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Comadreo : Mujeres hablando entre ellas dandose tips y aliento no solo chisme.
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Sin embargo a Hinako no le desagradaba ir a los baños públicos. A éstos les iba mejor que nunca, porque faltaba el combustible para las casas que tenían baño propio. Iba al más cercano, donde coincidía con la gente del vecindario. Si estaba cerrado, como no se resignaba, caminaba hasta otro que quedaba más lejos. Por lo general iba a la caída de la tarde, que era cuando se juntaban más mujeres, porque preferían volver de noche con la cabeza mojada.
¿Sería cosa del agua caliente o del vapor? El caso es que desde pequeña cuando tomaba un baño sus pensamientos y emociones cambiaban, por poco que fuera. Su despejo o su torpor se cuadriplicaban: de pronto recordaba algo que tenía pendiente y que había olvidado por completo; y en aquella situación en que ni sentía ni pensaba, no se dejaba nada atrás. Quizá fuera que por fin sus emociones y sus pensamientos recobraban allí la libertad.
Parecía ocurrir sobre todo en la gran sala del baño público. Desde el momento en que se zambullía en el ángulo más apartado del gran baño, donde se apiñaba la gente, se sentía otra. Solía darse de cara con el imponente termómetro ilustrado sobre los azulejos de la pared, encajado entre dos grandes grifos. A lo largo de las dos tablas fijadas a cada lado del tubo de vidrio había escrito en horizontal y de arriba abajo a trechos regulares: «caliente», «templado», «tibio», y tales palabras iban acompañadas de distintos rostros masculinos: uno intentando aguantar, otro risueño y otro todo lívido. Ya los conocía y empero, cada vez que los veía, parecían cobrar cierta novedad. Un día, después de mucho mirarlos, vino a preguntarse por qué no habrían pintado rostros femeninos siendo un baño exclusivo de mujeres.
Por encima de aquellos rostros, en el muro, un gran cuadro que iba de media altura hasta el techo figuraba un paisaje costero. Cuando Hinako llegaba temprano y todavía no habían encendido las luces, aquel paisaje marino la refrescaba. A la izquierda corría un pinar paralelo al mar y la playa de arena, bajo un cielo donde flotaba una nube. Mirando aquel paisaje le daba de pronto por pensar cuántos años hacía que no había vuelto a Kaihama. Sin dejar de mirar el cuadro, veía entonces la costa de Kaihama ceñida de montañas. En la eminencia que dominaba la ensenada había un pequeño cementerio en pendiente. Estaba en plena solana y abría un vasto panorama del mar hasta el horizonte. No conocía a nadie enterrado en el lugar, pero seguro que descansar allí era tan agradable como una siesta a comienzos de estío. Pensando en todo esto se arrobaba hasta el punto que un par de veces descubrió, al recoger sus cosas tras salir del baño y ver la jabonera vacía, que se había dejado el jabón, algo de tanto precio en aquellos tiempos.
El barullo crecía a su alrededor y a menudo no tenía que esforzarse para escuchar ésta o aquélla conversación. Allí oyó, por ejemplo, cómo los senninbari —aquellas fajas, cada una con mil puntadas de mil mujeres distintas, que esposas, prometidas, madres y hermanas regalaban a los soldados cuando partían al frente con el voto de verlos tornar sanos y salvos— aparecían en el frente en catres infestados de piojos y pulgas... O que si se colgaba una moneda de cinco sen de un hilo sobre el retrato de un soldado y ésta de pronto se paraba, era que estaba muerto. De lo contrario, si se meneaba sin parar, seguía bien. En una ocasión reciente se trataba de Fulano, que lo habían declarado inútil; contaban que la familia había probado durante mucho tiempo sin que la moneda se parara...
Eran tiempos en que todo el mundo tenía que usar madera para cocinar. Como en casa de Hinako, donde no pasaba un día sin que hubiera que quemar leña. Habían reservado para ello tres calderos tiznados. Y, como no había hogar dentro de la casa, se había dispuesto junto a la puerta de la cocina un tejaroz cubierto de chapa para acoger el fogón. De las casas cercanas a los baños se veían salir fumatas dispersas al caer la tarde. La casa de Fulano debía de ser una de ellas. Y corría el cuento de aquella casa donde habían prendido un hermoso fuego bajo el caldero de arroz, dejándolo cocer solo, y cuando volvieron no había más que la candela. Se les habría caído el alma a los pies. Por más que no fuera muy considerado con aquella gente, a Hinako le habría encantado ver al fulano o fulana llevándose el caldero, que quemaría lo suyo.
Kōno Taeko
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"-El hombre, como buen simio, es animal social y en él priva el amiguismo, el nepotismo, el chanchullo y el comadreo como pauta intrínseca de conducta ética -argumentaba -. Es pura biología."
La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón
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¿Cómo se dice "chimento" en otros países hispanoparlantes?
¿Cómo se dice “chimento” en otros países hispanoparlantes?
El idioma castellano tiene diversas palabras para llamar o definir acciones y cosas. Por ejemplo, lo que en la Argentina definimos como “chimento”, en otros países hispanoparlantes se llama “chisme”, “cotilleo”, “comadreo” y un largo ecétera.
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Comadre!! Aún éramos unas niñatas!! #tbt #loveit #comadreo #loveu #amigas #recuerdos #oldtimes @palocatu ❤️ Buen jueves tengamos!! #2008 #ohmyloving #friendshipgoals #cruzcampo #litrona #andalucia #alameda #jueves
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Solo alguien como @ireneobrero puede capturar momentos como este... gracias por estar siempre ahí, chicas, os amo 💛 @miss_calaveras #friends #comadres #comadreo #takemebacktoparis #cordobaesp #bloggercordoba #bloggertour #sunnies (en Martina Cakes)
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LOS PROBLEMAS DEL PRÍNCIPE
Al príncipe le es imposible participar en una empresa cualquiera sin eclipsar a los demás participantes. Un hombre muy de primer plano, aunque esté poco implicado en una historia, atrae sobre sí todos los focos y se encuentra automáticamente en el centro de todos los rumores, de todos los comadreos. –––– RG, Sh
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Los ultimos cotilleos - 1974
La murmuración es una actividad humana que consiste en comentar de alguien o algo, tan bien como mal, aunque generalmente de manera desfavorable, sin que la persona mencionado esté presente. Algunos sinónimos de murmuración son habladuría, comadreo, rumor, chisme o cotilleo, siendo este último del tema coloquial. Características[editar] Tal actividad puede radicar en: La indiscreción, para casos de menor consideración. (Para casos de importancia, se podría considerar en el ámbito del espionaje). El vicio de escuchar y difundir rumores, por considerarse caracteristica de cotillas. La actividad, propiedad de las denominadas prensa del corazón (prensa rosa) y prensa sensacionalista (prensa amarilla), que suele considerarse impropia del periodismo desde el punto de vista de la ética periodística. Suelen ser "comentarios sobre comentarios" de una información privada. La murmuración suele tener un tono negativo. Además, la persona no está presente; esto provoca que no pueda testificar sobre la falsedad o certeza de lo que se dice. Cuando las historias van de boca en boca, toda una vida (consciente o inconscientemente), hubo una tendencia a cambiar las cosas. Un rumor puede terminar, en última instancia, destruyendo reputaciones. Tiende la mayoría de las ocasiones a exagerar o adornar bastante la verdad. Los hechos que se cuentan generalmente no se han comprobado. En muchas culturas antiguas las murmuraciones fueron consideradas como repugnantes o impropias. Puede resultar un arma de doble filo, dado que cuando la información en cuestión es desfavorable a sus personajes principales y, aun se hace entender, la misma podría generar algunas dificultades y inconvenientes difíciles de arreglar. Puede ser utilizada como base promocional o industria de consumo, el ejemplo más claro es en la industria del espectáculo. Algunos investigadores, como Ralph Rosnow, Jack Levin y Nigel Nicholson, han hecho largos estudios sobre el chisme, y han llegado a la conclusión de que sin su incursión, la sociedad no hubiera existido. Las designaciones periodismo del corazón, prensa rosa, crónica rosa, y las antiguas de ecos de sociedad o crónica de salones1 o chimentos de la farándula (del inglés gossip traducido como chisme) reciben al periodismo dedicado a informar sobre la vida de las celebridades y la farándula, en relación del país y sector en cuestión (socialite, artistas o concursos reality). Con cierta relación de la civilización popular o sensacionalista, carece de interés político y es utilizado con objetivos de mercadotecnia o excentricidad. Características[editar] En su origen, las crónicas de salones podían consistir únicamente en una enumeración somera de cortos párrafos con escuetas novedades de la clase alta, pero otras veces su preparación aparecía con cierto humor e ironía o se presentaba con gran aparato fotográfico.3 generalmente, como apunta Francisco Villacorta, Su alegato está construido a partir de una sintaxis elemental tras la que se vela una cuidadosa discriminación de posiciones y estereotipos sociales. Un discurso jerarquizado de la presencia y de la calificación ingeniosa y elegante: un nombre al lado de la calificación de un escenario y de una toilette popular, de una cualidad física o de una propiedad del ingenio; una sumaria sintaxis para el increíble efecto de ordenar o ratificar jerárquicamente las piezas del mundo aparencial desarrollado y para restituirle permanentemente su actualidad, como fenómeno de opinión pública en el marco de la representación popular.4 en la actualidad, priman más que nada los contenidos que poseen una alta carga emocional y que están relacionados con las mujeres, los galanes en medios masivos. En periódicos o cotilleo revistas están centrados en un público femenino, y su propósito no es tanto informar como conmover o emocionar. Los elementos varían según su trasmisión, tal como se expone a continuación: la gente enfocadas en el medio son llamados personajes del corazón o cotidianamente nombrados como Figuretti;5 conforman la realeza, la aristocracia, los actores, los cantantes, los deportistas, los presentadores de tv, las modelos, los relaciones públicas, los participantes, entre otros. Una de las selecciones son las entrevistas, donde tienen la posibilidad de dar bajo consentimiento del interesado, donde, en casos extremos, tuvieron cierta cobertura ficticia sobre las celebridades.6 Las fotografías (o videos en medios digitales) son las más se destacan, tiene todo el espacio a todo color. Su finalidad debe ver con la farándula y la tendencia actual. de esta forma el periodista ofrece una perspectiva extensa y práctica de todo el mundo común de esta forma como el personaje. Otros casos como los paparazzi hacen tomas ocultas, relacionadas con rumores sentimentales o familiares. Con el temor de ser demandados por difamación, están sujetos a las leyes de privacidad por país. Los temas en cuestión pueden variar con el fenómeno vedetismo: falsos divorcios, embarazos, hijos y eventos. Estas carecen de todo código deontológico, inclusive se atreven a espiar con medios electrónicos los teléfonos de los conocidos. En medios de farándula por televisión, existen los llamados opinólogos. Con alguna similitud a un panelista, son personas que ceden su opinión a favor o en contra de un caso, sin importar su condición o peculiaridad.
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PRONTUARIO DE GABINETE *Texto: Eddy Whopper / Caricatura digital: Andrés Casciani (2019) _____________________________ Sección "PARTÍCIPES NECESARIOS" HOY: Susana GIMÉNEZ Nombre completo: María Susana GIMÉNEZ AUBERT Fecha de nacimiento: 29 de enero de 1944 Susana Giménez podría haber pasado al imaginario como una enorme actriz, como una femme fatal, como una vedette ineludible que preside los cielos de la revista deluxe, como una artista de culto y también una deidad popular; como una personalidad, finalmente, que comulga talento y empatía a través de todos los estratos de un entramado cultural histórico. Descolló en la actuación (cine, televisión, teatro), editó dos discos (uno de ellos, Disco de Oro en 1990), escribió un libro, editó una revista, promocionó dos marcas de perfume. A mediados de la década de 1980, su figura apareció en una muñeca del estilo “Barbie”. Es imagen de dos emisiones de estampillas. A los 41 años, fue tapa y protagonista de desnudos de Playboy Argentina, cubierta de un millón de dólares en joyas. Trabajó con todos los íconos populares de su tiempo y despertó siempre admiraciones y reconocimientos. Ninguna de sus presencias y proyectos, en más de 50 años de carrera, ha sido un fracaso. A esta altura, parece una verdad de Perogrullo afirmar que es una de las enormes divas del espectáculo argentino, un sitial reservado sólo a un puñado de elegidos. A pesar de nunca haber sido pobre, Susana es captada por la clase media aspiracional como un paradigma de ascenso social por propios méritos. Si algo la diferencia de la talentosa, verborrágica e intelectualmente dotada Moria Casán es su capacidad mayorista de hacer dinero, a la que ha sumado desde siempre una vocación de alternancia con las figuras más encumbradas de todos los ámbitos en que ha interactuado. La identificación completa y final de los sectores bajos y medios con la figura de Susana Giménez experimentó un punto de no retorno durante la década de 1990, cuando su programa de juegos y variedades “Hola Susana” (una especie de reproducción franquiciada del “Pronto Rafaella” peninsular), que venía emitiéndose desde 1987, ofreció, de pronto, recompensas de hasta un millón de pesos. El ciclo televisivo obtuvo rapidísima devoción entre esos sectores motivados por una ilusión de pertenencia que veían proyectada en los escenarios pomposos, en los vestidos de la protagonista y en las formas de la suntuosidad y la magnificencia, la profusión de abundancias que los asalariados y pequeños cuentapropistas guardan en sus espejismos de trascendencia. A esta masividad contribuían tanto el tono desvergonzadamente pueril de sus modulaciones, como una decidida exhibición de ignorancia que su platea interpretó validante de sus propias imperfecciones formativas. La vaporosa opinión pública pronto olvidó las acusaciones que sobre ella pesaban de haber mantenido relaciones con diversos militares durante el llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, para entregarse de lleno a su propuesta Miami y Oro: las versiones periodísticas dan cuenta de que, cuando “Hola Susana” pasó a emitirse por la cadena Telefé, el salario de la madama de los teléfonos llegaba, también, al millón de dólares por mes. Como en todas las peripecias de grotesco en las que tercian las clases medias y bajas, la verdadera ganadora fue quien revolvió el río, aun sin que los adherentes a sus imágenes de derroche abandonaran, desde sus estrecheces, las alucinaciones mundanas de braceo en el exceso. En tanto, a lo largo de su camino de afianzamiento en los vértigos del espectáculo, Susana fue desgranando cada vez con mayor intensidad la ideología que prepondera en esas franjas de anhelos ascendentes, que constituyen el residuo espiritual de su taquilla. En este sentido, sus dichos propiciando el regreso del servicio militar obligatorio “para sacar a la gente del paco y la delincuencia” fueron favorablemente recibidos por el mismo sector protofascista que, años antes, se había pronunciado negativamente acerca de su eventual prostitución durante los años de corista y estrella principal del burlesque porteño. El mismo, también, que la había tildado de “chorra y contrabandista” cuando se descubrió un aparente intento de engaño al fisco, al haber simulado importar un automóvil para una persona con discapacidad con el solo fin de beneficiarse con exenciones impositivas. Sus deseos de “que vayan presos los que tienen que ir” –una Arcadia de los sectores aspiracionales- emergieron en un pico de frenesí punitivo durante el año 2009, cuando la actriz propuso la aplicación de la pena de muerte aun respecto de niños expuestos al sistema penal. “¿Que son menores?”, declaró la conductora en una entrevista, “bueno, BASTA con los menores. BASTA. Acá tienen que venir leyes más fuertes. Y el que mata, tiene que morir. A mí no me importa lo que estoy diciendo (si me hace mal, o si me hace bien por mi imagen). Un tipo que mata, TIENE QUE MORIR. (…) Los menores salen MAÑANA, porque no hay cárceles, no hay nada. Estamos en un estado de indefensión espantoso”. En la misma ocasión, trabajó una antigua vocación del mediopelo, desbocando el brioso caballo de la ilegalidad que los pequeños propietarios entienden como forma razonable de la deshonestidad: “Creo que no podemos seguir siendo tan mansos. No podemos seguir diciendo ‘uno más, otro más, qué horror’ y no hacer nada. Porque yo creo que, si no lo hace el gobierno, lo tenemos que hacer nosotros”. “¡Termínenla con los derechos humanos y las estupideces!”, vociferó la estrella, segura de su público. Y remató: “Los derechos humanos no los tienen las víctimas. ¿Por qué los tienen los ladrones? ¿Porque son menores?” Rica, ostentosa y de discurso fascista aniñado, Susana reunía las condiciones de persuasión y aptitud para obrar de modelo terminado a los ojos de un sector mayoritario y degradado. Fue, entonces, también designada para apuntalar la campaña de Mauricio Macri en el año 2015 y se constituyó en uno de los principales sostenes del fenómeno Cambiemos. Participó en la emprendida tarea mediática de penetración psicológica y sugestión emocional que determinó el triunfo de la agrupación. A los pocos días de haber sido ungido presidente, Mauricio visitó el “living” de Susana Giménez para las pantallas de todo el país y las de los macristas que, también en número preponderante, componían los núcleos poblacionales de argentinos en el exterior. En aquella oportunidad, en adecuado ensamble con las tendencias conductuales de la “luna de miel” neoliberal, Susana advirtió que “no se iba a politizar” la charla con “Mauricio”, a quien reconocía con candidez simplista y efectiva que “siempre le dije Mau y ahora me cuesta, así que le digo Señor Presidente Mau”. Al programa, además, concurrió su esposa, la reciente gobernadora de Buenos Aires María Eugenia Vidal, el reelecto Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta y la vicepresidenta de la Nación, Marta Gabriela Michetti. Se hallaba, también, el actor Martín Seefeld, amigo personal y compañero de paddle de Macri. La emisión tuvo la audiencia más alta del año para un programa de comadreo: allí, a favor de la construcción simbólica, Susana encarnó el rol de interlocutora que sublimaba los deseos de su audiencia, cargados de afectividad adhesiva. A partir de entonces, las actuaciones de Giménez armonizaron con las negaciones de una realidad crítica y avivaron la configuración de un velo de hipocresía y superficialidad, a fin de edificar un relato de fantasía que permitiera disipar –o directamente no advertir- las desdichas de las prácticas macristas de vaciamiento y explotación. El programa de entretenimientos tuvo instancias progresivas de barricada política, esta vez disparadas desde el mangrullo del más acendrado materialismo y la motivación artificial del abuso cortesano. De tal modo, sus manifestaciones se alinearon con las que en mayor medida el macrismo estructuró a fin de estigmatizar la gestión y los funcionarios del gobierno que lo precedió: “Mauricio Macri”, mintió en su programa, con acento elemental, “encontró un país con las arcas vacías”. En agosto de 2017, en plena campaña electoral de medio término, confesó por la red Twitter que “de ninguna manera voy a recibir a la ex presidenta CFK. Sería como traicionar mis principios y mis ideas”. Articulada en vodevil pasional por dos periodistas del canal oficialista TN, la declaración fue relevada y comentada a tan sólo 5 minutos de haber aparecido. Ese mismo mes prestó su programa para reunir a Elisa Carrió, María Eugenia Vidal y Graciela Ocaña, personalidades centrales del macrismo y del antikirchnerismo. En el espacio, como respuesta a preguntas preordenadas, Vidal recalcó que el Gobierno "no es parte de ninguna mafia" y que no "usa" la pobreza sino que quiere que "se supere". Carrió, a su turno, manifestó: “Quiero justicia para esos militares que con 80 años se están muriendo en la cárcel”, en referencia a la propuesta de prisión domiciliaria para los genocidas de la última dictadura cívico-militar. En noviembre de 2018 fue entrevistada bajo la farsa de un encuentro casual. Antes de ingresar a su automóvil de lujo, opinó que "no fue un año muy bueno para la Argentina, creo que tiene que pasar todo esto y tenemos que apretar el cinturón. Pagaremos más impuestos… lo que sea… pero hay que salir". En el encuentro, sin embargo, no sólo militó el ajuste: también reforzó la idea de proscripción del kirchnerismo, a través de frases de contenido sumamente sensitivo: “Que se presente para presidenta me parece un disparate. Una persona que tiene 17 causas penales no puede ser presidenta ni de un club de rugby". Nada dijo, por entonces, de los 214 procesos que involucraban a Mauricio Macri mientras era candidato a gobernar la Nación. Poco tiempo después, en tren de agitar la resaca moral de sus espectadores, dijo que "los pobres no tienen tanto derecho como creen” y que “les hicieron creer que debían gastar mucha luz y gas y eso va en detrimento del país”. Esta exposición iba en consonancia con otra similar expelida por el economista adicto Javier González Fraga, quien en mayo de 2016 había afirmado que "le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso fue una ilusión”. Ya en el año 2019, las posibilidades ciertas de que Cristina Fernández de Kirchner se postulara para algún cargo electivo generaron en la conductora del programa de premios reacciones adversas. “Le tengo miedo al populismo, al comunismo, a la zurda. Le tengo miedo, qué querés que te diga”, declaró a medios afines al gobierno. El asunto venía a cuento de manifestaciones recientes de Jaime Durán Barba, el propagandista de inspiración goebbeliana contratado por Mauricio Macri, quien había afirmado que “entre el miedo representado por Cristina y la decepción representada por Mauricio Macri, la gente elegirá la decepción”. Así que, durante el mes de abril, aún no definidas las candidaturas, Susana opinó: "Yo creo que va a ganar Macri, porque la gente está enterada de todo lo que pasó. Tienen que saber porque hubo una información constante sobre todo lo que han robado”. Y, nuevamente, en uso de las herramientas emocionales para cuya difusión había sido pagada, sentenció: “A mí, lo único que me molesta es que no hayan devuelto lo que se robaron”. Mientras tanto, esta fruición por acicalar la percepción de Mauricio Macri con los brillos de la lisonja pretenciosa no impidió la continuidad de ciertas prácticas discriminatorias, nutrientes de la hoguera de ideales negativos de su público. En septiembre de 2016 entrevistó a un actor; al opinar sobre su frecuencia sexual –un espacio que ella misma había caldeado, décadas antes, como punta de lanza de su instalación popular- expresó que "no tiene nada de malo, le gustan las minas, peor sería que le gusten los hombres". La cuestión generó una denuncia intrascendente en el Instituto Nacional contra la Discriminación. Más tarde, incursionó en los límites de la aceptada xenofobia de la época, al afirmar que “el régimen de Maduro expulsa venezolanos hacia la Argentina” y que “gracias a Dios, todos tienen trabajo”. En cuanto a cuestiones patrimoniales, los medios contrahegemónicos advirtieron que, en virtud de las rebajas de los impuestos a la riqueza, Susana habría “ahorrado” más de 15 millones de pesos a valores de 2016, una cifra que representaría el 1 % de su acumulación de patrimonio. En diciembre de 2017, el Tribunal Fiscal de la Nación falló a su favor en una causa iniciada durante la presidencia de Cristina Fernández, en la que la AFIP le reclamaba más de 2 millones de pesos: se la acusaba de haber utilizado una empresa intermediaria con sede en Singapur para comprar una de sus mansiones, la ubicada en Punta del Este, Uruguay. La otra, está en Miami; hay también una tercera en Mar del Plata y una más en el llamado “Barrio Parque” de Buenos Aires, la zona más cara de la ciudad. Según la revista Forbes, Susana Giménez fue la argentina que más recaudó durante el año 2013. Personalmente, quien estas líneas escribe padeció algún roce con una de sus admiradoras, una joven de poco más de 30 años. Ambos compartíamos un espacio ajeno en el que alguien había encendido su programa, la noche de un domingo. Corté su embelesamiento criticando la enorme cantidad de alhajas que en un cristalero exhibía Susana: en un número de comedia con Antonio Gasalla, las iba sacando de a una para que los televidentes generaran afinidad, mientras la cámara las tomaba en primer plano. Consideré que, en los tiempos de relegamiento social que corrían, a la luz de la explosión de todos los índices de pobreza y del incremento sustancial de población con necesidades básicas insatisfechas, esa ostentación de boato negacionista representaba, al menos, una obscenidad. Luego de pensar algunos segundos, la mujer me contestó, francamente ofendida: "¿Y qué tiene que ver el sexo en todo esto?" https://prontuariodegabinete.blogspot.com/
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Oigo los murmullos de la muerte celestial, El comadreo labial de la noche, los coros sibilantes, Pisadas leves que suben, brisas misticas exhaladas suavemente en silencio Rizos de rios invisibles, marejadas de una corriente que fluye, que fluye eternamente (O es el chapoteo de las lagrimas?, el mar sin playas de las lagrimas humanas?) Veo, veo en el cielo enormes masas de nubes Tristemente giran lentas, se expanden y se confunden en silencio De cuando en cuando, una estrella palida, melancolica, lejana Aparece y desaparece. (Mas bien algun alumbramiento, alguna solemne natividad inmortal; Por los confines impenetrables a los ojos, pasa un alma.)
Walt Whitman, Murmullos De La Muerte Celestial
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EN CORRILLO
La talanquera trémula chirría, se cierra el paso: tiesas en la valla chacharean en corro las comadres:
hablan de uno y de otro que tal baila; de lo que cuesta el vino, aunque haya sobra; del gobierno; de la dichosa plaga;
del chico; y del mayor que frisa veinte; del puerco, que lo ceban y no engorda... Negro ante aquellos ojos displicentes pasa el tren con estrépito de trueno.
*
IN CAPANNELLO
Cigola il lungo e tremulo cancello e la via sbarra: ritte allo steccato cianciano le comari in capannello:
parlan d’uno ch’è un altro scrivo scrivo; del vin che costa un occhio, e ce n’è stato; del governo; di questo mal cattivo;
del piccino; del grande ch’è sui venti; del maiale, che mangia e non ingrassa - Nero avanti a quelli occhi indifferenti il traino con fragore di tuon passa.
Giovanni Pascoli
di-versión©ochoislas
#Giovanni Pascoli#literatura italiana#poesía decadentista#comadreo#paso a nivel#pobreza#pueblo#di-versiones©ochoislas
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Malababa forever
Llevo veinte años viendo como se puede machacar a alguien hablando de él y pensando las veinticuatro horas con la hipocresía de "si fuese normal" y ahora por cuatro videos de youtube tengo que ser yo parte de esa mierda y seguir el ciclo. Ahora hago "amigos" y la emprendo con cualquier otro y le hago pasar mi sufrimiento. No gracias prefiero ser malababa honesto. En España no hay amistad hay comadreo, casi siempre.
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Azucena blanca
Todo comenzó hará unos veinte años; recuerdo que Azucena tenía 10 años por aquel entonces, y yo acababa de cumplir los siete algunos días antes. Azucena era la única que me había regalado aún nada, asegurándome que tenía en mente un regalo que no se podía dar en físico porque no cabía en ningún paquete, que era algo más grande que ella y yo juntas. Yo no terminaba de entender lo que me estaba intentando contar, pero al final asentí; lo mejor en estos casos era dejar que ella hiciera y deshiciera a su voluntad.
Pasó una semana en la que no supe nada de ella. Bueno, ni yo ni el resto de nuestras amigas, de lo que yo deduje que debía estar preparando ese regalo. Al fin y al cabo, si era un regalo tan grande como ella aseguraba, debía llevar mucho tiempo tenerlo listo. Al anochecer del sexto día, me dejó en el buzón una foto de ella misma guiñando el ojo y levantando un pulgar, por lo que entendí que debía ir a recogerla a la mañana siguiente.
No podría ni haberme imaginado lo que tenía pensado. Ni entonces ni nunca; las acciones de Azucena siempre han estado envueltas en un halo de misterio. Parece un libro abierto con sus amplios gestos y sus reacciones exageradas, pero es imposible predecir a una persona que siempre tiene ideas tan alocadas como ella.
A la mañana del séptimo día, me sorprendió llevando una túnica azul con lentejuelas cosidas y un poncho de unos tonos más oscuros. Su traje, en suma, era el cielo nocturno durante la luna nueva. A mi me entregó una túnica similar con tonos rojos en lugar de azules, que sustituía las lentejuelas por una banda plateada que cubría los dobladillos de las mangas y los bajos. Yo no sabía cómo interpretarlo, pero me pregunté si no sería un símbolo del alba.
La acompañé hasta que me dijo que debíamos atravesar la cúpula de Ciudad Belén. Yo le dije que no, que mejor no, que no me daba buenas confianzas. No era para menos: nuestros padres, los padres de todos, siempre nos habían contado que más allá de la cúpula nos aguardaban los males del bosque y era muy difícil sobrevivir, dado que el calor era extremo y las noches duraban lo que para nosotros eran meses enteros. Era, en resumen, un sitio al que no querrías ir. Pero Azucena, nacida en el mes del arco y las fechas, no temía ninguna cúpula ni ningún clima invasivo.
Había una, y solo una, forma de salir: lo único que tenía permiso para poder entrar y salir de la ciudad eran unos trenes que traían aquellas cosas que la ciudad no podía producir por sí misma, llegando un total de cuatro a lo largo del día. Lo importante era que el primero de ellos llegaba al alba, una hora a la que –haciendo caso de Azucena– casi nadie iba a estar vigilando, y los pocos que estuviesen estarían muy cansados para hacerlo debidamente.
A la mañana siguiente, antes del alba, fui a recogerla a su casa. Azucena llevaba una mochila, cuyo contenido no me quiso desvelar, a sus espaldas, y me guió hasta el sitio donde partía el tren. La única precaución que tomó fue la de ir en silencio, y en silencio fuimos porque tampoco yo soy una persona a la que le gusten demasiado los comadreos gratuitos.
Los vagones del tren eran de madera, ¡y menuda madera! Era una madera de un color oscuro, irregular, de esa madera que sabes que se está pudriendo por dentro tras haber estado expuesta a la humedad durante demasiado tiempo sin darle la debida atención que se requiere. Ninguno de ellos tenía ventanas, sólo una puerta corrediza en un lateral que parecía estar hecha de hojalata, sobre la cual podía verse un número pintado a mala gana. El que estaba más cerca de nosotras era el número 47, pero ten fe en que no era un tren tan largo ni por asomo.
Azucena miró dos, cuatro y hasta seis veces en ambas direcciones, me hizo una seña para que me acercara a las puertas y deslizó la del último vagón con mucha parsimonia. No había ningún phael en el interior, pero la tenue luz que entraba desde el hueco de la puerta me permitió ver montones de cajas apiladas, tal y como me había comentado ella con anterioridad. También había un hombre durmiendo en una esquina, cuyo cuerpo sólo podía adivinarse a partir de la sombra que proyectaba, pero era imposible de ignorar por sus ronquidos.
A partir de este punto, debo confesar que yo empecé a tener parte de culpa en su fechoría; había algo en esos amplios vagones viejos y en esas cajas destartaladas que llamaba mi atención poderosamente, como si estuviera a punto de descubrir el tesoro oculto de un antiguo pirata del que nadie más sabía nada. Era nuestro secreto, nuestro tesoro y nuestra aventura; comenzaba a entender, ¡al fin!, por qué me había traído hasta aquí.
Subimos, y yo cerré desde dentro con el mismo cuidado que había tenido ella al abrir. Pasaron los minutos estáticos hasta que escuchamos a una mujer decir en el exterior, «¿No te ha parecido escuchar un ruido?» Mi pulso se aceleró; empezaba a pensar que el continuo pum-pum, pum-pum me delataría, hasta que escuché a otra voz responder, «¡Pues las ratas serán! Deja que los gatos se la coman» No me quedé del todo tranquila hasta que el tren comenzó a moverse, pero debo admitir que fue un gran alivio. Tras aquel episodio, pude sentir las manos de mi amiga sobre mis hombros, lo que me hizo tranquilizar un poco.
El tren llevaba ya un rato en movimiento cuando el sol comenzó a ascender sobre el horizonte. Según Azucena, ya no era el phael al que estábamos acostumbradas, sino un sol de verdad; un sol que alimentaba a las plantas y fortalecía los huesos. Un sol en torno al cual se habían forjado montones de historias, porque de tan poderoso que era, ¡no podías ni mirarlo directamente! No era como nuestro phael o los phäl domésticos, a los que puedes mirar tanto como quieras y advertir los diferentes colores que van adoptando a lo largo del día. Supongo que no puedes ganar algo sin quitar otra cosa, o que todo lo que quitas te da derecho a ganar algo nuevo. No lo sé.
Azucena agarró la barandilla de la puerta y tiró de ella, sólo un poco, lo justo para que entrase el sol desde fuera. En Ciudad Belén no hay vehículos tan rápidos como el tren porque es una ciudad concéntrica y nada queda realmente lejos, así que ver cómo los árboles blancos se sucedían a tanta velocidad era algo que me maravillaba y atemorizaba a partes iguales. Era difícil de explicar, porque cuanto más miedo sentía, más deseos tenía de mirar, de sentir lo rápido que estábamos yendo, hasta que mi compañera volvió a cerrar por seguridad.
No sé cuánto tardamos en llegar, pero eventualmente el tren se detuvo; fue la primera parada que hizo desde que nos habíamos subido al tren, y no dejaba de mirar al vagabundo mientras me preguntaba qué sería de él. Bueno, tampoco es que tuviera mucho tiempo para pensar, porque Azucena ya estaba tirando de mí para sacarme del tren antes de que alguien nos descubriese en la carga y descarga. Me despedí del vagabundo durmiente con la mirada y nos fuimos.
Todo lo que había a nuestro alrededor eran árboles, árboles y más árboles; nunca había visto tantos juntos como para simular una ciudad entera, por lo que mi mente buscó sin consciencia el lugar donde los árboles acababan. Cuando me rendí, tuve que decirle a Azucena que no entendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿De dónde habían salido tantos árboles? Supuse entonces que ese debía ser el regalo que ella me había descrito, a lo que ella me contó que todavía faltaban cosas por ver. Yo admito que no entendía nada de lo que estaba pasando; si no era ese el regalo al que se refería, ¿qué podía ser entonces?
Azucena sacó un mapa de su mochila que no había podido haber hecho ella, dijera lo que dijese. Aquel mapa era demasiado colorido, detallado y bien delineado; dudaba que cualquier persona pudiera lograr hacer algo semejante. Pero alguien debía haberlo hecho, así que, ¿quién?
Comenzamos a caminar sin un rumbo fijo por el bosque, hsata que llegamos a un claro, a una distancia desde la cual no se podía ver ya la parada del tren. El cielo se había oscurecido, haciendo que la luna se reflejara en el claro con una nitidez que ya le habrían gustado a los espejos de arriba en el pueblo. Yo no veía mi propio reflejo, sino el de una mujer adulta con el cabello plateado que llevaba un carcaj atado del brazo. Y de Azucena, ¿qué decir de Azucena? Porque ella no se reflejaba en absoluto. Ni ella, ni una mujer mayor, ni nada o nadie.
– ¡Este espejo es muy caprichoso! –Me decía, aunque yo no terminaba de tener un mal presentimiento acerca de todo esto.
A los pocos metros de alejarme, noté que un árbol era diferente a los demás: su tronco parecía estar formado de hebras muy finas, como si fueran cabellos, que se juntaban en cúmulos y se separaban en las copas. Y no tenía ni una sola hoja.
– ¿Cómo conoces este lugar? --Me atreví finalmente a preguntar.
– Mi madre solía hablarme de este lugar, o al menos tengo la convicción de que lo hacía. En sueños, siempre oigo una voz diciéndome que hay un lugar con voluntad propia más allá de Las Brujas, en donde puedes concer tu destino en función de lo que ves. ¡Yo, por ejemplo, nunca he visto este estanque hasta que me has acompañado tú…!
Y yo solía pensar que Las Brujas era un lugar peculiar.
– ¿Y cómo se llama este lugar? --Cuestioné.
– No lo sé. Nunca se lo he podido preguntar a la voz de mis sueños, así que no lo sé. ¿Tú que nombre le pondrías si pudieses?
– Yo supongo que lo llamaría el Claro de luna. Me suena haber escuchado un nombre similar en algún lugar, en algún momento, aunque tampoco sabría decirte dónde o cuándo.
– ¡A mí me suena bien! Es un nombre misterioso, que no sabes del todo lo que significa y podría ser cualquier cosa. Es un poco como este lugar, ¿no te parece?
Asentí. Es posible que el nombre me lo hubiera dado el propio lugar, haciéndomelo saber de formas que todavía hoy escapan a mi comprensión. Y una vez que le asignamos un nombre a ese lugar, de repente, nos pareció menos escalofriante.
Más adelante, nos encontramos con un mausoleo anónimo. El perímetro estaba delimitado por una serie de pilares cubiertos de musgo y enredaderas, entre los cuales desfilaba una valla metálica que impedía el paso. La única entrada razonable era cruzando una puerta enrejada, cerrada con una cadena oxidada cuyo candado daba claros signos de deterioro. Por supuesto, Azucena ya estaba maquinando cómo podíamos entrar en ese sitio.
– ¡No podemos meternos aquí! –Protesté– ¡Esto es una propiedad privada!
– ¿Ah, sí? –Replicó, en tono de mofa– ¿A nombre de quién? ¡Ah, no, si no hay nombres…!
– Azucena, no seas así, nos vamos a meter en un lío.
– Aquí no hay nadie, Andrea. Hazme caso que soy mayor –comentó entre risas.
Azucena tomó una piedra del suelo y comenzó a vapulear el candado; siempre había sido una chica fuerte para su edad, cosa que sus padres achacaban a su peso. Al cabo de unos minutos, el candado cayó.
– ¡Bienvenidas a... lo que quiera que sea esto! --Y entró. Yo la seguí para tratar de evitar que rompiera más cosas, o de eso quería convencerme a mí misma.
El mausoleo era un recinto circular de piedra blanca, con un techo que descansaba sobre los pilares y una base que se elevaba varios centímetros sobre el suelo inclinado de los alrededores. Era un lugar espacioso, lo bastante grande para contener a un centenar de personas, pero sólo había tres piedras sepulcrales dispuestas en triángulo y un altar en el centro de la estructura. Intentamos leer los carteles clavados al suelo, pero eran una maraña de jeroglíficos incomprensibles para nosotras. Al final, lo único que nos quedó fue observar el altar del centro.
– ¿Te puedes creer que por fuera esté todo hecho un asco pero el altar esté perfecto? --Señaló Azucena, refiriéndose a que el altar era de madera oscura.
– Quizá esto no está tan abandonado como creíamos –señalé con sorna.
El altar custodiaba una caja de madera cerrada, que no tenía ningún tipo de cerradura, sobre la cual podía verse grabado un mensaje indescifrable, similar a los de las lápidas. Azucena se acercó hasta la caja, porque por supuesto que lo iba a hacer, de forma que me vi obligada a correr tras ella para detenerla.
– ¿No has causado ya bastante escándalo? –Le decía, tomándola de las muñecas para que no pudiese avanzar.
– Ya estamos hipercastigadas, Andrea, así que vamos a divertirnos al menos mientras seamos libres.
Azucena se libró de mí sin mayores esfuerzos y abrió la caja. En su interior, pudimos ver un collar de oro con un medallón en su centro, engarzado de rubíes, y un par de anillos del mismo material. Cuando tomó el collar para probárselo, tiró la caja al suelo con una sacudida.
– ¿Qué ha pasado? ¡Me ha soltado un chispazo!
– El collar te está castigando –comenté entre risas, pero ella comenzó al fin a alejarse del baúl. Sea lo que fuera que le había pasado, había sido suficiente para convencerla de que no era buena idea jugar con las pertenencias de los demás, anónimas o no.
Mientras salíamos, le pregunté qué pensaba hacer con el candado que había roto. Ella alegó que el candado ya estaba lo bastante mal, que no hacía falta buscar culpables, y se desentendió de todo.
Azucena me explicó que los días y las noches tenían vida propia dentro del bosque, al igual que todo lo demás: cada vez que salía o se ponía el sol, ella contaba una hora del mundo real, por lo que era importante cargar con unas bombillas de luz llamadas phael para poder movernos por el bosque cada cierto tiempo.
Pasadas las que contamos como cinco horas, tres anocheceres y dos amaneceres, Azucena me dijo que pronto pasaría el tren de vuelta, que deberíamos apresurarnos. Cuando le pregunté por qué debíamos irnos ahora y no antes ni después, me comentó que el Transhemisférico sólo pasaba una vez cada seis horas, y que era el único tren que podáimos coger en cientos de kilómetros a la redeonda. No obstante, parecía que el Claro tenía otros planes para nosotras.
Según estábamos saliendo, podáimos ver en la distancia a un caballo con un largo pelaje que le recubría todo el cuerpo y tenía orejas de lobo. Yo pensaba que sería una aparición inofensiva y que nuestros ojos nos estaban engañando, pero Azucena se tensó en el momento en el que lo vio. Miró en su mochila, buscó y rebuscó, pero al final soltó un gemido de disatisfacción.
–¡No puede ser! –Soltó de reprente– Tiene que estar aquí…
– ¿Qué es lo que estás buscando?
– Un cebo para distraer a esa cosa.
– ¿Por qué un cebo? Los caballos no atacan a la gente.
– ��Este caballo no es como los demás, Andrea!
Según se acercó la criatura, pude empezar a comprender la magnitud del problema.
Era todo un desafío correr en un suelo donde las piedras y las ramas parecían brotar de todas las direcciones posibles mientras avanzábamos. De hecho, me sorprendió darme cuenta de que Azucena, que siempre había sido rechoncha y torpe, estaba manejándose mejor por el bosque que yo. Me tomó del brazo, intentó que fuera a su mismo ritmo, pero lo único que logró al final es que nos tropezáramos y cayésemos al suelo. Ya todo estaba perdido; sólo teníamos una posible salida a este entuerto.
Me estiré como pude para poder buscar en la mochila y me hice con el phael que habíamos estado utilizando durante las noches para movernos por el bosque. Deshacerse de él significa andar en la oscuridad, pero quedarse con él era una sentencia de muerte. Lo encendí y lo arrojé al suelo, haciendo que un fuerte destello de provocó una llamarada, ahuyentando al lobo. Los phael de la época eran conocidos por calentarse mucho y muy deprisa, por lo que mis madres siempre me habían advertido que lo tuviera en su correspondiente soporte de metal. Llegado este momento, sin embargo, agradecí tener algo tan peligroso en mitad del bosque.
Estaba totalmente convencida de que no habíamos tenido que recorrer un camino tan largo para llegar al lugar donde encontramos el claro como el que estábamos haciendo para volver, y todavía no éramos capaces de divisar el final del bosque. Azucena ya me había advertido que el bosque actuaba de forma caprichosa, que a veces se ondulaba y retorcía sobre sí para jugar con las almas perversas que entraban con malas intenciones, pero le dije que tanto ella como yo veníamos en son de paz. O eso pensaba.
El caballo se abalanzó sobre nosotras; sin embargo, antes de que pudiera caer, una fuerza invisible le lanzó sobre su costado, presumiblemente matándolo. Me levanté para examinarlo, y me di cuenta de dos cosas: tenía numerosos agujeros sobre la piel, como si una lluvia de flechas lo hubiera fulminado, pero no había derramado ni una sola gota de sangre. Le dije a Azucena que viniera a verlo, y ella miró en todas direcciones en busca de la causa. Ni ella ni yo pudimos localizarla.
Cuando estábamos a punto de irnos, una voz se hizo paso entre los troncos de los árboles, y nos habló con la intensidad de alguien que se alzaba junto a nosotras. “Debéis seguir el curso de las flores de lirio para salir del bosque”, nos indicaba.
– ¿Dónde estás? ¿Quién eres? –Pregunté.
– Estoy aquí, a vuestro lado, pero todavía sois muy pequeñas para poder verme –me indicó con sorna--. Cuando alcancéis la madurez, volved a este bosque y todo cobrará sentido.
– ¿Y cómo vamos a volver?
– Si habéis sabido venir una vez, sabréis venir dos. Por ahora, marchaos; vuestro tren está aproximándose al bosque.
Una ráfaga de viento nos hizo girar la cabeza, forzándonos a mirar en dirección al camino de los lirios. Intentamos hacer más preguntas, pero la voz no volvió a responder.
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