#antes que el genocidio que le ocurre a palestina
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supernova049 · 1 year ago
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Si bien algunos gringos son infumables, cada vez veo mas y mas latinos que son igual de insoportables que se quejan por todo.
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vittoriocontenido · 4 days ago
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¿Jesús un Mesías sionista? ¡Jesús es el Mesías de todos los pueblos! / Por Cristian Vidal
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Por P. Cristian Vidal (Me bajaron el post, lo vuelvo a subir)
En tiempos de guerra, el lenguaje se vuelve un campo de batalla. Y también la teología. Hoy, mientras las bombas caen sobre Gaza y miles de civiles —niños, mujeres, ancianos— mueren bajo el estruendo de la injusticia, resurge una idea peligrosa entre algunos sectores cristianos: que Jesús fue, y sigue siendo, el “Mesías judío” y que, por tanto, debemos apoyar incondicionalmente al Estado moderno de Israel. Como cristiano, como pastor y como ser humano, no puedo quedarme en silencio. Esa afirmación no solo es una simplificación teológica, sino una profunda tergiversación del Evangelio.
Jesús, el Mesías que trasciende toda frontera
Sí, Jesús nació judío, y su vida estuvo profundamente marcada por el dolor y la esperanza de su pueblo. Pero reducirlo a un proyecto étnico o nacionalista es traicionar el sentido más profundo de su encarnación. Jesús no vino a fundar una nación. Vino a inaugurar el Reino de Dios. Y ese Reino no conoce banderas, ni muros, ni privilegios exclusivos.
José Míguez Bonino lo dice con claridad: con la cruz y la resurrección de Jesús, “la justicia de Dios ha venido a ser… una realidad universal que inaugura una nueva era”¹. La encarnación de Cristo no fue un acto de favoritismo divino, sino un acto de solidaridad con toda la humanidad. Elsa Tamez recuerda que Jesús se conmovía ante el sufrimiento de su pueblo, sí, pero lo hacía desde un amor que se abría al mundo entero². Y Leonardo Boff lo expresa con dolor y lucidez: en la tierra del Príncipe de la Paz, hoy se vive una tragedia “cruel y sin piedad… un crimen humanitario”³.
¿Puede el Jesús del Evangelio estar del lado de quienes hoy asesinan a niños en Gaza? ¿Puede el que abrazó a los pequeños, el que lloró por Jerusalén, justificar los bombardeos y la limpieza étnica? No. Jesús no es un Mesías sionista. Es el Mesías de todos los pueblos.
No usemos la Biblia como pretexto para la opresión
Uno de los argumentos más comunes que escucho es que las promesas del Antiguo Testamento le dan derecho eterno a Israel sobre la tierra. Pero eso es no entender la Escritura. Juan Stam advierte con razón que el Antiguo Testamento debe leerse en su contexto, y no como si fuera un contrato de propiedad inmobiliaria⁴. Términos como “para siempre” en hebreo muchas veces solo aluden a períodos largos, no a un derecho irrestricto o perpetuo.
Textos como Ezequiel 37, Isaías 62 o Zacarías 12 hablan de restauración, sí, pero desde una lógica espiritual, no militar. Apocalipsis 7 menciona a las tribus de Israel, pero enseguida abre la visión a “una gran multitud de todas las naciones”, mostrando claramente que la salvación en Cristo no está limitada a un solo pueblo.
Incluso el apóstol Pablo, en Romanos 11, advierte a los cristianos gentiles a no caer en la arrogancia. Nos recuerda que no somos nosotros quienes sostenemos la raíz, sino que hemos sido injertados por gracia. La fidelidad de Dios se mantiene, pero en clave de misericordia, no de supremacía violenta⁵.
La fe en Jesús no es complicidad con el genocidio
Lo que ocurre hoy en Palestina es desgarrador. Las cifras no mienten: en la última década, el Estado de Israel ha matado hasta 15 veces más civiles que los palestinos en sus conflictos armados⁶. Lo que estamos viendo en Gaza —bombardeos masivos, hospitales destruidos, niños mutilados— no es legítima defensa, es masacre. Y ningún texto bíblico puede ser usado para justificarlo sin pervertir su sentido.
Jesús no dio su vida para que se derramara más sangre. Al contrario, murió para desactivar los mecanismos del odio. La paz del Evangelio no es la paz del vencedor, sino la que nace de la justicia. Bonino insiste en que todo discípulo de Cristo está llamado a involucrarse en esa justicia del Reino, no en lecturas bíblicas rígidas que terminan blindando a los poderosos⁷.
El Reino de Dios no tiene bandera
Ser cristiano no es hacer propaganda política.
Es seguir al Crucificado. Es llorar con las víctimas. Es orar por la paz y trabajar por ella. Apoyar a las víctimas palestinas hoy no es un acto de antisemitismo, sino de fidelidad al Evangelio. El propio Jesús fue crítico con las autoridades religiosas de su tiempo, no por odio, sino porque amaba con verdad. Como dice Juan Stam, el llamado “sionismo cristiano” no es más que una ideología fundamentalista que distorsiona la Escritura⁸.
Amar al pueblo judío no significa bendecir al Estado moderno de Israel con cada una de sus políticas. Como tampoco amar a nuestros propios países significa justificar sus pecados. La fe cristiana nos llama a una cosa: ser sal y luz, no altavoz del poder.
Conclusión: el Mesías es de todos
Jesús no fue, ni es, el mesías de un solo pueblo. Es el Hijo de Dios que dio su vida por toda la humanidad. Y hoy, más que nunca, el mundo necesita cristianos que se atrevan a decir la verdad: que ningún Estado está por encima del Evangelio, que ninguna bandera vale más que una vida humana, y que el Reino que Jesús anunció no se construye con armas, sino con justicia, misericordia y humildad.
Por eso alzo la voz. No por odio, sino por fidelidad. Porque seguir al Mesías es estar del lado de los crucificados, nunca de quienes clavan los clavos.
Citas:
1. José Míguez Bonino, La fe en busca de eficacia histórica (Buenos Aires: La Aurora, 1977), 145.
2. Elsa Tamez, Contra toda condena: la justificación por la fe desde los excluidos (México: Ediciones Kairós, 1992), 87.
3. Leonardo Boff, “La tragedia palestina: ¿cuánto vale una vida?,” LeonardoBoff.org, octubre 18, 2023, https://leonardoboff.org/2023/10/18/la-tragedia-palestina-cuanto-vale-una-vida/.
4. Juan Stam, Apocalipsis y política: una lectura latinoamericana (San José: DEI, 2005), 93–97.
5. Ibid., 99–100.
6. Leonardo Boff, “La tragedia palestina,” LeonardoBoff.org.
7. José Míguez Bonino, Teología y misión: una reflexión evangélica desde América Latina (Buenos Aires: Kairós, 1999), 132.
8. Juan Stam, Apocalipsis y política, 105.
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veryintou · 2 months ago
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La responsabilidad como forma de poder
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nada bien, 2023.
Article published in April, 2024 at El Salto. Language: Spanish. Link.
Llevamos más de seis meses presenciando el brutal intento de silenciamiento de un pueblo que lleva siendo asediado desde hace décadas. Llevamos más de seis meses viendo morir o desplazarse forzosamente a miles de personas ante nuestros ojos. Estamos siendo testigues del continuo proyecto de extenuación ejercido por el estado de Israel sobre el pueblo palestino; del presente de una historia de desposesión inscrita en la memoria colectiva de varias generaciones. 
La gran mayoría de las personas que han sido asesinadas en Gaza, nacieron ya bajo una narrativa colonial que con los años ha ido estrechando su horizonte político. En términos hegemónicos. Se trata de un sistema de apartheid que va más allá de la retórica religiosa que le caracteriza. Que de hecho, instrumentaliza esa heroicidad de la que se apropia sistemáticamente el capitalismo —también en su presente neoliberal— como estrategia de ocultamiento de una serie de intereses económicos evidentes. 
El hecho de que el territorio de Palestina sea fuente de recursos fósiles explotables, evidencia el carácter histórico del extractivismo no solo cultural, sino ecológico de las practicas coloniales. Una luz de gas que opera a nivel geopolítico; una que ha sido respaldada, en gran medida, por un silencio institucional generalizado. Todo esto configura el espectro de violencia que desde el pasado octubre se ha desplegado de manera descarnada ante nosotres.
Hemos atendido —ahora con los ojos ardiendo, inyectados, literal y metafóricamente, en sangre— a los horrores que llevamos observando desde lejos durante toda la vida. Una pasividad que está entrando en crisis. Llevamos también más de seis meses presenciando cómo la firmeza del pueblo palestino se articula en la practica activa de una serie de métodos de resistencia cultivados con los años —sumud muqawim—. Y a pesar de ello, parece que no entendemos del todo cómo seguir movilizándonos, ni qué podemos hacer con este privilegio que, desde aquí, ostentamos. 
Desde que este genocidio estalló, he escuchado a muches amigues expresar un amplio arco de emociones. Entre ellas tristeza profunda, ira, desesperanza e incluso apatía. Sobre todo impotencia y, de manera continuada a lo largo del tiempo, frustración y sensación de falta de agencia. No dejamos de repetirnos, directa o indirectamente, que no tenemos capacidad de acción efectiva. Aún así nos organizamos, salimos a la calle y nos reeducamos —de diferentes maneras y en muchos casos, como podemos—. No obstante, la sensación de falta de poder continua extendiéndose, sumiendo nuestros intentos de movilización en esa nube densa de melancolía y falta de expectativas de futuro que nos caracteriza contemporáneamente. La enunciación continua de que el alcance de nuestros actos es limitado, reafirma nuestra distancia respecto a ciertas situaciones en las que nuestras acciones podrían llegar a generar una diferencia. No de manera aislada, desde luego. Pero digamos que el relato de la impotencia política requiere de su propio orden de enunciación para su mantenimiento; es la condición misma de su existencia. Se trata de uno de esos casos en los que el discurso acota lo que podría llegar a ser una vida digna. Como ocurre, por otro lado, en tantos otros relatos.
Hace ya tiempo que empecé a escribir este artículo. Más de medio año después, sigo habitando muchas de las preocupaciones que me invadían entonces. El pasado octubre, leí un texto de Harun Morrison que aún me viene a la cabeza de tanto en tanto. En este señalaba, justamente, la peligrosidad del uso del lenguaje a la hora de diseminar la historia de determinados colectivos, en este caso del pueblo palestino(1). 
Nos encontramos en un momento muy frágil respecto a la institucionalización del discurso. Por un lado, algunos términos se han vaciado de sentido comodificándose, alejándose cada vez más de su raíz axiológica —es decir, de sus efectos o su capacidad de afectar—, pasando a formar parte de un vocabulario aséptico y económicamente rentable. Simultáneamente, el uso violento y generalizado de otros, especialmente a través de discursos oficiales, construye mundo: un mundo que refleja una perspectiva cada vez más inhabitable. O habitable únicamente para una pequeña minoría. Del mismo modo que las palabras que consumimos producen una experiencia de realidad determinada, el lenguaje que usamos con y entre nosotres genera un tipo de mirada particular, una que puede acompañarnos durante años o incluso durante toda una vida.
El blindaje de lo imaginable constituye el problema inherente de la palabra. Sin embargo, los lugares comunes que utilizamos a la hora de contarnos son, hasta cierto punto, maleables. Por mucho que se encuentren inscritos culturalmente en nosotres, la especificidad desde la que cada une accede a estos espacios aparentemente estables, permite cierta desviación respecto a cualquier narrativa principal. Sara Ahmed define este desfase, entre el ideal y su vivencia, como brecha afectiva(2). Entendiendo lo político como una configuración de brechas interconectadas entre sí, y desde mi tendencia personal hacia la micropolítica —que en este instante parece evidentemente insuficiente—, me pregunto en qué momento hemos aceptado colectivamente la idea de que no tenemos agencia sobre los entramados sociales que habitamos. 
Mientras reviso este texto, recuerdo que el 30 de octubre el ayuntamiento de la ciudad en la que vivo decidió conmemorar a Israel con la Medalla de Honor de Madrid el próximo 15 de mayo —justamente, el día de la Nakba—. Este comunicado se hizo público tres semanas después del estallido del genocidio. Semejantes actos simbólicos de sadismo representan un tipo de política gore, en palabras de Sayak Valencia, que es imposible obviar (3). Este es nuestro día a día, nuestra realidad democrática.
Más allá de las palabras que utilicemos para nombrarlos, el orden económico en el que operamos y el pasado imperialista de un país como España se delatan. Lo que está ocurriendo en Gaza nos interpela históricamente, mientras continúa recorriendo nuestros nervios cada día que pasa. Personalmente, agradezco que me siga quitando el sueño por las noches. La sensación de fragmentación que conlleva reconocer tu posición —y tu responsabilidad— dentro de un estructura que no te representa, o que no representa las decisiones que tomas cotidianamente, puede ser paralizante. O peor aún, puede llevarte a seguir trabajando, consumiendo y produciendo igual que siempre pero desde un estar cada vez más disociado, cada vez más ausente. Para bien y para mal, el sistema lo construimos entre todes. Es por ello que durante este tiempo no he dejado de pensar en que quizás la pregunta sobre “qué hacer” no es exactamente la pregunta adecuada. O al menos, la única relevante. Circunstancias así requieren de una reflexión más profunda, de una revisión estructural de nuestro imaginario. No únicamente de todo lo que deberíamos reformular por completo, sino también de aquello a lo que todavía podemos aferrarnos. 
Llevo meses pensando en qué materiales tengo para contribuir a este ejercicio de pensamiento colectivo. He encontrado dos preguntas transversales, que podrían funcionar como puntos de partida: ¿qué está fallando en el concepto de agencia que venimos utilizando? y ¿qué significa ser políticamente responsable en un escenario como este? 
La definición tradicional de agencia política se centra en esa capacidad de acción del sujeto que es conquistada a través del ejercicio de su autonomía. En un sujeto capaz de responder por sí mismo a las condiciones de vida a las que hace frente; ese yo del conocimiento que observa las cosas desde lejos(4). Nos habla de un poder interno, inscrito en la subjetividad antes de que esta se contextualice y en este sentido, presupone un encuentro con un entorno material, económico y social del que sin embargo formamos parte. Ese que constituimos y nos constituye, simultáneamente. Esta definición se apega, todavía, a la idea de soberanía moderna: nos aleja simbólicamente de nuestra participación en el mundo y afirma que existe un tipo de subjetividad que es intrínsecamente política —esa que, además, encarna un universalismo cruel.
Hace años que este paradigma viene siendo cuestionado desde diferentes espacios y disciplinas del saber. No obstante, en situaciones como la que nos ocupa, este sujeto que ha protagonizado el sueño del progreso y facilita el mantenimiento de las lógicas coloniales en nuestro presente, es explícitamente visible. Me parece lógico que, a pesar de apelar a cierta emancipación —genérica, en cualquier caso—, esta definición de agente no nos sirva para desmantelar violencias estructuralmente vinculadas a esos mismos mecanismos de dominación que le caracterizan. No necesitamos conquistar una dimensión política individual; necesitamos un plan de liberación colectiva. Uno que responda ante lo contingente y lo variable de nuestra experiencia, intencional en lugar de objetivo(5). Capaz de actualizarse, de incorporar lo que otres tengan que decir sobre determinadas formas de violencia que no son pensadas, sino vividas. Quizás, la dolorosa sensación de falta de poder que muches experimentamos ante lo que sigue sucediendo en Gaza, sea un paso necesario para repensar la manera en que navegamos los sistemas geopolíticos en los que se inscriben nuestras prácticas.
Lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en responsabilidad es la palabra afectiva. Algo que comúnmente puede definirse como hacerse cargo y que sin embargo, implica un amplio espectro de gestiones emocionales. Para ser responsable afectivamente es necesario empezar por ser capaz de reconocer la fragilidad que conlleva cualquier espacio relacional. Supone además, el acceso a ciertas herramientas que nos ayuden a deconstruir todos esos patrones vinculares que hemos heredado culturalmente —todas esas maneras asumidas de estar en el mundo—. Implica, casi siempre, entablar conversaciones que podrían resultar incómodas. Y no se trataría únicamente de ser cuidadoses con nuestros gestos y palabras, sino de estar estar dispuestes a atravesar un terreno complejo; de cultivar el deseo de recalcular nuestros significados y significantes. 
Entendiendo que lo afectivo permea lo geopolítico, la responsabilidad tiene que ver con esa capacidad de respuesta en relación a cada escenario específico; con cómo la disposición a hacer las cosas de otra manera puede generar un efecto a mayor escala. Su trabajo activo en el plano comunicativo hace de ella una orientación política que se apropia potencialmente del lenguaje. Aquel que utilizamos para comprender lo que ocurre, dentro y fuera de nosotres. Pero antes incluso de que las palabras, estas palabras quizás, logren resignificarse, un ejercicio así esbozaría una inclinación hacia cierta dispersión o colectivización de la agencia. Responsabilizarte de tu entorno implica que tus acciones tienen una repercusión directa en lo que te rodea porque participas en el flujo afectivo de todo aquello con lo que compartes contexto, memorias y especulaciones. Esta agencia responsable, colectivamente redistribuida, visibilizaría que somos agentes esencialmente vulnerables(6): que vivimos bajo sistemas de opresión interdependientes, que nuestras luchas políticas son vinculantes y que tener agencia no quiere decir, simplemente, tener la capacidad de actuar por libre. Esto no supondría un rechazo total de la noción de autonomía sino empezar a ubicar, como apunta desde hace tiempo Marina Garcés, la búsqueda de nuestra libertad en el entrelazamiento(7).
Llevamos más de medio año experimentando una emergencia política. Para muchas personas, la vida está cambiando o ha cambiado para siempre. Nada volverá a ser como antes. Cada vez que no reiteramos nuestra posición respecto a lo que ocurre en Gaza, estamos blanqueando la experiencia brutal y colectiva de un genocidio. Cada vez que nos ahogamos en nuestra tristeza, soles, estamos bloqueando nuestra potencia afectiva. También estamos permitiendo que nuestros aparatos institucionales no se responsabilicen totalmente. En lugar de seguir proyectando la fantasía capitalista y colonial de una agencia autosuficiente, necesitamos estrategias de agenciamiento que nos ayuden a localizar los recursos que tenemos a nuestro alcance. Cada gesto sigue siendo relevante, cada nueva noticia requiere de una maniobra específica. 
Poner palabras a lo que viene pasando es difícil: escribir —e incluso tener espacio para pensar— sobre agencia, responsabilidad y violencia implica, por supuesto, una posición extremadamente privilegiada. Pero si no puedes desprenderte de tu privilegio probablemente tengas que preguntarte hacia dónde dirigirlo; mientras este vehícule el sufrimiento de otres, nadie podrá ser libre. Creo que tiene más sentido socializar ciertas preguntas que responder al silencio con silencio. Ese esperar frío, ese analizar distante. La escritura es un espacio de poder pero puede ser a la vez un espacio de latencia y es, desde luego, una práctica dignificante, pues presupone que todavía hay algo que tiene que decirse. Quizás ese algo sea que seguimos estando tristes. Que quizás esta tristeza no se vaya del todo nunca. Pero somos muches. Y la pena es un estadio que lleva tiempo esperando a colectivizarse. Necesitamos re-apropiarnos de la responsabilidad como forma de poder. Justamente, para que el lenguaje pueda llegar a transformarse.
References:
(1)Timeline Palestine. Times between and beyond the timeline. Nero Editions. Harun Morrison, 2023. 
(2)Melancholic Universalism. feministkilljoys.com. Sara Ahmed, 2015.
(3) Capitalismo Gore. Editorial Melusina. Sayak Valencia, 2010. 
(4) Crítica visual del saber solitario. Consonni. Aurora Fernández Polanco, 2019. 
(5) Fate work: A conversation. Ephemera Journal. Vol. 13 (1). Stefano Harney y Valentina Desideri, 2013. 
(6) A vulnerable generation? Youth agency facing work precariousness. Papeles delCEIC. Vol. 2019 (1). 2019. Paola Rebughini, 2013. 
(7)¿Qué podemos hacer? O sobre las intimidades de la crítica. Marina Garcés. En A veces me pregunto por qué sigo bailando. Continta me tienes. Óscar Córnago, 2011. 
Reworlding: Ramallah. Short Science Fiction Stories from Palestine. Onomatopee. Callum Copley (ed.), 2019.
Nakba, Sumud, Intifada: A Personal Lexicon of Palestinian Loss and Resistance. TheFunambulist. Rana Issa, 2023. 
The Transformation of Silence into Language and Action. En Your Silence Will Not Protect You: Essays and Poems. Silver Press. Audre Lorde, 2017. 
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kiro-anarka · 5 years ago
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(los hijos de las víctimas de ayer son los verdugos de hoy)
En mi anterior artículo sobre la heroica Palestina, que tuvo mucho éxito en las redes sociales y que fue publicado por un gran número de medios digitales, algunos amigos me han dado algunas opiniones. Entre muchos comentarios positivos de solidaridad con la nación de Palestina, algunos majaderos me han comentado que no soy historiador, que soy ingeniero y que las lecciones de historia se la debo dejar a los historiadores y que yo me debo dedicar a los números y mi profesión.
Ante esta insolencia les replico que si fuera por eso no podría hablar de psicología, sociología y de los diferentes campos de las ciencias sociales, o de biología, botánica u otras materias, que es justamente lo que hace la integridad de los individuos. Como decía el gran José Martí: “Hay que ser culto para ser libre”. Entonces por el contrario nos convertiríamos en personas planas y sin opinión alguna sobre lo que sucede a nuestro alrededor y de lo que ocurre en el mundo.
Dicho esto, sigo con mi relato u opinión sobre la tragedia que se cierne sobre la nación Palestina que dura por más de siete décadas.
Es largo el historial de despojo, matanzas, destrucción y tragedias que se abate sobre la nación de Palestina, por parte de ese estado terrorista y criminal como lo es Israel.
No me creo eso que debido a su sufrimiento pasado se crean que sean la reserva moral del mundo. Por supuesto que todos nos compadecimos del holocausto que sufrieron los antepasados de los actuales habitantes de Israel, pero este sufrimiento no los autoriza ni les da carta blanca para cometer toda clase de asesinatos sobre otro pueblo.  Siempre me pregunto, ¿qué clase de enseñanzas recibieron los actuales gobernantes y habitantes de Israel? ¿Cómo se puede vivir tranquilamente en una tierra que no les pertenece y donde hoy levantan sus viviendas y sus industrias? Porque digamos francamente, esto es sido fruto de las masacres y el martirio sobre una nación que ha habitado por siglos en esa tierra.
Esa estela de infamia que ha propalado el estado de Israel sobre el mundo civilizado y que también cruza nuestra historia reciente, tato de buscarle los motivos del odio que anidan hacia el pueblo palestino. Varios de mis amigos tratamos de cultivar la compasión y la empatía e impedir que caigamos en el tejido del engaño. Ese engaño de quedar atrapados en las ramificaciones brutales del odio y el resentimiento. Sé que es muy difícil de verdad, pero siempre me pregunto si para nosotros, que somos privilegiados del sistema, esa generación que logró llegar a la universidad y educarse en forma integral. Nosotros que veníamos del estrato más bajo de la clase social y que estábamos condenados al fracaso, los sin futuro. Que no teníamos apellidos extranjeros y que no rodeábamos ese círculo de amigos ilustres y contactos donde mostrar nuestros triunfos. Aun así, logramos cultivarnos en la lectura, fundar familias y comprender como se cometen las injusticias en el mundo.
Por eso nuestro grito desgarrador, lleno de rabia y dolor, hacia lo que ocurre ante nuestros ojos y la impotencia de saber que solamente tengamos un lápiz y un papel como arma de lucha para luchar y no detener esta tragedia.
Nos piden a nosotros a los pacíficos practicar la tolerancia, ese concepto demasiado extraño que le encanta usar a los abusadores y los criminales del mundo. Porque es la ganzúa que usan con frecuencia para ocultar sus matanzas, cuando los abusados no son ellos, ni algún familiar o un amigo, una hermana, un padre o una madre.
Un poco de historia para NUNCA olvidar, dentro de las muchas matanzas del estado de Israel sobre Palestina
Masacres de Sabra y Chatila: estas matanzas se produjeron en Beirut en estos dos campamentos situados en la parte occidental, donde vivían refugiados palestinos, que habían sido expulsados de su tierra ancestral.
A cargo de la seguridad estaba a cargo el ejército israelí, donde sus fuerzas rodeaban, con un numeroso contingente de soldados y oficiales. El perímetro de estos dos campamentos tenía varios puestos de vigilancia y no se permitía la entrada y salida sin el permiso del ejército de Israel.
Entre los días 16 y 18 de septiembre de 1982 falangistas cristianos, con apoyo de las fuerzas israelíes, entraron a los campamentos, bajo el pretexto de apresar a los combatientes de la OLP.
Previo a estas horrendas masacres, Ariel Sharón y el jefe de Estado Mayor, Rafael Eitan, se reunieron con las unidades de la milicia cristiano-falangista libanesa, para ordenarles a entrar en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila. La reunión terminó las 3:00 de la tarde del 16 de septiembre.  En el marco del plan, los soldados israelíes tenían que controlar el perímetro de los campamentos de refugiados y prestar apoyo logístico, mientras que los milicianos falangistas debían entrar a los campamentos. Entraron unos 1500 milicianos, armados de machetes, cuchillos, hachas y armas automáticas y comenzaron con los crímenes. No encontraron a los supuestos combatientes de la OLPP, pero solamente era el pretexto para culminar sus masacres.
Durante la noche, las fuerzas israelíes dispararon bengalas iluminando los campamentos. Según el testimonio de una enfermera holandesa, que se encontraba en ese lugar cumpliendo labores humanitarias, el campamento estuvo tan brillante como un estadio deportivo durante un partido de fútbol. Es decir, les dieron cobertura total a los milicianos para masacrar impunemente y con total seguridad a los refugiados palestinos que ahí vivían.
Debo comentar que los refugiados vivían en pésimas condiciones, sin luz eléctrica, con el agua potable racionada y casas construidas en base a lonas y material ligero. Es decir, aparte de que ya era un castigo estar alejados de su patria, los israelíes los tenían prisioneros.
Aun así, para aumentar el martirio de estas masacres, los asesinos los torturaron y masacraron a casi la totalidad de los habitantes, compuesto principalmente por niños, ancianos y mujeres. Sus muertes no fueron muy piadosas, ya que terminaron asesinando a muchos hombres con sus genitales y sus miembros mutilados a machetazos y apuñaladas. Con los demás tampoco tuvieron compasión, ya que las mujeres fueron violadas y a los niños les rompieron sus manos previos a sus asesinatos.
Esta masacre recibió la calificación de acto de genocidio por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas a través de su resolución 37/123. Sin embargo, los responsables de estos actos de terrorismo como el Primer Ministro, Menahem Begin, el Ministro de Defensa Ariel Sharón y el jefe del Estado Mayor Rafael Eitan, más el falangista libanés Elie Hobeika. Ninguno de ellos fue juzgado ni se le siguió proceso alguno, a pesar de las protestas internacionales. Peor aún, Ariel Sharón fue elegido Primer Ministro en el año 2001, mediante los votos de sus ciudadanos que lo consideraban héroe nacional. (Ya sabemos cuáles son sus “hazañas militares” de este criminal) Incluso en sus funerales fue despedido con honores de estado. Entre los asistentes invitados se encontraba el actual candidato demócrata a presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quien pronunció un discurso emotivo.
Entonces la historia seguirá igual para la nación de Palestina con cualquiera de los dos inquilinos de la Casa Blanca, con Donald Trump o Joe Biden. Por lo contrario, lo único que detendrá finalmente esta tragedia será el apoyo irrestricto de la comunidad internacional y también visibilizar este crimen mediante los medios de comunicación.
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