#esfumaron
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De todos los besos que nunca te di, conservare los mas intensos. Los mas suaves y delirantes. Los mas profundos y asfixiantes. Los mas intensos y apasionantes.
De todos los besos que nunca te di, conservare los de bienvenida y despedida. Los sorpresivos y los que te daba en la mejilla. Los que sacaban sonrisas y alegraban mis dias. Los que lanzaba al aire cada vez que te ibas.
De todos los besos que nunca te di, Me quedare con cada uno que me traiga un recuerdo tuyo. Me quedare con los que robaban suspiros.
Me quedare con las ganas de ellos. Me quedare solo con ellos.
Y de todos esos besos que nunca te di, o que tal vez no alcanze a darte. sea cual sea el caso, sea cual sea la historia. Todos esos besos que nunca te di ya se esfumaron... en mis memorias."
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#solo vengo a decir que me desaparecí porque mi papá se enfermó y mis ganas de rolear se esfumaron pero ya están volviendo#perdón lo desaparecida 😔
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Tiempo - Enzo Vogrincic
+18! SoftDom!Enzo. Age gap, creampie, (posible) dacrifilia, dirty talk, fingering, (breves descripciones de) girly!reader, innocence kink (implícito), sexo oral, sexo sin protección. Uso de español rioplatense (y mucho texto, sorry).
Enzo recuerda la primera vez que te vio.
Llevaba ya un tiempo preguntándose quién había ocupado el departamento que dejó cuando terminó su última relación e intentando a su vez sepultar el pensamiento para no recordar nada que tuviera que ver con aquellos momentos, pero luego comprendió que su curiosidad poco tenía que ver con los fantasmas que creía ver en el edificio al que regresó.
Era la tarde de un aburrido sábado y él deambulaba por el corredor con su cámara en las manos, intentando encontrar el ángulo perfecto para capturar la luz del sol iluminando su puerta. Entre tantos viajes decidió recostarse sobre las cerámicas de su hogar, perdiéndose en la oscuridad y conteniendo la respiración hasta que la imagen que vio a través del lente logró convencerlo.
Tus zapatos arruinaron la fotografía.
Se apartó de la cámara con una expresión de disgusto dibujándose en su rostro y un sonido mitad frustración-mitad enojo dejando sus labios, aunque dichas emociones se esfumaron cuando alzó la vista y encontró tus ojos observándolo desde la puerta. Se reincorporó y permaneció sobre sus rodillas, con una extraña sensación recorriéndolo al mirarte.
-Hola.
-Hola- le sonreíste-. Enzo, ¿no?
-Sí. ¿Vos sos…?
Te presentaste con cierta timidez, confesando que sólo te detuviste porque te asustó ver la puerta abierta y aclarando también que en el tiempo que llevabas allí jamás hab��as tenido oportunidad de presenciar tal fenómeno. Se declaró culpable con una sonrisa y abandonó su posición.
-Vos vivías ahí, ¿no?- señalaste tu puerta y él asintió-. ¿Y por qué volviste?
Cruzó sus brazos sobre su pecho e hizo un gesto de indiferencia.
-Me gusta este lugar. Y tengo muchos recuerdos con mis gatos.
-Menos la lámpara- arqueó una ceja-. Una lámpara con rasguños, ¿la querés…?
-Era mía- apretó los labios-. Pero no, no la quiero, gracias.
-Bueno…- dijiste, alejándote lentamente de su puerta-. Fue un gusto.
Pero él no podía permitir que te fueras.
-¿Te molesta si subo la foto���? Te puedo etiquetar.
Y de pronto no había lugar en el que no se encontraran… Ya fuera en el parque a medio kilómetro de distancia o la vieja tienda de libros en el centro de la ciudad, sus caminos se entrelazaban y siempre emprendían juntos el regreso a casa. En alguna que otra ocasión se detenían a comprar alguna bebida –un simple espresso para Enzo y para vos una bebida con nombre e ingredientes que él no podría pronunciar-, flores o sólo para acariciar gatos del barrio.
Los no-tan-breves intercambios durante las caminatas se convirtieron en charlas interminables que tenían lugar en su cocina o en tu sala de estar. Allí Enzo descubrió por fin el misterio de la playlist que reproducías todos los sábados por las noches, el nombre de las canciones que no lograba encontrar y por qué decidiste no colocar tu apellido en el timbre de la entrada, entre otros detalles con los que completó el puzzle que era para él tu persona.
Recuerda también el día en que pediste su ayuda para decidir cómo decorar la sala para tu cumpleaños, comentándole que organizarías una pequeña reunión con tus amigas e invitándolo a acompañarte luego de preguntar por su agenda. Observó por un largo rato los productos que le señalabas en la pantalla de tu laptop y luego recordó preguntar:
-¿Y cuántos años cumplís?
-Veintidós… ¿De qué te reís?
-Dale- insistió entre risas-. Decime.
-Veintidós, Enzo.
Su sonrisa se esfumó y se desplomó contra los cojines del sofá, notando en ese entonces que sus jeans rozaban tus muslos. No pareciste notar su reacción o decidiste ignorarla, pero poco podía importarle aquello cuando la voz en su cabeza gritaba que había cometido un error. Cuando se despidió besó tu mejilla con cierta reticencia e hizo un esfuerzo para no voltear antes de cerrar su puerta.
Aquella noche lo encontró en vela. Contó ovejas hasta aburrirse, el té caliente que debía ayudar quemó su lengua y ningún programa en la televisión llamaba su atención el tiempo suficiente; releyó conversaciones, fingió tener la intención de borrar todas tus fotos y tu contacto, juró romper las notitas que dejaste cuando regaste sus plantas durante su último viaje. Gritó y maldijo contra la almohada a sabiendas de que no sería capaz de hacer esas cosas.
Pensó en todas las señales que pasó por alto: algunas de tus prendas y los moños en el cabello, los cuales creyó parte de la reciente y creciente aceptación de la feminidad, las bromas y referencias que no comprendiste, parte del contenido que consumías en redes y que habías compartido con él. Sin ir más lejos, había visto la forma en que interactuabas con otros habitantes del edificio o cómo huías descaradamente (cosa que él envidiaba) para evitarlos.
Todas las mañanas al despertar juraba frente al espejo que era el último día, que pondría fin a lo-que-fuera que estaban haciendo con vos y que era la decisión más sensata para protegerte… Pero entonces recibía un mensaje tuyo deseándole un buen día o te veía regando tus plantas, todavía en pijama y un tanto despeinada, y decidía que podía permitirse unas últimas veinticuatro horas disfrutando de tu compañía.
Fue en una de esas tardes que acabaste sobre su regazo mientras él guiaba tus movimientos. Sólo unas capas de tela separaban tu piel de la suya y eso fue probablemente lo único que pudo lograr que se detuviera a tiempo… Bueno, eso y el hecho de que horas atrás le habías enseñado una página donde se apreciaban fotografías tomadas de tu cuenta de Instagram y el artículo que regalaba detalles sobre tu vida.
Con sus manos aún sobre tu cadera, tal vez un poco más por debajo de lo aceptable, Enzo te obligó a detenerte y fingió no notar el hilo de saliva que conectaba sus labios con los tuyos. Tu respiración era agitada, tus párpados parecían pesar con los vestigios del placer que te arrebató y podía ver tus pezones erectos a través del adorable top floreado que llevabas puesto, pero por muy tentadora que fuera la imagen no podía permitir que cometieran una equivocación.
Acomodaste tu cabello, nerviosa.
-¿Hice algo…?
-No- se apresuró a contestar y besó tu mejilla-. Pero no podemos.
Un sonido dejó tu garganta y tus labios fueron incapaces de contenerlo. Cuando te arrojaste sobre el sofá abrazaste tus piernas, ignorando que la posición había desacomodado tu ropa y dejaba al descubierto tu lencería humedecida. Enzo apartó la mirada y tomó un par de respiraciones profundas, su mano acariciando tu tobillo para ofrecerte consuelo.
-¿Por qué?
-Porque sos muy chica para mí.
-¿De verdad importa?- asintió-. Es que pensé… No pensé que podía gustarte.
-Y yo no pensé que eras diez años menor.
-Nueve- corregiste-. ¿Y entonces...? ¿Por qué estábamos…?
-Porque soy un imbécil.
-Y… sí.
-Creo que tendríamos que… no sé, evitar vernos por un tiempo- lo miraste confundida y él señaló tu celular-. Si te ven conmigo van a hacer y decir esas cosas, es así. Perdón.
-Pero acá no nos ven- intentaste razonar con él.
-Los vecinos sí.
Ambos comprendieron en ese momento lo que significaba evitar verse por un tiempo. Tu labio inferior temblaba mientras hacías un esfuerzo para contener el llanto y cuando Enzo se estiró para acariciar tu mejilla apartaste su mano, te pusiste de pie y te dirigiste hacia la entrada.
-Andate- te aclaraste la garganta-. Andate, Enzo.
Abandonó tu hogar sin atreverse a mirarte a los ojos y la mañana siguiente no se acercó para dejarte la copia de sus llaves ni para reclamar la manta que había caído en tu sofá durante su visita el día anterior. Dejó el edificio con prisas, temiendo que ante el mínimo retraso ambos pudieran encontrarse y él se viera obligado a pensar todavía más en todo lo que hizo mal.
Jamás se había sentido tan ansioso en un avión… Por lo menos no en uno real.
Se arrepintió en ese momento y durante una semana sus conocidos parecieron tratarlo como si fuera un frágil adorno de cristal, aunque no lograba comprender si se debía al evidente estado anímico que arrastraba junto con su maleta o al mal genio que dejaba entrever cuando todas las entrevistas y eventos diarios comenzaban a abrumarlo.
En algún momento comenzó a sentir que había cometido un crimen.
Empeoró cuando lo bloqueaste en todas tus redes. Y cuando los periodistas no dejaban de preguntar si estaba soltero, si tenía novia, si podían saber tu nombre; cuando alguien difundió fotografías que habías subido a tus historias luego de que configuraras tu cuenta como privada, cuando notaron que la lámpara en tu sala era la misma que se apreciaba en viejas publicaciones en su feed, cuando señalaron que tu sala era también la misma sala que él posteó en ocasiones.
Se arrepintió entonces, por supuesto que se arrepintió. Y también se arrepiente ahora, aunque no puede precisar si su arrepentimiento es producto de haberte arrastrado al circo mediático que lo rodea o si se debe a la distancia que los separa. Tampoco sabe qué duele más.
El taxi se detiene en la puerta del edificio y al bajarse lo sorprende el característico sonido del cristal haciéndose pedazos bajo sus pies. Se aparta rápidamente y observa la lámpara destrozada en la acera durante unos segundos, sus ojos ardiendo cuando finge que chequea las suelas de sus zapatillas en caso de que el dolor que siente provenga de una herida.
Arrastra su cuerpo hasta entrar en el elevador y presiona el botón. Odiaría quedarse atrapado o sentirse encerrado como sucedió en el avión, pero está demasiado cansado y prefiere evitar el tramo de escaleras. Toma una respiración profunda antes de abandonar las paredes metálicas y se apresura hacia su puerta, sus manos temblando mientras introduce la llave en la cerradura.
Suelta su maleta de inmediato cuando nota las hojas marchitas de las plantas en su sala, el único sobreviviente de su ausencia siendo el cactus que dejaste allí la última vez que lo visitaste. Pasa una mano por su rostro antes de abrir las puertas del balcón, las ventanas de su habitación y por último las de la cocina, las cuales permiten que a sus oídos llegue la música que suena en tu departamento.
Revisa el calendario. Recuerda la foto de tus zapatos. Respira.
El reloj da las nueve cuando alguien toca tu puerta. Estás sola con tus pensamientos hace horas y te parece un tanto extraño ya que tus amigas te habrían enviado un mensaje en caso de haberse olvidado alguna de sus pertenencias, pero de todas formas echás un rápido vistazo a la cocina y la sala en busca de cualquier objeto que reconozcas como ajeno.
Cuando abrís la puerta te encontrás con Enzo esperando del otro lado, un ramo de flores en una mano y un regalo mal envuelto bajo el brazo: permanecés inmóvil a la espera de una explicación lógica a su presencia y él, que no deja de mirarte a los ojos, contiene la respiración preparado para que lo eches. Te hacés a un lado para dejarlo pasar.
-Esos son regalos para mí, ¿no? Porque si no me trajiste un regalo te tenés que ir.
El tono pasivo-agresivo de tu broma lo obliga a tragarse su risa y se planta en medio de tu sala.
-Te tengo que pedir perdón.
-En eso estamos de acuerdo- cruzás tus brazos sobre tu pecho-. ¿Y por qué, exactamente?
-Por todo.
Tomás asiento en el sofá y Enzo ocupa el otro extremo, manteniendo cierta distancia que para ambos resulta abismal. Coloca el ramo de flores sobre la mesita de café y también la caja, luego pasa sus manos por su pantalón una y otra vez, nervioso e inquieto como jamás lo habías visto. Te gustaría poder consolarlo pero aún te sentís herida y tu corazón latiendo en tus oídos no te permite pensar con claridad.
-Sé más específico.
-Primero me gustaría pedirte perdón por lo de tus fotos.
-No es tu culpa- negás-. De verdad, no sos responsable.
-Entonces te quiero pedir perdón por haber sido un pelotudo…- acorta la distancia entre ambos-. Sé que lo que hice estuvo muy mal, tendría que haberme quedado para que pudiéramos hablar bien y no tendría que haberme ido sin despedirme o prometer que íbamos a aclararlo cuando volviera. Seguro estás enojada y tenés todo el derecho del mundo, pero te pido que me dejes explicarte.
Suspirás y hacés un gesto para que te dé un momento. Buscás refugio en la cocina para ocultar tus lágrimas y deshacerte de la horrible sensación de opresión en tu pecho, colocando un par de cupcakes en unos pequeños platos de porcelana pintada que recibiste por la tarde. Estás a punto de voltear para regresar a la sala, pero la presencia de Enzo a tus espaldas es evidente.
-Perdón- susurra, tomando ambos platos para dejarlos sobre el mármol y poder sostener tus manos-. Sé que dije que sos muy chica para mí, pero sólo lo dije porque no me gustaría que en algún momento…
-¿Qué?
-No me gustaría que dejes de ser como sos sólo para encajar conmigo, que te pierdas de esas experiencias que yo ya viví, no me gustaría que la gente nos mire y piense “Ah, sí, ahí van Enzo y la nena”, no…
-No sos como DiCaprio, Enzo- te liberás de su agarre-. ¿De verdad te importa tanto lo que piensen los demás? Porque yo juraría que normalmente no sos así.
-¿Vos leíste todo lo que dijeron sobre nosotros? Tenés que entender.
-¿Entender qué…? ¿Por qué creés que hacíamos algo incorrecto?
-Porque yo ya sé muchas cosas que a vos te faltan aprender.
-Podés enseñarme- apoyás las manos en su pecho y sentís que tiembla bajo tus dedos-. Me dijiste todo lo que no te gustaría, ¿por qué ahora no me decís lo que sí te gusta?
Toma tu mano y besa tus nudillos.
-Me gustás vos, pero no sé si te merezco- cubre de besos tu palma antes de llevarla a su mejilla-. Perdón, chiquita, te juro que voy a encontrar la manera de…
-Podemos seguir donde nos quedamos- sugerís. Tus mejillas arden.
Enzo rodea tu cintura con sus manos y sus pulgares trazan figuras sobre tu ropa.
-¿Estás segura?- asentís.
Ataca tus labios con una delicadeza brutal, su desesperación evidente en los gemidos que dejan su garganta y en la urgencia con la que comienza a frotarse contra tu abdomen; entre besos y roces toma tu muñeca y te arrastra en dirección a tu habitación, deteniéndose sólo al ver su manta en tu cama deshecha. Cuando evitás su mirada toma tu mentón entre sus dedos.
-No te voy a dejar sola nunca más- besa tu frente-. Nunca.
Te ayuda a recostarte en la cama y se posiciona sobre tu cuerpo con cuidado. Comienza a besarte, su mano acariciando tu cintura con movimientos suaves que le permiten estudiar tus reacciones y sus labios delineando tu mandíbula, tu cuello y tus clavículas hasta hacerte estremecer.
Se aleja por un segundo para observar tu expresión y se siente casi orgulloso del efecto que tienen en vos sus besos. Vuelve a acercarse a tu boca y tus brazos rodean su cuello para acortar toda distancia entre sus cuerpos, tus piernas abrazando su cintura para poder sentir la evidencia de su excitación contra tu centro. Comienza a rozarte por sobre la ropa y se deleita al oír tus gemidos, tímidos al principio y desesperados con el pasar de los minutos.
-¿Puedo?- pregunta al deslizar sus dedos entre la cintura de tu pantalón y tu piel. Asentís-. Necesito palabras.
-Sí, sí podés.
-Muy bien- te sonríe y tira de la prenda hasta lograr deshacerse de ella. Observa los tiernos detalles de tu ropa interior pero lo que más llama su atención es la mancha de humedad en el centro. Comienza a deslizar sus dedos sobre la tela y jadeás-. ¿Querés que te toque?
-Sí.
Es adictiva la manera en que reaccionás a sus caricias y se siente casi cruel al preguntar:
-¿Dónde?
Cerrás los ojos, avergonzada, y presiona sobre tu entrada aún cubierta.
-Ahí.
-¿Acá?- repite el movimiento y gemís. Se acerca a tu rostro y besa tus labios-. Perdón, bebé, es que sos muy linda…
El temblor que te recorre hace que se apiade y te despoja de la última prenda que lo separa de tu intimidad. Se arroja sobre el colchón y besa tus muslos con algo similar a la devoción mientras te observa desde su lugar tal como lo hizo la tarde en que se conocieron. Arrastra sus labios sobre tu piel hasta acercarse peligrosamente a tus pliegues y tu entrada brillante.
El primer beso te hace gritar y mientras sus labios te recorren de arriba abajo Enzo aparta la mano que cubre tu boca. Su lengua caliente y experta juega con tu entrada, se introduce en ella y realiza pequeños movimientos hasta sentir que tus dedos se enredan en su cabello para acercarlo aún más, alejarlo y también guiarlo en busca de más placer.
Las yemas de sus dedos recogen tu excitación y frota tus pliegues para lubricarlos. Cuando se detiene brevemente sobre tu clítoris para dibujar círculos estos arrancan un sinfín de sonidos incomprensibles de tus labios y Enzo sonríe complacido contra tu piel ardiente.
Introduce un dedo muy, muy lentamente en tu interior y suspira cuando siente tus paredes contrayéndose hasta prácticamente succionar el dígito en tu interior: gira su muñeca y curva su dedo hasta hallar tu punto dulce, obteniendo un gemido casi pornográfico como recompensa.
Comienza a abusar de tu sensibilidad y no decide si prefiere ver la forma en que te retorcés sobre las sábanas o tus fluidos haciendo brillar tu piel y deslizándose hasta manchar su manta. Intenta obtener algo de fricción, frotándose desesperado contra el colchón y capturando tu clítoris entre sus labios para acallar sus propios gemidos.
Desliza en tu interior otro dedo y te oye quejarte segundo cuando tus paredes oponen resistencia, pero pronto tus gemidos cobran más y más intensidad y movés tu cadera para encontrar sus movimientos. Otro dedo le sigue y cuando sollozás Enzo se pregunta cuántas noches pasaste tocándote en soledad, tus manos incapaces de darte el placer que él logra brindarte en este momento.
Una serie de balbuceos -entre los cuales cree distinguir su nombre- son la única advertencia que ofrecés antes de alcanzar un orgasmo que arquea tu espalda y provoca que arañes las sábanas al intentar aferrarte de algo que te ayude a tolerar el placer. Enzo prolonga tu orgasmo hasta sentir que los espasmos dejan de sacudir tu cuerpo y ver que tu respiración agitada se regula.
Se recuesta a tu lado para poder apreciar tu rostro de cerca y besa tu mejilla.
-Feliz cumpleaños- dice contra tu piel-. ¿Querés más?
-Todo- asentís-. Quiero…
Se deja caer contra la almohada.
-Si lo hacés no voy a aguantar- lamenta-. Pero…
-Sí- te apresurás a decir-. ¿Y puedo intentar más tarde?
Besa la comisura de tus labios y emite un sonido de afirmación.
Se desnuda bajo tu atenta mirada y regresa a su lugar entre tus piernas. Descansa su peso sobre un brazo y acaricia su miembro, jugando con su punta brillante y suspirando sobre tu cuerpo sólo para tentarte más. Juega con tu clítoris, se desliza entre tus pliegues y te hace delirar posándose sobre tu entrada una y otra vez.
-¿Segura?
-Segura- acariciás su mejilla.
Aunque el ardor de la penetración te resulta placentero esto no evita que un par de lágrimas se deslicen por tus mejillas cuando agachás la mirada para ver la escena entre tus piernas. Enzo es grande y las venas que lo recorren parecen gritar pidiendo que tus dedos las acaricien, pero tus manos acaban sobre su pecho desnudo y tus uñas dejan marcas en su piel al sentir que alcanza los lugares más profundos en tu interior.
-Enzo…- temblás y su pulgar comienza a dibujar círculos en tu clítoris para calmarte.
-Ya sé, bebé, ya sé…
-Más, por favor.
Mueve sus caderas con suavidad para no herirte y arroja la cabeza hacia atrás, incapaz de contenerse ante el placer que siente y esforzándose por no perder el control. Abandona tu interior hasta que sólo la punta permanece dentro de tu cuerpo, que suplica contrayéndose deliciosamente, y cuando vuelve a introducirse lo hace de una sola estocada.
-Más, Enzo, más.
Acelera el ritmo y jura que podría morir en esa posición, con tu calidez abrazándolo y tus gritos opacando cualquier sonido que pudiera llegar a sus oídos. Se deja caer sobre sus codos y busca tus labios, embargado por la necesidad de besarte hasta olvidar cualquier pensamiento que no seas vos.
Su mano se desliza bajo tu camiseta hasta llegar a uno de tus pechos, masajeándolo y girando tu pezón entre sus dedos hasta que tus dientes muerden su labio inferior. Rompe el beso para poder observar las expresiones que transforman tu rostro cuando comienza a profundizar sus movimientos, el vaivén de sus caderas permitiendo que su pelvis estimule también tu clítoris.
-Ahí...
-¿Sí, acá te gusta?- la pregunta es casi retórica. Sin esperar confirmación comienza a atacarte con embestidas que te hacen delirar, su punta golpeando tu cérvix y sus movimientos provocando que tu cuerpo se mueva sobre las sábanas de manera casi violenta.
Tus pestañas brillan con las lágrimas que nublan tu visión y Enzo besa el rastro que estas dejan mientras se pregunta si alguna vez alguien logró hacerte llorar de placer, si te aferraste con tanta fuerza al cuerpo de otra persona para no perder la cabeza por la intensidad de las sensaciones… Sabe que no y los músculos de su abdomen se tensan peligrosamente al pensarlo.
Hace una breve pausa para recuperarse y acaricia tu rostro antes de manipular tu cuerpo con facilidad, recostándose contra las almohadas y posicionándote sobre su cuerpo. Puede apreciar en tu rostro tus dudas, por lo que te toma por el cuello para poder acercarte a él y besar tus labios de manera casi voraz.
Colocás tus manos sobre su pecho y comenzás a rozar tus pliegues sobre su miembro húmedo y brillante por los fluidos de ambos, un hilo de saliva cayendo de tus labios cuando bajás la vista para apreciar la imagen entre tus piernas.
Te cuesta creer que lo que sucede es real y que Enzo está con vos en todos los sentidos, más aún cuando humedece su pulgar -como si hacerlo fuera necesario- con la saliva que moja tus labios y lo lleva hacia tu clítoris.
-Enzo, no, me voy a…- intentás advertirle pero tus palabras sólo parecen motivarlo más. Gritás-. Es mucho…
-Hacelo.
Temblás y Enzo te empuja con su cadera hasta que el ángulo le permite volver a penetrarte. La intensidad de los estímulos sacude tu cuerpo y de tu garganta surge un sonido agudo cuando te golpea otro orgasmo que blanquea tu visión y te obliga a arañar su abdomen.
Tus movimientos se apagan gradualmente y las manos de Enzo acarician tu cintura, tu cadera, tus muslos y cualquier centímetro de piel que sus ojos ven. Su miembro palpita en tu interior mientras te recuperás de tu orgasmo, algún que otro espasmo atravesándote y una capa de tus fluidos haciendo brillar tus pliegues, tus muslos y también su abdomen.
La escena es terriblemente obscena y te sentís avergonzada al ver el desastre, pero Enzo no permite que te disculpes y te rodea con sus brazos para aprisionarte contra su pecho. Besa tu cuello y tus paredes se contraen sobre su miembro, tu cuerpo aún sensible rogando por más.
Llenás su hombro de besos y susurrás contra su piel.
-Adentro.
Un gemido resuena en su garganta al oírte y toma impulso con sus pies para volver a asaltar tu interior. Su miembro parece rozar cada fibra de tu ser y la habitación se llena con los sonidos de su piel colisionando con la tuya y tus sollozos cuando decide lamer y morder tu cuello. Mantiene en tu cadera un agarre lo suficientemente fuerte para dejar huellas.
Dejás caer tu frente sobre su hombro, rendida al sentir el cosquilleo entre tus piernas. Enzo tira de tu cabello para obligarte a mirarlo.
-¿Querés que te llene la conchita…?- asentís-. ¿Sí…?
-Sí, por favor.
Tu expresión es patética, pero Enzo cree que es tierna la forma en que tus cejas se curvan y tu boca entreabierta le permite ver tus dientes y tu lengua. Captura tus labios entre los suyos y jura que puede saborear su orgasmo en la forma en que permitís que invada el interior de tu boca.
Sus estocadas son frenéticas y erráticas y sus uñas marcan tu piel. Ahoga un gemido contra tus labios y en medio de la desesperación rompe el beso, mordiendo tu mejilla cuando su liberación mancha tus paredes hasta hacerte lloriquear.
Te abraza con más fuerza mientras las últimas gotas de su semen llenan tu interior y besa las marcas de sus dientes en tu rostro.
-Ahora sos mía.
Gemís en respuesta.
-Y vos sos mío- decís con voz temblorosa-. Para siempre.
-Para siempre, sí- jura, tomando tu mano para besar tus nudillos, tu palma y tus dedos, deteniéndose sobre estos cuando ve tu expresión de dolor-. ¿Qué te pasó acá?
-Estaba limpiando y se rompió tu lámpara. Perdón.
-No me pidas perdón. Nunca- vuelve a besar tu mejilla y te sonríe-. Creo que te va a gustar tu regalo.
-¿Cuál…?
-El que dejamos en la sala.
-Ah, sí- soltás una risa.
-¿Qué te parece si nos damos una ducha y terminamos de celebrar tu cumpleaños juntos?- propone-. Podemos pedir algo para comer y ver una película.
-Quiero quedarme así un ratito- descansás tu mejilla contra su piel caliente-. ¿Enzo…?
-¿Qué pasa, bebé?
-Te quiero.
La fuerza de su abrazo amenaza con dejarte sin respiración.
-Yo también te quiero. Mucho- toma tu mentón entre sus dedos para llamar tu atención-. ¿Puedo ser tu novio…?
Espero hayan disfrutado la lectura ♡
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Echo de menos las calles que no caminamos donde nuestros pasos no dejaron huella; los atardeceres que se privaron de mirar cómo reímos junto al lago, las cartas sin escribir, las canciones sin dedicar, el amor que no nos fue posible volver a hacer, echo de menos los lugares que no conocieron nuestra historia, el café que se enfrío por nuestra espera, los poemas que no escribimos un sábado por la noche después de habernos extrañado toda la semana, los abrazos que no nos dimos, las palabras que no dijimos, las promesas que no pudimos cumplir, echo de menos los futuros que nunca podrán ser presente, los libros que no compartieron nuestra repisa, las sábanas que no leyeron la poesía de nuestros cuerpos desnudos, los detalles que ya no llegaron, los te amo que se esfumaron.
Echo de menos compartir mi vida contigo. Karla M.
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No siempre algunas cosas van a suceder porque nos esforzamos tanto, a veces Nuestro esfuerzo es insuficiente y a veces algunas cosas llegan por suerte o por azar, no es que tenga menos mérito que aquellas cuando nos esforzamos, es quizá la recompensa de aquellos fracasos que tuvimos, de aquellos sueños que un día se nos esfumaron Y de alguna manera u otra la vida se encarga de recompensarnos.
-Ema.
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me comprometí a nublar
mis labios en latidos ajenos
prófugos de aquel atardecer
creciente por los cruciales artes
desprendidos del alma.
me comprometí a gozar
de mi penumbra porque es lo único
que yace sobre las multitudes
monólogas e insatisfechas
nublé el temor de las caricias
por unos labios
que esfumaron
la corriente de lo prohibido
entre mares furiosos
hasta la caída de un amor
que se perdió
entre las estrellas
y lo paradójico
-Mnsc
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En el mismo lugar,
Siempre en el mismo lugar,
Estancada, anonadada, aturdida,
Sin ganas de avanzar.
Veía como todo a mi alrededor cambiaba,
Se movía demasiado rápido,
Me mareaba, vomitaba mi agonía,
Y yo seguía sin ganas de avanzar.
Los días pasaban rápido,
Los años se esfumaron en un chasquido,
La vejez golpeaba a mi puerta,
Y cada día sin más ganas de avanzar.
¿Debería preocuparme? Estoy preocupada,
Pero el miedo me corroe, me carcome,
me asfixia con su abrumador peligro,
Y por eso tengo temor de avanzar.
Sin ganas de Avanzar — One Soul 🌙
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La estafa del «token innovador» DOGE Coin: una inversión convertida en pesadilla
Cuando oí hablar por primera vez de este supuesto «token innovador», DOGE se promocionaba como la pieza central de la tecnología blockchain de próxima generación, y no solo tenía un gran trasfondo técnico, sino que también afirmaba resolver muchos de los problemas de otras criptodivisas dominantes. El propietario del proyecto afirmaba que invertir en esta DOGE era lo mismo que invertir en el futuro mercado financiero, e incluso predijo que el token se revalorizaría significativamente en un futuro próximo.
Me intrigó tanto esta innovación tecnológica que me adentré en el libro blanco del proyecto y en sus detalles técnicos. Mencionaba algunos conceptos avanzados, como la compatibilidad con aplicaciones distribuidas y una nueva arquitectura para contratos inteligentes, todo lo cual me hizo pensar que el token tenía un potencial real. Impresionado por estos términos técnicos, decidí invertir sin investigar demasiado.
Inicialmente, el precio del token DOGE subió como se esperaba, y las constantes actualizaciones del proyecto sobre el progreso aumentaron mi confianza. Sin embargo, unas semanas más tarde, el comercio de tokens se suspendió repentinamente, la plataforma quedó inaccesible y el equipo del proyecto desapareció por completo. Todo sucedió como de la noche a la mañana, y mis fondos y los de muchos otros inversores se esfumaron.
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Primero:
Entre mis propósitos de año nuevo, en la vuelta de 2022 a 2023, estaba este: beber alcohol únicamente con motivos celebratorios. No beber para relajarme, por convivir o ante la presión social. No beber con energía baja, sino cuando la energía de por sí ya estuviera arriba; que potencie la alegría, no que me obligue a ella. No beber sin antojo, como si fuera agua, no beber para tener algo con lo que entretener manos y boca.
Ese es uno de los propósitos que sí he cumplido. No como los otros, que eran: pintarme las uñas y dejar de consumir Splenda.
También:
En 2023 se murió mi papá. Una muerte súbita, aunque ni tanto, y sorpresiva, aunque, francamente, tampoco. En el fondo yo pienso que se dejó morir. La última vez que comimos juntos, lo vi echarse un vino y cuatro whiskys, a pesar de que tenía prohibido tomar. Él habría dicho que contraindicar no es lo mismo que prohibir, porque siempre tuvo una relación de compadrazgo con las palabras. La verdad es que sí lo tenía prohibido, estrictamente prohibido por el cáncer y, digamos, sugerida su limitación, porque era diabético.
También tenía prohibido el azúcar. Y hablar del pasado, de mi pasado, esto se lo prohibí yo.
Lo mataron el azúcar y el alcohol, los dos derivados principales de la gramínea que me obsesiona. Dos disposiciones moleculares de la materia que tras ingresar al cuerpo se reconvierten en una unidad.
Renuncié al chupirul el mismo año en que a él lo mató el consumo. De hecho, ahora recuerdo que, durante aquella última comida, tuve que excusarme un montón de veces. Un vinito, ándale. No. Ah, es que tú eres cervecera. Ya no. ¿Te pido una chela? No, que no. Al final acabé aludiendo a mi extracción de caries y a mi trastorno ansioso.
Y dado que había dejado de tomar, me tocó ser testigo del ominoso espectáculo de un restaurante desierto a las cuatro de la tarde, desierto, claro, a excepción de una mesa, la nuestra, en la que mi papá lloraba y suplicaba que ojalá no fuera su destino el morirse antes de poder abrazar a sus nietos. Yo, sobria, incólume, mis emociones como calles aplanadas, me quedé quieta en mi asiento.
Es que, como había dejado de tomar desde meses antes, mi cuerpo ya había progresado en la desintoxicación. Abandonado el consumo, aunque no por eso, y mucho menos a partir de eso, me dispuse a escribir un libro sobre ingenios azucareros.
Mi papá se murió y dejó la maquinaria funcionando, como una fábrica cuyos propietarios se esfumaron de la noche a la mañana. Estará en los trabajadores si se apropian de los medios de producción. Mi papá se murió con los órganos astringidos y un cero punto quién sabe de alcohol en la sangre.
Habría querido emborracharme en su funeral, si no hubiera estado tan desangelado. Solo él, sola yo, la capilla desierta como un restaurante a las cuatro de la tarde. A ver cómo afecta todo esto mi regeneración celular.
Es verdad que no he logrado escribir. No como quisiera. Constantemente siento que algo, alguien, me interrumpe, palmeándome en el hombro. Las palabras son peligrosas, parece decirme, recuerda: el lenguaje es brujería.
Te quiero, pa, le dije aquel día, después del restaurante. En vida, sí, se lo dije. Sobria y a medias regenerada, con un abrazo de poca inclinación, fugaz, a salvo del intercambio de temperaturas. Era la primera vez que se lo decía en veinte años. Te quiero, pa. Y en el espejo retrovisor del coche que me habían prestado, la imagen de mi papá se fue achicando mientras yo me deslizaba en la calle aplanada.
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Autor: Carlos Andrés Jaramillo.
1. Una herida interminable (2022)
2. Al morir las cosas (2020)
3. Lo callado (2019)
4. Toda la soledad que era mía (2017)
5. Extinciones (2014)
Pienso en aquel dolor de abril, me sentí tan indefensa y abandonada, las expectativas que me había hecho se esfumaron, el vacío y el dolor fueron insostenibles. Sentí deseos de desaparecer... Simultáneamente, casi como un prodigio, encontré estos libritos de poesía y cuentos. Me cobijaron y acompañaron (aún lo hacen), y yo no podría estar más agradecida.
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Dios ni siquiera se como empezar esto, a pasado tiempo desde que escuche tu último te amo, desde que me marcaste por última vez, desde que tú y yo dejamos de ser un nosotros, desde que nuestras promesas quedaron suspendidas en el aire y poco a poco se esfumaron para ser parte de la nada; pero sabés en que aún no a pasado el tiempo? en él amor que te tenía y te tengo, en el vacío que dejaste en mi cuando te marchaste, en los te extraño, en mi ilusión de estar en tus brazos y me hicieras mimitos hasta quedarme dormida...
El volver a saber de ti tan repentinamente y ver que ya eres feliz con otra persona, me parte el corazón en pedacitos; pero por otra parte me alegro muchísimo porque te veo feliz y te miró sonriendo, siempre te dije que quería verte así de enamorado y contento, aunque no fuera conmigo y lo estás haciendo. Amo ver la manera en que ella te mira, se nota que te ama y eso me deja tranquila, porque tú mereces eso y más.
Y tú? Pues a ti te miro tan lleno de luz y con toda la ilusión del mundo, me gusta ver que con ella sí se pudo lo que tanto queríamos tu y yo.
Realmente me haces mucha falta, pero estaré bien si tú lo estás... Te quiero mucho<3
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Vida pasada: Ya no me da pena.
Los domingos melancólicos
solo necesitando una tacita de té
y una cobijita pa’ sobrevivir.
Él solía ser un hombre
esos que no aprecian los domingos,
me decía que eran tristes,
me hacía creer que era el fin del mundo
y yo le creía.
Y en un domingo como hoy,
no sentí ni una pizca de nostalgia
ni ganas de romperme en llanto
solo dibujé una sonrisa en mis labios y seguí.
Y patinando me encontraba
flotando y escuchando la música
retumbándome en los oídos
y las horas se esfumaron
o quizá estaba escapando
de una sensación envolvente
como cuando te vas apagando
de poquito a poco y,
de repente, te quedas a oscuras.
Hoy día, ningún recuerdo visitó mi memoria
solo momentos que se deslizaron por mi mente
arrepintiéndome a ratos
del tiempo que siguió su curso y con él
también la vida que alguna vez vivimos.
Y la nostalgia que suele traer
lo nublado y perezoso de un domingo
tarde en la noche
bebiendo el último tazón de té,
abrazando cada uno de los recuerdos
que la vida me regaló a su lado.
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Felicidades porque ya paso un año adonde se probo que el estallido fue un experimento social!! Se esfumaron!!! Ctms indecisos!!!!!
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Voy a volver a escribir como antes,
Voy a desenredarme porque en el fondo siento que arde,
Ya se que es tarde, tanto tiempo, yo pensé que ibas a quererme,
Perdón por no saber entenderte, sólo quisiera ser más valiente.
Pero soy un estúpido que pide otra oportunidad para hacerlo correctamente.
Sólo soy un cobarde que no sabe cuándo rendirse.
Soy un cero para el mundo, me cuesta tanto dormirme.
Me duelen los sueños que no pude hacer, que se fueron,
que se esfumaron sin querer, me duele autosabotearme,
me duele que me falte la noche, insomnio y ansiedad son mis amigos siempre.
~chico-estrellado
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✽— Ambientación —✽
Isla Phiada. Entre Japón, Corea del Sur y China. Hace incontables años atrás, cuando la isla de Phiada tenía un nombre muy diferente, era conocido por sus peculiares habitantes, por su flora y fauna únicas y sus parajes fantasiosos pero realmente hermosos. Phiada en aquel entonces era un lugar único y especial, llena de turistas curiosos por contemplar con sus propios ojos lo que muchos contabas sobre la isla, lo cual parecía sacado de alguna película o cuento infantil. Y no es para menos; sus ciudadanos eran de los más variopinto, sucedían cosas inexplicables y la gente era capaz de hacer cosas inexplicables.
Su cultura no se quedaba atrás, siendo curiosa y maravillosa a la par. Sus creencias van dirigidas al océano, veneran al mar y todo lo que éste ofrece, teniendo dos diosas, Frithha y Synthquee, a las que cada año le hacen ofrendas en dos festividades que se realizan en primavera y en otoño, respectivamente.
¿Pero qué pasa cuando todo va tan bien? Que la caída es aún más dura.
Todo comenzó en el borde de las islas, en las playas concretamente, donde se empezaron a notar ciertas ciertas alteraciones que pasaron desapercibidas en un inicio; los cangrejitos comenzaron a desaparecer, el agua se enturbió ligeramente y los moluscos que salían para decorar la pálida arena se esfumaron. Los cálidos días perfectos de playa fueron cambiando a medida que el agua se embravecía, llevándose consigo las sirenas que por allí jugueteaban. El clima se volvió loco; el calor llegaba a ser insoportable en verano, y en invierno las noches parecían transportarte al mismísimo polo norte. La pesca se vio mermada ante la desaparición de los peces y, tras la mayor tormenta que se recuerda, fue cuando la población se empezó a dar cuenta de que algo raro pasaba.
La oscuridad en los bosques se hizo presente, aquel que se atrevía a meterse entre los árboles acababa perdido, sin saber si era de día o de noche, si había venido del norte o del sur. Lo siguiente que se recuerda es cómo los cultivos morían pese al especial cuidado que se les aplicaba, cómo los animales empezaron a desnutrirse hasta morir pese a la excelente calidad de comida que se les daba... Y así, poco a poco, los turistas dejaron de llegar, y los habitantes empezaron a replantearse la vida en otros lugares.
Los pocos fieles que se quedaron en su isla natal sufrieron la peor época, en la que un espeso líquido negro bañó los lagos, extendiéndose como una enfermedad hacia la maleza, devorando animales a su paso, marchitando flores y adueñándose de todo lo que tocaba. Seres empezaron a nacer a lo que llamaron 'Velo Oscuro', hostiles y peligrosos que fueron reduciendo el terreno libre del mundo de las sombras.
"Es el petróleo, la contaminación hoy en día es algo común" era lo que decían las personas ajenas a los sucesos, pero realmente se notaba que era algo de origen mágico, poderoso...
Los años pasaban, cada vez era más complicado vivir en Phiada, y toda la esperanza que habían puesto en sus adoradas diosas empezaba a desaparecer al no obtener respuesta alguna. El mar cada vez era más salvaje, resultado del enfado e impotencia de éstas al no poder hacer nada contra el mal que las azotabas. Presa de esa oscura y desconocida magia, lucharon con todas sus fuerzas, logrando emitir un mensaje de auxilio en su último aliento a todas aquellas personas de origen mágico.
El cielo lloró como nunca ese día, pero no en vano, pues antiguos habitantes, sus herederos e incluso otros seres de diferentes lugares acudieron a la isla ya bien por curiosidad o con ánimo de ayudar. La vida parecía retornar, mas la isla seguía en constante peligro.
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