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“El viaje y su manera atípica de enseñarte cosas”...
Físicamente no me sentía morir, pero sí me parecía extraño esto de estar vomitando amarillo. Siendo súper honesta, lo primero que pensé es que estaba embarazada jaja pero no, lo segundo que pensé fue que algo me había caído mal al estómago, pero en la lógica médica que yo ocupo tendría que haber vomitado lo que me hizo mal (pa’ que cachen mi lógica médica poh jaja) y tercero, nah, no pensé nada más porque solo quería acostarme y no seguir vomitando.
Ya amanecía y yo ya había vomitado unas cuatro veces, el gordo tenía cara de preocupación, tenía cara de querer llevarme al hospital. La verdad verdadera que al primer vómito no me sentía mal, pero ya cuando iba como en la quinta vez ya no era tan divertido. Ya había amanecido y a mí me empezó a dar fiebre, cuando me tomé la temperatura y note que tenía 39 le dije al gordo: “Ya, llévame al hospital”, porque mi mamita siempre me ha dicho que la fiebre viene cuando algo de cuidado le pasa al cuerpo, y ahí hay que ir y verse no más.
Nos fuimos pal hospital más cercano, el que para nuestra suerte (bueh, quizás ni tanta suerte) estaba como a tres cuadras. Entré y me pidieron mis datos y me hicieron esperar un rato. Cuando finalmente entré me di cuenta que la sala de urgencia era pequeñita, cabían con cuea 4 personas; yo a esas alturas ya me sentía morir, tenía náuseas, apretaba con fuerza la bolsita “de emergencia” que llevaba en el bolsillo de mi parka y deseaba con todo mi ser ya no sentir frío (porque claramente ardía en fiebre). No sé si a ustedes les pasa, pero cuando me siento así como que “me quiero morir” lo único que pasa por mi cabeza es que mágicamente alguien me pegue un palo en la cabeza o que me desmaye, para no sentir dolor alguno, o que me inyecten morfina a la vena (siempre me acuerdo cuando me atropellaron en la bici y me inyectaron morfina y fue maravilloso jajaja), así mismito estaba yo ahí, sola en la sala de urgencias de un hospital de Quito, Ecuador. El gordo y la Sophy se quedaron afuera porque no podía entrar nadie, obvio poh, si la sala de urgencia era enana.
Finalmente una paramédico me condujo hasta un box de atención, me tomó los signos vitales y me dijo que esperara en la camilla a la doctora, unos minutos más tarde una doctora bien amorosa me preguntaba que qué sentía, qué donde me dolía y blah blah. Me tocó mi panza y analizó la situación, me dijo que mandaría a hacerme análisis, así que me tenían que sacar una muestra de sangre. Ya poh, todo tranqui, llegó la misma paramédico a tomar la muestra, yo caché que algo pasaba porque se maneó toda, fue a buscar a una enfermera y entre las dos tenía mi brazo y no podían sacar sangre, yo no valía niun peso, así que solo las miraba sin decir nada, hasta que de repente una dijo: “pero si acá está la vena, tienes que apretar un poco y listo”; no había terminado de decir eso cuando yo vi mi sangre salir como un chorro. “Me voy a desangrar!!!!”. La enfermera y la paramédico no conseguían que mi vena dejara de sangrar y en la camilla quedó tremenda posa de sangre, parecía asesinato la hueá. Me apretaron terriblemente fuerte mi bracito, aprovecharon de llenar todos sus pinches tubitos de ensayo y me dejaron ahí. Afortunadamente me pusieron suero y algo para el dolor, y como no articulaba palabras no dije nada y me quedé ahí tendida. Al rato hicieron pasar al gordo y a la Sophy. Obvio se asustaron al ver tremenda escena de película gore, pero solo dije que mi vena había explotado. Me acompañaron como una hora allí, hasta que volvió la doctora con los resultados de mis análisis. Diagnóstico: presunta apendicitis. MIERDA. Porque a miiiiiiii. Porque me tenía que dar apendicitis cuando no estoy en mi país, porque me tenía que pasar a mí, porque ahora, porque aquí, porque no está mi mami aquíiiiiiiii. Penita en mi corazón. Mire a Víctor y me dieron unas ganas de ponerme a llorar. No lo hice porque o si no Sophia se iba a preocupar y capaz nos poníamos a llorar todos.
La doctora me volvió a revisar, a mí solo me dolía mi panzita, así que comencé a pensar en que tal vez no era apendicitis porque si fuera me sentiría mucho peor, pero con el medicamento se me había pasado un poco. Me dijo que esperara una hora más, que me daría medicamento y no sé qué más a la vena, que si me volvía a dar fiebre o sentía dolor me iba a hacer nuevos análisis. Vino la misma paramédico y me chantó los medicamentos, ahí aproveché de dormir un rato (rato en que Sophia y Víctor me sacaron fotos, fotos que obvio JAMÁS publicaré). Una hora exacta después ya me sentía mucho mejor, volvió la doctora y dije que me sentía mejor, que tal vez algo me había caído mal al estómago y le conté que una semana antes había tenido un cuadro parecido en Máncora. Ella insistía en la apendicitis, pero a mí ya no me dolía nada. Me hizo firmar un consentimiento informado de que me iba bajo mi propio riesgo y que volviera si volvía a vomitar o si me daba fiebre o cualquier cosa.
Nos preparamos para salir y pasar por caja. AUSH. Palo en la cabeza la cuenta, cuenta del hospital en dólares, ahí cachamos que el hospital no era público. El hospital era como de la iglesia, así que igual cobraban y los chuchesumare´ cobraban caro. Pagamos y caminamos en silencio las tres cuadras hasta llegar al departamento. Me acosté, me acurruqué y no supe más del mundo. Creo que en ese rato Sophia y Victor fueron al supermercado, comieron algo y me trajeron gatored, gelatina, compota de pera y galletas de agua. Escuchaba entre sueños sus risas, sus peleas, escuchaba entre sueños que estaban preocupados y sentía a mi toti cuando me miraba dormir desde la puerta de la habitación. Desperté y ya era de noche, mis gordos miraban “el comandante”, les dije que me sentía mucho mejor, y que al día siguiente podíamos viajar.
Me dormí nuevamente y desperté temprano al día siguiente, me levanté y me duché. Sentía tanto cansancio, pero me di ánimos para continuar el viaje como lo habíamos programado. Salí de la ducha y el gordo y Sophia ya estaban despiertos, comenzamos los preparativos para partir nuevamente. A eso de las 10 de la mañana fuimos a despedirnos de Mariela y de la comunidad, dimos las gracias por recibirnos y contamos “la tragicómica” ida al hospital, nos contaron que en ese hospital diagnostican a todo mundo con apendicitis, como que es su emblema jaja. Besos y abrazos y tomamos rumbo hacia la terminal.
Tomamos el transporte público y llegamos a un terminal a las afueras de la ciudad, allí cotizamos un bus que salía hacia Tulcan: frontera con Colombia. El bus sale alrededor de 6 dólares (creo, no recuerdo bien, pero era barato) y el viaje dura unas 4 horas aprox. Si usted se marea en los viajes, como yo, le recomiendo dos cosas: o duerme todo el viaje (a mí no me cuesta, así que es mi opción) o se toma una pastillita para el mareo, la que venden en todos los terminales de buses; esta ruta, entre Quito y Tulcan, además de la ruta de Ipiales a Cali (en Colombia) deben ser las rutas más mareadoras que he viajado.
Tomamos el bus pasadas las 1 de la tarde, no diré mucho acerca del viaje (porque lo dormí casi todo jaja) lo único rescatable es que el paisaje es maravilloso, a lo largo de este camino encuentras muchos lugares que parecen sacados de una película: campos inmensos de verde profundo, mucha siembra, casa coloniales, soñao’ soñao’. El gordo me dijo que estuvo a punto de decirme que nos bajáramos y pidiéramos trabajo en alguna de las haciendas jaja. Lo otro es que en el bus iban muchos colombianos, en el asiento de adelante donde iba sentado el gordo iba una colombiana, como yo iba en modo “boca abierta durmiendo”, ni caché que venía haciéndose la linda con MI gordo, nah mentira, la chiquilla era simpática (bien coqueta la tonta, pero simpática) y estuvo instruyendo al gordo en los pasos a seguir cuando llegáramos a Tulcán. Así que cuando llegamos a la terminal le dijimos si quería compartir un taxi hasta la frontera. Accedió y ahí caché que era bien simpática (y bien coqueta como les dije antes, pero OJO acá, porque a las colombianas eso de la coquetería les sale natural, además que su acento es bien sabroso, entonces hasta a mí me gusta jaja), la cosa es que llegamos hasta la frontera juntos y nos dijo como seguir desde allí.
La frontera entre Ecuador y Colombia en ese sector está marcada por un puente que separa ambos edificios de migración. Primero pasamos a migración Ecuatoriana, timbrado de pasaporte, hoja de ingreso y timbre de salida. Listo. Luego la parte complicada: nos habían hablado de esta frontera y lo que nos dijeron fue “traten de no cruzar con tantas cosas y menos de noche porque es muy peligroso, les pueden robar todo”. Ahí como que no hicimos mucho caso porque evidentemente cargábamos con un montón de equipaje y más encima en Ecuador se oscurece temprano, así que prácticamente estaba oscuro. Fail. Cruzamos el puentecito, debo confesar que igual me dio un poco de miedito, pero no nos pasó nada. Al llegar al otro edificio de migración no tuvimos mayor problema, hicimos ingreso a Colombia: timbres, hoja de ingreso y listo.
Salimos del edificio y los taxistas nos bombardearon, también nos bombardearon quienes cambian plata. Ya sabíamos más o menos cuánto era el cambio, así que no perdimos plata al pasar de dólar a peso colombiano. Cuando llegamos ahí un taxista nos dijo que nos llevaba por 20 mil colombianos hasta Ipiales, luego al pedirle que nos llevara al terminal nos estaba cobrando 30 mil. “Ah no! Tú me dijiste que nos llevabas por 20 mil”, estaba realmente tostada. Me carga que los taxistas, vendedores y todo mundo te diga un precio y después lo cambie sólo porque se dio cuenta de que eres extranjero.
En fin, accedió a llevarnos por los 20 mil pesos (lo que es muy caro, pero como era de noche no teníamos otra forma de llegar al pueblo), nos subimos y nos dirigimos al pueblo. Empecé a sentir miedo cuando el taxi comenzó a meterse por callecitas oscuras, Víctor se dio cuenta que ese no era el camino y le preguntó al hombre, el taxista dijo que la calle principal la estaban arreglando así que había que tomar otro camino, ahí yo respiré en paz. Llegamos al terminal y cotizamos pasajes hacia Cali, nos encontramos nuevamente con Alejandra, la colombiana del bus, y nos recomendó una empresa de buses que daba cena y frazadas, no nos calentamos mucho la cabeza en eso y finalmente escogimos otro bus. Ya estaba saliendo y sólo nos esperó porque el gordo no había pagado los pasajes y estaba sacando plata de un cajero, nos subimos y el bus era pulento, hasta toma corrientes tenía. Como les mencioné en alguna oportunidad el camino es un asco, no por las condiciones de la carretera, es por las vueltas, las incontables curvas cerradas y peligrosas de esa ruta. Así que imaginen que “disfrute” un montón el viaje. Intenté dormir, pero como ya había dormido el viaje anterior no tenía tanto sueño, al rato del viaje el bus paró en una ciudad llamada Pasto; allí el gordo se bajó y compró algo para comer y a mí me compró jaleita, porque la guatita aún estaba más o menos.
Seguimos en viaje y logré conciliar el sueño, hasta pasadas las 6 de la mañana cuando amaneció y vi por las ventanas del bus que nos aproximábamos a una ciudad: Cali. Arribamos a la terminal a eso de las 7 AM, la terminal es enorme: tres pisos de tiendas, locales de comida, venta de pasajes, transporte al aeropuerto y hasta un supermercado. Nos quedamos allí decidiendo qué hacer, cotizamos pasajes hacia Medellín (ya que nuestra meta era llegar pronto a Montería, donde nos esperaban) y los buses sólo salían de noche, ¿qué hacer? Resignación. Compramos pasajes para esa misma noche y decidimos quedarnos en la terminal. Dirán ustedes ¿por qué no salir a conocer la ciudad? Uno: porque estábamos un poco lejos de todo, dos: estábamos MUY cansados del viaje y tres: el guarda equipaje era SÚPER caro, 3 mil pesos (alrededor de 800 pesos chilenos) por cada maleta y/o bulto: carozzi. Así que nos quedamos ahí, sentados en la terminal mirándonos las caras, cansados, no podíamos tendernos en los asientos porque veía “la policía terminal” y nos decía amablemente que no podíamos estar “echados”, “solo se permite sentarse”. Así que ni modo, nos quedamos allí, compramos algo para comer y nos resignamos a jugar cartas y contarnos historias. Acepto que la mañana fue larga, pero la tarde se pasó más rápidamente. Finalmente llegó la hora de abordar el bus, hicimos la fila correspondiente y nos subimos. El viaje fue tranquilo, la ruta fue igual: curvas, curvas y más curvas. Oí a lo lejos gente vomitar, uno tras otro, menos mal ninguno de nosotros se rindió al mareo. Cerca de las 4:30 de la madrugada llegamos a Medellín, terminal sur. Nos bajamos no cachando mucho lo que pasaba, consultamos la forma de llegar a Montería y nos dijeron que debíamos ir a otro terminal, en el norte. Así que nos hicimos el ánimo de partir hacia allá. Pensamos en tomar un uber, pero fuera del terminal había un mar de taxistas, podría ser peligroso (es sabido que taxistas y uber tienen una disputa por los pasajeros, así que mejor era no arriesgarse) y aunque uber era más barato, no fuimos en taxi, que nos cobró 15 mil pesos colombianos (unos 3.500 pesos chilenos)
Cruzamos Medellín, vimos las calles desiertas en la madrugada colombiana, vimos los parques abandonados y el transporte público que comenzaba a funcionar. Llegamos a otro terminal, bajamos y buscamos pasajes, afortunadamente encontramos: 7AM. Faltaba poco. Compramos un café y galletas y abordamos el bus. En nuestras caras se notaba el cansancio. La toti tenía ojeras, “tengo sueño” me decía y yo la consolaba diciendo que apenas subiéramos al bus nos íbamos a dormir. Al abordar el bus se subió el típico vendedor y nos rendimos ante él porque vendía chocolates. Finalmente tomamos ruta rumbo a Montería. Dormimos la mayor parte de la mañana, luego despertamos y cachamos que el bus tenía wifi, así que aprovechamos y e intentamos hablar con todo mundo, resultó con mi hermana Cecilia e intentamos hacer una videollamada, pero finalmente solo pudimos enviarnos audios y fotos, lo que se sintió muy bien, porque hablar con la familia hace que uno no se sienta tan lejos. Luego de eso me volví a dormir y de repente sentí al gordo despertarme: “llegamos, hay que bajarse”. Me bajé medio atontada y lo primero que vi al pisar el suelo fue una iguanota (porque la hueá era enorme) y ahí despailé para darme cuenta que hacía calor, MUCHO calor.
Entramos a la terminal e intentamos encontrar señal de wifi para contactarnos con Darwin, el amigo de Víctor que nos esperaba en Montería, encontramos una, pero Darwin no contestaba. Hace calor, estamos cansadísimos, por favor Darwin contesta tu celular!
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