Despertar.
“Es un milagro“, escuchó, voces lejanas y al mismo tiempo tan cercanas. Familiares. Quiso pestañear pero sus párpados se sentían pesados, quiso mover sus labios, pero tampoco tenía fuerzas. Se dejó cargar, incapaz de mover un solo dedo, y lo último que supo antes de volver a sumirse en su sueño fue que era llevada a otro lugar.
Erika.
Escuchó a alguien decir su nombre, una voz familiar y cálida, y extrañamente también irreconocible.
Gritos.
Sintió sus oídos pillar y abrió los ojos, su cuerpo dando una repentina sacudida. Tenía los ojos empapados en lágrimas y emitió un quejido de dolor aunque apenas podía ordenar sus ideas. Rápidamente se reincorporó, presa del miedo y la sorpresa. Estaba viva. Viva. Tocó su pecho, su estómago, sus brazos y finalmente su cara. Tenía una sonrisa tonta pintada en la cara porque estaba feliz de estar viva. Incluso se sentía un poco idiota por haberse ido en paz. «Tanto drama para haber sobrevivido», pensó, y aún así en su sonrisa boba sus ojos se llenaron de lágrimas. De alivio, de alegría, de dolor... por el recuerdo de Valkyon.
«No puede estar muerto —se convenció—. Si el C.G. encontró la manera de mantenerme con vida, también debieron de hacer lo mismo para Valkyon.» ¿Pero y si no lo estaba? Estaba el asunto de la profecía que Valkyon tenía que cumplir. No solo eso, ella y él eran esencialmente diferentes, así que como el propósito de sus sacrificios. De repente el alivio se volvió aprehensión y miedo. ¿Y si su teoría era correcta y Valkyon no estaba vivo? No podía ser, no quería aceptarlo. Necesitaba saberlo.
Con el corazón desbocado se bajó torpemente de la camilla solo para terminar en el suelo. Quiso gritar por ayuda, ya que estaba sola en la enfermería, pero no lo hizo y en cambio se obligó a ponerse de pie, haciendo acopio de todas las fuerzas que podía tener su debilitado cuerpo.
«Genial.» Todo su entrenamiento se había ido a la mierda.
Tomó un cambio de ropa limpia que estaba en los cajones y con pasos torpes salió.
Apenas estuvo afuera se sintió deslumbrada por los cambios en el cuartel. Todo se veía tan...
—Nuevo —murmuró para sí misma.
Frunció el ceño. ¿Cuánto tiempo había pasado inconsciente? ¿Unos dos meses? Tres tal vez. Eso explicaría por qué su cuerpo estaba tan débil. Incluso había caras nuevas rondando los pasillos. ¿Debía de preguntarle a alguno por Miiko? Fue a revisar la sala del cristal primero, pero al no estar terminó por darse por vencida y preguntar a uno de los miembros.
—Disculpe —llamó a un hombre azul, parecido a un genio, que flotaba en el aire—. Estoy buscando a Miiko, ¿puedo saber dónde está?
El hombre levantó ambas cejas, parecía curioso.
—Tú eres muy parecida a la salvadora de Eldarya, ¿no te lo habían dicho antes?
¿Qué? Se sintió aturdida. ¿Tan rápido corrían las noticias? Sí, era cierto, ella se había sacrificado para salvar Eldarya, pero admitirlo sonaba pretencioso y escuchar a alguien más decirlo era tremendamente vergonzoso. ¿Ahora resultaba que era el Jesús en Eldarya? “Se sacrificó para limpiar nuestros pecados y resucitó al tercer día”. Sonaba gracioso, pero no, no. No quería esa clase de fama.
Tal vez fue por su expresión de consternación que el hombre terminó por reírsele en la cara.
—No es tan malo, si es lo que te preocupa. Tal vez el destino tenga algo especial para ti. Solo no debes de perder de vista las estrellas.
—¿Usted lee las estrellas? —Lo hacían en la tierra también. No era tan complicado.
—No las leo, ellas me hablan.
—¿Le hablan?
—Claro, ellas forman palabras, y hablan, aunque no todos prestan atención.
Asintió. Lo entendía, aunque sonaba algo imposible de hacer para ella.
—No ha respondido mi pregunta —insistió. Sentía perdía el tiempo y comenzaba a exasperarse. Era su culpa en parte, pero no era capaz de darse cuenta. La angustia la carcomía y ella tan tonta se distraía. Tonta, tonta, se sentía idiota.
—Claro, Miiko. No la conozco.
Abrió los ojos con sorpresa. ¿No la conocía? ¿Sería alguien nuevo? ¿O un peón que no tenía contacto con los superiores? Al menos debía de conocer los jefes de guardia, ¿no? Aunque a decir verdad que no conociera a Miiko ya era raro de por sí. Al menos debía de conocerla de mirada.
—¿Qué hay de Valkyon, Ezarel, Nevra?
—Me temo nuestro compañero Nevra está de misión, aunque las estrellas anticipan su regreso. Pero Valkyon..., claro, claro, está donde siempre. —Sonrió, enigmático. Esa sonrisa comenzaba a molestarla un poco.
“Donde siempre“. ¿Quién hubiera pensado que Valkyon había despertado antes? De repente Erika se sintió aliviada. Quiso correr a abrazarlo y darle la sorpresa de que estaba bien. Quería besarlo.
—Por favor, dígame donde es —pidió.
El genio, con un gesto de mano, la guio pasando el jardín y un poco más profundo que eso. La fauna, notó, era más espesa, y la fuente no había sido arreglada. Estaba rota y por sin ningún lado, aún así parecía era parte de la decoración pues las plantas estaban bien cuidadas.
—¡Valkyon! —lo llamó, pues no lo veía por ninguna parte.
A su espalda escuchó al genio reírse nuevamente y sintiendo su intimidad invadida, se giró para echarle una mala mirada al hombre... del cual no sabía su nombre. No importaba, se había reído de ella, así que lo miró mal. Cuando supiera quien era realmente ella se iba a enterar.
—Eres una joven extraña, ¿sabías?
Erika negó con la cabeza, harta de él, y siguió adelante. Más dentro del terreno pudo saber por qué se burlaba de ella: en el fondo de los escombros y las flores estaba la estatua de un dragón con las alas extendidas. No le resultó saber que ese dragón era Valkyon. El mármol parecía un poco descuidado y también tenía varias enredaderas encima, pero era notable que la estatua ya tenía tiempo.
—Uno de nuestros salvadores. Se sacrificó para dar proteger a los aengels y su sacrificio.
La cabeza le iba a explotar y tenía un nudo en el estómago. Como un desastre natural, los recuerdos inundaban su cabeza.
—La estatua —tartamudeó ella, sus ojos cristalizándose—. ¿Cuando...? ¿Cuándo fue construida?
—¿Unos tres años? Fue antes de que llegara.
«Tres años.» Tenía que ser mentira. No podía haber dormido por tanto tiempo. De repente se sentía sofocada y perdida. Negó con la cabeza para sí misma. Iba a explotar. Sentía que iba a hacerlo.
¿Y Valkyon? Se dio cuenta que no estaba. Solo estaba la estatua y esa no era él. Él. Dio media vuelta, dejando al genio con las palabras en la boca y corrió de vuelta al edificio. Tenía que encontrar a Miiko, a Ezarel, Nevra. Quien sea. Necesitaba saber que Valkyon estaba bien, que, por el Oraculo y por todos los santos, estuviera vivo.
—¡Miiko! —gritó desesperada—. ¡Ewe! ¡Alajea!
Algunos reclutas la miraron pero ya no importaba. Estaba tan desesperada que ni siquiera se había dado cuenta que su cara estaba empapada en lágrimas.
Una mujer salió corriendo de la sala del cristal y aunque le costó reconocerla con su nueva apariencia, rápidamente se dio cuenta que esa mujer era Huang Hua. Con pasos torpes caminó hacia ella y la sujetó de los hombros.
—Valkyon. Necesito saber.
Huang Hua estaba lo suficientemente estupefacta para ni siquiera ser capaz de moverse, pero apenas escuchó las palabras de Erika, un pesar embargó sus ojos.
Erika entendió.
Sus piernas flaquearon y cayó al suelo, sujetándose el pecho. Estaba llorando, fuerte, y no podía detenerse. No recordaba haber llorado tanto, no de esa forma.
—Lo he perdido todo, Huang Hua.
Huang Hua se arrodilló para abrazarla.
—Está bien, Erika. Todos hemos perdido cosas y...
—¡No es igual! —protestó interrumpiéndola—. ¡No tengo nada! Ni siquiera sé cuanto tiempo he estado dormida, ¿Cuánto ha sido? Dímelo,
Huang Hua dudó y desvió la mirada hacia Ewelein, que había permanecido detrás todo el tiempo. Esta asintió, y finalmente Huang Hua suspiró.
—Siete años.
«Siete años.»
El mundo había avanzado, todos habían hecho sus vidas, Ewelein y Huang Hua se veían tan cambiadas, así como el C.G... y ella se había quedado atrás, abandonada. La habían olvidado. Y era injusto y cruel. Sabía no tenía razones para sentirse así, todos tenían derecho a superarla y el sacrificio había sido su decisión, pero eso no cambiaba que dolía demasiado y se sentía furiosa. ¡Se había sacrificado! Y todos se lo habían pagado olvidándola. Se sentía tan dolida... y aliviada y feliz por ellos, que estaban saliendo a flote.
—Ni siquiera tengo familia —murmuró—. Valkyon no está, mi familiar tampoco, ¿Qué hago ahora?
Se suponía que ya lo había perdonado pero nuevamente estaba sacándolo a colación. Cuando se suponía que ya eso estaba en el olvido. Pero es que se sentía injusto. Lo había perdido y dado todo, y ahora no tenía nada.
Siguió llorando por un largo momento hasta que Huang Hua la abrazó suavemente.
—Está bien, Erika. Todo estará bien. Tú sigues siendo tú, y nosotros seguimos siendo nosotros. Somos tu familia y tu hogar. Nada ha cambiado.
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