#el faro de los amores dormidos
Explore tagged Tumblr posts
Text
Fraselibros: El faro de los amores dormidos de Andrea Longarela.
#andrea longarela#fraselibros#soledad#el faro de los amores dormidos#lecturas#frases#citas#textos#literario#libros#frases en español#escritos#notas#amor#pensamientos#escritores#autores#seguen#seguen oriah#emociones#sentimientos#nostalgia#letras#mar
286 notes
·
View notes
Text
A los dieciséis años el amor es intenso, volátil, caprichoso y efímero, aunque la mayoría lo sienta eterno.
#El faro de los amores dormidos#ElFaroDeLosAmoresDormidos#AndreaLondarela#Andrea Longarela#Editorial Crossbooks#EditorialCrossbooks#Crossbooks#Books#Libros#Lecturas#Citas literarias#CitasLiterarias
58 notes
·
View notes
Quote
-Quizá podría empezar diciéndote que no dejo de pensar en ti. -¿En mí o en besarme? -En ti. En tu boca. En tu sabor
#El faro de los amores dormidos#sexcontigo#amor#amores#enamorado#tu boca#tu#tu sabor#pensar en ti#pareja#citas de amor#cita de amor#frase de amor#frases de amor
2 notes
·
View notes
Text
"Como dos imanes que se atraen al mismo nivel que se repelen."
-Andrea Longarela, El faro de los amores dormidos.
14 notes
·
View notes
Text
LA LUZ
Acostumbrate a CONCENTRARTE en la luz.
Piensa que la ATRAES.
Que la INTRODUCES en ti para que LLENE todo tu SER de partículas de la mayor pureza.
Y cuando sientas que has incorporado esta LUZ.
Ejercitate para enviarla a través del tiempo espacio y dimensiones para AYUDAR a todos tus HERMANOS.
¡Hay tanta gente con el pretexto de no tener ni dones, ni cualidades notables y por eso se creen justificados para dejarse llevar por una vida mediocre!
Nadie puede justificarse de esta manera.
Incluso el SER más desheredado, desprovisto PUEDE HACER este trabajo con la LUZ.
Y al hacerlo...
Realiza algo más importante que todo lo que otros, dotados, capaces, pueden realizar en muchos otros dominios.
Incluso el SER más desheredado tiene la posibilidad de adquirir este estado de CONCIENCIA SUPERIOR.
Para atraer hacia sí la luz y proyectarla sobre todas las criaturas del mundo.
Para lograrlo debemos...
ROMPE LOS LAZOS...
Hoy es un día de buscar intensamente la luz y refugiarze en ella como faro que alumbra nuestro camino hacia la verdad eterna que radica DENTRO del CORAZÓN como el DIOS VERDADERO.
El ojo con el que veo a DIOS y el ojo con el que DIOS me ve....
ES EL MISMO.
LUZ que rompe lazos de hechizos perfumados como cuerdas que atrapan a muchos por la ignorancia y el desconocimiento.
LUZ Y VERDAD que LIBERTA de las trampas de la oscuridad que ciegan a las almas en su ascenso espiritual.
LUZ Y AMOR que cautiva a los seres a SALTAR al vacío y DEJAR ATRÁS toda las ataduras Sentimentales Religiosas que los tienen confundidos y dormidos en el AMOR TERRENAL.
LUZ Y SABIDURÍA que nos DESPIERTE para VER con los ojos del ALMA las artimañas de la oscuridad que con sus astucias atan y seducen para INTENTAR interrumpir los propósitos DIVINOS.
LUZ
VERDAD AMOR
Y
SABIDURÍA
Reine en los corazones de todos aquellos que son presos de SERES que no buscan la paz ni al DIOS del universo,en sus vidas; sino se recrean en su poder oculto.
NO IMPORTA CUANTA OSCURIDAD SE LE DERRAME A UNA PEQUEÑA VELA NO SERÁ SUFICIENTE PARA APAGAR SU LUZ.
QUE HEMOS YA ENCENDIDO
Paz en sus corazones.
2 notes
·
View notes
Text
El faro de los amores dormidos - Andrea Longarela
2 notes
·
View notes
Photo
EILEEN AGAR & HALINA POSWIATOWSKA
.
Eterno final
te prometía cielo
pero no era verdad
te llevaré hacia el infierno
al rojo -al dolor-
no recorreremos jardines del paraíso
ni miraremos por la rendija
cómo florecen las dalias y los jacintos
Nosotros – nos tumbaremos en la tierra
delante de las puertas del palacio del diablo
murmuraremos angélicamente
con las alas de sílabas oscurecidas
cantaremos una canción
sobre sencillo amor humano
en el rayo del faro
resplandeciendo desde allí
nos besaremos en la boca
susurraremos -buenas noches-
nos quedaremos dormidos
.
- Halina Poświatowska. Trad. Ada Trzeciakowska
- Escultura que consiste en una concha pegada en la parte superior de un erizo de mar montado sobre una base hecha de corteza tejida. Eileen Agar
6 notes
·
View notes
Text
La llama violeta
"En el silencio de lo sagrado, la Llama Violeta surgió como un eco divino, transmutando sombras en luz, mientras el ángel me invitaba a compartir el fuego de la sanación con el mundo."
"El susurro de lo eterno me habló en la profundidad de mi alma: 'Comparte la llama, porque en ella se halla el poder de transformar el dolor en perdón y el karma en amor'."
"La Llama Violeta, en su danza celestial, tocó mi ser con un llamado suave pero firme: 'Sé el puente entre el cielo y la tierra, enciende la llama en los corazones dormidos'."
"Cuando el velo de lo invisible se rasgó, vi al ángel envuelto en la luz violeta, y comprendí que el amor divino no solo sana, sino que también libera a quienes están listos para recibir su resplandor."
"El ángel de la Llama Violeta apareció en la quietud de mi ser, trayendo el mensaje: 'Difunde el fuego del alma, porque en cada llama arde el poder de la transformación y la liberación'."
"En lo profundo de mi espíritu, la Llama Violeta se encendió como un faro de lo eterno, y supe entonces que había sido elegido para llevar su luz donde el mundo aún no ha despertado."
"El ángel me mostró la Llama Violeta, y en su centro vi la verdad: en cada chispa divina hay la posibilidad infinita de la transmutación, el amor y la libertad."
"A través de la Llama Violeta, el Universo me habló: 'Eres el portador del fuego purificador, aquel que transforma las sombras en luz. Coloca en el mundo la llama del despertar'."
"En la mística visión de la Llama Violeta, sentí que el cielo me susurraba: 'Enciende esta llama en tu corazón y compártela, pues en ella yace la llave de la redención y el perdón'."
"La Llama Violeta fue mi guía en el abismo de lo desconocido, recordándome que el verdadero poder radica en compartir el fuego divino con aquellos que aún no han visto su luz."
"Desde lo alto, el ángel de la Llama Violeta me abrazó con su fuego etéreo, susurrando: 'Es tiempo de liberar las cadenas invisibles y despertar el poder divino que arde en ti'."
"En el resplandor de la Llama Violeta, vi que no era solo un fuego celestial, sino un puente hacia la esencia misma del alma, un llamado silencioso a iluminar el sendero de otros."
"Una voz suave rompió el silencio del infinito: 'La Llama Violeta te ha tocado, ahora eres un faro de transformación. Que cada palabra y acción lleve consigo la purificación del alma'."
"El ángel con la Llama Violeta surgió de la oscuridad, no como mensajero de advertencia, sino como portador de la promesa eterna de que todo puede renacer en el fuego del amor divino."
"Entre los velos del misterio, la Llama Violeta se alzó, y con ella, un mandato sagrado: 'Libera al mundo del peso de lo viejo, permite que la llama consuma lo que ya no sirve'."
"El ángel vino con la Llama Violeta en sus manos y en su mirada, y comprendí que el perdón no era solo para otros, sino la llave que abría la puerta de mi propia liberación."
"La luz violeta me envolvió como una caricia cósmica, y en ese instante supe que el propósito no es simplemente ver la llama, sino ser la llama, ardiendo en amor y compasión."
"Cuando el ángel me mostró la Llama Violeta, entendí que no era un fuego que destruía, sino que purificaba. Y en su calor suave, cada herida comenzó a sanar en silencio."
"La Llama Violeta no pidió ser temida, sino acogida; el ángel me recordó que el verdadero poder está en la transmutación amorosa, en la entrega a la energía sagrada del cambio."
"Vi al ángel rodeado de la Llama Violeta, y su mensaje fue claro: 'Todo lo que toques con esta luz se transformará. Usa el fuego sagrado para elevar, no solo para quemar'."
"En el centro de mi ser, la Llama Violeta despertó. Su mensaje era simple pero profundo: 'Sé un canal de sanación, permite que el mundo arda en amor y no en temor'."
"La voz mística del ángel resonó a través de la Llama Violeta: 'El camino de la transmutación es el camino del alma despierta. Lleva esta luz donde las sombras aún persisten'."
"Cuando la Llama Violeta me tocó, comprendí que era más que una visión; era una invitación a ser parte del flujo divino que transforma, sana y eleva la conciencia colectiva."
"El ángel con la Llama Violeta no era una visión lejana, sino una chispa interna despertada. 'Comparte esta llama', dijo, 'porque en cada corazón que iluminas, el Universo renace'."
"En el misterio de la Llama Violeta, el ángel susurró: 'Has sido llamado para transmutar lo denso en lo sutil, lo roto en lo entero. Eres el custodio de esta llama divina'."
0 notes
Text
El faro de los amores dormidos
Un libro bonito 🫶🏻 que te enseña que es la persona correcta pero el lugar incorrecto.
Y no sólo un amor de verano ❤️.
0 notes
Text
—¿Y qué? ¿Va bien la cosa?
Tenso la mandíbula, aunque finjo que sus palabras no me afectan como lo hacen.
—¿Antonio Velarde, carne de cuchicheos?
—Es bueno saber qué se cuece en casa de uno.
Como no me aparta la mirada, acabo claudicando. En Varela la gente puede ser muy insistente.
—Pues va, creo. —Alzo las manos y las dejo caer sobre la barra—. Yo qué sé, Antonio... Ha sido algo de lo más inesperado y no tengo mucha experiencia en estas cosas.
Para mi sorpresa, él se ríe. La risa de los Velarde siempre ha sido profunda, como un gesto distintivo que los une a través de las generaciones.
—¡Ni que fuera necesaria! El amor no se aprende, Enol. Solo se siente.
- El faro de los amores dormidos, Andrea Longarela.
1 note
·
View note
Text
Hoy leí esto y me gustó:
“No somos el reflejo que nos devuelve un espejo. Somos las mil versiones distintas de un caleidoscopio que la vida no deja de agitar.”
-El faro de los amores dormidos
1 note
·
View note
Text
La complicidad no muere ni cuando nos esforzamos por enterrarla. Está ahí. Viva. Despierta. Agazapada.
#El faro de los amores dormidos#ElFaroDeLosAmoresDormidos#AndreaLongarela#Andrea Longarela#Editorial Crossbooks#EditorialCrossbooks#Crossbooks#Books#Libros#Lecturas#Citas literarias#CitasLiterarias
3 notes
·
View notes
Text
-El faro de los amores dormidos; Andrea Longarela
325 notes
·
View notes
Text
En Línea, parte 11: La Serena
Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10
—Hijo, levántese. Acuérdese que tiene que ir a La Serena a matricularse —dijo la madre de Jaime, despertándolo. El muchacho abrió los ojos con pereza, y vio el rostro amable de su madre, que estaba ya lista para salir a trabajar—. Me cuentas como te va cuando vuelvas —le dio un beso en la frente y salió de la habitación.
Jaime escuchó un minuto después el sonido de la puerta de la calle al cerrarse, y los pasos de su madre por la silenciosa calle alejándose hacia su trabajo.
Se quedó unos minutos más acostado en la cama, con los ojos abiertos, ansioso por el día que tenía por delante. Había quedado de acuerdo con Daniel en que se juntarían a las ocho y media de la mañana en el terminal de buses de Liquime para tomar un bus hasta La Serena. Pasarían gran parte del día disfrutando el clima veraniego en la ciudad costera.
Jaime se levantó de la cama, se duchó y se vistió con un short de tela y una camisa liviana. No quería vestir demasiado informal, después de todo, creía que la primera impresión debía servir de algo en la universidad. Sacó un 1+1 del refrigerador, se lo comió mientras veía las noticias en el canal nacional, donde sobre informaban de un par de robos a casas del sector alto de la capital durante la noche. Terminó de arreglarse, se lavó los dientes, y salió de su casa justo a la hora que tenía planeada: 8:15
Se demoró los quince minutos estimados en llegar al terminal, y ahí estaba Daniel, con un short de baño y una musculosa luciendo la piel tostada de sus brazos.
Daniel estaba sentado en una banca afuera del terminal, y apenas vio a Jaime llegar se puso de pie con una amplia sonrisa en la cara.
Se abrazaron con fuerza al encontrarse, como si llevaran años sin verse. Por supuesto se habían visto hace solo tres días, pero lo que sentían era genuino: ambos querían estar en compañía del otro todo el tiempo, se sentían felices cuando recibían un mensaje o una llamada y veían su nombre en la pantalla. Sin embargo, la situación de todo los hacía sentir cierta incomodidad. Esto era nuevo para ambos y no sabían muy bien como actuar.
Ambos tenían las mismas inseguridades y preocupaciones. ¿Qué pasa si estoy siendo muy demostrativo y lo incomodo mucho?, ¿qué tal si no le gusto tanto como él a mí?, ¿y qué pasa si no le gusto en absoluto?
—Gracias por acompañarme —le dijo con un poco de timidez Jaime.
—No podía decirte que no —respondió coqueto Daniel.
—¿Por qué no? —ambos rieron alegremente.
—Ya, ¿como se hace esto? —preguntó Daniel, cambiando de tema—. ¿Dónde compramos los pasajes?
—Los compramos adentro, en el mesón —Jaime apuntó hacia dentro del terminal—. En realidad es solo una agencia que llega hasta acá así que es lo que hay.
Compraron los pasajes para el bus que salía a las 9 con rumbo directo a La Serena, y llegarían a destino al mediodía. Esperaron sentados en la banca que estaba en el andén, donde ya el bus esperaba la hora de partida.
—¿No tienes frío? —le preguntó Jaime a Daniel, al ver que se pasaba las manos por los hombros.
—No, ni cagando —respondió con soberbia el muchacho—. Tengo calor, de hecho.
—Sácate la ropa entonces —dijo Jaime, a modo de broma, y sintió una ráfaga de adrenalina en su interior al pronunciar las palabras.
—En el bus mejor —replicó coqueto Daniel.
Llegaron un par de pasajeros más al andén, y cuando ya eran las 8:50, Jaime y Daniel subieron al bus. Se sentaron en la antepenúltima fila de asientos, a la izquierda. A las nueve en punto el bus salió del terminal con siete pasajeros en total, y Daniel y Jaime siendo los únicos sentados en el fondo.
Daniel iba sentado hacia la ventana y Jaime hacia el pasillo.
—¿Qué tal estuvo el paseo con tu abuela? —preguntó Jaime una vez el bus ya había salido del pueblo.
—Estuvo bueno. Fuimos a un camping hermoso, y almorzamos ahí —le contó—. Podríamos ir algún día —agregó entusiasmado—. Estaba vacío ese día.
El corazón de Jaime se detuvo por un segundo con la invitación de Daniel.
—Ya po —respondió con una sonrisa de oreja a oreja—. Cuando tú digas.
Se miraron a los ojos en silencio por unos segundos, hasta que Daniel cortó brevemente el contacto visual con Jaime para ver donde tenía su mano. La tomó y entrecruzó sus dedos con los de él, derribando todos los miedos y dudas que sentían. Daniel volvió a mirar a los ojos a Jaime, ambos sonrieron y el muchacho de rulos de acercó a besarlo, desatando en su interior un fuego de alegría por lo que estaba viviendo.
Ambos rieron, de forma inocente, por lo que estaban haciendo. Viajando, lejos de sus familias y amigos, como dos amantes furtivos que escapan para vivir su amor con libertad.
Eso en teoría, porque igualmente la naturaleza de su relación no les permitiría expresarlo libremente sin miedo.
Jaime asomó la cabeza hacia adelante para ver si algún pasajero podía verlos, pero obviamente eso era imposible a no ser que se acercaran hacia el fondo del bus. Levantaron el apoyabrazos que los separaba y reclinaron los asientos hasta lo más atrás que pudieron. Se recostaron, aún tomados de la mano, y se rieron con inocencia.
—Te eché de menos estos días —dijo Jaime, sintiendo un poco de vergüenza por lo cursi.
—Yo también —respondió Daniel, bajando la ansiedad de su compañero—. No sé por qué, si te vengo recién conociendo.
—Yo tampoco —ambos rieron—. Quizás alguien nos hizo un hechizo o algo.
—No, no existen esas cosas —Daniel rechazó la teoría de Jaime.
—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó Jaime confundido.
—Porque no tiene sentido. ¿Por qué alguien nos hechizaría haciendo que nos enamoremos? —se rió.
—No sé —respondió Jaime, intentando pensar algo lógico—. Quizás alguien quería que me enamorara de ella a primera vista, y como te vi a ti primero...
—¿Enamorarte? —lo interrumpió Daniel—, ¿estas enamorado de mí? —preguntó provocadoramente.
—O sea, lo que quiero decir... —intento responder Jaime, pero se puso nervioso al ser sorprendido usando un derivado de la palabra “amor”.
Le dio vergüenza por haber dicho eso sin pensarlo, pero rápidamente la sensación se esfumó porque Daniel lo volvió a besar, para tranquilizarlo, y luego apoyó su cabeza en el hombro de Jaime, y se acomodó para dormir.
—Señor enamoradizo, despiérteme cuando lleguemos —le pidió Daniel, intentando alivianar el ambiente.
—Despiértame tu —replicó Jaime, aún ruborizado, y apoyó su cabeza en la de Daniel, y se quedó dormido.
Daniel despertó cuando el bus estaba entrando al terminal de buses de La Serena. Levantó la cabeza, se desperezó y vio que Jaime lo miraba con una sonrisa.
—¿Cómo dormiste? —le preguntó Jaime.
—Perfecto. ¿Y tu?
—Bien —respondió Jaime—. Roncas muy fuerte si —bromeó.
—Mentira —se rió Daniel—. El otro día no te quejaste en mi casa, así que estás mintiendo.
—Estaba a punto de morir, tus ronquidos eran lo de menos —insistió en su versión, y le dio un golpecito en el hombro.
Se bajaron en la estación de buses, y se fueron a pie caminando hasta la universidad.
—Está aquí cerca —le dijo Jaime a Daniel— la vez que vine a averiguar el año pasado tomé un taxi y el viaje duró menos de cinco minutos —explicó.
Llegaron caminando hasta la universidad, que estaba bastante vacía. Jaime preguntó en la entrada dónde eran las matrículas y le dieron las instrucciones para llegar a una oficina donde estaban los mesones de matrícula.
Daniel se sentó en las sillas dispuestas a modo de sala de espera mientras Jaime hacía todos sus trámites interminables de matrícula.
—¡Ya estoy matriculado! —anunció Jaime con alegría, parándose frente a Daniel después de un par de horas de trámites aburridos y esperas interminables.
Daniel se puso de pie de inmediato y lo abrazó, felicitándolo.
—Ahora eres todo un universitario —le dijo, y comenzaron a caminar hacia la salida.
—¡Si! —la sonrisa no se le borraba de la cara.
—Vas a tener sexo como loco ahora —comentó Daniel, con dobles intenciones.
—Nada que ver, ¿por qué dices eso? —Jaime se ruborizó.
—Porque si po —respondió simplemente—. O sea, ¿Por qué no?, vas a estar viviendo solo acá, vas a conocer mucha gente nueva, aparte con tu pinta se te van a lanzar por todos lados —dijo Daniel, con un poco de pena al pensar en eso, aunque no lo quiso demostrar.
—¿Y si no quiero? —preguntó Jaime—, ¿si no me interesa estar con nadie? —...más, no le interesaba estar con nadie más.
Se detuvieron en el umbral de la gran reja que daba la bienvenida al recinto universitario.
—Eso solo depende de ti —le dijo Daniel, con cierto alivio. Estiró el brazo y lo apoyó en el hombro de Jaime, y dieron los últimos pasos hasta llegar a la vereda—. ¿Y ahora qué?, ¿hacia dónde vamos?
—¿Caminemos hacia la costanera y ahí buscamos donde almorzar? —propuso Jaime.
—Bueno —aceptó Daniel con una sonrisa.
Bajaron caminando por Avenida Aguirre, conversando y disfrutando el momento juntos, hasta el Faro, donde sacaron un par de fotos con la cámara fotográfica de Daniel.
Continuaron caminando por el borde costero, a lo largo de la playa de la ciudad, mirando a la multitud de gente que repletaba la arena.
—Me quedo con la playa de Liquime —comentó Daniel—, no está tan llena como esta.
—Me quedo con la playa escondida —replicó Jaime, buscando la mirada de Daniel—. Mayor privacidad.
Hicieron contacto visual y se rieron con complicidad.
Encontraron un restorán que ofrecía un menú atractivo por un precio módico y decidieron almorzar ahí.
—¿Estás contento? —le preguntó Daniel a Jaime, con los codos apoyados en la mesa, mirándolo con agrado.
—Muy contento —respondió—, aunque igual me da un poco de nervios. Es como iniciar una nueva vida.
—Tranquilo, te va a ir bien —le dijo Daniel—. Eso si, evita ingresar a casas ajenas a mitad de la noche.
—Lo intentaré —ambos rieron.
En ese momento sonó el celular de Jaime. Vio la pantalla y contestó de inmediato.
—Mamá, ¿cómo está? —habló al telefono. Daniel esperó que Jaime terminara de hablar por teléfono mientras miraba por la ventana a la gente que pasaba caminando por la calle—. Si, si vino conmigo —dijo antes de colgar—. Ok, yo le digo. Te amo. Chao —Jaime se aseguró de finalizar la llamada y se guardó el celular en el bolsillo del short.
—¿Le dijiste que estabas conmigo? —preguntó curioso Daniel.
—No —Jaime bajó la mirada—. Le dije que había venido con el Rorro, mi amigo.
—Ah —aceptó desilusionado—. Pero, ¿y si lo ve allá en Liquime?
Jaime se asustó por la posibilidad de que su madre lo descubriera en su mentira.
—No pensé en eso —tragó saliva, visiblemente nervioso.
—Igual, no creo que pase —dijo Daniel, estirando la mano para acariciarle el brazo y tranquilizarlo.
—¿No? —preguntó inseguro.
—No, aparte si lo ve, le inventas que viniste con alguna amiga o algo así, y no querías que te molestara —sugirió Daniel—. Mejor eso antes de que le digas que viniste con el niño al que conociste la semana pasada —le dijo en tono de broma, para subirle el ánimo.
—Si, tienes razón —concordó—. Le puedo decir que vine con la Katia, por último.
—Claro —asintió Daniel, aunque igual le producía sentimientos encontrados el escuchar ese nombre. Sin conocerla, sabía que le caía mal por lo que le había hecho a Jaime.
—La vi el otro día —le contó—, cuando fui al hospital a ver al Jimmy y a Juan. Su actitud fue tan... fria —comentó, bajando la mirada.
Daniel no supo que decir.
—¿Realmente te gustaba ella? —quiso saber Daniel.
—No —respondió rápidamente Jaime—. No lo sé. Es muy raro todo esto, tu sabes —agregó, con una risita nerviosa.
Daniel sonrió con timidez justo en el momento que llegaba la mesera con los platos.
Terminaron de almorzar y continuaron recorriendo el borde costero, con el sol golpeando fuerte y sin indicios de encontrarse con el mar muy pronto. Las pieles bronceadas de los veraneantes atraía la mirada de ambos, que miraban con disimulo para evitar incomodar al otro.
A unos tres metros de distancia Daniel pudo observar como un hombre treintañero se volteaba a mirar a una adolescente que caminaba sola por la vereda, vestida de forma casual, y comiendo una paleta helada. El hombre le dijo algo de mal gusto, relacionado con la forma en que la niña comía su paleta, y Daniel sintió que le hirvió la sangre.
Recordó lo que le había dicho Ximena hace un par de días, que las mujeres recibían ese tipo de acoso todos los días, pero él nunca se había percatado, hasta ahora. Se acercó lleno de impotencia al hombre y lo empujó con fuerza.
—¡¿Cómo se te ocurre decirle eso?! —le gritó
El hombre, tirado en el piso tardó en entender lo que había pasado.
—¿Qué tiene?, si es normal —se justificó el desconocido, con una sonrisa burlesca en el rostro.
—No es normal, hueón —le respondió Daniel, tirándolo de la polera—. Si vuelves a decirle algo así a alguien, te saco la chucha —lo amenazó, pero rápidamente se dió cuenta de lo estúpido que sonaba. Era muy probable que nunca volviera a ver al hombre ni sabría si seguiría acosando a mujeres.
—Dani, vámonos mejor —le dijo Jaime en voz baja, un poco nervioso por la situación.
Daniel asintió y se levantó, con un dejo de vergüenza por la escena. Miró con odio al hombre que seguía en el piso, aún con expresión burlesca. Caminaron un poco más y Daniel vio que la niña de la paleta helada lo miraba con timidez. Daniel no sabía si acercarse a preguntarle si estaba bien o si sería muy invasivo, pero fue la niña la que se acercó a ellos.
—Gracias —le dijo, simplemente.
—De nada —respondió Daniel con renacida timidez—. ¿Estás bien?
—Si —la niña se despidió con una sonrisa de agradecimiento y siguió su camino.
Los muchachos caminaron un par de metros más y Jaime le preguntó a Daniel:
—¿A qué se debió todo eso? —lo había sorprendido la reacción de su amigo. Detuvieron la marcha y se sentaron en una gruesa baranda de cemento.
—Mira, lo que pasa es que el otro día, hablando con la Xime, me dijo que a ella siempre le pasaban estas cosas, que la acosaban en la calle todo el tiempo. Y no solo a ella, que era algo que les pasaba a todas, y la verdad nunca me había dado cuenta... o quizás simplemente me hacía el loco cuando lo veía. La cosa es que me dio rabia verlo así tan evidente.
—Es... súper fuerte —comentó Jaime. No sabía qué decir al respecto.
—Si, súper —coincidió Daniel—. Y hueón, no sé, como que vi a la niña y pensé en la Xime, en mis amigas, mis exes, hasta en mi mamá.
Jaime se quedó en silencio un rato, pero había una pieza que aún no le calzaba.
—¿Quién es la Ximena? —le preguntó, aún confundido.
—Se me olvidó contarte —recordó Daniel—. Ximena es la niña que conducía el furgón en que fuimos al paseo con mi abuela. Es muy simpática. Tiene nuestra edad, deberías conocerla.
—¡Aaah, la Mena! —dedujo Jaime. Conocía a casi todo Liquime y estaba seguro que había una sola Ximena de diecinueve años que conducía furgones.
—¿La Mena? —preguntó confundido Daniel.
—Si, así le decimos —explicó Jaime—. Creo que está saliendo con mi amigo el Rorro.
—¿En serio? —lo sorprendió un poco la noticia.
—Si, aunque si quieres le digo que terminen para hacerte gancho —comentó fingiendo pena.
—No, tonto —se rió Daniel, y lo abrazó por la espalda, dejando colgar su brazo por encima del hombro de Jaime.
La cercanía de ambos en un lugar tan concurrido de gente hizo que Jaime sintiera una ola de adrenalina en su interior, que rápidamente se vio superada por otra ola de miedo.
Se quedaron en silencio unos segundos, mirando a la gente pasar.
—Creo que ya deberíamos ir hacia el terminal —dijo Jaime—. Para no volver tan tarde a casa. Daniel aceptó con una sonrisa.
—¿Qué tan lejos estamos del terminal? —preguntó Daniel.
—No lo sé, como que perdí la orientación aquí —admitió Jaime—. Mejor tomemos un taxi.
Llegaron al terminal a las 17:45 horas y pagaron a medias el taxi. Compraron los pasajes para el bus que salía a las seis de la tarde, y esperaron en el andén a que llegara el bus.
Al subirse al bus, notaron que habían muchos más pasajeros que en el viaje de ida, pero de todas formas se sentaron al fondo y tuvieron cierta privacidad. Nuevamente reclinaron los asientos y se recostaron. Esta vez Jaime apoyó su cabeza en el hombro de Daniel, y éste apoyó la suya en la cabeza de Jaime.
—Oye, Dani —dijo Jaime—, esas exes que mencionaste, ¿cuántas eran exactamente? —preguntó con un tono de inseguridad en la voz.
—Bueno, era una forma de decir... —comenzó diciendo.
—Así que fueron muchas —concluyó Jaime, sintiendo que sus propias inseguridades comenzaban a ganar terreno en su interior.
Daniel se enderezó y lo miró a los ojos.
—Oye, eso esta en el pasado —le acarició el rostro—, ahora estoy aquí, contigo. Eso es lo que importa —le sonrió para reconfortarlo, y se acercó a besarlo con cariño y cuidado.
Jaime le respondió el beso, aceptando sus palabras e intentando alejar sus inseguridades. Daniel volvió a recostarse y se acomodaron nuevamente como estaban hacía un miinuto.
Daniel despertó cuando el bus doblaba a la izquierda para bajar a la costa, en el cruce de Vallenar, y continuó mirando por la ventana del bus hasta llegar a Liquime, mientras le acariciaba la mano a Jaime, aún dormido.
Al llegar al terminal de buses de Liquime, se bajaron de los últimos y el andén se vació de los pasajeros que rápidamente se dirigieron a sus casas.
—¿Como lo pasaste hoy? —le preguntó Jaime, aún con carita de sueño.
—Excelente —respondió Daniel, con una amplia sonrisa—. Uno de los mejores días desde que nos conocemos.
—¿En serio?, ¿los trámites de universidad le ganan a una tarde en una playa desierta? —preguntó incrédulo Jaime, soltando un bostezo.
—Por lo menos hoy no me rechazaste —le recordó Daniel, y se rieron con timidez.
—Ni terminé todo machucado —agregó Jaime.
Se quedaron en silencio unos segundos, mirándose a los ojos.
—Si quieres puedes venir a mi casa un rato —ofreció Daniel, y sintió un leve vértigo al decirlo.
Jaime sonrió al oír el ofrecimiento, y sintió un vacío en el estómago.
—Tengo que ir a casa —respondió finalmente, disculpándose—. Quizás mañana.
—No importa, te entiendo —dijo Daniel, y se acercó a abrazarlo.
—O si quieres, puedes ir tu a mi casa mañana —ofreció Jaime con una sonrisa inocente.
—¿Seguro?
—Si po. Ya es tiempo de que la conozcas —respondió ansioso.
—Bueno —aceptó Daniel, sonriendo.
Se despidieron con un largo abrazo, y se separaron. Caminaron en direcciones opuestas al salir a la calle, y tomaron rumbo a sus respectivas casas cuando el sol terminaba por ocultarse en el horizonte.
Jaime abrió la puerta de su casa ansioso, organizando en su mente las ideas para contarle a su madre todo lo relacionado a su matrícula y a lo que había visto de la universidad. Ingresó a su hogar y se encontró de sorpresa con un hombre alto y delgado que no veía desde hacía varias semanas.
—Hola hijo —lo saludó escuetamente el hombre, pero rió sonoramente al sentir el abrazo de su hijo, que cruzó a paso rápido el living para abrazarlo.
119 notes
·
View notes
Text
P. I. Tchaikovsky - Violin Concerto in D major, Op. 35
Estiro mi cuello hacia un lado, haciendo crujir los agarrotados huesos. Levanto una de mis manos del teclado para masajear mi nuca, intentando aliviar el pinchazo de dolor que surge al mover los músculos por primera vez en una hora. Entrelazo ahora mis dedos y los estiro para producir otra sucesión de chasquidos, después continuo con las muñecas.
-Para- dice ella, sin levantar la vista de su trabajo. Enarco una ceja, sorprendida de que haya sido capaz de notar mi acción por encima de la música y el zumbido de la aguja. - Me da dentera que hagas eso. -
Bufo, pero detengo mi acción. Ella sigue concentrada en la piel del muslo de su cliente, marcando el ritmo de una canción de The Neighbourhood con el pie. Lleva puesta la menor cantidad de ropa posible, como de costumbre. Un sujetador deportivo y unos short de la nueva colección de Primark intencionadamente cortos; el atuendo perfecto para lucir su cuerpo. Le encanta hacerlo. En su momento me costó acostumbrarme a su constante desnudez parcial, en varias ocasiones total, pero ahora verla sin ropa se ha convertido en parte de la cotidianidad.
No hablo de su amor por la falta de tela sobre la piel como algo a condenar, al contrario. Entiendo que de la misma forma que yo presumo de intelecto, ella se siente orgullosa de su cuerpo. Cómo no hacerlo. Su figura es simplemente perfecta, de esas que ves en las portadas de la revistas y te dan ganas de quejarte de cómo retocan a las modelos con photoshop. Tetas pequeñas y culo prieto, una muñequita amante del rock underground. Sonrío de medio lado, la música, lo único en lo que más o menos coincidimos. Sin embargo, no necesita ir ligera de ropa para presumir de las delicadas formas de su cuerpo; no, no es eso lo que le gusta mostrar.
El zumbido de la aguja cesa, el hombre sobre la camilla suelta un suspiro de alivio. Vuelvo a concentrarme en mi trabajo, la líneas de palabras aparecen en la pantalla de mi portatil y desaparecen con la misma velocidad. No me gusta lo que estoy escribiendo, lo hago sin ganas ni inspiración, solo para llegar a tiempo a la fecha límite. Chasqueo la lengua, no pensé en escribir la gran novela americana, de hecho detestaría hacerlo, pero mi plan nunca fue escribir folletines pseudo eróticos que triunfaran entre el público adolescente.
Escucho la puerta cerrarse, y sé que el cliente ya se ha ido con un flamante tatuaje nuevo. Vuelvo a mirarla mientras recoge meticulosamente los materiales y los guarda en su maletín. Es un desastre absoluto para todo, excepto a la hora de tatuar. Termina de ordenar y se estira. Su mirada se cruza con la mía, me gustaría decir que salta algún tipo de chispa, que la electricidad recorre cada uno de mis nervios, pero no pasa nada de eso, solo nos miramos. Camina hacia mí, descalza, dejando las huellas de sus sudados pies sobre el parquet que tanto me he esmerado en fregar.
- ¿Follamos? - dice, dejándose caer a mi lado en el sofá. La miro, no directamente, sino a través del reflejo de la pantalla. La petición carece de deseo o sensualidad, bien podría haberme preguntado si quiero pedir comida china para cenar. O no, es probable que pusiera más entusiasmo en conseguir fideos con gambas que un orgasmo.
No paro de teclear, pero dejo escapar un gruñido que podría interpretarse como una afirmación. Su mano se arrastra hasta el interior de mis pantalones de pijama. - No llevas bragas - comenta, sin detener los movimientos de sus dedos en mi entrepierna.
-No suelo llevar, ya lo sabes - sigo escribiendo, ignorándola. Sé que a ella le divierte.
-¿Qué escribes? - pregunta. Acto seguido empieza a besar mi cuello con dedicación.
-Se supone que he firmado un acuerdo de confidencialidad - comento.
-Entonce es la novela esa para niñas de 15 años ¿no? - asiento - Se supone que está siendo éxito, he visto anunciada la película. ¿No deberías estar ganando millones, niña pija? - frunzo el ceño ante el apodo, año y medio y no ha dejado de molestarme. Ahora sí, la miro. Su piel está cubierta de tatuajes, como si fuera un cuadro con vida propia. De diferentes tipos y colores decoran gran parte de su cuerpo. Más de cien horas de trabajo y demasiado dinero invertido en mancillar algo tan perfecto como el tejido epitelial y convertirlo en una pared de hormigón llena de grafitis. Odio los tatuajes, ella lo sabe, piensa que soy una clasista.
-La idea no es mía, ni el libro es mío. Lo escribimos entre yo y otros tres tipos que no he visto en mi vida - llevo mi mano a su nuca y agarro su cabello de forma firme pero sin llegar a hacerle daño y la separo de la piel de mi cuello. - Sin marcas, ya lo sabes - ella asiente. Acerco su boca a la mía y nos besamos; de forma lenta, delicada, pero sin sentimiento. Pasamos mucho tiempo besándonos, más que teniendo sexo; quizá es porque es lo más cercano a una muestra de cariño.
Al final sí que follamos, varias veces. No es sexo duro y apasionado como él que tiene ella cuando trae a casa a cualquiera de esos tipejos que conoce en el gimnasio. Follamos dulce y romántico, mirándonos a los ojos; los míos vacíos de emociones, los suyos repletos de preguntas. Siempre me mira así, como un niño observando a un animal exótico enjaulado.
La hacemos en silencio, no hace falta decir nada para saber qué hacer.
Cuando acabamos a su piel color canela se le han sumado las marcas de mis dientes como parte de su colección de tatuajes. La mía sigue impoluta, blanca como la porcelana y sin apenas lunares.
Descansamos tumbadas en el suelo, sin ropa y la respiración acelerada, la mía más que la suya; no estoy muy en forma. Medio dormida, rueda hasta estar sobre mi pecho y su aliento caliente golpea contra mi clavícula. No la aparto. Recojo un mechón de pelo castaño que cae sobre su cara y lo llevo tras su oreja.
La observó en silencio, a ella y sus innumerables tatuajes. No, innumerables no, son 23. Demasiados. Una serpiente que sube por su muslo izquierdo, una flor de loto entre sus senos, un faro en el bíceps derecho, una libélula en su nuca. Dibujo el contorno de la tinta con la punta de los dedos hasta llegar a sus labios. Su boca, me gusta su boca, la única parte de su cuerpo que se mantiene inmaculada. Es suave de manera natural, como si el tacto de seda estuviera escrito en su código genético.
Abre los ojos y sonríe, como si me hubiera pillado haciendo una travesura. Ella suele sonreír mucho, sin razón aparente.
-¿Quieres que te eche crema? - asiento. De un brinco se levanta, haciendo que su carne joven se agite ante mi atenta mirada. Va hacia el baño y yo me incorporo. Mi cuello vuelve a crujir, debo haber dormido en mala postura. La sección de suelo donde estamos ahora está llena de marcas, ligeramente pegajosa. Mis dedos se crispan, me irrita, voy a tener que volver a fregar. Estoy a punto de levantarme cuando sus manos se apoyan en mis hombros y me empujan a mi posición inicial. - Shhh, tranquila - susurra con voz dulce como la de una madre en mi oído - luego me encargo yo.
-Tú lo haces mal - replico. Ella vuelve a mandarme callar y unta mi espalda con la crema con fragancia a azahar. Cuando acaba pasa a mis piernas, masajeando con fuerza los músculos cansados - Tienes la piel tan sumamente suave - comenta con adoración - pareces una escultura de mármol.
-Se te han acabado ya, ¿verdad? - pregunto, sabiendo la respuesta. Ella asiente, sin dejar de lado su tarea. - Consumes mucho.
-Eres mi camello - dice, sin mirarme - no eres la más adecuada para preocuparte por mí salud.
-Me importa poco tu salud - respondo - pero tus vicios me cuestan el dinero.
-Ese era el trato ¿no? - ahora unta la crema por mi pecho, sin una pizca de erotismo ni cariño, pero con absoluta delicadeza - Tú me suministras - se inclina y me besa de forma profunda. Yo solo me dejo hacer, cosa inusual en mí - y yo me hago cargo de que no te quedes atrapada contigo misma. - Llevo mi mano alrededor de su cuello y aprieto hacia arriba, creando la sensación de asfixia pero sin cortar el suministro de oxígeno a sus pulmones.
-Cállate - digo. Sus ojos miran fijamente los míos. La suelto y voy a mi habitación. La puerta está cerrada con llave, solo yo tengo la copia. Abro el primer cajón de mi escritorio. Dentro, una bolsa de plástico herméticamente cerrada se anuncia con un post-it donde he escrito “Anna”. La cojo y vuelvo al salón.
Ella me está esperando, de rodillas, como un buen perro amaestrado. - Abre la boca - ordeno. Obedece. Saco una de las pastillas azules de la bolsa y la colocó sobre su lengua. Ella la traga. Su piel se eriza y sus pupilas se dilatan.
-Gracias - responde. No digo nada. Me siento en el sofá con el ordenador nuevamente en mi regazo. Ella hace lo mismo. - Tengo la sensación de que un día apareceré muerta en este apartamento. Y tú serás la actriz perfecta llorando mi muerte.
-Es probable - digo - Pero tranquila, no me apetece matarte.
-¿Por qué?
-Últimamente matar ha perdido su interés- respondo. - Eventualmente se vuelve monótono.
-¿Quién lo diría? - dice con sarcasmo.
-Lo he probado ya todo, y nada tiene suficiente interés - acerco mi mano a su pecho izquierdo y pellizco con fuerza el pezón. Se queja, pero no me detiene - Ni siquiera tu querida droga es lo suficiente para engancharme.
-¿Qué te pasó, Lis? - pregunta - ¿Qué tipo de trauma te hizo estar tan jodida? - ahora sí, río con fuerza. Mi reacción la descoloca. No suelo reír.
-Ninguno - ella enarca una ceja - Fui una niña feliz en una casa de campo. Sin ninguna carencia y unos padres cariñosos.- Me acerco para besarla, pero me paro a una pulgada de su rostro. Sus ojos están cerrados de anticipación - Algunas personas son simplemente monstruos, Anna. - Vuelve a sonreír. Me confunde
-¿Sí me matas te quedarás algo como recuerdo? - pregunta.
-No suelo hacerlo - respondo - Pero si te hace ilusión, me quedaré tus labios.
-¿Seguirás besando mi boca cuando ya no tenga aliento? - sonrío, orgullosa de ver como mi locura ha consumido su mente.
-Solo si sigue siendo igual de suave - acaricio con mis dedos sus labios. Ella los abre para poder chuparme con dedicación.
-¿Qué harás cuando tu piel se vuelva vieja? - aparta el ordenador y se sienta en mi regazo. Me lo esperaba, el MDMA la pone cachonda. -¿Cuándo ya no sea tersa y suave?
-En el momento en el que aparezca la primera arruga - acuno su rostro con mi mano derecha - Me suicidaré.
-¿Tan horrible sería? - pregunta.
-Imaginate que un día despiertas y la carne que cubre tus huesos está muerta, y cada día que pasa se descompone más y más, estando tú atrapada en un cuerpo que se pudre - digo - Imagínate el olor a podrido. Los insectos anidando en cada pliegue de tu cuerpo, los gusanos deslizándose en el interior de tu carne, las moscas poniendo huevos bajo tus uñas.
-Suena como la peor de las torturas. - dice, su cara ahora ligeramente pálida.
-Eso sería para mí seguir viva - muerdo su cuello hasta notar que se retuerce entre mis dientes. Al apartame noto la carne roja y brillante cubierta de mi saliva. - Una agonía.
-A lo mejor te mato yo antes de que llegue ese momento - comenta.
-¿Por qué lo harías? - pregunto.
-Porque mataste a mi novio. - responde, sus labios deslizándose por mi torso - Porque disparaste a mi hermano - se encoge de hombros - o puede que porque simplemente tenga curiosidad por matar.
-Te he jodido la mente, pequeña - la sujeto por la barbilla, obligándola a mirarme. - Creo que debería sentirme culpable.
-Tú no puedes sentirte culpable - ronronea.
-Cierto. - La empujo fuera de mi regazo. - Déjame, estás sucia. - Me levanto en dirección a mi cuarto, dispuesta a acabar con toda posible interacción social. Su voz me interrumpe
-Lis -
-¿Qué quieres ahora? - mis palabras se ven interrumpidas por un estallido negro ante mis ojos y el dolor hueco en la parte posterior de mi cabeza. La sensación de mareo se adueña de mi cuerpo y siento como mi equilibrio se desvanece.
Despierto. El mundo gira a mi alrededor y el dolor sordo palpita en mi nuca. Algo me hace espabilarme. No es la luz de la bombilla del salón que ciega mis ojos, ni la música punk a todo volumen. No, es el zumbido de la aguja eléctrica trabajando y un agudo dolor en mi antebrazo izquierdo. Levantó mi cuello, luchando contra la ganas de vomitar.
La veo, concentrada en su trabajo, marcando el ritmo de la guitarra eléctrica con su pie.
Mi piel enrojecida, marcada con tinta.
Chillo. El grito nace de lo más hondo de pecho. Un alarido de terror puro y dolor, como una madre que sujeta el cuerpo muerto de su hijo. Caigo de la camilla, sin dejar de chillar. Estoy temblando, mi respiración agita mi pecho. Me ahogo, mi corazón amenaza con reventar en el interior de costillas.
Ella deja la aguja sobre la camilla y se agacha a mi lado. Me abraza y besa mi mejilla con ternura.
-Shhh, tranquila - susurra contra mi sien. El miedo empieza a disiparse. La rabia, fría cae con cuentagotas dentro de mi estómago. Me levanto de golpe, un fuerte mareo me golpea pero lo ignoro. Agarro su brazo izquierdo y tiro a la vez que empiezo a caminar. Pierde el equilibrio, así que la arrastro hacia mi habitación mientras patalea y se retuerce. La encierro con llave. Grita y golpea puerta, pero no la escucho. Un silencio ensordecedor se ha adueñado de mi consciencia. Voy a la cocina, donde rebusco en la alacena donde guardamos las medicinas. No tardo en encontrar lo que busco, la medicación que teóricamente tomo para paliar una bien fingida depresión. Me trago sin pensarlo demasiado tres veces la dosis indicada. Mientras espero el adormecimiento de las articulaciones y la sensación de euforia me atrevo a mirar mi antebrazo. Un fino contorno de tinta define un dibujo minimalista de la Venus de Milo en mi preciada piel, ahora profanada por una aguja que ha tatuado a yonkis y madres solteras. Me muerdo la zona, ahora sin casi sensibilidad. Noto el sabor de mi sangre en la lengua, pero no paro hasta sentir la carne ceder bajo mis dientes. Escupo el trozo al suelo, el dolor es fuerte pero soportable. La satisfacción de ver el tatuaje despedazado me da cierto alivio, pero no es suficiente.
Coloco una sartén sobre la vitrocerámica y la enciendo al máximo. Después abro el cajón de los cubiertos, donde al lado de los tenedores guardamos los tubos de goma para cuando alguien viene a pincharse. Agarro varios y los ato con fuerza sobre mi codo, el hormigueo de la falta de riego sanguíneo no tarda en hacerse presente.
También cojo un cuchillo de sierra.
Inspiro. Expiro. Empiezo a cortar mi tierna carne. Lo más difícil es serrar el hueso.
Tardo menos de lo que esperaba, el dolor es tan intenso que me mareo pero contengo las ganas de vomitar, necesito la medicación en mi organismo. Mi impoluta cocina está cubierta de sangre, pero ya no importa. Tengo que darme prisa, de seguro los vecinos han llamado a la policía.
Con la sartén caliente cauterizo la herida, grito, pero mantengo el material caliente pegado a mi brazo cercenado el tiempo necesario. Cuando acabó tiro la sartén al fregadero y vuelvo a mi habitación. Al abrir la puerta la encuentro en el suelo, la bolsa de pastillas a medio vaciar. Me acerco a ella y apoyo mi oído sobre su pecho. Su corazón late, lento, pero vivo. La cojo en brazos, y observo a mi princesa durmiente cubierta de tinta mientras la llevo al baño. Una vez allí lleno el lavabo de agua y sumerjo su cabeza. No pasa un minuto hasta que empieza a retorcese en busca de aire. La mantengo ahí hasta asegurarme de que no queda oxígeno en sus pulmones. Ella abre su boca, respirando como un pez fuera del agua. Su estómago se contrae y vacía su contenido sobre el sueño del baño. Agua, bilis y pastillas de éxtasis cubren mis pies. Me doy cuenta de que estoy vestida aunque no recuerdo haberlo hecho. Una camiseta de manga corta de publicidad y los pantalones del pijama. Quizá ella me vistió después de golpearme, sabe que no me gusta estar desnuda. Ahora está sobre el suelo, intentando de recuperar el ritmo de sus adoloridos pulmones. La pateo, mi pie impacta contra su estómago. Vuelve a gritar. Salgo al salón y saco de debajo del sofá la caja de herramientas. Aprieto el botón del mango del taladro, la broca gira. Creo que debería sonreír, pero no siento nada.
Cuando vuelvo al baño ella sigue en el suelo, tosiendo y agarrando su estómago. Me siento sobre ella, atrapando sus brazos con mis rodillas. Sus ojos se abren llenos de pánico al ver el taladro.
-Lis, por favor - solloza - Lis - sigue llorando y repitiendo mi nombre cuando apoyo la punta de la broca sobre su frente y enciendo el taladro. Los gritos son más fuertes de lo que había previsto. Mi piel se eriza y la sangre caliente me salpica en la cara.
Está muerta. He hundido la broca de 7cm en su cráneo. Tiene los ojos abiertos, mirando al vacío. Esperaba que la expresión de dolor quedara esculpida en su rostro, pero parece serena, sin alma. Llevo mis dedos a sus labios sin vida, siguen siendo igual de suaves, todavía están cálidos, ligeramente húmedos.
Me aparto y me siento con la espalda apoyada en la pared. Me permito llorar, observando la imperfección de mi piel cortada sin cuidado. Escucho las sirenas de la policía en la entrada del edificio. Tropiezo un poco, pero me levanto y llego a mi habitación. La pistola de mi padre está en el segundo cajón del escritorio, cargada. La cojo y me la meto en la boca. Aprieto el gatillo cuando escucho a la policía aporrear la puerta de la entrada.
10 notes
·
View notes