#costumbres atrofiadas
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choconutellaflipspirulin · 7 years ago
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Por lo general, nunca me ha gustado festejar carnaval, no le encuentro lógica. Pienso que sería mejor, si por una vez al año, en vez de colocarnos más disfraces y máscaras, sacáramos a la luz nuestra verdadera identidad. Solo piénsenlo, tiene mucho más sentido, no dejaríamos de ser diferentes y poco comunes, dejaríamos de ser una completa mentira.
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lilietherly · 5 years ago
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[MiniFic! Mystrade]
Basado en los personajes de Granada TV.
Hurt/Confort.
Novena parte ❤️
Décima parte.
Décimo primera parte ❤️
(Primero debo aclarar que tal vez este capítulo trate sobre temas que requieran de una mente abierta y comprensiva. No entiendo realmente si es necesario dar está advertencia, pero de todas formas, por si las dudas, aquí están.)
(Por ahora tengo una opción para el título de esta historia que quizá tome un poco de sentido con esta parte y con los planes que tengo para el futuro. No es definitivo, pero tal vez sí o se acerque lo suficiente 😚 "Insulto" 💜)
(Oh, el capítulo de hoy definitivamente tiene título, lo tengo desde el segundo capítulo y esperé mucho por llegar a este punto, entonces, espero que te guste 😄)
* * *
El señor Holmes tomaba sus labios tal cual se tratase de una dulce caricia. Lo que aunado a sus poderosos brazos rodeándolo con tanta adoración como parecía ser capaz de notar, aumentaba su empeño por hacerlo regresar a él en cuanto se alejara. Y sin fallar una vez, Mycroft volvía. No quería que lo soltara, no quería verse separado de su calor.
Se acercaban miles de preguntas, acusaciones persiguiéndolo en el exterior de esa delicada burbuja.
Dilemas que sabía originarse desde aquella dulzura, esa adoración, ese toque lento sobre su boca. Sumado inconexo el haber apenas rechazado el ansia de disparar a quien conocía desde el inicio de su carrera, lo que Gregson pensó en hacerle, y el daño irreparable del enamoramiento que Lestrade nunca fue capaz de ver o imaginar, la desesperación, su miedo… ¡Moriría! En cuanto Mycroft se cansara de satisfacer su capricho los acontecimientos caerían en un vació donde —se supone— su mente preparada para situaciones de tal peso arrojaría sin dudar al infinito cualquier parte de su sentir contrariado.
Se preguntó entonces la razón de continuar atrasando lo obvio. ¿Quizá la fragilidad liberada bajo el toque de ese hombre le hacía querer dar un paso atrás? Apenas fue consciente del tiempo que pasó enredado en esa maravillosa boca, inverosímil darle relevancia, mantuvo las cavilaciones en el objetivo de no hacerlo regresar al separarse de nuevo, aún si lo quería cien años. Respiraban agitados, admiró sin algún sentimiento entrometido el deseo crudo en esos fríos ojos grises y sus ya hinchados labios de ocre rosado que, al saberse con su atención, no dudaron en pulirse ayudados de una insolente deliciosa lengua.
Los siguientes pensamientos e ideas desaparecieron un instante, su mente atestada en emociones opuestas lo redujeron a un eunuco, sin mayor fuerza para decir algo y limitándolo a asentir hacia el ofrecimiento de Mycroft sobre prepararle un baño. ¿Y por qué un gesto simple como aquel dejaba caer sobre sus hombros tanto peso? Verse siendo colocado en el sofá como si fuera él una especie de estatuilla de porcelana no consiguió el efecto que seguramente Mycroft imaginaba dar. Una ola tempestuosa cubrió a Greg.
Quiso gritarle, quiso insultarlo.
¿Por qué lo trataba de ese modo? ¿Por qué esa delicada cortesía? ¿Acaso no veía en Lestrade un hombre que pudiera componerse solo? ¿Que lograra estar —metafóricamente hablando— sobre sus pies sin ayuda? Casi podía ver a su padre, con aquel ceño amenazante y una vara entre sus manos callosas, gritándole en medio de injurias la forma correcta en que debería actuar un verdadero hombre. Un hombre que debió matar a quien intentó abusarlo, que debía desposar a una mujer, hacerle parir diez hijos y no tener con otro hombre alguna relación alejada de la cordial amistad. ¿Y ser tratado además de esa forma?
Pese a estar al borde de la situación, conservaba todavía en la mente atrofiada el claro saber de cuánto odiaba a su padre, su débil fuerza le obligaba a resistir, si se equivocó de tantas maneras distintas, ¿por qué ahora no? Ya faltaba a la ley, ¿por qué no comportarse como un hombre de verdad le causaba tanto conflicto? A estas alturas podría ser muy tarde, al punto de lo imposible, negar ese placer, ese disfrute en su cuerpo al sentirse indefenso y seguro en el apretado abrazo de Mycroft, aun así, en cada recuerdo o nítida emoción, los golpes de lo que debería ser explotaban con estruendo en su cabeza, repitiendo diez, cincuenta y cien veces su equivocación. Atacaban su cuerpo de la peor forma, ya sean azotes dolorosos de los que no tenía la capacidad de defenderse usando las manos o gritos que escucharía aun de cubrirse los oídos.
Eso no es un hombre. Un hombre no debe sentirse frágil. Un hombre debe saber apuntar a otro y disparar a matar. Un hombre no debería besar a otro. Un hombre no debe amar a otro.
Aullaba la voz en su interior, golpeando su espíritu y haciéndole perder la capacidad de razonar. Se volvió un absurdo rechazar la culpa al saberse amado, confortable y delicado. No debían ser emociones que un hombre de verdad sintiera en toda su vida. Que él lo consiguiera luego de tan simples detonantes lo colocaba en el último de los eslabones, no un simple error, una abominación. ¿No le bastaba con verse atraído hacia los hombres? ¿También se conmovía como una mujer? ¿Y por qué, en los infiernos que ya le esperaban, de modo alguno se arrepentía?
¿Por qué se sentía bien?
Dolía más el recuerdo de todo cuanto le habían enseñado, la humillación y las reglas que el resto del mundo insistía tanto en seguir a la perfección. Pero cada herida, cada palabra, en ningún momento echaría a un lado la sublime emoción de tener a ese gran hombre manejándose a su alrededor de tan idílica manera.
Dolía más el recuerdo de todo cuanto le habían enseñado, porque en su mente, en su corazón, luchaba contra sus cadenas el feroz anhelo de entender, de saber lo irrelevante que se volvía tal maraña de conocimiento al enfrentarse contra el más claro e impoluto sentir que hubiera descubierto en su vida. Podría combatir mil batallas si lo quisiera, podría reproducir en su cabeza infinitas veces las palabras de su padre, de la sociedad, sin embargo, y tanto como recordaba la disputa frente a su predilección hacia su mismo sexo, entendía claramente que al final… iba a perder.
Consistía cada fragmento en una emoción nueva e inexplorada, nunca nadie llegaría a un punto siquiera parecido, capaz de provocarle tal nivel de dudas, preguntas y revelaciones sobre su ser, sobre su yo. Rendirse ante lo que apenas se abría frente a sus ojos no sería fácil, sin embargo a su alrededor tenía la provocación absoluta del caballero que se mostraba dispuesto a extraer el menor de sus detalles; la avidez del hallazgo y la aventura, inclusive el temor que traería, lo dejaban muy adelantado en la batalla. Casi advirtiéndole quién llevaba las de ganar. Hasta la siguiente ocasión, le restaba el dolor de cabeza, quizá una debida advertencia hacia lo que pronto descubriría, como un explorador a una selva virgen, los primeros encuentros de esos nuevos —fascinantes y extraños— especímenes.
Lo recorrió un estremecimiento al escuchar su nombre ser clamado desde el pasillo a sus espaldas, salió disparado de su estupor. Mantuvo la conversación dentro de los límites de lo estrictamente necesario, con toda esa inteligencia seguro no fue difícil para Mycroft mirar el conflicto interno a través de sus ojos, correspondiente a ello, tampoco le hizo hablar demasiado. Agradeció su ayuda al dejarlo en la puerta del baño y lo despidió adecuadamente antes de cerrar. En efecto, fue llevado en brazos. Aceptar la idea de que comenzaba a gustarle esa acción fue un trago ácido y dulzón con ciertas notas de vergüenza.
En definitiva se hallaba rodeado de las peores condiciones para pensar a profundidad, el cansancio lo superaba, ni siquiera se imaginaría al poderoso Mycroft Holmes buscando entre su armario y encontrando la toalla, la bata, el camisón y la ropa interior que aguardaban en una pila sobre el lavabo. Tomó su baño, devanándose la mente por no recordar esas manos anchas contra su cuerpo, los movimientos suaves, la calidez, el sabor de su boca. Falló. Minutos después, una vez gastadas sus últimas fuerzas en hacer bailar de arriba abajo a su mano derecha, hizo malabares para conseguir vestirse sin apoyar el pie en el suelo. Descansaban ahí sus pantuflas, al colocárselas siseó al notar que el dolor aumentaba si sostenía en la pierna su peso.
Finalmente salió del baño, Mycroft lo llevó a su habitación, durmió antes de tocar la almohada. Tuvo una pesadilla, su padre confabulado con Charles para asesinarlo, y un sueño que, aun si no recordaría al amanecer, volcó sobre su mente intranquila una paz incalculable, la imagen fue simple, él y el señor Gran Hombre de ojos niebla sonriendo juntos a través de una ventana teñida por un cálido atardecer.
La primera luz de la mañana iluminó a un Greg casi terminando de vestirse. Incluso ahora que convenía prestar atención a asuntos de verdad imprescindibles sumado a su trabajo relegado a atender un único caso, evitar una costumbre arraigada durante casi toda la vida se le antojaba una locura quizá mayor a lo que seguramente el día ya se disponía a traerle. Puesto que nunca se casó y su salario no se prestaba para contratar una cocinera —en la casita heredada de su madre no venía incluida esa clase de lujos—, despertar temprano era una obligación si quería tener algo en el estómago el resto del día.
Mientras avanzaba de forma risible a la sala, intentando guardar silencio ya que podía oír tenues ronquidos al otro lado del pasillo, llegó a los tres escalones que lo separaban de la cocina. ¿Quién fue el encargado de diseñar la casa? El acceso a aquella parte específica resultaba en extremo complicado para un hombre cojo. Al superar el obstáculo y decidir el menú —tocino, huevos, papas, verduras, avena, pan y té, deberían bastar para los dos—, una pregunta curiosa lo asaltó: ¿por qué el doctor Evans no llegó la noche anterior?
Podría ser toda una suerte que Mycroft no presentara heridas de gravedad aparte de los ligeros raspones o moretones en su blanca piel. Por su parte el dolor en la pierna desaparecía y aparecía, superando diez veces al de su vientre y hombro, seguro que algo para calmarlo le vendría muy bien. Dio un agradecimiento silencioso por no ver interrumpida la magnífica sesión de besos o su consecuente monólogo interno sobre… ¿Fue acaso interceptado? Con lo nefasto que se comportó, seguro Gregson se encargó de enviar al tonto entre los tontos de los oficiales y no resultó difícil para los secuaces de Charles impedir que llegara la ayuda. Obviamente habría resultado mejor seguirlos hasta la pequeña casa y terminar a Greg en ese instante, sabiendo que su perseguidor guardaba un cerebro útil dentro de su cráneo, en realidad se le hacía demasiado fácil creer que Gregson no envió a nadie.
Enojado, terminó con el tocino y los huevos. Tal vez debió haberle disparado en un maldito pie.
Sin nada que perder se arrepentía de no haberlo hecho. De todas formas el hombre se delataría si contara la verdadera razón de su salida apresurada, aun siendo estúpido entendería el básico concepto. Conforme más lo pensaba, más se lamentaba de no haberle disparado. Pensó mandar un mensaje con alguno de los oficiales comandados en las rondas fuera de la casa, pidiendo por el doctor y sus archivos, los que le mandaron, aun si apenas les echó solo un vistazo antes de salir de la habitación, no eran suficientes. Salieron las verduras, revisando las papas escuchó el sonido de una puerta abrirse. Limpió sus manos en el mandil blanco atado alrededor de su vientre, antes de ir a la cocina rescató el arma del sofá, en donde fue abandonada irresponsablemente, dejándola descansar dentro de su saco. Colgaba en una silla en la esquina del lugar, atenta en caso de ser requerida.
Al notar que el ruido provenía de dentro continuó su tarea. Ya levantado de la cama, Mycroft pronto llegaría a la cocina, atraído por los aromas o quizá por él. Tragó con fuerza, de repente nervioso. Llegado a cierto acuerdo consigo mismo todavía no se creía capaz de enfrentarse a esos ojos grises, a su apellido o a cada magnífica emoción obtenida de sus grandes manos. Iba a encararlo en algún momento, lo sabía, en cambio, estando su corazón latiendo casi fuera de su pecho, sintiéndose expuesto, solo le apetecía un poco más de soledad.
La puerta del baño se cerró y Greg exhaló casi como si le hubieran dicho que Charles murió de repente. Con lo aseado e impoluto que apareció frente a sus ojos en lo que parecían ser años, seguro se tomaría su tiempo. De tener suerte, le alcanzaría para calmarse, retomar un latir suave y no comportarse como si pudiera besar el suelo bajo sus pies. Impulso aumentado luego de pensar en Mycroft sosteniendo su cuerpo encendido ante la pasión sin control que se extendió sin traba, cubriéndolo fácilmente, después de haber sido acariciado la noche anterior.
El recordar que sin decir palabra el gran hombre terminó eliminado de su piel toda sensación de manos ajenas, cumpliendo el objetivo como si estuviera haciéndolo suyo, porque así era, sin remedio aumentaba su rubor de timidez. Percibió el regreso de aquel conflicto, a pesar de no tener ya tanto peso, permanecían las dificultades de aceptar sensaciones tan cautivadoras a la par de extrañas contra la vida o la realidad que conocía. Abierto a lo que comenzaba a revelarse, deseó que las heridas en su alma sanaran bajo el dulce actuar de Mycroft. Quizá no debería otorgarle tanto poder, pero lo supo desde un principio, se trataba de un hombre en quien podía confiar, en quien podía dejarse caer, quien sin lugar a dudas lo resguardaría protectoramente, lo mantendría a salvo. ¡Y como si no lo hubiera demostrado ya!
Sonriente mezcló un poco de levadura, leche, harina y azúcar.
¿Cómo Gregson tuvo tal osadía? Intentaba competir con su estupidez frente al hombre que en dos encuentros tomó su corazón y su primer beso. Pudo haber ganado su primer acercamiento sexual, cuando Lestrade casi rogó por las manos de Mycroft, nada se comparaba. Sumado a cada una de esas nuevas ricas sensaciones, los descubrimientos y el anhelo provocado, ¿cómo se pensaba un rival digno? Al señor Gran Hombre ya pertenecía, nadie más ocupaba los pensamientos de Greg o acaparaba un ápice la sensibilidad de su piel, no hacía falta ser un genio para saberlo.
(Ahhh, 2108 palabras 😚, no puedo creer que pueda hacer capítulos tan largos comparándolos con mis pequeños estándares 😊. ¿Y? ¿Qué te pareció? Es un tema algo delicado pero aun así quise tocarlo, necesitaba hacerlo, espero estar dándole forma a mi Lestrade de la manera correcta 🤔. Dime lo que opinas, ¿ok? No hay problema con lo que tengas que decir 😄)
(Muchas gracias por leer y perdón por las fallas ortográficas, la historia aún se está construyendo y hay cosas que se están cambiando así que omítelas por ahora. Yo me despido, ciao, te quiero 😘❤️💕💞✨)
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sergeant-e · 8 years ago
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Incluso cuando el ascensor está ahí en el momento en que sale al pasillo, las puertas argénteas abiertas de par en par que lo invitan con todo empeño a cortar camino, Sergeant elige descender las cuatro plantas que lo separan del recibidor del edificio usando las escaleras. A casi una semana de haber iniciado un paréntesis en la rutina de ejercicio a la que está acostumbrado (por Jason, más que nada, porque en las pocas ocasiones en que pasa los días de semana en su casa la rutina cambia rotundamente: el día se pierde rapidísimo, se van las horas entre el trabajo y la guardería, planear las comidas, juegos, paseos, estar junto a él tanto como sea posible… después prácticamente nada de ímpetu queda para dedicar a ese lujo que constituye un poco de tiempo para él), la necesidad de salir y dejar ir toda es energía atrofiada llega a niveles insospechados. A la llave electrónica, que previamente apoya sobre el dispositivo de lectura hasta que emite éste un corto pitido avisándole que puede ya tirar de la puerta hacia adentro, la guarda más tarde en un bolsillo del pantalón deportivo, junto a la del departamento, y sube el cierre. Pese a que en la calle hace frío y lo percibe presionándose contra sí de inmediato al salir, la camiseta térmica cuyo reparo no sabe aún hacer milagros, desiste de la idea de regresar a buscar otro abrigo y simplemente camina. Atravesando un tramo ínfimo de la calle Canal, que corre en perpendicular a Washington, sobre la que su vivienda está al cuatrocientos, se topa de frente con el recorrido para viandantes a un lado de la autopista West Side. Del otro lado del río Hudson, Jersey se erige como un panorama poco vistoso: de ahí que apenas levante la vista al seguir adelante, dando los primeros pasos tímidos del camino que lo espera. Manteniéndose fuera del trayecto demarcado por un par de ciclistas que pasan a su lado, Eliot enciende la radio, que por monótono que resulte suele ser de amplitud modulada, y desenreda con cuidado el cable níveo de los auriculares. Al celular lo mete en otro bolsillo y se pone los audífonos: sólo entonces comienza a trotar. 
En tanto que la respiración va acompasándose de a poco, Eliot da un trago a la botellita de agua mineral y avanza en calma otro par de metros. Es sólo después de aguzar el oído para escuchar, empujado por la mera costumbre, la voz de la locutora anunciando la hora, temperatura y el estado del tránsito en la ciudad, que se quita los auriculares y les permite descansar colgando cerca del pecho. Algo más tarde saca el celular del bolsillo y echando un vistazo a la hora corrobora que le ha llevado alrededor de veinticinco minutos devorar los cinco kilómetros que separan su hogar de Central Park. Nada mal. Después de guardar nuevamente el aparato, el cierre que sube con cuidado, se lleva una mano al pelo y lo echa hacia atrás como distraído. Piensa que podría seguir subiendo en dirección norte hasta llegar al embalse y desde ahí emprender la vuelta a casa, porque después de todo es temprano y no hay, que ahora mismo recuerde, ningún asunto que deba atender de forma urgente. Entretanto se esfuerza por inhalar y exhalar con lentitud, más que nada para brindarle un poco de sosiego al pulso embravecido y la respiración intranquila, sigue caminando. Al girar en la próxima intersección de caminos se ve obligado a esquivar una bicicleta a último momento y, ya harto de la confrontación constante, toma otro camino que a primera vista luce menos transitado. Por ahí camina unos cuantos metros, el celular vibra y resulta ser una nota de voz de Carmen que hace que (porque se puede imaginar su contenido sin oírla siquiera) Eliot se pregunte qué mierda habrá dicho el presidente en funciones ahora para hacerle hervir la sangre a Contreras. No está seguro de querer saberlo tan temprano. En su lugar, abre Instagram y el resumen de notificaciones. Ve un par de me gusta en una foto reciente de Jas jugando con papel y un par de marcadores de colores, una solicitud de seguimiento que ignora, y después se dedica a observar el inicio. ¿Interesante? Casi nada. Alza la vista al pasar junto a una banca de las tantas desparramadas por todo el parque y, aunque de sentarse pasa, algo en ella le llama la atención. Mira sobre el hombro de nuevo y casi, casi, sonríe. Se detiene un instante y a ella la señala con un gesto de la mano que sostiene la botella. ¿Cuál era su...?— Nora, ¿verdad?
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estrellasyletras · 5 years ago
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Nunca eh sido una buena compañera de vida, por lo general la gente se aleja de mi, probablemente sea porque hay mejores personas obviamente.
Hace poco más de un año me enamoré y pensé que sería algo grande, me enamoré tontamente de nuevo pero esta vez concluyó algo más ... Por una primera y única vez, sentí que alguien me amaba... Y totalmente me entregué a algo que no era, estúpida la manera en la que actúe, probablemente sea el menor de mis problemas, ahora cada que me miró veo en mi reflejo a una persona acabada, terminada y en muy mal estado.
Qué clase de persona quisiera estar con alguien que cada día se ve y se siente peor... Aún no entiendo a mis 22 años no lo entiendo... No entiendo eso de amarse a uno mismo... Cómo haces eso, si no puedo hacer que alguien me ame... Cómo hacerlo yo mismo.
Después de mucho tiempo que estamos juntos, ah comenzado eso que temía tanto, eso a lo que las personas llaman costumbre, para mí mala suerte en esto, ya llegó a mi vida, es triste porque ya no es igual, dejo de mirarme, de besarme incluso de tocarme, probablemente le de asco mi estado
Estamos entrando a una etapa difícil en nuestra vida en la que de verdad no sé si podré salir de esto... Me siento confundida y solemnemente atrofiada, no puedo hacerlo sola, y pensé que estaría en mi camino cuando esto pasará y pensé que ambos nos ayudariamos... Pero creo que no podrá ser así... No puedo hacerlo
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carrouselmelody · 6 years ago
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supongo que minimizarme,
usarme de costumbre,
como ese suéter favorito que no tienes miedo a manchar,
porque sabes que aguantará, siempre.
porque creé esta fauna,
aquí, con tus raíces,
y cuando el cuerpo me pide agua
me das unas gotas tristes para todo un bosque.
mendigo amor en cronologías antiguas,
tengo un universo creciendo dentro
que necesita sentir materia viva,
que me necesita digna en la aureola de la dicha.
no entiendo porqué
porqué a todo el mundo que le doy magia
me la devuelven con acentos de desdén,
como si no pudiera ser atrofiada por la nostalgia.
me dan un té frío y me acusan de calumnias
¿acaso es costumbre de todos andar en penumbras?
soldado de batallas que nunca gané
y ahora me quedo en la laguna que siempre odié.
tus manos pálidas recorren mi mejilla,
y derrito témpanos que salen de tu boca
¿soy yo, corazón? ¿o es el miedo del que te han hablado?
me es irrelevante el mundo y sus prejuicios, olvidé como en la modernidad es ser amado.
ruego desaparecer de su vista a veces,
tomar a mi niña y enseñarle a que nadie le haga sentir
como ese suéter viejo
desteñido, allí en el rincón de tu habitación
que en las noches de escarcha te hace sentir
el abrazo más ténue
de todo el invierno que has creado por ti mismo.
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smile-for-n-ever · 7 years ago
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¡Qué día! ¿Cómo podría definirlo? Ahora no podría pensar en una palabra en especifico porque realmente estoy tan anonadada que no puedo pensar más allá de lo que mi inmensa felicidad puede permitirme. La euforia no me deja en una posición fija sin que me impulse a querer bailar y saltar en una total descordinación sin importarme qué comentarios pueda recibir. Hoy no importa. Mi alma es la que está llena de un color tan...¿Amarillo? Pongamos que es ese el color que se vería en caso de que mi alegría pudiese salir de mi cuerpo y dar presencia para confirmar lo que tanto estoy parloteando. ¿Qué puedo decir? No quiero pensar en lo malo ¡Aleluya!. ¿Quién lo pensaría? La amargura salió de paseo y no le deseo pronto regreso. Puede morir si así lo desea porque estoy teniendo los impulsos necesarios para poder afrontar hasta la misma crisis de la que hable hace poco. Es raro, sí. Que mi ser cambie con tanta velocidad. Pero tampoco importa, porque estoy acostumbrada. Porque soy confidente de la metamorfosis constante a la que yo misma me someto en miles de ocasiones. Mi mente está más allá de lo que puedo comprender entonces mi coherencia está más atrofiada que de costumbre, pero, ¡al demonio! ¿Quién es líder de mi miedo en el segundo que te tardas en leer esto? ¡Exacto! Nadie. Porque nadie me fue capaz de destruir mi convicción para resolver uno de mis tantos problemas. No es que deje de escribir cosas tristes porque es cierto que volverán y tengo un par de tonterías de ese sentimiento para compartir que aún no he terminado. Soy peculiar, lo sé. O más común de lo que puedes creer.
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cubaverdad · 8 years ago
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Otro día de madre(s)
Otro día de madre(s) Pocas fechas hay tan buenas en Cuba para medir la escasez Domingo, mayo 14, 2017 | Pedro Manuel González Reinoso VILLA CLARA, Cuba.- Buscar esta semana y no encontrar por lado alguno un regalo útil, hermoso, y sobre todo importante; que sea costeable y que la buena (y la mangrina) mamá agradezca sin poner caritas ni amenazar con dejar al núcleo familiar hambriento en ascuas sobre la mesa, es, por designio celestial, "tarea de todos". Para comenzar, desaparecieron hace mucho de muchos lados (no sabemos si del Reparto Siboney o 5ta y 42 también) las chucherías y las golosinas que encantarían a mujeres sencillas hartas desde su fundación del cotidiano "cocinaíto" ―fueran baratas o caras―, las galleticas dulces de importación y las saladas irrompibles de producción nacional, ¡los helados! que no se divisan ―ni en divisas― desde la última glaciación, y la leche (en polvo), postremo recurso para el humilde que consiguió los dineros con que hacer rumiar estas vacas flacas de la sequía, se perdió el brillo del papel aluminado y ahora vienen ―cuando vienen las muy cabronas― en unas bolsas ocre e inmirables que invitan a desterrarlas inmediatamente de enfrente. Porque si las concedes, las das como presente a tu peor amiga/mejor enemiga, habrás de rescatar al decorador empírico que todos tenemos dentro, camuflando aunque sea con bolígrafo tan pálida envoltura. Indagar en ―los demás lados que falte― dónde han quedado regados los vestigios del otrora "buen gusto" del pueblo de Cuba a la hora de adquirir cacharros con los que conferirse momentánea felicidad, e inmunizar a otros con la extraviada nobleza del trato recíproco más las buenas costumbres que hicieron de este país sitio encomiable, solidario con donaire, constituye pues otro reto inenarrable. Los antagonistas de moda: cuentapropistas y las tiendas, lo mismo en "divisas" que en pesos "cubanos (escindidos artificialmente por la "autoridad", como si ambos no fueran igual de inservibles en su papel de moneda baldía en una nación atrofiada) andan desesperados por vender y vender… hasta la frivolidad. Y lo consiguen, no obstante, pues contamos con un pueblo enérgico y viril que llora… cuando le pasan la cuenta. Moñas ridículas de flores de artificio que claman por dedicaciones post mortem, yesos absurdamente supra coloreados con animales místicos/mixtos, artículos inconexos de la peor bisutería de hojalata/plástico/incomodidad, bolsas de celofán convoyadas con aseos personales escogidos por gente ducha en no bañarse y perfumarse, cintas y lazos alegóricos de algún desfile rococó en plena parada militar, y alguna bebida edulcorante con maíces saltarines en las brasas incluidos que evocan a la familia Borgia (¿arsénico y encajes?), te aturden indiscriminadamente de un tirón en estas fechas vulgares, y te derrotan como un mequetrefe en el acto pueril de contemplarlos. Las horrendas postales floridas que oferta Correos de Cuba para felicitar a nuestras progenitoras con nuevas arborescencias antiecológicas prohijadas por tijeras y cizallas, prometen llegar el mismo día a sus destinatarias (y destinatarios, aclaro, porque hay hombres que se sienten tremendamente madres) o tal vez lleguen, olorosas a cartero jadeante de pedalear y mustias ya en el fondo del jolongo manoseado, pero dos pisos más arriba o tres cuadras más allá, y al día siguiente sean dadas, no el maternal domingo. Así alguien las confunda bajo nombre homologado en dirección errada. O el jerarca del CDR encargado en distribuirlas por subordinación zonal, equivoque los rumbos de la cartulina tras haber bebido un tin la víspera (en la cadena "Rumbos" precisamente, ya que vino un pariente "de afuera" y no precisó echar mano esta vez al esmirriado fondo del comité destinado a coronar cuando se muere un combatiente). Nada, que este domingo haremos todos los nacidos ―y los que están por nacer― una gran cadena de oración por nuestras viejitas alicaídas, timoratas y desprovistas del regalo decoroso/decorado que merecen, elevando al ser supremo nuestras mundanas plegarias, para que los años que resten por vivir aquí debajo nos sean mejores, pasables e impere la lógica dinámica en los días sobre la irracionalidad estatuida. Para que se acabe por resolución moral ―y humanitaria― el kitsch que enseñorea nuestras almas sin escrúpulos, garbo ni permiso, y en el nombre de todos los tiempos futuros de la patria hoy desflorada e hiperbólica. Así sea, amén. Source: Otro día de madre(s) CubanetCubanet - http://ift.tt/2pLrnic via Blogger http://ift.tt/2pLxLWA
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latikobe · 8 years ago
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Otro día de madre(s)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
VILLA CLARA, Cuba.- Buscar esta semana y no encontrar por lado alguno un regalo útil, hermoso, y sobre todo importante; que sea costeable y que la buena (y la mangrina) mamá agradezca sin poner caritas ni amenazar con dejar al núcleo familiar hambriento en ascuas sobre la mesa, es, por designio celestial, “tarea de todos”.
Para comenzar, desaparecieron hace mucho de muchos lados (no sabemos si del Reparto Siboney o 5ta y 42 también) las chucherías y las golosinas que encantarían a mujeres sencillas hartas desde su fundación del cotidiano “cocinaíto” ―fueran baratas o caras―, las galleticas dulces de importación y las saladas irrompibles de producción nacional, ¡los helados! que no se divisan ―ni en divisas― desde la última glaciación, y la leche (en polvo), postremo recurso para el humilde que consiguió los dineros con que hacer rumiar estas vacas flacas de la sequía, se perdió el brillo del papel aluminado y ahora vienen ―cuando vienen las muy cabronas― en unas bolsas ocre e inmirables que invitan a desterrarlas inmediatamente de enfrente. Porque si las concedes, las das como presente a tu peor amiga/mejor enemiga, habrás de rescatar al decorador empírico que todos tenemos dentro, camuflando aunque sea con bolígrafo tan pálida envoltura.
Indagar en ―los demás lados que falte― dónde han quedado regados los vestigios del otrora “buen gusto” del pueblo de Cuba a la hora de adquirir cacharros con los que conferirse momentánea felicidad, e inmunizar a otros con la extraviada nobleza del trato recíproco más las buenas costumbres que hicieron de este país sitio encomiable, solidario con donaire, constituye pues otro reto inenarrable.
Los antagonistas de moda: cuentapropistas y las tiendas, lo mismo en “divisas” que en pesos “cubanos (escindidos artificialmente por la “autoridad”, como si ambos no fueran igual de inservibles en su papel de moneda baldía en una nación atrofiada) andan desesperados por vender y vender… hasta la frivolidad. Y lo consiguen, no obstante, pues contamos con un pueblo enérgico y viril que llora… cuando le pasan la cuenta.
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
(Foto: Pedro M. González)
Moñas ridículas de flores de artificio que claman por dedicaciones post mortem, yesos absurdamente supra coloreados con animales místicos/mixtos, artículos inconexos de la peor bisutería de hojalata/plástico/incomodidad, bolsas de celofán convoyadas con aseos personales escogidos por gente ducha en no bañarse y perfumarse, cintas y lazos alegóricos de algún desfile rococó en plena parada militar, y alguna bebida edulcorante con maíces saltarines en las brasas incluidos que evocan a la familia Borgia (¿arsénico y encajes?), te aturden indiscriminadamente de un tirón en estas fechas vulgares, y te derrotan como un mequetrefe en el acto pueril de contemplarlos.
Las horrendas postales floridas que oferta Correos de Cuba para felicitar a nuestras progenitoras con nuevas arborescencias antiecológicas prohijadas por tijeras y cizallas, prometen llegar el mismo día a sus destinatarias (y destinatarios, aclaro, porque hay hombres que se sienten tremendamente madres) o tal vez lleguen, olorosas a cartero jadeante de pedalear y mustias ya en el fondo del jolongo manoseado, pero dos pisos más arriba o tres cuadras más allá, y al día siguiente sean dadas, no el maternal domingo. Así alguien las confunda bajo nombre homologado en dirección errada. O el jerarca del CDR encargado en distribuirlas por subordinación zonal, equivoque los rumbos de la cartulina tras haber bebido un tin la víspera (en la cadena “Rumbos” precisamente, ya que vino un pariente “de afuera” y no precisó echar mano esta vez al esmirriado fondo del comité destinado a coronar cuando se muere un combatiente).
Nada, que este domingo haremos todos los nacidos ―y los que están por nacer― una gran cadena de oración por nuestras viejitas alicaídas, timoratas y desprovistas del regalo decoroso/decorado que merecen, elevando al ser supremo nuestras mundanas plegarias, para que los años que resten por vivir aquí debajo nos sean mejores, pasables e impere la lógica dinámica en los días sobre la irracionalidad estatuida.
Para que se acabe por resolución moral ―y humanitaria― el kitsch que enseñorea nuestras almas sin escrúpulos, garbo ni permiso, y en el nombre de todos los tiempos futuros de la patria hoy desflorada e hiperbólica. Así sea, amén.
Otro día de madre(s)
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milorehmsnoise · 8 years ago
Conversation
Más ruido
Vuelvo a encontrarme insignificante, perdido en la profundidad de mi vacío emocional. Puedo reir, sentir dolor y llorar como de costumbre, mi cerebro sigue funcionando; pero, mi capacidad de reaccionar a ello está atrofiada.
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