#denissechan
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shiningamongdarkness · 5 years ago
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Esther: Give me your best smile, girls.
Lily: ...
Samara: ...
Esther: Boring brats...
It is a beautiful gift made by my lovely wife, Denisse-chan. I can't believe how fabulous it is; I loved it! Especially the expressions of each one, and how she took the ugly designs I made of them and drew them 1000 times better.
From left to right, we have Samara Morgan from "The Ring" franchise, Esther from the movie "Orphan (2009)" and Lilith "Lily" Sullivan from the movie "Case 39 (2009)", three of the main characters of SHINING AMONG DARKNESS, a trio that has just met recently, ready to unleash the chaos in the world... or something like that.
What did you think about it?
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denissechan-blog · 7 years ago
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Psst!
Psst!
Now you are crazy! :D
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wingzemonx · 6 years ago
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Invierno Eterno - Capítulo 06. Arribo al Continente
Historia escrita en conjunto con @denissechan​
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Invierno Eterno
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 06. Arribo al Continente
La gente de DunBroch se vería algo forzada a salir de su aletargamiento y encierro que el constante frío les obligaba a mantener, pues el reino entero tendría una mañana, tarde y quizás noche ocupada. La llegada de los Lores de los Clanes MacGuffin, Macintosh y Dingwall, así como de sus respectivas comitivas, era inminente y el Castillo del Rey, así como la ciudadela a sus pies, tenía que realizar los últimos arreglos. La presencia de los Lores en ese sitio causaba ciertas emociones encontradas entre el pueblo. Por un lado, muchos sentían alegría y emoción por esto, pues aunque no lo habían dicho directamente, todos estaban seguros que esta reunión tan repentina era justamente para encontrar una solución a su precaria situación y a la imperiosa escasez de víveres. Sin embargo, al mismo tiempo a otros les causaba aún más preocupación y miedo, pues entonces quizá significaba que la situación era mucho peor de lo que creían, y que la idea bajo la que muchos se habían plantado de que todo pasaría, que el invierno se acabaría y todo volvería a la normalidad, empezaba a desmoronarse.
La Reina Elinor era bastante consciente de la incertidumbre que podría llegar a sentir la gente con todo esto, y por ello puso mucho énfasis en extender entre ellos un mensaje de calma y de esperanza, enviado a ellos por medio de escritos de su propia mano, o declaraciones de su propia voz en la plaza de la ciudadela. La Reina realmente tenía un don para poder llegar al corazón de la gente y hacer que la escucharan. Su hija mayor, sin embargo, lo veía como un intento de tener a la gente engañada. Mientras se alistaba en su habitación para el mismo evento para el que todo el resto del castillo se alistaba, pensaba en aquello, y en que si lo que le dijo la Bruja del Bosque se cumplía, no había nada que esa dichosa reunión pudiera solucionar, ni palabras suficientes que su madre pudiera expresar para calmar a las personas; y para cuando lograran reaccionar de verdad ya sería tarde.
Merida se veía a sí misma frente al espejo de cuerpo de completo de cuarto mientras se vestía. Desde el incidente de hace dos años, su madre ya no le exigía usar esos vestidos totalmente ajustados al cuerpo, ni ocultar su cabello rojizo, lo cual había sido un gran alivio. Sin embargo, ya en esos momentos realmente daba igual, pues en contraposición tenía que usar un vestido de tela gruesa, sobre las capas y capas de ropa, dejándola de nuevo con esa sensación incómoda. El vestido era azul oscuro, y sobre él se colocó una capa azul celeste. Le siguieron unas botas de campo, que no eran precisamente muy formales. Cuando terminó de ponerse todo aquello, soltó un fuerte suspiro de frustración, y acto seguido se dejó caer en la cama, primero de sentón y luego bocarriba. Recostada ahí, se limitó a sólo mirar al techo de manera ausente. En lugar de estar viendo la forma de dar con esa tal Reina de las Nieves al otro lado del océano, tenía que atender a los Lores y a sus simpáticos hijos; estaba de fiesta…
Escuchó unos delgados nudillos llamando a la puerta.
—Merida, ¿ya estás lista, querida? —enunció la armoniosa voz de su madre. Cerró sus ojos momentos y respiró hondo intentando encontrar su fuerza interna para reaccionar. Luego se sentó de nuevo, con sus manos apoyadas contra la cama.
—Afirmativo, mamá —masculló de forma pesada. Elinor abrió la puerta con cuidado y se asomó hacia adentro. Ella usaba un vestido verde olivo, con una capa más gruesa que la suya de bordados dorados.
—Oh, te ves preciosa, querida —sonrió su madre con entusiasmo al ver, colocando sus manos sobre su pecho—. Aunque esas botas…
—Las botas se quedan —declaró Merida con firmeza inquebrantable, y Elinor prefirió no discutir por ello; estaba satisfecha con el vestido formal que le había mandado a hacer, y la capa que ella misma le confeccionó para eventos como éste.
Merida se puso de pie de un salto y se dirigió a donde se encontraba colgado su arco y aljaba con flechas, comenzando a colgárselos al hombro. Adicional a ello, tomó una espada de tamaño mediana que se sujetó a la cintura. Esto sí provocó que la apacible Reina Elinor arqueara una ceja en desaprobación.
—¿Enserio? ¿Arco, flechas y espada?
—Si tengo que pasar el tiempo con ese trío de idiotas, quiero tener esto a la mano —sentenció Merida un tanto tajante.
—Oh, querida. No querrás recibir a los Lores… y a sus hijos —susurró despacio esta último parte—. Con tanto desánimo y agresividad, ¿o sí?
—Lo siento madre, pero no puedo fingir una sonrisa cuando sé que estamos contra tiempo.
Elinor suspiró, un tanto resignada. Se aproximó entonces a su hija, y con sus dedos le acomodó algunos de sus mechones rojizos que le caían sobre la cara.
—Hagamos esto, lleva tus armas si quieres pero deja que las damas te hagan un peinado menos… —su lengua fue incapaz de terminar la frase, mientras sus ojos contemplaban el mar de rizos rojizos desarreglados y sin forma definida que era su cabellera.
—¿Menos qué? —masculló Merida, achicando un poco sus ojos. Elinor tosió un poco aclara dándose su garganta.
—Por cierto, hablé con tu padre sobre lo que me dijiste. —Estas palabras hicieron que un brillo de entusiasmo se asomara en los ojos de Merida, pero se desvaneció casi de inmediato—. Una pensaría que se volvería más abierto al tema de la magia, luego de… bueno, ya sabes, lo ocurrido. Pero al parecer piensa que todo ese asunto de la Reina de las Nieves, son sólo rumores y leyendas. Que la palabra de, y lo cito, "una vieja loca talladora de madera", no es una fuente confiable. —Merida hizo en ese momento una mueca de molestia, y se agarró su cabello entre sus dedos, como si se lo quisiera arrancar—. Lo convencí de que tocáramos el tema con los Lores, pero… si te soy sincera,  no creo que ellos tengan una reacción muy diferente.
—¡Pues mientras ellos se sientan a decir que son patrañas, supercherías y todo eso, el invierno cada vez se hace más horrible! —Merida se alejó unos pasos de su madre, y se paró frente a su ventana, con sus puños apretándose a sus costados—. ¡Todo sería más fácil si pudiera ir yo misma!
—Merida, no digas tonterías —exclamó Elinor con desaprobación—. Si lo que dices es cierto, no puedes ir tú a enfrentar a una bruja que es capaz de convocar un Invierno Eterno como éste. Y aunque no fuera cierto, son tierras desconocidas para nosotros, ya viste que ni siquiera está en nuestros mapas.
Merida no la volteó a ver ni le dirigió palabra. Seguía mirando furiosa por la ventana. El cielo estaba nublado, como siempre, pero al menos no caía nieve en esa ocasión. Era triste pensar que eso se había convertido en un “día bueno”, para ellos.
Elinor suspiró, algo agotada.
—¿No has considerado que quizás, como esa bruja te dijo, sea realmente sólo rumores? Quizás en verdad no haya magia maligna detrás de esto.
—Sí, ¡¿pero qué tal si es verdad?! —espetó, girándose hacia a ella rápidamente—. ¿Qué tal si nos podemos salvar sólo si actuamos a tiempo? Cuando el frío se vuelva peor y no tengamos nada qué comer, ¡¿qué haremos?!
A diferencia de la más que evidente desesperación de su hija, Elinor se mostraba bastante apacible, algo que a Merida podía llegar a desesperar en ocasiones. Su madre se aproximó entonces a ella, y colocó gentilmente sus manos sobre sus hombros; Merida desvió su vista hacia un lado para no verla a los ojos.
—Ten calma, querida —murmuró la reina con moderación—. Te aseguro que sea lo que sea, no nos quedaremos sin comida en las próximas horas. Así que, por ahora, sólo tenme confianza, ¿sí? Los barcos de los Lores ya fueron vistos a lo lejos. Vayamos a recibirlos, tú atiende… a sus hijos… —de nuevo, lo tuvo que susurrar lo más despacio posible—. Y yo me encargo del resto, ¿bien?
Elinor tomó en ese momento su rostro entre sus manos, y la obligó a girarse hacia ella y alzar su rostro para que la viera fijamente.
—Anda —pronunció con ánimo—, sonríeme un poco.
Merida hizo un gesto de puchero y desencanto, pero intentó acceder a su petición y sonreírle, de una forma bastante forzada y falsa pues no tenía nada de ánimos de hacerlo.
—Puedes hacerlo mejor que eso, pero está bien. —Le dio entonces un par de palmadas en su cabeza—. Ven, vayamos a ver si tus hermanos ya están listos.
Elinor se dirigió a la puerta. Merida se quedó un segundo atrás, resoplando con fuerza. Se acomodó las fechas al hombro, y se dignó a seguirla sin nada más que desgano en su andar. La amenaza que había lanzado de ir ella misma a buscar a esa Bruja no había sido en vano como su madre posiblemente había creído. Si ni ella, ni su padre, ni los Lores se tomaban ese asunto enserio, ella lo haría por ellos. Ella se las arreglaría por su cuenta para ir, atravesar el pecho de esa mujer, fuera quien fuera, y salvar a su reino, y posiblemente a todo el mundo. Sólo necesitaba la forma de hacer tan inusual viaje.
— — — —
En DunBroch todos se preparaban para la llegada de los Lores, pero nadie se preparaba en lo absoluto para la llegada de sus otros visitantes: tres jinetes de dragón de Berk, que al mismo tiempo de aquella conversación entre la Reina Elinor y su hija, se encontraban sobrevolando el mar azul. Hacía unos segundos que habían divisado Tierra, por lo que su apuro se había hecho mayor.
—¡Creí que jamás volveríamos a ver el mar así! —Exclamó su líder Hiccup, volando a la cabeza y guiando a los otros dos. Miraba sorprendido hacia abajo, apreciando el mar en forma de agua, lo cual era para él una notoria mejoría luego de días de sólo ver hielo debajo de ellos—. ¡Se los dije!, ¡Aquí el clima ya es más cálido!
—¡Hasta me está dando calor! —Exclamó Eret a su izquierda, más como una broma pasajera ya que en realidad seguía estando bastante frío, pero ya unos niveles más que tolerable para ellos.
—Tal vez esté más cálido, pero eso no quita el hecho de que incluso el frío ha llegado acá —murmuró Astrid a su diestra, con un nada disimulado malhumor. Con una mano acariciaba la cabeza de Skystorm con cariño—. Al menos podremos conseguir algo de comida, ¡si es que no nos MATAN antes!
—¡Esa actitud no nos llevará a ningún lado, Astrid! —Espetó Hiccup con fuerza para que pudiera oírlo bien—. Ya te lo dije, no tenemos muchas opciones. Todos tienen razón, el clima está por empeorar, y esas criaturas que vimos podrían llegar a Berk tarde o temprano. Necesitamos ponerlos a todos a salvo, al menos para darnos algo de tiempo, antes de poder resolver todo esto.
—¿Y qué te hace pensar que se puede resolver, Gran Jefe? —Cuestionó Eret, sarcástico.
—Nuestro encuentro con esos monstruos me hizo confirmar algo que ya sospechaba: esto no es algo natural. Esas criaturas no se crearon solas, alguien o algo está creando este frío.
—¿Pero qué…? —Masculló Astrid incrédula por lo que oía—. ¿Estás escuchando lo que dices? ¿Cómo es que alguien ha creado el frío y esos monstruos? No me dirás que Jokul Frosty está detrás de todo esto, ¿o sí? Hasta Eret piensa que es una locura.
—Oye, ¿qué quieres decir con eso de "hasta Eret"? —Refunfuñó el otro jinete, no muy convencido por su alusión—. Yo no sé si es una locura o no, yo sólo sé de atrapar dragones y comerciar pieles de contrabando; no sé nada de magia ni espíritus malignos. Pero todos modos esto es tan extraño, que quizás no es tan descabellado pensar que todo es obra de algún Dios enojado...
—No sé si es obra de Jokul, Odin, o algún Dios —intervino Hiccup con bastante seguridad en su voz—. Pero algo está causando esto, y sea lo que sea no lo descubriremos quedándonos en Berk a esperar a que todo empeore.
Astrid apretó con fuerza las riendas con sus manos; le costaba creer que terminara teniendo el papel de escéptica en éste viaje de locos.
—¡Bien, genios! Si es así el asunto, no encontraremos nada en tierras cálidas. Lo que esté ocasionando el frío ha de estar en donde HACE más frío.
—¡Pero no podemos ir hacia allá con las manos vacías! —Le respondió Hiccup, volteándola a ver sobre su hombro—. Necesitamos saber si en el continente saben algo más, encontrar un lugar seguro para los otros, y abastecernos. Descuida, Astrid, llegaremos al continente en un páramo despejado, y entonces avanzaremos a DunBroch a pie y pediremos audiencia. Seremos sólo tres chicos vikingos, sin armas y sin dragones, con información sobre las criaturas que vimos. Tendrán que recibirnos... o en el peor escenario nos darán una patada en el trasero y nos lanzarán a la nieve.
Astrid suspiró frustrada. Tenía que admitir que él siempre veía las cosas muy analíticamente, más que cualquiera de ellos. Y siempre de alguna u otra forma, aunque desastroso al inicio, sus planes lograban funcionar. Sin embargo, aún había algo en toda su lógica que a ella no le convencía en lo absoluto.
—Está bien, supongamos que hacemos las cosas como tú dices. ¿Qué te hace pensar que el peor de los casos será que nos pateen? No, no, no, ¡el peor de los casos será que nos corten la cabeza y las exhiban como decoración de sus palacios!
—Oh, vamos Astrid, no estamos en la Época Oscura. La gente es mucho más civilizada ahora, no le cortan la cabeza a cualquier extraño que llegue a sus tierras. Ni siquiera en Berk lo hacemos.
—Eso de gente civilizada es relativo —añadió Eret, algo despacio.
—¡Pero qué terco y confiado eres! —Le gruño Astrid; su malhumor parecía haber evolucionado a un verdadero enojo—. ¿Pero qué digo?, ¡se me olvidaba que nadie puede hacerte cambiar de parecer cuando ya tienes una idea en la cabezota!
—¡¿Te has puesto a pensar que esto tampoco es sencillo para mí?! —Espetó Hiccup, ya con tangible molestia en su voz, la suficiente para que incluso Toothless la percibiera—. ¡Estoy haciendo lo que puedo! Sé que los estoy arrastrando a una locura de la que no sabemos siquiera si saldremos con vida, ¡¿pero qué esperas que haga para poder salvar a nuestra gente?!
—Oigan, chicos —murmuró Eret intentando llamar su atención, pero ellos parecían haberse concentrado por completo en su pelea.
—¡¿Tal vez que intentes ser un poco más racional?! —Le respondió Astrid, igualmente molesta como él, o incluso más—. Entiendo que estás buscando la respuesta a esto, pero estás arriesgándote sin necesidad, guiado sólo por una corazonada. ¡¿Te has puesto a pensar qué pasará con Berk si pierde a su Jefe?!
—¡Hey!, ¡oigan! —gritó Eret con más fuerza, pero el resultado fue el mismo que antes.
—¡¿Y cómo voy a ayudar a Berk quedándome sentado en esa isla, esperando a que el mar se congele por completo?! Tengo que hacer algo, no me puedo quedar con los brazos cruzados y sólo esperar.
—¡Pues tal vez podrías haberlo discutido con los otros en lugar de tomar la decisión de forma unilateral sin pensar en lo que sienten los demás! ¿No crees que tu madre tiene derecho a tomar una opinión sobre esto?
—¡No metas a mi madre en esto! ¿Y cómo puedes decir que no pienso en los demás?, ¡todo lo que hago, lo hago pensando en la gente de Berk!
—¡¡Oigan!! —Les gritó Eret, ahora con todas sus fuerzas posibles—. ¡¡Escúchenme de una buena vez!!
—¡¿Qué quieres?! —Le respondieron los dos al mismo tiempo, volteándolo a ver al fin.
—¡Sólo que creo que tenemos problemas! —Les respondió con alarma, señalando hacia el frente. En la dirección en la que señalaba, se puede ver la costa la que se dirigen. Sin embargo, no era ni cerca un páramo despejado como esperaban. De hecho, a lo lejos podían ver un imponente castillo sobre la colina, un pequeño pueblo a sus pies, y un pequeño muelle justo delante de ellos. Y si eso era poco, había tres embarcaciones de tamaño considerable dirigiéndose a dicho muelle, y ellos estaban a unos cuantos segundos de pasar justo sobre ellas.
Hiccup y Astrid se quedan anonadados al ver esto. Antes de poder reaccionar, los tres pasan sobre los barcos que navegan muy cerca el uno del otro, y los hombres en ellos los notan de inmediato en cuanto sus sombras los cubren por unos instantes. Al alzar sus cabezas y ver sus enormes figuras, todos entran de inmediato en alarma.
—¡¡DRAGONEEEES!! —Gritan con fuerza, señalando con sus dedos al cielo.
Y comenzó el caos…
Sin pensarlo dos veces, varios de ellos tomaron sus arcos y flechas y comenzaron a disparar sin espera contra las criaturas, que se movieron erráticamente de un lado a otro para esquivarlos.
—¡¿Qué rayos, Eret?! —Gritó Astrid como recriminación, volteando a ver al chico a su lado—. ¡Tú dijiste que esta zona del continente estaba deshabitada y era adecuada para llegar y ocultar a los dragones!
—¡Eso creí! —Le respondió el chico, a la defensiva—. ¡Al parecer soy mejor Cazador de Dragones que cartógrafo!
No había mucho por lo que se le podía culpar a Eret. Ninguno de ellos conocía en realidad el continente, así que no habría forma de predecir qué pasaría con exactitud; era tentar a la suerte, como todo en ese viaje, y ésta no les había sonreído en esa ocasión.
—¡Maldición! —exclamó Hiccup, frustrado—. ¡No podemos retroceder ahora!, no hay tierra en kilómetros. Tendremos que avanzar e intentar perdernos en los bosques.
Incluso Astrid, entre todo su enojo y las ganas de exclamar un tremendo “¡te lo dije!”, tuvo el temple suficiente derivado de toda su experiencia como guerrera como para analizar rápidamente su situación y concluir que de momento era su mejor opción si querían salir con vida. Los tres jinetes hicieron que sus dragones aceleraran el vuelo, directo a la orilla.
— — — —
La presencia de los tres dragones tampoco pasó desapercibida en el pueblo, ni tampoco en el interior de la ciudadela del pueblo. El escándalo se volvió imposible de ignorar. La Familia Real apenas se encontraba saliendo del castillo en dirección al muelle para recibir a los Lores, cuando fueron recibidos por sus soldados corriendo en todas direcciones, alistando sus armas y caballos.
—¡¿Pero qué está pasando aquí?! —espetó Elinor con ahínco intentando llamar la atención de alguien, pero le fue difícil pues todos estaban muy alterados.
—¡Oye!, ¡tú! —Profirió el Rey Fergus, que con su enorme tamaño logró alzar sin problema a uno de los soldados, deteniéndolo lo suficiente para encararlo y así poder cuestionarle de frente—. ¿Nos puedes decir de una vez porqué todos corren como gallinas sin cabezas?
—¡Dragones, su majestad! —Gritó en pánico el soldado—. ¡Hay dragones sobrevolando la ciudad! Quédense adentro y no se expongan, por favor.
Esa explicación sólo terminó dejándolos aún más perplejos de lo que ya estaban.
—¿Dragones? —Exclamó Elinor dubitativa—. ¿De qué estás…?
De pronto, Merida se apartó de su familia corriendo a toda velocidad antes de que su madre o su padre se lo impidieran. Subió ágilmente por una escalera, hasta llegar a la parte superior del muro que rodeaba al castillo. Una vez ahí, se apoyó sobre éste y agudizó su mirada hacia el pueblo… y ahí los vio: tres figuras provenientes del mar, sobrevolando sobre las casas a varios metros de altura, y viniendo en su dirección. Merida se quedó totalmente pasmada y boquiabierta. ¿Eso era real?
—¡Sabía que llegaría este día! —Escuchó a su padre declarar con fuerza debajo de ella—. ¡De seguro vienen a robarnos nuestra comida, nuestras ovejas y ganado! ¡Pero no los dejaré para nada salirse con la suya! —Desenvainó su espada de un solo movimiento, alzándola después hacia el cielo—. ¡Guerreros de DunBroch!, ¡síganme!
Los hombres gritaron con energía, y comenzaron de inmediato a seguir en manada a su rey hacia las puertas del castillo. Elinor miró todo esto, un tanto horrorizada. Los pequeños príncipes hicieron el ademán de querer seguir a los demás hombres, pero Elinor los detuvo de inmediato.
—¿A dónde creen que van ustedes? —les reprendió su madre, sujetando a los tres como le fue posible. Merida bajó en ese momento por la escalera, y corrió en su dirección—. Merida, entremos rápido al castillo a refugiarnos… —sus palabras se quedaron a medias, pues su hija la pasó de largo en dirección a las caballerizas—. ¡Merida!
—¡Tengo que ir! —Fue lo único que le gritó antes de perderse entre los establos.
—¡No, no tienes que! ¡Espera! —Le gritó frenética, pero fue rotundamente ignorada. Los trillizos en ese momento se liberaron también de su agarre y corrieron detrás de su hermana en grupo, emocionados por las criaturas voladoras—. ¡Ustedes quédense aquí!, ¡niños!
La reina Elinor tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma, respirar profundamente, y luego tomar su vestido y correr detrás de sus hijos.
Al entrar al establo, Merida silbó con fuerza, y su leal corcel Angus se le acercó apresurado a atender al llamado. La princesa se sube a su lomo de un salto, sin siquiera detenerse a colocarse su silla, y emprendió la marcha detrás de su padre y los demás hombres. Miraba al frente con notoria seriedad, mientras su mente se agitaba toda velocidad analizando la situación. ¿Dragones?, ¿dragones de verdad en DunBroch? ¿Cómo había pasado eso? Su padre parecía convencido de que venían por su comida, lo cual hasta cierto punto podía ser lógico… pero para Merida, esas presencias tan repentinas podrían tener otro significado. ¿Y se tenía que ver… con eso? ¿Y si eran criaturas enviadas por esa bruja? Si era así, la situación se pondría aún peor de lo que creía, y ella tendría que actuar primero.
— — — —
Mientras tanto, Hiccup y sus dos compañeros intentaban alejarse del área de fuego, pero les resultaba algo difícil. Cuando creyeron que habían perdido a los del barco, al llegar a tierra los soldados en el puerto siguieron con su ataque, y luego le siguieron los del pueblo. Los soldados del Rey Fergus no tardaron en hacerse presentes, e igualmente se unieron al ataque con flechas, lanzas y redes para aprisionar a las criaturas. Los tres jinetes de dragones hacían alarde de sus maniobras de vuelo, mientras esquivaban tanto proyectiles como torres.
Muchos de los atacantes notaron que encima de aquellas criaturas en efecto había personas, y esto los dejó perplejos. ¿Había personas controlando a esos dragones?, ¿era acaso algo como eso posible?
—¡Esto no funcionará! —Gritó Hiccup con fuerza—. ¡Sepárense!, ¡vayamos por diferentes direcciones y así su fuerza de ataque se separará también!
—¡No!, ¡es muy arriesgado! —se negó Astrid rotundamente—. ¡Debemos permanecer juntos!
—¡Si lo hacemos caeremos! ¡Soy el jefe y es mi decisión!
Sin decir más, el líder Vikingo le ordenó Toothless que acelerara, y así lo hizo, adelantándose y luego girando a la derecha velozmente.
—¡Hiccup! —Le gritó su mano derecha, pero él se alejó. Quiso seguirlo, pero una lanza que rozó el hocico de Stormfly le cortó el camino—. ¡Por las Barbas de Odin!, ¡te juro que…! ¡Argh!
Astrid inclinó su cuerpo hacia un lado, haciendo que el dragón azul se alejara volando en dicho lado. Eret, por su lado, terminó separándose de los otros dos, prácticamente de forma forzada.
—Bien, Skullcrusher, sólo somos tú y yo por un rato… vamos a morir, viejo. ¡Fue un gusto volar contigo!
Hizo entonces que se dirigieran en una dirección distinta a la de los otros dos, encontrándose de nuevo con área costera y con un mercado. Ahí los hombres seguían persiguiéndolo y la gente corría despavorida. Todo era un completo caos. Las personas corrían de un lado a otro, gritando. Se refugiaban en los edificios, y aquellos que podían tomaban trinchos, palas, incluso carretas con piedras o estiércol, para defenderse de ser necesario o de plano arrojar todo lo que tuvieran a la mano.
Astrid, por su parte, giró hacia otra dirección, a una zona residencial mientras era seguida por hombres que poco a poco iba perdiendo. Hiccup al menos tenía razón en algo: los hombres que los perseguían igualmente se habían dividido para ir tras de cada uno, y por ello el peligro individual quizás en cierta perspectiva era menor. Para su desgracia, Stormfly había comenzado a parecer cansada, y poco a poco le era más difícil mantener la altura, y en su lugar comenzaba a descender.
—¡No!, ¡no te detengas! —le gritaba Astrid, casi como súplica—. ¡Casi estamos en el bosque!, ¡resiste un poco más!
Stormfly no era la única agotada. Skullcrusher, e incluso Toothless, estaban en igual o peores condiciones. Los tres habían volado gran distancia con la promesa de que iban a poder descansar al llegar a tierra, pero ahora se encontraban realmente lejos de ello. Toothless comenzó a volar más abajo, pasando prácticamente por encima de las cabezas de Fergus y sus hombres, y luego incluso sobre Merida. Ésta última, al ver la gran sombra su cabeza, frenó con rapidez a Angus jalando de su crin. Al detenerse, alzó su mirada hacia él y por un pequeño instante, sus ojos lograron divisar a aquel chico de cabellos castaños que volaba en el lomo de aquel dragón. Merida se quedó pasmada al ver ello, incluso más que aquellos que ya lo habían notado también. El jinete la miró igual desde arriba por unos instantes, y luego siguió de largo en su escapada.
—Pero por los Dioses… ¿qué rayos fue eso…?
Merida se talló sus ojos con ambas manos. ¿Había visto bien? ¿Un chico estaba montando ese dragón como si fuera un caballo con alas? Si en efecto había visto lo que había visto, ¿qué hacía ese chico ahí? ¿Venían a atacarlos? Fuera como fuera, no tenía tiempo para pensar tanto en ello. Necesitaba un sitio alto para ver mejor.
Hiccup miraba hacia atrás mientras seguían volando; la velocidad de Toothless se había reducido.
—Bien, muchacho, lo hiciste bien —le indicaba Hiccup con ánimo. Los hombres que los seguía ya se habían quedado atrás—. Ahora tenemos que reunirnos con los otros yo… —Al virarse al frente, pudo divisar a unos cuantos metros el muro exterior del castillo al que se estaban dirigiendo directamente, y que Toothlees por todo su cansancio parecía tampoco haber notado siquiera—. ¡Ah! ¡Amigo!, ¡elévate!, ¡elévate!
Los gritos de Hiccup, acompañado de un fuerte jalón de su silla, hicieron que Toothless reaccionara abruptamente, al menos lo suficientemente rápido para alzarse hacia arriba en línea recta, con su vientre casi rozando el muro. Los hombres en la cima del muro igualmente los atacaron de la misma forma que los otros, e Hiccup rápidamente hizo que su dragón diera una maroma completa en el aire, haciendo que ahora volvieran sobre sus pasos por el mero impulso de la maniobra.
Merida vio a lo lejos al Dragón dando la vuelta, y dirigiéndose en su dirección una vez más. Esa era su oportunidad.
—¡Vamos, Angus! —le indicó de inmediato que reanudara la marcha con velocidad, en dirección a la torre de observación más cercana. El caballo entonces aumentó su velocidad corriendo entre las personas, e incluso saltando un puente, para llegar al destino que su jinete le indicaba.
Poco a poco fueron ganando terreno hasta llegar a la torre. Se detuvo justo frente a ésta, se bajó de un salto y comenzó a subir a toda velocidad la escalera de caracol de piedra en dirección al puesto de observación en la punta, con su adrenalina a todo lo que daba.
El sitio estaba solo; evidentemente el vigía encargado del sitio se había ido a combatir con el resto. Era una decisión hasta cierto punto comprensible, pero tonta, ya que desde ese sitio era mucho más efectivo para acabar. Esperaba que él no hubiera huído a causa del miedo y decidió esconderse, porque entonces su padre no lo tomaría nada bien.
Se paró frente al barandal de madera y miró a todos lados, hasta divisar al dragón negro sobrevolando algo bajo, y no muy lejos de su posición. Y en ese momento realmente pudo verificarlo sin duda alguna: había un chico montando en su lomo. Pero eso no importaba, tenía que reaccionar con rapidez o perdería el tiro. Rápidamente tomó su arco, sacó una de sus flechas del estuche, cargó, y apuntó al frente, todo en un solo movimiento de apenas una fracción de segundo. Tenía que ser astuta y rápida; sólo tendría un tiro antes de que lo perdiera, y por lo tanto tenía que ser efecto. Mientras contemplaba su objetivo, agudizando lo más posible su mirada, algo en el dragón de un color poco usual le llamó la atención. Era algo rojo en la punta de su cola, algo que no concordaba con el resto de él que era totalmente negro. No sabía que era, pero su instinto se centró en él de manera casi involuntaria.
Retuvo la respiración un instante, y luego inhaló lentamente por la nariz, exhalando del mismo modo un poco después. No podía precipitarse, tenía que estar segura de que lo tenía en la mira y dirección correcta. Respiró, sólo respiró… Y justo cuando la criatura se encontraba en la posición y distancia correcta, soltó la flecha sin vacilación alguna…
La flecha surcó el cielo en una línea recta y casi perfecta, dirigiéndose justo a donde quería dirigirse. El proyectil atravesó con su punta la aleta roja de la cola de Toothless, el material rasgándose casi por completo. El dragón no sintió como tal el impacto, pero sí sintió cuando simplemente todo su equilibrio y balance se desmoronó y comenzó a dar vueltas mientras descendía casi en picada.
—¡¿Qué?! —Exclamó Hiccup al sentir como perdían por completo el control. Miró hacia atrás y ahí lo vio: la aleta de la cola rota—. ¡Oh, no! ¡No!, ¡no! ¡Resiste amigo! ¡Elévate lo más que puedas!
Toothless hacía todo lo posible para mantenerse en el aire, pero con sus aleteos sólo podía agitarse y girar. Terminó golpeando con su cuerpo algunos tejados en su intento de elevarse, pero luego cayó precipitadamente al suelo sin oposición, derribando varios puestos y cajas cerca del puerto.
Merida presenció en silencio toda la trayectoria del dragón hasta desplomarse en la tierra, y solo al escuchar el “crash” de la madera rompiéndose al impacto, logró respirar de nuevo, soltando un fuerte suspiro de alivio, aunque también de agotamiento.
—¡Merida tumbó al dragón! —Escuchó de pronto que gritaba justo a su lado la sonora vocecilla de su hermanito Harris, alzando sus bracitos con emoción—. ¡Viva!
—¡Yo también quiero hacerlo! —Agregó de inmediato Hubert al otro lado, dando saltitos.
—¡Vamos a verlo de cerca! —Se les unió Hamish con la misma emoción.
—¿Y ustedes qué hacen aquí? —Exclamó con recriminación la princesa, volteándolos a ver—. ¡No se acerquen a él! ¡Quédense aquí!
Comenzó a correr de regreso a las escaleras para bajar de la torre. Angus ahí la esperaba paciente. Se subió de un salto a su lomo, y de inmediato emprendieron marcha hacia donde el dragón y el chico sobre él habían caído.
—¡Oh!, ¡¿por qué sólo tú puedes hacer locuras divertidas?! —Le gritó Harris desde la punta de la torre, y los tres comenzaron a bajar las escaleras uno detrás del otro, sin importarle su advertencia.
— — — —
Hiccup se encontraba realmente aturdido tras esa fea caída. Intentó levantarse, pero su primer intento fue infructuoso ya que seguía sujeto a la silla de Toothless. Buscó a tientas el seguro para liberarse, pero en cuanto lo hizo cayó de espaldas al suelo.
—Auh… —se quejó despacio—. Toothless… ¡Toothless!, ¡¿estás bien?!
Se recuperó como le fue posible y gateó hacia su compañero, tomando su cabeza entre sus brazos. Los ojos del dragón se abrieron adormilados al sentir su contacto, pero poco a poco comenzaron a reaccionar. Agitó su cabeza varias veces para quitarse el aturdimiento, haciendo un sonidito con la garganta. Miró Hiccup con sus enormes ojos verdes, y luego volteó hacia atrás, alzando su cola. El material de la aleta estaba totalmente rasgado. Hiccup también la miró con más detenimiento. Había sido alcanzado por alguna flecha, era lo más seguro. Pero que le diera justamente en ese punto, o era muy mala suerte… o algo más.
De repente, los ojos de Toothless se afilaron con expresión de alerta, y rápidamente saltó delante de su jinete, protegiéndolo por completo con todo éste e incluso enseñando sus colmillos.
—¿Qué sucede, amigo? —le cuestiona Hiccup con confusión. Miró a su alrededor, y notó a unas cuantas personas, ninguna de ellas soldados a simple vista, viéndolos con miedo desde las ventanas y detrás de las esquinas. Pero no eran estas personas las que provocaban tal reacción en su amigo, sino un imponente corcel negro que se acercaba a ellos a toda velocidad. El caballo se detuvo a unos metros de distancia, y la persona sobre él se bajó de un salto. En cuanto sus pies tocaron el suelo, sus manos ya estaban sujetando su arco y flecha, y ésta última señalaba justo a ellos.
—¡Oye tú! —Le gritó con gran fuerza la chica de rizos pelirrojos y capa, con bastante autoridad en su tono—. ¡¿De dónde vienes forastero?! ¡¿Y cómo es que estás montando un dragón?!
Aún a pesar de la protección de Toothless, Hiccup estaba seguro que la flecha de aquella chica lo señalaba directo a él, posiblemente entre sus ojos.
—Tranquilo amigo, tranquilo —le indicó con calma a su amigo, colocando su mano sobre su cabeza para indicarle que bajara un poco su agresividad, pero Toothless no hacía tal cosa, o tal vez no quería hacerlo. Hiccup se levantó por completo y se colocó delante del dragón negro, encarando de frente a la chica que lo apuntaba—. ¿Tú fuiste quien nos derribó?
—No es por presumir, pero tengo la mejor puntería de todo DunBroch —respondió la chica, frunciendo más y más el ceño. Siguió apuntándolo con la flecha mientras caminaba a su alrededor, manteniéndole su distancia. Mientras lo observaba de arriba abajo, no pudo evitar notar su pierna izquierda, o más bien la ausencia de ella; en su lugar tenía una especie de pierna postiza, pero no de madera como la de su padre sino de metal.
Hiccup alzó sus manos en señal pasiva, o más bien de no agresión; sus ojos la siguieron en silencio.
—Escucha, cometen un error, no venimos con malas intenciones.
—¿No vienen con malas intenciones? —Masculló la pelirroja, incrédula—. Perdóname si no te creo. ¿Quién vendría con un dragón a éstas tierras? Es más... ¿cómo conseguiste uno?
Los ojos de la chica se centraron justo en aquel ser oscuro, notándosele muy sorprendida al poder verlo de cerca; realmente era un dragón. Pero éste, sin embargo, no parecía nada sorprendido ni feliz de verla. Al notar que lo está viendo, le empezó a gruñir y le enseñó sus colmillos, en actitud de alerta.
—Es… una… larga historia… —balbuceó Hiccup, inseguro—. ¡Pero no tienes nada que temer!, ¡no son peligrosos! —El chico dejó una mano alzada en su dirección, mientras la otra la colocaba sobre la cabeza de su dragón para tranquilizarlo—. Es mi amigo, y ninguno de los dos quiere hacerles daño.
La pelirroja los miró con marcada desconfianza al oír esas palabras. La gente cerca de ellos cuchicheaba alrededor de ellos, esperando el menor signo de pelea para formar un alboroto. Al parecer ellos tampoco creían lo que escuchaban, y con razón. Aun así, Merida comenzó a bajar su arco y flecha, hasta hacer que ésta última señalara hacia el suelo, pero seguía sujetando ambos con sus dedos para cualquier situación que se presentara.
—¿Tu amigo, dices? —Murmuró, achicando sus ojos— Si es así, dime qué es lo que sientes cuando lo miras a los ojos.
—Ah… ¿Qué…? —Exclamó el vikingo, un poco extrañado. Miró entonces hacia la gente, aparentemente bastante inquieta—. ¿Por qué me preguntas eso… ahora…?
—¿Cómo sé que realmente vienes con buenas intenciones y que ese dragón que traes ahí es tu amigo? Alguien que está conectado con un compañero animal respondería con facilidad ésta pregunta…
La mirada de la pelirroja se agudizó aún más, y sus manos claramente se tensaron, listas para alzar su arco en cualquier momento. Pero Hiccup igualmente reaccionó, sintiéndose un poco molesto por la manera en la que le hablaba y las cosas que decía como si lo juzgara de alguna forma. El líder Vikingo se paró entonces derecho y con bastante firmeza. Su porte cambió drásticamente, y dejó un tanto sorprendida a la chica delante de él.
—Toothless no es mi compañero animal —declaró fervientemente—. Cuando lo veo a los ojos, no veo un animal, o un dragón, o una criatura, o algo a lo que hay que temer; yo sólo veo a mi mejor amigo, a un compañero, al que le puedo confiar mi vida, y sé que él me la confiaría a mí.
Era increíble percibir tal decisión y fuerza proveniente de las palabras de un chico con tal apariencia, a simple vista tan escuálida y débil. Un gran impacto y sorpresa se reflejó de inmediato en el rostro de aquella chica. Definitivamente no parecía la forma de hablar de una persona mala, o de alguien que estuviera diciendo mentiras. El solo ver como aquel dragón se sentía tan ansioso por protegerlo, era bastante prueba de la veracidad de sus palabras… Alguien así, no podía ser su enemigo.
Relajó los hombros, al igual que su mirada, y destensó su arco. Retiró la flecha y la guardó lentamente de nuevo en su estuche; sólo hasta entonces el dragón negro se calmó, y sus dientes incluso desaparecieron. Hiccup igualmente suspiró aliviado, aunque algo sorprendido por el cambio.
—Sí, ya lo veo —murmuró la pelirroja, más confiada—. Bueno, supongo que alguien así no sería una amenaza ni aunque lo quisiera. —le sonrió de pronto ampliamente, tomando aún más por sorpresa al joven vikingo. Dio entonces un paso al frente, extendiendo su mano libre hacia él—. Mi nombre es…
—¡¡MEEEEEEEERIDAAAAAAAAAA!! —Se escuchó como una voz gruesa y aguerrida que gritaba a los cuatro vientos con tanta fuerza que hizo retumbar las casas cercanas. En un parpadeo, una enorme cantidad de soldados se abrió paso hacia ellos, guiados al frente por el alto y fornido Rey Fergus en persona—. ¡¡Aléjate de ellos inmediatamente!!
El rey tomó a su hija del brazo y la jaló hacia atrás de forma casi violenta, protegiéndola con su enorme cuerpo.
—¡Papá! —Exclamó Merida, sorprendida por la inesperada presencia—. ¡¿Qué haces?!
Toda la decena de soldados que venían con el Rey Fergus, comenzaron a rodear al chico y al dragón, apuntándolos con sus lanzas y espadas, y con sus ojos llenos de instinto casi asesino. Hiccup miró apremiante a todos lados; estaban totalmente rodeados, y sin la aleta de Toothless, no habría forma de que pudieran ir muy lejos…
—Creo que éste sí es el peor escenario —susurró el vikingo para sí mismo, esperando que Astrid no lo estuviera escuchando…
FIN DEL CAPÍTULO 06
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nadies-draws · 7 years ago
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A SENPAI NOTICED ME!!! .O.!! AHHHHHHHHHH Her art is cute and awesome, and she liked my Fin drawing (can't remember if I posted it, gotta check). Go take a look at her drawings!! En español, SENPAI ME NOTICEO, WEEEEEEYYYY!!! Gran artista, Denissechan! Gracias por pasarte TwT espero te guste lo que hago!
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denissechan-blog · 8 years ago
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Chibi Denisse in a panda suit with a doughnut <3 that’s enough to give somebody diabetes 
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shiningamongdarkness · 6 years ago
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A birthday gift from @denissechan. A beautiful drawing of Damien and Samara, next to meet for the first time.
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wingzemonx · 7 years ago
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Invierno Eterno - Capítulo 05. ¿Quién eres?
Historia escrita en conjunto con @denissechan​ 
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Invierno Eterno
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 05. ¿Quién eres?
El cumpleaños número diecinueve de Rapunzel realmente no estaba saliendo para nada como a ella le hubiera gustado. ¿Era mucho pedir sólo tener una noche tranquila, cocinar y comer un pastel, relajarse y que todo el mundo la dejara tranquila? Y aún mejor: ¿que ese extraño chico de cabello blanco se mantuviera lejos de ella y de su casa? Aparentemente así era, pues ahora ese sujeto estaba justo en su ventana, dejando que todo el aire frío del exterior penetrara por ésta, junto con algo de nieve.
Una vez que logró recuperarse de su sorpresa inicial, su rostro comenzó a endurecerse y cubrirse de enojo, y entonces se paró de un salto del suelo, encarando a su invasor de frente con firmeza.
—¡¿Qué haces ahora en mi casa?! —Le gritó furiosa—. ¡¿Estás siguiéndome?!
—¿Siguiéndote? —Espetó el albino, entre sorprendido y ofendido por la acusación—. Nada de eso. Yo sólo…
—¡No!, ¡no quiero oírte! —Interrumpió abruptamente, señalándolo con su dedo de forma acusadora—. No sé quién eres, qué eres o qué quieres, ¡pero hoy fue un día muy duro para mí! Estuve ayudando en la clínica a toda la gente que llegó con enfermedades a causa del clima; sonreí y reí para ellos, con toda mi energía para intentar animarlos. —Al tiempo que hablaba, comenzó a caminar de un lado a otro; el chico en la ventana, sólo lo seguía con su mirada, en silencio—. Trapeé, sacudí, barrí, preparé comida, y al terminar mi turno me dirigí tranquilamente para mi casa sin meterme con nadie. ¡Pero antes de llegar a mi casa apareciste tú! Un chico extraño que llegó volando como si fuera cualquier cosa, me ignoró cuando le hablé, me dijo cosas hirientes pensando que no lo estaba escuchando; y cuando intenté que me respondiera, ¡se fue volando de nuevo haciéndome ver como una loca cuando el loco es él!
Se detuvo de golpe, y se giró de nuevo hacia él, con sus ojos a punto de soltar lágrimas de frustración y enojo; esa imagen dejó a Jack muy impresionado.
—¡Hoy es mi cumpleaños! —Exclamó con su voz entrecortada—. Y estoy confundida, triste y enojada. Así que si viniste aquí para seguir diciéndome cosas que me harán quedar como una lunática —señaló de golpe hacia afuera—, ¡puedes irte ahora mismo por donde llegaste!
El chico la miraba algo extrañado tras haber escuchado todo ese extenso discurso, que culminó con esa “agradable” petición para que se retirara. Se quedó quieto unos segundos, hasta que estuvo seguro de que ya hubiera terminado de hablar.
—De acuerdo…. —murmuró, algo inseguro—. Supongo que eso significa que sigues viéndome… —Miró entonces de reojo hacia un lado—. Y creo que algo se quema en tu horno.
Rapunzel se había quedado casi congelada en la posición de señalar hacia afuera, hasta que el singular olorcillo a quemado le llegó a la nariz, acompañada de dicho señalamiento por parte del extraño.
—¡Mi pastel! ¡No!, ¡no!, ¡no!, ¡no!
Corrió apresurada hacia la cocina, olvidándose por unos instantes de la incómoda intromisión del chico volador en su hogar. Al abrir el horno, el humo comenzó a salir del interior e inundó la cocina, provocándole una fuerte tos. Sacó el pastel con ayuda de una toalla y lo dejó sobre la mesa. Al echarle un vistazo, su estado fue más que claro para ella.
—Se quemó todo… —murmuró con pesadez entre tosido y tosido, mientras agitaba la toalla para dispersar el humo.
A pesar de la muy expresa petición por parte de la dueña de la casa para que se retirara, el chico de la ventana no le obedeció. De hecho, en su lugar, ingresó a la cabaña e un saltito, apoyando sus pies descalzos sobre el suelo de madera.
—Escucha, ¿qué más quisiera que irme y dejarte sola?; pero no puedo hacerlo —le decía desde la estancia, con la suficiente fuerza para que ella lo escuchara en la cocina; aunque, realmente, no ocupaba mucho, pues la cabaña no era tan grande en realidad—. Creo que empezamos con el pie izquierdo. Déjame presentarme: yo me llamo Jack Frost. ¿Y tú dijiste que eras… Rábano… algo…?
Sintió en ese momento que algo pinchaba su pie. Al bajar la mirada, se encontró a Pascal, mirándolo con molestia, con los brazos cruzados, y su cola señalando a la ventana.
—Oye… creo que se te metió una lagartija a la casa —mencionó confundido, y entonces empujó al animalito un poco con su bastón hacia un lado.
—¡Mi nombre es Rapunzel! —Gritó la castaña desde la cocina—. Él es Pascal, ¡y no es una lagartija!, ¡es un camaleón!
—Claro, un camaleón, sí —murmuró confundido, apoyando su bastón en el hombro—. Algunos tienen perros y gatos como mascotas; ¿por qué no camaleones?
—¡¿Y por qué no te has ido de mi casa?! —Gritó Rapunzel furiosa, entrando de nuevo en la estancia con manchas negras de humo en toda la cara. Jack intentó no reír por tal imagen, aunque sus intentos no fueron precisamente muy discretos.
—Necesito hablar contigo de varias cosas, y no sé ni por dónde empezar. Cómo porqué puedes verme, quién eres realmente, o…
Los ojos azules del albino se tornaron serios, provocándole un pequeño respingo a la dueña de la casa. Rápidamente, Jack tomó su bastón una mano, lo giró y lo pasó con el mismo movimiento a la otra, y entonces señaló con la punta de éste hacia la ventana; o, más bien, hacia el cielo nublado que se veía por ella.
—¿Tú hiciste eso? —Inquirió con firmeza—. Lo del cielo… ¿Tú lo despejaste?
Rapunzel fue incapaz de ocultar su impresión ante tal cuestionamiento. Sus ojos verdes se llenaron de algo bastante parecido a miedo, y su cuerpo entero se tensó. Por varios segundos, sólo hubo silencio, hasta que la castaña logró reaccionar. Sin embargo, dicha reacción fue básicamente un ceño fruncido, acompañado de un completo aire de enojo, incluso mayor al que ya tenía con anterioridad. Jack no fue ignorante de dicho cambio.
Sin decir nada, la joven regresó caminando a la cocina, dejándolo solo con Pascal. Después de unos momentos regresó, pero ahora con una gran sartén negra en la mano. Se paró firme delante de él, palmeando la parte inferior del instrumento de cocina con su otra mano, sin quitarle su mirada casi asesina de encima.
—¿Eso es un sartén? —Cuestionó Jack, confundido por tan curiosa imagen.
—¿Tendré que sacarte a la fuerza, Jack? —Gruñó Rapunzel, haciendo énfasis en su recién revelado nombre.
La ceja derecha de Jack se arqueó, intrigado. No ayudó mucho a su confusión que Pascal se subiera a la mesa, y lo mirara acusador.
—¿Me estás amenazando con un sartén? —Sonrió divertido el albino—. Lo siento, pero tendrás que esforzarte más que eso.
Rapunzel se fue enojando más y más conforme él hablaba.
Y de repente, lo único que se oyó fue un estruendoso ¡Twak!, de algo metálico pegándole a algo hueco.
—¡¡Aaaaaaaaaaaaah!! —Exclamó el albino con dolor tras el golpe en la cabeza con el sartén,  mismo que lo hizo caer de sentón al suelo y soltar su bastón. Llevó sus dos manos a su cabeza, empezando a gemir adolorido—. ¡Auh!, ¡auh!, ¡¡auh!! ¡Eso me dolió…!
Aparentemente diría algo más, pero en su lugar calló de golpe, y sus ojos se abrieron estupefactos.
—¿Eso… me dolió…? —Masculló confundido—. ¡¿Cómo es que…?!
Alzó su cabeza rápidamente hacia ella, pero antes de que pudiera terminar su frase, recibió otro golpe del sartén en manos de la castaña, pero esta vez directo en su cara.
Lo último que recordaría sería el sonido hueco del acero, y después, todo negro.
— — — —
No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente, pero al parecer fue el suficiente para que una delgada capa de nieve se formara en su cabello y pecho. Ya no se encontraba en el interior de la cabaña, sino tirado en el suelo boca abajo, justo afuera de ésta; su bastón yacía igualmente en el suelo, a un par de metros de él.
Desconcertado, adolorido y perdido, se sentó poco a poco en el piso, con una mano aún aferrada a su cabeza. Cuando le fue posible, miró a su alrededor para cerciorarse de dónde se encontraba realmente. Al inicio se sintió desorientado, hasta que logró divisar la cabaña justo a sus espaldas.
—Grandioso —soltó como un alarido, y justo después comenzó a pararse como le fue posible, apoyándose también en su recién recuperado bastón—. Un sartén… el gran Jack Frost derrotado por un sartén.
Se aproximó a la cabaña, notando las ventanas cerradas, y suponía que ahora con seguro por dentro. De todas formas, no es como si tuviera pensado intentar entrar por ahí otra vez. En su lugar, se dirigió a la puerta y comenzó a tocar con insistencia.
—¡Oye!, ¡¿qué clase de persona golpea a la gente con un sartén?! ¿Eres algún tipo de lunática?
—¡Lo dice el chico que vuela por ahí como si fuera el rey del mundo y entra a casas ajenas sin preguntar! —Se escuchó que pronunciaba la voz de la ocupante de la casa, aparentemente al otro lado de la puerta—. ¡Déjame en paz o la volveré a usar y no dudaré en hacerte daño!
Chocó entonces el sartén contra la puerta, creando de nuevo ese sonido, que hizo que Jack se sobresaltara asustado, y retrocediera un par de pasos con tal de hacer distancia entre él y la puerta. Se quedó quieto unos instantes, pero en cuanto pudo reaccionar colocó su mano derecha contra la puerta de madera, y la presionó con fuerza contra ésta; sin embargo, como era de esperarse, nada pasó.
Soltó un quejido de molestia y entonces se volteó hacia el cielo, intentando divisar la luz de la luna entre todas esas nubes.
—¿De qué sirve ser… lo que sea que yo sea, si no puedo atravesar paredes? —soltó de golpe al aire a tono de queja. Rapunzel, desde adentro de la cabaña y con su oído cerca de la puerta, desconoció si esa frase iba hacia ella o no.
Jack respiró hondo un par de veces, intentando tranquilizarse. Seguía con su mano apoyada contra la puerta, y veía ésta con mucho detenimiento. Si quería lograr algo, tendría que atacarlo desde un diferente ángulo… pero aún no tenía ni idea de cuál tendría que ser ese.
—Oye, escúchame, yo… —balbuceó inseguro, y luego guardó silencio al no saber cómo continuar.
Lentamente retiró su mano de la puerta, y se volteó hasta que le dio la espalda a ésta y pudo recargarse contra la superficie de madera. Alzó de nuevo su mirada al cielo, de nuevo buscando a la luna; si no podía verla, al menos deseaba escucharla… pero no obtuvo ninguna de las dos cosas.
—Lo siento, ¿de acuerdo? —Murmuró de pronto, notándosele algo inseguro de incluso cómo pronunciar dichas palabras—. No quería molestarte u ofenderte. Es sólo que… no estoy acostumbrado a que la gente me vea, o me escuche, o me hable… No sé cómo reaccionar a una situación así; normalmente si digo algo hiriente, nadie me escucha y nadie se enoja, así que nunca tengo que disculparme. Lamento si acaso te estoy perturbando en tu cumpleaños, ¡pero enserio necesito hablar contigo! Quizás tú puedas ayudarme.
El interior de la cabaña estaba en silencio, por lo que Jack no estaba siquiera seguro de que lo hubiera escuchado; posiblemente ya ni estaba cerca de la puerta, pensó.
Pero sí lo estaba, y sí había escuchado todo.
Del otro lado, Rapunzel tenía también su espalda contra la puerta, mientras tenía ambas manos aferradas al mango de su sartén. Sólo hasta que oyó esas últimas palabras, había caído realmente en cuenta de algo. Ese extraño chico había mencionado varias veces que le sorprendía ser visto y escuchado por alguien. Ella no le dio importancia a ello, y no le creía. Pero la señora de hace un rato no lo había visto, a pesar de que había ido saltando justo después de ello.
¿Era cierto? ¿Realmente la gente no podía verlo? No había caído en cuenta de lo que eso podría llegar a significar para alguien. ¿Y si ella no fuera vista por ninguna persona? Estuvo toda su vida atrapada en una torre donde nadie podía verla, y ella no podía ver a nadie, más allá de su madre y Pascal. Pero… eso sonaba aún más solitario. ¿Estar rodeada de personas que no te escuchen por más que les grites? ¿Qué no te hablen?, ¿no te volteen a ver?, ¿Que ni siquiera te den los buenos días o te pregunten cómo estás si te caes?
Rapunzel aún estaba acostumbrándose a lo que significaba estar rodeada y convivir con decenas de personas al mismo tiempo. Sin embargo, una vez que conoció la calidez y el cariño que una persona podía darte… especialmente, “esa persona especial”… la idea de vivir sin nadie, totalmente sola…
Aunque, así sería mejor para ella, ¿no? Sin nadie a quien molestara con su extraña forma de ser, sin nadie que tuviera que salir lastimado por su culpa… sin nadie que la abandonara.
Bajó su cabeza y soltó un pequeño suspiro. Volteó a ver a Pascal por unos momentos  a sus pies en busca de algún consejo, pero éste sólo se encogió de hombros. Volvió a suspirar una vez más, y entonces se giró con cautela hacia la puerta, mirándola como si lo estuviera mirando a él de frente.
—Digamos que de cierta forma te creo —murmuró con firmeza—. ¿Cómo podría ayudarte entonces? ¿Qué puedo hacer yo por ti?
—Eso… es lo que quiero saber… —expresó el chico de cabellos color nieve, e inmediatamente se giró también hacia la puerta; igualmente, mirándola como si la viera fijamente a ella— Eres la primera persona que logra verme en todo este tiempo. ¿Por qué? ¿Quién eres? ¿Sabes  acaso qué fue lo que me pasó? —Hizo una pequeña pausa reflexiva—. ¿Sabes… qué soy…?
  Rapunzel enmudeció de nuevo. Sus dedos se apretaron aún más al mango de su sartén hasta ponerse blancos.
—Lo siento, simplemente soy... —se pasó en ese momentos una de sus manos por su cabello corto—. No soy nadie… Sólo una chica común y corriente que quiere pasar un cumpleaños tranquilo sin tener que pensar en todo lo que perdió un año atrás…
—No puedes ser una persona común —recalcó el chico de afuera—. Nadie jamás me había visto, ¿por qué tú sí? Debe de haber algo especial en ti.
“Especial”… Esa palabra fue como una puñalada en su pecho. Sintió un nudo en la garganta; había más palabras que querían salir, pero ella intentaba detenerlas. Sin embargo, al final, terminaron por salir casi por sí solas.
—Hubo un tiempo atrás en el que no era tan común y corriente. Podía hacer cosas asombrosas, y por ello hubo gente que me buscó… y que sufrió.
—¿Que podías hacer cosas asombrosas? —cuestionó sorprendido—. ¿Qué cosas?
—¡Eso no importa! —Espetó Rapunzel con fuerza—. Eso quedó en el pasado ya. Así que, lo lamento, pero no sé qué es lo que te pasó, ni quién eres. Si pudiera ayudarte lo haría, pero no. Así que por favor, vete.
—No, espera —insistió—. Pero tú hiciste lo de hace unos momentos, ¿no?
Alzó en ese momento su bastón al cielo, señalando con él hacia las nubes, aunque ella igual no lo podía ver.
—El cielo se despejó por unos segundos. Tú lo hiciste, ¿o no? Pude ver el brillo que emanaba de aquí, y un calor agradable. ¿Fuiste tú? ¿Cómo lo hiciste?  
Rapunzel cerró sus ojos con fuerza, y negaba repetidamente con su cabeza, aunque él igual no la podía ver.
“No puedes ser una persona común. Nadie jamás me había visto, ¿por qué tú sí? Debe de haber algo especial en ti”
¿Especial? Sí, claro que era especial. ¿Y eso de qué le sirvió? ¿De qué le sirvió ser tan “especial”? Nada… lo único que hizo, desde el mero día de su nacimiento, fue traerle desgracias, puras desgracias.
Ella no quería seguir hablando de eso; no quería revivirlo.
Se veía a sí misma, en aquel sitio.
"Flor que da fulgor… con tu brillo fiel…"
Eugene perdiendo la última de sus fuerzas, y ella cantando aquella canción que no funcionó cuando más lo necesitó...
—¡¡Basta!! —exclamó de repente con mucha fuerza, asustando incluso a Pascal; igualmente Jack se sobresaltó sorprendido. Rapunzel se había agitado tanto que las lágrimas comenzaron a recorrer de nuevo sus mejillas— ¡Yo no lo hice! ¡No soy especial! ¡Y no puedo ayudarte! Todas las personas que llegan a acercarse a mí terminan mal, así que te ruego te vayas de una vez… por favor…
—No te entiendo —respondió el albino, confundido—. No sé a qué te refieres con eso, pero debes escucharme.
—¡No!, ¡no quiero!; ¡¿qué tengo que hacer para que me dejes en paz?! —gritó con aún más fuerza—. ¡Sólo vete!, ¡vete!
—¡Escúchame! —Soltó el chico con gran fuerza, e hizo chocar su mano contra la puerta—. ¡Este invierno no es algo normal! Si tú pudiste disipar lo que está causando esto, aunque fuera por unos segundos, entonces quizás tú puedas…
De pronto, se escuchó desde el cielo, justo sobre sus cabezas, un fuerte gruñido que resonó como un trueno. Tanto Jack como Rapunzel lo escucharon con claridad, y se quedaron petrificados en sus lugares.
—¿Qué fue eso? —cuestionó la castaña, nerviosa—. ¿Un lobo? ¿Un oso? ¿Un animal salvaje? ¿Rufianes?
—No —soltó Jack de manera sepulcral, y justo después el rugido volvió a oírse, aunque con mucha más fuerza—. ¡Rayos!, ¡Abre la puerta! ¡Déjame entrar!
Rapunzel no lo dudó mucho; ciertamente no podía dejarlo allá afuera a su suerte, por más molesto que fuera. Rápidamente abrió la puerta, lo tomó de sus ropas, y lo metió de un fuerte jalón hacia adentro de la cabaña, antes de que éste pudiera reaccionar. Una vez dentro, cerró de nuevo la puerta detrás de ellos.
—¡¿Qué fue eso?! —volvió a preguntar, pero ahora notoriamente más alarmada.
Jack chisteó con sus labios, y le indicó con su dedo que guardara silencio.
—¡Agáchense! —indicó, y rápidamente se sentó en el suelo, con su espalda contra la pared. Rapunzel se agachó junto a él, agarrando a Pascal con una mano mientras que con la otra sostenía la sartén con fuerza.
Jack pagó su oído contra la puerta para poder escuchar. Al inicio todo era silencio, pero eso no duró mucho. Se escuchó de pronto un golpe fuerte, seguido de algunos jadeos, similares a los de un animal salvaje. Luego algunos pasos pesados que se movían por el frente de la cabaña de un lado  otro. Fuera lo que fuera, su sombra se asomaba un poco por debajo de la puerta y ambos podían verla.
Rapunzel comenzó a sudar frío, totalmente petrificada al escuchar todos esos extraños sonidos detrás de la puerta. Sin fijarse, de los nervios apretó de más a Pascal entre sus dedos.
Se quedaron quietos y en silencio un largo rato, hasta que poco a poco los ruidos del exterior se fueron apagando, y todo quedó de nuevo en silencio. Sólo hasta entonces los tres, incluido Pascal, lograron respirar aliviados.
—¿J—J—Jack…? —Tartamudeó Rapunzel, volteando a verlo, impresionada—. ¿Qué fue... eso...?
Jack se quedó serio, y entonces comenzó a gatear cauteloso hacia la sala sin alzarse mucho.
—Creo que era lo que estaba siguiendo hace unos momentos —le respondió despacio—. Pero creo que ya se fue.
Se aproximó a las ventanas y las abrió apenas un poco para poder asomarse hacia afuera y verificar que todo era seguro. Sin embargo, con lo que se encontró al otro lado de las ventanas de madera, fue con la enorme cabeza de un ave, casi del tamaño de la cabaña, con un largo pico de hielo, y ojos totalmente negros que lo miraban fijamente.
Por mero reflejo cerró las ventas de golpe con fuerza.
—No, ahí sigue… —masculló entre dientes.
Antes de que Rapunzel pudiera preguntarle de qué hablaba, se escucharon de nuevo los fuertes gruñidos de la criatura, y acto seguro su largo pico atravesó las ventanas de madera, arrancándolas de las bisagras, y entrando en la cabaña lo más que dicha abertura le permitía.
Rapunzel soltó un grito de horror al ver el enorme pico entrar de esa forma en su casa. Aire frío salía de su pico, cubriendo de escarcha el suelo y las paredes.
—¡¿Un ave gigante?! ¡¿Cómo llegó un ave gigante aquí?! ¡¿Cómo es que existe un ave gigante en primer lugar?!
—¡No eran tan grandes! —Respondió el albino, estando en el suelo e intentando esquivar los picoteos del enorme animal—. ¡Creo que crecieron un poco!
—¡¿Un poco?!
En cuanto tuvo la oportunidad, se alejó de la ventana rodando por el suelo, haciendo suficiente distancia entre ésta y él.
—¡Aléjate de la ventana! —Le gritó con autoridad, y sin esperar comenzó a agitar su bastón sobre su cabeza. Una ráfaga de viento frío comenzó a surcar a su alrededor, acumulándose justo sobre él.
Rapunzel miraba todo esto sorprendida. ¿Eso era algún tipo… de magia?
Luego de unos segundos, Jack dejó caer su bastón con fuerza al frente, hasta que éste chocó contra el suelo. Al hacer ese movimiento, un fuerte golpe de viento empujó al ave hacia atrás, con tal fuerza que lo alejó de la cabaña y lo hizo chocar los árboles que se encontraban al frente.
—¡Rápido!, ¡vámonos! —Indicó Jack en cuanto el terreno estuvo libre, saliendo por la ventana de un salto.
—¡Espera!, ¡¿cómo hiciste eso?! —Cuestionó impresionada la castaña—. ¡J—Jack! ¡Espera!
Corrió entonces hacia la ventana, asomándose por ésta. El ave blanca como nieve, empezaba a reponerse, aunque se le notaba aún aturdida.
—¡¿Q—qué es esa cosa?!
—¡Es un monstruo del frío! —Recalcó el chico, mirándola sobre su hombro—. ¡Es una criatura creada por la Reina de las Nieves!
—¿Reina de las Nieves? —Murmuró Rapunzel, confundida. Como pudo, salió por la ventana, plantando sus botas en la nieve, aunque tuvo que abrazarse con fuerza pues ni tiempo le había dado de ponerse su abrigo—. ¿Quién es La Reina de las Nieves? ¡¿Y por qué nos ataca?!
—No me están atacando a mí. He estado siguiéndolos toda la tarde, y no me han hecho el menor caso. ¡Deben estarte buscando a ti!
La señaló con su bastón, directo a su rostro.
—¡¿A mí?! ¿¡Por qué razón deberían de buscarme a mí?! No lo entiendo, ¡mi cabello está corto ya y no sirve para nada! —Se jaló en ese momento su cabello castaño, casi al punto de la desesperación y el miedo.
—¿Tú cabello? —Espetó Jack, confuso—. ¡¿Qué tiene que ver tu cabello con esto?! No importa. Esas aves estuvieron rondando el pueblo todo el día, y creo que buscaban algo, o quizás a alguien…
Jack notó de reojo que el Ave ya se encontraba de nuevo de pie.
—No hay tiempo, ¡vamos!
Sin darle tiempo a digerirlo por completo, la tomó de pronto, cargándola en sus brazos, y haciendo que la joven soltara un pequeño gritito de sorpresa; aún así, por mero reflejo se aferró a él con ambos brazos alrededor de su cuello. Aunque al inicio iba apurado, Jack se detuvo unos instantes, aparentemente sorprendido. Al tenerla en sus brazos, comenzó a sentir… el calor de su cuerpo.
¿Calor? ¿Cómo podía él sentir calor? ¿Cómo sabía incluso cómo se sentía el calor si no recordaba nunca haberlo sentido? Creía que no era capaz de sentir ni frío, ni calor alguno. Pero en ese momento lo hizo… ¿Pero cómo?
Sin embargo, no tuvo mucho tiempo de pensarlo, pues el ave ya estaba reincorporada y se les lanzó encima. Jack entonces se elevó de un largo salto con todo y Rapunzel en su sus brazos, pasando sobre su cabaña, y luego dirigiéndose hacia el pueblo.
—¡No puede ser! ¡Estoy volando! —Gritó Rapunzel con fuerza mientras veía cómo sus pies se elevaban en el aire junto con ella. Pascal se había metido a su ropa para no caerse, pero también estaba gritando, aunque a modo camaleón—. ¡Esto es increíble! —Rio eufórica, antes de empezar a gritar aterrorizada— ¡Esto es nefasto!
Señaló entonces hacia atrás. En el suelo, el ave gigante emprende de nuevo el vuelo con fuerza, agitando sus alas con violencia para comenzar a perseguirlos con velocidad.
—¡Maldición! —Soltó el albino con molestia, y en ese momento comenzó a descender de nuevo, aunque el ave venía detrás de ellos, dirigiéndose a gran velocidad en su dirección.
Jack toca con su pie el tejado de una casa, y justo un instante después se vuelve a elevar con otra corriente de viento. Mientras Rapunzel gritaba de miedo, el ave se estrelló contra el mismo techo con toda la fuerza que llevaba, desintegrándose en nieve. El golpe hizo que el techo temblara, y sus habitantes lo sintieran, aunque desconocían qué podría haberlo provocado.
Rapunzel mira asombrada como el animal se desintegra en nieve. ¿Era un ave gigante hecha de nieve? ¿Qué clase de locura era esa? Ni siquiera logró meditar mucho en ello, cuando de pronto vio como toda la nieve volvía a juntarse, a tomar de nuevo la forma del ave, y a volver a elevarse detrás de ellos como antes.
—¡Ahí viene de nuevo, Jack! —Exclamó Rapunzel, impresionada, emocionada, y asustada; todo al mismo tiempo, y con intensidad.
—Oh, genial —masculló Jack, sarcástico—. ¿Segura que no puedes hacer lo que sea que hayas hecho hace unos momentos? Eso los desintegró por unos instantes.
—¡Ya te dije que no puedo hacerlo! De poder… De tener ese poder, ¡claro que lo usaría!
—No sé por qué no te creo.
Jack sigue elevándose en el viento, hasta llegar a la torre de la Iglesia, justo en el centro del pueblo. De pie en la punta, miraba como el ave se dirigía de nuevo hacia ellos con toda velocidad.
—Bien, si así son las cosas…
De pronto, toma a Rapunzel, y de una forma para nada delicada, la lanza hacia el interior del campanario.
—¡Espera!, ¡¿Qué?! ¡¡Aaaaaaaaah!! —Lanzó un pequeño grito al ser lanzada de esa forma, cayendo el suelo y rodando hasta golpearse la espalda contra el barandal. Pascal se escapó de sus ropas entre el ajetreo, y cayó al suelo rebotando y también pegándose contra la pared—. ¡Pascal!, ¡Pascal! —Lo tomó rápidamente con una mano—. Lo siento, ¿estás bien? —Lo examinó con detenimiento para asegurarse de que no tuviera ninguna herida.
—¡Quédate ahí! —Escuchó como Jack le indicaba, un instante antes de saltar directo hacia el ave gigante.
Jack jaló su bastón hacia atrás y luego hacia adelante, golpeando al ave justo en la cabeza. El ave perdió el equilibrio y giró sobre sí misma, pero en dicho movimiento llegó a golpear al joven con su ala, lanzándolo con violencia hacia abajo. El albino se desplomó con fuerza contra el suelo nevado, estrellándose contra éste y ahí quedando inmovil. El Ave, por su parte, descendió un poco tras el golpe, pero casi de inmediato se vuelve a elevar hacia la torre.
Rapunzel intentaba reponerse del golpe, justo cuando escuchó el sonido de las alas del enorme animal acercándose a ella rápidamente. Dudosa, rápidamente se guardó a Pascal en sus ropas, y comenzó a buscar alguna salida. Había una pequeña puertilla en el suelo, pero al intentar abrirla ésta se encontraba bajo llave desde el interior.
—¡Vamos!, ¡vamos!
Por más que jaló no pudo abrirla, o al menos no antes de que el ave se pegara contra la torre, e intentara meter su pico en la reducida área de la campana. Rapunzel se arrinconó en el lado contrario logrando escapar de su alcance debido a su gran tamaño. Sin embargo, su aliento helado igualmente era suficiente para crear hielo en el suelo y la campana; no tardaría mucho en congelarla con él si no hacía algo. Además, podía sentir como la torre se agitaba por sus movimientos. Tal vez podría destruir la torre con tal de alcanzarla.
¿Realmente iba por ella? Pero, ¿por qué? Se suponía que ya vivía una vida normal, se suponía que ya podía estar en paz. ¿Qué era esa cosa? ¿Qué era lo que quería con ella? Rapunzel estaba totalmente desconcertada, y definitivamente no era el mejor momento para estarlo.
De un lado sólo tenía el vacío, y del otro la enorme ave asesina. Si tuviera su cabello, quizás podría haberlo usado para engancharse a algo y bajar, pero no era así. ¿Qué debía hacer ahora?
De pronto, escuchó la campana sonar debido a los movimientos del ave. Cuando esto ocurre, el ave se paralizó unos momentos, temblando en el aire. Rapunzel notó esto, al igual que al momento en que el sonido de la campana se disipó, el ave volvió a moverse y volver a lo suyo. ¿Había sido una coincidencia? No tenía ni idea, pero tampoco tenía muchas más opciones. Armada de valor, y con su sartén en mano, se lanzó como pudo al frente, esquivando el gélido aliento de la criatura.
Una vez colocada a un lado de la campana, comenzó a golpearla repetidamente con todas sus fuerzas usando su sartén. La campana vibró y comenzó a sonar con tanta fuerza que aturdió a la muchacha e hizo que le dolieran los oídos; aun así, ella no se detuvo en ningún momento. El ave comenzó a gruñir, y se alejó un poco de la torre, pero quedándose suspendida en el aire, con todo su cuerpo temblando al mismo ritmo que el sonido de la campana. Al parecer comenzaba a desestabilizarse, y pedazos de la nieve que lo componían empezaban a desprenderse de él.
Rapunzel siguió golpeando la campana una y otra vez, tan concentrada en ello y poniéndole tanto empeño, que no sólo no pudo ver al ave y el efecto que estaba teniendo en ella: no notó además que su cabello castaño, comenzó a  brillar de un momento a otro con una intensa luz dorada. Lo que sí pudo notar es que, a partir de ese momento, con cada golpe que daba contra la campana, el relieve sobre la superficie de ésta se iluminaba también con la misma luz, y su sonido se intensificaba.
La joven dio un último golpe con sus últimas fuerzas, y el resonar de la campana fue tan intenso que cubrió todo el pueblo. Una estela de luz se esparció en todas direcciones, cubriendo el cielo entero. Dicha estela alcanzó a la monstruosa ave, y tras recibir dicho golpe comenzó a descender con rapidez al suelo. Sin embargo, conforme iba cayendo, su cuerpo empezó a desintegrarse hasta convertirse gradualmente sólo en nieve, que se precipitó a tierra firme y terminó por mezclarse con toda la demás que yacía ahí.
Jack acababa de reaccionar luego de su fea caída, justo para ver la estela de luz alumbrar el cielo, y eventualmente la caída del monstruo que con tanto ahínco los persiguió.
Anonadado, se acercó con sigilo al montículo de nieve recíen caída, y la picó temeroso con su bastón; no hubo reacción alguna, como se esperaría de nieve simple y común. Volteó a ver entonces hacia la torre. El sonido de la campana ya se había apagado, y todo estaba quieto y en silencio. De un largo saltó se elevó, ayudado por el viento, hasta dirigirse al campanario.
Rapunzel se encontraba ahí arriba, de rodillas en el piso del campanario, respirando con mucha agitación, tanta que se tuvo que agarrar del borde del barandal para intentar calmarse. Había soltado la sartén, y con la mano libre se agarraba su cabello; éste volvía a ser castaño poco a poco.
—¿Otra vez…? —Se cuestionó a sí misma—. No entiendo…
—¡Hey! —Escuchó que pronunciaba de golpe la voz del chico, justo después de quedar de pie en el barandal, delante de ella. Ella lo volteó a ver, débil—.  De nuevo lo hiciste, ¿verdad? ¡No puedes negarlo ahora!
Rapunzel no pronunció palabra alguna. Sólo alzó la mirada, mientras su respiración se iba calmando poco a poco. Sin embargo, justo cuando ésta logró normalizarse, cayó hacia un lado, completamente desmayada.
—¡Oye! —Jack se le aproximó con apuro y la sujetó con los brazos, alzándola un poco—. ¿Te encuentras bien? ¿Me escuchas?
No hubo respuesta. Sus ojos estaban cerrados, y su rostro plácido y tranquilo. Colocó una mano en su mejilla, intentando hacerla reaccionar con pequeñas palmadas; de nuevo, volvió a sentir ese calor brotar de su piel rosada, y una vez más se sintió perplejo por tal sensación, casi desconocida para él. Rapunzel siguió sin reaccionar, y era casi seguro de que no lo haría pronto.
—¿Oyeron eso? —Comenzó a escuchar que alguien pronunciaba desde el suelo—. ¿Quién hizo sonar la campana?
—¿Hay alguien en el campanario? —Añadió una segunda voz.
Jack se aproximó al barandal y echó un vistazo hacia abajo. La gente comenzaba a salir de sus casas y reunirse frente a la iglesia. Al parecer el escándalo que Rapunzel había causado, no pasó desapercibido.
—Será mejor que nos vayamos, amigo iguana —comentó Jack con ironía, a lo que Pascal respondió con un sonidito de molestia, especialmente cuando él toma a Rapunzel en sus brazos para cargarla. Sin embargo termina por treparse a Jack, y esconderse en su capa, no sin antes hacerle con su cola una seña de que lo estaba vigilando.
Jack se dispuso a irse, pero antes de hacerlo, echó un vistazo rápido a la campana. ¿Fue el sonido de ésta la que repelió al monstruo? ¿O fue algún tipo de magia en el interior de la chica en sus brazos? O, ¿quizás fueron ambas? No podía saberlo con certeza. Sin embargo, algo que le llamó la atención, fue el curioso relieve sobre la superficie del acero poroso: un relieve de soles, uno detrás del otro.
A lo largo de sus viajes, había aprendido que eso que muchos llamaban “escuchar conversaciones ajenas”, le era útil para conocer el sitio en el que se encontraba. En toda esa zona, había escuchado que, al parecer, le tenían una gran devoción al Sol; eso debía de ser difícil en esos momentos, sufriendo un invierno tan largo que mantenía los días mayormente nublados y fríos. ¿Habrá sido una coincidencia? ¿O eso significaba más de lo que veía?
—¡¿Quién ha tocado la campana?! —Escuchó que pronunciaba con fuerza una voz, mucho más cercana. Alguien, o más bien varias personas, estaban subiendo por las escaleras hasta el campanario, y no sonaban contentos—. ¡Baje inmediatamente! ¡Es una orden!
—¡Esa es nuestra señal de partida! —Exclamó alarmado, y sin más se lanzó al aire, elevándose con el viento, y perdiéndose en las sombras de noche; de esta forma, además, nadie vería a Rapunzel flotando en el aire, totalmente sola.
— — — —
La noche pasó, y el día llegó. La mañana sorprendió a Rapunzel quien cómodamente estaba acostada en su cama, en su habitación, en su cabaña. Se encontraba recostada sobre su costado izquierdo, envuelta en sus tendidos debido al frío. Un rayo de sol se filtró entre las cortinas de la ventana de su cuarto, y paró a darle en la cara. Eso fue suficiente para menguar su sueño.
La castaña frunció el ceño. Se volteó al costado contrario, y entonces empezó a abrir sus ojos poco a poco. Lo primero que logró ver con claridad, fue a Pascal, descansando a su lado en la suave superficie de la almohada. El verlo ahí a su lado, le llenó de una profunda tranquilidad.
—Buenos días Pascal… —susurró adormilada, y alzó luego un dedo hacia él para acariciarle la cabecita. El pequeño camaleón se estiró, bostezó silenciosamente, y medio abrió sus ojos para mirarla y luego sonreírle—. Tuve un sueño muy loco anoche. No me creerías si te lo contara, pero... había un chico, de cabello blanco, y unos hermosos ojos azules. —Una sonrisa adormilada se dibujó en sus labios—. Eran tan profundos, que cuando los miraba sentía que me hundía en ellos, y no podía parar de pensar que me transmitía un sentimiento de soledad. Espero que se haya sentido mejor al saber que al menos yo podía verlo.
—Más confundido que “mejor”, diría yo —escuchó de pronto una voz masculina pronunciar a sus espaldas—. Y por eso aún tenemos cosas de qué hablar.
Aún sumergida en el letargo del sueño, Rapunzel se giró lentamente hasta poder ver la silla colocada contra la pared, a unos par de metros de la cama, y sobre la que se encontraba ese chico de cabellera blanca, parado de cuclillas sobre ella, y con su largo bastón de madera reposando sobre sus piernas. Y, lo más importante, sus hermosos ojos azules y solitarios, mirándola fijamente con intensidad.
No hubo reacción inmediata de su parte, pero la primera que logró exteriorizar con éxito fue…
—¡¡AAAAAAAAH!! —Gritó casi a todo pulmón, y de inmediato se sentó en la cama, y tomó su almohada, arrojándosela como un proyectil.
—¡Oye!, ¡cuidado! —Espeto Jack alarmado, haciéndose a un lado para esquivar la almohada, que chocó contra la pared—. ¡¿Qué pasa ahora?!
De un salto, el albino se elevó un poco en el aire, cayendo al frente de la cama con delicadeza. Rapuzel lo siguió con la mirada perpleja, con sus manos aferradas a sus cobijas.
—¡No puede ser!, ¡no puede ser! —Repitió con insistencia la castaña.
—Ya te ves mejor; anoche te veías bastante débil. ¿Recuerdas qué pasó?
¿Recordar? ¿Qué cosa? ¿Su sueño?
Se agarró su cabeza con ambas manos, aunque era incapaz de quitarle sus ojos de encima a ese extraño chico.
—¡¿Lo que pasó ayer… fue real?! —Balbuceó confundida—. ¡¿Esa ave gigante atacándonos… f—fue real?! ¡¿Tú fuiste real?!¡¿M—mi cabello brilló otra vez…?
—Por supuesto que fue real —le respondió el chico con dureza—. Excepto lo de tu cabello, o… no sé qué tenga que ver con esto, o por qué sigues hablando de él.
Jack la miró con sospecha, y ella agachó su mirada. Respiraba agitada, dificultándole digerir todo eso junto.
—¡Rapunzel! —Escuchó la voz de una mujer gritando frente a la casa—. Rapunzel, ¿estás ahí? ¿Qué le pasó a tu ventana?
—¿No se habrán metido a robar o algo así? —Añadió una segunda voz.
Rapunzel se sobresaltó asustada. Reconoció las voces; eran dos de las enfermeras que trabajaban con ella en la clínica.
—¡Ay no! ¡¿Cómo explico eso?! —Intentó levantarse con rapidez de la cama, pero sus pies se enredaron en la sábana y cayó hacia un lado de ésta. Jack cerró sus ojos por reflejo al escuchar el golpe contra el piso.
—Tranquila; sólo di que no sabes, que de seguro un viento fuerte las tumbó o algo así. —Dio otro salto, pasando de nuevo sobre la cama, y ahora se paró a su lado de cuclillas—. ¿Te ayudo?
Le extendió su mano para ayudarla a levantarse, mientras ella se retorcía en el suelo para sobarse su rostro con ambas manos.
—No creo que eso responda cómo se desprendieron de la pared de esa forma…
Intentó levantarse, pero en ese momento miró de reojo la mano que el joven le extendió con amabilidad. Pensó por un momento tomarla, pero la duda la carcomía. Por un momento le pareció ver la sombra de alguien más en su lugar; a Eugene brindándole su ayuda…
Sin decir nada, optó por mejor apoyarse con sus manos en el suelo para sentarse y luego ponerse de pie; ese acto tan deliberado extrañó un poco al joven albino.
—¿Tú porqué sigues aquí? —Murmuró con seriedad.
—¿Cómo que porqué sigo aquí? Necesito hablar contigo, ya lo dije. Pero primero atiende a tus amigas. —Señaló entonces con su bastón a la puerta que llevaba a la sala.
El rostro de la chica se mostraba bastante miserable, acompañado de un gran suspiro que ella soltó después de unos momentos. Pegó un par de saltos para deshacerse de las sábanas aún entre sus piernas, y se abrazó a sí misma para darse un poco de calor mientras caminaba hacia la sala.
Mientras Jack la siguió con su mirada, bastante pensativo, Pascal, imitó el suspiro de la castaña, ya que comprendía lo que la atormentaba.
Las dos enfermeras se encontraban paradas justo frente a la ventana abierta, por la cual el ave gigante había introducido su largo pico. El interior de la sala además, tenía nieve y escarcha en su suelo y paredes, la mayoría debido a que las ventanas habían estado abiertas toda la noche. Pero había algo más sorprendente: Luz del sol. Pero no la luz habitual que se había visto durante esos días, sino una algo más brillante, casi como un día normal de primavera, aunque el clima frío no iba a la par de esto.
—¡Rapunzel!, ¿estás bien? —Exclamó una de las enfermeras al verla acercarse a la ventana.— Oh, ¿te acabas de levantar?
—¡SÍ!, me acabo de levantar hace poco —respondió con una cándida sonrisa, cómo sólo ella podía—. ¿Creerán que con el viento un árbol cayó en mi ventana? Por suerte me ayudaron a quitarlo pero… —Señaló entonces al gran agujero en su pared—. Bueno, la casa tiene más ventilación, al menos.
—Oh, vaya, qué mala suerte —exclamó una de las chicas—. No te preocupes, sólo es una ventana; ya se podrá reparar.
—La noche fue toda una locura. El cielo se despejó de repente y pudimos ver las luces por unos instantes. ¿Las viste?
Rapunzel palideció un poco ante la repentina mención, pero intentó seguir sonriendo y mantenerse tranquila.
—Oh sí, ¡fue grandioso! —Secundó la otra chica—. Los niños dicen que la Princesa Perdida nos dio un milagro, y que debe ser una señal de que todo mejorará. Sólo fue por unos segundos; quizás no fue nada, aunque…
Ambas chicas alzaron su mirada hacia el cielo al mismo tiempo.
—El día de hoy amaneció un poco mejor.
Rapunzel se sorprendió un poco al escuchar tales palabras. Lentamente se acercó por completo a la ventana, y miró también el cielo. Éste seguía nublado… pero no tanto como ayer, o como hace una semana. Y de hecho, el clima estaba también un poco mejor.
¿Acaso ella…?
—Quién sabe cuánto durará, así que deberíamos de aprovechar. ¿Qué opinas de todo esto, Rapunzel?
La joven llevó una mano a su cabello acariciándolo ausentemente.
—La verdad yo estuve tan ocupada cocinando que no me acordé de ver las luces —respondió encogiéndose de hombros—. Es una lástima, debió haber sido un espectáculo muy bonito. Y sí, es un día más agradable… Pero igual creo que el frío que se metió por la ventana durante la noche me puso un poco mal, así que no iré a la clínica hoy.
—¿Acaso te estás resfriando, Rapunzel? Oh no, eso es terrible.
—¿No quieres que el doctor te revise? A ver…
Una de ellas intentó extender su mano hacia ella para tocar su frente, pero instintivamente la castaña se alejó un poco, lo suficiente para salir de su alcance.
—¡N—no, no! No quisiera que ustedes se enfermaran también, ni que el doctor se enfermara. ¡Necesitan la mayor energía posible!
—La excusa de fingirse enferma, un clásico —escuchó a Jack pronunciar tras aparecer descender desde el techo y pararse justo a un lado suyo.
—¡Jack! —Soltó la joven de golpe, dando un salto ante su presencia tan repentina y casi a punto de resbalarse con la escarcha en el piso.
—¿Jack? —Exclamó una de las chicas, al principio confundida, pero luego sonrió pícara—. ¿Quién es Jack, Rapunzel? ¿Acaso fue tu cita de anoche? ¿Acaso está... en tu casa ahora?
Ambas reaccionaron alarmadas y tapándose sus bocas con ambas manos.
—¡¡NO!!! —Contestó alarmada, mientras su rostro se puso totalmente rojo como tomate. Miró de reojo al chico a su lado; él estaba ahí, parado justo delante de ellas… pero no lo veían—. ¡No dije Jack! Dije... ¡Yuck!, ¡el piso está mojado por la nieve! Tendré que trapear éste lío antes de que se haga lodo!
—Yuck, inteligente —señaló Jack con sarcasmo, provocando que la chica prácticamente le lanzara dagas con los ojos.
—Oh… de acuerdo. Bueno, mejor te dejamos encargarte de lo que tengas que hacer. Nos vemos más tarde, ¿de acuerdo?
—Sí, perdón por malpensar. Es que eres soltera y... ¡Ah!, No, no, no dije nada. Mejórate pequeña, que la clínica no es lo mismo sin ti.
Ambas se despidieron con la mano y se alejaron caminando en dirección al pueblo. Rapunzel igualmente agitaba su mano en el aire a modo de despedida mientras las mujeres se alejaban, y poco a poco fue bajándola sin dejar de sonreír forzadamente.
—En verdad no pudieron verte —murmuró de repente sin voltear a verlo.
—¿Ahora sí me crees? —Murmuró en voz baja, y entonces se alejó unos pasos de ella, agitando su bastón en el aire—. Como ya te dije, eres la primera que logra hacerlo, y adivino que no tienes ni idea de por qué, ¿cierto?
—No, no entiendo realmente porqué puedo verte —respondió con pesadez, dirigiendo su mirada al joven—. O porqué los demás no te ven siquiera. Pero me alegro de hacerlo, ¿sabes? Ha de ser algo muy solitario no poder hablar con nadie. Yo comprendo esa sensación aunque sea un poco, ya que solía vivir “sola”; pero por suerte conocí a Pascal. —Miró en ese momento al camaleón subirse a la mesa.
Jack estaba dándole la espalda, con su expresión seria puesta en la pared.
—Bueno, no importa —murmuró de pronto, de forma despreocupada, y se gira de nuevo hacia ella—. Sea como sea, hay algo más importante de lo que debemos hablar. Yo sé que tú despejaste el cielo, y sé que destruiste a ese monstruo de anoche; y apostaría a que esta ligera mejora en el clima, es debido al destello de luz que creaste anoche. No sé qué es, pero aparentemente tiene algo que ver con tu cabello, ¿o no? —Rapunzel no dijo nada—. Y quizás no quieras hablar de eso; está bien, yo tampoco tengo muchos deseos de hablar de mí. Pero la criatura que te atacó ayer, vino a este pueblo buscándote. Los estuve siguiendo desde un rato, y parecieron quedarse volando justo sobre este pueblo. Y luego de que despejaste el cielo, se centraron justo en ti. Así que sólo diré que sea lo que sea que tengas o puedas hacer, al parecer es de su interés.
Rapunzel lo miró con un gesto de susto y desesperación, escuchando con atención cada una de sus palabras. Comenzó a negar con rapidez y a caminar en círculos sin dejar de abrazarse a sí misma.
—¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Cómo saben de mí? Yo no… —Se agarró su cabeza con ambas manos, preocupada—. ¡Lo que me hacía especial ya no está, Jack! O... o al menos no estaba. Dime que es el único monstruo que hay… por favor…
—No, no lo es —le respondió con profunda seriedad en su voz—. Hay muchos, muchos más; de eso puedes estar segura. Eso que está ocurriendo afuera —volteó entonces a la ventana, donde podía apreciarse una ligera nevada—, no es algo normal; debes ya de saberlo, ¿o no? No es simplemente que la primavera esté tardando en llegar: nunca llegará. Este invierno se pondrá cada vez peor, y conforme más frío se ponga, más de esas criaturas vendrán. Lo he visto… en visiones… la Luna me lo mostró.
—¿La Luna? ¿Visiones? —Rapunzel negó la cabeza varias veces—. ¡No, no! Pronto llegará la primavera Jack. ¿Tal vez… la Luna se equivocó? ¿P—porqué habrías de "hablar con la Luna" en primer lugar?
—Es… complicado… —murmuró el chico, algo dudoso—. Sé que es difícil de entender, pero no es tanto que hable. Es más como una sensación o un pensamiento.
Frente a la cabaña, cerca de los árboles, logró ver a algunos niños corriendo entre la nieve, intentando atrapar copos, y arrojándose nieve entre ellos. De seguro esos pequeños habían decidido salir a aprovechar la mejora del clima. Esa imagen, hizo que una pequeña sonrisa se dibujara en los labios el chico, pero se esfumó casi de inmediato.
—El invierno debería ser un momento en el que los niños pudieran divertirse sin importar las consecuencias; sin sufrimiento, enfermedad, y… —hizo una pequeña pausa—. Él, o ella, quiere que yo haga algo sobre esto, pero no sé aún qué pues nunca es claro con sus mensajes. Pero he escuchado a las personas hablar de un rumor. Hablan de que todo esto está siendo causado por magia. Pero no cualquier magia, sino la magia de una poderosa bruja que llaman la Reina de las Nieves.
—¿Cómo? —Exclamó Rapunzel, asombrada—.  ¿Cómo es posible que el invierno sea causado por alguien? ¿Y ese alguien fue quien mandó a ese monstruo? ¿Por qué? ¿Acaso quiere acabar con todo?
Todo era tan increíble de comprender que no podía asimilarlo por más que quisiera. Asimilar la existencia de Jack ya era de por sí difícil, ¿ahora la de la Reina de las Nieves?
—No sé que es lo que quiere —respondió el albino—, pero hasta ahora es lo único que tiene sentido. Hay rastros de magia y una extraña sensación en el aire, en las partes en donde este invierno se ha quedado. De cierta forma, es parecida a la mía —movió su mano en el aire, haciendo que éste se enfriara y se volviera neblinoso—, pero diferente. Yo no puedo ni cerca hacer algo como esto. —Cerró su puño con fuerza, y pequeñas escarchas comenzaron a caer al suelo lentamente del aire que había enfriado—. Pero anoche algo pasó. Por un instante, por unos segundos, esa magia se disipó, e incluso ahora es un poco más débil que anoche. Por eso el cielo se despejó. De alguna forma, disipaste su magia, sólo por poco tiempo, pero lo hiciste. Debe ser por eso que te está buscando.
Rapunzel tuvo que sentarse en una silla mientras lo escuchaba pronunciar todo eso. Pascal, por su lado, terminó en su hombro, y apoyó su cabecita contra su mejilla, intentando reconfortarla.
—¿Es alguien como tú? ¿Tampoco pueden verla?
—La verdad no lo sé; eso es básicamente todo lo que sé hasta ahora del asunto.
—Oh, Jack, yo… no se… —se frotó su brazo con una mano, nerviosa—. Algo tan increíble como lo de anoche, no estoy segura de poder hacerlo otra vez. Y aunque así fuera, ¿cómo puede compararse lo que yo hice a lo que ella está haciendo? ¿Traer el invierno hasta acá? ¿Hacer criaturas de nieve? Hasta el año pasado, yo sólo podía curar a las personas, no más.
—Escucha —Jack se le aproximó, y se agachó para poner su rostro a su misma altura—. Dijiste que lo que te hacía especial se había ido o algo así. Pero al parecer aún hay algo de eso en ti. Yo más que nadie en este mundo entiendo lo que es tener… algo en ti, y no tener idea de qué es o cómo usarlo. Pero escuchaste lo que tus amigas dijeron, ¿o no? ese sencillo acto, tan pequeño, quizás nada en comparación con crear un Invierno Eterno, fue capaz de traerles un momento de alegría y de esperanza a las personas. Quizás no seas la Princesa que esperan, pero lo hiciste aun así. Y de paso nos salvaste el pellejo anoche
Jack le sonrió con humor, pero ella no le regresó el sentimiento. De hecho, cerró sus ojos con dolor ante la mención de la princesa, pero no se atrevió a decir nada. Aunque  no se había detenido a pensar seriamente sobre los sentimientos que había causado en las personas de la aldea al despejar el cielo nublado y permitirles ver las luces.
Suspiró con algo de resignación.
—Está… está bien, digamos que sí hice eso. ¿Qué esperas que haga?
—Yo… la verdad no lo sé —respondió apenado—. No soy una persona que suele hacer planes, y menos si no entiendo la naturaleza exacta de con qué estoy lidiando. Sólo sé que tengo que ir hacia dónde está esa bruja y… quizás detenerla… algo, ¡no lo sé! Esa Luna no habla tanto como debería. Pero quizás me trajo ante ti por un motivo. Quizás lo de anoche significa que tú de alguna forma, quizás, puedes disipar la magia de la Reina de las Nieves. Quizás tú puedas ayudarme a detener todo esto.
—¡¿Yo?! —Soltó la castaña con horror—. Pero, Jack… ¿acaso quieres que vaya contigo hasta allá y encare a esa dichosa Reina? Y no… ¡No sé cómo, Jack! ¡No sé ni cómo hice lo que hice anoche! Antes sólo tenía que cantar, ¡pero ahora ni eso funciona! ¡No siempre al menos!
—¿Can… tar? —repitió el albino, confundido—. Ah…  bien, bien... Enserio quiero preguntar, pero tengo el presentimiento de que no me responderás. Oye, la verdad es que no tengo idea de qué pasó exactamente, pero la Luna me trajo hasta a ti por un motivo. Y quizás quiere que me ayudes, y prevenir que todos sufran mientras se quedan esperando a que el invierno de repente termine solo…
Respiró con profundidad, intentando tranquilizarse. No servía de nada alterarse, si lo que buscaba era que ella no lo hiciera.
—Bien, escucha: lo siento. La verdad no tengo idea de qué quiere la Luna; intento hacer lo mejor que puedo con lo poco que me da, pero la mayoría del tiempo no tengo ni la menor idea. —Apoyó el bastón en su hombro, y comenzó a caminar hacia la ventana—. Sería mejor que vuelvas a lo que estabas haciendo antes de que yo llegara a este sitio. Seguiré mi camino. Sólo procura hacer lo que sea que hayas hecho si otra de esas criaturas regresa. Y que te reparen esta ventana.
Rapunzel se sobresaltó al ver su intención de irse, y rápidamente se paró de la silla, alarmada.
—¿Te irás?
La joven se aferró a su propio pecho. Si Jack se iba y si esos monstruos volvían… ¿qué pasaría si no era capaz de hacerlo otra vez?; no quería pensar en esa posibilidad para nada. Aunque además de todo eso, el pensar que él volvería a andar por ahí sin que nadie lo viera, le preocupaba.
—No, espera, ¡no te vayas! ¿Qué es lo que harás tú sólo contra monstruos así?
—Pues, no lo sé… —susurró despreocupado, teniendo un pie en el marco de la ventana—. Soy bastante escurridizo, cómo pudiste ver. Estaré bien; sé cuidarme solo… es lo único que sé hacer bien…
Jack se disponía a saltar por la ventana, elevarse por el viento y alejarse de ese lugar. Sin embargo, antes de hacerlo, Rapunzel lo detuvo.
—¡Déjame pensarlo! —Le gritó con ahínco para que la escuchara—. T—tienes que entenderme Jack; te acabo de conocer, y me estás pidiendo que deje todo lo que logré construir este año para pelear... contra alguien que no sé si existe, y que está atentando contra la vida de todos;  a mí, ¡una chica normal! Pero siento que si no hago nada… algo horrible pasará, y además de todo volverás a estar solo.
Jack la miró sobre su hombro, sorprendido por ese cambio tan repentino, al cual al inicio no supo cómo reaccionar.
—De acuerdo, sí… Entiendo. No quise decirlo de esa forma, que sintieras que te estaba forzando algo —Desvió su mirada hacia el exterior—. Está bien, te dejaré sola para que lo pienses. Volveré en la noche si quieres. Pero oye, no tienes que hacer que nada que no quieras, ¿bien? —La volteó a ver sobre su hombro, sonriéndole levemente—.  No te conozco mucho todavía, pero pareces una chica que suele hacer cosas que no quiere, por hacer que otros estén mejor. Lo creas o no, yo no tengo para nada madera de héroe. Pero aquí estoy.
Un ligero rubor cubrió las mejillas de la joven castaña; había algo en la forma de hablar de aquel misterioso chico, que le traía muchos sentimientos a su pecho; sentimientos bonitos… pero también dolorosos.
—¿Volverás, verdad? —Preguntó dudosa, con su rostro agachado—. Esto no es algo que quiera dejar así como así…
—Seguro, volveré; tienes mi palabra —alzó entonces su mano a forma de juramento—. Cuídate, ¿quieres?
Antes de darle tiempo, saltó por la ventana de golpe, elevándose y desapareciendo en un parpadeo de su vista. Rapunzel se aproximó a la ventana, al tiempo suficiente para asomarse al cielo, y verlo perderse entre las copas de los árboles.
¿Realmente volvería? Esperaba que Jack Frost tuviera palabra de verdad. Pero, si no volvía… ¿sería algo tan terrible? Podría volver a su vida, la que tenía el día anterior antes de que ese chico volara sobre su cabeza. La vida que había vivido durante el último año, lejos de sus secretos y sus desgracias. Sólo tendría que fingir que jamás conoció a un chico de caballos blancos y ojos azules, que volaba con el viento, o que existía una Bruja poderosa causando un invierno eterno, que afectaba no sólo a las personas de su reino, sino del mundo entero.
Pero… ¿podría realmente hacer eso?
—¿Qué piensas de todo esto Pascal? —Preguntó curiosa al animalito verde en su hombro—. ¿Qué deberíamos de hacer? La última vez… una decisión así me cambió la vida. ¿Y ahora?
Pascal negó con la cabeza, sin saber tampoco qué hacer.
Era evidente que esa era una decisión que tendría que tomar sola. Aunque, en el fondo de su corazón, sabía que ya se encontraba tomada.
FIN DEL CAPITULO 05
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wingzemonx · 7 years ago
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OVER THE CHIBI WALL Un dibujo bastante peculiar y random, que se me vino a la mente tras un comentario extraño que se le salió a @denissechan  a tono de Chibi Denisse (personaje estrella de sus cómics Mi Vida con Chibi además de mascota oficial, o algo así, de su Página de Facebook: www.facebook.com/elrincondeden… ) , y que me hizo recordar a Greg de la mini serie animada Over the Garden Wall, y de ahí en adelante mi mente comenzó a maquinar los parecidos de los tres personajes. Bastante extraño, pero estoy feliz con el resultado. Denisse-chan, Chibi Denisse y una amargadilla ave morada, perdidos en Lo Desconocido… ¿Qué podría salir mal? Denisse-chan como Wirt Chibi Denisse como Greg WingzemonX como Beatrice + Denisse-chan y Chibi Denisse de "Mi vida con Chibi" © Denisse-chan. + WingzemonX © WingzemonX. + Over the Garden Wall © Patrick McHale, Cartoon Network Studios
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wingzemonx · 8 years ago
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Invierno Eterno - Capítulo 04. El chico que vuela con el viento
Historia escrita en conjunto con @denissechan​ 
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Invierno Eterno
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 04 El chico que vuela con el viento
El resto de la tarde siguió de igual forma, y poco a poco la clínica de Calaris se fue viendo libre de pacientes. El último de ellos se fue justo cuando estaba comenzando el atardecer, y de inmediato las enfermeras que asistían al doctor se pusieron a acomodar y limpiar todo el sitio lo más rápido posible. Todas traían prisa, pero a su vez todas se encontraban ya agotadas por el largo día que habían tenido… Bueno, todas, excepto esa joven de cabello café oscuro y corto, que estaba trapeando el piso, corriendo de un lado otro con notoria agilidad, e incluso mientras tarareaba una alegre canción. Las otras no podían evitar mirarla con maravilla.
Rapunzel, como todos la conocían, llevaba en ese pueblo un poco menos de un año. Era una persona realmente luminosa, con gran energía, siempre sonriente, y con un enorme corazón que siempre estaba dispuesto a ayudar a cualquiera, y en cualquier momento. Además de ello, era bastante linda, sobre todo por sus hermosos ojos verdes, que reflejaban una marcada inocencia que ya no se veía en nadie por esos días, o al menos no en nadie mayor de nueve años. Su cuerpo era delgado y en ocasiones podía parecer frágil, pero en realidad guardaba una gran fuerza que demostraba principalmente en las tareas diarias, como limpiar, lavar, cocinar o atender a los pacientes.
No tardó mucho en ganarse el cariño de todos en el pueblo, cariño que ella misma se encargaba siempre de que se sintiera recíproco. Aun así, la verdad era que nadie sabía mucho de ella en realidad. Pese a lo abierta y espontánea que era con todos y con casi todo, se mostraba firmemente reservada con los temas personales de su vida. Nadie sabía de dónde venía, o si tenía familia, o porqué había llegado a ese sitio en primer lugar. Sencillamente un día apareció, sin nada encima más que un vestido morado algo sucio, y un camaleón mascota en sus manos; ni siquiera traía zapatos. Nadie la presionó con que les dijera más sobre ella, y con el tiempo todo el mundo se acostumbró a no saber.
Todo el mundo tenía su pasado, y varios en esa villa lo sabían más que otros. Si ella no deseaba contar el suyo, estaba bien así. Una persona tan noble y de buen corazón, no podía estar ocultando algo tan terrible, después de todo… o eso era lo que ellos creían.
- Cielos, Rapunzel. – Exclamó una de las enfermeras, una jovencita de cabello negro y corto, mientras seguía con su mirada como la joven castaña se movía de un lado a otro con la mopa para trapear. Ella, a su vez, se encontraba guardando los medicamentos en un estante. – ¿De dónde sacas tantas energías para limpiar así? Eres impresionante.
Rapunzel siguió con su labor un rato más. Una vez terminado, se paró erguida, se estiró un poco, y limpió su frente con su manga, soltando un pequeño suspiro relajado. Al escuchar que la otra chica le hablaba, la volteó a ver con una pequeña sonrisa, apoyando el palo de la mopa contra su hombro.
- ¿Esto?, pues… se podría decir que lo he hecho toda mi vida. – Comentó con un tono juguetón, y ese momento golpeó sutilmente la mopa con su pie derecho, haciendo que ésta girara trescientos sesenta grados, y luego cayera precisamente sobre un balde con agua y jabón que se encontraba a su lado. – Adquirí hace tiempo el hábito de limpiar todos los días sin falta, así que esto no es nada en realidad.
- Entiendo, ¿trabajabas como sirvienta o algo así?
Rapunzel se sobresaltó un poco ante la pregunta, agitando los hombros. Le dio la espalda rápidamente a su compañera, y se concentró en exprimir el trapeador con sus manos en el balde; no deseaba responder esa pregunta, ni de forma negativa o positiva. Por suerte, la otra enfermera no insistió mucho más, lo que la hizo respirar aliviada.
- En verdad eres muy trabajadora. – Señaló la misma chica, una vez que terminó de guardar las cosas, y cerró el anaquel con llave. – Quisiera tener tu espíritu.
Sí, se lo decían seguido. Que era muy trabajadora, que siempre tenía mucho espíritu, que envidiaban como hacía cualquier cosa con tanto optimismo y dedicación. Y quizás lo que decían era cierto. Pero si supieran porqué era tan buena en ese tipo de labores, quizás no la envidiarían tanto; especialmente si supieran que no cargaba encima tanto optimismo como creían...
Especialmente ese día.
- Oye, Rapunzel. – Escuchó que alguien le llamaba; era otra de las chicas, que se encontraba ya quitándose su cofia y delantal.
- ¿Sí? – Respondió rápidamente, volteándose en cuanto escuchó su nombre.
- ¿Quieres acompañarnos a la colina? Nos reuniremos a ver las Luces de la Princesa.
Rapunzel se quedó congelada en su lugar al escuchar esa pregunta. Sus ojos se abrieron por completo, y sus labios se separaron levemente.
- ¿Las Luces… de la Princesa…? – Repitió muy despacio, agachando un poco la mirada.
- Claro, si las nubes y el clima nos lo permite. – Agregó la otra chica que estaba guardando los medicamentos.
- Sería muy triste que no se pudieran ver. – Comentó con tristeza quien había hecho la invitación. – Las he visto todos los años desde que era muy pequeña…
De pronto, sintió un pequeño escalofrío recorrer su columna. Esa horrible sensación cuando los pelos de la nuca se levantan, y que parecía no desaparecer con el pasar de los segundos.
- Aunque tendré que abrigarme un poco más; creo que la noche va ser más fría.
Rapunzel permaneció en absoluto silencio. Mientras miraba el suelo, sus dedos apretaban tan fuerte el mango del trapeador, que sus nudillos se pusieron blancos. Colocó de nuevo la mopa en la cubeta, y cargó ésta para llevarse afuera.
- Yo… en realidad tengo algo que hacer. – Comentó despacio, volteándolas a ver con una débil sonrisa. – Ustedes saben… ¡Planes! Jaja… No creo poder, pero espero que sí puedan soltar las linternas flotantes éste año.
- ¿Planes? – Comentó una de las chicas, algo confundida. Casi todo el mundo iba a estar en la colina; ¿con quién podría tener dichos “planes”?
- De acuerdo, descuida. – Añadió la otra. – Nos vemos mañana, ¿está bien? Y tú también abrígate bien si sales de noche.
- Sí, no se preocupen. – Les respondió ella, esbozando la sonrisa más alegre que su estado real le permitía.
Ambas enfermeras caminaron hacia la puerta, y salieron del consultorio una detrás de la otra.
- ¿Crees que tenga una cita o algo parecido? – La preguntó una a la otra en voz baja. – Es tan bonita y agradable; me sorprende que no tenga ningún pretendiente desde que llegó aquí.
- Sabes que es bastante reservada. – Contestó la otra. – No creo que quiera a alguien metido en sus asuntos privados.
Ambas se alejaron, platicando sobre el tema por un rato más.
Por su parte, una vez que estuvo sola, Rapunzel salió del edificio a tirar el agua del balde en la calle empedrada. Poco después acomodó los productos de limpieza en su lugar, y luego revisó una última vez que todo estuviera en su lugar, así como que las ventanas estuvieran bien cerradas. Todo ese buen ánimo que tenía hace unos momentos, se había esfumado por completo. Ese día le había sido principalmente mantenerse así, pero lo hizo por todos los pacientes que habían acudido; esperaba con ansias que su sonrisa, sus palabras de aliento, y sus galletas, los hicieran sentir mejor.
Una vez que salió de la clínica, cerró la puerta con llave, y comenzó a caminar por el pueblo hacia su casa.
Calaris era un pueblo en apariencia pequeño, pero vivían en él un poco más de cien personas. En ese momento, en las calles y en los tejas, había rastros de la nieve que había caído. Había muy poca gente caminando; la mayoría de seguro se encontraba encerrada en sus casas, intentando calentarse lo más posible. El cielo estaba completamente cerrado, y mirando hacia el horizonte, hacia el oeste, en donde se encontraba la Isla de la Ciudadela Real, había una densa neblina; sería realmente difícil ver algo a través de ella, cuando mucho quizás algunas pequeñas siluetas luminosas, pero no sería ni remotamente lo mismo a verlas alumbrando el cielo en todo su esplendor.
En verdad sería una lástima que las personas no pudieran verlas; se veía que muchos las esperaban con ansias. Recordaba que un año atrás, ella misma también lo hacía. De hecho, mirar las luces de cerca era lo único que ocupaba su mente en aquel entonces, lo único que le emocionaba de verdad. Pero ahora, lo que menos quería en esos momentos era verlas… Así que, aunque lo sintiera como un pensamiento egoísta, el clima quizás le era favorable de cierta forma.
Rapunzel caminó, hasta llegar a las afueras del pueblo, por el camino que llevaba al oeste. Si seguía por él por un tramo, se llegaba directo a la costa, y a la Isla Real. Ella vivía en una pequeña cabaña, al lado de un pequeño río que cruzaba por la parte de atrás de la construcción. Le pertenecía a un pescador que vivía ahí solo, pero que había fallecido desde hace ya largo tiempo antes de su llegada a ese pueblo. Le habían permitido quedarse ahí si la arreglaba, ya que estaba algo descuidada por el tiempo. Sin embargo, la castaña lo había logrado, y relativamente rápido. Aún no se veía en las mejores condiciones, pero se veía bastante mejor, hasta casi parecer una casa totalmente diferente. Estaba pintada con imágenes de flores y paisajes en la parte de afuera, todo ello obra de la propia Rapunzel. Afuera tenía unas pequeñas macetas con flores, que en esos momentos lamentablemente estaban marchitas por el invierno; de haber llegado la primavera como lo tenía previsto, hubieran florecido y dado una imagen mucho más colorida al lugar.
Rapunzel avanzaba en silencio hacia su hogar; ni siquiera se preocupaba por compartir algún pensamiento con su pequeño camaleón acompañante, Pascal, que se encontraba posado sobre su hombro izquierdo. De pronto, el sonido del revoloteo de alas se hizo presente, justo sobre sus cabezas. Eso llamó su atención, y de inmediato tanto ella como Pascal alzaron su mirada al cielo. En efecto, parecían ser aves, al menos diez de ellas, o eso parecía; entre el fondo gris del cielo, apenas y se podía distinguir su plumaje blanco, muy blanco.
A la joven de ojos verdes esto le pareció singular. Hacía mucho que no veía u oía aves volar por esos alrededores, debido al clima.
- Mira, Pascal. – Señaló, alzando su mano. – ¿Crees que sea una señal de que la primavera ya viene?
Pascal simplemente se encogió de hombros, sin saber qué responder a eso.
Rapunzel se quedó un rato más contemplando las aves. Sin embargo, mientras más las veía, más extraño les pareció su comportamiento. Volaban algo erráticas, sin estar juntas o en alguna formación. Cada quien iba por su lado, haciendo grandes círculos sobre el pueblo. Se quedaron largo rato en ello, ninguno bajaba o hacía ademán siquiera de querer seguir avanzando en su camino.
- Qué raro. – Murmuró, algo extrañada. – ¿Será acaso que el clima las tiene confundidas?
De pronto, mientras estaba profundamente concentrada en la curiosa danza que desempeñaban esas criaturas sobre ellos, una fuerte ventisca fría sopló muy cerca de ella, arrastrando algo de nieve consigo, revoloteando un poco su vestido y su cabello.
- ¡Qué frío! – Exclamó sorprendida, viéndose obligada a cerrar los ojos y tomar a Pascal con una mano para que no saliera volando y con la otra sujetar su vestido rosado, para intentar que éste se mantuviera en su lugar. – ¡Lo mejor será que nos metamos rápido a la casa Pas…!
Justo cuando logró abrir aunque sea un poco sus ojos, el asombro no se hizo esperar. Una figura pasó en ese momento justo sobre ella, volando con el viento que soplaba, como si fuera una grácil hoja arrastrada con ligereza. Pero no era una hoja, ni una simple figura con forma: era una persona, un chico para ser exactos, de complexión delgada, cabellos blancos y piel muy pálida.
El susodicho tenía su completa atención puesta en el cielo, y pasó sobre ella, ignorándola.
Rapunzel, atónita, siguió la extraña figura con su mirada en toda su trayectoria, notando cómo él se elevó alto, hasta luego descender sobre la rama de un árbol al lado del camino. El árbol se agitó a su contacto, y algo de nieve cayó de su copa. Una vez que estuvo quieto, pudo verlo con más detalle. Traía consigo un extraño bastón largo de madera, con la forma de un gancho en la punta. Usaba una capa café sobre sus hombros y espalda, y no traía zapatos.
- ¿Ese chico… acaso voló sobre nosotros…? – Murmuró, incapaz de salir de su asombro. – Tú también lo viste, ¿verdad, Pascal?
El camaleón hizo un sonidito con su garganta, mirando con los ojos como platos al extraño también, y asintiendo con su cabeza lentamente.
Rapunzel no sabía qué le extrañaba más: el curioso color de su cabello, el tono de su piel, el hecho de que no usaba zapatos ni medias, pero el frío no parecía molestarle en lo absoluto, o… claro, el hecho de que había literalmente volado sobre sus cabezas; quizás era eso último.
El extraño chico, sin embargo, no parecía percatarse siquiera de su presencia. Él simplemente estaba ahí parado sobre la rama, con sus intensos ojos de un frío azul, puestos en el cielo. Pero no veía al cielo exactamente, sino a las mismas aves que Rapunzel miraba hace sólo unos cuantos segundos atrás. Estaba de hecho muy concentrado, intentando analizar su extraño movimiento, e incluso encontrar algún patrón en él.
No tuvo suerte con ello.
- ¿Qué están buscando? – Susurró en voz baja, más como un pensamiento en voz alta, que esperando algún tipo de respuesta real.
Rapunzel no estaba segura de qué hacer a continuación. ¿Debía seguir su camino hacia su casa e ignorar que eso había ocurrido?; quizás era lo más sensato. Pero, ¿cuántas veces se aparecía un chico tan extraño como ese por ahí? En el casi año que llevaba ahí, sólo una, contando esa. ¿Y si tenía malas intenciones? ¿O si necesitaba ayuda?
¿Qué era lo correcto por hacer en un caso tan raro como ese?
- Oye… ¡Oye! – Intentó alzar su voz para llamar su atención, pero el chico ni la volteó a ver. En su lugar, hizo un chasquido con su lengua, y pasó a sentarse sobre la rama, dejando sus pies colgando, pero sin un ápice de intentar mirar a otro lugar.
- Tanto rato siguiéndolas, y ahora sólo se quedan ahí. ¿Qué están esperando?
Rapunzel y Pascal se voltearon a ver, intercambiando miradas inquisitivas. ¿Le estaba hablando a ella? ¿Sabía al menos que ella estaba parada ahí abajo?
Finalmente, con piernas algo temblorosas, decidió acercarse al pie del árbol, parándose firme en ese sitio.
- ¡Oye! ¡chico…! – Exclamó con más fuerza, aunque de inmediato se arrepintió de ello. – No, espera; ¿qué le diré si me pone atención? – Volteó entonces a ver a su camaleón, pero éste sencillamente soltó un par de soniditos guturales, intentando razonar con ella. – No, no le puedo decir eso… pensaría que estoy loca… Ahora quizás piense que estoy loca por estarle hablando a un camaleón, pero…
- Cielos, qué ruidosa. – Murmuró de pronto en voz baja el chico en la rama, aunque no tanto como para que la chica debajo de él no lo oyera. – ¿Cómo puede alguien concentrarse con tanto ruido tan molesto?
- ¡¿Cómo?! – Exclamó Rapunzel, algo ofendida por la forma tan despectiva en que acababa de hablarle, sobre todo por ese tono tan condescendiente que había usado.
Rapunzel hizo su mano hacia atrás por reflejo, intentando tomar algo que no estaba ahí... Instintivamente subió la misma mano hacia su cabello corto, cayendo entonces en cuenta que la idea de usar su cabello como lazo para bajar a ese sujeto, era absurda… en ese momento. Lo bueno era que poco a poco, esas ocasiones en los que olvidaba su estado actual, iban siendo menos.
Comenzó a buscar con la mirada algo que sirviera de reemplazo, pero no consiguió nada. Resopló frustrada, y entonces optó por otra alternativa: se agachó, tomó un poco de nieve, formó una bola con ésta prensándola con fuerza con sus manos, y luego la lanzó hacia arriba dando justo en el blanco; es decir, la cabeza blanca del chico.
- ¡Auh! – Exclamó el extraño con fuerza en cuando la nieve golpeó de forma directa la parta trasera de su cabeza. – ¡Oye!, ¡¿cuál es tu problema?!
Colocó una mano sobre el área de golpe, y se volteó hacia ella, lleno de enojo en su mirada. A Rapunzel le impresionó más el ver su rostro de frente, con una piel tan pálida, casi tan blanca como su cabello, y sobre todo esos profundos ojos, que en ese momento se veían bastante molestos. Ella, sin embargo, no se veía preocupada por dicho enojo; al contrario, parecía feliz de haber logrado su cometido.
- ¡Bien! ¡Al fin llamé tu atención! – Sonrió triunfante, colocando sus manos en su cintura. –Ahora, en primera, ¿puede decirme "ruidosa" a la cara, señor trepador de árboles? Y en segunda…
Su expresión cambió abruptamente, y entonces se giró de nuevo hacia su camaleón acompañante.
- ¿Qué más le iba a preguntar, Pascal? – Le susurró entre dientes.
- ¿Señor qué? – Exclamó el chico en el árbol. – ¿A quién le estás diciendo señor tre…?
Sus palabras fueron cortadas de tajo, y su rostro poco a poco se fue tornando del enojo, a una expresión de completa y absoluta sorpresa.
- Un… un momento… - Murmuró algo atónito, mientras miraba fijamente a la chica debajo de él. De un pequeño salto, volvió a plantar sus pies sobre la rama, quedándose de cuclillas. – ¿Me estás hablando… a mí…?
Rapunzel parpadeó varias veces, confundida tras escuchar tan extraña pregunta. De nuevo ella y Pascal volvieron a intercambiar miradas, y un segundo después lo volvieron a ver al mismo tiempo.
- Pues… sí… ¿A quién más le estaría diciendo esto?
Más que tranquilizarlo, esa respuesta al parecer no hizo más que alarmar aún más al chico de cabellos albinos.
- Pero… Pero… ¿Cómo? ¿Quién… quién eres tú...? ¿Cómo es que…?
Se le veía realmente confundido, e incapaz de articular alguna frase coherente. Rapunzel no entendía porque había reaccionado de esa forma tan extraña. ¿Por qué le preguntaba si podía verlo?, eso no tenía sentido.
El chico siguió un rato más sin poder decir nada claro, hasta que algo más llamó de golpe su atención hacia el cielo. Las aves habían comenzado a moverse de nuevo, todas en una dirección fija, hasta el noreste, alejándose poco a poco.
- ¡Oh, rayos! – Exclamó con fuerza, y rápidamente se paró derecho, pero se quedó unos segundos quieto. Miró a las aves, y luego a la chica bajo el árbol consecutivamente, un par de veces. – Ah, tú… ¿por qué…? ¡Ah! ¡No he terminado contigo!
Antes de que Rapunzel pudiera hacer siquiera el intento de preguntarle cualquier cosa, el chico dio un largo saltó desde la rama, y de nuevo una ráfaga de aire frío sopló, y su figura se elevó junto con ella, alejándose por el aire.
Rapunzel soltó un pequeño grito al sentir la ráfaga fría golpeándola de nuevo, pero aun así alcanzó a verlo como le fue posible, para poder ver cómo se desplazaba con el viento, justo como lo había visto hace un rato.
- ¡Está volando! ¡Ese chico realmente está volando! ¡No lo imaginé! – Una amplia sonrisa de emoción se dibujó en sus delgados labios, pero se borró de inmediato. – Ese chico realmente está volando…
Aunque era un espectáculo increíble, lo cierto es que sólo demostraba que todo eso era tan extraño como lo había creído en un inicio.
- ¡Vamos, Pascal! – Pronunció con firmeza, y de inmediato comenzó a correr en la misma dirección en la que el extraño se había ido volando.
- - - -
Mientras el misterioso chico avanzaba por el pueblo, la brisa que lo acompañaba no tardó en molestar y alertar a las personas que andaban en la calle; muchos se apremiaron a introducirse en las casas para resguardarse. Él, por su parte, se mantuvo a flote sobre el pueblo varios segundos, para un rato después bajar delicadamente, hasta que sus pies tocaran el tejado de una casa, justo en el centro del pueblo.
Justo frente a la casa en la que se había parado, se erguía una Iglesia dedicada al Dios Sol, relativamente pequeña en comparación con otras iglesias similares, pero aun así con dos largas torres, cada una con una cúpula en la parte superior, coronando cada una un campanario. Pero dicho templo era lo que menos le interesaba admirar en esos momentos. Su atención estaba en el cielo, en la dirección en la que las aves se habían ido. Sin embargo, habían desaparecido de su vista, perdiéndose entre la neblina.
- ¡Rayos! – Exclamó molesto, pateando un poco de nieve que había sobre el tejado. – ¡Los perdí! ¡Y todo por culpa de esa chica…! – Su semblante se empezó a serenar ligeramente. – Esa chica…
Mientras miraba pensativo sus pies descalzos, acercó su mano izquierda hacia su cabeza, o más correcto a la parte trasera de ésta, en donde le había golpeado la bola de nieve.
- ¿Cómo es que…?
Se le veía muy desconcertado, y también confundido. ¿Quién había sido esa persona? De no ser porque lo distrajo, no hubiera perdido a los pájaros. Sin embargo, tenía bastantes motivos para sentirse igualmente intrigado por su extraña presencia, pero tenía que decidir entre una cosa y otra. ¿Había decidido lo correcto?
Para bien o para mal, al parecer tendría oportunidad de averiguarlo.
- ¡Al fin! – Escuchó que alguien decía a sus espaldas, obligándolo a virarse rápidamente, empuñando su bastón con ambas manos. Alguien se encontraba subiendo al tejado, por una escalera. Una vez que subió y plantó sus pies firmes en las tejas, se apoyó en sus rodillas, comenzando a respirar bastante agitada. – Al fin… te detuviste… ¡Apenas y pude seguirte el paso…!
Respiró con fuerza, poco a poco recobrando el aliento tras el largo tramo que tuvo de correr para llegar hasta ahí. El chico parpadeó asombrado; era, en efecto, la misma chica de hace un rato. ¿Lo había estado persiguiendo? ¿Eso quería decir que en verdad…?
No, no podía ser cierto. ¿Sencillamente así?, ¿iba pasando casualmente por un sitio como ese, y casualmente en efecto se cruzaba con una persona que…? No, tenía que haber otra explicación.
Sin soltar su bastón, y prácticamente sujetándolo ante él como si se tratara de un arma, inspeccionó a la joven de arriba abajo. Su apariencia y sus ropas eran bastante sencillas. Aun así, había un matiz bastante fino en las facciones de su rostro, que no tenía cualquier persona que hubiera visto, o recordaba haber visto al menos. Lo que sí sabía era que la gente común nacida y crecida en el campo, no tenía esas facciones, o esa forma en sus ojos. Pero entonces… ¿quién era realmente?
- Oye… tú… - Susurró despacio, notablemente dudoso. Rapunzel, al percibir que al fin le hablaba, alzó su mirada, ya algo más recuperada. – ¿Tú… puedes verme…?
- ¿Qué? – Exclamó con extrañeza por esa pregunta tan repentina. – Por supuesto que puedo verte; ciertamente no hubiera perseguido a alguien que no puedo ver. ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Acaso no debería de verte?
En cuanto pronunció esa palabra en voz alta, cayó en cuenta de que… quizás en efecto no debería de estarlo viendo. ¿Un chico tan blanco, con ropas extrañas, y sin zapatos con ese frío, y que además volaba con el viento? ¿Acaso…?
- ¿Acaso eres un… espíritu? – Cuestionó con timidez, dando un paso instintivo hacia atrás.
Algunos de los libros que leía hace tiempo, hablaban de ese tipo de seres; criaturas que rondaban entre los bosques, inmateriales y sin forma, que casi nadie podía ver y hacían cosas extraordinarias. ¿Acaso eso era lo que ese chico era? ¿Acaso estaba hablando de frente con un espíritu?
De repente, la idea de perseguirlo hasta ese sitio ya no le pareció tan buena.
El chico albino, por su lado, no decía nada. Sólo la miraba fijamente con desconfianza, manteniendo su distancia por un rato. Luego, comenzó a avanzar muy lentamente hacia ella, arrastrando sus pies sobre las tejas. Rapunzel se quedó paralizada al ver su aproximación. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, su mano derecha soltó el bastón, y se extendió muy lentamente hacia ella, con mucho cuidado en sus movimientos como si estuviera a punto de tocar algo caliente. Con la punta de su dedo, pica su mejilla una vez, y luego una segunda. Luego hizo lo mismo con su pequeña nariz y sus labios.
Rapunzel se quedó quieta al inicio, pero esos toques se volvieron rápidamente molestos.
- ¡Deja eso! – Le gritó con algo de fuerza, agitando sus manos para que dejara de tocarla.
El chico reaccionó, y retrocedió rápidamente hacia atrás, sujetando con fuerza de nuevo su bastón con ambas manos.
- ¡¿Quién eres tú?! – Exigió con un tono agresivo. – ¡¿O qué eres tú?!
- ¡¿Cómo que qué soy yo?! Eres un grosero. – Le respondió Rapunzel por su lado, notablemente molesta por su actitud. Si le había logrado tocar la cara, quería decir que no era un espíritu después de todo.
- ¡¿Cómo es que puedes verme?! ¡Explícame!
- ¡¿Por qué sigues preguntándome eso?! ¡¿Por qué no habría de verte?!
- ¡No lo sé! Pero… - El chico guardó silencio unos instantes, como si meditara un poco en una idea. – Oye, ¿acaso tú me conoces? ¿Sabes quién soy? ¿Por eso me seguiste?
Rapunzel se quedó extrañada por tales cuestionamientos.
- ¿Cómo voy a saber quién eres si ni siquiera me has dicho tu nombre? – Le respondió con firmeza. – Yo soy Rapunzel, ¡¿quién eres tú?!
- ¿Ra… punzel…? – Murmuró el chico albino, dudoso de siquiera haberlo pronunciado bien. – Ay, por favor. Si vas a inventarte un nombre, ¡que sea uno más creíble!
- ¡¿Qué?! – Soltó Rapunzel, incrédula. – ¿Qué… dices…? ¿A… a mí me estás diciendo que mi nombre no es…? ¡¿Qué tiene de malo mi nombre…?! ¡Pero tu…!
Poco a poco empezó a fruncir más el ceño, comenzando a sentirse más y más enojada por la rudeza y poco raciocinio de ese extraño.
- Olvídate de los nombres. – Señaló el chico con la misma sequedad. – Si no sabes quién soy o por qué no deberías de verme, ¡¿por qué me seguiste?!
- ¿Hablas enserio? – Le cuestionó la castaña, arqueando una ceja. – ¿Cuántas veces crees que chicos llegan volando a este pueblo de la nada? Si estás tramando hacer algo malo aquí, te advierto que no lo intentes; tengo un sartén…
Comenzó en ese momento a palpar con sus manos sus caderas, costados y su espalda, como si buscara algo. La patita de Pascal en su hombro se colocó sobre su mejilla para llamar su atención, y luego el camaleón negó con su cabeza lentamente.
- Bueno, no aquí justo ahora, ¡pero sí en mi casa! – Recalcó como punto final a su amenaza.
- ¿Un sartén? – Susurró el muchacho, extrañado. – No sé de qué estás hablando, pero no vengo a hacer nada malo. ¡Sólo estaba siguiendo a las aves que perdí por tu culpa!
- ¿Las aves? – Repitió Rapunzel, algo confusa. Alzó entonces su mirada hacia el cielo sobre ellos. – ¿Esas de ahí?
- ¿Eh?
Rápidamente el chico se viró en la dirección en la que ella veía, y ahí estaban: las aves habían vuelto, y volvían a sobrevolar el pueblo, aunque en un punto más al este.
- ¡Ahí están! – Masculló emocionado, y se dispuso de inmediato a volver a saltar.
- ¡Espera un segundo! – Antes de que pudiera moverse ni un centímetro de su lugar, Rapunzel se lanzó hacía él, y lo tomó con fuerza de su capa para evitar que se fuera así como así. – ¿Quién eres? ¿Cómo es que puedes volar así? ¿Por qué dices que no debería de verte?
El chico la miró sobre su hombro con fastidio. Por supuesto que tenía interés en saber quién era esa chica en realidad, pero esas aves eran su única pista de otro gran interés, y se estaba arriesgando a ahora sí perderlos de forma definitiva. Pensó en simplemente alejarla de él con una ventisca, pero en la posición en la que estaban se arriesgaría a derribarla del tejado y se golpeara contra el suelo. Podría ser algo molesta, pero no por ello le iba a desear un hueso roto sólo porque sí.
Suspiró con cierta resignación. Si quería saberlo, se lo diría y ya.
- Yo soy…
- ¡Rapunzel! – Escucharon como una voz pronunciaba desde la calle. Ambos viraron su atención al mismo tiempo en dicha dirección. Una mujer robusta y de cabello castaño rizado, muy bien abrigada, veía hacia el tejado desde la abajo, de pie a un lado de la escalera que la joven había usado para subir. – ¿Qué haces ahí arriba, querida? ¿Todo está bien?
- ¡Sí! – Se apresuró a responder, asomándose hacia abajo y sonriendo ampliamente, e intentando que su tono sonara lo más normal posible. – ¡Todo está bien! Es sólo que… la vista es tan preciosa desde aquí, que… queríamos ver si se podían ver las linternas, pero parece que no.
- ¿Queríamos? – Susurró algo, confundida. – ¿Estabas con alguien? Me pareció haberte oído hablar.
- ¿Eh? – Exclamó la castaña, algo sorprendida. Miró al chico a su lado, al cual aún sujetaba de su capa, y luego de nuevo a la mujer. – Pues… sí… estoy hablando… con este chico…
- ¿Chico? – Cuestionó la mujer, sin salir de su asombro inicial. – Pero… ¿Cuál chico?
Rapunzel abrió sus ojos por completo al escucharla hacer esa pregunta. ¿Estaba hablando enserio? ¿O era algún tipo de broma…?
Instintivamente soltó la capa del extraño, y dio un pequeño paso hacia atrás; en su mirada se había reflejado un pequeño rastro de miedo. El albino, por su parte, la miró serio sobre su hombro, casi con frialdad.
- ¿Ella… no puede verte? – Pronunció muy despacio, como temiendo que alguien más pudiera escucharla.
El chico no respondió; quizás creyó que estaba de más responder una pregunta cuya respuesta era bastante evidente. En su lugar, simplemente la siguió mirando con esos intensos y un poco intimidantes ojos; el sólo verlos, le causaba una sensación helada por todo el cuerpo.
Las aves comenzaron a moverse de nuevo juntas en una dirección, y eso llamó de inmediato la atención del chico.
- Lo siento, ¡debo irme!
Saltó de pronto, elevándose en con la ventisca que se alzó desde el suelo, agitando a su vez tanto a la mujer en la calle, como a la propia Rapunzel. Que tomó rápidamente a Pascal entre sus manos para protegerlo de dicho viento. El chico se elevó y elevó, hasta pasar por encima de la Iglesia del Dios Sol, y desaparecer al otro lado de una de sus torres.
- ¡¿De dónde vino ese viento?! – Exclamó la mujer en la calle, aunque el viento igualmente se calmó prácticamente de inmediato. – ¿Qué te parece? ¿Qué habrá sido eso?
Rapunzel se quedó congelada en su lugar, viendo atentamente como aquel chico desaparecía en un parpadeo, como si nunca hubiera estado ahí realmente. ¿Y lo había estado acaso? ¿Había sido eso real?
Sin poder salir por completo de su estado casi de shock, comenzó a descender por la escalera, de regreso a tierra firme.
- Creo que trabajaste demasiado hoy, querida. – Escuchó que comentaba la mujer. – Será mejor que vayas a descansar; no soltarán las linternas hasta dentro de unas horas, cuando el sol se meta.
- S-sí, tiene razón. – Murmuró despacio, forzando una sonrisa. – Supongo que sólo estoy muy cansada…
Bajó entonces su cabeza, mirando al suelo, pensativa. No lograba entender qué había sido realmente todo eso. Volvió a mirar hacia la iglesia una vez más, pero no había rastro alguno de aquel joven. Se había esfumado con el viento.
Desde sus manos, el pequeño Pascal la miraba fijamente con preocupación, incapaz de saber qué hacer para levantarle su evidentemente decaído ánimo.
- Nos vemos más tarde. – Se despidió al final de la mujer, acompañada de una pequeña reverencia como saludo, y entonces comenzó a caminar hacia su casa, en profundo silencio.
Ese día ya había sido de por sí difícil para ella, como para tener que lidiar con una experiencia tan inusual. Después todo, aunque absolutamente nadie más en ese pueblo lo sabía, a excepción de Pascal… Ese día era su cumpleaños número diecinueve, precisamente.
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Rapunzel caminó desganada, recorriendo casi todo el camino de nuevo, por haber ido tras ese extraño chico… o lo que fuera. Al final llegó de nuevo, y sin ningún contratiempo, a la pequeña cabaña a las afueras. Una vez dentro, caminó hasta la pequeña chimenea de la sala, le colocó unos leños, y los prendió para calentar un poco el interior frío de la casa. Al principio no tuvo mucho éxito, y terminó llenándose la cara de ceniza, y tuvo que toser un par de veces para sacar lo que le había entrado en la nariz; pero luego logró hacer un pequeño fuego, que terminó convirtiéndose en algo reconfortante.
La cabaña era tan pequeña por dentro, como se veía por fuera. También al igual que el exterior, aunque aún se veían algunos rastros del descuido en el que se encontraba previo a su llegada, en general se había encargado en ese tiempo a hacerla bastante habitable y agradable. Le había metido una bonita decoración, la mayoría objetos que otras personas del pueblo ya no querían y ella tomaba y se encargaba de arreglar y darle su toque personal. Tenía también algunas macetas con plantas en el interior, que habían tenido algo más de suerte que sus flores de afuera, aunque tampoco tanta.  Había logrado con todo su esfuerzo que ese sitio se viera hogareño.
- Bien, Pascal. – Comenzó a decir, mientras se calentaba sus manos cerca del fuego, que poco a poco se iba avivando. – No sé con seguridad qué es lo que vimos. No sé si fue un espíritu, no sé si sólo fue nuestra imaginación, o quizás otra cosa… Pero lo mejor será ya no pensar en eso, ¿no crees?
Pascal frunció la boca, y entrecerró sus ojos, no muy convencido al parecer.
- Y ya que nos olvidamos de todo eso... – Se alzó de nuevo, caminó hacia la mesa de madera que estaba en la cocina, y colocó a su pequeño amigo en ella. Se inclinó hacia él, y lo miró con alegría y una muy grande sonrisa. – ¡¿Qué te parece si hacemos un pastel de cumpleaños?! ¡Yeih!
Agitó entonces sus manos con júbilo. Pascal, sin embargo, no compartió su alegría. En lugar de eso, se le quedó viendo fijamente en silencio, de forma casi acusadora, que a Rapunzel poco a poco puso nerviosa.
- ¡Pastel de fresas! – Recalcó con ahínco. – Para ti y para mí. ¿Qué te parece?
Antes de que le respondiera algo, se dirigió de inmediato a un mueble al otro lado de la mesa, y sacó varias velas, mismas que distribuyó por la cocina, y las encendió todas para tener la mejor iluminación posible; ya estaba prácticamente anocheciendo, por lo que la luz que entraba de afuera era mínima. Aparte, debido al aire frío del exterior, tenía que mantener todas las ventanas cerradas.
Luego comenzó a sacar los ingredientes de la alacena, y a mezclar todos en el recipiente para preparar la masa. Eso pareció entretenerla, y hacer que poco a poco sus preocupaciones se hicieran menos, y su mente se fuera a despejando. Sin darse cuenta de cuando comenzó a hacerlo realmente, empezó a tararear una alegre canción, al tiempo que se movía de un lado a otro, totalmente entretenida en su labor. Estaba tan, pero tan entretenida en ello, que no notó en absoluto que ritmo de su pequeña melodía, un ligero fulgor, como pequeñas chispas de luz, comenzó a surgir de sus cabellos, dejando una estela por donde ella pasara.
Ella no notó esto, pero Pascal, desde la mesa, sí. Sorprendido, el pequeño camaleón abrió su boca de par y en par, y su larga lengua se desenrolló por la superficie de la mesa. Hizo varios sonidos guturales y señas con sus patas, intentando llamar su atención. Sin embargo, Rapunzel siguió en lo suyo.
- Lo sé, ¡estás ansioso por probarlo! – Comentó alegre, al tiempo que introducía la masa en el horno de leña, y lo cerraba un rato después. – Yo también; sabes que me gusta mucho al igual que el pay de manzana.
El ligero brillo de sus cabellos se esfumó tan pronto como ella había dejado de tararear. Pascal se frotó sus ojos, extrañado. ¿Había sido acaso su imaginación?
Rapunzel se retiró sus guantes, y se acercó entonces hacia Pascal, tomándolo entre sus manos. Luego, arrastró una de las sillas del comedor, y la colocó cerca del horno. Se sentó en ella y colocó a Pascal en su regazo. Lo acarició dulcemente con sus dedos, mientras miraba con atención el horno, de manera ausente, algo pensativa. Sus preocupaciones amenazaban con volver a asomarse, pero intentaba no pensar mucho en ello y así evitarlo.
Se quedó un rato ahí, sencillamente viendo el horno, intentando pensar en cualquier cosa, menos en lo que no deseaba. De pronto, pasados algunos minutos de absoluto silencio, en el que sólo se percibía el crujir de los leños del horno y de la chimenea, escuchó abruptamente como las ventanas de madera de la sala se abrían abruptamente, y una aire frío penetraba en la cabaña, agitando un poco las llamas de las velas, y apagando un par de ellas en el proceso.
- ¡Ah! – Exclamó asustada, pegando un salto al escuchar el sonido de la ventana abriéndose.
Colocó rápidamente a Pascal en su hombro, y se acercó al mueble de la cocina para sacar un sartén, y empuñarlo con sus dos manos como arma. Poco a poco asomó su cabeza hacia la sala, y no vio nada más allá de la ventana abierta, y la nieve que entraba del exterior. Parecía que sólo había sido el viento, pero igual se acercó con cautela para poder corroborarlo. Se paró frente a la ventana, miró a todas direcciones, y no vio nada fuera de lo normal; en efecto, parecía haber sido sólo el viento.
Suspiró aliviada, bajó su sartén.
- Creo que estamos muy nerviosos, ¿verdad, Pascal? – Comentó con un poco de humor.
Se acercó entonces a la ventana, dispuesta a cerrarla antes de que el interior se pusiera más frío. Pero al hacerlo, fue prácticamente imposible no posar sus ojos en el exterior.
El sol ya estaba prácticamente ausente; pero el cielo estaba aún tan nublado, que no se alcanzaba a ver ni una sola estrella. Rapunzel se quedó un rato, ahí apoyada en el marco de la ventana, mirando al cielo, con melancolía en su mirada.
Recordaba que desde pequeña, siempre esperaba con ansias ver esas luces cada año, aun cuando no sabía realmente lo que eran, porque estaban ahí siempre en su cumpleaños… que realmente habían sido justo para ella, todo ese tiempo. En aquellos días, esos pequeños fulgores flotantes en el cielo del a primavera, eran una fuente de alegría e ilusión para la pequeña Rapunzel. Pero ahora, a un año de haber dejado su hogar por primera vez, a un año de haber visto las luces de cerca y en todo su esplendor, como había sido su sueño… éstas se habían convertido en una fuente de profunda tristeza, de malos pensamientos, y de malos recuerdos.
Deseaba con todas sus fuerzas sentirse tan feliz como lo estaba hace apenas un año atrás, pero le era imposible hacerlo. Era imposible para ella pensar siquiera en el recuerdo de ellas, y no relacionarlo de inmediato en todo lo que pasó, y en todo lo que perdió en aquella ocasión. Pensar en ello, le estrujaba el pecho, y le arrancaba el aliento.
Sin embargo, a pesar de la amarga sensación que las luces le creaban a ella en esos momentos, al salir de su hogar, y especialmente en ese tiempo que llevaba ahí en Calaris, se enteró de que no era la única que había visto aquellas luces con alegría y emoción cada año. Había gente ahí mismo, a quienes esas luces les traían aunque fuera un poco de felicidad, misma que se veía les hacía falta, en ese invierno que simplemente se rehusaba a terminar. Y no sólo era felicidad; porque podía verlo en sus miradas, y sentirlo en sus palabras. Esas luces significaban algo más profundo e importante para ellos: esperanza, por el pronto regreso de su princesa; y, quizás, esperanza de que la primavera llegara pronto.
Esperanza… Si tan sólo ella pudiera darles un poco de ello. ¿Pero cómo dársela a las personas cuando ella misma no la sentía? ¿Cómo hacer que todos estuvieran felices, si no era capaz de estarlo ella misma? Una pequeña lágrima comenzó a recorrer su mejilla, mientras seguía viendo con atención al cielo, con ese mismo pensamiento en su cabeza.
Sus labios se separan un poco, un largo suspiro se escapó por ellos, y entonces… algo más surgió. Todas las emociones que sentía acumuladas en su pecho, empujaban y empujaban por querer salir por su garganta. Por más que quisiera contenerlas, ya le era imposible; si no las liberaba, sentía que terminarían por ahogarla.
Y así lo hizo… Comenzó a cantar, cerrando sus ojos y dejando que su voz se extendiera hacia afuera de su casa, hacia adentro, y hacia donde fuera. Realmente no le importaba; sólo se concentró en la letra, en su voz… y en sus recuerdos.
Tiempo aquel, viendo a la distancia.
Tiempo fue, viendo al interior.
Tiempo que, no me imaginaba lo que me perdí.
Afuera, el viento soplaba lentamente, agitando las copas de los árboles. Pascal se paró en el marco de la ventana, y volteó a ver a Rapunzel fijamente, escuchando también con atención su hermosa voz cantando.
Y hoy aquí, viendo las estrellas.
Y hoy aquí, todo es claridad.
Desde aquí, ya puedo ver, ¡que es donde debo estar!
La castaña extendió sus brazos hacia el frente, y se permitió sonreír al recordarse en aquel bote en medio del lago, viendo a aquella persona a los ojos, como si fueran los únicos en el mundo entero…
¡Y la luz encuentro al fin!, se aclaró aquella niebla.
¡Y la luz encuentro al fin!, ahora el cielo es azul.
Es real brillando así, ya cambió la vida entera...
Movió su torso hacia el frente de manera instintiva; en su mente se acercaba más a él.
Esta vez, todo es diferente.
Veo en ti... la... luz…
Sus ojos se abrieron, y esa persona no estaba ahí; estaba sola. Ella ya no se encontraba en ese bote, rodeada de lámparas. Ahora, ante ella, sólo se encontraba el frío del exterior rozando sus mejillas, helándolas así como a su corazón.
Rapunzel sintió que sus rodillas temblaban y no pudieron aguantar más su peso, por lo que terminó en el suelo apoyándose en el marco de la ventana. Y lloró, lloró con todas sus fuerzas…
Pascal se acercó con cautela hacia su dueña, y apoyó su cabecita contra su cabello, en un intento por reconfortarla, pero era algo que estaba más allá de sus pequeñas manos. No había nada que él pudiera hacer.
Sin embargo, de pronto, ese mismo fulgor que había visto antes, y que había pensado que era su imaginación… comenzó a brillar entre sus cabellos, y el camaleón lo notó de inmediato, saltando alarmado. Pero no era ni cerca como la vez anterior; ahora poco a poco se hacía más, y más, y más fuerte, hasta el punto de que el brillo se volvió demasiado intenso… como el sol mismo.
Cuando ese fulgor cálido y agradable, tan conocido para ella, se volvió así de fuerte, invadiendo todo el lugar, fue imposible para Rapunzel el ignorarlo. La castaña abrió por completo los ojos y se alzó su mirada, viendo asustada a todos lados.
- No… No… - Repitió varias veces, mientras se tomaba el cabello sus manos temblorosas. – ¡Eso no puede ser!
Alzó entonces su mirada al cielo de manera instintiva, al notar que algo estaba ocurrido. El brillo que emanaba de ella, parecía elevarse tanto, que alumbraba sobre ella con intensidad. De pronto, el cielo negro sobre el pueblo, comenzó a poco a poco a despejarse ante sus ojos. Era como si las nubes sobre ella, comenzaran a desintegrarse, como nieve en el agua. Y las estrellas del firmamento comenzaron a asomarse una a una, hasta que todo el cielo visible desde su ventana se alumbró por ellas.
- ¿Qué…? Pero…
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No muy lejos del pueblo, entre las sombras de la noche,  el misterioso chico de cabellos albinos, se movía por los aires, persiguiendo desde una altura manera a los pájaros blancos, que seguían yendo en dirección al este, de vez en cuando parándose en ciertos puntos. Pero de pronto, sin ningún motivo aparente, todos ellos giraron abruptamente al mismo tiempo en la dirección contraria, dirigiéndose de regreso directo a Calaris. El chico a esto lo tomó por sorpresa, y tomó que descender unos momentos a las ramas de un árbol, para ver qué ocurre.
Los pájaros, en efecto, cambiaron su ruta, y se dirigieron de nuevo a aquel sitio. Fuera lo que fuera que estuvieran buscando, parecía estar ahí.
Se elevó de nuevo con el viento, y los siguió por un rato más. Sin embargo, justo cuando estaban volando por los límites del pueblo, todos ellos, los diez pájaros blancos, se desintegraron en el aire en cientos de copos de nieve en un abrir y cerrar ojos, y estos comenzaron a caer lentamente al suelo.
- ¡¿Qué rayos…?! – Exclamó el chico, atónito al ver esto. Se frenó de golpe en el aire al ver esto, y terminó cayendo sobre el tejado de la casa más cercanas. Alzó su mirada, y contempló los copos cayendo con total naturalidad, hasta acumularse con el resto de la nieve en las calles. – ¿Qué les pasó? ¿Qué fue eso…?
De pronto, comenzó a sentir algo raro su nuca, algo que hacía mucho tiempo no sentía, o que no recordaba al menos haber sentido: calor, un calor no muy intenso, pero aun así presente que le cubrió su piel y lo hizo estremecerse un poco.
Rápidamente se dio la vuelta, y pudo ver a lo lejos, prácticamente al otro lado del pueblo, un fuerte brillo que resalta mucho en la oscuridad. Al voltearse y al poner sus ojos en aquel resplandor dorado, el calor que sentía comenzó a acumularse en su pecho. No era una sensación dolorosa, sino todo lo contrario; era de hecho, bastante placentera. Pero, ¿qué era eso?
Algo más llamó su atención sobre su cabeza: el cielo comenzaba a despejarse sobre él, hasta que las nubes simplemente se desvanecieron sobre el pueblo… como por arte de magia.
- No puede… ser… - Murmuró sorprendido ante ello.
Un instante después, alzándose en el horizonte, comenzaron a verse varios fulgores, que se alzaban hacia el cielo como miles de estrellas.
- - - -
Rapunzel cayó de sentón al piso, totalmente rendida a tantas impresiones. Sus manos seguían aferradas a su cabello, que poco a poco iba dejando de brillar, pero aun así había aún una pequeña presencia de luz en él. Estaba muy nerviosa, confundida, y sobre todo asustada. Pero aun así, no pudo evitar contemplar las luces, alzándose en el cielo nocturno...
Hermosas, una a una iban flotando en el firmamento llamando por décimo novena vez a la princesa perdida. Se sintió por unos momentos como aquella pequeña niña, contemplando las luces desde la ventana de su torre, añorando por lo que podrían ser, por lo que podrían intentar decirle. Añorando verlas un poco más de cerca…
El hermoso espectáculo duró sólo unos escasos segundos, pero cada uno de ellos valió por completo la pena. Luego, lamentablemente, al mismo tiempo que su cabello dejó de brillar por completo, el cielo comenzó a nublarse otra vez poco a poco, hasta ocultar de nuevo las estrellas y las luces, que sólo quedaron como lejanos destellos danzando.
Sólo hasta entonces logró reaccionar, y levantarse rápidamente de su lugar. Comenzó a correr por toda la cabaña de un lado a otro, tirando algunas cosas sin quererlo, notándosele algo de desesperación. Logró al fin encontrar entre algunos cajones lo que buscaba: un espejo de mano. Se paró a la luz de las velas de la cocina, y rápidamente comenzó a inspeccionar su cabello con el espejo, cada centímetro de él que le fuera posible…. Pero no vio nada fuera de lo normal; no había ninguna luz, y su cabello seguía igual, castaño y corto.
Rapunzel suspiró, pero sólo un poco aliviada, pues pese a todo, eso no quitaba lo que acababa de pasar.
- No lo entiendo, Pascal. – Sollozaba la joven, mientras pasaba sus manos por su rostro, para sacarse las lágrimas que aún seguían saliendo. – Esto no debería de haber pasado… Se supone que perdí ese brillo cuando…
No terminó su frase; en su lugar, sólo bajó su mirada, pensativa. Pascal soltó unos pequeños soniditos de preocupación, y entonces saltó de la ventana hasta llegar al suelo.
- Lo sé, lo sé. – Exclamó en voz baja, aún sumida en sus pensamientos. – Pero, además…
Se acercó con cautela de nuevo a la ventana abierta, y miró unos instantes el cielo, que otra vez estaban nublado y oscuro, como lo estaba unos minutos antes, como si lo otro jamás hubiera pasado.
- ¿Yo… hice eso…? – Susurró para sí misma. – Nunca había hecho algo así. Se supone que…
Llevó de nuevo sus dedos a su cabello, pero los retiró rápidamente, casi con miedo.
- No, no, no. – Repitió varias veces. – Esto no es real, esto no pasó. Vamos a cerrar esta ventana, a comer nuestro pastel, y olvidarnos de esto…
Se apresuró en efecto a cerrar las dos pequeñas puertas de la ventana. Sin embargo, en cuanto estuvieron cerradas, éstas se abrieron de nuevo abruptamente, prácticamente empujándola hacia atrás, acompañadas de una fuerte ventisca fría que la golpea de frente.
- ¡Aaaah! – Lanzó un gritito sorprendida, haciéndose hacia atrás cuando la ventana se vuelve a abrir de golpe, y cae de sentón al suelo, cubriéndose con sus brazos del viento.
- ¡¿Qué?! ¡¿Otra vez tú?! – Escuchó como una voz pronunciaba con fuerza delante de ella.
De inmediato, Rapunzel alzó su mirada. Parado de cuclillas en el marco de la ventana, se encontraba otra vez ese chico: el extraño de cabellos blancos, piel pálida, ojos azules y pies descalzos, que la miraba con sorpresa desde su posición.
- ¡¿Otra vez tú?! – Chilló ella a su vez, igual de sorprendida.
FIN DEL CAPITULO 04
NOTAS DE LOS AUTORES:
WingzemonX:
¿Cómo están? ¿Qué les pareció este capítulo? Como pueden ver, estuvo básicamente enfocado en Rapunzel y en Jack (que aún no decimos su nombre, pero sí, es él; es obvio, y no es spoiler). Este capítulo en verdad me encantó como salió, y en especial cómo se desenvolvió el personaje de Rapunzel en todo él, y todo eso es gracias a mi coautora Denisse-chan que es la encargada de darle vida a dicho personaje. Ahora, quizás haya muchas dudas sobre estos dos personajes y en qué contexto se encuentran. Ya hablamos hace tiempo al respecto, y creo que al menos en el caso de Rapunzel, creo que en este capítulo se dieron bastantes pistas de ello.
Básicamente esto ocurre un año exacto después de los acontecimientos de la película de Enredados, en el cumpleaños número diecinueve de Rapunzel. Como mencioné me parece en una nota anterior, se respetan casi por completo todo lo ocurrido en dicha película, excepto por un detalle, que es la diferencia detonante por el cual vemos al personaje en esta situación actual, y no en la que vimos al final de la película. Supongo que muchos ya habrán supuesto cual es esa “diferencia detonante”, pero si no, no se apuren, que en capítulos posteriores se explicará claramente.
En el caso de Jack, es probable que el siguiente capítulo (sino es que en el siguiente del siguiente) se explique más sobre en qué situación se encuentra. Sin embargo, como también pienso que mencioné en otra nota, básicamente su historia y situación es la misma que la mostrada en la película de El Origen de los Guardianes, pero con diferencias en tiempo y lugar para adaptarlo a la historia. Y también hay otras diferencias, que se irán mostrando poco a poco.
En fin, de mi parte eso sería todo. Espero que estén disfrutando la historia hasta ahora, y nos vemos en el siguiente.
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wingzemonx · 8 years ago
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Invierno Eterno - Capítulo 03. Cuidar de mi Gente
Historia escrita en conjunto con @denissechan​
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Invierno Eterno
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 03 Cuidar de mi Gente 
Todo jefe vikingo de la Isla de Berk, siempre había tenido una mano derecha; un segundo al mando, un subjefe, o simplemente alguien que siempre debía de estar ahí para él en cualquier momento, para servir de su soporte y su base para bien y para mal. No era precisamente un puesto oficial; no venía acompañado de una ceremonia, un juramento, o un caso especial. Era más algo que todos daban por sentado que debía estar ahí, y así era siempre.
En el momento en el que Hiccup Horrendous Haddock III tomó el puesto de jefe, hace apenas unos cuantos meses atrás, luego de la muerte de su padre, no existió duda alguna para nadie en la isla de quién sería el elegido para tomar dicho puesto no oficial; o más bien en ese caso, la elegida.
Astrid Hofferson, ni siquiera fue consciente de en qué momento había recaído en ella la responsabilidad de ser la mano derecha del nuevo jefe. Nadie se lo indicó, o la señaló, o le preguntó siquiera si quería hacerlo, ni siquiera Hiccup. Simplemente, cuando menos lo pensó, la gente ya la trataba y llamaba de esa forma, y acudía a ella en busca de ayuda y consejo, o para que intercediera por ellos ante Hiccup. Al inicio ni siquiera se dio cuenta de ello, ya que creyó que todo eso se deb��a sólo a su relación con el joven castaño. Sin embargo, al final le fue más que evidente que se trataba de algo mucho más allá de eso.
Siendo que muchos la consideraban la mejor guerrera de la nueva generación, además de una persona que había demostrado a lo largo de los años bastante inteligencia y sensatez, y en efecto, por su relación tan cercana con Hiccup, la gente sencillamente la consideró la opción perfecta y más viable para el trabajo… Y ella no tuvo siquiera la opción de negarse a ello.
Ahora era su trabajo estar ahí siempre para Hiccup, lista para apoyarlo en todo, para darle su mejor consejo y su guía, y seguirlo hasta a la más loca aventura, como recorrer el mundo congelado en busca de alguna respuesta que podría bien no existir.
Claro, suena bien dicho desde afuera. Todo el respeto y confianza que traía consigo, que la gente dependiera de ti, y poder ayudar a las personas. Pero más pronto que tarde, el glamour del liderazgo se volvía ambiguo y pesado. Y no sólo en ella, ya que si bien eso la podía llegar a afectar irremediablemente, era más que evidente el efecto que estaba teniendo en Hiccup. Todo ese viaje, no era más que una respuesta más a la gran presión que estaba significando el puesto de Jefe para el Amo de Dragones. Ya las cosas eran demasiado tensas desde antes, como para que ahora pasara que el invierno se alargara y empeorara de esa forma.
Todo eso era una bomba a punto de explotar en cualquier momento, y eso lo sabía muy bien. Y al final… explotó irremediablemente.
Pero ahí debía de seguir, cumpliendo su papel de segunda al mando, de apoyo incondicional de su jefe, le gustara o no. Era la responsabilidad que había tomado sin que nadie se lo preguntara, y sin que tuviera que aceptarla. Y no era nada, pero nada sencilla.
Luego de esa pequeña discusión con Hiccup, si es que se le podía llamar así, todos parecían dar por hecho que iría tras él para intentar hablarle, convencerlo y ayudarlo a aclarar sus pensamientos. No lo hizo; de hecho, era lo que menos deseaba hacer en esos momentos. En su lugar, se fue a caminar entre el bosque sin rumbo fijo, sencillamente para estar sola y alejarse lo más posible de los otros. Al final, su caminata la llevó a otro punto de la playa que rodeaba la isla. No creía haber caminado tanto como para que fuera el extremo contrario, pero sí debía de estar bastante alejada.
Se dejó caer de sentón en la nieve, y se abrazó de sus propias piernas mientras miraba hacia el horizonte congelado y neblinoso. En una situación así, habría muchas cosas que podría hacer para despejarse; arrojar piedras al agua sería una buena opción. Sin embargo, en el estado actual, tuvo que optar por la mejor alternativa: arrojar bolas de nieve al hielo. Agarraba nieve con ambas manos, les daba forma de bola, y luego la arrojaba con todas sus fuerzas al frente. La mayoría del tiempo la bola se deshacía en el aire, quizás a causa del viento, pero en otras lograba formar un arco perfecto y hacerse pedazos al chocar contra la superficie dura del hielo.
Estuvo entretenida en esa labor y en sus pensamientos por un largo rato, antes de que la silueta de Stormfly, volando sobre su cabeza, la hiciera distraerse. El dragón azul descendió hacia ella, notándose muy alarmado. Aterrizó con ímpetu, y comenzó a gruñir y a agitar sus alas con violencia.
- Stormfly, tranquilízate, quieta. – Le indicó la vikinga, intentando tomar su rostro entre sus manos para calmarla, pero ella no se dejaba. – ¿Qué ocurre? ¿Pasó algo? ¿Dónde están los otros?
El dragón seguía igual de inquieto, y Astrid no era capaz de comprenderlo. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en ver con sus propios ojos qué era lo que la había alertado tanto.
Comenzó a escuchar muchos sonidos extraños que venían del bosque. Eran como golpes pesados contra el suelo, que hacían temblar las ramas de los árboles, y hacían que la nieve se cayera de éstas. La vikinga rápidamente tomó su hacha con ambas manos, y plantó sus pies con firmeza en la nieve. No tenía ni idea de qué estaba provocando esos sonidos, pero su experiencia le indicaba que no era buena idea quedarse sentada a esperar a que lo que fuera llegara a ti, especialmente estando desarmada.
Siguió aguardando, y los golpes se volvían más y más fuertes. Entre los árboles, comenzó a ver enormes siluetas entre los árboles. Pudo ver que derribaban troncos, y se iban aproximando en su dirección. No tenía idea de qué eran, pero… no tenía deseos de averiguarlo.
- Será mejor que nos vayamos de aquí. – Murmuró muy despacio, y lentamente comenzó a retroceder hacia Stormfly, para subirse a su lomo y salir volando. Sin embargo, una de esas criaturas pareció notar su presencia, y lo demostró soltando un intenso gruñido al aire, que hizo temblar más las copas de los árboles de lo que sus golpes y pasos lo habían hecho ya.
Las tres criaturas blancas y de gran tamaño, comenzaron a dirigirse en su dirección, derribando árboles a su paso. Stormfly saltó frente a Astrid y soltó un fuerte disparo de fuego justo cuando el primero de los monstruos salió a la playa. El impacto lo hizo retroceder y caer hacia atrás, con un gran agujero en el pecho. Otros dos más saltaron sobre su compañero hacia ellos.
Astrid gritó de forma aguerrida, y se lanzó hacia el frente, cortando el torso de uno de ellos con su hacha. El filo atravesó sin problema el blando material de la criatura, pero un poco después  la herida se cerró.
- ¿Qué? – Exclamó sorprendida.
El monstruo no tardó en lanzarle su grandes zarpas para golpearla, pero la guerrera se movió con agilidad para esquivarlo, y luego rodar por la nieve hacia la derecha para alejarse de él. Cuando se alzó, vio también que aquel al que Stormfly le había disparado, ya estaba de nuevo de pie.
¿Qué rayos eran esas criaturas?
Stormfly les lanzó a los tres, espinas de su cola, y todas ellas se clavaron en sus cuerpos, pero ninguna surtió el menor efecto. Astrid se limitó por un tiempo a sólo esquivar sus ataques, y luego contraatacar, pero el resultado era el mismo. Al final, optó por volver a su plan original e irse de ahí. Se colocó de nuevo su hacha en el la espalda, y comenzó a correr hacia Stormfly. Sin embargo, una de las criaturas, que estaba en el suelo luego de un disparo del dragón, la tomó con fuerza de su pierna, y la hizo caer de cara contra la fría nieve.
La criatura se alzó en sus pies, y le levantó también a ella, teniéndola aún sujeta de su pierna. Astrid, colgada de cabeza, de inmediato intentó alcanzar su hacha para cortar su brazo y liberarse. Pero antes de que lo hiciera, vio como una figura de gran tamaño tacleó a la criatura por detrás, quebrando su cuerpo en mil pedazos, pero a su vez haciendo que ella cayera de cabeza a la nieve.
- ¡Aaaaaah! – Gritó a todo pulmón, antes de caer y terminar con su torso casi enterrado por completo dentro de la nieve. Luego de unos angustiantes momentos, logra liberarse, y toma una fuerte bocanada de aire que tanta falta le había hecho.
- Ten más cuidado, subjefe. – Escuchó que pronunciaba la voz de Eret, no muy lejos de ella. Al alzar su mirada, lo vio a su lado, montado sobre Rompecraneos, y con sus dos espadas desenvainadas. Al parecer había sido su dragón el que había destruido al monstruo que la sujetaba.
- ¡¿Qué rayos son esas cosas?! – Exclamó Astrid con una combinación de enojo y preocupación.
- ¿Y yo qué sé? Pregúntale a tu novio, él es el experto en rarezas como éstas.
Rompecraneos tuvo que elevarse un poco para esquivar un golpe de una de las criaturas, y Astrid se agachó a su vez, casi pegando su pecho contra la nieve, para salir de su alcance.
- ¡Astrid! – Escuchó que gritaban sobre ella. Miró como pudo al cielo, y notó que Hiccup y los otros sobrevolaban sobre sus dragones.
Eso le parecía una estupenda idea en esos momentos.
Stormfly se colocó de pronto a su lado, por lo que de inmediato saltó a su lomo en cuanto le fue posible.
- ¡Tenemos que irnos de aquí!
- ¡Dinos algo que no sepamos! – Le respondió Eret, mientras Rompecraneos intentaba abrirse paso.
Los demás bajaron hacia el campo de batalla, y rápidamente lograron repeler o al menos distraer a los monstruos lo suficiente para que Eret y Astrid pudieran despegar.
- ¡Hay que elevarnos!, ¡rápido! – Les indicó Hiccup con tono de mando.
No necesitaba decirlo dos veces. De inmediato todos emprendieron el vuelo, pero uno de los monstruos logró tomar con fuerza la cola de Barf y Belch en pleno vuelo, frenándolos de golpe y haciendo que Tuffnut y Ruffnut casi se cayeran, pero ambos se aferraron con fuerza al cuello de su respectiva mitad para evitarlo.
- ¡Belch!, ¡Vamos, vamos, vamos! – Le gritaba Tuffnut a su dragón con ahínco. – ¡No dejes que éste monigote de nieve nos capture! – Se giró entonces hacia la enorme criatura, con cara que intentaba parecer intimidante. – ¡Oye tú! ¡Tienes el cerebro hecho de hielo!, ¡¿no?! ¡Hombre mono de las nieves!
Los comentarios del joven vikingo, al parecer hicieron enojar aún más al monstruo que los sujetaba. Comenzó en ese momento a agitarlos en el aire con violencia de un lado a otro, mientras el dragón de dos cabezas usaba todas sus fuerzas para intentar zafarse. Los gemelos comienzan a gritar con miedo, y a sentirse profundamente mareados por el ajetreo. Sin embargo, mientras la criatura los agita, Barf aprovecha para soltar el gas explosivo, el cual se acumula sobre la cabeza del monstruo, un poco ayudado por su propio movimiento, para que luego Belch disparara la chispa, creando una explosión tan fuerte que voló el brazo del monstruo, aunque también los mandó a volar a ellos, haciéndolos dar varias vueltas en el aire.
Los gemelos gritaban con fuerza y terror, aferrados a los cuellos de sus dragones mientras giraban.
Antes de alejarse por completo, Hiccup y Toothless regresaron una vez más, para darle unos últimos disparos a los tres monstruos, volando sus cuerpos en pedazos, para que así tardaran en recuperarse y les dieran tiempo de hacer distancia. Una vez que todos estaban libres, y todos encima de sus dragones, pudieron alejarse volando sobre el mar congelado.
- ¡¿Qué parte de insultar al monstruo gigante de nieve te pareció buena idea?!, ¡Idiota! – Le gritó Ruffnut a su hermano, lanzándole una patada en su hombro, como si quisiera tumbarlo.
- ¡Obviamente hice más que tú, tarada! – Le respondió Tuffnut, intentando regresarle la misma patada
- ¡Tranquilos todos! – Les gritó Hiccup, volteando a ver sobre su hombro. – ¿Están bien? ¿Alguno está herido?
Astrid y los otros seguían muy alterados, pero uno a uno pudo indicarle a su jefe de que todos se encontraban bien, y en una pieza.
- Hiccup, no destruimos a esas cosas, ¿cierto? – Comentó Astrid, volando a su lado. – ¿Qué eran? ¿Enserio estaban hechas de nieve?
- Eso parece. – Respondió el joven castaño con seriedad. – No sé qué eran. Los vi caminar sobre el mar congelado hacia la isla, como si fuera cualquier cosa.
- ¿Caminan sobre el mar congelado? – Había cierto nerviosismo en su voz, que intentaba sin embargo disimular lo más posible. –  ¿Y qué haremos si llegan a Berk?
Hiccup se quedó en silencio un rato, mirando pensativo al frente.
- No lo harán… Berk está rodeado por glaciares, pero aún tiene mar que lo proteja. Estará seguro.
- ¡¿Pero por cuánto tiempo?! – Exclamó Snotlout, alarmado. – Si el clima sigue cambiando así, ¿cuánto tiempo pasará antes de que el mar congelado llegue hasta Berk? No, enserio… ¿Cómo cuánto tiempo? ¿Días? ¿Semanas?
- ¿Y-y-y q-qué tal si no son los únicos? – Murmuró Fishlegs de forma temblorosa. – ¿Qué tal si hay más de dónde vinieron? ¡¿Q-Qué haremos?! ¡Apenas logramos lidiar con tres de ellos!
Hiccup seguía callado, con su atención vista al frente, aunque no tenían ninguna ruta o destino trazado.
- Hiccup, tenemos que volver a Berk. – Murmuró Astrid con seriedad. – No importa lo que esté pasando en el mundo con este frío. Nuestra prioridad debe de ser cuidar de nuestra gente.
¿Cuidar de su gente? ¿Qué significaba eso realmente? ¿Podría realmente hacer eso volviendo a Berk? ¿Qué diferencia podría hacer su sola presencia en la isla?, ninguna. Pero allá afuera, aún había algo más que podía hacer.
- ¡Tienen razón! – Les respondió con la suficiente fuerza para que todos lo oyeran. – ¡Ustedes hagan eso! ¡Yo iré al continente como habíamos dicho! ¡Toothless!
De inmediato, y sin darle a tiempo a ninguno de responder de alguna forma, hizo que su dragón se diera la vuelta y comenzara a ir en una dirección totalmente diferente al resto, ante los ojos incrédulos de sus amigos.
- ¡¿Qué?!, ¡No!, ¡Hiccup! – Le gritó Astrid con todas tus fuerzas. – ¡No puedes irte así como así! ¡Por los Dioses!, ¡eres el vikingo más terco, loco y cabeza dura que he conocido!
Sus gritos llegaron a oídos sordos, pues Hiccup y Toothless siguieron alejándose por su cuenta
- Maldición. – Soltó la segunda al mando, entre dientes. – ¡Yo lo acompañaré! ¡Ustedes vuelvan a Berk y cuéntenle a Valka todo! ¡Y que mande refuerzos si no volvemos dentro de dos semanas! ¡Vamos, Stormfly!
Hizo rápidamente que su dragón también girara, y se adelantara lo más posible para alcanzar a Hiccup.
- ¡¿Astrid?! ¡No puedes…! – Exclamó Eret, sorprendido, pero igualmente Astrid no lo escuchó y siguió de largo. – Oh, parece que sí puede… ¡Par de idiotas!, ¡Ni siquiera han estado en el continente antes! ¡Los matarán de seguro si no voy a cuidarlos!
Y entonces, Eret giró también su dragón en su dirección, y comenzó a seguirlos con apuro.
- ¡No!, ¡Eret! ¡Tú no! – Exclamó Ruffnut, extendiendo una mano hacia él. – ¡Espera! ¡Yo también voy…!
- ¡Tú no vas a ningún lado! – Comentó su gemelo, evitando que su dragón se saliera de la formación.
- ¡Yo tampoco! – Agregó Snotlout. – ¡Yo si me regreso a Berk! ¡Tuve suficiente de este hielo, nieve y monstruos!
- ¡¿Pero qué haremos si nos quedamos sin jefe?! – Exclamó Fishlegs, algo asustado al ver como los otros tres se alejaban. – ¡Esto… no me gusta para nada!
- - - -
Luego de su bastante perturbadora y confusa plática con la bruja del Bosque, Merida se dirigió como un relámpago de regreso a su castillo, cabalgando en el lomo de su leal Angus. La nieve aún seguía bastante tranquila, por lo que su trayecto no tuvo problema alguno. Sin embargo, la cabeza de la princesa estaba tan llena de ideas y preocupaciones, que cada paso de su caballo le parecía una eternidad.
¿En verdad era cierto todo lo que le había dicho? ¿Realmente todo eso era obra de una bruja?, ¿una gran y poderosa bruja que deseaba cubrir el mundo entero en hielo y nieve? Si era así, entonces no había tiempo que perder; hasta el más pequeño segundo podría ser perjudicial.
En cuando ingresó por el portón principal que conducía a los patios del castillo, se dirigió directo a los establos, en donde dejó a Angus a uno de los cuidadores, para que lo desensillara y colocará en su cajón. Normalmente ella lo hacía por su cuenta, pero esa era una ocasión muy urgente, en la que no se podía dar ese lujo. Corrió con el mismo apuro hacia el interior del castillo, abriéndose paso entre todos los sirvientes y guardias, con la única y clara misión de encontrar lo antes posible a sus padres y decirles todo lo que acababa de descubrir.
- ¡Pa!, ¡Ma! – Gritaba con fuerza, mientras corría entre los pasillos.
Al estar bajando con prisa las escaleras que llevaban al comedor, pasa fugazmente a lado de Maudie, aunque ni siquiera pareció notarla, y más bien incluso casi la hace caer de la forma tan agresiva en la que se abrió paso a su lado.
- ¡Princesa! – Exclamó la sirvienta, teniendo que pegarse rápidamente contra el muro para que ella pudiera seguir su camino. – Pero… Princesa, ¡¿está usted bien?!
Alarmada por la forma de actuar de la pelirroja, se apresuró para poder alcanzarla.
Merida llegó al comedor, el último sitio en el que había visto a su madre y a sus hermanos. Sin embargo, como era bastante obvio, su madre ya no estaba ahí; de hecho, el comedor estaba totalmente vacío.
Se apoyó en sus rodillas, respirando agitadamente. Era más la ansiedad que la invadía lo que le cortaba la respiración, más que el cansancio por haber recorrido toda esa larga distancia en tan poco tiempo.
- Princesa, ¿qué ocurre? – Escuchó que le cuestionaba la voz de Maudie a sus espaldas. – ¿Le pasó algo?
Merida se irguió de golpe y se giró rápidamente hacia ella, con una mirada fulminante en los ojos.
- ¡Maudie! ¡¿Dónde están mis papás?! – Le preguntó abruptamente, y entonces la tomó de los hombros, comenzando a sacudirla un poco sin proponérselo conscientemente. – ¡Dime!, ¡por favor! ¡Es muy urgente que hable con ellos de inmediato!
- ¿Eh?, ¿Qué?...
Maudie se puso nerviosa en cuanto ella la tomó y agitó de esa forma, pero sobre todo por la mirada que tenía en sus ojos en esos momentos.
- Ah… Ah... – Balbuceó un poco, sin poder aclarar ninguna palabra. – A su majestad el Rey no lo he visto, pero… creo que la Reina está en su cuarto de manualidades, trabajando en su tapiz.
- ¡Ese bendito tapiz! – Exclamó con fuerza, y rápidamente soltó a la sirvienta, para luego comenzar a correr escaleras arriba. Maudie, por su parte, se quedó en su sitio, algo mareada por tanto ajetreo, y bastante confundida por todo lo demás.
Merida subió hacia el pasillo superior, y luego giró en dirección hacia el cuarto de manualidades de su madre. Iban tan deprisa y tan metida en sus pensamientos, que pasó de largo la puerta unos cuantos metros, antes de poder frenarse, volver sobre sus pasos, y entonces llegar al fin ante la puerta que buscaba, la cual abrió de golpe sin molestarse siquiera en tocar.
- ¡Mamá! – Exclamó con gran ímpetu, seguida después por varios jadeos.
Elinor se encontraba sentada en un taburete frente al nuevo tapiz que estaba cociendo, el cual era otro dibujo de su familia, pero algo más actualizado. La mayor diferente que se notaba, eran las estaturas  y apariencias de los tres pequeños, en comparación al anterior. En la imagen de Merida también se notaba un ligero cambio.
En cuanto la puerta se abrió de esa forma, la reina retiró su atención unos instantes del tapiz, y se centró en su muy repentina visita.
- Oh, eres tú, Merida. – Exclamó con un tono neutro, y luego se viró de nuevo a la tela, continuando sutilmente con su labor. Al parecer, el que entrara de esa forma no causó la menor impresión en ella. – Volviste rápido; supongo que no conseguiste nada. No te sientas mal, ya le dije a Maudie que te prepare un caldo de buche para cenar.
- ¡Mamá!, ¡deja lo que estás haciendo!, ¡ya! – Le respondió la pelirroja con fuerza, azotando la puerta detrás, para luego correr hacia ella, y pararse a sus espaldas. – ¡Esto es importante! ¡Es sobre el Invierno Eterno!
- ¿De qué estás hablando? – Cuestionó la reina, bastante confundida por la actitud tan extraña de su hija. – Cálmate, por favor…
- ¡No me puedo calmar!, ¡todos estamos en peligro!
Inspirada por su desesperación, la princesa comenzó a caminar en círculos por el cuarto, mientras su enmarañada madre la seguía con la mirada.
- Hija, por favor; respira, cálmate, y entonces habla, que no te estoy entendiendo…
- ¡Pero claro que no me entiendes, mamá! ¡No te he explicado nada!
Siguiendo un poco su consejo, se tomó unos segundos para respirar profundamente, e intentar calmar un poco sus nervios, para así poder explicarse mejor.
- Está bien. La verdad es que no salí de cacería. Fui a hablar con la bruja, la que te convirtió en oso hace años…
- ¡¿La Bruja?! ¡Merida! – Pronunció Elinor con tono casi molesto, parándose abruptamente de su asiento. – Dijimos claramente que no volveríamos a…
- ¡No te preocupes por eso ahora! – Le interrumpió abruptamente. – Necesitaba hacerlo; tenía que preguntarle sobre este frío que está azotando la región, ¡y me dijo que en efecto no es algo natural!
- ¿Qué? ¿A qué te refieres con que no es algo natural?
Elinor miró a su hija con una mirada inquisitiva, y bastante escéptica, aunque no supiera qué era exactamente lo que estaba a punto de decirle.
- ¡A eso mismo! ¡Me dijo que esto no es algo normal! – Recalcó con intensidad, señalando con su dedo hacia la ventana del cuarto, por el que se veía caer la nieve. – ¡Me dijo que esto es obra de otra bruja! ¡Una bruja a la que llaman la Reina de las Nieves!
Elinor parpadeó un par de veces, y luego se quedó totalmente callada por unos segundos, como si tardara un rato en poder comprender por completo el significado de sus últimas palabras.
- ¿La Reina de las…? Ah, entiendo. – Exclamó la reina, exhalando un cansado suspiro. –Estuviste escuchando a las sirvientas hablar, ¿cierto? Hija, son sólo rumores. Sabes muy bien que la gente siempre intenta explicar con magia lo que no entiende. Pero no siempre porque algo no tenga sentido, la mejor explicación es decir que lo hizo una bruja. La primavera ya llegará…
- ¡No!, ¡no es así! – Señaló Merida con enorme firmeza, tanto en su voz como en su mirada, que a Elinor le pareció bastante especial, incluso viniendo de su primogénita, que era la representación viva de la firmeza.
Merida comenzó entonces a contarle lo más rápido, pero a la vez detallado, posible, todo lo que la bruja le había contado. Le contó sobre la historia de princesa de aquel reino al otro lado del océano, sobre el misterioso poder con el que supuestamente había nacido, de la muerte de sus padres, su coronación fallida, y como comenzó cubrió todo su reino de nieve, y poco a poco lo mismo se había estado extendiendo por el resto del mundo, todo tal y como la bruja se lo dijo.
Elinor, salvo por un par de interrupciones para intentar aclarar lo más posible sus palabras, permaneció callada, y escuchando atentamente todo lo que Merida le decía. Una vez que su hija terminó, permaneció callada, con un semblante bastante serio en su rostro. Se cruzó de brazos, y comenzó entonces a caminar hacia la ventana, asomándose hacia el exterior para contemplar los copos de nieve que seguían cayendo.
- ¿Y estás segura de que puedes confiar en la palabra de esa bruja? ¿De que no te estaba engañando o jugando o contigo?
- Yo en verdad le creo. – Recalcó Merida con seguridad. – No tenía ningún motivo para engañarme de esa forma, ¡no habría ganado nada con ello!
Elinor suspiró, y luego llevó sus dedos a sus ojos, tallándolos ligeramente con su pulgar y su índice.
- Merida, tienes que entender que lo que me estás diciendo es… - Sus palabras se cortaron, quizás al ser incapaz de terminar de estructurar por completo la frase en su cabeza. – Tú sabes que siempre he creído en la magia; y luego de lo que me ocurrió hace dos años, no es que me quede de otra. Pero, ¿decirme que una sola bruja es capaz de cubrir todo el mundo de nieve y hielo? Es… Sencillamente es…
- ¡Ya lo sé! – Exclamó la chica pelirroja con furor. – Sé que suena totalmente increíble, y ella dijo que era un rumor. ¿Pero qué tal si ese rumor termina siendo cierto? Mira allá afuera, mamá. Sabes muy bien que esto no es normal, y que está empeorando. Debemos aceptar la posibilidad de que podría haber magia involucrada en esto.
¿Realmente podría ser cierto? ¿Podría todo eso ser obra de magia? ¿Podía existir realmente una magia tan poderosa? Elinor colocó delicadamente sus dedos sobre el cristal de la ventana; éste se encontraba frío, muy frío. En verdad había algo muy extraño en ese largo invierno. Nunca había pasado antes, y ahora ocurrió de un año para otro sin ningún tipo de precedente. Pero la historia que le acababan de contar sonaba demasiado difícil de creer, y no decía nada claro o congruente sobre lo cual sostenerse… excepto una cosa.
Había un dato en todo el relato que Merida le acababa de contar, que resaltaba notablemente. El único dato específico y claro que podría considerarse una pista real.
- ¿Cuál es el nombre del reino que mencionaste? – Le cuestionó de pronto, viéndola de reojo sobre su hombro.
Merida parpadeó, algo confundida por la repentina pregunta.
- Arendelle, ese fue el nombre que me dijo. ¿Lo conoces?, porque a mí no me suena familiar.
Elinor se cruzó de brazos, y alzó su mirada hacia el techo, pensativa.
- Arendelle… Arendelle… Arendelle… - Repitió varias veces el nombre, como si esperara que en algún punto esa palabra tomara algún otro significado en su cabeza. – Me suena de algún lado. Pero si es un reino del otro lado del mar…
Guardó silencio unos segundos más, unos tortuosos segundos desde la perspectiva de Merida. De pronto, tomó su vestido con ambas manos, y lo alzó lo suficiente para poder caminar rápidamente hacia la puerta.
- Ven, sígueme. – Le indicó, justo antes de salir del cuarto.
- ¡¿Qué?! – Lanzó la joven, sin entender. – C-claro, ¡de acuerdo!
Merida salió detrás de ella, y comenzó a seguirla a paso apresurado. Elinor avanzó por el pasillo hacia las escaleras que llevaban a la parte superior de la torre norte.
- Oye, creo te lo estás tomando con demasiada calma, mamá. – Comentó la joven princesa, mientras subía los escalones detrás de ella. – Tenemos que decirle a papá todo esto cuanto antes, ¿dónde está?
- ¿Quieres ir con tu padre y empezar tu explicación con "me lo dijo una bruja"?
- ¡Pero sí me lo dijo una bruja!, ¡no estoy mintiendo para nada! – La desesperación en la voz de Merida era mucho más que evidente.
- Da igual, tu padre y los Lores no creerán nada de esto, si no se los presentas con algo más que lo respalde. Necesitamos más información.
- ¡¿Más información?! Por favor… ¡Agh!, ¿y dónde piensas que encontremos esa “más información”?
- ¿En dónde crees tú?
Elinor dejó que su destino final hablara por sí solo: la biblioteca del castillo, en dónde se encontraban almacenados todos los libros y pergaminos de la historia y cultura de los cuatro reinos que formaban DunBroch, desde al menos seis u ocho generaciones. Si había algún sitio en toda esa región en la que habría algo de información útil, sería ahí.
Luego de abrir la pesada y gruesa puerta de madera, la reina se dirigió de inmediato a los estantes, y se puso a buscar entre ellos todo aquello que pudiera tener alguna referencia de lo que buscaban: atlas geográficos, libros de tratados, diarios, relatos náuticos… Tomó alrededor de cinco de ellos, y los colocó en una pila, justo sobre una mesita de madera, ubicada en el centro del lugar.
- Tú revisa estos. – Le indicó a su hija, la cual la miraba incrédula desde la entrada. – Si tenemos suerte, habrá alguna mención o información adicional sobre ese tal reino de Arendelle en algún lado, y quizás algo que respalde tu historia.
Antes de poder darle a Merida la oportunidad de objetar, se volvió de nuevo hacia los estantes, a buscar más libros. Resignada, la princesa caminó con pasos molestos hacia la mesa. Se retiró su capa y su abrigo exterior mientras avanzaba, dejando las amadas prendas tiradas en el suelo.
- Pero si te soy sincera, es poco probable. – Escuchó que su madre comentaba desde los estantes. – Ni DunBroch, ni ningún otro reino de las Tierras Altas, tiene tratos comerciales o políticos con países del otro lado del mar; ni ahora, ni en el último siglo y medio. "No confíes en nadie que no pueda sentarse justo a tu lado a negociar", era el lema de mi abuelo.
- Gran lema. – Murmuró Merida, con un poco de sarcasmo acompañándola, al tiempo que empezaba a esculcar entre todo lo que su madre le había colocado sobre la mesa. – Yo lo cambiaría por: no confíes en nadie que no pueda sentarse justo a tu lado a negociar… ¡Porque podría congelarte hasta la muerte!
- No creo que haya sido eso a lo que se refería. – Comentó Elinor, con un toque de humor en su tono.
Ambas pasaron un poco más de una hora, revisando página tras página, palabra tras palabras. Pero al final, ninguna encontró ninguna referencia, ni directa ni indirecta, a ningún reino del otro continente que respondiera al nombre de Arendelle.
Luego de ese largo rato, Elinor al fin optó por rendirse. Suspiró con cansancio, y llevó su mano a su nuca, comenzando a tallarlo para relajar sus músculos.
- No hay nada. – Murmuró con algo de pesar. – Es frustrante, pero si se trata de un reino relativamente joven, de cuatro generaciones o menos, es probable que en efecto ninguno de nuestros antepasados haya tenido contacto con él. Será realmente difícil determinar si acaso existe, o en dónde se encuentra exactamente.
- Oh, grandioso. – Comentó Merida con una muy fingida alegría. – Me alegra ver que todo esto no fue más que una… ¡completa pérdida de tiempo!
Con un acto que rozaba casi el melodrama, la pelirroja dejó caer con fuerza su frente contra la superficie mesa, haciendo que todo en ella se agitara a causa de ello.
- No golpees la mesa, querida. – Murmuró Elinor, sin darle tanta importancia a su exabrupto. En otros tiempos, algo así quizás le hubiera costado un fuerte castigo. Sin embargo, la atención de la reina se encontraba más enfocada en otra cosa.
Sus ojos se encontraban posadas en el atlas que tenía abierto ante ella, en el que se veía un mapa de gran parte de central de su continente, en los que se veían señalados los reinos más importantes. Uno de ellos en particular, es el que la tenía tan pensativa.
- Si mal no recuerdo, el único reino cercano a nosotros que tiene tratos constantes con el otro continente, es Corona. – Colocó entonces su dedo índice, justo en ese punto, más al sur de donde se encontraba DunBroch. – De hecho, mi padre me contó que sus primeros regentes, vinieron del otro lado del mar. Es un reino relativamente joven. Sus reyes actuales son los cuartos en su linaje, y su única hija, desaparecida hace ya como veinte años, se supone que sería la quinta. Debe ser horrible perder un hijo así como así… no puedo ni imaginarmelo…
Sin proponérselo, Elinor comenzó a divagar un poco en varias ideas. Pero Merida, por su parte, pareció enormemente interesada en lo primero que había dicho. Alzó su cabeza rápidamente, e inclinó su cuerpo hacia el frente, intentando echar un vistazo al atlas.
- ¿Corona?, ¿crees que ahí pudiera haber información sobre Arendelle?
- Es probable.
- ¡Entonces deberíamos de mandar un mensaje! – Señaló con fuerza, parándose de su asiento. – O tal vez deberíamos de ir en persona. Si queremos información, debemos…
- No podemos hacer eso, no en estos momentos. – Interrumpió Elinor, cerrando el atlas con cuidado. – Los Lores llegan mañana, y vienen precisamente discutir este asunto del frío. Tenemos muchas cosas que hacer y en las cuales ocuparnos, antes de entonces.  
Merida no tardó mucho en exteriorizar su enojo, por lo que Elinor de inmediato se adelantó a intentar apaciguarla lo más posible.
- Escucha, sé que esto te preocupa mucho, pero debes entender que hay temas que en ocasiones se deben de tomar con cuidado. – Mientras hablaba, se paró de su silla, y comenzó a caminar alrededor de la mesa, hasta pararse detrás de Merida, y colocar sus manos delicadamente sobre sus hombros. – Y decirle a tu padre y a los Lores que la culpable de esto puede ser una bruja, de un reino que no sabemos dónde está o si existe siquiera, y nos basamos en ello en lo que nos dijo otra bruja... Bueno, es uno de esos temas.
Merida no dijo nada. Solamente bufó molesta, mirando hacia un lado, con enfado.
- Hablaré con tu padre, y veré si puedo tocar el tema con Lores mañana; entonces podremos decidir qué hacer. Por ahora, tranquilízate y trata de no pensar en esto, ¿sí?
Elinor se inclinó entonces al frente, y le dio un pequeño beso en su cabellera rojiza. Sin embargo, Merida, aunque sus palabras parecen haberle tranquilizado un poco, seguía aún notablemente afectada.
- ¿Por qué todo tiene que ser siempre tan...? – Masculló entre dientes, intentando disfrazar un poco su frustración. – ¿Por qué las cosas tan importantes y urgentes como ésta tienen que tomarse su tiempo?, ¡no lo entiendo! Nuestra gente está sufriendo, ¿y me dices que todo lo que podemos hacer es esperar y no pensar en eso?
- ¿Y qué propones hacer, Merida? – Contestó Elinor con rotunda firmeza en su voz. – ¿Quieres tomar un bote, remar tu sola hasta el otro continente, y caminar hasta que te cruces con ese reino por accidente o casualidad? En efecto, las cosas importantes necesitan hacerse con tiempo, y ya estás en edad de entenderlo.
Apartó sus manos de ella, y comenzó entonces a caminar hacia la puerta. Merida se quedó sentada, sin voltear a verla.
- En cualquier momento te tocará hacerte cargo de todo este reino y convertirte en su reina, y tendrás que aprender a mantener la cabeza fría en las peores situaciones por el bien de tu gente.
Elinor salió de la biblioteca, dejando a su hija sola. Ésta se quedó sentada en su sitio, totalmente inmóvil por largo rato. Luego, recostó lentamente su mejilla contra la superficie plana de la mesa, mientras miraba hacia la ventana de la torre. Afuera, la nieve había aumentado.
- Pero eso es justo lo que estoy intentando hacer. – Susurró para ella misma. – Cuidar a mi gente...
- - - -
En comparación con otros reinos cercanos, Corona aún no había sido tan afectado por las gélidas temperaturas. Sin embargo, tampoco había llegado el calor que se esperaba acompañara a la primavera. El cielo permanecía nublado y oscuro casi todo el día, caían pequeñas nevadas constantemente, y el viento poco a poco se iba tornando más frío.
El pueblo de Calaris se encontraba aledaña a la Isla Real, pero su situación era bastante similar al resto. Gracias a esta temperatura tan voluble, los resfriados y otras enfermedades respiratorias, se hicieron muy comunes entre sus habitantes. Por esto, ese día la clínica se encontraba llena de personas en busca de tratamiento. El doctor de la aldea tenía una jornada bastante atareada, pero igual era el caso de sus enfermeras, cinco jóvenes ayudantes que lo apoyaban en todo lo que necesitara. Las cinco daban lo mejor de sí, pero de entre todas ellas había una que resaltaba mucho. No poseía una apariencia exuberante, ni un cabello espectacularmente hermoso. Sin embargo, era la que más se mostraba alegre y llena de energía ante aquella ardua labor.
Era una joven, de cabellos cafés, cortos, piel blanca, ojos grandes y verdes, con labios pequeños. Su cuerpo era delgado, pero grácil. Usaba un vestido rosado de mangas largas, y unas botas cafés abrigadoras. Traía además un delantal blanco con varios bolsillos, al igual que el resto de las enfermeras. Se mueve de un lado a otro por la sala de espera, apoyando a todos ahí en lo que pudiera.
- ¡Aquí tiene, señor Caldwell! – Exclamó la joven, acercándose a un hombre mayor, con una gran sonrisa, y entonces depositó una bolsita con medicinas en su mano. – El doctor dice que estas hierbas son ideales para los dolores de la espalda que tiene. ¡Ah!, y casi se me olvidaba…
Introdujo su mano derecha en uno de los bolsillos de su delantal, y sacó de éste otra bolsita más de color blanco, pero ésta contenía pequeñas galletas.
- Tome esto también. Estuve horneando ayer unas cuantas; sé que a su familia le encantarán.
- Que el Dios Sol te bendiga, pequeña. – Agradeció el anciano, tomando con cuidado ambas bolsitas.
- De nada… no se preocupe por ello. – Le respondió, sonriéndole con suavidad, y entonces echó una mirada rápida hacia toda la demás gente reunida en la sala de espera.
Aún no se encontraba del todo acostumbrada a algunas expresiones o costumbres de las personas, incluida la creencia del Dios Sol, la cual parecía ser la más grande y popular entre las personas de Corona. Hasta hace un año atrás, todo ese tipo de cosas le eran un tanto ajenas, pero poco a poco había logrado entender la mayoría de ellos. Aprendía rápido, y eso era una ventaja.
- Siempre preocupándote por todos nosotros. – Añadió el señor frente a ella. – Aunque debes estar exhausta, ¿no es cierto?
- Quizás un poco. No creo tomar un descanso pronto, ya que aún hay mucha gente que atender… ¡Pero tranquilo! Hay mucha energía de donde vinieron esas galletas.
La sonrisa en los labios de la joven se acrecentó, reflejando un gran y contagioso entusiasmo.
- ¡Rapunzel! – Escuchó que gritaba con fuerza otra de las enfermeras desde el otro lado de la sala. La mujer, algo mayor y más alta que ella, cargaba una bandeja con varias bolsitas de medicinas, iguales a las que ella le había entregado al hombre. – Ayúdame por favor a llevarle esto al doctor.
La otra enfermera se le veía algo agotada y estresada, al igual que las demás; en definitiva, ninguna tenía ese nivel de energía y frenesí como el de la chica de cabello corto.
- ¡Claro!, ¡enseguida lo hago! – La respondió de inmediato, volteándola a ver por un momento.
- Ya no te quito más el tiempo, Rapunzel. – Comentó el anciano, retirándose su pequeño sombrero a forma de respeto, y dejando al descubierto por unos momentos su calva. – Espero que no nos veamos pronto. Cuídate.
La joven rió un poco como respuesta a su jocoso comentario, y lo despidió con una mano mientras él comenzaba a caminar pausadamente a la puerta.
- ¡Espero mejore pronto, señor Caldwell!
Una vez que el hombre se fue, se acercó apresurada a la enfermera para tomar la bandeja con cuidado entre sus manos.
- Hay mucho más trabajo que ayer, ¿no es cierto? – Comentó con naturalidad.
- Y me temo que cada vez será peor. – Señaló la enfermera, suspirando con cansancio.
- Bueno, ¡no podemos dejar que eso nos agote tan fácil! – Exclamó con fuerza, haciendo que su compañera soltara un pequeño respingo.
Rapunzel se dispuso de inmediato a cumplir su encargo. Se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección al consultorio del doctor. A medio camino, su pie se topa con una madera un poco salida del piso, haciéndola dar un pequeño tropiezo hacia el frente.
- ¡Ay!
Se tambaleó un poco, y casi se le cae un frasco de medicinas sobre la bandeja. El pequeño recipiente se ladeó hacia un lado, pero entonces se detuvo y se devolvió a su lugar, como por arte de magia.
La joven suspiró aliviada.
- Gracias, Pascal. – Susurró muy despacio, esperando que nadie más la escuchara.
Sobre la bandeja, justo a un lado del frasco, se materializó un pequeño camaleón de pie verde, y ojos grandes, redondos y amarillos. El pequeño ser hizo un pequeño sonidito con su garganta, y le extendió su pulgar de manera afirmativa a su comentario, para luego volver a camuflajearse y desaparecer de su vista.
Siguió su camino hacia el consultorio. Tuvo que balancear la bandeja con una mano para poder abrir la puerta con el otro, pero al final lo logró. Dentro, el doctor, un hombre bajito y robusto, de frente amplia y pequeños anteojos, se encontraba revisando a uno niño. El pequeño estaba sentado sobre un taburete, y el doctor le tocaba el cuello niño con sus dedos, sintiendo la inflamación de su garganta. Su madre estaba parado a su lado, notablemente consternada.
- Sí, parece que esta vez no estás fingiendo, Timmy. – Comentó el doctor con un tono carrasposo. – Realmente parece que estás mal de la garganta.
La madre soltó un suspiro pesado.
- Oh, quisiera decir que me alivia que para variar estés diciendo la verdad, pero… - Calló un par de segundos, antes de proseguir. – Con este clima tan loco, era cuestión de tiempo, supongo.
Rapunzel avanzó con cautela para no interrumpir, aunque el doctor no tardó mucho en darse cuenta de su presencia.
- Gracias, Rapunzel. – Comentó con un tono algo más alegre. – Coloca la bandeja aquí, por favor.
Le indicó entonces con la cabeza hacia una mesita que está a su lado.
- No es nada, doctor. – Sonrió con amabilidad, después de dejar la bandeja en su lugar. Entonces se volteó hacia los otros dos en el cuarto.
- Oh, hola Rapunzel; qué bonita te ves hoy. – Señaló la madre del niño, con media sonrisa.
- Hola Señora Burton, ¡muchas gracias! Hola Timmy; ¿otra vez aquí?
Caminó hacia el niño y se agachó un poco para poder verlo a los ojos.
- Te dije que de tanto mentir, te ibas a sentir mal de verdad tarde o temprano.
El pequeño sólo logró responderle con un par de tosidos secos.
- Qué bueno que tú no te has enfermado, Rapunzel. – Señaló la madre. – ¿Cuál es tu secreto?
- ¿Mi secreto para no enfermarme? – Comentó la joven castaña con un tono alegre. – Es muy simple. Primero, no decir mentiras. Y segundo, comer muchos vegetales.
El pequeño en el taburete volvió a toser.
- Prometo ya no decir más mentiras, me duele mucho la garganta. – Comentó con voz ronca, y algo de débil.
- Eso dices ahora. – Comentó la madre con ligero humor. – Pero no creo que alguno de los dos concejos pueda ser cumplido por este travieso.
- Mientras tanto, para eso está la medicina. – Añadió el doctor, y entonces tomó de la bandeja que trajo Rapunzel, una bolsita con medicina para la garganta y se la extiende a su madre. – Que la tome y descanse por el resto del día.
Rapunzel se alzó para hacerle espacio al doctor. Aprovechó también ese momento para buscar otra bolsa con galletitas en su delantal.
- Y no te sigas ventilando. – Prosiguió el doctor. – Me temo que no podrás ver las luces para la Princesa hoy. No desde afuera al menos.
Rapunzel se quedó prácticamente paralizada al escuchar tal mención. Por suerte ella les estaba dando la espalda, por lo que ninguno puede ver cómo su rostro se apagó abruptamente, y su mirada se había clavado en la pared, en ningún punto en especial.
- Ay, doctor. – Exclamó la señora Burton, tomando la bolsita con medicinas entre sus dedos. – Con este clima, dudo que las luces se vean siquiera. No creo tampoco que su majestad tenga humor de hacerlo de esta forma. Es casi triste ver el cielo de primavera así.
Se asomó en silencio hacia la ventana, contemplando el cielo nublado y oscuro.
- Pero mamá, tal vez en un día como éste, la princesa regrese y traiga consigo el calor. – Comentó Timmy, a cómo su condición se lo permitió. – ¡Yo no pierdo la esperanza!
- Oh, Timmy. Sí, es probable que así pase. – Le respondió ella, pasando sus dedos por sus cabellos.
Rapunzel seguía en silencio, contemplando la nada. Era gracioso; ese mismo día, hace un año, de lo que hablaban era de lo único que ella deseaba hablar. Y ahora, lo que antes había aparentado buen ánimo, se convirtió en tristeza… Esto no pasó desapercibido por Pascal, quien se dejó ver un instante en el hombro de la chica, y le acarició la mejilla con su patita. Rapunzel reaccionó a su tacto, y de inmediato lo volteó a ver por unos segundos, sonriéndole sin muchas ganas.
- Debemos de esperar lo mejor, ¿verdad? – Añadió la madre, y volteó a ver a la joven castaña, pero nota que está de pie, quieta, y dándoles la espalda. – Rapunzel, ¿sucede algo?
Pascal reaccionó ante sus palabras, y de inmediato se volvió invisible una vez más. Rapunzel, por su parte, se quedó quieta y callada un rato más.
- Sólo estaba... – Susurró despacio, y luego se volteó a ellos con una gran sonrisa, y con una bolsita con galletas entre sus manos. – Escogiendo la bolsita más bonita para Timmy. Estoy segura de que aquí puse unas galletas con forma especial, que sé que te encantarán. – Se acercó al niño y se agachó frente a él para entregárselo. – Pero tienes que comer tus vegetales antes, ¿está bien?
- Oh, ¿tú las hiciste, Rapunzel? – Preguntó la señora Burton, algo sorprendida. – Eres tan amable, muchas gracias… ah…
Sus palabras se cortaron de golpe. Hizo su rostro hacia un lado, y tosió un poco, tomando por sorpresa a Rapunzel y al doctor.
- Lo siento…
- ¿No quiere que la revise? – Cuestionó el doctor, algo preocupado.
- No, no… Estoy bien. – Respondió rápidamente, agitando una mano de manera despreocupada, aunque luego soltó otro suspiro pesado. – Si el clima no mejora, quizás tengamos que irnos con mi hermana al este. Dicen que allá el clima está mejor.
Rapunzel seguía sonriendo, aunque poco a poco le es más complicado mantener dicha sonrisa.
Timmy se bajó entonces del taburete, y su madre lo tomó de la mano.
- Dile gracias a Rapunzel por las galletas y al doctor por revisarte.
- Adiós Rapunzel. Gracias por…
No pudo terminar, debido a otro ataque de tos. Ambos comenzaron entonces a caminar hacia a puerta.
- ¡Cuídense mucho, por favor! – Los despidió Rapunzel, agitando su mano derecha, pero pronto la bajó seguida de un pequeño suspiro cuando ya se habían ido. – La salud de todos va empeorando. Espero pronto el clima vuelva a estar cálido.
- Todos lo esperamos, Rapunzel. – Murmuró el doctor con algo de pesar, sentándose en su escritorio para escribir sus observaciones, y toda la información necesaria de la consulta que acababa de tener. – Pero te seré sincero… esto es realmente extraño. Pareciera que el invierno más que estarse yendo, quisiera volverse aún más frío. He escuchado horribles rumores sobre las tierras más allá del mar. Dicen que el invierno se ha vuelto incluso peor por allá. Pero bueno, la gente habla mucho, y no siempre lo que dicen es cierto.
Rapunzel suspiró un poco, mientras se abrazaba a sí misma. Miraba pensativa hacia la ventana, viendo como comenzaba a caer un poco de nieve.
- Mientras sólo sean rumores, no deberíamos de preocuparnos tanto, ¿verdad? Después de todo, el sol siempre saldrá para darnos su calor. – Sonrió levemente. – Aunque a veces se tarde un poco más de lo habitual.
Se quedaron en silencio un rato; Rapunzel parecía sumida en sus propias reflexiones.
- ¿Aún hay muchos pacientes afuera? – Comentó de pronto, el doctor, haciendo que Rapuzel reaccionara.
- Si, aún hay bastantes; cerca de diez. ¡Haré que pase el siguiente!
Hizo una pequeña reverencia con la cabeza, y entonces se dirigió apresurada hacia la puerta.
El doctor suspiró con un poco de cansancio.
- Sí, por favor; sigamos que hay más gente que nos necesita. Sigue con ese gran trabajo, Rapunzel... pero no te sobrepases.
- Descuide doctor, es lo menos que puedo hacer. – Le respondió desde el marco de la puerta, volteándolo a ver con una delicada y dulce sonrisa. – Para cuidar de mi gente…
Salió del consultorio, cerrando la puerta detrás de sí, y continuar con su trabajo en la sala de estar.
FIN DEL CAPÍTULO 03
NOTAS DE LOS AUTORES:
WingzemonX:
Hola a todos, ¿cómo se encuentran? En este capítulo vimos un poco más de Hiccup y Merida, pero también al final pasamos a ver a otro de nuestros protagonistas: Rapunzel. Su situación posiblemente confunde a algunos y quizás no la hayan entendido del todo aún. Pero no se preocupen, eso será mucho más claro en siguientes capítulos. De hecho, al menos por dos capítulos más, nos enfocaremos por completo en ella, así que estén al pendiente. Si tienen alguna duda de lo que hemos visto hasta ahora, no duden en hacérnosla.
¡Nos vemos pronto!
Nota Adicional:
Les recuerdo que a partir de ahora, los capítulos nuevos de todas mis historias se publicarán UNA SEMANA ANTES en mi Blog Personal; la liga la podrán encontrar en mi perfil. Los invito también a darle "Me Gusta" a mi Página de Facebook, para estar enterados de todas las novedades. ¡Gracias!
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wingzemonx · 8 years ago
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VIKTOR Por WingzemonX & Denisse-chan
Durante siglos, el mundo ha estado habitado por dos tipos de personas: los Nuitsens, seres sobrenaturales de grandes poderes y habilidades, y los Siervos, también conocidos como Humanos, seres de menor capacidad que los Nuitsens, y que funcionan como sirvientes y propiedades de ellos.
Cedric Helsung es un joven Nuitsen Nosferatis que trabaja como Detective del Departamento de Policía Civil de CourtRaven. Es una persona muy tranquila, pero también muy inteligente, que siempre ha sentido cierta simpatía por los Siervos, algo que nunca ha sido muy bien visto por el resto de sus conocidos. Conforme progrese en su carrera policiaca, él y sus compañeros se verán envueltos en extraños acontecimientos sin explicación, todos al parecer ligados a dos extraños grupos de Rebeldes y Anarquistas, y a un terrible hecho que los marcó a todos. ¿Quiénes son estos extraños individuos en realidad? ¿Qué tan lejos están dispuestos a llegar para lograr sus cometidos? Y lo más importante: ¿Quién es Viktor? - - - -
Éste es un dibujo rápido que hice hace un par de semanas para usar como Portada de mi Página de Facebook, alusivo a Viktor, la historia original que escribo junto con @denissechan y que acabamos de publicar hace poco. En esta imagen podemos ver dibujados a mi estilo a dos de los personajes principales: Cedric Helsung y Jolly Williams. Jolly fue un personaje creado por completo por Denisse-chan, por lo que tuve que arreglármelas para dibujarla a mi estilo. Cedric, por otro lado, se ve ya en estos momentos un poco diferente a como lo dibuje por primera vez, pero me agrada mucho como se ve ahora.
Para ver las versiones “oficiales” de estos personajes, dibujados por Denisse-chan, pueden revisar sus Fichas de Personajes.
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wingzemonx · 8 years ago
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VIKTOR - Capítulo 01. El Primer Día del Resto de tu Vida
Historia escrita en conjunto con @denissechan
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VIKTOR
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 01. El Primer Día del Resto de tu Vida 
Era aún muy pronto para que Cedric Helsung empezara a sentirse completamente cómodo en su nuevo departamento. Apenas era la segunda mañana que despertaba en su nuevo hogar, y aún seguía sintiendo como si fuera más la habitación de un hotel o la casa de algún amigo. Todos los muebles, incluida la cama de la habitación, venía ya con el lugar, así que tampoco podía considerarlos muy suyos. Al cambiarse, sólo había traído consigo muy pocos artículos; principalmente su ropa y accesorios, peine, cepillo de dientes, colonia… Había varios libros de su colección personal que aún no habían sido entregados por la mudanza, pero que esperaba llegaran esa misma tarde.
Se levantó muy temprano, incluso unos minutos antes de que las campanas de su despertador de cuerda sonaran. ¿Sería eso una señal de emoción? ¿Ansiedad quizás? ¿Un poco de ambas? Era muy difícil adivinarlo cuando se trataba de él. Incluso dudaba muchas veces de poder entender por sí mismo lo que le cruzaba por la cabeza. Y, hablando de lo que le cruzaba por la cabeza, de los miles de pensamientos que pudo haber tenido al levantarse, el único que ganaba terreno por encima de cualquier otro, por extraño que suene, era la ropa que usaría
Ese sería su primer día de trabajo, luego de tres años, en los que no tendría que usar el mismo uniforme de capa azul oscuro, saco y pantalones del mismo color, guantes blancos y botas negras. Pero lo que menos extrañaría, sin duda, era ese casco redondo y brillante con el escudo del Departamento de Policía Civil de CourtRaven al frente. No sabía de qué talla era el que le habían asignado, pero no era la adecuada para su cabeza; de eso estuvo seguro desde el inicio.
Los miembros de la Unidad de Detectives ya no usaban un uniforme fijo, aunque sí era requerimiento llevar siempre una vestimenta formal: camisa, pantalón de vestir, y corbata eran los elementos imprescindibles. Esto no era problema para Cedric, pues esa pequeña lista abarcaba sin problema casi todo lo que componía su guardarropa personal. Había escuchado que también era obligatorio para los Detectives traer siempre sombrero de hongo, pero no le constaba que eso fuera cierto. El hecho de que todo detective con el que se había cruzado en su vida llevara uno en su cabeza, bien podría ser mero efecto de la moda o una coincidencia.
Para muchos, un cambio de vestimenta de trabajo no sería un gran tema. Sin embargo, la personalidad metódica, y casi obsesiva, de Cedric, lo llevó a exagerar un poco la cuestión. Escogió con una semana de anticipación cuáles serían los trajes que usaría los siguientes días. Los llevó todos a la tintorería de la señora Yin, en su antiguo vecindario, para que estuvieran impecables. Apartó desde la noche anterior el que usaría esa misma mañana, con miedo de que se tomara dos horas en decidirlo si no lo hacía así. Y, lo más divertido de todo, se compró cinco sombreros de hongo: tres de color negro, uno de color marrón oscuro, y uno gris… Sólo para no arriesgarse, por si lo del sombrero resultaba ser verdad.
El atuendo elegido para su primer día era simple: una camisa blanca manga larga, un pantalón café, zapatos negros lustrados, y un chaleco gris oscuro con botones plateados. Y claro, una corbata y un sombrero, los cuales aún no había elegido.
Una vez vestido, salvo por su sombrero y corbata, se tomó unos momentos para pararse frente al espejo de cuerpo completo de la habitación, y analizar con mucho cuidado su rostro delgado para verificar que nada estuviera fuera de su lugar. Su piel se veía pálida, muy pálida, sin nada de color en sus mejillas. Dos ligeras ojeras oscuras adornaban su mirada de ojos azul celeste, de apariencia adormilada, cansada y sin vida. Y sus orejas eran tan puntiagudas, que casi parecían navajas…
Todo parecía estar bien, perfectamente normal y presentable.
Dentro del arquetipo de su especie, la apariencia de Cedric podría ondear entre un “no está mal” y un “se ve lindo”, dependiendo de quién dictara la sentencia. Su complexión delgada, algo escuálida, y estatura ligeramente baja, eran tal vez lo que lo hacían resaltar menos. Sin mencionar su cabeza, un poco más grande de lo que su complexión pudiera suponer, lo que siempre había sido su mayor y más secreto complejo.
Una vez que terminó con su rostro, pasó a arreglarse su sedoso cabello negro azabache. Los peinados de apariencia algo desalineados estaban de moda entre los varones de veinte a treinta años. Él, a sus veinticuatro, estaba básicamente en medio de ello, pero ciertamente no compartía ese gusto. Aunque tampoco era que se peinara exhaustiva y metódicamente. Dentro de lo que cabía, siempre había tenido un cabello bastante dócil, y más que nada se lo acomodaba con sus dedos, intentando regresarle la forma que la almohada le había arrebatado.
Terminado eso, salió de la habitación y se dirigió a la sala de estar, y luego a la cocina, que estaba conectada a ésta sin ningún muro intermedio. La sala era amplia, al igual que la cocina. Del lado derecho, había una puerta de cristal que llevaba a una pequeña pero cómoda terraza, con una agradable vista de Four Seasons Avenue, y de la plaza frente a la Iglesia de Saint Mount. Pero, de momento, dicha puerta estaba cubierta con las cortinas, al igual que todas las ventanas.
El lugar era realmente cómodo; no precisamente muy lujoso, pero sí mucho más cómodo que su antiguo departamento en el Distrito Veinticuatro. El cambio de sueldo era una de las ventajas que conllevaba el ahora ser un detective novato de tercer grado.
Sobre una pequeña mesita en la sala, había un radio que también venía incluido con el departamento. No acostumbraba oír mucho la radio en su antiguo hogar, principalmente por el pequeño inconveniente de que no tenía uno. En ocasiones, sin embargo, a su antiguo compañero le agradaba escuchar música o las noticias en su coche patrulla.
Decidió encender la radio unos momentos, para tener algo que escuchar mientras se preparaba una taza de café. Al encenderla, se escuchó de inmediato la voz de una comentarista relatando las noticias.
«...en noticias recientes, un Nosferatis de cincuenta años chocó su bicicleta contra una camión exportador de frutas y verduras, en la intersección de Maine y Yorkville. Afortunadamente se encuentra en plenas facultades, aunque no deja de maldecir a la compañía distribuidora por su percance. Igualmente nos reportan que aún hay frutas por toda la calle y la acera, así que pedimos tengan precaución si transitan por esa área.»
«Lo que indica que incluso las frutas y verduras en exceso, son malas.», se escuchó cómo secundó una voz masculina en la radio, con tono irónico. «En los deportes, el día de ayer, la carrera de la tarde fue arrasada por el jockey Millandro Zeranto, y su caballo Mythos, quedando en primer lugar por 8.4 segundos. Las apuestas no estaban a su favor. Nadie esperaba que terminara en primer lugar, y menos con tal ventaja. Así que aquellos afortunados, de seguro terminaron llevándose una bolsa llena de uprias consigo ayer. Y los que no, deben de haberse arrancado los cabellos.»
De nuevo, remató su comentario con una pequeña risilla.
«Y ahora el clima. Según el último reporte, tendremos cielo despejado y soleado toda la semana. Malas noticias para nuestros radioescuchas Nosferatis. No olviden sus gafas de sol y paraguas al salir.»
Ese último dato llamó la atención de Cedric.
Mientras se calentaba el agua para su café en la estufa, se acercó cauteloso a una de las ventanas de la sala, para asomarse hacia afuera. No ocupó ver mucho. Un fuerte destello de luz lo golpeó en los ojos, dejándolo sin poder ver con claridad por algunos segundos. Eso le fue suficiente para constatar la veracidad del reporte.
«Un buen bloqueador solar también es muy importante.», añadió la otra comentarista. «Si usted cuenta con los recursos necesarios para hacerse de uno, es recomendable ponerse dosis a lo largo del día. Recuerden usar manga larga, guantes y pantalones o faldas largas resistentes a los rayos del sol. Entrando en la sección financiera, los reportes de la semana pasada muestran que el valor de la bolsa actual ha subido un diez por ciento en promedio en lo que va del mes. Las acciones se ven favorables en estas temporadas. Si quiere invertir ahora es cuando…»
Cedric soltó una pequeña risa involuntaria al escuchar lo último. Ojalá su padre hubiera recibido esa noticia, hace seis años.
Como fuera, le pareció interesante que el anuncio más importante de esa mañana, fuera un accidente sin heridos de gravedad. Muy distante de lo que eran las noticias del día a día en su antiguo distrito. Había escuchado muchos rumores que indicaban que el Distrito Once era de los más seguros y tranquilos, y que eso era gracias a su espléndido grupo de policías. Cedric no estaba seguro si el haber sido asignado precisamente a dicho grupo tras ser ascendido a detective, indicaba que lo consideraban tan valioso para pertenecer a él… O quizás, teniendo superiores tan experimentados y hábiles, sería más difícil que metiera la pata.
Ver el vaso medio lleno no era exactamente de sus cualidades más significativas.
Mientras tomaba su café tranquilamente en la mesa de la cocina, y escuchaba el resto de las noticias, alguien llamó a su puerta, tomándolo por sorpresa. ¿Quién podría ser? Salvo quizás su nueva casera, no creía que nadie más por ahí lo iría a ver, y menos tan temprano.
Dejó la taza en la mesa y se aproximó a la puerta, asomándose por su merilla.
—¿Quién es?  —Preguntó con tono sereno, casi estoico.
Al principio no vio a nadie en el pasillo, pero luego de unos segundos un rostro pálido, adornado con dos grandes y brillantes ojos azules, y orejas puntiagudas, apareció justo en centro del alcance de la mirilla, sonriéndole ampliamente.
La ceja derecha de Cedric se arqueó con intriga.
La figura al otro lado de la puerta dio un paso hacia atrás, parándose firme y llevando su mano diestra a su frente, para hacer el saludo propio de la milicia y la policía civil.
—Muy buenos días. Soy la oficial Jolly Williams, de la Policía Civil. Vine a buscar al señor Cedric Helsung. ¿Es éste su departamento?
Cuando retrocedió para hacer su saludo, Cedric pudo contemplarla un poco mejor. Era sin duda una joven Nosferatis, al igual que él, aunque no le calculaba más de veinte años. Tenía cabello corto y café, que se asomaba debajo del casco de policía con el escudo al frente. Sus labios estaban sonrosados, quizás por la presencia de un poco de maquillaje. Llevaba la capa, que era negra en lugar de azul como en su antiguo distrito, que le cubría el cuello, los hombros, la espalda y parte del frente de su toso. La mano con la que saludaba, traía un guante blanco.
Todo parecía correcto… Pero nunca se podía estar demasiado seguro.
—¿Puedo ver su placa?
La joven al otro lado pestañeó un par de veces, sin borrar su sonrisa.
—¿Disculpe?
—Su placa. ¿Puede colocarla frente a la mirilla?
Pareció vacilar un poco, pero no porque pareciera que no quisiera cumplir la petición, sino más bien porque intentaba reparar en el por qué la misma. Si era eso último, podría deberse a que quizás era una oficial novata, como su apariencia joven pudiera dar a suponer.
Su placa se encontraba debajo de su capa, sujeta a su saco negro del lado izquierdo de su pecho. Intentó retirársela para poder colocarla frente a la mirilla como le solicitó, pero al parecer el broche de ésta no se lo puso sencillo. Luego de lidiar con ello unos segundos, se intentó parar de puntillas y extender su torso hacia la mirilla para que pudiera ver de más cerca la placa.
—¿Así la puede ver bien? —Le preguntó, notándose en su tono el esfuerzo que le implicaba tomar esa pose.
Cedric no pudo evitar sonreír divertido. No alcanzaba a ver del todo bien la placa, pero su intento le pareció suficiente demostración de sus buenas intenciones. Además, el uniforme era el correcto, y conocía su nombre. Sólo la jefatura de policía sabía de su presencia en ese sitio exacto, así que parecía seguro abrir.
—Un segundo, por favor.
Retiró la cadena y el seguro de la puerta, y luego le abrió. Al hacerlo, surgió ante él la imagen completa de aquella chica, incluyendo todo lo que estaba fuera de la vista de la pequeña mirilla.
Su complexión, por lo que alcanzaba notar, era atlética, y algo exuberante. No era que se fijara mucho en ello, pero era difícil no notar que su uniforme al parecer le apretaba un poco en el área del busto, que debía reconocer se notaba algo prominente; además de su cintura estrecha y sus caderas anchas. Aunque la capa y el casco eran de acuerdo a lo que esperaba de un oficial, lo que tal vez no era tan reconocible para él era la falda corta, color negro, que traía puesta, la cual llegaba al mucho hasta cinco dedos por encima de sus rodillas. Sus largas piernas estaban cubiertas con medias oscuras, y terminaban en un par de zapatos de tacón negro.
Cada distrito por separado dictaba los estándares de los uniformes de sus propios oficiales, pero era la primera vez que veía uno con esa apariencia.
Quizás su expresión serena y casi indiferente no lo demostrara a simple vista, pero era una primera imagen que le resultaba bastante intimidante. Pero a pesar de su figura tan agradable a la vista, extrañamente quizás su rasgo más distintivo, eran esos enormes y cautivadores ojos azules, por más cliché que ese pensamiento le resultara en su cabeza.
Se aclaró su garganta, en un acto reflejo para intentar que su tranquilidad interna estuviera en concordancia con la externa.
—Buenos días. Soy Cedric Helsung.
—Un gusto conocerlo, detective Helsung. —Volvió en ese momento a hacer el mismo saludo, sin dejar de sonreírle—. Me enviaron para escoltarlo a la Jefatura.
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—¿Escoltarme? —Masculló Cedric, algo confundido, y ella al parecer lo notó.
—Al Jefe Strauss le preocupaba que tuviera problemas para llegar, considerando que de seguro aún no está familiarizado con este nuevo distrito, aún. Por eso me ofrecí a venir por usted, detective.
—¿Se ofreció? Ya veo. Es muy amable de su parte que se tomen estas molestias, aunque no era necesario.
Se hizo el silencio entre ambos por un rato, en el cual simplemente se miraron el uno al otro.
—¿Podría pasar? —Soltó la oficial luego de unos momentos—. O tal vez quiere privacidad. ¿Desea que lo espere aquí en el pasillo?
Cedric se sobresaltó un poco al darse cuenta de su falta de modales.
—Lo siento. Pase.
Se hizo a un lado para que pudiera pasar con libertad, algo que ella hizo con gusto. Una vez adentro, colocó el paraguas oscuro que traía consigo en el perchero a un lado de la puerta, y también se permitió retirarse su casco, sosteniéndolo luego bajo su brazo derecho.
—Estaré listo en un momento. ¿Le ofrezco una taza de café?
—Descuide, estoy bien así —Le respondió con un tono suave y bastante amable. Su mirada había empezado a recorrer todo el espacio de la sala y la cocina, con cierta admiración—. Es un departamento acogedor. ¿Usted lo escogió?
A Cedric le resultó un poco curiosa la pregunta.
—Sí, aunque sólo fue por la cercanía a la jefatura. Si me disculpa…
Se dirigió entonces a su habitación, dejando la puerta abierta. Colocado frente al espejo de cuerpo completo que ahí tenía, comenzó a colocarse su corbata negra. Por el reflejo, podía ver como ella seguía recorriendo el lugar.
En un punto, su interés pareció concentrarse en la puerta de cristal que llevaba al balcón. Notó cómo sacó del bolsillo interno de su capa, un par de anteojos oscuros, especiales para los Nosferatis como ellos –Él mismo tenía los suyos propios–, y luego corrió sólo un poco la cortina para poder echar un vistazo al exterior.
—¡Qué maravillosa vista! —Escuchó que exclamaba con entusiasmo, mucho entusiasmo de hecho—. De noche se ha de ver divino.
—Supongo que sí. En realidad tampoco he tenido oportunidad de verificarlo por mi cuenta.
Una vez que su corbata estuvo en su lugar, se quedó un rato mirando su propio reflejo en el espejo, intentando detectar que no le faltara nada. Camisa, chaleco, pantalones, zapatos, corbata… Todo correcto. Su abrigo contra el sol estaba en el perchero, y el estuche con sus lentes oscuros en el bolsillo de éste. Su placa, pistola y funda estaban en el buró al lado de su cama, esperando a ser tomados. Sólo faltaba…
Al mirar de reojo el reflejo de la propia corona de su cabeza en el espejo, se volvió claro lo que faltaba.
Soltó un pequeño suspiro. Tenía miedo de hacer el ridículo en su primer día… Pero quizás había una forma sencilla de evitarlo, ¿no?, y esa forma estaba justo en su sala en esos momentos. Pero apenas y la conocía; ¿sería correcto hacerle tal consulta? Aunque tampoco se trataba de algo malo o inapropiado, o eso le parecía al menos.
¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Jolly Williams? Sentía que hace poco había leído o escuchado el apellido “Williams” en algún otro lado; pero había leído tantos reportes y artículos sobre casos antiguos de ese Distrito en los últimos días, que le era difícil ubicar dónde lo había visto exactamente. Además, no era como que fuera un apellido del todo inusual.
—Oficial Williams —Exclamó con algo de fuerza para que pudiera escucharlo desde la sala—. ¿Puedo hacerle una pregunta... confidencial?
Miró por el reflejo como la oficial, ya sin sus gafas puestas, se giraba sobre su hombro hacia la puerta de la habitación, y luego se dirigía tranquilamente hacia ella, parándose en el marco.
—¿Un pregunta? Eso depende de qué es lo que desea saber. Porque, si le soy sincera, apenas soy una novata. —Se le notó algo de pena al pronunciar esas palabras— Pero intentaré responderle todo lo que necesite.
Una vez dicho eso, Cedric notó que de manera poco disimulaba, comenzaba a inspeccionar su habitación con su mirada, y se veía algo sorprendida. No entendía muy bien el motivo, ya que su habitación, y todo su departamento en general, se encontraban notablemente limpios y ordenados… ¿o quizás era eso lo que le sorprendía?
—No se menosprecie por eso, oficial Williams. Yo acabo apenas de ser ascendido a detective; no hace mucho era un oficial como usted. Así que también podría decirse que soy un novato.
No estaba seguro de qué quería lograr con ese comentario, pero simplemente había sentido deseos de hacerlo.
—No es nada importante, en realidad. Yo sólo…
En cuanto las palabras estaban a punto de salir, reparó en lo absurdas que quizás sonarían. Pero ya había dado el paso hacia ello, y si esa persona tenía la perspicacia y curiosidad de una buena policía, si él se echaba para atrás, no dejaría el tema por la paz, debido a lo sospechoso que podría resultar tal acto.
—En mi antigua jefatura, todos los detectives usaban sombrero, todos los días. Revisé el manual varias veces, y no viene nada especificado en reglas de vestimenta. Una vez pregunté y me dijeron que era una regla no escrita para los detectives, pero a veces me es difícil identificar cuando alguien está bromeando y cuando no.
Miró a otro lado, algo apenado.
—Me compré cinco sombreros previendo que fuera necesario, pero…
Cuando volteó a ver de nuevo la oficial Williams, se dio cuenta de lo que miraba algo extrañada, y quizás un poco confundida. De seguro cuando escuchó que le quería hacer una pregunta, no había previsto que sería algo como eso. Luego de unos segundos de quedarse callada, pareció contenerse para no reír, lo que lo hizo sentir aún más apenado de lo que ya se sentía.
La oficial, sin embargo, recuperó la compostura rápidamente.
—Bueno, le diré, Detective Helsung, que por lo que he visto hasta ahora, en la oficina no son tan estrictos con los detectives. De hecho, les dan bastantes libertades. Algunos incluso actúan como si fueran los reyes del lugar.
—¿De verdad?
Eso lo desconcertó un poco. ¿Sería verdad lo que le estaba diciendo?
—Quizás exageró un poco, pero es lo que parece a veces —Comentó con un tono juguetón–. Pero si desea que le ayude con su dilema de los sombreros…
Entró entonces con total libertad a la habitación, y se dirigió a su armario, abriéndolo de par en par como si fuera el suyo. Cedric se quedó algo pasmado al ver este acto de tanta confianza; eso definitivamente superaba la jurisdicción de una simple escolta. Pero no podía quejarse mucho, si después de todo él había prácticamente abierto un poco dicha posibilidad al hacerle una pregunta como esa.
La oficial bajó de la parte superior del armario las cinco cajas de sombreros y las colocó sobre la cama; Cedric se quedó en silencio, sin saber bien qué decir. Inspeccionó cada uno de los sombreros de las cajas, hasta que al parecer optó por aquel de color gris. Lo tomó en sus manos, lo revisó a detalle de un lado a otro, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios. Se le aproximó entonces, y sin más, colocó en sombrero sobre su cabeza.
—Creo que éste se le verá bien.
Cedric permaneció un rato callado. Se giró entonces hacia el espejo, y se lo acomodó mejor. No le agradaba mucho como se veía con él; sentía que se veía chico, en comparación con la proporción de su cabeza. Pero en realidad no podía ser muy exigente. Al menos era más cómodo que el caso de oficial.
—Gracias por su ayuda, oficial Williams.
—Puede llamarme Jolly, si usted me permite llamarlo Cedric.
De nuevo, le pareció un comentario bastante inusual, e igualmente repentino. Ella pareció notar dicho desconcierto en su rostro reflejado en el espejo.
—Quizás este comentario le parezca raro, viniendo de un oficial de policía. Pero ya que vamos a trabajar en el mismo lugar, debo admitir que no me gusta mucho el trato demasiado formal y por apellidos. Además, aunque sea mi superior, en realidad no es tan mayor que yo, ¿o sí?
No conocía su edad exacta, pero si se basaba en su edad aparente, que suponía era lo mismo que ella estaba haciendo, podía llegar a la conclusión de que en efecto era cierto.
—Bueno, si así lo desea, no tengo problema con que se refiera a mí como se le haga más cómodo. Pero sobre dirigirme a usted con menos formalidad, me parece una petición un poco atrevida, considerando que sólo llevamos unos minutos de conocernos.
—Entiendo —Murmuró Jolly aun sonriendo, aunque con un poco de decepción asomándose en su mirada—. Creo que sí fue bastante atrevido. Pero está bien, no lo forzaré.
Caminó entonces hacia la puerta de la habitación, saliendo por ésta. Cedric la miró en el reflejo, hasta que ya estuvo de nuevo en la sala.
No sabía bien qué opinar de lo que acababa de pasar. Si tuviera que juzgar a la oficial Williams en base a lo que acababa de ver, tendría que decir que al parecer era una persona que tendía a confiar rápido en las personas, y de conducta extrovertida, y con gran facilidad para expresarse, incluso con completos extraños.
Bastante diferente a él, por no decir que completamente contrario.
Sin embargo, esa personalidad, que a primera instancia podría sonar como algo positivo, no le parecía que fuera la adecuada para un oficial de la ley. Era paradójico, considerando que trabajaban para ayudar a las personas, pero Cedric opinaba que deberían de ser lo más recatados posible en su trato con los demás individuos. Quizás estaba demasiado chapado a la antigua.
Antes de dejar la habitación, se colocó un poco de colonia, y echó un último vistazo al espejo. Con sus dedos acomodó un mechón que se había desacomodado al colocarle el sombrero, e igualmente ajustó un poco el nudo de su corbata. Luego se acercó a su buró, tomando su arma y su placa. Colocó la funda de su revólver en el costado derecho de su cintura, y su nueva y brillante placa sujeta a su chaleco, del lado izquierdo.
Cuando salió, la oficial Williams, lo esperaba de pie a un lado del perchero, con sus gafas oscuras de nuevo puestas, y su paraguas en mano.
—Lamento la demora, ya casi estoy listo —Se excusó, justo antes de avanzar al perchero, y tomar su abrigo para colocárselo. La oficial se tomó una última libertad, ayudándole a colocarse la última manga de su abrigo, algo que de nuevo lo desconcertó un poco —. Gracias.
—No hay de qué. ¿Nos vamos?
—Sí, claro.
Abrió la puerta y le cedió el paso para que saliera primero, lo que cuál ella aceptó. Ambos salieron, y Cedric cerró la puerta con llave una vez que ya estuvo en el pasillo.
En cuanto puso un pie afuera del edificio de departamentos, soltó un pequeño quejido de molestia, y alzó inconscientemente su mano, intentando que le diera un poco más de sombra a los ojos. Aún con los anteojos puestos, el primer paso de salir de un ambiente relativamente oscuro y cerrado, al exterior totalmente iluminado, casi siempre tenía ese efecto inicial. Con el tiempo se quitaba, por suerte. No tardó mucho, además, de sentir como la sombra de la amplia sombrilla de la Oficial Williams lo cubría, aliviando en gran medida su incomodidad.
—Gracias —Murmuró, asintiendo una vez con su cabeza.
—De nuevo, no hay de qué —Le respondió la Nosferatis, sonriéndole.
Ambos comenzaron a caminar por la banqueta, sobre Four Seasons Avenue, en dirección al este, hacia la jefatura Distrital. Ya a esa hora se veía que la calle se encontraba algo concurrida. Alrededor de los dos oficiales, iban y venían decenas de personas, de diferentes apariencias. Había gente de orejas puntiagudas y piel pálida como ellos dos, que igualmente se cubrían con sombreros, abrigos y paraguas del día tan soleado. Pero había también otro tipo de personas: con orejas más pequeña o más grandes que las suyas, algunos con colas o garras visibles, algunos tenían piel morena, pero también en otros tonos como verde, totalmente blanco, azul, o amarillento… Nosferatis, Lycanis, y Spekerus por igual.
La diversidad de CourtRaven era más que evidente, además de esperada. Era una de las catorce Ciudades-Estados principales bajo el reino directo de un Príncipe Miraving, y una de las más habitadas de ellas. El lugar de origen de Cedric era otra de esas catorce, pero definitivamente era de considerable menor tamaño y población.
—Helsung es un apellido peculiar, ¿verdad? —Escuchó de pronto que la oficial a su lado comentaba de manera espontánea.
—¿Disculpe?
—Tu apellido, Helsung —Recalcó ella, virándose ligeramente hacia él—. No lo había oído. ¿Es acaso de origen noble?
Esa pregunta fue casi como un puñetazo al estómago para Cedric. Se viró nervioso hacia el frente, intentando evitar lo más posible su mirada, y rogando en su mente no haber sido tan obvio.
—No es tan extraño como cree —Señaló con la mayor naturalidad que pudo, pero no dio mayor detalle—. Pero ya que lo menciona, tengo la sensación de haber oído o leído el apellido Williams recientemente. Pero no logro ubicar en dónde.
La Nosferatis la volteó a ver, un poco curiosa por su comentario. Sólo fue unos momentos, ya que de inmediato se giró de nuevo al frente. ¿Acaso también intentaba evitar su mirada?
—Oh, ¿enserio? —Murmuró, bastante tranquila—. Williams sí es un apellido bastante común… No me sorprendería que lo hubieras escuchado en algún otro lado, Cedric.
El nuevo detective podría haberse puesto a pensar detenidamente en la curiosa postura que había tomado tan repentinamente, y posiblemente haber concluido que ocultaba algo detrás de ésta. Sin embargo, sólo pudo enfocarse en la forma tan casual que le había hablado de “tú”, además de llamarlo abiertamente “Cedric”. Él le había dicho que podía hacerlo, pero no se había percatado de lo penoso que era, hasta ese momento.
—Supongo que no se puede juzgar a alguien por su apellido —Agregó la joven de ojos azules, como un simple comentario al aire.
Cedric no le respondió nada, pero no pudo evitar notar la ironía del comentario, ya que de hecho la interpretación que había hecho de su apellido, no era del todo incorrecta. O al menos no lo era hace algunos años…
Mientras caminaban, llegaron a una intersección, en donde tuvieron que esperar a que una serie de vehículos pasaran antes de cruzar. Mientras pasaban, la mente de Cedric, como le era costumbre, comenzó a divagar un poco sobre esos transportes, a los que aún muchos, sobre todo los más ancianos, llamaban aún carruajes automáticos. Eran grandes y de forma cuadrada, con dos asientos al frente, y dos atrás. Hacían mucho ruido a cada momento, sobre todo los modelos más antiguos. Hasta hace diez años atrás, esas máquinas aún eran una rareza. Cuando su tío decidió meterse de lleno a ese negocio, muchas personas, incluyendo su padre, le dijeron que era una locura y una tontería arriesgada. Vaya sorpresa que terminó dándoles a todos…
Ahora, poco a poco era mucho más común verlos andar por las calles, principalmente en las ciudad principales. Pero seguían siendo lo suficientemente costosos para que sólo fueran accesibles para los Nuitsens más pudientes, y que tuvieran claro la disposición a gastar en ello. No era loco pensar que con el tiempo, esa tendencia iría en incremento.
Si quizás su padre hubiera tenido la misma visión que su tío, las cosas hubieran terminado muy diferente.
Siguieron caminando, y llegaron a una zona comercial, en donde la multitud de personas era relativamente mayor. Tuvieron que abrirse camino como pudieron entre la multitud de gente; no les fue difícil, pero alentó bastante su avance. Fue entre esa multitud, que un rostro en especial sobresalió de todos los demás. Su piel era diferente a la del resto; era de un color crema, casi rosado. Sus ojos eran cafés, algo apagados. Cabello castaño claro, algo descuidado. Usaba un traje de sirvienta, algo viejo y sucio, que le cubría casi todo el cuerpo, a excepción de su rostro y mano. Era una jovencita, quizás de no más de dieciséis años… una sierva.
Caminaba atrás de una mujer Spekerus, alta y de complexión gruesa, totalmente contraria a la apariencia pequeña y frágil de quien la seguía. Su piel era ligeramente morena, y su cabello rubio, aunque éste lo cubría en su mayoría un amplio sombrero rosado, que hacía juego con su vestido algo abultado. Caminaba con su espalda recta, frente en alto y el pecho al frente, mientras la sierva lo hacía con la cabeza agachada, ligeramente encorvada.
—Pon atención, Riggie, que no quiero repetirlo —Pronunciaba con fuerza la mujer que caminaba al frente, con tono severo—. Ve al mercado, compra lo de la lista, luego ve y recoge mi vestido de con la costurera, y el traje del señor con el sastre, ¡y no ensucies ninguno de los dos! ¿Quedó claro?
—Sí, señora —Susurró la jovencita detrás de ella, con la mirada baja.
Ambas se perdieron entre la multitud, y ellos dos siguieron su camino. Cedric siguió mirando en esa dirección un rato más, y luego se viró de nuevo al frente, algo pensativo en su semblante.
—¿Sucede algo, Cedric? —Escuchó que su acompañante le cuestionaba de pronto.
—¿Eh? No, nada —Respondió apresurado, fingiendo indiferencia.
—¿Estabas mirando a esa sierva? —Añadió la oficial, tomándolo por sorpresa— ¿Hizo algo que te llamara la atención?
¿Notó que había volteado a ver a esa mujer y a su sierva? No había hecho el ademán alguno de estar poniendo atención, o al menos no lo notó. Incluso en esos momentos, miraba al frente, sonriendo con total normalidad.
—No, nada en especial —Le respondió, un poco dudoso.
Le siguió un rato de silencio, antes de que la joven Nosferatis hiciera otro curioso comentario.
—Ha de ser extraño, ¿no lo crees?
—¿Cómo?
—Me refiero a ser un siervo, tener que obedecer sin chistar a una persona, y darle tu vida sin poder vivir la tuya. No lo sé, sólo pienso que debe ser extraño. Especialmente cuando te hablan de esa forma.
Fue evidente que el último comentario iba dirigido a cómo aquella mujer le había hablado a su sierva. ¿También había escuchado eso? No pensó que realmente estuviera poniendo tanta atención a su alrededor.
Una vez que el joven Helsung salió de su sorpresa inicial, logró tranquilizarse y concentrarse en responderle. Sus palabras no eran algo que acostumbraba escuchar seguido en otro Nuitsen… O más bien prácticamente nunca. ¿Por qué había dicho eso tan repente? ¿Realmente sencillamente era una persona que decía abiertamente todo lo que pensaba, aunque fuera con un extraño? ¿O quizás había intenciones ocultas en sus acciones? Su personalidad recelosa y desconfiada, lo hacía irse más por la segunda opción, pero quizás estaba exagerando.
—No tiene mucho caso pensar en eso, si siempre ha sido así —Le respondió, procurando que su voz reflejaba completa conformidad sobre el tema; había aprendido hace mucho que así era mucho mejor—. Pensar en cómo se siente un siervo, no tiene mucho sentido para nosotros los Nuitsen. Después de todo… no somos iguales.
—Es cierto, una disculpa —Comentó ella a su vez, algo apenada, dándose un pequeño golpecito en la cabeza a sí misma —. Me han dicho que a veces me comporto muy rara.
—Sé lo que es eso. – Susurró Cedric muy, muy despacio.
—¿Cómo dices?
—Nada.
Sí, en efecto sabía lo que era ser considerado “muy raro” por las personas. Con el tiempo había tenido que aprender a ocultar esas rarezas de las personas, a cambio de poder ahorrarse bastantes problemas. Esa era una lección que al parecer la Oficial Williams aún no aprendía; o quizás sí la había aprendido, pero había optado por ignorarla, al contrario de él.
Luego de un par de minutos más de tramo, llegaron al fin a la jefatura, un edificio algo viejo, de tres pisos, y que abarcaba al menos tres cuartos de toda la cuadra. En la parte de afuera, había tres vehículos, pintados de negro, con el escudo en dorado de la Policía Civil pintado en las puertas del conductor y el copiloto. Dentro, Cedric se encontró con un amplio espacio, de techos altos, con un gran eco que hacía resonar los pasos y las voces de todo. La arquitectura era bastante hermosa y detallada, como la de un museo; daba la idea de que ese edificio no había sido siempre una jefatura de policía.
Había varios escritorios enfilados de un extremo a otro, teléfonos sonando, y gente yendo y viniendo de un lado a otro. La mayoría usaba uniformes similares al de la Oficial que lo acompañaba, aunque claro, los varones usaban pantalones en lugar de esa falda tan corta. Pero también había algunos hombres y mujeres que vestían de manera formal al igual que él… Y varios usaban sombrero. Eso le tranquilizó un poco.
—¡Hemos llegado! —Exclamó la Oficial Williams con energía, luego de cerrar el paraguas y extendiendo sus brazos hacia los lados. Su voz resonaba de manera particular en ese eco—. ¿Qué te parece, Cedric?
—De repente me siento como en casa —Fue la respuesta corta del joven Nosferatis. Era difícil saber si era sarcasmo o no, hasta para él mismo. Definitivamente era algo diferente a la jefatura del Distrito veinticuatro.
—La oficina del jefe Strauss es esa de allá —Le informó a continuación, señalando con un dedo hacia un extremo del recinto, específicamente a una puerta de madera con una placa color dorado en ella—. ¿Deseas que te acompañe hasta allá?
—No, no será necesario.
Cedric recuperó rápidamente la compostura, se giró hacia su acompañante, con postura firme; quizás demasiado.
—Gracias por su escolta, Oficial Jolly —Exclamó rápidamente, alzando su mano hacia su frente para darle el saludo—. Lamento si le importuné en sus tareas de la mañana.
Ella sonrió muy ampliamente al escucharlo, asintió con su cabeza, y le respondió el saludó de inmediato, chocando además sus talones uno con el otro.
—Descuida, Cedric; no ha sido ninguna molestia para mi trabajo —La sonrisa en sus labios se hizo un poco más grande, y tenía algo de astucia en ella—. Oficial Jolly suena mejor.
Remató su comentario con un pequeño guiño de su ojo derecho.
—¿Qué?
Cedric no entendió en un inicio el comentario, pero de inmediato cayó en cuenta de ello: la había llamado “Oficial Jolly” en lugar de “Oficial Williams”, sin darse cuenta.
—¡Ah! ¡No fue esa mi intención! —Exclamó apresurado, con sus mejillas con un poco ruborizadas. Se giró de inmediato en la dirección en la que le había señalado, y caminó hacia allá a paso lento— Gracias de nuevo…
—¡Nos veremos pronto, Cedric! —Gritó Jolly con entusiasmo, agitando una mano en el aire— ¡Te irá muy bien!, ¡ya lo verás! ¡Para cualquier cosa, buscame!
Sus palabras fueron tan altas, que resonaron fuertemente en el interior de ese lugar; de seguro habían sido pocos los que no la habían oído. Cedric caminó apenado y con la cabeza agachada, sin voltear a verla o hacer el ademán siquiera de dichas palabras eran para él. Aun así, podía sentir como algunos tenían sus miradas sobre él.
Siguió con su camino intentando no darle importancia. La placa en la puerta a la que se dirigía, decía en letras grabadas:
HAROLD STRAUSS
Jefe de Policía Distrital
Harold Strauss, era justamente la persona con la que tenía que reportarse. Parece que era el sitio correcto.
Frente a la puerta, había un escritorio de madera, similar al resto, de seguro asignado a la secretaria del Jefe. En él estaba sentada una Nosferatis de piel pálida, cabello negro muy largo y lacio, totalmente sujeto. Usaba un atuendo formal color azul oscuro. Se encontraba sentada de una forma bastante despreocupada, mientras se limaba sus largas y filosas uñas. Sobre el escritorio, tenía abierto el periódico de par en par, aunque no parecía ser el CourtRaven Post, sino uno más pequeño, cargado más de fotos que de texto.
Cedric avanzó hacia el escritorio, y se paró firme delante de éste.
—Buenos días —Pronunció con un tono suave—. Soy Cedric Helsung, vine a reportarme con el Jefe Strauss.
La secretaria, que tenía una marcada mueca de molestia en sus labios, apenas y apartó un poco su atención de su lectura para mirarlo de reojo.
—Oh, ¿enserio? —Le respondió con un tono bastante irónico, y luego siguió limándose las uñas—. Helsung, ¿eh? ¿Tienes cita?
—¿Cita? Pues… sí… Bueno, quizás… —Balbuceó el Cedric, algo dudoso—. Soy el oficial... Es decir, el detective transferido del Distrito Veinticuatro. Creo que él debe de estar enterado que hoy comienzo a trabajar...
—Pues no me ha informado nada —Interrumpió la secretaria abruptamente con un tono cortante—. Y si no me ha informado nada, significa que no es importante. Puedes pasar a sentarse y esperar, oficial Helsung.
¿Era acaso una broma? Estaba a punto de replicar, cuando el timbre del teléfono sobre el escritorio a su lado comenzó a sonar. Ella lo miró de reojo de mala gana, levantó la bocina, y cambió su semblante abruptamente a uno mucho más relajado.
—Buenos días, oficina del Jefe Strauss —Saludó con un tono casi angelical que a Cedric sorprendió—. Oh, es usted, jefe. ¿Qué se le ofrece…? ¿Ah…? ¿Un oficial transferido? ¿Que lo espera éste día…?
Echó entonces una mirada de reojo al joven parado delante de e su escritorio.
—¿Cedric Helsung? Claro, sí. Qué casualidad, parece que acaba de llegar. Lo pasaré enseguida.
Colgó lentamente de nuevo el auricular, y se viró hacia él con mirada casi fulminante. Cedric se hizo un poco hacia atrás por la forma en la que lo miró, por igual no pudo evitar sonreír ligeramente, complacido.
—Supongo que puedo pasar.
—Pasa, gusano; te salvó la campana —Le respondió molesta, volviendo a su tarea inicial.
—Con su permiso, entonces.
Le hizo una pequeña reverencia con su cabeza, y caminó hacia la puerta, aunque con paso dudoso.
Pensó por un momento que el Distrito Once parecía estar lleno de personas interesantes. Sin embargo, lo que no sabía es que aún no estaba en condición de conocer la magnitud de qué tanto ese pensamiento era verdad. Ese era apenas su primer día, después de todo.
El primer día del resto de su vida.
FIN DEL CAPÍTULO 01
+ "Viktor" © WingzemonX & Denisse-chan.
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denissechan-blog · 8 years ago
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Baaaappy New Year! <3 
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denissechan-blog · 8 years ago
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ACCEL ART IS WATCHING ME!
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denissechan-blog · 8 years ago
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Chibi Bee Denisse is a happy bee <3 
It has been so long since I made a gif :D but it was pretty funny to do it.
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denissechan-blog · 8 years ago
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Chibi Denisse is here! <3 Hi folks, welcome to my space where I’ll be posting my works.
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