#enfermo imaginario
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a-veces-escribo · 2 months ago
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Me enfermo, me muero, así me siento, en una exageración propia de un paranoico, quiero estar acostado y dormir y no saber nada más dd mi.
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paonietoguarin · 2 years ago
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Estos días me han ayudado a aclarar la mente y sigo pensando que no voy a tener hijos. Hoy, no considero "natural" traer al mundo una criatura ingenua con los peligros que los acechan. No soy capaz de decirle que no pude hacer nada para cambiar el mundo que tuve que vivir y no sería capaz de dejarlo a la postre de colegios en donde su condición sexual, sus gustos o sus planes son obra de un sistema perverso en el que los niños son el trofeo de los adultos enfermos. No sería capaz de decirle que las mujeres somos objetos y que en todas las emisoras hay canciones que refuerzan ese pensamiento, ni que la televisión se creó para darle diversión "malsana" a las mentes, que las novelas son la melancolía degradada y la sutil forma de convertirnos en consumistas sin remordimientos. No podría verlo a los ojos y decirle que todo gira torno a la economía, que la gente no vale por lo que piensa, ni siente, sino por lo que tiene. Qué las personas son hipócritas para adquirir favores, que todos actuamos conforme a un libreto que desconocemos. Ni podría decirle que entre humanos no confiamos en el otro, tampoco sería capaz de argumentar que no nos unimos porque estamos atados, enmudecidos, y nos han adiestrado. Así, mi hijo me preguntaría por la democracia y para esto mi respuesta sería que las decisiones que toman los gobiernos no benefician a las personas, sino que se toman de acuerdo a los intereses de quienes dominan el sistema capitalista (gue estos intereses colindan con la destrucción del planeta, y limitan el uso del agua, convirtiéndola en un negocio y no en un derecho). No podría explicarle que la gente es corrupta y hacen discursos de amor mientras con una actitud psicópata manejan el mundo. No podría, y no sería capaz de explicarle que afuera hay miles de seres como Uribe Noguera sueltos, y que la justicia no obra en contra de ellos sino a su favor. No sería capaz, y es mi forma de decirles que nos dominan los anti-valores y la mayoría hoy los promueven con frialdad. No sería capaz de decirle a mi hijo (imaginario) que las violaciones, torturas, y maltratos son algo de todos los días. Quizá, no entendería porque alguien que contaba con amigos, familia y según dicen "parecía normal", fue capaz de hacer algo tan espantoso. Pero en realidad, Uribe noguera es sólo un caso más de los miles de casos que amenazan diariamente a los niños. No puedo con esto, con la muerte de esa niña YULIANA mi corazón se ha roto un poco más y quizá jamas me sienta a gusto para traer hijos al mundo. ¿Cómo explicarle a mi hijo (imaginario) que no importa si eres inteligente o no, si no tienes una maestría tu estás mal? Definitivamente, yo que no pedí venir acá, no quiero que me intenten convencer de que tengo o no la razón, también me harté de aquellos que dicen tenerla siempre.
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azafrannnn · 2 years ago
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Si al mundo se le atribuyeran las cualidades del ser humano, ¿quién o qué le haría terapia a sus traumas? ¿Quién sería la mamá o el papá que perdió, que no estuvo, que lo humilló o que hizo lo que pudo? ¿Sus amistades también se olvidarían de preguntarle cómo está?
Cuando el mundo se enfermó hace 3 años solo veía los ojos de las personas. Una tela sucia era el telón al imaginario de sus labios. Además, las plazas todavía me duelen, con sus plásticos vallados y prohibidas visitas. No poder sentarme en el pasto por tantos meses, despertar y ver números de muerte, ahogarme tanto en humo que terminaba en siestas eternas.
No quería, el mundo, que le pusiéramos pañito frío para la fiebre, quería antivirales y vacunas gratis. Yo no sabía que me importaba tan poco la muerte, tenía mis sospechas pero, cuando ocurrió, fue atroz la indiferencia total. Todos somos un poco ese monstruo que no nos gusta de le otre. Quise curarme y encontré en mis sábanas un refugio que me intoxicaba. Un veneno que me salvaba. El goce de lo destructivo.
Si ahora hay exceso entonces yo elijo una plaza. Pero no podía entonces solo miraba el techo. Y las horas pasaban y yo no sabía cómo me llamaba, qué tenía que hacer por el mundo, cómo escuchar a mi intuición, ni el nombre de mis emociones. Porque tuve una mamá que no sabía el nombre de sus emociones tampoco. Si no podemos nombrarlas, tampoco podíamos gestionarla y después me preferí víctima de mi propio mundo enfermo.
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viecome · 2 months ago
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Historias de la Literatura. Molière
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, tenía tuberculosis y estaba medio arruinado cuando estrenó su último obra: El enfermo imaginario. Ficción y realidad se confundieron en la cuarta representación, el 17 de febrero de 1673 en el Palais Royal. Molière actuando de Argán, el personaje principal, tosió sangre y se desplomó en el escenario. “Tengo un frío que me mata” les dijo a los…
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dcampos · 3 months ago
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LA ETERNIDAD
¿Cómo se manifiesta la ficción del sueño en mi existencia agonística? 
Existencia de ideas y fantasías, de profundas tristezas y aflicciones como las que producen los terribles sentimientos o los martirios irracionales.  
Sufriendo la abyecta realidad con un dolor incomprensible, obstinado ante la muerte. 
Respirar y sobrevivir. Respirar profundamente, habitar el tiempo inaprensible y relativo  
y suscitar el ánimo con el que soportar las miserias de la cotidianidad.   
Mi imaginación descomedida me produce una extenuación que se manifiesta en cualquier acción que intento acometer,  
sin poder realizarla mecánicamente ni comprenderla.   
La realidad que habito me interroga, me enturbia con preguntas sempiternas  
y la carencia de respuestas es la causa de mi frustración.   
Sé que, al pensar a partir de la experiencia,  
reacciono con distintas ideas y razones, sin diferenciar el sueño de la realidad. 
A veces pienso con la intención de enjuiciar mis recuerdos oníricos 
y desvelar su significado contra mis prejuicios psicológicos.  
Los argumentos de mis frágiles conjeturas no son la totalidad de lo soñado.  
Mis inquietudes intelectuales y una búsqueda incesante de conocimientos  
son estériles para encontrar el sentido y la gloria de la existencia.  
Las palabras que pienso  
son limbos que produzco en mis fantasías,  
ondas volando por los aires desde mi cabeza que producen algún significado.   
Mis ideas me confunden. Las dudas que me acechan me encomiendan a sufrir irremediablemente,  
sin entender nada de lo que pienso.   
¿Desesperarme a causa del desasosiego que me causan, del malestar que producen? ¿Afligirme como si volviera a perderme en el abismo?   
Voy hacia algún lugar incierto de la realidad. No razono causalmente ni estructuro ordenadamente los significados,  
ni siquiera entiendo cómo atribuir conocimiento a las cosas que distingo.  
Discrimino el bien con los sentidos y lo comprendo con la inteligencia,   
para acercarme a los conceptos, para encontrarte a ti.  
Te aferro a mi vida y en mi humilde casa, 
porqué mis valores morales -de preocupación y buen trato- 
nacen con la fuerza de mi corazón 
cuando cae la lluvia del cielo fruto del amor. 
¿Por qué confrontar mis esperanzas con incertidumbres crueles? ¿Por qué oponerse dialécticamente contra mis idealismos?      
Ante la naturaleza y sus sublimes paisajes  
y al concentrar la percepción en los seres vivos buscando lo invisible, despierto todo lo importante,  
todo lo sensible que hay en mí  
y me abstraigo en las fantasías que producen mis afecciones,  
deseando existir eternamente, pensando una vida infinita.   
Cuando estoy alegre,  
cualquier expresión de la vida me asombra, todo aquello que vive me conmociona,  
por eso se estremecen los cipreses de los cementerios y me persuaden a contemplar las utopías del cielo.   
Desde mis palabras  
debo aceptar que esa idea de eternidad es factible  
y que hay que crear un imaginario espiritual que la sostenga,  
que produzca su ínfima posibilidad. Crear un devenir de la naturaleza en la vitalidad.  
Un espíritu que se afirme con intensidad.   
¿Por qué cuándo pienso lo perfecto y absoluto,  
me afirmas lo imperecedero e infinito  
y acabo conciliando ambos conceptos  
en un nuevo paradigma posible -absoluto e infinito- 
Con un apasionado construir?   
No soy un egoísta.  
He visto tus ojos brillar con el color resplandeciente de las estrellas, con la enigmática luz  
que emerge de los astros y que ilumina la naturaleza con la energía del espíritu, 
que refulge como el mar  
y no se oculta ni se esconde nunca. 
Luz trascendental que transfiere fuerza vital  
para la contemplación estética de la belleza. 
Sin embargo, los imbéciles existen y los crueles no pueden sentir felicidad,  
ni los resentidos, ni los sonámbulos enfermos.   
¿Cómo sobreponerse al dolor que produce la idea de la muerte y crear un trascender eterno?   
Tal vez no sea difícil vislumbrar el porvenir.  
Creo que conozco algunas ciencias estratégicas, que comprendo algunos principios físicos;  
entiendo que todo cambia buscando un lugar cualitativo 
y que una sencilla abstracción puede ser causa de evidencias empíricas, de verdades inamovibles.   
Sé que hay que sufrir cada día para escribir en tu destino. Que el placer no es gratuito.  
Que todo el mundo se idolatra a sí mismo y que la moral es una hipocresía, sin dedicación.  
Una desigualdad   
entre lo que piensas, dices y haces. 
Una confusión de vanas mentiras. 
Pero mi lejano ideal es el de la felicidad producida con la actividad,  
incluso en una vida de actos inconscientes. Como ondas que se expanden o destellos de luz.  
Como las respuestas de las preguntas filosóficas.   
¿Cuál es la explicación ontológica del ser?   
La historia de su existencia, su realidad física (atribuida con el conocimiento en el lenguaje) y su actividad propia.  
Mis intuiciones aristotélicas son el predicado de las preguntas que me desesperan,  
que me encomiendan a detenerme en alguna razón, en alguna certeza, 
para pensar su fundamento filosófico. 
No quiero causarte dolor con insignificancias,  
quiero persuadirte hacia lo inmenso. Aunque sufra y me confunda,  
no quiero perder la esperanza, esperanza alentada por creencias de bien, ilusiones de vida,  
esperanza mística que vive para ti.   
¿Qué puedo hacer para conmoverte?   
Quiero perderme en tu vida, perderme en tus sensibles afectos, en tus virtudes,  
pero siempre está la fatalidad que me acecha y reprueba mis profundos sentimientos.  
Hay que matar el tiempo imposible. Hay que destruir su ciencia definitiva. Sus intereses matemáticos me insultan.   
¿Soy un individuo diferenciado o soy simplemente una expresión ociosa? ¿Soy digno de entrar en tu cálido mundo?   
Si soy una expresión que vive en el espacio del universo, soy solo una sombra superficial,  
una tétrica imitación de mí mismo, un espectro fatídico.   
Si soy un individuo separado por su naturaleza diferenciada 
me excedo en mi egocentrismo, ya que mi identidad es sociable y heterogéneamente conformada.   
Si soy una mezcla de atributos impuestos,  
de verdades acordadas,  
sólo puedo serlo en la medida en que el lenguaje que me comprende procede de convenciones culturales  
y mi locura es como un conjunto de signos enigmáticos que se reflejaran en tus pupilas.   
Puedo contemplarte entre mis afecciones, imaginar un mundo pacífico y apacible  
y observar tus perfecciones abstraído en los delirios de mi contemplación.   
¿Como hay que interpretar el significado de un sueño? ¿Tengo acaso tiempo que perder, fuerza infinita  
o la perseverancia de un anciano?  
¿O es que ni siquiera puedo pensar racionalmente?   
Me siento en una parada de autobús de la ciudad  
y contemplo el lejano horizonte, perdido por los valores altos.  
No puedo captar las diferenciadas identidades entre lo múltiple. Me distraigo con la energía. El movimiento sinuoso del viento me afecta,  
me suspira en los oídos las preguntas metafísicas.      
¿Que proceder conforma esta realidad? ¿De qué causa proviene?   
Sólo hago que reaccionar con alucinaciones. Tal como reaccionan los cuervos del bosque  
o como los alegres gorriones que juegan por los caminos. 
Como en la felicidad de tus ojos habitan mis intensas afecciones, 
no puedo asumir el sufrimiento absurdo ni la violencia de la muerte.   
Tengo un espíritu poético, que sueña fantasías y que piensa con idealismos,  
que vive solo para ti.  
Soy un ser humano que produce desordenes artísticos en las calles
pero se embriaga con la belleza de las radiantes estrellas.   
Quizás en la noche que habita en lo oscuro se escucha mi embriaguez,  
de donde crece la flor exuberante que está ahí mismo en la sombra 
y yo quiero que te lleves esa extraña flor a tu inocente mundo. Que florece cuando tu voz tiembla  
y produce una afección sensible como la música, 
como la melodía que se repite en la indeleble voluntad de la naturaleza  
por iluminar lo incognoscible. 
Con la firmeza de unir belleza y verdad,
contemplando el cielo con pasión  
hasta descifrar los enigmas,
hendiendo la noche inagotable con mis inquietudes. 
Por eso me abstraigo en la gratitud del amor sensible. Ese es el arte con el que vivo.  
Conmocionado con el proceder del cielo y de sus efímeras nubes blancas,  
asombrado de su dulce movimiento,  
feliz de vivir entre lo incomprensible.  
El amor es un conjunto de sentimientos profundos e irremediables  
que habita los cuerpos suicidas. 
El amor es el mar dónde respiramos embriagados en la noche. 
¿Acaso no te conmueves como si mi humilde entelequia  
fuera una estrella radiante?  
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norteenlinea · 4 months ago
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El Enfermo Imaginario en Teatro Eureka
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eltarotdelatia · 5 months ago
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Babear:
Engaños y abuso de confianza.
Babero:
Contrariedades que exigen una rápida resolución.
Babosa:
Nos advierte que existen personas rastreras a nuestro alrededor.
Babuchas:
Relaciones amistosas y familiares favorables.
Bacalao:
Si lo vemos seco, anuncia preocupaciones familiares.
Bacanal:
Cuidado con los excesos.
Bacantes:
Inmoralidad.
Bacará:
Si juega y gana, indica que tendrá preocupaciones.
Badajo:
Nos advierte para que cambiemos nuestra actitud o nos veremos expuestos a un escándalo.
Bagaje:
Lo que le suceda a nuestro equipaje refleja nuestros temores sobre nuestra apariencia social, y si lo perdemos o abandonamos, ha llegado el momento de mostrarnos tal y como somos.
Bagatela:
Huya de los amores fáciles.
Baile:
Si es de disfraces, indica que para tener éxito con nuestra pareja debemos ser sinceros.
Si bailamos con la persona amada, indica que es una unión sólida.
Si nos caemos mientras bailamos, nos advierte para que no seamos tan altaneros/as.
Si el sueño resulta desagradable, denota temor en nuestra relación amorosa.
Bajar:
Si soñamos que bajamos de algún sitio, indica que hemos terminado una etapa de nuestra vida.
Si el descenso es forzado o incontrolado, refleja una situación que no sabemos cómo hacerle frente.
Balada:
Hipocresía a su alrededor.
Balanzas:
Nuestro testimonio será requerido para aclarar un asunto confuso.
Balar:
Las murmuraciones nos causarán problemas.
Balaustrada:
Si está en buen estado y se apoya en ella, recibirá ayuda para resolver sus problemas.
Si se encuentra deteriorada, indica que tendremos una decepción con nuestros amigos.
Balcón:
Si nos encontramos solos, presagia que serán reconocidos nuestros méritos.
Si estamos con alguien del sexo opuesto, indica que mejoraremos nuestra situación actual, pero la gente murmurará de nosotros.
Baldaquino:
Nos ofrecerán protección y amistad.
Baldío:
Preocupaciones financieras.
Baldosa:
Bienestar familiar.
Ballena:
Por lo general somos engullidos por ella. En estos sueños es muy importante darse cuenta de nuestra actitud dentro de la ballena pues supone si somos capaces o no de enfrentarnos con la vida cotidiana, si nuestra actitud es activa o pasiva.
Ballesta:
Es un presagio de avance importante en nuestra situación, de éxito.
Ballet:
Molestias y contrariedades.
Balneario:
Indica una necesidad de purificación.
Balón:
Sus triunfos están condicionados a la prudencia y al sacrificio.
Balsa:
Indica un período de incertidumbre en el que debemos cuidar no caer en un negocio inseguro.
Balsamina:
Simboliza la impaciencia.
Bálsamo:
Curación para un enfermo.
Bambú:
Período de suerte y de prosperidad.
Banana:
La banana es un símbolo sexual masculino.
Banca:
Si guardamos dinero en un banco o joyas en una caja fuerte, indica una necesidad de protección de quien lo sueña.
Si sacamos dinero, indica que a pesar de las dificultades nos queda energía para afrontar los problemas.
Si el banco nos niega el dinero, debemos aceptar que nos encontramos en una situación comprometida.
Únicamente el salir del banco con el dinero es ligeramente favorable.
Bancarrota:
Una situación injusta tendrá una solución imprevista y feliz.
Banco:
Si es de madera, indica que la proposición que nos han hecho es engañosa.
Si el banco es de piedra, la proposición deberá ser tenida en cuenta.
Si es de hierro, la proposición irá acompañada de un regalo. Desconfiemos.
Si se trata del banco de una iglesia, la proposición será de matrimonio. Entonces confiaremos en ella.
Si es el banco de una escuela, indica que todavía tenemos mucho que aprender.
Banda:
Verla desfilar con alegría, indica que recibiremos noticias felices.
Bandera:
Si vemos ondear una bandera, presagia riqueza y honor.
Si la portamos nosotros, reconocimiento a nuestro valor.
Si la perdemos o nos la quitan, indica pérdida de poder y mando.
Si es la de nuestro país, nuestros méritos serán reconocidos.
Siendo de un país extranjero, indica que solo será reconocida nuestra valía en otro país.
Si es la de un país imaginario, es que nuestros sueños de grandeza no se cumplirán.
Si la bandera es negra, estaremos luchando contra la enfermedad.
Si es roja, luchamos por defender sentimientos.
Si es violeta, por la libertad.
Amarillo, por la inteligencia.
Marrón, por nuestros intereses materiales.
Cuanto más rota esté la bandera, mayores serán los reconocimientos a nuestros méritos y nuestro valor.
Banderilla:
Usarla con éxito indica que su tenacidad sorprenderá a sus adversarios.
Banderín:
Indica que obtendremos pronto una recompensa honorífica.
Bandidos:
Si los bandidos nos atacan, augura éxito y riqueza.
Si se retiran sin atacarnos, indica que perdemos la fortuna.
Banjo:
Problemas de dinero.
Banquero:
Decepciones. Pérdidas financieras.
Banquete:
En caso de que el soñador sea profundamente religioso, el sueño indica placeres espirituales compartidos.
En caso de ser una persona corriente, anuncia reuniones familiares agradables o con los amigos.
Bañador:
Viaje de corta duración.
Baño:
Si el baño es agradable, indica salud tanto física como espiritual, sobre todo si el agua es clara y transparente.
Si es turbia, demasiado caliente o demasiado fría, indica que algo no marcha bien, pero si termina siendo agradable obtendremos un beneficio.
Si la bañera está vacía o no nos metemos en ella, indica ocasiones
Bar:
Sea prudente con sus relaciones, le pueden perjudicar.
Baranda:
Si la barandilla soñada está en buen estado, es signo de suerte y protección.
Si forma parte de un lugar de espectáculos, presagia amores fáciles y sin futuro.
Si está rota, desilusiones y esperanzas frustradas.
Baratija:
Gastos inútiles.
Baratillo:
Debemos poner orden en nuestros razonamientos, existe falta de coherencia en nuestras ideas.
Barba:
Si nos afeitamos la barba, indica que es momento de empezar una acción enérgica y directa.
Si quien se afeita es otra persona, la situación en que nos vemos requiere medidas enérgicas y decididas.
Si nos vemos con barba, nos avisa para que moderemos nuestras ansias de poder y dinero.
Si aparecen personas barbudas, indica que en lo que hacemos debe primar la imaginación y el ingenio para alcanzar nuestros objetivos.
Cuanto más hermosa y oscura, mayores son las posibilidades de éxito.
Si es blanca, lo que ganaremos será prestigio y dignidad.
Si es escasa o débil, serán escasas las posibilidades de éxito.
Teñirse la barba, estaremos tentados de disimular.
Lavársela, signo de ansiedad.
Si aparece un barbero, revela colaboración y ayuda de personas importantes.
Barbado:
Soñar con este pez augura una pérdida sin dolor.
Barca/o:
Indica el fin de una etapa y el inicio de otra nueva. De lo que ocurra en el viaje se deducirá cuál es el mensaje del sueño.
Indica un cambio en nuestra vida, pero no lo hacemos solos, sino rodeados de todos los que conocemos.
Subir a un barco repleto de gente refleja la necesidad de relaciones con los demás.
Si el barco está vacío, señala nuestra timidez.
Si cuando llega el barco, antes de que subamos al mismo, descienden pasajeros, significa que este cambio de vida no es definitivo.
Si solo vemos el barco indica que recibiremos una proposición que puede cambiar nuestra vida, aunque todavía no hemos decidido si la aceptaremos o no.
Barcaza: Se le presentarán otras perspectivas que le serán indicadas por la marcha de la navegación y el aspecto de la orilla opuesta.
Bargueño:
Recibirá apoyo afectivo en momentos penosos.
Si el mueble está vacío y en mal estado, indica desamparo moral y soledad.
Barómetro:
Verlo señalando mal tiempo indica peligro.
Si anuncia buen tiempo, es un augurio feliz.
Romperlo indica que sus problemas cesarán pronto.
Barquero: Empresa fácil y asequible.
Barraca: Período de tristeza y soledad.
Barranco:
Si vemos el barranco y lo sorteamos, significa que en la vida real sortearemos los peligros.
Si caemos en él, difícilmente lograremos triunfar.
Barrendero: Es una advertencia de que está descuidando la solución en asuntos muy importantes.
Barreño:
Si está lleno, indica alegría familiar.
Vacío, dificultades financieras.
Lavarse en él, problemas sentimentales.
Barrer: Resolverá sus problemas según sus deseos.
Barrera: Simboliza la dificultad de alcanzar un fin.
Si aparecen barrotes cruzados, además de obstáculos, tendremos penas.
Si los barrotes están rotos o existen puertas que permitan franquear el obstáculo, es favorable pues tendremos medios para resolver nuestros problemas.
Si la barrera ya estaba formada, los obstáculos nos vienen de fuera.
Si la construimos nosotros mismos, los problemas también los generamos nosotros.
Si la barrera se derriba, además de problemas, corremos peligro.
Si conseguimos mantenernos sobre la barrera, nuestro esfuerzo nos augura éxito final.
Barricada: Peleas a su alrededor.
Barriga: Nos indica que somos demasiado orgullosos.
Barril:
Anuncia prosperidad y cuanto más vino contenga, mayor abundancia, éxito y prosperidad.
Si contiene agua, alcohol, petróleo o aceite, fracasaremos por ser demasiado ambiciosos.
Si contiene arenques, presagia que no nos faltará nunca lo más indispensable.
Barro:
En caso de tratarse de barro para modelar, indica que crearemos excelentes proyectos y triunfaremos.
En caso de ser barro muy líquido, que solo ensucia, presagia la caída en la inmoralidad aunque siempre es posible regenerarse.
Báscula: Nuestro testimonio será requerido para aclarar un asunto confuso.
Bastardo: Usted logrará superar los problemas e imponerse.
Bastión:
Si estamos en él, nos incita a ser prudentes.
Si lo construimos, indica que deseamos nuestra seguridad y la de nuestros bienes.
Si presenciamos su demolición, augura pérdidas por nuestra falta de prudencia.
Bastón:
Utilizado como arma, presagia separaciones y rupturas cuyo culpable será el agresor.
Si sirve de sostén, simboliza a nuestros amigos.
Si está roto, la ayuda que nos prestan es ineficaz y fracasaremos.
Basura: A su alrededor existen malos sentimientos.
Basurero: Circunstancias desfavorables para sus intereses.
Bata: Sentimientos renovados. Felicidad cercana.
Batalla: Indica injusticia hacia nosotros.
Si vencemos a los enemigos, presagia reconocimiento de nuestros derechos.
Si perdemos, sufriremos humillaciones.
Si somos heridos, sufrimientos morales.
Batir:
Si se trata de lana, sufriremos por habladurías.
Si es un colchón, indica amoríos nada serios.
Batirse: Situación difícil e incierta.
Baúl:
Si está desordenado, deberemos reordenar y actualizar nuestros conocimientos.
Vacío, indica que no estamos capacitados para una situación que nos gustaría por falta de conocimientos.
Si lo soñamos lleno y ordenado y su contenido es de mala calidad, debemos actualizar nuestros conocimientos.
Si las telas son de buena calidad y si todo es ropa blanca, sufriremos alguna enfermedad o herida.
Si está lleno de ropa de color, anuncia que conseguiremos riqueza y bienestar gracias a nuestros conocimientos.
Bautismo:
Si lo presenciamos, presagia que nuestros sentimientos hacia otra persona se purificarán y tendremos la necesidad de compartir nuestra vida con ella.
Si el bautizo no es de un niño, se tratará de algo emotivo y entrañable.
Bayas: Actividades profesionales exitosas salvo que estén podridas, lo que indica contrariedades.
Bayoneta:
Verla, significa querellas.
Usarla, indica que prevalecerá sobre sus adversarios.
Si la usan otras personas, sufrirá a causa de sus enemigos.
Bazar: Debemos poner orden en nuestros razonamientos, existe falta de coherencia en nuestras ideas.
Beata:
Signo de propósitos malévolos contra nosotros.
Golpearla, significa que acabaremos con los difamadores.
Bebé: Es signo de felicidad en el hogar. Si nos vemos convertidos en bebé, indica que el soñador se sentía muy amado y atendido.
Beber:
Si bebemos vino en un lugar agradable, presagia que se aproximan tiempos felices.
Si bebemos de un vaso lujoso, la fortuna nos será propicia.
Si lo que bebemos es amargo, nos previene de una posible enfermedad.
Si somos creyentes y soñamos con animales bebiendo en una vasija o fuente y principalmente en parejas, pronostica que pronto seremos capaces de asimilar la verdadera doctrina de Dios.
Becada o agachadiza: Soñar con este pájaro avisa de que las personas que nos rodean no son tan ingenuas como creemos.
Beduino: Presagia soledad y desasosiego.
Belleza: Anuncia celos por parte del soñador hacia su pareja.
Bellotas: Presagio de éxito y fortuna. En un plano espiritual simbolizan el poder del espíritu y la verdad.
Bendecir:
Ser bendecido, pronostica ayuda y protección.
Bendecir a una persona, indica penas.
Benefactor: Riesgos financieros.
Beneficio:
Procurarlos para los demás, indica que se burlarán de usted.
Recibirlos, celos de sus relaciones personales.
Berenjena: Augura penas y sufrimiento a causa de alguna pasión secreta.
Berros: Pronostica mejoría en cualquier faceta.
Besar:
A una persona del sexo opuesto, presagia infidelidad salvo si se trata de nuestra pareja, en cuyo caso anuncia buena fortuna.
Si se trata de una persona querida, anuncia su partida.
Si besamos a alguien del mismo sexo sin afecto, nos beneficiaremos de ella.
Si hacemos lo mismo pero con afecto, ella será la que se beneficie de nosotros.
Besar la tierra, presagia penas.
A un muerto, próxima herencia.
Bestia: Soñar con una bestia es un reflejo distorsionado de nuestra conciencia que nos acusa de alguna falta que nos atormenta.
Si se trata de una bestia aterradora, este sueño nos revela que seguimos atados a los temores infantiles y a los complejos de culpabilidad.
Si la bestia es tentadora, refleja desconfianza en nosotros mismos y temor ante nuestras debilidades.
La bestia conciliadora y amistosa, revela nuestra tendencia o nuestro deseo de disminuir la culpabilidad de nuestras faltas.
Betún: Malas inclinaciones.
Biberón: El soñador engendrará un hijo y todo se producirá felizmente.
Biblia:
Leerla o poseerla, indica necesidad de soledad y de reflexión.
Perderla, dificultades familiares.
Biblioteca:
Si la biblioteca está vacía, nos advierte de que aún carecemos de suficientes conocimientos para acometer lo que nos proponemos.
Si la soñamos llena de libros, nos garantiza el éxito en nuestros trabajos.
Bicicleta: Es nuestra propia vida la que se halla representada y todo depende de nosotros.
Representa nuestra capacidad energética.
Su aspecto, nuestro aspecto externo.
El manillar, la capacidad de control.
Los frenos, la voluntad.
El cambio de marchas, la inteligencia.
Las luces, nuestra capacidad de visión de los hechos.
Si la bicicleta está en buen estado, es que tenemos confianza en nosotros mismos.
Si se halla en mal estado, representa nuestros temores.
Si nos vemos solos conduciendo la bicicleta, indica deseos de independencia.
Si viajamos acompañados, las actuaciones de los pasajeros, incluidos nosotros, nos revelará cuál es nuestra actitud con los que nos rodean.
Si lo conduce otra persona, significa que no nos sentimos dueños de nuestro destino.
Bienes:
Adquirirlos, indica alegría y felicidad.
Si nos los roban, preocupaciones financieras.
Verlos quemarse, pérdida de dinero.
Bifurcación: Deberemos escoger entre dos o más decisiones.
Bigamia: Felicidad conyugal.
Bigote:
Si es una mujer la que sueña que su marido se deja bigote y en realidad no lo tiene, existen sospechas de que la está engañando.
Si somos nosotros los que nos vemos con bigote, es que existe algo falso en nuestra vida.
Si soñamos que lo afeitamos, indica que ha llegado el momento de sincerarnos.
Bilingüe: Anuncia encuentros interesantes.
Bilis: Ganancia de dinero.
Billar: Si nos vemos jugando al billar, significa que en nuestra vida contamos más con el azar que con el trabajo y la responsabilidad.
Billete: Todos los sueños de billetes tienen un significado similar. En esta vida una cosa son las capacidades y las cualidades que poseemos y otra muy distinta el papel que nos ha tocado desempeñar. Muchas veces nos vemos obligados a vivir muy por debajo o muy por encima de nuestras verdaderas capacidades.
Billetero:
Usarlo, indica que somos minuciosos con nuestros asuntos.
Perderlo, problemas financieros.
Binar: Algunas mejoras en su situación.
Biombo: Indica que existen verdades ocultas.
Birrete: Gozará de protección devota y sincera.
Bisonte: Mejora financiera siempre que decidamos correr los riesgos necesarios.
Bisturí: Cuando en sueños aparece un bisturí, es que existe algo que ha llegado al punto en que es necesario tomar medidas drásticas para salir de esta situación.
Bizco: Le conviene reflexionar en sus asuntos de negocios.
Bizcocho: Este sueño es augurio de buena salud y pequeños beneficios.
Blanco:
Si aparece el color blanco impoluto en nuestros sueños, nos augura confianza no traicionada.
Si los objetos blancos aparecen sucios, seremos objeto de traiciones.
Si se trata del blanco de una diana, augura éxito en sus proyectos.
Blancura: Buena reputación de quien lo sueña.
Blanquear: Si nos vemos blanqueando algo, presagia una reconciliación. También puede significar que queremos aparentar ser buenos e inocentes.
Blasfemia: Estamos sufriendo angustias.
Blasón: Simboliza honores, dignidades y recompensas.
Bloc: Para que en tu hogar las cosas marchen bien, deberás rechazar una cita.
Blonda: Coquetería exagerada.
Blusa: Posibilidad de un viaje inesperado.
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tarsiciopafnucio · 9 months ago
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EL AMIGO IMAGINARIO DE MI MADRE
Dicen que los niños, suelen tener amigos imaginarios. Dicen también que algunos ancianos llegan a comportarse como niños. Mi madre ya muy ancianita, era como una niña, amable, tierna y cariñosa, por esa misma razón, siempre creí que ella había inventado a un amigo imaginario.
Desde que sufrió aquella caída y se fracturó la cadera, mi madre ya no fue la misma. Por su fortaleza y ánimo de vivir, logró caminar un mes después, pero apoyada en ese tipo de bordón de cuatro patas. La mayor parte del tiempo se la pasaba en su cama, mirando televisión o bordando.
Madre de ocho hijos, todos ausentes. Tuve que sacrificar mi trabajo y familia para estar con ella por temporadas. Yo era el único de los ocho que podía hacerse cargo de ella. Esos tres años viajé constantemente desde Mexicali a Zacatecas.
En uno de esos viajes, me encontré con una sorpresa. La visitaba todos los días un niño.
__ A vaya ¿Así que te visita un niño?
__ Le pregunté divertido.
__ Sí, viene todos los días a que le cuente cuentos __ me dijo mi madre emocionada. Mi madre había sido una excelente contadora de cuentos.
__ ¿Y cómo se llama tu niño?
__ Ah, pues no sé. No le he preguntado. Pero al rato que venga le pregunto.
Me platicó que es rubio y muy bonito. Siempre llega corriendo, sonriendo y salta a la cama donde está acostada. A veces le esconde los hilos de su costura o sus cigarros. Es porque quiere que le cuente un cuento. Cuando ella come, siempre le pide, dame, dame, dame…por eso ella come bien, porque nunca come sola. Cuando se duermen, se abrazan mutuamente y ella ya no siente frío porque el cuerpecito de su niño le brinda calor. Ambos se dan mucho cariño.
Por la tarde me dijo mi madre.
__ Hace rato que vino mi niño, le pregunté cómo se llama. Me dijo que Emanuel.
__ Muy bien por Manuelito ¿Y ahora en dónde está?
__ Pues mira. Aquí lo tengo, bien dormidito, mira que chulo se ve __ Tenía su cobija arropándolo según ella.
__ A vaya, sí que está hermoso __ Le dije siguiéndole el juego __ ¿Cuál cuento le contaste?
__ Torcuato y Canuto. Ese también era tu favorito, ¿te acuerdas?
__ Sí madre, como olvidarlo. Bueno, ahora yo te voy a leer otro capítulo de LAS ROSAS NO APRENDEN GEOGRAFÍA __ Todas las tardes le leía.
__ Muy bien, te quedaste en donde el profesor Mario Luján, por fin se va a enfrentar a Ramiro el comisario en un duelo de dominó, bien que le da lata siempre que jueguen, a ver quién gana.
Y le leí en voz baja para no despertar a su niño. Ese niño que en su imaginación, vino a suplir a todos los hijos ingratos que no la acompañaron cuando más los necesitaba.
Pero ¡EL ANGEL DE MI MADRE ERA REAL!
Mi madre, por un problema en los riñones requería de hemodiálisis para que me durara un poco más de tiempo. Ella le tenía miedo a esa curación, me suplicó que por nada del mundo la fuera a torturar con ese proceso. Obvio le obedecí. Se me fue acabando poco a poco. Ya no pudo caminar y si íbamos a cualquier parte, tenía que ser en una silla de ruedas. Se le acabaron las fuerzas.
Una tarde me sentía muy cansado. Mi madre ya no abría los ojos y pedía constantemente agua. En su cuarto estaba una hermana de ella y su hija. Le pedí que la cuidaran un rato, yo tenía que mandar una tarea a la universidad donde estudio literatura.
Me fui a un cuarto contiguo y abrí mi computadora, apenas iba a empezar a leer cuando escuché aquella vocecita.
__ Hola
Volteé a la puerta para ver quien era y ahí en el dintel estaba aquel niño, muy hermoso, vestido de blanco. Me miraba sonriente. “Seguramente ha llegado alguien a visitar a mi madre y este niño viene con ellos” fue lo que pensé, en ese pueblito toda la gente es muy solidaria y visitan mucho a los enfermos.
__ Hola __ le respondí, no pasaría de tener tres años de edad, pero hablaba con mucha claridad.
__ ¿Me cuentas un cuento? __ me dijo entrando al cuarto y parándose junto a mí.
__ ¿Te gustan los cuentos? __ Le respondí divertido.
__ Si, Cuquita me cuenta muchos, pero ahorita está dormidita, ella no me lo puede contar ¿Me cuentas un cuento?
__ ¿Así que mi madre te cuenta cuentos? ¿Cómo te llamas?
__ Me llamo Emanuel, y si, ella me ha contado muchos cuentos. Todos sobre su vida.
__ Ah vaya, cuentos sobre la vida de mi madre. Por ejemplo ¿Cuál? __ Conozco a la perfección el enorme repertorio de cuentos que contaba mi madre.
__ Por ejemplo, mmmm, el príncipe Amed, Cuquita fue igual de viajera, le gustaba mucho conocer otras partes del mundo. También Torcuato y Canuto, ella lograba superar todos los problemas aunque a veces se sintiera ciega. Aaaah la cenicienta, como trabajó toda su vida para que nada le faltara a sus hijos…así fue Cuquita, una historia de fantasía.
Yo lo escuchaba asombrado. Vaya que aquel niño sabía expresarse para su edad.
__ Mira nada más, si sabes las historias de mi madre. Bien, dime, ¿cuál cuento quieres?
__ Por ahora ninguno. Pero ya volveré un día para que me lo cuentes.
__ ¿Por ahora ninguno? Entonces ¿Cuándo? O ¿Por qué?
Me contempló con una mirada muy profunda, en sus ojos había un brillo especial cuando me dijo.
__ Porque ahora… aún te escucha la gente, voy a volver, cuando ya seas una sombra, cuando necesites de consuelo y compañía, cuando los seres que amas ya no te hagan caso, cuando tu voz no sea escuchada, cuando tu soledad sea tan abrumadora que te será lo mismo si es de día o es de noche. Entonces vendré y te daré la alegría de volver a ser un cuenta cuentos. Entonces me contarás sobre tu vida y te volverás a sentir importante, siempre es importante, saber que eres importante.
__ ¿Quién eres? __ Le pregunté sumamente intrigado.
__ Soy el niño que doña Cuquita ha visto desde hace tiempo y que ustedes consideran una fantasía de ella. Soy real, soy esperanza, soy compañía en la triste soledad, soy el recuerdo de la infancia de sus hijos, soy alegría en su cansado corazón.
No tenía palabras para responder a aquello. Un nudo se atoró en mi garganta y empecé a llorar.
__ ¿Por qué puedo verte hoy? __ Pregunté temeroso.
__ Porque vengo a decirte que hoy doña Cuquita tomará camino con rumbo a la ciudad de Irás y no Volverás __ Sentí como un golpe en el pecho __ Te voy a pedir que ya no se lo impidas. No quiero que ella siga sufriendo, porque ahí donde la ves, está sufriendo. Su destino ya está escrito, igual que el pájaro que habla, el árbol que canta, ella es la fuente de oro. ¿Recuerdas el cuento de la capa que hacía invisible a la gente? Pues así estará ella, como si tuviera la capa puesta, no la vas a poder ver, pero siempre estará presente.
Ella no se ira, pues seguirá estando en ti mientras sigas contando cuentos, mientras en tu mente haya un halo de fantasía, mientras ella viva en tu recuerdo.
Ahora ve, ella te necesita, ve como el príncipe que le da un beso a la reina, solo, que ella no va a despertar, sino al contrario, con tu beso iniciará ese camino que ya no tiene regreso.
Cerré la computadora y corrí al cuarto de mi madre. Ahí seguía su hermana y otros familiares que habían llegado. Todos callados contemplaban a mi viejita que con la boca abierta respiraba difícilmente. Me acerqué a ella y sentándome en la orilla de su cama la abrace con mucho cariño. Le dije al oído __Vino Emanuel a verte __ luego tomé un algodoncito y lo empapé de agua, mojé sus labios, ella seguía respirando con mucha dificultad. Le di un beso en su frente y luego la abrace mientras le decía.
__ Vete mami, vete a gozar del reino de los cuentos, vete a conocer la montaña del imán y el mundo de las princesas, vete a donde seguirás siendo una reina, porque aquí y allá, para mí siempre serás una reina.
Su respiración se fue tranquilizando.
__ Vete mami, ya cumpliste y cumpliste muy bien. Vete mi reina, es fácil, vuela como vuelan las hadas. Vete a su mundo.
Simplemente lanzó un suspiro largo, muy largo y ella, la contadora de cuentos, la mejor contadora de cuentos del mundo, se fue a la ciudad de Irás y no Volverás.
Yo me sentí muy tranquilo. Con tanta paz en mi alma que no salió ni una lágrima de mis ojos. Escuché los llantos angustiados de mis familiares al darse cuenta que ella moría, sus gritos desesperados, pero ni eso me hizo salir de mi letargo, pues tenía mi conciencia cien por ciento tranquila, hasta el último momento estuve con mi viejita. No existía dolor ni remordimiento alguno, simplemente la ley de la vida estaba cumplida.
Te agradeceré dejar un comentario sobre el cuento, si te gustan este tipo de historias.
Escrito por Por Francisco Rodríguez, México.
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eltrendemitjanit · 11 months ago
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Prólogo
¡Hola!
Me llamo Lidia. También me llaman Lili, Lidi, Ferri, o todo junto. También puedes llamarme la “yo-yo”. Ya me estoy acostumbrando.
A los 12 años quería ser veterinaria, como todas las niñas en aquel momento, creo yo. Muy amante de los animales pero luego bien que me ponía a pisar hormigas como si no hubiese un mañana. Hipócrita de serie.
Si tengo que definir lo que soy actualmente en una frase lo dejaría en “ovarios satánicos punzantes y sangrientos”. Supongo que lo pillas.
Me interesa lo relacionado con la vida, así en general. No me pidas que defina en veinte palabras las cosas que me interesan, joder. Por mojarme, diré que las personas. Me interesan las personas y sus desgracias (así me importan menos las mías que asco el ser humano, ¿eh?), pero en realidad sobretodo sus alegrías y por qué son como son.
¿Qué por qué? Un psicólogo de pequeña me diagnosticó empatitis aguda (un término que me acabo de inventar para decir que soy muy empática). Mi novio se ríe de ello todo el tiempo, pero no te imaginas la puta desgracia que es empatizar con la peña. Me cansa. Me cansa infinito. Es todo muy complicado. 
Si pienso en el día de hoy, lo que recuerdo con mayor nitidez es estar tirada en el sofá con Fran todo el puto día porque estamos los dos enfermos y literalmente no he hecho otra cosa.
Lo más raro que me ha sucedido nunca es estar hablado con Kurt Cobain en un psiquiátrico y a los pocos meses después, darme cuenta que sin saberlo, estaba hablando con un imaginario que se suicidó por culpa de la misma vaina mental que tengo yo.
Cuando quiero relajarme generalmente es porque estoy nerviosa (o muy nerviosa) así que eso de la paja no me sirve, y como necesito mierdas más fuertes me voy a darlo todo a clase de spinning. Esa mierda sí que es buena. ¡¡¡Txunda, txunda, txunda!!!
El último libro que he leído… Su puta madre, no lo recuerdo. Creo que es el de las Voces de Ángel Martín, y ya hace mucho de eso. 
El primero que leí no lo recuerdo, pero “Sin noticias de Gurb”, esa sí que era una buena lectura obligatoria. No recuerdo exactamente porque me impresionó tanto, pero sí recuerdo que a mi abuela le gusta mucho ese libro y una vez se lo regalé. Puede que mi yo del pasado sólo estuviese intentando conectar con su yaya. Ca-ren-cias.
Un libro puede llevarme hasta la luna, abrirme en canal y romperme en pedazos. Para mí los libros son como las personas. Un libro puede que dé en el clavo y puede estallar en mi interior, puede hacerme sentir mariposas… O simplemente puede pasar por delante de mis ojos sin que ni siquiera su portada me llame la atención. 
Pues nada. Encantada de saludarte. Continuamos.
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giorgio--lavezzaro · 1 year ago
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Hospitalidad recobrada
tres
a Julieta, compañía y palabra, inquebrantable cada vez
(Del lat. hospitalĭtas, -ātis).
3. f. Estancia de los enfermos en el hospital.
Despertar en la madrugada, temblando. Levantarse a buscar una pastilla, todas ellas, para aligerar la piel convulsa. Dudar frente a la prescripción indicada pero también sobre qué hacer. Regresar, tras el fracaso, a la cama. Palpar la permanencia del temblor desde los pies hasta los dientes. Pensar en la última salida: ir al hospital.
*
No tuve seguro social durante un tiempo. Implicaba vivir en la incertidumbre frente a la posibilidad de que el cuerpo sucumbiera a la enfermedad o al accidente. Pero ahora que estoy asegurado, sé que esto implica una paradoja: no estar seguro de que, en caso de enfermar, se pueda tener atención. La primera vez que caí en una sala de urgencias conocí el eufemismo del lenguaje frente al apremio; no importa si es por una bala o un agujero en el estómago, una fractura o una luxación de hueso, un parto o un intento de suicidio, siempre hay filas en qué formarse, gente esperando camas o doctores o el alivio de la muerte. La burocracia que se permea en las instituciones hospitalarias fractura el amparo que se espera de un médico.
            Es imposible saber esto la primera vez. Fantaseaba con llegar a la sala de urgencias y que estuviera habitada, repleta, por doctores —éticos y profesionales— listos para recibir cualquier enfermedad; que el cuerpo humano ha sido traducido desde sus síntomas, que no hay dudas frente al diagnóstico o el tratamiento; que llamamos doctores a los médicos porque apelamos a ese halo metafísico que los exime del error. Pero no es así; creemos demasiado en los simulacros cinematográficos o, durante la enfermedad, la fe aflora. O el imaginario colectivo se desborda en la figura del médico e imaginamos que ellos dejan de ser humanos, susceptibles de error, por el hecho mismo de que se deposita, ciegamente, la vida en su tacto.
*
Salir durante la madrugada con rumbo al hospital. No saber a dónde ir. Intentar un pensamiento rápido, lúcido. Fracasar. Depender, enteramente, de la pareja. Confiar en que frente al peligro de muerte —fantasma implícito del dolor súbito— ella sabrá qué hacer. Llegar entonces a la sala de urgencias luego del trayecto incómodo, tortuoso, de un lapso que parece inagotable.
*
Lo primero que me impactó en la sala de espera al llegar con una urgencia fue mirar a la gente que se acumula y se instala: pacientes todos, de la enfermedad o de la espera. Lo segundo que me sacudió fue olvidar al mundo y pensar, exclusivamente, en mí. Como si en ese momento no me interesaran los males ajenos, sólo saber cuánto tiempo pasaría entre el dolor y la cura —porque asumía, otra vez víctima de la mentira o la fe, que ésta llegaría en ese lugar.
            Al inicio pensaba con cierta ira, aunque fuera por instantes, que nadie merecía atención antes de mí; deseaba, con la misma rabia efímera, que ninguno estorbara el camino. En ese lapso miraba de soslayo a la gente aglomerada en el mismo cuarto e imaginaba inverosímil que todos tuvieran emergencias al mismo tiempo. Después, al ver la fila en la que habría que ser paciente, llegó un cierto alivio —aunque ahora sé que fue producto del azar—: apenas una persona más iba a urgencias aunque había muchos enfermos en la sala. Luego arribó la espera.
*
Aguardar. Ver las caras y los cuerpos rápidamente, como en fuga: apenas pasar la vista por los otros como una caricia involuntaria. Ensayar historias detrás de algún paciente. Abandonarlas, de inmediato, por el dolor que, por un momento, se olvida; como si llegar al hospital implicara por añadidura el alivio. Ver con más detalle quien va delante en la fila. Imaginar qué le ocurre haciendo un collage con los comentarios de los familiares, las imágenes de sus rostros, las facciones del paciente y la fantasía propia. Diagnosticar con premura y juzgar: no es más grave que lo propio. Luego saber la realidad y resignarse. El otro llegó primero.
*
En los gestos de los pacientes adivinaba su estado. Si en los ojos anidaba el desasosiego era un familiar. Era un enfermo, en cambio, si la boca o el rostro se deformaban con el malestar del cuerpo o de la carne viva o de los órganos pudriéndose. Luego intentaba hacer un conteo, diez, treinta, cincuenta personas. Quería saber qué hacían ahí los enfermos que no tenían una urgencia. Pero el dolor que descompone el pensamiento hizo que las preguntas quedaran irresueltas y las abandoné. Frente al padecer propio, la vez prima en que se encarna la urgencia, parece imposible compadecer.
            Los minutos se agolpaban, implacables, con el sufrimiento. Cada segundo agrandaba el malestar que antes había sido atenuado frente al oasis de la posible mejoría. Un solo paciente antes y, de cualquier modo, esperar. La demora en la atención en la sala de urgencias es la más larga. Luego de estar estático por un tiempo la inquietud se desborda; fue posible pasar al médico, al fin, pero en esa ocasión, la ironía derrumbó la fe.
El médico residente me revisaba de acuerdo al manual; pasante en toda forma, casi médico de estancia pasajera en ese hospital. Hacía las preguntas que se deben hacer según los síntomas referidos —o a los que sí prestó atención. Cuando el residente no encontró la respuesta que buscaba, llegó la verdadera ironía, plagada de angustia: el médico no sabía qué hacer. Entonces no quedó sino atender la improvisación del pasante: las preguntas necias, los callejones, las pruebas de gabinete o lo que ordene el médico —aun si la orden sólo sirve para que el residente ensaye: como en los partos en que una incisión es innecesaria pero se foguea, una y otra vez, hasta que la navaja hiende la carne, pues el interno necesita aprender a usar el escalpelo en un paciente vivo.
*
Recordar de pronto la toma de un medicamento nuevo —un antiparasitario, por ejemplo. Pensar en los efectos secundarios. No. Eso no es. Hay algo mal. Sentir un dolor tan preciso que abarca el cuerpo todo; aunque se focaliza en un órgano particular, migra por todos los sistemas, infectando al organismo. Provoca el temblor.
*
Le dije al médico cuál podría ser la causa desde el ínfimo saber que todos albergamos —ese que llamamos intuición—: le comenté del medicamento y el dolor insistente debajo de las costillas, pero algunos doctores cuentan con párpados al interior del oído y los pueden cerrar a voluntad —sea por el juicio experto que acalla al profano, sea por la presión o el cansancio—; como si no hubiesen escuchado nunca aquel adagio que dicta “lo doctor no quita lo pendejo” o como si, presas del terror que provoca el equívoco en materias salubres, se negaran a escuchar sus propios errores.
Obedecí las indicaciones porque no tenía otra opción: estaba en un edificio de Salubridad, sin seguro médico o manera de pagar atención privada; sólo quedaba aguardar o tener confianza en que el médico hallara la respuesta; por eso no me importó en ese momento que la solución fuera someterme a un electrocardiograma cuando el dolor provenía del hígado; aunque claro, no era posible saber en ese instante que me dolía ese órgano porque el conjunto de los síntomas no parecían abrazar esa idea; el médico no había escuchado que sentía un dolor agudo debajo de las costillas, del lado derecho; o sí lo escuchó pero no pudo estructurar alguna hipótesis que le permitiera formular el diagnóstico.
            Entonces sentí la resignación hasta el órgano del cuerpo en que palpitaba la agonía —porque con los fantasmas desbordados tenía la idea, fugaz pero terca, de que podía morir.
*
Tomar el cuerpo propio junto a la orden del doctor arrastrando el paso. Acudir a otro departamento del hospital sólo para ver que el técnico no está. Enfrentarse, otra vez, a la espera. Desear desde el suplicio no ser más paciente, sea porque de pronto la enfermedad se agote, se canse o termine de surgir, o porque ya no se tenga que permanecer —en el hospital o en la vida. Mirar, desde la “atención” médica, cómo transcurren residentes con el tempo raudo; personas que parecen hacer su servicio o prácticas profesionales con el cronómetro en los pasos. Imaginar, desde la impaciencia, que sólo buscan liberarse del asunto de servir con la acumulación de horas.
*
Le pregunté a cada hombre o mujer uniformada por el técnico que debería estar en cardiología, pero fue igual, o menos productivo, que contar las líneas en el suelo —esto al menos sirvió como distracción. Cada enfermera o residente o especialista o médico parecía tener algo mejor qué hacer que buscar a un técnico; fuera que estaban por comer o tomar algo —iban con sus meriendas o cafés en mano, sin voltear a ver—, fuera porque estaban por terminar su turno o, incluso, porque verdaderamente estaban atendiendo a otro paciente que, para este punto, parecía la excepción más que la norma. El resultado era el mismo. Se yaga al decir “señorita”, “disculpe”, “perdón que lo interrumpa”, “¿podría ayudarme?” y otras fórmulas que buscan llamar, ya sin fe, un milagro: recibir atención dentro del hospital. Se llaga al escuchar “ahora no”, “estoy ocupado” o el silencio, sin mirada o gesto alguno, cuando el personal hospitalario pasa de largo. A veces la espera hace más daño que la enfermedad misma.
            Luego de minutos que pesan como horas, cuando llegó el encargado, noté que era un practicante más —aunque a todas horas los residentes reciben su instrucción novel en la práctica médica, recibe la novatada quien fantasea que en cualquier momento del día una eminencia curará el malestar: los doctores también necesitan aprender. Luego me sometí a las indicaciones frías como la plancha de metal en que me tendí. “Quítese la camisa. Quítese objetos metálicos, sí, también la cadena y el anillo”. Donde cada orden se sentía como si el muchacho dijera “me interrumpe, quiero regresar a lo que estaba”. Fue un ejercicio de conformidad; guardé silencio mientras el técnico puso, desde su celular, algún video de música a todo volumen; dimití de la palabra y acaté el modo en que la realidad se me imponía, a puñetazos.
*
Desear, con las pocas fuerzas que se acopian, que el mal migre hacia el personal hospitalario; la primera vez que se enfrenta la manera en que la burocracia muta e infecta cualquier edificio gubernamental, la rabia invade el cuerpo, lo afecta más que la enfermedad. Querer entonces que cualquiera encarne el malestar propio, el médico profano, los residentes o los técnicos sordos, y que luego, a fuer de la ingesta del tiempo, el personal deje su bata blanca y regrese al estado de la enfermedad; que pruebe la espera desde el otro espectro de la burocracia.
*
Luego del silencio, retorné a la sala en donde la multitud aguardaba, mientras el médico residente, ahora desaparecido, volvía a su consultorio. Cuando estuve ahí, una sensación trasmitida desde el ambiente se filtró por mi nariz: olía a enfermedad. Luego de que la madrugada se hizo más oscura con el giro de las saetas del reloj, el dolor se hizo tolerable, no porque disminuyera sino porque se fue convirtiendo en norma. Con la costumbre del mal en el cuerpo es posible ignorar, por ratos, su opresiva estancia en el organismo. Entonces pude volver la vista a los pacientes e intenté, como al principio, descifrar su motivo de consulta.
            La respuesta llegó con el arribo de un nuevo enfermo, sitiado en una camilla. Los camilleros hablaban encima suyo creyendo que la enfermedad lo hacía olvidar el español. “Tiene el estómago perforado” dijo uno como si fuese cotidiano lidiar con un agujero en las vísceras o como si, con ese gesto, pudiera convencer a alguien —¿a quién, por cierto?— de que el enfermo fuera atendido pronto; “no viene con familiares”, remató, con un cierto pesar, acaso porque debía acompañarlo mientras lo archivaban o quizá porque era nuevo, como yo, y no sabía qué hacer frente al asunto. “No hay cama disponible; hay otro enfermo con la misma situación que llegó primero”, contestó el otro, monótono, conforme con el sistema hospitalario, acostumbrado. Entonces la revelación me golpeó desde la mirada enferma de quien agonizaba frente a mí, solitario, desde la angarilla: los otros pacientes no tenían una emergencia, simplemente no tenían otra opción más que permanecer: estaban ahí, cómo el recién llegado, aguardando que una cama se desocupara —por la salvación o la muerte—, presos de la inmovilidad. A veces, la enfermedad misma es más tolerable que la espera.
            Pero otras veces, también, la espera misma puede curar. Tras el martirio de la (des)atención hospitalaria llegó un hombre claramente malherido —el del vientre horadado— con el malestar colgando de la voz, y éste parecía mirar el padecer de otro ser humano. ¿Cómo podía compadecerse de alguien más cuando él mismo estaba agonizando? No dijo nada con los labios pero su mirada parecía transmitir el mensaje: él ya había estado ahí antes, otras veces; sabía lo que enfrentaba al llegar a un hospital de gobierno; por eso podía, o así lo imagino, compadecer a quien sufría más que él, acaso un anciano con la cadera rota o una mujer con una fuente sanguínea brotando de sus sienes. Entonces, casi de improviso, salí del trance de la enfermedad, ese que revuelve los deseos propios hasta la desesperación. Regresó de golpe la compañía que siempre estuvo ahí; no porque se hubiera ido, sino porque había dejado de notarla por estar sumido en la incomprensión del sistema. Volví a notarla a ella, quien también preguntó a los doctores, que buscó por sí misma al técnico o que sostuvo mi mano, consuelo máximo en la enfermedad, cuando el temblor no cesaba. De pronto entendí que si no apalabré nada sobre el dolor o la queja, no fue porque haya sido estoico o mudo, sino por el latido que palpitaba cerca, ese que procuró que su voz fuera mi grito o un reclamo. Ella fue quien verdaderamente supo que en el infierno de la espera, enfermos y familiares se vuelven una hermandad.
dos
2. f. Buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o visitantes.
Estar en cualquier sitio y enfrentar la pequeñez humana. Tener un accidente. Volcarse hacia el suelo y adoptar la posición más protegida pero, también, más vulnerable. Imitar al feto y retraerse sobre sí. Ahí, en lo mínimo del gesto, se pide ayuda con el cuerpo o con el grito. Algo no está en su lugar.
*
No importa que nunca haya sucedido antes, cuando un hueso deshabita su órbita común o se parte en dos dejando astillas: el cuerpo sabe que algo no está en su sitio. Pero para quien, como H., ya conoce el dolor de un hueso dislocado, en cuanto rompe su estancia habitual, se tiene el diagnóstico en el acto. H. piensa que es una paradoja saber qué pasa, qué debería hacerse y, sin embargo, no poder resolver nada por sí mismo, depender de los demás. Porque para H., con el hueso luxado, mover un brazo o una pierna, rito casi involuntario de la costumbre al caminar, se vuelve una duda. Como si tuviera la consciencia de que el cerebro ha enviado una orden y que, por un tránsito lento en las terminaciones nerviosas, la instrucción no llegara a la extremidad correspondiente o ésta optara por desobedecer. Entonces H. prueba con otras partes del cuerpo: manos, ojos, labios, dedos; todo funciona normal. El problema está, desde el dolor hasta la quietud de los músculos, donde la extremidad no responde. Luego viene la incertidumbre, acaso el miedo. H. se sabe a la deriva, a merced del trato de otros.
            Más tarde, tras algunos segundos de incomodidad en el suelo, H. siente el abandono en la concurrencia. La gente se aproxima y luego vuelve a lo suyo. Prefieren hacerse a un lado mientras él piensa en la miseria que implica ignorar al otro. Luego el dolor le genera actos involuntarios. Un grito desnudo, franco, se escucha por los demás en aquel sitio, luego del accidente. La pareja de H. llegó inmediatamente, sí, pero la soledad aplasta en el percance; las esquirlas óseas sajan los músculos por dentro, como las saetasque, cuando avanzan implacables su camino por las horas también se encajan en la carne, como saetas que se disparan y perforan los músculos.
*
Ver en torno, círculos concéntricos, luego el mareo. Intentar levantarse y fracasar, como si el resto de las extremidades se rebelaran frente a las órdenes de incorporación. Eso. El cuerpo fragmentado, respondiendo por sí mismo ante cada estímulo, a su modo, escindido de la consciencia. Volver la mirada sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Recordar el seguro médico. Evocar los procesos anteriores y suponer que todo será rápido. Acudir a una clínica de salud.
*
H. se transporta con un miembro dislocado y el trayecto multiplica el peso de su brazo. Las vibraciones del camino se incrementan, dolorosas, en el interior; como si cada bache o irregularidad del asfalto emitiera ondas que, dentro de su cuerpo, hicieran crecer el malestar. El chofer del taxi, con toda la empatía que puede sostener, acelera. Piensa, o eso parece, que la mejor manera de ayudar es hacerse a un lado: llegar rápido al destino y dejar al pasaje para que otros, médicos o enfermeros, lo auxilien. Entonces H. piensa que no estorbar también es una manera de prestar ayuda; ceder el paso o aumentar la velocidad, aunque no le parece suficiente: en el dolor no se mesura el peso que tiene un grano de sal. Cuando llega a la clínica, al fin, su cuerpo reconoce la posibilidad de la descarga y parece exigirla con mayor prontitud; entonces el malestar crece hasta el punto en que piensa, pero se equivoca, que no puede ser mayor.
            La sala de espera de una clínica no es muy diferente a la de un hospital. Gente agolpada en los asientos aguardando atención. Pero sí existe una disparidad grave. En aquellas salas, las de hospital, alternan los enfermos entre los que acuden a urgencias y los que perseveran en busca de una cama; en una clínica, toda persona necesita atención de urgencia. Esto le impone a H. una realidad que le desploma el ánimo: parece no importar la seriedad del asunto, cada uno será atendido según haya llegado. Pero de inmediato se sobrepone o quiere evadir el estado en que se encuentra; evoca que, la primera vez que se luxó, en provincia, la atención fue pronta; como si un halo de importancia lo hubiera envuelto y con él, sin entender cómo, saltar la fila y a la gente; recuerda aquella vez que lo atendieron en primer sitio y asume, otra vez equivocado, que esta vez será similar.
*
Desplomarse sobre el asiento. Escuchar, luego de unos segundos, el nombre propio. Usar las fuerzas todas para incorporarse y llegar hasta donde nace el llamado. Caminar un poco pensando en que serán los últimos instantes de dolor; suponer que en escasos minutos todo estará bien. Llegar hasta la ventanilla para recoger el carnet y escuchar “tome asiento”. Volver, asombrado por la apatía burocrática pero también por el aumento del pesar.
*
Entonces una mujer escucha el alegato con las secretarias, el diagnóstico autoimpuesto, y la respuesta monótona de la recepcionista, equitativa para todo paciente. Esa mujer, de la que no sabrá H. su nombre, mira el padecer ajeno y recibe a los extraños. Lo recibe. No le dice bienvenido o le ofrece algo para calmar la angustia; en cambio le indica que permanecer en ese sitio será una pérdida de tiempo, que no hay ortopedistas en una clínica familiar y que, luego de que el médico en turno haga una revisión de rutina, canalizará el problema, burocratización de la paciencia, a otro lugar.
            La primera reacción que tiene H. es incredulidad. No cree posible que ignoren, totalmente, el padecer humano; que puedan indicar la permanencia aunque el enfermo, en ese lapso, prolongue el dolor innecesariamente. Pero sí. El tratamiento indicado para la urgencia es la espera. Aunque luego de ver los rostros enfermos, desfigurados por el dolor, H. entiende que, frente al mal cotidiano de otros, la costumbre impera, como una capa protectora, y exime a la gente de sentir empatía y compadecer: el personal hospitalario necesita persistir frío para garantizar la atención más justa —la que el manual indica— a todo enfermo y cada situación. Entonces H. supone que puede estar encima del sistema, que podrá ser atendido, como antaño, inmediatamente; si no es en el seguro social, que sea en atención privada. Llama por teléfono a su médico particular y, equivocado por tercera vez, piensa que la cesación del mal vendrá porque puede pagar por ello. Pero tampoco el doctor particular puede hacer nada o no está dispuesto, porque es tarde o porque no quiere correr algún riesgo profesional. Sugiere que H. se ponga en las manos del radiólogo y, luego, del ortopedista. El entorno reduce el ego: H. se reconoce en la sencillez del padecer propio. Sólo entonces puede agradecer que otra persona pueda, y quiera, dar lo que tiene: ceder, el paso o la información, aumentar la velocidad, brindar compañía; porque no le parece suficiente pero se da cuenta de que es bastante; que aquella mujer bien podría, sencillamente, olvidar su presencia y centrarse en el propio padecimiento como H. lo ha hecho desde que llegó a la clínica. Pero H. no puede sentir ese bálsamo que reconforta antes de la atención médica sino en retrospectiva. Porque ese gesto mínimo no fue sosiego inmediato pero logró sortear, al menos por tres horas de diferencia, la extensión innecesaria del padecimiento.
            Entonces H. mira que frente al desafecto del sistema de atención hospitalaria, recibir al huésped no está sólo en manos del personal, sino en la gente que arriba, extraños todos reducidos a la cualidad del extranjero, por la enfermedad o el accidente. En el terreno en que los forasteros se encuentran pueden permanecer ajenos o convertirse comunidad en el exilio.
            Cuando canalizan a H. y llega, de nuevo, a un sitio donde habrá que aguardar, la sala del hospital —esa que imaginaba no sería necesaria visitar— evoca aquella primera vez en que tuvo un accidente: el trato pronto, saltarse las filas. H. descubre un lado oculto de la burocracia: cuando estaba en provincia lo pasaron primero, no por tratarse de una urgencia mayor al resto de las personas, lo trataron pronto por ser de la ciudad. Se da cuenta de que los huecos por los cuales se filtra una atención que ignora el temple de la hilera, un trato diferenciado por estratos económicos o juicios políticos, tampoco es lo que brinda confort. Entonces le dice a su pareja que, si llega algún enfermo más grave, cedan su turno; o bien, que aquel enfermo que está sólo, aguardando el diagnóstico o el tratamiento, reciba su compañía, lo que pueden dar: ceder el paso o entregar unas palabras en la espera, aligerar el tratamiento mientras llega la atención médica. Cualquiera que recibe al foráneo aligera la impotencia, la rabia o el apremio: acoger rehabilita.
uno
a papá Enrique, por encarnar la hospitalidad
1. f. Virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades.
Despertar, en el asfalto, con la testa a punto de romperse. Sentir, desde el cobijo de la calle, la desesperación, la sed que ahoga. La garganta partida en dos emite sólo onomatopeyas de la ciudad o de la bestia interna; chirriar como el óxido o emitir un bramido. Palpar la crudeza del sol a mediodía. Ver la sombra, oasis del ardor, a unos cuantos metros. Percibir que el cuerpo no logra incorporarse. Intentar la memoria, recordar cómo se llegó hasta allí. Pero la cabeza a reventar, el sol y la sed bloquean las imágenes. Sumirse en la impotencia.
*
¿Qué pasa cuando se llega a casa y hay un hombre tirado, dormido o intentando el bálsamo del sueño, frente al pórtico de la casa propia?, ¿se mide la suerte propia al comparar?, o ¿llega el franco desprecio y, con él, la manera de nombrar a un hombre borracho que padece resaca? Un indigente. A partir de los conceptos se hace una categoría. Al nombrarlo se puede, casi forma involuntaria, ensayar escenarios de cómo llegó ahí:
            El abuso del alcohol y la falta de trabajo que hizo que su familia, luego de soportar robos y maltratos, lo echara, al fin, a la calle. Verlo convertido en maleante, pandillero o miembro de una banda, asesino a sueldo que, en una mala jugada, terminó en prisión y luego, tras no hallar cómo levantarse, terminó en la calle. Puede ser de otra forma:
            La decisión amotinada, inentendible para el mundo. La resistencia última a toda atadura social y llevarla hasta el extremo: la vida sin horarios o reglas que acatar. Pudo ser diferente:
            La pérdida de empleo, la búsqueda frenética, la soledad; luego el robo, la cárcel, el ciclo que se repite. Esa misma historia puede tener variaciones:
            El desempleo, sí, pero luego el hambre; los intentos por deambular por medios propios, subir al transporte con dulces o discos, bajar con la misma mercancía y menos voz; luego el desalojo de la vivienda; la calle, al final, luego de la angustia y el extravío en los callejones; la posible locura. Revolver las variantes:
            No hay desempleo ni familia; sólo un hombre libre que se instala en la calle, que no necesita nada salvo el hambre y lo que sea que llene el estómago. Tiene todo lo que necesita en su costal para sortear al mundo: un par de mudas, acaso un cuaderno y una botella de licor; trotamundos o viajero del camino.
Pero luego una especie de reflejo, narciso torcido en los desechos, nos hace ensayar, otra vez:
            Sólo un accidente. Una mañana o una tarde sale de casa y un autobús rompe los esquemas y los huesos; luego el hospital, mientras la consciencia regresa; la amnesia, el desalojo hospitalario, la calle; después el rumbo extraviado, la pérdida del lenguaje, de todo contacto con el mundo. Entonces ese indigente se vuelve espejo de una realidad que nos provoca horror: podría ser uno mismo.
            Pero fantasear en pasarlo a casa, darle alimento, acaso ofrecerle baño o cama, implica sucumbir a los demonios del miedo. La fantasía del ladrón o el asesino o el monstruo rompe cuando se intenta sortear el bulto del suelo para llegar hasta el portón del edificio. Bien, se piensa, puede que no merezca la calle pero tampoco es menester ayudarlo; quizá se pueda entrar sin ser notado para que cada uno siga en lo propio. Pero es imposible pasar desapercibido porque el cuerpo en el piso bloquea el paso completo y, al brincarlo, por el ruido o la presencia propia, el bulto despertará.
*
Sudar el miedo. Sentir la presencia de otro, luego del día completo de las sombras que pasan y regresan. Evocar el dolor en las costillas, quizá rotas o molidas, pero la visión nublada del recuerdo que empaña la certeza; no saber si los moretones vienen de una caída, un encuentro a golpes o la punta del pie de alguien que arremetió contra la carne trémula. Provocar, con el miedo, el espasmo. Temblar, como si la única defensa del cuerpo fuera moverse, aun en el mismo sitio. Murmurar un rezo. Pedir, a la nada, piedad.
*
Se entra a casa, solo, pero con la imagen prendida de las sienes. No es posible desprenderse, rápidamente, del cuerpo que habita el terreno que ya no es propio: la frontera que divide la posibilidad de un hogar o un refugio de la calle. Se siente la intranquilidad cuando uno se desviste, sin pudor, en el cobijo que el cemento procura frente al desamparo; es angustia que vive debajo de la piel, que no admite confort externo, que habita la consciencia. Se usa el baño para vaciar el cuerpo sólo para encontrar alivio y a la vez incomodidad; la imagen del bulto en la entrada, envuelto en el hedor de sus propios desechos, acaso mojado todavía de orina, llega hasta las fosas nasales. Precipitarse, entonces, en la regadera; se tiene la sensación, incluso el asco, de que algo de aquel bulto se pegó, aunque sea el olor. Entonces el agua caliente, el jabón y los productos para el cabello no funcionan porque, aunque el aroma se va por completo, hay algo que se metió debajo del humor y sigue palpitando con la niebla que levita de la piel humeante, incluso cuando el vaho de los espejos se ha secado. El disgusto regresa con la cena porque los alimentos llevan, escondidos, el reclamo por un estómago vacío, de días o semanas, y no se sacian con el hambre efímera, apetito “clasemediero”. Luego vienen las arcadas, secas; el regusto de la comida, las agruras por el exceso, un malestar que ya no se puede disimular.
            Entonces se fantasea que el malestar es culpa del miserable en la puerta. Se piensa que, aunque éste pueda parecer pacífico, podría traer una horda violenta a su barrio. ¿Qué pasaría si llega otro, otros, con el mismo sino y se instalan, ¡a vivir!, en la entrada del edifico? Se podrían echar —¿es lícito correr a alguien de la calle?—, pero ¿con qué argumento si no han hecho nada, si ni siquiera han llegado? El problema es sólo uno, quien habita en el pórtico, pero ¿y si trae consigo, no una comuna indigente, sino un problema sanitario, chinches o liendres? Es una posibilidad. Uno se quiere convencer o formular argumentos para que seguir huyendo del malestar, que viene desde adentro. ¿Se debería hacer algo para quitarlo de ese lugar de la calle —¡si es tan amplia porque habría de instalarse justo allí!—? ¿Cómo se recobra la tranquilidad que se ha vulnerado?
*
Notar el frío, a quemarropa, que saja la piel. Comenzar el bruxismo hasta sentir en la mandíbula castañas, hasta que los dientes se parten y se astillan: castañear. Saberse, de pronto, semidesnudo; sentir la inutilidad del pudor. Luego el sufrimiento, irrefrenable, del estómago; la disentería que obliga a los sólidos a volverse agua; ceder al impulso del esfínter, indomable, y derramarse sobre sí mismo. Sentir un alivio mínimo con el calor de la orina que, antes de que el ambiente enfríe, genera la tibieza que se parece al confort. Intentar levantarse, buscar cualquier cosa para limpiar el desastre; rendirse ante la imposibilidad de estar en pie. Luego el mareo, el hambre que roe las vísceras. Entonces las arcadas, secas; el regusto del mezcal. La resaca que es más que la resaca, una abstinencia tal que puede matar de sed etílica.
*
Es imposible seguir con el simulacro. Hay un resabio de malestar inentendible, una suerte de culpa —¿de causa u omisión?— y provoca insomnio. Como si el único modo de pagar —¿qué, por cierto?— fuera la permanencia en vela, cuidando, desde la fantasía, el malestar del indigente. Luego sobreviene un gesto de rabia, de incomprensión. ¿Pero qué se ha hecho? No hay manera de saber qué ocurrió antes de que llegara a la calle ni cómo llegó hasta ahí; sólo se sabe que uno no tuvo nada que ver; además, no es posible ayudar a todo el mundo — se intenta el consuelo en un lugar común. Luego un desfile imaginario de manos vacías regresan al recuerdo; todas las que han quedado extendidas en espera de caridad y que, por una razón u otra, han permanecido esperando luego de que se transcurre, con la vista oblicua o el paso rápido o la sentencia corta: ahora no. Pero no es cosa de uno que exista la pobreza, que el mundo tenga esas vallas infranqueables; entonces ¿por qué la intranquilidad? Podría ser cualquiera. Vuelve el fantasma. Se siente en la carne el azar incomprensible que nos ha colocado de este lado del muro y nos mantiene ahí.
            Entonces una suerte de empatía: se recuerdan aquellas estancias en las clínicas u hospitales, en esas veces en que se tuvo que estirar la mano para pedir clemencia y, enfrascarse dentro de la justicia hospitalaria: trato igual para todos sin importar la circunstancia o el padecer. La fragilidad del accidente o la llegada inevitable de la enfermedad, esos instantes que arrastran hasta la sencillez del suelo, hasta los límites de lo humano. Volverse, de un momento a otro, pacientes —categoría similar del miserable pero dentro de un hospital. Descubrirse a merced del mundo o convertirse en menesteroso. No gozar de simpatía ninguna o favores que impidan el suplicio; entregarse a la vulnerabilidad que implica dejarse abrir por el escalpelo o permitir que otro acomode un hueso roto. O verse en una sala desierta, esperando una radiografía y mirar cómo el mundo pasa, sin inmutarse, frente al dolor de uno: espejismo del bulto frente a la entrada de casa. Está mal hecho el mundo. Desde ningún flanco de la muralla se ha edificado la civilidad debajo de la civilización.
*
Rogar porque cese el hambre o los temblores o el dolor. Sentir otra presencia, el daño de su tacto. Sumar escalofrío al pánico. Resistirse al contacto, querer soltarse. Y luego la voz que invita, que intenta ayudar. La desconfianza repta hasta los dientes y el reflejo de morder regresa: castañear. La insistencia de la voz o la mano que ya no lastima. Dejar de resistirse, ceder ante la posibilidad de una muerte pronta o el confort de la ayuda extranjera. En cualquier caso el alivio. Imaginar qué clase de persona levanta a otra en la calle, en pleno siglo xxi. Acaso quien practica la medicina o la enfermería; alguien de ayuda humanitaria o quien busca desalojar las calles para dar albergue a la fuerza; un policía que traslada los cuerpos. Descartar las opciones de ayuda. Seguir, no queda otra, los pasos que arrastran hasta alguna puerta, seguramente el último lugar acompañado —porque entre los solitarios la compañía no existe. Disfrutar de todos modos del tacto suave o de la voz que da sosiego. Llegar a un sitio iluminado y perder los ojos, por segundos, frente al bruñido blanco de la luz artificial. Descubrir que es una casa, ni hospital ni albergue ni estación delegación; que no es un médico o auxiliar humanitario o policía quien asiste, sino una persona cualquiera. O no cualquiera.
*
Las dudas y las reflexiones se interrumpen, porque se escucha que, en otro sitio, alguien, desde otra manera de ver el mismo evento, enfrenta el escenario de otro modo. Este es el espectro más insistente, el que quita la calma y llena de preguntas el ambiente: el que habita la contingencia de otra realidad. Porque hace saber que sí se podría hacer algo; quizá minúsculo, sí, pero bastante: dar lo que se tiene, enfrentar la pequeñez desde la que uno mismo puede amparar a un extraño.
*
Otro ve lo mismo pero no lo mira igual: él contempla a un hombre en la calle, no bulto o indigente o miserable, con el estertor de la resaca; luego intuye el sol, implacable, que aplastó toda sombra durante el día; por fin adivina la sed, el hambre, el dolor de cabeza, porque no es difícil, en realidad, notar el panorama que ha vivido aquel día ese hombre en el suelo —el resto son fantasmas inútiles o desasosiego.
            Ese otro le pide a su mujer que prepare algún alimento; el rostro femenino desaprueba el gesto humanitario pero luego es cómplice en la cocina y prepara algo para calmar el hambre mientras el otro dispone el fármaco para la abstinencia alcohólica. El hombre sucio que espera en la estancia mientras el otro, que ya lo ha pasado a su casa, prepara un café con brandy, bien cargado, mientras la mujer sirve los platos. Alimento y trago o maná para el apetito. El hombre que ofrece aquellas viandas sabe en el fondo sabe que, encima de todos los males, el único que puede paliar es el de la cruda. El hombre que era sed, hambre y resaca se vuelve asombro, un pasmo que se ahoga por la avidez al comer y el alivio que proporciona el calor del brandy.
            Cobijó al extranjero, debajo de los fantasmas del robo o el asesinato, y reveló a alguien que sufre y, como cualquiera que padece, agradece el alivio. Aquel hombre, quien ofreció lo que podía, dejó que el otro saliera de su casa, satisfecho, conmovido. Ese otro no aspira a la imagen del héroe, esa que implica emancipar del asfalto al “indigente” y volverlo un hombre “de provecho”. El hecho mismo de alterar por un día el padecer de otro es bastante, aunque nos parezca insuficiente y no calme la pobreza o la desigualdad o el hambre, de una nación, un pueblo o un barrio.
            El hombre de la historia lo sabe: se conforma con ver cómo, por una noche, llegó hasta el límite de sí mismo y una mano vacía se colmó, también por una noche.
*este texto se publicó originalmente en la revista Tierra Adentro, en una versión más breve, actualmente no disponible.
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cuadernosnegros · 1 year ago
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El enfermo imaginario
Caminando por la calle, le llamaron, pero él siguió a lo suyo, absorto en sus pensamientos caminando cabizbajo según la pesadumbre; por la estridencia, desafiante; iracundo, si lo que acontecía era un choque peatonal involuntario o alguien le evitaba ser arrollado por un coche; o sonreía malevolente por una oscura idea; sea como fuere, no hizo caso y siguió caminando, sumido en sus pensamientos,…
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kirliansjrnl · 5 years ago
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Cuarentena: Día 1
Ayer caí en la tentación de revisar redes sociales de Alice. Cada vez me es más indiferente. Creo que me llegó a molestar que haya encontrado a alguien y yo no.
Sin embargo, yo siento rechazo hacia su persona: "Me gustas mas cuanto mas lejos estas".
En cambio, siento haberme enamorado de Miércoles. Creo que la he idealizado. Y mi unica esperanza extracadémica es encontrarmela en un contexto favorable (fue decepcionante aquel viernes).
No sé si tendrá algo con Lazaro, o ya no. Pero me gustaría quedarme mirándola y haciendo cosas juntos. Aunque no sabría qué hablar con ella. He lanzado el cronométro para sortear un follow en twitter. Y me salió par pero no le he dado el follow.
Creo que ligar en Cuarentena no es muy eficaz. Después de dormir se me ha quitado la tristeza pero el tedio invade mi espíritu. No tengo ni ganas de reflexionar sobre hecho alguno. No encuentro placer en la autobservación.
Sólo pienso en el estado de euforia que me entró en la Axarquía cuando desperté del constructo de la muerte. Mi concepción cíclica del tiempo estaba en consonancia con el eterno retorno. Comprendí que el miedo era el Enemigo numero
Era una responsabilidad enorme controlar todos tus pensamientos para controlar tu destino. Pero era posible.
Mi lucha era lucha feminista.
En mi diario figuraba: instrucción emocional.
Cada pensamiento estaba guiado por una emoción.
Me pregunto como era ser INFJ.
Era ser una persona cualquiera. Entender las necesidades humanas. Y practicar el espejo: reflejarse en las otras personas.
Y practicar la inteligencia emocional.
La sensibilidad era continua y todo me parecía artístico. Era como que veía mejor.
Un pensamiento paranoico se apoderó de mi en la Axarquía.
El hombre como destructor de la naturaleza y belleza original.
Como error.
Mi madre se cree que no estoy bien y me proyecta como enfermo.
Todo ha sido una paranoia de mis padres.
Yo volví con una gran fuerza. Mis amigos me traicionaron.
Ojalá no le hubiera dicho nada a nadie. Ojalá no hubiera hecho lo de aquel hotel.
Yo estaba perfectamente con consciencia de lo imaginario de mis acciones.
"La oposición entre realidad y fantasía es solo para aquellos que no entiendan que la subjetividad es bien real y lo real no puede entenderse desde algo que no sea un sujeto."
La segunda parte elimina el reduccionismo-objetivismo, la primera le da el valor de realista a lo experimentado por el sujeto.
Esto tiene que ver con una parte importante en mi revelación. Responder a la pregunta, ¿es esto una invención?
Jacques Lacan tuvo que ver en mi Teoría.
Aquí se puede ver mi actitud anterior racionalista:
"Otra vez de nuevo, que la racionalidad sólo fuese una característica humana más dominada por el inconsciente y la subjetividad humana: lo único existente por tanto."
Lo que mas temía era que la razón fuera arbitraria regida por el aspecto inconsciente y los impulsos pasionales.
Tras el breakdown emocional recuperé mi derecho a la subjetividad (no me permitía expresar gustos / decisiones personales / argumentos no neutros).
Y a la labor creativa: descubrir música y compartirla por instagram.
No quería que todo fuese reducido al problema del miedo a tener sexo con otras chicas / incapacidad para ligar. Falta de voluntad de poder. Debilidad.
Y que por tanto el problema fuera mío y no de ella. Pero darle importancia a lo emocional nos introdujo en la importancia de las emociones ajenas (empatía).
Entender que nuestras acciones tienen repercursiones emocionales sobre los demás y que a veces es necesario restringir la libertad individual por empatía.
Tampoco se puede tener una empatía total porque entonces se pierde la libertad pero nos rebelamos contra `el ser invulnerable`-imperturbable-que analiza sus
sentimientos hasta que dejan de tener sentido.
¡Qué ridículo pensar que los sentimientos se reducen a sus causas! Aunque sepa por qué me siento triste, me sigo sintiendo triste. Necesito apoyo emocional, no análisis lógico.
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abejastriste · 1 year ago
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Voy a pretender que alguien cree en mi, que alguien sabe que estoy luchando por no cortarme de nuevo
Voy a pretender que a alguien le importa que este comiendo, que me levanto de la cama, que trato de salir y hacer cosas, que no me lastimó
Voy a fingir que incluso si no logró hacer todo eso, hay alguien viendo mis pequeños logros y felicitandome, así no sea constante.
Que hay alguien que esta orgulloso de mi, que se preocupa, que sabe que muero un poquito a cada ratito, que le preocupa y sabe que me puse fecha de nuevo y que llevo rato guardando pastillas para eso, que hay alguien que me trata de convencer en seguir adelante. Que alguien se preocupa por mi tanto que me ayuda a buscar ayuda real, que se preocupe cuando me enfermo o recaigo, que note cuando vuelvo a estar mal
Si, eso haré, voy a pretender que hay alguien que me ama.
Que alguien si lee esto
Solo hasta que la fecha llegue, quizás me acobardo, me enamoró de mi amigo imaginario y me quedo por él jaja
Sería lindo
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psicomed · 1 year ago
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Las actitudes y las reacciones ante la muerte
"El temor a la muerte es peor que la muerte misma" - PUBLIO CYRO
Hoy en día la sociedad actual presenta cierta actitud evasiva frente a la muerte, ya que no llegan a aceptarla e incluso entran en negación.
La ansiedad y el miedo son las respuestas asociadas a la muerte, de donde derivan cuatro componentes:
Reacciones cognoscitivas y afectivas ante la muerte.
Cambios físicos reales o imaginarios que se dan ante la muerte.
Tener la noción del imparable paso del tiempo.
Dolor y estrés que se da en la enfermedad crónica o terminal, asociando los miedos personales.
Normalmente algunos profesionales sanitarios tienen algunas actitudes ante la muerte, como:
No querer nombrar a la muerte.
No mirar a la cara al enfermo.
Aumento de la atención tecnológica y ensañamiento terapéutico.
Por lo que es importante que los médicos tengan una formación adecuada para fomentar ciertas actitudes más adecuadas para los casos de enfermedades terminales:
Deben tomar consciencia de las necesidades fisiológicas del paciente, aliviar su dolor físico y psíquico.
Desarrollar habilidades y actitudes de observación y escucha para poder identificar necesidades específicas.
Atender la necesidad de información de los familiares y el paciente.
Ser sensible antes las necesidades espirituales y religiosas del paciente.
Facilitar y disponer de las mejores condiciones posibles del entorno.
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cooltivarte · 2 years ago
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vuelve  El enfermo imaginario al Teatro Stella. La obra, que obtuvo 5 nominaciones en los premios Florencio en las categorías  Espectáculo y Director, Actor, Elenco y Vestuario, y que ganó el premio a la Mejor Actriz de comedia para Cristina Cabrera, regresa este sábado 6 de mayo.
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notaslibros · 2 years ago
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Libro: El baile de las locas, Victoria Mas
Nota:
La forma en al que se imagina la sociedad a "la unidad de las histéricas" cómo gente que no está dentro de lo bonito de ver(cabellos hirsutos) o escuchar, con actitudes que escandalizan a la sociedad "abriéndose de piernas para un amante imaginario". Gente anciana ya no productiva para la sociedad "aunque no se sepa el motivo exacto, porque no han cometido ningún delito ni han hecho mal a nadie"
Desde el punto de vista de Genevieve, las mujeres una vez adentro se acaba la esperanza de salir y ser parte de la sociedad por la mancha de ella.
Theo, el único joven que puede pensar en la familia porque más mujeres no importan
Los hombres no saben bromear con las mujeres y viceversa o se entiende como descaro
"Los debates no son tanto debates cómo intercambios de opiniones aceptadas, de ideas aprendidas de memoria que esas supuestas mentes cultivadas recitan con docilidad" osea que de pensantes no tanto o se arma una mini revolución en un salón elegante.
"Para criticar adecuadamente, antes hay que informarse" y: muy bien amigo
"hiere mis más íntimas creencias religiosas" y: ay no
"quita importancia a la interrupción del embarazo" y: es que no es cuestión de religión, más de biología... Pero viniendo de una libro espiritista... No tiene mucho sentido el debate
Respuesta a dos traumas, una violación más el reclamo de su tía. Que a pesar de defenderla la trato como si lo hubiera estado buscando.
La actitud de Theo es sospechosa, nervios más la actitud calmada del padre... y: ay no
Y con siempre las abuelas chismosas, a esa también la hubieran encerrado desde hace tiempo grr y el hermano que? Nada más porque ella no quiso resignarse?
Que pasa por la cabeza de un padre para preferir la vergüenza de negar a su hija que ayudarla?
Paréntesis para la historia del hospital, desde el punto de vista de una Parisina encerrada en ese lugar
Al principio fue mitad manicomio, mitad prisión, la Salpetriere acogía todo aquello que París no sabía manejar: enfermos y mujeres.
En 1792 los sans-culottes (sin calzoncillos, gente rica) exigieron la libertad de las prisioneras. La guardia obedeció y las mujeres terminaron violadas Y ejecutadas. Y: que onda con la gente?
En 1800 se produjeron avances neurológicos, las cadenas dieron paso a la experimentación ( como si eso fuera mejoría). Se dió uso a los compresores ováricos ()
No estoy de acuerdo en que lo factico no despierta pasiones, definitivamente cualquier investigador o persona que le guste el saber tiene esa pasión y se demuestra aún más cuando lo explican o buscan con quién comentarlo
Porque será que en varias culturas sudaméricanas percoloniales no tenían problema en hacer rituales a los muertos? Y los europeos siempre lo han visto como algo malo?
Las fotos solo a las verdaderas locas, las normales ni una foto
Los hombres sin saber que hacer cuando una mujer está en desesperación? Vaya novedad
La cagamos pero para la próxima semana lo intentaremos resolver...
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