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“El viaje y su manera atípica de enseñarte cosas”...
Físicamente no me sentía morir, pero sí me parecía extraño esto de estar vomitando amarillo. Siendo súper honesta, lo primero que pensé es que estaba embarazada jaja pero no, lo segundo que pensé fue que algo me había caído mal al estómago, pero en la lógica médica que yo ocupo tendría que haber vomitado lo que me hizo mal (pa’ que cachen mi lógica médica poh jaja) y tercero, nah, no pensé nada más porque solo quería acostarme y no seguir vomitando.
Ya amanecía y yo ya había vomitado unas cuatro veces, el gordo tenía cara de preocupación, tenía cara de querer llevarme al hospital. La verdad verdadera que al primer vómito no me sentía mal, pero ya cuando iba como en la quinta vez ya no era tan divertido. Ya había amanecido y a mí me empezó a dar fiebre, cuando me tomé la temperatura y note que tenía 39 le dije al gordo: “Ya, llévame al hospital”, porque mi mamita siempre me ha dicho que la fiebre viene cuando algo de cuidado le pasa al cuerpo, y ahí hay que ir y verse no más.
Nos fuimos pal hospital más cercano, el que para nuestra suerte (bueh, quizás ni tanta suerte) estaba como a tres cuadras. Entré y me pidieron mis datos y me hicieron esperar un rato. Cuando finalmente entré me di cuenta que la sala de urgencia era pequeñita, cabían con cuea 4 personas; yo a esas alturas ya me sentía morir, tenía náuseas, apretaba con fuerza la bolsita “de emergencia” que llevaba en el bolsillo de mi parka y deseaba con todo mi ser ya no sentir frío (porque claramente ardía en fiebre). No sé si a ustedes les pasa, pero cuando me siento así como que “me quiero morir” lo único que pasa por mi cabeza es que mágicamente alguien me pegue un palo en la cabeza o que me desmaye, para no sentir dolor alguno, o que me inyecten morfina a la vena (siempre me acuerdo cuando me atropellaron en la bici y me inyectaron morfina y fue maravilloso jajaja), así mismito estaba yo ahí, sola en la sala de urgencias de un hospital de Quito, Ecuador. El gordo y la Sophy se quedaron afuera porque no podía entrar nadie, obvio poh, si la sala de urgencia era enana.
Finalmente una paramédico me condujo hasta un box de atención, me tomó los signos vitales y me dijo que esperara en la camilla a la doctora, unos minutos más tarde una doctora bien amorosa me preguntaba que qué sentía, qué donde me dolía y blah blah. Me tocó mi panza y analizó la situación, me dijo que mandaría a hacerme análisis, así que me tenían que sacar una muestra de sangre. Ya poh, todo tranqui, llegó la misma paramédico a tomar la muestra, yo caché que algo pasaba porque se maneó toda, fue a buscar a una enfermera y entre las dos tenía mi brazo y no podían sacar sangre, yo no valía niun peso, así que solo las miraba sin decir nada, hasta que de repente una dijo: “pero si acá está la vena, tienes que apretar un poco y listo”; no había terminado de decir eso cuando yo vi mi sangre salir como un chorro. “Me voy a desangrar!!!!”. La enfermera y la paramédico no conseguían que mi vena dejara de sangrar y en la camilla quedó tremenda posa de sangre, parecía asesinato la hueá. Me apretaron terriblemente fuerte mi bracito, aprovecharon de llenar todos sus pinches tubitos de ensayo y me dejaron ahí. Afortunadamente me pusieron suero y algo para el dolor, y como no articulaba palabras no dije nada y me quedé ahí tendida. Al rato hicieron pasar al gordo y a la Sophy. Obvio se asustaron al ver tremenda escena de película gore, pero solo dije que mi vena había explotado. Me acompañaron como una hora allí, hasta que volvió la doctora con los resultados de mis análisis. Diagnóstico: presunta apendicitis. MIERDA. Porque a miiiiiiii. Porque me tenía que dar apendicitis cuando no estoy en mi país, porque me tenía que pasar a mí, porque ahora, porque aquí, porque no está mi mami aquíiiiiiiii. Penita en mi corazón. Mire a Víctor y me dieron unas ganas de ponerme a llorar. No lo hice porque o si no Sophia se iba a preocupar y capaz nos poníamos a llorar todos.
La doctora me volvió a revisar, a mí solo me dolía mi panzita, así que comencé a pensar en que tal vez no era apendicitis porque si fuera me sentiría mucho peor, pero con el medicamento se me había pasado un poco. Me dijo que esperara una hora más, que me daría medicamento y no sé qué más a la vena, que si me volvía a dar fiebre o sentía dolor me iba a hacer nuevos análisis. Vino la misma paramédico y me chantó los medicamentos, ahí aproveché de dormir un rato (rato en que Sophia y Víctor me sacaron fotos, fotos que obvio JAMÁS publicaré). Una hora exacta después ya me sentía mucho mejor, volvió la doctora y dije que me sentía mejor, que tal vez algo me había caído mal al estómago y le conté que una semana antes había tenido un cuadro parecido en Máncora. Ella insistía en la apendicitis, pero a mí ya no me dolía nada. Me hizo firmar un consentimiento informado de que me iba bajo mi propio riesgo y que volviera si volvía a vomitar o si me daba fiebre o cualquier cosa.
Nos preparamos para salir y pasar por caja. AUSH. Palo en la cabeza la cuenta, cuenta del hospital en dólares, ahí cachamos que el hospital no era público. El hospital era como de la iglesia, así que igual cobraban y los chuchesumare´ cobraban caro. Pagamos y caminamos en silencio las tres cuadras hasta llegar al departamento. Me acosté, me acurruqué y no supe más del mundo. Creo que en ese rato Sophia y Victor fueron al supermercado, comieron algo y me trajeron gatored, gelatina, compota de pera y galletas de agua. Escuchaba entre sueños sus risas, sus peleas, escuchaba entre sueños que estaban preocupados y sentía a mi toti cuando me miraba dormir desde la puerta de la habitación. Desperté y ya era de noche, mis gordos miraban “el comandante”, les dije que me sentía mucho mejor, y que al día siguiente podíamos viajar.
Me dormí nuevamente y desperté temprano al día siguiente, me levanté y me duché. Sentía tanto cansancio, pero me di ánimos para continuar el viaje como lo habíamos programado. Salí de la ducha y el gordo y Sophia ya estaban despiertos, comenzamos los preparativos para partir nuevamente. A eso de las 10 de la mañana fuimos a despedirnos de Mariela y de la comunidad, dimos las gracias por recibirnos y contamos “la tragicómica” ida al hospital, nos contaron que en ese hospital diagnostican a todo mundo con apendicitis, como que es su emblema jaja. Besos y abrazos y tomamos rumbo hacia la terminal.
Tomamos el transporte público y llegamos a un terminal a las afueras de la ciudad, allí cotizamos un bus que salía hacia Tulcan: frontera con Colombia. El bus sale alrededor de 6 dólares (creo, no recuerdo bien, pero era barato) y el viaje dura unas 4 horas aprox. Si usted se marea en los viajes, como yo, le recomiendo dos cosas: o duerme todo el viaje (a mí no me cuesta, así que es mi opción) o se toma una pastillita para el mareo, la que venden en todos los terminales de buses; esta ruta, entre Quito y Tulcan, además de la ruta de Ipiales a Cali (en Colombia) deben ser las rutas más mareadoras que he viajado.
Tomamos el bus pasadas las 1 de la tarde, no diré mucho acerca del viaje (porque lo dormí casi todo jaja) lo único rescatable es que el paisaje es maravilloso, a lo largo de este camino encuentras muchos lugares que parecen sacados de una película: campos inmensos de verde profundo, mucha siembra, casa coloniales, soñao’ soñao’. El gordo me dijo que estuvo a punto de decirme que nos bajáramos y pidiéramos trabajo en alguna de las haciendas jaja. Lo otro es que en el bus iban muchos colombianos, en el asiento de adelante donde iba sentado el gordo iba una colombiana, como yo iba en modo “boca abierta durmiendo”, ni caché que venía haciéndose la linda con MI gordo, nah mentira, la chiquilla era simpática (bien coqueta la tonta, pero simpática) y estuvo instruyendo al gordo en los pasos a seguir cuando llegáramos a Tulcán. Así que cuando llegamos a la terminal le dijimos si quería compartir un taxi hasta la frontera. Accedió y ahí caché que era bien simpática (y bien coqueta como les dije antes, pero OJO acá, porque a las colombianas eso de la coquetería les sale natural, además que su acento es bien sabroso, entonces hasta a mí me gusta jaja), la cosa es que llegamos hasta la frontera juntos y nos dijo como seguir desde allí.
La frontera entre Ecuador y Colombia en ese sector está marcada por un puente que separa ambos edificios de migración. Primero pasamos a migración Ecuatoriana, timbrado de pasaporte, hoja de ingreso y timbre de salida. Listo. Luego la parte complicada: nos habían hablado de esta frontera y lo que nos dijeron fue “traten de no cruzar con tantas cosas y menos de noche porque es muy peligroso, les pueden robar todo”. Ahí como que no hicimos mucho caso porque evidentemente cargábamos con un montón de equipaje y más encima en Ecuador se oscurece temprano, así que prácticamente estaba oscuro. Fail. Cruzamos el puentecito, debo confesar que igual me dio un poco de miedito, pero no nos pasó nada. Al llegar al otro edificio de migración no tuvimos mayor problema, hicimos ingreso a Colombia: timbres, hoja de ingreso y listo.
Salimos del edificio y los taxistas nos bombardearon, también nos bombardearon quienes cambian plata. Ya sabíamos más o menos cuánto era el cambio, así que no perdimos plata al pasar de dólar a peso colombiano. Cuando llegamos ahí un taxista nos dijo que nos llevaba por 20 mil colombianos hasta Ipiales, luego al pedirle que nos llevara al terminal nos estaba cobrando 30 mil. “Ah no! Tú me dijiste que nos llevabas por 20 mil”, estaba realmente tostada. Me carga que los taxistas, vendedores y todo mundo te diga un precio y después lo cambie sólo porque se dio cuenta de que eres extranjero.
En fin, accedió a llevarnos por los 20 mil pesos (lo que es muy caro, pero como era de noche no teníamos otra forma de llegar al pueblo), nos subimos y nos dirigimos al pueblo. Empecé a sentir miedo cuando el taxi comenzó a meterse por callecitas oscuras, Víctor se dio cuenta que ese no era el camino y le preguntó al hombre, el taxista dijo que la calle principal la estaban arreglando así que había que tomar otro camino, ahí yo respiré en paz. Llegamos al terminal y cotizamos pasajes hacia Cali, nos encontramos nuevamente con Alejandra, la colombiana del bus, y nos recomendó una empresa de buses que daba cena y frazadas, no nos calentamos mucho la cabeza en eso y finalmente escogimos otro bus. Ya estaba saliendo y sólo nos esperó porque el gordo no había pagado los pasajes y estaba sacando plata de un cajero, nos subimos y el bus era pulento, hasta toma corrientes tenía. Como les mencioné en alguna oportunidad el camino es un asco, no por las condiciones de la carretera, es por las vueltas, las incontables curvas cerradas y peligrosas de esa ruta. Así que imaginen que “disfrute” un montón el viaje. Intenté dormir, pero como ya había dormido el viaje anterior no tenía tanto sueño, al rato del viaje el bus paró en una ciudad llamada Pasto; allí el gordo se bajó y compró algo para comer y a mí me compró jaleita, porque la guatita aún estaba más o menos.
Seguimos en viaje y logré conciliar el sueño, hasta pasadas las 6 de la mañana cuando amaneció y vi por las ventanas del bus que nos aproximábamos a una ciudad: Cali. Arribamos a la terminal a eso de las 7 AM, la terminal es enorme: tres pisos de tiendas, locales de comida, venta de pasajes, transporte al aeropuerto y hasta un supermercado. Nos quedamos allí decidiendo qué hacer, cotizamos pasajes hacia Medellín (ya que nuestra meta era llegar pronto a Montería, donde nos esperaban) y los buses sólo salían de noche, ¿qué hacer? Resignación. Compramos pasajes para esa misma noche y decidimos quedarnos en la terminal. Dirán ustedes ¿por qué no salir a conocer la ciudad? Uno: porque estábamos un poco lejos de todo, dos: estábamos MUY cansados del viaje y tres: el guarda equipaje era SÚPER caro, 3 mil pesos (alrededor de 800 pesos chilenos) por cada maleta y/o bulto: carozzi. Así que nos quedamos ahí, sentados en la terminal mirándonos las caras, cansados, no podíamos tendernos en los asientos porque veía “la policía terminal” y nos decía amablemente que no podíamos estar “echados”, “solo se permite sentarse”. Así que ni modo, nos quedamos allí, compramos algo para comer y nos resignamos a jugar cartas y contarnos historias. Acepto que la mañana fue larga, pero la tarde se pasó más rápidamente. Finalmente llegó la hora de abordar el bus, hicimos la fila correspondiente y nos subimos. El viaje fue tranquilo, la ruta fue igual: curvas, curvas y más curvas. Oí a lo lejos gente vomitar, uno tras otro, menos mal ninguno de nosotros se rindió al mareo. Cerca de las 4:30 de la madrugada llegamos a Medellín, terminal sur. Nos bajamos no cachando mucho lo que pasaba, consultamos la forma de llegar a Montería y nos dijeron que debíamos ir a otro terminal, en el norte. Así que nos hicimos el ánimo de partir hacia allá. Pensamos en tomar un uber, pero fuera del terminal había un mar de taxistas, podría ser peligroso (es sabido que taxistas y uber tienen una disputa por los pasajeros, así que mejor era no arriesgarse) y aunque uber era más barato, no fuimos en taxi, que nos cobró 15 mil pesos colombianos (unos 3.500 pesos chilenos)
Cruzamos Medellín, vimos las calles desiertas en la madrugada colombiana, vimos los parques abandonados y el transporte público que comenzaba a funcionar. Llegamos a otro terminal, bajamos y buscamos pasajes, afortunadamente encontramos: 7AM. Faltaba poco. Compramos un café y galletas y abordamos el bus. En nuestras caras se notaba el cansancio. La toti tenía ojeras, “tengo sueño” me decía y yo la consolaba diciendo que apenas subiéramos al bus nos íbamos a dormir. Al abordar el bus se subió el típico vendedor y nos rendimos ante él porque vendía chocolates. Finalmente tomamos ruta rumbo a Montería. Dormimos la mayor parte de la mañana, luego despertamos y cachamos que el bus tenía wifi, así que aprovechamos y e intentamos hablar con todo mundo, resultó con mi hermana Cecilia e intentamos hacer una videollamada, pero finalmente solo pudimos enviarnos audios y fotos, lo que se sintió muy bien, porque hablar con la familia hace que uno no se sienta tan lejos. Luego de eso me volví a dormir y de repente sentí al gordo despertarme: “llegamos, hay que bajarse”. Me bajé medio atontada y lo primero que vi al pisar el suelo fue una iguanota (porque la hueá era enorme) y ahí despailé para darme cuenta que hacía calor, MUCHO calor.
Entramos a la terminal e intentamos encontrar señal de wifi para contactarnos con Darwin, el amigo de Víctor que nos esperaba en Montería, encontramos una, pero Darwin no contestaba. Hace calor, estamos cansadísimos, por favor Darwin contesta tu celular!
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“No hay fragilidad más grande, que aquella que esconden las personas fuertes“ (Letizia Ribechini).
Me carga cuando vas a un lugar por algo y no lo consigues, en especial cuando de verdad lo necesitas. Siempre me frustro un montón cuando las cosas no salen como lo planifico, aunque a veces (después de la frustración, obvio) salen mucho mejor.
Resulta que nosotros estábamos buscando pasajes directo hacia Máncora, pero hay montón de pueblos entre medio, así que nos decidimos a ir a un pueblo cercano y luego a Máncora, lo que incluso sale más barato. Nuestro destino fue Talara. Encontramos pasajes para esa misma noche.
Nos despedimos de nuestros amigos Adrián y Carlos, besos, abrazos y mucha buena energía. Dejamos nuestro equipaje en la oficina de la empresa donde viajaríamos (nos cobraron sobre equipaje, sólo porque tenemos una caja y no una mochila, son unos abusadores) y nos fuimos hacia “Plaza Norte” en busca de wifi. “Plaza Norte” es un mall y todos los mall son iguales, así que mucho que ver allí no había, solo sirvió para hacer hora mientras esperábamos abordar el bus. Abordamos cerca de las 20 horas, al subir no hubo ni wifi ni azafata, tampoco hubo video ni cena, pero por lo menos íbamos cómodos. Ya estábamos listos para emprender viaje cuando la señora sentada al lado de Víctor se puso a discutir, porque ella había pedido “expresamente” ir sentada con una mujer, que ella no podía “estar con un hombre al lado”, ni que el gordo fuese a pellizcarla por la noche, vieja loca, no estaba ni rica jajaja. La cosa es que para no armar conflicto decidimos que Sophia se sentara con la ‘eñora para que cortara el escándalo y partiera el bus.
Fue un viaje agotador, más de 18 horas a bordo del bus, menos mal a la ‘eñora al lado de la Sophy le duró poco el enojo, porque después conversó con ella y la alimentó jaja Sophia me miraba y me decía en mute “te lo doy, no quiero más comida”, y nosotros le decíamos que recibiera no más jajaja. Finalmente llegamos a Talara. Bajamos del bus y debíamos dirigirnos hacia otro terminal, el terminal Eppo. Al bajar fuimos bombardeados por las moto taxis (motos que tienen como un carrito y que te llevan a todos lados en los pueblos pequeños de la costa del Perú), uno ofreció llevarnos al terminal de Eppo por 6 soles, entré al terminal a que alguien me cambiara un billete de 100 soles para poder pagar al del moto taxi y nadie me quería cambiar, hasta que una señora me dijo que me cambiaba, me dio más miedo, porque saco su monederito y comenzó a sacar billetes jajaja pensé que era cabrona o algo así jeje. En eso volví y el tipo de la mototaxi ya nos estaba cobrando 10 soles, miré al que estaba al lado de él y le dije: “6 soles al terminal de Eppo” “Vamos”, el otro loco quedó alegando que él nos había ofrecido llevarnos antes, pero nah que ver andar subiendo el precio, así se pierden los clientes jaja.
La cosa es que llegamos al terminal de Eppo y justo en 5 minutos más salía un bus hacia Máncora, rápidamente el gordo fue a comprar pasajes mientras yo llegaba con los bultos hacia el bus para subirnos, no recuerdo exactamente cuánto es el pasaje de Talara a Máncora, pero más de 10 soles nica. Nos subimos a la velocidad de la luz y nos acomodamos, el viaje dura alrededor de una hora (quizás un poco más) y recordé tanto el camino de Balmaceda a Coyhaique, porque aparte de subir por entre los cerros, me mareé caleta. En este viaje pucha que he aprendido a marearme en los buses jaja.
Finalmente llegamos a Máncora a eso de las 5 de la tarde, el terminal de Eppo (el de bajada, porque el de subida está en otro lado) queda casi a la salida del pueblo, así que había que caminar. Máncora es un pueblo re’chico, se recorre como en una hora a pie, pero con el calor que hace, más las mochilas y el cansancio, igual es harto. Así que paramos en la plaza para descansar un rato. Mientras tanto, el gordo fue a recorrer para buscar hostel. Nos quedamos con la Sophy sentadas y cagadas de calor, más encima yo andaba como enojada porque no sabía si quería estar en Máncora, pero el gordo tenía tantas ganas de ir, que fuimos.
Al rato llegó el gordo, lo primero que me dijo es que nos habían discriminado en el Loki, el Loki es una cadena de hostels presente en muchos lugares (Máncora, Cusco, La Paz, etc.) caracterizada por ser de muy buen ambiente, de no tan alto costo, y bien fiesteros; bueno, nos discriminaron porque viajamos en familia, y en el hostel hay un bar dentro, por lo que por política de la empresa no pueden hospedar niñ@s (igual bien, porque allí hay rumba todo el día, no es como familiars).  Bueno, será en otro momento jaja. El gordo me dijo que también recorrió otros hostales y hostels y el más barato que había encontrado era “Ángeles del Mar”, ahí algo ya no me empezó a gustar, porque me intentó convencer con mucho ahínco de que nos quedáramos allí, “que estaba cerca de la playa” “que él se había quedado ahí y que…” AER! STOP! Paremos un metro acá. En este punto de la historia tengo que explicar sucesos anteriores y porqué motivo, razón y/o circunstancia yo no quería ir a Máncora, para ello debo retroceder en el tiempo espacio y recordar las sabias palabras de mi queridísima suegra y cuñadas que resuenan en mis oídos como una voz en off: “No vayas a Máncora, nos caes bien y queremos volver a verte… Por favor no vayas a Máncora, las otras dos no volvieron más” CHAN!
Jajajjajajaa
La cosa es así: en la familia de Víctor existe un mito urbano (o más algo así como una maldición jaja) que reza que si Víctor va con una de sus pololas (novia, amante, poniente, peoresnada, etc.) a Máncora Beach, la susodicha no volverá a ser vista con él, ósea:  kaput, fuiste buena, gracias pero no gracias, hasta siempre… Por lo tanto, cuando comenzamos a planear este viaje, lo que más me recomendaron mi suegrita hermosa y mis cuñaditas bellas fue no pisar Máncora si quería que la cosa del amorío diera pa’ largo. Además, pa’ que estamos con cosas, esto es una hueá de minas. Mi ego femenino estaba echo mierda, a ninguna mujer le gusta que la lleven a los mismos lugares en los que el macho pecho pelúo estuvo con la otrrrrraaa. Por eso mi carita de “no quiero estar aquí” y mi actitud de “lo hago por amors, pero no tengo ganas”.
Así que ustedes féminas que me leen, entenderán que yo no quería ir más encima al mismo hostal. Porque SÍ, Víctor llevo a dos de sus ex’s al MISMO hostal. Que quede claro que yo a mi gordo lo amo y lo considero un regalo del pulento en mi vida, pero él sabe que nuestra relación se basa en el “hueveo mutuo”, así que le dije: AER!! No podí ser tan cara de raja de llevarme ahí mismo poh!
Pero fui, yo no sé si porque soy muy hueona, porque “le amo” o porque definitivamente, el hostal era el más barato (y sí, está a media cuadra de la playa). Además, porque quiera o no quiera, siempre me hago la fuerte, cuando en realidad mostrar la fragilidad humana no tiene nada de malo, a todos nos duelen distintas cosas,todos nos quebramos en algún momento, mostrar debilidad no me hará mejor ni peor persona.
Luego de instalarnos, salimos a buscar un lugar donde comer porque ya eran casi las 7 de la tarde. Comimos, dimos la vuelta respectiva por la playa y después a dormir. Al día siguiente despertamos con el ruido de las olas a lo lejos, salimos y el pueblo ya estaba funcionando, al pasar por cada tienda se escucha “hola guapa/guapo tengo polos de Máncora” “Pasa hermosa/princesa por la compra de tu polo te regalo un collar y una pulsera de la buena suerte”. Cada vez que pasaba por allí el ego me subía a las nubes jaja.
Por la tarde fuimos a la playa, “al agüita calentita” según Víctor, la gorda fue la que más disfrutó, porque es como una sirenita jaja, luego y para aprovechar los servicios del hostal nos fuimos a “sacar la arena” a la piscina. Ya, igual tengo que aceptar que el hostal era pulento porque tenía piscina jaja, además igual nos daban desayunito con juguito natural.
Salimos de nuevo a comer, porque los menús/cenas en Máncora son re’ baratos, puedes conseguir un menú completo por 10 soles (sopa/entrada, segundo y juguito).  No comimos menú al final porque no nos gustó ( a mi no me gustó jaja) ninguna opción. Terminamos comiendo hamburguesa con papas fritas, las mejores hamburguesas con papas fritas (creo que tengo un serio problema con la comida, porque cuando tengo hambre SIEMPRE debo comer la mejor comida del mundo, LA MEJOR). Así que comimos y aprovechamos de que nos comieran los mosquitos también, porque puta que son molestosos.
Al día siguiente recorrimos el mercado, comimos en un lugar que nos pareció agradable y de vuelta nos animamos a capear el calor con unas cremoladas, que son como un helado frappé (helo molido) con pulpa de frutas (yo comí de guanábana, que es como chirimoya, el gordo comió de mango y la toti de coco) por la tarde partimos nuevamente a la playa, nos sacamos la arena en la piscina y al sobre. Al día siguiente partiríamos hacia Tumbes, para seguir nuestra ruta a Ecuador.
A mitad de noche sentí al gordo pararse al baño, ya fue raro cuando lo sentí por segunda vez, por tercera, le hablé y no me decía, ya me preocupé cuando lo sentí vomitar. Le dí Viadil y logró dormir un rato más. Como a la hora después, de nuevo. Pero lo más raro fue que después cuando logré volver conciliar el sueño me empezaron los retorcijones de guata mí. Así que el resto de la noche nos turnamos el baño entre el gordo y yo, Sophia ni siquiera despertó. Lo peor de la noche vino cuando se nos acabó el papel higiénico y tuvimos que ocupar las toallitas húmedas, nunca pensé que serían tan salvadoras y debo aceptar que igual fue bastante cómodo ocuparlas, ya sé porque 8 de cada 10 bebés las prefieren jaja. A la mañana siguiente no éramos buenos para nada, Víctor ya no tenía nada que botar en el baño y yo comencé con los vómitos, la única en un estado normal (y con hambre) era Sophia. En esas condiciones nica podíamos viajar, la única solución era ir al centro de salud más cercano. Le hablé a mi tía Ani (enfermera) por wahtsapp y le pregunté qué hacer, me aconsejó irnos de inmediato al consultorio, me dijo claramente “si les da fiebre, es dengue, y si no, es algo que les cayó mal al estómago y necesitan suero y medicamentos”. Creo que ahí me asusté, me tomé la temperatura y se la tomé al gordo, ninguno de los dos tenía fiebre, lo más probable era que algo nos jodió la guata.
Me vestí como pude, ni siquiera me lavé la cara. El gordo apenas caminaba. Yo tenía ganas de vomitar todo el rato. Salimos del hostal y tomamos una moto taxi, nos cobró tres soles hasta el consultorio y se fue a la velocidad de la luz. Cuando llegamos le dijimos a la enfermera nuestros síntomas, había también un padre como con 5 cabros chicos, todos enfermos. La enfermera nos dijo que después de él, nos tocaba a nosotros pasar con el doctor. El caballero estaba desesperado, sus niños estaban afiebrados. Pasamos con el doctor, le contamos lo que nos pasaba, no nos revisó, ni siquiera nos tocó (no es que yo quisiera que el doctor me tocara jajaja pero mínimo que me pegara una revisadita piola), nos recetó suero y medicamentos. Le dio la receta al gordo, pasamos a la farmacia del consultorio y la paramédico nos dijo que tenía todo, menos dos medicamentos, que teníamos que comprarlos, eran unas ampollas. Ahí mismo nos contó que a los cabros chicos les harían examen de sangre porque creían que tenían denge, así que no nos acercaramos a ellos. Miedi.  El gordo se hizo el valiente y fue a la farmacia más cercana, cuando volvió, nos metieron a los tres dentro de un box con dos camas, sentaron a la Sophy en una silla y nosotros a las camillas, yo no valía ni un peso.
Nos pusieron la vía y acto seguido nos empezaron a pasar el suero. No es que yo sepa mucho de pinchazos, ni ampollas ni nada, pero se me hizo raro cuando la enfermera: abrió una ampolla, metió lo que ésta tenía en una jeringa y después abrió otra ampolla y le mandó el medicamento a la misma jeringa, conchasumare’! Según yo, eso como que no se puede hacer o si? Filo, no podía ni hablar de lo mal que me sentía, así que me rendí.
La enfermera empezó a pasar el medicamento hacia la vía y me dijo: “puede que te sientas mareada”, yo respondí: “no, no siento nada”. Terminó de pasar el medicamento hacia mi vena y a los 30 segundos el mundo se me dio vuelta, me mareé caleta, sentí como se me hubiese tirado del xtreme fall de fantasilandia y después me hubiese subido a la peor montaña rusa del mundo mundial comiendo hamburguesas con salsa barbacue. PEOR! Yo le hablaba al gordo y lo veía triple jajaja y me decía: “Ya va a pasar, cierra los ojos”. Yo lo miraba y él estaba con los ojos cerrados, así que decidí hacer lo mismo, en eso miré a mi lado y la enfermera y la paramédico se habían ido, solo vi la carita de mi Sophy que lo único que reflejaba era tristeza y preocupación: “No quiero que se mueran” nos dijo. Me dio una pena, pero me sentía tan como el hoyo que solo le dije que eso no iba a pasar y ella me dio la manito, me tuvo tomada de la mano la hora entera que tardó en pasar el suero y me hacía cariño en la frente. Más linda, ella nos cuidó, mientras nosotros valíamos callampa como adultos responsables jaja.
Cuando terminó de pasar el suero nos sacaron las vías y nos mandaron a la casa, nos dieron más medicamentos. Pagamos, la consulta más barata de la historia de la medicina para extranjeros jaja, pagamos cerca de 30 soles, unas 6 lucas chilenas. Tomamos una moto taxi hasta el centro de Máncora, pasamos a sacar plata al banco y nos fuimos a la farmacia, compramos los medicamentos y después a la tienda de al lado por agua y gatorade. También le compramos comida a Sophia porque no teníamos intención de salir nuevamente del hostal. Nos quedamos en modo enfermo todo el resto del día, creo que fue la mejor jornada para Sophia porque vio series en su Tablet todo el día, mientras el gordo y yo solo despertábamos para tomarnos los medicamentos o beber un poco de gatorade. Por la noche ya me sentía mejor y salí a comprar jalea para nosotros y comida para Sophia, nos topamos con una fiesta del pueblo, había como un carnaval en las calles, el gordo se lo perdió porque no se podía el poto jajaja.
Al día siguiente mucho más repuestos de todo, empacamos y nos fuimos hacia el centro. Tomamos un mini bus hacia Tumbes, que sale alrededor de 10 soles. El camino hacia Tumbes dura más o menos hora y media, y el paisaje es hermoso porque vas rodeando toda la costa. Al llegar los taxis nos bombardearon, todos nos ofrecían llevarnos a la frontera: OJO acá, si van a ir a Ecuador, prefieran ir en bus, si van en taxi a la frontera aparte de cobrarles la vida, los van a intentar estafar. Nosotros hicimos como que los taxistas no existían y nos pusimos a caminar, más allá preguntamos desde dónde salían los buses hacia Ecuador, un caballero muy amable de una moto taxi dijo que estaba más o menos lejos, y ofreció cobrarnos tres soles por llevarnos. Nos subimos porque ya habíamos caminado mucho y los bultos pesan un montón. Cuando llegamos al terminal había un bus que salía hacia Guayaquil, recuerdo que el pasaje estaba barato, así que compramos directo a Guayaquil. En eso estábamos cuando apareció una chiquilla, nos consultó la ruta hacia Ecuador porque ella quería ir a la ciudad de Cuenca, pero para ello debía ir a Guayaquil y luego tomar otro bus, no se veía muy convencida, conversamos con ella un rato hasta que se nos ocurrió preguntar de dónde era: era chilena, su nombre es Catalina y es patagona, oriunda de Punta Arenas. Que felicidad más grande encontrarla, es como cuando encuentras algo que no sabías que habías perdido y te invaden sentimientos extraños de cercanía. Finalmente convencimos a Catalina de ir hacia Guayaquil, era la ruta más segura hacia Ecuador.
Al rato, abordamos el bus, era un bus grande (como de 40 asientos aprox.), pero íbamos alrededor de 15 personas en el bus, partimos rumbo a la frontera. Al llegar al edificio de migración peruano había muchos buses y una tremenda fila, “tendremos pa’ rato” pensé. Sophia se sentó en el piso y sacó su libro (estaba leyendo La casa de los espíritus, de Isabel Allende) para leer, la fila no avanzaba. Hacía un calor infernal. Unas gringas delante de nosotros sacaron cartas y comenzaron a jugar un juego que yo sólo he visto en películas, era chistoso porque se decían: “go to fish” (anda a pescar). Pasaba la hora y nadie preguntaba nada. En eso el gordo se escurrió y fue a preguntar al mesón: “se cayó el sistema”. Nadie puede salir del Perú hasta nuevo aviso. ¡¡¿Por qué a nosotros Jebús?!!.
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De verdad que tenía miedo arriba de ese auto, a simple vista el auto no tenía ningún foco, después nos dimos cuenta que no tenía ni luz de freno, el gordo nos miraba hacia atrás con cara de “esta hueá se va a desarmar en cualquier momento”. El viejito era simpático, según él había sido marino y conocía todo el mundo, era más chamullento que chileno piscolero  en discoteque extranjera. Nos dijo primero que era peruano, después dijo que era chileno y cuando nos bajamos ya era agentino jaja. Cuento corto, aparte de que el auto se desarmaba solo (como no tenía focos ni luces ni nada, el viejo sacaba la mano por la ventana para avisar que iba a virar, además parece que algo en su embrague o caja de cambios no funcionaba, porque cada vez que quería pasar cambio, tiraba algo así como una “manilla” que activaba el embrague: y así pasaba cambios!!) el viejo no sabía ni donde estaba parado, tenía que llevarnos a un municipio del Callao y nos dio las terribles vueltas entre Lima y Callao.
Finalmente, entre que el gordo veía el mapa y el caballero preguntaba, llegamos. Como con cuatro horas de retraso, porque nos estaban esperando, pero llegamos. Arribamos a eso del mediodía a la comunidad Adsis del Callao. La Fundación Adsis es una organización no gubernamental cuyo objetivo es “construir una sociedad más justa y solidaria mediante la promoción integral de personas y grupos empobrecidos y excluidos” (eso es lo que dice en su página jijiji. Gugleela, en volá le gusta y puede ayudar). La fundación nace en España y tiene presencia en varios países de Latinoamérica, yo conocí Adsis en Chile (en donde hay tres comunidades: Santiago, Temuco y Valdivia) porque mi hermana y mi amiga la “Mina” son asociadas de la fundación.
Al llegar nos recibió Junior, nos ayudó a bajar todos los bultos que traíamos y nos dio la bienvenida a la casa de la comunidad. La casa es enorme y nos acomodaron en dos habitaciones del segundo piso (sé que está demás decir esto, pero allí nos trataron como reyes). Al cabo de un rato conocimos a Carlos y a su hijo Adrián que llegaban a almorzar, por la tarde llegaba la oportunidad de conocer a Diana, esposa de Carlos, la persona con quien mi hermana Cecilia se comunicó para que nos dieran alojamiento. Durante el almuerzo les contamos nuestras peripecias para llegar a Lima y la historia del taxista, les dimos nuevamente las gracias por recibirnos en su casa y pedimos disculpas por la demora (de casi 4 horas jaja).
Por la tarde fuimos junto a nuestro autodenominado “guía turístico” Junior hacia un centro comercial cercano llamado MINKA, ya que necesitábamos cambiar un poco de dinero, llegando allá nos dimos cuenta que aquel centro comercial es como una mini ciudad con lo que quieras. Tiene un mercado de frutas y verduras ALUCINANTE, mercado de carnes, de pescado, de artesanía y tiendas y bancos por doquier, compramos un poco de fruta y algunas cosas necesarias, cabe destacar que el trozo de sandía está a solo un sol: Maravilloso!
Al día siguiente fuimos con Carlos y Adrián hacia un hospital cercano ya que con Sophia aún no nos vacunábamos contra la fiebre amarilla, al llegar nos dijeron que teníamos que ir hacia el Hospital del Niño, que allí tenían vacunatorio especializado y que podríamos encontrar la vacuna. Tomamos un taxi hasta allí y llegamos al vacunatorio: bien bonito y lleno de imágenes de dibujitos y colores arcoíris, lleno de guaguas también. Consultamos y sí había vacuna, “necesitamos dos”, no recuerdo el monto exacto que pagamos pero no fueron más de 150 soles, es decir, cada vacuna nos costó alrededor de 14.000 pesos chilenos. LA RAJA. En Chile nos estaban cobrando la vida por una vacuna y acá nos salieron MUY baratas, creo que fue el primer pago que hice con real felicidad jajaja. Cabe destacar que la vacuna, según nos dijeron, es para toda la vida, pero si usted quiere mejorar su inmunidad, o se está sobreexponiendo al contagio, después de 10 años puede volver a ponérsela. Pero bueno, después de pagar venía el pinchazo. Con Victor acordamos que yo pasaría primero y que él pasaría con Sophia. Lo acordado fue porque si pasaba yo con Sophia, el escándalo y griterío se escucha hasta la Patagonia. Y resultó como esperábamos, Sophia sólo miró a Victor con cara de dolor y se le cayó una lagrima, sí, UNA. Cuando salió me abrazó fuerte y me dijo que ya no quería vacunas nunca más.
Estuvimos en Callao más o menos una semana. Semana en la que disfrutamos muchísimo. Si a usted le dijeron que la comida peruana es la mejor, no se equivocaron. En casa nos alimentaron con las mejores delicias de la gastronomía peruana, cabe destacar que Carlos y Diana tienen mano de ángel para la cocina. Probamos de todo, desde el ají de gallina, el tallarín saltado, el clásico ceviche, escabeche de pescado, uf! Riquísimo!
Junto a nuestros amigos Carlos, Diana y obvio, el pequeño Adrián (que congenió muy bien con Sophia); recorrimos Barranco y Miraflores, deslumbrándonos con la actividad cultural en Barranco y sus bellos barrios (y obvio: la comida jajjaa). Allí en una feria gastronómica probamos picarones (que son muy parecidos a los chilenos, pero con miel, no con chancaca) y lo más exquisito del mundo mundial: anticuchos de corazón. Me quedo aquí sin palabras porque no puedo definir lo ricos que son, usted vaya a Perú y pruébelos, no se arrepentirá.
Al regresar del paseo le dije a Sophia que se bañara, porque habíamos caminado harto y hacía calor. Sophia se metió a la ducha y cuando yo corrí la cortina ví una cucaracha que se había venido a vivir al baño (nota: las cucarachas son lo más asqueroso que existe, que me perdone el pulento, pero yo no sé para qué las creó). Como sé que mi hija es lo más exagerada que existe le dije que iba y volvía. Bajé corriendo a buscar al gordo y le dije que la sacara (yo nica lo hacía). Victor entró al baño, Sophia cantaba bajo el agua de la ducha, Victor intentaba sacar la cucaracha lo más piola posible hasta que de pronto: la cucaracha calló dentro de la ducha. Dos palabras: TE-RROR. Solo puedo recordar este momento con imágenes: Sophia salió corriendo de la ducha, piso de cerámica, resbalón y zaz! Al piso, Sophia se para y sale del baño corriendo, porrazo en el pasillo, corro con la toalla en la mano. Y entre el grito sostenido de terror, las risas de Victor y mías. Perdóname hija, pero fue lo más chistoso que he visto. No es que yo quiera que imaginen a mi hija correr en pelota gritando y sacarse la chucha. Nooooooo! Pero fue lo que pasó, aún recuerdo sus cachetitos moverse y el resbalón que la llevó desde la ducha al pasillo de afuera del baño: ÉPICO! jajajajajaa.
Y no es lo único que sucedió, un par de días después del incidente de la cucaracha vino otro animalito de visita. Pero para contar este suceso necesito contar otro.
Como fuimos en época de vacaciones, Adrián (pequeño de 8 años) estaba asistiendo a un taller de teatro en el mercado de MINKA (ven, les dije que allí había de todo), así que fuimos invitados al evento de término de los talleres de verano (había de canto, baile, teatro, etc.), estábamos todos expectantes de cómo sería la obra, ya que Adrián nos contaba que la temática era la “lucha de géneros”, interesante. Vimos las obras de los niñ@s más pequeñ@s hasta que sale en escena un gran cartel que citaba “lucha de géneros”. Cuando la “directora” y profesora sale adelante a explicar que los niños actuarían dos escenas que reflejarían lo que se consideraba machismo y feminismo, “mish que buena onda, que interesante” pensé yo.
Comienza la primera obra: salen unos niños actuando, la escena refleja a una dueña de casa a la que su marido controla mucho, no le da dinero, y exige cosas, bien; una escena en donde se exagera el rol del hombre  controlador y “proveedor” sobre una mujer sumisa. Segundo acto (aparece Adrián en escena), y la escena transcurre de una forma muy parecida a la anterior, solo que ahora es el hombre quien está en casa y recibe malos tratos de parte de su mujer. Aer!!?? Qué pasó??? Pare un poco…. No, no pasaba nada, Diana me miraba, yo la miraba, nos mirábamos y no entendíamos nada, la escena seguía del mismo modo, tal como comenzó terminó. Nosotras quedamos con cara de “qué pasó acá??? Exijo una explicación!”. Pero la gente hasta se reía de la situación. Nuevamente se subió al escenario la “profe-directora” y supusimos daría una explicación, pero no, recalcó lo del machismo y feminismo y dio las gracias. Aplausos. Diana y yo indignadas. Yo no soy feminista, ni feminazi ni nada, pero creo que tengo un concepto de feminismo que dista un poco de lo que allí vi, y creo que no me equivoco tanto porque Diana también se frustró mucho. Alegamos un montón. Víctor me decía que no le alegara a él, que él no tenía nada que ver, pero de verdad no puedes en un evento masivo decir eso: yo creo que allí hay mucha gente que ahora en este momento cree que el feminismo es eso, y el problema es que esos mismos que ahora tienen mala información, son los que andan tratando a las feministas de feminazis. Que rabia.
Para pasar el trago amargo con el gordo decidimos hacer “completos”, y demostrarles a nuestros hermanos peruanos que el hot dog es mucho más que pan y salchicha. Nos fuimos a casa y preparamos la cena, los niños comieron viendo una peli y nosotros conversamos en el comedor. Todo bien, hasta que los Diana y Carlos nos contaron que andaba una rata en la casa. Si, una RATA; más grande que un ratón y más pequeña que un guarén, se había venido a vivir a la casa. En eso, los niños se fueron a dormir y quisimos ver televisión cuando de repente doña rata hace su aparición. Por su puesto Diana y yo salimos arrancando, y para que doña rata no arrancara, encerramos a Victor y a Carlos para que la mataran. Sí, encerrados, y armados con un palo y escobas. No recuerdo cuanto tiempo estuvieron allí, solo sé que el conteo final fue: la sala con los muebles todos revueltos, un palo de escoba quebrado, una mano ensangrentada (por el palo de escoba roto, la rata no mordió a nadie), el vuelo de la rata asesina y la rata muerta. Ah! Y Diana y yo muertas de miedo jaja.
De ninguna manera quiero que imaginen que la casa Adsis está llena de cucarachas y ratas, son casualidades de la vida (además yo creo que fue la lluvia, hacía mucho calor y estaba el clima como húmedo) y cosas que pueden suceder en cualquier hogar, además UNA, no es ninguna, todo tranqui. Además esas historias hacen que nosotros ahora consideremos a Diana, Carlos y Junior nuestros grandes amigos peruanos.
Al día siguiente fuimos hacia La Punta, sector de El Callao que tiene una linda playa y costanera, en donde el agua no es TAN calentita, pero la gente se baña igual, como en todos lados. Es parte de los lugares que hay que visitar en el Callao, es bello para pasear al atardecer y allí aprendimos de sobremanera que la historia tiene dos versiones, que el comandante Grau es un héroe y que Prat y el combate naval de Iquique no tuvieron ni mención honrosa en esta versión.
Fueron gratos días en Callao, disfrutamos de cada uno de ellos, nos enseñaron a hacer el ceviche que vale  (con canchitas jaja) y la receta del mítico chilcano, les mostramos que la cerveza se toma con fanta y queda rica, y que los completos son mejores, concordamos en que chilenos y peruanos tenemos más cosas que nos unen y que nos parecemos mucho más de lo que creemos. Y el día lunes agradecidos eternamente por la hospitalidad, nos fuimos hacia el terminal de buses “Plaza Norte”, Carlos y Adrián nos acompañaron a buscar pasajes para irnos rumbo al norte del Perú, destino: Máncora. Llegamos al terminal y después de recorrer todas las empresas nos dijeron que no había pasajes, uff! Que hacer? No queríamos volver a casa con los chicos porque ya habíamos abusado de su hospitalidad, un día más, no, intentemos con un bus pirata, no, ay! Que hacer sin pasajes!!!
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“Solos vamos más rápido, juntos vamos más lejos”.
La verdad es que no sé bien porqué, pero siempre nos atarantamos, somos personas muy ansiosas y la mayor parte del tiempo nos pasan cosas estúpidas por andar apurados por la vida. Como “El uso de terminal”, lo que pasa es que en el terminal de Arica (como terminal internacional) tienes que pagar por “usarlo”, no es caro, como 300 pesos por persona; eso a parte del costo del pasaje hacia Tacna. Así mismo como en Arica, la mayoría de los terminales en Perú y Ecuador te exigen pagar por el uso de terminal.
Pero sigamos, Víctor tuvo que bajarse del bus e ir a pagar nuestro “uso de terminal”, luego de eso pudimos irnos hacia la frontera con Perú. El camino hacia Tacna no es largo, son alrededor de 30 minutos en bus, allí lo que más demora es el paso fronterizo en ambos países y hacer aduana. Cuando llegamos al recinto de frontera de Chile, nos bajamos todos del bus, hicimos una larga fila y en eso estábamos cuando divisamos unas gitanas que aparentemente venían en el mismo bus que nosotros. Pasamos por la ventanilla, ningún problema para salir de Chile: primer paso listo! Nos subimos de vuelta al bus para dirigirnos hacia el recinto fronterizo del Perú. Allí nos bajamos otra vez, pero esta vez tuvimos que bajar con nosotros todo nuestro equipaje para que fuera revisado. Pasamos por la ventanilla y nos dieron la entrada a Perú. En la fila, detrás de nosotros estaban las gitanas. Yo estaba cagada de miedo porque las gitanas me dan terror, no es por nada pero cuando tenía como 15 años las gitanas “me la hicieron”. Caí redondita en ese truco en que te dicen: “paisana pásame tu plata que yo te la multiplico” y yo muy hueona le pasé como 12 lucas que me había pasado mi mami para que le comprara un regalo a mi prima que estaba de cumpleaños. Tremendo fail. Me acuerdo que me puse a llorar porque las gitanas me “habían robado” (no me robaron, yo solita les pasé la plata) y finalmente mi mami no me retó, pero desde esa época que veo una gitana y mejor cruzo la calle corriendo.
Cuento corto, yo escuché (de pura chismosa que soy) que a una de las gitanas no la dejaron entrar a Perú, algo mal tenía su cedula de identidad (tal vez se la había choreado a alguien y realmente no era ni de ella jajaja que soy mal pensada), la cosa es que no podía entrar a Perú y ni idea cómo, pero la habían dejado salir de Chile. Me quedé piola, total el problema no era mío. Nosotros ya habíamos entrado a Perú, habían revisado nuestras maletas y estábamos ready para la aventura. Nos subimos otraaaa’e al bus, acomodados y listos para conocer Tacna, cuando en eso se sube la policía peruana. “La señorita María Jacobe Antich” (no me acuerdo como chucha se llamaba la gitana, pero algo así debió ser jaja) y las tres gitanas se hacían las locas, “señorita a usted le hablo, no se le dio pase para entrar al Perú, debe bajar del autobús”. Rechucha.  Las gitanas se pusieron a hablar en “gitano”. Yo me acordé de lo que había escuchado y las gitanas se hacían las desentendidas, tira y afloja con el policía, bus detenido y nos retrasábamos, finalmente después de mucho rato la gitana se bajó (sepa Dios que pasó con ella) y sus dos amigas siguieron como si nada hacia Perú. Sé que esto tal vez es irrelevante para la historia (tal vez sólo una anécdota) pero me dio hasta pena la situación, si bien me cago de miedo con las gitanas, me pareció bien poco empático de parte de “sus amigas gitanas” dejarla sola y desamparada ahí “en la tierra de nadie”, porque pa’ que estamos con cosas, la dejaron salir de Chile y no la dejaron entar a Perú, en el limbo se quedó. Sólo espero que le haya ido bien, tal vez se quedó ahí en el limbo y formó su propio país jaja.
En fin. Nosotros ya íbamos camino a Tacna felices de la vida, pensando en que nuestra aventura al fin comenzaba, habíamos salido de Chile y tal vez en cuanto tiempo más volveríamos a pisar nuestro territorio, igual era una sensación alucinante, adrenalínica y por sobretodo nos daba suspenso, porque todo de allí en adelante era nuevo.
Cuando llegamos a Tacna, lo primero que hicimos fue ir hacia el terminal de en frente, ya que en ese terminal podríamos cotizar pasajes hacia nuestro próximo destino, no teníamos mucha idea de dónde ir, pero fuimos. Finalmente nos decidimos a ir hacia Arequipa, compramos pasajes en un bus que salía a las 8 de la noche, preguntamos la hora y nos dimos cuenta que en Perú la hora era distinta, así que cambié la hora de mi celular. Menos mal se nos ocurrió preguntar, de no hacerlo, habríamos perdido el bus. En la oficina donde compramos pasajes nos guardaron el equipaje, así que mucho más libres de peso nos fuimos a tomar un taxi para ir hacia el centro de Tacna. Tomamos un taxi que nos dejó en el centro mismo del comercio peruano, al bajarnos fuimos bombardeados de información, nos vendían de todo, fue el primer acercamiento a un mundo nuevo de “cosas baratas” y allí, por lo menos yo, me di cuenta porqué nuestros compatriotas cruzan a realizarse todo tipo de procedimientos médicos a Perú, todo es muchísimo más barato, desde comprarse lentes ópticos, pasando por ir al dentista y la siempre bien ponderada “cirugía estética”.
En el centro de Tacna cambiamos un poco de plata, paseamos un poco y fuimos a comer, Sophia quedó alucinada con la cantidad de jugos que vendían y nosotros con el gordo comenzamos a disfrutar de la gastronomía peruana, que lejos es lo más exquisita que hay. Luego de pasear un rato, tomamos otro taxi que nos llevara de vuelta al terminal, mientras esperábamos que fuera la hora para irnos, al gordo le vino “el llamado de Dios” y en el terminal no había ningún baño abierto. Cresta. Así que para pasar al baño tuvo que meterse a un restoran y comprar algo: algo maravilloso jajaja; allí en el terminal de Tacna descubrimos el mejor sandwish de pollo con mostaza del mundo mundial, yo no sé si es porque a la hora que me lo comí tenía mucha hambre, pero en todo este viaje no he logrado encontrar otro que iguale la combinación pollo, mostaza, lechuga y papas hilo, riquísimo. Luego de un rato abrieron los baños y fuimos con Sophy a acicalamos jaja. Ya cuando casi era la hora de partir, retiramos nuestros equipajes y nos fuimos a hacer la fila para abordar el bus, allí en la fila nos encontramos con unos chilenos que iban a Arequipa también, conversamos y nos reímos un rato aplacando la espera. Finalmente abordamos a un “Exclu-Civa”, nos grabaron a la subida y pasaron un video con azafata jaja, el bus tenía wifi así que nosotros estábamos en el éxtasis, todo nos parecía hermoso, hasta que me quedé dormida y desperté a mitad de noche, me sentía super mareada, me dolía la cabeza, cuando desperté mejor, caché que el camino tenía más vueltas que peo de culebra y más encima el bus iba más que rápido, yo que me mareo en los buses me sentí fatal, lo único que pude hacer fue rogarle a Diosito que me pegara un palo en la cabeza para dormir otra vez y que porfi porfi el bus no chocara. Con la gracia del pulento me dormí otra vez, el otro par de gordos venía a poto suelto durmiendo. Cuando volví a despertar fue porque prendieron las luces del bus, “que pasó”, “llegamos parece” me dijo el gordo. Claro, habíamos llegado, vi la hora y eran  las 4 de la mañana, aún estaba oscuro y hacía más frío que la chucha. Desperté a la gorda, que de paso se enojó porque ella venía plácidamente durmiendo y nos bajamos. Al entrar al terminal de Arequipa me sorprendí porque todo estaba funcionando como si fueran las 3 de la tarde, todos los negocios abiertos y mucha, pero mucha gente. Nos acomodamos en unos asientos y nos abrigamos un poco, la gorda intentó dormir un poco más pero no pudo. Decidimos esperar a que amaneciera un poco para salir a buscar un lugar donde poder quedarnos. Luego de un rato el gordo fue a conseguir internet para buscar un hostel para ir a dormir, ya cuando eran casi las 5:30 am ya estábamos chatos de estar ahí, de esperar, cagados de sueño, Sophia ya estaba de mal humor. Así que ya siendo casi las 6 decidimos salir. Tomamos un taxi para ir hacia el centro histórico de la ciudad, el taxista insistió mucho en llevarnos a un hostal que él conocía pero el gordo le dijo que no, que “ya tenía reservas” jaja. Así que nos dejó a un par de cuadras de la plaza. Por supuesto era mentira que teníamos una reserva, pero nos hicimos los bacanes jaja. Caminamos por las desoladas calles de Arequipa a las 6 de la mañana. Vimos la majestuosa plaza y la imponente catedral. Recorrimos un par de hostales, todo muy caro. Nos quedamos dando pena afuera de uno porque demoraron en abrir. Mientras tanto fui a preguntar a otro. Cuando volví, ya le habían abierto la puerta al gordo, le estaban cobrando 70 soles (14 lucas) por una habitación para los tres, cuando yo llegué le dije que en el otro hostal nos cobraban 50 por los tres (lo que no sabía el chico del hostal, era que en el otro hostal nos cobraban 50 soles por una habitación compartida jiji), rápidamente el chico que nos atendió llamó a su jefa y le autorizó a alquilarnos la habitación por 50 soles (10 lucas). El único inconveniente era que la habitación con dos camas se desocupaba durante el día y sólo tenía disponible una habitación con una cama matrimonial, ya cansados dijimos que sí.
Ya eran más de las 7 de la mañana. Nos acomodamos no sé cómo los tres en esa cama, el cansancio pudo más y caímos rendidos a los brazos de Morfeo. Dormimos hasta pasadas las 3 de la tarde, despertamos con hambre. Ducha y salimos a recorrer las calles de Arequipa. Ya a esa hora había mucha más gente en la calle. Almorzamos en un restoran bien bonito, comimos rico, contundente y barato (menú a 7 soles, alrededor de 1400 pesos), hasta postre nos dieron jaja así que como reyes.
Cabe destacar que nos quedamos en el centro histórico de Arequipa, así que sólo recorrimos por ahí “donde mean las viejas”. Nos quedamos tres días en la ciudad, finalmente en el hostal nos cambiaron de pieza, una pieza grande con una cama matrimonial y otra cama de plaza y media, teníamos tele con cable en la pieza (vimos el festival de viña un día jaja) y baño privado (en el que nunca salió agua caliente). El Hostal queda a tres cuadras de la plaza principal (San Pancho Hostel) y la verdad sabemos que hay hostales más baratos, pero como era nuestra primera incursión en este viaje no nos estresamos demasiado.
A distantes 10 minutos caminando desde la plaza, está el mercado San Camilo, el que es MARAVILLOSO. Yo que soy sureña estoy acostumbrada a las “frutas de estación”, osea a comer naranjas, kiwis, pepinos dulces y manzanas en invierno, y mandarle frutillas, moras, sandías, papayas y melones como si el mundo fuera a acabar en verano. Así que cuando entre al mercado y vi toda la gama de frutas posibles frente a mis ojitos casi me sentí en el paraíso. Cabe sumarle que a esa enormidad de frutas que vi, en el puesto que está dos pasos más allá te hacen el jugo de la fruta que quieras, con leche, sin leche, con malta, lo que quieras!!! Y TE RELLENAN EL VASO INCONTABLES VECES. Nos tomamos un juguito exótico de mango con leche con mi Sophy, mango amado mango, amor eterno por siempre al mango (y a mi segundo amor la papaya). Además de frutas y juguitos , el mercado de San Camilo es maravilloso porque es ordenadito, venden de todo, verduritas, papas, carne, pescado, tiene un segundo piso en donde hay telas maravillosas y una parte como de ferretería (sí, los afiladores también), creo que allí nació el amor por visitar los mercados, conversar con las caseras y disfrutar del olor a fruta y verdura (no a pescado, a pescado y carne no, iiiuuuug).
Nos despedimos de Arequipa sentados en la plaza mirando la catedral, no entramos porque cobraban, y a mi no me gusta que cobren para entrar a la casa del pulento; para pasar el trago amargo, nada mejor que un “queso helado”. Nos llamó la atención que vendieran “queso helado”, así que compramos para probar y nos encantó, es una especie de helado de leche (no, no tiene sabor a queso) y le espolvorean canela encima. Yico, yico! Arequipa hasta pronto, fuiste hermosamente agradable con nosotros, nos llenaste de las mejores energías para comenzar la ruta hacia Lima.
Tomamos el taxi correspondiente hacia el terminal, allí compramos pasajes hacia Lima, compramos lo más barato que encontramos, pero consideramos un bus medianamente cómodo porque eran más de 15 horas de viaje. En el terminal nos percatamos que hay buses a cada rato, por lo que si usted llega a la hora adecuada le pueden dejar el pasaje más barato (regateando obvio) para viajar en un buen bus, digo buen bus, porque en Perú un “semi cama” se asemeja más a un clásico jaja.
Julsa fue nuestra empresa, nadie la conocía jaja. Pero nos dieron cena y desayuno, así que ni modo. No tenía wi fi y no era taaaaan semi cama, pero no me quejo, me he subido a buses peores. Dormí bien, me desperté a ratos, vimos una película de chinos como tres veces, ya había amanecido, pasaba la hora y no llegábamos nunca, Lima parecía muy lejano en el paisaje y en el mapa del celular.
Finalmente luego de 18 horas de viaje llegamos al centro de Lima, cuando estábamos bajando nuestros bultos apareció un viejito a ofrecernos su servicio de taxi, en realidad no lo pescamos mucho porque teníamos que averiguar cuánto nos costaba llegar donde íbamos. Nos dirigíamos hacia El Callao. Preguntamos y casi nadie iba hacia allá (o no nos querían llevar) y el viejito seguía ahí, insistente. Preguntamos mucho y nos dijeron que El Callao es una ciudad diferente a Lima, por lo que para ir los taxis necesitan un permiso (algo así como otro permiso de circulación), y el viejito seguía ahí. Finalmente le dijimos que sí, ya que nadie más nos quería llevar y él aseguraba poder ir a Callao y además sabía dónde debía dejarnos.
Acomodamos como pudimos nuestros bultos arriba de un destartalado auto, cuando me subí sentí miedo: o chocamos o nos chocan, pero algo es seguro: este auto se está desarmando solo.
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“La vida te pone en el momento de huir o quedarte para siempre”.
Fue un camino tranquilo hacia Arica, era nuestra primera incursión en bus y realmente resultó bastante cómoda. Llegamos a eso de las 7 de la mañana al terminal de Arica que es un mundo nuevo, desde allí se comienza a observar el fuerte intercambio cultural de la zona, porque sí, ya estamos al lado de Perú. Nos bajamos con todos nuestros bultos al hombro e intentando no pegarle a nadie, en cambio fuimos aporreados con cuanto bulto encontramos en el camino, Sophia se quejaba del sueño mientras nos acomodábamos en una esquina para “hacer hora” porque teníamos que ir al banco.
Con Sophia nos sentamos para “tomar desayuno” (en realidad nos comimos unas hamburguesas vegetarianas que le compramos a un krishna en el terminal de Antofa, antes de subir al bus jaja) mientras el gordo salió a recorrer el terminal, en eso estábamos cuando aparece el gordo y me dice: “adivina con quien me encontré?”. Le puse mi mejor cara de “no tengo idea” y de repente aparecen Jano y Pancho. “Weeeeeena cabros”. Qué sorpresa más grande encontrarnos ahí, hace hartos días atrás nos habíamos separado en un momento muy difícil y la verdad solo sabíamos que ellos se habían ido al terminal para intentar viajar a Arica. Y allí nos encontramos, en el terminal de Arica; nos contaron que se habían ido a Tacna y que les había encantado, nos contaron sus peripecias y nosotros las nuestras, nos reímos y conversamos largo y tendido. Ya se acercaban las 9 de la mañana, así que decidimos tomar rumbo hacia el centro de la ciudad. Nos despedimos nuevamente del Jano y el Pancho, grandes personajes, nos dieron sus tips para llega a Tacna y partimos otra vez.
Tomamos un taxi hacia el centro y nos bajamos cerca de un paseo peatonal (21 de mayo ¿?), mientras caminábamos, el sol se sentía cálido en nuestros rostros, nos dirigimos hacia un banco porque el gordo tenía que recuperar una de sus tarjetas y mientras esperábamos me comuniqué con Fabiola. La Faby es una ex compañera Servicio País que alojé un par de días en la casita amarilla en Coyhaique, cuando ella se fue de nuestra ciudad me dijo que cuando quisiera podía pasar por su ciudad natal: Arica, y pedir la vuelta de mano, así que aproveché la instancia jaja. La Faby me dio la dirección para poder llegar, así que después de terminados los trámites en el centro, tomamos rumbo hacia allá. Cuando llegamos la Faby nos recibió con la linda sonrisa que la caracteriza, nos acomodamos en casa de su Abuela, la Faby nos ofreció quedarnos los días que quisiéramos y nos recomendó lugares que HAY que conocer en la ciudad de la eterna primavera. También nos maravillamos por primera vez con un árbol de mangos jaja, lo que pasa es que nunca habíamos visto un árbol de mangos y allí había uno en el patio: ESTUPENDO. Faby nos contó del Carnaval de Arica, pero para eso no tuvimos tanta suerte, ya que el carnaval (que es uno de los carnavales más grandes en Latinoamérica) había terminado la noche anterior, cuec para nosotros, nos lo perdimos. Allí nos quedamos, con la gratitud de la Faby y su abuela y la confianza que nos dieron al abrir las puertas de su hogar para nosotros.
Esa tarde salimos a recorrer el centro de la ciudad, intentamos vender algo de matute, recorrimos parte del centro y visitamos la catedral: creo que en esa catedral comenzó nuestro fetiche de visitar iglesias, es bellísimo admirar el arte que se encuentra en las iglesias 8en especial en las catedrales), además que siempre discutimos sobre la riqueza de la iglesia y la historia que se cuenta de cada lugar mediante sus iglesias. Luego nos fuimos a la playa y allí las cosas comenzaron a insinuar lo que pasaría al día siguiente. Digo esto porque Sophia hizo una maña ENORME en la playa, fue tanto que amenacé con devolvernos a Temuco, fue tanta la tensión que me sobrepasé súper rápido y nos fuimos enojados todos hacia la casa de la abuela de la Faby, cuando llegamos intentamos “hacer como que nada pasaba” y conocimos a la abuela (que no estaba cuando nosotros llegamos), nos encantamos con ella, ya que es una señora muy alegre (ya sabemos de dónde salió la buena onda Faby jaja), nos contó sobre sus viajes y aventuras, conversamos hasta muy entrada la noche.
Al día siguiente nos levantamos y la abuela de la Faby ya se había ido a trabajar. Esa mañana fue algo extraña, yo creo que porque todos teníamos el estrés acumulado de tantas emociones que habíamos vivido, además que aún estaba en el tintero la maña de Sophia el día anterior. Así que cuando el día comenzó con un maravilloso show de Sophia para bañarse (no se bañó) y siguió con el show para tomar desayuno, mi paciencia estaba al límite y ya había colmado también los límites de la paciencia de Víctor. La gota que rebalsó el vaso vino cuando Sophia comenzó a gritar y llorar sin parar para que yo le prestara atención, como no lo hice, Víctor quiso intervenir (cosa que hace cuando ya la situación es insostenible para mí), pero resultó peor. El hecho desencadenó en mi límite máximo y (sabiendo que con esto puedo ser tildada de mala madre) la metí a la ducha con ropa y todo. Este episodio es bien personal y francamente no me gusta recordarlo, pero para efectos de esta historia es re’ importante. El día anterior había amenazado a Sophia con irnos a Temuco si seguía con esas mañas, yo no quería exponer a Víctor a esos episodios porque no le corresponde; como mamá de la niña es de mi completa responsabilidad lo que pase con ella (en especial con sus berrinches), no quería ni imaginar que el viaje iba a ser así, pensaba en lo injusto que era para el gordo tener que bancarse los episodios de ira de Sophia, no le corresponde. Después de meterla a la ducha colapsé. Lloré. Y con los mocos colgando comencé a separar nuestra ropa para volvernos a Temuco. Víctor no decía nada y yo seguía llorando en silencio. Cuando el gordo se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo me detuvo. Sophia estaba enojada y encerrada en una pieza. El gordo me preguntó que iba a hacer. Yo lloraba, le dije que para mí era injusto que él tuviera que pasar por estos momentos, que no quería que todo nuestro viaje fuera así y que lamentablemente yo creía que Sophia no iba a cambiar de un día para otro, además yo pensaba que Sophia estaba pasando por un estrés innecesario, y como siempre lo he dicho: soy una madre con culpa y he de renunciar a todo y a todos por el bienestar de mi hija. Fue un momento bien doloroso, yo no paraba de llorar, pensaba en volver: a qué iba a volver?; pero no veía salida, para mí la decisión estaba tomada: tenía que pescar a mi cabra chica y volverme al sur.
Víctor me miraba, no decía nada, yo veía con pena como le estaba partiendo el corazón al hombre que amo y al mismo tiempo sabía que alejarme de él era lo mejor que podía hacer en ese momento. A mi gordo le tiritaba la pera y cuando me tomó de las manos se puso a llorar; también le tiritaba la voz cuando me dijo que me amaba con todo su corazón y que cuando me había elegido como compañera para su vida, también había elegido todo de mí, me dijo que este no era solo su sueño: que era de los dos. Yo estaba bloqueada, lo único en lo que podía pensar era en que tenía que volverme al sur. Víctor me miraba y yo sabía que no podía hacerle daño de esa forma. Me dijo que se la bancaba porque nos quería, nos quería a las dos.
Sé que a veces los adultos tomamos decisiones injustas para los niños, también, en ese afán de comportarnos como adultos intentamos tomar decisiones de lo que nos parece correcto. Así por lo menos intenté hacerlo yo desde que comenzó nuestra aventura. Y así decidí seguir haciéndolo.
Lloré mucho, mi gordo también. Decidí quedarme y seguir. Entre los dos intentamos explicarle a Sophia lo que había pasado y lo que no queríamos que volviera a pasar. Nos abrazamos mucho rato, como si ese fuese nuestro pacto para no hacernos más daño, para sólo querernos mucho y disfrutar de este sueño que apenas estaba comenzando.
Fue difícil, aún es difícil. Pero de a poco nos vamos acostumbrando a nuevos procesos, formas y estilos de llevar la vida. Desaprendiendo y volviendo a aprender.
Esa tarde nos fuimos al centro a matutear un rato y decidimos subir al morro a ver la puesta de sol, el morro es simplemente espectacular; aprendimos de historia allí y nos maravillamos con la ciudad de noche, simplemente Arica nos encantó. Nos encantó porque allí aprendimos que somos un equipo, ya no estoy sola en esto, nos dimos cuenta de que esto no es fácil y que los momentos difíciles no hay por qué enfrentarlos solos. Ya con la noche sobre nosotros nos fuimos nuevamente a la casa de la abuela de la Faby. Era nuestra última noche en Arica, así que con la Faby nos tomamos unos traguitos para amenizar la noche, nos despedimos de Arica con una cálida noche.
Al día siguiente partimos ansiosos hacia el terminal, llegamos y nos dijeron que un bus hacia Tacna saldría en 15 minutos. El gordo hizo la fila correspondiente mientras yo buscaba un lugar en donde plastificar el permiso notarial de Sophia (plastificamos el original para sólo dejar copias en la frontera), compramos los boletos y listo. Nos subimos con dolor de guata, con ansias de todo lo que se venía para nosotros: el mundo delante de nuestros ojos. Ahí estábamos sentados en nuestros asientos cuando pasó la señorita retirando nuestros pasajes, Víctor le pasó los boletos y la señorita le dice: “falta el uso de terminal”.
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“El desprendimiento”…
Allí estábamos, en una calle desconocida de una ciudad que tampoco conocíamos, sin saber qué hacer. Cuando el Piwke comenzó a echar humo no supe en qué pensar. Víctor tenía cara de tragedia máxima y yo no quería pensar en nada, porque si lo hacía, solo pensaba lo peor: Cagamos, ¿qué vamos a hacer ahora?
Como no habíamos comido nada, Sophia tenía hambre, así que la lleve a un local de completos que había en la esquina. Allí puse a cargar mi teléfono y logre conectarme. Avise a nuestras familias que nos encontrábamos bien y que habíamos llegado a Antofagasta, en ese momento una de las hermanas de Víctor me dice que tienen un primo en esa ciudad, que lo ubiquemos. Al terminar de comer le dije a Víctor que Maricel me había dicho que ubicáramos al primo Luis. Así que el gordo fue al mismo local, aprovecho de comer algo y cargó el teléfono, habló con su hermana y efectivamente y porque tenemos la MANSA CUEA, el gordo tiene un primo en Antofagasta (que no veía desde que tenía como 10 años). Maricel se comunicó con él por teléfono y luego nosotros, le explicamos que teníamos un problemón con el auto y que no lo podíamos mover, nos dijo que estaba trabajando, que apenas terminara iba a vernos, que no nos  moviéramos de donde estábamos: no nos íbamos a mover, no podíamos.
Mientras esperábamos, la señora de la casa afuera de donde estábamos estacionados nos ofreció pieza en arriendo para dormir (nos cobraba 4 lucas para que me quedara con Sophia, el gordo se quedaría en el auto hasta ese momento), también cargó los celulares de Jano y Pancho y nos habló de cómo llegar a Perú en bus (ella era peruana); y con el gordo no dejábamos de pensar en qué hacer. Ese momento me cuesta recordarlo, porque lloré, lloré porque nuestro sueño de recorrer Sudamérica se caía a pedazos, lloré porque no sabía si volver a todo lo que conocía o lanzarme arriesgadamente a lo desconocido, lloré porque con el gordo habíamos conversado en qué haríamos si el Piwke fallaba, solo que no pensé en que sería tan pronto. Era el momento de salir de la real zona de confort o quedarse por miedo.
Finalmente y tras varias horas pensado que haríamos, llegó Luis, entre risas y abrazos le contamos nuestra triste historia, le dijimos que teníamos que remolcar el auto porque si lo prendíamos, corríamos el riesgo de que no funcionara más (íbamos a doblar la culata si lo hacíamos o fundir el motor, que sería peor). Luis con toda la confianza del mundo nos dijo que llamaría a su jefe, que él nos podría ayudar. Pasó un rato y llegó una camioneta roja, francamente yo no sabía muy bien lo que pasaba, sólo confiaba en que Víctor nos iba a cuidar y que todo estaría bien. En la camioneta venía Cristian, el jefe de Luis, (nuestra primera impresión fue de un hombre muy serio, pinta de ingeniero a cagar) él nos ofreció quedarnos en su casa ya que viví solo (la casa que arrendaba su empresa y que ocupaban como vivienda y oficina) el tiempo que fuese necesario ya que en la casa de mi primo no entraríamos, le dijimos que sí (en realidad no teníamos otra opción, pero finalmente lo agradecimos). Era de noche, Cristián nos remolcó hasta su casa, nos despedimos de nuestros fieles compañeros de ruta, Jano y Pancho, quienes partieron al terminal de buses para continuar su ruta y nos fuimos. Al llegar a la casa de Cristián el cansancio se notaba, nos ofreció algo de comer y nos contó que sus hijos y esposa habían estado de visita y se habían ido a Santiago ese día por la mañana, que agradecía nuevamente no estar solo. Nos contó también que tenía una empresa de aire acondicionado y le hacía el mantenimiento a los camiones de las mineras, en eso trabajaban con Luis (quien dijo era el mejor técnico en aire acondicionado de toda la zona). Agradecidos por todo, nos fuimos a dormir. Con el gordo conversamos nuestras opciones, teníamos poca plata y la plata que teníamos no nos alcanzaba para arreglar el auto; el gordo me animaba a que siguiéramos nuestro sueño, que no nos dejáramos vencer y yo lloraba. Víctor me dijo que con la plata que teníamos podíamos seguir el viaje en bus, que sería más complejo quizás, más incómodo, pero que estaríamos juntos. Y allí, con mis ojos como papa de tanto llorar, me tomó de la mano, me miró fijo y me dijo que siguiéramos sin el Piwke. Lloré más aún, yo sé que él no lloró porque yo lo hice por los dos. Allí en Antofagasta decidimos vender a nuestro Piwke. Quizás esto suena (o se lee) como una decisión súper práctica, pero no fue así, quienes han seguido nuestra historia saben lo que nos costó arreglar al Piwke y salir de Coyhaique con él, a esas alturas ya llevábamos más de 3500 kilómetros recorridos y hartas aventuras con él, se suponía que sería nuestro compañero, uno más de la familia en esta travesía por Sudamérica y lo estábamos abandonando; la familia no se abandona.  Pero ante nosotros teníamos un sueño, un sueño por el que luchamos meses y no daríamos marcha atrás. Así que abracé fuerte a mi gordo y decidimos vender a nuestro Piwke.
Al día siguiente Luis llegó muy temprano, debían irse a trabajar. Antes de eso desocupamos el auto de tooooodo lo que tenía, embalamos y nos quedamos con lo justo y necesario. Llenamos dos cajas que mandaríamos a Coyhaique de vuelta y elegimos entre lo que traíamos lo que podíamos vender. Luis nos dijo que en Antofagasta había mucha población gitana y que ellos se dedicaban a comprar autos para después venderlos, así que intentáramos con ellos; el gordo y su primo recorrieron cuanto campamento gitano encontraron, llamaron a todos los gitanos posibles y nada, así que también publicamos al Piwke en mercado libre y yapo.cl y lo instalamos afuera del condominio con un cartel de “se vende”. Luis nos llevó a Sophia y a mí a su casa, conocí a Kathy (su esposa) y a sus hijos, allí almorzamos y Kathy me ayudó a publicar vía Facebook en las ferias online de Antofagasta, todo lo que intentaríamos vender. También me dijo que los días sábado se instalaba una feria muy grande en Antofagasta y que se vendía de todo allí, desde ropa, loza y herramientas, hasta autos. Así que decidimos probar suerte en la feria, no nos fue tan bien; vendí con el dolor de mi alma mi minipimer (mi preciada minipimer), la loza que llevaba y varios vasos de los que  hace el gordo. Del auto, nada. Muchos llamaron por él pero cuando lo veían pintado ya no les interesaba tanto; para nosotros el plus más grande del Piwke era ese y las remodelaciones que tenía dentro, pero al parecer lo querían para carga, así que pintado no servía.
Pasaban los días y nosotros ocupábamos nuestro tiempo en tratar de vender al piwke para poder seguir. También fuimos a vender nuestro matute a la playa, Sophia disfrutaba de la “playita de agua calentita” y yo hacía trencitas playeras. También acompañábamos a Cristian, quien por esos días descubrió que su socio le “robaba” plata, así que imagínense lo culpables que nos sentíamos de llevar nuestra nube negra a quien nos abrió las puertas de su casa con tanto cariño, si incluso Cristian le ofreció pega al gordo para que nos quedáramos, siempre se mostró muy preocupado por nosotros, en especial por Sophia, ya que le recordaba mucho a su hijo pequeño “el pulguita”. Por eso estamos eternamente agradecidos de él.
Un día de esos, Luis nos contó que le había comentado nuestra historia a un mecánico conocido de él, que él le había dicho que estaba interesado en comprarnos el auto, pero que no nos podía pagar en seguida; ofreció pagarnos “en cuotas”: cinco cuotas de 200 lucas, lo pensamos y decidimos decirle que sí. Vendimos al Piwke al mismo precio que lo compramos, niun peso más ni menos.
Como era de esperarse lloré de nuevo, lloré abrazada de mi Sophy cuando la vi derramar lágrimas al contarle que venderíamos nuestro Piwke. Aún nos duele a todos haber tomado esa decisión. Tal vez estábamos muy ansiosos de salir de Chile, de ir y lograr todo lo que queríamos, deseosos de ver lo que el mundo tenía que mostrarnos, anhelábamos salir de Antofagasta pronto y alejarnos de lo que nos parecía tan triste, pero la tristeza no se va fácil, y aún después de meses pensamos que nos apresuramos demasiado.
Al día siguiente, nos fuimos temprano de la Casa de Cristián, otra vez despedida triste porque él nos cobijó en su casa y nos hizo sentir como si fuera nuestra, obvio que le estamos agradecidos de por vida. Luis se encargó de hacer el trato con el hombre que nos compraría el auto, le dejamos un poder para que hiciera el traspaso del Piwke, lo que se haría luego de pagarnos todas las cuotas; así que en teoría el Piwke sigue siendo nuestro hasta que recibamos el último pago. Almorzamos en casa de Luis y nos despedimos de su familia, fue él quien nos fue a dejar al terminal de buses. Y allí nos quedamos, los tres mosqueteros, una caja plástica enorme (como de 70lts), una mochila de campamento (que nos vendieron por The North Face, pero era más falsa que “Chile la alegría ya viene”), nuestras mochilas personales y el cooler (sí, tenemos un cooler que compramos en Santiago para salir a vender hamburguesas vegetarianas). Mirábamos los buses tomar y dejar pasajeros, aún no imaginábamos cuanto tiempo de nuestro viaje pasaríamos arriba de esos buses, pero ya había llegado la hora de seguir la ruta, ya arriba del bus vimos el sol del atardecer caer en el mar, una postal hermosa para despedirnos de Antofagasta y con la noche naciendo entre las olas del mar tomamos rumbo a Arica, lo que no sabíamos era que Arica nos pondría la más grande de las pruebas de nuestro viaje.
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“Tengo todo perfectamente descontrolado“...
Al Jano y al Pancho sí los volvimos a ver y puta que agradecimos tenerlos “a bordo” el Piwke. Al día siguiente amanecimos y comenzamos a preparar la salida de Vallenar, fuimos al baño y compramos algo para comer, allí nos encontramos con el Jano y el Pancho, nos pusimos a conversar; nos contaron que querían llegar a Calama, pero que finalmente les servía cualquier cosa que los llevara hacia el norte, no tenían una ruta definida: así que ofrecimos llevarlos de nuevo, nuestra meta era llegar a Antofagasta.
Partimos temprano con rumbo a Copiapó, nosotros teníamos que pasar por allí porque habíamos cotizado la vacuna de fiebre amarilla para mí y Sophia (veníamos de Santiago buscándola, no nos la pusimos antes porque en Coyhaique y Temuco estaba muy cara, en Santiago no estaba disponible en donde la cotizamos y en la Serena no había ningún centro de salud que la pusiera) y por lo que me informaron por teléfono estaba a 20.000 pesos, la hicimos, pensé. Llegamos a Copiapó y buscamos el centro de Salud, entré y le pedí a la enfermera la vacuna, me preguntó que cuántas quería, solicité dos; “usted es la señora que me envió un mail de Ovalle que iba a venir hoy??” “eeeh, no, pero llamé ayer y me dijeron que tenían disponibles la vacunas” “lo que pasa es que viene una señora de Ovalle y necesita una vacuna y me quedan dos, haber déjeme preguntar si es que tengo más en bodega”. Y se fue, me dejó sola ahí un montón de rato, tuve que preguntar a una niña que estaba en el mesón si es que la enfermera vendría de nuevo. Finalmente volvió (como 40 min después) y me dijo que me las vendería, que pasara a pagar al mesón primero. Pasé y una señorita con voz muy suavecita me tomo los datos, finalmente me dice: “son 96.000 pesos”. Yo creo que se me desfiguró la cara y le dije que yo había llamado el día anterior y por teléfono me habían dicho que sólo eran 20.000 pesos cada vacuna. Revisó en el sistema y dijo que habían cambiado los precios, que estaban con problemas, qué quizás había llamado a otro lado, excusas everywhere! Le dije “decentemente” que no, que había hablado a ese centro médico, porque había llegado ahí y que venía viajando desde La Serena, que yo no era la equivocada, me hice la ofendida y le dije “No, muchas gracias” y me fui. Obvio que salí echando chuchadas al mundo entero, pero putié sola y en paz. Nuestro presupuesto no daba para tanta plata, así que seguimos cotizando y pensamos en que Antofagasta e incluso Arica eran opciones.
Nos fuimos del centro de salud hacia un supermercado, compramos algo para cocinar y salimos de Copiapó. Llegamos hasta un pronto copec (otraaaa eeeh´) y estacionamos allí, mientras Jano y Pancho cocinaban, nosotros nos duchamos y aprovechamos de cargar celulares. Allí con Pancho nos dimos cuenta que en el pronto copec atendía una señora igual a la del pronto copec de Vallenar, bromeamos con eso. Comimos allí y los cabros nos enseñaron sus aptitudes en patines (sí, los cabros son rollers y de los bacanes), se hicieron los lindos un rato con unas chiquillas de un team de Monster, mientras nosotros veíamos la escena muertos de la risa. Allí también nos enteramos que Jano estudiaba ingeniería mecánica y cachaba caleta de autos, se ofreció a manejar un rato: el gordo podría descansar. Partimos de Copiapó con dirección a Chañaral, Jano manejaba, todo iba pulento.
En Chañaral pasamos a una Petrobras (sí, engañamos a copec) y preguntamos al bombero de la bencinera  cuál era la mejor forma de llegar a Antofagasta. “Váyanse por la ruta de Tal Tal, acortan camino, se ahorran como hora y media y es todo plano para allá, puro desierto”. Ya poh, bacán, nos acortamos camino por el desierto, aún era temprano, todo a nuestro favor. En Tal Tal pasamos a la copec que había en el pueblo y cargamos bencina, pero allí algo raro pasó: el Piwke no quiso encender al salir de la bencinera, pensamos en que se había taimado de nuevo y los cabros nos ayudaron a moverlo al estacionamiento. Nos quedamos ahí un rato y Pancho se dio cuenta que la señora que atendía el negocio de la bencinera era igual a la de Vallenar y a la de Copiapó, ahora sí bromeamos en serio “contratan gente igual o la vieja de la bencinera nos está penando” jajaja. Mientras tanto Jano ayudó al gordo a revisar el auto y se dieron cuenta que el piwke estaba consumiendo mucha batería, lo echaron a andar “con vuelo” (le dieron impulso en bajada para que encendiera). Seguimos la ruta, la noche cayó sobre nosotros, íbamos con el mar a nuestro costado cuando de repente las luces del auto comenzaron a bajar, atenuaron de a poco y se apagaron de repente, como había costado echar andar el auto, detenerse no era opción, así que comenzamos a buscar un lugar donde orillarnos para saber que pasaba, la ruta era estrecha y avanzamos poco más de un kilómetro con una linterna alumbrando el camino y el chaleco reflectante ondeando por la ventana para que los otros vehículos nos vieran. Nos detuvimos y Víctor nos hizo bajar a la velocidad de la luz. El Piwke estaba consumiendo mucha batería y no sabíamos por qué no cargaba. Pancho fue corriendo  hacia atrás con el chaleco reflectante para que ningún vehículo nos chocara, la berma era estrecha y por el otro lado movíamos linternas por si acaso. Jano se metió a ver qué podíamos hacer con el auto, el motor aún estaba andando porque teníamos miedo de apagarlo y que no volviera a encender jamás. No podíamos quedar botados a mitad de la carretera. Jano revisó el alternador y se dio cuenta que había un cable desconectado, por eso la batería no cargaba, conectó todo y dejamos que la batería cargara un rato para poder seguir. Volvimos a la ruta. ¡Qué susto nos pegamos! Divisamos un pueblo a lo lejos y comenzamos a subir una cuesta, era una cuesta larga y pesada, pero nunca pensamos que era TAN larga. Llevábamos alrededor de 7kms de cuesta y el auto comenzó a ponerse raro, de repente un sonido más raro aún, algo burbujeaba, de repente el gordo se orilló un poco y nos gritó: “BÁJENSE AHORA”. Nos bajamos rápido, asustados, el gordo no quería apagar el motor porque no sabía si lo prendería de nuevo, pero algo se sentía burbujear: era el rebalse del radiador, el agua estaba hirviendo. Jano dijo que apagáramos el motor o el agua no se enfriaría jamás.
Tremendo cagaso. En medio del desierto y el auto se calentó. No veíamos nada a nuestro alrededor, no se veía ni un auto en la carretera. Cresta, ¿qué hacemos? Víctor y Jano intentaron ponerle agua fría, pero hervía, había que esperar. Intentaron todo lo que se les ocurrió, mientras Pancho instalaba el chaleco reflectante en el vidrio trasero por si pasaba un auto, nos viera. Empujamos entre todos al Piwke más hacia la orilla. Sophia estaba asustada, yo también; todos teníamos cara de angustia.
Paró un bus, preguntó qué pasaba, nos regaló un poco de aceite, un bidón de 5 lts de agua y ofreció llevarnos a mí y a Sophia a Antofagasta, le dije que no; no tenía qué hacer allá,  no las dos solas, no voy a dejar al gordo solo. Al rato pasó un auto y nos regaló más agua, ofreció llevar a uno de nosotros “un poco más arriba”, donde viven los mineros dijo, para buscar agua y volver: Pancho se ofreció a ir, se llevó unas botellas y partió. También pasó un gitano, nos ofreció ayuda y llevarnos, otra vez dije que no, nos regaló más botellas de agua, teníamos alrededor de 6 ya. Pasaba la hora, hacía frío. Es verdad que el desierto se pone frío de noche, con Sophia nos tapamos con los cobertores que llevaba. De repente comenzó a llegar una espesa niebla, “La camanchaca” (niebla que abunda en el desierto en la noche) pensamos. La niebla avanzaba y cubría la luz de la luna que nos alumbraba, Pancho no volvía. Comenzamos a pasarnos rollos, pensamos en las historias que cuentan los camioneros del desierto, nos preocupamos de Pancho y comenzamos a gritar su nombre, la niebla no dejaba ver nada, no había nada a nuestro alrededor. Sólo nosotros gritando “Pancho, Pancho”. Paramos un par de autos que iban en dirección contraria para preguntar si lo habían visto y nada.  Jano quiso ponerse los roller e ir a buscarlo más arriba, pero lo detuvimos. Ninguno sabía cuánto “más arriba” había que ir. Mucho rato después vimos unas luces acercarse: un camión. Pasó de largo, paró más allá y entre la niebla apareció Pancho en short y polera. Llegó sin agua, nos contó que la “villa de los mineros” estaba como a 4 kms más adelante, pero que no era una villa, eran como 4 casas entre los cerros del desierto. Contó que intentó subir a una casa gritando “Aló” y aparecieron unos perros, lo persiguieron y tuvo que correr. Intentó subir de nuevo pero aparecieron los perros y desistió, decidió volver caminando y cuando comenzó la caminata lo agarró la niebla. Dijo que corrió un rato, que estaba muerto de frío, claro si andaba en short y polera, pero con chaleco reflectante. Contó también que cuando venía bajando por la carretera vio a lo lejos una señora encogida al borde del camino y se asustó, más adelante se dio cuenta que era un arbusto en el camino, nuestra mente nos juega trampas en situaciones extremas. Cuando nos contó eso nos acordamos de la señora del pronto copec y coincidimos en que fue una señal, la señora nos estaba avisando qué no fuéramos por el camino de Tal Tal o qué tal vez esto era un castigo divino por haber traicionado a copec en Chañaral, se nos ocurrió, también la teoría de que el bombero de la Petrobras era infiltrado de copec y nos hizo ir por ese camino porque engañamos a su cadena. Se nos ocurrieron tantas cosas hasta que nos rendimos. Decidimos dormir y esperar que amaneciera para resolver algo, nos acomodamos como pudimos dentro del auto. No dormimos bien, hacía mucho frío y estábamos incómodos, además de preocupados porque un camión o cualquier vehículo podía no vernos y chocar contra nosotros. Sólo pedía que amaneciera pronto.
Llegó el sol, potente con el amanecer; los cabros rellenaron el agua y pusieron aceite al motor, al rato pasó una camioneta de una minera con puros ingenieros a bordo (por eso pararon, los trabajadores no paran nica) y nos prestaron la batería de su camioneta para encender el piwke, luego de encenderlo cambiaron la batería de nuevo y pusieron a cargar la nuestra, no cargó nada, el día anterior había muerto, pero no necesitábamos batería con el auto encendido, ya que el Piwke era petrolero, así que podíamos seguir. Pasó el gitano de la noche anterior y nos preguntó cómo estábamos, pero ya podíamos seguir. Los cabros se dieron cuenta que el agua se seguía calentando y decidieron seguir la ruta, pero parando cada cierto rato para rellenar con agua y no  fundir el motor. Avanzamos. Vimos “la villa de los mineros” y la vieja que asustó al Pancho la noche anterior.  Subimos cerca de 7 kms más de cuesta, a duras penas y parando cada cierto rato. Volvimos a detenernos y en eso paró un camión aljibe, dijo que no podía tirarnos porque venía su jefe detrás de él, pero nos rellenó todas las botellas de agua que teníamos. También pasó una camioneta de trabajadores, los ingenieros los habían mandado a ver si seguíamos bien, prometieron tirarnos cuando pasaran de vuelta, porque iban en dirección contraria. Después de mucho rato intentando que alguien nos remolcara paró un camión, era un camión pequeño que llevaba maquinaria, ofreció remolcarnos hasta llegar al final de la cuesta, “al plano”, pero no podía llevarnos hasta Antofagasta porque iba atrasado hacia Chuquicamata y el jefe también “venía atrás”. Agradecidos nos subimos. Nos remolcó, la cuesta era larguísima, más de 30 kms en total, no subiríamos jamás nosotros solos y con el auto en las condiciones en las que estaba; efectivamente nos llevó hasta “el plano” y nos regaló la cinta con la que nos remolcó, por si teníamos que usarla de nuevo.
Hicimos parar muchos autos, las camionetas de las mineras paraban a preguntar si estábamos bien, pero no nos podían ayudar porque les prohíben remolcar en la ruta. Finalmente paró una camioneta, otro ingeniero. Nos prestó la batería nuevamente y encendieron el motor. Desde allí no nos remolcaron más. Avanzamos lentamente, parando para revisar el agua. Paramos en una “animita”  que estaba en medio del desierto y le pedimos prestada unas botellas con agua, con su permiso, para que por lo menos intercediera por nosotros y nos ayudara a llegar a Antofagasta. En eso pasó un camión aljibe ENORME, llevaba agua como para un pueblo entero y nos llenó todas las botellas de agua, parece que la animita si nos dio una ayudita. Llegamos después de muchas horas a “la negra”, el lugar donde los camioneros descansan, el cruce hacia Antofagasta o Chuquicamata, allí te encuentras muchos mochileros que vienen y van en el desierto, nosotros cargamos combustible y seguimos hacia Antofagasta con cautela. Llegamos pasadas las 4 de la tarde a la ciudad, entramos a buscar un taller mecánico porque Jano quería revisar si el alternador estaba cargando, para eso necesitaba un “tester” y probar la batería. Luego de un par de vueltas preguntamos en un lugar donde habían muchas micros estacionadas, nos dieron una dirección. Partimos hacia allá, llegamos a un taller y Jano probó la batería, ahí se dio cuenta que efectivamente el alternador no estaba cargando. Nos enviaron a otro taller mecánico porque decidimos solucionar lo de la batería, nos costó un montón encontrar ese taller, llegamos y preguntamos si podíamos medir nuevamente con su “tester”, midió y reiteramos que la batería no cargaba. Le pedimos si podía prestarnos unas llaves porque Jano se había ofrecido a arreglarnos el auto él, pero el dueño nos dijo que no. Ahí nos dimos cuenta que el problema que tenía el Piwke era realmente grave, porque al intentar encender nuevamente comenzó a echar humo.
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“Se va lo bueno, pero viene lo mejor“...
Cresta, seguridad ciudadana en el balneario más cuico de Chile, pensé que nos iban a hacer bajar del auto, pero lo miraron y comenzaron a sacarse fotos con el piwke. Dentro, nosotros mirábamos la escena con nuestra cara de “What a fuck?”, hasta que dieron la vuelta (el Piwke sólo tenía pintura por un lado) y nos vieron a todos adentro, cagadero de risa total jajajaaja.
Después de eso nos dormimos, seguridad ciudadana no nos dijo nada por estar allí, después de que los vimos posar frente a nuestro auto, habían perdido toda autoridad para decirnos algo jajajaja; lo único que nos despertó fueron los “zorrones” y las “hijitas de papi” que tipo 7 am se fueron a terminar la fiesta a la playa. También fotos con el auto, el piwke causaba sensación. Al otro día tuvimos día de playa, el sol en todo su esplendor, comimos el mejor menú playero: pancito con tomate, jamón y mayo. Pasamos el día en Zapallar, entre toda su gente bonita, los perritos chiquititos y los autos grandes, y ya pasadas las 4 de la tarde decidimos seguir la ruta hacia La Serena.
Seguimos hacia La Serena por la costa hasta encontrarnos con la 5 norte. Los paisajes de a poco comenzaban a cambiar, cambiamos el verde de los bosques de pino a nuestro alrededor por los cerros amarillentos y el cielo azulado. La ruta fue tranquila, el atardecer nos encontró junto al gran parque eólico, por un minuto pensé que éramos como Don Quijote persiguiendo a nuestros molinos de viento, dejando en la carretera nuestros monstruos, nuestros miedos.
Sólo nos detuvimos en un pronto copec antes del cruce que lleva a Ovalle para recargar al Piwke, ir al baño y a estirar las piernas, ya la noche caía tenue sobre nosotros. Vimos Coquimbo a eso de las 11 de la noche y fue inevitable recordar aquella cumbia que amenizó tantos años nuevos: “de Coquimbo soy y vengo cantando…”, la alegría se disipó cuando vimos el tremendo tráfico que habían para entrar a la ciudad: una fila de autos, buses, camiones y hasta carretones. Para variar veníamos todos sin batería en los celulares y mi papá intentaba comunicarse conmigo para darme indicaciones de cómo llegar donde estaba él (mi papá andaba de vacaciones y demoró menos que nosotros en llegar de Temuco a La Serena jaja). Con un 2% de batería llegamos donde estaba él, allí también nos despedimos de Cristián y Belú que continuarían su ruta sin nosotros, y nos quedamos con mi papá. Comimos algo y entre conversación y detalles de la aventura llegó la madrugada. Estacionamos al Piwke cerca del hostal donde se quedaba mi papá y caímos rendidos ante el cansancio. Al día siguiente nos propusimos recorrer un poco y conocer la ciudad.
Quisimos ir al jardín japonés y nos dijeron que estaba cerrado, así que modificamos la ruta hacia la costanera de La Serena, pasamos por el faro y avanzamos por la inmensa playa, decidimos ir hacia Coquimbo y conocer la tan renombrada cruz del tercer milenio. El tráfico era horroroso, debe ser la temporada de verano que atrae tanto vehículo con turistas al sector. Llegamos a la cruz, por caminos angostos y poblaciones de colores, allá arriba entre los cerros se ve toda la bahía de Coquimbo y La Serena. Subimos un poco, pero no quisimos pagar para subir hasta arriba (la entrada general cuesta 2.000 pesos chilenos, sí somos tacaños). Así que subimos hasta el lugar que puedes visitar sin cancelar la entrada, en eso estábamos cuando el gordo me dice: “no puedo estar acá, me siento mal”. Yo seguí recorriendo con Sophia, pensé que al gordo le dolía la guata o algo así, pero después me preocupé. Dimos un par de vueltas, foto y adiós. Bajamos y encontramos al gordo sentado y pálido, me agarró fuerte de la mano y nos fuimos, caminamos rápido y en silencio; ahí me empecé a urgir porque algo le pasaba y era en serio. Cuando llegamos al auto lo detuve y le pregunté qué pasaba, ahí mi gordo me abrazó fuerte y se puso a llorar. No sabía qué pasaba, me preocupé un montón y me pasé todas las películas del mundo. Cuando logré calmarlo, nos sentamos en el auto y me explicó que pasó: Al subir al primer mirador de la cruz, lo primero que tu vez es la bahía de Coquimbo, pero si eres un buen observador te das cuenta que desde ahí mismo se aprecia toda la humildad del lugar, las casas a medio construir, las tomas de terreno, la vulnerabilidad de las poblaciones; cuando el gordo miró a su alrededor la contradicción de la enorme cruz y las modestas casas le dio angustia. Y le doy toda la razón, porque con los miles de millones de pesos que costó construir esa imponente cruz, se podría haber dado una solución habitacional a aquellas familias que residen allí. Allí es cuando como seres humanos nos sentimos un asco.
Después de aquel episodio decidimos irnos y para pasar el trago amargo nada mejor que comer. Fuimos al Puerto de Coquimbo, allí puedes comer ceviche, empanadas de marisco, pescados y mariscos varios a muy bajo costo. Nosotras con Sophy comimos empanadas de camarón/queso y el gordo se chupetió los bigotes (y la barba) con un ceviche. Después partimos a la playa, allí nos sentamos a matutear un rato: yo hice un par de trenzas playeras (con piedras y semillas) y los gordos se comieron un choclito con mantequilla a 500 pesitos (sí, en la playa venden la mazorca de maíz con matequilla). Luego nos sentamos en la costanera y matuteamos hasta que se oscureció.
Tomamos once con mi papá y luego nos fuimos a la playa nuevamente, habíamos encontrado “la media promo” de cerveza en el supermercado y decidimos comprarla para salir a vender a la playa por la noche, no nos resultó: la playa estaba desierta. Como cuando estas viajando pierdes la noción de los días, nunca cachamos que era lunes, por eso no había nadie en la playa. Así que guardamos las chelas y nos dormimos en la costanera. Al día siguiente sí pudimos ir al jardín japonés (que se llama jardín del corazón y cuesta 1.000 pesos la entrada general). Es muy bonito, pero yo no sé si nosotros seremos seres especiales, pero nos dieron penita los peces y las avecitas. Había tremendo cartel que decía que no se podía tocar ni alimentar a los peces y aves del jardín, pero todo mundo estaba ahí tocándolos. Que rabia. Nos fuimos con esa decepción de ver un lugar muy bonito, pero rodeado de personas inconscientes. Fuimos al supermercado a comprar algo de comer y luego a matutear un rato a la playa. Hablé con mi papá y nos juntamos cerca de las 8 para despedirnos, otra vez lloré. Ese afán de la gente de alargar las despedidas, sí nos habíamos despedido en Temuco!! En fin, él hombre que más me ama en el mundo mundial me encargó al segundo hombre que más me ama, me dio su bendición y partimos. Nos vamos.
Tomamos la carretera nuevamente sin destino, hasta donde el gordo se cansara de conducir, hasta donde yo me cansara de conversarle, donde nos encontrara la noche. Íbamos saliendo de La Serena cuando dos mochileros nos hacen dedo, con el gordo nos miramos y paramos. Me bajé y abrí la puerta, a lo lejos venían corriendo dos cabros con sus mochilas al hombro. Un ciclista paró y nos dijo que el auto era hermoso y se puso a conversar, llegaron los cabros: “Dónde van?” “A Calama” “Vamos!”. Se subieron, intentamos acomodar todo dentro del auto (sí, llevo mil quinientas cosas, ya lo saben). Los cabros en cuestión se llaman Jano y Pancho y venían desde Valpo, habían hecho dedo todo el día y nosotros les paramos después de las 8 de la tarde, les salvamos el día.
Conversando y conociéndonos llegamos hasta Vallenar. Era tarde y se comenzaba a notar el cansancio, en la entrada del pueblo dejamos al Jano y al Pancho, a sus rollers y a la olla que colgaba de su mochila. Nosotros recorrimos un poco el pueblo, descubrimos que en “Vallenar no hay ballenas” jajajaja y estacionamos en una bomba de bencina (sí, en un pronto copec, la verdad es que los amo). Nada hacía presagiar que con esos dos mochileros tendríamos muchas anécdotas que contar, la primera: La sra. Que atendía en el pronto copec.
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“Pero si no fuera por la oscuridad, jamás prendería su luz”. Grela Bravo.
La verdad verdadera es que cuando llegamos a Cerro Alegre y la Pily nos dijo que teníamos que dejar el auto afuera, desconfíe. Me han contado innumerables historias de Valpo en casi todas hay un robo, asalto o alguien pierde algo (en algunas, la dignidad, que también es peligroso), por eso desconfíe. Pero la Pily estaba TAN segura de que afuera de su casa “no pasaba nah”, además, sabía que descargar el auto era cacho, porque el gordo tenía que subirse, desamarrar, sacar la bici… nooooo cacho, así que quise no ser la mina histérica de la historia y me quedé calladita (más bonita).
En eso que llegamos salimos a recorrer, caminamos por los cerros de Valpo y nos maravillamos con el puerto de noche, con sus murales, la cultura y la bohemia. Nos reímos un montón, paseamos por esos lugares cliché de Valpo: el cerro Concepción, las cervecerías, una que otra casa okupa, las escaleras de colores; incluso “el resfalín” en el cual no me quise tirar porque andaba con vestido, pero en el que la Sophy se tiró con freno y el gordo se lanzó sin freno y llegó hasta la vereda de en frente jajaja. Fue una linda y agradable noche, lo pasamos bien. Cuando llegamos la Pily cocinó y comimos, después de conversar y reírnos mucho más nos dispusimos a dormir. Ahí fue cuando me entraron las dudas de nuevo, “le insisto al gordo o no”, pero no insistí. Habíamos salido más de dos horas en Valpo y de noche, habíamos dejado al piwke cargado hasta casi las 2 de la mañana ahí afuera y estaba impeque. Nos dormimos. Como mencioné antes, desperté cada cierto rato y miraba hacía la calle, nada, no pasaba nada y finalmente cuando estaba amaneciendo el sueño me venció y caí rendida profundamente. Nada hacía presagiar que un par de horitas después, a eso de las 8, un tremendo salto me despertaría. Víctor despertó repentinamente y miró por la ventana “Chucha, nos robaron todo”. Me incorporé y miré, la lona del auto se veía corrida, pero desde el segundo piso no se apreciaba totalmente si las cosas estaban allí o no. “No mentira, imposible, me desperté toda la noche y no pasó nada” le dije, de verdad que me parecía imposible; cómo en dos horas que me dormí se iban a robar todo, me cuestioné haber visto bien todas esas veces, me sentí culpable por no insistir la noche anterior.
El gordo bajó corriendo los dos pisos y cruzó la calle, yo miraba desde la ventana, cuando vi su cara desfigurada me asusté. Lo vi subir la lona y vi la bicicleta, desde allí me mostró las cuerdas cortadas, lo ví agarrar una polera que venía enganchada en una amarra de su mochila. Bajé las escaleras corriendo y lo encontré a medio camino. “No están las mochilas, la maleta y la bolsa con los zapatos”. Quise ponerme a llorar, pero no pude. Llegamos de vuelta al departamento, estábamos solos porque la Pily se había ido a trabajar y la Sophy. Ahí, sentados y callados ninguno de los dos se explicaba lo que había pasado. Llamamos a la Pily para saber si ella había visto algo cuando se fue, pero no vio nada. Lo único que pasaba por mi cabeza es qué es lo que íbamos a hacer. Quedamos con lo puesto. En la parrilla del auto había dos mochilas de campamento (la de Víctor y la mía), una maleta mediana con la ropa de Sophia, una bolsa que armé en Santiago con zapatos de todos (bototos, zapatillas, chalas, etc.) porque ya estaba chata de ver los zapatos botados dentro del auto; eso fue lo que se llevó el pinche delincuente, porque asumimos que fue uno solo, ya que dejó en la parrilla un bolso pequeño que traía sólo toallas y obvio, dejó la bicicleta; pensamos en que si hubiese sido más gente, habrían además abierto el auto (que se abría súper fácil) y se habrían llevado de todo. Afortunadamente teníamos lo importante, nuestros documentos de identidad y la carpeta con los documentos importantes, como el permiso para que Sophia pudiese salir del país y los papeles del auto. Las casacas de lluvia estaban dentro del auto, el computador y las mil quinientas cosas que se podrían haber llevado si sólo hubiesen visto dentro. En fin, pasamos del susto, a la resignación y a la aceptación muy rápido, ahora quedaba decirle a Sophia que ya no tenía su ropa ni sus cosas: “¿Cómo cresta le explico a mi hija de 10 años que se llevaron sus cosas? ¿cómo le explico que hay gente “que roba”, “que se lleva cosas que no son suyas” si ella sólo ha visto eso en la TV?”. Cuando fui a despertarla y le conté, lloró, lloré con ella porque también me sentía súper culpable de no insistir, de no parecer histérica. Yo creo que le dolió por mucho tiempo esa pérdida, porque si bien a los adultos nos cuesta menos desprendernos de lo material, para ella el robo de su ropa y sus cosas implicaba sentimientos, porque allí en esa maleta estaba: “El vestido que me regaló mi lita” “los pantalones que me regaló mi tata Pedro” “las zapatillas que me regaló mi Checha” “El chaleco que hinché para que mi mamá me comprara” y tantas cosas más. Se calmó un poco cuando tuvimos que salir de compras, compras necesarias y que en nuestro presupuesto no estaban consideradas.
Nos fuimos al centro y nos metimos a calzados beba, “el palacio del calzado popular”, compramos zapatillas para mí y para el gordo porque él quedó sólo con alpargatas (las que venían muriendo desde Temuco) y yo andaba con las hawaianas que me regaló Sophia porque las mías murieron en Santiago. Luego nos decidimos por la ropa americana, una alternativa económica para comprar un par de pilchas, Sophia compró calzas, un short, una polera y yo, yo no me decidía: tenía LA oportunidad de comprar ropa y no me gustaba nada, NADA. Porqué soy así… tan exquisita con la ropa. Seguimos por varias tiendas, compramos calzones, calcetines, boxers para el gordo, finalmente me decidí por dos faldas y un par de poleras para combinar, el gordo compró una guayabera.
Entre medio se nos ocurrió ir a Carabineros, en realidad no sé bien porque hicimos eso, porque los pacos no iba a ir a buscar un par de mochilas con ropa a los cerros, pero fuimos. Hicimos la denuncia, dijimos que nos habían robado como 800 lucas en ropa, ni que tuviéramos pura ropa de marca jajaja, la paca que nos tomó la declaración yo creo que se rió de nosotros después. Nos dijeron que fuéramos al día siguiente a las ferias en los cerros, pero qué iba a hacer si encontraba mi ropa, decirle al loco: “sr. esas calzas son mías, mire en esta foto salgo con ellas”, me iba a mandar a la chucha y de paso, toda la feria me iba a querer linchar. Pero por lo menos lo hicimos, no sirvió de mucho, pero lo hicimos.
Ese día fue una locura, recorrimos todo el centro de Valpo, creo que pasamos por casi todas las tiendas de ropa americana y otras más; teníamos lo “justo y necesario”, desde ahora en adelante tendríamos que lavar ropa cada dos o tres días. Pensaba en el viaje que recién estábamos empezando, pensaba en el frío, el calor, la lluvia; todo un año por delante y yo tenía tres calzones, dos faldas, dos poleras y un vestido, quería llorar; ahora sí que iba a parecer canuta, con vestido todos los días. Ay! De verdad que no sabía a quién culpar, no sé si es karma, si son pruebas del pulento para ver hasta dónde llega nuestra voluntad, no sé cuál es el límite para decir: “No, ya no me la banco más”, de verdad que no sabía nada. Pensaba y pensaba y sólo quedaba seguir adelante, no había más opciones, nos gastamos la vida arreglando el auto, nos gastamos el resto de vida en comprar lo necesario para seguir.
Luego del impasse del robo conocimos un poco del puerto, anduvimos en los ascensores clásicos de Valpo y fuimos a ver un show del Rockodromo al parque de la ex cárcel, comimos rico y a pesar de que la Pily se sentía también súper culpable con lo que había pasado, finalmente nos reímos, hay que decir que fuimos bien inocentes pensando que Valpo no nos cobraría peaje jaja. Días después nos fuimos a casa de quien fuera nuestra conviviente en Coyhaique, La Javi. Nos mudamos de cerro alegre para pasar al cerro barón, a la choreza misma jajaja. Allí nos recibieron como en casa, los pap��s de la Javi nos abrieron las puertas de su casa y nos acogieron con mucho cariño. Acompañamos a la Javi un día a Viña del Mar y dimos la vuelta correspondiente a la “ciudad jardín”, ese día por la noche celebramos el cumpleaños de nuestra querida amiga. Al día siguiente almorzamos y decidimos que era hora de partir. “Asalté” con consentimiento de mi amiga, su closet y me hice de otro par de pilchas para ya no parecer canuta. De verdad Javi, GRACIAS, porque pucha que nos ha servido la ropa, a mí y a Sophia, porque sí: ha llegado el momento en que mi hija y yo tenemos casi la misma talla.
Nos fuimos a la playa Portales por la tarde, para luego emprender el viaje. Intentamos vender algunas de las cosas que llevábamos (pipas, papeles, mochilas/morral, vasos, etc.) pero no nos fue tan bien. Al atardecer comimos unas ricas empanadas de camarón queso, y allí de pura casualidad nos encontramos con el Feña Guerra (que estaba participando con una cueca en un festival de música folclórica) y le contamos nuestras aventuras. Seguido a eso, nos despedimos de la Javi, nos compró la bici para regalársela a su hermana, así que fuimos a dejarla lo más cerca de su casa posible. Entre los autos y micros, nos dimos besos y abrazos, con la promesa de encontrarnos en la ruta (así como vas te iremos a ver a Brasil jajaja).
Nuevamente en la ruta, eran cerca de las 8 de la tarde y nos propusimos llegar a la playa de Zapallar. En este nuevo trayecto nos acompañaban Cristián y Belú, amigos de la Javi que venían mochileando desde Concepción, así que los 5 nos fuimos directo por la costa hacia nuestro destino.
El camino costero de la quinta región está lleno de luces, es difuso saber cuándo termina un pueblo y comienza el otro, así que cuando llegamos a Zapallar casi nos pasamos de largo. Entramos y a pesar de ser verano y pleno febrero, no se veía mucha gente en las calles. Preguntamos como llegar a la playa, con intenciones de estacionar cerca de allí. Llegamos al estacionamiento y la playa quedaba allí en frente, bajamos a estirar las piernas y sentir la brisa marina, a nuestro alrededor muchas casas “cuicas”, cero pobreza. Zapallar siempre se ha caracterizado por ser un balneario de “gente bien”, pero no pensamos que tanto. Cristián, Belú y mi gordo salieron a buscar un lugar donde comprar algo de comer, volvieron con una bebida y unas galletas, del único negocio que estaba abierto y porque estaba todo carísimo. Nos quedamos allí y decidimos dormir; nos acomodamos en el auto, el gordo y yo en la cama de atrás, a Sophia le armamos una camita en los asientos de adelante y los chicos se acomodaron en el asiento trasero: sí, estábamos un poco más que incómodos, pero era sólo por una noche. En eso intentábamos dormir, cuando apareció “seguridad ciudadana”.
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“La vida tiene diferentes capítulos, un mal capítulo no significa el final de la historia”...
El gordo intentó de todo, se subió, se bajó, bombeó, le puso agua al radiador, esperó que el motor se enfriara, le puso hasta un spray que iba directo al motor y que generaba una combustión para que partiera: y nada. Yo en silencio trataba de ayudar en lo que me pedía, pero me angustiaba ver su cara de preocupación, de desesperación. Otra vez el auto no funciona.
Se rindió, no parte. Y derrotado e intentando auto convencerse que tendríamos que pasar la NOCHE DE SU CUMPLEAÑOS en el auto, se tendió en el asiento trasero. Me sentí culpable, el me regaló un hermoso día de cumpleaños y yo, ahí lo tenía, en un pronto copec. Pesqué a mi Sophy y entramos al pronto, revisé en internet “la cuenta rut” y me quedaban dos lucas. “Puta la hueá, más encima pobre”, nos habíamos gastado la plata que quedaba en mi cuenta en aceite y otras cosas durante ese día y ya no nos quedaba efectivo. Paseamos entre los estantes llenos de golosinas, encontramos un pingüinito (1.600 pesos la hueá poh), lo compramos. Nos dimos otro par de vueltas e “hicimos hora”, volvimos con Sophy al auto a eso de las 23:55, el gordo yacía con su mejor cara de derrota ahí mismo en donde lo dejamos. Cantamos cumpleaños feliz, y nuestro gordo sonrío, le dio al pingüinito el tortazo más pequeño del mundo, pero el más amoroso. Nos abrazamos. No hubo mucho más que decir, Sophia le había hecho una “carta de cumpleaños” y se la entregó. Luego de eso nos acomodamos en el piwke y hasta mañana.
Al día siguiente, al bajarme del auto miré los neumáticos y había uno pinchado, “por la mierda que más falta”, busqué las herramientas y le dije a Lucía que me ayudara, pero al intentar cambiar el neumático nos dimos cuenta que la llave de rueda que traía el auto no servía. “Mierda, mierda”. Mientras intentaba cambiar el neumático de forma fallida, apareció un amable hombre quien me presto su llave de rueda y gata, logramos cambiar el neumático. Seguido a eso, me subí al asiento del chofer, me acomodé y en mi mente solo decía “prende, por la chucha, prende”; con todo el newen le dí arranque y milagrosamente encendió (creo que Lucía ya les había comentado que el piwke se taimaba verdad?), sí, eso le había pasado, el taimao’ se cansó. Miré a la gorda y fue casi instantáneo: arriba que nos vamos. Con la emoción de que había prendido intenté poner retroceso, cuando siento que algo cae, la palanca quedaba bailando, algo raro pasa, intento acelerar para salir cuando me doy cuenta que el cambio no había entrado y el vehículo no avanzaba, me bajé del auto, me tiré al piso y me dí cuenta que la varilla de cambio se había quebrado. Miré a la gorda que me miraba con cara de “que chucha pasó ahora”, apagué el auto y le digo: cagamos.
En serio!? Yo creo que algo muy malo debemos haber hecho en otra vida para llevar este karma, porque de verdad que no me lo explico. Era el día del cumpleaños del gordo y estábamos ahí. Botados en la carretera. Decidimos comer algo (porque nos salvaron con una trasferencia), nos compramos un “combo niño” porque era el que traía más comida y nos relajamos un rato. Allí descubrimos que si usted se compra un vasito de bebida en pronto copec puede “recargarlo” cuantas veces quiera, es algo considerable cuando hace calors en la ruta, una pequeña “recuperación” ante tanto robo del grupo Angellini (dueño de copec). En eso estábamos cuando decidimos volver al auto, un caballero se acercó a ver qué nos pasaba (benditos viejitos copuchentos!) y ayudó a Víctor. Amarraron con un alambre la varilla quebrada y funcionó, nos regaló un poco también por si se soltaba en el camino. Nos vamos rumbo a la capital.
Los kilómetros que quedaban de ruta fueron eternos, queríamos puro llegar. Finalmente cuando comenzamos a entrar a Santiago al gordo le comenzó a cambiar la cara, yo creo q se relajó un poco. Estacionamos afuera del departamento que los papás de Víctor tienen en Independencia y el auto botó un chorrazo (no un chorro) de aceite y agua, demoramos un poco en bajar todo. Sí, en realidad llevaba muchas hueás, muchas. Estacionamos y no movimos más, el Piwke necesitaba un mecánico.
Todo ya pasó a segundo plano, ya habíamos llegado y nos esperaban con humitas, ya nada importaba: era el cumpleaños del gordo. Después de ducharnos, el gordo se dejó regalonear. Durante esos días en Santiago hicimos lo que el calor nos dejó, porque elegimos la semana más calurosa del año para pasar por la capital del reino. Aprovechamos los días que le quedaban a los papás de Víctor antes de que volvieran a Coyhaique, dejamos que Marianela (la hermanita chiquitita del gordo, sí la que es más alta que él) nos llevara al centro de Santiago  a perdernos un rato, porque el lugar que buscaba estaba a dos cuadras de donde nos bajamos y recorrimos cerca de 20 min buscándolo, porque ella sí sabía dónde quedaba jaja (Marianela apréndete el mapa ahora ya o no te podrás ir a estudiar a Santiago jaja). Comimos rico y el gordo regaloneo mucho. Finalmente los tíos se fueron, otra vez me dio mucha pena, ya no quería más despedidas. Además fue triste porque yo sé que la tía se preocupa mucho por nosotros, que ella más que nadie (bueno, junto con mi mami) son las que tienen más aprensiones con este viaje, pero les digo que estamos bien, que cuidamos mucho a la Sophy, que nos quedamos en hoteles y hostales (que encontramos a muy bajo costo) pero que son buenos, lindos y por sobretodo limpios jaja, que comemos bien (porque en todos lados nos dan mucha comida) y que cuando cocinamos lo hacemos pensando en todo lo que nos enseñaron.
Durante esos días el Piwke ingresó al taller de “Tony Kool” para el retoque, según nos dijeron había que ver de dónde era la fuga de aceite que tenía, arreglar la varilla de los cambios y ver lo de la manguera de agua, hacerle un ajuste al motor y que lo viera un eléctrico. Todo parecía fluir con normalidad, mientras tanto nosotros moríamos de calor en el departamento e intentábamos salir a pasear de vez en cuando. Sophia no conocía Santiago, por lo que visitamos el cerro San Cristóbal y anduvimos en funicular, fuimos al centro a comprar matute para vender en el viaje y al mercado, anduvimos en metro y nos bajamos una estación antes jaja, recordamos los viejos tiempos universitarios del gordo, que nos llevó al hipódromo. Un día de esos ví a la Badita, mi amiga del alma que me dice siempre: voh dale, pero no tan a la mierda jaja pero como a mí me gusta irme lejos, no importa, allá lejos siempre llega. También fuimos a la casa de Rodrigo, amigo del gordo, y me enteré de boca de otros de esas historias que siempre me cuenta y me hacen reír. Nos fue a ver la Punky y tomamos meloncito con vino pal calor, sólo pal calor, para nada más; y con ella descubrimos la magia de ir al supermercado y abrir los congeladores “para buscar algo de atrás” y capear el calor santiaguino. Me enamoré de las ferias de barrio de Santiago, y vimos una obra de teatro de la compañía “PatoGallina” (si sabe de una obra de estos cabros, vaya, no se arrepentirá, nosotros los vimos en Coyhaique y cuando supimos que estarían allá, no lo dudamos) al aire libre y gratis (del procer de la patria y mi amor platónico: Manuel Rodríguez). El día antes de partir hacia Valparaíso fuimos a la casa de la tía Teresa (prima de la mamá del gordo) porque el primo Yiyo nos invitó a un asado, allí la Sophy se bañó en la piscina, compartimos con una parte de la familia del gordo que yo creo que ni él se acordaba que existía, y lo pasamos pulentamente; yo sé que el gordo lo pasó bien porque cada vez que salía afuera con el primo Solano volvía más contento y con los ojos más chicos jajaja.
Fueron buenos días, calurosos, pero buenos. El martes 31 de enero nos entregaron al Piwke, finalmente en la revisión que le hizo el eléctrico descubrieron que uno de los problemas que tenía estaba en una lengüeta trabada que no permitía el paso de bencina y por eso costaba que partiera, le reemplazaron la  bomba cebadora y le cambiaron la empaquetadura de carter del motor, también ajustaron los cambios y todas las pifias que tenía. Quedó bien, nos vamos rumbo a Valpo.
Ya hemos recorrido un montón, nos ha pasado cada cosa en el camino para lograr este sueño, que rendirse no es opción. El camino a Valparaíso, puerto principal, fue tranquilo por eso, nos esforzamos en que el Piwke estuviera arreglado porque nos queda mucha ruta aún, no podemos resignarnos ahora que nos acostumbramos a la velocidad del Piwke y a su ritmo. Cabe destacar nuestro paso por Casablanca, en dónde Sophia preguntó porqué se llamaba así, le dijimos que en ese pueblo todas las casas son blancas y que si tú pintas tu casa de otro color, la municipalidad va y te la pinta blanca otra vez porque no pueden haber casas de colores en Casablanca jajajaja pobrecita, somos unos malvados, la inocencia de Sophia es poderosa y aún nos cree.
Llegamos a Valparaíso, nos juntamos en la plaza Sotomayor con la Pily Punky, nos quedaríamos en su casa. Subimos hasta Cerro Alegre y allí no encontramos estacionamiento; estacionamos afuera del departamento donde vivía la Pily, quien nos dijo “no se preocupen, que acá no pasa nada”. Salimos a dar una vuelta por los cerros de Valpo; al volver comimos algo y nos dormimos. Cada cierto rato me despertaba para mirar por la ventana y ver si el Piwke estaba allí, ahí estaba con la lona y la carga intactas. A eso de las 6 de la mañana me desperté por última vez y ví que todo estaba allí, “ya no pasó nada”, pensé y me dormí profundamente. Cerca de las 8 el gordo me despertó de un salto, miró por la ventana y gritó: “Chucha, nos robaron todo”.
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“Uno siempre vuelve a los viejos sitios dónde amó la vida”...
Aquel grito ensordecedor nos asustó mucho, Víctor trató de controlar el auto, y yo miré a Sophia en la parte de atrás. “Qué pasó!!??” “Una Abejaaaaaaa”. No sé si mi enojo se aplacó con mi risa, o mi risa se aplacó con el susto, pero luego de saber qué era lo que pasaba, traté de explicarle a mi pequeña drama queen que no podía gritar de esa manera dentro del auto, menos si se trataba de una pequeña abeja. “Pensé que te estaban secuestrando por la ventana” dijo el gordo. Cuando se calmó, se rió con nosotros. Cuando reconoció el camino cerca de Freire supo que estábamos llegando a Temuco y eso la calmó más.
Llegamos a Temuco en hora de tráfico, Víctor comenzó a desesperarse con tanto auto en las arterias principales de la ciudad. Yo, intentaba pensar en la ruta más despejada para llegar a la casa de mi mami y en mi mente todas implicaban autos y micros. Pero lo logramos. Estacionamos el Piwke después de dos días intensos de viaje afuera de la casa de mi mami. Estoy en mi Temuco.
Los días en Temuco pasaron lento, o yo por lo menos sentí que fueron lento, quería tanto estar ahí. Hace meses que no veía a mi familia. Al día siguiente de nuestra llegada conocimos a mi compañera de cumpleaños, la Panchi. Mi hermana Cecilia “dio a luz” a mi tercera sobrina (su segunda hija) en el día de mi cumpleaños número 29 y lejos de que ese fuera un día en que “me quitaron el cumpleaños”, creo que eso hace que me sienta más unida a ellas, ahora celebramos doble! Jaja.
Era sábado “día de feria” y Víctor intentó vender vasos, el nuevo emprendimiento “vasos reciclados”: botellas de vidrio cortadas con una máquina; mención honrosa a Cristián Azócar quien enseñó al gordo a hacer la maquinita corta botellas; así daríamos rentabilidad a nuestro viaje. En compañía de Santiago (mi primer sobrino) y mi hermano Hernán intentaron venderle a las señoras de la pobla lo que fuera, porque entre los vasos también se encontraba ropa, zapatos y cuanta chuchería puedas imaginar. No vendieron mucho, pero lo pasaron bien jajaja. Ese día mi mami hizo cazuela (yumi! No hay nada mejor que las cazuelas de mami), y tuvimos nuestro almuerzo hermanable. La estadía en Temuco se resume en mucha comida y regaloneos varios: Pastel de choclo en casa de la Ceci, oncesita rica con mi tata, el asado en casa de mi tía Ani (en donde la Sophy nos leyó la suerte con piedras jajaja) y el mito de los arándanos: cuenta la historia que fuimos a dejar a Santiago a Pucón y que de vuelta, cuando Nano manejó al Piwke como rápido y furioso, traíamos unos arándanos para mi mami, pero “misteriosamente” desaparecieron entre Villarrica y Temuco, horas después dos personajes se peleaban el baño y no sabían porque “tenían dolor de guatita”.
Paralelamente nuestro taimao’ Piwke funcionaba cuando quería, un día no quiso andar y se tuvo que quedar afuera (y yo no pegando un ojo porque como el barrio “es pulento” podía no amanecer ahí) y al otro día mi socio amaneció como si no hubiera pasado nada. Le pegamos un retoque y cambiamos la bomba cebadora (para no tener que bombear antes de encender),  ya que llegando a Santiago le haríamos el retoque con todo.
Durante esa semana, hubo una tarde para “ponerse al día con las amigas de antaño”, Vinkita y Meli: gracias por estos más de 15 años de amistad, las quiero! También vi al Dani y nos tomamos una jarrita de vino, llevé al gordo a conocer el patio del “Che Carlitos” y sé que se enamoró del lugar igual que yo en mi época universitaria. No vi a mucha gente, muchos amigxs quedaron en “el tintero”, pero hay que entender que cuando vuelves “a la casa de mami”, solo quieres estar con mami jajaja.
Y por último, pero no menor, mi papi hizo un asado en su casa. Fue el día antes de que partiéramos rumbo a Santiago, fue como la despedida. Nos juntamos todos los hermanitos Sabelle (todos los que conozco jaja) fue una linda noche, hicimos lo que sabemos: reírnos mucho y burlarnos de nosotros mismos, y aunque se nos calentó la trompa nos fuimos pa’ la casa temprano.
Al día siguiente partimos casi temprano, demoré porque “desocupé” un poco mi mochila, no es que yo le haya dado la razón al gordo y considerara que llevaba muchas cosas, noooo! Sólo quise dejar a mis hermanas un poco de mi ropita… si hubiese sabido lo que pasaría más adelante, no sé si lo habría hecho, pero HERMANAS: TENGAN CLARO QUE VOLVERÉ Y LES QUITARÉ ROPA! Jajaja. También dejé otro resto de cosas en casa de mi mami, “guardadas” porque mi instinto acumulador me dice que podría necesitarlas en algún momento. Luego de eso abracé a mi hermano, mi Nano: te dijimos que te vinieras con nosotros, pero el pulento sabe porque hace las cosas y sé que nos juntará en algún lugar del continente más temprano que tarde.
La última parada antes de partir fue en casa de mi tata, mi mami estaba allí y ahí si lloré, porque despedirme de mi mami reafirma la partida y cuando me despido de mi tata me quedo con la incertidumbre de volver a ver su sonrisa y su cabellera blanca. Me acordé de tantas cosas en ese camino por “la salida norte”, le hablé al gordo de las fiestas universitarias en la SOFO, del “Niri Vilcún” (un zoológico chanta en que prometieron traer una jirafa e ilusamente juntábamos tapitas de bebida para “pagar” el traslado…paaaavres!), de cajón (que ya es un barrio de Temuco, no el pueblito de al lado) y las semillas Von Baer (del papá de la Ena, sí la “Ena, presta el cuerpo”), del colegio donde estudió la Conon que tiene estación de tren y del camino hacia Lautaro que mi mami hace diariamente para ir a trabajar.
La ruta fue tranquila, calor, MUCHO CALOR, como era nuestra costumbre paramos en cada pronto copec a que nuestro Piwke descansara y a revisarlo. Cerca de Chillán comenzamos a ver el humo de los incendios forestales que comenzaban y que días después arrasarían con miles de hectáreas en el centro sur de nuestro país, tristemente todos los años es lo mismo, todos los años se sufre por el déficit de agua causado por las forestales. Almorzamos en una “Picada de camioneros”, son las mejores, mucha comida por pocas lucas, dos almuerzos que alcanzaron para tres. Como tenemos una cuea’ de este porte (INSERTE EL TAMAÑO QUE IMAGINE AQUÍ) un caballero que almorzaba ahí mismo vio que Víctor salía a ver el auto, se acercó y en eso se dieron cuenta que se había roto una manguera de agua, si seguía cayendo agua, el radiador se quedaría seco y ahí sí que cagábamos. Amablemente nos ayudó, pusieron una abrazadera a la manguera y el resto del viaje tuvimos que ir parando para revisar si perdía agua.
Muchas horas después paramos en el pronto copec cercano a Talca, fue inevitable acordarme de mi prima y como por arte de magia apareció: allí en el baño de un pronto copec en mitad de la carretera nos encontramos y nos dimos un gran abrazo, las coincidencias a veces son muy bonitas. Seguimos, ya queda poco, llegaríamos casi para cantar el cumple feliz al gordo, a celebrar con la familia que nos esperaba en Santiago con torta y todo, casi con cotillón. Cerca de las 23hrs, paramos en el pronto cercano a San Fernando, Víctor detuvo al Piwke, revisó el radiador y al tratar de encender el auto nuevamente paff: no prende. Cresta. Intentamos de nuevo, probamos todas las formas conocidas para que el motor arrancara y nada. Se acercaba la media noche, iba a ser el cumpleaños del gordo y estábamos allí en medio de la carretera, botados.
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“Las vibras dicen más que las palabras... siente”.
Ya aers, yo sé que el súper difícil de creer, pero les digo ahora: el incidente en la frontera Argentina es la punta del iceberg entre tooooodas las cosas que nos han acontecido en este viaje. Así que vayan preparándose, porque aquí vamos.
Cresta madre! Qué hacemos?. “Señor, le recomiendo que vasha a la frontera chilena, lo esperamos”. Víctor salió corriendo hacia afuera, le grité que llamara a la Meli para avisarle y allí nos quedamos con la Sophy mirándonos y esperando que no hubiesen cerrado la frontera, porque o si no, nos tocaba devolvernos a Balmaceda y esperar al día siguiente.
Mientras nosotras intentábamos hacernos las simpáticas con la policía argentina, el gordo iba camino a Chile, entre fronteras existe un tramo de unos 5 kms, los que ocupó en llamar a la Meli para avisarle que no cerrara la frontera. Creo que fueron alrededor de 15 minutos los que demoró en llegar, nuevamente entro corriendo y pudimos hacer frontera. Le dimos eternas gracias y buenos deseos a los policías argentinos, ya eran pasadas las 22:30 hrs. Igual se divirtieron, uno dijo que era lo más emocionante que había pasado en harto tiempo, demás está decir que por allí no pasa mucha gente.
Al subirnos de nuevo en el Piwke le pregunte al gordo qué onda. Me contó que mientras iba camino a la frontera chilena llamó a la Meli, ella dió el pase para que no cerraran: se habían mandado tremenda metida de pata. Al llegar a la frontera chilena salió una de las policías (la que no había timbrado el pasaporte) con el timbre en la mano, el gordo no tuvo ni que bajarse del auto, dio la vuelta y partió rumbo a encontrarse con nosotras. Gracias a los innumerables amigos que tenemos en todos lados y al angelito que nos cuida, es que hemos salvado tantas veces de cada cosa que nos pasa.
Respiramos y miramos la pampa argentina infinita, delante de nosotros un camino de ripio que visualizábamos como el comienzo de una gran aventura. La noche comenzó a pasar lentamente delante de nuestros ojos, el pueblo más próximo era el vecino “Lago Blanco” no paramos, nos quedaba mucha carretera por delante. Hicimos más de 100 kms de ripio en nuestro piwke recién ajustado, nuestra única compañía eran los mates que cebaba y los innumerables guarda ganado que hacían saltar todo dentro del auto. A lo lejos se aproximaba “La 40” (la ruta que une Argentina de extremo a extremo), créanme que este tramo no es el más maravilloso de la ruta, pero agradecimos el asfalto. Se sentía la madrugada, Sophy ya roncaba en la parte de atrás, se sentía también el cansancio y nuestra meta fue llegar hasta Río Mayo, el pueblo más cercano y descansar. Llegamos pasadas las 2 de la mañana, pasamos por una bencinera, cargamos “Infinia”  (el petróleo más pulento del mundo, el piwke volaba con él) y estacionamos al lado de un camión. Con Sophy nos acostamos en la cama dispuesta para nosotras, el gordo estiró el asiento y se acurrucó, listos y cómodos para dormir y el cielo estalló en una lluvia intensa, perfecta para conciliar el sueño.
El día siguiente comenzó con el ruido del motor del camión a nuestro lado, vi la hora: 6 AM. El gordo llegó a saltar y la sophy se despertó, yo odié al mundo. “Amor, duerme un rato más”, yo me acomodé e intenté dormir un rato más, hasta que escuché: “Sophy estás despierta?” “Sí” “Quieres ser mi copiloto?” “Yaaaa!” y acto seguido se bajaron, fueron al baño, pidieron agua caliente para los termos y se subieron: piloto y copiloto. Y yo, yo no podía mover un músculo allá atrás, ni siquiera dije pío, no me preguntaron nada, solo dije: “Yo voy a seguir durmiendo!!”. Y así seguimos por la ruta 40, entre sueños escuchaba a Sophy y Victor cantar a viva voz, su repertorio incluía a chorizo salvaje, chamamé, lobos marinos, herencia verbal y repertorio regional en general. Yo yacía anestesiada en la parte de atrás, hasta que de repente sentí que el auto se detuvo en seco. “Qué pasó??” yo pensé que habíamos chocado, pero el gordo y la Sophy se mataron de la risa. Habían visto un Ñandú al lado del camino, el simpático animalito abrió sus alas al borde de la carretera y el gordo pensó que iba a cruzar e intentó esquivarlo, en esa maniobra fue cuando el auto se paró en seco. Para continuar hubo que bajarse del auto, porque como el motor no quedo tan pulentamente, el gordo tenía que darle partida con un destornillardor directo al motor de arranque. Cuando retomamos la marcha, me cambié al asiento de adelante, intenté despertar cuando me dijeron que íbamos llegando a un pueblo llamado Gobernador Costa. Desperté en serio, cuando nos detuvo la policía argentina y Víctor me pedía la carpeta en donde traíamos los documentos. El gordo le pasó su pasaporte al policía y éste pidió nuestras cédulas, las miro fijo mucho rato, me miraba, miraba al gordo y a la sonriente copiloto, nuevamente miraba las cédulas y el pasaporte, finalmente dijo: “de quien es la niña?” “Míaaaa”, grité yo de atrás. El policía miró nuevamente todo y encontró que estaba en orden, nos dejó pasar.
Pasamos a cargar Infinia y compramos los sanguches más caros del mundo, dimos una vuelta por el pueblo y salimos. Todos los pueblos de la Patagonia argentina son iguales, casitas blancas y naranjas y alrededor pampa, pura pampa insípida. Seguimos sobre la 40 hacía Teka, en la ruta había un viento de puta madre, el auto avanzaba a menos velocidad y se movía de lado a lado con el viento pampero, un sol abrazador y nosotros sin poder abrir una ventana. Lo único que veíamos a nuestro alrededor era pampa, coirones, antenas de electricidad, el sol y el viento. El gordo me retaba cada 10 min porque yo iba muerta de sueño y no le conversaba, pero qué iba a hacer yo, si el camino era aburrido y no traíamos ni radio (sí, la radio estaba mala jaja). Le canté mi repertorio de Supernova y Francisca Valenzuela, pero con sueño no me acordaba de ninguna canción completa. Vimos a lo lejos una señalética que nos avisaba que quedaban 20 kms hacia Teka, “Bien, me podré comprar una coca cola para despertar” pensé, y en eso estábamos cuando vimos que en dirección contraria a nosotros iba una ciclista, nos acercamos poco a poco y observamos que iba caminando con su bici en la mano. “Con ese viento no hay quien pedalee, paremos” me dijo el gordo. “Estás bien?” dijo el gordo, “No, No estoy bien” dijo la ciclista con cara de “ayúdenme por favor”.
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“La familia también se elige…”
 “LOCO EN SERIO!!!!!”. Una manilla no nos hizo pasar la revisión técnica, la pena más grande del mundo en mi corazón. Les explico: A nuestro furgón le faltaba la manilla de afuera de la puerta corredera, pero si uno metía su manita por dentro no había problemas en abrirla, por lo menos para nosotros eso no era problema y, dado que pagamos un porcentaje para “pasar la revisión técnica”, creímos que la manilla sería lo menor que podría suceder. GRASO ERROR!
No importa, otra vez no importa, otro día más, qué más da, cuantos se han ido ya…
Yo creo que cuando dicen que la Patagonia atrapa es cierto, de verdad que los días antes de partir pasaba una cosa y otra que no nos dejaba salir de Coyhaique. Pero lo de la manilla fue irrisorio. Ese día la lluvia amainó un poco y nuestro amigo Sergio pudo pintar el auto, y qué talento ese hombre con el spray! En tres horas pintó todo un lado del auto, seguiría al día siguiente, pero la lluvia no nos dejó. En paralelo y hace varios días Victor y nuestros amigos trabajaban en la remodelación. Desde los planos del auto, hasta el corte de las tablas, el montaje, pegar la alfombra y todo lo que se les ocurrió hacer. Infinitas gracias a la paciencia de cada uno de ustedes, que entre chela y chela, lograron que ese auto quedara hermoso. Feña y Camilo apoyaban la logística, Keru se metía dentro del auto, el negro apoyaba con el montaje, Juan Pablito con el corte, ufff! Qué no hicieron esos cabros, llenos de aceite, todos sucios. En paralelo la Caro (y la biuti, obvio), la Catita y la Javi me apoyaban moralmente, en especial con mi problema de acumulación. Puta que los queremos cabros. No. De verdad. No. En serio.
Ese día por la noche hicimos una despedida (una de las ocho mil despedidas que nos hicieron jajaja ya sí, la cosa es el pretexto para juntarse y tomar chela), pero definitivamente yo creo que la de esa noche la sentí como una despedida en serio. Porque antes nunca nos íbamos, yo sabía que no nos íbamos al día siguiente ni en dos días, aunque mi corazón quisiera salir de ese pueblo, aún no podía.
El gordo llegó con dos sidras, me agarró de la mano y todos salimos, afuera llovía. Bautizamos con sidra nuestro auto y le pusimos por nombre PIWKE, porque eso es lo que más tenía de nosotros, nuestro corazón (La palabra PIWKE significa CORAZÓN en la lengua materna del pueblo Mapuche). Entre todos los que estábamos ahí le dimos la más bella de las energías posibles, esa que nos sobra: la del amor y la amistad. Después de emocionarnos todos, nos llenamos de abrazos y nos despedimos, de esas despedidas que nos gustan: en la cocina de nuestra casa con los amigos.
Esa noche Feña y El Negro nos informaron que habían hecho una apuesta. Un Jack Daniel’s de litro en juego. Feña apostó que nos íbamos el viernes de esa semana. El negro dijo que nos íbamos el Miércoles.  En dos días llegaba el miércoles.
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“Serás feliz, dijo la vida, pero primero: Te haré fuerte”...
Octubre 21, 2016. Compramos el auto, un furgón Kia Besta del ´97, azul profundo. Me arranqué del sucucho que tenía por oficina, con la venia de mi colega por supuesto, para ir a la notaría. Cuando llegué ahí estaba mi gordo, con el caballero “dueño” del auto, sí el “dueño” porque en realidad no lo era. Tuvimos que esperar que llegara el verdadero dueño, el que sí podía hacer el traspaso en la notaría y finalizar la venta. La cosa es que como buenos gauchos patagones, estos caballeros tenían un acuerdo más trucho con el furgón: “qué yo te lo pasó pero no es tuyo, porque tú me tienes que pasar una camioneta, pero no la puedes poner a tu nombre” y  uffff drama.
En fin, llegó el hombre, el dueño “the rial” y nos la vendió como que estábamos haciendo “La mejor compra del mundo”, hicimos la venta y posterior traspaso en la notaría y el furgón quedó a mi nombre. Aclaro que esto no fue sólo porque en nuestra relación con el gordo “lo tuyo es mío y lo mío, es mío”, fue única y exclusivamente porque me ama jajajajaja. No, fue sólo porsiacaso nos embargaban, no nos quitaran el auto (ay sí, no se hagan, todos los chilenxs tienen deudas, unos más que otros, pero todos tienen), hay que ser precavidos en esta vida.
Con el furgón en nuestro poder ya todo se materializaba más aún, nuestro sueño de ir y jipear por Sudamérica era más real, de verdad que teníamos más felicidad que cualquier cosa en la vida, todo era maravilloso.
Desde ese momento, creo que le pusimos más ganas que antes, el furgón se fue donde un mecánico para que lo ajustaran y le hicieran un retoque completo. Ahí comenzó otra aventura.
Victor una vez más se empecinó en que el auto estuviera en perfecto estado, era entendible, en ese momento el sueño estaba cada vez más cerca e involucrarnos en él era lo que se debía hacer. Iba todos los días después del trabajo al taller, compró todos los repuestos que el mecánico pidió, mandó a encargar todos los repuestos que no estaban en Coyhaique, gastó su sueldo casi completo en el furgón. Y El mecánico? Nada. No nos daba ninguna esperanza, cada vez que el gordo iba, llegaba con tragedia a la casa; que hay que arreglar los filtros, que hay que mandar a rectificar esto, que la bomba de agua, el motor está malo, hay que cambiar la culata, que la mano de obra, desarmar el motor completo… casi armar el auto de nuevo. TRAGEDIA MÁXIMA.  Así estuvimos más de un mes. Tira y afloja y no avanzábamos nada, incluso le pagamos al mecánico para que se dedicara a sacar pronto nuestro furgón y nada. Le dije al gordo que se relajara, que saldría, que no comiera ansias, que todo iba a estar bien; porque eso quería creer yo también: Que todo saldría bien.
El mecánico no daba señales, que en 15 días, que no estoy en Coyhaique, que esto no es fácil, no es de un día para otro, que tengo otras pegas que sacar, en fin, pasaron los meses y ese fue nuestro error: dejar pasar el tiempo y confiarnos demasiado (además de haber pagado antes jiji). Un buen día de diciembre Victor ya no lo llamó y se dejó caer en su taller, cuando llegó a la casa y me llamó a la pieza, sabía por su cara que algo no estaba bien (además porque me dijo: “Lucía ven” y cuando me dice Lucía, alguna cosa está MUY mal). Puedo contar con una de mis manos las veces en que he visto llorar al gordo, se los digo para que sepan que mi gordo llora cuando algo realmente lo angustia, ese día lloró.
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“Maduramos con experiencias, no con años”.
Creo que de lo que va corrido de esta historia he dejado a alguien al margen, no es que me haya olvidado, es sólo que en los hechos anteriormente citados, mantuvimos al margen de las cosas tristes a alguien.
Mi Sophia, la sociable niña que vivía en casa amarilla, la de la gran perso, la chiquilla metida siempre entre muchos adultos, esa a que le traficaban “Yan-Yan” porque hay que estar bien con Dios y con el diablo; esa cabra chica que como dijo mi madre: “te va a hacer pagar todas las canas verdes que me sacaste” jajaja. Mi gorda hermosa por sobre todas las cosas, la de las mañas más grandes del planeta (todos pensamos que nuestros hijxs son los más mañosos, pero quien ha presenciado un show de doña Sophia sabe que de verdad es una DRAMA QUEEN).
A la Sophy le dijimos desde un principio que nos iríamos, le preguntamos si quería ir con nosotros, le dijimos que no podría ir al colegio en un año completo por estar viajando, pero que en ese período ella iría adquiriendo experiencias que muchos aprendieron de adultos y como cualquier niñx de 10 años dijo: ¡¡¡¿¿¿¿No ir al colegio en un año????!!! Jajaja obvio dijo que sí de inmediato.
Como les mencioné antes, la mantuvimos al margen de las preocupaciones y cosas “de adulto”, porque las penas y amarguras, más si son por huevadas, los niñxs no tienen por qué saberlas. Así que cuando llegó diciembre y se acercaba la fecha en que partiríamos a Temuco, comenzaron las preguntas: ¿Cuándo nos vamos? ¿Me puedo llevar mis juguetes? ¿Por qué no empacamos mamá? Y a mí se me empezó a partir mi corazón.
Después de la visita del viejito pascuero (sí, aún cree y nadie se atrevería a contradecirla) recibimos la noticia de que al furgón requería mucho trabajo, había que desarmar el motor completo y eso mínimo tomaría una semana; así que había que pasar año nuevo en Coyhaique, saldríamos en enero.
El gordo hizo todo lo posible para que yo pudiera estar con mi familia en año nuevo porque sabía que era algo que deseaba con todo mi corazón, sé que le rompió su corazón decirme que no podríamos hacerlo y obvio que lloré amargamente. Pero me tenía que hacer la fuerte porque había que decirle a la Sophy ahora. Así que entre el caos que era nuestras vidas, comunicar que no estaríamos en año nuevo con la lita (la lita es mi mamá, que no le gusta el “Abuelita”, así que su primera nieta la bautizó así), era tirarse a un precipicio; EN SERIO, tenía miedo de su reacción. Pero me sorprendí, una vez más mi hija me enseñó lo fuerte que es, lo aperrada que la he criado, lo madura que yo a veces dudo que es; porque a pesar de que tenía una inmensa carita de decepción y sus ojitos brillosos me dijo: “no importa mamá, el auto tiene que estar bueno para que viajemos”.
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“Hay errores que jamás se equivocan...”
En los textos que preceden a este no me he salido de lo que es políticamente correcto, narrativamente hablando, aunque nadie puede decir qué es o no es correcto cuando uno escribe. Pero cuando el gordo me contó que el mecánico no le había hecho nada al furgón: NADA, lo único que se me pasó por la cabeza fue: CONCHETUMARE’ EL HIJO DE PUTA!  Y yo creo que si el gordo no me detiene yo le saco la cresta, de verdad, en mi cabeza pensé en las formas de conseguir un bate para partirle la cabeza y reventarle los sesos, lo mínimo que quise hacer fue reventarle sus gónadas con una patada en la entrepierna o pegarle un cachetazo que le diera vuelta los ojos. Pero no lo hice, más bien, el gordo no me dejó ni acercarme, nunca más lo vi.
Yo creo que los seres humanos somos súper bipolares, yo en específico, y podemos pasar de un estado de euforia y alegría máximas a una tristeza y depresión inconmesurables. Y quienes nos conocen, pueden dar fé que con el gordo pasamos de ser personas que irradiaban felicidad a ser los entes más penosos del mundo.
Lo que siguió a eso fueron un par de días que no quiero borrar de mis recuerdos, no quiero porque esos días me mostraron la miseria humana, pero al mismo tiempo me enseñaron que cuando tocas fondo sólo te queda una cosa que hacer, levantarte y seguir; además me acuerdo de muchas otras frases clichés, porque es verdad que en ese momento cuando vez todo negro, hay una luz de esperanza que no se apaga. Eso nos pasó, una esperanza nos salvó de mandar todo a la punta del cerro y rendirnos. Luego de que el mecánico literalmente nos cagó, teníamos que sacar el auto de su taller, así que el gordo se puso a buscar como loco otro mecánico que pudiera “hacer la pega”, era pleno diciembre, previo a navidad, en Coyhaique los mecánicos no abundan, menos los buenos mecánicos, todo negro otra vez. Preguntando y agotando todas las posibilidades, un colega de Victor le dijo que su papá era mecánico, que podía ver el furgón, pero que no prometía nada: se encendió la llama de la esperanza. El caballero era ex milico y nada menos que ex mecánico de los milicos, luego de jubilarse había hecho clases de mecánica y hasta había sido director de la carrera de mecánica, resumen: el viejo era seco. El gordo se las ingenió para que tiraran el auto hasta la casa de un amigo del caballero y que después de navidad tendría un diagnóstico de todo.
Pasó navidad y todo debía seguir su curso normal, el caballero arreglaría el auto y el día 28 de diciembre nosotros saldríamos hacia Argentina, con rumbo a Temuco porque yo quería pasar las fiestas de fin de año con mi familia; eso pensaba yo en mi cabezita. El mecánico anterior no le hizo nada al auto, NADA, más encima se echó cosas que no tendría ni siquiera que haber tocado, nos cagó con plata, todo mal, todo mal. La buena noticia es que tenía arreglo, y este caballero nos iba a ayudar. Yo sé que el gordo es ateo, pero yo creo que el pulento nos quiere caleta, porque siempre nos manda personas buenas y que nos ayudan muchísimo. Así que nuevamente y como siempre, nuestros buenos amigos se ofrecieron para ir a ayudar en lo que fuese necesario y casi como un TEAM de aventura, se ofrecieron para ayudar en el arreglo del furgón.
Era harta la pega y poco el tiempo, pero yo no perdía la fe; era harto lo que faltaba por hacer al auto, queríamos pintarlo, sacarle los asientos y ponerle una cama, una mesa; se supone que viviríamos allí un año entero, debía ser todo perfecto; faltaba la revisión técnica y el permiso de circulación, faltaban días también y yo mantenía la esperanza de pasar año nuevo con mis hermanas que tanto echaba de menos, quería tanto abrazar a mis sobrinos, tomarme una cerveza con mi hermano, regalonear con mi mami y hacer el asado que me prometió mi papi; pero faltaban dos días para el 31 de diciembre y faltaba tanto por hacer aún.
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