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«Contempla ahora la hermosura de un cuerpo ya formado: son los números ocupando su lugar. Fíjate en la hermosura de un cuerpo que se mueve: son los números obrando en el tiempo. Llégate al arte, de donde éstos proceden, y pregunta allí por el tiempo y lugar, y no encontrarás ni tiempo ni espacio, sino que allí, en el arte, no hay más que número, cuya región no es la de los espacios, ni su edad la de los días, y, sin embargo, los que desean ser artistas y se atienen a las reglas del arte que van a aprender, mueven su cuerpo en el tiempo y en el espacio, y, en cambio, su espíritu se mueve sólo en el tiempo, pues únicamente andando el tiempo llegan a ser perfectos.»
San Agustín: «Del libre albedrío», en Obras de San Agustín, III. Obras filosóficas. Biblioteca de Autores Cristianos, pág. 304. Madrid, 1963.
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Frases Célebres
Frases Célebres Aurelio Agustín de Hipona "San Agustín" (354 - 430) #aperturaintelectual #frasescelebresaintelectual
“¿Qué es, pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé.” Aurelio Agustín de Hipona “San Agustín” (354 – 430) Escritor, filósofo, obispo católico, sacerdote y teólogo romano. Sigue Apertura Intelectual en todas nuestras redes: WordPress Facebook Twitter Instagram LinkedIn Tumblr Reddit Mastodon Te invitamos a que califiques esta…
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Dios está fuera del tiempo mientras que los seres humanos son entidades estructuralmente temporales
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Teresa de Jesús y san Agustín en el contexto de la mística y de la mujer de la Edad Media
Teresa de Jesús y san Agustín
«Teresa de Jesús y san Agustín en el contexto de la mística y de la mujer de la Edad Media» D. Llucià Pou Sabaté 21 de febrero a las 19:30h. Cuarto Ciclo de Conferencias “ Análisis de la mujer fuera del eurocentrismo , Análisis de otros modelos históricos, culturales y religiosos» De febrero a junio de 2023. Lugar: Colegio Mayor Cisneros de Granada. PROGRAMA Se retrasmite online y presencial. I.…
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“Dios lo que más odia después del pecado es la tristeza, porque nos predispone al pecado”
San Agustín de Hipona
Fue un padre y doctor de la iglesia católica nacido en noviembre del año 354 en Tageste Numidia, una antigua ciudad al norte de África y actual Argelia.
Es considerado el máximo pensador del cristianismo del primer milenio
Su padre, llamado Patricio fue un pequeño propietario pagano y su madre (Santa Monica) fue declarada así por su abnegación y bondad por la iglesia católica.
Durante su juventud, Agustín admitiría haber vivido una vida libertina, aun así, sobresalió en las letras y era poseedor de una gran elocuencia. En Madaura y Cartago se especializó en gramática y retórica, sobresaliendo en concursos poéticos y certámenes públicos.
Después de una incansable búsqueda sobre diferentes corrientes filosóficas, abrazó el maniqueísmo, doctrina filosófica enseñada por el profeta persa Mani, y que era una mezcla de budismo, cristianismo, judaísmo y gnosticismo, que radicaliza las posturas del bien y el mal, y llegó a ser bajo esta doctrina orador imperial en Milán. Al paso del tiempo, abandonaría esta filosofía al considerarla una doctrina simplista.
Después de rivalizar con él, fue Ambrosio de Milán, (quien había fusionado el cristianismo con las enseñanzas del filósofo ateniense Platón), quien le hizo conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso, el primero considerado el fundador del neoplatonismo y el segundo mejor conocido como San Pablo, redactor de los primeros escritos canónicos cristianos y evangelizador en los más importantes centros urbanos del imperio romano.
La influencia de estos dos pensadores, de su madre y del mismo Ambrosio de Milán, influyeron grandemente para que Agustín renunciara al maniqueísmo y se convirtiera al cristianismo en el año 385.
En su obra, “La ciudad de Dios”, San Agustín habla con respeto tanto de Sócrates como de Platón, considerando a Sócrates como “el primero en canalizar toda la filosofía en un sistema ético para la reforma y regulación de la moral”.
A la edad de 32 años, regresó al cristianismo y en el 387 d.C. se bautizó.
Consagrado al estudio formal del cristianismo se mudó a Africa para dedicarse a la vida monástica vendiendo todos sus bienes, mismos que repartió a los pobres. A pesar de su búsqueda de soledad y aislamiento su fama se extendió por todo el país y en un viaje a Hipona fue elegido por la comunidad para ser sacerdote llegando a ser Obispo de Hipona.
Como obispo escribió libros que lo posicionaron como uno de los cuatro principales padres de la iglesia Latinos junto con Ambrosio de Milán, Jerónimo de Estridón y Gregorio Magno.
Agustín murió en Hipona en agosto del 430 durante el sitio que los vándalos de Genserico sometieron a la ciudad durante la invasión a la provincia Romana de África.
Fuente: Wikipedia y worldhistory.org
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“El amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás”.
- Agustín de Hipona (354-430).
https://estebanlopezgonzalez.com/2013/03/25/elogio-al-amor/
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Martirio de San Juan Bautista.
Flavio Josefo, historiador judío, nos dice que Juan Bautista enardecía a mucha gente con su predicación. Al enterarse Herodes, temió que pudiera organizarse alguna revuelta y le destronasen a él. Anticipándose, mandó detenerlo y después matarlo.
Como resaltaba ya San Agustín de Hipona, San Juan Bautista es el único santo que es festejado no sólo en su muerte sino también en su nacimiento, al igual que Jesús y su Madre, María. Más aún, esta tradición duplicada se ha mantenido incluso en las últimas reformas conciliares en tiempos de Juan XXIII y Pablo VI. En concreto el martirio se celebraba ya desde el siglo IV de nuestra era.
De Juan Bautista dice San Beda el venerable: «El santo precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró, en el momento de la lucha suprema, una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno la inmortalidad...
»No debemos poner en duda que San Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.
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El ocaso de Occidente
Por Giorgio Agamben
Para quienes saben leer con cierta lucidez los signos de los tiempos, es evidente que estamos viviendo el fin de la cultura que, para abreviar, podríamos llamar Occidente. Sin necesidad de recurrir a profetas como Spengler que lo anunciaron hace ya más de un siglo, también un historiador inteligente como Emanuel Todd, a través de un análisis detallado del declive demográfico, de las estructuras familiares, de la desaparición de la religión y del triunfo del nihilismo en todos los aspectos de la vida social, nos obliga en un libro reciente a enfrentarnos a lo que él llama la derrota y la autodestrucción de la cultura occidental. Sin embargo, como cualquier diagnóstico apocalíptico, este tampoco sirve de nada si no somos capaces de comprender lo que significa vivir el fin de una cultura. El fin de una cultura, en efecto, no es un acontecimiento puntual que pueda fijarse como un hecho cronológico. Es más bien un proceso continuo que, en un momento dado, llega a una crisis, término al que conviene devolver su significado original de «juicio». 'Krisis' –palabra procedente de la medicina griega, en la que designaba el momento en que el médico debe decidir si el paciente morirá o sobrevivirá– significa a la vez «juicio» y «separación» y vivir el fin de Occidente significa que también nosotros estamos hoy llamados a juzgar y separar –como en realidad deberíamos haber hecho en cada instante– lo que está muerto y lo que está vivo, lo verdadero y lo falso que hay en nosotros y a nuestro alrededor.
Como comprendieron los teólogos, los primeros en abordar el problema del fin de un mundo, anticipando en el plano de la filosofía de la historia las tesis que Freud traduciría en términos psicológicos, toda cultura contiene en sí misma, desde el principio, dos elementos opuestos, uno que conduce a la disolución y la muerte y otro que nutre y mantiene la vida. Y, sin embargo, mientras estén históricamente vinculados, los dos elementos se condicionan mutuamente y dependen necesariamente el uno del otro. Así, San Agustín, retomando las tesis de un brillante teólogo, Ticonio, que inspiró decisivamente el pontificado de Benedicto XVI, concibe la historia de Occidente como resultado del cruce de dos ciudades, la ciudad de Dios y la ciudad terrena, que siguen estando estrechamente unidas (el santo de Hipona escribe 'perplexae', densamente entrelazadas) hasta el momento final de la gran separación, en el que los buenos y los malvados, la vida y la muerte, se dividirán. «De esto se deduce» –escribió Ratzinger cuando aún no era Benedicto XVI– que el Anticristo pertenece a la Iglesia, crece en ella y con ella hasta la gran separación, que será introducida por la revelación definitiva«.
La desintegración de Occidente es, literalmente, la disolución progresiva e imparable del nudo que mantenía unidas la vida y la muerte, la verdad y la mentira, la libertad y la esclavitud, lo legítimo y lo ilegítimo, la guerra y la paz, el dialecto y la lengua gramatical, que de esta manera se volverán indiscernibles. Porque en el momento de la disolución los dos elementos, que ya nada mantiene unidos, lejos de separarse, tienden a fusionarse y caer el uno en el otro. No debemos dejar escapar este momento, que coincide con el presente, porque solo en él puede ocurrir la 'krisis', el juicio sobre el propio tiempo, que interviene para separar de nuevo lo que pretendía haber hecho indistinguible. Para quien pronuncia este juicio, cada día es el último día, cada instante es el decisivo. De hecho, en el momento de la disolución, precisamente lo que está muerto se disfraza de vivo, mientras que el elemento vital es rechazado en el pasado como si ya no estuviera vivo y es a este pasado al que el juicio histórico debe mantener abierto el acceso.
Lo que ha ocurrido en los últimos tres años es que este juicio no ha sido ejercido o lo ha sido solo de forma marginal y por unos pocos, mientras los medios de comunicación repetían en masa e irresponsablemente las consignas de la confusión y de la mentira. Así, el estado de excepción se ha confundido con la ley, la mentira con la verdad, la tecnología con la naturaleza, la medicina con la religión, situación tanto más peligrosa cuanto que, si la sustitución de lo verdadero con lo falso se vuelve integral, quien miente ya no sabe que miente y lo verdadero y lo falso, la buena fe y la mala fe se confunden en su mente hasta el punto de hacerle perder todo sentido de la realidad. Esto significa que la mentira escapa a su control y puede volverse en primer lugar contra él, obligándole a actuar en contra de sus propios intereses hasta el punto de conducirle, como ocurrió con las vacunas y como está sucediendo según todas las pruebas con la guerra de Ucrania, a la autodestrucción.
Creo que muchos se han preguntado por qué Occidente, y en particular los países europeos, cambiando radicalmente la política que habían seguido en las últimas décadas, de repente decidieron hacer de Rusia su enemigo mortal. En realidad, existe una respuesta perfectamente posible. La historia muestra que cuando, por alguna razón, fallan los principios que aseguran la propia identidad, la invención de un enemigo es el dispositivo que permite –aunque sea de manera precaria y en última instancia ruinosa– hacerle frente. Esto es precisamente lo que está sucediendo ante nuestros ojos. Está claro que Europa ha abandonado todo aquello en lo que creyó durante siglos, o, al menos, creía creer: su Dios, la libertad, la igualdad, la democracia y la justicia. Si ya ni siquiera los sacerdotes creen en la religión, con la que Europa se identificaba, también la política hace tiempo que perdió su capacidad de guiar la vida de las personas y de los pueblos. La economía y la ciencia, que han ocupado su lugar, no son en modo alguno capaces de garantizar una identidad que no tenga la forma de un algoritmo. La invención de un enemigo contra el que luchar con cualquier medio es, a estas alturas, la única manera de colmar la creciente angustia ante todo aquello en lo que ya no se cree. Y, ciertamente, no demuestra mucha imaginación el haber elegido como enemigo a quien, durante cuarenta años, desde la fundación de la OTAN (1949) hasta la caída del Muro de Berlín (1989), hizo posible librar en todo el mundo la llamada Guerra Fría, que parecía, al menos en Europa, definitivamente desaparecida.
Contra aquellos que estúpidamente intentan encontrar de esta manera algo en que creer, hay que recordar que el nihilismo es el más inquietante de los invitados, pues no solo no se deja domesticar con mentiras, sino que únicamente puede llevar a la destrucción de quien lo ha acogido en su casa.
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"Muchas veces los amigos nos pervierten al adularnos y, en cambio, los enemigos nos corrigen al insultarnos." —San Agustín de Hipona
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Orosio
Paulus Orosius (generalmente conocido como Paulo Orosio, siglo V d.C.) fue un teólogo e historiador cristiano que también fue un amigo y protegido de san Agustín de Hipona (que vivió del 354 al 430 d.C.). Se lo conoce mejor por su obra Los siete libros de Historias contra los paganos, en la cual argumenta que el saqueo de Roma del año 410 d.C., efectuado por Alarico I, rey de los godos (que reinó del 394 al 410 d.C.), no tenía nada que ver con la adopción del cristianismo por los romanos, una afirmación popularmente sostenida por los paganos de la época. Agustín lo animó para que emprendiera la obra y el libro de este, La ciudad de Dios, se inspiró del mismo evento. Al haber hecho un trazado de la historia del mundo desde la creación hasta sus propios días, desde una perspectiva cristiana, la obra de Orosio fue inmensamente popular entre los seguidores de la nueva religión y esta se convirtió en el estándar historiográfico de referencia para los futuros autores. Después de la publicación de su libro, Orosio desaparece de la historia.
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«Séneca roza a veces ideas cristianas, razón por la cual se creyó en un tiempo que estuvo en relaciones con el cristianismo. Ya los antiguos cristianos falsificaron un supuesto epistolario entre Séneca y el apóstol San Pablo. Pero las analogías entre Séneca y el cristianismo son meras consecuencias de presupuestos análogos; así, por ejemplo, la actitud moral respecto del prójimo es una consecuencia de la idea de hermandad de los hombres, común a la escuela estoica y a la religión cristiana. Por lo demás, ni siquiera la convicción senequista de la inclinación del hombre al mal tiene nada que ver con la doctrina cristiana del pecado: por eso no necesita Séneca de ningún Salvador, ni una doctrina de la gracia y de la redención. Pues Séneca tiene la conciencia limpia. Seguramente habrá oído hablar del cristianismo, igual que Tácito y que Plinio el Joven. Pero San Agustín da testimonio de que, en todo caso, Séneca no ha citado nunca a los cristianos en sus escritos, así como de que despreciaba a los judíos y se lamentaba de la difusión de su religión.»
Wilhelm Nestle: Historia del espíritu griego. Editorial Ariel, pág.321. Barcelona, 1981
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La filosofía de la historia como redentora de lo real: un periplo ontológico por Agustín, Hegel y Benjamin.
La obra de Agustín, Hegel y Benjamin hace una aproximación muy interesante a la historia, desde la perspectiva filosófica, la cual conviene analizar como la vivencia de parteaguas históricos que a los tres les tocó vivir y que influyeron en sus cuerpos teóricos.
Estas tres tendencias de pensamiento son una tentativa de redimir lo real, es decir, salvar lo real y la historia del olvido y del sinsentido. Utilizando formas y métodos diferentes, de alguna manera logran su cometido: orientar el pensamiento hacia el sentido y el ser de la historia, y por ende de lo humano.
La filosofía de la historia, que como disciplina propiamente parece conformar sus rudimentos indirectamente en la obra de San Agustín, nos muestra una concepción del devenir del acontecer humano, con un sentido y un propósito definido, en este caso particular, dentro del paradigma cristiano; apareciendo vencedor luego de las disputas con algunas herejías, y con los paganos mismos. De alguna manera, la historia abordada desde la perspectiva de Agustín de Hipona nos exhorta a una profunda reflexión de sentido sobre la cuestión del mundo. Lo real, el mundo, la cotidianeidad, parecía estar errante luego de la caída de Roma. Los valores que sostuvieron al gran imperio fueron invertidos, reacomodados, y en algunos casos eliminados, para que la cristiandad –inmersa ya en Roma previa a la caída-, consolidara y constituyera la concepción de lo real: una formulación teleológica que configuraba todo lo real, partiendo de la Ciudad Terrenal, hacía el objetivo redentor y utópico de la Ciudad de Dios.
En Hegel ocurre algo parecido, es decir los eventos históricos son convulsos también per se, la Revolución francesa era una vuelta de tuerca muy interesante de todo el vivir europeo, un antiguo régimen se venía abajo –similar, guardando toda proporción, a la caída de Roma-, las monarquías nacionales de rancio abolengo que habían reinado en Europa. Hegel lo que hace con su Espíritu Absoluto, es una racionalización del acontecer, una directriz de sentido, que aprehendiera toda la compleja situación del mundo que le tocó vivir, y con el cual poder abordar el pasado y vislumbrar el porvenir: filosofía de la historia en su más pura expresión. De alguna manera, la actividad redentora del Espíritu, actúa desde la materia y la supera dialécticamente, haciéndola racional, y desde el sistema de Hegel, real.
Walter Benjamin vivió una crisis epocal de tremenda envergadura histórica, el inicio de un nuevo orden mundial en el cual aún estamos inmersos, y que sin duda está a la misma altura histórica que la caída de Roma o la Revolución Francesa: la Segunda Guerra Mundial. Benjamin, intenta redimir lo real, la humanidad y la historia mediante la adquisión de un órgano de conocimiento, la filosofía de la historia, que rescatara dialécticamente a los vencidos del pasado, a los derrotados, al lado ciego de la historia. Valiéndose así mismo de la lucha de clases marxista, y apalancado al mismo tiempo de la teológica judía –nada lejana a San Agustín y su Ciudad de Dios-, pretende constituir una historia de los vencidos, que proyecta así mismo una utopía redentora.
Como podemos vislumbrar, las obras de estos tres próceres del pensamiento, es un viaje hacia el sentido, hacia lo humano y lo histórico. En su búsqueda inexorable, el ser que da sentido y configura la realidad, cobra una nueva forma, enriqueciéndonos, y haciéndonos más humanos, más racionales, conscientes, en suma, guiándonos al difícil pero hermoso camino de la solidaridad y la bondad.
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"La verdad es como un león; no tienes que defenderlo. Deja que se pierda, se defenderá a si mismo".
San Agustín de Hipona.
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"No se le debe elogio al que simplemente cumple con su deber y nada más"
San Agustín
Fue un padre y doctor de la iglesia católica nacido en noviembre del año 354 en Tagaste, una antigua ciudad al norte de África.
Es considerado el máximo pensador del cristianismo del primer milenio
Su padre, llamado Patricio fue un pequeño propietario pagano y su madre (Santa Monica) fue declarada así por su abnegación y bondad por la iglesia católica.
Durante su juventud Agustín sobresalió en las letras, y era poseedor de una gran elocuencia. En Madaura y Cartago se especializó en gramática y retórica, sobresaliendo en concursos poéticos y certámenes públicos.
Después de una incansable búsqueda sobre diferentes corrientes filosóficas, abrazó el maniqueísmo, doctrina filosófica que radicaliza las posturas del bien y el mal, y llegó a ser bajo esta doctrina orador imperial en Milán. Al paso del tiempo, abandonaría esta filosofía al considerarla una doctrina simplista.
Después de rivalizar con el, fue Ambrosio de Milán quien le hizo conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso, el primero considerado el fundador del neoplatonismo y el segundo mejor conocido como San Pablo, redactor de los primeros escritos canónicos cristianos y evangelizador en los más importantes centros urbanos del imperio romano.
La influencia de estos dos pensadores, de su madre y del mismo Ambrosio de Milán, influyeron grandemente para que Agustín renunciara al maniqueísmo y se convirtiera al cristianismo en el año 385.
Consagrado al estudio formal del cristianismo se mudó a Africa para dedicarse a la vida monástica vendiendo todos sus bienes, mismos que repartió a los pobres. A pesar de su búsqueda de soledad y aislamiento su fama se extendió por todo el país y en un viaje a Hipona fue elegido por la comunidad para ser sacerdote llegando a ser Obispo de Hipona.
Como obispo escribió libros que lo posicionaron como uno de los cuatro principales padres de la iglesia Latinos junto con Ambrosio de Millan, Jerónimo de Estridon y Gregorio Magno.
Agustín murió en Hipona en agosto del 430 durante el sitio que los vándalos de Genserico sometieron a la ciudad durante la invasión a la provincia Romana de Africa.
Fuente: Wikipedia.
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El tema central del pensamiento de San Agustín de Hipona es la relación del alma, perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con Dios, relación en la que el mundo exterior no cumple otra función que la de mediador entre ambas partes. De ahí su carácter esencialmente espiritualista, frente a la tendencia cosmológica de la filosofía griega. La obra del santo se plantea como un largo y ardiente diálogo entre la criatura y su Creador, esquema que desarrollan explícitamente sus Confesiones (400).
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Roma y la Ciudad de Dios
Artículo de reflexión La doctrina de las dos ciudades en Agustín de Hipona Resumen:El presente artículo quiere iluminar la famosa sentencia atribuida al obispo tomista Josep Torras i Bages “Cataluña será cristiana o no será” mediante una reflexión de la doctrina agustiniana acerca de las dos ciudades; la lectura contemporánea de Agustín que se propone tendrá especialmente en cuenta las…
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