#el sonido del metal
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flan-tasma · 10 months ago
Note
Hello :3 can I request a Lyney x female reader who is a mechanic, and Lyney flirts with her while shes working in hopes to make her flustered, but she ends up flirting back and makes him flustered instead, which leads to Lyney finding out he likes being topped by a girl in bed so, a sub lyney x dom female reader :3 Thank you!
💖~ I had a lot of fun with this, I won't deny it. I have never felt like this in my life heeeelp
Warning: Smut, Fem!Reader | English is not my native language, so if I have made any mistakes in the translation, I am open to corrections | Content in spanish and english!
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Spanish:
Una sonrisa se dibujó en su rostro al escuchar el tintineo de la campana que dió el aviso de su llegada. El ruido del reloj constante entraba por uno de sus oídos y le salía por el otro mientras pasaba a través de los estantes de la tienda repleta de artefactos y cachivaches que, para el ojo de los desconocidos e incultos en tu tipo de arte, pensarían que era producto de un huracán que tiró todos los tubos y los engranajes alrededor de los estantes desorganizados.
Lyney había escuchado tu voz dándole la bienvenida a tu tienda, una frase que repetías casi de manera mecánica cuando la alerta en forma de campana sonaba. Tu entera concentración no estaba en el mago, cosa que lo molestó en algún lugar de su profundo corazón, sino que tu mirada estaba más interesada en el intercambio de los engranajes de lo que parecía un reloj en su más puro estado de metal y agujas desnudas sobre tu mesa empolvada, brochas, llaves y destornilladores te rodeaban como si solo hubieran sido tiradas sobre la mesa para esperar su turno de ser usadas por tus manos que jugaban con las partes del reloj, descubriendo poco a poco el rompecabezas que habías armado y cuyas piezas fallaban de alguna manera para caer en tus manos.
“Parece que ni siquiera tienes tiempo para saludarme correctamente, cher.” El mago, tan dramático como solía ser, se puso una mano en su corazón dolido por tu frialdad. Tus dedos se detuvieron al escuchar su voz, la sombra de una sonrisa en tus labios se formó mientras te quitabas los anteojos y los dejabas sobre la mesa.
La parte de atrás de la tienda es donde solías trabajar, era tu taller, no sé suponía que alguien entrara a tu rincón privado, pero Lyney siempre tuvo este pase de entrada, incluso si nunca se lo dijiste, él sabía que podía pasearse por dónde le diera la gana en tu tienda y tu taller. Ese era su privilegio. Solo suyo.
“Pensé que tenías una práctica para tu show de mañana.” Lyney no soportó un minuto más para tomar tu mano y quitarte tus guantes grasientos antes de entrelazar sus dedos con los tuyos y levantarte para fundirse a sí mismo en tu abrazo. Un sonido de satisfacción, como dejar salir sus preocupaciones desde sus pulmones, te calentó el pecho junto a su otra mano sobre tu cintura.
“Tengo un problema muy urgente y solo tú puedes ayudarme.” El mago sonrió, la misma sonrisa de un zorro astuto a punto de robar algo, la sonrisa que te hizo imitarlo con diversión. “Siento mis extremidades entumecidas cuando trató de subir al escenario, cher. Necesito que engrases mis articulaciones para que pueda volver a mi puesto como el gran mago que Fontaine conoce.”
El chico parecía obsesionado con soltar las peores frases para ligar referente a la mecánica, te habías enterado por Freminet que incluso llegó a pedirle explicaciones a él para planear sus avances al inicio de su cortejo, y parecía que no tenía planes de terminar con sus movimientos. Te sorprendió que no se le cruzara por la cabeza la idea de usar alambres y tuercas como serpentina un día de estos. Aunque no niegas que tal vez sí lo hizo y lo descartó para no hacerte daño.
La sonrisa victoriosa y orgullosa del mago te calentó el corazón, no importaba si querías meterle un trapo en la boca para que se calle mientras seguía soltando una gran cantidad de basura romántica mientras te hacía bailar con él en el pequeño taller. Su corazón bombeaba como el fuego de una maquinaria a vapor, estaba seguro de que necesitaría que le ayudes a transformar ese anticuado mecanismo en uno totalmente nuevo y moderno, así podría amarte mejor también. Tal vez podrías hacer algo como una fuente y jugar con la energía hidráulica para que sus circuitos te den pequeñas descargas eléctricas a distancia cuando pensara en ti.
Sus intentos de ponerte ese precioso color colorado en tus mejillas fue humilde, podrías clasificarlo en uno de los mejores solo porque su voz es preciosa mientras cerca de tus labios y acariciaba tu mejilla con la esperanza de que su magia haga aparecer tu sonrojo. Lyney era un buen hombre y merecía que lo reconocieran.
“Si es así, creo que debo abrirte y revisar qué está mal contigo.” Tu juego pudo haberse quedado en eso solamente, pero no te echarías para atrás, mucho menos cuando el propio Lyney casi se atraganta cuando le quitaste su capa y lo tomaste por los hombros para besarlo. Dio un grito interno junto a un reseteo de su propio cerebro mientras te sujetaba por la cadera y trataba de seguir tu ritmo, pero ya lo habías sentado en tu mesa de trabajo y los botones de su camisa se estaban desabotonando. Su sombrero y su camisa blanca quedaron en tu mesa, el lugar más limpio del taller en el que trabajaban normalmente arreglando guardias robots, ahora estabas aplastando el miembro de Lyney en tu mano mientras lo obligabas a no apartar la mirada.
Sus ojos casi se nublaron cuando tu mano lo agarró por el mentón y le abriste la boca con tus dedos, provocando que un nuevo jadeo se escuche dentro del pequeño taller.
“Tu caja de voz parece que funciona bien, por desgracia. Pero esperemos que una sobrecarga te arregle lo que tienes en la cabeza, amor.” Tu dedo pulgar acarició la punta del falo de Lyney, tus demás dedos parecían recordar las diferentes venas que eran parte de su carne, tu mano empezó a moverse más rápido gracias al líquido preseminal que brotaba desde la punta. “Parece que está parte de ti funciona excelentemente. Felicidades, parece que no estás lo suficientemente dañado como para tener que hacerte un análisis completo.”
Las manos de Lyney se aferraron a la mesa, tratando de arañar la madera debajo de sus dedos mientras sus piernas simplemente caían frente a él, sentía que su cuerpo caliente era arrasado por el espacio pequeño en el que estaba siendo jodido, pero poco le pudo haber importado en dónde iba a soltar su semen para cuando tus labios ya estaban dejando marcas en su cuello expuesto. Sus pezones eran muy sensibles, tanto que solo bastó que los lamiera para que manchara patéticamente tu ropa con su eyaculación.
“Ahí debería estar mejor.” Tu tono lo martirizó cuando tu mano no se detuvo, lo llevaste a través de su orgasmo hasta que prácticamente jadeó como una pasiva contra tu aliento. “Parece que aún no estás totalmente bien. Creo que necesitaré ser un poco más paciente contigo, ¿verdad?”
No pudo evitar gemir un patético “sí” contra tus labios, aceptando cualquier cosa que planearas hacerle en ese momento.
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English:
A smile appeared on his face as he heard the tinkling of the bell that announced his arrival. The constant noise of the clock entered one of his ears and left the other as he passed through the shelves of the store full of artifacts and bric-a-brac that, to the eye of the unknown and uneducated in your type of art, would think that It was the product of a hurricane that knocked all the tubes and gears around on the shelves in disarray.
Lyney had heard your voice welcoming him to your store, a phrase you repeated almost mechanically when the bell-shaped alert rang. Your entire concentration was not on the magician, which bothered him somewhere deep in his heart, but your gaze was more interested in the exchange of the gears of what looked like a clock in its purest state of metal and bare hands. On your dusty table, brushes, keys and screwdrivers surrounded you as if they had only been thrown on the table to wait their turn to be used by your hands that played with the parts of the clock, discovering little by little the puzzle that you had put together and whose pieces failed somehow to fall into your hands.
“Looks like you don't even have time to greet me properly, cher.” The magician, as dramatic as he usually was, placed a hand on his heart, hurt by your coldness. Your fingers stopped when you heard his voice, the shadow of a smile forming on your lips as you took off your glasses and left them on the table.
The back of the store is where you used to work, it was your workshop, I don't know that someone was supposed to come into your private corner, but Lyney always had this entrance pass, even if you never told him, he knew he could wander around where would like in your store and your workshop. That was his privilege. Only his.
“I thought you had practice for your show tomorrow.” Lyney couldn't stand another minute to take your hand and remove your greasy gloves before intertwining his fingers with yours and lifting you up to melt himself into your embrace. A sound of satisfaction, like letting his worries out of his lungs, warmed your chest along with his other hand on your waist.
“I have a very urgent problem and only you can help me.” The wizard smiled, the same smile of a cunning fox about to steal something, the smile that made you imitate him with amusement. “My limbs feel numb when he tried to go on stage, cher. I need you to grease my joints so he can return to my position as the great magician Fontaine knows.”
The man seemed obsessed with saying the worst pickup lines regarding mechanics, you had found out from Freminet that he even asked him for explanations to plan his advances at the beginning of their courtship, and it seemed that he had no plans to end his movements. He surprised you that the idea of using wires and nuts as a streamer didn't cross his mind one of these days. Although you don't deny that maybe he did do it and he ruled it out so as not to hurt you.
The magician's victorious and proud smile warmed your heart, it didn't matter if you wanted to shove a rag in his mouth to shut him up as he continued spouting a lot of romantic garbage while making you dance with him in the small workshop. His heart was pumping like the fire of a steam engine, he was sure that he would need you to help him transform that antiquated mechanism into a totally new and modern one, so he could love you better too. Maybe you could make something like a fountain and play with water power so that his circuits would give you little electric shocks from a distance when he thought of you.
His attempts to put that beautiful blush on your cheeks was humbling, you could classify him as one of the best just because his voice is beautiful as he nears your lips and caresses your cheek in the hope that his magic will bring out your blush. Lyney was a good man, and he deserved to be recognized.
“If so, I think I should open you up and check what's wrong with you.” Your game could have stopped at just that, but you wouldn't back down, much less when Lyney himself almost choked when you took his cloak off of him and took him by the shoulders to kiss him. He gave an internal scream along with a reset of his own brain as he held you by the hip and tried to keep up with your pace, but you had already sat him down at your work table and the buttons on his shirt were unbuttoning. His hat and his white shirt were left on your table, the cleanest place in the workshop where they normally worked fixing robot guards, now you were crushing Lyney's cock in your hand while forcing him not to look away.
His eyes almost blurred when your hand grabbed him by the chin and you opened his mouth with your fingers, causing a new gasp to be heard inside the small workshop.
“Your voice box seems to be working fine, unfortunately. But let's hope an overload fixes what's in your head, love.” Your thumb caressed the tip of Lyney's cock, your other fingers seemed to remember the different veins that were part of his flesh, your hand began to move faster thanks to the precum oozing from the tip. “It seems like this part of you is working excellently. Congratulations, it looks like you are not damaged enough to need a full analysis.”
Lyney's hands gripped the table, trying to claw at the wood beneath his fingers as his legs simply fell in front of him, he felt his hot body being ravaged by the small space he was being fucked up, but little could he do having cared where he was going to release his cum by the time your lips were already leaving marks on his exposed neck. His nipples were very sensitive, so much so that it was enough for him to lick them for him to pathetically stain your clothes with his ejaculate.
“It should be better there.” Your tone tormented him when your hand didn't stop, you carried him through his orgasm until he was practically panting passively against your breath. “It seems like you're not totally fine yet. I think I’ll need to be a little more patient with you, right?”
He couldn’t help but moan a pathetic “yes” against your lips, accepting whatever you planned to do to him at that moment.
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deepinsideyourbeing · 1 month ago
Text
Creep - Enzo Vogrincic
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+18! Dark/Non-Con. Stalker!Enzo. Age Gap, anal fingering, biting, (mentions of) blood, breeding kink, choking, creampie, dacrifilia, dirty talk, fingering, (muy fugaz) foot fetish, knife play, masturbation, sexo oral, sexo sin protección, subspace, uso no consensuado de somníferos. Aftercare. Español rioplatense.
12/11/2024
El jarrón cayó con la suavidad de una tragedia anunciada.
El estrépito de la cerámica quebrándose y el caos de los fragmentos dispersándose llenó la habitación, como un grito mudo, interrumpiendo el silencio de la noche. Las flores que contrastaban con el color oscuro de la madera llamaron tu atención –sólo por un microsegundo- mientras el eco del impacto aún resonaba entre las paredes.
Y  luego un silencio inquietante se instaló en la habitación, como si el aire mismo estuviera esperando, suspendido por el momento de tensión. Mientras intentabas regular tu respiración observaste tus manos vacías, todavía en la posición de sostener el jarrón, antes de dirigirle una mirada a Enzo. Un escalofrío te recorrió.
Corriste en dirección a la puerta, con las piernas débiles y la sensación de ser ingrávida, pero el aire repentinamente espeso y viscoso dificultaba tus movimientos. Por un segundo pensaste que estabas nadando en éter, esforzándote hasta el límite en cada brazada, divisando la línea de meta pero incapaz de poder alcanzarla.
Un sonido débil dejó tu garganta cuando sentiste sus dedos cerrándose sobre tu muñeca con precisión, justo como la mandíbula de una serpiente capturando una pequeña presa malherida, permitiéndole sentir el calor de su veneno y prolongando cada segundo de agonía hasta la muerte.
La fuerza de su agarre movió tu cuerpo como un látigo y tropezaste, pero antes de caer o poder recuperar el equilibrio su cuerpo te embistió contra la pared más cercana. Golpeaste el muro con un sonido seco y te quedaste inmóvil, aturdida, desorientada, intentando procesar la situación mientras tus ojos se llenaban de lágrimas. Su mano sobre tu boca parecía un veredicto y sentiste el sabor amargo de la desesperación en la lengua.
-No te voy a lastimar- juró Enzo, con una expresión de profundo dolor y lágrimas colmando sus ojos, antes de rozar tu brazo con un objeto frío-. No grites, por favor, no grites. Vos sabés que no te voy a hacer nada.
Te preguntaste –y no por primera vez- cómo terminaste en una situación así.
20/6, 23:47 h.
Enzo sólo quería fumar en silencio.
Cuando buscó refugio en el balcón te encontró sola, sumida en tus pensamientos, con una expresión que oscilaba entre el aburrimiento y la molestia. Desde un rincón observabas las luces de la ciudad, los autos, la avenida, estirándote sobre la fría barandilla de metal, ignorando su presencia hasta que borró esa distancia que los separaba.
Carraspeó y tu postura, que sugería hasta entonces una evidente desconexión con el entorno, se tornó rígida por un breve instante. Te mostraste sorprendida, como si no esperaras que alguien te acompañara allí, sobre todo por la temperatura y las esporádicas ráfagas de viento helado.
En un involuntario gesto de complicidad le sonreíste y él no pudo evitar devolverte la sonrisa.
-Mucho ruido, ¿no?- preguntó mientras señalaba las puertas cerradas.
-Y mucha gente.
Tu voz, más que hacer una observación, sonaba como un lamento.
Enzo notó que estabas temblando, rodeándote con tus brazos en un intento de protegerte del frío, pero esto no parecía ser razón para regresar a la fiesta. Se preguntó qué motivo te llevó a esconderte de la multitud, de la música, de las luces, el alcohol y las drogas -que parecían ser los principales atractivos de la velada-. Tomó un cigarrillo del paquete.
-¿Te molesta…?- preguntó mientras buscaba su encendedor. Luego de que negaras encendió el cigarrillo lentamente para permitir (consciente de que estabas mirándolo fijo) que la llama iluminara su rostro, todavía analizando la situación, pensando cómo proceder-. ¿Estabas aburrida?
-No- te encogiste de hombros. Indiferente-. Bueno, en realidad sí, es que no soy de venir a estos lugares.
-Yo tampoco.
 -¿Sos amigo de…?
Hizo una pausa para inhalar profundamente, saboreando el tabaco y también el tiempo que le otorgó esa simple acción, para luego exhalar y esperar que el humo se desvaneciera con el viento. Seguiste la espiral con la mirada, casi en trance, antes de volver a mirarlo.
-No, me invitaron unos compañeros de teatro… ¿La verdad? No sé ni quién vive acá.
Soltaste una pequeña risa tímida y volviste la vista hacia el horizonte.
-¿Sos actor?
-Entre otras cosas, sí.
-Siempre me pareció interesante el teatro- dijiste repentinamente. Cuando ocupó el lugar a tu lado, imitándote e inclinándose sobre la barandilla, lo miraste de reojo y no hiciste un esfuerzo por poner distancia con él. Continuaste:- Nunca intenté.
-¿Por qué?
-Me da vergüenza.
-Es una buena manera de sacarse la vergüenza- susurró-. No tenés otra opción.
Arrugaste la nariz y el gesto le pareció extremadamente tierno.
Enzo intentó fingir que la serenidad del balcón y el suave resplandor de la luna llamaban su atención más que la manera en que jugabas con tus manos, cómoda pero sin desprenderte de esa timidez que parecía caracterizarte; permitió que el silencio ocupara el espacio entre sus cuerpos, temeroso de abrumarte con más palabras de las necesarias, pero consciente de que aún podían hallar una conexión en el tiempo compartido en quietud.
Minutos más tarde apagó el cigarrillo en el metal y juntos contemplaron la espiral de humo extinguiéndose. No intentó tirar la colilla por el balcón, convencido de que ese sería un gesto que le reprocharías o desaprobarías, y también fingió que no buscaba una maceta para deshacerse de los vestigios de su adicción.
-Bueno- suspiró sonoramente para que lo oyeras, como si la despedida le pesara horrores, extendiendo una mano en tu dirección-. Fue un gusto.
Dudaste sólo un segundo antes de sonreír y estrechar su mano. El contraste entre su temperatura corporal y la tuya, producto de tu tiempo en el balcón, le pareció divino. Tentador.
Una provocación.
-Igualmente.
No preguntaste su nombre, no lo seguiste con la mirada mientras dejaba el reducido espacio que compartieron, sólo volteaste para seguir con tu meditación. Eso no impidió que notara cómo tu cuerpo permanecía en ese ángulo que habías adoptado mientras hablaban. Dejó el balcón, la fiesta y los desconocidos en ella, sin detenerse.
Bajó once pisos por las escaleras, estrechas y oscuras, esforzándose por respirar y reprochándose por ser incapaz de dejar el horrible hábito de fumar. Cuando lo recibió el exterior, mucho más frío e imposiblemente más oscuro que cuando llegó, no le pareció que esperar en esas condiciones fuera un sacrificio y –justo como tenía planeado- cruzó para poder esconderse del otro lado de la calle.
Oculto en la penumbra de un callejón se recostó contra una pared y se llevó ambas manos hacia el rostro. Sonreía como un maniático y sentía su sangre corriendo fervientemente, pulsando en sus muñecas y en su cuello, llenando su erección hasta que su ropa en tensión le generó dolor.
Llevaba semanas esperando para poder hablarte. Años. Toda una vida.
Consideró reprimir el deseo y la necesidad, ignorar el dolor, pero ya no podía seguir esperando: liberó su miembro, completamente erecto y goteando, sin importarle el frío o la posibilidad de ser visto. Unos escasos y vergonzosos minutos más tarde tuvo que morder con fuerza su bufanda para no gemir cuando salpicó sus botas, su ropa y su mano.
Esperó en el mismo lugar hasta verte salir.
22/10, 18:45 h.
La tarde se terminaba, entre sombras largas y los tonos naranjas en el cielo, cuando Enzo escuchó tu puerta. Observó por la mirilla la forma en que caminabas, con ritmo ligero y una expresión de emoción, con tus tacones resonando por el corredor. Repasó de memoria todas las fechas de tu calendario, todos los eventos importantes y cumpleaños, sin comprender hacia dónde te dirigías.
Siempre hablabas con él sobre tus actividades. Sobre todo. Siempre. ¿Por qué ese día no?
Pensó en la manera en que la blusa de seda brillaba bajo los últimos rayos del sol, el movimiento del pantalón de lino que resaltaba la curva de tu cadera, las uñas de tus pies pintadas con tu color favorito, tu cabello perfectamente peinado y el sutil maquillaje. Pensar en la probabilidad de que estuvieras camino a una cita lo molestó, incluso sabiendo que no tenía derecho alguno, porque… ¿Y si tu cita era con alguien peligroso?
La falta de información en tus redes sociales lo escandalizó todavía más y cuando chequeó –con ese perfil que creó específicamente para seguir a tus conocidos más cercanos- los perfiles de tus amigas, justo como temía, no había en ellos nada que considerara útil. Intentó concentrarse en su lectura, sus ojos viajando por las páginas del libro que sostenía cuando escuchó tu puerta, pero no podía evitar tomar su teléfono cada cinco minutos y refrescar tu perfil.
Observó fijamente la ventana durante un muy largo rato, mientras los últimos vestigios de la tarde se desvanecían, experimentando la sensación de un algo que lo invadía lentamente. Enzo no podía precisar qué le molestaba más: ¿era el hecho de que no compartiste con él ningún detalle sobre la velada o la posibilidad de que fueras a regresar acompañada y tener que presenciarlo?
“¿Y si no volvías?” pensó repentinamente. Conociéndote, era poco probable, porque no saldrías con un desconocido y permitirías que te lleve a su casa en la primera cita, ¿no? ¿No…? Fue en ese instante –con la misma pregunta parpadeando, con luces de neón, en cada recoveco de su mente- que decidió, sin pensar, que tenía que hacer lo necesario para saber en dónde y en compañía de quién estabas. Quería estar seguro de que no corrías peligro.
Lo necesitaba.
No tenía un plan concreto, sólo sabía que necesitaba entrar en tu casa, hacerse con tu computadora o con esa libreta que vio en tu habitación cuando lo invitaste hace unas semanas. Recordaba todas las notas, algunas con letra desastrosa y otras más cuidadas, que encontró allí: tus compromisos, las fechas en que te reunirías con amigos, citas médicas. Todo.
Mantuvo una mano sobre su pecho mientras regaba las plantas del corredor, intentando calmar sus pulsaciones, repitiéndose como un mantra que era imposible que los vecinos sospecharan que tenía dobles intenciones mientras regaba las plantas en tu entrada. Estaban mucho mejor, sobre todo por sus cuidados secretos, pero aún así quería felicitarte por tu trabajo.
Tomó de su bolsillo la copia de tu llave (que tomó del escritorio del encargo sólo por precaución) antes de voltear una última vez y corroborar que nadie estuviera vigilando. En un rápido y ágil movimiento, mientras contenía la respiración, se coló en el interior de tu hogar y cerró la puerta con cuidado.
Escuchaba el latir de su corazón en sus oídos, irritante, molesto, opacando el resto de los sonidos: esperaba oír una alarma, una respiración, lo que fuera. Nada. Dejó salir todo el aire en sus pulmones antes de inspirar profundamente.
El espacio estaba plagado con tu esencia, un pequeño detalle que no contempló lo suficiente la primera vez que lo invitaste, ya que estaba muy concentrado en vos y en todo lo que hacías para él. Por él. La libertad lo consumió como un fuego, voraz e incontenible, cuando entendió que podía hacer lo que deseara.
Recorrió lentamente la sala de estar y deslizó sus dedos sobre el terciopelo del sofá, inspeccionó todos los libros sobre la reluciente mesa de cristal y los de tu estantería, jugó con ese extraño colgante musical que tenías en el ventanal que llevaba a tu balcón. Se maravilló con esos infinitos detalles que no había notado, como el cuenco de cerámica con accesorios.
Tomó un objeto extraño, de seda, impregnado con el aroma de tu cabello.
En la mesa de la cocina se encontró con fotografías tuyas, de tus amigas, de tu familia, de personas que no conocía, pero también recibos de diversas tiendas con múltiples anotaciones incomprensibles en una letra que no era la tuya. Tomó sólo uno, ya que los globos seguramente eran insignificantes y pasaría desapercibido, preguntándose si realmente le serviría.
Se dirigió hacia tu habitación. Estaba nervioso.
Tu cama estaba tendida pero con un enorme caos, imposible de ignorar, sobre el edredón. Enzo tomó el dobladillo de una camisa entre sus dedos y se permitió sentir la suavidad del material antes de llevarse la prenda hacia el rostro para poder sentir el aroma de tu perfume, el de la crema corporal que te gustaba, el suavizante de telas que utilizabas en tu ropa. Suspiró.
Entre blusas, faldas y pantalones, divisó un conjunto de lencería rojo. Intentó ignorarlo.
Tomó una de tus almohadas y estaba por enterrar su rostro en ella cuando un sonido seco llamó su atención. Un objeto rodó sobre la alfombra y en su desesperación lo tomó, ignorando durante unos pocos segundos que era un pequeño vibrador, con la intención de devolverlo a su lugar. No podía darse el lujo de…
Se detuvo en cuanto comprendió de qué se trataba y tuvo que esforzarse, con el objeto aún en su palma, para no deshacerse de su ropa en ese mismo instante. Masajeó su creciente erección por sobre sus prendas, irritado por no poder liberarse, recordándose el único objetivo de su visita.
Examinó el contenido de tu mesita de noche. Allí estaba la libreta.
La abrió rápidamente y comenzó a hojear las páginas: recibos, notas sin mucha importancia, alguna lista de cosas que tenías pendientes y luego, entre las últimas páginas desnudas, algo que lo sorprendió: era el pétalo de una flor. Él lo reconocía a la perfección, ya que era una de las flores en sus macetas, pero… ¿En qué momento lo tomaste? ¿Por qué lo conservabas? La inesperada y grata sorpresa hizo palpitar su miembro.
No. No podía.
Sonriente, devolvió el pétalo a su lugar entre las páginas, pero su expresión cambió en cuanto escuchó el sonido de las llaves y la puerta de entrada. Presa del pánico, miró su reloj y se preguntó en qué momento había pasado más de una hora; regresó la libreta y pensó, desesperadamente y con el cuerpo en llamas, dónde esconderse.
El único lugar –un tanto estrecho y sofocante, comprobó- era bajo tu cama.
Se arrojó contra la pared y esperó mientras cubría su boca con ambas manos. Empezó a rezar. La posición era incómoda y él respiraba con dificultad, reprochándose mentalmente por perder la noción del tiempo, por dejarse llevar, por estar tan obsesionado y por ser incapaz de calmarse. Respiró. Escuchó. Esperó. Respiró nuevamente.
Enzo no necesitaba ver tu rostro para saber que estabas molesta. El sonido de tus pasos y tus resoplidos, junto con la fuerza y la violencia empleada para deshacerte de tus zapatos en la penumbra del corredor, era suficiente. No esperaba que los lanzaras como un misil en su dirección y que estuvieras a punto de golpear su rostro.
Cerró los ojos y sólo volvió a abrirlos cuando escuchó el agua de la ducha. Empujó el zapato lejos, para que no estuviera bajo la cama y mucho menos cerca de su persona, porque lo último que necesitaba era que lo encontraras a él mientras buscabas otra cosa.
Esperó unos minutos, sólo para estar seguro, antes de reunir fuerzas y tomar impulso para salir de su escondite. Movió su cuerpo con cuidado, evitando quejarse o hacer cualquier sonido que lo delatara, pero en el intento de reincorporarse el espacio estrecho y la fuerza de sus movimientos terminaron jugándole en contra.
Un dolor punzante lo desorientó y se mordió la lengua para no gritar.
Fue incapaz de reprimir un gruñido y sólo pudo pensar en morder su mano para guardar silencio. No estaba seguro de si la razón de sus ojos nublados era el pánico, las lágrimas o el golpe, pero no podía permitirse ser descubierto sólo por no saber controlarse en una situación de estrés. Tenía que recomponerse y huir antes de…
El cuarto se oscureció todavía más. Enzo juró que la temperatura de la habitación cambió. Podía sentir que todo giraba y se preguntó cómo era posible. Sólo era una golpe en la ceja, ¿no? Era ilógico que fuera más grave que el pequeño corte sangrante. No podía ser algo muy serio.
Colocó sus pálidas y temblorosas manos sobre la alfombra y logró concentrarse por un breve instante. Aún tenía la vista borrosa, pero sus oídos captaron el silencio, absoluto y escalofriante. Respiró hondo, luchando para no perder la cordura, cuando escuchó tus pasos; en un principio pensó que era el eco de sus latidos, pero luego comprendió que regresabas a tu habitación.
Hacia él.
Enzo, paralizado, comprendió que ya no tenía tiempo. Sólo restaba esperar.
Te llevó unos minutos ordenar el desastre que habías dejado antes de marcharte y mientras lo hacías te escuchó maldecir múltiples veces. Sospechaba que algo había salido mal durante tu cita, que el hombre en cuestión no cumplía con tus expectativas, pero no podía negar que en lugar de sentir lástima sentía alivio. Sabía que sólo él podía darte todo lo que merecías.
Sólo tenía que esperar. Y tenía tiempo de sobra para hacerlo.
Cuando por fin te arrojaste sobre el colchón te escuchó moviéndote en busca de una posición más cómoda. Suspiraste incontables veces mientras lo hacías. Luego el sonido de tu teléfono, irritante para su condición actual, llegó a sus oídos junto con tu risa. Imaginó cómo te veías, imaginó que mordías tu labio mientras reías, imaginó que reías pensando en algún recuerdo divertido sobre su persona.
Con extremo cuidado, procurando que sus movimientos resultaran menos torpes de lo que sospechaba, desbloqueó su teléfono. Era difícil leer y comprender los números en la pantalla. ¿Cuánto tiempo llevaba en tu casa? ¿Cuánto tiempo llevaba bajo tu cama? Llevó sus dedos hacia su ceja y descubrió la zona hinchada, sangrando, sensible.
Esperó oír tu respiración ralentizarse mientras él mismo batallaba contra el sueño, más que probablemente producto del golpe, esforzándose para no dejarse ir… Y en su lugar escuchó un suspiro, agudo y prolongado, seguido por el sonido de tu ropa y las sábanas.
No, pensó horrorizado, no me hagas esto. Oculto bajo tu cama, con una erección que se negaba a desaparecer desde que encontró tu vibrador, comprendió que estabas más que dispuesta a empeorar su estado. Era imposible que hicieras esto sólo porque sí. Intentabas provocarlo.
Y él siempre fue débil.
Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y capturó el encaje rojo entre sus dedos, pensando en qué tan terrible sería masturbarse bajo tu cama, manchar esa delicada prenda que te había robado, impulsado únicamente por el sonido de tu voz y tu evidente humedad, imaginando cómo te verías bajo su cuerpo y bajo su control.
Bajó la cremallera de su pantalón y liberó su miembro, desesperadamente duro y mojado con la absurda cantidad de líquido brotando de su punta, de los confines de su ropa interior. Sostuvo la prenda robada entre sus dientes para silenciar hasta el mínimo suspiro, gemido o jadeo, pero sólo porque quería escucharte sin interrupción alguna. Tus gemidos en aumento eran una bendición para sus oídos. No podía detener sus caricias.
-Enzo…
Frenó en seco. Cerró los ojos.
El orgasmo lo golpeó y se cubrió la boca, luego de retirar tu ropa interior, para silenciar sus sollozos y su respiración temblorosa. Llevó la prenda hacia su miembro y su liberación manchó el rojo hasta oscurecer por completo el encaje; continuó moviendo su mano, jugando con su erección cada vez más débil, hasta que la sobre estimulación lo obligó a detenerse. Sonrió.
Pensabas en él.
27/06/2024, 08:39 h.
“Es el fin del mundo” es lo primero que viene a tu mente cuando despertás. El retumbar constante de la tormenta, el repiqueteo de las gotas sobre las ventanas y el viento aullando en cada ráfaga te hacen sentirte inquieta, pero aún así cerrás los ojos con la esperanza de poder dormir nuevamente. No sucede.
Cambiás de posición varias veces antes de llegar a la conclusión de que es en vano, sobre todo porque esa sensación de estar olvidando algo persiste, y es así como terminás sentada sobre el colchón mientras estudiás tu nueva habitación. Todo está donde debe estar, exceptuando las cosas que permanecen en sus cajas, rogándote que termines de desempacar de una vez.
Las luces apagadas no te permiten ver todos los detalles de este nuevo lugar, un espacio que todavía no sentís como propio y (para tu horror) mucho menos como un hogar, pero reconocés todos los objetos que llegaron con vos. Los cuadros sobre la cómoda, la lámpara, ese móvil que colocaste en tu ventana aunque la ubicación no te convence, los libros y…
Las plantas.
Saltás de la cama, deslizándote con rápidez –y tropezando con las varias cajas desperdigadas por la sala en el proceso- hacia la puerta principal. El sonido de la tormenta es ensordecedor y cuando cruzás el umbral el exterior te recibe con gotas de lluvia salpicando tu rostro y el viento, gritando con violencia, colándose entre tus prendas hasta hacerte temblar.
La primera maceta está volcada y las hojas de una suculenta, que ya parecía estar en sus últimos minutos de vida la noche previa, regadas por el suelo de la galería. Rescatás la improvisada maceta con ramas de un jazmín, cortesía de una vecina de la primera planta, y la abrazás fuertemente mientras te estirás para tomar el cactus. Tenía una flor hace unas horas.
Tenía.
La puerta cerrándose de un golpe hace que te sobresaltes y una espina traicionera se hunde en tu piel. El dolor te roba un grito y las macetas en tus manos caen en cámara lenta; el recipiente con el jazmín (que podría haber sido en un futuro, en una realidad paralela, pero ya no será) cae en el suelo con un ruido sordo y el agua del mismo salpica tu pijama, mientras que el cactus impacta escandalosamente en las cerámicas.
Los restos de la maceta viajan como estrellas fugaces.
Intentás ignorar el elefante en la habitación. Imposible. Pensás en cómo se supone que vas a comunicarte con el encargado del edificio mientras contemplás el desastre: estás en pijama, sin sostén, despeinada, descalzada, no podés dirigirte hacia el vestíbulo en estas condiciones, pero considerando que tu teléfono todavía está en tu habitación… ¿Qué otra opción tenés?
Un sonido y el movimiento de la puerta contigua llaman tu atención. Es…
El vecino, hasta ahora desconocido, te observa desde su puerta con una expresión de confusión. Probablemente escuchó el escándalo y salió en busca de una explicación, seguro no esperaba ver a la vecina recién mudada encerrada fuera de su hogar, empapada y sucia con tierra, presionando con fuerza una herida superficial en su dedo.
“Tragame, tierra” se repite en tu mente.
-¿Todo bien?- pregunta sólo para romper el hielo. Mientras recorre la distancia que separa su puerta de la tuya, cubriéndose el rostro para no mojarse, no podés evitar fijarte en cómo el viento mueve su cabello mientras la lluvia salpica su camiseta.
Intentás explicar, entre balbuceos producto de la conmoción del momento, el problema de las plantas y la puerta. Escucha con atención, su cabello y su ropa mojándose cada vez más, pero permanece en calma. Inamovible. Sereno. Lucía igual cuando lo conociste en ese otro balcón.
¿Es esta la manera en que están destinados a encontrarse?
-Te ayudo- dice con expresión amable-. Puedo ir a hablar con el encargado y ver si tiene una copia de la llave, ¿querés?
Una mezcla de pánico y vergüenza te recorre mientras jugás con el dobladillo de tu camisa, cada vez más húmeda y próximamente traslúcida, pero sabés que no tenés muchas más opciones y… No lo conocés, no te conoce, sólo hablaron cinco minutos, pero quiere ayudarte. Seguramente poco le importa tu estado y estás segura de que el resto de los vecinos también lo ignoraría.
-Te lo agradecería mucho- respondés con un suspiro-. Mi teléfono está en mi cuarto y no sé qué hacer.
-No hay problema- señala su puerta-. ¿Te parece si…? Y podemos llamar.
La intensidad en sus ojos oscuros te hace desviar la mirada.
Tus ojos recorren las macetas restantes hasta que encontrás una ilesa. En el rincón más lejano, protegida por el techo, está esa planta cuyo nombre desconocés pero que tiene hojas que te fascinan: un verde oscuro en el borde, con el centro más claro y un patrón llamativo. La sostenés con firmeza contra tu pecho mientras seguís a Enzo.
Caminan por el pasillo en silencio y cuando entran en su hogar notás que deja la puerta entreabierta unos pocos centímetros. No estás segura de qué motivos tiene para hacerlo, si pretende hacerte sentir menos vulnerable o si es que con suerte no tardarán lo suficiente, pero aún así agradecés el gesto. Te señala el sofá y desaparece.
Tu ropa mojada te hace dudar y permanecés de pie. Esperás no arruinar la duela.
-Sentate- insiste cuando regresa-. No pasa nada.
-Nunca nos presentamos.
Levanta la mirada de la pantalla de su teléfono.
-¿Qué…?
-Nunca nos presentamos- extendés tu mano, susurrando tu nombre, temblando por el frío y por los nervios-. ¿Vos sos…?
El calor de su mano es reconfortante. Su sonrisa también.
-Enzo.
-Gracias, Enzo.
-No, por favor- contesta con una mueca de vergüenza mientras intenta ocultar una sonrisa. Segundos más tarde, todavía mirándote a los ojos y con el teléfono contra la oreja, frunce el ceño-. Qué raro. No contesta.
-¿Estará dormido?
-Le mando un mensaje- decide-. Lo verá cuando se levante, no sé, es raro que…
El resto de la oración muere en sus labios mientras su mirada te recorre. Reafirmás el agarre en la maceta, más nerviosa que antes y sin saber exactamente cómo sentirte, pero no pronunciás palabra alguna hasta que lo ves separar los labios nuevamente.
-¿Qué?
-Estás toda mojada.
Suspirás, entre resignada y derrotada, ignorando el escalofrío que te recorre.
-No importa- mirás tus pies-. Seguro que en unos minutos ya…
-Te podés resfriar- insiste-. ¿Te parece si te presto ropa? Sé que puede ser raro porque no nos conocemos, pero…
Esperás que el calor quemando tu rostro no sea obvio.
-Está bien.
Vuelve a desaparecer. El silencio en la habitación es palpable.
Observás desde tu lugar las fotografías en la pared, los incontables vinilos, el proyector, las plantas bien cuidadas, la caja de cigarrillos a medio terminar esperando sobre la mesita de cristal. El cuaderno con un extraño patrón de colores y los lápices de colores te resultan llamativos. No estás segura de querer preguntar. No querés invadirlo todavía más.
Enzo no parece poseer muchas pertenencias triviales y todo en su hogar parece tener una ubicación exacta, un propósito, una razón lógica. Lo único que parece fuera de lugar, pensás luego de un rato de contemplar el espacio, sos vos. Sos una extraña en la casa de un extraño. Un extraño muy amable, muy comprensivo, muy…
-Esto seguro te va a quedar bien… Y es re cómodo- sonríe, como si intentara convencerte para que no vuelvas a negarte, antes de entregarte la ropa-. Y acá tenés un par de medias para que no te me mueras de hipotermia- señala el corredor-. ¿Te ofrezco un té? ¿Café? ¿Agua?
Te mordés el labio.
-No, gracias, no es necesario. Ya hiciste mucho por mí.
Finge indignación y sólo borra la expresión de su rostro luego de oírte reír.
El baño es justo como esperabas, porque parece que todas las unidades de este edificio son iguales, pero tiene pequeños detalles que delatan quién es el dueño. Aún no lo conocés, claro, pero te parece que tiene todo el sentido que  Enzo tenga un jazmín junto a su perfume. También hallás una colonia y loción, de la misma marca, cuando examinás el estante del espejo.
Mientras te vestís, permitiéndote sentir el algodón bajo tus yemas, notás en la ducha el shampoo y el acondicionador. Era obvio, te decís, porque es imposible que una persona tenga el cabello así de majestuoso sin el cuidado básico –ese que la mayoría de los hombres no sabe ejercer-.
Doblás cuidadosamente tu pijama mientras pensás en si utilizará algo más o si sólo es genética.
Cuando volvés a la sala Enzo te ofrece una taza de té.
-Perdón- susurra. Es obvio que no está en lo absoluto arrepentido-. No quiero que te enfermes.
-Gracias, Enzo, de verdad- aceptás la taza y te sentás junto a él-. Sos un ángel.
La tormenta, cada vez más intensa, opaca el sonido de su risa cuando sorbe de su propia taza. Permanecen en silencio durante unos minutos en los que jugás con el asa de la taza caliente en tus manos, preguntándote cuándo comenzará a sentirse cansado de tu presencia y cuánto tiempo le llevará decidir que tenés que marcharte, sin importar que tengas que esperar en la lluvia.
Su voz grave te saca de tus cavilaciones.
-¿Hace cuánto te mudaste?
-¿Dos semanas? ¿Tres…?- intentás recordar la fecha-. Dejémoslo en tres.
Gira sobre el sofá – su brazo izquierdo descansa sobre el respaldo, estirado en tu dirección, y por un breve instante te perdés en las venas que resaltan en su piel bronceada- para poder verte de frente. No oculta su curiosidad y te sorprende la fugacidad con la que sus ojos, magnéticos y llenos de un algo que te genera intriga, dejaron de hacerte sentir incómoda.
Lo imitás y sonríe.
-¿Cómo es que no te había cruzado antes de…?
-Raro, ¿no?
-¿Te gusta el té?- pregunta luego de verte probar la bebida.
-Sí, es rico, ¿qué tiene?
Con los dedos, enumera:
-Canela, cardamomo, jengibre y… más cosas con nombres complejos que no recuerdo- confiesa-. Es la primera vez que lo pruebo.
-Y yo arruinándote la experiencia.
-Nada que ver.
-Seguro estabas dormido y te desperté con el quilombo que armé.
-Estaba despierto- insiste-. Imposible dormir con semejante tormenta, ¿no…?
-Y…
Suelta una carcajada estrepitosa cuando comprende el significado de tu expresión. Hacés un esfuerzo por no mirar fijamente, hipnotizada por la manera en que sus ojos se cierran cuando ríe, pero de todas formas terminás siguiendo con la mirada la línea fuerte de su mandíbula, el movimiento de su cabello y la tensión en su cuello.
-Perdón.
-No, está bien, me lo merezco- le concedés-. Fue estúpido de mi parte.
-¿Te gustan mucho las plantas? Porque para salir a buscarlas con esta lluvia…
-Las odio- contestás rápidamente, recordando el dolor provocado por la espina del cactus, y ante su confusión agregás:- Quería intentar.
-Te puedo enseñar- ofrece en voz baja-. Es bastante fácil.
-Ya maté un cactus, Enzo.
-Vamos lento, ¿sí?- propone mientras contiene la risa. Deja la taza sobre la mesa y señala la planta que trajiste-. ¿Esta que tenés acá? Es de interior. Cero sol, ¿está…? ¿Tenés mascotas?
-No, ¿por?
-Es tóxica.
-Oh.
-Y purifica el aire.
-¿Cómo puede ser?- preguntas con la voz teñida de escepticismo.
4/11/2024, 20:11 h.
El golpe en tu puerta te hace resoplar.
Tuviste un día horrible y lo último que necesitás son visitas inesperadas. Te dirigís hacia la entrada con pasos pesados, sin molestarte en cambiar tu expresión mientras tomás las llaves, pero ver a la persona en el corredor es suficiente para que tus músculos se relajen. Le sonreís.
-¿Molesto?- pregunta Enzo, con una sonrisa que intenta ocultar, dejándose caer contra la barandilla y cruzándose de brazos-. ¿Mal día?
-Sí… No- te corregís cuando recordás su primera pregunta-. Tuve un mal día, sí. No molestás.
Su rostro comprensivo y su evidente preocupación hacen que tu corazón palpite con fuerza.
Desde que lo conociste Enzo muestra un genuino interés por tu bienestar. No tenés idea de cómo, por qué o en qué momento exacto sucedió, pero desarrollaron una amistad que parece destinada a ser. Siempre te preguntás si la conexión entre ambos comenzó a gestarse el día de la fiesta, durante la tormenta o cuando comenzó a dejarte notas sobre el cuidado de tus plantas.
Enzo es una buena persona y un excelente amigo, siempre te lo repetís, sobre todo cuando intentás ser mejor con él de lo que es con vos. Intentaste retribuir los consejos sobre plantas con café de especialidad, consciente de lo mucho que le gusta esta bebida, pero entonces te ayudó desinteresadamente con la instalación de unas lámparas y te sentiste en deuda nuevamente.
“No, de verdad, no es nada” insiste cada vez que le agradecés por otro inmenso favor. Luego finge molestarse cuando dejás un pequeño presente en su puerta, en sus manos, oculto entre sus plantas, esperando en su buzón en la planta baja… Y de alguna forma vuelve a superarte: invitaciones a museos o para obras de teatro (jamás en las que actúa él), este libro que extrañamente le recordó una conversación que tuvieron, esta canción, esta película.
Enzo es especial. Y es imposible no enamorarse de alguien como él.
Puede que comenzaras a verlo bajo una luz diferente luego de esa primera obra de teatro, cuando caminaban en busca de un bar, escuchándolo hablar sobre lo que lo llevó a refugiarse en la actuación y la comodidad que sentía en el escenario. Quizás ocurrió cuando recordó, tiempo después de la conversación en cuestión, ese gramo de información que le regalaste.
¿Qué fue lo que dijo? ¿”Obvio que lo recuerdo”? Y cuando vio tu expresión estupefacta, incrédula, desconcertada, se esforzó para convencerte de que nadie en el mundo podría olvidar nada de lo que dijeras. Nadie que merezca escucharte dijo mientras te servía más té, cambiando el tema de conversación cuando comprendió que estabas ligeramente abrumada, cuidándote como siempre.
-Sentite con completa libertad de rechazarme- comienza con cautela-, pero…
-¿Sí…?
La anticipación hace que descanses todo tu peso sobre las puntas de tus pies. Es un extraño reflejo del que sólo tomaste consciencia luego de conocerlo y no estás segura de si se originó a causa de su persona o si sólo se volvió más recurrente, más común, más evidente. Siempre tenés que corregir tu postura para no tropezar y caer sobre su pecho.
Te sentís como un girasol persiguiendo el sol.
-¿Noche de películas?- pregunta con expresión de ilusión, sus cejas arqueadas en ese particular ángulo y sus dientes capturando su labio inferior. Ante tu silencio agrega:- Mis amigos me cancelaron a último momento y yo ya tenía todo listo. Se me ocurrió que, no sé, si no es incómodo para vos, podríamos… Y no es que seas mi segunda opción, pero…
-Está bien.
La sorpresa transforma su rostro. Te resultaría ofensivo de no ser porque se ve tierno.
-No esperabas que dijera que sí, ¿no?- soltás una risa-. ¿Tan antisocial te parezco?
-No, para nada, pero…- se encoge de hombros-. Pensé que era muy atrevido de mi parte.
-Nada que ver.
-Bueno, entonces…
-¿Llevo algo?
-No, nada, está todo. En serio- te señala con una expresión seria-. ¿Pizza para cenar te parece bien?
-Perfecto.
-Buenísimo. Era el menú original- comenta con tono divertido-. ¿Te espero o…?
-Dame cinco minutos, ¿sí? Termino con algo acá y voy.
-Dale.
Utilizás los cinco minutos para respirar y mentalizarte. No querés hacer el ridículo.
Cuando cruzás el corredor, temblando con anticipación, te encontrás con su puerta abierta. El lugar parece sumido en el silencio y la quietud, sólo interrumpida por tus pasos sobre la duela, es tangible. Cerrás la puerta y sólo entonces te percatás de su figura cerca del sofá.
-¿Todo bien?- preguntás luego de quitarte los zapatos y dejarlos en la entrada.
Justo como le gusta.
-Sí, se me cayó un… ¡No, cuidado!
Es tarde. El punzante dolor en tu pie te hace gritar y terminás cayendo de espaldas sobre el sofá. Enzo se arroja sobre vos para inspeccionar tu herida: la cercanía con él no es incómoda pero sí es extraña, con su figura cubriéndote y el cabello suelto arrojando una sombra sobre su rostro. Se ve intimidante, pensás, aunque la herida ardiente no te deja pensar mucho tiempo en eso.
-Perdón, no…
-Sh, sh, sh- ordena-. Está bien. Dejame ver.
-Me duele.
-Quedate sentada. Ya vengo.
Mientras esperás su regreso observás el desastre: era un jarrón, sin lugar a dudas, porque con los restos del mismo hay flores y agua por todo el lugar. Enzo regresa, ocupa el extremo opuesto del sofá y lentamente, con todo el cuidado del mundo, toma tu pierna y la coloca sobre su regazo para examinar tu pie.
-¿Por qué siempre estás descalza?- pregunta, entre molesto y frustrado, inspeccionando la profundidad de la herida. Sin mediar palabra retira el cristal y gemís de dolor. Da un apretón a tu tobillo-. Qué costumbre horrible.
-Vos no sos muy diferente, Enzo.
-No, tenés razón- admite con una pequeña risa-. Te va a arder.
Antes de poder procesar sus palabras sentís el líquido frío corriendo por tu piel y el insufrible ardor de la herida. Sujetás su brazo con fuerza, clavando tus uñas en la prenda de algodón que lleva –la misma que te prestó el día de la tormenta-, intentando reprimir tus quejidos y el llanto. Masajea tu tobillo para consolarte.
-Ya está, ya está- susurra. Sus cálidos dedos descansan sobre tu pierna-. Te voy a vendar.
-¿Hace falta?
-Sí.
La delicadeza de sus manos es imposible de ignorar. Está más que concentrado, con los labios apretados y el ceño fruncido, el cabello le cae sobre el rostro y tenés que luchar con todas tus fuerzas contra el deseo de estirarte y acomodar esos mechones rebeldes. Todavía sujetás su brazo –sentís sus músculos cada vez que se mueve- con fuerza y eso no parece importarle.
-¿Qué película vamos a ver?
-La que quieras.
-No sé- arrugás la nariz-. ¿Qué tenías en mente vos?
-No sé, ¿terror?- propone. Levantás la pierna para permitirle ponerse de pie-. Quieta, ¿sí? Junto esto y…
Te dirige una única mirada de advertencia antes de ponerse en cuclillas para limpiar el desastre, ignorando que el movimiento provoca que su camiseta se levante y revele una franja de su espalda, donde una larga y sin lugar a dudas profunda cicatriz recorre su piel.
-¿Cómo te hiciste esa cicatriz?
-Ah, ¿no te conté? Fue con uno de los taburetes que…
-La de la ceja no- lo interrumpís-. En la espalda.
Cuando voltea percibís en su semblante una oscuridad que jamás habías visto en él. Está molesto, terriblemente molesto, la mandíbula tensa mientras captura el interior de su mejilla con sus dientes. Te reincorporás, preparada para disculparte, cuando contesta:
-Un accidente cuando era chico.
-Perdón, no quería incomodarte, es que…
-Sí, ya sé, es fea.
-¡No! No es eso- negás-. Pregunté porque parece muy profunda y… ¿Dolió mucho?
-Muchísimo.
-¿Cuántos años tenías?
-¿Siete? ¿Ocho? No estoy seguro.
Por su expresión, la edad en que haya sucedido –aunque sospechás que fue algo grave- le resulta insignificante, pero cuando desaparece en dirección a la cocina sin ofrecer más explicaciones sabés que es su forma de dar por finalizada la conversación.
Esperás en tu lugar mientras el remordimiento y la vergüenza por tu falta de tacto hacen un hueco en tu pecho. Su voz te saca de tus cavilaciones. Deja sobre la mesa varios snacks.
-¿Ya decidiste?
-No. Elegí vos- le sonreís y bajás la pierna del sofá para permitirle sentarse-. Seguro tenés mejor gusto que yo.
El silencio, incómodo y tenso, impide que te muevas y hables. Enzo hojea las diversas opciones disponibles en diferentes plataformas, mirándote de reojo, puede que en busca de aprobación o alguna sugerencia. O esperando que le ofrezcas una disculpa.
Cuando voltea cerrás los ojos.
-No me molesta, ¿sabés?
-¿Qué…?
-No me molesta que preguntes- y mientras te sostiene la mirada toma tu pierna para volverla a colocar sobre su regazo-. Y estás más cómoda así, ¿no?
-Sí.
Sonríe.
-¿Me vas a ayudar?- señala el televisor con un movimiento de su cabeza-. No soy bueno eligiendo bajo presión. Me da miedo decepcionarte.
-¿Cómo me vas a decepcionar?
Ignora la pregunta. Suponés que es más inseguro de lo que pensaste.
Tomás el vaso que te ofrece y cuando señala la lata de refresco asentís. El sonido del gas es escandaloso y Enzo chequea, mientras sirve la bebida, que ninguna gota rebelde escape y manche tu ropa. Ocultás tu sonrisa con tu mano. Sabés que incluso así sos muy obvia.
-Podemos ver una serie- sugerís luego de ver los resultados en la pantalla-. Hacemos una mini maratón, ¿qué decís?
-¿Tenés algo en mente…?
5/11, 00:06 h.
En cuanto tu respiración lenta y profunda llega a sus oídos Enzo deja de ver la película -comenzó hace unos veinte minutos y esta es una de las mejores escenas- porque no puede concentrarse en nada que no sea la necesidad que corre por sus venas. El pantalón gris que está usando hace poco y nada para ocultar su erección. La tela ya está húmeda con su excitación.
No importa, por supuesto, porque estás dormida. No vas a despertar. No vas a asustarte.
Acaricia tus pies durante un largo rato, luego tus tobillos y tus piernas, mordiéndose el labio en un inútil intento de controlar sus impulsos. No puede evitar deslizar una mano sobre la venda, manchada con tu sangre, recordando tu expresión de vulnerabilidad y la total confianza que tuviste en él cuando se ocupó de tu herida.
Controla tus pulsaciones. Tiene tiempo.
Desliza una mano bajo su ropa interior y comienza a masturbarse lentamente. Juega distraídamente con los dedos de tus pies mientras contempla tus uñas, pintadas de manera prolija con tu color favorito, imaginando cómo se sentiría tu suave y cuidada piel si lo tocaras. Un débil y patético gemido escapa de sus labios cuando te imagina sorprendiéndote por su orgasmo salpicándote.
Escapa con cuidado de su lugar en el sofá y luego de manipular tu figura, recostándote por completo y colocando tu cabeza sobre un cojín para lograr ese ángulo perfecto, se posiciona sobre tu cuerpo. Entre sus piernas, presa de su voluntad y soñando quién sabe qué, parecés un ángel. Pura y perfecta.
Derrama cantidades absurdas de líquido preseminal sobre tus labios hasta hacerlos brillar. Utiliza su glande, muy caliente y sensible, para esparcir su humedad por tus mejillas, tu mentón y tu mandíbula, antes de empujarlo hacia tus labios entreabiertos. Es sólo un centímetro pero la sensación basta para hacerlo gemir.
Te sujeta con delicadeza mientras el calor de tu respiración lo golpea. Realiza pequeños movimientos con su cadera, imperceptibles pero suficientes para que él pueda sentir tu calidez, maravillándose cuando separás los labios en busca de más.
Logra introducirse hasta sentir tu lengua.
¿Cuántas veces imaginó esto? ¿Cuántos orgasmos tuvo pensando en cómo te verías tomándolo en tu boca y llorando por no poder con su tamaño? No está seguro y no le importa; ninguna fantasía puede compararse con tenerte en su poder, aceptando que le pertenecés, inconscientemente suplicándole por más.
Golpea tus labios una, dos, tres veces con su miembro, grabándose la imagen en la memoria y pensando en todas las fotos que podría tomarte. Intenta contenerse pero la situación lo desborda y no puede detener el frenético movimiento de su mano. Derrama unas pocas gotas en tu boca antes de deslizarse fuera, recordándose los límites, manchando tu rostro con su restante liberación.
El placer es intolerable. Quiere llorar.
Respira con dificultad mientras las últimas gotas caen en cámara lenta sobre tu labio inferior y sonríe, en trance, perdido en tu belleza. Imagina que en otro momento le suplicarías para que te permita probarlo, que le rogarías que marque todo tu cuerpo, sin importar la humillación o todos los posibles efectos. Limpia con su pulgar un poco de semen de tus pestañas.
Se pregunta cuánto te llevaría quedar embarazada.
Un suspiro tembloroso resuena por toda la habitación.
Evita mirar su reflejo en el espejo del baño cuando busca una toalla para limpiarte y una vez que desaparece sus rastros –con un cuidado extremo, porque teme irritar tu piel y despertarte, un riesgo que no puede correr- de tu rostro roza tus labios con las yemas de sus dedos. Arrastra dos dígitos hacia tu cuello para controlar tus pulsaciones y espera.
Era la dosis correcta, se felicita mentalmente. Espera tener tiempo para...
-¿Enzo?- sujetás su muñeca con fuerza y él se deja caer-. ¿Qué hacés?
-Perdón- susurra mientras te observa reincorporándote como un rayo. Teme que sus latidos descontrolados lleguen a tus oídos-. Te dormiste y quería sacarte el maquillaje.
-¿Qué maquillaje?- soltás una risa encantadora, pero sólo dura unos segundos y él comienza a preocuparse, porque inmediatamente fruncís el ceño y te llevás una mano a la cabeza-. ¿Qué…?
-¿Qué pasa? ¿Qué tenés?
-Se me parte la cabeza.
El pánico hace temblar sus labios y titubea. No tenía idea sobre posibles efectos adversos.
-¿Querés un…?
-Por favor- te escucha murmurar cuando ya está buscando un comprimido de Paracetamol. Te observa de reojo mientras sirve agua helada en un vaso y se pregunta si su actitud fue muy sospechosa-. Perdón.
-¿Por qué?
-Por quedarme dormida. Qué vergüenza.
Aceptás el comprimido sin comprobar de qué se trata y bebés desesperadamente.
Una mueca de disgusto -no, de confusión, estás confundida- transforma tu rostro y cuando relamés tus labios Enzo sabe que el motivo son esas gotas de semen que derramó en tu boca. Muerde su lengua para combatir la angustia que le provoca verte en este estado, pagando las consecuencias de sus acciones, ignorando lo sucedido.
-No me molesta.
Suspirás. Su miembro palpita.
-¿Ya te dije que sos un ángel?
-Callate- suplica mientras se cubre el rostro con una mano. Siempre finge no ser capaz de tolerar tus cumplidos-. ¿Querés terminar de ver la película?
-Es tarde- lamentás-. No puedo seguir molestándote.
-Molestame todo lo que quieras.
Es tu turno de ocultar tu rostro entre tus manos y él suelta una carcajada. Comparten un momento de silencio mientras contempla la hipnótica sonrisa que le dirigís, mordiéndote el labio de manera tentadora, sin esforzarte en esconder el efecto que sus palabras tienen en vos.
-Gracias por la invitación- decís cuando se despiden en su puerta-. Lo necesitaba.
-Cuando quieras repetimos- ofrece mientras te ve caminar por el oscuro corredor-. De verdad.
Le regalás una última sonrisa y un tímido pero prometedor gesto antes de cerrar tu puerta.
De regreso en la sala su sonrisa desaparece y deja caer sus hombros. Derrotado y con los músculos aún cargados de tensión se encarga de ordenar, recogiendo los paquetes de snacks (ya sabe con exactitud cuáles son tus favoritos) y las latas de refresco vacías.
Estudia el fondo de tu vaso reviviendo en su mente la imagen del somnífero, incoloro pero de una consistencia espesa, reposando en ese mismo lugar. La próxima va a tener que doblar la dosis.
Minutos más tarde se refugia en la seguridad de su habitación. Embiste contra el colchón mientras reproduce infinitamente el video donde desliza su pulgar por tus labios, manchándolos de blanco, para luego repetir el proceso con su miembro; muerde su brazo para silenciar sus patéticos gemidos cuando el orgasmo lo desborda. Repite tu nombre un centenar de veces.
Guarda el video en una carpeta segura. Y las fotografías también.
12/11/2024, 00:01 h.
Evitás todo contacto con Enzo hace días.
Silenciaste sus historias, ignorás sus mensajes, esperás pacientemente hasta que se marcha (últimamente parece salir más tarde y no sabés si es intencional o si sólo es pura coincidencia) cada mañana para no tener que hablar con él. Después de todos estos meses conocés su rutina de memoria y sabes qué hacer para evitarlo.
El recuerdo te invade, sin importar dónde o con quién estés, volviéndose más y más insoportable, torturándote. Cada vez que pensás en eso sentís que todo en tu interior se hunde, la cabeza te da vueltas, tropezás con tus palabras, un sudor frío corre por tu espalda, paralizándote como ningún otro recuerdo lo hizo jamás.
Tenés miedo. Y vergüenza. Muchísima vergüenza.
Nunca habías tenido un sueño húmedo, ¿por qué tenía que suceder justo en su sofá? ¿Y por qué tenías que despertarte y asustarlo con tu exagerada reacción producto de la culpa que el sueño te provocó? Todavía recordás el pánico en su mirada desconcertada.
Cada vez que lo recordás esperás… no, suplicás no haber hecho ningún ruido o haber pronunciado palabra alguna mientras sucedía. Enzo te odiaría de saber lo que soñaste, con él sentado a unos pocos centímetros, cuando amablemente te dejó dormir durante lo que se suponía debía ser una corta pero divertida noche de películas.
El ardor en tus ojos es cada vez más recurrente.
El dolor de tener que evitarlo no se compara con el dolor de saber que probablemente se siente herido por la falta de explicaciones y el desconsiderado trato que estás teniendo con él. No merece tu silencio sólo porque no controlás tus palabras, lo sabés, pero enfrentarlo significaría terminar confensándole todo.
Dejar un regalo en su puerta luego de medianoche, ocultándote como un criminal y confiando en que no va a destrozarlo en cuanto salga de su casa mañana por la mañana, no es suficiente para reparar tu error. Sin embargo, repetís mientras seleccionás las flores, eso es todo lo que podés hacer de momento para ganar tiempo.
Es todo, sí, hasta reunir el valor necesario para confesarle todo (y perder su amistad) o hasta que tus sentimientos por él se evaporen.
Y también es la única manera que tenés para comprobar que su puerta esté bien cerrada. Cuando regresaste hace un par de horas, y aunque corriste para no regalarle la oportunidad de interceptarte en el corredor (es una costumbre suya que te fascina), juraste que su puerta estaba entreabierta. Las luces estaban apagadas.
Mantuviste tus propias luces apagadas desde que llegaste, como hiciste durante la última semana, para que en cuanto regresara no tuviera forma de saber que estabas en casa. Todavía ignorándolo, completa tu mente. Parcialmente, decís para librarte de cargas.
La tenue luz de la lámpara siempre arroja largas sombras extrañas y cuando volteás, lista para comenzar con tu misión de redención, un movimiento en la puerta de tu habitación llama tu atención. No parece ser tu sombra. No parece ser una sombra.
Es una persona. Es...
El jarrón cae con la suavidad de una tragedia anunciada. El estrépito de la cerámica quebrándose y el caos de los fragmentos dispersándose llena por completo la habitación, como un grito mudo, interrumpiendo el silencio de la noche. Las flores, contrastando con el color oscuro de la madera, llaman tu atención –sólo por un microsegundo- mientras el eco del impacto aún resuena entre las paredes.
Un silencio inquietante se instala en la habitación, como si el aire mismo estuviera esperando, suspendido por el momento de tensión. Mientras intentás regular tu respiración mirás tus manos vacías, todavía en la posición de sostener el jarrón, antes de dirigirle una mirada a Enzo. Un escalofrío te recorre.
Corrés en dirección a la puerta, con las piernas débiles y la sensación de ser ingrávida, pero el aire es espeso y viscoso y dificulta tus movimientos. Por un segundo pensás que estás nadando en éter, esforzándote en cada brazada, divisando la línea de meta pero incapaz de alcanzarla.
Un sonido débil deja tu garganta cuando sentís sus dedos cerrándose sobre tu muñeca, justo como la mandíbula de una serpiente capturando una pequeña presa malherida, permitiéndole sentir el calor de su veneno y prolongando cada segundo de agonía hasta la muerte.
La fuerza de su agarre sacude tu cuerpo como un látigo y tropezás, pero antes de caer o poder recuperar el equilibrio Enzo te empuja contra la pared más cercana. Golpeás el muro con un sonido seco y quedás inmóvil, desorientada, intentando procesar la situación. Su mano en tu boca parece un veredicto y sentís el sabor amargo de la desesperación en la lengua.
-No te voy a lastimar- jura Enzo, con una expresión de profundo dolor y lágrimas colmando sus ojos, antes de rozar tu brazo con un objeto frío-. No grites, por favor, no grites. Vos sabés que no te voy a hacer nada.
Bajás la mirada y en la penumbra divisás el brillo del objeto que sostiene Enzo. Es un cuchillo. Gritás contra su palma y forcejéas, pero él ejerce más presión, ignorando el dolor que te provoca, suplicándote con la mirada para que guardes silencio.
Luce horrorizado.
-No, no, no- niega frenéticamente-. No te voy a lastimar. Tranquila.
Alzás ambas cejas y las lágrimas caen de tus ojos. Mira el cuchillo, vuelve a mirarte, mira el cuchillo nuevamente y sólo entonces los engranajes de su mente parecen comprender tu predicamento.
Deja caer el cuchillo y este impacta de punta en el suelo.
-No es mío- jura como si fuera explicación o consuelo suficiente-. No grites, ¿sí? Prometeme que no vas a gritar cuando te suelte.
Intentás asentir pero la fuerza con la que te sujeta contra la pared dificulta cualquier movimiento. Parpadeás dos veces y comprende automáticamente.
-No grites- ordena con voz letal-. ¿Está bien?
Tomás una respiración, profunda y temblorosa, cuando te libera. Balbucéas incoherencias hasta que el pánico y el horror te permiten recordar cómo hablar, escoger tus palabras, pensar cuidadosamente qué decir y cómo. No querés que se enoje. No sabés qué podría hacerte.
Tu voz te traiciona.
-¿Qué hacés acá? ¿Cómo entraste?- preguntás casi en un susurro-. ¿Por qué…?
-No entendés- presiona su cuerpo todavía más contra el tuyo-. Todavía no entendés.
Y entonces lo sentís. Duro. Caliente. Palpitando. Húmedo. Temblás.
-¿Qué es lo que no entiendo?
-Quiero cuidarte- jura-. Quiero que estés bien. Feliz. Segura. Sólo eso.
Parpadéas con fuerza y sin reparar en tus acciones sujetás su muñeca cuando toma tu mejilla. Roza tu pómulo con su pulgar en una caricia extrañamente íntima, suave, delicada, con su boca peligrosamente cerca de la tuya; evitás moverte y te convencés de que el motivo es el pánico que sentís. No sabés cómo podría reaccionar. No sabés qué podría hacerte si se enoja.
-Esta no es la forma, Enzo, está mal.
Frunce el ceño. La cicatriz en su ceja derecha reclama tu atención.
-¿Por qué?
-¿Cómo te hiciste eso?- preguntás-. No fue con el taburete, ¿no? ¿Qué hiciste?
-Contestame- dice entre dientes-. ¿Por qué está mal? No hice nada malo.
-Esto está mal, ¿no te das cuenta?- clavás tus uñas en su piel-. No estoy feliz. No estoy segura.
-¿Cómo qué no? ¿Qué te pensás?- acerca su rostro aún más. Sentís el tabaco en su respiración-. ¿Vos pensás que te voy a lastimar?
-¡No!
-¡Callate!- ordena-. Silencio.
-Perdón, perdón, es que…
 -No entendés nada- reniega-. Todo lo que hago es por vos.
Las náuseas invaden tu cuerpo. Recordás haber oído esa misma frase en la película de terror que viste en su sala, con tus piernas sobre su regazo, compartiendo snacks y fingiendo que el repetitivo contacto con su mano era sólo un accidente… Y ya conocés las implicaciones de esa perturbadora línea. Las consecuencias.
-¿Qué es todo, Enzo?- preguntás entre lágrimas. El calor de su erección contra tu cuerpo hace que tus mejillas quemen y relamés tus labios en busca de las palabras correctas-. ¿Qué hiciste?
-Nada malo.
-¿Qué hiciste?
-Nada. Todo- niega, confundido-. Desde la primera vez que te vi, cuando te estabas por mudar, yo…
-¿Cuando me mudé…?
La cabeza te da vueltas. De repente todo tiene sentido.
En realidad no tenías posibilidad alguna de mudarte a este sitio.
La inmobiliaria sólo te enseñó el edificio porque la cita estaba pactada con anterioridad, pero se suponía que alguien más estaba por cerrar el contrato, que estaban por hacer el depósito, pero… Lo que sea que haya hecho Enzo, porque esa es la única explicación posible, posibilitó que te llamaran en el último momento.
-Después de que te mudaste- intenta corregirse-. Durante la tormenta.
-No me mientas- suplicás-. Cuando nos conocimos, ¿vos ya sabías que yo vivía acá?
-No.
-Sí. Lo sabías- forcejéas y vuelve a empujarte. Parece que quiere dejarte claro que no estás en condiciones de luchar y, considerando el doloroso pálpito martillando en tu cabeza, puede que esté en lo correcto. Entrecerrás los ojos para ver con más claridad su rostro-. ¿Quién te invitó a la fiesta? Decime la verdad, Enzo.
-Un amigo.
-¡Dijiste que fueron tus compañeros de teatro!- se lleva un dedo a los labios-. ¿Me seguiste?
-No, yo…
La expresión de vulnerabilidad en su rostro no se corresponde con el control que tiene sobre la situación. Sobre vos. Sus ojos entrecerrados y brillantes por las lágrimas, sus cejas en un ángulo de angustia pura y desgarradora, los labios entreabiertos como si respirar le fuera difícil.
Sus hombros caen en señal de derrota.
-¿Fuiste vos?- sollozás cuando recordás los pequeños objetos faltantes en tu hogar y el mensaje del encargado del edificio-. ¿La llave que desapareció de...?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque tenía que ser así- dice como si fuera obvio-. No entendés, ¿no? Vos sos mía.
-No, Enzo, no. Estás confundido.
-Y yo soy tuyo.
Temblás violentamente. Tragás saliva.
-¿Estoy confundido?- pregunta, escéptico-. ¿De verdad?
-Sí.
-Entonces no tenés problema con que lo compruebe, ¿no?
Un gemido de desesperación deja tus labios cuando sentís su mano recorriendo tu cuerpo.
Desabotona tu pantalón de un tirón, baja la cremallera igual de rápido, deslizando sus uñas sobre tu piel antes de dirigir sus dedos hacia tu centro húmedo y caliente: en cuanto sentís sus dígitos rozándote arrojás la cabeza hacia atrás y cerrás los ojos. Reprimís un suspiro, profundo y potencialmente delator, sin comprender por qué disfrutás el contacto.
-Mirá cómo estás- te enseña sus dedos brillantes con tu excitación antes de llevarse sólo uno a la boca-. Y me decís que estoy confundido.
-Porque lo estás- insistís-. No está…
Te interrumpe deslizando sus dígitos húmedos entre tus labios. Sentís el sabor de tu esencia invadiendo tus papilas gustativas y mientras le sostenés la mirada, aunque con el ceño fruncido en una clara señal de ira, no podés evitar el gemido que nace en tu garganta. Tus muslos se contraen con fuerza y él mueve su pierna para estimular tu centro.
Succionás. La oscuridad de sus pupilas consume sus ojos.
-¿Qué dijiste?- pregunta con tono burlón. Besa tu mejilla-. Vos querés esto tanto como yo.
Negás, incapaz de pronunciar palabra con sus dedos aún sobre tu lengua, pero te ignora. Continúa rozándote con su pierna, ejerciendo cada vez más presión, sujetándote por la cintura con su otra mano para obligarte a descansar todo tu peso sobre su muslo. Entierra sus dedos cada vez más profundo, provocándote una que otra arcada, deteniéndose sólo cuando tirás insistentemente de su muñeca.
-Enzo- tu voz es una mezcla entre una súplica y una orden. Tus manos están acalambradas y la extraña sensación en tu estómago no te permite pensar coherentemente-. No.
-No seas así- dice contra tu boca-. Mirá cómo me tenés.
Lleva tu mano hacia su bulto cada vez más prominente, caliente y palpitante, obligándote a sentirlo en todo su esplendor. Observás la tela de su pantalón oscurecida por su excitación y la forma en que tu mano parece encajar justo sobre su erección. En sus ojos hay un fuego que sólo se compara con el que sentís entre las piernas y bajo la palma de tu mano.
-Te gusta, ¿no?- negás y él sonríe con arrogancia-. Sí, te gusta. Te encanta.
-No…
-Te vuelve loca saber lo que me hacés, ¿no?- roza tus labios-. ¿Querés que te muestre?
-No- esquivás el beso y mantenés los ojos cerrados para no ver su reacción-. Basta, Enzo.
-Mirá, dale. Es toda tuya.
Obedecés. ¿Por qué obedecés?
Bajás la mirada y tu respiración se corta. De alguna escalofriante manera predice tus pensamientos y te sostiene por el cabello, evitando con relativa facilidad que te muevas, forzándote a ver cómo masajea lentamente su miembro mientras gotea sobre tu ropa. Cuando negás frenéticamente para zafar de su agarre tu cuero cabelludo quema.
-Basta, Enzo, por favor.
-¿Por qué? ¿No te gusta?
Humedecés tus labios. Querés contestar pero en lugar de hacerlo permanecés en silencio.
Vuelve a tomar tu mano para guiarla hacia su miembro y jadeás cuando lo sentís entre tus dedos. Comenzás a masturbarlo con movimientos tímidos, procurando seguir el ritmo que él mantenía, evitando moverte más de lo necesario para no delatar tu necesidad o los irrefrenables pensamientos revoloteando en tu mente. Enzo suspira.
-Muy bien, bebé, seguí así- toma tu mejilla para llamar tu atención y te roba un corto beso que te hace desear más. Desliza sus dedos por tu cabello mientras pregunta:- ¿Me vas a dejar cogerte toda? ¿Sí…?
Cerrás los ojos.
-No, mirame- ordena rápidamente-. Mirame. Contestá.
-Sí, Enzo.
-Sí, ¿qué?
Una lágrima se desliza por tu mejilla y él moja sus labios con ella.
-Cogeme.
-Arrodillate.
Te dejás caer sobre tus rodillas, presa entre su cuerpo y la pared, sin romper el contacto visual. Enzo guía su miembro hacia tu boca y separás los labios para recibirlo en cuanto sentís el calor que irradia, ganándote una sonrisa de satisfacción de su parte, sujetándote de sus muslos mientras su pulgar desaparece el rastro de cada nueva lágrima que escapa.
Es justo como en tu sueño, pensás mientras separás los labios todavía más para poder tomar su glande. El sabor del líquido preseminal te hace suspirar y de su pecho surge un eco –tentador, muy grave y prolongado- de tu suspiro, provocado por la sensación de tu respiración en su miembro. Cerrás los ojos y comenzás a succionar con suavidad.
-Dios…- dice en un gemido-. ¿Te gusta?
Respondés con un sonido débil, roto y agudo, pero es suficiente. Enzo realiza pequeños movimientos con su cadera hasta que la mitad de su miembro desaparece entre tus labios, ignorando tus protestas y el brillo en tus ojos, desesperado por utilizar tu boca hasta dejarte hecha un incoherente desastre.
El cuchillo no está muy lejos de sus pies. Evitás mirarlo.
Enreda sus dedos en tu cabello para mantenerte firme y comienza a golpear tu garganta despiadadamente sin importarle tus arcadas, tus manos golpeando sus piernas para suplicarle que se detenga, tus uñas rasgando el material de su pantalón y clavándose en su piel. La mezcla entre tu saliva y sus fluidos produce en cada cruel embestida un sonido obsceno que causa estragos en tu interior.
Llevás una mano a tu centro en busca de alivio y comenzás a jugar con tu clítoris.
-¿Sabés cuántas veces soñé con tenerte así?- negás y una estocada particularmente fuerte hace que tu cabeza impacte con la pared; cuando te quejás Enzo se disculpa en voz baja, utilizando su mano para protegerte de más daño, pero jamás deja de abusar de tu boca-. Perdón, mi amor.
Un hilo brillante une tus labios con su miembro cuando te libera para dejarte respirar. Exasperación es lo que se lee en su expresión cuando te llevás las manos a la garganta, padeciendo cada profunda respiración, intentando recuperar minutos de oxígeno robado mientras sentís la huella que su asalto dejó en toda tu boca.
Retrocede un par de pasos y en cuestión de milisegundos recupera el cuchillo. Te señala.
-¿Te pensás que soy pelotudo?- pregunta con una ceja arqueada. Comenzás a negar, intentando prevenir la confrontación y sus posibles desenlaces –que se suceden en tu mente como ráfagas-, pero Enzo no te permite explicar antes de arrojarse sobre sus rodillas y posicionar el cuchillo contra tu cuello-. No querés que te lastime, ¿no…?
Te golpea su miembro -pulsando violentamente con deseo- cuando ve el pánico en tus ojos.
-Vos no me lastimarías. Lo sé.
-¿Estás segura?
No.
-Sí.
Presiona la punta de la hoja sobre tu pecho mientras sus labios recorren tu cuello y tus clavículas. El calor de sus labios y sus dedos en tu cintura son el único consuelo que recibís mientras la presión aumenta, obligándote a permanecer inmóvil y sin respirar, completamente a su merced mientras se frota contra tu estómago.
-Enzo.
Jadea. Un sollozo sacude tu cuerpo.
-¿Qué pasa, mi vida?
-No me vas a lastimar, ¿no?
-Obvio que no.
Es mentira, descubrís un parpadeo más tarde, cuando en un fugaz movimiento rasga tu blusa, simultáneamente dejando una línea de fuego que llega hasta tu ombligo. Observás horrorizada la herida y balbuceás, con labios temblorosos, más lágrimas cayendo en cascada por tus mejillas.
-Dejate de joder- reniega mientras te posiciona sobre su regazo-. Eso no es nada.
-Dijiste que…
-¡Callate!- grita justo en tu oído-. Y quedate quieta.
Te despoja de tus prendas y sentís que traza tu columna con los dedos antes de llevarlos hacia tu centro. Explora tus pliegues, vergonzosamente húmedos y muy calientes, mientras masajea tu espalda en un intento de consolarte y frenar los espasmos de angustia que sacuden tu cuerpo.
Presiona sobre tu entrada y gemís. Repite el movimiento hasta que dejás de llorar.
.¿Querés más?
-Sí- confesás con un hilo de voz-. Más, Enzo, por favor.
Desliza un único dígito en tu interior y una protesta desesperada deja tus labios. Los dedos de Enzo son más largos y más grandes y no estás familiarizada con la sensación de plenitud que te brinda, pero aún así el ardor en tu entrada es exquisito y empujás contra su mano para suplicarle por más. Tira de tu cabello para poder ver tu rostro.
-Estás muy apretada- dice en un falso lamento-. ¿Cómo te la voy a meter? No va a entrar.
Tus paredes se tensan y Enzo introduce un segundo dedo. El lastimero gemido que surge en tu garganta se prolonga cuando roza tu punto dulce expertamente, ignorando la bruma en tus ojos y el imparable temblor de tus labios. Lo sentís pulsando contra tu costado cada vez que un escalofrío te hace contraerte sobre sus dedos.
Te suelta bruscamente y colocás tus manos en la alfombra para frenar el impacto. El sonido de tu abundante humedad y el constante movimiento de sus dedos explorando tu interior, llegando a los lugares más profundos de tu cuerpo y rozando todos los puntos justos, te hacen delirar; balbucéas un sinfín de palabras incoherentes, entre ellas su nombre, alguna que otra súplica desesperada, suspirando que se siente muy bien.
-¿Sí? ¿Te gusta?- asentís-. Yo sabía que eras una putita.
Te llevás una mano a la boca para que no escuche tu reacción. Es en vano.
-Sos una putita, ¿no?- y para dejar en claro que lo sos, quieras o no, te escupe-. Sos mi putita.
Un dedo húmedo –con su saliva o tu excitación, no estás segura, no importa- presiona sobre tu otra entrada y te sobresaltás. Es extraño, ligeramente incómodo, pero Enzo parece disfrutarlo porque luego de unos segundos sentís que salpica tu cuerpo con su liberación. El calor de su semen te empuja hacia tu propio orgasmo y sus respiraciones se sincronizan por un instante.
-Así, muy bien, sí- continúa torturándote con sus dedos hasta que te quejás por la sensibilidad y cuando los retira, brillantes por tu liberación, los dirige hacia tu otro agujero-. Me vas a dejar, ¿no? Porque sos mía.
Introduce la primer falange y cuando te escucha gemir, entre excitada y horrorizada, su erección vuelve a llenarse. Juega con tu diminuta entrada y vos te refugiás en tus brazos, ocultándote de su mirada hambrienta y de la vergüenza que sentís, mordiéndote los labios para no delatar lo mucho que te fascina sentirlo explorando tu cuerpo. Sentís tu excitación goteando sin parar.
-¿Va a doler?
-Sí.
Emitís un sonido de pura angustia y su expresión se suaviza.
-Hoy no- dice en un intento de consolarte-. Otro día, ¿sí?
Te recuesta sobre la alfombra. Pensás que es el fin hasta que se sienta sobre tus muslos.
-Tenés una conchita tan linda- comenta mientras recorre tus pliegues con su punta-. Y es toda mía, ¿no…? ¿De quién es esta conchita? Decime, dale.
-Tuya, Enzo.
Deja caer su cuerpo sobre el tuyo y el calor de su pecho desnudo contra tu espalda te roba un suspiro. Te sentís protegida y segura, contenida por su figura mientras desliza su miembro entre tus pliegues, estimulando tu clítoris y presionando sobre tu pequeña entrada antes de empujar y llenar tu estrecho interior. Tu cuerpo no tiene más opción que hacer lugar para él.
Mordés tu brazo para silenciar tus gritos. Enzo muerde tu hombro hasta dejar una marca.
-Dios- recuesta su frente en tu espalda y comienza a mover sus caderas lentamente. Jurás que cada vez que retrocede y vuelve a enterrarse sentís cada centímetro de su miembro y cada vena rozando dolorosamente tus sensibles paredes, pero el dolor te resulta exquisito cuando comienza a confundirse con el placer-. ¿En esto pensabas cuando te tocabas?
-¿Qué…?
-Cuando te tocaste pensando en mí, ¿pensabas en esto?- repite y muerde tu oreja.
No, querés decir, preguntándote cómo sabe que te tocaste pensando en él. La respuesta es obvia. Querés decirle que pensabas en él besándote, mordiendo tus labios y obligándote a probar los restos de tu esencia en su lengua, que imaginaste que se detendría para memorizar cada insignificante detalle de tu cuerpo, pero...
En su lugar besa tus párpados para beber de tus lágrimas y muerde tu mejilla hasta verte golpear el suelo con tu palma, ignorando que tus uñas duelen por enterrarlas en su brazo cuando rodea tu cuello para inmovilizarte y que la posición hace difícil el respirar. El ritmo de sus movimientos crece, el impacto de su cuerpo y el tuyo reverbera por toda la sala, su punta empuja tu cérvix mientras gritás porque el placer es intolerable.
El roce de tu mejilla y tus pezones sobre la alfombra es horrible.
-No, no, no- golpea tu mejilla para llamar tu atención-. Respirá.
Llorás cuando sentís tu interior vacío y Enzo te toma en brazos para llevarte hacia el sofá. Recorre tu espalda con sus cálidas manos, guiándote para que respires lenta y profundamente, indicándote cuándo y cómo exhalar. Toma tu mejilla en su palma (no te molestás en fingir que la manera en que te toca no es reconfortante) y su pulgar juega con tu labio inferior.
Tus pulmones queman por el esfuerzo y en un intento de hacerte comprender Enzo toma tus manos para colocarlas sobre su pecho. Está cubierto de sudor y te gustaría besarlo. Podés sentir sus latidos descontrolados y sospechás que tus pulsaciones, que él controla con sus dedos en tu cuello y en tu muñeca, siguen el mismo ritmo que las suyas.
Tus párpados pesan y tus pestañas brillan por tu llanto. Tu visión es borrosa.
-¿Mejor?- pregunta mientras acomoda un mechón de cabello. Besa tu nariz-. ¿Te sentís mejor?
-Mejor.
Reclamás sus labios, sujetándolo con una mano en su cuello y otra en su cabello, en un beso húmedo y voraz que refleja la necesidad que te invade. Enzo gruñe contra tu boca cuando lo guías hacia tu entrada y muerde tu labio cuando te dejás caer sobre su miembro; el sabor metálico de la sangre te es fácil de ignorar cuando sus pupilas dilatadas te hipnotizan.
La profundidad de la penetración te hace gemir de una manera que Enzo sólo puede describir como pornográfica y sus músculos se tensan cuando ve el hilo de saliva cayendo por tu mentón. Controla el ritmo de tus movimientos y sabe, por tu expresión de éxtasis y por la tortuosa contracción de tus paredes, que el ángulo estimula tu clítoris justo como te gusta.
Toma tus pechos entre sus manos y los masajea, pellizca, golpea con su palma hasta verte rehuir del contacto. Siempre imaginó cómo se sentiría tenerlos en la boca, dejar marcas permanentes, morderte  hasta hacerte llorar y suplicarle que te deje en paz. Sos consciente de todas sus fantasías con sólo ver cómo te mira, con posesividad y locura, todavía tocándote.   
-Enzo- repetís su nombre como un mantra. Es lo único que distingue junto con lo que suena como llena y profundo, cuando comenzás a hablarle, prácticamente delirando entre sus brazos. Buscás refugio en su cuello y cuando te rodea con sus brazos temblás por la sensación de entrega que el abrazo parece transmitir-. Más, más, más.
El ritmo de sus movimientos se torna brutal y cuando ya nada es suficiente opta por cambiar la posición. Te recuesta sobre el sofá, ignorando tus reproches y tu insoportable llanto por sentirte vacía, llevando tus piernas hacia tu pecho hasta dejarte por completo expuesta. Vulnerable. A su merced. Sólo para él.
Cuando se desliza en tu interior te llevás las manos a la boca para no gritar. Fracasás miserablemente.
El placer es indescriptible y la sensación en tu abdomen bajo, intolerable. Llevás una mano hacia el sitio donde sentís cada una de sus estocadas y Enzo la reemplaza, ejerciendo presión sin importarle las posibles consecuencias, respirando deficientemente (sus jadeos son lo único que lográs escuchar junto con el resto de sonidos obscenos) por lo irreal de la situación pero sin ocultar su sonrisa arrogante.
-Acá estoy- susurra-. ¿Te gusta?
-Sí- contestás con voz entrecortada. La promesa de un orgasmo se intensifica bajo la intensidad de su mirada expectante-. Sí, mucho.
-¿Querés que te llene?
Fruncís el ceño. Ya estás llena.
-No…- negás en cuanto comprendés-. No, Enzo, no puedo… Yo...
Te ignora.
Recuesta su frente sobre la tuya y la cercanía te permite contemplar el largo de sus pestañas. Buscás sus labios y él silencia tus gritos con un beso cuando comienza a embestirte de manera frenética, con movimientos descontrolados que bordan lo errático, profundizando imposiblemente la penetración hasta que corta tu respiración.
No. Sus dedos cerrándose en torno a tu garganta son los que no te dejan respirar.
Y vos lo permitís. Dejás que te utilice.
Tu cuerpo se sacude por la fuerza de sus estocadas y él se pierde en el movimiento de tus pechos, en la saliva que moja tu mentón luego de romperse el hilo que conectaba su boca con la tuya, en las lágrimas que hacen brillar tus pestañas como si de cristales se tratasen, en tus pupilas lejanas, en tus nudillos volviéndose blancos cuando sujetás su muñeca.
Cuando te libera te reincorporás y descansás tu peso sobre tus codos para ver la imagen entre tus piernas. Una aflicción ínfima e imperceptible hace nido en tu mente cuando notás que la línea que recorre tu torso –resultado del cuchillo- es del mismo color que el hilo rojo en la base de su miembro. Mentirías si dijeras que no te encanta saber que Enzo es muy grande para vos.
No obtenés más advertencia que un gemido ronco antes de sentir sus dedos en tu boca y los hilos de semen caliente salpicando tu interior. Tus paredes se contraen con el rítmico pulsar de su miembro y un orgasmo, más débil y más corto, te hace gemir con sus dedos todavía entre tus labios. Succionás involuntariamente y él te observa, con los párpados caídos y la boca semiabierta, disfrutando el espectáculo.
Cuando abandona tu interior continúa derramando su liberación sobre tus pliegues y el sofá.
-Sos mía- sentencia con sus ojos fijos en tu entrada y en su semen escapando de ella con cada contracción de tus músculos-. Y me vas a dejar cuidarte, ¿no?
-Estoy bien.
-No, no estás…- acaricia tus piernas-. Dejame cuidarte.
Tu respiración es irregular, tus extremidades duelen, un río de lágrimas nace en tus ojos y no podés dejar de temblar. Enzo te toma por debajo de los brazos para que te reincorpores y hacés una mueca de incomodidad cuando el terciopelo del sofá -siempre suave pero en este momento irritante para tus terminaciones nerviosas todavía sensibles- entra en contacto con tu centro.
El resto de sus palabras jamás llegan a tus oídos y cuando cubrís tus orejas con tus manos, convencida de que hay algo dificultando tu audición, Enzo sólo sonríe de manera estúpida y toma tus muñecas. Masajea tus manos, tus brazos, tu cadera y tu cintura –sobre todo los rincones que sus manos maltrataron- antes de guiarte hacia el baño.
-¿Te duele algo?- pregunta mientras comprueba la temperatura del agua. Su expresión preocupada y la delicadeza con la que te empuja hacia la ducha te provocan náuseas.
Todo, querés decir. Negás porque no tenés voz.
Intentás vigilar sus movimientos pero tu cerebro procesa sus acciones y el significado de sus palabras tarde. Muy tarde.
Es imposible negarte a la minuciosa inspección que realiza -en busca de más heridas de su autoría- palpando cada centímetro de tu cuerpo hasta el cansancio y, cuando escoge tu ropa para dormir, no estás segura del motivo por el cual esta no incluye ropa interior o un pantalón para abrigarte.
Aún así no te resistís cuando desliza una vieja y desgastada camiseta de Radiohead sobre tu figura. ¿Es tuya? ¿Cuándo la compraste? ¿Cuántas veces la utilizaste para desgastarla de esta manera? Las preguntas se arremolinan en tu cabeza mientras Enzo masajea tus piernas desnudas.
-¿Tenés sueño?
-Mucho.
-Ah, ¿sabés hablar?- pregunta con tono burlón-. Vamos a dormir.
Dejás que se escurra bajo las mantas para acompañarte y cuando rodea tu cintura con un brazo, dejándote sin más opción que descansar tu espalda sobre su pecho expuesto, no objetás. La oscuridad y tu estado mental no son buena combinación, suponés, cuando en lugar de concentrarte en su respiración terminás pensando en cómo escaparte de sus garras.
Estás segura de que la puerta no tiene seguro.
Sólo tenés que esperar. Y tenés tiempo.
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walker-skull · 3 months ago
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Vacaciones
Los rayos de luz atravesaron los árboles y se dividieron en haces más pequeños que crearon grupos de puntos en el suelo del bosque. La criatura que volaba a través de ellos los comparó con los barrotes de una prisión tras la que había visto encerrados a los humanos. Gruesos barrotes de metal que les impedían escapar. No era diferente a sus deberes en el bosque, estancado en patrullar las partes vírgenes. En realidad, se habría considerado afortunado de no tener que lidiar con la burocracia de los Parques Nacionales o incluso con pequeñas áreas del bosque donde los humanos hacían ejercicio corriendo.
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"Somos protectores, Klick. El bosque es nuestro hogar y debemos hacer lo que sea necesario para protegerlo", decía su padre, aunque cada vez era más difícil con las máquinas derribando nuestros hogares y destruyendo cualquier signo de vida que alguna vez hubo allí. Máquinas que no podían ser detenidas.
Klick estaba flotando cerca de un árbol cuando escuchó el sonido de las ramas al romperse bajo un pie pesado. Un hombre estaba deambulando, mirando al cielo con una sonrisa en su rostro. Respiró profundamente y su equipo de senderismo se acomodó en su mochila. Era un explorador y tropezó con la tierra de Klick. Caminó entre los arbustos hasta que llegó a un claro, pétalos de flores rosadas dispuestos en un gran círculo. Klick había hecho este claro hace mucho tiempo, esparciendo los pétalos en un movimiento circular con sueños de que algo podría tropezar en él. Ahora, este humano estaba de pie en el centro.
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Respiró profundamente y el aroma floral se arremolinó a su alrededor hasta que arrojó su bolso a un lado. Comenzó a quitarse la ropa, arrojándola por el perímetro de la trampa hasta que de repente quedó desnudo. Klick admiraba al humano y corría de un árbol a otro hasta que tuvo una vista excelente. El hombre estaba tendido entre los pétalos, oliendo el aire que intoxicaba su mente. Klick corrió hacia él, sin que nadie lo notara mientras rodaba por el suelo. Klick se metería en muchos problemas, pero aprovechó esto como una oportunidad para escapar de esta rutina repetitiva.
El hombre abrió la boca para tomar aire profundamente y justo cuando lo hizo, la pequeña bola de luz que era Klick apareció dentro de su boca. El aura brillante de Klick era visible a través de su piel hasta que desapareció por su garganta. El hombre tragó saliva, gimiendo mientras miraba las hojas ondeando con la brisa. Comenzó a gemir y retorcerse cuando de repente Klick le robó la piel y la hizo suya. El hada llenó su nueva forma hasta que de repente los ojos del hombre convulsionado se pusieron en blanco y se desplomó. Klick abrió sus nuevos ojos unos momentos después, con los brazos estirados y continuó tendido allí por un momento. Sintió la hierba en su espalda, el viento bailando sobre su pecho, los sonidos de la vida que existía en el hueco.
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Klick se incorporó y olió los olores que estaban haciendo que el sentido del hombre se volviera loco. Ahora, inmune a Klick, solo podía oler la dulzura floral que lo rodeaba. Mirándose a sí mismo, admiró su nueva forma. Tocó su pecho con delicadeza antes de presionar completamente su palma en los pectorales carnosos. Se flexionó al sentir, el músculo sobresalía y se tensaba mientras deslizaba sus dedos sobre ellos. Finalmente encontró la polla, flácida al principio, pero una vez que la tocó, el órgano cobró vida.
—Guau. —Klick se sobresaltó por su voz y sus manos tocaron su garganta. Tarareó, las vibraciones lo hicieron sonreír. Cuando se puso de pie, no pudo ignorar la longitud que se había endurecido simplemente con un roce de sus dedos a lo largo de la punta. Ahora quería más, sus dedos envolvieron la longitud creciente mientras sus ojos revoloteaban de placer hasta que estuvo apoyado contra un árbol. La textura áspera del tronco raspó a lo largo de su columna vertebral, sumándose a la sensación de hormigueo que crecía con cada embestida. Klick observó el músculo a lo largo de su cuerpo mientras lo tensaba, admirando su nueva forma hasta que fue casi insoportable. Corrientes blancas salieron disparadas de su cuerpo y no pudo evitar gemir mientras se alejaba del árbol. Su trasero se tensó, su cuerpo se flexionó y su polla se sintió como si nunca fuera a dejar de estallar.
Con un último suspiro, Klick se calmó y sonrió complacido. Su pene agotado seguía latiendo mientras se estiraba, acostumbrándose a su nuevo peso y estatura. Klick tenía la intención de pasar solo un poco de tiempo fuera de su gruta, experimentando la vida humana, ya que tal vez nunca más tendría la oportunidad. Un respiro de la monotonía que ya demostraba ser adictiva.
—Solo por un rato. —Sus ojos se movían entre el paisaje de su cuerpo y el perímetro de la trampa de hadas. Hubo un repentino estallido de energía y él estaba recogiendo la ropa del humano para ponerse y caminar de regreso a través del lugar donde eventualmente se encontraría con la civilización humana para ver qué problemas podía encontrar.
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natalygrhol · 5 months ago
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Brillante chatarra
Luciana era como el fenix, moría varias veces y volvia a renacer, rodeada de cenizas, envuelta en llamas, pero con mas fuerzas a pesar del dolor que sentia en su corazón. Caminaba todos los días al trabajo resignada, como un alma en pena, que no sabía de otra cosa mas que trabajar. Una maquinaría humana, de viejos engranajes en un cuerpo aun joven, pero cansado de la rutina. Había algo que la llenaba de paz, que le volvía el alma al cuerpo, y ese algo era el ver su casa llena de cosas viejas que encontraba en la calle. Luciana tenía una obsesión por el levantamiento mecanizado de cosas de baja importancia, que normalmente llamaríamos chatarras. Pero para ella, la chatarra acumulada en el sotano, fruto de arduas búsquedas en la calle , a la salida de su trabajo, eran verdaderas reliquias. El problema yacía en que las llamadas reliquias para luciana, no eran más que mugre para su hijo Nicolas. Estaba cansado de ver a su mama acumulando kilos de chatarra inservible. La veia ir y venir sonriendo de una extraña manera, como si estuviese poseida por el espiritu de la acumulación. Un ente, que le pedía a gritos que no parara de recolectar todos los objetos inanimados posibles, en especial los metalicos, tenia una facinacion por estos últimos. El sotano de Luciana brillaba de mugre y metal, y eso desesperaba a Nicolas. Un día , cansada de su rutinaria vida, luciana se dirije al sotano, a guardar un ventilador que habia hallado en la ezquina de la parada de colectivo, a la vuelta de su trabajo, y que tanto esfuerzo le habia costado traer, pero cuando baja las escaleras y enciende la luz del sotano, algo la deja paralizada. El sotano estaba vacio, brillaba de limpio, resplandecia inmaculado. La cara de luciana se habia transformado en un rostro de susto y demencia, ante la falta de sus tesoros. Como alguien pudo tener la osadia de arrebatarle todo lo mas preciado que tenia, sus pocas ganas de vivir reflejadas en cumulos de inservibles objetos. Le habian robado un trocito de su vida, pero aun le quedaba el ventilador, al cuál se abrazó de forma enfermiza como si alguien quisiera sacarselo… Luciana apoya el ventilador en el sotano, sube las escaleras y corre en busca de Nicolas. Estaba segura, que su hijo era el culpable de tal desastrozo suceso. Quien mas que Nicolas , pudo arrebatarle ese paraiso metalico que era su sotano. Ya en la sala de su casa, luciana divisa de lejos a Nicolas, que estaba distraido mirando una serie en la computadora, se le acerca de manera erratica y lo mira con ojos desorbitados en busca de una respuesta. Toca los hombros Nicolas, y este gira la cabeza, asombrado por la extraña cara que pone su mama al verlo. Luciana le exige respuestas, necesita saber donde estan esos preciados tesoros que tanto trabajo les costo conseguir. Nicolas de manera armoniosa intento explicarle que se los habia dado a unas personas que pasaban con una camioneta por la calle en busca de chatarra. "Chatarra" , era la peor palabra que podia escuchar Luciana, de sus amados objetos. Como podia su hijo llamar asi a esas preciadas reliquias. Lo sacudio de tal manera que parecia que se su cuerpito fuese a quebrase en mil pedazos, y de repente lo solto y se quedo quieta mirando un punto fijo… Luciana abrio la puerta y salio corriendo, Nicolas quiso alcanzarla, le grito que volviese, pero ella parecia no escuchar… El sonido de los parlantes de la camioneta que busca eso que las casas suelen tirar , se oia a lo lejos, mientras ella corria embelezada detras de ese sonido buscando recuperar aquella felicidad en forma de basura que gracias a Nicolas perdió
Natalia grhol
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shactividades · 26 days ago
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Ubicación: La Nueva Era.
Ambientación: 20 de Noviembre a las 11:50 p.m.
TW: Mención de muerte.
A mitad de la noche, cuando la luna brilla con fuerza sobre el centro comercial, un estruendo distante sacude el aire. Al principio, el sonido es hueco, como si viniera de algún rincón lejano, un retumbante eco que apenas se siente, pero que pone en alerta a quienes se encuentran en la zona de cuarentena. Nadie sabe exactamente qué es, pero todos lo escuchan, se miran entre sí, con la inquietud reflejada en los rostros. La quietud es corta; el segundo estruendo se deja oír, esta vez más cercano, más fuerte. La vibración recorre el suelo, como si todo el edificio temblara bajo el impacto. Las personas se tensan, algunos empiezan a levantarse, a mirar hacia las ventanas, a sus compañeros. El aire se espesa con la duda y el miedo.
No pasa mucho tiempo hasta que el tercer estruendo resuena con una fuerza aterradora, como una explosión. La fachada del centro comercial parece ceder, un rugido ensordecedor se mezcla con el sonido de cristales rotos y metal doblado. El pánico estalla. El refugio, que hasta hace un momento parecía seguro, ahora se siente vulnerable. Los rostros de los sobrevivientes se transforman en máscaras de desesperación y terror.
De repente, las puertas de emergencia ceden. Un grupo de saqueadores entra a la fuerza, empujando a todos a su paso. Los ojos de los recién llegados brillan con una mezcla de codicia y violencia, mientras gritan, ordenan, exigen lo que tienen. Los saqueadores no se detienen ante nada. Al principio, es un caos de cuerpos que se empujan, que luchan por acaparar suministros, por apoderarse de armas, de comida, de todo lo que se ha guardado con tanto esfuerzo. Los gritos se mezclan con los disparos, y el sonido de los golpes retumba en cada rincón del refugio.
La lucha se intensifica, con cada hombre y mujer defendiendo lo que les queda, mientras los saqueadores siguen avanzando, arrasando con todo a su paso. El caos se convierte en un espiral de desesperación y violencia, donde solo los más fuertes logran mantenerse en pie, aferrándose a lo que pueden.
En medio de este torbellino de horror, un nuevo estruendo estremece los pasillos. Esta vez, el sonido no viene de las puertas. Los gruñidos llegan primero, bajos, guturales, y luego, con una fuerza imparable, un grupo de infectados irrumpe por una de las entradas traseras, atraídos por el bullicio y los ruidos del enfrentamiento. Los sobrevivientes no tienen tiempo para reaccionar; las criaturas atacan sin piedad, desatando el caos con su hambre insaciable. Los infectados se lanzan sobre todo lo que se mueve, desmembrando y matando sin distinción, mientras los gritos de terror se elevan aún más alto. Las luces titilan, el aire se llena de desesperación, y la sangre comienza a empapar el suelo.
Algunos intentan escapar, otros ya están demasiado tarde. En medio del caos, el refugio se desmorona. La gente lucha por sobrevivir, mientras el centro comercial se convierte en un campo de batalla. La organización, la paz, la esperanza de una nueva orden, todo se pierde bajo el peso de la brutalidad.
Desde un rincón oscuro, dos figuras observan la carnicería sin mover un músculo, sus ojos fijos en la destrucción. Madre Serena y el Sargento Samuels, los artífices de todo aquello, se mantienen en silencio. La mirada de ambos refleja satisfacción y una calma desconcertante. Lo que parecía un plan perfecto, una estructura rígida de control y paz, se desmorona ante ellos. Los infectados, los saqueadores, la violencia y el caos que se han desatado no son casualidades. Todo fue orquestado. La paz de La Nueva Orden se rompe irremediablemente bajo su mirada impresionada, mientras observan cómo el sueño de un futuro ordenado se deshace, consumido por la misma brutalidad que ellos han desatado.
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multyeverything · 9 months ago
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Lock me in officer
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Autor: multyeverything
TW: Abuso de autoridad, soborno, menciones de uso de sustancias, incumplimiento de la ley, mencion de muert*, abus* y tortur*, uso de insultos y groserías.
Rating: 18+
Sinopsis: Cuando la fuerza de la ley cae desprevenida sobre mí, no hay otra manera más que adaptarse a la situación y buscar la supervivencia a cualquier costo.
Au: Police officer X Criminal female
Emparejando: Choi San X Female reader
Conteo de palabras: 6K
━━━━━━━━━━━━✧❂✧━━━━━━━━━
Todas mis malas decisiones en la vida me han llevado hasta este momento.
El momento donde todo termina.
Con mi rostro siendo fuertemente apretujado contra la cajuela de la patrulla, lloro sin control alguno. Mis quejidos son casi inaudibles por el estruendoso volumen de la sirena y los gritos de las autoridades.
¡Levanta las putas manos y túmbate al suelo!
Suena como una orquesta del mal. Desafinada... dolorosa para los oídos...
Todo esto pudo ser evitable. Me amedentro con ese pensamiento una y otra vez. Todo esto era tan prevenible que la vergüenza y frustración se mezclan con el miedo de mi llanto.
No meterme con las personas equivocadas habría salvado mi pellejo en esta ocasión por lo menos. Todos los inútiles de mis "cómplices", como llamarán a aquellos que también están contra el vehículo policial; ya están soltando la sopa, hablando de sobornos o jurando inocencia con tal de salvarse de la justicia. Soy yo contra el mundo ahora mismo.
A pesar de no oponer resistencia alguna, la fuerza con que presionan mi pecho contra el frío metal es insoportable. Hay poco o nada de oxígeno en mis pulmones y en la piel tengo una sensación de ser quemada ante la bajísima temperatura. Es un día helado a pesar de encontrarnos en verano en la costa. Un pobre vestido de playa no hace mucho por mantenerme cubierta ante las adversidades, me siento más desnuda que nunca ante el convoy de hombres que nos acorralan.
La posibilidad de huir es tan pequeña como inexistente. Dentro del callejón fuera de la casa de playa que habian alquilado, donde nos han pescado, las únicas salidas han sido bloqueadas por más patrullas. Puerta principal, trasera y patio están rodeados. Hombres armados hasta los dientes. La bahía frente a nosotros podría ser la única esperanza ahora, pero correr en sandalias con pesada arena en los pies no juega a mi favor. La distancia no es tan corta para poder zambullirme en las aguas. Además, si existe orden de aprehensión y fuerza física, existe orden de uso de armas de ser necesario. Y no pienso morir ahora mismo. No quiero.
Tras gritarnos el discurso, que bien conocemos, nos comienzan a repartir en vehículos separados. Golpes y bastonazos son repartidos a diestra y siniestra.
No puedo ver el rostro de mi custodio, solo sentir sus enormes y fuertes manos sujetando mis muñecas ya esposadas y como va clavando sus dedos dolorosamente en mi carne. Su agarre despiadado genera un poco de calor en las zonas de contacto.
- Cuidado. - Me empuja a subir a la parte trasera, también enrejada en cada esquina. Las olas a la distancia son apenas visibles con tanta oscuridad, imagino el sonido de su vaivén para tratar de contener el llanto. Buscar algo de calma en todo esto.
No pasa mucho entre que comienza nuestro viaje. O tal vez si, no estoy pensado claramente. Es el golpeteo del camino lo que saca de mi trance.
Vamos en la parte trasera de la caravana de arrestos, ligeramente distanciados del resto por protocolo de la Guardia Nacional. ¿Que cómo lo sé? Es mi deber, aunque nunca lo había vivido en carne propia.
Reúno toda mi fuerza mental para pensar en el futuro. Crear un plan o algo por el estilo. Convencerme que mis cargos son impunables y saldré en libertad en cuanto inicie un juicio. Algo de resignación aminora mi tormento. Pero para eso, necesito una sentencia, necesito que alguien revise el caso. Necesito en primero lugar que alguien me quiera libre... viva por lo menos.
Calma calma calma...
- Probablemente no pases más de tres meses la cárcel. O ni siquiera pases más de unas horas detenida, ¿Pero sabes lo que le hacen a la bonitas como tu en la Procuraduría? - escupe con notable superioridad hacia mi, mi situación. Sabiendo que toda mi vida está a su disposición. Pudiendo hacer su trabajo, matarme aquí, aprovecharse de mí aquí, o dejarme ir. El gran hijo de puta disfruta de mi tormento.
Si lo sé...
- Las de cara bonita siempre son las más peleadas por los que trabajamos ahí... Siempre ponen los gestos más bonitos cuando las tocan. Cuando son compartidas entre varios, a la vez. -
Si mi llanto había cesado ligeramente, sus palabras me hacen romper de nuevo. Pesadas gotas de frustración escurriendo por mi rostro. Algo parecido a una risa se escucha delante, una burla.
El maldito ruido de la radio de comunicaciones me parece insoportable y no hace nada más que disparar mi ansiedad. Parece que todo juega en mi contra para quebrantar mi espíritu.
- Por favor... Yo no tengo nada que ver con lo que ellos hacen. Ayúdeme. - apesar del limitado espacio, puedo moverme para acercarme a la reja entre ambos. Doy unas cuantas suplicas en forma de susurros en su respaldo.
Es por primera vez que capturo su mirada en el retrovisor. Fría y apatica. Sin un solo trazo de compasión. Regreso rápidamente al lugar original. En otras circunstancias habría pensado lo bellos que son sus ojos rasgados o lo amielada que es su voz. Tal vez debajo de la poca visibilidad del retrovisor, se esconde un hombre atractivo. Pero no, ahora solo existe la versión de él que petrifica tal medusa. Sin palabras me hace entender perfectamente que no obtendré eso de su parte.
Piedad...
¿Y yo la merecía siquiera?
A pesar de lidiar con la basura de la sociedad, nunca formé parte de sus actividades delictivas como tal. Jamás sostuve un solo gramo de su producto, o un arma en mi mano, tampoco lo distribuí ni mucho menos lo consumí. Jamás obligué a nadie a volverse adicto a su porquería, ni en las reuniones con demás colegas. Siendo tal fácil inducir la adicción en ellos, pero no. Jamás vacile en mis convicciones.
Me consideraba enormemente superior a todos a ellos en todos los aspectos por eso mismo. Ya que no había hecho ninguna de las anteriores, y más importante, no había atentado con la vida de alguien. Por lo menos no directamente. Solamente me dediqué a hacer mi trabajo y sacar a estos idiotas de la cárcel o darles condenas mucho menores.
Mi reunión el día de hoy con ellos fue exactamente para esto. Reunir todas las declaraciones de mis "clientes" para preparar una estrategia para el siguiente juicio. Así es, soy una de las varias profesionales de las leyes que trabajamos a disposición de los carteles que disputan el territorio. Tampoco llegué aquí por decisión propia, no había más opción que cooperar o morir. Y me he dedicado todos los días de mi vida desde entonces en no morir.
Evidentemente fue una sorpresa para todos los presentes que las fuerzas especiales y policía se presentaran a tomarnos todos cautivos. Nadie esperaba que tras unos meses sin tiroteos o toma de rehenes con finales espeluznantes, consiguieran las ordenes de aprehensión. Un encubierto estoy casi segura.
- ¿Cómo podría ayudarte? ¿Esperas que te deje libre así como así? ¿Qué borre evidencia tuya de haber estado con esa bola de mierdas? -
- Por favor oficial, ayúdeme. No saldré viva de ahí, no sobreviviré una noche siquiera. Si no son los oficiales, serán la gente de dentro del patrón. NO TENGO OPORTUNIDAD. -
- Eres un nombre importante en la investigación, ¿Sabes lo que sería capturar a la maldita zorra que he sacado a todos y cada uno de los criminales buscados? -
- ¡ME VAN A MATAR ANTES DE QUE PUEDA COOPERAR CON USTEDES! -
- Y puede que torturen antes, tienes razón. -
- Oficial le suplico que me ayude, ¡POR FAVOR! -
- ¡Deja de gritar puta madre! No le levantes la voz a la autoridad, muchos menos a quien tiene tu vida en sus manos. -
- Le suplico que me ayude. - lucho por terminar mi sulica, son mis lágrimas las que me ahogan para hablar. Se deslizan fuera de mis ojos y hacia mi boca en enormes cantidades. Berreo tal bebé recién nacido.
- Aunque quisiera, es imposible. Un compañero mío ya te registró en su computador del auto. -
¿Aunque quisiera?
¿Ya existe algo de duda en él?
¿Es esta mi oportunidad?
- Tengo tanto maldito dinero, puedo pagarle a ambos todo el sueldo de un año, solo necesito su ayuda. -
- ¿Crees que dejaré libre a quien puede otorgarme mi insignia y un segurísimo aumento de puesto? Parece que haz olvidado quien eres para ellos. Eres la gran hija de puta que ha sacado sin cargos a los altos casillas del cartel. Por ti existe la guerra del narcotráfico. No hay dinero que puedas darme que supere el entregarte yo mismo a la justicia. -
- No habrá justicia, estaré muerta antes de poder dar una declaración. Si no son los infiltrados, serán los pervertidos de tu equipo. -
- ¿No eres la mejor abogada? Convencelos de no hacerlo, o mejor... ofrecerles pagarles un año de su sueldo. Tal vez acepten tu soborno. Hmmm ahora que lo pienso, un cargo más para ti... Soborno. -
- Tenga piedad, soy una mujer en la garras de la policía y el narcotráfico. No tengo opciones. Nunca las tuve. No quiero morir, mucho menos ir tras las rejas... le daré la cantidad que me pida. Por más exorbitante que sea. Solo ayúdeme. -
- ¿Eres sorda? No es tu dinero lo que quiero zorra. -
- Si no es dinero lo que quiere, dígame. Haré lo que sea le daré lo que sea. -
- No tomes a la ligera tus palabras, ¿Tienes idea de lo que estás ofreciéndome? -
- Sí. Juro ante dios que haré lo que sea. -
Toma la radio instalada en su cabina de controles. Presiona el botón lateral varias veces y espera respuesta. El corazón me late y se detiene con cada vez que su dedo hace presión en el aparato.
- Adelante, compañero Choi. -
- Adelante Ramirez, hay un error. La rata nos dio mal la información. -
- ¿A que te refieres? Choi. -
- La presente, no es la abogada. Es una prostituta. -
- ¿Estas seguro? -
- Completamente, tengo aquí sus credenciales. -
- ¿Alguien más lo sabe? -
- No, todos son rangos menores, no saben por quien venimos. -
- Suéltala, dale algo de dinero para que se calle, o haz con ella lo que quieras. Yo me encargo de los otros pendejos. - voltea tras terminar de hablar el dichoso Ramirez. Susurra "grita, YA" apenas audible por el andar del vehículo. Casi únicamente moviendo los labios. Y es eso lo que hago, desgarro mis cuerdas vocales en el grito más estrepitoso de mi existencia, saco de manera vocal todos los sentimientos de horror que estoy viviendo. Más que una indicación, es un permiso para externar lo que tanto he contenido.
- Copiado, ¿Debo regresar con ustedes al cuartel? -
- No, ni siquiera notarán que no estás. Yo les diré el incidente con la puta de ser necesario. Vete a casa despues de dejar la patrulla. -
Para esto último, estoy casi terminando de expulsar cada partícula de oxígeno de mis pulmones. Grito y pataleo a sus espaldas para ya que me encuentro desinhibida. Siento miedo de escuchar su respuesta tan natural y sin remordimiento o preocupación ante un error tan garrafal, o la opción desconocida de deshacerse del cabo suelto.
Ha tomado otro camino. Llegamos en un santiamén a lo que parece una estación vieja y abandonada; pero la gran variedad de patrullas indica lo contrario. Estaciona antes de la reja, en el punto ciego de la cámara de seguridad, baja del vehículo y da la vuelta hasta llegar al lado. Por fin retira las jodidas esposas.
- Iré a dejar la patrulla. Tu me esperarás justo fuera del estacionamiento, aquí. Si intentas hacer algo, juro que te reviento los sesos. Entregaré tu cadáver a los peritos y seguiré ganando. Piensa en tu bien. -
Asiento frenéticamente y sin control. Con la misma fuerza que me lanzó dentro de la patrulla, me jala de la muñeca para que salga de ella. Es policía, supongo debe tener un cuerpo fuerte, no atlético tal vez, pero seguramente fortalecido. No pude recorrerlo ni un solo milímetro cuando luchaba por soltarme y ahora me arrastra tal muñeca de trapo. Sin duda podría aplastar mis huesos manualmente si me atrapase, pero no puedo evitar pensar en huir ahora mismo. Al fin me ha dejado sola aquí, donde puedo correr hacia cualquier dirección y con suerte escapar. Tampoco puedo evitar pensar en pedirle al patrón que lo 'despache' si tengo la oportunidad de irme. Son muchas mis ganas de escapar pero nulos mis movimientos. Estoy congelada (literal y figurativamente) en el sitio hasta que lo veo acercarse. Una gran camioneta Ford es nuestro nuevo medio de transporte; diría que acorde a lo poco que conozco de él: Grande, imponente, fuerte, de color negro ligeramente percudido en las salpicaderas de las llantas. Evidentemente no me abre la puerta ni espera a que me ponga el cinturón cuando ya ha pisado el acelerador. 0 a 100 es un promesa cumplida por la marca del monstruo con motor que nos transporta. Apaga la radio portatil en su cinturón y retira para guardar en la guantera.
Conduce sin cruzar palabras conmigo. No me toca ni me mira cuando comienza el recorrido. Agradezco ello para tranquilizarme lo más posible. Sin sus comentarios amenazadores o destinos terribles. Por fin algo de paz en todo este infierno. Cierro los ojos para concentrarme en mi respiración y así calmar mi acelerado corazón; que estaba a nada de rendirse a la taquicardia extensa desde el arresto. Ni un motor de una tonelada o la terrible conducción del oficial perturban mi paz momentánea. Todo ese movimiento es amortiguado por los comodísimos asientos... o el agotamiento. Lo que debería tomar menos de un minuto se convierte en tiempo incalculable.
Mi confusión es notoria cuando me despierta para avisar la llegada. Que tenga los ojos lagañosos e hinchados son prueba de que estaba dormida profundamente. No tengo la menor idea de nuestra ubicación o la hora. Tampoco si todo lo ocurrido ha sido producto de mi imaginación o una pesadilla del peor tipo... De las realistas.
Como sea, el no espera a que entre en conciencia, una vez más hace una demostración de sus capacidades físicas al levantarme en hombros como costal de papas y llevarnos al interior de su casa (??). No luce muy hogareño o cálido el lugar al que entramos. Carece de todo tipo de fotografías o cuadros a excepción de un diploma por la conclusión de los estudios básicos que cuelga encima de la mesita para las llaves. Curiosamente al lado de un espejo, único en su tipo aquí al parecer.
- Puedo ofrecerte dos maneras para que puedas salir de aquí sana y salva. No me apetece matarte el día de hoy especialmente. - dice mientras me deja caer en el sofá - No me supliques más, que no hay otras opciones. ¿Entiendes? -
- Si. -
- No te escuché. -
- Si señor, entiendo. - existe un atisbo de logro y autosuficiencia en su mirada. También una ligera sonrisa de lado se asoma en su semblante de acero.
- Bien. Me darás todos los nombres de tus infiltrados en la guardia, algo que los relacione y tu laptop con todos tus archivos. Iremos a juicio bajo mi protección y entrarás al programa de testigo protegido. Si tienes algo de información útil para no extraditar a las cucarachas del cartel, también la necesitaré. -
Su petición me deja muda. Todo lo que me pide está fuera de mi control y acceso. Vaya que ni yo conozco todo de lo que me está hablando. Son áreas que no nos dejan conocer por situaciones como ésta.
- Señor... yo no puedo darle lo que me pide. Es que... yo no sé sus nombres. -
- Dije que no quería matarte, más no que no quería lastimarte. Comienza a hablar hija de... - levanta su puño preparado para impactar, en consecuencia me achico en la esquina del sofá para protegerme.
- No es como piensa. Si esto hubiera pasado hace dos semanas, no le miento, habría dado hasta el nombre de su perro. Pero los soplones del patrón fueron "despachados". Habían desertado de su servicio, iban a quedarse con ustedes, llevaban mucho tiempo incomunicados y eso solo significa una cosa. Traición y deserción. Se los "echaron" ya, a ellos y la cuadrilla entera donde venían. -
- ¿Tienes pruebas para respaldarlo que valgan la pena?-
- Tengo los videos de... eso. Admiten ser ratas. Si... -
- No es suficiente. Necesito mensajes, llamadas, líneas. No esto. -
- Es lo que tengo, en mi computadora no tengo mucho, tómela. Pero no encontrará nada que sea suficiente, solo algunas declaraciones que se terminan contradiciendo entre sí, tal vez nombres de los halcones que espían las rutas de las patrullas. Yo no soy parte de ellos, solo soy la estúpida a la que llaman cuando necesitan sacar a alguien. Ni siquiera es magia mía, es el poder de las conexiones y el dinero. La DEA ya está coludida en ciertos estados.-
- ¿Sabes quienes son? -
- Algunos apellidos y otros apodos solamente. -
- Me cuesta creer que digas toda la verdad. ¿Sabes que te consideran en el tercer eslabón debajo del patrón? Es tan decepcionante esto. No puedo armar un caso. -
- Esta bien, esta bien. Tal vez haya cosas que este olvidando, por dios, me estoy muriendo de miedo oficial. Solo necesito tiempo. -
- ¿Algunas horas en prisión preventiva ayudarán? -
- ¡POR DIOS ESPERE! LLÉVESE MI TELÉFONO E INTERCEPTE EL NUMERO DEL PATRÓN MIENTRAS TANTO. -
- No me vengas con esa leyenda por favor, muchos lengua suelta nos han prometido la misma cosa. -
- Pero ninguno les dio el numero real, el personal. -
- ¿Por qué debería creerte a ti? De entre tantos que he conocido. Es bien sabido que siempre cambia de número telefónico por lo menos cada 3 meses para no ser detectado. Números de México, EEUU, Canada, incluso del maldito Salvador. -
- Lo hace, están en lo correcto. Para hablar con los vendedores de puntos o para planes de venta. Pero deben saber que el cartel lo formó con amigos y compadres, nunca ha cambiado su número para ellos, son creencias de criminales de las primeras generaciones. -
- ¿Por qué tendrías ese tu? Si se supone dices la verdad, no eres ninguna allegada a él. -
- No lo sé, supongo que me llamó por accidente o no sé dio cuenta. Pero es lo más cercano a él que he estado. Es lo único con que podrían saber su ubicación cuando sale de su pueblo, siempre está rodeado de guardias. Es imposible acercarse a él, la única vez que estuve en su presencia fue cuando me reclutó. -
Lo recuerdo tan claro como el agua. Era apenas una egresada de la facultad. Derecho penal, quería ayudar a la gente del pueblo donde crecí a hacerse propietarios de las tierras que trabajaron toda su vida. Hacerse de lo que era suyo por derecho y no de las grandes empresas que destruían el medio ambiente donde vivíamos. Era alguien tan llena de vida y veracidad... diferente a quién me convertí. Una tarde una van negra me levantó de la calle de camino a casa, dentro unos encapuchados me amenazaban con armas y navajas, cubrieron mi cabeza con una toalla y encima una bolsa de plástico negra para que no viera nada. Estuve así por todo el tiempo que me tuvieron cautiva hasta que Don Alberto me dijo que trabajaría para él cuando me necesitara o terminaría como ellos, y procedió a vaciar una calibre 50 a un puñado de desconocidos. Justo al lado mío, haciendo que perdiera la audición unos buenos días. También ocasionando un trauma que jamás podría olvidar. Los videos de sus allegados y las cosas que eran capaces de hacer no tardaron en llegar a mis manos, VHS con sinfín de atrocidades llegaban a la puerta de mi casa como si del periódico se tratara.
- ¿Es lo mejor que tienes? -
- Si. -
- Sigue sin ser suficiente. -
- Le juro que es lo único que tengo. Por favor. -
- No es suficiente por el momento... pero puedes serme de gran ayuda. Puedes trabajar para mi, darme toda la información que valga la pena. TODO, TODO lo que esos pequeños ojos negros y esas orejas capten, incluso, toda la información que consigas de cualquier forma. -
- No puedo hacerlo sola, ¿No escuchó lo que dije? Son unos despiadados a la primera sospecha, y ya dudarán de mi por el hecho de haber escapado del arresto. -
- Eres una mujer... yo soy un hombre. No es difícil de creer que me hayas sobornado con algo más que dinero. -
- Aun así, necesito algo de protección. Respaldo ante cualquier situación. Sino, encontrarán mis restos cualquier de estos días. -
- Puedo ayudarte, pero debes saber que soy impaciente. No doy nada sin recibir a cambio. -
- Haré lo mejor que pueda, pero no puedo prometer que será rápido. -
- Te diré un secreto, ya existe una redada para encerrar a algunos de tus 'clientes' - escupe con notable desprecio - Así que habrá grandes cambios para ti y tu negocio. No me preocuparía por falta de material, solo dame el correcto, el que pocos conocen y tiene gran peso. -
- Lo haré señor, pero necesito su palabra. Protéjame. -
- Puedo protegerte a ti y solo a ti, no me vengas con que eres madre o tienes una familia... -
- No, no me queda nadie más en este mundo. Solo le pido seguridad para mi, nadie más. - calla tras revelación
- Bien, es un trato. -
- Es un trato señor. -
Arrebata mi mano de debajo de mi pierna para forzar un apretón. No pierde contacto visual en todo este proceso.
La venta de mi alma al diablo una vez más...
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moonlight-1108 · 5 months ago
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The English version is below ;))
Capitulo 1:El comienzo.
Bueno,¿cómo comenzamos esto?Como sea…
Todo parecía normal para el gran y poderoso Once-ler,al menos eso decía ese periódico.
Warden:Oh,vaya…interesante,entonces así de grande y poderoso es?Jailbot!
El robot entró a la oficina de su jefe,rompiendo una pared,como siempre causando un gran desastre.
Warden:Papá necesita que le traigas a esté tipo,así que…ve por él! -sonriendo y mostrando esa hoja de periódico-
El robot hizo caso,yéndose y rompiendo está vez una ventana.El guardián solo vio como se iba,despidiéndose con la mano.
Warden:Tráele ese criminal a papá-sonrisa un tanto maliciosa-
……………………………………………………………………….........................
Era un día normal para Once-ler,nada particularmente especial.Esté se encontraba en su balcón,mirando lo de afuera y viendo el particular paisaje gris.
Once-ler:Mmm…Gris,nah no es tan malo…solo gris-reflexionando mientras sostenía con una mano su cigarro-tal vez vendría bien algo de diversión…
Todo parecía aburrido y hasta cierto punto extrañamente “normal”,pero…hubo algo que no era normal,hablando de los sonidos normales que solían estar por ahí.
Once-ler:Mmm…qué es…suena como sí-buscando el sonido extraño y bajando un poco por las escaleras del mismo balcón-
Estaba tratando de buscar,cuando de la nada algo le tocó su hombro,como llamándolo.
Once-ler:Qué?...¿Quién eres?-viendo al robot con curiosidad y un tanto impactado-
El robot cambió a una cara roja,aún con esa sonrisa pixelada y maliciosa.
Once-ler:Oh,ok…entonces debo correr?-esté aventando su cigarro y tratando de huir corriendo-
Trato de huir corriendo huyendo de su oficina,pasando por los pasillos y tratando de buscar una salida.
Once-ler:Aaa!qué mierda?...cuando dije que quería diversión,no me refería a esto!-tratando de huir aún,un poco cansado y escondiéndose-
El robot carcelero solo rompió lo que podía,buscando al joven y sin importar si hace un gran desastre…después de todo;no importa el desastre,lo importante es cumplir con su deber.
Once-ler se escondió en una habitación oscura,cerrando la puerta y tratando de hacer silencio.
Once-ler:Uff,-susurrando- creo que aquí estaré bien…solo está un poco oscuro…
Esté sacó un cigarro y trato de buscar su encendedor.
Once-ler:En dónde lo…
Una pequeña flama apareció,ofreciéndole prender su cigarro.
Once-ler:Oh,gracias ami…ou,vaya… -dejando caer el cigarro y tratando de escapar-No,no,NO!
Esté desesperadamente tratando de abrir la puerta,con miedo y terror de ese robot.Jailbot simplemente siguió con esa sonrisa y se acercó al joven aún más,tal vez tratando de llevárselo.
Once-ler:No,no,no!sue-suéltame…sabes quién soy?soy el Once…
Este fue atado con cuerdas y su boca cubierta con cinta;obviamente esto a Once-ler no le agrado pero igual ya no podía hacer nada.Jailbot se lo llevó igual que a todos los reclusos que van a Superjail.
Once-ler:Mmm!mmm…agg
Traducción:Suéltame!pedazo de metal…
Esté tratando de pelear contra las cuerdas y el agarre del robot,pero parecía inútil.Después de un rato el extraño portal que llevaba directo a Superjail,fue abierto y dando entrada a los dos.
El robot entró,yendo directamente hacía donde se encontraba Warden,más específicamente en el patio,explicando algunas cosas extrañas de siempre.
Warden:Oh,ahí estás mi gran robot asesino,trajiste lo que papá pidió?-sonrisa y estando energético-
El robot tiró al joven al suelo,lastimándose y aún atado.Once-ler simplemente se quejó y miró al robot con odio.
Warden:Hey,hey!Jailbot,no lo tires es delicado…no es como nosotros-tratando de sonar como un regaño y explicando con las manos-simplemente no lo tires,ok?
El robot carcelero simplemente asintió a las órdenes de su creador,yéndose después a atrapar a otros más.
Warden se acercó al joven,quitándole la cinta de la boca y siendo ese tipo lunático de siempre,dándole la bienvenida.
Warden;Hey,amigo…estás bien?
Once-ler:No!-sonando enojado y mirándolo-
Warden:Bien,Bienvenido a Superjail!-mostrando un cuadro completo de la cárcel-
Once-ler:Tiene que ser un sueño..-sonando irritado y aún tratando de zafarse-
Warden:¡Lo sé!es increíble,¿no?-sonriente y orgulloso de su creación-
Once-ler:No me refería a eso…podrías soltarme de esto?extraño hombre…
Warden:Oh,claro…lo siento,a veces Jailbot es un poco agresivo jeje -sonrisa nerviosa y desatando con su magia,convirtiendo las cuerdas en mariposas-
Once-ler:Mmm?qu-qué fue eso?-viendo las mariposas irse y levantándose-
Warden:Oh,eso?magia,mi estimado-rodeándolo con un brazo y acercándose al otro-
Once-ler:Nah,no es la primera vez que tengo lidiar con magia y cosas extrañas como esa-limpiándose y dándole un pequeño manotazo a la mano del otro para que lo suelte-
El otro lo soltó,sobándose la mano pero aún sonriente.Once-ler trato de pensar en ¿cómo acabó ahí?
Warden:Sí,jeje…bueno,amigo mió,tú verdaderamente estás en problemas-dando golpecitos al pecho del otro con un dedo-
Once-ler:¿A qué te refieres?y primero que nada…¿tú quién eres?-cruzándose de brazos y mirándolo con el ceño fruncido-
Warden:Oh,cómo pude olvidarlo?soy tan distraído-arreglándose el sombrero-pues yo soy Warden,guardián de está increíble y paradisíaca cárcel-un cuadro de la cárcel mostrando la extrema violencia de está-
Once-ler:Emm…sí,claro-mirando a todos lados -mira,fue un gusto visitar tu…””bonita””cárcel pero quiero ir a mi hogar y ARREGLAR EL DESASTRE QUE HIZO TU ROBOT!-enojado y totalmente exaltado-
Warden:Jeje,sí…oye…no
Once-ler:Qué dices?-mirándolo incrédulo-
Warden:Mira,mi estimado amigo…¡tú verdaderamente perteneces aquí!eres un criminal,aunque debo admitir que uno muy elegante y atractivo-mirándolo y ciertamente curioseando-
Once-ler:Mmm…oye hombre,lamento decepcionarte pero no!no pertenezco aquí y no eres mi tipo -manteniendolo alejado con las manos y aún enojado-
Warden:Pff,qué?no,no…tampoco,solo dije que eres atractivo y elegante,pero eres un criminal,sin dudar -sonrisita- aparte,tengo a mi dulce Alice…no te comparas a la belleza de ella-pestañeando y entrelazando sus propias manos-
Once-ler:Oye,no estamos hablando de mi atractivo,para tu información soy un hombre importante,con trabajo importante y créeme!no estoy para este tipo de estupideces-caminando intimidantemente hacía el otro y sonando enojado-
El otro no estaba intimidado,lo que hacía el otro solo hacía que se emocionara más y se interesara más por el otro de más amistosa.Once-ler aún estaba enojado y quería matar al otro.
Once-ler:Sabes,te mataría pero hacerlo…mancharía mi reputación y no voy a dejar que un escándalo por asesinato,manche esa GRANDIOSA reputación…ahora!solo sácame de aquí!-cruzándose de brazos y con un puchero-
Warden:Uff,eso suena tentativamente peligroso…interesante!pero…en serio te interesa volver a ese lugar?-mirándolo con curiosidad y interesado-
Once-ler:Pues sí!sabes…es mi hogar,necesito ir ahí  y ganar dinero-sonando preocupado-si me quedo aquí voy a perder mucho de eso y no me gusta hacerlo…me entiendes?
Warden:Mmm..creo que sí,pero…oye,oye,quiero ver ese lugar,¿podrías enseñarme?-mirándolo con un puchero y suplicante-
Once-ler:Oye n…mmm -pensando en la idea y teniendo una a la vez -ok,ok…creo que no sería una mala idea,Jajajaja -risa maliciosa-
Warden:Sí,Jajaja -riendo también sin saber porque-
Continuará...
--------------------------------------------------------------
Chapter 1:The beginning.
Well, how do we start this? One way or the other…
Everything seemed normal for the great and powerful Once-ler, at least that's what that newspaper said.
Warden: Oh, wow…interesting, so that's how big and powerful he is? Jailbot!
The robot entered his boss's office, breaking through a wall, as always causing a huge mess.
Warden: Dad needs you to bring this guy to him, so…go get him! -smiling and showing that sheet of newspaper-
The robot complied, leaving and this time breaking a window. The guard only watched as he left, waving goodbye.
Warden: Bring that criminal to dad-somewhat malicious smile-
…………………………………………………………………………………….. ..
It was a normal day for Once-ler, nothing particularly special. He was on his balcony, looking outside and seeing the particular gray landscape.
Once-ler: Hmm… Gray, no, it's not that bad… just Gray-thinking while holding his cigarette with one hand-maybe some fun would be in order…
Everything seemed boring and to some extent strangely “normal”, but… there was something that wasn't normal, talking about the normal sounds that used to be out there.
Once-ler: Mmm…what is it…it sounds like it?-looking for the strange sound and going down the stairs of the same balcony a little-
He was trying to search, when out of nowhere something touched his shoulder, as if calling him.
Once-ler: What?…Who are you? -looking at the robot with curiosity and a little shocked-
The robot changed to a red face, still with that pixelated, malicious smile.
Once-ler: Oh, okay… so should I run? -he is throwing away his cigarette and trying to run away-
He tried to run out of his office, running through the hallways and trying to find a way out.
Once-ler: Aaaa! What the fuck?…when I said I wanted fun, I didn't mean this! - still trying to escape, a little tired and hiding -
The jailer robot only broke what he could, looking for the young man and regardless of whether he makes a big mess… after all; the disaster doesn't matter, the important thing is to do his duty.
Once-ler hid in a dark room, closing the door and trying to keep quiet.
Once-ler: Ugh, -whispering- I think I'll be fine here…it's just a little dark…
He took out a cigarette and tried to look for his lighter.
Once-ler:Where…
A small flame appeared, offering him to light his cigarette.
Once-ler: Oh, thanks friend… ou, wow… -dropping the cigarette and trying to escape-No, no, NO!
I was desperately trying to open the door, in fear and terror of that robot. Jailbot simply continued with that smile and approached the young man even closer, perhaps trying to take him away.
Once-ler: No, no, no! le-let me go… do you know who I am? I'm the Once…
They tied him with ropes and covered his mouth with duct tape; The Once-ler obviously didn't like this, but he couldn't do anything anyway. Jailbot took him like all the inmates who go to Superjail.
Once-ler: Mmm! Mmm…agg
Translation: Let go of me! piece of metal…
He tried to fight against the ropes and the robot's grip, but it seemed useless. After a while the strange portal that led directly to Superjail opened, giving entry to the two.
The robot entered, going directly to where the Warden was, more specifically in the courtyard, explaining some usual strange things.
Warden: Oh, there you are my big killer robot, did you bring what dad asked for? -smile and energetic-
The robot threw the young man to the ground, hurting himself and still tied up. Once-ler simply complained and looked at the robot.
Guardian: Hey, hey! Jailbot, don't throw it, it's delicate… it's not like us - trying to sound like a scold and explaining with your hands - just don't throw it, okay?
The jailer robot simply nodded at his creator's orders and then left to catch more.
Warden approached the young man, removing the tape from his mouth and being the usual lunatic, welcoming him.
Warden: Hey, buddy… are you okay?
Once-ler: No! -sounding angry and looking at him-
Warden: Well, welcome to Superjail! -showing a full image of the jail-
Once-ler: It has to be a dream…-sounding irritated and still trying to get loose-
Warden: I know! It's amazing, right? -smiling and proud of his creation-
Once-ler: I didn't mean that… could you let me go? strange man…
Warden: Oh, sure… Sorry, sometimes Jailbot is a little aggressive hehe - he smiles nervously and releases it with his magic, turning the ropes into butterflies -
Once-ler: Hmm? What was that? - See the butterflies come out and rise -
Warden: Oh, that? Dear friend – putting an arm around him – magic!
Once-ler: No, it's not the first time I've had to deal with magic and weird things like that - cleaning myself and giving the other's hand a little hit to make them let go -
The other let him go, rubbing his hand but still smiling. Did Once-ler try to think about how he ended up there?
Warden: Yes, hehe… well friend, you're really in trouble – hitting the other's chest with a finger –
Once-ler: What do you mean? And first of all… who are you? -crossing her arms and looking at him with a frown-
Warden: Oh, how could I forget? I'm so distracted - adjusting his hat - because I am Warden, guardian of this incredible and paradisiacal prison - a imageof the prison that shows the extreme violence of this -
Once-ler: Umm…yeah, sure-looking around -look, it was a pleasure visiting your…""nice""prison but I want to go home and FIX THE MESS YOUR ROBOT MADE!-angry and totally exalted-
Warden: Hehe, yeah…hey…no.
Once-ler: What are you saying? -looking at him in disbelief-
Warden: Look, my dear friend… you really belong here! You are a criminal, although I must admit, a very elegant and attractive one - looking at him and certainly snooping -
Once-ler: Hmm…hey man, sorry to disappoint you but no! I don't belong here and you're not my type - keeping him away with his hands and still angry -
Warden: Pff, what? No, no… neither, I just said that you are attractive and elegant, but you are a criminal, without a doubt - he smiles - aside, I have my sweet Alice… you don't compare to her beauty- blinking and clasping her own hands-
Once-ler: Hey, we're not talking about my attractiveness, for your information I'm an important man, with an important job and believe me! I'm not prepared for this kind of nonsense - walking intimidatingly towards each other and sounding angry -
The other was not intimidated, what the other did only excited him more and he became more interested in the other in a friendly way. Once-ler was still angry and wanted to kill the other.
Once-ler: You know, I would kill you, but doing so… would tarnish my reputation and I'm not going to let a murder scandal tarnish that GREAT reputation… now! Get me out of here! -crossing his arms and pouting-
Warden: Phew, that sounds tentatively dangerous… interesting! but… are you seriously interested in returning to that place? -looking at him with curiosity and interest-
Once-ler: Well yes! You know…it's my house, I need to go there and make money-he seems worried-if I stay here I'm going to lose a lot of it and I don't like doing it…do you understand me?
Warden: Mmm…I think so, but…hey, hey, I want to see that place, could you show me?-looking at him with a pout and pleading-
Once-ler:Hey no…mmm -thinking about the idea and taking one at a time -ok,ok…I think it wouldn't be a bad idea, Hahahaha -malicious laugh-
Warden: Yes, hahaha – also laughing without knowing why.
To be continued...
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ikarike · 1 year ago
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─ ★ camarotes / puede que intentos sean en vano, pero rabia que lo convierte en una persona impulsiva lo obliga a tocar aquella puerta frente a él repetidas veces. como si el sonido que se escucha hasta el final del pasillo no fuera suficiente, voz se eleva sin sentido mientras espera. ' ¡ya sal de ahí! ¡devuélveme mis fichas, desgraciado! ' no sabe como comenzó torpe secuencia en que lograron robar sus fichas y se echaron a correr, pero ahora él se encuentra ahí: patéticamente esperando un poco de cordura de aquella dupla de mortales ebrios le preste atención. gruñe por lo bajo, posando su frente contra la puerta de metal por unos segundos antes de voltear y notar que hay alguien más frente a él. ' no te rías — planeaba pagar mi renta de este mes con eso '.
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snetofed · 5 months ago
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INFIERNO
Tom Riddle cruzó la calle con pasos lentos y silenciosos y se metió las manos en los bolsillos mientras seguía a su siguiente víctima: una cucaracha que merecía ser aplastada.
El Señor Oscuro se movía con la agilidad de una serpiente que se deslizaba silenciosamente en la oscuridad, mostrando sus colmillos a la presa condenada. Estudió sus pasos antes de arremeter, atacando sin piedad con veneno tatuado en su rostro. Riddle era realmente fenomenal.
Después de conocer la historia de Rosalind, la venganza era lo único que tenía en mente. Corría por su sangre como metal hirviendo, amenazando con destruir todo lo que estuviera a su alcance. Nunca dejaría que nadie se saliera con la suya. Nunca dejaría que nadie la lastimara.
La calle parisina estaba oscura y casi vacía, salvo por el hombre que seguía Tom y otra anciana que cojeaba lentamente hacia su casa, murmurando tonterías para sí misma.
Tom observó cómo su objetivo entraba en uno de los edificios, cantando en un idioma extranjero que el señor oscuro lamentablemente no entendía: búlgaro.
La canción estaba desafinada, las frases quedaban incompletas y terminaban en murmullos sin sentido. Una luz en el pasillo parpadeaba y lo único que se oía era la pelea de una pareja detrás de una de las muchas puertas cerradas.
Vandalov podría haber jurado que alguien lo estaba siguiendo, pero cuando se dio la vuelta, no vio nada.
Zhelyazko entró en su casa, que estaba sumida en la oscuridad y con un movimiento de su varita las luces parpadearon. Cuando vio la figura oscura sentada en su sofá, dio un paso atrás.
—Q-qué... ¿Quién eres tú?.
Tom extendió los brazos sobre el respaldo del sofá, con los tobillos cruzados y el ceño fruncido. Por primera vez en mucho tiempo, estaba tan enojado que irradiaba furia.
—Piénsalo bien, Vandalov. ¿Te suena familiar mi rostro?.
—Eres el novio de Rosalind.
—¿Novio? Ya no tenemos diecisiete años. Pero sí, estás cerca.
—¿P-por qué estás aquí? ¿Qué quieres de mí?.
Tom se rio entre dientes, un sonido aterrador y peligroso. Era una melodía tranquila que tenía el poder del trueno.
En cuestión de segundos, agitó su varita y desarmó a su oponente, que ya estaba indefenso. El señor oscuro se puso de pie y caminó lentamente hacia el idiota búlgaro hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para rodear firmemente el cuello de este último con sus manos. El flujo de aire de Vandalov se vio inmediatamente restringido, lo que le hizo jadear mientras Tom le devolvía la mirada sin piedad.
—¡Sé lo que hiciste! —dijo entre dientes, soltando finalmente a Zhelyazko, que cayó al suelo ahogándose.
—¡No hice nada!
Riddle le dio una fuerte patada en el estómago, agachándose para mirar directamente a los ojos del bastardo, agarrando con fuerza el cuello de su camisa.
—¡Mentiroso! —estaba furioso—. Sé lo que le hiciste, maldito animal.
Se soltó una vez más, enderezó la espalda y respiró profundamente para calmarse. El monstruo frío era mucho mejor en juegos como estos.
—Sí, me cogí a tu chica, Riddle. ¿Qué te parece?.
—Créeme, no te gustaría una demostración de cómo me siento ahora mismo —murmuró Tom, con diversión en sus ojos, saltando arriba y abajo con una mirada escrutadora.
Se aflojó la corbata y sus ojos brillaron rojos por una fracción de segundo. Con otro movimiento de su varita, Tom lo esposó con la mano sin palabras, dejándolo gimiendo en el suelo después de darse cuenta de que no tenía poder.
No debería haberse metido con la Muerte y su amante.
—La vi en un bar mágico en París. Estaba borracha, bebiendo hasta ahogar sus sentimientos —tartamudeó Vandalov, con lágrimas rodando por su rostro mientras luchaba contra las ataduras invisibles.
Tom Riddle asintió, caminando de un lado a otro frente al desastre arrugado, su víctima.
—La violaste.
—¡No! Yo también estaba bebiendo y... y...
—¡Eso no importa, maldito bastardo! —Tenía un odio abrasador en sus ojos, de un tono azul furioso. Sin embargo, volvió a su serenidad, con los dedos trazando su varita huesuda antes de guardarla en su bolsillo.
Zhelyazko casi suspiró, sintiéndose aliviado después de recibir la seguridad de que Tom no usaría su varita para matarlo. Sin embargo, su corazón se paró cuando Tom sacó un frasco que contenía un líquido espeso y sucio.
—¿Sabes qué es eso, Vandalov? —Riddle no esperó una respuesta—. Se llama Magma de Dragón, porque cuando una llama lo toca, este líquido, particularmente mezclado con sangre de dragón, se vuelve tan ardiente como la lava.
—Quema todo.—continuó.—es la muerte más dolorosa de todas. Y tú te lo mereces, Zhelyazko. Te mereces probar el infierno, mi infierno.
—El líquido se infiltrará en los poros de tu piel, así que no te preocupes por el hormigueo, y cuando una llama toque tu carne, sentirás como si el magma hubiera reemplazado tu sangre —explicó Tom en voz baja, examinando el líquido con las cejas fruncidas mientras hablaba—. Alucinarás, oirás cosas, verás cosas. Todo mientras te quemas vivo. Y al final, quedarás tan deformado que ni siquiera podrás dibujar un contorno con tiza.
El Señor Oscuro abrió la tapa con calma y le dedicó a Vandalov una sonrisa maliciosa antes de verter el líquido sobre su figura quejumbrosa.
—Eres muy tonto, ¿lo sabes? ¿De verdad creías que podías tocarla sin que yo hiciera nada al respecto?.
Apretó los dientes con fuerza y ​​sujetó la mandíbula de Vandalov con tanta fuerza que el hueso casi se rompió. Tom abrió la boca, presionando dolorosamente sus mejillas con los dedos, y dejó que las últimas gotas de Magma de Dragón se deslizaran hacia la boca del rehén; de su carne se alzaba humo cuando gritaba, aunque todavía no había fuego. Tom lo apartó con fuerza y ​​vio cómo Zhelyazko se encogía y lloraba, con la mandíbula apretada con fuerza para contener los gritos.
La agonía era insoportable. Tom sonrió.
—Eres un fracaso, Zhelyazko. No eres nada.
La víctima sollozó más fuerte.
—¿Eres real? ¿Has hecho algo notable en este mundo? —La pregunta era retórica, y Tom continuó—. No eres más que la escoria que hay debajo de mis zapatos, eres la inmundicia que ensucia mis estanterías. Eres inútil, no tienes sentido.
Zhelyazko tenía los ojos cerrados por el miedo, pero los abrió de golpe cuando oyó el sonido de un encendedor. Tom estaba encendiendo un cigarrillo, engullendo el filtro con los labios y aspirando nicotina.
—Y te voy a matar. Porque te lo mereces. Dime, Vandalov, ¿mereces que te maten por lo que le hiciste a Rosalind?.—El monstruo se acercó, con los ojos brillando con oscuridad cuando la suciedad debajo de él sacudió la cabeza salvajemente. Tom se rió, el sonido resonó contra las paredes de madera, chocando con los sollozos agonizantes de Zhelyazko.
—¿Te lo mereces?.
El cautivo asintió frenéticamente, con los ojos marrones manchados de miedo, traumatizados por las manchas del horror, como si tinta negra sangrara de sus cuencas. Quería morir, quería que todo terminara.
—¡Dilo!.
—Lo merezco. ¡Merezco morir! —Su voz estaba tensa por el dolor y sus ojos observaban con temor cuando el captor sonrió satisfecho.
-Maravilloso
Dio una calada al cigarrillo que colgaba entre sus labios y una sonrisa enfermiza se dibujó en su rostro cuando lo dejó colgando entre sus dedos, justo encima del cuerpo de Vandalov.
—Adiós, muchachito.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*---*--*--*-****-*--*---*-*-*----*-**--*-*-*-
Hola primer historia es si espero que les guste díganme si les gusta en los comentarios o no, Gracias a todas las personas por su apoyo...
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diariodeltrompetista · 2 months ago
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Greñudo metalero y poser
Hoy te he vuelto a abrir, vieja libreta. Encontré un regalo del pasado: mis pensamientos de hace meses. Algunos me dan vergüenza. ¿Cómo exactamente una misma persona puede ser tantas otras? Entonces pensé en el John de más atrás, el de catorce o quince años.
A esa edad, en plena adolescencia, empecé a ser consciente de mi diferencia con los demás. Vivía en un barrio homogéneo, en Cúcuta. Las familias eran de allí mismo o de la región cercana, se escuchaba la misma música: vallenato, reguetón, música popular. Los niños jugaban en la calle; los padres trabajaban. Pero yo, desde entonces, tenía cierta distancia con esa música. No me llamaba.
No sé si fue por estudiar música desde niño o porque siempre he sido un poco terco con lo que elige mi corazón. Pero un día, llegó el metal. El primer disco que escuché, aunque no sé si lo llamaríamos metal, fue de Mago de Oz. Sus letras me volaron la cabeza. El primer disco que compré fue uno de Avalanch, junto con otro de Mago de Oz. Lo escuchaba a escondidas en una vieja grabadora púrpura.
Escoger las canciones era un ritual. Sabía que mi mamá podría molestarse si escuchaba algo medianamente ateo o demasiado antisistema. Así que cuando ellos estaban en casa, ponía canciones que contaran historias sin incomodarlos. Pero, cuando estaba solo, podía escuchar las que de verdad me movían. El sonido de la batería, los solos de guitarra, los agudos de las voces… Me parecía algo épico, un contraste total con la música que conocía. Para el adolescente que era yo, aquello era como encontrar un mundo nuevo.
Al principio, sentí que escuchar metal me hacía especial. Pensaba que la gente que escuchaba esta música debía tener una sensibilidad diferente. Pero esa idea se rompió cuando empecé a ir a conciertos locales. Me topé con lo que no esperaba: la escena del metal en Cúcuta era un lugar donde reinaban las jerarquías absurdas. Treintañeros que tiraban los perros a niñas de quince, tipos que te hacían exámenes de bandas para demostrar que eras “true” y no un “poser”, burlas si mencionabas a Mago de Oz. Todos querían ser especiales a su manera, pero lo que vi fue puro machismo y agresividad.
Sentí decepción y enojo. Era adolescente, todo era enojo en esa época. Nunca llegué a hacer parte de esa comunidad. A mí me gustaba vestirme de negro, sí, pero también iba a fiestas y bailaba. Nunca encajé del todo en una tribu urbana. Para mí, la música era personal, no un pasaporte a un grupo.
A pesar de todo, la música siempre estuvo ahí. Fue un puente hacia conexiones especiales.
Por otro lado, estaba la música clásica. Había empezado a estudiarla desde los nueve años, pero para mí era algo natural, no un motivo de orgullo. Era como ir a clases de karate: algo que hacía, pero no definía mi identidad. En casa no se escuchaba música clásica; fui yo quien la integró a mi vida, poco a poco, junto con el metal.
El cambio llegó con los encuentros binacionales de orquestas en la frontera. Los músicos venezolanos tocaban de manera brutal. Recuerdo el primer ensayo: chicos de mi edad tocaban mil veces mejor que yo. Eso me sacudió. Hasta entonces, la música era algo que practicaba un par de veces a la semana. Ver ese nivel me hizo entender que esto podía ser más que un pasatiempo.
En esos encuentros me enamoré por partida doble, en momentos diferentes. Primero conocí a una violinista de mi escuela. Era alguien con quien compartía cosas más cotidianas, aunque nuestros gustos musicales fueran distintos. Le gustaba lo que sonaba en la radio, y a mí el metal. Pero había algo en su forma de ver la vida que me hacía sentir en casa.
La segunda vez, conocí a una percusionista venezolana. Era gótica, amante del metal y apasionada por la música y la literatura. Con ella las conversaciones iban por caminos nuevos: jazz, libros, bandas que no conocía. No sé cómo conseguí su Messenger, por dios messenger, que viejo, pero desde entonces frecuentaba los cafés internet solo para hablar con ella. Fue un amor platónico, lleno de descubrimientos.
Ambas dejaron huellas diferentes en mí. No fue la música lo único que marcó esas conexiones, pero sí el hilo conductor. A través de la música, entendí que mi vida no estaba atada a una etiqueta.
Sé que hay más por contar sobre esos años, sobre las pequeñas decisiones que me llevaron al John de hoy. Quizás, algún día, vuelva a esta libreta y retome la historia. Pero por ahora, dejo este capítulo abierto, hay que estudiar trompeta.
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flash56-chase05 · 9 months ago
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Viejos hermanos
Francia se encontraba sentado en el borde de la fuente de piedra caliza, con uno de sus brazos cruzado sobre el pecho. Llevaba desabrochada su librea azul, con remates rojizos, lo que le permitía atisbar su camisa especialmente arrugada en torno al cuello, carente de pañuelo.
El color blanco de sus pantalones del día anterior había quedado corrompido por las múltiples manchas de barro, en contraste con sus calcetines y zapatos prístinos.
Los cabellos pálidos que cubrían la mayor parte de su rostro mostraban vetas doradas con el impacto del sol naciente, junto a los detalles de las fachadas, y se sacudían ante la ligera brisa mañanera, que se filtraba a través de la ventana entreabierta.
A España no le había sorprendido aquella visión cuando, nada más levantarse del colchón, se había acercado al alféizar para cerrarla.
Sin embargo, al apoyar su mano sobre el marco, su atención se había visto capturada por la espada apoyada a un costado de Francia. La empuñadura se encontraba prácticamente escondida tras una lámina de metal doblada en torno a ella.
Había arqueado la ceja sin siquiera darse cuenta.
Y, justo en ese entonces, Francia había alzado su rostro en su dirección.
Había sido algo tan fugaz que, si España no hubiese tenido sus ojos fijos en él y no lo conociese tan bien, probablemente hubiese creído que se lo había imaginado.
—¿Puedes cerrar la maldita ventana de una vez? —siseó Irlanda, sobresaltándolo ligeramente.
Él apenas se giró en su dirección antes de asentir con la cabeza y juntar los dos marcos, interrumpiendo el flujo de frío.
Le pareció escuchar un murmullo de agradecimiento de parte de Irlanda, aunque apenas le dio importancia.
Sus ojos seguían fijos en la figura de Francia que, si era lo que sospechaba, continuaría junto la fuente toda la mañana.
España inspiró hondo mientras se forzaba a girarse hacia el interior de la estancia. Sus pies recorrieron la habitación con lentitud, acompañados por pequeños crujidos de las tablas bajo ellos, hasta llegar junto a la cajonera, a un costado de la puerta.
Recogió el cinturón de cuero y, una vez lo hubo colocado en torno a su cintura, lo cubrió con la casaca azul oscuro sobre sus hombros, junto a su camisa y pantalón. También aprovechó para enfundarse las botas. A continuación, sus ojos se desviaron hacia la espada con empuñadura de latón, escondida en una funda de terciopelo rojo que no tardó en calentar sus dedos en cuanto la recogió.
—¿A dónde vas?
España se giró rápidamente sobre sus talones hacia la cama. Desde ella, Irlanda lo miraba con el ceño fruncido, incorporada con ligereza sobre uno de sus costados. Sus cabellos anaranjados caían a modo de cascada sobre uno de sus hombros pecosos, que se había zafado de la tela blanquecina de su camisón.
Él tragó saliva. Al contrario de lo que había pretendido, el sonido pareció rebotar por las cuatro paredes.
—Voy a... hacer una cosa.
Irlanda apenas se inmutó.
—¿No se supone que nos vamos hoy?
España asintió ligeramente con la cabeza.
—Y nos vamos. Pero antes necesito hacer algo.
Sus ojos verdes se posaron sobre la espada, que España encontró necesario enganchar en el cinto y cubrir con la casaca. Después de varios minutos de silencio, ella terminó por resoplar y apoyar de nuevo su cabeza en la almohada.
España salió de la habitación y aprovechó una de las ventanas del pasillo para apreciar sus cabellos, cuyos rizos hacía tiempo que habían alcanzado su mentón. Se detuvo un instante para peinárselos con los dedos, mientras que con la otra mano extraía una gruesa cinta carmesí del bolsillo de la librea.
Una vez logró retener el máximo de mechones bajo un nudo firme, él suspiró y se permitió sacudirse las solapas a la vez que retomaba la marcha.
Apenas fue consciente de cuántos pasillos, de grandes ventanales, paredes blancas y con aquellos horribles crujidos de la madera cada vez que avanzaba, tuvo que cruzar antes de alcanzar las escaleras hacia el patio.
En cuanto llegó al último escalón, pudo atisbar que Francia seguía en la misma posición que antes, aunque de sus labios colgaba una pipa humeante que sostenía con la mano libre. España ni siquiera tuvo que salir de debajo del soportal para que él alzase su rostro y sus ojos azules se fijasen en los suyos.
Sus comisuras se alzaron ligeramente mientras se quitaba la pipa de la boca y dejaba escapar una pequeña columna de humo.
—Ah, España. —Alzó una mano en su dirección—. Pensaba que te habías quedado dormido después de cerrar la ventana.
España apretó sus labios.
—La habitación seguía estando demasiado fría como para hacerlo.
Francia recogió su espada por la funda y se arrastró hacia un lado de la fuente, para después dejar el arma en el lado contrario y tamborilear con sus dedos la superficie que había dejado libre.
—Podríais haber encendido la leña —respondió, a la vez que los golpecitos se hacían cada vez más insistentes. Entre tanto, aprovechó para volver a aproximar su pipa a sus labios y darle otra calada—. Venga, España, te puedo asegurar que el borde está perfectamente seco. Siéntate conmigo.
Él prefirió mantener la distancia y cruzarse de brazos.
—¿Qué quieres, Francia?
Este parpadeó antes de arrugar ligeramente el ceño y ladear su rostro. Sus mechones rubios cayeron hacia el costado por puro efecto de la gravedad.
—¿Por qué dices eso, España? ¿Acaso no podemos compartir un pequeño momento como en los viejos tiempos, sin segundas intenciones?
Aquello fue suficiente para que España hiciese una mueca y señalase la espada que descansaba a su lado.
—Hace mucho que tú no haces nada sin segundas intenciones.
Él simplemente se encogió de hombros, con aquella sonrisa de media luna sobre su rostro. Una de sus manos se apresuró a sostener el puño de su espada y extraerla de su funda.
Dirigió la punta del filo en su dirección.
España dirigió su mano hacia su cinto, cercano a la empuñadura de latón.
—Vamos, España.
Él inspiró hondo, sintiendo cómo su mandíbula se tensaba. Apenas se dio cuenta del momento en el que su mano libre quedó cerrada en un puño.
Tuvo que esforzarse mucho para que sus dedos se relajasen y pudiese alzar la mano para apartar la hoja que apuntaba en su dirección. Ignoró el escozor que surgió en la zona.
Francia aprovechó ese movimiento para levantarse de la fuente y quitarse la librea. La tela cayó sobre las losetas de piedra, y el filo de la espada volvió a estar frente a él.
España chasqueó la lengua.
—Estoy aquí por una reunión con motivos políticos, Francia, no para...
Francia lo interrumpió con un bufido y un espasmo de su mano libre alzada.
—¿Por qué has bajado, entonces? ¿Y por qué con la espada? —Francia sacudió el arma antes de que España pudiese responderle—. Sabes que quieres hacerlo, España. Desenfunda la espada. Un pequeño duelo para liberar tensiones. Como en los viejos tiempos.
Él cerró sus ojos y soltó un suspiro mientras se quitaba la casaca de los hombros. El silbido de la espada deslizándose por la funda fue suficiente para que sus hombros se relajasen.
Despegó sus párpados justo para apreciar cómo ambas hojas chocaban y Francia se veía obligado a retroceder para afirmar su agarre y recolocar sus pies. Era muy consciente de que las comisuras de sus labios se veían tentadas a imitar la sonrisa que su homólogo tenía en su rostro.
De hecho, era incapaz de negar que lo hubiesen hecho ya.
Se vio obligado a suspirar a la vez que se preparaba para bloquear la hoja que se dirigía en su dirección.
—Esto no es como en los viejos tiempos —murmulló, a pesar de la chispa que el tintineo del impacto entre ambas espadas envió a través de su columna.
Francia ya no era como en los viejos tiempos.
Habían pasado demasiadas cosas.
.
Y, dado que esta pieza está inspirada en el siglo XVIII, permíteme decirte que todavía faltan muchas por pasar, España. En fin...
Debido a que ya he representado el 2 de mayo de 1808 en Punto de fricción, me he permitido tomarme este día para representar la relación entre Francia y España (un placer culpable, la verdad). Además, tengo el headcanon de que, ya que se pasaron la mayor parte de la época romana pegados —y en la Edad Media también tuvieron sus momentos—, ambos aprendieron a luchar con una espada a modo de juego entre ellos. Por supuesto, luego pasaron a ser algo más que juegos.
Pero eso ya es otra historia.
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rubincarter · 2 days ago
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premio al cantante masculino de metal de 2024.
noticias
En una victoria decisiva que refleja la perdurable influencia del metal industrial, Till Lindemann, de Rammstein, se ha alzado con el prestigioso «Metal Award» al Cantante Masculino de Metal de 2024, con el 30,62% de los votos en una encuesta mundial en la que participaron más de 50.000 personas.
La victoria del carismático frontman pone de relieve su continuo impacto en la escena del metal, superando a competidores legendarios como James Hetfield de Metallica y Marko Hietala, que obtuvieron el segundo y tercer puesto respectivamente.
La victoria de Lindemann subraya el alcance mundial del sonido característico de Rammstein y su contribución única a las voces de metal. Su característico barítono y su imponente presencia en el escenario han ayudado a definir el metal industrial y han influido en múltiples generaciones de intérpretes.
Clasificación de los cinco primeros
Till Lindemann (Rammstein) – 30,62
James Hetfield (Metallica) – 14,12
Marko Hietala (ex Nightwish) – 13,52
Corey Taylor (Slipknot) – 8,62
Michael Kiske (Helloween) – 7,57
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walker-skull · 3 months ago
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¡Aferrate... Aferrate! El sonido de las pesas en el gimnasio tenía un ritmo que era demasiado musical para mi gusto. Presioné el botón de "enfriamiento" en la cinta de correr y escuché los gruñidos que provenían de los levantadores de pesas en la esquina. No era tan grande como ninguno de ellos, al menos en cuanto a músculos. Comencé un viaje de pérdida de peso porque estaba cansado de sentirme como un elefante literal en una habitación y ha sido un viaje inconsistente. Perdí un par de kilos y luego, una semana después, los recuperé.
"¿Es usted miembro?", escuché a mi derecha y vi al encargado manteniendo una conversación bastante agresiva con alguien que acababa de entrar al edificio. Estaba apoyado en el mostrador y parecía terriblemente cansado, casi como si sus músculos hubieran trabajado demasiado a pesar de parecer bastante normal. Agarró la mano del caballero de la recepción y de repente lo dejó solo, aparentemente volviéndose mucho más dócil.
Seguí al hombre mientras cruzaba el gimnasio y se dirigía directamente hacia los levantadores de pesas. Al principio, lo zarandearon y le pidieron que los dejara en paz, pero luego se dio cuenta de que había un deportista que estaba haciendo ejercicio en una zona más apartada, donde estaban las máquinas de pesas. Se tambaleó y se acercó, casi fuera de la vista de los hombres que gruñían, y luego se paró encima del deportista. Tenía los brazos por encima de la cabeza, agarrándose a la gran barra y miró fijamente al extraño hasta que se agachó, deslizó la mano por la nuca y abrió la boca. Los ojos del deportista parecieron vidriosos mientras lo hacía y parecía como si el extraño estuviera escupiendo en su boca.
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En ese momento detuve la cinta y comencé a caminar hacia ellos por curiosidad. Cuando el último resto de líquido blanco desapareció en la boca del deportista, el tipo de la camiseta gris se tambaleó hacia atrás mientras parpadeaba. Parecía perdido y extremadamente angustiado, tanto que tropezó con otro juego de pesas y se golpeó la cabeza contra un estante de metal con mancuernas. El deportista también parpadeaba y finalmente se puso de pie con una convulsión. De repente, un grupo de hombres rodeó al extraño herido y el deportista miró a su alrededor, al caos. Me las arreglé para acercarme lo suficiente para agarrar su mano y arrastrarlo hacia los casilleros, fuera de la vista de la multitud.
"¿Qué fue eso?", le pregunté, observando su ser. Estaba caliente, eso era seguro, y yo estaba empezando a tener una pequeña erección al pensar en eso.
"¿Viste mi transferencia? Me han dicho que sea más discreto", dijo, casi como un robot.
—Lo hice, pero no te preocupes. ¿Estás bien?
—Me sentí un poco confundido por lo que quería decir con transferencia, pero traté de mantener la calma.
"Estoy bien. Me ayudaste sin ninguna motivación", dijo, esta vez mirándome de arriba abajo. Obviamente no estaba tan bien formado como este tipo, pero no estoy seguro de que eso importara.
—Bueno, estás bueno, pero supongo que ese no es el tema. ¿Eres una especie de extraterrestre o algo así? —pregunté sin rodeos.
Él asintió. "Sí, sería agradable si pudieras mantener esto en secreto. No deseo hacerte daño, pero comprende que si te conviertes en una amenaza, me veré obligado a hacerlo".
"Mis labios están sellados." Hice un movimiento de cierre sobre mis labios.
—Pero no es así. ¿Por qué mientes? —preguntó.
—Oh, es sólo un dicho. Significa que no se lo diré a nadie. —Levanté mi dedo meñique y lo miré a los ojos—. Lo prometo con mi dedo meñique.
—¿Promesa de meñique? —Miró mi mano. Extendí la mano para tomar la suya y lo ayudé a corresponder la promesa. En el momento en que nuestros dedos se entrelazaron, de repente sentí una presencia en la parte posterior de mi cabeza. Algo que no era dañino, pero casi como si la cosa estuviera mirando a través de una ventana y dentro estuvieran mis recuerdos. Jadeé cuando nos soltamos y me arrastré hacia atrás mientras mis ojos se nublaban por un momento.
—Eres una buena persona, lo sé —me sonrió—. Me gustaría seguir usando esta 'promesa del meñique', pero solo contigo. Puede ser algo que hagamos para ponernos al día. ¿Te opones a que me quede contigo? Sé lo que piensas sobre este anfitrión, así que estoy seguro de que puedo usarlo de una manera que te resulte agradable.
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Miré hacia abajo para ver un bulto creciendo en sus pantalones cortos de entrenamiento y de repente su actitud cambió. Sus ojos parecían un poco más relajados y se levantó la camiseta para revelar un conjunto de abdominales hermosamente tonificados. Miré alrededor del vestuario y luego agarré su mano antes de colarme en una ducha. En ese momento, se había quitado la camisa y la arrojó afuera y luego me presionó contra la pared de azulejos. Hice una mueca cuando el frío sacudió la piel de mi espalda y sonreí cuando sentí su entrepierna frotarse contra la mía. Ya estaba dura, probablemente ya goteando cuando deslizó mis pantalones cortos por mi cintura. Mientras nos besábamos y nos apretábamos el uno contra el otro, el agua se abrió. Los chorros cálidos empaparon nuestros cuerpos mientras se daba la vuelta, mirando hacia atrás mientras extendía y separaba sus mejillas. Jugué con su agujero, provocándolo con la punta y luego, finalmente, deslizándome lentamente dentro de él. Gruñó cuando me sintió entrar y comencé a empujar cada vez más rápido a medida que el vapor llenaba la cabina. Él gimió y se estiró hacia atrás mientras admiraba los músculos de su espalda y me agarró mientras lo embestía. Me estiré hacia adelante y deslicé mis manos a lo largo de sus músculos mientras embestía, comenzando a sentir el retorcimiento en mis bolas mientras llegaba al borde. Cerré los ojos y embestí con fuerza, sintiendo que me liberaba dentro de él con un grito fuerte, ignorando la idea de que alguien pudiera escuchar.
"Eso fue increíble", dije, temblando mientras salía de él. La ducha seguía abierta y mi nuevo amigo extraterrestre se dio la vuelta mientras miraba su cuerpo. Se flexionó ligeramente y sonreí. Todavía estaba erecto.
- ¿Qué? - preguntó mirándome.
"Déjame cuidarte ahora. Te va a encantar". Sonreí y me arrodillé para ayudarlo con una nueva experiencia.
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nicolotakulamera · 25 days ago
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el sub sector 50 se encontraba en un extraño silencio, solamente interrumpido por la basura que caía a través del tubo de desechos conectado al techo
Su mirada dorada seguía el movimiento de la basura sobre la banda transportadora, que la recibió con tanta indiferencia como quienes la arrojaron en primer lugar, luego la luz rojiza ilumino toda la habitación al momento que toda la chatarra entraba al fuego de la fundición. El sonido de metal crujiendo bajo el fuego de la fundición era la nueva canción de cuna con la que descansaba en ese rincón olvidado por Primus
Arrinconado al final de la mesa, usando la pared como soporte para su maltrecha espalda. Una pequeña mueca de simpatía floreció en el rostro del bot de ojos dorados, recordando como despertó en este lugar con una parte de su cuello quemándose por el fuego de un soplete improvisado, y los gritos asustados de un pequeño bot
Era demasiado grande para la el horno de fundición, pero también para la banda y ese pequeño lo había sacado de la maldita banda transportadora esperando…conseguir un nuevo amigo?
Observo su mano derecha, apenas era una mano funcional solo tenia la base de protoforma, toda la armadura había desaparecido hasta su codo, no sabía quién había pertenecido en el pasado, pero ahora era suya y debía aprender a vivir con ello. Extrañaba sus alas, grandes pero ligeras en tonos claros para perderse fácilmente entre los colores del cielo y confundir al enemigo, extrañaba la libertad de volar y usar las corrientes de aire para elevarse más y más sobre las nubes y casi tocar las estrellas, por los 13, incluso extrañaba la molesta voz de starscream
Su otra mano descansaba sobre su regazo, acariciando despacio la pequeña cabeza del bot amarillo B-127, su “benefactor” que ni siquiera en sueño dejaba de parlotear, aunque en este momento eran murmullos apenas distinguibles a pesar de estar tan cerca, había estado mas activo en la búsqueda de cosas “salvables” en la chatarra y soldando toda la chatarra que pudiera para arreglarle. Ahora dormía sobre su regazo, casado luego de ayudarle a juntar las piezas rotas para armar su cuerpo de nuevo
Cerro sus ópticas mientras los recuerdos no deseados de su caída regresaba a él. La espada de Sentinel contra su pecho, los disparos de los Golden trakers disparando contra sus alas, el grito de retirada de Starscream, el frio, la confusión, el sentirse solo
Cuando cayo por ese tubo de desechos apenas era un torso, el brazo que aun era parte de su viejo cuerpo colgaba precariamente de los cables principales, el volverá a ser consciente de todo lo que le faltaba implico un esfuerzo entre no gritar del horro en que se encontraba y el parloteo infinito del bot que lo encontró, fue lo único que evito que volviera a caer en estasis
Véanlo el valiente e ingenuo Shooting Star, el alguna vez orgulloso nuevo recruta de la guardia de elite, la nueva esperanza de la guerra contra los
Queentesons, y véanlo ahora su cuerpo era una maraña de parches hechos con chatarra, tubos que se limpiaron con apenas un poco de energon para asegurar que no se enfermara y quizás algunas de las partes de su antiguo cuerpo que no fueron hechos escoria por el fuego blaster
Apenas pudo reprimir un sollozo para no alertar a B-127, no queria que viera esta…debilidad tan vergonzosa, como si sintiera que el antiguo soldado necesitaba consuelo, Bee se acorruco contra las placas de su abdomen, sus pequeñas manos se aferraron a sus costados en un abrazo
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rs-relatos · 1 month ago
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Así nomás
Dicen que el trabajo en el rancho es noble. Lo que no te cuentan es lo fácil que te acostumbras a ciertas cosas.
Llegué en primavera, cuando el monte todavía estaba verde y olía a humedad. Don Ramón, un viejo de bigote tieso, me echó un ojo al bajarme de la troca.
—Aquí no hay tiempo pa’ huevones, plebe. ¿Traes ganas de jalar o nomás vienes a dar lástima?
No dije nada. Asentí y lo seguí de cerca. Me enseñó el corral, las cabras, y en un tono seco me soltó las tareas. Lo de siempre: ordeñar, limpiar, sacar a pastar. Era trabajo de sol a sol, pero pagaban puntual, así que no me quejé.
Al tercer día, mientras arreaba a las cabras al monte, me fijé en una que no se me apartaba. Marrón, flaca, con una oreja caída que parecía colgar de puro milagro. Me siguió todo el camino, mirándome como si esperara algo. “Pinche cabra rara”, pensé.
Ese mismo día, pasó lo que pasó. Estábamos en el monte, yo sentado bajo un mezquite, cuando escuché una voz.
—¿Qué haces?
Me sobresalté y busqué por todos lados. No había nadie. Luego volví a escucharla.
—¿Qué haces, pues?
Miré a la cabra que me miraba lela. Me reí, incrédulo.
—Ah, chinga. ¿Tú hablaste?
—¿Y qué crees? ¿Que es el mezquite?
Me quedé callado un rato, nomás viendo a Lila, que ahora sabía cómo se llamaba porque me lo dijo ella. No encontré qué responderle, así que me levanté y volví con las otras.
Los días siguientes fueron lo mismo. Lila empezó a hablarme cuando estábamos solos. No siempre cosas importantes. A veces nomás me decía que el pasto estaba seco o que una de las cabras se había vuelto más tonta.
—¿Por qué te quedas aquí? —me soltó una tarde.
—¿Y qué quieres que haga? Es chamba.
—Pos sí, pero no te gusta. Se te nota en la cara.
Le di la espalda, haciéndome el ocupado con el lazo. Con el tiempo, me fui acostumbrando. Sus preguntas eran como ruido de fondo, y cuando no hablaba, hasta me hacía falta en el silencio. Pero nunca le dije mucho. ¿Pa’ qué? Era una cabra.
Una tarde estaba afilando el cuchillo, sentado en una piedra junto al corral. El sonido del metal me relajaba, como si el ruido borrara cualquier pensamiento. Lila estaba cerca, viéndome con esa mirada que ya conocía.
—¿Es pa’ mí, verdad? —dijo de pronto.
—¿Qué cosa?
—El cuchillo.
Seguí afilando sin levantar la cara.
—¿Y qué si sí?
Ella se rio, pero fue una risa seca, sin gracia.
—Pensé que al menos me ibas a mentir.
Me levanté y guardé el cuchillo. Esa noche no habló más.
El día que le tocó, Don Ramón me lo dijo a primera hora de la mañana, mientras me echaba un cigarro.
—Hoy se va Lila. Ya no sirve pa’ nada.
La busqué entre las demás. No tuve que esforzarme; ahí estaba, parada como siempre, mirándome. La agarré del collar sin decir nada y la jalé hacia donde estaba el tronco.
—¿Así nomás? —dijo ella, caminando tranquila.
—¿Qué querías, una despedida o qué?
—Pues no estaría mal.
No contesté. Cuando la tumbé en el suelo, pateó un poco, pero no mucho. Me fijé en sus ojos. Tenían el mismo brillo de siempre, aunque ahora parecían llenos de algo que no podía nombrar. No era miedo. Tal vez enojo. Tal vez nada.
La carne quedó buena, y eso fue todo. Nadie dije mucho durante la cena. Me serví dos veces y comí como siempre, limpiándome las manos en los pantalones entre bocados. Por la noche, cuando regresé al corral, me senté un rato bajo el mezquite.
El aire traía el sonido de los grillos y el rumor de las cabras durmiendo. Por un momento, juré que escuché su voz.
—Así nomás, ¿verdad?
No dije nada. Me levanté y me fui a dormir. Mañana había que seguir trabajando.
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lacavernamx · 1 month ago
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Sonidos que unen: un viaje por el metal, el hip hop y el indie pop - https://wp.me/p4pCgM-6BR
Cuatro artistas de distintas partes del mundo ofrecen propuestas musicales únicas: Sheykh Forever de Reino Unido fusiona el rock con el funk bailable, mientras que los mexicanos de Sense of Noise nos sumergen en un poderoso death metal melódico con influencias latinas. Christopha, también británico, presenta un hip hop alternativo que celebra los momentos especiales, y Oh Buddy!, desde Estados Unidos, nos recuerda que "el hogar" está en las relaciones más significativas. ¡Descubre estas canciones y sumérgete en sus mundos sonoros!
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