover la cabeza nada más, aunque dicha salsa no existiera siquiera. Miraron al moreno desaparecer mientras metía las cajas a la casa de Daesung, la puerta del otro lado se cerró y estos quedaron a solas de nuevo, envueltos en el silencio de la noche y de la lejana música que salía de la casa del menor.
Seungri aclaró su voz y abrió más la puerta, invitándolo a pasar —puedo esperar aquí —se negó de inmediato.
—Pero no sé qué salsa darte —dijo inocentemente, lo que casi hace reír al mayor.
—Toma la que sea —dijo amigablemente, el menor entró de vuelta a su casa y Jiyong detuvo la puerta con su cuerpo. Pudo escuchar con más claridad la música que salía del lugar, entonces le fue imposible reprimir una sonrisa cuando escucho atentamente que la canción que sonaba era 'Single Ladies' de Beyonce. Sinceramente no esperaba que ese fuera el tipo de música que el menor escuchaba, e incluso si lo pensaba bien, ellos jamás habían hablado de música, no sabía que era lo que el pelinegro prefería.
Borró esa sonrisa cuando lo miro aparecer de vuelta —¿Gochujang? —preguntó mientras sostenía el frasco.
—Dijiste que lo que fuera.
Jiyong sonrió ligeramente, aquella situación era ridícula —como sea, gracias —el pelinegro solo asintió. No dijeron más y Jiyong por fin entró a casa de Daesung, con la salsa en sus manos, la ridícula excusa que extrañamente lo había salvado.
—¿Dónde estabas? —preguntó Soojoo, quien ya estaba cortando vegetales junto con Youngbae.
El pelirrojo levantó la salsa y la dejo en la mesa, donde ellos cocinaban, miro que Youngbae estaba enseñándole a Daesung a hacer algún platillo, sin embargo, se percataron de la salsa —¿Gochujang? —preguntó Youngbae.
—Se me antojo —mintió inocentemente.
Soojoo frunció el ceño a la vez que miraba la comida alrededor, donde ya había un frasco de la salsa —¿y creíste que no habría aquí? —dijo con sincera duda.
—Lo dude por un momento —continúo siendo indiferente, en espera de que todos dejaran la salsa en paz.
Youngbae pareció darse cuenta de algo —¿Dae, tienes aceitunas? —el menor negó, y fue hasta la nevera, para confirmar que no había— Ji, pregúntale a Seungri si tiene, y le devuelves esto, porque ya tenemos.
El pelirrojo abrió más los ojos —no, no creo que sea necesario —comenzó a excusarse.
—Son necesarias, corre, porque estamos ocupados en esto, no sé cómo las olvidamos.
Todos miraron a Jiyong con expectación, ya no tenía forma de negarse, no la había, todos estaban haciendo algo menos él. Tomo la salsa con lentitud, y camino hacia la salida, maldijo mil veces en su mente y respiro con profundidad. Se repitió que solo eran un par de palabras, nada más, solo un cambio de salsa por aceitunas, simple.
Malditamente simple.
Tocó a la puerta sintiéndose avergonzado, ventilo con su mano sus mejillas, las que sentía se coloraban rápidamente, la puerta se abrió y Seungri lo miro extrañado —¿me equivoque de salsa?
Jiyong sonrió, provocando que el otro lo hiciera también —de hecho, sí que necesitamos aceitunas, ¿tendrás?
—No estoy seguro, déjame buscar.
Unos minutos después el pelinegro se asomó con dos frascos de aceitunas —encontré estos dos.
Jiyong fracaso al ocultar una risa corta por la expresión del menor —¿Qué no conoces tu cocina?
—No, contrate a alguien que hiciera las compras, y no entiendo mucho de lo que hay allí —dijo sonriendo y encontrando la gracia en el momento— de hecho, apreciaría que terminen con esto, porque no creo usarlo y esas cosas tienen fecha de vencimiento, ¿no? —dijo lo último revisando el frasco.
—Sí, sí la tienen —allí estaba, esa expresión de inocencia y ternura en Seungri, esa que Jiyong ya creía conocer— por favor revisa esa nevera, es peligroso si comes algo vencido.
—Un poco tarde el consejo, pero lo aprecio.
—¿Tarde? ¿Paso algo?
Seungri asintió —la semana pasada comí atún que al parecer estaba vencido, algo que no quiero volver a vivir.
—Eres muy inocente Seungri —dijo esbozando una sonrisa sincera.
—Quizá no tanto como tú, Jiyong.
...
Dos días después Seungri se encontraba empacando lo necesario para su viaje a Tokio, estaba inquieto, no por los cuatro días que desaparecería de Seúl, sino por lo que haría esos 4 días en esa ciudad. No era lo mismo la isla Jeju, a Japón. Y Japón siendo casi su segundo hogar no le molestaba, le molestaba saber que esa era la ciudad de Hideo, era su territorio, e irían seguramente a visitar a los jefes más altos. El pelinegro comenzó a sentirse fuera de lugar cuando fueron a Jeju, porque él era solo el traductor, y los demás destacaban por ser parte del clan de Hideo, y personas inmersas en la mafia. Cuando Seungri solo había pensado en tener un simple empleo de mesero en un bar, la vida dio muchas vueltas y ahora él estaba tan inmerso como al inicio no quería, pero extrañamente lo disfrutaba, le parecía un trabajo justo ser solo un traductor con una buena paga. Guardaba grandes secretos, sí, pero no era como que el tuviera que ver en ellos. Y parecía que todos lo entendían, incluyendo a Zhang Yixing, quien ya no había intentado nada con él luego de aquel día, así que las cosas parecían ir bien para él, tanto allí como en la universidad.
Miro la hora y se dio cuenta de que estaba yendo tarde para su reunión con su abuelo, quien lo había llamado para hablar, Seungri no quiso negarse directamente, ya que al siguiente día volaba para Japón, y prefería quedar en buenos términos con él. Antes de que mandaran a investigarlo o algo peor. La pantalla del auto de Hoya se ilumino y este respondió, era Masashi.
—¿Sí? —respondió Seungri, de quien era el teléfono.
—¿Estás listo para mañana?
—Sí, todo está en orden —respondió en su japonés fluido.
—Perfecto, ¿estarás muy ocupado el resto del día?
—No realmente, solo iré a ver mi abuelo y regresare a descansar a mi casa.
—Supongo que podré enviarte a alguien más entonces, necesito a Hoya.
—Estamos ya llegando, él puede regresar rápidamente y no se preocupe, yo puedo regresar a salvo desde aquí, no es necesario enviar a alguien.
—¿Estás seguro V.I?
—Por supuesto, le diré a mi abuelo que necesito que un chofer me lleve, y será todo.
Un silencio lleno la llamada, Seungri sabía que Masashi todavía no quería arriesgarse a dejarlo sin guardaespaldas, a pesar de que una semana antes el menor había dejado la idea al aire, de que Yixing ya no hacía nada sospechoso, pero el mayor se negó, y Hoya seguía a su lado —asegúrate de que sea todo, no quiero un movimiento más Seungri, recuerda que yo respondo por ti.
—Lo sé, no haré más.
La llamada termino y Seungri vio la mansión ya aparecer frente a ellos, la última de aquella colina, Hoya aparcó justo en la entrada y se bajó, siendo prontamente visto por la seguridad de la mansión. Seungri le hizo una seña y le dijo que regresara al auto, el pelinegro le dijo que allí estaba más seguro que nada, que no tenía que preocuparse. Hoya aceptó más tranquilo y se fue una vez vio como Seungri cruzo las puertas de su vieja casa. Se sintió extraño, ya tenía unos tres meses fuera de allí, sus padres habían dejado la misma mansión al ver que su abuelo pensaba quedarse en Corea, el pelinegro pensó por un segundo si ellos seguían siendo reacios a la idea de Seungri siendo gay, le dieron escalofríos por los recuerdos.
Un asistente le dijo que su abuelo estaba en la última sala de arte, Seungri suspiró y se dirigió hasta el fondo, tomo el atajo que aquella vez uso con Jiyong, para salir de la fiesta. Abrió la puerta de la primera sala y se detuvo inconscientemente para ver desde abajo el cuadro que esa noche Jiyong apreciaba con tanta atención, esa noche se veía muy atractivo con la ropa que llevaba. Sacudió su cabeza y camino hasta la segunda sala, donde más cuadros adornaban el lugar, los ignoro y fue hasta la última puerta. La sala que más detestaba, donde huía cuando se sentía peor, la más alejada de los cuartos y de toda la servidumbre, el lugar más escondido.
En la zona de abajo no pudo ver a nadie, levantó la vista y sintió un enorme peso en su estómago, junto a su abuelo pudo ver una cabellera roja, esa conocida cabellera roja. Ninguno de los dos se percató se él, Seungri mordió sus labios y maldijo internamente, ya que pensaba decirle a su abuelo que aquello con Jiyong se había terminado, tal como se lo había avisado al mayor. Justamente para evitar ese tipo de reuniones.
Pero era tarde.
Aclaro su voz y comenzó a subir las escaleras, haciéndose notar, ellos giraron a mirarlo, ambos sosteniendo copas con vino tinto, Seungri casi rueda los ojos por la ironía —tarde, algo extraño en ti Seung.
—Me atrase con mi trabajo.
Jiyong no lo miraba fijamente, hasta que —necesitamos hablar de ese trabajo tuyo —el pelinegro ahora sintió claramente la mirada del otro, y también pudo sentir como su rostro perdía color de inmediato.
—¡Señor Lee! ¡Tiene una llamada! —le gritó su asistente desde abajo, su abuelo se disculpó y salió rápidamente de la sala, Seungri supuso que salió de toda la zona.
El menor no miro más a Jiyong, en cambio bajo por las escaleras, sintiendo los pasos lentos del otro, se detuvo en la planta de abajo y camino hacia detrás de las escaleras, donde estaban los libreros, esos que conocía bien —aceptaste... —musito mientras buscaba un libro en las estanterías.
—Desde la última vez habíamos hablado de esta pintura que compró, no podía negarme, además me doy cuenta de que nunca dijiste nada de una ruptura —musito mirando la espalda de Seungri, quien continuaba buscando entre los libreros.
—Iba a decirle hoy justamente... no están —dijo lo último más sorprendido.
—¿Qué buscas?
—Mi colección de... una colección —se contuvo.
Jiyong se percató de ello —¿de qué?
Seungri se giró hacia el librero de nuevo —H.P Lovecraft.
—¿Lovecraft? ¿Horror? —insistió el otro, Seungri solo asintió— pero estas buscando en la 'Z', ¿no crees que debería estar en la 'L'?
—No, yo siempre deje esa colección en desorden —Seungri no dijo más y de reojo miro como Jiyong se dirigía a otro estante, buscando junto con él.
—¡Te dije! —dijo el mayor desde el estante que estaba justo detrás de las escaleras— Howard Phillips Lovecraft —Seungri caminó hasta él y tomo el libro que el mayor sacó.
En efecto, se agachó un poco y pudo ver que todos los libros estaban en orden alfabético, como debían estarlo siempre, alguien debió de cambiarlos —son estos.
—¿Los coleccionas? —el pelinegro asintió mirando el libro que sostenía— nunca he leído algo de él, pero he escuchado sobre sus criaturas conocidas.
—Es de mis escritores favoritos, deberías tomar alguno, ninguno puede decepcionarte —dijo el menor inmerso en el momento, sin percatarse de que le estaba prestando un libro a Jiyong, algo que Seungri casi odiaba hacer, y más si eran de su colección personal.
Jiyong sonrió levemente y se agacho para ver los títulos, el pelinegro pudo ver el interés en su mirada —¿Cuál es tu favorito? —el pelirrojo levanto levemente la vista, esperando la respuesta de Seungri.
—'The Colour out of Space', fue el que me hizo enamorarme de sus cuentos —sacó el pequeño libro y se lo extendió, era una edición especial, con dibujos en blanco y negro, regalada una navidad por una de sus tías.
Jiyong tomo el libro con cierta emoción, reviso la portada con letras doradas y Seungri sintió un pequeño pinchazo en su pecho, no sabía porque, pero el mayor le daba esa confianza como para contarle de aquellas cosas. Seungri cruzo sus piernas y se sentó de lleno en el piso, sacando libro por libro de su colección, ya que los había visto, los llevaría a su departamento, el pelirrojo hizo lo mismo y lo ayudo, ya que eran más de diez libros, entre pequeños y grandes. Terminaron apilándolos a unos pasos y Seungri pudo ver a Jiyong mirando los demás libros del estante, el menor se sentó y se recargo en el mismo, suspirando cansado —deberíamos irnos —comentó de inmediato el pelirrojo, viéndose sorprendido— la última vez me dijiste que no te gustaba estar aquí.
El pelinegro asintió mirando al suelo de madera —específicamente allí arriba —señalo el techo. Jiyong dejó el libro en la misma madera y se sentó de la misma forma, de cierta forma, Seungri entendió eso como que esperaba escuchar lo que el menor quisiera seguir diciendo, otra pequeña sorpresa de parte de Jiyong, esa capacidad de escuchar que era tan sutil y sincera— cada que mis padres peleaban o que algo malo pasaba, siempre terminaba mirando la pintura de arriba, la del rincón. Porque era el punto más alejado de todas las personas en esta mansión, y eso me hacía sentir protegido, a mí y a mis libros. Desde que tengo memoria siempre he estado leyendo algo, lo que sea, pero que me ayude a conocer algo nuevo, porque siempre he sido demasiado enérgico, y mi familia me inculco leer para calmarme. Es por eso que aprendí tantos idiomas también —el menor bufo queriendo ocultar una risa, la cual salió de la forma más amarga— solo quienes me conocen de años saben que puedo ser muy tímido y temeroso, y así mismo saben que yo solo puedo superar esos temores...
—Como el fracaso —completó.
—En mi familia esa palabra no existe, crecí así, temiéndole más que entendiendo que significaba. Sin embargo, era claro que mis padres no controlarían toda mi vida, así que aprendí lo que era el fracaso en situaciones que ellos no conocían. El amor fue una de ellas, fracase rotundamente, tanto para mí mismo, como para mis padres. Aunque para ellos quizá fracase desde hace mucho tiempo como hijo.
—No digas eso. Yo no conozco a alguien tan valiente como tú, has tenido mucho valor al dejar toda esta vida tan fácilmente, y tal vez tus padres no se den cuenta aun, pero cuando hayas crecido más verán que no has fracasado.
Seungri se giró y noto que Jiyong lo miraba fijamente, con toda la intención de hacerlo sentir mejor —gracias —musito con una voz medio débil.
Eso no era normal. El poder que sus palabras podían tener, la forma en que su simple tono y sinceridad podían hacerlo sentir mejor, tan solo su presencia ya le daba tranquilidad. El peligro que representaba Jiyong crecía, y a Seungri honestamente no le gustaba no tener el control de ello, desde que había terminado aquella relación tan toxica con Changwook supo que no quería ser controlado de nuevo. Por su propio orgullo es que le dio todas esas primeras veces a Minhyuk, para deshacerse de temores, porque como lo presentía, el amor no era un campo que se pudiera controlar. Y mientras Seungri pudiera tener en sus manos la mayoría, al menos así se sentía tranquilo, así lo había hecho con sus parejas siguientes, casuales y medio duraderas.
Sin embargo, Jiyong provocaba que su propio corazón se resbalara entre sus manos, ya no lo controlaba al cien por ciento, y mientras esos ojos almendrados siguieran dándole atención, el pelinegro no sabía a donde llegaría su falta de control.
...
Esa mañana Daesung despertó más que motivado, se fue hasta la habitación vacía y miro alrededor, con toda la motivación de ese mismo día terminar de arreglar su nuevo estudio. Pensó en que lo primero sería proteger con alfombra el suelo, luego las esponjas que guardan el sonido y evitan eco, y después mover algunos instrumentos y ordenadores de la empresa. Se dio una ducha rápida y solo una hora después ya estaba de camino a YG, su empresa de toda la vida, desde que era solo un adolescente que disfrutaba de cantar. Pensó en buscar a Jiyong, pero le dijeron que no estaba en el edificio, así que fue directamente a la oficina de Hyunsuk, el director de la empresa, quien por fin tenía noticias del menor. La reunión fue breve, pero discutieron los puntos más importantes, incluyendo el dudoso regreso de Daesung a los escenarios, algo que sin duda preocupaba al director. Sin embargo, Daesung dijo que esperaba realmente ser capaz de regresar, porque aún no quería despedirse de sus fans ni de esa vida. El menor era una estrella para la empresa, un solista más que amado en Corea y Japón, sus éxitos siempre generaban la mayor ganancia de todos los artistas, era por ello que no lo querían dejar ir tan fácilmente. Al final su jefe estuvo satisfecho con la respuesta de este, así que agendaron comenzar a aceptar artículos sobre su regreso, al final esos años en el extranjero no dieron más que muchas composiciones, realmente material para un comeback no hacía falta. Hyunsuk le dio más tiempo y le pidió que se tomara con calma su tiempo en Seúl, ya que había pasado mucho fuera, y bien podía haberse olvidado un poco de cómo eran las cosas siendo una celebridad.
Daesung salió satisfecho de su reunión, saludó de vuelta a su manager y aceptó que retomará su empleo, ya que este había insistido. Se colocó un tapa bocas negro y salió al estacionamiento, Jaewoo lo detuvo rápidamente —hay reporteros por allí, ya saben que has vuelto y están como buitres —el de cabello azul asintió y se regresó prontamente.
—¿Estarán siguiéndome?
—No lo sé, ¿Dónde estuviste antes?
—En casa, no he hecho nada, pero he estado saliendo con alguien... —dijo un tanto preocupado.
Jaewoo lo miro con sorpresa —¿alguien de Nueva York?
El menor negó —es de Seúl, es una artista y curador de arte.
—¿Cuánto llevan saliendo?
—Desde que llegué a la ciudad, no es algo serio aun, pero creo que puede existir algo pronto.
El mayor pareció meditarlo por un momento, encendió el auto y salió del estacionamiento, dejando a Daesung en tensión, puesto que él nunca había pensado en que la prensa ya sabía de su regreso, equivocadamente se confió y salió varias veces con Seunghyun, además de que la última vez caminaron muy juntos por un rato —mantengamos esto entre nosotros nada más, se cuidadoso con tus salidas, hazlo ver como un amigo —al menor le cambio la expresión de inmediato— sé que no te gusta mentir, pero por ahora es lo más inteligente, y más si quieres seguir con esta vida. Han pasado un par de años, mucha gente se preocupó, pocos comprendieron tu inactividad, y muchos detestaron saber que dejaste el país.
—Entiendo, mantendré un perfil bajo.
Su manager y amigo no insistió más, comprendía que Daesung necesitaba tiempo, todos a su alrededor comprendían eso. Sin embargo, parecía que lo que más necesitaba era compañía, como la que Seunghyun le regalaba, algo totalmente nuevo, algo que le hiciera olvidar que estaba en la misma ciudad que le causo tantos conflictos en tan poco tiempo. Desde la traición de una persona a quien amaba, hasta un accidente que pudo quitarle la vida a él y a Jiyong, eventos que hasta ese día regresaban entre escalofríos o pesadillas.
Durante todo ese día, Daesung se enfocó en su estudio, en hacerlo como tanto deseaba, y en que este se pareciera un poco a su espacio en Nueva York, ya que dicho lugar le había llenado de paz durante esos años. Jaewoo lo ayudó en todo, desde comprar las cosas hasta acomodar los muebles y decorar el lugar, el mismo tuvo la idea de que en la sala de abajo pusiera cuadros con esas fotografías que tenía guardadas, el menor pensó que sería una buena idea, así que despidió a su hyung cuando ya era tarde y se enfocó en seleccionar las mejores. Cuando termino de revisar esa pequeña caja, se dio cuenta de que no había ni una fotografía de ella, de esa mujer que casi le arruina la vida, sintió escalofríos al recordar como Jiyong furioso había sido quien tuvo el valor de tirarlas, ya que Daesung en ese entonces no lo tenía. Recordaba a la perfección la mirada de Jiyong, una mirada tan fría como el hielo, algo que podía intimidar a cualquiera, el menor le insistía en que no era su culpa, pero para el entonces rubio, era todo lo contrario. Jiyong insistía en que él había sido el pesado que los presentó, que les incito a salir, sin conocer del todo a esa mujer, sin saber que en cuestión de meses iba arruinar a uno de sus mejores amigos.
...
—¿Trajiste auto? —preguntó el pelinegro, el mayor negó mientras sostenía en sus manos aquel libro— entonces tomemos el mismo, puedo desviarme hasta tu casa.
Jiyong asintió y subió cuando le abrieron la puerta, Seungri se aseguró de que sus libros estuvieran en la cajuela y se sentó a su lado. Acababan de salir de casa de su abuelo, donde Jiyong había hablado por horas sobre arte con él, sin saber que Seungri llegaría, claro. Sinceramente le pareció raro cuando el señor Lee llamó, ya que Seungri le había dicho que aclararía el final de su supuesta relación, pero al final no lo había hecho. Y el mayor no sintió que fuese grave aceptar una vez más, también supuso que sería la última antes de que Seungri se decidiera por fin en decirle sobre su ruptura.
—Pasaremos por mi casa, ¿te gustaría ir por ramen? —le invitó inocentemente.
El menor pareció pensarlo —no, no creo que sea adecuado, tengo que estar en casa —dejo sus manos en sus piernas y las movió sobre su pantalón negro, casi actuando nervioso. Jiyong no tomo a mal aquello, sin embargo, sintió un poco de decepción. Acababa de aventurarse sin pensarlo, y el menor lo había rechazado —¿Qué tal una taza de té? En mi casa...
El pelirrojo casi se ahoga con su saliva, miro de reojo a Seungri y asintió con una media sonrisa —iremos directamente a la dirección final —le indicó al chófer.
Solo quince minutos después Seungri detuvo al chófer, el menor le explicó que no podrían pasar el auto al complejo así que irían a pie, Jiyong asintió y le ayudo con la mitad de los libros de la cajuela. Caminaron en silencio y dejándose inundar por la noche, el pelirrojo sintió un poco de presión al pensar en que Daesung podía llegar a verlo, si es que estaba en casa, y en que, por supuesto que no tendría otro pretexto, lo de la salsa... no, sería estúpido ir hasta casa de Seungri por una salsa.
—Estas sudando —le sonrió Seungri, el mayor se rió nerviosamente y sintió que su frente se sentía húmeda, seguramente eso era lo menos sexy posible. Frunció ligeramente el ceño, no se explicaba porque terminaba pensando en si eso era sexy o no, no debía importar. Rodó los ojos y maldijo mentalmente, cayendo un poco en cuenta de lo que estaba haciendo, él había conversado con Soojoo, llegando a la conclusión de que se acostaría con el pelinegro, para matar la atracción. Y ya. Pero ahora parecía un asunto diferente, había ido de nuevo a ver a su abuelo, había hablado con Seungri, lo había invitado a ir por ramen, de nuevo, y había aceptado ir a tomar té a casa del menor... idiota.
Se insultó de nuevo, de verdad era un idiota, Seungri lo había invitado a tomar té... a su casa... a solas. Quizá él pensaba lo mismo, joder, parecía la teoría más acertada, Jiyong casi se ríe por lo obvio que el menor había sido, y Soojoo que todavía creía que habría algo más que atracción sexual, ahora el mayor aseguraba que tenía la razón desde el inicio. Llegaron hasta la puerta y Seungri recargó los libros en la madera de fuera, solo para poner el pin y abrir, una vez lo hizo le indicó a Jiyong que él pasara primero, el mayor así lo hizo, sintiendo un gran alivio por la soledad que parecía haber en casa de Daesung. Se quitó los zapatos con dificultad y sin soltar los libros, camino un poco al frente y escuchó la voz de Seungri —pasa, puedes dejarlos en la mesa del centro —se adentró más en el departamento y casi suelta los libros al ver a alguien sentado en el sofá.
—Oh —dijo sorprendido el hombre que estaba allí. Portaba un traje negro que hacia resaltar una camisa blanca que parecía ser seda, el saco estaba abierto al igual que dos botones de su camisa, el hombre se levantó y presumió de su altura, abrochó su único botón del sacó y miro de pies a cabeza a Jiyong. El pelirrojo no se sintió ofendido, ya que estaba haciendo lo mismo justamente, se detuvo en su rostro y apreció que el hombre lucía joven y guapo, parecía modelo sin duda.
Jiyong sintió la presencia de Seungri detrás y se movió un poco, dejando los libros en la mesa —Seungri —dijo el otro hombre.
—Yixing —murmuró el pelinegro, Jiyong apreció la mirada fija del otro hombre, a sus espaldas estaba el menor, así que no podía verlo, sin embargo, no le gustaba ni un poco la situación. El ambiente se sintió tenso de inmediato, él supo que era por ese tipo, quien ahora sonreía ligeramente al mirarlos a ambos.
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Solo son negocios
Un goblin vestido con esmoquin y sombrero de copa ascendía por las escaleras del hospital del Muelle Pantoque, con un ramo de flores entre las manos.
La enfermera, que mascaba chicle en su mostrador, lo saludó al pasar inflando una pompa gomosa, en signo de que no le importaba lo más mínimo su presencia, y él continuó subiendo.
Tras atravesar el pasillo se plantó frente una puerta en cuya plaquita identificatoria habían garabateado un nombre: “Don Gizzox”. Giró el picaporte y entró. El enfermo, un goblin de unos setenta años de edad, con la azotea despoblada y las cejas canas, estaba moviendo su mano al compás de la música que sonaba en la radio: un waltz de la añorada Kezan.
—Con los años nos volvemos nostálgicos, ¿eh, Mikkey? —preguntó don Gizzox.
Mikkey depositó las flores en la cama, se quitó el sombrero y se agachó para besar la mano del anciano.
—No seas tan formal: sabes que te aprecio como a un hijo. Después de todo, yo fui tu padrino.
—Tienes razón, padrino. Discúlpame —El visitante se corrigió y lo besó en las mejillas.
—¿Cómo está tu madre? Aún no ha venido a verme. Ahora mismo es una de las pocas alegrías que podría experimentar mi corazón: que entrase en este tugurio infecto, me diera dos besos y me acariciase la cabeza mientras me duermo…
“No vendrá”, pensó Mikkey, mas no fue así como contestó.
—La Corporación Karma ha puesto a tu disposición las mejores máquinas para que te repongas.
—La Corporación Karma no tiene alma. Eso lo sabes tan bien como yo, Mikk. Quieren que me muera para colocar a otro, más joven y manipulable, en su Junta directiva. No me extrañaría que estuviesen filtrándome veneno por ese tubito ahora mismo.
Don Gizzox señaló a un cable enchufado a su vena.
—¿Te encuentras mejor, padrino?
—Dependiendo de la hora. A ratos me encuentro bien, mal, otra vez bien, mal… Pero afortunadamente, parece que el bien vence al mal desde hace unos días. Probablemente pronto me den el alta, aunque todavía pueden surgir complicaciones…
Mikkey guardó silencio unos segundos y extravió la mirada, como si reflexionase. Don Gizzox le hizo un gesto para que se sentase junto a él y le obedeció.
—¿Qué te ocurre, hijo? Pareces preocupado…
—Estos días me acuerdo a menudo de mi padre, Gizzox. Es todo.
—Ah, tu padre, que en paz descanse. Tenía sus luces y sus sombras, pero era un lince en los negocios y un hombre de honor. Jamás propinó una paliza a quien no lo mereciera, indultó a los morosos y dirigió con mano de hierro sus asuntos. Vivimos la época dorada de las prótesis ortopédicas en Kezan. En aquellos tiempos, no había quien no tuviera una mano postiza o un pie de la casa “Fontana de Oro”. Hasta que apareció la Corporación Karma y se adueñó de la mayoría de las clínicas y farmacias del Puerto Pantoque… Eran buenos tiempos, sí…
—Así fue como le conociste, ¿no? Él te perdonó el dinero que le debías.
—Sí… Como ya sabes, mi mujer y mi hijo fallecieron de la misma dolencia, hace demasiados años —Los ojos de don Gizzox se humedecieron—. No escatimé en tratamientos, medicinas y rituales de curandería con tal de salvarlos, pero no sirvió de nada… Había contraído una enorme deuda con la Fontana de Oro, tu familia, que por aquel entonces también vendía medicamentos. Y cuando llegó el momento del pago, un día después del funeral de mi esposa y mi chico, tu padre se acercó a mí y me dijo: “no te preocupes, lo entiendo. Hoy he perdido cinco mil macarrones, pero con suerte habré ganado un empleado… y un amigo”.
—Y desde entonces trabajaste para él. Fuiste su mano derecha.
—Así es. ¿Aún te acuerdas, Mikkey, de cuando nos íbamos a la falda del Monte Kajaro los cuatro, tu madre, él, tú y yo? —Don Gizzox sonrió—. Tu madre preparaba unos canelones estupendos: sentías cómo el queso te explotaba en la garganta mientras te bajaban por el esófago. Y tú eras un gran jugador de bombalón. Querías dedicarte profesionalmente a ello de mayor. ¿Lo recuerdas…?
—Lo recuerdo. Solías jugar conmigo, padrino. Mi padre nunca tenía tiempo.
—Tu padre era un gran hombre, aunque estaba siempre muy ocupado —Suspiró—. Lo tenía todo: una mujer preciosa, un hijo inteligente, un negocio próspero…
Mikkey Fontana de Oro sonrió con amargura.
—¿Por qué sigues en la Corporación Karma, padrino? Ultrajas la memoria de mi padre.
—Cuando tu padre murió me situé al frente de nuestra empresa. La Corporación Karma necesitaba especialistas en prótesis y yo puse a los nuestros a su disposición. ¿Qué otra alternativa nos quedaba? Nos habrían hundido, Mikkey. Tienen amigos muy influyentes dentro del Cártel… y también fuera del mismo. A no mucho tardar, en pocos años podrían convertirse en una fuerza tan imparable y cruel como Ventura y Cía…
—Con más razón deberías abandonarlos. Cede tu puesto en la Junta y retírate, Gizzox…
Don Gizzox levantó imperativamente su palma temblorosa y negó.
—No puedo. Por el bien de mis negocios y de tu familia, no puedo hacerlo. Tu madre aún depende del dinero que genera la empresa; y aunque tú te has vuelto, por mérito propio, el jefe de seguridad y de las operaciones especiales de la Corporación Karma, también correrás peligro si me marcho.
Mikkey agachó la mirada y cabeceó con semblante taciturno. “No hay esperanza”.
—¿A qué viene todo esto, Mikkey? —Inquirió don Gizzox, receloso—. ¿Es que no te he sido siempre fiel? Cuando quisiste hacer carrera en la universidad de Minahonda, fui yo quien te pagó los estudios. Cuando compraste tu dirigible y te uniste al Cártel Bonvapor en la Tercera Guerra, ¿quién te financió? Y cuando quisiste regresar al Cártel Pantoque, ¿quién intercedió por ti ante Gallywix y le aseguró que no eras ningún espía?
—Tú, padrino —afirmó Mikkey con decisión.
—Yo amaba a tu padre —Prosiguió, con lágrimas en los ojos—… Y os amo a tu madre y a ti. En todos estos años…
—Has dispendiado el dinero que ganaba la empresa de mi padre en putas de lujo, porque mi madre nunca se quiso acostar contigo —aseveró el joven, muy calmado.
—¿Cómo dices? Yo no…
—Tu esposa y tu hijo murieron por culpa de tu inconstancia y de tus infidelidades. Si hubieras gastado en ellos los macarrones que tenías, quizá a día de hoy siguieran vivos…
—Mikkey, ¿qué estás diciendo…?
—Me adoptaste como tu “hijo”, sí, y me mantuviste lejos del negocio familiar durante una década: primero enviándome a la universidad; y después asegurándote de que participaba en la Tercera Guerra, a ver si con suerte me mataban en ella, en tanto tú despilfarrabas nuestra fortuna y le tirabas los tejos a mi madre…
—¡Cállate! ¡Eres un crío insolente! ¡UN CRETINO!
—Te uniste a la Corporación Karma buscando saldar tus deudas —Continuó enumerando—. Mi padre solo cometió un error: confiar en un manirroto como tú. Eres blando, voluble y cobarde. Nunca habrías destacado de no ser por él.
—¡No sabes de qué estás hablando!
—¡SÍ QUE LO SÉ! —Profirió Mikkey en un durísimo tono de reproche—. No te opones a la Junta directiva porque te han untado, pero pronto no quedará de ti —ni de la riqueza de mi familia— ni las sobras. Y cuando no seas más que un pellejo disecado, te arrojarán a la basura. ¿Y qué será de mi madre entonces, padrino? ¿Qué será de mí?
Don Gizzox estaba llorando. En el fondo de su alma sabía que las críticas eran ciertas. Trémulo, le agarró las manos a su ahijado y se dispensó con él una y mil veces.
—Lo siento… Lo siento mucho… ¿Qué puedo hacer para que me perdones…?
—¿Fue así como le imploraste a mi padre? —Preguntó Mikkey, apartándose y volviendo la vista.
—Dejaré la Corporación Karma… Ahora mismo. Invertiremos el dinero en otra cosa… Fabricaremos… ¡autómatas! Eso es… Autómatas domésticos, sí…
Mikkey lo contempló largamente. Don Gizzox, su padrino, no era más que un goblin avaricioso sin olfato para el beneficio ni un buen par de orejas para hacer lo que era preciso. Alargó su mano y le acarició piadosamente la calva.
—Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Y muy agradecido…
—Yo también te lo agradezco, padrino —dijo él confortadoramente.
—¿El qué…?
Mikkey estrujó la almohada y la apretó contra la cara del anciano fuertemente. Don Gizzox no tenía fuerzas para revolverse. Pataleó y trató de gritar, mas no se oyó sino un sollozo distante. Al cabo de medio minuto, durmió para siempre.
—Descansa, padrino —le susurró—. Y gracias por cederme tu puesto en la Junta directiva.
Mikkey lo acomodó en su almohada, se puso el sombrero y besó a don Gizzox en señal de despedida.
Cuando salió de la habitación, la enfermera reventó el globo que había estado hinchando antes. Lo cató con aire pasivo.
—¿Todo bien? —Indagó. Sin duda había oído las voces.
—Sí. Solo hablábamos de negocios —explicó Mikk—. Ahora duerme tranquilo.
La enfermera se encogió de hombros y lo dejó partir.
En cuanto Mikkey hubo abandonado el hospital, se deslizó por un callejón y se perdió en él. Llevaba casi un minuto sintiendo una descarga en sus pantalones. Lo llamaban.
Miró a izquierda y derecha para cerciorarse de que estaba solo, sacó la Tótem TV del bolsillo y presionó un botón. Unos arcos eléctricos dibujaron el rostro de un tauren en el aire.
—¿Está hecho? —Le interrogó su interlocutor.
—Don Gizzox ha fallecido de causas naturales hace solo tres minutos, jefe Hassun. Yo ocuparé su lugar en la Junta directiva, como acordamos.
—Muy bien… Lamento haberte pedido esto, Mikkey, pero debemos mantener a raya a la Corporación Karma. Una semana tras otra no dejan de airearse sus escándalos en las gacetas y ahora que forman parte de la TRIBU, podrían perjudicarnos a todos seriamente…
—Si tanto molestamos, ¿por qué no nos echáis?
—No es tan fácil, Mikkey. Casi un tercio de la Sociedad mercantil TRIBU ha sido comprada por la Corporación Karma. No podemos hacer nada: nominalmente, integráis la TRIBU, pero podéis campar y obrar a vuestras anchas.
—Y ahí es donde entro en juego yo —adujo con una nota de sorna—. ¿Y por qué yo exactamente?
—Porque tú no eres como ellos, Mikk. Salvaste a Takoda en la Tercera Guerra y has sido un amigo leal todos estos años —afirmó—. ¿Quieres que nos pase lo que le ocurrió a tu padre? ¿Que la Corporación Karma nos devore lentamente, sin que nadie pueda detenerla? ¿Quiénes serán los siguientes?
—No necesitas convencerme, Hassun. Me apoderaré de la Corporación Karma para ti, para la TRIBU, por el buen nombre de la Fontana de Oro. Pero voy a necesitar ayuda…
—Y la tendrás —Sentenció el toro—. Pronto recibirás noticias mías. Tú observa y prepárate, porque en cuanto empiecen los fuegos artificiales, nada podrá pararlos.
La Tótem TV se apagó. El busto de Hassun se desvaneció. Mikkey guardó el aparato en su bolsillo, se recolocó la chaqueta del traje y salió del callejón. Echó a caminar sin rumbo fijo, abstraído, mientras el inmenso edificio que albergaba la sede de la Corporación Karma se iba haciendo cada vez más grande y cercano frente a él.
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MARZO 2017
JUEGOS The Legend of Zelda: Breath of the Wild - 10/10 Bound - 4/10 Sega Master System
ANIMES 1a Temp. Arakawa Under the Bridge - 6/10
MÚSICA Ed Sheeran - Divide - 3/10 Calle 13 - Los De Atrás Vienen Conmigo - 8/10 Chance The Rapper - Coloring Book - 7/10 FKJ - French Kiwi Juice - 9/10
The Legend of Zelda: Breath of the Wild (Wii U)
Anunciaron este juego en 2015 si no me equivoco y la saga de Zelda es mi favorita de todos los tiempos, así que el hype era muy pero que muy alto. No me importaron los retrasos la verdad, como más tiempo le dedicaran mejor quedaría. Cuando vi el primer gameplay de la E3 del año pasado, aunque suene muy friki, mi corazón se aceleró y sentí nervios, jamás me había pasado antes. Luego ya con el tiempo me tranquilice y intenté bajar el hype porque si el juego no cumplía las expectativas el chasco que me llevaría sería enorme.
Pero no ha sido así, este juego es una pasada. Voy a empezar por lo negativo para quitármelo de encima: los bajones de fps que da a veces, aunque son pasables se notan y molestan un poco, incluso con algunos enemigos el juego se colapsa, pero pocas veces así que tampoco es un impedimento. Lo de conseguir trajes con amiibo me parece fatal, pero bueno tampoco son imprescindibles. Los tiempos de carga molestan un poco, aunque se suavizan con los consejos. Demasiados Kologs!!
Es un juego maravilloso, a mi no me suelen gustar tanto los mundo abierto pero es que se han lucido. Cada rincón está muy bien tratado y dan ganas de explorar el mapa al 100%, que por cierto, es enorme. Que voy a decir más, es un juego que me ha dejado sin palabras y le he dedicado más de 140 horas. Hacía mucho tiempo, por no decir que nunca antes me había pasado, que un juego me enganchaba tanto como para estar más de 8 horas al día jugando. Sé que suena enfermizo y quizás lo es un poco, pero es que el juego te transporta a otro mundo de una forma que ningún otro juego consigue.
Quizás sea por la jugabilidad, por los sonidos y música, por la comodidad, o por mil otras cosas, pero pienso que es un juego rozando la línea de la perfección. La historia no es nada nuevo e impresionante pero expande el universo Zelda, el debate de que no es un Zelda para mi es ilógico. Zelda siempre ha estado innovándose a si mismo desde sus inicios, que de este paso adelante es muy lógico. Además para mi conserva sus raíces y la esencia.
Bound (PS4)
Me esperaba bastante más de este videojuego, pensaba que me encontraría algo como Journey y sí, es un viaje más artístico que no de jugabilidad como el mencionado pero intenta ir un poco más allá y para mi la caga. Los gráficos personalmente no me atraen y me he aburrido jugando. La historia me parece demasiado obvia desde casi el inicio y por eso se me ha hecho tan pesado. No todo son cosas malas, la verdad es que los movimientos del personaje son muy bonitos, pero al final terminan siendo repetitivos y es que la jugabilidad no da para hacer nada. No lo recomiendo.
Sega Master System (OpenEmu)
Sega... Digamos que yo soy muy nintendero y siempre lo he sido, aún así me gusta probar todo lo otro y también me considero un poco de Sony por su parte más plataformera y experimental. ¿Dónde quiero llegar? Que tenía curiosidad por ver los juegos del que fue el principal competidor de Nintendo. He de decir que nunca me ha gustado Sonic, ni de pequeño, encuentro el diseño muy feo y los juegos me parecen poco cuidados. Básicamente es lo que me han parecido los juegos de la Master System, o juegos poco cuidados o réplicas de grandes éxitos de la NES pero con jugabilidad pésima. Yo lo siento, lo he intentado dejando mi alma nintendera a un lado pero no ha sido posible, Sega definitivamente no me gusta. Los 100 juegos que he probado han sido:
Aladdin
Alex Kidd in Miracle World
Alex Kidd in Shinobi World
Alex Kidd: High-Tech World
Alex Kidd: The Lost Stars
Alien 3
Alien Syndrome
Animitsu Hime
Asterix
Asterix and the Great Rescue
Asterix and the Secret Mission
Astro Warrior
Ayrton Sennas’s Super Monaco GP II
Baku Baku Animal
Batman Returns
Bonanza Bros
Bram Stroker’s Dracula
Bubble Bobble
Buggy Run
Castle of Illusion Starring Mickey Mouse
Choplifter
Chuck Rock II: Sun of Chuck
Cloud Master
Columns
Deran: The Jungle Fighter
Desert Strike
Dynamite Duke
Fantasy Zone
Fantasy Zone II
The Flash
Forgotten Worlds
Gain Ground
Galaxy Force
Gauntlet
Ghouls ‘n Ghosts
Golden Axe
Golden Axe Warrior
Golvellius
The Incredible Hulk
James Pond 2
Kenseiden
Klax
Krusty’s Fun House
Kung Fu Kid
Land of Illusion Starring Mickey Mouse
Laser Ghost
Legend of Illusion Starring Mickey Mouse
Lemmings
The Lion King
Lord of the Sword
The Lucky Dime Caper
Marble Madness
Master of Darkness
Masters of Combat
Michael Jackson’s Moonwalker
Micro Machines
Miracle Warriors
Mortal Kombat II
The new Zealand Story
Ninja Gaiden
Operation Wolf
OutRun
Pac-Mania
Penguin Land
Phantasy Star
Populous
Power Strike II
Psycho Fox
Putt & Putter
R-Type
Rainbow Islands
Rescue Mission
Road Rush
Robocop vs. Terminator
Sagaia
Secret Command
Sensible Soccer
Shinobi
Solomon no Kagi
Sonic Chaos
Sonic The Hedgehog
Sonic The Hedgehog 2
Space Harrier
SpellCaster
StarWars
Streets of Rage II
Submarine Attack
Taz-mania
The terminator
Ultima IV: Out of the Avatar
Wimbledon
Wonder Boy
Wonder Boy II: The Dragon’s Trap
Wonder Boy in Monster Land
Wonder Boy in Monster World
World Class Leader Board
X-Men: Mojón World
Ys: The vanished Omens
Zillion II: The Tri Formation
Quizás haya sido muy duro con la Master System pero pienso que en comparación con la NES se queda muy pero que muy floja y sus juegos no han envejecido igual de bien. Hay mucha juego mierder por aquí, supongo que al no poner un filtro como Nintendo hizo es lo que tiene.
Arakawa Under the Bridge (1a Temporada)
Hacía meses que no miraba anime y me apetecía algo a lo Mawaru Penguindrum (mi anime favorito), es decir, algo original y raro. Distinto, como lo que caracteriza y me gusta lo que hacen los japoneses.
Arakawa Under the Bridge tiene en común la cantante del opening, sé que es una relación estúpida pero es que me gusta mucho. Es una comedia sátira, simple pero que más o menos funciona. No me he reído a carcajadas, casi no me he reído básicamente pero sí que tiene sus momentos. Los personajes son carismáticos y están muy locos. Me ha recordado un poco a Bobobo, solo un poco, la genialidad de humor de esa serie es insuperable.
Divide (Ed Sheeran)
Me esperaba mucho más después de X y de Shape of You... No me ha gustado, hay demasiadas canciones lentas e intimas para mi gusto y las otras no son tan buenas. Además pone algunas con estilos muy obvios que no salen de ahí, yo me entiendo. La canción dedicada a Barcelona es un pecado mortal, deberíamos quemarlo al sol qual guiri irlandés.
Los De Atrás Vienen Conmigo (Calle 13)
Después de unos meses sin cansarme de escuchar Entren Los Que Quieran me decidí a escuchar este, y me gusta bastante. No tanto porque se les va un poco con canciones como la del esquizofrénico, que da mucho mal rollo. Aún así la energía de Calle 13 es genial y transmiten muchísimas cosas con una sola canción. Las letras siguen siendo bestiales.
Coloring Book (Chance The Rapper)
Lo tenía en una lista con la canción de Angels ya que me encanta. Cuando vi que su álbum ganó un Grammy me entró la curiosidad. El CD está bien, Hip-Hop más modernillo. Poco más tengo por decir, no es que lo haya escuchado muchas veces, pero de momento se queda en mi librería.
French Kiwi Juice (FKJ)
A FKJ lo tengo fichado desde hace mucho tiempo ya que gracias a su remix de Fly descubrí a una de mis artistas favoritas, June Marieezy. Casualmente es su novia y canta en varias canciones de este CD así que encantado. Es un crack y realmente es un CD con mucha alma. Creo que tiene un gran futuro por delante, sus impros son increíbles.
Y esto es todo, ha sido un mes flojo, entre los exámenes de la uni y que quería disfrutar al 100% del Zelda no he tenido mucho tiempo para otras cosas. También he tenido que ponerme al día de las series que voy siguiendo, claro que las pondré cuando termine la temporada para poder opinar de esta entera. He vuelto a ver anime y creo que me veré algunos más, además acaba de empezar Shingeki no Kyojin, la segunda temporada, y esta si que no puede fallar. Breath of the Wild te echaré de menos...
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«El límite de la felicidad», 筒井 康隆. Sucedió un día, al volver a casa desde el trabajo. Mi esposa levantó la mirada de una revista femenina semanal, abrió una boca más grande que su propia cara y se volvió hacia mí: —Pero ¡qué tonta fui al casarme contigo! —Pero ¿de qué estás hablando? Con el dorso de la mano golpeó la revista por la página que tenía abierta. Era otro de esos artículos absurdos. Éste, en concreto, se titulaba «Pon a prueba la sexualidad de tu marido». —Aquí dice que la erección de tu pene es comparable a la de un niño de once años; dice que tu potencia no supera la de un gallo y que tu técnica apenas se merece un aprobado. Lo haces con la misma frecuencia que un hombre de cincuenta años, ¡aunque tú tienes treinta y pico y yo veintitantos! ¿Qué piensas hacer al respecto? Hasta ahora me has estado decepcionando, ¿o no? ¡Qué tonta he sido, madre mía! —¡No seas imbécil! ¡Todo eso no es más que una sarta de tonterías de los que estáis obsesionados con el sexo! —Le retiré la revista de las manos y la hice añicos—. ¡Sexo! ¿Es eso lo único en lo que piensas? ¡Qué vergüenza! Hoy me han dado la paga y he venido directamente a casa para traerte todo el dinero. Pues muy bien, tú lo has querido. Ahora no te voy a comprar nada. ¡Piensa lo que quieras! Ella suspiró y una sombra de tristeza pasó por sus ojos. Luego dejó entrever una sonrisa obscena y, coqueteando, se disculpó de manera sumisa. —¡Lo siento, cariño! Yo… no tenía derecho a decir esas cosas, ¿verdad? ¿A que no, amor mío? —Pues no. No tenías derecho a decirlo —asentí yo con la cabeza—. Nunca te ha faltado la comida, ni tampoco has tenido que lamentarte por no tener qué ponerte. Tenemos todo lo que tienen las demás familias. Y todo gracias a mí. Deberías ser feliz. ¡Eso es! Y resulta que eres tan feliz que intentas a la desesperada encontrar un motivo por el cual no serlo. Por eso tratas de encontrar fallos a tu marido. ¿O me equivoco? —Sí, cariño. Te pido disculpas — me dijo, mirándome fijamente con ojos llenos de expectación. Ante una sumisión tan incondicional, la mayoría de maridos se pondrían contentos, esbozarían una amplia sonrisa y les entregarían el sobre de la paga a sus esposas. Pero ése no es mi caso. Yo odio esa conducta familiar almibarada y acomodaticia. No, no estoy dispuesto a hundirme en esa falsa felicidad prefabricada. Si yo sugiriera que soy feliz, estaría cayendo en el estereotipo de marido que se ve en las series televisivas de tres a cuatro, como hacen otros. Estaba cambiándome en la habitación cuando entró mi madre, de sesenta y cinco años, que venía de la cocina. —Hoy te han dado la paga, ¿verdad, hijito? —me dijo, arrimándose para engatusarme—. Podías darnos algo de dinerito. Shigenobu sigue pidiendo un tanque de juguete. ¡Me gustaría comprárselo! —¡De eso nada! —grité. El afecto filial tampoco va conmigo—. Vete ya a preparar la cena. ¡Vamos, vieja pesada, antes de que te pegue una patada en el culo! A pesar de todo, se quedó allí murmurando de pie, así que le di una patada y se largó a la cocina lloriqueando. Le estaba bien empleado. Al volver a la sala de estar, mi esposa me preguntó: —Oye, amor, ¿podrías bañar a Shigenobu? Nuestro hijo, de dos años, estaba despatarrado en el suelo mirando una serie de acción en la tele. Hasta qué punto entenderá algo, me preguntaba. Haciendo caso omiso de sus lloriqueos, porque quería seguir viendo la tele, lo desnudé y me lo llevé al baño. Shigenobu todavía vocalizaba mal y, en muchas ocasiones, me resultaba difícil saber qué quería decir. Pero a mí eso me parecía muy gracioso. Tan gracioso, de hecho, que me odiaba a mí mismo. Me odiaba por encontrar gracioso a mi hijo. En parte por pudor, a veces incluso llegaba a maltratarle, diciéndome a mí mismo que es mejor tratar mal a los hijos varones. Al abrir la tapa de la bañera salió una humareda de vapor. Levanté a Shigenobu en volandas y lo sumergí hasta la cintura en el agua caliente. Ya saben, para comprobar la temperatura. Al parecer, el agua estaba hirviendo. Shigenobu dio un enorme grito y empezó a llorar. Cuando lo saqué del agua, la parte inferior de su cuerpo estaba más roja que una gamba. —¡Shigenobu! —¿Qué, qué ha pasado? Mi esposa y mi madre vinieron apresuradamente, abrieron de par en par la puerta vidriera del baño y se quedaron mirándome. —No es nada, no es nada —fingí yo, riéndome despreocupadamente—. Sólo estaba probando el agua, nada más. —Pero ¿cómo has podido hacer algo así? —dijo mi esposa, tomando al niño en brazos—. Ya, ya, ya. Pobrecito mío. ¡Mira qué rojo está el pobre! —¡Me dele, me dele mucho! Mi esposa lo abrazó con fuerza mientras seguía llorando. —¿Es que no podías haber probado tú antes el agua? —dijo mirándome enfurecidamente. —¡Cállate! Lo que debe hacer una esposa es probar el agua antes de que se meta su esposo en el baño. ¡Imbécil! — Y a continuación le pegué un bofetón—. ¿Quieres que me siente en el agua fría para que coja un resfriado de órdago? Mi esposa se puso a llorar. Lo mismo hizo mi madre, que intentaba desesperadamente tranquilizarme mientras yo seguía gritando y desvariando como un loco. Afortunadamente, Shigenobu no sufrió quemaduras. Un poco de ungüento bastó para calmarle el dolor. Yo volví a enfadarme por mi sentimiento de culpa y durante toda la cena estuve así. La causa de mi enfado era evidente: esa pequeña felicidad que teníamos. Después de la cena, Shigenobu y mi madre se fueron a la cama de la habitación contigua. Nuestro apartamento tiene tres habitaciones, cocina y baño. Se encuentra en el piso 17 del bloque número 46 de una mastodóntica urbanización. Hay dos habitaciones japonesas de cuatro tatamis y medio. En una de ellas duerme mi madre, y la otra la usamos como salón. También hay una habitación de estilo occidental con las mismas proporciones que los otros cuartos, donde dormimos mi esposa y yo. Y por último está la cocina. Todas las piezas están amuebladas a la última. Tenemos un enorme televisor en color y una mesita con un brasero en medio, con lo que apenas hay espacio para moverse. Yo me senté a la mesa y me dispuse a comer una mandarina mientras veía una película antigua en la que famosos actores de Hollywood hablaban japonés con un acento de lo más llamativo. Mi esposa se sentó junto a mí zurciendo algo de Shigenobu. —Oye, cariño —dijo mi esposa mientras yo pelaba la mandarina número dieciséis—. ¿Qué te parece si compramos un televisor nuevo? —¿Otro? —dije, mirándola distraídamente—. ¡Pero si éste lo tenemos desde hace sólo seis meses! —Sí, pero es que es el último grito en televisores de pantalla plana. Estoy segura de que te va a gustar. Con sólo apretar un interruptor puedes ver las películas extranjeras con o sin doblaje. —¿Ah, sí? —dije abriendo los ojos de par en par—. Hay que ver lo que inventan, ¿eh? Nunca me han gustado las películas dobladas. Siendo así, ¡vamos a ello cuanto antes! —Bueno, pues mañana puedes ir al banco y hacer los trámites, ¿vale? Son veinticuatro plazos mensuales de quince mil yenes. A mí me dolía tener que desprenderme cada mes de tanto dinero, pero, bien pensado, si queríamos comprar otras cosas, siempre podíamos hacerlo a plazos. De hecho, la mayor parte de muebles de nuestro apartamento los compramos de esta manera, y todavía los estamos pagando casi todos. Muy raramente necesitamos pagar grandes sumas de una sola vez. Como sucede en otros muchos hogares, la mayor parte de mi sueldo se invierte en los pagos mensuales. Por ejemplo, si mi madre estirase la pata de repente, actualmente sólo podríamos hacer frente a los costes del funeral pagándolos a plazos. La inflación rampante del precio de la tierra y de la vivienda ha hecho que cada vez haya más gente que tenga dificultades en pagar su propia casa, no sólo los que acceden por primera vez a una vivienda, sino también la gente con bastante dinero. Aunque, en realidad, no está la cosa tan mal. Uno trabaja como un negro con la esperanza de comprar una vivienda propia, preguntándose si el precio subirá más rápido de lo que uno es capaz de ahorrar. Pero, de hecho, no haces más que agarrarte a un efectivo que gradualmente va perdiendo valor por la inflación. ¡Olvídate! Es mucho más inteligente utilizar todo el sueldo en los plazos mensuales, incluso con los intereses. Los sueldos van subiendo constantemente. Si soportas vivir con la casa atestada hasta los topes, puedes comer bien y llevar una vida de rico, rodeado de artículos de lujo y de los últimos muebles y electrodomésticos. Personalmente, yo no estoy completamente de acuerdo con esa tendencia. Soy consciente de que no hace más que acelerar la inflación. Pero no me cabe la menor duda de que es mucho más inteligente gastar el dinero que guardarlo y, por consiguiente, no comprar una casa. Por eso, no tengo más remedio que seguir esta tendencia. Di unos cuantos sorbos al té que me había preparado mi esposa. Era el famoso de Uji, que nos enviaban directamente de Kioto. Estaba buenísimo. El reloj de pared, una pieza cara de artesanía, dio las diez. Por supuesto, lo habíamos pagado a plazos. Mi esposa se puso a hacer ganchillo. Yo me tomé el té mientras veía la televisión. Era una bella escena familiar. De repente, mi esposa se estremeció, levantó la cabeza y me miró fijamente. —Cariño, soy tan feliz —dijo con una voz nerviosa. Incluso se le adivinaba una pequeña lágrima. Yo no pude reprimir la rabia, la vergüenza, la pesadumbre, así que le di una patada a la mesa y me levanté. —¡Tonta, más que tonta! —grité, abriendo la boca de tal manera que parecía que se iba a partir, y vociferé a pleno pulmón—: ¿Qué quieres decir con eso de que eres feliz? Tú no eres ni siquiera un poco feliz. Ahora entiendo por qué dicen que «las mujeres son conejas». ¿Tú crees que la felicidad equivale a estar satisfecha? ¿Y tú te consideras humana? ¿Crees que estás viva? Pues bien, ¡así te mueras! ¡Muérete! Le di unos puñetazos y patadas con todas mis fuerzas. Ella dio una vuelta de campana y se cayó al suelo de linóleo de la cocina, donde estuvo arrastrándose aturdida. —Querido, lo, lo siento. Lo siento de veras —se lamentó. —¿Qué quieres decir con que lo sientes? ¡Ni siquiera sabes por qué estoy enfadado! ¿Cómo puedes decir que lo sientes? Estaba enfurecido. La agarré por el pelo y le solté diez o veinte bofetones en la mejilla. Sin saber qué hacer, mi madre y Shigenobu salieron de la habitación de al lado y se sentaron en el suelo sobre los talones, uno a cada lado de mi mujer, disculpándose ante mí mientras lloraban. Como siempre, en un arrebato de cólera me encerré en mi cuarto, me metí en la cama y estiré las sábanas hasta taparme por completo. No había nada raro en eso. Como media, tengo más o menos un ataque de éstos al mes. A los miembros de mi familia, que no comprenden por qué me enfado tanto, les puede parecer como una especie de desastre natural. Pero, al día siguiente, se me olvida todo e intentan enredarme una vez más con su enfermiza felicidad de farsantes. Esa cegadora felicidad tan espantosa, tan extraordinariamente vulgar y tan falsa que me agota hasta la extenuación, y tan tibia que me hace vomitar. Una especie de felicidad que de vez en cuando deja traslucir una ligera insatisfacción, o de la que en algunas ocasiones puede surgir una pequeña disputa, que fingimos zanjar casi de inmediato. Al día siguiente, justo después de comer, me fui al banco que había cerca de la oficina. Quería ingresar el sueldo y hacer las gestiones para los plazos del televisor. El banco estaba lleno de otros trabajadores como yo que aprovechaban el descanso del mediodía, y también de vendedores del centro comercial que había en las inmediaciones. Como la espera se me antojaba larga, me senté en un sofá cerca de la ventana y encendí un cigarrillo. Mientras esperaba a que llamaran por el número que tenía, apareció una joven delgada con ojos achinados y pinta de comerciante y se sentó en el banco que había delante de mí. Estaba con un niño de la misma edad más o menos que Shigenobu, un chaval con pinta de pillo que no podía estarse quieto. En seguida empezó a tirar los ceniceros de pie y a esparcir montones de folletos por el suelo. —¡Estate quieto! —le gritó la madre —. ¡Para, he dicho! Pero ¿qué haces? ¡He dicho que te estés quieto! ¡No hay nada que hacer contigo! ¡Quédate quieto! ¡Pero bueno! ¿A dónde vas? Ignorando las riñas incesantes de su madre, el pequeño siguió deambulando hasta que por fin tiró al suelo todo el montón de folletos. —¡Yoshikazu! La madre se levantó, cogió el tubo de latón de un cenicero de pie, lo levantó en alto y le estrelló en la cabeza la base de metal sólido. Se oyó un ruido sordo y nauseabundo como si clavaran en el suelo una estaca de madera con un mazo. El pequeño se agachó en el suelo, con las órbitas en blanco. Con la mirada de una mujer posesa, la madre, una y otra vez, siguió golpeando a su hijo en la cabeza con el tubo del cenicero. El niño se quedó tumbado boca abajo en el suelo, pero yo aún podía ver su cara. De la nariz le salía una sustancia blanquecina. Tenía la boca abierta, de donde también le salía una sustancia del mismo color. Los sesos hundidos le rezumaban por la nariz y llenaban su boca. Las puntas de los dedos se le crisparon convulsivamente al principio, pero luego se estiraron y se quedaron flácidas. La madre se tambaleó en el banco con la misma mirada perdida, dejando tras de sí el cuerpo del niño en el suelo. Y el eco del incidente siguió resonando en el edificio. Dos o tres personas nos levantamos lentamente. Tras comprobar las expresiones de los que estaban a nuestro alrededor, un hombre de mediana edad con aspecto de oficinista se dirigió a un guarda de seguridad y le susurró algo al oído. Éste asintió gravemente, se fue hasta el cuerpo y examinó la cara del niño. Luego se fue a un teléfono cercano, levantó el auricular y empezó a marcar con parsimonia. En eso llegó un policía. Interrogó a dos o tres personas y luego se dirigió a mí. —¿Lo vio usted todo desde el principio? —me preguntó. —Sí —respondí. —¿Está seguro de que fue la madre quien lo mató? —Sí, creo que sí. —¿Por qué cree que lo hizo? No dije nada. ¿Cómo lo podía saber? Sin embargo, podía imaginar inmediatamente el titular de los periódicos vespertinos: «¡MADRE ENAJENADA GOLPEA A SU HIJO HASTA MATARLO A LA VISTA DE LOS CLIENTES DE UN BANCO Y A PLENA LUZ DEL DÍA!» Y el caso es que hasta que agarró el pie del cenicero no había nada que indicara que estaba «enajenada» en absoluto. Y aunque había más gente en el banco, realmente no estaba «a la vista del público». Era evidente que la gente que leyera el artículo nunca vería el incidente como yo lo había visto minutos antes, es decir, vívidamente, de un modo horriblemente realista. Todo el mundo en el banco había mostrado una especie de indiferencia ante los hechos ocurridos. Me preguntaba si todos los incidentes que leemos en los periódicos se informaban de igual manera, con una ligera preocupación próxima a la indiferencia. Recordé cómo durante el proceso se mantenía una especie de paz. Pero me preguntaba si quizá podría estar sucediendo algo verdaderamente terrible. O quizá fuera este incidente el comienzo de algo más. «¿Por qué te limitaste a sentarte y verlo todo de forma pasiva?», me pregunté a mí mismo. No es que me mantuviera indiferente, protesté como respuesta. No, simplemente es que me quedé atónito con todo lo que pasó. Yo no soy como los demás. Estoy seguro de que no lo soy. A medida que fueron pasando los días, empezaron a producirse extraños incidentes por todas partes. Al menos, eso es lo que se desprendía de los artículos de los periódicos, que, como siempre, se satisfacían con preocupaciones indiferentes y explicaciones afectadas: «¡UNA ENFERMERA HISTÉRICA INCENDIA UN HOSPITAL. 69 PACIENTES MENTALES MUEREN ABRASADOS!» «¡ASESINATO INDISCRIMINADO! UN OFICINISTA DESEQUILIBRADO ACUCHILLA A TRANSEÚNTES EN LA CALLE A PLENA LUZ DEL DÍA». A pesar de utilizar frases como «asesinatos indiscriminados», a la mayor parte de asesinos se les calificaba, paradójicamente, de «histéricos» o «desequilibrados». Cuando no utilizaban ninguno de estos términos, se citaban como causa algunos estados mentales más o menos generales, como: «fue obra de una mujer fuera de sí» o «de un hombre con tendencia a la irritación». Ahora bien, no había más que abrir un poco los ojos para darse cuenta de que estos episodios no se podían explicar tan a la ligera. Entretanto, nuestra simulada felicidad familiar siguió como antes. El fingimiento se vio alentado cuando me subieron el sueldo a 320.000 yenes al mes. Luego, en el mes de junio, me dieron un día libre adicional por semana. Había otros trabajadores que también se pasaban a la jornada laboral de cuatro días, e incluso de sólo tres. El primer fin de semana de julio decidí llevar a mí familia a la costa con el coche. En realidad, no es que tuviera muchas ganas, ya que la temporada de vacaciones no había hecho más que empezar y estaba seguro de que las carreteras estarían congestionadas. Pero me estaba empezando a hartar de merodear por casa tres días enteros por semana. Por eso, me resigné a experimentar el «infierno del tiempo libre» y decidí salir. Ni que decir tiene, los demás se pusieron muy contentos. Al salir del centro de la ciudad, no encontramos más que un ligero atasco, pero en cuanto tomamos la carretera nacional que daba a la costa, el embotellamiento se volvió mayúsculo. Todos los coches rebosaban de familias. Cada poco tiempo nos parábamos varios minutos, a veces hasta una hora. Cuan cientos de metros para volvernos a quedar parados. No había margen de maniobra y ya era demasiado tarde para dar la vuelta. Los trenes de ida que viajaban paralelos a la carretera también estaban llenos hasta los topes. Los pasajeros se amontonaban en lo alto de los vagones y otros se colgaban de las puertas, las ventanas y los enganches. Habíamos salido de casa temprano, pero cuando empezó a anochecer todavía estábamos a medio camino de la costa. —¡Shigenobu! ¡Es la hora de cenar! ¡Ven aquí! Mi hijo estaba jugando al «pillapilla» con otros niños en el espacio que había entre los vehículos parados. Mi esposa lo trajo hasta nuestro coche, donde disfrutamos de una cena insulsa. Temiendo lo peor, nos habíamos llevado unas mantas. Los miembros de mi familia se quedaron dormidos, pero yo tuve que conducir de noche. Si veía que nos íbamos a quedar parados durante un rato, descansaba la cabeza en el volante y echaba una cabezadita. Luego, cuando el tráfico volvía a ponerse en marcha, me despertaba el conductor del vehículo de atrás con el claxon. Con este horrible embotellamiento, al menos no había peligro de provocar ningún accidente importante. Todo el mundo se quedaba dormido al volante; lo peor que podía pasar era recibir un pequeño encontronazo por detrás. A primeras horas de la tarde del día siguiente, entramos en una pequeña localidad a dos kilómetros de la costa. Tuvimos que dejar el coche en la calle principal. La gente había abandonado sus vehículos en las calles, si es que podían llamarse así, porque algunas callejuelas no tenían más de dos metros de anchura. Seguir el viaje en coche resultaba una tarea imposible. Esa pobre ciudad había dejado de funcionar, simplemente por el hecho de estar situada cerca de la playa. Nos pusimos los bañadores en el coche. Luego empezamos a caminar por la acera, que ya estaba llena de familias como nosotros. Casi todas llevaban puesto el traje de baño. No tuvimos más remedio que caminar en fila india siguiendo la corriente humana. El cielo estaba despejado y el sol lucía esplendoroso, con un tono púrpura. De pronto, quedé empapado de sudor. La espalda del hombre que tenía delante de mí también brillaba por las gotas de sudor. De la punta de la nariz me caían gotitas. Toda la acera de cemento estaba húmeda y resbaladiza por el sudor humano. A medida que nos fuimos alejando de la ciudad por una carretera en mal estado, empezaron a soplar a nuestro alrededor unas nubes blancas de polvo. Nuestros cuerpos se ennegrecieron mientras seguíamos caminando. La cara de la gente estaba moteada de sudor y polvo. Mi madre y mi esposa no eran una excepción. Al frotarse los ojos con el dorso de la mano, Shigenobu y otros niños se pusieron la cara como un tejón. ¿De dónde sacará tantas fuerzas la gente con tal de pasarlo bien?, me pregunté, e intenté adivinar el estado psíquico de los que había a mi alrededor. Sin embargo, no lograba encontrar ningún motivo. Quizá se aclarase al llegar a la playa… Al franquear un paso a nivel la conmoción se hizo aún más intensa. La gente que llegaba en tren se había añadido a la multitud. Ya se podían oír por todas partes los gritos de «¡NO EMPUJEN!». Yo llevaba una cesta en una mano y en la otra tenía agarrado con fuerza a mi hijo. Caminábamos por la arena, que también estaba impregnada de sudor. Al entrar en un pinar volvió a aumentar el número de gente. Por todas partes había personas y el aire olía a humanidad. Había familias que se incrustaban contra los troncos de los árboles e, incapaces de moverse, llamaban a los demás en busca de ayuda. Luego tuvimos que presenciar el espectáculo insólito de innumerables prendas que colgaban de las ramas de los pinos como si fueran colonias de murciélagos multicolores. Las jóvenes, mezcladas entre los hombres e indiferentes a la mirada de los extraños, se habían subido a los árboles para desnudarse completamente y ponerse los bañadores. Atravesamos un pinar y fuimos a parar a la playa. Lo único que se podía ver era el horizonte a lo lejos. El mar de cabezas humanas hacía que fuera imposible saber dónde terminaba la playa y dónde empezaba el agua. A diestra y siniestra, delante y detrás, lo único que podía ver eran olas de gente, gente, gente, gente, gente. Sus cabezas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El sudor de sus cuerpos se evaporaba y dibujaba espirales en el aire. —¡Eh, no os separéis! —grité a todo meter en dirección a mí esposa—. ¡Quedaos a mi lado! ¡Coge a mi madre de la mano! El sol caía a plomo sobre nuestras caras. Una catarata de sudor se deslizaba por mi cuerpo. Otros cuerpos resbaladizos y sudados nos empujaban por detrás. Al mismo tiempo, no teníamos más remedio que apretujar nuestro cuerpo contra la espalda sudada de la persona que caminaba delante de nosotros. Era mucho peor que un tren atiborrado de gente. Shigenobu empezó a llorar. —¡Tengo calor! ¡Tengo sed! —No podemos retroceder. ¡Aguanta un poco! —grité yo—. Dentro de nada, el agua estará fresquita, ya verás. Pero, como era lógico, no tenía forma humana de saber si el agua estaría fría o no. Quizá más de la mitad ya no era nada más que sudor humano, caliente y viscoso. Cada año, solían construir por esta zona unas casetas de baño provisionales resguardadas con persianas de carrizos. Pero no podía verlas por mucho que me esforzara. Seguramente la ola de seres humanos las había empujado y pisoteado. Eso es, quizás el carrizo por el que nos habíamos abierto paso era, de hecho, lo que quedaba de aquellas casetas. Me recordaba a una manada de elefantes que lo aplanan todo a su paso. O quizás a una plaga de langostas que no dejan nada detrás. Estas personas no son humanas, pensé, mientras escrutaba las sonrisas desdeñosas de quienes me rodeaban. Ciertamente, son animales ociosos. —Por favor, circulen. Por favor, circulen —gritaban por un altavoz que estaba colocado en lo alto de una torre de observación. ¡Claro!, no teníamos otra alternativa. Si dejábamos de movernos, seríamos atropellados y pisoteados. Por eso, nos limitábamos a marchar en silencio hacia delante. Sólo se oían aquí y allá los llantos de los niños. Mientras me empujaban incesantemente por detrás, el pecho y el estómago empapados en sudor se empotraron contra la espalda del hombre que tenía delante. Desde hacía tiempo había perdido de vista a mi madre y a mi esposa. Seguramente se habrían quedado en alguna parte, arrolladas por la marea humana. Por fin, logré meter los pies en el agua del mar. Pero la congestión humana seguía siendo la misma, y me seguían empujando por detrás. Miré hacia abajo para ver cómo brillaba el agua viscosa por la grasa humana. Tenía un color gris parduzco. —Pero si esto es fango —grité descorazonado. En poco tiempo, el agua lodosa me llegaba por la cintura, y me puse enfermo por la desagradable sensación de tibieza. Fue entonces cuando me di cuenta por vez primera del peligro al que nos podíamos enfrentar si seguíamos siendo empujados de esa manera. Una vez que el agua nos cubriera la cabeza, teniendo en cuenta la masa de seres humanos que había a nuestro alrededor, ni siquiera seríamos capaces de pisar el agua. ¿Qué pasaría entonces? Shigenobu, a quien ya le cubría el agua, se agarró a mi cintura. Rápidamente me desprendí de la cesta que llevaba en una mano y, en vilo, levanté a mi hijo con ambos brazos. Para entonces, el agua me llegaba al pecho. Sentí un escalofrío al notar una nueva sensación en la planta de los pies. Me había estado preocupando tanto por el sentimiento de tibieza del agua que no me había dado cuenta. Estaba claro que durante algún tiempo habíamos estado pisando algo suave, que no eran los guijarros. Se trataba de los cuerpos de las personas ahogadas. Estaba seguro de ello. Eso es lo que pensé. Eran los cadáveres de los niños que se habían separado de sus padres y se habían hundido en el agua. Eché otra lenta ojeada a las caras que me rodeaban. Nadie pronunciaba una palabra ni hacía ruido alguno. No podía oír nada. Reinaba un silencio sepulcral. Aparte del eco resonante del murmullo procedente de la playa. Todos sonreían a solas como si estuvieran locos de euforia. Se limitaban a mirar hacia delante con la mirada perdida y un aspecto anhelante. A veces, como si quisieran que los demás reconocieran su alegría, oteaban alrededor, los miraban a la cara y luego sonreían otra vez satisfechos. Es posible que yo mismo estuviera respondiendo a esas sonrisas sin darme cuenta. En un momento dado, el agua me llegó al cuello. Una mujer que estaba muy cerca de mí se empezó a ahogar. Pensé que podía ser mi esposa, pero no lo era. Aun así, tanto ella como mi madre debían de estar ahogándose en alguna parte. A medida que se iba ahogando, la mujer parecía estar súbitamente vencida, por primera vez, por el temor a la muerte. Con los ojos desorbitados, intentaba desesperadamente retirar el agua de su nariz y su boca y seguía golpeando la superficie del agua. Poco después, los que eran más bajos que yo empezaron a ahogarse a derecha e izquierda. La sensación de carne suave en las plantas de mis pies seguía siendo la misma. Los cadáveres ahogados debían estar apilados en el lecho marino. Si no fuera por ellos, pensé, ya hace tiempo que me habría sumergido. El número de personas que avanzaba había disminuido ligeramente, y mi campo de visión era un poco más amplio. Pero, de todos modos, no lograba adivinar ninguna expresión facial en la procesión de cabezas-sandía que flotaban y se hundían ante mí a ambos lados, hasta donde alcanzaba la vista. El agua me llegaba justo por debajo de la nariz. Sentía cosquillas en las fosas nasales por el olor agridulce del sudor que ascendía con el vapor del agua. El cabello de una mujer ahogada se enredó alrededor de mi cuello. Aparté el cadáver flotante y, al mismo tiempo, solté a mi hijo. Él intentó colgarse de mi pecho, pero le di un empujón y dejé que se ahogara. Y es que, a partir de ese momento, lo único que se podía hacer era nadar hacia adelante. Mientras forcejeaba por emerger a la superficie, le salían burbujas de aire, pero pronto se hundió para siempre. Mi mente estaba en blanco por la falta de sueño y el calor. Lo único que rondaba por mi cabeza, una vaga noción de origen desconocido, era que tenía que seguir adelante. Del mismo modo que los lemmings, cuando caen muertos al final de la marcha, no tienen la intención de restaurar el equilibrio de la naturaleza poniendo freno al exceso de población, yo tampoco reflexionaba sobre la prosperidad anormal, la paz anormal o la felicidad anormal de la raza humana. Para entonces, tenía suficiente espacio alrededor para comenzar a nadar. Pero, quizá debido a la falta de sueño, enseguida empecé a agotarme. Bajé la vista hacía la línea de cabezassandía. Se iban disipando poco a poco, pero aún se extendían hasta el punto en el que el cielo se fundía con el mar. Me preguntaba si realmente podría nadar hasta tan lejos. Aun así, seguía moviendo mecánicamente los brazos y las piernas. Autor: 筒井 康隆
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