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#alfonso espadas iii
arty-e · 8 months
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AU where all Alfonso’s kids lived and Dylan had brothers and a sister
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theespadas · 4 months
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Royal Consorts of Calla - House of Espada
1 - Queen Tatiana - First Queen of Calla - Wife of King Aster The Peaceful;
2 - Queen Consort Isobel Leopoldina - Wife of King Lúcio;
3 - Queen Consort Maria Amália - Wife of King Alfonso;
4 - Queen Consort Maria - Wife of King Antonio;
5 - Queen Consort Theresa - Wife of King Otávio;
6 - Queen Consort Leticia - Wife of King Aster II;
7 - Queen Consort Dahlia - Wife of King Aster III;
8 - Queen Consort Alexandra - Current Queen of Calla - Wife of King Immanuel
Inspired by @funkyllama and @thegrimalldis's post!
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pinturasdeguerra · 1 year
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722 Covadonga - Ferrer Dalmau
Según las crónicas de Alfonso III, Crónica de Albelda, datada en el año 881:
Alkama entró en Asturias con 187 00 hombres .​ Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y que el ejército de Alkama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de una cueva. El obispo Oppas subió a un montículo situado frente a la cueva y habló así a Pelayo: «Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás?». El interpelado se asomó a una ventana y respondió: «Aquí estoy». El obispo dijo entonces: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo contestó: «Verdaderamente, así está escrito». [...] Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos [...]. Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga...
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thesoulbonder · 3 years
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♠️Spades Royal Family♠️ (Part 1)
Hey peeps!
Spades Family time!
These characters are from Cards, a holy shit AMAZING series by @arty-e ! Please go check it out whenever you can!
But here’s the blue babies :D
Matilda Espadas, Iris Espadas-Romero
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Alfonso Espadas III, Isabella Espadas-Reid,
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Elizabeth Espadas-Solorio, Camilla Ennis,
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Dylan Espadas, Coral Espadas-Morphew,
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Camilla Espadas, Cyan Espadas,
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Continued in Part 2!
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jgmail · 5 years
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La presencia germánica en Castilla.
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«Huar ik im, midzani ik im, dzar is ains Gutiksland»
(Allí donde yo esté, mientras yo esté, eso es una tierra goda) Aforismo visigodo
«Llevo a Castilla en la planta de mis pies»
Rodrigo Díaz de Vivar
«Buscaba celtas… y encontré germanos»
Miguel Serrano
Ruy Díaz ha salido de Valencia junto a sus gentes de armas. Se dirige al encuentro de Alfonso, rey de Castilla. Cuando ambos hombres de divisan, Rodrigo se adelanta junto a quince de sus caballeros y descabalga. El Poema narra la escena que se desarrolla a continuación: «…el que en buen ora naçió; / los inojos e las manos en tierra los fincó / las yerbas del campo a dientes las tomó»(1). El gesto ritual germánico que ejecuta Rodrigo Díaz, un gesto de aceptación de la superioridad jerárquica del monarca, es comprendido y celebrado por todos los presentes. Un caballero germano reconocía como su señor a un rey germano ante una corte germana y una Gefolge de guerreros germanos que regresaban del exilio. Visigodos. Tales eran y por tales se tenían.
La conciencia gótica de los pueblos de los diferentes reinos de España es una constante que casi ha llegado a nuestros días. Saavedra Fajardo redactó su Corona Gótica, castellana y austriaca con el fin de ofrecer argumentos para una alianza entre dos naciones pobladas por godos: Suecia y la España de los Austrias. Mucho antes, en el siglo XIII, Jiménez de Rada comenzaba su narración de los avatares de la historia castellana, que tituló Historia Gótica, con la salida de los godos de la «Isla de Scania». Esta conciencia se ha reflejado en diversos elementos socioculturales, comunes al conjunto de España, pero especialmente característicos de la sociedad castellana. En realidad, la percepción que ésta tuvo de sí misma es un hecho que habla por sí solo de una presencia efectiva del elemento germánico en ella. Un reciente estudio sobre algunos aspectos del «goticismo», discutible quizá en algunos extremos, puede verse en Stallaert (1998).
El Occidente europeo sufrió una trasformación profunda a causa de las invasiones germánicas que sellan el final del Imperio de Roma. Estructuras político-sociales caracterizadas por la mentalidad y el derecho germánicos se levantan sobre las ruinas de las antiguas provincias occidentales. En Hispania, tras muchas vicisitudes, los visigodos, se hacen con la práctica totalidad de la Península. Su reino caerá el 711 por efecto de las armas musulmanas y de la miopía política. Es historia conocida.
Desde el mismo momento en el que la ciencia histórica se enfrasca en el estudio de los reinos cristianos altomedievales la presencia en todos los ámbitos de la vida de rasgos de origen germánico hizo evidente que no se había producido ninguna cesura importante entre el reino godo y las nuevas estructuras septentrionales. El acuerdo entre los historiadores sobre esta cuestión era general, sólo se discutía sobre cuestiones de detalle. Sin embargo, en la década de los 70, dos medievalistas, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, publicaron una serie de trabajos, entre ellos los más conocidos son los publicados en 1974 y en 1979, sobre el fin del mundo visigodo y los inicios de los primeros núcleos de resistencia cristiana en el norte astur-cántabro. Su tesis, que gozó de un éxito inmediato, en realidad por razones más bien extra-académicas como subraya García Moreno en la introducción al libro de Novo Guisán (1992), sostenía, entre diferentes cuestiones, que astures, y cántabros jamás fueron sometidos por los visigodos y que tras la desaparición como poder dominante en la península de estos últimos se formarían núcleos de resistencia de tradición indígena al poder islámico. Esta tesis, que como hemos dicho gozó de mucho predicamento, está hoy totalmente desechada. Los trabajos de Besga Marroquín (1983) y Novo Guisán, antes mencionado, han supuesto su carta de defunción. Los godos conquistaron el norte y crearon allí los ducados de Cantabria y Asturias. Del primero nos informan, por ejemplo la Crónica Albeldense o la redacción rotense de la Crónica de Alfonso III. Del segundo las fuentes son más antiguas: el Cosmógrafo de Rávena o San Valerio del Bierzo. Por otra parte, el registro arqueológico testimonia una notable presencia visigoda en la región astur-cántabra durante los siglos de existencia del Reino de Toledo: de necrópolis a cecas (Pésicos), de restos arquitectónicos a las típicas pizarras visigóticas, el registro nos habla de la presencia goda. Territorios controlados políticamente por la aristocracia visigoda, Asturias y Cantabria sirvieron de refugio a millares de germanos que subían no sólo desde los Campi Gothorum (Sánchez Albornoz calculó un primer asentamiento en estas llanuras de unos 60.000 germanos), sino desde todo el desaparecido reino: «… los hispa hispanovisigodos dirigiéndose fugitivos a las montañas sucumben de hambre» podemos leer en la Continuatio hispana del 754 o también en la Crónica de Alfonso III ya mencionada «entre los godos que no perecieron por la espada o de hambre, una parte se acogió a Francia, pero la mayoría se refugió en esta patria de los asturianos». Las fuentes musulmanas (Al Razi, el Ajbar Ma^ymu’a, Ibn’Idari, etc.) narran los mismos acontecimientos. Los numerosos hidalgos de la zona en la Edad Moderna, sucesores a través de los infanzones, de los filii primatum visigodos; la toponimia, tanto en su aspecto positivo, que prueba inmigraciones colectivas, como en el negativo, que explica la desaparición de topónimos germánicos en el valle del Duero; la temprana presencia de nombres godos y la pronta aparición en la región de instituciones de estirpe germánica, sólo explicables a través de la inmigración visigoda, son los argumentos clásicos que para Sánchez Albornoz (1966, 152-154) avalan la realidad de la migración gótica hacia el norte. Allí los godos reconstruirán sus estructuras políticas según sus usos tradicionales.
Efectivamente, el proceso reconquistador y repoblador que se inicia en el lado septentrional de los montes expande un ente político esencialmente germánico y un pueblo étnicamente germanizado. El reino ovetense pronto recrea las instituciones políticas de la desaparecida corte toledana, en el ámbito de lo ideológico, lo institucional y lo «espacial»: Bango Torviso (1992, 303-4) escribe acerca de la arquitectura «prerrománica astur»: «En líneas generales, se puede afirmar que los espacios arquitectónicos de los edificios y los aspectos sociales que explican su funcionalidad son los mismos que se codificaron en el arte tardo-romano de la Hispania gobernada por los reyes godos de Toledo. Es en este sentido que prefiero hablar más unitariamente del arte medieval prerrománico y considerarlo, como he hecho en alguno de mis últimos trabajos, como la prolongación del ordo gothorum. Esta tradición no se agotará hasta que sea suplantada por el arte románico».
El pequeño núcleo neogótico pronto se estabiliza y comienza el lento regreso hacia el sur de las espadas y los arados germánicos. Escribe Sánchez Albornoz (1978, 48): «Es notorio que la repoblación de la zona portuguesa se hizo por gallegos, suevo-godos y algunos mozárabes; que el reino de León se pobló por astures, algunos godos, algunos gallegos y muchos mozárabes. Y que repoblaron la Castilla condal, vasco-cantábricos, las masas godas refugiadas al norte de los montes y un puñado de mozárabes. La toponimia y el habla de cada una de estas regiones comprueban esas realidades». Sólo indicaremos que hay común acuerdo en el goticismo de los mozárabes que migran hacia el norte, de lo que hay abundantes testimonios en las fuentes musulmanas, y en el carácter germánico, atestiguado por la antroponimia, de muchos repobladores «gallegos» y «asturianos».
No obstante, ¿Qué hombres y qué tipo de sociedad son los que se están expandiendo sobre las tierras que se extienden desde las costas del Cantábrico hasta el Duero? En realidad, todos y cada uno de los elementos políticos, sociales y culturales que aparecen ante nuestros ojos nos remiten al inmediato pasado visigodo.
Frente a algunas sugestiones en contra, la investigación antropológica ha determinado de forma incontestable el carácter nórdico de las poblaciones góticas asentadas en la meseta. Escribe Ilse Schwidetzky (1957, 160, 161): «No obstante, en función del material de que disponemos puede concluirse: los visigodos hispánicos, cuyos restos se nos han conservado en los cementerios de Castilla, presentan el mismo carácter antropológico que las poblaciones germánicas de los Reihengräber (sepulturas en hileras) de la Europa central y nórdica y que la población del territorio de origen gótico. A primera vista esta conclusión podría parecer sorprendente. Pero tras un examen más atento, no está en ningún modo en contradicción con la historia del pueblo visigodo». En una muy detallada investigación posterior, Varela (1974-5) llega a una conclusión semejante; en las páginas 152-3 podemos leer: «…se comprueba que el tipo más frecuente en las necrópolis visigodas es el nórdico de las sepulturas en hileras, cuya proporción es del 56,50 % (…) mediterráneo grácil el 20,76% y el cromañoide con 12,25% (…) el braquimorfo curvooccipital y el mediterráneo robusto con el 6,71% y 3, 78% respectivamente. Estos porcentajes contrastan con los obtenidos por Pons en los hispanorromanos de Tarragona, sobre todo por la ausencia de ejemplares nórdicos en la citada población»; en cuanto a las comparaciones con otros grupos afirma: «Los resultados obtenidos por este método ponen de manifiesto que los visigodos españoles se aproximan más a los grupos nórdicos que a los mediterráneos, no sólo por el grado de las desviaciones sino por el sentido de las mismas (…) las series nórdicas que muestran una mayor semejanza con los visigodos españoles son las poblaciones de Mitteldeutsche y de Südwetdeutsche». Lamentablemente, como el propio Varela señala, hacen falta estudios que valoren la trascendencia en la población española posterior de «esta importante influencia de los grupos nórdicos durante el periodo visigodo» (2). Sin embargo, es posible que el avance de la investigación nos confirme este extremo: Especialistas de la Universidad de Barcelona están estudiando sepulturas excavadas en roca de tradición visigoda halladas en el norte de Castilla datables, en principio, en los siglos VIII o IX, correspondientes a individuos de elevada estatura (Varela ha constatado que los individuos de las tumbas visigóticas presentaban una media de estatura superior, por ejemplo, a los escandinavos de aquella época). Sin embargo, sí que podemos inferir una presencia masiva del tipo nórdico en las tierras de Castilla y León durante los primeros siglos de la reconquista: numerosas miniaturas o frescos (¡San Isidoro!) nos muestran retratos de personajes de todas las clases sociales del reino con los cabellos rubios o castaños y los ojos claros; la piel es siempre clara y sonrosada. Igualmente, no son raras en los textos descripciones de personajes con estos rasgos. Y es de sobra conocido el valor que se les concedía en la sociedad castellanoleonesa. Pero no sólo esto: las fuentes musulmanas, muy detallistas a este respecto, nos retratan una población septentrional, y no sólo a la nobleza, notablemente rubia y blanca. Estas gentes no eran sino los descendientes de los nórdicos enterrados en las sepulturas visigóticas.
En cuanto a la sociedad que van forjando estos hombres, comenzaremos nuestro breve repaso citando in extenso algunos párrafos escritos por Antonio Hernández (1982, 31-5) en los que coteja la sociedad visigoda y la castellanoleonesa, en las dos vertientes cortesana y popular, resumiendo de manera clara y amena los enormes paralelismos entre «ambas» sociedades: «Los visigodos (…) no identificaron jamás la idea de pueblo (volk) con un determinado país. Primera semejanza con los castellanos que jamás identificaron a su reino con un determinado paisaje o unas características geográficas, sino con una forma de ser, de vivir, de entender la vida (…) Nunca se habló de un rex Hispaniae sino de un rex Gothorum. Este apego a la propia nacionalidad como carácter racial se manifestaba en el importante papel que desempeñaban los vínculos derivados de la comunidad de sangre. El grupo familiar y gentilicio, como después en Castilla y León, tenía una gran cohesión interna y estaba en la base de la organización política del pueblo visigodo. Comprendía a las personas descendientes por línea masculina de un mismo tronco (Sippe), lo cual suponía una unidad de intereses en sus relaciones con los miembros de otras sippes y daba a estos grupos familiares cierta entidad jurídico-pública. Esta entidad se basaba en el respeto del principio que otorgaba igualdad jurídica a todos los miembros de cada uno de ellos y que excluía toda enemistad entre los mismos, debiendo todos los componentes de la sippe vengar conjuntamente la ofensa inferida a uno de ellos por un miembro de otro grupo gentilicio. Nada más lejos del derecho romano vigente entre los hispanos desde hacía ya varios siglos, proclive a los tribunales antes que a la espada; y nada más cerca de las costumbres y normas que volveremos a ver prácticamente calcadas en León y Castilla: la hidalguía como sentimiento de ser, no sólo “hijo de sus obras”, hijo de algo, sino más bien como ser hijo de alguien, sentimiento de clan que se extiende más allá de la propia persona para alcanzar a ascendientes y descendientes, laterales y colaterales, cónyuges y criados e incluso animales y cosas. Este sentimiento de pertenecer a un tronco común al que pertenecen los que por línea paterna llevan el mismo gentilicio, comporta entre los castellanoleoneses, como entre los godos, una serie de obligaciones y modelos de conducta que llevan a ese orgullo y soberbia castellanos: venganzas, desafíos, odios que duraban generaciones enteras, enemistades familiares convertidas en verdaderas guerras de bandería, tan típicas en nuestra historia y reflejadas de modo harto elocuente en el Romancero y los Cantares de gesta (La Afrenta de Corpes, Bernardo de Carpio, Los Siete Infantes de Lara, etc.)».
«Junto a los vínculos de sangre, los vínculos de fidelidad. En virtud de ellos una persona, voluntariamente, pasaba a depender de otra, de la que recibía protección en caso de necesidad, a cambio de prestarle un juramento de fidelidad que le obliga, sin perder por ello su condición de hombre libre, a seguirle y a luchar a sus órdenes, recibiendo manutención y ropa. De esta forma los visigodos poderosos se veían rodeados de grupos de fideles que recibían el nombre germánico de gefolge o gesiende. He aquí otra costumbre seguida por los castellanos y de la cual tantos y tantos ejemplos tenemos en nuestra historia. ¿Qué otra cosa eran las mesnadas de los condes de Castilla, levantadas por todos los infanzones que les debían lealtad? Precisamente la palabra mesnada significa “los que comen pan en la mesa de su señor”».
«El órgano esencial de la vida política de los visigodos era la asamblea de hombres libres capaces de combatir (Thing o Ding); esta asamblea tenía poder judicial y en su seno se debatían todos los problemas importantes de la comunidad y a ella tenían acceso las mujeres en representación de sus maridos, padres o hijos muertos o ausentes ¿No es esto antecedente exacto de los célebres “concejos abiertos” de la Castilla condal?». Acerca de la asamblea judicial rural asturleonesa escribe Sánchez Albornoz (1978, 77-78): «¿Contribuyeron a su formación la asamblea germánica y el conventus publicus vicinorum (propio de la Hispania visigoda)? (…) creo haber demostrado que los iudices hispanogodos se hallaban asistidos por auditores o jurados, siguiendo probablemente la tradición germánica; y no es aventurado suponer que en la zona donde los godos se asentaron masivamente, con otras muchas tradiciones visigodas perduraría la costumbre de congregarse para resolver sus problemas judiciales menores (…) los emigrantes habrían llevado estas prácticas al norte en el siglo VIII y los repobladores las habrían luego llevado al valle del Duero» y más adelante «Las leyes leonesas presentan a los ciudadanos de León, pertenecientes a la nueva clase de los hombres libres que estudiamos, admitidos a pruebas judiciales de abolengo germánico y les otorgan derecho de venganza, en la España cristiana probablemente de origen visigodo. Y es precisamente en los fueros otorgados a los municipios en lo que se agruparon los hijos y los nietos de los pequeños propietarios libres asturleoneses donde Ficker e Hinojosa han encontrado huellas más claras del derecho germánico en España. Será por ello aventurado negar que entre los boni homines que la repoblación creó en el reino leonés figuraron muchas familias de sangre gótica» y «Muchos textos nos demuestran en efecto que en el concilium y ante los boni homines se hacían las donaciones y las conpra-ventas, se nombraban los ejecutores al uso germánico y se acordaba todo género de contratos» (Sánchez Albornoz 1978, 77-78; 174 y 181-182). En este ámbito del derecho los godos populares de la meseta practicaron lo que luego sería llamado por los castellanos fuero de albedrío o derecho consuetudinario, interpretado por un juez popular o mejor dicho dos: los guzmans (literalmente los “hombres buenos”) y “hombres buenos” llamarían luego los castellanos a sus jueces (los célebres “bisjueces”). Los usos jurídicos germánicos que aparecen en Castilla, repudiados por el Fuero Juzgo, una compilación esencialmente de derecho romano, eran, entre otros, la responsabilidad penal colectiva, extendida a los parientes o conciudadanos del ofensor; la venganza privada, la prenda extrajudicial y otras formas de tomarse la justicia por sí mismo, sustrayéndola a la autoridad pública; el duelo judicial; los compurgadores o conjuradores que acompañaban a quien debía justificarse mediante juramento y juraban con éste no siendo necesario el conocimiento el hecho objeto de tal justificación etc. Estos usos no aparecen sólo en la Castilla condal sino en la totalidad del Reino leonés.
Pero sigamos a Antonio Hernández en su comparación de ambas sociedades: «En cuanto a la vida familiar, los visigodos eran celosísimos guardianes del honor conyugal, no circunscrito solamente a los derechos del varón sino a los de la mujer. No es necesario aportar prueba alguna (la Historia habla) para comprobar la importancia y la gravedad de todos los asuntos relacionados con la fidelidad conyugal entre los castellanos de los primeros siglos; pundonor que, pasando por las Partidas, con terribles penas para el adulterio, llega hasta el siglo de Oro de la literatura de Castilla; recuérdese el ya proverbial “honor calderoniano” que ha llegado hasta nuestros días. La severidad de las leyes visigodas para defender la familia está bien patente: se imponía la pena de muerte por el uso o la entrega de drogas para causar el aborto. En cuanto a la aplicación del derecho de gentes, en el que Castilla y León destacarían por su humanismo, tenemos antecedentes en las disposiciones del rey Wamba en su expedición a Septimania tras la rebelión del duque Pablo, donde castigó severamente a los soldados culpables de saqueo y ultrajes y ordenó circuncidar a los violadores de mujeres».
«Por contraste, los visigodos eran extraordinariamente tolerantes en materia religiosa. Pocos pueblos han merecido mejor el calificativo de tolerantes: un visigodo fue el que increpó a Gregorio de Tours, probándole que era deber de cristianos tratar con respeto lo que para otros era objeto de veneración, incluso los ídolos de los gentiles. Mientras permanecieron en el arrianismo jamás intentaron entrometerse en los asuntos doctrinales católicos (…) Esta tolerancia es norma en todo el Reino de Castilla y León desde el siglo VIII al XIII, llegando incluso a titularse Alfonso VI y Alfonso VII como Emperadores de las Tres Religiones».
«Por lo que respecta a la organización social, los visigodos eran un pueblo de ganaderos y agricultores. Entre las clases populares del norte (la meseta), la propiedad privada apenas estaba desarrollada, no así entre las clases altas que se asentaban principalmente en la Corte de Toledo y que eran propietarias de grandes latifundios. De ahí vendría después la separación clasista (que no racial o nacional) entre leoneses y castellanos, latifundistas lo primeros y comunales los segundos, como veremos detalladamente más adelante, aunque descendientes de godos eran tanto unos como otros, en buena parte». En realidad, no podría hablarse en justicia de una frontera geográfica neta entre una Castilla popular y un León señorial: sólo cabría hablar de una mayor intensidad de la presencia de unas estructuras socioeconómicas o políticas determinadas en momentos y espacios determinados. Castilla conoció los señoríos, laicos y eclesiásticos y León muchas comunidades con instituciones comunales. Basta ojear los trabajos, ya clásicos, de Sánchez Albornoz, Julio González, Julio Valdeón, Salvador de Moxó, Emilio Mitre y tantos otros.
«La unidad económica de habitación era la aldea o marca cuyos miembros poseían colectivamente el ganado y las tierras, los cuales se sorteaban periódicamente entre los miembros de la marca para su aprovechamiento particular; sólo la casa y el huerto situado alrededor de ella eran propiedad privada y enajenable de cada uno. Los pastos, los montes y los bosques eran propiedad comunal (Allmende) y de aprovechamiento colectivo. También las faenas agrícolas se realizaban colectivamente ¿Cabe encontrar algo más parecido al sistema que luego desarrollarían los primitivos castellanos al comienzo de la Reconquista?». Sánchez Albornoz (1978, 167-72) sostiene que estos sistemas comunales de trabajo tienen su origen en coactiva de los campos de labor y de aprovechamiento colectivo de la Allmende», aludiendo a su pervivencia en algunos lugares de Castilla (Comarca de Riaño o Zamora) en el siglo XIX.
«En el orden económico, los visigodos aportaron notables mejoras en la agricultura y la ganadería en los lugares en los que se establecieron, como por ejemplo la introducción de la alcachofa, desconocida en la Hispania romana y que ellos trajeron consigo; el cultivo del manzano para la fabricación de sidra, la explotación intensiva del trigo y, por último, la mejora y aumento de la cabaña ganadera, que floreció a partir del siglo V. Se desarrolló muchísimo, en efecto, la ganadería lanar (tan importante en la economía de la primitiva Castilla y herencia directa de la economía goda popular), y nos consta el hecho de que ésta pasó a ser, precisamente en aquel momento, transhumante, abandonando su antigua categoría estabulada, única en la Hispania romana. Fundamentalmente enfocada a la producción lanar mientras que la de cerda, que también alcanzó mucho más auge que durante el periodo romano, lo estaba a la alimentación. Grandes rebaños transhumantes y cría doméstica de cerdos para consumo familiar: otra herencia que los castellanoleoneses recogieron de sus abuelos visigodos. Dedicaron al ganado caballar una especial atención por su utilidad bélica ya que todo godo libre que pudiera mantener un caballo entraba a formar parte de los cuerpos montados: un clarísimo antecedente de lo que después en Castilla se llamará caballería villana».
Estos sencillos apuntes delinean, efectivamente, una transición sin solución de continuidad entre las comunidades visigodas y el pueblo castellanoleonés. Pero son más y de diferente orden los testimonios que encontramos de la presencia germánica. La arqueología nos habla de la pervivencia de estilos en artes menores, de la perpetuación de costumbres funerarias o de los estilos arquitectónicos: el ya mencionado arte asturiano, las iglesias rupestres (aunque éste es un tema espinoso) o la posible datación posterior a la conquista musulmana de algunas iglesias visigodas.
Por su parte, la diplomática documenta un gran predominio de la antroponimia germánica entre los castellanos y leoneses de los primeros siglos: alrededor del 50% de patronímicos reflejados en documentos civiles, subiendo hasta el 90% en las clases altas, siendo harto sabido que sólo a personas de origen germánico se les daba un nombre de ese tipo, aunque los de origen latino, griego, etc., podían corresponder en muchos casos a germanos (son numerosos los documentos en los que se especifica que un godo con nombre germánico es conocido también por otro latino). Los documentos están firmados o mencionan a hombres de todas las clases sociales que se llaman Fredenando, Godosteo, Soario, Ruderig, Sinderedus, Gundisalvus, Ulfilas, Ibbas, Uldila, Sisbert, Segga, Granista, Wildigern, Liuva, Argimund, Froga, Afrila, Guldimir, Ricimir, Akhila, Sintharius, Geila, Floresindus, Gudiscalcus, Ranosindus, Argebald, Gundefred, Eldigis, Wiliesind, Waldemir, Recaulfo, Idulfo, Ervigio, Favila, Fruela o a Alonso, Alvaro, Bermudo, Gonzalo, Guerra, Guardia, Ramiro Manrique… pero también a Ermenesinda, Elvira, Urraca, Matilde, Benilde, Alodia, Berenguela, Brunequilda, Gasuinda, Ingundis, Goisvinda, Gosuinda, Hiduarens, Ringuntis, Ermenberga, Hildoara, Hilda, Liuvigoto, Teudigoto, Cixilo, Egilo, Ello, Elduara, Giselawara, Monnia, Ginta, Glarea, Adergoto, Anderquina, Guntroda, Flagina, Argilo, Gutina… nombres visigodos de infanzones, campesinos, iudices o monjes.
Pero la documentación diplomática ofrece una información sobre la presencia visigoda en el origen de Castilla o León de tal magnitud que apenas podría describirse. Un botón de muestra: Los títulos de infanzonía que se concedían desde la corte de Oviedo a los descendientes de los filii primatum visigodos, condes de las ciudades o jefes de marcas o aldeas de Tierra de Campos, son, por ejemplo, muy numerosos en la Castilla condal. En tiempos de García Fernández unos 600. Siendo los infanzones un grupo minoritario entre los godos podemos hacernos una idea de la importancia del elemento visigodo en la pequeña Castilla de ese momento.
La toponimia nos ofrece una enorme cantidad de nombres de poblaciones que denotan un origen etimológico gótico formados a partir de los términos burg, godo, guz o antropónimos germánicos. Hernández (1982, 59-60) proporciona más de un centenar distribuidos por el triángulo que forman las provincias de Santander, Salamanca y Soria. Frente a este número, por ejemplo, sólo son once, y circunscritas, salvo dos excepciones, a los rincones nororientales de las provincias de Burgos y Palencia, las poblaciones que por su nombre delatan el origen vascón de sus repobladores. No obstante, la toponimia y la antroponimia documentan la presencia de cierto número de elementos vasco-navarros (esencialmente navarros) en la Extremadura castellanoleonesa (grosso modo las tierras al sur del Duero hasta las sierras) concentrados especialmente en la provincia de Ávila. Véase por ejemplo Villar (1986, 103-116). Sin embargo, su número es en verdad pequeño, y en él se incluyen además los de origen riojano, resultando discutible la adscripción vascona de algunos de ellos.
En otro campo Hernández nos proporciona una interesante indicación relativa a las danzas de espadas o del paloteo, muy comunes en las tierras castellanas, especialmente en la septentrionales, y que para etnólogos alemanes (Hernández 1982, 65-66 y notas 16, 17 y 18) serían danzas germánicas de carácter guerrero, idénticas a las que aún se conservan en las islas de Frisia y de Islandia y cuya preservación entre las comunidades rurales visigodas y castellanoleonesas es lógica por razones sociales y culturales y que resulta imposible por razones de la misma naturaleza que fueran patrimonio de los pueblos célticos del norte peninsular.
Pero uno de los elementos culturales en los que se hace más visible la huella germánica es en la épica. Los cantares de gesta son, en verdad, cánticos guerreros y leyendas tradicionales góticas. Se sabe que se cantaban ya en el siglo IX. Cantos heroicos tradicionales pertenecientes a un pueblo nuevo. En realidad, cantos tradicionales pertenecientes a un pueblo antiguo, el godo, que perdura en sus descendientes biológicos castellanos y leoneses. Estos cantos narran las hazañas de los héroes antiguos y de los presentes. Se recuerdan los antiguos: los Carmina Maiorum de los que habla San Isidoro (Menéndez Pidal 1969, 26-27) y se componen otros siguiendo patrones semejantes. Escribe Menéndez Pidal (1974, 19 y ss.) «…conviene suponer para la épica castellana esos mismos orígenes germánicos (que la épica francesa) (…) Tácito nos habla de antiguos cantos de los germanos que servían de historia y de anales al pueblo, y nos indica dos asuntos de ellos: unos celebran los orígenes de la raza germánica, procedente del dios Tuistón y de su hijo Mann (esto es una epopeya etnogónica); otros cantaban a Arminio, el libertador de la Germania en tiempos de Tiberio (una epopeya enteramente histórica). Más tarde, el uso de estos cantos narrativos está atestiguado respecto a varias de las razas germánicas que se establecieron en territorio del Imperio romano: lombardos, anglosajones, borgoñones y francos. Por lo que hace a los establecidos en España, la existencia de estos cantos está afirmada por testimonios diversos (…) En apoyo de este presumible entronque de la epopeya castellana con las leyendas de la edad visigoda, notaremos que la sociedad misma retratada en esa epopeya tiene un carácter fuertemente germánico que enlaza a su vez son las instituciones y costumbres de los visigodos, retoñadas en los reinos medievales. En la épica castellana el rey o señor, antes de tomar una resolución consulta a sus vasallos, clara manifestación del individualismo germánico. El duelo de los dos campeones revela el juicio de Dios, y se acude a él tanto para decidir una guerra entre dos ejércitos como para juzgar sobre la culpabilidad de un acusado. El caballero, en ocasiones, pronuncia un voto lleno de soberbia y difícil de cumplir, costumbre que proviene de un rito pagano conocido entre los germanos. La espada del caballero tiene un nombre propio que la distingue de las demás. Se cortan las faldas de la prostituta como pena infamante. El manto de una señora es, para un hombre perseguido, asilo tan inviolable como el recinto sagrado de una iglesia. Y así otros muchos usos. Pero no hablamos sólo de usos aislados. Las más significativas costumbres germánicas se constituyen como el espíritu mismo de la epopeya». Y a lo largo de varias páginas deliciosas Menéndez Pidal señala la presencia en la epopeya castellana todos los rasgos psicológicos y sociales que Tácito hace propios de los hombres del Norte: embriaguez, suciedad o pereza, pero también independencia indomable, castidad y fidelidad; su sistema de congregar la hueste o el ardor belicoso en presencia de la mujer; los consejos de los hombres de armas y el gusto por llegar tarde; la venganza obligatoria para todos los parientes y la inexistencia de perdón para el adulterio: El acto ritual infamante de desnudar a la mujer adúltera en público que Tácito describe, resuena en los versos del romancero: «Yo te cortaré las faldas por vergonzoso lugar / por cima de las rodillas un palmo y mucho más». Una valoración reciente de las ideas de Menéndez Pidal sobre el origen de la épica castellana puede verse en Millet (1998 11-28).
Pero otra aproximación al mundo de la épica nos puede revelar otros aspectos para muchos quizá inesperados. Ana Mª Jiménez Garnica llama la atención en su introducción a la traducción del Cantar de Valtario de Luis Alberto de Cuenca (Madrid 1998), poema muy relacionado con el castellano de Gaiferos, sobre la coexistencia de dos mundos en conflicto en el poema, el pagano y el cristiano. Valores de ambos mundos se contraponen y algunos de los protagonistas aparecen caracterizados con los rasgos definitorios de los grandes dioses del panteón germánico (Wotan Tiwaz..) Pero lo más notable sería, según Jiménez Garnica que «…bajo el aparente carácter profano de Waltharius, la atención se centra en el héroe y en su conflictivo proceso interno de espiritualidad, lo que es rasgo común a la épica germánica y causa de su específico carácter trágico y fatalista (…) para regresar a su patria tiene que superar una serie de disciplinas psicológicas y físicas que le capacitarán como futuro monarca». Además, Waltharius parece reunir en su persona una «síntesis trifuncional»: tras la batalla ejecuta actos rituales germánicos a divinidades correspondientes a los tres ámbitos funcionales. En definitiva, estamos ante una poesía que en palabras de Menéndez Pidal (1974, 28) tuvo «que nacer entre los descendientes de los germanos establecidos en España, los que ocuparon aquellos Campos Góticos, en cuyo límite oriental surgen las primeras manifestaciones épicas conocidas» y que, mostrando un mundo de valores germánicos, fueron quizás el refugio de una sabiduría que apenas podía transmitirse por otros medios.
Pero la herencia germánica en Castilla no se agota en los campos que hemos mencionado hasta ahora. La etnología, la antropología social, que documentan la pervivencia en el folclore y los usos sociales de ritos y costumbres de raigambre germánica, y sobre todo la lingüística son campos que no hemos abordado (salvo la mención a danzas o topónimos y antropónimos), dado que esperamos tratarlos, junto a un análisis detallado del derecho consuetudinario germánico, en un próximo trabajo.
Con todo, nuestro objetivo ha sido únicamente llamar la atención no sólo sobre lo inmenso de la huella germánica en nuestro pueblo, sino sobre todo, como alguien ha escrito ya, sobre el germanismo como «alcaloide de lo castellano», como eje, como Irminsul, alrededor del cual se despliega en todas direcciones aquello que sólo cabe definir con su propio nombre: Castilla.
Olegario de la Eras
Notas:
1.Poema de Mio Cid, Introducción y notas de Ángeles Cardona de Gibert y Joaquim Rafel Fontanals y versión modernizada de Maria Juana Ribas, 12ª edición, Barcelona 1982, pp. 288, versos 2020-2022.
2. No obstante, es preciso señalar que en los últimos decenios se ha revisado el conjunto de necrópolis atribuidas a los visigodos, eliminándose un cierto número de ellas, ya que se ha establecido su carácter tardorromano y su cronología anterior al asentamiento de los germanos, las cuales presentan un ajuar militarizante pero no son atribuibles en ningún caso a los visigodos (García Moreno 1989, 79). No sabemos en qué medida este hecho podría afectar a los porcentajes que ofrece Varela, en todo caso es posible que de aquí surgiera un aumento proporcional del tipo nórdico aunque por ahora no es posible afirmar nada con seguridad.
Referencias :
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(1992) De la arquitectura visigoda a la arquitectura ovetense: los edificios Ovetenses en la tradición de Toledo frente a la de Aquisgrán, en Fontaine, J. y Pellistrandi, C. (eds.), L’Europe héritière de l’Espagne Wisigothique. Madrid 303-314.
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joseandrestabarnia · 2 years
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Moreno Carbonero, José (Málaga, 1860 - Madrid, 1942)
Amós Salvador y Rodrigáñez
Departamento: Museo
Nº Inventario: 0604
Datación: 1911
Dimensiones: 95 x 62 cm
Inscripciones: Firmado: " A la Rl. Academia de San Fernando J. Moreno Carbonero 1911. " Rótulo: "Exmo. Sr. D. AMÓS SALVADOR Y RODRIGÁÑEZ INDIVIDUO DE NÚ / MERO Y BENEMÉRITO DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES / DE SAN FERNANDO / VI DE MARZO DE MCMXI."
Técnica: Óleo sobre lienzo
Procedencia: Donado por el retratado
Observaciones: Moreno Carbonero comenzó sus estudios con Bernardo Ferrándiz en la Escuela de Bellas Artes de Málaga. En 1875 fue pensionado por la Diputación de Málaga y se trasladó a París, donde trabajó con Jean-Léon Gérôme y Raimundo de Madrazo hasta su regreso a Madrid en 1880, fecha en la que obtiene una pensión de mérito de la Academia. En 1900 obtuvo la cátedra de dibujo del natural en la Escuela Superior de Bellas Artes. En 1898 fue nombrado académico de número de San Fernando y más tarde, en 1911, académico benemérito. Fue condecorado numerosas veces a lo largo de su vida, entre otras con la gran cruz de Alfonso XII y la de Isabel la Católica. Artista de labor muy fecunda, fue ante todo uno de los retratistas más solicitados de finales del siglo XIX.
En este género sobresale el retrato de Salvador y Rodrigáñez (Logroño, 1845-1922), ingeniero de minas y destacado político y escritor. En 1886 fue elegido diputado ocupando varias carteras ministeriales, entre ellas las de hacienda, fomento, agricultura, e instrucción pública y bellas artes; senador vitalicio a partir de 1901, una década después ejerció como presidente interino en ausencia de Canalejas. Desde 1898 fue miembro de la Academia, siendo nombrado en 1911 académico benemérito.
El pintor representa al ilustre personaje de medio cuerpo sobre un fondo neutro, recostado en una butaca. Los toques ocres y negros predominantes contrastan con el cromatismo del bicornio, de la banda de caballero de la Orden de Carlos III y del collar de la portuguesa Orden Militar de Santiago de la Espada del Mérito Científico, Literario y Artístico. La composición del retrato viene determinada por una clara diagonal conferida por la posición de la figura y está resuelta mediante una pincelada larga que, no obstante, pone de manifiesto el gusto del artista por el cuidado de los detalles.
Información de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la web Colecciones en Red, fotografía de mi autoría.
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lunaticosonriente · 4 years
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CAPITULO II.
De caballeros sin princesas y sin dragones.
La historia conocida de Navarra está plagada de caballeros con armaduras y espadas, y entre estos encontramos varios Ezpeleta, lo que sigue es referencia a la organización de Navarra, territorio donde se desempeña el Linaje Ezpeleta con más historia y donde nace nuestro abuelo Miguel. Esto servirá para entender el capítulo “Historia con Historias” resumen de la historia del pueblo Vasco.
Organización civil y social de navarra
La nobleza en España; ideas, estructuras, historia.
Las titulaciones de conde y marqués respondían a contenidos funcionales diferentes. No se planteaba la precedencia –si bien era mucho más frecuente y conocido el de conde – ni eran, por tanto, incompatibles; así Alfonso II de Aragón se tituló comes et marchio Provinciae. Más tarde, cuando va aceptándose la idea abstracta de una nobleza –ordenada linealmente por haberse perdido el contenido funcional– se establece la precedencia del marqués sobre el conde, reflejada luego en la diferente riqueza del adorno de las coronas que se les asignan ya en el siglo XVII.
El título de vizconde (vice comitem ) es propio de la estructura feudal de la franja pirenaica, el más tardío en avanzar hacia Castilla. En el siglo XVIII existían (cargos hechos hereditarios) los vizcondados catalanes, cuyas denominaciones territoriales respondían más a su lugar de residencia que a una división del condado. Los vizcondados permanecen más tiempo que las otras titulaciones y entran plenamente en el siglo XIV. Por ser los de menor categoría, ocasionan los primeros títulos concedidos a personas que no pertenecen a las familias de los reyes. Ya con el nuevo concepto de título. Carlos III de Navarra concede los de Valderro (en1408 a un Ezpeleta, linaje de Ultrapuertos)
La nobleza navarra, en su intento de consolidar su papel predominante en la administración local, logró ser identificada como un grupo de poder elitista a lo largo de la Modernidad. Para ello se diseñó un nuevo cursus honorum, un proceso de desarrollo de carreras públicas estándar para todos los miembros de la aristocracia, adaptado al nuevo papel de la administración del Viejo Reino en el contexto de la Monarquía Hispánica.
La nobleza como oficio
Durante la Modernidad, un caballero podía medrar en los nuevos espacios de poder alcanzando los puestos más elevados, sólo si era capaz de adquirir una formación adecuada desde su más tierna infancia. La educación se convirtió en un instrumento de estratificación social que distinguía a las elites de los “vulgares”, reservando a los primeros un destino de gobierno y de apoyo cultural de la Monarquía. Las carreras civiles y públicas no estaban diseñadas para el común. Como afirmaba Erasmo: “Rey / alma divina; nobles / alma cuasi divina o pasiones nobles; y pueblo / bajas pasiones”2. Es decir, el noble debe ser educado para que obedezca y se someta a su rey a la par que para diferenciarse del pueblo.
En Navarra, tras finalizar las luchas banderizas del siglo XV, se dio paso a un tipo diferente de participación de la nobleza en el marco de la Monarquía hispánica. A la antigua vocación militar se sumaron nuevas inquietudes por el oficio de la política y la administración en los puestos del poder local, en las renovadas instituciones. Mientras que la baja nobleza se centró en el dominio de los puestos de poder de los regimientos, valles, merindades y universidades; la nobleza media medró hasta ir tomando oficios relevantes en las administraciones del reino navarro. Por su parte, la alta nobleza, enseguida entroncó de forma firme con la aristocracia castellana y aragonesa y medró en el servicio a la Corona, tanto en la corte europea como en Indias.
Con la llegada de los modernos sistemas bélicos entre los siglos XIV y XVI, los nobles titulados abandonaron en cierta medida tal cometido siendo desde entonces asumido por miembros de la baja y media nobleza que buscaron en la milicia nuevas formas de ennoblecimiento5. El propio Don Quijote era tajante al exclamar “quítenme de delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas”6; y más adelante vuelve a proclamar el hidalgo que “no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de mayor provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos, más honra que por las letras, como lo tengo dicho muchas veces”7.
Sin embargo, no todos los caballeros de guerra participaban de un idéntico ideal nobiliario, ya que lo que confería la verdadera nobleza era el ejercicio desinteresado de las armas.
La pérdida de la vocación militar fue producto de la paz interior en los territorios de la Monarquía, que se hizo visible especialmente en el estamento nobiliario ya que las armas constituían su tradición y razón de ser. Únicamente en Navarra, debido a su peculiar situación fronteriza, los ‘palacios cabos de armería’ siguieron funcionando como centros de reclutamiento y armamento10.
En la conformación del Estado Moderno el manejo de la escritura y las letras resultó también imprescindible para regular la mayoría de los comportamientos de la sociedad11. El sistema de gobierno polisinodial, fragmentado en consejos y secretarías diseñado desde el reinado de Felipe II, se mostraba necesitado de presidentes, consejeros, virreyes y demás personal burocrático. Mientras que los secretarios no tenían por qué descender de casas del estamento aristocrático, los presidentes de consejos y sus miembros sí. Así, con el sucesor de Carlos V se dio lugar a una irrupción masiva de hidalgos ‘vizcaínos’ –vascos- (y también de navarros) en los puestos de secretarios y cargos de gobierno12. Se trataba de un régimen que favorecía con altos cargos, influencia y ascensos sociales a un grupo limitado de la alta nobleza bien preparado. Esta actitud creaba el descontento entre los no favorecidos dando lugar a intrigas y divisiones en el interior del estamento nobiliario13. Debido a ello, las familias de la nobleza no dudaron en formar a sus vástagos con el fin de que pudiesen acceder con mayor facilidad a los nuevos cargos burocráticos del Estado Moderno14. Su principal objetivo era lograr la mayor proximidad al monarca, sobre todo con la llegada de los reinados de los Austrias menores. Desde comienzos de la Modernidad en la Península la nobleza mostró una vocación urbana que poco a poco le desligó, a diferencia de lo que ocurría en Francia e Inglaterra, de sus residencias campestres. Tras el gobierno de los Reyes Católicos el poder municipal fue quedando supeditado al centralismo de la Monarquía, lo cual provocó la marcha de los señores desde sus castillos-palacios a la nueva Corte en formación y a los centros de poder como Sevilla. No obstante, en la franja norteña del territorio quedó mucha nobleza rural, hidalgos, muy ligada a las estructuras socio-económicas de sus comunidades. En los pequeños municipios las opciones de promoción pública de todos estos hidalgos rurales quedaban más reducidas que en las grandes urbes donde la nobleza tenía el monopolio legal de los cargos municipales. En los pueblos la disparidad de composición de sus regimientos era notable. En las provincias vascas por ejemplo sólo se admitían regidores de origen nobiliario y en otras zonas ocurría justo lo contrario. A su vez, existieron ayuntamientos sin distinción de estados y otros en los que sus oficios sólo estaban reservados a nobles. En Navarra una ley de 1547 recogida en la Novíssima Recopilación de 1678 exigía a todo candidato a una alcaldía ser navarro, mayor de 25 años, residir en el pueblo donde se iba a ser insaculado, así como saber escribir y leer. Cumplidos estos requisitos, si se era elegido, el ocupar este ‘oficio de república’ traía consigo no sólo una serie de obligaciones y competencias sino también un salario y diferentes privilegios honoríficos15.
La posición genérica de preeminencia que disfrutó la nobleza durante el Antiguo Régimen se manifestaba a través del ejercicio que ésta hacía de sus poderes16. El poder, “que es uno y forma un todo complejo”, adoptaba diferentes formas y se ajustaba a grados variables de preferencia económica, social, personal o política. El patriciado urbano consolidó su poder a finales de la Edad Media surgiendo un nuevo grupo social en las urbes: los ‘ciudadanos’17. Diferentes autores del siglo XV hicieron en sus obras una alusión a este nuevo estrato social, intermedio entre los nobles y los “comunes” y que “no viven de su trabajo ni han menester conocido de qué se mantengan”18. Numerosas ciudades alardearon así de la presencia de una pequeña nobleza urbana, sobre todo entre sus regidores19. Este control de los puestos municipales por parte de la nobleza se hizo patente en la Monarquía hispánica hasta las exiguas medidas reformistas de Carlos III que terminaron con el sistema de ‘mitad de oficios’, es decir, el reparto equilibrado, en los lugares que era posible, de los puestos públicos entre la nobleza y la plebe. Se acabó de esta manera con viejas confrontaciones entre diferentes bandos aristocráticos y entre éstos y los miembros del Tercer Estado local.
Durante la Modernidad el rasgo más llamativo de la expansión estatal fue la consolidación de la institución de la Corte y de la Administración central. La Corona adquirió así el control militar y económico del territorio, desarrollando una red burocrática compleja y consolidando el poder real frente al señorial. En la Península la política borbónica del siglo XVIII estaba encaminada a reforzar definitivamente las estructuras e instituciones públicas del aparato central ‘estatal’20. La Corte se había convertido ya en el instrumento neutralizador de los Grandes del reino siendo el espejo de la gloria y esplendor del trono. Como ámbito privilegiado de la vida social quedaba separada de forma total del gobierno del Estado permitiendo una mayor estabilidad política. En esta reforma de la Corte ejerció un papel destacado Felipe V.  
El Estado había entrado en una inevitable colisión con los estamentos privilegiados en el plano de la participación política de la nobleza y en el de los nuevos requerimientos económicos que impondrá sobre ésta una estructura de gobierno con grandes necesidades presupuestarias22. El estatus preeminente y libre de cargas económicas y pechas de la aristocracia comenzó a resquebrajarse permitiendo la llegada del Nuevo Régimen. A la par surgió una nueva clase política de hidalgos ‘encumbrados’ que supo aprovechar la coyuntura política favorable y ganarse el apoyo y simpatía real, lo cual le permitió acceder a los cargos y oficios públicos de importancia que hasta ese momento habían sido patrimonio exclusivo de los Grandes.
Las monarquías modernas se desarrollaron a partir de redes ya existentes de vínculos personales que articulaban la sociedad. Al contrario que en el sistema feudal, el poder del gobierno era perdurable en el tiempo, aunque se fundamentara en cierta medida también en el clientelismo personal. Tuvo dos objetivos básicos, por un lado, establecer una paz social sustentada en el cumplimiento de una legislación renovada desde el poder central y, por otra parte, mantener un sistema estamental basado en la distinción por privilegios pero que integrara a su vez a todos los grupos sociales del reino con diferentes campos de poder e influencia. El despliegue territorial del centralismo monárquico no supuso el aislamiento del mundo local, sino que sus gentes participaban de las decisiones del común de la Corona ya que todo el territorio era entendido como un mismo espacio político activo. En el caso navarro se puede observar tal forma de un modo mucho más directo que en otros territorios del Imperio.  
El papel de sus agentes nobiliarios.
Cierta parte de la baja nobleza navarra no podía vivir únicamente de sus rentas por lo que acogía de buen grado toda merced23.
Tras las cortes de Burgos de 1515 el Reino navarro quedó unido políticamente a Castilla. Navarra, con el mismo tratamiento que la Cámara de Castilla, tuvo en sus relaciones con otros territorios ligados a la Corona hispánica, por derecho de adscripción política o sometimiento militar. Desde ese momento por la Secretaría de Gracia de Castilla “se expide todo lo perteneciente al gobierno político del Reino de Navarra y las pretensiones de sus naturales; los llamamientos a las Cortes y sus convocatorias; exención de cuarteles y alcabalas; erecciones de palacios de cabo de armería... y todos los demás negocios y dependencias de que conoce privativamente la Cámara [de Castilla]; Y así se dan las cédulas para que se cumplan y guarden los despachos que se expiden por los demás tribunales y ministros”28. Se dispuso que todos los cargos de gobierno fueran ocupados por navarros a excepción de la figura del virrey y las ‘cinco castellanías’: regente del Consejo Real de Navarra, dos de sus seis oidores, una de las plazas de la Corte Mayor y un oidor de la Cámara de Comptos, así como el puesto de virrey29.
La figura del virrey
Se puede decir que fue la figura del virrey, a pesar del control que éste ejercía sobre el resto de entes y administraciones locales, la única institución del rey en Navarra. Desde 1512, el virrey era la personificación de la Monarquía hispánica en Navarra, “el rostro cambiante de una institución que en el tiempo se confunde con el individuo” 30. Sin embargo, para los navarros éste era un monarca ausente y ‘distante’, incapacitado por la distancia geográfica para poder presidir personalmente el Reino. Al poco de haber asentado su poder en el territorio conquistado, Fernando el Católico nombró al alcaide de los Donceles virrey de Navarra como su alter ego en el gobierno de dicho territorio. Desde 1588 la propuesta de nombramiento de virrey se tramitaba a través de la Cámara de Castilla al ser un acto considerado de merced. Los primeros nombres que eran propuestos al rey cuando ‘vacaba’ el cargo eran los de los consejeros de Estado y Guerra31. Por ello, existían dos ternas posibles de candidatos: quienes destacaban por sus méritos políticos o los que lo hacían por sus virtudes militares, esenciales en un espacio fronterizo como el navarro, en ocasiones tan convulso32. El virrey en cualquier caso era siempre extranjero, lo cual motivaba numerosas ausencias del Reino con pretexto de dirigirse a sus posesiones en la Corte. Solía ser miembro de alguna familia de la alta nobleza castellana que al llegar a Navarra recibía nuevos títulos en los que se fijaban sus principales funciones33. Aquél que era nombrado virrey de Navarra debía jurar ante los tres brazos del Reino. Por ello, el 11 de enero de 1643, se celebró en Pamplona la ceremonia del juramento del nuevo virrey don Duarte Fernando Álvarez de Toledo Portugal Monroy, conde de Oropesa. Éste se pronunció ante todo el auditorio de la siguiente manera “juro en mi ánima sobre esta señal de la Cruz y los cuatro Evangelios por mí manualmente tocados, reverencia a los prelados, condestables, mariscales, marqueses, condes, nobles, ricoshombres, caballeros, hijosdalgos, infanzones, hombres de buenas villas y a todo el pueblo de Navarra” mostrando su cargo al servicio tanto del rey como de todas las gentes de Navarra34.
Hasta ese momento habían existido en tierras navarras gobernadores o tenientes de las dinastías precedentes, pero nunca un cargo como el de virrey. Una figura con tantas facultades de gobierno era para Navarra un símbolo de su existencia como Reino. A su vez, el virrey era Capitán General, convirtiéndose de esta manera en el escalón más alto de la jerarquía administrativa con tres funciones fundamentales: gobierno, justicia y defensa. No obstante, la Diputación del Reino en ocasiones llegaba a actuar mediante resistencia pasiva ante sus obligaciones y deberes frente al virrey y la Cámara de Castilla.
El Consejo Real
Según Salcedo, no es posible concretar la fecha de creación de este organismo de gobierno44. Lo que sí es cierto es que hasta finales del siglo XVII, durante una etapa de integración en la Monarquía hispánica, el Consejo Real pasó una mala época. Su presidente, don Juan de Jaso, señor de Javier, se vio obligado a seguir al legítimo monarca de Navarra a sus Estados de Francia sin el apoyo de todos los miembros del Consejo45. En la capitulación de Pamplona con el duque de Alba, se aseguraba que se seguirá pagando su salario a los consejeros, pero hay desconcierto sobre qué conducta debe seguir el organismo46. En 1513 Fernando el Católico se refiere a sus miembros como los consejeros de “nuestro Real Consejo de nuestro Reino de Navarra” y en 1514 como “fieles y bien amados consejeros nuestros, las gentes de nuestro Real Consejo”47. Sin embargo, un año después deja bien claro que todo lo referente a Navarra debía ser examinado en el Consejo de la reina doña Juana de Castilla, aunque el mencionado organismo acabe reafirmando su propia personalidad en los años sucesivos.
En el año 1525 concluye la etapa de transición entre el Consejo medieval y el propio de la Edad Moderna. Tras apagar los últimos intentos de recuperación del trono por los Albret en 1524, Carlos I procedió a una reforma administrativa que sentó las nuevas bases de coordinación entre Navarra y la Corona castellana. Para tal empresa, el monarca envió al visitador Valdés, quien tras inspeccionar los protocolos de funcionamiento del Consejo Real, la Corte, la Cámara de Comptos y otros altos cargos, remitió sus recomendaciones que se plasmarían tiempo después en las nuevas Ordenanzas del Consejo del Reino de Navarra (1622)48. De esta manera, el Consejo Real de Navarra quedó reorganizado y este órgano de gobierno fue el único del sistema polisinodial de la Monarquía hispánica residente fuera de la corte madrileña. Se mantuvo radicado en Navarra en virtud del juramento que hizo el rey conquistador Fernando el Católico a sus naturales, aunque en las condiciones de la anexión se señalara en cualquier caso al Consejo de Castilla como máximo órgano de gobierno e instancia suprema de justicia contencioso-administrativa (Cortes de Burgos de 1515). Sin embargo, a pesar de ser una institución de poder subordinada su labor de asesoramiento al virrey en la gobernación general del Reino fue fundamental.
Tras la conquista de Navarra, la subsistencia del Consejo como tal no implicó el mantenimiento de su composición ya que los beamonteses recuperaron todos los honores y cargos de los que habían sido desposeídos por los Albret. Así el 3 de agosto de 1513, Fernando el Católico nombró canciller del reino de Navarra a don Luis de Beaumont, retomando una merced de la que había sido privado su padre en 149549. El cargo de Canciller otorgaba a su vez la presidencia del Consejo Real que desde ese momento quedaba en manos del jefe del bando beamontés. Tal decisión hacía peligrar cualquier intento de equilibrio y reparto de cargos entre beamonteses y agramonteses, así como de pacificación de Navarra. Los agramonteses no tardaron en protestar y pedir la sustitución del conde de Lerín por un agente neutral. La solución llegó con el beneplácito de los beamonteses a nombrar un regente de la Chancillería que dirigiera la marcha del Consejo. El entonces virrey de Navarra don Diego Fernández de Córdova, alcaide de los Donceles, explicó tal toma de decisiones al contestar al agravio presentado sobre el asunto por las Cortes de 1515: “fue pedido por algunos naturales del Reino e consentido por otros, de manera que todos los más principales convencieron en ello”50. Fernando el Católico decidió nombrar como regente en 1514 al zaragozano, Gerónimo de Raxa51 pero tal nombramiento fue mal recibido ya que vulneraba el precepto que exigía que los jueces fueran naturales del Reino, ya ratificado por el juramento del virrey. De esta forma las Cortes de 1515 exigieron que fuera destituido para reparar tal contrafuero. Sin embargo, el virrey replicó que no había agravio. Finalmente, tras diferentes envíos de misivas con sus consiguientes respuestas, la solución llegó con la naturalización del recién nombrado regente52.
En la Novísima Recopilación de leyes de Navarra su ley primera fijaba que los oficios, beneficios y mercedes del Reino “se han de dar, y hacer a los naturales de dicho Reino, y no a extranjeros” según disponen los fueros y leyes del territorio que habían sido jurados por sus reyes. En la legislación navarra se precisaba que quienes tenían competencia para otorgar la naturalización eran las Cortes de Navarra “la cual solos los dichos tres Estados, y no otro alguno la dé, y pueda dar”53. Así mismo, la Ley 40 de las Cortes de 1580 concretaba que el rey no podía conceder la naturaleza navarra a un aragonés “y pues los aragoneses no admiten en su reino a ningún navarro en oficios ni beneficios: y aún algunos que allí los tenían han sido excluidos de ellos, por no ser aragoneses, no sería justo que ellos fuesen más privilegiados en Navarra, que los navarros en Aragón, pues serían contra nuestros Fueros y Leyes por las cuáles están ellos excluidos también, de no los poder tener en este Reino”54. Tres años después, la Ley 47 de las Cortes de Tudela tampoco admitía a otros viejos vecinos de Navarra: “Por Leyes de este Reino está ordenado, y mandado, que los extranjeros no sean admitidos en este Reino, en Oficios, ni Beneficios: y sin embargo de esto los Vascos [habitantes de la Baja Navarra] han pretendido no ser extranjeros, y que pueden tener Oficios y Beneficios en este Reino. Y pues ellos son súbditos y vasallos de otro Príncipe: Suplicamos a vuestra Majestad ordene y mande que los vascos que se tengan por extranjeros, y no se admitan en este Reino en Oficios ni Beneficios y lo mismo se entienda, y haga con los franceses”55. Se observa en este caso una limitación de la naturalización por motivos políticos debida a los enfrentamientos civiles entre agramonteses y beamonteses. Ambos bandos, siendo inicialmente seguidores de dos señores originarios de Ultrapuertos, acabaron por incidir en la política del Reino56. Finalmente, las Cortes de 1628, con objeto de terminar con dicha situación, solicitaron a la Corona la supresión de toda distinción política entre navarros57.
La composición del Consejo quedó fijada en seis oidores, normalmente juristas con estudios universitarios, y un regente. De sus miembros el más notable era el regente. Su creación y cambio de nombre, de presidente a regente, tuvo la intención de acabar con el poder del Condestable de Navarra. El cargo de Condestable ejercía como Canciller del Reino desde que su figura fuera creada por los Albret en 1493 para presidir el Consejo. Sus extensas atribuciones eran excesivas y los Austrias no vieron oportuno que tales mercedes estuvieran siempre en manos de una persona que pudiera resultar mediatizadora, políticamente hablando, en ese territorio fronterizo. Los consejeros debían de ser cristianos y letrados en leyes, e incluso alguno era licenciado en cánones. Se trataba en su mayoría de navarros, miembros de familias nobles con asiento en Cortes. A su vez, estaban ayudados por un batallón de secretarios, procuradores, comisarios ejecutores y receptores, capellanes, registradores etc. Durante el siglo XVIII por el Consejo Real de Navarra pasaron 31 oidores naturales del antiguo Reino originarios de los más diversos lugares de la geografía, pero con dos puntos en común: su pertenencia a los viejos linajes de la baja nobleza y estar en posesión de una magnífica carrera como juristas o magistrados. La carrera administrativa en Navarra no era fácil y muchos comenzaron desde los grados más bajos para ir ascendiendo poco a poco en puestos de la abogacía, síndicos, oidores, etc. Ciertamente existió una amplia diversidad en los destinos posteriores de los consejeros navarros. La mayoría de ellos acabaron su actividad judicial en el propio Consejo ya que era muy normal que los navarros permanecieran mucho más tiempo en el cargo que los venidos de fuera.
Las principales actuaciones del Consejo Real de Navarra fueron las de órgano consultivo de la Corona y de su delegado en Navarra, el Virrey y órgano ejecutivo de las decisiones regias de gobierno y justicia.
La Diputación
La figura administrativa de la Diputación nació en Cataluña a finales del siglo XIII como delegación de las Cortes. Tal institución se consolidó un siglo después con la responsabilidad de exponer los “greuges” o agravios. Desde ese territorio se extendió por la Corona de Aragón y Castilla. En Navarra la Diputación fue creada de manera permanente por las Cortes el 26 de abril de 1576. Su funcionamiento quedó regulado en 1592 por Felipe II que aumentó sus poderes progresivamente, mientras que las Cortes se fueron convocando en un menor número de ocasiones. Su móvil de intervención era servir a Navarra de Cortes a Cortes juntándose en intervalos cortos de tiempo -días o semanas-. Es decir, si en su origen provenía de las Cortes Generales de Navarra, constituida ya, encarnaba el poder del Reino. Al ser una delegación permanente de los tres estados que configuraban la Cámara originaria, se convirtió en el órgano político por excelencia del Reino68.
Al comienzo de su andadura las Cortes nombraron cinco diputados quedando fijado su número en siete desde inicios del siglo XVI. Entre ellos había un representante del brazo eclesiástico -normalmente el abad de Leire, Fitero o La Oliva o el obispo de Pamplona-, dos miembros del brazo militar y, finalmente, cuatro representantes de las merindades (2 diputados por Pamplona y otros 2, por turno, como representantes del resto, es decir, Sangüesa, Estella, Tudela y Olite). El brazo nobiliario admitía más variedad entre sus representantes pues en él concurrían diferentes señores del Reino que incluso en ocasiones representaban al de las Universidades.
Las Cortes de Navarra
Las últimas Cortes navarras se celebraron en Pamplona entre el 24 de julio de 1828 y el 28 de marzo de 1829. Hasta ese momento, las Cortes se reunían principalmente atendiendo a los requerimientos del monarca, a las necesidades del Reino o a la urgencia de cónclave de ambos. El rey podía resolver y ordenar a su delegado que únicamente las reuniera cuando fuera de interés para la Corona: “y porque es justo procurar el mayor alivio de tan buenos vasallos y que a los estados se les excusen los grandes gastos que se le sigue con la duración de ellas, os mando que en la proposición que les hiciereis les pidáis solamente la continuación de los servicios ordinarios con que se abreviaran más y se conseguirá el fin que deseo”72. En otras ocasiones el monarca optó por pactar con unos estamentos privilegiados, que realmente nada podían disponer como “representantes del territorio” si no eran emplazados previamente por el rey, por lo que el reino “sólo cobra vida política en contacto con la persona del rey o con alguien que le represente”73.
En Navarra durante la Modernidad legislar era algo absolutamente necesario. El Viejo Reino, conquistado e incorporado a la Corona castellana, tenía que defender a ultranza su estatus diferenciado porque si no su vida legislativa sería gobernada desde Castilla. Quizá por ello la mayor parte de la legislación emanada de las Cortes navarras estaba encaminada a deshacer o prevenir ‘contrafueros’ o a realizar ‘reparos de agravios’. Su finalidad última era la de mantener los principios de autogobierno sobre la base de unos derechos propios fundamentados en la ‘costumbre’. Por otra parte, otras leyes trataron de introducir mejoras en la legislación ya existente y promover la vida administrativa, social, cultural y económica. Las Cortes se convirtieron en uno de los pilares políticos del reino, aunque no siempre actuara en beneficio de la generalidad de los navarros. Era común que sus decisiones favorecieran a los grupos dominantes y privilegiados de la población en ella representados. Sin embargo, a pesar de este predominio de las elites dirigentes en la cámara legislativa, se dejaba abierta la posibilidad a los demás para hacer llegar sus memoriales con quejas o peticiones, que en ocasiones llegaban a buen término.
Principalmente sus miembros eran palacianos descendientes de unas 100-150 familias hidalgas75. El brazo nobiliario agrupaba por tanto a la nobleza palaciana del Reino siendo “un sitio donde encauzar su vocación política y de prestigio”76. En una carta escrita por el rey en 1618 se recalcaba que “el ser llamado a las Cortes generales en el dicho brazo militar, es el acto de nobleza y de mayor calidad que hay en el dicho Reino y por tal está, tenido reputado y con que, acostumbramos a honrar a las casas nobles y antiguas de ese Reino y a los caballeros conocidos de él, atendiendo a su calidad y servicios y premiándolos, habiendo sido primero informados de sus calidades, partes y servicios, de que se infiere que semejantes llamamientos se han de hacer con grande consideración y limitación y concurriendo muchas causas y razones y que lo mandamos así en los poderes e instrucciones que damos a los Virreyes que van a gobernar el dicho Reino”77. Este privilegio de asiento se conseguía mediante una gracia real.
Entre 1598 y 1661 se produjo una inflación en el Brazo Militar, a pesar de la desconfianza que mostraba la Corona con las recién conquistadas gentes navarras. Felipe II en una instrucción al virrey de 1567, le hacía saber que para él se trataba de un grupo amigo de la “turbación y confusión [...], en lo que ha habido exceso en las pasadas”. Poco a poco fueron integrándose en el Brazo militar “otros muchos hidalgos, gentileshombres e infanzones”, casi todos ellos hombres de armas con un importante arraigo en sus lugares de origen sitos en la Montaña y la Cuenca pamplonesa, donde ejercían un poder tradicional. Predominaban los montañeses vascongados en los primeros años de las guerras. Así de los 30 en total que ingresan, 17 eran originarios de la Merindad de Pamplona (Baztán, Santesteban, Cinco Villa o Arraiz). Por el contrario de la merindad de Sangüesa solo acudirían 4 de la de Olite, 3 de la de Estella 2 al igual que de la tudelana y de Ultrapuertos. Casi todos ellos eran hombres ligados al bando beamontés, lo cual provocaba un desequilibrio de fuerzas en el Brazo Militar de las Cortes e inestabilidad en la política del Reino. Entre ellos figuraban Juan de Andueza, palaciano del valle de Araiz, Ezpeleta de Beire, señor de Gollano, los Eraso, etc79. Ante tal situación, un anónimo partidario agramontés remitió a doña Juana de Castilla una carta mofándose de la calidad social de todos estos aliados de don Luis de Beaumont: “caballeros a los que fueron con el Condestable a la Corte: pues no lo es ninguno, sino escuderos y lacayos montañeses y mercaderes y pelaires [...]. Los que dice que andan por los montes, será guardando ganado”80.
Entre 1665 y 1666 diferentes caballeros navarros compraron su asiento a Cortes por dinero. Se trataba de miembros de una nobleza baja-media en ascenso. Se intentó a pesar de esto que el derecho a asiento dependiera de la continuidad de la casa, de su arraigo y de las relaciones familiares. En base a ello, la poda definitiva del siglo XVII llegó en 1677 cuando fueron borrados formalmente unos 63 derechos, entre los vitalicios y los vendidos. Esta reducción de nobles con tal merced pública vino ayudada por una gran reducción en el número de sucesiones y el principio del desarraigo de la alta nobleza por este cargo político local. Una de cada cinco concesiones de entre los años 1678 y 1700 no tuvieron solución de continuidad. Entre 1685 y 1700 Carlos II creo una docena de títulos con objeto de encumbrar a familias con uno o dos llamamientos antiguos que fueran dueños de palacios y receptores de pechas, diezmos y acostamientos, así como poseedores de pequeños señoríos ‘impropios’. Serían a la larga estos renovados miembros del Brazo Militar quienes liderarían al estamento nobiliario en Navarra hasta la transición de 1830 a diferencia de sus predecesores del XVII y sus sucesores del XVIII que enseguida se desentendieron de su tierra de origen86.
Los poderes locales
Según Domínguez Ortiz, el municipio durante el Antiguo Régimen respondía en la península al modelo latino90. Éste se caracterizaba por su importancia en la organización general del Estado y de la vida cotidiana. El autoritarismo real de los Austrias se enfrentó enseguida con el poder municipal en una pugna constante por el dominio del gobierno de las ciudades. Sin embargo, incluso, a pesar de la decadencia de su poder, durante el siglo XVIII el municipio seguía siendo la cédula básica de la sociedad y ‘el marco privilegiado de actividad’ en la comunidad. En 1789 León Arroyal definía por ello a España como una comunidad de repúblicas presidida por un Soberano.
En Navarra durante la Modernidad los municipios fueron con frecuencia escenario de conflictos sobre el disfrute de los puestos vacantes y el aprovechamiento de los bienes comunales91. La organización social se basaba en el derecho de vecindad, que en algunos lugares llevaba consigo el derecho a voz y voto en concejo abierto o “batzarre”. A mediados del siglo XVII se produjo una renovación de las elites locales, lo que supuso una contestación por parte de las autoridades tradicionales que veían en juego los fundamentos antiguos de calidad y autoridad. Se dio paso entonces a un cambio político que trajo importantes consecuencias para las comunidades locales con una mayor oligarquización del poder municipal y la redefinición de la sociedad en su conjunto: “este proceso no fue simplemente un cambio de la forma de gobierno, sino que llevó a una nueva configuración colectiva, a un ‘nuevo régimen’”92.
El reparto de los cargos municipales
Durante el periodo de reinado de la dinastía de los Austrias continuó el proceso ya emprendido por los Reyes Católicos en Castilla y se fortaleció en Navarra el poder municipal frente al de los señores locales. Tal política administrativa tuvo como objeto situar a hombres de confianza de la Corona en puestos de gobierno local93. Tales cargos eran revisados mediante la promulgación de diferentes disposiciones desde la administración, en contra del hasta entonces tradicional sistema de concejo abierto vigente en numerosos valles de la montaña navarra. La única fórmula electiva que se vio como válida y posible para evitar el acaparamiento de estos cargos por oligarquías familiares fue la “insaculación” –“inseculación”-. De esta manera, durante la Edad Moderna, el municipio navarro hizo uso del sistema insaculatorio como mecanismo de elección de sus cargos concejiles en la Ribera del Mediodía navarro y algunos otros enclaves del territorio. Este sistema de suertes bajo la supervisión del “juez inseculador” pretendía dar mayor legalidad y limpieza al reparto de los puestos de gobierno locales. Con el tiempo, no obstante, creándose en Navarra un grupo de familias principales (miembros de la baja y media nobleza) que acabaron copando de forma regular todos estos cargos como derecho cuasi-consuetudinal94. Así, por ejemplo, los cargos concejiles de Pamplona durante el siglo XVIII fueron ocupados por la aristocracia de la ciudad y los sectores más acomodados, “no siguiendo criterios económicos sino sobre todo de relevancia y de poseer las mejores aptitudes sociales para el gobierno”, aunque ésta no fue siempre la situación que se vivió en las villas navarras95. Durante el Seiscientos se hizo muy frecuente la concesión y venta de nuevas ejecutorias de hidalguía a familias enriquecidas. Su adquisición suponía en muchos casos la culminación de un ascenso social96.
Por otra parte, el acceso a estos cargos concejiles quedó bien delimitado en el cuerpo legislativo de Navarra, en 1678 con la aprobación de la ley LXVII que recogía los criterios personales necesarios para tales oficios. Según dicha ley, los aspirantes debían ser navarros, de más de veinticinco años, residentes en el pueblo en cuestión además de saber leer y escribir. Se excluía a miembros de los diferentes tribunales reales, profesiones liberales y a aquellos que no demostraran su limpieza de sangre. Así mismo, cada localidad añadió diferentes criterios de índole social y económica. De especial importancia, por su significación como cabeza del Reino, era la elección de los cargos municipales de la capital, Pamplona. Del total de la población pamplonesa del Seiscientos sólo era noble el 2,2%. En el siglo XVIII, en el censo de 1787, habitaban en la ciudad 258 hidalgos suponiendo un 1,70% del total, el cual, si le sumamos nobles titulados y palacianos, ascendía a un 1,83%. Según el censo de Godoy de 1797 en la vieja Iruñea vivían 13 titulados y 271 hidalgos, suponiendo un 2,19% del total105. Estas cifras repercutieron en cierta medida en la ocupación de los cargos municipales de mayor relevancia a lo largo del Antiguo Régimen. Durante el siglo XVII, en la capital del Reino al alcalde se le exigía un origen nobiliario por lo que el cargo estuvo en manos de las mismas familias a lo largo de toda la centuria: los condes de Ayanz, los marqueses de Besolla, los marqueses de Góngora, y el señor de Fontellas entre otros pocos. También eran nobles parte de los regidores, recayendo el resto en determinados grupos de profesionales (comerciantes, escribanos, abogados...) que no suponían mucho más del 1% del total de la población de la urbe. Se puede decir que gran parte de los navarros –un 35,5%- quedaron excluidos de los cargos públicos locales durante la Modernidad siendo la nobleza, la posición económica y la formación recibida los únicos visados válidos para muchos cargos públicos106. A lo largo del Setecientos la situación no varió considerablemente respecto a la de una centuria antes. En el régimen interno del municipio de Pamplona no existieron contraposiciones de tipo estamental. El monarca nunca otorgó cargos concejiles de forma temporal o vitalicia de tal forma que en ningún momento se pudieron enajenar o vender. Por otra parte, el número de nobles fue inferior al que se pudo observar en los concejos castellanos.
En definitiva, la nobleza pamplonesa tuvo una importantísima relevancia en el gobierno de la ciudad, aunque, como apunta Garralda, guardó “cierto equilibrio con los demás sectores sociales bien preparados para ocupar cargos concejiles”108.
En Cascante en el año de 1597 el Estado de Hidalgos enjuició al de Labradores por el reparto de los cargos municipales. Los primeros exigían que “en los cargos de repúblicas se ponga igual número que sirvan de estado de hijosdalgo que el de labradores. Normalmente se sacaba cada año dos regidores del estado de labradores y uno del otro”. De todo el proceso lo que resulta realmente interesante es el comentario de Fermín Martínez de Lesaca, oidor de los hijodalgos de la villa de Cascante, quien afirmó que “para el dicho oficio de regidor los labradores presentaban grandes carencias ya que mientras los hijosdalgo todos saben leer y escribir sin embargo los que están en la bolsa de labradores no en su mayoría y además los labradores no son de ordinario bien afectos a los hijosdalgo y de ellos hay mayor parte en el regimiento y les hacen muchas cosas perjudiciales quienes siempre están dispuestos a servir a su majestad en muchos lugares”113. Se observa de nuevo la importancia que tuvo durante el Antiguo Régimen la formación académica de la nobleza en todos y cada uno de sus diferentes estratos a la hora de conseguir la promoción personal en el seno de la comunidad de origen y el grupo primario de pertenencia.
La figura del merino
Otra institución supra municipal fue la de las merindades. Éstas eran entidades administrativas consolidadas a mediados del siglo XIII. A la cabeza de las mismas, el merino como agente del rey poseía misiones muy diversas que atañían tanto al orden público y militar como a cuestiones diplomáticas, fiscales y judiciales. Para el desempeño de su cargo contaba con el amparo de lugartenientes y ‘sozmerinos’. Ya en la Edad Moderna las merindades -Pamplona, Estella, Sangüesa, Olite y Tudela- se mantuvieron como circunscripción administrativa de carácter fiscal, así como para la designación de representantes del Brazo de las Universidades en la Diputación. El merino por aquel entonces había perdido gran parte de sus funciones “quedando como figura honorífica desempeñada por la nobleza del reino”115. No obstante, a veces su desempeño podía aupar en su ascenso social al noble que lo disfrutara y ejerciera.
El ‘buruzagi’
Durante la Edad Moderna, otro cargo peculiar de las administraciones locales navarras era el de ‘buruzagi’ (mayoral o nuncio)117. Éste era el hombre encargado de avisar a los vecinos para las juntas de Concejo y los ‘batzarres’, requerir el pago de cuarteles y alcabalas en las casas de los vecinos, cobrar penas, etc. En la Améscoa con los dineros requisados por ‘calonias’ llevaba el pan y el vino a las actividades concejiles y servía en las ‘yantorocenas’ o cenas de los miembros del concejo. Además, el cargo sólo lo desempeñaban los miembros del estamento de Labradores y de forma gratuita. No obstante, durante el siglo XVII en la Améscoa Baja los nuncios tenían la obligación de hacer tañer las campanas para convocar juntas y otros asuntos concejiles a cambio de ciertos obsequios y colaciones118. La elección de quién debía ocupar el puesto se hacía el día 29 de septiembre por San Miguel por el sistema de “a renque”, es decir, turnándose las casas de forma ordenada119. Los pleitos en los tribunales navarros por cuestiones referentes a las competencias y elecciones de buruzaguis eran frecuentes entre miembros del Tercer Estado e hijosdalgos. Se trataba de un cargo poco querido pues ejercitarlo podía en muchas ocasiones, debido a los cometidos que tenía asignados, crear grandes enemistades con otros miembros del vecindario.
En 1591 en Eulate Joan Pérez de Eulate, vecino del lugar, exigió al Consejo de Labradores de la localidad la exoneración de servir el empleo de buruzagui. Joan Pérez alegaba ser hijodalgo y recalcaba que dicho oficio era competencia del Estado de Labradores cuyos miembros eran pecheros del lugar y no gentilhombres120. Sin embargo, Joan de Linzoáin afirmaba que, aunque el demandante alegue ser hidalgo, sin tener la ejecutoria de hidalguía se le nombró con derecho buruzagui y que el orden de las casas depende de los empadronamientos122.
Se puede observar cómo los oficios municipales, concentrados progresivamente en el brazo de caballeros, fueron un incentivo suplementario para el ennoblecimiento de la baja y mediana nobleza. No obstante, la toma del puesto de buruzagui no fue entendida de la misma forma. Si bien es cierto que los hidalgos de los lugares donde tal cargo existía intentaron influir en la elección de sus vacantes rehusaron ejercer su oficio en la medida de sus posibilidades. Quizá la razón más clara que pueda justificar este radical rechazo sea que, como agente ejecutivo o nuncio municipal, el buruzagui solía suscitar antipatías hacia su persona al verse obligado a desarrollar determinadas labores poco agradables y problemáticas en la vida rural y comunitaria de los pueblos.
Conclusiones: ‘Nobleza obliga’.
Podemos observar cómo durante la Modernidad la nobleza navarra logró conservar su papel predominante. El Brazo Militar consiguió de esta manera una regeneración de sus miembros y evitar convertirse en un grupo inútil en el nuevo modelo de Estado Moderno surgido durante el Antiguo Régimen. La vida de los miembros de esta elite durante la Edad Moderna estaba determinada por un importante componente externo mediatizado por el papel público desempeñado por sus miembros. Éstos eran los representantes del poder monárquico y de los valores que dicho sistema de gobierno comportaba en el ejercicio de los diferentes cargos públicos y militares. Debido a estas razones y a los costes, económicos y personales, que el desempeño de tales cargos podía suponer en ocasiones no era extraño que algunos miembros del estado nobiliario llegaran a negarse a la hora de aceptar, asumir y desempeñar algunos de estos puestos.
La nobleza se había convertido durante el siglo XVII en una fuente inagotable de funcionarios altamente cualificados. Debemos tener en cuenta que las formas de servicio noble dejaron de ser simplemente militares para expandirse desde el siglo XVI a todos los ámbitos de la economía, la administración y la política. El servicio al rey se ejercía tanto por lealtad al propio monarca como por la correspondencia que éste tenía en forma de diferentes mercedes y la proyección social del individuo. Y es que, no sólo los titulados del reino navarro fueron accediendo a cargos de importancia, sino que también miembros de la nobleza media e incluso alguno de la baja. Todos ellos siguieron una política familiar que tejió extensas redes de relaciones interpersonales y abrió el camino de muchos de los candidatos.
Durante los siglos XVI, XVII y XVIII la nobleza navarra participó de forma decisiva tanto en los órganos administrativos propios del Viejo Reino como, poco a poco, en los propios de la Monarquía hispánica. En Navarra su presencia y su actividad fueron vitales para el desarrollo progresivo de las Cortes y la Diputación del Reino y de la actividad legislativa regional. En los municipios, si bien la alta nobleza no se mantuvo muy presente más que en las grandes urbes, los miembros de los estratos medio y bajo del brazo militar defendieron constantemente sus privilegios y preeminencias a la hora de poder disfrutar y desarrollar su poder local.
Notas.
1- Artículo recibido en enero de 2009. Artículo evaluado en febrero de 2009.
2- D. Erasmo Equilibrio o manual del caballero cristiano, Madrid, 1556, cap. IV, fols. XXV y ss.
5- D. García Hernán, La nobleza en la España moderna, Madrid, Istmo, 1992, pp. 12-13
6- M. Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la mancha, Madrid, Atlas, 1947, 1ª parte, cap. XXXVII)
7- Ibídem, 2ª parte, cap. XXIV)
10- C. Iglesias (dir.), Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, Nobel, 1996, p. 128.
11- Mª. L. Pardo, Señores y escribanos. El notariado andaluz entre os siglos XIV y XVI, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2002, p. 12.
12- J. A. Escudero, “Felipe II y el gobierno de la Monarquía” en Sánchez González, Mª. M. (coord.), Corte y Monarquía en España, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces, UNED, 2003 pp. 18-21.
13- M. L. Bush, Noble privilege, Manchester, Manchester University Press, 1984, pp. 79 y 94.
14- S. Martínez Hernández, El marqués de Velada y la Corte en los reinados de Felipe II y Felipe III. Nobleza cortesana y cultura política en la España del Siglo de Oro, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2004, pp. 27-28.
15- A. Zabalza et alii, Navarra 1500-1850 (Trayectoria de una sociedad olvidada), Pamplona, Ediciones y Libros S.A., 1994, pp. 144-152.
16- R. Mª. Pérez, El poder en Castilla al comienzo del Estado Moderno: imagen y realidad, Madrid, Universidad Complutense, 1991, p. 343.
17- A. Domínguez Ortiz Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen, Madrid, Istmo, 1979, pp. 177-178.
18- E. Villena, Los doce trabajos de Hércules, Madrid, RAE, 1958, p. 12.
19- J. S. Amelang, La formación de una clase dirigente: Barcelona 1490-1714, Barcelona, Ariel, 1986, p. 61.
20- A. Morales, Poder político, economía e ideología en el siglo XVIII español: la posición de la nobleza, Madrid, Universidad Complutense, 1983, p. 1199
21- Instructions de Louis XIV pour le Roi d’Espagne, du 3 decémbre 1700.
22- A. Morales, Poder político, economía [...], op. cit., pp. 1209 y ss.
23- Hay constancia de que a mitad del siglo XVII unos 60 caballeros recibían pensiones o acostamientos, lo cual suponía una tercera parte de los ingresos de la Hacienda navarra. J. Mª. Usunáriz, “Las instituciones del reino de Navarra durante la Edad Moderna (1512-1808) en Revista Internacional de Estudios Vascos. RIEV, 46, 2, 2001, p. 708
24- Siendo éste ya mencionado en 1588 como “oficial mayor en el escriptorio de Cámara de S.M. y su escribano y notario público”, cabe suponer que era el responsable de la Escribanía de Cámara y de la supervisión y registro de la expedición de los documentos de dicho órgano, como los correspondientes Libros de registros donde se copiaba toda la documentación que salía de esta dependencia.
28- Fco. J. Garma y Duran, Teatro Universal de España. Descripción eclesiástica y secular de todos sus Reynos y provincias en general y particular, Madrid, Imp. De Mauro Martí, 1751, vol. 4, pp. 224-225.
29- Mª. D. Martínez Arce, “Nobleza de Navarra: Organización familiar y expectativas de futuro” en Vasconia, 28, 1999, p. 177.
30- J. Mª. Usunáriz, “Las instituciones del reino [...]”, op. cit., p. 687.
31- AGS, Sección de Guerra Antigua, leg. 1825.
32- J. Gallastegui, Navarra a través de la correspondencia de los virreyes (1598-1648), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1990, pp. 26 y 34-38)
33- J. Salcedo, El Consejo Real de Navarra en el siglo XVI, Pamplona, Universidad de Navarra, 1964, pp. 67-68.
34- Archivo General de Navarra (a partir de ahora AGN), Actas de Diputación, libro 3º, fol. 1.
35- R. Rodríguez, “Navarra y la Administración central (1637-1648)”, en Cuadernos de Historia Moderna, 11, 1991, pp. 162 y ss.
36- AGN, Sección Guerra, leg. 1º, carp. 53.
44- J. Salcedo, El Consejo Real [...], op. cit., p. 261.
45- J. Yanguas y Miranda, Historia compendiada del Reino de Navarra, San Sebastián, Imprenta de Ignacio Ramón Baroja, 1832, pp. 406 y 411.
46- “Que se pagasen sus salarios a los del consejo y alcaldes de Corte mayor y oidores de Comptos y otros oficiales y ministros de los reyes don Juan y doña Catalina” IDEM, Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1964, II, p. 536).
47- Ordenanzas del Consejo, L I, t. 10, 0. 1. y L. II, t. 8, 0. 10.
48- J. Mª. Zuaznavar, Ensayo Histórico-Crítico sobre la Legislación de Navarra. II, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1966, pp. 97-113). Estas ordenanzas eran editadas anualmente a principios de cada año para mantener así su vigencia. AGN, Comptos, Papeles sueltos, leg. 53, carp. 15, 1769.
49- AGN, Sección Guerra, leg. 1, carp. 27. I. Concha, “Del Canciller Mayor de Navarra (Un extraño caso de supervivencia medieval)” en Anuario de Historia del Derecho Español, 50, 1980, p. 756, nota 13)
50- AGN, Legislación, leg, 1, carp. 22, fol. 2v-3r.
51- AGN, Comptos, tesorero Luis Sánchez, 1514, fol. 78v.
52- L. J. Fortún, “El Consejo Real de Navarra entre 1494 y 1525” en Homenaje a José María Lacarra, Príncipe de Viana, anejo 2, 1986, p. 175.
53- Las Cortes otorgaban dos tipos de naturaleza diferentes: para entrar en la asamblea o para gozar de las exenciones y beneficios propios de un natural navarro. Mª. D. Martínez Arce, “Concesiones de naturaleza a fines del siglo XVII” en Segundo Congreso General de Historia de Navarra, Príncipe de Viana, anejo 15, 1993, p. 229.
54-Novíssima Recopilación (NR a partir de ahora), 1, 8, 1.
55-NR, 1, 8, 7.
56- J. Salcedo, Elementos de Historia del Derecho navarro, Pamplona, Grafinasa, 1989, 24.
57- IDEM, “Grupos sociales y su ordenamiento jurídico en Navarra” en V Congreso de Historia de Navarra. Grupos sociales en Navarra. Relaciones y derechos a lo largo de la Historia, vol. III, SEHN, 2002, p. 198. Durante el Quinientos se producía una gradual reinserción “en unas mismas y únicas coordenadas políticas (lo que no quiere decir que se extinguiera el sentimiento nacionalista y de añoranza de la perdida Monarquía) respetadas por Castilla”. J. Gallastegui, Navarra a través [...], op. cit., p. 33 Así por ejemplo, Fernando el Católico no tardó en perdonar a los principales cabecillas de la facción agramontesa: a Ladrón de Mauleón, al vizconde de Zolina, a Martín de Goñi, a Pedro de Rada. Posteriormente Carlos V concedió el 15 de diciembre de 1521 un perdón general a todos los aliados de las tropas francesas de ese mismo año e incluso lo amplió a los que en Noáin, en Maya y Fuenterrabía habían luchado contra su ejército. Sólo dejaba excluidos de su clemencia a 150 caballeros entre los que figuraban: Miguel de Xabierre, Juan de Azpilcueta, hermano de Miguel, Juan de Jaso, etc. De esta manera, Johan de Azpilcueta, señor de Javier, pudo intervenir en las Cortes de Sangüesa de 1530. Y tres años después en las de Estella lo harían Alonso de Peralta y Miguel de Azpilcueta, a pesar de ser todos ellos agramonteses. La misma disposición conciliadora se produjo en la provisión de cargos en los Tribunales del Reino. S. Lasaosa, El ‘Regimiento’ municipal de Pamplona en el siglo XVI, Pamplona, Príncipe de Viana, 1979, pp. 72-73.
59- Ibídem, p. 181.
66- AGN, Legislación, leg. 2, carp. 74, 1552.
67- AGN, Límites, leg. 1, carp. 24.
68- J. Salcedo, Atribuciones de la Diputación del Reino de Navarra, Pamplona, Príncipe de Viana, CSIC, 1974, II, p. 303)
69- Actas de Diputación, VI, 343.
72- AHN, Consejos, Libros de Navarra, nº 530, fols. 366v-367. Mª. T. Sola, “El virrey como interlocutor de la Corona en el proceso de convocatoria de Cortes y elaboración de leyes. Navarra. Siglos XVI-XVII” en Huarte de San Juan. Revista de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Pública de Navarra, 1996-1997, p. 87.
73- P. Fernández Albaladejo “La resistencia en las Cortes” en Elliot, J. y García Sanz, A. (coord.), La España del Conde Duque de Olivares, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1990, p. 323.
75- J. Mª. Usunáriz, “Las instituciones del reino [...]”, op. cit., p. 708.
76- A. Floristán, “Honor estamental y merced [...]”, op. cit., pp. 174-181.
77- AGN, Cortes, leg. 3, c. 60. íbid., leg. 3, c. 60.
79- F. Idoate, Esfuerzo bélico de Navarra en el siglo XVI, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1981, pp. 109-120.
80- Archivo Diocesano de Pamplona (ADP), C/ 1529, fol. 72r.
86- Ya durante la etapa borbónica el número de derechos a asiento llegó a ser cercano a los 200 pero muchos de sus poseedores únicamente buscaron nuevas formas de ascenso en la jerarquía sociopolítica de la Corona más que un papel relevante en la actividad legislativa navarra. J. Mª. Usunáriz, “Las instituciones del reino [...], op. cit., p. 707.
90- A. Domínguez ORTIZ, En torno al municipio [...], op. cit., p. 69.
91- A. Zabalza, “Contribución al estudio de la administración municipal moderna en Navarra: Aoiz, 1780-1787” en Primer Congreso General de Historia de Navarra, Príncipe de Viana, anejo 9, 1988, pp. 217-222.
92- J. Mª. Imízcoz, , Elites, poder y red social. Las elites del País Vasco y Navarra en la Edad Moderna (Estado de la cuestión y perspectivas), Bilbao, UPV, 1996, pp. 208-209.
93- M. R. Porres, “Oligarquías urbanas. Municipio y Corona en el País Vasco en el s. XVI” en Martínez Millán, J., (dir.), Europa y la monarquía católica, t. II, Economía y sociedad, Madrid, Parteluz, 1998, pp. 625-642.
94- Fco. J. Alfaro, y B. Domínguez, “Insaculación, elites locales y organización municipal de la Merindad de Tudela en el Antiguo Régimen” en Revista del Centro de Estudios Merindad de Tudela, 10, 2000, p. 104. y Sociedad, nobleza y emblemática en una ciudad de la ribera de Navarra: Corella (siglos XVI-XVIII), Institución Fernando el Católico (CSIC), Zaragoza, Ayuntamiento de Corella, 2003, pp. 31 y ss.
95- J. F. Garralda, “Los cargos concejiles del Ayuntamiento de Pamplona en el siglo XVIII” en Primer Congreso General de Historia de Navarra, 4, Príncipe de Viana, anejo 9, 1988, p. 139
96- A. Ramírez de Arellano, “Aproximación al cambio social en Navarra: el caso de Diego de Arguedas” en Actas del V Congreso de Historia de Navarra. Cambio social en Navarra. Relaciones y derechos a lo largo de la Historia, vol. I., SEHN, 2002, p. 323.
105- M. Gembero, “Pamplona en los siglos XVII y XVIII: Aspectos económicos y sociales” en Príncipe de Viana, 177, 1986, p. 63.
106- J. Mª. Usunáriz, “Las instituciones del reino [...]”, op. cit., pp. 728-730.
108- J. F. Garralda, La administración municipal de Pamplona del siglo XVIII, Pamplona, Universidad de Navarra, Pamplona, 1986, I, pp. 22-26.
113- AGN, TT.RR., Procesos judiciales, 001803, fol. 1.
115- J. Mª. Usunáriz, “Las instituciones del reino [...]”, op. cit., p. 727.
117- En el siglo XIII por ‘buruzagui’, ‘cabdiello’, ‘sobrejuntero’ o ‘mayoral’ se entendía al dirigente máximo de la Junta de Infanzones de Obanos encargado de ejecutar las ‘justicias’ convocando en armas a los junteros. La palabra vasca ‘buruzagi’ viene a significar etimológicamente caudillo, patrono o jefe superior.
118- AGN, TT.RR., Procesos judiciales, 16231, fols. 44-45; 103-103v; 120-129v; 214-222, año 1652.
119- L. Lapuente, Las Améscoas [...], ob. cit., p. 357.
120- AGN, TT.RR., Procesos judiciales, 148485, fol. 1.
122- AGN, TT.RR., Procesos judiciales, 148485, fol. 17.
124- AGN, TT.RR., Procesos judiciales, 149320, fol. 1. Sobre la cuestión de las hidalguías en la Améscoa Baja hay un pleito entre el Estado de Labradores y el de Hidalgos de dicho valle fechado en 1588, con un interesante listado o memoria de los que han sido pretendientes a hidalgos y a sus respectivos oficios, etc. (AGN, TT.RR., Procesos judiciales, 011934, fols. 9-9r).
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praza-catalunya · 5 years
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Zóbel--Chillida. Diálogos desde a materia, as grafías e o espírito “zen”
Dous artistas que crean na segunda metade do século XX, en España, na pintura e mais na escultura. Dous protagonistas da arte do seu tempo que agora renovan as súas conversas nas salas da galería de arte Mayoral. Unha proposta estética de gran dimensión plástica e antolóxica. Que engado provocan as caligrafías orientais para que tantas e tantos artistas occidentais se rendan á súa complexa delicadeza? Como se atreve unha galería de arte privada a mostrar pezas de tan alta calidade?
Lito Caramés
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Galería d’art Mayoral. 30 aniversario
A Galería Mayoral leva desde 1989 na rúa Consell de Cent de Barcelona, e nas súas salas xa se puideron ver importantes e interesantes exposicións. É unha galería de arte especializada en arte moderno e tamén en arte de posguerra. Os seus donos interésanse moito polas vangardas artísticas, e mormente por artistas cataláns ou que tiveron algunha relación con Catalunya. Nas súas salas xa se viron monográficas de Picasso ou Miró, traballos de Calder, Magritte ou Chagall e creacións de Brossa, Millares ou Chillida.
Hogano esta galería de arte chega ao seu 30 ano de vida. E para iso celebrará perante estes meses exposicións sobranceiras. Tócalle agora a quenda a Zóbel-Chillida. Camins creuats, unha aposta moi forte, con amplitude de obra exposta e orixinalidade. Nunha das visitas á Galería d’art Mayoral, para visitar precisamente esta mostra sobre as relacións persoais e estéticas de Eduardo Chillida e mais Fernando Zóbel, escoitábase entre as persoas presentes nas salas da galería: Això què és? El Reina Sofía II? Esa é a impresión que transmite o paseo polas salas de Mayoral: a sensación de estar valorando o esforzo que tivo que facer unha “institución pública” para poder mostrar ás persoas visitantes obras de tan alto valor estético. Pero Mayoral é unha galería privada! Velaí a importancia de Zóbel-Chillida. Camins creuats. Tampouco é que sexa unha novidade. Os propietarios e directores da galería levan anos presentando con moito esforzo magníficas exposicións, xa individuais, xa colectivas. Por citar algunha, a titulada Mulleres Surrealistas, que foi a primeira exposición que se fixo en toda España dedicada –entidades públicas e privadas-- en exclusiva ás mulleres surrealistas. Iso no ano 2017, cen anos despois de que comezase o movemento Dadá! (Mudan os tempos?).
E por suposto a Millares. Construint ponts, no murs, radiografía do sufrimento físico e psíquico dun artista na España franquista, e Saura. Tragèdia-Creació, a continuidade das pinturas negras en tempos de traxedia gris.
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 Zóbel-Chillida. Camins creuats, a nova aposta da Galería Mayoral
Antes de entrar na forxa creativa, Eduardo Chillida probou destinos moito máis simples. Na aprendizaxe clásica, puxéronlle nas mans o barro. As mans rebeláronse. En lugar de moldealo el o que quería era desbastalo... A pedra calcaria e mais o granito fan a Chillida un escultor consumado... O ferro é máis duro ca o granito. Ao final do soño duro, reina o ferro (Gaston Bachelard, Le Cosmos du fer, 1956).
Os esforzos da familia Mayoral por brindar á cidadanía de Barcelona, e visitantes, propostas do máis alto nivel, permiten nestes meses que teñan o orgullo de mostrar na súa sede Zóbel-Chillida. Camins creuats, unha proposta moi novidosa. Novidosa porque enfronta dous artistas da segunda metade do século XX dos que non se sabía que tivesen moita relación. E, en cambio, a investigación do comisario, Alfonso de la Torre, deu como froito a descuberta dunha relación de amizade e de admiración mutua forte e durable no tempo. Un momento importante nesta relación aconteceu pola insistencia de Fernando Zóbel en adquirir para o Museo de Arte Abstracto Español, en Cuenca, unha peza importante de Eduardo Chillida. O seu empeño –primeiro en procurar que se materializase a fundación do citado museo, e logo en comprar a peza-- foi tan forte que ao final logrou o que se propuxo.
A mediados do ano 1965, un ano despois de comezar as xestións, a obra en madeira Abesti Gogora IV (Cara o Alto, en eúskaro) está en Cuenca. No seu diario Zóbel anota, lacónico: Nuestro Chillida llega. Magnífico. De aí nace a relación destes dous grandes artistas da arte informalista. Agora, en Mayoral, as pezas de estes dous grandes referentes da arte da segunda metade do século XX en España xogan coa luz, cos espazos; coa vida. O comisario da exposición Zóbel-Chillida. Camins creuats é Alfonso de la Torre, ben coñecido na galería por ter comisariado outras (por exemplo a magnífica Millares. Construint ponts, no murs). Alfonso De la Torre é especialista na arte da posguerra, e máis especificamente na aparición e consolidación da arte abstracta daqueles anos, e de todo o que afecta ao nacemento do Museo de Arte Abstracto Español, de Cuenca. Leva comisariado máis de cen exposicións, así como publicado traballos sobre arte e tamén poesía. Actualmente traballo no Catálogo razoado das pinturas de Zóbel.
Para complementar de xeito exitoso a celebración desta xuntanza de artistas, e o 30 aniversario da galería, Mayoral publica un excelente catálogo no que Alfonso de la Torre repasa os xeitos artísticos do pintor e mais do escultor, do vasco e mais do filipino, levando a súa investigación ata o extrtemo de atopar as cartas que Zóbel manda a Chillida co gallo da adquisición da peza Abesti Gogora IV para o museo de Cuenca. E concluíndo que foi este feito o que achegou aos dous artista definitivamente e levounos ata a amizade. O contido das cartas está reproducido no catálogo. As cartas están agora na Mayoral, e os textos pódense consultar no Catálogo en inglés, català e castellano.
Por se non abonda con que os visitantes da exposición Zóbel-Chillida. Camins creuats afirmen ao contemplar a abundancia e calidade das pezas expostas Això què és? El Reina Sofía II?, este ano volve abrir as súas portas o espazo rural e bosque de esculturas Chillida Leku, en Hernani. Todo para convocar as forzas telúricas e espirituais a esta epifanía.
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Chillida, Zóbel e as querencias pola estética oriental
Zóbel admiraba os trazos tan exquisitamente controlados da caligrafía china e xaponesa, e isto vese prefectamente nas súas obras. Viaxou moitas veces a Xapón e na súa casa de Manila tiña un xardín xaponés ... O estudo de Zóbel tamén mostraba unha estética zen, Lembro que o tiña sempre impecable...De pequenos fascinábanos o xeito de usar unha xeringa para pintar liñas rectas longas, moi longas e, a continuación, como esparexía parte da pintura cun pincel para crear uns xestos únicos. (entrevista de Alfonso de la Torre a Fernando Zóbel de Ayala, sobriño neto de Zóbel. No catálogo da exposición Zóbel-Chillida. Camins creuats).
Procurando aqueles eidos nos que Fernando Zóbel e Eduardo Chillida –un pintor, escultor o outro-- poden coincidir é doado atopar puntos de encontro, visións da realidade que os aproximan nas súas interpretacións artísticas. Antes de nada dicir que a súa orixe non pode ser máis dispar: Zóbel, nado nas Filipinas, con estudos en Harward, viaxeiro consumado, mentres que Chillida –porteiro de futbol da Real Sociedade ata que unha lesión lle impediu seguir xogando-- estudou en Madrid e logo en París, para residir en Hernani desde que tiña 26 anos. Os dous viven a España dos tempos máis duros do franquismo, e os seguintes. Aí reside a primeira aproximación entre eles e con outros artistas do momento: a resistencia, a loita, a subsistencia no medio gris e difícil. Ao marxe diso, ambos creadores acabarán por estimar as suxestións que lles chegan do Extremo Oriente. Hai en Zóbel e Chillida, máis aló dos traballos físicos e dos diferenciados materiais, un gusto pola vida monacal, polo recollemento. Esa vida (máis en Chillida) anímaos a procedementos artísticos afíns á cultura zen, por exemplo. A sinxeleza, a limpeza de liñas, a espiritualidade. Moitas das esculturas do artista de Hernani –mormente as elaboradas con terras e barros, lurras-- van riscadas na súa superficie por signos abstractos e reiterados que se achegan ás concepcións dos xardíns zen, onde poucos elementos, monocromos moitas veces, dan a liberdade para crear xeografías diversas. Con máis razón aínda se ve reflectido nos trazos rectilíneos e monocromos de moitas das pezas de Zóbel, que non ten medo ao horror vacui.
Polos mesmos vieiros estes dous artistas enténdense amantes da caligrafía. A caligrafía esa arte oriental sen límites nin estremas, que o mesmo dá para elaborar unha estampa que para artellar un filme, como acontece en Ying Xiong (Hero), o filme dirixido por Zhang Yimou en 2002, no que o protagonista (entre outras cousas) desexa atopar unha nova verba que exprese o concepto “espada”. Para iso traballa co pincel un e outro día ata conseguilo. Non son os únicos artistas españois coetáneos que se senten atraídos pola estética oriental. Antoni Tàpies así llo explica ao gran poeta José Ángel Valente no libro Comunicación sobre el Muro.
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 Zóbel: Aquelarre – Chillida, Hierros de temblor  III
Ha pasado algún tiempo. El tiempo pasa y no deja nada. Lleva, arrastra muchas cosas consigo. El vacío, deja el vacío. Dejarse vaciar por el tiempo como se dejan vaciar los pequeños crustáceos y moluscos por el mar. El tiempo es como el mar. Nos va gastando hasta que somos transparentes (...) El mar, el tiempo, alrededores de lo que no podemos medir y nos contiene (José Ángel Valente, Desde el otro costado, 2019).
Máis aló dos gustos estéticos e filosóficos destes dous creadores, está a materialización das súas obras. No ano 1957, Eduardo Chillida elabora a peza Hierros de temblor III , unha sucesión de pequenos lingotes de ferro, alongados, que –soldados entre si-- brindan a impresión de que xiran no ar, no traxecto dunha liña curva xiróvaga e negra. Trátase de representar a teoría de einstein de que o tempo é curvo? Ou Chillida atende máis ao resultado plástico de tirar un anaco de ferro ao espazo e tratar de reproducir a traxectoria? Como se xogase cun búmerang. Xusto no ano 1957, ao outro lado do Atlántico, a fotógrafa Berenice Abbott realizaba traballos para o famoso Massachusetts Institute of Tecnology co gallo de que a mocidade ianqui estude cinecias, mormente física. E no ano 1961 os seus traballos fotográficos sobre ciencia ven a luz no libro Physics. Unha das fotografías –sucesión delas, en realidade-- que consegue capturar Abbott é a titulada un obxecto asimétrico compórtase simetricamente, consistente en repetir a imaxe dunha chave inglesa que, lanzada polo ar, vai dando voltas e voltas sobre si mesma e trazando, así, unha proxección no espazo similar ao que artellaba coetaneamente Chillida cos seus ferros. Coincidencia?
Polos mesmos anos Fernando Zóbel confecciona a súa impactante peza Aquelarre (1961). Sobre o fondo de branco agrisado, o artista vai facendo o que conta o seu sobriño: trazar cunha xeringa liñas rectas, con óleo mesturado con disolvente, alongadas, para logo esparexer a cor cun pincel á procura de efectos non coñecidos, un tanto automáticos. A cor negra enche o ángulo inferior esquerdo, e de aí van xirando as liñas e as manchas de cor cara o centro, e logo cara o recuncho inferior dereito. Como se un pelotari lanzase a pelota para ue esta acabe caendo? Como se as liñas negras (e posteriores esparexedelas de cor) fosen xirando no ar, impulsadas pola inefabilidade do espazo? Este cadro, da serie negra –tal que un Saura vido de fóra--, convida a retornar onde o deixou Goya e as súas Pinturas Negras. A vida en branco e negro da plenitude do franquismo convoca os espíritos da noite para que reforcen o aserto de que o soño da razón produce monstros. Repetirase tal situación en xiróvagos ciclos? Nestas dúas obras, Zóbel e Chillida estarán a convocar os inaprensibles deuses do tempo?
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Na vida hai que manter o nivel de dignidade un punto por riba do medo, Chillida
Esta reflexión –afirma Ignacio Chillida, fillo de Eduardo-- adoitaba a dicirlla o escultor aos fillos. E tamén outra que lera nun poema de René Char: Il Faut marcher le front contre la nuit. Tal vén sendo a actitude vital que defende Chillida así como os valores morais que transmite aos fillos. Moi gráfico o verso de Char. E ben atinado naqueles anos de represión e de faltas de liberdades que o teu proxenitor te anime a que –como quixote-- marches contra esa noite que impoñen os que non deixan pensar con liberdade.
Na exposición Zóbel-Chillida. Camins creuats, a disposición das persoas amantes da boa arte na Galería Mayoral, hai unha moi interesante escolma de pezas de Eduardo Chillida. Hai traballos que van desde os anos 50 ata o novo milenio; case 50 anos de creación, condensados nunhas 12 pezas entre as que hai traballos con arxilas, con mármore e con ferro. Unha panorámica digna dun museo público.
Na galería Mayoral vense bastantes Lurras. Lurra é a verba en euscaro para denominar a terra. E as pezas que Chillida titula así están feitas con arxilas e barros. En concreto hai unha (que forma parte dunha serie) que leva un título ben significativo: La casa del poeta IV, de 1983. Trátase dunha obra de cor marrón, terracota, de dúas partes. As dúas encaixan, máis ou menos, pero sempre deixando no medio ocos (a casa). Esta lurra cambia por completo segundo se coloque, se ordene e se mire. É unha peza polivalente. As súas dimensións (non máis aló dos 50 cm.) e o xogo de baleiros e de materia orixinan unha arquitectura poética. Tanto Chillida como Zóbel son artistas influídos pola poesía, e nos seus traballos, e a carón de certo orientalismo, sempre se atopa unha fasquía poética. Outra peza singular é Lurra G-175 (1990). No caso das lurras, Chillida transita vieiros paralelos aos do outro gran escultor vasco, Jorge Oteiza. Outra terracota, neste caso dunha cor gris. Un bloque, case un cubo de materia, percorrido na súa superficie por incisións máis ou menos fondas. Que representa esta obra? A quen alude? A quen se dirixe? Segundo se vaia mirando muda radicalmente de aspecto e de concepto. Esta lurra, concretamente, lembra moito as representación que se fan en Bolivia da Pachamama, a nai terra para os pobos andinos. As lurras de Chillida son poemas á nais terra. Como o que fixo –noutros xeitos estéticos e formas-- Iago Pericot á nai terra, neste caso a Venus de Willendorf, cando a resucitou para que pedise paz entre os humanos (sexa este vídeo unha homenaxe ao gran director teatral e pintor).
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 A espiritualidade e o camiño cara a luz de Fernando Zóbel
Nas súas “saetas” Zóbel parecía coincidir con Chillida, no aspecto do trazo escritural negro levado ao lenzo, derivando os dous as súas pescudas cara unha certa grafía que procurase comprender a nosa consciencia, o ritmo do transcurrir (...) Poden entenderse como acordos visuais que tremen entre a lixeireza e a gravidade, en movemento (Alfonso de la Torre, no catálogo de Zóbel-Chillida. Camins creuats, 2019).
Fernando Zóbel ten o privilexio de viaxar moito, estudar en Harward e alí, nos EEUU coñecer as creacións dos mozos do expresionismo abstracto. Foi fundamental na súa evolución estética o coñecemento do gran artista Mark Rothko, tanto que a súa obra mudará totalmente. Rothko é o artista que deriva cara a abstracción absoluta, atravesando as terras movedizas da policromía, e rematando no uso de poucas cores, en manchas uniformes e, á fin, quedando cos grises e negros. Extraordinario exemplo do seu quefacer é a Rothko Chapel, en Houston. Desde que coñece a súa obra, Zóbel inicia a serie chamada Saetas, onde limita as policromía e os trazos, pasando logo ás series negras (exemplo: Aquelarre), onde utiliza (como di o seu sobriño) unha xeringa para traballar sobre o lenzo, e seguindo logo co uso limitado das cores como poesía sobre tela e interesándose moito pola luz. Este traballo sobre a luz (propio de finais dos anos 60 e os 70), definida polas cores que son tratadas con delicadeza e incluso simboloxía, que acaban esvaéndose e confundíndose cos fondos claros. A este período pertence a peza titulada Canción protesta III (1968). O cadro ao óleo, de 1x1 metros, mostra cores máis cálidos no centro que van baixando intensidade e diluíndose cara os extremos como se fose unha acuarela. As cores fortes do centro son vermellos que en ningún caso perfilan obxectos. A pegada de Rothko é evidente. Canción protesta, no ano 1968. Será unha homenaxe ao Maio de París? Será ás mobilizacións que tamén houbo na España franquista? Se as cores son simbólicas o título tamén o é. Desta época hai varias pezas en Zóbel-Chillida. Camins creuats.
Cara finais dos anos 70, Zóbel dá outro xiro aínda cara máis abstracción e traballa no que se coñece como a Serie Blanca. Un bo exemplo é a pintura La Plazoleta, na que se repite bastante o esquema anterior de Canción protesta, pero agora aínda con matices de brancos polas beiras e de cores crema e marfil polo centro. As pezas de Zóbel expostas na galería Mayoral son unha ducia, repartidas entre o ano 1961 (Aquelarre) e o ano 1981 (Recreo Vertical). Estas obras teñen o mérito –máis aló da súa calidade estética-- de permitir observar a evolución deste artista fundamental na arte deste país, e tamén na creación do Museo de Arte Abstracto Español, de Cuenca.
Lito Caramés
 EXPOSICIÓN: Zóbel-Chillida. Camins creuats
Galería Mayoral
ata o 25 de xullo de 2019, Día de Galicia
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arty-e · 2 years
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How does Alfonso feel about Coral (though he has already passed)
Did not like her but in a more passive way compared to how Elizabeth felt (REALLY didn’t like her to point of hating her). He felt she was a snob and he didn’t care for her father either but he knew Dylan liked her a lot plus she was from the ten family so he saw no point in fighting against them.
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condadodecastilla · 5 years
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La tumba y la espada de Bernardo del Carpio en Aguilar de Campoo
La tumba y la espada de Bernardo del Carpio en Aguilar de Campoo
Según la Primera Crónica General, redactada durante el reinado de Alfonso X, la muerte del legendario héroe medieval Bernardo del Carpio acaeció:
«En el XXI anno (del rey Alfonso III el Magno) murió el noble cavallero don Bernaldo del Carpio, assí como cuenta don Lucas de Tuy.»1
Es decir, allá por el año 887, ya que Alfonso III de Asturias fue coronado en el 866, habría fallecido el…
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Enrique III de Castilla, llamado «el Doliente» (Burgos, 4 de octubre de 1379-Toledo, 25 de diciembre de 1406), hijo de Juan I y de Leonor de Aragón, fue rey de Castilla entre 1390 y 1406. Le sucedió a su muerte su hijo, Juan II.
Fue hijo primogénito del recién coronado rey de Castilla Juan I y de su esposa, la infanta Leonor de Aragón, y hermano mayor de Fernando, quien sería rey de Aragón. Por parte paterna fueron sus abuelos Enrique II de Castilla y Juana Manuel de Villena y por parte materna Pedro el Ceremonioso, rey de Aragón, y su esposa, la reina Leonor de Sicilia.
Su crianza fue encomendada a Inés Lasso de la Vega, esposa de Juan Niño; en su infancia fue educado por el obispo de Tuy Diego de Anaya Maldonado, que posteriormente sería arzobispo de Sevilla, y por Álvaro de Isorna, que lo sería de Santiago; fue su ayo Juan Hurtado de Mendoza y su confesor el dominico Alonso de Cusanza, que después llegaría a ser obispo de Salamanca y de León.
Poco después de su nacimiento fue prometido a la heredera del trono portugués Beatriz de Portugal en virtud de un tratado de paz que Castilla y Portugal firmaron durante una tregua en las guerras fernandinas, pero este matrimonio no llegó a a hacerse efectivo, pues al quedar viudo su padre en 1382, fue éste y no Enrique quien se casó con Beatriz.
El 17 de septiembre de 1388, en virtud del tratado de Bayona, se casó en la Catedral de San Antolín de Palencia con su prima Catalina de Lancáster, hija de Juan de Gante, duque de Lancaster, y de Constanza de Castilla, por lo tanto descendiente de Pedro I el Cruel; esto permitió solucionar el conflicto dinástico tras la muerte de Pedro el Cruel, afianzar la Casa de Trastámara, y establecer la paz entre Inglaterra y Castilla.
Simultáneamente a su boda, con el beneplácito de las cortes de Briviesca, recibió el título de Príncipe de Asturias, siendo el primero en llevar dicho título, pues anteriormente los primogénitos de los reyes castellanos se habían llamado infantes mayores. En 1390 su padre consideró la posibilidad de abdicar en su favor para obtener el reconocimiento de los portugueses, pero fue disuadido de hacerlo por su Consejo Real, habida cuenta de los daños que habían ocasionado en el reino anteriores decisiones similares; sin embargo, en octubre de ese mismo año el rey Juan murió en Alcalá como consecuencia de una caída del caballo, y Enrique fue proclamado rey.
Asumió el poder efectivo el 2 de agosto de 1393, a la edad de 13 años, luego de un tumultuoso período de cambios en la regencia.
Enrique III pacificó a la nobleza y restauró el poder real, apoyándose en la pequeña nobleza y desplazando así a sus parientes más poderosos (como Alfonso Enríquez y Leonor de Trastámara). Derogó privilegios concedidos por sus predecesores a las Cortes de Castilla, como la alcabala y el derecho de asistir al Consejo Real, impulsó la figura de los corregidores en las ciudades, y saneó la economía del reino. Disminuyó las persecuciones contra los judíos, promulgando varios edictos contra la violencia, que había sido particularmente grave en 1391.
Durante su reinado, la flota castellana obtuvo varias victorias contra los ingleses. En 1400 envió una flota de guerra que destruyó la base pirata de Tetuán, en el África del Norte. En 1402 comenzó la colonización de las Islas Canarias, enviando al explorador francés Jean de Béthencourt. Detuvo una invasión portuguesa, iniciada en 1396 con un ataque a Badajoz, estableciendo finalmente una tregua con el acuerdo firmado con Juan I de Portugal el 15 de agosto de 1402.
Apoyó las pretensiones pontificias de Benedicto XIII y reanudó la campaña contra el reino nazarí de Granada, alcanzando una importante victoria en batalla de los Collejares, librada en 1406, aunque no pudo completarla porque le sobrevino la muerte. También envió a dos embajadas a Tamerlán, estando la primera encabezada por Hernán Sánchez de Palazuelos y la segunda por Ruy González de Clavijo. De la segunda embajada consta el relato del viaje en un libro, la Embajada a Tamorlán.
Con su salud afectada, en sus últimos años había delegado parte del poder efectivo en su hermano Fernando de Antequera, quien sería regente durante la minoría de edad del hijo de Enrique III, Juan II de Castilla.
Enrique III de Castilla falleció en la ciudad de Toledo el 25 de diciembre de 1406, cuando preparaba una campaña contra el reino de Granada.
Después de su defunción, el cadáver de Enrique III de Castilla fue trasladado a la ciudad de Toledo, donde recibió sepultura en la Capilla de los Reyes Nuevos de la Catedral de Toledo,1​ en la que sus restos mortales reposan en la actualidad. El sepulcro de Enrique III está colocado sobre la sillería del coro, en el lado del Evangelio, y es un sepulcro adosado de estilo plateresco. La caja del sepulcro está adornada con los escudos de Castilla y León, y en la parte baja del interior del lucillo de enterramiento están colocados tres paneles decorados con trofeos, y sobre los tres paneles dos niños aparecen sujetando la cartela que contiene el epitafio del monarca:1​
"AQUI IACE EL MUI TEMIDO Y JUSTICIERO REI DON ENRIQUE DE DULCE MEMORIA QUE DIOS DE SANTO PARAISO HIJO DEL CATHOLICO REI DON JUAN NIETO DEL NOBLE CAVALLERO DON ENRIQUE EN 16 AÑOS QUE REINO FUE CASTILLA TEMIDA Y HONRRADA NACIO EN BURGOS DIA DE SAN FRANCISCO Y MURIO DIA DE NABIDAD EN TOLEDO IENDO A LA GUERRA DE LOS MOROS CON LOS NOBLES DEL REINO FINO AÑO DEL SEÑOR DE 1407."
Sobre el sepulcro está colocada la estatua yacente que representa a Enrique III, realizada en alabastro policromado. Enrique III aparece vestido con el hábito franciscano, aunque con las manos sujeta su espada, con su talabarte, que discurre paralelo al cordón franciscano. La cabeza del monarca, ceñida por la corona real, descansa sobre tres ricos almohadones, y los pies del rey aparecen descalzos. En los extremos de la estatua yacente están colocados cuatro ángeles arrodillados. Revista Historia Universal 
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jgmail · 5 years
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Intuiciones geopolíticas de Ganivet: el "espíritu del territorio"
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Carlos Javier Blanco Martín
Sé que hay españoles de bien, movidos por una honesta preocupación ante los desafíos centrífugos y la pérdida de su identidad nacional, que hacen remontar la cuna y la prosapia de España hasta unas fechas remotas, anteriores a 722 y muy anteriores a la Gesta de Covadonga. Las fechas remotas les llevan hasta el período de los godos y, con ello, reducen el ser nacional de los españoles al componente específico de barbarie que a una provincia romana muy concreta, la Hispania, habría de corresponderle. Es así que nuestro Ortega culpa a este pueblo godo, en origen extraño, de todas las específicas dosis mórbidas que a los romanos peninsulares -abuelos nuestros- les tocaron en suerte. Por aquello de ser más flojos, más decadentes, más "civilizados", dicho esto en el sentido spengleriano, los españoles habríamos de transportar, dentro del ancho mundo de la romanidad, las gotas perversas de decaimiento gótico que, por lo visto, los francos, sajones o lombardos no llevaron. Tosca me parece esta idea orteguiana. Vicios y errores cometieron los godos, a qué dudarlo, y prueba de ello es el modo en que cayeron en Guadalete a manos de los moros (711), en una fecha en que caídos se mostraban ya ante el mundo, divididos en facciones, podridos por los vicios y locos de sangre y ambición. En descargo de aquellos godos que ya iniciaban su proceso de mixtura con los romanos de Hispania, hay que decir que sólo los imperiales, esto es, bizantinos, les superaban en esplendor y cultura. De justicia es advertir que ya eran nuestros godos casi civilizados mucho antes de invadir tierras de Roma, pues de Roma era soldados y aduaneros, vasallos y aprendices. De genio jurídico como pocos pueblos de la edad bárbara, su matrimonio con la Iglesia, no menos reguladora y ordenancista, hubiera dado ricos frutos. De ese matrimonio hablaba Ángel Ganivet en Idearium Español:
"La exaltación de la Iglesia española durante la dominación visigótica es obra de los bárbaros; pero no es obra de su voluntad, sino de su impotencia, incapaces para gobernar a un pueblo más culto, se resignaron a conservar la apariencia del poder, dejando el poder efectivo en manos más hábiles. De suerte, que el principal papel que en este punto desempeñaron los visigodos fue no desempeñar ninguno y dar, con ello, involuntariamente, ocasión para que la Iglesia se apoderara de los principales resortes de la política y fundase de hecho el estado religioso, que aún subsiste en nuestra patria, de donde se originó la metamorfosis social del cristianismo en catolicismo; esto es, en religión universal, imperante, dominadora, con posesión real de los atributos temporales de la soberanía." (Idearium Español, Agilar, Madrid, 1964; p. 11).
El ilustre ensayista cifra aquí, en la monarquía goda, las raíces de una teocracia hispana. Reyes y nobles abandonaron tan importante aspecto del "cratos" (del poder o fuerza efectiva) en un clero, en la línea de los "reyes holgazanes" y de una suerte de simulacro de poder: ellos hacían como que lo tenían, pero la Iglesia mandaba bajo cuerda. Bien es verdad que las tornas se cambian en el periodo de la Monarquía Asturiana. Los godos de Oviedo, o más bien dicho, los monarcas astures, salvaron y relanzaron la Iglesia, como aparato que les era esencial para el ejercicio y detentación del poder. El propio autor, al invertir el esquema, reconoce la especificidad del catolicismo hispano. La imagen que mejor representa la idiosincrasia imperial española, y ya la prefigura en el Medievo, no es la de una teocracia coronada sino la de una corona teocrática. Son los reyes asturianos, y después los leoneses, castellanos, etc. los que realzan el carácter sacro de su regio poder no como sucursal o vasallo de una Iglesia universal sino como la espada imperantede esa misma Iglesia universal. Esta es la razón por la que me parece que Ángel Ganivet ve en el catolicismo hispánico una mayor densidad o esencia, como si fuera la cumbre y la pureza misma dentro del catolicismo genérico. No pudo ser la torpeza política de los godos, ni su holgazanería a la hora de dejarse gobernar por una casta clerical, la causa que nos deparó ese espíritu imperial-teocrático que condicionaría nuestra historia hasta los días del fin del Imperio de los Austrias. Bien al contrario, fue la propia idea de que la Iglesia no fuera subalterna y pingajo de la Corona, sino colaboradora, aliada y, a ser posible, socia agradecida para con ella, la que se inició en la Monarquía Asturiana y se expandió en tiempos de los Habsburgo ya en un contexto mundial.
Tengo para mí que la idea imperial de los godos reinantes en Toledo había de verse bloqueada por su misma condición de pueblo en "interinidad" usufructuaria de una provincia romana, en coexistencia con Bizancio, único legítimo detentador de toda idea imperial-cristiana una vez caído el Imperio de occidente. Antes de Carlomagno, y antes de los grandes reyes astures (Alfonso II, Ramiro I, Alfonso III), esta idea imperial-católica sólo podría mostrarse en modo difuso y embrionario. Los godos de Hispania habían venido de otras tierras, dando tumbos, buscando una patria. Y la hallaron, pero la hallaron como ocupantes. En cambio, los godos-astures de la Reconquista hallaron la patria desocupando a los invasores. La teoría ganivetiana de la "independencia" como motor del alma nacional española toma toda su fuerza, sin que su creador quiera o pueda hacerla explícita, precisamente en el momento inicial de la Reconquista. Las gestas de los españoles en materia bélica lo son en procura de su independencia.
La lucha por la independencia, ya fuera ante Roma, ante los moros o ante Napoleón vendría dada por un supuesto "espíritu del territorio", que Ganivet maneja al modo de una especie de constante histórica. En realidad, tal constante difusamente descrita por el ensayista, es el factor geopolítico. España, junto con Portugal, está en una península. Las dos puertas que debe guardar son los Pirineos, al norte, y el Estrecho, al sur. En las penínsulas, los pueblos invasores entran fácilmente pero a menudo salen escaldados en una lucha contra los nativos agresivamente amantes de su independencia. Sólo Roma venció verdaderamente en ésta península ibérica (así llamada, aunque en dos tercios era península celta más bien). Cuando Ganivet habla de la insularidad agresiva (hacia el exterior) de los ingleses, más bien habla de modo difuso de una talasocracia (el poder de los barcos y sobre los mares, con una escasa y torpe milicia en la propia patria). De igual manera, cuando habla de la resistencia de los continentales (franceses, alemanes), alude al factor geopolítico de la escasa entidad física de las fronteras en las potencias "telúricas". Así pues, da igual que hablemos de los hunos o de los soviéticos: las cabalgadas de aquellos, o los tanques blindados de éstos, podían allegarse al corazón de Europa, y aun hasta Lisboa, en cuestión de días. Las potencias telúricas pueden llegar muy lejos por vía terrestre de acuerdo con los medios de su época, aunque a su paso hallan bolsas de saboteadores y resistentes que siempre pueden cortar la cadena de dominación, romper eslabones de control.
La España imperial teocrática fue el más grande experimento de gobierno universal después de Roma. Combinó, ciertamente, los elementos talasocráticos con los telúricos. España, o lo que debería haber sido su unidad más perfecta, una Iberia que uniera las coronas de España y la de Portugal, es casi una isla adecuadamente orientada hacia las Américas. La Castilla más atlántica hubiera crecido en unión estrecha con Portugal, y en armonía con el inicial ímpetu de la Reconquista, que hallaba su núcleo germinal en el Noroeste (Las Asturias, las de Oviedo y las de Santillana, Galicia, Norte de Portugal, León). También en esto, el autor granadino alcanzó intuiciones de gran valor. Acaso la política mediterránea habría debido ceñirse a una férrea contención del poder berberisco y otomano, y a una prosecución de la reconquista en el Magreb, y aun más allá, hacia Túnez. La potencia colonizadora de los españoles, muy superior a la de Francia u otras potencias europeas, habría convertido el norte de África, por medio de cristianos de origen ibérico junto con nativos conversos, en una enorme y hermosa nueva Andalucía.
La España atlántica fue el puente, por medio del dominio y roturación de mares, para la civilización del Nuevo Mundo, para la aplicación de fuerzas administrativas y espirituales formidables. Gobierno de territorios inmensos, estructuración racional de pueblos, países, razas así como evangelización de todo ello. No se entiende muy bien el desprecio con que Ganivet, y otros miembros de su generación (Maeztu, Ortega) hablan de la Escolástica, haciéndolo en unos términos que, o bien evidencian a las claras que tal materia ignoran, o bien revelan que andaban hartos de ella por causa de su tardía y acartonada implantación escolar en España a las puertas mismas del siglo XX. Pero tal Escolástica (en su versión fresca y original del siglo de Oro), junto con el "espíritu del territorio" hispano y sus tácticas guerrilleras, hicieron de esta nación, no sólo la primera en la Europa occidental moderna, sino la más perfecta reencarnación de un ideal imperial-católico, siendo éste universal por espíritu pero centralizador sólo en la medida en que ello resulte de utilidad práctica, pues Imperio, en el genuino sentido cristiano-europeo, no es despotismo oriental divisible todo lo más en satrapías, sino verdadera federación de comunidades orgánicas regidas bajo los principios de subsidiariedad y solidaridad, así como matriz y nido de naciones futuras, hijas y protegidas de una Madre Patria cuando las tales hijas aún se hayan en un cierto grado de inmadurez.
El Idearium Español es, en suma, un hontanar lleno de intuiciones sobre el pasado, el presente y el futuro de España que puede ser leído en clave geopolítica, si bien han de corregirse excesos, errores y anacronismos, justo como en toda lectura crítica ello es menester.
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arty-e · 3 years
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Chapter 4 is out!
https://www.webtoons.com/en/challenge/cards/list?title_no=370974
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arty-e · 3 years
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https://www.webtoons.com/en/challenge/cards/prologue-2/viewer?title_no=370974&episode_no=3
Prologue two is out now!
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arty-e · 3 years
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Can we see some more sketches?
Ok!
Alfonso and Kamir
Alfonso: I’m so old
Kamir: GASP!
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Kamir: if your old then I’m ancient! We’re practically the same age!
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Alfonso: Kamir I could be your father
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Kamir: no, I’m pretty sure you’re not my dad
Alfonso: please stop talkimg
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Some Coraline AU (something I put in more effort than I needed)
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Other! Alvis: oh! Mercury! You’re just in time for supper
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Other!Alvis: buttons? Don’t you like them?
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Other!Mahira: helloooo mercury!
Mercury: my mum can’t sing
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arty-e · 4 years
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Alfonso’s Story part 3 (Camilla and Elizabeth)
Five years (11,495) since Alfonso had sent Isabella to the Asylum in hopes of her getting better, the Spades Royal Court receive news that the Queen-Consort had died. Alfonso had been informed that Isabella had contracted the Snowflake Disease and quickly deteriorated and died (though this had actually been a lie and a cover up of the Asylum). The same disease that took his mothers and his two eldest son’s lives had now taken Alfonso's wife as well. Alfonso shut himself away for months crying and mourning the loss of his wife and Queen. He refused to let anyone talk or see him; apart from Elizabeth:
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Elizabeth, having been his friend before his wife’s death and had listened to his woes without complaint, came to his side immediately and comforted him in his grief. Elizabeth managed to get him out of his room and to look after himself with walks. He truly appreciated everything she did for him.
While Alfonso was more focused on looking after himself and his mental health while Elizabeth cared for him, the other courtiers grew somewhat jealous. Many had begun to throw themselves at Alfonso in hopes of becoming his next spouse. Even when he had confirmed he was not willing to marry ever again they began to fight to be his right hand Advisor as Queen of Spades, some even wanting to be a surrogate for any heirs he would need for the future. But his attention was on Elizabeth who tried her best to distract her friend from the ridiculous games the nobles were trying to get him to play. Alfonso, very aware of the nobles desperate for his power and growing somewhat paranoid, pulled Elizabeth aside one day questioning if this had all been her plan in hopes of becoming the next Queen of Spades, she adamantly denied it and explained her relationship with Camilla, even showing off the ring that Camilla had given her. Alfonso relieved that Elizabeth had no ulterior motive carried on their friendship with peace of mind:
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Elizabeth’s parents, noticing the close bond their daughter had with Alfonso, began to push for her to marry him and become the new Queen of Spades. Elizabeth tried her best to persuade her parents that was not what she or Alfonso wanted nor needed however they grew more and more persistent. Seeing her parents grow more power hungry each passing day she tried to tell them she had already promised herself to Camilla in hopes it would stop their efforts to push for a union between Alfonso and her. However this only enraged her parents who said they have no choice but ‘to remove the problem’ locking Elizabeth away so she was unable to warn Camilla or run away with her:
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Camilla had been taking Kamir out into the capital again, both having a fun evening together. As the two were returning the palace Camilla was grabbed by one of the Royal guards announcing she was being taken to the Asylum because she had been showing strange and unruly behaviour that needed to examined in order to ‘help her’. As Camilla was being dragged away Kamir tried his best to stop he guard arguing Camilla’s case that she was completely sane and showed no sign of anything the guard had claimed. However Kamir’s words were met with deaf ears and Camilla dragged away to the dungeons until the Asylum would collect her the next day:
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Elizabeth, desperate to save Camilla from whatever her parents have planed for her, tried her best to break free from her room. With the door securely locked she opted to climb out the window. Upon finally breaking free from her room she ran through the Spades Palace looking for Alfonso, praying to the Fae that he could help her. She found him in his room and begged and pleaded with him to help save her and Camilla. Through her sobs she told him everything about her parents demanding she try and marry him. Alfonso was speechless from seeing Elizabeth in such a state and hearing what her parents had done. As this was going on Kamir also barged into his room demanding he release Camilla and began ranting about how using the Asylum as a place of punishment rather a place of healing was evil and wrong. As Kamir ranted and raved Elizabeth ran over to him questioning if he knew where Camilla was and if she was already too late. Kamir shocked to see Elizabeth so upset tried to tell her that Camilla had been taken away by a guard and will be taken to the asylum tomorrow. Alfonso told the two to stay in the room and he would get Camilla back:
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Alfonso silently collected Camilla from he cell she had been sitting in and guided her back to his room where Elizabeth and Kamir were waiting. Elizabeth was so relieved to see Camilla again and mostly unharmed, the two cried in one another’s arms. Alfonso watched the reunion filled with unbridled rage. He was furious with how his friend and her lover had been treated and all under his nose. He was also furious to learn that the place he had built to help people, to help his wife, was being used to get rid of people who were ‘bothering’ the nobles.
Alfonso announced to the three in the room that Elizabeth will be his wife and she and Camilla would be under his protection. His only request was that Elizabeth were to give him an heir. The reunited couple agreed to this knowing that if they didn’t both of them would still be at the mercy of Elizabeth’s parents. Alfonso reassured them that they could still be together and Elizabeth will only be his friend and Queen and nothing more. He tells Kamir to never speak of this evening again. He also warned him to never to barge into his room unannounced and be so rude to him again otherwise he would throw him out of Spades without a boat or paddle:
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It was announced to the Spades court that Elizabeth would be the new Queen of Spades and Alfonso’s wife. They also announced that Camilla will be Elizabeth’s lady-in-waiting, a role that had always been reserved for nobles. There was some outrage with the announcements but Alfonso shut it down real quick. It’s not the only thing that Alfonso received backlash for; the age difference between him and Elizabeth, something he had been uncomfortably aware of himself and loathed that he was marrying someone who could be his daughter. The two were married without problem and Elizabeth was crowned queen-consort and the new Queen of Spades:
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Both Alfonso and Elizabeth were very uncomfortable married to one another but they remained very good friends. Alfonso removed Elizabeth’s parents from his court forbidding them from interacting with heir daughter. He was even prepared to punish Elizabeth’s half-brother as well but Elizabeth defended him when it is revealed he had played no part or even knew what their parents were doing. Two years into their marriage Elizabeth gave birth to their son, Prince Dylan, Jack of Spades. Alfonso absolutely adored his new son and doted on him constantly for the first few months before he grew scared and distanced himself from his child. Having lost all four of his children in his past marriage he feared he would lose Dylan as well so kept himself away in order not to get too attached in case the worst happened:
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Camilla and Elizabeth kept their relationship going both were ecstatic about the new baby. Camilla also loved Dylan and treated him like her own at first but was soon pushed away from the young prince by his tutors and nannies saying she had no place acting like his parent. Elizabeth tried her best to include Camilla in this new family as she saw Camilla was just as much Dylan’s parent as her and Alfonso were, but social constructs only distanced her further from the family which was hard on both of them. Camilla feeling alone and wanting to be part of a family of her own was approached by Kamir who needed an heir himself. He explained his plight of being Aromantic and Asexual man and how his mother was desperate for him to get married or at least have a child to carry on their title. He asked if she was willing to have his baby. She was confused by the proposition considering she was a Spade common and he was a Heart noble. Kamir explained his ‘brilliant idea’ that Camilla will have their child and if they had a heart mark like Kamir they would come to Hearts with him once they were an adult. He would send support and visit them both often and even if the child was a Spade he would send support and wouldn’t abandon them. Camilla agreed to his plan though she was rather skeptical.
Camilla gave birth to Alvis, who was born with a Heart noble mark meaning he would be in fact Kamir’s heir. With Alfonso’s permission, Elizabeth and Camilla had Dylan and Alvis raised together as brothers and they were able to become a little family in a slightly unconventional way:
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