#bietti
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lf-celine · 2 years ago
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Grazie a Andrea Larsen dell'intervista su Céline, la sua vita e le sue opere (e i suoi inediti fortunosamente emersi) e il nostro "Louis-Ferdinand Céline - Un profeta dell’Apocalisse. Scritti, interviste, lettere e testimonianze", per Bietti Edizioni!
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oldcountrybear1955 · 10 months ago
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Fucking Young! Online January 2024 - Vasco Faustino - Photographed by Josefina Bietti
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sheltiechicago · 2 months ago
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Images Depicting What Childhood Looks Like In Different Corners Of The World By Italian photographer Massimo Bietti
Ethiopia
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luegootravez · 28 days ago
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Martine Tizi Dirkzwager by © Josefina Bietti
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knittinganddrinkingtea · 2 years ago
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Alana Zimmer by Josefina Bietti for Elle Brazil March 2017
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nenan · 2 years ago
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Rosalía photographed by Josefina Bietti for Rolling Stone Magazine
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toryorlando11 · 2 years ago
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Toryorlando91:
Elia Lee & Noah Alef photographed by Josefina Bietti - GQ Portugal February 2023
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pier-carlo-universe · 9 days ago
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15° Congresso Nazionale AIMO: Premiato il Professor Mario Stirpe per i suoi Contributi alla Chirurgia Vitreoretinica
Un riconoscimento per una carriera dedicata all’innovazione e alla formazione dei giovani oculisti
Un riconoscimento per una carriera dedicata all’innovazione e alla formazione dei giovani oculisti Un premio che celebra l’eccellenza in oftalmologiaIl Premio AIMO 2024 è stato conferito al professor Mario Stirpe, pioniere della chirurgia vitreoretinica in Italia e figura di spicco nel panorama oftalmologico internazionale. La cerimonia si è svolta il 15 novembre presso l’Auditorium Capitalis…
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cacaitos · 2 years ago
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agostina valle saggio, shot by josefina bietti and jazmin calcarami for SICKY magazine.
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modelsof-color · 1 year ago
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Vivica Ilobi by Josefina Bietti for Vogue Brasil December 2021
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unes23 · 3 months ago
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Isabeli Fontana by Josefina Bietti for Harper's Bazaar Brazil
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dolerme · 2 years ago
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noah alef by josefina bietti for gq portugal feb ‘23
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jgmail · 5 months ago
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Julius Evola, más allá de las máscaras
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Por Adriano Scianca
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Julius Evola sigue fascinando al mundo, tanto para alabarlo y enaltecerlo como para difamarlo y demonizarlo. La editorial italiana Bietti acaba de publicar la biografía definitiva de este filósofo italiano, una obra de 700 páginas – fruto de varios años de investigación de Andrea Scarabelli, vicesecretario de la Fundación Evola – que revela muchos aspectos poco conocidos de la vida de este falso “Barón”. El periodista y escritor Adriano Scianca, colaborador de la revista Eléments, aprovecha la ocasión para comentar algunos de los aspectos de su vida.
En la introducción a un excelente libro publicado en 1984, Il volto di Dioniso (El rostro de Dioniso), de Roberto Melchionda, el intelectual Giano Accame deploraba un importante problema hermenéutico que impedía la comprensión profunda del pensamiento de Julius Evola: “Todavía sabemos demasiado poco sobre la vida de Evola. No sabemos prácticamente nada, por ejemplo, de su familia [...]. Lo encontramos por primera vez en 1930 publicando la revista La Torre en la avenida Corso Vittorio 197 [en Roma], por lo que hasta donde sabemos, al parecer, podría haber caído del cielo como si fuera un marciano”. Tales declaraciones parecen increíbles, dado el gran número de ensayos dedicados cada año a Evola en todas las lenguas europeas, pero hasta ahora nadie se había molestado en reconstruir la vida de este filósofo. La única brújula disponible con la que contábamos hasta ahora era El camino del cinabrio, en la que Evola enmarcaba todas sus obras en un contexto biográfico propio. Se trataba, sin embargo, de una auto-interpretación, con todo lo que de estratégico pueda tener esta clase de trabajos.
Ahora, 40 años después del llamamiento de Accame a los especialistas en Evola, este vacío por fin ha sido llenado por Andrea Scarabelli, vicesecretario de la Fundación Evola, que acaba de publicar la Vita avventurosa di Julius Evola (La vida aventurera de Julius Evola), editado por Bietti. Gracias al titánico trabajo de Scarabelli – el libro cuenta con unas 737 páginas y es fruto de años de investigación en los archivos de toda Italia y fuera de ella –, por fin podemos conocer la vida de Evola no solo teniendo en cuenta lo que él quiso transmitir, sino quien realmente fue, sin ocultar sus aspectos controvertidos y descubriendo también episodios, momentos e intuiciones que antes no sabíamos que existían.
La tarea de Scarabelli no era fácil, ya que al autor de Chevaucher le tigre (Cabalgar el tigre) no le importaban mucho los detalles biográficos (por eso, en el prefacio, el autor escribe que se trata de “un libro que Evola tal vez no habría apreciado”). No sólo Evola habló muy poco de su vida, sino que llevó una existencia enteramente consagrada a su propia misión espiritual, sin conceder ni un ápice a las relaciones humanas, demasiado humanas. A su desenfrenado y siempre lúcido activismo metapolítico correspondía una conducta personal y privada cuando menos escalofriante, una determinación a centrarse únicamente en su propio propósito que tiene pocos iguales. En su biografía encontramos interlocutores intelectuales, maestros, discípulos, mecenas, enemigos, pero ninguna relación verdaderamente espontánea, ninguna forma de calor humano. No encontramos novias estables y sólo muy pocos conocidos tienen el privilegio de convertirse en lo que Nietzsche llamaba “amistades estelares”, aladas y distantes. Sus parientes consanguíneos son como fantasmas: mientras su madre Concetta y su hermano Giuseppe Ettore aparecen de vez en cuando en segundo plano, su padre Vincenzo literalmente no aparece nunca, como si nunca hubiera existido.
Nudismo y dadaísmo
Por otra parte, no faltan episodios divertidos o misteriosos que Scarabelli logra desenterrar. Entre ellos, una visita poco emocionante a la colonia nudista de Heliópolis, fundada en 1931 en la isla de Levante. Evola acudió allí invitado por un desconocido “amigo francés”, pero pronto se aburrió, “sin intención de seguir la moda adánica, ni teniendo la disposición para convertirse en un voyeour”. No hay rastro de pecado o transgresión: “A lo sumo, hay algún pederasta, pero nada visible”. Igualmente fascinante es el mensaje cifrado que, en plena guerra, apareció en el Times News, un periódico local de Idaho impreso en la pequeña ciudad de Twin Falls, en el que se hacía una alusión claramente alegórica a las desventuras del “camarero Julius Evola” que vendía “cerveza falsa”, una información críptica escrita por quién sabe quién y dirigida a quién sabe quién. ¿Y el título inventado de Barón? En un principio se trataba de una broma dadaísta. Pero, posteriormente, este título le abrió las puertas de ciertos círculos alemanes, por lo que se dejó llevar por este rumor. “Si mi hijo es un barón, yo seré una baronesa”, bromeó Madame Concetta.
Ésta es sólo una de las contradicciones humanas de Evola que se desprenden de este libro: en un momento determinado anuncia públicamente su inminente suicidio, pero luego declara que se trata de una muerte “metafísica”; se proclama autarca, pero vive con su madre hasta su muerte; profesa la intransigencia ética, pero en los tribunales exige el confinamiento de sus adversarios intelectuales; canta al misticismo guerrero, pero sale maltrecho de unos ajustes de cuentas en la calle.
El escritor es más grande que el hombre
Si el hombre Evola era menos inflexible de lo que piensan sus apologistas, el escritor, en cambio, emerge del libro como una figura mucho más importante de lo que sospechan sus detractores. Al contrario, al salir del mito, descubrimos a un pensador mucho más complejo e interesante que la imaginería holográfica creada por sus devotos. Evola era el único, después de todo, que entre los círculos tradicionalistas provenía de una vanguardia artística y filosófica. Los demás, casi siempre animados por un vago espíritu sectario, admiraban sus intuiciones, pero se mantenían circunspectos ante su exuberancia, tanto personal como especulativa. De hecho, quien mejor comprendió a Evola fue su compañero Massimo Scaligero, según el cual el filósofo romano “parece proponer un retorno a la Tradición, pero en realidad quiere algo que no es la Tradición o, más bien, algo que está positivamente en contra de ella. Y eso es lo importante de Evola”. Evola “conoce y entra en el círculo tradicional, pero sólo se expresa plenamente cuando sale de él e improvisa”. La importancia cultural de Evola no radica en que fuera un representante más de una corriente cultural marginal y un tanto pretenciosa como lo fue el tradicionalismo, sino en que la atravesó, aportando elementos heterogéneos y extrayendo de él reflexiones que van más allá de cualquier escolasticismo.
Por eso Evola tuvo tanta influencia (aunque a menudo clandestina) en la cultura del siglo XX. En el libro de Scarabelli, encontramos que Evola estuvo en contacto con Benedetto Croce y era leído con interés por Mircea Eliade, Carl Schmitt, Ernst Jünger y Martin Heidegger. También fascinó a personas alejadas de su mundo, como Federico Fellini. El director Dario Argento cuenta: “Un día, Julius Evola le enseñó su pierna paralizada y le dijo, en parte en broma, en parte no: culpo a todas las ciencias ocultas que he estudiado. Fellini se llevó un susto de muerte”. Otro lector insospechado fue el escritor Italo Calvino. El 21 de diciembre de 1942 escribió a su amigo Eugenio Scalfari, futuro fundador del diario La Repubblica: “Dime lo que sabes y lo que piensas de Evola y de sus tonterías sobre el pensamiento ario. Son cosas que se salen de caminos trillados, pero que no hay que ignorar y que ejercen una cierta fascinación, hasta el punto de que leyendo algunos de sus artículos he sacado más de una inspiración dramática”.
Un viajero cosmopolita
Pero Evola fue también un intelectual cosmopolita, siempre viajando a las principales capitales europeas. Entre sus muchos viajes al extranjero, Francia no quedó al margen. En 1938, Evola estuvo en París en la calle número 7 Servandoni. Llegó el 19 de abril de 1938 y permaneció diez días. Acudió a un cabaret bajo el Palais Royal, donde se celebraba una especie de retrospectiva dadaísta, una “vuelta a los clásicos”: en esta ocasión, después de más de quince años, se reencontró con Tristan Tzara. También conoció al vizconde Léon de Poncis, coautor con Emmanuel Malynski de La guerra oculta, que Evola traduciría al año siguiente. También conoció a otras personas, como Monseigneur Mayol de Lupé, futuro “capellán” de la Légion des Volontaires Français y, más tarde, de la SS Charlemagne. En el ámbito literario, sin embargo, el redactor jefe de “L'Homme Nouveau”, Georges Roditi, afirma haberlo visto con Alberto Moravia. En aquella ocasión, Evola le habría dicho: "”as SA son como la basura del Bois de Boulogne”. Esta no es la primera prueba de contacto entre Evola y el autor de Los indiferentes. En 1966, fue el propio pensador tradicionalista quien relató: “A Moravia tuve la oportunidad, en el período anterior, de seguirle en su vida ordinaria. Sufría en ese entonces, y sin duda sufre aún más hoy, de una especie de neurosis sexual hasta tal punto que cuando veía que una chica estaba dispuesta a ir en serio con él, casi se angustiaba”. Las relaciones de Evola en París no fueron sólo políticas y culturales. Para preparar su viaje, había escrito a su amigo Filippo de Pisis pidiéndole que buscara un “ambiente bohemio, en la medida en que existiera, [...] ‘vital’, ‘intenso’ y poco convencional”. Sus instrucciones eran precisas: “Tienes que calcular la posibilidad de pasar la tarde y la noche de forma no aburrida, porque no tengo nada que hacer y las diversiones ‘intelectuales’ de este tipo de salón son algo que reservo para cuando no hay nada mejor que hacer”. Además, sería bueno disponer de “un terreno suficientemente variado para ejercer una especie de ‘pesca’ sin las precisas premisas ‘profesionales’ que, según algunos, caracterizan a la mujer francesa”. En un artículo en el Corriere Padano, repasa los numerosos locales nocturnos que ofrecen a los turistas las más variadas transgresiones “hasta los límites donde puede llegar la fantasía más atrevida”. Los visitó todos. En el Sphynx, bebe champán en medio de chicas disfrazadas. Visitó otro bar donde, bajo luces estroboscópicas, bailarinas enmascaradas y desnudas ejecutaban una “danza epiléptica: un conjunto casi diabólico en esta absurda asociación de contrastes, un mundo desanimado, algebraico, geométrico, compuesto de formas espasmódicas de carne”. Mientras que en el Alcázar un caballo mecánico blanco se pasea por el centro de la sala rodeado de jovencitas, mientras que en el Monóculo las mujeres se visten de hombres, con smoking y puros, para recibir a los clientes. La tradición, al parecer, sigue a veces caminos misteriosos.
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sheltiechicago · 2 months ago
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Images Depicting What Childhood Looks Like In Different Corners Of The World By Italian photographer Massimo Bietti
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luegootravez · 5 months ago
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Dafne Cejas by © Josefina Bietti
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knittinganddrinkingtea · 2 years ago
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Ari Westphal by Josefina Bietti for Elle Brazil January 2017
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