#enfundada
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Y lo seguiré afirmando. En algún lugar recóndito de la memoria aún habita esa niña. Aún habito yo. Enfundada en el canto de jilgueros, embalsamada en las mieles y los perfumes más dulces, aún existe la flor más prístina y pura que mi ser haya podido crear. Sé que sigo siendo ella. Sé que sigo siendo todo eso.
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Preciosa historia de las que el mundo necesita.
John Blanchard acudía a la biblioteca a ver los estantes de los libros de diferentes temas.
Era un hombre muy culto. Y en cierta ocasión al acudir en su búsqueda habitual de libros, se encuentra uno que le llamo mucho la atención. No por su contenido, sino por las notas que tenía escritas con lápiz... percibió en ellas una mente reflexiva, un gran corazón y un alma sensible. En la contratapa se encontraba el nombre de la anterior dueña del libro, "Holliz Meiner"
Algo le produjo una incontenible necesidad , y con mucho tiempo y esfuerzo, se dió a la tarea de localizarla...
Parecia imposible, pero después de un buen tiempo...encuentra su dirección en Nueva York y le envía una carta
Se presenta y la invita a corresponderle.
Pero al siguiente día, John fue enviado a servir al otro lado del océano. Esto fue, en tiempo de la segunda guerra mundial.
Durante 13 meses se enviaron mucha correspondencia, y asi se fueron conociendo. Esas cartas eran semillas que caían en corazones fértiles!...Y empezó a florecer un precioso romance.
En varias ocasiones, él le pidió que le enviara una foto...a lo cual ella contesto una y otra vez.. que si estaba interesado de verdad, no tenía que importarle su apariencia... Recalcando "A mí me interesa que conozcas mi corazón, mi alma, lo demás no interesa. Después de ese año aJohn lo dan de alta. El preparó su regreso, arreglando su primer encuentro entre ellos... Sería a las 7:00 de la tarde, en la estación situada en Nueva York.
Y ella le escribe: me reconocerás por una orquídea que llevaré en la solapa de mi vestido.
Y ese día John a las 7:00 busca al corazón que amaba, pero que no conocía.
Era una cita a ciegas!
Y este es su relato:
Llegué a la estación... vi que una mujer se acercaba a mi...
Era mucho más bella de lo que me había imaginado...
delgada, con una figura armoniosa, tez blanca, ojos bien grandes y expresivos, una sonrisa que enamoraba, cabello dorado recogido impecablemente debajo de un sombrero adornado con flores, y unos labios muy sensuales.. Estaba enfundada en un maravilloso vestido verde. Me acerque a ella lentamente olvidando el detalle de la orquídea que no llevaba así que cuando estaba cara a cara la dama lanzo una sonrisa provocativa...y me dice:
-Mira por dónde caminas marinero... y acto seguido siguió su camino. Entonces tras ella aparece una dama... con un vestido viejo, en él estaba una orquídea.. Se notaba que pasaba no por sus mejores años... Su pelo estaba desprolijo y llevaba un viejo sombrero. Era más bien retacona y con pies y tobillos gruesos... Tenia unos zapatos de tacón bajo, maltratados por el tiempo...
Mientras miraba este cuadro, la hermosa dama de vestido verde se alejaba cada vez más.
En ese momento estaba tentado de escapar...salir corriendo, perderme entre los marineros...
Ella jamás sabría si fui a la cita o no... Pero a la vez, me sentí un canalla, porque a pesar de todo esta mujer me habia levantado el espíritu durante la guerra y tiene un alma muy sensible y un buen corazón.
La desilusión fue tremenda... no era lo que yo esperaba.
Pero era un caballero, así que
respiré profundo y me acerque..
Me presenté:
-Yo soy John Blanchard
Me permite invitarla a cenar?... Me alegró que finalmente nos conociéramos personalmente!
La mujer me sonrió tiernamente y me dijo:
-Mire, no se de que se trata...pero la mujer que acaba de pasar, la de vestido verde, me dijo que llevara esta orquídea en mi abrigo.Y dijo que si me invitaba a cenar, yo le debía decir que ella lo estará esperando en el restaurante que está al otro lado de la calle.
Me dijo que esto era una prueba muy importante para ella...porque necesitaba que ud amara lo que nadie más...su esencia. 💕
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Con una figura y un vestido que cortaba la respiración, Gaïa Greengrass celebra el inicio de su tercera década en el mundo. La prenda confeccionada con dientes de diamantes reales colgando, fue totalmente creada a la medida de la cumpleañera que lo lució con un atractivo largo a medio muslo y escote de infarto. La lluvia platinada de exquisitos cristales caminaba enfundada en unos exclusivos y únicos tacones endiamantados y joyería delicada a la medida de la ocasión. Sí, con diamantes ¡verdaderos! No todos los días se cumplen 20 años y no todos los días se es rica, bella y exitosa.
Corazón de Bruja, edición septiembre 2025
@homenumrevelio-rpg
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Richard investiga el amor de materiales incompatibles, casa cosas incasables, en una almohada blanca, enfundada en un almohadón del mejor y más exquisito lino, pone una ruda pala de albañil. Bajo una alfombra suave, Richard mete una ruda barra de metal, a menudo mima la hojalata con seda.
_ Me gustaría poder hacer lo mismo _digo.
_ No sé cómo se hace esto con palabras _responde.
- Dubravka Ugrešić, El museo de la Rendición Incondicional. Impedimenta, traducción de M. Ángeles Alonso y Dragana Bajić.
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Camino a Melide
El camino a Melide fue diferente al resto, finalmente nos encontró la lluvia. Enfundadas en ponchos impermeables y cubiertas bajo la protección de un paraguas, supimos capear el temporal.
Nuevamente surgió la idea del desierto. Pensé en que el costo de habitar ambientes fértiles es justamente soportar estas tormentas. También me pregunté de qué modo el clima influye en la idiosincrasia de un pueblo y hasta qué punto. En este pasatiempo de teorizar sin mucho fundamento, imaginé que quien habita el desierto se ve constantemente tentado a creer que su subsistencia es fruto de su capacidad de adaptación, de su inteligencia en el aprovechamiento de los recursos, de la tecnología que diseñe (como acequias y diques). Por el contrario, quien habita terrenos fértiles, donde las frutas y hortalizas crecen con o sin su intervención y el agua dulce no escasea, posiblemente adopte cierta actitud de mansedumbre frente a la naturaleza y, por qué no, frente a la existencia. Pensé en el control y la docilidad, en la soberbia y el agradecimiento. Pensé también en las energías del universo, en los dioses Shiva y Vishnu del hunduismo, en el Yin y el Yang del Tao, en la conservación y la transformación, la búsqueda y la atracción, Marte y Venus, energía masculina y energía femenina. Pensé en lo mucho que me cuesta pensarme desde la fertilidad, confiar en que mi destino me va a encontrar, dejarme llevar, recibir. Pensé también que quizás eso tenga que ver con las expectativas de las que hablaba al comienzo del viaje, con esperar una pera de un olmo o una fresa de un cactus. Quizás la clave esté en aprender a disfrutar de las tunas o a soportar las tormentas. Pensé en mi hermana Machi, quien, en respuesta a mi comentario sobre la belleza de esta vegetación me dijo -con la acidez y sabiduría que la caracterizan- "eso es porque en Mendoza estamos obsesionados con los parques europeos, el césped y las palmeras. Si en lugar de aparentar ser París o Miami, invertieramos en estudiar y potenciar la flora autóctona, podríamos tener hermosos jardines xerófilos". Maldita genia, me pongo el poncho porque me cabe. Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿prefiero vivir comiendo tunas bajo un sol resplandeciente, o las más variadas frutas bajo la lluvia? ¿Realmente no hay una opción diferente y superadora? ¿Aceptar implica siempre renunciar? Y en ese caso, ¿qué es aquello que estoy dispuesta a aceptar?
Incómoda por el agua que chorreaba por mi cara y con algo de frío, caminé junto con mis compañeras un largo trayecto. En un momento, divisamos a un hombre parado al reparo de una rama frondosa al final de un túnel de árboles, que esperaba que amainara la tormenta. Mi madre se acercó y le preguntó si quería compartir el paraguas. Tras un breve momento de recelo, accedió. Se llamaba Sergio, era de Malaga. Serio al punto que parecía que a su nombre le sobraba una letra. Circunspecto. Distante. Nos acompañó hasta la próxima fonda, donde entró a repararse. Nosotras nos detuvimos un momento (teníamos que sellar nuestros pasaportes de peregrinas, claro), y seguimos camino.
Al llegar a la entrada del pueblo de Melide, encontramos un mesón muy concurrido por lugareños. "Buena señal" dijo Frau Valdiviesen, "quedemonos acá". Pedimos una mesa, una paila de fideua, una de arroz con setas, una ración de jamón serrano y dos jarras de cerveza. Al cabo de un rato vimos entrar a nuestro amigo Sergio. Como antes le habíamos ofrecimos resguardo, ahora le ofrecimos compañía; había algo en él que parecía necesitarlos. Esta vez con menos recelo que antes, accedió rapidamente. Se sentó con nosotras y charlamos un rato largo, sobre todo de política. Sus opiniones eran moderadas y respetuosas, por lo que pudimos conversar amenamente. Nos contó sobre su vida, el deporte y sus lesiones: dos rodillas desgastadas que en esta aventura le estaban pasando factura. En su cara se adivinaba un dolor que más abajo confirmaban dos rodilleras.
Al terminar de comer llamó al mozo para que trajera la cuenta. Mientras esperaba para pagar la Euge le preguntó si quería que le realizara una práctica de sanación. Accedió con docilidad y se entregó. Su problema no estaba en las rodillas sino en aquello que no podía decir; estaba somatizando algún dolor del alma. Al finalizar la práctica la Euge le dijo algo al oido que hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Luego se incorporó y se dispuso a partir rumbo a Arzua, pues el camino que había elegido exigía hacer dos estapas en una. Nos despedimos y se marchó conmovido y lleno de agradecimiento.
El resto del día nos quedamos pensando en Sergio, en lo inexorable del encuentro, en lo necesario -quizás- para él y en lo importante para nosotras, en su dolor. Ojalá pueda encontrar el alivio que busca, ojalá el camino lo ayude a sanar.
Y volvió a mí una vez más las ideas de aceptación y transformación. ¿Son realmente contrarias o una implica a la otra? Aceptar y fluir con lo que nos envía el Ser no nos lleva, en cierta medida, a transformarnos? ¿Al aceptar nuestro encuentro, no comenzó Sergio a transformarse? ¿Al aceptar un dolor, no es acaso como se comienza a sanar? Y lo nuevo que trae consigo la transformación, ¿no requiere sino una grandísima aceptación? ¿Es acaso posible transformar sin prever cierto grado de aceptación?
Quizás se trate encontrar en esa energía principal que nos domina, la contracara que la compone y profundizarla. A fin de cuentas, detrás de una gran energía de transformación hay un igualmente gran potencial de aceptación (en mi caso, ese que utilizo con cada nuevo resultado, el que hace que me cuesten menos los principios que los finales). Del mismo modo, detrás de una gran energía de aceptación, hay un enorme potencial transformador que permite conectar con los finales, con lo que cumplió su ciclo, con lo que ya no aporta, y así gestar poco a poco las transformaciones que se vuelven, como el encuentro con Sergio, inexorables.
Buen camino!
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Juego de claroscuros sobre las tres dimensiones de este salón...
Expectativas ansiosas...
Respiración agitada....
Sudor que emana de tus poros presa de la incertidumbre...
Ebria de deseo, sobria en tus decisiones ...
Humedad que decora tus labios, brillos lascivos que a su paso riegan tus muslos obligados por la impertérrita ley de la gravedad...
Tacones que sustentan tu cuerpo angelical, curvas que tu mente recubre con un manto de perversión...
Devoción por estos momentos que son únicos e irrepetibles...
Enfundada en negra lencería y vestida de cuero y metal, ropajes y complementos que te otorgan un aura de pecado y tentación...
Ángulo de inclinación en tus caderas en señal de ofrenda a mi persona, de entrega incondicional a mis deseos y de devoción por esa energía invisible que nos une a ti y a mí...
Tan bella... te necesito!
Tan inmóvil... cuantas ganas te tengo!
Tan salvaje... toda mía!
Tan atractiva... te deseo!
©Navegandoportumente
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Festejo
Sucedió el día de ayer... al entrar a nuestra casa las luces estaban apagadas, un silencio hueco se hacía notar en los oídos como un leve zumbido, -mi esposa me había llamado previamente por teléfono, dando sus instrucciones claramente-: al entrar debes tomar el antifaz negro que usamos para nuestros juegos eróticos, lo podrás encontrar en su lugar de siempre, (segundo cajón a la izquierda de la cómoda central), "colócalo en tus ojos y apriétalo fuerte" -recuerdo que dijo-, yo seguí esa sencilla instrucción, como tantas veces antes lo habíamos realizado en aquellas noches dónde mi traviesa esposa se le ocurrían ideas nuevas para saciar su sed de momentos excitantes en diversas ocasiones cada mes.
Una vez colocado el pequeño aditamento y cubiertos mis ojos por completo, la oscuridad se hizo más profunda aún -si eso fuese posible- , ¿cariño? pronuncié claramente, y la palabra viajó de inmediato hasta los oídos de esa criatura infantil enfundada en cuerpo de mujer que emocionada se encontraba en algún lugar de la casa, -escuché los tacones de sus zapatillas bajar lentamente por la escalera- pasos suaves, cuidadosos, -nerviosos- ¿amor? ¡tengo una sorpresa para tí! -la escuché balbucear emocionada- ¡esta bien mi cielo! ¡hoy es sábado y sabes que es día de portarse mal! contesté complaciente.
Ella apresuró el paso como si esas palabras hubieran terminado de encender la flama de la pasión que a punto de explotar estaba en todo su ser. Me tomó de la mano y sin decir más, me condujo a la parte superior de la casa, sus manos sudorosas: temblaban, y casi se podía escuchar el latido de su corazón golpear ferozmente dentro de su pecho.
Al llegar a nuestra recámara me giró para dejarme de espaldas a la cama y sin decir más: ¡me dio un fuerte empujón que me llevó de nalgas hasta nuestro lecho marital! ¡Hey hey hey, tranquila mamita! sólo alcancé a decir divertido y algo intrigado por la intempestiva acción.
¡No te muevas! -balbuceó ella de manera entrecortada- y todavía más nerviosa -si es que eso era posible- al mismo tiempo que empezó a desabrocharme la camisa ansiosamente, una vez suelto el último botón, me sacó la prenda y pude adivinar que la arrojó a un lado de la cama solamente para darse a la tarea de quitarme el cinturón, bajarme el cierre del pantalón y deshacerse de la prenda de la misma manera que hizo con la camisa. ¡Acuéstate y abre los brazos y piernas! ordenó - yo lo hice como tantas otras veces lo habíamos practicado antes, me puse con los brazos y piernas abiertos formando una perfecta X, -sabiendo de antemano que lo siguiente era ser atado a cada una de las esquinas de nuestro lecho para ser inmovilizado- y ¡quedar a merced de aquel hermoso y perverso ser!
Una vez atado, ella salió dejando nuevamente en silencio la habitación, sólo para regresar un par de minutos después, ahora se escuchaba su respiración jadeante y estoy seguro que en ese silencio y oscuridad absoluta, ¡pude escuchar cada uno de los golpes de su corazón como si quisiera salir de su pecho que ahora no era sino una prisión insuficiente para ese músculo vibrante y anhelante!
Lentamente sus manos empezaron a recorrerme, primero por la cara, tocando el antifaz oscuro como si quisiera asegurarse que yo no podía ver nada, después fue bajando por mi cuello, por mi pecho, mi abdomen, los costados de mi cintura - donde no pude evitar un pequeño salto reflejo al ser una parte de mi cuerpo muy sensible a las cosquillas- ella lo advirtió y continuó su camino, cada vez más atrevido, cada vez menos nervioso - ¿Por qué parecía que estaba alterada y sus movimientos eran un tanto torpes? ¿por qué si había recorrido ese mismo cuerpo todos los días desde hacía poco más de dos años?.
Una sombra de duda empezó a mostrarse en mi conforme las manos seguían acariciando, apretando, recorriendo como queriendo grabar cada centímetro de piel en esos dedos ansiosos.
Finalmente sus manos llegaron a mi bóxer,... por unos instantes las caricias cesaron, me imagino que en ese momento ella estaría viendo extasiada el enorme bulto que se moría por salir de ese encierro, mi verga dura y babosa estaba tan cerca y a unos cuantos centímetros de su cara asombrada - que yo pude adivinar por el calor de su aliento y el sonido de su respiración- lentamente la punta de sus dedos se introdujo por la parte superior del bóxer y lo empezó bajar, despacio, tímida, callada,... hasta que llegó el punto donde mi ropa interior no pudo bajar más debido al pedazo de carne que parecía se negaba a salir, ella hizo un movimiento más fuerte y ¡por fín! ¡MI VERGA SE ASOMO COMO IMPULSADA POR UN RESORTE! ¡alcancé a escuchar un pequeño gritito como de sorpresa! y luego otra vez silencio... respiración agitada... aliento cálido... dedos temblorosos... suavemente esos dedos empezaron a rodear a "mi muchacho" (como cariñosamente mi mujer se refería a su trozo de carne favorito) la acariciaban, la rodeaban con sus dedos, la mano subía y bajaba despacio, descubriendo la cabeza cuando el prepucio bajaba completo, y nuevamente cubriéndola cuando la mano volvía a subir.. ¡esos dedos!, se sentían diferentes... se sentían más delgados, más temblorosos, ¡mas violentos en algún movimiento!, mi mente empezaba a dudar cuando ¡de repente! unos labios apretaron mi verga, la rodearon, la empezaron a tragar como si se tratara de un naufrago que finalmente encuentra algo de comida y agua, ¡mi verga entraba y salía de esa boca hambrienta!, ¡llena de saliva!, ¡su lengua acariciaba, sus labios apretaban, sus dientes mordían de repente a lo que yo reaccionaba con algún gesto de dolor!... esa boca... esos labios ... esos movimientos, ¡esa desesperación! definitivamente ¡NO ERAN DE MI ESPOSA!...
Acto seguido escuché, -ahora si la voz de mi esposa- que con una perversidad y lujuria nunca antes conocida decía:
¡FELICIDADES VECINA! ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! ¡ÉSTE ES MI ESPOSO! ¡MI MACHO! ¡MI VERGA! ¡Y ES TUYO, SOLO EN ÉSTE DÍA! ¡APROVECHALO!
Y así empezó todo...
CONTINUARÁ...
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SANGRE Y FUEGO
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CAPÍTULO 6: Los dragones se reúnen
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*Es un capítulo largo*
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-Princesa, el príncipe Aemond solicita poder veros. ¿Lo dejo pasar?
Naerys estaba al lado de la chimenea, sentada en una de las butacas mullidas y con un cojín tanto en la espalda como en los pies, sobre un taburete traído especialmente para su comodidad. Tenía un libro en el regazo, Historia de los Rhoynar, al que no le estaba haciendo realmente caso más que acariciar los dibujos y los relieves que en la Ciudadela se había esforzado en detallar.
Sir Harrold Westerling sujetaba el casco de su armadura contra su costado, el rostro en alto y los ojos clavados en cualquier otro lugar que no fuera ella. Tal vez porque pese a la manta que le habían echado sobre los hombros, el camisón aún asomaba y quedaba a la vista. Y eso que los Capas Blancas estaban juramentados a nunca tener hijos y casarse.
-Déjele pasar.
El príncipe entró en el dormitorio compartido poco después. Seguía inmaculado como hacía unas horas en la Sala del Trono, pero ahora una espada adornaba su cinturón, enfundada y con la empuñadura a la vista,
-Por tu estado, puedo intuir que el maestre no mentía en lo que dijo -comenzó diciendo-. Solo unos mareos y malestares femeninos.
-Y por tu estado puedo decir que estar con sir Criston en el patio de entrenamiento es mejor que compartir espacio con cualquier otro. Pobre caballero al que le haya tocado enfrentarse a ti.
-Solo un pobre desgraciado que en vez de llevar la espada debería llevar el escudo de un verdadero caballero.
Por los pasos pudo saber que se acercaba. El rastro de un casto beso rápido en su cabeza la dejó meditando unos segundos. Cerró el libro, la mano en el interior para señalar la página y no perderse. Aemond se estaba quitando la espada del cinto.
-Apestas a dragón, mi señor.
-Algunos ven eso como una señal de valentía y honor. Lamento que mi señora no pueda decir lo mismo.
-Sabes que no lo digo por eso -depositó el libro en la mesilla auxiliar, y sin apartar los ojos en su ancha pero delgada espalda continuó-. ¿Para qué has ido a Pozo Dragón? ¿Has ido a ver a los dragones de la princesa? Sabes que no han venido más que en barco.
-La deformidad de esos dragones enanos me da igual -le respondió sin volverse-. Me interesaba más saber cómo está el diminuto dragón de vuestra hermana, mi señora, la misma que de joven me empujó. Y el de vuestra abuela la cual ha desprestigiado la autoridad de mi señora madre.
Se le escuchaba más molesto que iracundo, que ya era raro de por sí. Quien solía perder los estribos era Aegon cuando se le intentaba contener, o simplemente se burlaba e ignoraba los consejos puritanos de su madre. Quien acababa pagando todo eso luego era la princesa con la que estaba casado. Así que a ella, a Naerys, le tocaba pagar los platos todos de la recepción de ese día.
-Si el Rey ha querido acudir estaba en su derecho como monarca, mi príncipe Aemond, y no podemos discutir su decisión. El asunto está zanjado.
-Curioso que no lo haya hecho antes.
Naerys se acarició el vientre, sintiendo las nauseas regresar. Tuvo que hacer un esfuerzo y varis respiraciones profundas para no acabar echando lo poco que había comido en ese margen de horas.
-Sir Harrold, ¿podría dejarnos a solas?
El caballero se mantuvo en silencio unos segundos, mirando al vacío extraña, solo para acabar asintiendo con la cabeza y retirarse al exterior de la sala. Una vez solos ambos, la tensión de la sala podía liberarse sin necesidad de retenerse. Ni de crear una escena innecesaria frente a otros.
-Hoy podrías venir conmigo a ver al Rey, a leerle antes de que se duerma.
-Me temo que pierdes el tiempo leyendo historias de justas y caballeros a un hombre moribundo -ni siquiera le hizo falta que se diera la vuelta para saber la pizca de sarcasmo y la picardía que adornaba su rostro-. Pero quién seré yo para decirte lo que hacer, princesa.
Solo podía ver el movimiento de sus músculos en su espalda, el cuero moviéndose, pero nada más. La rigidez de sus hombros denotaba la tensión de su cuerpo, la melena plateada moviéndose con cada gesto que hacía. La correa del pache iba por encima de la pequeña coleta que ataba su caballera, envolviendo el cráneo y manteniendo el parche bien amarrado donde debía estar. Uno de sus mayores complejos era que alguien indeseado viera el contenido detrás de él, y a veces discutían por él. Sabía que podía quitárselo en su presencia, que no iba a asustarse como el resto de las damas o a lanzar comentarios desafortunados sobre su pérdida.
-Estás siendo injusto.
-¿Injusto, yo? No soy quien ha tenido que aceptar en contra de su voluntad una alianza que no le placía, esposa. A no ser que la princesa Rhaenys deseara desde siempre prometer a sus nietas con esos niños.
Naerys abrazó la manta sobre sus hombros, sujetándola en la unión de su pecho, al mismo tiempo que bajaba los pies del taburete acolchado y lanzaba una profunda respiración.
-Ese asunto no nos incumbe -reprendió-. E incluso si pudiéramos decir algo, ya está hecho. Nosotros ignoramos la aprobación del Rey y de la Reina y nos casamos en Rocadragón sin su permiso.
-Y sin embargo llevan un asunto claro a la capital a sabiendas de que iban a ganar la discusión con el apoyo del Rey. Los críos de mi hermano son más inteligentes que ellos -lanzó el jubón de cuero con rabia contra el suelo. Naerys se asustó con la agresividad que estaba tomando aquella discusión-. Y por si fuera poco habrá que verlos en la cena.
-¿Qué cena? -preguntó Naerys, sorprendida y confundida a la par.
Aemond se dio la vuelta. Tenía la mandíbula apretada y se apresuraba a desamarrarse los botones de las muñecas. Ya estaba caminando en otra dirección. Ni siquiera hizo contacto visual con ella.
-Ninguna. No vamos a ir.
-Eso ya se verá dependiendo de la gravedad del asunto, Aemond -le respondió-. ¿Qué cena?
-El Rey quiere cenar con toda su familia reunida aprovechando que todos estamos en la Fortaleza Roja. Preferiría limpiar las cuevas de los dragones y sus mierdas antes de reunirme con alguno de ellos tras esa humillación.
Naerys, sin embargo, lo vio como una oportunidad para estar con su familia todos unidos al menos una única vez sin crear instigaciones. Por el bien del Rey. Lo habían visto aquella mañana; ya no era un hombre que pudiera sostenerse por sí mismo sin ayuda y mucho menos capaz de soportar un disgusto más. Ese hombre estaba a puerta del Extraño, y este esperaba para darle su brazo. La princesa Naerys miró a su esposo con seriedad.
-Dudo que vuestra madre permite que no acudamos cuando se espera de nosotros que vayamos. Sigues siendo hijo del Rey y yo su sobrina. ¿De verdad crees que será feliz sabiendo de nuestra ausencia?
Se giró en su dirección, retándola con la mirada
-No me importa -en ese momento, una chispa pasó corriendo por sus ojos que hizo que las arrugas de su frente desaparecieran y su expresión se suavizase-. Espero que al menos tu malestar físico esté mejor que el del Rey.
Si era una broma, solo le hizo gracia a él. De hecho, le sorprendía la capacidad que tenía para concentrarse en otros asuntos más que prestarle atención a ella que literalmente había salido de la Sala del Trono por su petición y ni siquiera había aparecido en las horas posteriores por ir a Pozo Dragón.
-Gracias por preguntar. Pero antes te habrías percatado nada más entrar de mi estado. Supongo que las cosas cambian, incluso para nosotros -recogió la mitad de la manta, que caía cuan larga era-. Dorothea -la sirvienta entró casi a la carrera en el dormitorio-. Prepara la bañera para el príncipe. Sus sentidos han nublado su olfato y está apestando el dormitorio.
La doncella obedeció y fue a llamar a los sirvientes corriendo. Naerys aprovechó para acercarse a la cama, recogiendo la falda del camisón y abrazándose a la manta. El canto de los pájaros en el exterior sonaban cercanos, seguramente porque estuvieran apoyados en la barandilla del exterior. El dormitorio no tenía un balcón, pero los ventanales podían abrirse y daban a uno de los torreones de la Fortaleza que miraban hacia el mar. Era una de las cosas que más le gustaban de ese dormitorio y que la habían pillado por sorpresa; su cercanía al océano, la llegada del olor del mar y el agua que desembocaba en este desde el Aguasnegras.
-¿A dónde vas?
-A intentar hablar con mi padre antes de la cena. Solucionar unos problemas que vienen de antes -se dejó caer sobre el colchón de plumas, estirando las piernas. La daga, un regalo de la Mano, descansaba en la mesita al lado de unos gruesos libros y un candelabro a medio consumir.
El corazón golpeando en su pecho martilleaba con fuerza. Naerys se acarició el cuello, empapado en sudor y con algunos mechones pegados a su nuca.
-¿Para qué ir cuando puedes atender otras cosas?
Su doncella entró seguida de dos sirvientes que cargaban una bañera de metal. Los dos la pusieron en medio del dormitorio, al lado de la chimenea, moviendo los muebles que estaban ahí dispuestos contra las paredes.
-¿Bordar flores y dragones, gestionar fiestas de té y pasear con otras damas que deben morirse de ganas de cotillear sobre lo que ha pasado hoy en la Sala del Trono? Estoy demasiado débil como para soportar a algunas de ellas en estos momentos.
-Malestares femeninos -lo escuchó mascullar.
Naerys se tocó el collar. Nunca se lo quitaba. Ni para dormir ni para bañarse. El metal era resistente, y de la mejor calidad. Y que los dioses la castigasen si alguien pensaba que iba a deshacerse del último recuerdo que tenía de su madre. Alejó el recuerdo de su madre y sus últimos momentos, cuando le acarició la cabeza y le dio una de sus mejores sonrisas mientras se agarraba el vientre abultado.
-No eres el único defraudado con ellos.
Los sirvientes se marcharon de la habitación tras colocar y llenar la bañera. Avivando las llamas del fuego estaba la doncella, arrodillada frente a la chimenea cuidando de las llamas. Aemond había conseguido quitarse la camisa, exponiendo su pecho pálido y en el cual se dibujaban sombras con la iluminación. Mantenía los pantalones puestos, pero estaba descalzo. Parte de su melena estaba todavía recogida, y se tocaba las hebillas del parche con la atención fija en donde estaba la bañera. O donde estaba la doncella, de rodillas y con la atención en su tarea. Naerys vio algo extraño cruzar su ojo, como una especie de movimiento en el orbe que lo hacía...deslumbrar.
La doncella dejó lo que estaba haciendo, dejando el artefacto al lado de la chimenea, y se levantó limpiándose las manos en el delantal blanco del uniforme. Despreocupada, se dio la vuelta dispuesta a irse. Su tarea ya había terminado, ¿qué más daba su presencia ahora? Hasta que notó la presencia de ambos sobre ella, y se paró en rotundo.
-¿Quiere que le ayude, mi príncipe?
Naerys mantuvo los ojos fijos en ella mientras se acercaba a recoger las prendas arrancadas antes. Intentó no verlo de la peor forma posible, de la misma forma en la que las damas de la Corte solían quejarse a ella porque sus maridos les prestaban más atención a las sirvientas que los atendían o a otras damas y ella las escuchaba en silencio sin saber qué clase de consejo darles. Había escuchado rumores, además, sobre los gustos que el hermano de su esposo tenía cuando se despertaba de una noche de fiesta y su esposa la princesa no estaba cerca. La clase de barbaridades que hacía con las sirvientas y doncellas a su servicio, el rumor sobre las decenas de niñeras que habían pasado en los últimos meses porque el príncipe se hartaba de ellas y no le complacían; nada que ver con el cuidado a sus hijos, por supuesto.
Incluso los votos se rompían. Así lo hacían todos los hombres protegidos y seguidores de la Fe de los Siete, y también los que no la seguían. Los hombres eran hombres, tenían sus necesidades y las pagaban con cualquier.
Desde las esclavas traídas a la fuerza y como motín de alguna guerra hasta prostitutas que así lo querían de los burdeles más exclusivos de la capital o las ciudades de los Siete Reinos. Hombres que llevaban a sus hijos a ver esa clase de espectáculos...y hermanos que llevaban a sus hermanos pequeños a hacerlo. Aemond varios meses después de boda le había contado lo ocurrido en algún burdel de Desembarco del Rey, en la Calle de la Seda, cuando era su onomástico. Cómo su hermano lo había llevado a estrenarse como hombre y había acabado acostándose con la mujer que pronto se convertiría en la jefa de todo aquello. Y le había jurado por lo más sagrado, por dioses en los que sí creía de acuerdo a los esfuerzos de la Reina y los Hightower en educarlo de esa manera, que jamás volvería a pisar ese sitio, ni estando borracho. O que se convertiría en clase de hombre que es su hermano.
Pero si incluso el más fiel de los hombres prometía eso a su prometida y posterior esposa, seguía siendo un hombre. Sus necesidades y antojos. Y siempre conseguían lo que quería. Cualquier excusa servía. Una esposa no complaciente, deseos que superaban su fe, impulsos que surgían de repente... Cualquier cosa. Incluso el de una esposa incapaz de servirle como debía, enferma. Como ella.
-Dorothea -la cabeza morena de su doncella se volvió hacia ella al escucharla, sujetando las prendas bajo sus brazos-. Llama al maestre y pídele que me prepare unas compresas tan pronto como pueda.
La doncella se marchó corriendo. Naerys se limpió el sudor contra la tela caliente del camisón, y se apuró a levantarse. El suelo frío de la misma piedra lisa de la que estaba hecho el resto de la fortaleza contrató con la calidez que desprendía su piel, casi podría haber salido humo.
-Una vez la Reina dijo que nuestro papel ahora en la Corte era representar de forma honrada el orgullo y poder de la Casa Targaryen -inspiró por la nariz, llegándole los aceites que habían echado en el agua de la bañera, y se volvió a mirar a su esposo duramente-. Una disputa familiar no va a ser la causante de su ruptura.
Dorothea se encargó de vestirla de acuerdo a las órdenes de la cena que había recibido. El Rey quería hacer las paces con su familia, solucionar los problemas que llevaban arrastrando años y años. Si incluso la princesa heredera y su familia y la Reina habían aceptado, aunque no les quedase otro remedio, entonces los demás solo eran meros peones que seguían las indicaciones. Ella iba a seguir las instrucciones del Rey, fuesen cual fueran. A Aemond no le hizo gracia, y se atrevió a amenazarla con no acudir a la cena alegando cualquier excusa, pero no puso pegas cuando en el baño estuvieron hablando en alto valyrio y practicando nuevas palabras.
Un hermoso vestido negro que enseñaba los hombros y se abría por los brazos para revelar la tierna piel adornada con joyas blancas y azules, un guiño a su casa materna. El rojo caía en su falda en un tejido diferente, más suave y con el símbolo de los Targaryen grabado. La melena plateada recogida en una trenza a la mitad del amarre. El collar, como siempre, con ella. A Aemond se le vistió como habituaba. Ropa de cuero ajustado, el pelo lacio peinado hacia atrás y ajustado a una correa de cuero del mismo color -negro- unida a los broches del parches para evitar accidentes.
La cena iba a ser en una sala privada, fuera de la vista de cualquier noble o sirviente enviado a cotillear. No en la Sala del Trono. Una sala amplia e iluminada con velas, de dos alturas y en la más alta estaban la mesa y un amplio hueco en el que Baela, Rhaena, Jace y Luke estaban hablando. La princesa Rhaenyra y su padre estaban cercanos a la mesa, con ella sentada y sujetándose el vientre hinchado por el tercer embarazo con su padre. La Reina y la Mano también estaban sentados, y la princesa Helaena estaba inclinada sobre la mesa para hablar con él. Aemond y Aegon estaban en una de las esquinas hablando en voz baja.
Acababa de regresar de la sala donde las Hermanas estaban atendiendo el cuerpo de su tío Vaemond, bajo la supervisión de su abuela. Le había dado sus condolencias, y había defendido la postura de su padre como se esperaba de ella. Vaemond se había pasado de listo, desde insultar el parentesco de los hijos de la princesa hasta llamarla golfa solo por negarse a aceptar la decisión del Rey.
Su padre se acercó nada más verla aparecer. También vestía de negro, y tenía el pelo lacio echado hacia atrás aunque suelto.
-¿Has ido a ver a la princesa Rhaenys? -le preguntó al lado de la oreja. Naerys lo abrazó de vuelta.
-Lo suficiente como para que haya criticado mi matrimonio y me haya expresado su opinión antes de la recepción -se separaron, y la sonrisa pícara de su padre acentuaba sus rasgos. Era igual a las que le daba cuando era una niña y sabía que sus respuestas le divertían-. Me gustaría haberos saludado antes.
Su padre la mantuvo a su lado incluso cuando Baela y Jace no estaban tan lejos y le interesaba saber de lo que hablaban. Cosas de prometidos, se dijo, y además debían de llevarse muy bien para ya estar comportándose de esa forma.
-Los niños crecen, pero incluso a esa edad dudo que alguno recuerde a otra persona que no sea quienes los cuidan.
-Temo no conocer eso, más los días en los que Baela y Rhaena lloraban. Me atrevo a decir que incluso las añoro.
No hubo una respuesta, pero sí una indirecta. Sabía que la muerte de su madre había sido traumática para todos, pero más para su padre, que había visto los restos calcinados antes de ser devueltos a Marcaderiva para el funeral. Los días que la siguieron fueron de los peores que recordaba. Una orden a su dragón, se dijo. A veces le sorprendía que los dragones siguieran esa clase de órdenes de sus propios amos, y que no sintieran nada tras eso. Vhagar se dignó a seguirlos hasta la isla de sus abuelos, el hogar de los Velaryon, sin montura. Hasta que la noche del funeral Aemond la reclamó en contra de lo que se esperaba y ganó un dragón.
-Siguen siendo mocosos después de todo.
Naerys le dio la razón, sin saber bien qué decir, y ya fue algo con lo que se contentó. Le dejó un beso en la frente, de la misma manera que había recibido el último en su boda, antes de entregarla a manos de otro hombre.
Las puertas se abrieron tomando a todos por sorpresa. La Guardia del Rey llevaba al Rey en una silla en lo alto, sin la corona y con el mismo atuendo de aquella mañana. Su padre le dio un golpecito en el brazo.
Cuando a todos se les permitió reclamar su asiento, el sirviente la ayudó a mover la silla que le permitió sentarse y a empujarla cerca de la mesa. Estaba sentada entre ambos hermanos, Aemond y Aegon, con la princesa Helaena a un suspiro y la Mano del Rey frente a ella con una mirada indescifrable. Aemond estaba sentado en una de las puntas de la mesa. No había mezcla, solo bandos, de nuevo.
Aemond tomó asiento después, dejando que su mano se deslizara hacia tu muslo en señal de invitación. Naerys se dio cuenta de que sus dos hermanas ahora estaban sentados con sus prometidos, que eran las hijas de Daemon Targaryen igual que ella con Lady Laena. También había visto cómo se casaban la princesa Rhaenyra y él en una ceremonia íntima en Rocadragón, cogida de la mano del maestre que se encargaba de los cuidados de los príncipes. Una ceremonia igual de hermosa como de extraña.
Alrededor de la mesa, todos los miembros de la familia Targaryen-Velaryon-Hightower reclamaron sus asientos mientras el rey Viserys Targaryen, el primero de su nombre, se sentaba en el enorme espacio que separa a la Reina y a la princesa heredera.
Cuando los guardias se retiraron, el Rey comenzó a hablar. Su tono era suave y variaba dependiendo de la posición que tomase:
-Qué bueno es...poder verlos a todos esta noche...juntos.
La tensión en la mesa era casi palpable, fina, lo que hizo que la Reina le preguntara a su esposo a modo de intermediaria.
-¿Una oración antes de comenzar?
-Sí -estuvo de acuerdo Viserys.
Todos tomaron la forma apropiada de oración, ella mirando a la princesa Rhaenyra aparentemente confundida por un momento antes de juntar las manos pese a su negativa relación con los Siete.
-Que la Madre sonría en esta reunión con amor. Que el Extraño se ocupe de los lazos que se han roto durante demasiado tiempo -Naerys al menos pudo compartir ese sentimiento-. Y a Vaemond Velaryon, que los dioses le den descanso.
Si bien nadie dijo nada acerca de eso último, dicho por la Reina Alicent deseando descansar sobre un hombre asesinado en la corte esa mañana, una risa rompió ese espacio. Naerys la habría reconocido en cualquier lado. No dijo nada. Simplemente se quedó asintiendo con la cabeza cuando terminó la oración y levantando la cabeza para reclamar la mano de su esposo en la suya.
-Parece que esta es una ocasión para celebrar. Mis nietos, Jace y Luke, se casarán con sus primos, Baela y Rhaena, lo que fortalecerá aún más el vínculo entre nuestras Casas ¡Un brindis por los jóvenes príncipes y sus prometidas!
Daemon se burló y aplaudió mientras tomaba su copa, su esposo Aemond espiando su ligera sonrisa de diversión. Jace dejó que su copa cayera sobre la mesa con fuerza, lo que llamó su atención.
-Brindemos también, príncipe Lucerys... El futuro Señor de las Mareas.
Naerys alzó su copa y bebió. Un suspiro tuvo que contenerse para sus adentros, sintiendo la mano de Aemond acariciando la carne de la parte interna de muñeca descubierta. Un toque que consiguió ponerle los pelos de punta. Pero todo se detuvo cuando el Rey gruñó y se puso de pie inquieto, inclinándose hacia adelante sobre la mesa para sostenerse. Sus palabras fueron pronunciadas entre jadeos:
-Me alegra el corazón y me llena de tristeza ver estos rostros alrededor de la mesa -miró a su alrededor con sentido-. Los rostros más queridos para mí en todo el mundo... Sin embargo, se han distanciado tanto el uno del otro... En los últimos años.
Aemond parpadeó una vez, luego dos veces, y bajó la mirada hacia la mesa antes de mirarte. Solo pudo devolverle las caricias silenciosas y los apretones. Su intento de sonrisa se desvaneció, junto con la de todos, cuando volvieron a levantar la vista, viendo a Su Majestad alcanzar el pestillo que mantenía la máscara dorada en su lugar. Estaba acostumbrada a la herida y la cicatriz de Aemond, a sus dolores y continuos cuidados pese a que ya no pudiera hacerse nada para sanarla, pero la del Rey era algo completamente diferente.
El gesto de consuelo que su marido hizo fue apretarle la mano, pasando el pulgar sobre el dorso despejado, cuando el Rey dejó caer su mascara y les dio una vista directa a su decadente rostro. Aegon y Helaena se negaron a mirar, sus ojos sobre la tabla mientras su padre miraba a toda la mesa y se aseguraba de que lo viesen. Incluso él se dio cuenta de los rostros consternados
-Mi propia cara...ya no es atractiva —resopló levemente ante su propia broma—, si es que alguna vez lo fue. Pero esta noche... Deseo que me veáis...como yo soy.
La Mano miraba al rey directamente, con audacia, y sus ojos solo podían soportar pequeñas miradas, centrándose en la forma en que Aemond te distraía con sus dedos subiendo y bajando por tu muslo en tu regazo
-No solo el Rey -continuó el Rey, con la respiración demacrada-, ¡sino tu padre! ¡tu hermano! ¡tu esposo! -y luego miró hacia el centro de la mesa-: Su abuelo. Parece que no...-golpeó la máscara dorada para enfatizar su punto, todos los ojos mirándolo ahora-. No tengamos más malos sentimientos en nuestros corazones. La Corona no puede mantenerse fuerte si la Casa del Dragón permanece dividida. Dejad a un lado vuestras quejas. Si no fuera por el bien de la Corona... ¡Entonces, por el bien de este anciano! ¡Quién los ama tanto a todos!
El silencio incómodo se extendió por la mesa. Algunos, rezagados, no se atrevieron ni a respirar con más fuerza de la debida. El Rey jadeó exhausto mientras volvía a caer en su asiento con la ayuda de la Reina; volviendo a colocar la máscara sobre la mitad putrefacta de su rostro.
De repente, la princesa heredera Rhaenyra se levantó de su asiento con la copa en la mano, haciéndola sentar más derecho casi inconscientemente. Después de un momento, la princesa habló:
-Deseo levantar mi copa a Su Gracia, la Reina -cuando esta ayudó a ponerse la máscara de oro, levantó la vista con curiosidad-. Amo a mi padre -continuó, dirigiéndose a la Reina-. Pero debo admitir que nadie se ha puesto de pie...más lealmente a su lado que su buena esposa -tras una mirada significativa, la esposa de su padre habló con el resto de la mesa-. Ella lo ha atendido con...devoción, amor y honor inagotables. Y por eso, tiene mi gratitud. Y mis disculpas.
Cuando sus se cruzaron con los suyos, mientras se sentaba, la copa de Naerys se alzó en apoyo a la princesa heredera y su nueva madre.
-Por la Reina Madre.
Los demás se hicieron eco de sus palabras y tomaron su sorbo de vino, viendo que la Reina aceptaba las palabras de tu madre, y por consiguiente las suyas.
-Tu gentileza me conmueve profundamente, princesa.
Daemon se sentó hacia adelante ante las palabras de la Reina, Rhaenyra la observaba mientras Aemond parecía quedarse quieto para observar el tenso intercambio.
-Las dos somos madres...y amamos a nuestros hijos. Tenemos más en común de lo que a veces permitimos -Rhaenyra aceptó sus palabras, a su vez, y la Reina Alicent Hightower se puso en pie y alzó su copa en alto-. Levanto mi copa a ti y a tu Casa. Serás una buena reina".
El resto de la mesa hizo lo mismo y, con el Rey Viserys, tomó sus tragos de vino. Aemond sonrió con dificultad, más una expresión de decoro que sincera. Naerys apretó los dedos en sus mano, mientras que con la otra apuraba el trago. El tacto metálico del anillo de boda la sorprendió; pensaba que se lo había dejado en el dormitorio tras el baño. Pero su atención se desvió cuando Aegon vació su copa, se aclaró la garganta y se levantó de su asiento.
Suspiró y vigiló de cerca mientras ella también dirigía la atención en silencio. No podía entender las palabras que Aegon murmuraba a su ahora hermano, Jace, pero sabía que al muchacho le gustaba instigar y ser el centro de atención de algún conflicto; su farsa de servirse una nueva copa de vino solo lo llevó hasta cierto punto.
Lo que se dijo molestó al príncipe lo suficiente como para que sus manos golpearan la mesa mientras estaba de pie. La sonrisa de Aegon le aseguró que se refería a esta reacción. Escuchó cómo su hermana le llamaba la atención.
Pero cuando Aegon se dirigió a su asiento, fue el momento de Aemond de ponerse en pie, y con toda su altura puesta en advertencia miró a Jace como si quisiera decir algo. La mesa se quedó quieta, e incluso Viserys, que había sido testigo de la ferocidad de su marido, esperó con la respiración contenida.
-Mi amor —susurró, alcanzando la manga de Aemond para dar un simple tirón-. Por favor —le suplicó en voz baja, rogándole que volviera a sentarse. Pero cuando se formó un puño ahí donde ella tocó, Naerys se estiró para ponerse casi en pie, incluso a sabiendas del dolor que iba a esperarle después levantaste. Le miró a los ojos-. Aemond, por favor, no hagas esto, te lo ruego.
Su brazo se tensó hasta puntos en los que no supo si era parte de la reacción. Sin ni una sola mirada de por medio, Aemond se sentó lentamente Mientras Jace solo golpeaba con su puño el hombro de Aegon en una muestra de buena fe, notando la forma en que Aemond se puso rígido incluso bajo tu toque relajante.
Jace brindó con su propia copa:
-Al príncipe Aegon y al príncipe Aemond. Hace años que no nos vemos -Jace apartó la mirada de Luke y la miró a ella y a Aemond-, pero tengo buenos recuerdos de nuestra juventud, momentos compartidos. Y es obvio el amor, la devoción y el respeto que le muestras a mi nueva hermana, príncipe, y por eso, te doy gratitud y agradecimiento
Hizo una pausa para mirar a Aegon, que parecía amargado ante la muestra de responsabilidad y lengua educada, con la boca entre las manos.
-Y como hombres, espero que aún podamos ser amigos y aliados. A ustedes y a sus familias, buena salud, queridos tíos. O, mejor dicho, querido tío y hermano.
La mano de Aemond sobre la suya se tenso, movimiento que acabo inadvertido cuando dio la vuelta a ambas y puso la suya encima, los dedos entrelazados en una sola.
Pensando que se habían terminado los brindis de la noche, le pilló la sorpresa cuando Helaena, una chica generalmente callada y en sus asuntos, se levantó de su asiento como si ardiera en llamas, alzando su copa en alto y con las cabezas de todos los miembros en la mesa atendiendo.
-Me gustaría brindar por Baela y Rhaena. Se casarán pronto -les dio una sonrisa que podría clasificar como encantadora, que fue respondida con otras y una mirada de orgullo por parte de Baela-. No está tan mal. Sobre todo, si simplemente te ignora... -entonces, se le ocurrió un pensamiento-. Excepto a veces cuando está borracho.
No era su intención, pero Naerys se rió un poco, los ojos se abrieron de par en par mientras intentaba no mirar a la mesa. Cuando finalizó su repentino ataque, pudo jurar que la Mano, abuelo de Helanea, soltaba una risita singular ante las palabras de su nieta y aprobaba su comentario como cualquier otro. De hecho, afirmó que lo hacía, cuando Helaena volvió a encontrar su asiento y él asintió con la cabeza, murmurando: «Bien».
-Vamos a tener algo de música -dijo su tío, y un momento después, los músicos en vivo tocaron una melodía.
La curiosidad le ardió cuando Jace se levantó de su asiento, murmuró a su prometido y luego rodeó la mesa para acercarse a Helaena con una mano tendida.
-Jace -advertiste a tu hermano cuando se detuvo a su lado. Pero mirando en dirección a la princesa Helaena. Aegon no podía apartar la vista de su esposa cuando ella aceptó, y dejó que el Príncipe la llevara a un amplio hueco delante de la mesa para bailar.
Aegon se giró como si no comprendiera nada y compartió una mirada endurecida con su hermano. Aemond dejó que su silla retrocediera un poco para tener una visión adecuada de su entorno, sin romper el contacto de sus mano y animándola a acercarte. Naerys suspiró por esa reacción.
-Gracias -le agradeció. El ojo fue directamente hacia ella, consiguiendo llamar su atención.
-Es lo mínimo que puedo hacer para que la salud de mi esposa no se marchite.
-Independientemente de eso -apretó sus manos, y se atrevió a poner la mano en la que llevaba su propio anillo de casada encima-. Está siendo una velada muy agradable.
Él carraspeó.
Pasaron unos minutos, en los que la escena se desarrolló con total naturalidad para lo que eran todos ellos en familia y compañía. Incluso en algún momento llegó a reírse de un comentario que la Reina le hizo, ganándose el asentimiento de la Mano. En medio de todo eso, ella picoteaba de su plato mientras atendía a la llamada que le hacía. Su hermana Baela, al otro lado, le pasó de buena gana la cesta del pan cuando se la pidió directamente, y la princesa Rhaenyra alabó el buen color de su piel esa noche. También le prometió a su tío ir a leerle esa noche. En algún momento, Aegon se atrevió a intentarle darle conversación, pero al ver que no llevaba al término que deseaba acabó ignorándola.
El plato de Aemond estaba casi intacto. Miraba a su hermana y a Jace bailar consumido en el silencio, mientras que a su lado su hermano daba pequeños mordiscos a su plato y de tanto en tanto se llevaba la copa a la boca.
-¿No quieres comer algo, mi amor?
Parecía que fuera a decirle algo, una respuesta a su pregunta, cuando de repente su atención se centró en otra cosa que levantó sus instintos y armadura. Fue entonces cuando ella al girarse, puesto que Aemond miraba por encima de su hombro, descubrió al joven Lucerys Velaryon, con sus mejillas redondeadas pero con algún que otro rasgos que comenzaba a transformarse, a sus espaldas y mirando en su dirección. Con la mano tendida, igual a como Jacearys había hecho con la princesa Helaena para invitarla a bailar.
-Mi señora -el tono le vaciló unos instantes, hasta que consiguió recuperarse y controlarlo. Naerys lo miraba a los ojos de acuerdo a la proposición que le estaba haciendo-, ¿un baile conmigo?
El maestre había sido claro al decirle que debía descansar y tomarse las cosas con calma. Pero en ningún momento había dicho que no podía hacer un esfuerzo para salvar la reputación de su familia frente a la mirada atenta y desesperada del Rey. Y eso, por encima de su salud, estaba su deber para con la Corona. Naerys miró a Aemond de reojo, que la miraba en silencio y con el rostro pétreo. Su cicatriz nunca había parecido tan grande, y todo por la presencia de aquel chico que ni le llegaba al pecho.
-Por supuesto.
Naerys hizo un esfuerzo mental y físico para levantarse del asiento, ayudada por un sirviente que rápidamente la atendió, y fue cogida de la mano de Luke hacia la improvisada pista de baile donde su hermano y la princesa Helaena continuaban danzando. Jace se percató de sus intenciones, y se movió con su acompañante para dejarles espacio.
Lucerys mantuvo las distancias todo el rato que estuvieron bailando, si es que era una norma. A diferencia de su hermano, algunos de sus pasos eran torpes pero se esforzaban por mantener el ritmo. Ella incluso se atrevió a relajar el ritmo, alejándose del patrón que los músicos marcaban con sus instrumentos y melodías. Helaena reía entre salto y salto, las carcajadas de Jacearys acompañándola y en uno de esos abrazó la espalda de ella riendo como jamás la había visto divertirse. También escuchaba las risas de sus hermanas, incluso si habían pasado años sin escucharlas a ambas.
Lo que sí distinguía bien era la risa de su padre, acompañada de lo que parecía ser la voz de la princesa Rhaenyra. La voz de la Mano también sonaba, más grave y menos intensa que ambas anteriores. Todos en armonía, cumpliendo los deseos de un moribundo que había tenido que salir de la cama y de su medicación, que controlaba sus continuos dolores, para acabar siendo lo que en su momento tendrían que haber sido. Luke se disculpó varias veces por pisarla, alegando que era malo bailando y que nunca había aprendido bien, pero ella también se disculpó al no estar en su mejor momento.
Hasta que el ruido de un golpe repentino los calló y obligó a los músicos a detenerse. La sonrisa de Lucerys desapareció tan pronto como las voces de la estancia decayeron. Naerys y él miraron en dirección a donde procedía. La mesa estaba como la había dejado, cada uno ocupando su respectivo asiento, Jacearys y Helaena con ellos bailando... y su esposo Aemond de pie con una copa alzada.
-Tributo final. Alcemos nuestras copas -un silencio en la mesa y en la improvisada pista de baile en la que estaban.
Hizo que Lucerys se acercara a la mesa con ella, a su correspondiente lado, y tomó la copa mirando a su marido. Escuchó el ruido de la silla de Aegon arrastrarse hacia atrás para dejarle espacio.
-Por la salud de mis sobrinos. Jace -dirigió una vaga mirada hacia donde el chicho estaba, que hizo un gesto en su dirección para indicarle con la copa-, Luke -no supo describir qué clase de mirada se dieron-, Joffrey. Cada uno de ellos guapos, inteligentes -una pausa tensa hizo que varias cabezas se volvieran confusas entre ellas. La Mano del Rey entrecerró los ojos, tamborileando los dedos sobre la copa dorada- y fuertes.
-Aemond -la Reina le lanzó una mirada de advertencia.
A su lado, Aegon agachó la cabeza. El espacio cálido que el Rey había dejado a su marcha comenzó a mezclarse con la nueva aura oscura que se cernía sobre ellos, amenazante. Naerys intentó buscar un punto de inflexión en los ojos de su marido, pero estos no dejaban de mirar al frente, como si rechazase cualquier intento de detenerlo.
-¡Ven! -su gritó resonó en toda la sala, consiguiendo que algunas de las cabezas de los siervos a sus espaldas se levantasen de donde estaban-. Con mi dulce esposa, alcemos nuestras copas por estos tres chicos fuertes*.
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*En la versión original, strong no es solo un adjetivo, sino también el apellido de la supuesta Casa de la que se teoriza que los hijos de la princesa pertenecerían por su paternidad.
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No quiero ser solo tu sueño…¡quiero ser tu mejor realidad!, pensé en el momento que me enviaste el mensaje de texto a mi celular, pidiéndome que pasara a recogerte a tu trabajo.
Al momento que te vi, enfundada en ese traje blanco de falda entallada, que hace resaltar tus piernas, tu cintura, toda tu figura, ciertamente te ves muy seductora y hermosa, dispuesta a enloquecerme. Inmediatamente mi mente imagina como te quitaré tu ropa.
Entramos en el auto y te beso apasionadamente. Deslizo mi lengua por tus labios, recorro tu cuello, siento tu respiración empezando agitarse, me excita y me enloquece. Me pides que pare, que no siga, que mejor nos vayamos a mi departamento a saciar estas ganas que nos consumen.
Pongo en marcha el auto, corremos con suerte, casi no hay trafico en la ciudad, llegamos sin contratiempos a mi departamento. Al entrar te percatas que tengo todo preparado para un encuentro especial, una cita que no olvidaras en mucho tiempo. Ves el camino de pétalos de rosas que conducen a la recamara, donde haré vibrar tu cuerpo y te arrancaré los gemidos más intensos que tu boca ha emitido. Cruzamos la puerta de la recamara y en ese instante te das vuelta y te prendes a mi boca, me besas con una intensidad que me hace perder la cordura, comienzo a despojarte de tu saco rápidamente, mis manos buscan tus senos que ya se encuentran totalmente duros, suplicando salir de las ataduras del sujetador, mi boca se prende a tu cuello, lo recorro disfrutado cada parte de tu piel, buscando encenderte, excitarte, más de lo que ya estas, mis manos te despojan de tu falda, quedas en tu fina lencería, es negra con encaje, sabes que son las que más me gustan, me aproximo para besarte de nuevo, para luchar apasionadamente con tu lengua que empieza a jugar al escondite y asomarse para lamer mis labios, mis manos te quitan el sujetador, se hacen dueños de tus senos, los aprietan buscando ponerlos más duros de lo que ya están, mi boca los besa, los muerde, me propongo hacer que te derritas, que vibres con cada lamida, con cada caricia. Me levantas y me vuelves a besar, me desabrochas el pantalón, metes tu mano y te apoderas de mi miembro, me excita sentir tu mano jugando con mi pene. Nos quedamos así, de pie, mirándonos, hablando con los ojos, traspasándonos uno al otro con la mirada, con tu mano escondida en mi pantalón. Me excitas mucho, me quitas mi camisa, te arrodillas ante mí, bajas mi pantalón, salta mi miembro totalmente duro, firme y colocado perfectamente a escasos centímetros de tu boca, tan cerca que siento tu aliento, tu respiración, tus manos se aferran a mis muslos, te acercas, abres la boca y colocas tus labios en mi glande, lo aprietas con ellos y con la punta de tu lengua acaricias el inicio, lo introduces en tu boca, yo siento tus labios por todo lo largo de mi pene, me enloqueces, te tomo de tu cabello, gimo y exclamo lo delicioso que lo haces, me haces sentir que soy tuyo…para siempre, lames mi miembro, recorres con tu lengua cada milímetro de mi pene hasta llegar a su final antes de introducirlo nuevamente en tu boca, veo como entra y sale de ella, te digo que pares, que me vas hacer acabar y todavía no quiero hacerlo, tú te detienes aunque me cuesta que lo hagas, te pones de pie y me besas…me encanta cómo me besas…te tomó de la mano y te llevo a la cama, nos terminamos de desnudar y contemplo tu cuerpo magnífico, delicioso, que invita a pecar, acaricio tu piel, tu melena yace sobre mi almohada, tus pechos dicen que me esperan, tu sexo con sus labios recién rasurados aclaman mi atención, tus piernas las abres para comenzar el pecado, doblas las rodillas y me dices…¡ven!, yo te obedezco, me acerco a tu vagina y la beso igual como lo hacia con tu boca, deslizo mi lengua entre tus labios, los acaricio, los lamo, los saboreo probando lo exquisito que son, me pierdo dentro de ti, tú estas tan excitada que cierras los ojos, siento como se arquea tu espalda, aprietas con tus manos tus senos, me pides que no pare, gimes, gritas mi nombre y me encanta que lo hagas, yo sigo introduciendo mi lengua en tu vagina, me ayudo con mis dedos, siento la humedad de tu sexo confundida con la saliva de mi boca, quiero dejarte claro que ahora eres mía…sólo mía, te introduzco un dedo, luego dos, entran y salen sin parar, tú gimes cada vez más fuerte, te retuerces sobre las sabanas blancas de mi cama, cierras tus piernas y gritas con fuerza al momento que me regalas tu primer orgasmo de la noche.
Me acerco a tu boca y te beso, abres tus piernas y mi cuerpo se acomoda para penetrarte, para empezar un viaje al paraíso del placer, mi pene se acopla cabalmente a tu vagina, entra de golpe haciéndote gritar, entierras tus uñas en mis nalgas, empiezo a moverme en un vaivén primero suave, después más rápido, veo tu cara llena de placer, me dice que estas disfrutando cada embestida, te hago mía con pasión, con la convicción de hacerte saber que eres mi mujer, empujo mi pene dentro de ti con frenesí, mis manos recorren tu cuerpo, aprietan tus senos, mi boca busca la tuya, nos besamos, gemimos juntos, las gotas de sudor de nuestros cuerpos se juntan, se confunden. Me miras con tus ojos llenos de satisfacción, te giras y me pides que me ponga atrás de ti, tomo tu pierna y la levanto, mientras mi pene penetra en tu vagina lentamente…muy lentamente…tan despacio que siento cómo se abren tus labios, cómo se introduce cada milímetro hasta el fondo de tu ser, mi mano busca tu clítoris, mis dedos juegan con él, lo aprietan y lo acarician, me acerco a tu oído y te susurro cómo me gustas, cómo me enciendes, cómo me gusta sentir desaparecer mi miembro entre tus nalgas. Comienzas a moverte encajada en mí, con locura, con pasión, con la furia de hacerme sentir que te pertenezco…cómo tú me perteneces…mi pene, entra y sale de tu vagina cada vez más rápido, hasta que nuestros gritos hacen de nuestros gemidos se confundan en uno sólo, llegando al orgasmo juntos, sudando y demostrándonos que somos uno, que somos hechos para pertenecernos.
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Hijos del este
El libro Perdido
Capítulo 6: Las Jaulas Omegas
Por donde sea que Izuku mirara, estaba lleno de personas de todas las castas y razas. Sus rasgos son tan diversos y como únicos, formando un verdadero arcoíris de colores. Hay gente de piel oliva con cabello rubio, mujeres blancas de cabello crespo y azul cielo, ojos rasgados y miradas almendradas, hombres pequeños de rasgos extraños, jóvenes guerreros y soldados experimentados. Y lo único que comparten es su forma de vestir, un uniforme militar compuesto por camisas de diversos colores enfundada por un peto de cuero con correas, botas de batalla y brazaletes de metal.
Izuku intenta disimular su sorpresa cuando descubre rasgos que nunca ha visto, pero no puede evitar preguntarse qué tan lejos han llegado en sus viajes, o cuantos lugares en el mundo existen que ni siquiera sospecha o puede imaginar.
En su pueblo, todos se parecen entre sí, muchos de echo son primos o están conectados en alguna rama genealógica porque no viajan ni visitan otras regiones. Por lo mismo todos se conocen, al punto de saber hasta las rutinas de trabajo de cada uno, la única época del año en que se veía más diversidad, era durante la visita al templo, por los peregrinos de los pueblos vecinos, pero incluso entonces, no existían otros rasgos que no fueran la piel blanca y pelo negro o castaño.
Por su puesto, los Midoriya eran la excepción a la regla. Cuando Izuku nació siendo omega, con cabello y ojos verdes, su madre tuvo todo tipo de reparos para evitar que nadie tocara a su cachorro peculiar, pero al cabo de un año, el caluroso verano obligo a que Inko descubriera al bebé mientras estaba en él pueblo. Dos vecinas inmediatamente fueron a saludar, querían ver al receloso matrimonio y su bebé, pero tan pronto tuvieron al niño en frente jadearon y palidecieron antes de salir corriendo. Inko estaba furiosa, Hisashi también, así que ninguno dijo nada cuando todo mundo corrió al mercado a comprar hierbas y porotos negros para no contagiarse de viruela.
Hasta ahora, todo lo que saben ambos hermanos es lo que pueden llegar a recordar en las festividades por la guerra del exterminio. Su abuelo entonces se sentaba en la cabecera de la mesa para relatar las glorias del ejército y contar porque el imperio los había expulsado de los páramos…. “Son gente sin raíces propias, linaje o valores, esas bestias destruyen y saquean las mismas tierras que los alimentan ¡Peores que perros!” …
Los libros confirmaban las duras palabras del anciano, describían a cada tribu como verdaderos salvajes ignorantes, que no saben lo que es la justicia o un sistema de leyes, criaturas sin ningún tipo de respeto o civilidad…Alguna vez escuchó advertir que sólo un mal oscuro podría mantenerlos unidos tras tantos siglos de existencia. “Sangre maldita”, decía con dureza el abuelo mientras la abuela asintía agachando la cabeza.
Y hasta donde sabe y ha visto, parecer ser toda la verdad.
Pero los pueblos nómades son tribus hermanas unidas por: la creencia en el dios Aodht, las costumbres de guerra basadas en una poderosa caballería y una compleja sociedad cosmopolita que es capaz de absorber lo mejor de otras culturas, en especial si éstas significan una ventaja en batalla.
Cada tribu sólo se distingue por sus orígenes divinos. Donde el mito cuenta la fabulosa historia de como el dios Aodht se enamoró de un mortal y los sacrificios que hizo para dar vida a los tres hijos que engendró con ella, así mismo también se relata cómo estos semidioses dieron origen a los 3 pueblos nómadas y como compartieron los conocimientos para domesticar al caballo salvaje de los páramos.
Los nómades también viajan en grandes grupos compuestos a su vez por pequeñas manadas de guerreros que se hacen cargo de distintas funciones. Van a donde las tierras fértiles los cobijen, ya sea en la estepa, los oasis del desierto o las costas lejanas a las que ningún hombre del imperio de Dagoba a soñado con llegar. Por donde van, la gente hinca la rodilla al Kahn de la región y si acaso alguien se niega a jurar lealtad, no viven para contar la historia.
Sin embargo, la mayoría de las gentes del desierto y la estepa acepta sus formas, e incluso los esperan con ansias porque su presencia es suficiente para ahuyentar a enemigos mucho más difíciles de manejar, después de todo, a los nómadas solo deben soportarlos unos pocos meses, mientras que a un rey toda la vida.
En su mayoría, transitan por sus tierras sin tener que desenfundar la espada o disparar una flecha, salvo para cazar criaturas salvajes como lobos, Felinos de Manul, bestias nomu, osos y jabalíes, las cuales rondan los pueblos aislados de las estepas para alimentarse del ganado y los niños. Pero, aunque esto es conocido, muchos todavía los llaman salvajes.
Si lo tienen merecido o no, es difícil juzgar para quien sabe de historia, pues no tratan a sus enemigos peor a como fueron tratados ellos mismos. En su concepto de justicia cobran una vida por otra vida, comida por protección, una mano por un robo, latigazos por una calumnia, y una muerte deshonrosa para quien mate o robe un caballo de sus arcas. Ninguno de esos castigos es agradable a la vista, especialmente el último, pero ni siquiera la historia, o sus leyes severas generaron tanto desconcierto, recelo y escándalo, como la forma en que contraen matrimonio, el rapto.
Cada año, trazan una ruta nueva en sus bastos territorios, y cuando alguna caravana o pueblo nuevo se cruza en sus caminos con omegas o betas mujeres, les dan a escoger, un tributo o la vida. A esto lo llaman, guerra florida. El por qué o desde cuando lo hacen no es algo que compartan, pero se dice que la sangre nómada no produce omegas o los que nacen, difícilmente pueden ser considerados como uno. Sus portes no distan demasiado al de las otras castas, además, visten igual a como lo hacen las alfas o betas, cabalgan como ellos, usan la espada el arco o el hacha, pelean, beben y toman decisiones como el que más, ocupando los mismos cargos políticos.
Entonces sí, no tienen raíces que los aten a una sola tierra, sino un lazo de sangre y hierro con el que forman manadas para protegerse del mundo. Su amabilidad no se muestra con palabras sino con gestos, su justicia es firme y práctica, pero tienen un ideal de libertad e igualdad entre las castas que nadie más comparte. Mitsuki y Masaru Bakugo, son una prueba de ello, juntos no solo consiguieron imponerse como los lideres máximos entre las 3 tribus, sino que lograron convocarlos para cobrar justicia por la guerra del exterminio y así recuperar la soberanía sobre las tierras sagradas de Yuei.
Pese a todo lo que sabe y teme, todos los nómades que reparan en la presencia de los dos forasteros, se detienen para observarlos de pies a cabeza, tomando nota de la ropa sencilla, la juventud en el omega y la presencia del cachorro que los mira con un mohín enojado y ojos húmedos. Por su parte, los nómades no se molestan en ocultar sus emociones, pero prima la curiosidad antes que otra cosa, algunos incluso los siguen por el camino haciendo preguntas a Tokoyami y luego a Mina, cuando el macho rodó los ojos y los mandó a trabajar.
Izuku se hunde ante el tono duro. Tokoyami es un omega mayor que él, según puede adivinar en unos 5 o 7 años. Por otro lado, Izuku sospecha que este hombre debe ser alguien importante o cuanto menos reconocido, a juzgar por forma en que lo saludan los soldados.
No está seguro, porque el hombre emite una vibra misteriosa e inquietante por dónde camina, al punto que alfas y betas se apartan de su camino incluso sin haberlo visto…Ahora que las tinieblas del bosque no pueden disimular la presencia de Tokoyami, no le cabe duda de que las sombras al su alrededor se mueven de formas extrañas, acentúan sus facciones, envuelven los pasos por donde transita o se achican contra sus pies cuando un rayo de sol las sorprende. Es un portador de magia, pero al mismo tiempo es diferente a los alardes que hacen los charlatanes del pueblo y a la magia que enseñan en la capital.
Mientras tanto, Mina destaca como un ramo de flores en invierno, su apariencia y vestimentas vivas atrae miradas, su carácter amistoso y jovial hacen que sea fácil hablar con ella, los omegas sonríen cuando la ven y le hacen cumplidos como si fueran grandes amigos, entonces resulta difícil juzgar que rol ocupa ella.
Sin embargo, pese a la diferencia entre ambos, es claro que son respetados y reconocidos como superiores, y no puede evitar preguntarse qué hará falta para que alfas y betas te miren como los miran a ellos…
De pronto se detienen frente a una carpa de cuero ancha donde una alfa los recibe con una sonrisa. La mujer era alta y voluptuosa, portando casi como insignia la sonrisa coqueta delineada por un par de labios rojos, su cabello azabache cae sobre sus hombros delicadamente, cubriendo parte del pecho generoso, apenas cubierto por la camisa desabrochada. Izuku se cohíbe cuando nota el escote profundo sin el menor atisbo de un vendaje para sostener sus senos.
- Vaya, un niño besado por el sol…- susurra mientras rodea a los visitantes.
- Lo encontramos en nuestro viaje aquí- interrumpe Tokoyami tras saludarla con un árido asentimiento de cabeza. – revísalo para que podamos enviarlo a las jaulas
La mujer asiente sin abandonar la sonrisa para luego centrar sus ojos celestes en Izuku. El joven omega, se tensa tras notar que la carpa está llena de catres y mantas, su miedo vuelve con fuerza, sin que pueda evitar retroceder, sin embargo, la mujer no intenta invadirlo con preguntas o acercarse más allá de los dos metros que los separan, sino que le ofrecerle sentarse en uno de los tantos catres para luego darle la espalda.
Sorprendido Izuku observa cada movimiento, pero ella solo toma una jarra desde una de las mesas y sirve un poco de agua. En silencio, ella se acerca a Kota, quien se mantiene firme contra la cama con el ceño fruncido mientras tiembla ligeramente. Ella sonríe suavemente mientras se agacha a su altura antes de ofrecer el vaso al niño, inmediatamente kota abre los ojos y mira hacia Izuku.
-Preferiría beberlo yo antes. -dijo Izuku sin quitarle los ojos de encima a la mujer y ella asiente con un gesto extraño, como si tomara nota mental de la situación.
-Por su puesto cariño. Y, por cierto, mi nombre es Nemuri Kayama, soy una matrona y curandera. - informa tranquilamente.
Izuku recibe el vaso con un ligero asentimiento, y lo inspecciona, luego bebe apenas un sorbo en busca de cualquier sabor extraño, pero al no encontrar nada, le entrega el resto a Kota. Ella sigue observándolos profundamente, lo hace sentir como si estuviera en una exhibición, más guarda su incomodidad para sí mismo. – Yo, soy Izuku y él es Kota.
- ¿Puedo saber qué edad tienen?
-Diecinueve y cuatro años. – miente, dispuesto a seguir con la mentira aún si sabe que la mujer sabrá muy rápido que es virgen si lo inspecciona a fondo.
-No representas esa edad – admite la mujer mientras estrecha la mirada para observar mejor la fisionomía del omega- diría incluso que rondas los 15 años y poco más… ¿No es una bendición? - agrega encogiéndose de hombros- es una buena cualidad para cualquier omega, envidiable inclusive.
-No estoy tan seguro. -repuso Izuku, la mente trabajando rápido para sostener su mentira más tiempo- la gente me subestima, me asumen demasiado joven para cualquier responsabilidad- le cuenta con sinceridad oportuna, eso es con lo que ha lidiado toda su vida desde que se hizo cargo de Kota, nadie más podía hacerlo, pero todos hablaban de como lo hacía.
-De cualquier forma, te trajeron nada menos que los chicos de Katsuki, ¿A puesto que uso su voz para amedrentarte? Pobre criatura- dice con fingida preocupación al tiempo que rodea la cama para mirar todo el cuerpo de la omega. Memoriza cada marca de cortejo que encuentra visibles en su rostro y cuello, entonces una sonrisa astuta se escapa, no falta mucho tiempo más para que el celo de este chico llegue.
-Es …rudo, supongo- dice incomodo por el repentino silencio y la incapacidad de seguir los ojos escudriñadores de la mujer.
-Áspero en los bordes- concuerda ella y ahora su atención se fija en el niño- aunque muchos dirían que por dentro también, pero si te envió aquí, antes que, a las jaulas, significa que algo de amabilidad aprendió de su padre. – reflexiona, pero el omega guarda silencio sin confirmar nada.
La mujer entonces camina hasta una mesa y toma un estuche que alberga una pila de herramientas extrañas. Para alarma del ojiverde algunas se parecen a las herramientas de la matrona del pueblo. “No puedo dejar que me toque”, piensa alarmado, “solo dejaron vivir a Kota porque pensaron que era mi hijo…se lo llevará…No, ella es alta pero no tiene la constitución de los otros”. Entonces se desliza suavemente por el borde del catre, pero en la puerta y lejos de la vista, alguien ríe. Es la voz de Mina, lo que significa que están esperando que ella termine de revisarlo…
-Tranquilo, no estoy usando nada de esto…-susurra la mujer cuando se da vuelta y ve los ojos negros del omega- Solo necesito descartar que estes enfermo como dijeron - agrega la alfa mientras se lava las manos en una fuente con agua. - Miraré dentro de tu boca, revisare tu cuello, nada más…
Izuku la mira con sospecha, hundiéndose en el camastro, sintiéndose inútil. Aunque tuviera la habilidad para superar a esta mujer, otros están esperando a fuera en caso de que quiera escapar.
Nemuri sonríe y espera con calma a que el chico se relaje. Sabe que es mejor no presionar a un omega asustado. Cuando el joven por fin la deja acercarse, ella revisa su cabello, ojos y boca, que es lo menos amenazante, luego palpa la barbilla, la piel bajo sus orejas y desciende haciendo pequeñas presiones hasta encontrar los músculos del cuello. En todo momento evita acercarse demasiado a las glándulas de olor situadas en la parte posterior de su cuello.
-Necesito tocarlas un poco- advierte mientras envuelve su mano con un paño blanco.
Izuku toma un respiro antes de inclinarse ligeramente, la marea de nervios regresa, contiene el aire cuando siente una ligera presión sobre sus glándulas de olor, pero el toque es muy suave, tanto que siente un ligero cosquilleo cuando ella restriega un poco el pañuelo.
La mujer inspecciona el retorno rápido del flujo de sangre en la piel, signo de un omega joven. Toma nota de la falta de cicatrices o raspaduras, lo que significa que nadie ha tocado esta parte en la intimidad, lo que aumenta aún más sus sospechas sobre él chico y el niño. Luego huele los aceites y sus cejas se unen ligeramente.
- ¿Puedo saber quién es el niño que te mira con tanto cariño? – pregunta tomando asiento frente a ellos.
-Es mi hijo
Nemuri guarda silencio un breve momento antes de asentir, con el gesto en blanco, clínico en realidad. Intuye que el chico miente, porque carece de muchas señales que las madres desarrollan tras un embarazo en sus glándulas de olor. Por otro lado, los aceites que logro desprender con el pañuelo son como los de un omega adulto y no alguien que está terminando su maduración…. Sin embargo, ahora que puede verlos de cerca, tal parece que existe algo que apremia más.
- ¿Qué es eso? - inquiere la mujer al descubrir la presencia de vendas bajo la ropa.
- Esta cauterizado- contesta Izuku, los sentidos reactivándose más rápido luego de permitir que ella tocara su cuello.
- Esos idiotas debieron empezar por ahí – espetó la mujer mientras se aleja para tomar botellas con diversos elixires, una venda nueva y otra jarra con agua cocida.
Izuku intenta convencerla de que está bien, pero la mujer lo recuesta en la cama y finalmente lo convence de quitarse la camisa sucia. Todo su torso queda desnudo, pero de alguna forma la exuberante mujer no lo intimida demasiado y al cabo de un tiempo se relaja ante sus hábiles manos.
Ella suspira cuando ve la fea cicatriz en el hombro rodeada por ampollas en los bordes. Si no trata eso, se infectará y el chico podría morir por una estupidez. Mientras se ocupa de eliminar el tejido muerto, aplicar aceites medicinales y una nueva compresa, observa lo último que necesitaba ver en el pecho de Izuku para reforzar sus sospechas.
-No imagino cuanto debió doler- susurra, pero no hablaba de la cauterización. Algo semejante a la simpatía se refleja en sus ojos negros mientras venda el hombro para proteger todo su trabajo. Luego sale de la carpa para advertirle a Mina, la única que todavía está esperando fuera, que el omega debe quedarse 4 días ahí o al menos una noche bajo supervisión para verificar la evolución de la quemadura y rehidratarlo.
-Katsuki me despellejará – se quejó Mina, sin embargo, ayuda a amarrar a Izuku al catre junto al cachorro antes de abandonar el lugar.
Nemuri la despide y luego se apresura a tomar notas en un pergamino sobre este paciente y la oportunidad de conocer de primera mano, un caso tan raro de maternidad subrogada. Ella no tuvo que olerlos dos veces para reconocer el fuerte lazo que los unía, pero si bien las feromonas decían que eran madre e hijo, la presencia de glándulas de olor tan pequeñas como esas eran signo de involución por desapego o ausencia de celo, luego confirmo sus sospechas cuando revisó su torso desnudo ausente de estrías y pezones sin madurar.
El joven solo era un omega en pleno florecimiento y el olor había madurado a la fuerza para solventar las necesidades del cachorro. Este lazo tan especial se creó tras la muerte de la madre de ambos y un duelo difícil en el padre…
Abstraída en las implicancias que envuelven este fenómeno, la mujer comenzó a liberar parte de su esencia somnífera. Sólo lo nota cuando ella misma bosteza tras terminar de tomar notas de los dos hermanos, y al darse la vuelta nota como Izuku navega los efectos de su perfume, negándose a perder la conciencia todavía.
La mujer se pregunta que estará pasando por la mente del hijo Bakugo, o que decidirá Masaru una vez sepa que estos dos fueron tomados como prisioneros…El hombre es amable, pero también ha demostrado ser fiel a las costumbres, los separará si hace falta.
Nemuri se acerca a Izuku y se arrodilla a su lado, mientras echa un rápido vistazo hacia la entrada. - Por qué no estoy segura de que sucederá con el niño, es que voy a dar esta advertencia- los ojos se Izuku se abren lentamente, poniendo toda su atención en la mujer que susurra cerca de su rostro- pase lo que pase, asegúrate de ser el último en salir de la jaula ¿Entendiste?
- sí… ¿ya lo sabe verdad?
- ¿Que es tu cachorro? Sí, eso es todo lo que necesitan saber.
Izuku se muerde los labios tras escucharla, no cree que pueda confiar en ella, pero no sabe que más pueda hacer para protegerlo. Con cuidado pasa una mano por la cabeza dormida de Kota, ordenando el cabello negro azabache y besando su frente. Nemuri cierra los ojos ante el gesto protector, deseándoles la mejor de las suertes.
Temprano esa mañana alguien se presenta a buscarlos. Izuku no reconoce al hombre castaño frente a él, pero tampoco es que importe. Justo antes de que este hombre llegara, Nemuri le explica al término de la guerra será emparejado con uno de las alfas...
Una sonrisa irónica se forma en sus labios, ante el recuerdo. Porque él había pedido por un alfa y de cierta forma, si se quedan aquí se cumplirán todos sus deseos…Si tan solo tuviera 19 años, tendría menos miedo puede que en realidad nunca estuvo listo para esto, él quería un cortejo largo como el que habían tenido sus padres, para conocerse y hacerse a la idea de que será una esposa y madre antes de que pueda disfrutar de su independencia y adultez.
Ahora se atará a un alfa que no conoce y que lo llevará tan lejos de su hogar que quizás nunca vuelva a ver su antigua casa…
O podría navegar en torno a estos conocimientos como ella dijo.
Se boca se seca cuando saborea las dos posibilidades que se presentaron: aparearse o escapar. Nemuri no había sido muy clara al respecto, pero si ella lo sugirió, entonces es porque puede hacer cualquiera de ambas. Solo que debe descubrir cómo.
Por el camino, intenta memorizar la disposición de las carpas, los nombres que logra escuchar a todo su alrededor, las insignias que podrían delatar cargos o posiciones militares, observan las armas que usan y sobre todo como ninguno de ellos piensa que pueda ser una amenaza. Algunos incluso los miran con lástima.
Su corazón se entristece al recordar la amenaza del alfa rubio, pues de ser cierto su pueblo será arrasado en poco tiempo o, en otras palabras, ya no le queda nada, salvo Kota. Sus pasos sin quererlo se volvieron lentos, nublados por las lágrimas que corrían por sus mejillas, pero no por perder a sus seres queridos, si no por la idea oscura que se cruza por su mente...
Un jadeo especialmente fuerte detiene los pasos del hombre castaño que conduce a las jaulas. El hombre mira por encima del hombro al prisionero que se cubre la boca con una mano mientras aprieta con la otra al niño que arrastra consigo.
La cuerda tira e Izuku se fuerza a caminar, su cabeza se sacude mientras empuja las lágrimas fuera de su rostro, muerde sus labios para callarse, y aunque Kota lo llama asustado por saber que le pasa esta vez, Izuku no puede mirarlo a los ojos después de haberse preguntado si acaso no habría sido mejor que lo dejara atrás en el bosque cuando tuvo la oportunidad.
Izuku logra calmarse tras un tiempo, convenciéndose que solo es su histeria omega hablando por él, entonces se distrae organizando las ideas y los fragmentos de información que logró recabar. La campaña está lista para partir en cualquier momento, la guerra ocurrirá y solo puede esperar a que pase.
Si pierden la guerra, Izuku tendrá que resignarse a su destino, porque si lograra escapar, no hay forma de que llegue al próximo castillo antes de que sean capturados de nuevo. Pero si ganan, los salvajes huirán y entonces…entonces el podrá regresar a casa. Hasta un campesino sin educación como él sabe que las jaulas de los prisioneros franquean el perímetro más externo para disuadir cualquier intento de ataque del enemigo, además los salvajes no serán tan estúpidos para secuestrarlos durante la retirada, los abandonarán ahí y deberá huir al bosque.
Mas temprano que tarde, las jaulas aparecen. Se ven como enormes trampas de ratones hechas de madera y metal, son vigiladas por beta. De cerca se ven incluso peor, tienen astillas sobresaliendo desde la madera y el olor que desprenden refleja el miedo de los pocos ocupantes que hay dentro.
Resultan ser 4 omegas de unos 17 a 20 años y tan pronto reparan en su presencia se alejan lo más que pueden de la puerta de acceso.
Una vez adentro, Izuku se espabila un poco más, planta los pies firmes por delante de Kota para tantear el carácter de los omegas extraños, mientras el cachorro se aferra a su ropa inquieto por el olor fuerte a ansiedad y angustia. Se miran fijamente, tazando su carácter, pero ninguno parece hostil o frenético, en cambio, tal parece que todos comparten la misma resignación.
- Nos dan dos comidas al día- soltó una omega de cabello verde oscuro de pronto - ya recibimos la primera, pero la otra es hasta la noche. - Advirtió a lo que Izuku contestó con un asentimiento.
- No hagan ruido - refunfuño un Beta grande y rubio pateando la jaula, pero nadie se inmuta. Ya todos saben porque están ahí y no temen que algo peor les ocurra.
Izuku se arrima contra una esquina y mete a Kota entre sus piernas. Allí el niño bosteza y se acurruca para dormir otro poco aprovechando que la mañana recién empieza. Izuku lo abraza oliendo su cabello de bebé grande y lo envuelve con feromonas maternales.
Sus miradas se cruzan e Izuku suspira contra su oído, tan silencioso como puede ser- soy mamá, ahora. -le recuerda y el niño asiente mientras un nudo se forma en su garganta…necesita decirle a Izuku que en realidad nunca pensó que fuera otra cosa.
De pronto se escucha un jadeo e Izuku levanta la cabeza para saber que sucede, pero todos están mirándolo a él, primero con asombro luego con desdén. Sin quererlo se ruboriza, ellos piensan que Kota es un hijo fuera del matrimonio, pero, así como esa emoción viene otra se sobrepone, sus cejas se fruncen en ira, la mirada dura hacia ellos, esperando, a ver si alguno se atreve a decir algo.
No es problema de nadie si Kota es su cría o no, nadie nunca preguntó si podía cuidarlo o si quería hacerlo, tampoco nunca pidió nada prestado para criarlo, entonces ahora nadie tiene derecho a juzgar como lo hace y porqué.
Su olor se arisca de golpe, Kota abre los ojos y se tensa, sorprendido porque casi nunca ha visto a Izuku enojado. Por un momento piensa que es por él, pero la mirada apunta hacia los otros omegas y eso si resulta un poco mas normal. Izuku tiene pocas fibras sensibles, pero cuando las tocan…parece hasta peligroso.
Los otros hacen una mueca en cuanto les llega el olor y retroceden ladeando un poco la cabeza. Izuku se sorprende, notando lo fuerte que es esencia territorial. Normalmente emitir esas feromonas es difícil para él, porque no ha madurado, o más bien porque siempre le han dicho que es un error muy grande que pueda liberar feromonas maternales.
Pero desde que le dijo al salvaje que es la madre Kota, se siente libre y menos sucio por haber adquirido esa habilidad. Quizás solo sea el hecho de que ahora la vida de Kota depende de esto, pero sospecha que también es el echo de que ahora no hay nadie que pueda reprenderlo por usarlas, a pesar de que no lo hace apropósito (no todo el tiempo), sino que solo salen y ya.
Ya entrada la noche, los otros todavía rechazan su presencia. Se apiñan juntos en la otra esquina para protegerse del frío, pero, aunque quisiera hacer lo mismo, Izuku intuye que no será bienvenido.
La misma chica de antes se aleja del grupo y pide permiso para dormir junto a ellos. Izuku se sorprende, pero acepta, así pueden poner a Kota al medio y protegerlo del frío.
- ¿No quieres saber cómo paso? – susurró Izuku compartiendo la capa entre los tres.
-Sé cómo paso…- dijo con el gesto en blanco- los demás harían bien en recordar que no hay omega que pueda imponer su voluntad a la de un alfa.
-Gracias…Yo soy Izuku ¿y tú?
-Mi nombre es Tsuyu- susurra e Izuku asiente, entre los dos abrazan a Kota para que no pase frío mientras pasan la noche.
Kota por su parte apega su rostro contra el pecho de Izuku para respirar su olor a leche, completamente ajeno a lo que pasaba por su culpa. El nudo en su garganta no se va, pero también hay una emoción nueva y cálida que lo hace apegarse más a su mamá “Ahora es mi mamá y ya no vamos volver a casa…” piensa mientras se duerme abrazando a Izuku.
Por la mañana, fueron despertados por fuertes golpes contra la jaula y los gritos de los betas que corrían de un lado a otro dando órdenes en un idioma extraño y gutural. Sin embargo, más allá de la planicie que los separa del campamento, todavía podían distinguir las figuras de los soldados que se apiñan en tandas de varios hombres para marchar hacia la fortaleza de Yukai.
Izuku se levantó y caminó hasta la pared de la jaula, mientras se concentraba en sentir el temblor de la tierra a medida que el ejército iniciaba la marcha hacia la guerra. Una beta le grita y amenaza con la espada para que retroceda, Izuku regresa a su posición frustrado.
- ¿Qué es eso? - pregunta Kota restregando un pie encima del otro mientras observa el ligero temblor en los barrotes de la jaula.
-Es el viento -miente Izuku tomándolo en brazos para que ya no tuviera que sentir las vibraciones. - es la gente que ha salido a pasear- insistió mientras las lágrimas de nueva cuenta amenazaban con caer.
- ¿Por qué lloras? ¿Sigues enfermo?
-No - susurró antes de forzar una sonrisa- estoy cansado porque no dejas de crecer bebé grande- le espeto y luego le hizo cosquillas.
Ese día el atardecer se tiño de rojo intenso con nubes de humo gris. El silencio apenas interrumpido por la brisa que acaricia los campos de pasto y las pisadas de las betas que siguen montando guardia, manteniendo una extraña forma de calma sin paz. Todos los omegas cautivos se sienten obstruidos con pensamientos funestos.
Ya casi llega la noche cuando lo ven, el humo negro en el cielo y al vigía que grita las noticias a viva voz en el idioma grueso y enfadado que sólo los nómades conocen. No lo entienden pero tampoco hace falta, los gritos son potentes y claros, las palabras se repiten sin cesar, hasta que terminan por aprenderlos, “¡bid daind yalsan!...bid daind yalsan”
Los vigías detienen la marcha, algunos corrieron hacia el campamento, otros se limpian las lágrimas silenciosas, unos pocos se llevan una mano al pecho en un largo suspiro, y los demás…Saltan de júbilo.
Izuku llora contra sus rodillas cuando los oye gritar y reír porque su peor pesadilla se ha cumplido, incluso si no ha logrado entender una palabra. Alguien lo empuja levemente, al levantar la vista Kota lo observa con los ojos igual de llorosos, pero él no sabe porque todos en la jaula están llorando, solo esta asustado de que Izuku tenga miedo y porque no soporta verlo triste. La otra omega se limpia las lágrimas y se sienta junto a Izuku para abrazarlo, luego ambos se reconfortan uniendo sus cabezas.
Aquella noche, se duermen todos juntos en la misma esquina.
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' luces fatal ' - @toxxuki
al momento de oírla despega la mirada del frente para verla, sin siquiera molestarse en quitarse los auriculares que trae puestos. “no jodas” es directa y concisa con su respuesta. no tiene energía para lidiar con ella. pero isabella no mentía, su aspecto era completamente opuesto a lo que usualmente aparenta. sin una gota de maquillaje, enfundada en una sudadera con capucha y con bolsas debajo de los ojos. deplorable. “si viniste a burlarte, piérdete”
#toxxuki#sage : convos#sage x isabella#no tuve tiempo de rolearla emo (tm) despues de su mental breakdown visitando el depto#asi que te toca#no me hago responsable de sus acciones :/
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Bajo el Sol del verano — V
Sábado, siete de mayo.
Chelsea ajustó sus gafas de sol de marco cuadrado y grueso, ese modelo icónico que parecía resistir el paso del tiempo. El calor citadino dio paso a la humedad del río Potomac, la espuma se pegaba a su cuerpo y el suave viento le removía el cabello.
Era un día especial: almorzaría con los Atkins en su nueva embarcación, y pasaría toda una bella jornada con su queridísimo amigo. Desde la mañana temprano hasta bien entrada la tarde.
Acomodó su cabello en una coleta mientras sonreía. Estiró sus piernas enfundadas en un cómodo short de vaquero, con una musculosa grisácea de finas tiras en los hombros. Se sentía renovada y realizada, cómoda en su propio cuerpo.
Tonteaba con su amigo en base a lanzar agua con pequeñas pistolas de agua; a continuación, hicieron un tour por los rincones de la lujosa embarcación. Habitaciones bellamente iluminadas, una pequeña sala de estar a bordo con un enorme televisor pantalla plana y un baño con jacuzzi incorporado.
Se detuvieron frente al perlado hidromasaje. Dennis bromeó (con confidencialidad absoluta) que ahora disponían “otro lugar donde bailar” cuando le prestaran la embarcación. Sus mejillas enrojecieron como manzanas y ahogó una carcajada. La sola idea la enloquecía.
Felicitó a los Atkins por su magnífica adquisición. Douglas sonrió con suficiencia, agradeció escuetamente a la joven, quien enarcó una ceja y se alejó del caballero. Eleanor le dedicó una amable sonrisa, en cambio, al tiempo en que sujetaba su capellina pastel y conversó un rato con ella.
«Que distintos son: uno es un puto niño mimado y la otra es la mujer más fenomenal del mundo. Gracias por ser tan buena, señora A.»
Un rato después, Dennis le tendió un batido de fresa y volvió al pequeño bar de cubierta. Chelsea disfrutó del sabor dulce que inundaba sus papilas gustativas: tenía el toque justo de jarabe y frutos naturales.
Devin y su hermano menor se enfrascaron en una conversación sobre tenis. Estaban emocionados ante los torneos internacionales en juego. Desde una prudente distancia se entretuvo oyéndolos hablar; oír a Dex así era un placer indescriptible: excitado, feliz y risueño ante cosas que escapaban su comprensión.
Era el deporte favorito de su amigo. Su máximo ídolo del tenis era Rafael Nadal, tenía algunas gorras y muñequeras a modo de recuerdos del tenista.
Chelsea amaba preguntarle sobre el tema solo por la pasión que emanaba. El rubio escuchaba y explicaba sus preguntas con un brillo risueño en sus deliciosos ojos azules. Le había enseñado sus mejores jugadas y partidos. Pese a que le costara seguirle el ritmo se mantenía en silencio para oírlo.
Quizá así se viera ella al hablar de arte: vivaz y encantadora. «Es una lástima que no haya continuado en su club favorito, todo por culpa de Douglas y su fanatismo por el futbol*.»
Dennis volvió a su lado y le hizo algunos chascarrillos. Su estómago bullía de emoción al sentir el interés en ella; la situación solo empeoró cuando le pidió que le aplicara bloqueador.
Se estremeció ante su presencia. Tuvo que reprimir un gemido de placer ante el tacto con su espalda, aunque fuese en una situación tan mundana y patética.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Por qué estaba tan hipersensible? La arrancó de su embelesamiento a chasquido de dedos.
—¿Me lo colocas tú ahora? —solicitó él—. Si yo lo hago, tú también. Es tu obligación moral y ética.
—¿Eso existe o tiene sentido?
—Si yo lo digo y lo proclamo, sí. Te pagaré con más licuado si lo haces.
—A la orden, Julio César.
Trato de concentrarse y ocultar el remolino emocional en su interior, aunque fue muy difícil gracias a la mente lujuriosa enredada con el encaprichamiento adolescente.
La blanca piel de Dennis, salpicada por diminutas pecas, era suave y tersa al tacto.
Con delicadeza, sus dedos recorrieron su columna, deteniéndose en cada vértebra. Sintió cómo su respiración se volvía un poco más rápida cuando su mano llegó hasta la zona lumbar.
El chico carraspeó a modo de llamarle la atención. Casi que le oyó la mente decir “Aquí no, no hagas un espectáculo de lo que hacemos en secreto”.
La bandada de mariposas en el interior de Chelsea se multiplicaba y golpeteaban sus tripas. Al terminar, se percató de que batallaba por respirar.
—Todo listo, todo en orden.
Dennis la encaró con una ceja enarcada, la joven vio sus mejillas tintadas. Le susurró, cómplice:
—Gracias por la sesión de masajitos, Chels.
El corazón se le doblaba sobre sí mismo. Rio, mientras enredaba sus dedos en un pasador del pantalón.
—Cortesía de la casa.
—Yo no pedí el extra.
—Si quieres puedes pagarme, son cincuenta dólares.
El muchacho le guiñó el ojo.
—Ya cobrarás tu paga.
Luego de una breve interrupción del hermano mayor, volvieron a una charla amena.
—Me dieron ganas de unas papas fritas. ¿Quieres?
—No estaría mal, pero no falta mucho para el almuerzo.
—¿Y?
—Solo digo que no nos llenemos de eso. —Dennis fue a una nevera portátil, extrajo un paquete amarillo y le compartió después de engullir un puñado—. ¿Crees que les gustarán a tus padres las ensaladas que preparé?
—Loff effcuché bafftante feliceff. —Chelsea no reprimió una mueca de asco—. Lo siento, están buenísimas. La que es Waldorf luce fenomenal, y la ensalada primavera irá fantástica con mayonesa.
—No arruines mi comida con tu mal gusto, Dex.
—El Emperador hace lo que quiere.
Ella lo picó con un dedo.
—Eres un niño mimado y asqueroso.
—¿Qué puedo decir? Me gusta ser como soy.
Ambos miraban hacia la proa y el lento transcurrir del viaje marítimo, el sol en lo alto bañaba sus jóvenes cuerpos.
Eleanor apareció en un momento para tomarles algunas fotos a modo de recuerdo, donde ambos posaron juguetones y alegres. El suave bamboleo del agua no impidió que Chelsea se subiera sobre la espalda masculina, mientras su amigo le sujetaba los muslos.
No importaba si a veces se resbalaba, hacían el tonto o el muchacho amenazaba con hacerla caer: los tres se entregaron a la diversión. Fue allí en que el alma torturada de Chelsea Vickers encontró la dicha.
En un momento dado, mientras conversaba con la rubia mujer, la señora le explicó los rigores de su nuevo empleo al mando de una organización de “segundas oportunidades” para mujeres con embarazos no deseados.
Se trataba de una organización donde entregaban recursos a futuras madres, y en caso de no poder quedarse con los niños, los asistían en el proceso de adopción. Preferían no realizar procedimientos médicos, pero si la gestante no deseaba ninguna de las anteriores opciones podía optar por un aborto.
Sorprendida, le expresó a Eleanor su interés en el tema. Era grato saber que era algo que le preocupaba, aunque el enfoque principal de la organización no le caía en gracia.
Eso era mucho más interesante que ser solamente “la esposa de”, y echaba en uso su título de Licenciada en Trabajo Social. Eleanor expresó cierto desdén a la idea de ser solamente “accesorio de su esposo”, en especial porque su marido iría por mucho más en la política. ¿Hasta dónde llegarían las ambiciones de aquel hombre?
Los cinco tripulantes almorzaron tranquilamente, las charlas entre ellos fluían apacibles. Dennis se atiborraba de la ensalada jardinera “con extra-mayonesa”; Chelsea, por su parte, saboreaba el pavo frío hecho por Rosa.
Jugaron al Uno y la castaña logró aplastantes victorias: mantenía intacta su racha invicta de veinte partidas. Dennis fingió ofenderse y optó por molestarla sobre haber hecho trampa.
A modo de venganza le sonrió satisfecha y lo consoló ante su condición de perdedor. Le repitió que no tenía la culpa de que fuera tan malo jugando a las cartas. Aquello desató otra guerra de pistolas de agua.
La familia llegó a la desembocadura al Chesapeake y detuvo su viaje; encontraron entretenimiento hasta que la tarde comenzó a cambiar de colores y el fresco los abrazó. El sol hacia el oeste dotó al ambiente de una tonalidad amarillenta.
La temperatura descendió suavemente hasta los veintidós grados al momento de emprender el retorno. Se echó una chaqueta de algodón y abrazó sus piernas; el rubio se sentó a su lado y pegó su hombro al femenino, eligió una manta para cubrir ambas espaldas.
Dennis le sonrió cariñosamente cuando la miró.
—¿Te divertiste hoy?
—Mucho. ¿Y tú?
—Por su pollo. Siempre me divierto contigo. —Ella reposó su cabeza contra su hombro—. Exijo que me alimentes hasta el fin del mundo con tus ensaladas. Podría comerme otro platón en este instante.
—No gracias, lo único que falta es verte echar otro kilogramo de Hellmann’s sobre mi preciosa creación. Tuve suficiente hoy para toda la vida.
—Qué lástima que no sepas apreciar mi manjar.
—Al verte me dieron ganas de arrojarme por la borda, pero como el pavo estaba jodidamente bueno me quedé. —Dennis río—. Gracias por haberme invitado… o haberle insistido a tu papá que me dejara venir. La pasé súper con ustedes.
El chico le golpeó la pierna con la suya.
—Costó, pero al final la justicia triunfó. Eso y que te comportaste bien.
—¿Como una niña bonita?
—Pues claro. Fue suficiente para que no me diera la lata sobre ti.
Iba a decir algo más, sin embargo, se lo guardó para sumirse en un silencio inquieto. Lo vio perderse en sus pensamientos por un rato.
Douglas era un estirado y terco hombre repleto de condecoraciones que ayudaban a acentuar su esnobismo. Un militar ejemplar, proveniente de una familia al servicio de los Estados Unidos.
Pese a su aire solemne y responsable frente a las cámaras, en la trastienda el señor Atkins era otra cosa; no hacía falta ser un genio para notar que el patriarca Atkins no la soportaba. ¿Por qué? ¿Qué le había hecho?
Siempre fue correcta y comedida. Su familia y los Atkins no tenían problemas o malos recuerdos la una de la otra. Le parecía extraño (y un poco estúpido) que un hombre de mediana edad tuviese problemas con una adolescente.
«Yo no seré santa de devoción de nadie, pero tampoco soy una rancia hija de puta. Solo soy una idiota, nada más.»
Fue su mejor amigo quien la trajo al presente mediante pellizcos. Ella lo encaró y otra vez el cosquilleo en su vientre. No reprimió una cálida sonrisa.
El viento agitó el flequillo en capas del rubio, mientras sus ojos se entrecerraban por el brillo que bañaba su rostro con una cálida luminosidad. Estaba para devorárselo entero, envuelto en esa manta de rayas celestes.
Instintivamente Chelsea levantó la mano para acomodar su pelo, sus poros exudaban amor. Él se la cogió suavemente y enredó sus dedos, una tierna sonrisa se dibujó en sus labios.
En ese momento no hubo ni Douglas, Joe o fuerzas externas que pudiesen arrebatarle ese momento. Quiso besarlo allí, consumar el amor que sentía por él a los ojos del Potomac.
El tono jovial de su voz la obligó a calmarse.
—Otra vez soy víctima del viento, ¿no?
—Sí. Tu enemigo mortal volvió para un octavo asalto.
—Qué cosa, siempre estoy necesitando que me salves de él —Picó su muslo, juguetón—. A ti no te va tan bien, por cierto.
Ella soltó una carcajada.
—Déjalo así, me da un aura mística. Como de hada de los bosques que vuela entre los árboles o algo así.
—Mejor diría “de lunática”.
Chasqueó la lengua y golpeó su pierna.
—Ya quisieras verte como yo.
—Uf, seguro. Muero de envidia. —Pellizcó sus mejillas y cambió el tópico—. Voy a ir de paseo por el parque de senderismo Potomac. ¿Te apuntas?
Ella entrecerró sus orbes avellanados.
—¿Tú? ¿Haciendo trekking? No me jodas…
—¿Qué hay de malo con eso? Tengo zapatillas nuevas y me gustaría darles una probada.
Ella le restó importancia meneando la mano.
—Lo que tú digas, tontín. Igual si: me gustaría ir a mover las piernitas y verte desmayar antes de los cien metros.
El muchacho meneó suavemente la cabeza, divertido.
—¿Vamos a competir hasta en esto?
—Pues claro.
—¿Qué quieres perder? Yo pierdo dos potes de helado Cookies & Cream y un vodka.
—Que sean dos vodkas y una lasaña bien condimentada.
Ambos estrecharon las manos.
—Hecho. Pasaré por ti el sábado a las diez, no te quedes dormida o me cobraré la apuesta de inmediato.
—Hablaras de otra. Cuando me pongo el despertador me levanto como un puto rayo.
La empujó juguetón, chispas emanadas de sus ojos.
—Eso está por verse, Picassita.
La tarde finalizó cuando Douglas atracó en el muelle privado. Los Atkins la llevaron de vuelta hasta su casa, donde se despidió de ellos afectuosamente. Rodeada de sus mascotas y el corazón henchido de gratitud, se sentó sobre el sofá para luego exhalar agotada.
Algo en su interior cambió aquella tarde, un poder profundo transformó y dejó mecha en su alma. La mente flotaba alrededor del dulce recuerdo de Dennis bajo la luz del sol, que inspiraba su mente creativa.
Lo bocetaría más tarde tan galante y perfecto: en ese instante, prefirió dejar descansar su agotado cuerpo. Cerró los ojos, la perra Bóxer lamía sus manos y los caniches correteaban sobre el sofá.
De habérselo permitido se hubiera quedado completamente dormida, pero el deber de atender a los canes llamaba.
Limpió la suciedad de sus mascotas, luego les llenó los comederos; ordenó y se preparó un bocadillo de queso fundido. En el proceso, tarareaba feliz sus canciones favoritas de Alvvays.
Mientras encendía un cigarrillo, su mente no podía escapar de la marea de sentimientos que la inundaba. A cada segundo la verdad se hacía ineludible.
«Oh, no... Me he enamorado otra vez. Y de mi mejor amigo, ni más ni menos.»
Trató de reprimir ese ingrato pensamiento, de negarlo, de restarle importancia. Pero la sensación era intensa y visceral, pretender ignorarla era como intentar contener un huracán en el interior de una botella.
Sabía que este sentimiento la consumiría tarde o temprano. La desintegraría hasta que no quedara nada de ella.
Cubrió su rostro con las manos. ¿Quién podría resistirse? Debió imaginar que una relación como la de ellos acabaría así.
Derrotada (aunque nada desanimada), se metió en el cuarto de baño y dejó que la ducha corriera sobre su cuerpo. Su teléfono reproducía música y llenaba el silencio, el vapor nublaba su visión y el olor a jabón la envolvía.
La sorprendió una notificación entrante. Secó su mano y observó el dispositivo: Dennis informaba que estaba en camino, no pudo reprimir morderse el labio inferior. Buscaba devolverle “el favor” de la tarde.
Otra noche más juntos: no reprimió una risita coqueta al replicarle. Supo exactamente cómo cobrar sus servicios mientras ponía fin a su aseo.
Seleccionó un conjunto de ropa interior de encaje negro con delicadas cintas de un rosa suave; el roce de las prendas sobre su desnuda piel reavivó el fuego dentro de ella. Con volados en la tanga y flores bordadas en la copa del sostén, sabía que lo dejaría sin aliento.
Al cabo de unos minutos oyó el motor detenerse en la acera. Espió entre las rendijas de la persiana y vio a Dennis caminar tranquilo hacia la entrada.
Vestía ropa casera y su cabello aún estaba húmedo. Se mordió los labios mientras corría hacia la sala, conteniendo la emoción.
Abrió la puerta, fingiendo tranquilidad, y aleteó sus negras pestañas para darle la bienvenida. El aire tras él portaba esa fragancia seca y provocativa, hierba y peligro.
Nunca lo había deseado tanto como esa noche. Y cuando él posó sus ojos sobre su cuerpo semidesnudo, supo que lo había dejado anonadado.
—Vaya… —Logró articular—. Esto sí no me lo esperaba. ¿Es nuevo?
Chelsea asintió.
—Sabía que te iba a gustar.
El rubio dejó sus llaves sobre el sofá; se le acercó con paso firme, y con una mirada, el espacio entre ellos se disolvió. Ya no se sintió expuesta sino deseada. El mundo a su alrededor quedó en un segundo plano, reducido por la cercanía y calidez entre ellos.
—¿Gustarme? —Rodeó sus pechos con las manos—. Te sienta espectacular. Están tan…
—¿Lindas?
—Elegantes, diría yo. —Chelsea amagó a desabrochar el sostén, pero él la detuvo—. Déjatelo un poco más. Me vuelve loco como luces.
Lo besó pasionalmente y mordió sus labios; el chico dejó escapar unos gruñidos mientras exploraba sus curvas. Apretaba su cuerpo contra el de ella, el estremecimiento aceleraba su corazón y encendía su alma.
Chelsea lo ayudó a despojarse de la sencilla camiseta roja, sus delicados dedos de artista recorrieron su torso provocándole cosquillas.
Lo deseaba y lo amaba, ¿había algo mejor que eso?
Ella se apartó unos centímetros, Dennis dejó escapar una ligera protesta.
—¿Vamos a mi habitación?
—Nada me gustaría más que eso.
La alzó con facilidad y ella envolvió su cuerpo con las piernas. Ágilmente la condujo hasta su cuarto, envueltos en susurros y jadeos.
La depositó dulcemente sobre la cama mientras sus labios le recorrían el vientre. Sus dedos, fuertes y cuidadosos, jugaban con los elásticos del tanga, la tela del brasier y rozaban el vello de su entrepierna. La castaña no pudo contener el placer que embriagaba su cuerpo. Observó cómo se desprendía del short de algodón, el bóxer debajo dejaba clara su excitación. Implacable, devoraba su boca.
Dennis estaba listo para ella, expectante.
Chelsea ansiaba perderse en él, dejarse llevar por la pasión hasta el límite del delirio.
—Tómame —murmuró—. Soy toda tuya.
Dennis bajó la copa del sostén y mordió sus pezones; paulatinamente descendió para remover con los dientes el tanga.
Sin embargo, esa vez no fue apresurado como en ocasiones previas. Decidió tomarse el tiempo necesario mientras acariciaba su intimidad. La presión en Chelsea no hizo más que subir cuando él deslizó sus dedos hacia su interior.
Se dejó llevar, arrastrada por las caricias del muchacho. Sus manos se aferraron a las sábanas, en cuestión de minutos estalló en mil pedazos.
Dennis se recostó sobre su cuerpo y suavemente se introdujo en ella. Las piernas femeninas temblaron ante el contacto.
—Estabas tan dulce hoy, tan perfecta. —Le dedicó un beso largo—. Desde que me tocaste esta mañana, no dejé de pensar en este momento. Me hubiera encantado que estuviésemos solos en ese barco.
—No pude evitarlo, me salió de la nada… No quiero que termine este momento, ni ahora ni nunca.
Rodeó su rostro con las manos, moviéndose suavemente contra Chelsea. Los pequeños dedos se enredaron en el sedoso cabello rubio.
—Pensé mucho en cómo darte tu paga, si lo hacía lento para sentir cómo te pierdes. Adoro verte temblar por mí.
La castaña soltó un pequeño gemido.
—Te necesito ahora mismo.
—No, Chels. Hoy nos tomaremos nuestro tiempo.
Fue magnífico sentirlo adentrarse con lentitud exquisita. Era algo a lo que no estaba acostumbrada: el placer sutil y calmo de hacer el amor. Las frentes se tocaron cuando sostuvo sus muslos para él. Ante la segunda penetración abandonó la cordura.
Dennis marcaba el ritmo de su conexión, orgulloso de las reacciones que provocaba en su mejor amiga. Acariciaba sus caderas, se aferraba a sus muslos y sus dedos se hundían en la carne femenina.
El tiempo se convirtió en una serie de momentos fugaces y eternos. Chelsea se zambulló en sus ojos, fue capaz de dilucidar las profundidades de su alma. Se sentía plena, saciada, comprendida por el chico al que amaba.
Aquel momento fue infinitamente mejor que las noches de lujurioso desenfreno. El calor de sus cuerpos fusionados le disipaba cualquier duda al respecto. En brazos del muchacho se sintió segura, contenida y saciada.
Su cuerpo comenzó a demostrar síntomas de la típica premura previa al cenit, algo mucho más profundo y violento. El cosquilleo provenía de su interior, era eléctrico e inmovilizante. Rogó por más, arañaba la espalda mientras luchaba por mantener la cordura. No pudo evitar cerrar los ojos, entregarse por completo a las sensaciones que la poseían.
El mundo exterior se desvaneció, podía escuchar los latidos de su corazón al tiempo en que el éxtasis la bañaba con sus olas incontrolables. De su boca escapaban susurros, pero en su mente gritaba el nombre de su amado.
Dennis no varió ritmo, aunque sus embestidas eran mucho más profundas. Acariciaba rápidamente su zona erógena y acrecentaba su inestabilidad.
La señorita Vickers tragó saliva. Se sentía a punto de morir.
—Acaba para mí, Chels. Déjate llevar.
Obedeció: la presión fuerte y destructiva la hundió. Ahogó un grito proveniente de sus entrañas, echó la cabeza hacia atrás al tiempo en que le clavó las uñas. Chelsea se entregó en carne y alma a Dennis, temblorosa bajo su peso. El chico besó su cuello al verla boquear.
Había perdido la noción del ser; sentía su alma flotar por sobre su cuerpo después de tamaña experiencia. Tenía la mente en blanco y el cuerpo acalambrado.
Jadeó al percibirlo correrse en su interior minutos después; él mordisqueaba su hombro al tiempo en que gruñía por lo bajo. Música para sus oídos. Sus cuerpos quedaron inmovilizados, exhaustos, uno sobre el otro.
Solo podía pensar en las sensaciones experimentadas durante aquel magnífico encuentro. Sentía el alma purificada al volver a su cuerpo, rejuvenecida.
Su vida se sintió perfecta en ese instante arrebatado al tiempo. Cerró los ojos, temerosa de que se desvaneciera para siempre.
*Nota: ya que Chelsea es estadounidense (y en el país se refieren al fútbol americano como fútbol) respeté ese pequeño detalle del habla.
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 159. Nos vamos las tres
Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 159. Nos vamos las tres
Al salir de la habitación, Esther caminó sin ningún rumbo fijo. Sólo avanzó presurosa por el pasillo interior, rodeó el edificio principal, y cuando menos se dio cuenta, ya se encontraba de regreso en el estacionamiento frontal. La camioneta seguía contra la jardinera, justo donde la habían dejado, y las luces mercuriales alumbraban el espacio con una opaca luz anaranjada,
Se detuvo un instante para respirar hondo, e intentar serenarse lo mejor posible. Palpó el bolsillo interno de su chaqueta, y para su deleite encontró ahí justo lo que buscaba: la cajetilla de cigarrillos y el encendedor que había tomado de la camioneta. Definitivamente necesitaba uno; y un trago, pero se conformaría de momento sólo con el cigarrillo.
Sacó uno de la cajetilla, lo colocó entre sus labios, y lo encendió con algo de desesperación al hacerlo. En cuanto la punta del cigarrillo comenzó a brillar, dio una larga calada de éste. Seguía siendo tan malo como la primera vez, pero era mejor que nada.
Tras dar un par de bocanadas pequeñas, se sintió un poco más en calma. Se dirigió entonces hacia los escalones delante de la puerta principal, y se sentó en ellos. Contempló distraída hacia la carretera oscura, mientras seguía dando un par de caladas más, y expulsaba el humo como neblina sobre su cabeza. En todo ese rato que estuvo a solas, sólo le tocó ver pasar a un camión, a quizás más velocidad de la que debía, para luego perderse a la distancia.
Unos segundos después que el sonido del camión se disipó en el aire, a sus oídos llegó uno distinto: pasos en la nieve dirigiéndose a su dirección. Ni siquiera tuvo que voltear para saber que se trataba de Lily adulta, envuelta en una de las gruesas chaquetas que había comprado, y enfundada en unas botas para nieve que también había comprado por internet. Se paró a unos metros de ella con los brazos cruzados, observándola desde su altura con expresión de desaprobación.
—Dije que necesitaba un momento —espetó Esther con irritación.
—¿Y desde cuándo hago lo que tú me dices? —le respondió Lily, encogiéndose de hombros. Avanzó entonces cortando la distancia que las separaba, y se sentó en el escalón a su lado—. ¿Ya se te pasó el berrinche? —le cuestionó con tono irónico. Esther no le respondió, y simplemente siguió fumando con su atención puesta al frente.
Lily resopló, pero por un rato permaneció también en silencio. Ambas se quedaron calladas, observando hacia la oscuridad de la carretera. Las luces de otro vehículo se hicieron presentes tras un rato, pero no tardaron en disiparse también a la distancia.
—¿Me das para probar? —preguntó Lily de pronto, tomando a Esther un poco desprevenida. Al girarse a verla, notó que la muchacha tenía su atención puesta en el cigarrillo de sus dedos.
—¿En serio? —masculló Esther, divertida—. ¿Ahora sí te atreves?
Lily endureció su expresión, y extendió su mano con seguridad hacia ella. Esther soltó una pequeña risilla, y sin más le pasó el cigarrillo, curiosa por saber lo que pasaría a continuación. Lily tomó el pitillo entre dos de sus dedos, y lo observó atenta, como si se tratara de un objeto de lo más extraño, y de cierta forma para ella lo era.
Tras vacilar un rato, aproximó el otro extremo del cigarrillo a sus labios, e inhaló con fuerza como si sorbiera de un popote. Un instante después, sus ojos se abrieron grandes, alejó el cigarrillo de su boca, e inclinó el cuerpo hacia adelante, comenzando a toser con tanta fuerza y desesperación como si estuviera por escupir sus entrañas enteras en el proceso.
Esther no se contuvo ni un poco, y comenzó a reír tan fuerte que incluso se tomó la pansa con ambas manos.
—¡Pero qué asco! —espetó Lily al aire con voz rasposa—. Fue como respirar humo sobre una fogata. ¿Por qué les gusta esta cosa?
—No es sólo humo —aclaró Esther entre risas, y se apresuró a quitarle el cigarrillo de los dedos, antes de que se le ocurriera tirarlo. Ella misma dio una calada más de éste, por supuesto no reaccionando en lo absoluto parecido a su joven amiga—. Tiene otras cosas que te relajan, pero también te envenena poco a poco. Y a los adultos nos encanta envenenarnos a nosotros mismos. Así que olvida lo que te dije hace rato; no te apresures por ser una adulta. Aún te queda mucho por crecer y aprender. Disfrútalo mientras puedas.
—¿Disfrutar qué? —espetó Lily, tallándose la boca con una mano, como intentando limpiarse alguna mancha del rostro que sólo ella veía—. ¿Qué es lo que te pasa ahora? Estás tan rara como cuando te emborrachaste aquella noche en Malibú.
—¿Ah sí? —masculló Esther con tono ausente. Siguió fumando un poco más con su mirada perdida en el horizonte, y su mente quizás divagando en algún sitio mucho más alejado—. Quizás puedas hacer que te veas así —comentó de pronto, señalándola con la mano con la que sujetaba el cigarrillo—. Pero en el fondo eres la misma mocosa odiosa. Y eso está muy bien. Porque algún día, esa ilusión será real. Tendrás un cuerpo de adulta. Podrás hacer todo lo que a mí se privó desde que nací. Incluso quizás puedas casarte y tener hijos algún día. Por otro lado, por más que me hagas lucir a mí así con tu magia, sería falso. Una simple mentira, como siempre lo he sido.
Lily arqueó una ceja, confusa por toda esa palabrería salida de quién sabía dónde.
—Dios, ¿en verdad te emborrachaste cuando no te veía?
—Ya quisiera —bromeó Esther con voz risueña.
—¿Y quién te dijo que yo quiero casarme y tener hijos? ¿Qué? ¿Acaso tú quieres?
Lily esperaba algún comentario ingenioso como réplica, pero para su sorpresa todo lo que recibió al inicio fue silencio. De hecho, notó incluso como la expresión entera de Esther se ensombrecía; el poco buen humor que había tenido, o fingido, hasta ese momento, se esfumó en un parpadeo.
—No es lo mismo no querer algo, que no ser capaz de hacerlo —susurró la mujer de Estonia con voz apagada.
—¿No puedes tener hijos?
—Eso me dijeron —respondió Esther con simpleza, encogiéndose de hombros—. Un efecto de mi desbalance hormonal, según los doctores. O, quizás, parte de esta cosa que tengo en mi interior y aun no comprendo. Da igual, el resultado es el mismo. Una prueba más de lo rota que estoy por dentro.
—Lo que digas —susurró Lily con sarcasmo, y algo de cansancio en su voz—. Dime, ¿acaso es una obligación el que tengas una crisis existencial cada semana?
—Viene también con el paquete de ser adulto.
—Pues qué asco.
—Y con el tiempo es aún peor.
—Pues doblemente asco.
Esther no pudo evitar soltar una pequeña risotada, que Lily no tardó en acompañarle. Definitivamente eran más compatibles, y congeniaban mejor, cuando encontraban algo común a lo cual odiar.
—Como sea, si algún día te sientes capaz de no perder la cabeza como allá adentro, verás que el replicar esta ilusión contigo nos puede ser de utilidad. Podremos ir por ahí con mayor tranquilidad, comprar, comer, pasear… Y además así no tendría que conducir yo.
—Igual tienes que aprenderlo —le indicó Esther con severidad—. De eso no te vas a salvar. Pero gracias.
Lily se limitó a sólo asentir como respuesta, y ambas volvieron a quedarse en silencio, mirando hacia la oscuridad. Todo estaba muy pacífico y callado por ese rumbo; con el invierno tan cerca, ni siquiera se percibía el chillar de los insectos. Aquello podría ser aterrador, pero también relajante hasta cierto punto.
Un vehículo más hizo acto de presencia por la carretera, pero éste no se alejó por la ruta como los demás. En lugar de eso, giró sobre el camino de acceso e ingresó al estacionamiento. Lily y Esther por igual dedujeron que era algún otro viajero tonto que no se daba cuenta que tenían apagado el letrero de habitaciones disponibles; eran bastante más comunes de lo que les gustaría.
Pero mientras estaban ya ideando como despacharlo, las luces del estacionamiento enfocaron mejor el vehículo y, con horror, notaron que no se trataba de un vehículo cualquiera: era una patrulla de policía.
—Oh, oh —masculló Lily, sobresaltada.
—Mierda —soltó Esther por lo bajo, y se apresuró a tirar el cigarrillo al suelo y a pisarlo con frenesí bajo su bota.
—¿Alguien nos habrá reportado? —preguntó Lily, sonando más curiosa que preocupada.
Esther no tenía idea, pero no lo veía tan descabellado. Y para mejorar o empeorar las cosas, cuando del lado del conductor se bajó el ocupante de la patrulla y fue iluminado por las luces mercuriales, Esther lo reconoció. No era un oficial cualquiera, sino el hombre de cabeza un poco calva, cabello y bigote rojizo, que había visto anteriormente justo en ese mismo sitio.
—Es el mismo policía del otro día —le susurró en voz baja a Lily. Al menos él ya la conocía, y su presencia ahí no le resultaría tan sospechosa—. Déjame hablar a mí.
—Al contrario —le respondió Lily con tono jocoso—. Como yo soy la adulta ahora, yo soy quien debe hablar. ¿No te parece?
Antes de que Esther fuera capaz siquiera de contradecir su argumento, Lily se puso de pie y comenzó a caminar presurosa hacia el recién llegado.
—No, espera… —musitó Esther entre dientes, siguiéndola por detrás con un pequeño nudo formado en su garganta.
El policía cerró la puerta de su patrulla, y reparó de inmediato en las dos chicas que se aproximaban a él.
—Buenas noches, oficial —le saludó Lily con voz animada—. Bienvenido al Hotel Blackberg. Si busca un cuarto, me temo que estamos cerrados temporalmente por remodelaciones.
—Sí, algo de eso escuché —comentó el policía, mirando con discreción hacia la puerta principal del hotel, y las cintas amarillas que indicaban que nadie pasara—. Soy el Sheriff Estefan, jovencita —se presentó, centrando de nuevo su atención en Lily—. ¿Y tú eres…?
—Es Lala, mi hermana mayor —intervino Esther rápidamente, colocándose a lado de su compañera—. Hola, oficial. ¿Me recuerda? —le comentó con un tono de voz dulce e inocente, mientras le orecía al policía la mejor de sus sonrisas de niña buena.
—La pequeña sobrina de Owen, ¿cierto? —comentó el oficial, señalando a la pequeña con un dedo. Ésta asintió—. Supongo entonces que tú eres su sobrina no tan pequeña —añadió a continuación, señalando ahora a Lily.
—Eso dicen —masculló la chica más alta, encogiéndose de hombros—. Pero yo no he visto el acta de nacimiento que lo pruebe.
Soltó entonces una singular risa burlona, queriendo quizás dejar claro que era una broma. Esther de inmediato le secundó riendo también, esperando no pareciera forzada. El oficial no rio.
Esther se dio cuenta en ese momento que su actitud era muy diferente a la del otro día. Su expresión ahora era seria y reservada, y no tan jovial y amistosa como en aquel entonces. Además, miraba a cada una con una nada disimulada desconfianza.
«Mierda, sabe algo» pensó Esther alarmada, pero se esforzó para que esto no se materializara en su rostro.
Aún tenía oculta el arma a sus espaldas. Si las cosas se ponían feas, siempre tenía la opción de meterle a ese sujeto una bala entre los ojos. Pero claro, matar a un policía en ese sitio y momento, añadiría un grado de complicación a sus vidas que no necesitaban. Así que antes irse a los extremos, lo mejor era ver un poco más de qué se trataba.
Después de todo, si supiera totalmente que algo malo ocurría, o que una asesina buscada se ocultaba en ese sitio, no habría ido solo ni se presentaría con su arma enfundada.
Ajeno a todas las cavilaciones que pasaban por la mente de Esther, el oficial Estefan miraba a ambas chicas, turnando su mirada inquisitiva entre una y otra.
—Es curioso que Owen nunca me mencionara que vendrían sus dos sobrinas de visita. ¿De dónde son exactamente?
—De Los Ángeles —respondió Lily rápidamente sin vacilación alguna, ganándose una discreta mirada de desaprobación de Esther. Teniendo tantas ciudades que elegir, tuvo justo que ser de la que venían huyendo.
—Así que dejaron la calurosa California para meterse al frío Nuevo México —comentó Estefan con apenas una pequeña dosis de sorna.
—Dentro de lo que cabe, es agradable tener una blanca Navidad —comentó Lily.
—¿Se van a quedar hasta Navidad?
—No —se apresuró Esther a responder primero—. Sólo vinimos por Acción de Gracias a pasarla con el tío Owen y Abby. Pero ya casi toca volver a casa.
—Entiendo —masculló el oficial despacio, asintiendo con la cabeza—. Bueno, venía justo buscando a Owen. ¿Está por aquí?
La pregunta puso tensas a las dos chicas por igual, aunque Esther de nuevo logró disimularlo mejor que Lily.
—No —respondió Lily, dubitativa—. Fue a… a… Ay, ¿a dónde dijo que iba, Jessica?
—Tú eres la mayor, Lala —le contestó Esther con fingida inocencia—. ¿Por qué me preguntas a mí?
Lily rio divertida, al tiempo que le daba una palmada evidentemente juguetona en su brazo, pero que en realidad fue mucho más fuerte de lo que parecía. Luego la miró de reojo, diciéndole sin palabras que no jugara. Esther sonrió divertida; merecía la pena arriesgarse un poco con tal de poner a esa estúpida mocosa en su lugar.
—Creo recordar que dijo algo de ir a Albuquerque para ver algo de la remodelación —explicó Esther—. Materiales o algo así. No sé.
—¿Saben?, ese tema de la remodelación me confunde un poco —comentó el oficial, rascándose su cabeza calva con una mano. Dirigió entonces su mirada hacia el edificio, repasando con los ojos la fachada de extremo a extremo—. A mí y a otros de la ciudad, de hecho. Porque en estos días parece que nadie ha visto a ningún trabajador por aquí. Y es extraño que Wally, el contratista que usualmente le trabaja a Owen con el mantenimiento del hotel, no haya sido contactado para este trabajo.
De nuevo, ambas chicas se pusieron tensas, y en esta ocasión Esther no pudo disimularlo del todo.
Pero al menos con eso ya sabía el motivo que lo había traído ahí tan de repente. Esther sabía que la excusa de la remodelación no podía sostenerse por mucho antes de que alguien se acercara a hacer preguntas, pero esperaba poder contar con un al menos un par de días más.
—No sé qué decirle, oficial —masculló Esther con tono risueño—. No es como que el tío Owen nos comparta el porqué de sus decisiones. Sólo nos pidió que cuidemos aquí mientras no está. ¿Verdad?
Se giró entonces a mirar a su supuesta hermana mayor en busca de su confirmación, que vino de inmediato en la forma de un rápido asentimiento de su cabeza.
—Sí, claro —susurró Estefan con voz distraída. Caminó hacia un lado, sacándoles la vuelta a las dos chicas, y dio unos pasos más hacia la inexistente puerta de recepción—. Ustedes no tienen motivo para saber esas cosas, ¿verdad? Creo que lo mejor será que hable con Owen, para asegurarme de que todo esté bien. ¿Tendrán su número o un lugar donde localizarlo?
—¿Número? —exclamó Lily, más alto de lo que se proponía en un inicio—. Pues… Jessica, ¿tienes el número de del tío Owen?
—A mí aún no me dejan tener teléfono —comentó Esther, bromista—. Pero no será necesario que le marque, oficial.
—¿Ah no? —inquirió Estefan, girándose de nuevo a mirarlas.
—El tío Owen estará aquí mañana mismo. O quizás llegue más tarde hoy, pero es más seguro que lo encuentre mañana. Y así podrá hablar de frente con él.
Los ojos de Lily se abrieron grandes como platos, y la miró totalmente confundida por aquella repentina y loca afirmación. Esther, por su parte, siguió atenta al oficial.
—Con qué mañana, ¿eh? —musitó Estefan en voz baja, aunque parecía más para sí mismo.
Esther lo percibió en su tono, en su mirada, incluso en su postura. No estaba convencido de que le estuvieran diciendo la verdad, y no lo culpaba. Toda esa situación era bastante sospechosa, y las únicas que le deban parte de algo eran una niña y una joven que no había visto nunca en su vida. Y ni rastro aparente de las dos personas que sí conocía.
Quizás si no fuera porque el propio Owen se la había presentado como su sobrina el día que vino, hace rato que hubiera dejado de lado la plática, y directamente simplemente las hubiera esposado a ambas y subido a la patrulla.
La opción de dirigir su mano a su arma y sacarla se volvía cada vez más tentadora, y Esther podía sentir como su mano derecha temblaba un poco, expectante por hacer el movimiento.
El sheriff abrió la boca para hablar, quizás para expresar en voz alta su escepticismo. Pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, el sonido de una voz sonando en el radio que colgaba de su camisa rompió el silencio primero.
—Atención unidades —pronunció en alto la voz de una mujer por la radio—. Nos reportan un asalto en la licorería de la calle principal. Sospechoso armado huye en dirección al oeste por la avenida.
La noticia pareció captar casi por completo la atención del oficial, olvidándose por un instante de las dos jovencitas sospechosas. Tomó entonces la radio, y la aproximó a su boca para poder hablar directamente por éste.
—Aquí Estefan —pronunció con voz firme, al tiempo que se encaminaba de regreso a su patrulla—. Voy en camino, estoy cerca por la carretera oeste.
Tras una confirmación al otro lado de la línea la comunicación se cortó, y el oficial se dirigió con más apuro hacia su vehículo. Pero antes de retirarse del todo, se giró una última vez hacia las niñas para hacerles una última petición; o, quizás, una última advertencia.
—En cuanto hablen con Owen, díganle que vendré a verlo mañana en la mañana. Que procure estar aquí.
—Nosotros le decimos —exclamó Lily en alto, agitando una mano a modo de despedida—. ¡Tenga cuidado!
Estefan se sentó frente al volante y la patrulla retrocedió hacia la carretera. Antes de alejarse, sin embargo, se tomó un segundo para echarle un vistazo por el retrovisor a las dos chicas, que lo seguían observando frente a la puerta principal del hotel.
Encendió entonces las sirenas que resonaron en la noche, y se enfiló para alejarse por el camino de vuelta a la ciudad. Mientras iba a la escena que le habían indicado, tomó de nuevo su radio y lo acercó a su rostro con una mano, mientras con la otra sujetaba firme el volante.
—Rosy, aquí Estefan.
—¿Qué pasa, cariño? —le respondió en la radio la misma voz femenina de hace rato, de la despachadora de la jefatura.
—Voy en camino a ver lo del asalto a la licorería. Pero oye, pídele a Hains que me haga un favor. Que busque en la base de datos de niños desaparecidos o reporte de personas extraviadas a una niña, de entre 9 y 12, cabello negro quebrado, ojos verdes y pecas.
—Es una descripción un tanto general, ¿no crees? De seguro le saldrán muchos resultados.
Estefan meditó un segundo sobre qué otros detalles podrían ayudar. Se jactaba de tener buen oído y ojos para los detalles, pero en esa ocasión no contaba con muchos. Salvo quizás dos.
—Quizás sea extranjera, o tenga acento extranjero. Ruso o algo parecido. Y que limite la búsqueda a sólo las ciudades circundantes, y… a Los Ángeles.
—¿Los Ángeles? —exclamó Rosy, confusa—. ¿Qué está sucediendo, Estefan?
—Quizás nada. Sólo un mal presentimiento. Que me hablé en cuanto tenga algo, ¿sí?
Cortó en ese momento la comunicación, colocó la radio de nuevo en su sitio, y aceleró para llegar más rápido a su destino.
— — — —
Una vez que el vehículo desapareció de sus vistas, y estuvieron seguras de que ellas habían desaparecido de la suya, la actitud de ambas chicas cambió. Esther de inmediato se giró sobre sus talones y comenzó a caminar con apuro hacia el interior del hotel. Lily, por supuesto, la siguió sin espera con una mezcla de confusión y enojo.
—¿Qué estabas pensando? —le recriminó Lily, exasperada—. ¿Por qué le dijiste que ese sujeto iba a estar aquí mañana?
—¿Para qué crees? —le contestó Esther con tono desafiante, sin detener su paso—. Obviamente para que se largara y darnos tiempo.
—¿Tiempo para qué?
—Para irnos de aquí —recalcó Esther con firmeza—. Ahora mismo; las tres.
—¿Las tres? —exclamó Lily en alto, y se detuvo en seco de la impresión—. Dime que tanto humo te atrofió el cerebro y olvidaste cómo contar.
Esther se detuvo uno pasos delante. Se quedó quieta unos instantes dándole la espalda. Luego respiró hondo por la nariz, y se giró de lleno hacia ella, encarándola.
—Nos llevaremos a Eli con nosotras —pronunció sin titubeo alguno.
—¡¿Qué?! —espetó Lily, incrédula de haber oído bien—. ¡¿Pero de qué…?!
—No hay tiempo —le cortó Esther, y reanudó su marcha al instante—. Tenemos que movernos, ¡ya!
Lily la siguió a regañadientes, pero no por ello estaba ni un poco conforme, y mucho menos feliz.
No tardaron mucho en arribar a la habitación 302, entrando a trompicones, azotando la puerta y haciendo algo parecido al ingresar al baño del cuarto. Sentada en la tina, Eli las volteó a ver con expresión de aparente apatía, aún pese a su explosiva entrada.
—Felicidades —exclamó Esther con ironía, parándose a lado de la tina—, te ganaste un viaje directo a cualquier culo del mundo que esté muy lejos de aquí. Pero tendrás que aprender a comportarte.
Dicho eso, dirigió una mano a su bolsillo, del cual sacó un pequeño manojo de llaves, y con ellas se dirigió hacia las esposas que aprisionaban los tobillos de la niña vampiro.
—¿Qué haces? —exclamó Lily a sus espaldas, estupefacta.
Esther no le hizo caso, y terminó por completo de liberarle los tobillos. Eli se quedó quieta y en silencio mientras lo hacía.
—Las de las manos te las dejaré un tiempo más —explicó Esther—. Pero por ahora necesito que puedas moverte rápido.
—No hay problema —susurró Eli con normalidad, comenzando a pararse ahora con bastante más libertad que antes.
—¿Qué estás haciendo? —cuestionó Lily de nuevo, ahora con marcado enojo, tomando a Esther de su codo y jalándola unos pasos lejos de la tina—. ¿Has perdido la poca cordura que te quedaba? No podemos confiar en esta cosa, mucho menos llevarla con nosotros. Lo que debemos hacer es decapitarla, sacarle el corazón, o lo que sea que la mate de una buena vez, e irnos.
—Quiero ver que lo intentes —respondió Eli con fría amenaza desde su posición.
—Hey, tú cállate —le advirtió Esther, señalándola con un dedo. Eli se limitó a simplemente encogerse de hombros, y quedarse en silencio como le había pedido.
Eshter se zafó del agarré de Lily, y se giró por completo hacia ella para encararla con firmeza, aunque tuviera que verla hacia arriba dada la nueva diferencia de estatura entre ambas.
—Intenta mantener la cabeza fría por un momento y escúchame, ¿quieres? —le susurró Esther con la voz más aplacadora que pudo pronunciar—. La necesitamos para que nos lleve y nos presente a la persona que les hizo sus identidades falsas. No es un peligro inmediato para ninguna; está vulnerable, débil, y necesitada de que alguien la cuide y le ayude a alimentarse. Así que se portará bien, mientras la tratemos bien. ¿Verdad?
Se giró en ese momento hacia Eli, esperando por supuesto su confirmación, o al menos algo que le ayudara a que su argumento fuera más convincente. La vampira, sin embargo, se limitó a sólo esbozar una pequeña sonrisita de (falsa) inocencia y decir en voz baja como un susurro:
—Como un ángel…
Lily bufó, exasperada.
—No puedes estar hablando en serio —exclamó con ironía—. ¿Nos quieres poner en riesgo sólo para obtener unas estúpidas credenciales falsas? Cualquier imbécil con una computadora te las puede dar.
—No estás escuchando —declaró Esther con irritación, girándose hacia ella de nuevo. Lily fue capaz de percibir un fuego inusual que se asomaba desde sus ojos—. No estoy hablando de unas simples “credenciales falsas”, sino nuevas identidades en toda la extensión. Números de seguro social, actas de nacimiento, tarjeta de nacionalidad, licencia de conducir… hasta la jodida cartilla de vacunación. Nombres y rostros nuevos. Una oportunidad para empezar una nueva vida desde cero, como una verdadera familia. Tú, yo, Max, Daniel…
—¿Y esa también? —le interrumpió Lily, señalando con desdén hacia Eli.
—Sólo nos llevará hasta la persona que nos dará todo esto. Luego de eso, que haga lo que le dé la gana.
—Dios —espetó Lily, en sus labios aquella palabra resonaba casi como la peor de las groserías—, estás tan loca y obsesionada con esa fantasía que te has hecho en la cabeza, que ni siquiera escuchas lo que dices. ¿Qué no entiendes que después de lo que esa perra me hizo, el sólo hecho de estar en el mismo cuarto que ella me enferma?
—¿Quieres olvidarte ya de la maldita mordida? —exclamó Esther en alto, casi gritando—. Si tuviéramos que decapitar a todo aquel que te ha agredido en tus cortos diez años de existencia, llenaríamos la cajuela de cabezas; la mía entre ellas. Con tus constantes berrinches y lloriqueos sólo confirmas lo que ya había dicho: te puedes ver como una adulta, pero sin duda sigues siendo una niña estúpida que no puede ver más allá de su nariz.
Aquellas palabras no le agradaron ni un poco a Lily, cuyos ojos comenzaron a centellar con furia.
—Puedo ver bastante más allá de mi nariz para darme cuenta de lo desquiciada que estás —le replicó Lily, exasperada—. Ese par de mocosos no van a llenar tu vacía necesidad de una familia; yo tampoco, y mucho menos esta sanguijuela. ¿Tener una vida normal y empezar desde cero? ¿Cómo puedes pensar siquiera que algo como eso es posible para alguien como tú?
—Lo es —declaró Esther con ferviente convicción—. Y lo voy a obtener, cueste lo que cueste. Así tenga que vender mi alma, o lo que quede de ella, al Diablo, a los Vampiros, o a quién sea. Y si no quieres ser parte de mi sueño, ¡entonces no me estorbes!
Se hizo el silencio. Fue claro y visible como las emociones de ambas habían ido creciendo rápidamente, hasta que sus caras rojizas parecían volcanes a punto de explotar. Y por supuesto, quien más disfrutaba del espectáculo, y no lo disimulaba ni un poco con esa sonrisita socarrona que aún tenía en los labios, era Eli.
Pero para decepción de la vampira, y sorpresa de la mujer de Estonia, Lily no hizo ningún otro ataque o amenaza. En lugar de eso, sólo respiró hondo por su nariz, se cruzó de brazos, y pronunció sin más:
—Si te vas con ella, yo no voy.
Esther se sobresaltó, y parpadeó un par de veces con confusión. Aguardó, como si esperara que Lily dijera algo más, pero no lo hizo. Sólo se quedó ahí de pie, sosteniéndole la mirada con firme convicción.
—¿En serio? —susurró Esther, dubitativa. Lily se mantuvo derecha e inalterable.
Esther soltó un largo suspiro, y sus hombros se relajaron. Miró un instante a Eli que observaba expectante desde su posición. Y tras unos segundos de reflexión, habló al fin.
—Lo entiendo… Entonces, te deseo u feliz regreso a casa.
Aquello fue como un balde de agua helada para Lily, perdiendo en un instante toda esa seguridad y firmeza que había transmitido hasta ese momento.
—¿Qué? —masculló despacio, apenas con un pequeño hilito de voz.
—Vámonos —le indicó Esther a Eli, y al instante le sacó la vuelta a Lily y comenzó a andar hacia la puerta del baño.
—¡¿Qué estás haciendo?! —profirió Lily exaltada, tomándola rápidamente del brazo antes de que avanzara mucho más—. ¿La eliges a ella por encima de mí? ¿Luego de todo lo que…?
—Yo no estoy eligiendo nada, Lilith —le respondió Esther con voz beligerante, jalando con fuerza su brazo para librarse de su agarre—. Tú lo estás haciendo. Creo que dejamos claro hace mucho que no se te puede obligar a hacer nada que no quieras, ¿recuerdas?
Lily se quedó atónita al escuchar aquello, quieta como una estatua. Esther la miró de nuevo con intensidad en sus ojos, pero Lily detectó de nuevo algo diferente y, en parte, nuevo en ellos: decepción.
Ninguna dijo nada por unos segundos, y Esther tuvo claro que se quedarían así toda la noche de ser necesario. Lamentablemente, ella no tenía tiempo para eso.
—Vamos —pronunció tras un rato, dirigiéndose de nuevo hacia Eli. Ésta avanzó sin más hacia la puerta, pasando frente a Lily sin siquiera mirarla.
Ambas salieron por la puerta, dejando a Lily detrás; aún inmóvil de pie en el centro del baño… sola.
— — — —
Esther empacó rápidamente sus cosas en una maleta, junto con el dinero que tenían a la mano, las tarjetas, las armas, la comida sobrante de la máquina expendedora, y todo lo que pudiera serles de utilidad para su viaje. Igualmente llevó consigo los papeles de identificación a nombre Abby; definitivamente podrían servirles para algo.
En tan sólo unos minutos ya estaba lista, y se dirigió presurosa de regreso al estacionamiento. Con una mano, jalaba a Eli de sus esposas, como si se tratara de la correa de un perro. Ésta la seguía manteniendo su paso, sin chistar.
—Necesito mi baúl —masculló Eli de pronto, una vez estuvieron frente a la camioneta.
—¿Tu qué? —cuestionó Esther confundida, mirándola sobre su hombro.
—Mi transporte para protegerme del sol durante el día.
Esther la observó unos instantes, mientras en su cabeza intentaba procesar y entender lo que estaba diciendo.
—No me vas a decir que en serio duermes en un sarcófago, ¿o sí? —inquirió con una mezcla de confusión y humor.
—No es un sarcófago… pero parecido.
Esther no pudo evitar soltar una pequeña risilla burlona, que bien le hacía falta en esos momentos.
—No tenemos tiempo. Tendremos que improvisar algo en el camino.
Le abrió entonces la puerta lateral de la camioneta para que se subiera a la parte trasera. Eli no pareció muy convencida con esa idea de “improvisar” en el camino, pero tampoco le quedaban muchas opciones. Así que se subió al vehículo y se sentó en los asientos.
Esther cerró rápidamente la puerta y se dirigió a la parte delantera para tomar asiento frente al volante. Rebuscó entonces las llaves para introducir la correcta en el encendedor, al tiempo que la mitad de su concentración estaba enfocada en cómo se las arreglaría para conducir ese vehículo tan grande por una larga distancia, dada su estatura. No sería imposible, pero definitivamente muy incómodo y cansado. Pero, al igual que Eli, no era que tuviera muchas opciones…
Aunque, para su suerte, otra opción se presentó justo antes de que arrancara el vehículo.
El sonido de nudillos llamando con fuerza en la ventanilla a su lado la hicieron sobresaltarse, y por mero reflejo sacar su arma y apuntarla hacia la ventana. Poco le faltó para accionar el gatillo, sino fuera porque al último segundo reconoció la cara de pocos amigos de la Lily adulta al otro lado del cristal.
—Quítate —le gritó con fuerza para pudiera oírla—. Ese es mi asiento.
Aún un poco confundida, Esther retiró el seguro de la puerta, y Lily se apresuró a abrirla primero.
—Que te quites —insistió, empujándola hacia un lado con una mano. Esther se arrastró por el asiento hasta quedar de lado del copiloto.
Ya con el camino libre, Lily se subió al vehículo y tomó asiento. Colgando de su hombro traía otra maleta mediana, que no tuvo reparo en lazar hacia los asientos de atrás, evidentemente sin importarle si golpeaba a Eli en el proceso; o, tal vez, esperando hacerlo. Igual la vampiro logró esquivarla, y la maleta cayó en el asiento a su lado.
Lily cerró la puerta, se colocó en el asiento. Acomodó igualmente el espejo retrovisor, y se colocó el cinturón de seguridad. Todo esto mientras, desde el asiento a su lado, Esther la observaba con una sonrisita divertida en los labios.
—Sabía que vendrías —comentó con dejo burlón.
—Oh, cállate —respondió Lily con hastío—. Simplemente aún no he terminado contigo, y tampoco con ella —añadió mirando de reojo hacia los asientos de atrás—. Las dos me deben el placer de verlas sumidas en el dolor y la miseria.
—Lo que tú digas —susurró Esther, jovial. Parecía querer decir más, pero no lo hizo.
Lily bufó y dio vuelta a la llave en el encendido, haciendo que el motor rugiera y el vehículo temblara un poco.
—Te recuerdo que no he conducido esta cosa fuera del estacionamiento hasta ahora. Así que no seré responsable de lo que nos pasé allá afuera.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? —musitó Esther encogiéndose de hombros—. Sólo morirnos, y ya sabemos que para nosotras eso nunca es permanente.
Lily sólo la miró de reojo, e hizo un gesto sarcástico con el rostro, como si riera, pero sin soltar ni un solo sonido.
—¿Y exactamente a dónde vamos? —preguntó al tiempo que giraba el volante y comenzaba a enfilarse poco a poco hacia la salida del estacionamiento.
A Esther le hubiera encantado responderle eso, pero en realidad no tenía idea. Se giró hacia atrás para ver a su otra compañera de viaje, esperando que ella les diera mayor detalle.
—Sólo conduzcan hacia el este —dijo con voz tranquila—. Les diré hacia dónde en cuanto nos acerquemos.
—Para allá vamos, entonces —concluyó Esther, sonando más como un suspiro resignado.
Lily encaminó la camioneta hacia afuera del estacionamiento y comenzó a avanzar por la carretera oscura, al principio muy despacio, pero luego tomando más velocidad por insistencia de Esther. No le tomaría mucho tiempo el tomarle gusto a la velocidad.
En un parpadeo, dejaron atrás el Motel Blackberg.
— — — —
El peligroso asaltante de la licorería movilizó a gran parte de la policía de Los Alamos, Nuevo México; que en realidad no eran tantos, para bien o para mal. Por suerte, si se podía nombrar de esa forma, el peligro no fue tan grande como se lo imaginaron, pues el sospechoso se trataba de una vieja cara conocida: un chico de veinte años local, experto en meterse en problemas, pero que en esa ocasión había llevado las cosas al siguiente nivel.
El asaltante estaba claramente drogado de sólo él sabía qué, pero le dio la energía suficiente parar correr un buen tramo entre los callejones para evitar ser atrapado; cosa que al final ocurrió, gracias a la intervención del Sheriff Estefan. Y usando toda la fuerza necesaria, y un poco más, entre dos oficiales lo sometieron, lo tiraron al suelo, y lo esposaron.
La pistola que el muchacho traía consigo, y con la que había amenazado al encargado de la licorería, ni siquiera tenía balas. Por suerte para todos, había tenido la suficiente lucidez para no atreverse a amenazar a la policía con ella.
—No es mi culpa, Sheriff —gimoteaba el muchacho mientras un oficial lo ponía de pie de un jalón, y lo empujaba con tosquedad hacia su patrulla—. Estoy enfermo…
—Sí, lo que tú digas, Pete —murmuraba Estefan, un tanto condescendiente, a su lado—. Llamaremos a tu madre en la jefatura, ¿está bien?
El chico sólo asintió, pero no dejó muy claro si había entendido lo que le decían o no. El oficial lo metió de un empujón a su patrulla, y azotó la puerta detrás de él. El sospechoso cayó recostado sobre el asiento trasero, y no pareció querer levantarse de ahí.
—Llévenselo, y denle agua —indicó el Sheriff Estefan—. Mucha agua.
El oficial y su compañero asintieron, y se dirigieron sin espera al interior de la patrulla. No tardaron en alejarse, dejando al Sheriff Estefan atrás. Sólo hasta entonces, el viejo policía se tomó la libertad de que el peso de aquella persecución a pie le cayera encima, y sus viejas rodillas la terminaran de resentir.
Definitivamente ya no era un jovencito, y ese tipo de cosas lo sobrepasaban. Cada vez que ocurría algo como eso, hacía más tentadora la propuesta de su esposa de retirarse prematuramente, pero se seguía resistiendo. Prefería hacerlo en grande y con su pensión completa. Además, no era como que ese tipo de noches agitadas fueran tan comunes por ahí. La mayoría del tiempo se la pasaba más que nada sentado en su patrulla, o por defecto en su escritorio.
Sólo un par de años más y podría dejar todo eso de una vez.
Cuando ya se dirigía a su patrulla, escuchó como una voz sonaba desde el auricular de su radio.
—Sheriff, aquí Hains. ¿Me copia?
—Aquí Estefan —respondió acercando la radio a su rostro—. Dile a Rosy que ya tenemos al asaltante de la licorera. Es el pringado de Pete Harrison, drogado hasta las cejas otra vez.
—Yo le digo.
Estefan se subió a su patrulla, acompañado por supuesto de un quejido de dolor, pero también de alivio, que reverberó desde sus rodillas hasta escaparse por su boca.
—Sheriff, tengo un adelanto de lo que me pidió investigar —informó Hains por la radio.
—¿De la niña? ¿Tan rápido? —exclamó Estefan, sorprendido.
El oficial al otro lado vaciló un momento.
—Bueno, no sé si tenga relación con lo que investiga o no. Pero en cuanto busqué la descripción que nos pasó y la cotejé con Los Ángeles, de inmediato brincó… algo.
—¿Una niña desaparecida?
—No, no una niña —negó Hains, categórico—. No sé cómo explicarlo. Será mejor que le mande la información a la impresora de su patrulla y lo vea usted mismo.
—De acuerdo —suspiró Estefan, en realidad no del todo entusiasmado por la idea.
Ya para ese momento prácticamente se había olvidado de ese asunto, y concluido que sólo estaba exagerando en sus sospechas. Al día siguiente iría a hablar directamente con Owen, y él resolvería todas sus dudas.
Fue sacado de todos esos pensamientos en el momento en el que la impresora integrada a su vehículo comenzó a sonar, y la hoja con la información enviada por Hains se hacía visible. Una vez terminó, Estefan tomó la hoja, se recargó contra su respaldo, y le echó un ojo rápido.
No se quedó cómodo por mucho tiempo, pues no necesitó leer demasiado de aquel reporte para ponerse en alerta. No era el reporte de una niña o persona desaparecida; era el reporte de una prófuga, buscada por la policía de Los Ángeles y los federales. Una asesina de Estonia de nombre Leena Klammer. Y claro, lo más impactante de todo: la foto de la sospechosa que acompañaba al reporte.
Acababa de ver ese rostro justamente esa noche.
—¡Mierda! —exclamó con fuerza. Dejó entonces el reporte a un lado, se colocó el cinturón, y tomó de nuevo la radio para pedir refuerzos… pero se detuvo al último momento.
Se tomó un momento para meditar la cuestión, y volvió a revisar el reporte. Todo era muy extraño. ¿Estaban diciendo que aquella niña era una mujer de más de treinta, buscada por múltiples homicidios? ¿Cómo podría una persona así hacerse pasar de esa forma por una niña inocente?
¿Estaba realmente seguro que eran la misma persona? La fotografía, a blanco y negro salida de una vieja impresora portátil, ciertamente se parecía, e igual la descripción. Y dijeron que venían de Los Ángeles.
Muchas coincidencias para dejarlas pasar. Pero, ¿qué hay de esa otra chica que dijo ser su hermana? ¿Y no había sido el propio Owen quien se la presentó como su sobrina?
Había algo muy extraño en todo eso. Decidió entonces mejor adelantarse por su cuenta, antes de llenar el hotel de Owen de policías por un mero malentendido.
Encendió su vehículo, y se dirigió presuroso de regreso a la carretera, y de regreso al Motel Blackberg. Consideró prender la sirena, pero concluyó que lo mejor, de momento, era pasar más desapercibido.
— — — —
Cuando llegó al estacionamiento vacío del hotel, lo primero en lo que reparó era que la camioneta roja que estaba hace un rato ahí, había desaparecido.
Mala señal.
Se estacionó delante del edificio principal y se bajó. Se encaminó hacia la puerta e hizo a un lado la cinta amarilla de precaución para abrirse paso. Avanzó con su mano aferrada a su pistola aún enfundada, pero lista para sacarla a la primera provocación.
El vestíbulo era un desastre. Había pedazos de vidrio y madera por el suelo, así como papeles, plumas, y tarjetas. Desde el mostrador, podía echarle un escueto vistazo a la puerta entreabierta de la oficina, que se veía en un estado igual o peor al del vestíbulo.
Alguien había estado revolviéndolo todo por ahí, sólo Dios sabe con qué intenciones. Pero en ese momento no parecía haber nadie…
O eso creyó.
Un sonido a su diestra lo hizo reaccionar, y sacar su pistola al instante y apuntarla en dicha dirección. El sonido había venido justo del baño para empleados, en ese momento con la puerta cerrada. Era el ruido de agua corriendo, y pasos desde el interior. Se quedó en su posición, sujetando su arma con ambas manos, y el cañón apuntando directo a la puerta, en espera.
Cuando ésta al fin se abrió, del otro lado se asomó la figura de un hombre.
—¡Quieto ahí! —gritó Estefan en alto en cuanto vislumbró el primero de sus cabellos rubios.
El extraño se sobresaltó asustado ante el repentino grito, fijó sus ojos en él, y de inmediato alzó sus manos.
—Oh, oh —murmuró aquel individuo, nervioso—. Tranquilo, Sheriff. No se le vaya a salir un disparo de esa cosa.
Estefan contempló con detenimiento a aquel individuo. Era un hombre alto y de hombros anchos, envuelto en una chaqueta café de piel. Tenía cabellos rubios cortos, y un rostro de piel muy clara. Aunque al inicio a Estefan le pareció que era un completo desconocido, mientras más lo miraba… más familiar le parecía.
—¿Owen? —masculló con duda.
—Sí, soy yo —respondió aquel individuo, y se atrevió en ese momento a bajar una de sus manos y acercarla a su rostro para colocarse lo que sujetaba en ella: un par de anteojos redondos.
Con los anteojos puestos, Estefan fue más capaz de reconocerlo. Su cabello era rubio y no negro, y su rostro no tenía aquella barba de candado oscura que siempre lo había caracterizado. Pero fuera de eso, sus facciones y su manera de hablar eran inconfundibles.
—Con un demonio —pronunció Estefan con molestia, pero igual bajó el arma—. ¿En dónde has estado? ¿Y qué le pasó a tu cabello?
—Es mi color natural, y me rasuré la barba —se explicó Owen con voz tranquila. Y una vez que el oficial bajó su arma, él igualmente hizo lo mismo con manos—. Y sobre dónde he estado, pues un poco ocupado por ahí por allá. ¿Por qué lo pregunta?
—¿Qué pasó aquí? —cuestionó Estefan, apuntando con su arma a los escombros y papeles en el piso, así como la puerta destruida.
—Estamos remodelando —indicó Owen—. ¿No lo sabía?
El rostro de Estefan era una máscara inmutable de confusión e incredulidad. No apuntaba a Owen con su arma, pero sus dos ojos clavados en él casi hacían el mismo trabajo.
—¿Está bien, Sheriff? —cuestionó Owen con confusión.
—La niña que me presentaste el otro día como tu sobrina —soltó Estefan sin más—. ¿Es en verdad tu sobrina? Y antes de que decidas mentirme, será mejor que veas esto.
Tomó entonces el reporte de la prófuga Leena Klammer, y lo colocó con fuerza contra el mostrador, azotándolo.
Owen contempló el pedazo de papel, visiblemente perdido. Lo tomó y comenzó a releerlo con cuidado, ajustándose sus anteojos un par de veces. No tardó mucho en llegar al meollo de lo que Estefan trataba de decirle.
—Oh, Dios… ¿No es una niña? —exclamó estupefacto.
Aquello fue suficiente respuesta para Estefan.
—¿De dónde la conoces?
—No la conozco —reconoció Owen, apenado—. Ella y su hermana llegaron aquí con identificaciones falsas…
—¿La otra chica? La más grande, de cabello castaño, largo.
Owen asintió como respuesta.
—Tenían frío y hambre. Pensé que sólo necesitaban un sitio caliente donde dormir. Me contaron una historia sobre que sus padres abusaban de ellas, y yo… Sé que debí llamar a la policía, pero no quería meterlas en problemas. Pensé que eran buenas chicas.
Aquello no hacía más que afianzar aún más las preocupaciones de Estefan. Aún no podía asegurar con completa seguridad que aquella chiquilla fuera la asesina prófuga, pero cada vez se convencía más de que sí. Tendría que llevársela e interrogarla; a ella y a su supuesta hermana.
—¿Dónde están ahora?
—Habitación 304 —indicó Owen, vacilante.
—La llave —exigió Estefan, extendiendo una mano hacia él.
Owen rebuscó rápido entre las llaves de repuesto, y le pasó justo la de la habitación mencionada. Estefan la tomó y se dirigió a la puerta del patio, pistola en mano.
—Por favor, Sheriff, no las lastime —decía Owen como suplica a sus espaldas, mientras lo seguía unos pasos detrás hacia afuera—. Estoy seguro de que todo esto debe ser un malentendido. Quizás no es la misma persona.
—Quédate aquí, Owen —le indicó Estefan con severidad, girándose un instante hacia él. Owen asintió, y se quedó quieto en su sitio.
Estefan avanzó por el patio, sujetando su arma con ambas manos al frente, hasta que divisó la habitación 304. Se dirigió a ésta, pegó su espalda contra el muro a un lado de la puerta, y tocó con fuerza con una mano.
—Soy el Sheriff Estefan —profirió en alto—. Abran la puerta.
No hubo respuesta del otro lado.
—Abran, dije —repitió, obteniendo el mismo resultado.
Sin más remedio, utilizó la llave y escuchó la cerradura de la puerta abriéndose. La empujó con fuerza con una mano, aguardó un segundo, y entonces salto al interior con su pistola al frente. Al principio no vio nada, pero lo golpeó un fuerte olor asqueroso a fierro. Extendió una mano hacia la pared para encender las luces, y de inmediato comprendió la causa.
La habitación era una horrible catástrofe, con manchas oscuras por la alfombra, paredes y la cama, que claramente supo que eran manchas de sangre seca. Había una ventana rota, una silla volcada, y desde su posición pudo ver que el lavabo del baño estaba roto, y más manchas de sangre acompañaban a los pedazos.
—Oh, Santo Dios —exclamó horrorizado, y avanzó entones con paso cauteloso al interior de la habitación.
Fue claro de inmediato que había ocurrido algún tipo de pelea ahí. Y, por la cantidad de sangre que veía en el suelo, al menos uno de los involucrados tuvo que haber muerto, y otros más estarían malheridos. Pero no había rastro de ningún cuerpo, ni tampoco de las dos chicas que había visto hace rato.
Ahora sí era tiempo de llamar a los refuerzos.
Ya tenía la radio en su mano, cuando vio por el rabillo del ojo a alguien en la puerta. Se giró para encararlo con su arma, pero se relajó al reconocer a Owen, de pie en el pasillo.
—No entres aquí, Owen —le ordenó Estefan, extendiendo una mano hacia él—. Esto es la escena de un crimen.
—Lo sé —respondió el encargado del hotel del pronto.
Y no fue exactamente lo que dijo, sino el tono con el que lo había dicho, lo que desconcertó aún más al veterano oficial. No sonaba como si hiciera una afirmación, sino como si con cada letra pronunciada se riera de él.
Estefan alzó su mirada y la fijó mejor en Owen. Notó entonces algo… extraño en él. De nuevo no llevaba sus anteojos, pero eso no era lo importante. Lo verdaderamente desconcertantes fueron esos ojos que ahora lo miraban: azules y claros como el hielo, acompañados además de una mueca que formaba una extraña y deforme sonrisa, más propia de una máscara que un verdadero rostro humano.
—Es la escena de mi asesinato, después de todo —añadió con tono burlón, acompañado de una risilla sarcástica.
Estefan no comprendió, y siguió sin comprender hasta un segundo después de que Owen se le lanzara encima con tal velocidad que, para cuando logró reaccionar y alzar su arma de nuevo, él ya estaba justo delante de él.
Owen agitó su mano derecha en el aire, y Estefan sintió como sus largas y afiladas garras le rasgaban la piel de mano, haciéndole tres profundas heridas. El oficial gritó de dolor, y el arma se escapó de sus manos. Retrocedió torpemente, pero no lo suficiente para evitar que Owen lo tomará de los brazos, tan fuerte que esas garras suyas atravesar su chaqueta, hasta clavarse en su piel.
El oficial volvió a gritar. Se agitó intentando zafarse de ese agarre, pero era tan fuerte como si lo aprisionaran dos pinzas mecánicas.
Owen lo miraba con esos ojos de frío hielo, y Estefan tuvo el pensamiento intrusivo de que así debían verse los ojos de la mismísima muerta.
No hubo ninguna palabra o explicación previa, ni siquiera tiempo para hacer preguntas. Estefan sólo alcanzó a ver por un instante como Owen abrió grande su boca, como de ésta se asomaban dos largos y afilados colmillos. Luego su rostro enteró se abalanzó hacia su cuello, y Estefan sintió como éste era perforado, y un chorro de sangre brotaba de la herida.
Volvió a gritar, pero en esa ocasión no estuvo seguro si sonido alguno surgió de su boca. Owen lo jaló con violencia hacia el suelo, y se colocó sobre él, todo sin retirar la boca de su cuello ni un instante. Y ahí se quedaron los dos por un buen rato, hasta que sólo uno salió con vida de esa habitación.
O, quizás, “con vida” no era a forma correcta de decirlo…
— — — —
Owen canturreaba esa vieja canción, mientras avanzaba por el pasillo del hotel, roseando cada puerta con un poco del bidón de gasolina que traía consigo. Había echado uno entero en la habitación 304, en especial sobre el cuerpo, ahora desnudo, del Sheriff Estefan que reposaba en la tina del baño. Pero tenía un segundo para empapar los pasillos y el jardín, para asegurarse que el fuego se esparciera un poco más.
—Eat some now, save some for later. Eat some now, save some for later. Now and later the really tasty treat. Now and later the flavor can’t be beat…
Roció los últimos chorros de gasolina en la oficina de principal y el mostrador del vestíbulo, y entonces tiró el bidón hacia un lado. Se paró cerca de la puerta, y rebuscó en el bolsillo interior de la chaqueta de policía de Estefan que ahora llevaba puesta, encontrando el pequeño encendedor plateado que ahí se ocultaba.
—Fumar siempre fue malo para la salud, Sheriff —soltó al aire, mientras contemplaba la llama del encendedor bailando frente a su rostro—. Qué bueno que yo ya lo dejé…
Tiró entonces el encendedor sobre el mostrador, y éste se prendió en fuego rápido, y las llamas no tardaron en comenzar a esparcirse por todo aquel sitio.
Owen se giró hacia la puerta, y salió tranquilamente del edificio. Se dirigió entonces al coche patrulla, terminando de acomodarse la chaqueta y la corbata del uniforme de Estefan, así como su sombrero. Le quedaba un poco holgado de algunas partes, apretado de otras, pero no podía ponerse quisquilloso.
Se subió a la patrulla, y sin mucha espera encendió el motor y emprendió el camino. Por el retrovisor, alcanzó a ver cómo el brillo de las llamas poco a poco comenzaba a ser apreciable. Antes de que alguien se diera cuenta y llamara a los bomberos, el fuego de seguro consumiría gran parte de los objetos importantes, y con suerte lo suficiente del cuerpo de Estefan para que hiciera más complicado su reconocimiento.
Ese hotel era el patrimonio de tantos años de trabajo honesto, salvo claro por una que otra muerte ocasional en busca de sangre. Ahora todo sería destruido, y de aquello sólo quedarían las cenizas y los recuerdos.
Pero no importaba, pues el hotel nunca fue importante en realidad. Lo único que siempre había sido importante, se había ido hace no mucho en compañía de esas dos niñas. Aunque claro, ahora sabía que una de ellas no era lo que parecía.
—Eli, Eli, Eli. ¿Dónde estás que no te veo…?
El coche patrulla se perdió en las sombras de la noche, dirigiéndose también hacia el este, pisándole los talones a la camioneta roja de Esther, Lily y Eli.
FIN DEL CAPÍTULO 159
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FULGOR
La ciudad de Nova Lumina, un proyecto urbanístico creado a comienzos del siglo XXI como la ciudad ideal, se alzaba brillante bajo un cielo de tonos púrpura y azul oscuro. Sus rascacielos relucen con el neón, mientras drones y vehículos autónomos recorrían las calles flotantes entre los altos edificios… La tecnología parecía controlar todo, y los ciudadanos, acostumbrados al progreso, caminaban confiados y ajenos a las amenazas que acechaban en las sombras. En este mundo de innovación y modernidad, cualquier atisbo de heroísmo había sido borrado con la estricta ley Mendoza: que inhabilita la labor de los vigilantes enmascarados para actuar al margen de la ley, tras un tiempo de caos en el que sus combates trajeron tantos problemas como soluciones. Lena Storm, conocida en otro tiempo como Fulgor, se encontraba en su oficina, observando cómo el atardecer convertía la ciudad en una mina de diamantes brillantes que se distinguían en contraste con la oscuridad. Desde que la prohibición había sido instaurada, su vida era rutinaria, sin mayores sobresaltos, aunque no dejaba de sentir una nostalgia profunda por aquellos días en que, enfundada en su traje, podía proteger a Nova Lumina. Con sus habilidades especiales, que le permitían manipular la electricidad, ahora estaban relegadas a recuerdos y secretos bien escondidos que no le permitían demostrar su verdadero potencial. De día era una simple analista de datos en el Departamento de Seguridad de la ciudad, una existencia que la hacía sentir atrapada e inútil. Un día, mientras revisaba unos informes, llegó a sus manos una noticia inquietante: un grupo de personas que se hacía llamar los Ocultistas, afirmaba que la tecnología estaba destruyendo el alma. Liderados por un misterioso hombre conocido como Null, los Ocultistas estaban llevando a cabo sabotajes en diversos sectores, y habían comenzado a provocar cortes de energía masivos, causando estragos en zonas críticas de la ciudad. Lena apretó los puños al leer sobre sus ataques. En ese instante de autocontención emocional, las luces de la oficina comenzaban a parpadear, sus ojos se ponían blancos y brillantes, y de sus puños apretados emitía un campo eléctrico. Igual sabía que sólo alguien como ella podía enfrentarse a este tipo de amenazas. Pero actuar de nuevo como Fulgor significaría violar la ley, y enfrentarse a pasar varios años en prisión, en vez de los verdaderos criminales.
Esa noche, otro apagón fue más devastador, sumiendo a la ciudad en una oscuridad total. Las calles se volvieron caóticas y el miedo comenzó a esparcirse entre los ciudadanos. Lena sentía con mucha impotencia que no podía quedarse de brazos cruzados, y esa misma noche, sacó su viejo traje de héroe que tenía cuidadosamente guardado en su habitación, un recordatorio tangible de los días en que podía marcar la diferencia. Las luces de su traje canalizaban sus poderes eléctricos y lograron cobrar vida al activarlo, envolviéndola en un aura luminosa, el apartamento de Lena, se convirtió en el único lugar de la ciudad con luz que llamo la atención de los vecinos. Ya enfundada en su traje, corría y saltaba de entre los tejados hacia la fuente del apagón, el cuartel general de los Ocultistas. los recuerdos de su hermano Max asaltaban su mente. Él también había sido un héroe conocido como Voltario, y como ella, también tenía su capacidad para manipular la electricidad, fue una legendaria en su época. Pero en una última batalla, Max desapareció sin dejar rastro, y desde entonces, Lena había sentido el peso de su pérdida y la responsabilidad en sus hombros. Ahora, debe enfrentarse a los Ocultistas, con lo cual también debe enfrentar su propio pasado.
Al llegar a la planta de energía donde se estaban los Ocultistas, Lena descubrió que el lugar era custodiado por guardias y drones patrullando cada rincón. Sin embargo, con su habilidad para fundirse con las sombras y su traje mejorado, logró deshacerse de varios obstáculos sin ser detectada. Usando un salto de electricidad, logra infiltrarse en la planta, donde encontró al mismísimo Null ante una red de dispositivos extraños, generadores de impulsos que estaban causando los apagones en la ciudad.
Null era una figura envuelta en sombras, su rostro cubierto por un casco oscuro que reflejaba fragmentos de luces moradas. Pero, al verla, lanzó una carcajada profunda y desafiante.
—"Así que has vuelto, Fulgor" —dijo con voz distorsionada por un modulador, que evitaba ser identificado—. "Sabía que no te resistirías a un apagón".
—"Nova Lumina no merece ser tratada como un experimento para tus ideas retorcidas" —responde Lena con firmeza, tratando de ocultar el nerviosismo que sentía al enfrentarse a él después de mucho tiempo de inactividad.
En ese momento, Null activa un dispositivo y una pantalla holográfica muestra grabaciones de antiguos héroes, incluidas imágenes de Voltario, su hermano.
—"¿No es acaso el recuerdo de tu hermano lo que te trajo aquí?" —dijo Null en tono frío—. Voltario siempre fue tu inspiración, pero también fue una víctima de esta ciudad. La tecnología los devora a todos, y ustedes, los héroes, no son la excepción.
Lena sintió una mezcla de rabia y tristeza al recordar la desaparición de Max. Sin embargo, no tenía tiempo para dejarse llevar por las emociones. Con un movimiento rápido, dispara un rayo de electricidad hacia Null, quien lo esquiva con agilidad. Así comienza la batalla: chispas y destellos iluminando el oscuro espacio de la planta. Null, preparado para enfrentar sus ataques eléctricos, usa un escudo de energía que reflejaba sus rayos, obligándola a calcular cada movimiento con precisión para evitar que las descargas se le devolvieran hacia ella. En medio de la pelea, Lena logra hackear el sistema de Null con un dispositivo que llevaba escondido entre su equipamiento en su traje, provocando una sobrecarga en sus defensas. En ese instante, Null grita de furia y, en su desesperación, activa un campo magnético que les envolvió a ambos.
—"¡Todo esto es un ciclo!" —grita Null—. "Si deseas tanto proteger esta ciudad, entonces ¡morir con ella!"
Lena sintió la fuerza del campo magnético tirando de su energía, y cuando pensó que su final estaba cerca, una figura apareció entre las sombras. Era Rex Tracer, un antiguo aliado en sus días de heroína, quien había seguido sus movimientos en secreto. Sin pensarlo dos veces, Rex desactivó el campo magnético con el lanzamiento de una esquirla a su panel de control en el brazo de Nuell, un contraataque preciso, liberándola y permitiéndole recuperar fuerzas.
Con la ayuda de Rex, Lena logra se acerca al villano, quien asustado y con un sentimiento de cobardía y vulnerabilidad ambos le propinan un golpe y así lo terminan por detener. Antes de que éste cayera con el rostro con contusiones y moretones, Null lanza una advertencia sobre un plan mayor, un acto final de sabotaje que se activaría si alguien intentaba desmantelar su red. Lena y Rex apenas tuvieron tiempo para analizar el sistema de Null antes de que una cuenta regresiva comenzara en las pantallas de la planta. Con habilidad y trabajo en equipo, lograron desactivar el mecanismo, con la delicadeza con la que se tiene para desactivar una bomba de tiempo, de hecho, así lo fue… Afortunadamente, detuvieron el caos que habría sumido a la ciudad en una destrucción total.
Con la amenaza de los Ocultistas neutralizada, Lena y Rex escapan antes de que la policía llegara y se den cuenta de que unos héroes violaron la ley y salvaron la ciudad. En una azotea alejada de la planta de energía, los dos observaron cómo la ciudad comenzaba a iluminarse nuevamente. Lena respiraba con dificultad, pero sus ojos reflejaban una satisfacción silenciosa.
—"¿Volverás?" —preguntó Rex, observándola con una mezcla de preocupación y admiración.
Lena miró la ciudad resplandeciente y asintió lentamente. A pesar de las restricciones, sabía que su papel como protectora de Nova Lumina no había terminado. Su hermandad con Max, su vínculo con Rex y su determinación de evitar la corrupción y el crimen, la impulsaban a seguir adelante.
—"No me iré a ningún lado" —respondió con un leve brillo en los ojos—. “Mientras la ciudad me necesite, seguiré aquí".
Con la promesa de proteger Nova Lumina, Lena desaparece en la oscuridad de la noche, convertida ella una vez más en Fulgor, la heroína oculta que resplandecerá cuando la ciudad volviera a sumirse en las sombras.
#HeroínaOculta#LuchaPorLaJusticia#HéroesDeNeón#RenacerDeUnHéroe#BatallaEnLasSombras#instabookers#tiktokbookers
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ㅤ 겨울이라는 내 인생의 영원한 사랑을 향한 다양하고 기발하고 재미있는 메시지로 가득 차 있습니다 #사막뒤에 @WINTER < DOING CRAZY THINGS > SEPTEMBER 20, 2024 ㅤ El aspecto cansado en Karina resultaba visible si los rastros de maquillaje eran nulos. Sin un ápice de producto en los pómulos, labios y menos en los ojos, su mirada lucía mate. Poco brillo en ellos, y su cabello desañilado lo tenía recogido casi en su totalidad salvo mechones delgados que se escapaban de la atadura de la coleta. Era un medio desastre en sí misma, aunque MinJeong solía matizar en la intimidad que era un bello desastre. En realidad, su mejor amiga solía ser más amorosa de lo que los fans pudieran creer; pero imposible culparlos cuando las fanbases tenían como única captura de sus interacciones, puños alzados en dirección hacia la otra. Era esa su dinámica de amor: pegarse juguetonamente. Un cariño que se fraguó desde el mismo instante que la vio enfundada en ese aura de diciplina y belleza interna. MinJeong era una persona grandiosa, con un control de la vida impresionante; y eso a Karina le generaba la tranquilidad que perdía a consecuencia de sus arrebatos. A veces impulsiva, llena de mañas, y por otra parte bromista como nadie; una de sus prácticas comunes era mensajear a MinJeong con fotos suyas y, aunque podría pensarse que tal vez se tratarían estas de tomas en las que ella visitaba algún lugar especial, en realidad eran todas selfies de carácter aniñado.
En su casa familiar, el silencio brindaba la amplitud para despatarrarse a su antojo en el sofá. Si Yoo Chul, su padre, la viera en esa extrema comodidad poco educada la reprendería. Aunque amoroso, era estricto por gajes del oficio como militar. A veces MinJeong y él sugerían cierto parecido. Peleones los dos como nadie. Rio de imaginar a ese par al lado el uno del otro, pero enmascaró su semblante alegre al instante. Para la sesión de fotos que tenía provista necesitaba mostrarte triste ante la cámara. Karina procuró evocar momentos infelices que dieran luz a sus lágrimas: cuando Juyeon, su amor platónico de adolescencia anunció su compromiso, cuando de parte de China le llovieron acribillantes comentarios por ser seguidora del anime My Hero Academia o la falsa relación suya con el actor Lee Jae Wook y que SM entertainment propuso a Dispatch para evitar un escándalo mayor en cuanto a rumores de salidas con Sungchan y quien en realidad era su amigo.
Sus ojos comenzaron a mojarse, su vida había sido complicada a riendas de un transcurso de acontecimientos que la hacían separarse del concepto del amor. ¿Podría formar una familia después de dejar la música por completo? ㅤ ㅤ
[ 11:14 AM ] 나의 겨울: MinJeong-ah... [ 11:14 AM ] 나의 겨울: ¿Ves mis lágrimas? Lloro por ti. [ 11:15 AM ] 나의 겨울: No me rompas el corazón, ¿por qué me rechazas? [ 11:15 AM ] 나의 겨울: ¿Ya no me amas? [ 11:15 AM ] 나의 겨울: ¡Yo te amo! [ 11:15 AM ] 나의 겨울: Mira mi ojo derecho, ¿ves cómo corre mi lágrima? ㅤ ㅤ
La idol envió a fuego cada uno de los mensajes. Cuando alcanzó el último, una risita gamberra rompió con el llanto inducido. Amaba armarle drama a consecuencia de esa carita suya de ojos rodados que le mostraba. De hecho, solía devolverle una respuesta fotográfica de rostro capricorniano serio de pura cepa, y eso era lo que más la incitaba a diseñar esas bromas para con ella.
WINTER
La imagen que tenían todos acerca de su relación con Karina podía llegar a ser abstracta, mientras los fans veían esos clips engañosos donde parecía que Winter estaba por darle un ultimatum a la hermosa Líder, la realidad es que cuando estaban solas Minjeong se aseguraba de hacerle sentir como la persona más especial de su vida, porque lo es, su mejor amiga y compañera de aventuras por un largo tiempo mientras la vida lo permita. Karina siempre ha sido un ser tan lleno de energía desde que recuerda, desde que la conoció en los pasillos de ensayos, estaba siempre con una sonrisa y dispuesta a dejar hasta los huesos en su pasión por la música, misma razón por la que Minjeong llegó a ser aprendiz, con la diferencia que la última siempre fue y ha sido un poco más reservada con sus anhelos. Pero todas esas capas debajo de su personalidad tímida fueron eliminadas por Jimin, con la excepción de que para con ella únicamente, el grado de confianza que existe actualmente es más que un lazo, para Winter va más allá que cualquier otra relación cercana que haya tenido anteriormente.
Poco a poco ha ido desmenuzando dentro del sentido común de la mayor, la misma que siempre estaba dispuesta a hacerle alguna broma sin previo aviso, Winter a veces se hacia la ofendida pero realmente son esas pequeñas cosas la que le hacen amarla un poco más cada día que pasa, sea como sea Yoo Jimin siempre le saca una (son)risa.
Se encontraba comprando algunos comestibles cuando su celular vibró unas cuantas veces, esperó hasta pagar en caja para luego ir a un lugar más apropiado y revisar sus notificaciones, apenas desbloqueó el móvil visualizó de pasada algunos de los mensajes de Karina, usualmente no le hacía esperar así que entró de un saz a la aplicación. Comenzó a leer todo y vio las imágenes que le envió, no era la primera vez que le enviaba algo así pero ella definitivamente siempre encontraba algo que hacer cuando se aburría, simplemente Jimin siendo Jimin.
ㅤㅤ
[ 11:28 AM ] 카리나: ㅋㅋㅋㅋㅋㅋㅋㅋㅋㅋ
[ 11:28 AM ] 카리나: ¡Aigoo!
[ 11:29 AM ] 카리나: ¿Pero que fue lo que hice? ㅎㅎ
[ 11:29 AM ] 카리나: ¡Jimin-ah! claro que te amo y mucho, ¿haces alusión a nuestra canción?
[ 11:29 AM ] 카리나: Llevo algunas cosas para ti, salí de compras.
[ 11:30 AM ] 카리나: Señora Yoo, no más lágrimas, llegaré pronto. *sticker*
ㅤ
Minjeong andaba de muy buen humor y estaba deseosa por ver a Karina ese día, usualmente le seguiría el Drama hasta el fin pero por excepción de hoy lo único que buscaba era consentirla en compensación a las últimas amenazas públicas que sus dos puños le habían hecho a la mayor.
KARINA
Sonrisa juguetona y triunfal, esa misma se expandió en el rostro de Karina cuando oyó el sonido de pato escogido en su kakaotalk particularmente para el chat de MinJeong. La primera vez que la había visto ataviada de cabello rubio, fue antes de formalizarse aespa; y le había asegurado que se parecía a un patito pequeño. Desde entonces el tono de mensaje había sido el mismo. Karina abrió el chat al completo y reafirmó su sonrisa.
ㅤ ㅤ [ 11:30 AM ] 나의 겨울: Quiero que me des amor. [ 11:30 AM ] 나의 겨울: ¡No pido mucho! ㅠㅠ [ 11:31 AM ] 나의 겨울: Olvidé tomar las pastillas para no ovular... [ 11:32 AM ] 나의 겨울: Son esos días del mes de pura maña. [ 11:32 AM ] 나의 겨울: Sigo en casa de mis padres, pero mi hermana me llevará al apartamento ahora. [ 11:32 AM ] 나의 겨울: MinJeong-ah, tengo mucho sueño 💤 ㅤ
ㅤ Ni la euforia de descubrir qué había comprado MinJeong para ella, pudo destrabarla del agotamiento fatal. Karina había estado el día anterior en Milán como embajadora de Prada para Spring Summer 2025 Womenswear Show. Tan solo horas escasas transcurrieron desde su llegada hacia su hogar familiar. La maleta yacía a medio abrir en el suelo de su habitación; ropa y neceser tirados. La líder de aespa se abrumaba en desesperación por adquirir un tiempo de tregua para el verdadero descanso, pero, la agenda a finales de año estaba programada de tal manera, que inducirse un coma sonaba como una solución viable. La puerta de la entrada se abrió y, junto a este hecho, la presencia de su hermana la acompañó. Karina se levantó igual que un resorte. Con el miedo a ser reprendida por su desobediencia —había acordado estar lista—, guardó sin orden, ni cuidado, todas sus prendas otra vez en la maleta. Su hermana dirigió una fulminante mirada que originó un temblor de cuerpo y piel erizada al instante. Igualita a MinJeong, pensó. Todo le recordaba a ella, pero... ¿cómo no? La amaba con locura, era por encima de todas las amigas que tenía, la mejor y su más grande devoción. Logró terminar entre tanto miedo, ajetreo e ilusión por volver al apartamento. El pijama lo mantuvo puesto, después de todo seguiría durmiendo cuando llegara. Sabía con certeza de lo alborotado que luciría el piso y, lejos de ser únicamente por el desorden, también a consecuencia de las voces exclamando el nerviosismo que suponía estar próximas a presentar nueva música y que en realidad prepararon con la antelación de un año. Aun así, dormiría aunque fuese tiempo de vendavales, truenos y batallas. Y por fin, con todo a cuestas, Karina partió con su hermana. Unos treinta y dos minutos después ya estaba estacionada en el interior de los aparcamientos rumbo al ascensor. Se despidió de su hermana y subió hasta el piso. MinJeong ya estaba allí cuando entró; su primer acto instintivo la condujo directo por detrás. Sus brazos la rodearon por la espalda baja. Achuchón fuerte y lleno de todo el cariño del mundo. Como la adoraba. —Ya estoy aquí. ¿Compraste mis golosinas favoritas? ¿Pringles? Quiero un bollo dulce y dormir una eternidad —dijo lamentándose, pero de pronto de buen ánimo.
WINNIE
Luego de contestar los mensajes tomó camino hacia los apartamentos, donde seguramente tendría que esperar a Karina, o con suerte ya se encontraría allí si es que por primera vez lograba ser puntual. Minjeong no tardó tanto tiempo en encontrarse frente a el edificio, y como era de costumbre, se encontraba un gran ajetreo, rodó los ojos juguetones mientras llegaba a el ascensor para dirigirse hacia el piso correspondiente, y estuvo medianamente pensativa en esos pocos minutos.
ㅤ
Nuevamente revisó el chat de Karina, y justo como esperaba ya tenía otra tanda de mensajes de ella. Soltó una gran risa cuando leyó todo, Jimin tenía más confianza para decirle esas cosas a ella que a su propio enamorado.
ㅤ
[ 12:18 AM ] 카리나: ¿Pastillas para no ovular? ¿Acaso existe eso?
[ 12:18 AM ] 카리나: No me hagas reír así. ㅋㅋㅋ
[ 12:19 AM ] 카리나: Cuando llegues al apartamento serás feliz comiendo como siempre, pequeña glotona.
[ 12:21 AM ] 카리나: ¡Espero que llegues pronto! Aunque si es tu hermana quien te trae, eso es seguro. Entonces podrás dormir tranquilamente.
[ 12:22 AM ] 카리나: Te veré aquí, te amo.
ㅤ
Supo de antemano que tendría que esperarla antes de entrar a las habitaciones, o Yoo estaría ofendida de por vida, conoce muy bien a Jimin en esos días traumáticos de mujer, ella es bastante especial en ellos. Colocó las bolsas de despensa que había comprado en una pequeña mesa que estaba al lado, suspiró y tomó asiento mientras comenzó a hundirse en sus propios pensamientos. "¿Que estarás haciendo y con quien?" Fue lo primero que se cruzó por su mente, nada más ella sabía a lo que se refería, y que de vez en cuando solía ponerla desanimada. Sacudió su cabeza para salir de su propia mente, y se puso de pie para ir al baño y lavarse las manos, acto que realizaba cuando quería olvidar ciertos asuntos.
ㅤ
Una vez que regresó, revisó cautelosamente que todas las cosas estuvieran en su lugar, si bien es un espacio seguro, Minjeong es desconfiada sólo porque sí.
Dio un pequeño brinco cuando sintió dos brazos rodearla por detrás, pero su corazón entró en calma cuando se dio cuenta que era Karina, así que dio un suspiro hondo mientras la escuchaba hablar, ella se veía tan tranquila pero podía notar la carga de sueño que estaba sobre sus hombros.
ㅤ
ㅤㅤ—Jimin-ah, me asustaste.— dijo en consecuencia, para después continuar hablando. —Compré todo lo que te gusta, y además traje un peluche más para tu colección, uno que me recordó mucho a ti. Te lo mostraré cuando entremos al apartamento.— le mencionó por último tomando las bolsas y echando paso hacia la puerta de su amado hogar.
ㅤ
ㅤㅤ—Vamos, veo que necesitas descansar también. Pero antes tendrás que comer, yo me encargo.— si bien Minjeong no era una experta en la cocina, usualmente se encargaba de preparar la comida en especial a Karina, porque ya sabía de que forma le gusta. —Luego de comer prometo cuidar tu sueño.— dijo esto último mientras le sonreía con sinceridad, Karina es su más grande tesoro si de amistad estamos hablando, era inevitable no verla como alguien a quien debe proteger por sobre todo.
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LUCES, MÚSICA Y AQUELLA BARRA DE LABIOS, AUTORA: Ana Melgosa
Último toque, los labios. Es una costumbre, siempre deja para el final pintarse los labios. Enfundada en esos pantalones negros, con las botas de tacón y esa blusa granate que sabe la favorece especialmente, sale de casa dispuesta a comerse el mundo. Bajando las escaleras hacia el portal, se mira en el espejo que está al lado de los buzones. De frente, de perfil, a la cara … Está guapa y lo sabe.…
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