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wingzemonx · 2 years ago
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 129. Una chica tan bonita como yo
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 129. Una chica tan bonita como yo
La mente de Mabel se sentía difusa y pesada, pero la obligó con esfuerzo a reaccionar. Debía de alguna forma hacer el intento de entender qué había ocurrido, en dónde estaba, y qué significaba toda esa escena tan extraña que se dibujaba ante ella.
¿Qué era lo último que recordaba? Era difícil indagar en ello, como escarbar en arena húmeda y pesada sólo con las manos. Pero le parecía recordar el rostro de aquella mujer con apariencia de niña, apuntándole con su arma directo a la cara. Y el dolor; sí que sentía mucho dolor de todos los disparos que le habían dado esa noche. Y luego hubo… ¿voces?, acercándose hasta donde estaban. Y justo después ella cayó hacia atrás.
¿Y luego?
Agua, por supuesto. Ya estaba mojada de antes debido a la lluvia, pero aquel había sido un tremendo chapuzón hacia la corriente, que la llevó arrastrando como una simple bolsa de basura.
¿Y luego?
Nada… Oscuridad, si acaso.
Y luego ese momento preciso, en el que se encontraba recostada en lo que parecía ser una camilla de hospital, con el cadáver de un paleto con la garganta abierta sobre su cuerpo, y su cara y cuerpo empapados en su sangre. Y a su lado, sentada en una silla de ruedas y mirándola con una sonrisa ladina y astuta, estaba…
—Tú —masculló Mabel con voz carrasposa—. Eres la asistente de Thorn…
Verónica rio con fuerza, agitando un poco delante de ella la mano con el bisturí, aún manchado con la sangre de Miguel.
—Es la segunda vez que me reconocen así este día. Es gracioso: toda mi existencia entera reducida únicamente a que soy la “Asistente de Damien Thorn”. Y lo peor el caso es que en realidad no lo…
De pronto, y mientras Verónica estaba a mitad de su frase, Mabel se movió a una gran velocidad, como un felino al ataque. Empujó primero el cuerpo inerte de Miguel hacia un lado, tan fácil como se quitaría las sábanas de encima. Luego, se estiró hacia Verónica con un movimiento tan violento que terminó arrancándose el suelo, tomándola firmemente de su muñeca y torciéndosela con brusquedad para que soltara el bisturí lo suficiente para que pudiera arrebatárselo de los dedos. Y sin soltarla de la muñeca, empuñó firmemente el arma con la otra mano, y lo aproximó al cuello de la chica rubia, pegando la punta contra su piel lo suficiente para una pequeña gota rojiza se deslizara por su filo. Verónica, sin embargo, ni siquiera pestañeó. Se quedó calmada en su sitio, sonriendo con una extraña tranquilidad que destanteó a Mabel.
—Veo que ya te sientes mucho mejor —indicó Verónica con una voz que resultaba incluso “alegre”—. Menos mal…
Bajó entonces un poco la mirada, lo más que el bisturí contra su cuello se lo permitía, para ver el cuerpo de Miguel tirado en el piso a un lado de la camilla tras el empujón que Mabel le había dado.
—Pude sentir que este chico tenía un poco más de ese vapor que tanto les gusta a los de tu clase, pero temía que no fuera suficiente para que te despertaras. Al parecer ambas corrimos con suerte, ¡yeih!
Acompañó su exclamación de júbilo con un pequeño movimiento de celebración de sus manos hacia arriba, aunque no el suficiente par que Mabel pensara que intentaría quitarle el arma de encima y se pusiera nerviosa. Lo que menos quería era precisamente poner nerviosa a la loca con el cuchillo en su cuello.
Mabel, sin embargo, estaba más abstraída en darle una forma clara a las palabras que aquella chica acababa de pronunciar. Sabía del vapor, sabía que éste los podía curar, y que lo obtenían de los paletos… Resultaba extraño que una paleta supiera tanto de ellos pero, siendo franca, eso podía no significar nada; quizás Thorn le había contado al respecto en algún momento. Sin embargo, la Doncella no sentía que fuera el caso, y en especial le provoca incertidumbre esa forma en la que había dicho “los de tu tipo”. Había algo detrás de eso; un conocimiento y consciencia de lo que hablaba, no sólo algo que le habían contado de segunda mano.
—¿Cómo…? —susurró Mabel, pero no alcanzó a terminar su pregunta.
—¿Cómo sé todo eso? —murmuró Verónica, encogiéndose después de hombros—. Es una larga historia…
Aquella respuesta al parecer no le agradó en lo absoluto, pues al momento Mabel la tomó con mayor firmeza de su muñeca y la jaló, obligándola a pararse de su silla. El tirón provocó un dolor punzante en la herida de su vientre, pero Verónica se forzó para no reflejar dicho dolor en su rostro. El bisturí seguía contra su cuello, en el punto justo para rebanarle de un tajo su yugular.
—Tranquila, tranquila… —susurró Verónica muy despacio, alzando sus manos lentamente, como si intentara calmara a un animal salvaje—. No tienes por qué estar tan nerviosa. Damien no me mandó por ti. De hecho, él no se encuentra disponible en este momento para mandar a nadie a hacer nada. Así que ni siquiera sabe que estás aquí, o que siquiera sigues con vida. Pero esa es una ventaja que no te durará mucho, así que debes ser inteligente.
Mabel vaciló. Miraba a Verónica, la sangre que empapaba sus ropas, y al cuerpo del paramédico Miguel consecutivamente. Aún intentaba hacerse una imagen completa en su cabeza de qué rayos había pasado con exactitud. ¿Había esa chica encontrado a alguien con al menos un poco de vapor para así curarla? ¿Lo había llevado hasta ahí y cortado el cuello para eso? Si eso era lo que había pasado, ¿por qué lo había hecho? Ciertamente para entregarla a Thorn hubiera sido mucho más sencillo hacerlo mientras se encontraba indispuesta.
—¿Qué es lo que quieres? —masculló Mabel, indecisa—. ¿Por qué me ayudaste? Si no fue por tu amo, ¿por qué?
La sonrisa de Verónica se ensanchó más, adoptando una extraña mueca que inquietó a Mabel incluso más de lo que ya estaba.
—Varias cosas están por comenzar —explicó Verónica con calma—, y estoy un poco limitada en estos momentos en lo que puedo y no hacer. Así que necesito a alguien que me haga un par de favores.
—¿Favores? —escupió Mabel como si se tratara de algún insulto—. ¿Por qué te haría yo un favor? ¿Crees que por hacer esto te debo algo, estúpida paleta?
—Alguien con el mínimo sentido de la gratitud lo pensaría —susurró Verónica con tono jocoso—. Pero sé que ese no es tu caso. Así que espero que lo hagas por un simple motivo. —El semblante de Verónica se volvió bastante más serio y severo al instante—. Porque estás completamente sola —pronunció de golpe, tomando por sorpresa a la mujer con el bisturí en su cuello—. Tu querido Nudo Verdadero, tu amado James la Sombra, y la gran Rose la Chistera… Todos se han ido; sólo quedas tú. Y estoy segura de que el fuerte instinto de supervivencia que distingue a los de tu estirpe, te podrá decir sin problema que más que nunca te hace falta una amiga que te cuide. En especial una como yo, que puede darte lo que tanto añoras en estos momentos.
—¿Qué cosa? —cuestionó Mabel por mero reflejo, sin proponérselo del todo consciente.
—Venganza, por supuesto. Y tu libertad.
Mabel permaneció en silencio, pero sin darse cuenta la presión de su arma contra el cuello de su potencial víctima se aflojó, incluso estando a nada de separarse por completo de su piel. Sus ojos miel resplandecieron con un ligero fulgor plateado, mientras prácticamente se perdían en la profundidad de los de aquella muchacha. Y entonces comenzó a volverse poco a poco consciente de qué era lo que le causaba tanta incomodidad de toda esa situación.
Si bien sólo había conocido a esa paleta por un corto de tiempo esa tarde en el pent-house de aquel mocoso, lo cierto era que no había sentido de ella ni de cerca lo que sentía en esos momentos. Era como estar frente a una persona totalmente diferente… Y nunca había conocido a un paleto que pudiera engañarla de esa forma.
—¿Quién eres…? —murmuró despacio, dándole una forma más material al pensamiento que tanto impregnaba su cabeza.
El rostro entero de Verónica se mantuvo inmutable, incluso llegando a sostenerle con bastante facilidad la mirada depredadora de la Doncella sin atisbo de intimidación.
Esa mujer no era una paleta cualquiera, pero tampoco era una vaporera; eso lo podía sentir completamente. Era algo… más.
Ambas estaban tan sumidas en no mostrar vacilación alguna ante la otra, que no escucharon los pasos del técnico de laboratorio Henry hasta que estuvo prácticamente frente a la cortina que rodeaba la camilla. Sin enterarse de lo que ocurría al otro lado, y concentrándose únicamente en ir hasta ahí y tomar la muestra necesaria para cumplir el encargo que le habían hecho, corrió la cortina de un jalón.
Las dos mujeres se viraron al mismo tiempo hacia él, y el técnico las miró a ellas.
Henry tardó bastante en poder procesar la escena que se mostraba ante él. El hecho de que la mujer que hasta hace menos de una hora atrás estaba en un profundo coma, ahora estaba despierta y sentada como si nada, era lo menos inentendible de todo. Estaba además empapada de sangre, tanto que su bata parecía ser enteramente roja, igual que las sábanas. Había además otra chica ahí, y la mujer en la camilla sujetaba un bisturí contra su cuello. Y en el suelo…
—Oh, por Dios —murmuró Henry muy, muy despacio cuando sus ojos se posaron en el charco rojo en el piso, y en el cuerpo con chaqueta de paramédico que yacía en él totalmente quieto.
—¡Auxilio! —exclamó Verónica de golpe de forma desgarradora y aterrada, tomando por sorpresa tanto a Henry como a la propia Mabel. Los ojos de la joven italiana se habían cubierto de lágrimas de golpe, y estiraba una mano suplicante hacia el recién llegado—. ¡Ayúdeme por favor! ¡Está loca!
Aquel grito fue suficiente para que Henry pudiera al fin salir de su ensimismamiento, retrocediera torpemente sobre sus pies, y en cuanto fue capaz de darle la indicación a sus piernas, se giró hacia la puerta, corriendo despavorido, no sin tirar una mesita con instrumento a media huida y haciendo que todos estos tintinearan con el linóleo junto con la charola de aluminio.
Una vez se fue, el semblante de Verónica se transformó de nuevo a aquella expresión despreocupada y tranquila de hace un momento, con una rapidez y facilidad casi irreal.
—Te sugiero que te concentres de momento en escapar de este sitio —señaló volteando a ver de nuevo a Mabel—. Y de preferencia dejando la menor cantidad de testigos posibles; sé lo mucho que al Nudo le gusta mantener su anonimato. Yo te contactaré pronto.
Mabel la miró, claramente perdida, incluso algo mareada. Pero no había tiempo para eso.
—¡Anda! —exclamó Verónica con fuerza, quitándose de encima el bisturí de un manotazo—. ¿Qué esperas?
Mabel por mero reflejo saltó de la camilla, alejándose de ésta un par de pasos, antes de detenerse un segundo para mirar de nuevo a aquella chica. No entendía qué estaba pasando, pero entendía que de momento ella no era un peligro… Y aun así, presentía que se arrepentiría en algún momento de no haberla matado en ese mismo instante.
Sin más espera, comenzó a correr con rapidez en la misma dirección que Henry se había ido, dejando en el piso huellas rojas de sus pies descalzos.
Sólo cuando estuvo de nuevo sola, Verónica pudo relajarse y volvió a sentarse con cuidado en su silla. Le ardía un poco la pequeña herida que el bisturí le había hecho en su cuello, pero en especial lo que le dolía era la herida de su vientre. Se revisó rápidamente; había pequeños rastros de sangre manchado la bata en el área de la herida.
—Grandioso —masculló de mala gana. Igual al menos eso podría justificar cualquier otra mancha de sangre que se le podría haber pegado—. Será mejor que vuelva a mi cuarto rápido.
Comenzó entonces a dirigir su silla fuera del área de la camilla, aunque al mirar hacia el cuerpo de Miguel en el suelo se le ocurrió que no sería buena idea dejarle su teléfono con su número y los mensajes que le había mandado. Resopló un poco, se aproximó con cuidado, inclinándose al frente y cuidando de no pisar la sangre, para alcanzar el bolsillo de su pantalón. Fue una maniobra incómoda y complicada, pero fructífera al final.
—Gracias por el buen rato, Miguel —masculló bromista, incluso dándole un par de palmadas al cadáver en su trasero—. Repítanoslo, ¿sí?
Se montó de nuevo en la silla, y ahora sí se dirigió a la salida de aquella área lo más pronto que le fue posible.
— — — —
Los pasillos se encontraban anormalmente solos cuando Henry comenzó a correr por éste, sin pensar de manera clara hacia dónde iría con exactitud. Quiso gritar algo, pedir ayuda, pero sentía la garganta tan cerrada que le fue imposible pronunciar palabra alguna.
¿Qué había pasado ahí? ¿Cómo se había despertado? ¿Quién era la persona en el suelo?; ¿en verdad estaba muerta?, ¿esa mujer lo había matado? ¿Y quién era esa otra chica? Eso no podía estar pasando; debía ser una maldita pesadilla.
Y entonces lo vio más adelante en el pasillo, como la luz de un faro llamándolo: una alarma de incendios. Sin pensarlo dos veces se lanzó con paso veloz hacia ella, con sus dedos estirados lo más posible hacia adelante para poder accionarla. Sin embargo, notó que su avance se había vuelto de pronto bastante más cortado. Cada paso que daba se sentía que retrocedía en lugar de adelantarse. Y poco a poco comenzó a sentir sus piernas muy, muy pesadas, hasta el punto que le terminó siendo imposible separar los pies del piso. Como pudo se lanzó al frente, estirando su mano hacia la alarma, pero sus dedos pasaron a apenas unos centímetros de ella, sin alcanzar a tocarla, y luego cayó al suelo como piedra al igual que el resto de su cuerpo que se desplomó con fuerza contra el piso, golpeándose la boca y barbilla contra éste.
Se quedó ahí tirado. No podía mover ni un sólo dedo, como si una pesada plancha le presionara el cuerpo entero contra el piso y le impidiera levantarse. ¿Qué era lo que estaba pasando…?
Mientras Henry intentaba de alguna forma hallarle un sentido a esa horrible sensación que lo oprimía, Mabel la Doncella se le aproximaba con paso calmado. Sus ojos resplandecían con un intenso fulgor plateado. Había logrado penetrar fácilmente en la mente de aquel patético individuo, haciendo que ésta misma lo inmovilizara en cuestión de segundos. Con los paletos con poco o nada de vapor, trucos como ese resultaban particularmente sencillos para ella, incluso a pesar de que seguía bastante débil por su estado anterior.
Una vez que lo alcanzó, colocó cada pierna a un costado del técnico de laboratorio, y sin mucho problema se sentó sobre su espalda. Henry pudo sentirla, y supo que era bastante real, a diferencia de aquella fuerza invisible que lo detenía. Como pudo, giró su mirada hacia atrás, sólo alcanzando a ver por el rabillo del ojo la silueta cubierta sangre de su rostro, esos ojos resplandecientes y, por encima de todo, el bisturí en su mano que brillaba al reflejar las luces sobre ellos.
��No… por favor, no… —masculló Henry con la voz entrecortada por el terror. El rostro de Mabel, sin embargo, no se agitó ni un poco ante aquella suplica.
La verdadera extendió su mano libre, pegando su palma entera contra el costado del rostro de Henry, presionándolo fuerte contra el piso.
—Lo que puedo exprimir de un paleto común como tú es prácticamente nada —murmuró Mabel despacio con un tono frío y doloroso—. Y quizás me haga más mal que bien. Pero… en verdad estoy hambrienta…
Dicho eso, tomó el bisturí con su afilada punta hacia abajo, y sin menor miramiento lo encajó enteró en el mero centro de la espalda de Henry. Éste soltó un intenso alarido de dolor al aire que retumbó en el eco del pasillo.
— — — —
Samantha y Arnold acababan de llegar no hace mucho al hospital, y se dirigían ya hacia el área de cuidados intensivos cuando escucharon a lo lejos aquel repentino grito, y todos aquellos que le siguieron justo después. Los dos detectives se detuvieron de golpe, sorprendidos y confundidos, pero su experiencia les ayudó a recobrarse rápidamente. De inmediato dirigieron sus manos a sus armas, las sacaron de sus fundas, les quitaron el seguro y las alzaron al frente; sólo en fracciones de segundos. Se miraron el uno al otro, y sin necesidad de decir nada comprendieron lo que trataban de decirse.
Comenzaron a avanzar por el pasillo, con paso rápido pero cuidadoso, yendo Arnold al frente.
— — — —
Mabel apuñaló a su víctima una y otra vez en su espalda y cuello sin que éste pudiera siquiera intentar defenderse. Con cada oleada de dolor que lo recorría, una pizca de esa esencia que Mabel tanto buscaba brotaba de él. Sin embargo, era tan minúscula que apenas y logró captar un poco de ésta. Además, era de un hombre adulto, muy lejos de la pureza y fuerza que requería para recuperarse plenamente. El de aquel chico que la tal Verónica había matado fue suficiente para curarle sus heridas, pero poco más.
El suelo se cubrió de sangre, al igual que sus manos, e incluso su rostro y ropas se llevaron un poco más. Henry dejó rápidamente de moverse, y Mabel supo que por más que lo exprimiera no podría sacarle más de lo que ya había obtenido.
—Migajas… simples migajas —masculló con hastío, poniéndose al momento de nuevo de pie—. Necesito más…
Sus sentidos agudizados captaron al momento los pasos de los dos policías aproximándose por el pasillo. Aunque no podía saber aún de quiénes se trataba, una sensación fría en su espalda le indicó que representaban peligro. Rápidamente se paró de encima de Henry, y comenzó a moverse en la dirección contraria.
Cuando los dos detectives dieron vuelta en la esquina, apenas alcanzaron ver parte de la silueta de la asesina, ingresando por la puerta abierta de una sala.
—¡Policía!, ¡alto! —gritó la Det. Hills con fuerza, apuntando con su arma al frente, pero no lo suficientemente rápido antes de que aquella escurridiza figura desapareciera de sus vistas.
Ambos avanzaron despacio, apenas dándole indicación a su compañero con discretos movimientos de su cabeza. Se acercaron al cuerpo inmóvil de Henry, tirado en aquel charco rojizo, y con la espalda de su camisa empapada y llena de agujeros. Arnold se agachó a revisarle el pulso en su cuello mientras Samantha lo cubría. Tras unos segundos la miró y sólo negó lentamente con su cabeza, dejando bastante claro que no había nada que hacer por aquel pobre individuo.
Arnold se puso de pie y ambos se aproximaron hacia la sala en la que habían visto a aquella persona se había metido. Las huellas rojas en el suelo de dos pies descalzos dejaban también evidencia de en qué dirección ir.
Sujetando aún su arma con una mano, Samantha aproximó la otra hacia la radio que portaba en el otro lado de su cinturón y lo activó próximo a su rostro.
—Aquí la Det. Samantha Hills de la 98. Atacante desconocido en el Providence Saint John's Health Center. Al menos una víctima letal con arma blanca. Dos oficiales en escena. Solicitamos refuerzos.
Samantha colocó de nuevo la radio en su lugar y volvió a tomar su arma con ambas manos. Tras sólo unos segundos, oyeron que alguien respondió:
—Copiado. Patrulla 233 en la zona. Vamos en camino.
Tenían que moverse con cuidado. No sabían qué ocurría, y si sólo era un atacante o varios. En esas circunstancias, uno no podía ser descuidado. Pero tampoco podía quedarse quietos, pues no sabían qué otras intenciones podrían tener. Y en un hospital, el catálogo de posibles víctimas podía ser variado.
Arnold entró primero en la sala con su arma apuntando al interior. Al parecer se trataba de un cuarto largo, con varias camillas a los lados, todas al parecer vacías a simple vista. Había algunas ventanas en las paredes laterales, pero se veían cerradas. No parecía haber otra salida. Al fondo del cuarto, una figura totalmente blanca de la Virgen María se encontraba potrada en la pared, como vigilante silenciosa de los enfermos que podrían haber estado ahí en algún momento.
Ingresaron lentamente, disponiéndose a revisar debajo de cada camilla, cada uno de un lado.
Arnold se asomó debajo de la primera con pistola en mano. Nada.
Repitió lo mismo con la siguiente. Nada otra vez.
En la tercera, sin embargo, había un bulto justo encima cubierto con las sábanas blancas. Aproximó una mano con cuidado hacia éste, continuando apuntando con su arma en todo momento. Retiró la sábana de un jalón hacia un lado, revelando lo que escondía debajo. Sólo una almohada.
Un brazo se alargó desde debajo de la camilla empuñando el bisturí, haciendo un corte rápido y limpio en su pierna derecha a través del pantalón.
Arnold gritó adolorido, haciéndose hacia atrás hasta chocar con la otra camilla, perdiendo el equilibrio por la herida profunda en su piel. La mujer cubierta de sangre salió de debajo de la camilla como una fiera, tacleándolo con todo su cuerpo, haciendo que empujara la otra camilla hacia un lado y ésta se deslizara. El pesado cuerpo del Det. Stuart se precipitó de espaldas al suelo, con la atacante sobre él. El arma del policía se soltó de sus manos, cayendo al piso y deslizándose por éste un par de metros, mientras que el bisturí en mano de la mujer terminó encajándose contra el brazo derecho de Arnold. El detective sintió al momento como la manga de su camisa y su abrigo comenzaba a empapares con su cálida sangre.
Mabel sacó el bisturí de su brazo, y estando aún a horcajas sobre él, alzó el arma en alto con la clara disposición de ahora encajarlo ya fuera en su pecho, o directo en su rostro. En ese pequeño instante, Arnold pudo tener la suficiente claridad para alzar su mirada y echarle un vistazo más directo a la extraña; solamente que, en realidad, no era una extraña del todo. A pesar de la sangre que la cubría de la cabeza hasta el torso, y de la expresión de fría agresividad que portaba, Arnold logró distinguir el bello rostro de la víctima desconocida del río.
—Tú… —masculló totalmente desconcertado.
Justo cuando la mano armada de Mabel se disponía a dirigirse directo al detective, la voz de su compañera resonó como un trueno en la habitación.
—¡Detente ahora mismo! —gritó la Det. Hills a sus espaldas, sujetando su arma con ambas manos y apuntando ésta justo a la parte trasera de su cabeza. Mabel se detuvo en su sitio, como petrificada en el tiempo—. ¡Suelta el arma y ponte de pie! ¡Hazlo o disparo!
Mabel se mantuvo quieta en su sitio. Aquella situación le trajo recuerdos desagradables, de aquel momento, en esa bodega, cuando ya tenía a la estúpida de Abra sometida en una posición bastante similar a esa, y estaba más que lista para acabar con ella de una vez por todas. Pero igual que en ese momento, alguien había aparecido detrás de ella apuntándole con un arma.
Qué curiosas formas tenía la vida de repetirse.
Aquel momento no había salido bien para ella; y, de hecho, había perdido demasiado más que el hecho de simplemente haber recibido un disparo.
Pero no había vivido tanto tiempo sin aprender de sus errores. Y no permitiría que ese se repitiera.
Lentamente alzó sus manos y se alzó de encima del Det. Stuart, alejándose de él un par de pasos hacia un lado. Sin embargo, el bisturí seguía aún en una de sus manos.
—Suelta el arma —le ordenó Samantha con severidad. La mujer, sin embargo, siguió quieta, dándole la espalda y sin dejar ir el cuchillo—. ¡Dije que lo soltaras!
—¿Por qué? —susurró Mabel despacio, su voz sonando anormalmente dulce, sintiéndose como una brisa fresca que soplaba por la habitación. Comenzó a darse media vuelta lentamente. Samantha se puso tensa, apretando aún más sus dedos contra su arma—. Si tú no me harás daño, ¿o sí?
Cuando se volteó por completo y Samantha pudo verle mejor su rostro, ella también la reconoció. Sin embargo, su mente no pudo pensar demasiado en ello. Los ojos de Mabel resplandecieron de nuevo como antes, como dos brillantes monedas de plata reflejando la luz de la luna.
—No a una chica tan bonita como yo… —susurró de nuevo con el mismo tono de antes, comenzando entonces a dar pequeños pasos hacia la detective.
Samantha la observaba muy fijamente, con su arma arriba. Pero aunque ella estuviera cada vez más cerca, su dedo no presionaba el gatillo. Su cerebro parecía incapaz de dar esa orden; parecía estar más bien totalmente concentrado en el hermoso brillo de esos ojos.
—Sam, ¿qué estás haciendo? —exclamó confundido Arnold en el suelo. Su mano estaba aferrada firmemente a la herida de su brazo que sangraba abundantemente.
Su compañera, sin embargo, era como si no lo escuchara. No lo volteó a ver, ni reaccionó en lo absoluto a sus gritos. Ni siquiera pestañeó mientras aquella figura casi fantasmal cubierta de sangre se le aproximaba, con el filoso bisturí girando entre sus dedos.
—¡Sam…! —gritó Arnold con más fuerza, pero no obteniendo ningún resultado. Intentó pararse, pero la herida de su pierna le recordó al instante que estaba ahí, provocando que cayera de nuevo al suelo sobre su costado.
Mabel se aproximó lo suficiente hasta estar frente a frente a la Det. Hills. Ésta estaba totalmente sumida en esa laguna mental, que la hacía sentir que flotaba, y que todo su cuerpo era ligero como una simple nube de algodón. La Doncella empujó con un dedo el arma de Samantha hacia abajo, y los brazos de la oficial de policía bajaron sin oponer menor resistencia, hasta que el cañón del arma apuntó directo al suelo.
—Sientes compasión por mí, ¿no es cierto? —masculló Mabel con tono juguetón, recorriendo sutilmente los dedos de su mano libre por la frente, sien y mejilla de la mujer detective, en una casi maternal caricia—. Sólo quieres ayudarme, ¿no es cierto?
—Sí —susurró Samantha por mero reflejo, apenas logrando que su voz fuera oída—. Sólo quiero ayudarte…
Los dedos de la Det. Hills se abrieron, soltando el arma y dejando que cayera al suelo, retumbando con fuerza contra éste.
—¡Sam! —gritó Arnold lleno de desesperación, pero su compañera siguió sin reaccionar. Comenzó entonces a arrastrarse hacia el sitio en el que había caído su propia arma.
—Sí, eso es —musitó Mabel despacio, recorriendo sus dedos por el rostro de la oficial. Ésta movía ligeramente su cabeza contra su mano, como añorando sentir más de su tacto—. No hay motivo por el cual tú y yo no podamos ser buenas amigas…
Y al mismo tiempo que le acariciaba su rostro con tal delicadeza y dulzura, su otra mano se dirigió directo al abdomen de la detective, enterrándole el bisturí hasta lo más hondo. Los ojos de la detective se abrieron de par en par, y su cuerpo se dobló hacia el frente por el dolor. Al instante, Mabel jaló con fuerza su letal arma hacia un lado, rasgándola por completo de extremo a extremo, casi como si le dibujara una morbosa segunda boca rojiza en su abdomen, la cual comenzó a vomitar sangre y rastros de sus entrañas por ella.
—¡Sam! —exclamó Arnold, horrorizado.
Las piernas de la detective fallaron y estuvo a punto de derrumbarse, pero Mabel la tomó firmemente de su cuello, sujetándola en alto para mantener su rostro cerca del suyo. Los ojos humedecidos y llenos de terror de Samantha se clavaron de nuevo en aquellas dos gemas plateadas de la verdadera. Pequeños rastros de vapor opaco surgió de la boca de la oficial mientras sollozaba y gemía de miedo y dolor. Mabel aspiró profundo por su nariz, desdibujando casi al instante una mueca bastante similar al asco.
La Doncella soltó a la policía al instante, dejándola caer sin oposición hacia el charco rojizo opaco que se había formado debajo de ellas. Samantha quedó recostada boca arriba, gimoteando e intentando respirar, mientras su mano sin fuerza alguna se presionaba contra su abdomen abierto.
—De nuevo, sólo migajas asquerosas —masculló Mabel con hastío, incluso pasando su mano por su boca, como si intentara quitarse el rastro de algún trago amargo.
Sintió de pronto la misma sensación de peligro de hace un rato, justo a sus espaldas. Por mero reflejo se hizo a un lado, justo un instante antes de que el Det. Stuart diera su primer disparo desesperado desde el suelo. La bala le pasó rosando la cabeza, siguió de largo y perforó una de las ventanas, haciendo pedazos el vidrio al contacto.
Mabel se giró hacia el policía en el suelo, que intentaba sobreponerse al dolor y debilidad para apuntarle con su mano izquierda y dar otro disparo más.
—No —pronunció Mabel con voz tajante, y de golpe Arnold sintió algo similar a lo que había sentido el pobre Henry: que su cuerpo pesaba, en especial su brazo, y que lo empujaba con ímpetu contra el piso.
La Doncella se aproximó cautelosa. A pesar del efecto mental que estaba oponiéndole, el detective parecía de alguna forma sobreponerse lo suficiente para intentar alzar su brazo poco a poco, apuntando con su arma. Mabel se movió juguetona saltando hacia un lado y al otro para no ponérselo tan fácil, hasta que estuvo lo suficientemente cerca para tomarlo firmemente de su muñeca, y desviar el arma hacia un lado el momento justo en el que Arnold dio su segundo disparo, dando esta vez justo en la figura blanca de la Virgen María en la pared, prácticamente volándole la cabeza.
—Pero tú pareces tener un poquito más de lo que necesito —indicó la verdadera con tono jocoso mientras contemplaba con curiosidad el rostro confundido y aperlado por el sudor del detective—. Casi nada —comentó, y justo después aproximó el bisturí a la mejilla de Arnold, dibujando una larga línea rojiza en su piel como si de un pincel se tratase—. Pero me bastará ahora que sólo soy yo…
Fue bajando el bisturí, acercándose peligrosamente hacia su cuello. Al último momento, sin embargo, Arnold logró sobreponerse a ese efecto aletargado en el que se había sumido  lo suficiente para presionar el gatillo de su arma repitas veces. Las balas volaron por toda la habitación, pero el estruendo de los disparos, prácticamente a un lado de su oído mientras sujetaba la muñeca del policía, estremecieron y aturdieron lo suficiente a la Doncella para que lo soltara y retrocediera un poco. Arnold cayó al suelo sobre su costado una vez que ella ya no lo sostuvo.
—¿Qué fue eso? —se escuchó que una voz por el pasillo pronunciaba, y el sonido de varios pasos aproximándose se hizo presente.
Mabel sopesó rápidamente que hacer, aferrando sus dedos con fuerza a su bisturí. Podría acabar con un par de enfermeros si se lo proponía. Sin embargo, antes de que las nuevas amenazas llegaran, las luces azules y rojas de una patrulla acercándose fueron visibles desde una de las ventanas. Debían ser los refuerzos que Sam había pedido.
—Genial —exclamó la Doncella con sarcasmo—. Tendrá que ser en otra ocasión…
Dejó caer entonces el bisturí al suelo y corrió con rapidez hacia la ventana que el primer disparo había alcanzado.
—¡Alto! —gritó Arnold con las pocas fuerzas que le quedaban. Volvió a apuntarle como pudo y presionó el gatillo una vez… pero esta vez ninguna bala salió. Se había acabado todo su cartucho en ese arrebato desesperado.
Mabel atravesó la ventana rota, cortándose un poco con los pedazos de vidrio que quedaban en su marco, pero aun así perdiéndose en un instante entre las sombras de la noche que se extendían a lo lejos sin mirar atrás.
Arnold se sentía frustrado y furioso. Le gustaría poder desear que sus compañeros de la patrulla la interceptaran y detuvieran de alguna forma, pero viendo lo que había pasado en ese sitio sabía que eso no pasaría.
Se olvidó de ella de inmediato, y centró su atención en su compañera. Samantha seguía tendida sobre su espalda, empapada en su sangre.
—Sam —pronunció Arnold con debilidad, aproximándosele lentamente, arrastrándose por el suelo. Los ojos de la Det. Hills miraban perdidos al techo. Aún respiraba, pero apenas; y cada respiro parecía ser una dolorosa agonía. Algo de sangre comenzó a escurrirle por la comisura de su labio—. Escúchame, Sam. ¿Me oyes?
Arnold se sentó como pudo a su lado, y presionó sus dados manos con todas sus fuerzas contra su abdomen, provocando que su compañera, y amiga, soltara un agudo sollozo de dolor.
—Tranquila, estarás bien, estarás bien —pronunció el detective, intentando que su voz sonara mucho más firme y segura de lo que realmente se sentía. Los ojos de Samantha se viraron sólo lo suficiente para mirar en su dirección, aunque en realidad no parecían ver nada; se veían nublosos y dispersos—. ¡Ayuda! —gritó Arnold con ahínco—. ¡Ayúdenos por favor!
Dos enfermeros, aquellos que habían oído los disparos, aparecieron de pronto en la puerta del cuarto y se apresuraron hacia ellos. Le dijeron algo, pero Arnold no lo entendió; sus voces eran como zumbidos lejanos. Lo único que sus sentidos podían captar, era sensación de la vida de su compañera escapándosele por entre sus dedos; una sensación cálida, y abrumadoramente fría al mismo tiempo.
FIN DEL CAPÍTULO 129
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È PIÙ SACRO VEDERE CHE CREDERE - LA VERITÀ DEGLI AMANTI
 È difficile dire la verità, e (suggerisce ancora Colli con selvaggio candore) dirla turba come una passione. Ed è allora forse per questo che, per dire la verità, bisogna essere dei grandi amanti, degli amanti coraggiosi e senza vergogna, degli amanti impudichi, che si sussurrano cose tremende, che si urlano cose pervertite; che pervertono perfino le traiettorie del tempo e le proporzioni dello spazio; che dicono senza remore cose che fanno arrossire, che fanno impallidire, che fanno ridere a volte, che danno il capogiro nella vertigine della notte, mentre infuriano nella morte.
 L’immagine è “Liebespaar (Selbstdarstellung mit Wally)", (Amanti - autoritratto con Wally), pittura a guazzo e matita su carta di Egon Schiele, opera realizzata nel 1914-15, conservata presso il Leopold Museum di Vienna (immagine di pubblico dominio, tramite Wikimedia Commons).
 Testo di Pier Paolo Di Mino.
Ricerca iconografica a cura di Veronica Leffe.
https://www.libroazzurro.it/index.php/note/e-piu-sacro-vedere-che-credere/316
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graceledomas · 6 years ago
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melanie scrofano as veronica selvaggio in damien.
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sensiblethingtodo · 7 years ago
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Melanie Scrofano as Veronica Selvaggio in Damien
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ariestess · 8 years ago
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Chapters: 1/1 Fandom: Damien (TV) Rating: General Audiences Warnings: No Archive Warnings Apply Characters: Ann Rutledge, Veronica Selvaggio Additional Tags: Pre-Series, Mother-Daughter Relationship, Pregnancy, Heartbeats Series: Part 653 of #666foryou Summary:
Ann's memories of the first time she heard her daughters' heartbeats.
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dilebe06 · 5 years ago
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Secret Garden ( ep 6-7-8-9-10)
Questa serie è composta da personaggi da prendere e farci un caricone verso un centro di riabilitazione mentale. Stalkeratori, bipolari, matti, masochisti....
La cosa più assurda di questo drama sono i personaggi. 
Arrivata a metà serie, posso bocciare quasi tutti ( tranne il direttore) e pochi altri.
Discorsi allucinanti tra ex che durano un eternità, frasi infantili, comportamenti immaturi...
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Parto da lei, Gil Ra Im.
Ci sono momenti dove è una ragazza determinata e dura. Momenti dove, soprattutto con lui, tira fuori le unghie e si fa rispettare.
E poi ci sono altri dove si fa trattare come un cane sia da lui, che dalla madre di lui. Scene dove lascia che lui, con un infantilismo che fa paura, la colpevolizzi per cose che non ha mai fatto, solo per nascondere il sue essere un codardo:
Lui le dice che quando lei era nel suo corpo, ha fatto si che lui perdesse addominali, o che firmasse contratti che non doveva firmare. Quando lui, nel corpo di lei, ha fatto esattamente le stesse cose se non peggio. E lei rimane lì, ad ascoltare queste cazz...te. 
Tutto ciò, solo perché lui voleva vederla ma non aveva coraggio di dirlo in un modo umano. O da persona che ha superato le elementari.
Inoltre la sua bipolarità è spaventosa: non lo vuole in giro, passa episodi senza nemmeno pensare a lui...e poi compra i libri che ha visto nella sua libreria. Io ho capito che a Gil Ra Im, Tutina Scintillante piaccia un pò...è la resa di questo “ amore” ad essere brutta. 
Non lo cerca, non lo chiama mai per prima...fosse per lei, loro due manco si saluterebbero.
Ha quindi ragione @veronica-nardi quando dice che manca una scena dove ci vengono mostrati i sentimenti di lei riguardo alla relazione con lui.
Ma il peggio è lui.
Tralasciando la grazia e la delicatezza con cui le dice che non la sposerà mai e che le viene dietro solo perché pensa di essere allo zoo, dove lei è l'animale esotico del momento, la pochezza e l'immaturità di quest'uomo mi destabilizza.
Non ha rispetto per nessuno: lei, il suo lavoro come dirigente, il lavoro di lei, i suoi sottoposti, l'ambiente intorno a lui...nada.
Quest' uomo si muove nella società come se ne fosse il padrone, inconsapevole di essere così odioso.
L'incoerenza, l'infantilitá, l'irragionevolezza, la mancanza di rispetto e di empatia, rendono questo personaggio insopportabile.
Ancora di più dopo lo scambio di corpi.
Avevo supposto che questo servisse a mettere uno nei panni dell'altro, mostrando ad entrambi un pezzo delle vite dell'altro. Un modo per avvicinarli ( VISTO CHE NON HANNO UN CAISER IN COMUNE).
Invece, oltre che farci fare risate, non è servito ad un bel niente: lui continua a trattarla senza nessun rispetto, mostrandoci che essere nel corpo di una poveraccia non è servito a fargli imparare un bel niente sulla vita vera. E lei è tornata a fare la vita di prima senza nessun problema.
Va beh, contenti loro.
Di una cosa sono contenta però: le prove attoriali.
Durante lo scambio di corpo, i due attori sono stati bravissimi nell'interpretare l'altro in modo convincente.
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Ma oltre alle grasse risate, altro non c'è.
Mi riesce difficile vedere il romanticismo in questa commedia romantica, quando il massimo che mi ha offerto è lo stalkeraggio selvaggio e baci rubati. Tutto ciò sembra molto bello, ma se al posto di quel figone di Hyun Bin ci piazzi un vecchio di 80 anni, senza denti, che puzza e ha la panza...DUBITO FORTEMENTE CHE QUALCUNO TROVEREBBE QUESTA STORIA ROMANTICA. 
Sono a metà serie attualmente ed io voglio credere che lui possa cambiare e che la loro storia si responsabilizzi un pò. Qua mi serve di vedere un’evoluzione e maturazione, perchè io promuova questo drama. 
Si va meglio quando si parla di Oska, che oltre a farmi sorridere con i suoi modi e il suo comportamento giocherellone, è l’unico che cerca di mettere del sale in zucca al cugino. 
Anche perchè le due madri sono terrificanti. Quella del protagonista specialmente: ecco da chi ha preso lui. 
Tornando ad Oska, è vero si che seguo le sue vicende volentieri, ma è anche vero che il “tira e molla” con la ex sta diventando pesante. Spero che tra qualche episodio giungano ad una conclusione o che decidano una linea di azione. Ha comunque più profondità dei due protagonisti. lol 
Dove questa serie da il meglio di se è nella parte comica: ci sono stati dei momenti meravigliosi ( come la sbronza collettiva) o Oska che regala sempre ottime perle. Persino lo scambio di corpo allontanando la logica  ha portato delle grosse e grasse risate: il cambio di firma, le abitudini della coinquilina, gli atteggiamenti diversi dei due personaggi e le reazioni delle persone attorno a loro, completamente stravolte da questo cambio di personalità. 
Ripeto: sono a metà serie, ergo, tutto questo pensiero è provvisorio. Mancano ancora 10 episodi dove può accadere di tutto. 
Stringiamo i denti e andiamo avanti!
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lamilanomagazine · 2 years ago
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Gli appuntamenti della settimana allo Spirit de Milan
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Gli appuntamenti della settimana allo Spirit de Milan.   Venerdì 4 novembre Alle 22.30 – BANDIERA GIALLA con i MARY AND THE QUANTS: live con musica che spazia dal beat e pop italiano ai classici R&B e soul della Motown fino alla musica british. A seguire Dj Set con Alex Biasco. Biglietto di ingresso 7€ per chi cena o fa aperitivo, 15€ con consumazione per chi viene dopocena (10€ per i soci Spirit de Milan Aps 2022).   Sabato 5 novembre Alle 22.30 – HOLY SWING NIGHT con LORENZO BALDASSO AND HIS GOOD MEN: musicista classico, contemporaneo e jazz, con una band che vuol far ballare tutto lo Spirit de Milan. A seguire Swing Dj Set con Big Mama. Biglietto di ingresso 7€ per chi cena o fa aperitivo, 15€ con consumazione per chi viene dopocena (10€ per i soci Spirit de Milan Aps 2022).   Domenica 6 novembre Dalle 11 alle 21 – WUNDER MRKT: lo Spirit de Milan si popolerà quindi di oltre 100 espositori dove poter acquistare creazioni artigianali, abbigliamento vintage, pezzi unici, oggetti di design e arte. Non mancheranno cibo, musica e tanta bella gente pronta a sorridere con gli occhi e a gustarsi ogni momento della giornata. Alle 15.30 – concerto di THE GOOSE BUMPS: progetto nato per proporre dal vivo uno show selvaggio di brani originali, ma che si ispiri fortemente alla tradizione Rockabilly e Rock'n'Roll degli anni '50. Alle 20.30 – SPIRIT IN BLUES con MAX DE BERNARDI & VERONICA SBERGIA: il loro repertorio si concentra sulla musica Roots Americana, non solo Blues quindi, ma anche country, folk, ragtime e swing. Il tutto suonato con strumenti acustici e con attenzione alla tradizione riuscendo nello stesso tempo a rendere fresca ed estremamente godibile da parte del pubblico questa proposta musicale.... #notizie #news #breakingnews #cronaca #politica #eventi #sport #moda Read the full article
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sallowhillshq · 4 years ago
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           𝐰𝐞𝐥𝐜𝐨𝐦𝐞 𝐭𝐨 𝐒𝐚𝐥𝐥𝐨𝐰 𝐇𝐢𝐥𝐥𝐬. 𝐰𝐞 𝐡𝐨𝐩𝐞 𝐲𝐨𝐮 𝐞𝐧𝐣𝐨𝐲 𝐲𝐨𝐮𝐫 𝐬𝐭𝐚𝐲
i see we have a new member to our town.  welcome, welcome DAMIEN THORN.  we truly hope you enjoy your stay.  please feel free to head over to bevin & cecil’s until your settled, and don’t forget to stop by shady glen housing for your welcome package.  i know it might be difficult right now and you might be missing your home. Veronica Selvaggio may be arriving shortly, so you won’t have to be alone.
a welcome to sallow hills hq! check the source for the welcome package & make sure to send us your account within 12 hours
think i just saw DAMIEN THORN (he/him, cismale)! don’t you know them? they’re a canon from the omen/damien . have you heard that they remember some things from their previous life? apparently they appeared here in january 2021 just after going to see the nun . crazy, isn’t it? now they’re 30 years old and working as a FREELANCE PHOTOGRAPHER. still, they do have that bloody rosary, cracked camera lenses, red stained glass windows, & sleepless nights vibe about them. (bradley james, a back on her bullshit)
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immersinelmondodeilibri · 4 years ago
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Buongiorno readers, bentornati a tutti e vi ringrazio come sempre per continuare a seguirci. Un'altra novità che vi svelerò oggi riguarda una nuova collaborazione che abbiamo stretto da poco con una nuova casa editrice, non nascondiamo ( io e mia sorella) che queste novità ci hanno sorpreso, molto a dire il vero, ma siamo molto felici e soddisfatti che il nostro lavoro pian piano viene ripagato. La new entry è una delle case editrici che ammiro e stimo, sto parlando della @literary_romance_ita e prima di andare oltre ringrazio ancora una volta per la fiducia, la disponibilità e il sostegno che ci ha dimostrato facendoci entrare nel suo staff di blogger, quindi senza ulteriori indugi vi presento la loro nuova uscita Si tratta di un romance storico ambientato nel caldo Messico e per chi mi conosce sa quanto amo questo genere di libro e quindi.... Non vedo l'ora di parlarvene. Il romanzo è Selvaggio è il cuore: (Collana Literary Romance) di Nicoletta Canazza edito dalla @literary_romance_ita Trovare tutto sul nostro blog ovviamente trovare il link in bio Veronica https://www.instagram.com/p/CCdQXUfHl-E/?igshid=14upbwb8ax1nk
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wingzemonx · 2 years ago
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 128. Levántate y Anda
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 128. Levántate y Anda
Los detectives Stuart y Hills tuvieron un día bastante atareado, dándole seguimiento a varios de sus otros casos. Tanto así que su comida de la tarde había sido básicamente una dona y un café. No era de sorprenderse que para esas horas ya estuvieran muertos de hambre. Sin embargo, mientras Samantha se conformaba con calmar su estómago con unas frituras a la espera de terminar sus últimas vueltas y llegar a su casa para poder comer con sus hijos, Arnold tenía expectativas un tanto diferentes. Así que aprovechando que estaban por el rumbo, pidió que se desviaran un poco hacia el pequeño parque de food trucks en dónde se encontraba estacionado el camión de Tacos Félix. Era bien sabido que después del café y los nachos con queso, los tacos eran la tercera mayor debilidad del Det. Arnold Stuart, y en esos momentos tenía un antojo muy particular de unos buenos tacos de pastor.
—Siempre que compras esas cosas dejas todo el auto oliendo a… lo que sea que tengan —se quejó Samantha, mientras sostenía el volante del auto y al mismo tiempo maniobraba con su bolsa de frituras.
—Igual ya viene siendo hora de que le demos una lavada —respondió Arnold restándole importancia.
Pese a la reticencia inicial, al final la Det. Hills aceptó cumplirle el pequeño capricho a su compañero y dio vuelta en la siguiente esquina para dirigirse al puesto de tacos.
Sam se estacionó al otro lado de la calle, y Arnold se bajó rápidamente por el lado del pasajero.
—¿Segura que no quieres nada? —preguntó a través de la ventanilla abierta.
—Lo que quiero es terminar de una vez con este día tan largo e ir a casa con mis hijos —respondió Samantha con voz quejumbrosa—. Así que apresúrate, que todavía tenemos que ir a Saint John's para ver si tienen listos esos exámenes de sangre.
—Te dará aún más hambre de aquí a que lleguemos allá, te lo advierto —bromeó Arnold con ese tono condescendiente que a veces usaba con los sospechosos, y que a Samantha le resultaba tan molesto; en especial cuando lo usaba con ella.
—Gracias por los buenos deseos —soltó Samantha, sarcástica—. Ve por tus tacos de una vez antes de que decida irme sin ti.
Arnold cruzó rápidamente la calle hacia el local iluminado al otro lado. Los tres camiones de comida se veían concurridos esa noche. Había de hecho una fila particularmente larga frente a Tacos Félix, tanto que Arnold consideró la posibilidad de optar más por unos tacos de pescado de Carson Brothers’ Harbor en su lugar. Sin embargo, pensó de inmediato que Sam lo mataría mucho más rápido si se atrevería a aparecerse con cualquier cosa con olor de mariscos en el auto. Así que al final optó mejor por un confiable perro caliente de Stan’s Dogs, cuya fila era relativamente menor. Su antojo de tacos no sería satisfecho, pero era una buena alternativa.
Se paró en la fila, resaltando un poco por encima de las demás cabezas por su altura tan significativa. Sacó su teléfono para distraerse un poco revisándolo mientras esperaba. Menos de un minuto después sintió que dos personas se colocaron detrás de él; un hombre y una mujer por lo que alcanzaba a escuchar de sus voces mientras platicaban. No le puso en realidad demasiada atención a su conversación, aunque eso cambió un poco cuando tras un rato escuchó a ella pronunciar con algo de fuerza:
—Espera un momento, ¿creías que era rica?
Sin lograr identificar con claridad si lo hacía molesta o divertida.
Arnold no pudo evitar mirar un instante sobre su hombro, sólo lo suficiente para visualizar a la mujer joven de cabello castaño corto, y al hombre de hombros anchos y cabello rubio. Los dos bien arreglado, aunque tampoco demasiado. Se giró de nuevo al frente, volviendo su vista hacia la pantalla de su teléfono.
Primera cita, supuso Arnold; quizás incluso una cita a ciegas. Él odiaba esas cosas, principalmente porque no recordaba algún intento que le hubiera resultado algo cercano a “exitoso”. Siempre surgía algo que terminaba arruinando la velada, ya fuera de parte de ella o de él; mayormente de él. Pese a que su trabajo consistía básicamente en convivir con las personas a diario, se había dado cuenta bastante temprano que tenía una gran facilidad para irritar a la gente. Así que en lugar de intentar negarlo, o incluso de cambiarlo, había optado más por abrazar esa cualidad de él e incluso sacarle provecho. Era sorprendente la cantidad de errores que la gente cometía cuando se les molestaba lo suficiente.
Samantha lo sabía muy bien, y aun así insistió en arreglarle esa cita con su hermana, que por supuesto terminó tan desastrosa como todas las demás. Lo más agradable que recordaba de aquella noche fue haber podido llegar a su departamento terminada la cita, quitarse sus pantalones y relajarse en el sillón viendo la televisión en compañía de Molly, su gata y, al parecer, la mujer de su vida. Pero sabía bien que para su compañera, describirle tal escenario haría que se le formara un nudo en la garganta, y lo mirara con una odiosa compasión.
Nunca lo había dicho abiertamente, pero Arnold sabía que a su compañera le preocupaba que siempre estuviera “solo”. Lo cual era gracioso, pues él esperaría que justo alguien como ella añoraría la dulzura de la soledad, considerando que entre su esposo, ahora exesposo, sus hijos, su hermana, su madre entrometida y él, prácticamente no había pasado ni un sólo momento a solas al menos en la última década. Pero por algún motivo, que escapaba aún de la comprensión del detective, era en realidad justo lo contrario. Al parecer Sam se había acostumbrado tanto a vivir rodeada de personas, y a forjar su concepto de felicidad entorno a ellas, que no podía evitar sentirse angustiada al ver a alguien tan solitario y metido en su mundo como Arnold Stuart.
Y aun así, y a pesar de todas sus diferencias, de alguna forma lograban ser amigos; muy buenos amigos. Samantha resultaba ser de hecho una de las poquísimas personas a las que no lograba ahuyentar con su nefasta actitud, por alguna razón.
Algunos pedazos de la conversación de la pareja a sus espaldas lograron llegar a sus oídos; algo sobre herencias, posgrados en Yale, gastos y algo sobre el trabajo de psiquiatra de ella. Arnold prefería no meterse en la vida de los extraños, al menos claro que su trabajo lo requiriera.
Llegó hasta la caja y obtuvo su orden para llevar en cuestión de minutos. Mientras se dirigía a la salida con la charola de unicel en las manos, echó un rápido vistazo a la pareja que había estado detrás de él, confirmando la impresión que le habían dado la primera vez. Siguió de largo rodeando las bancas y mesas, saliendo a la banqueta. Miró que no viniera ningún auto, y se dispuso a cruzar la calle de regreso al auto donde Sam lo aguardaba. Sin embargo, antes de que pusiera siquiera un pie en el asfalto, se regresó un momento.
«Hombre de cabello rubio, ojos azules y estatura mediana. Mujer delgada, cabello castaño corto y ojos azules. Él se presentó como un detective de policía, y ella como una doctora; una psiquiatra…»
Aquella descripción correspondía con las dos personas que, supuestamente, habían entrado por la fuerza al edificio Monarch, la tarde de hace dos días.
Se giró un segundo a ver sobre su hombro. Desde su posición no podía ver a aquella pareja, pero evidentemente tenían que seguir por ahí, quizás pidiendo en la caja de Stan’s Dogs. ¿Sería sólo una coincidencia? La lógica le decía que sí; hombres rubios y mujeres castañas con ojos azules debía haber por montones en Los Ángeles, y algunas de ellas de seguro eran psiquiatras. Aun así, algo le decía que podría no ser sólo eso. De nuevo un presentimiento, que le decía que debía devolverse, buscar a esos dos e interrogarlos, aunque no tuviera ninguna causa o pista; sólo debía hacerlo, cuánto antes…
El estridente claxon del vehículo estacionado al otro lado de la calle lo hizo sobresaltarse y salir de su despabilamiento. Se giró hacia el frente, y logró ver la mano impaciente de Samantha que le hacía señas para que cruzara la calle de una buena vez; al parecer se había quedado ahí de pie más de lo debido.
Se forzó a dejar a un lado aquellos pensamientos, y se apresuró a cruzar la calle antes de que cambiara el semáforo. Sería absurdo alargar más la noche por un simple presentimiento sin base, y en especial quitarle más tiempo a Samantha para estar con sus hijos. Debían ir al hospital, recoger ese examen, e irse cada quien para su casa. Eso era lo correcto.
Y aun así, en su pecho no se sentía como tal.
Cuando ingresó de regreso al vehículo, su compañera estaba al teléfono terminando una llamada.
—…lo veremos en la mañana. Sí, él está aquí conmigo. Se lo diré, gracias Nico. Buenas noches. —Cortó la llamada en ese instante, y alargó el brazo para meter el teléfono en el bolsillo de su abrigo—. ¿Qué hacías ahí parado mirando a la nada? —le cuestionó con ligera irritación.
—Nada, sólo me distraje un momento —respondió Arnold con apatía. Y antes de que le preguntara más, se apresuró a cambiar el tema—. ¿Era Nico de balística?
—Sí —respondió Sam—. Malas noticias, o buenas dependiendo de cómo lo veas. Las balas de nuestra desconocida en coma no concuerdan con la del pecho de la mujer encontrada en aquella bodega. Ni siquiera son del mismo calibre. Así que no hay nada que diga que ambas escenas están relacionadas.
—Tampoco hay nada que confirme que no lo están —señaló Arnold con astucia, a lo que Samantha respondió simplemente con una escueta risilla.
Arnold abrió la charola de unicel luego de colocarse el cinturón de seguridad, y los penetrantes olores del perro caliente llenaron rápidamente el auto.
—Dijiste que venías por tacos —comentó Samantha, claramente confundida.
—Cambié de opinión. ¿Quieres un poco?
—No gracias. Vayamos al hospital y acabemos con esto. Quizás el examen de sangre nos dé más información.
Samantha encendió el auto, y a la primera oportunidad se incorporó al tráfico.
— — — —
Esa noche, el técnico de laboratorio Henry Waltz del Hospital Saint John’s debería haberse retirado a su casa dos horas atrás. Sin embargo, había en esos momentos una “situación” que lo forzaba a no irse hasta poder hablar directamente con el Dr. Hubert, jefe de Cuidados Intensivos, y el médico encargado de la paciente desconocida que habían encontrado en el río. Éste le había encargado directamente realizar una vez más las pruebas de sangre y el toxicológico de la paciente para poder compartirle dicha información a la policía. Henry había cumplido el encargo, aplicando el mayor cuidado posible para evitar que sucediera de nuevo el mismo extraño, y de momento desconocido, error que podría haber provocado que los resultados anteriores terminaran siendo tan… extraños.
Estuvo al pendiente a cada paso de las pruebas. Estaba seguro de que había hecho todo bien. Y, aun así, los resultados habían sido… de nuevo “extraños”, por decirlo menos. Lo repitió incluso una tercera vez, sólo para en verdad descartar que no se tratara de una extraña e improbable coincidencia. Para su sorpresa, tuvo éxito en replicarlo una tercera vez. No había forma posible de que eso fuera un error, mucho menos una coincidencia.
Pero, ¿qué significaba eso? Ya que esos resultados… no podían ser reales. No había forma.
El Dr. Hubert había estado en una conferencia gran parte de la tarde, y luego en una reunión de la mesa directiva del hospital. Henry lo aguardó pacientemente afuera de la sala de juntas, sujetando en sus manos el expediente con los resultados. Conforme pasaron esas dos horas, se sintió cada vez más tentado a sólo irse; dejar los resultados con la persona de guardia y que se los entregara a los policías. Después de todo, había realizado su trabajo justo como se lo habían indicado, y estaba seguro de que no había error. Que fueran la policía y sus forenses los que se encargaran de descubrir qué significaba todo eso y quién, o qué, era en realidad esa mujer.
Sin embargo, para bien o para mal, Henry Waltz era una persona que le gustaba hacer bien su trabajo, y no quería que hubiera ninguna duda de qué él había hecho todo bien, y deseaba aclararle eso directamente al Dr. Hubert. Aunque claro, también existía el factor de la “curiosidad”, que en él siempre había sido bastante alto. Y si acaso el médico tenía alguna teoría que pudiera explicar  esos resultados, quería saberlo, pues su exhaustiva búsqueda en internet no arrojó nada ni remotamente similar a lo que sujetaba en sus manos.
Cerca de las ocho y media, la puerta de la sala se abrió, y se escucharon las risas y murmullos de sus ocupantes desde el interior. Uno a uno comenzaron a salir, y Henry se paró rápidamente, buscando con su mirada al Dr. Hubert. Éste salió unos tres minutos después, en compañía del Dr. Mantle de oncología.
—Sí, nos vemos mañana en el squash, ¿de acuerdo? —le indicó el Dr. Hubert a su colega, y éste le respondió asintiendo—. Nos vemos, Joe. Buenas noches.
Luego de despedirse, ambos médicos se dirigieron en direcciones contrarios por el pasillo, y Henry se apresuró a alcanzar a aquel que esperaba antes de que se alejara demasiado.
—Dr. Hubert —lo llamó con fuerza a sus espaldas—. Necesito hablar con usted.
El médico se volteó a verlo sobre su hombro, pero no se detuvo.
—¿Sigues por aquí, Waltz? —murmuró un tanto ausente—. ¿Qué pasa? Tengo una cena a la que debo acudir —indicó señalando con un dedo a su reloj de muñeca—. ¿Ya vinieron los detectives por los resultados de la desconocida?
—De eso quería hablarle —respondió Henry, extendiéndole el expediente—. Repetí los exámenes correspondientes, pero los resultados salieron iguales a la primera vez.
—¿Qué? —exclamó el Dr. Hubert, ahora sí teniendo que detenerse inevitablemente.
—Con ligeras variaciones, pero en esencia son iguales —remarcó Henry, sujetando aún el expediente hacia el doctor. Éste lo tomó rápidamente y se acomodó sus anteojos para echarle un vistazo.
Como la primera vez que hicieron el examen, el toxicológico había salido limpio, a excepción de esa misma sustancia desconocida que prácticamente tenía saturada su sangre por completo. Y en lo que respectaba al análisis bioquímico, igual que esa primera vez prácticamente cada partida arrojaba valores totalmente fuera de los parámetros normales; algunos exageradamente altos, otros absurdamente bajos. Niveles que él nunca había visto antes, o sabía siquiera que fueran posibles.
Luego de revisar los resultados al menos dos veces, el Dr. Hubert cerró el expediente, se retiró sus anteojos para tallarse un poco los ojos, y murmuró sin más:
—Obviamente se volvieron a equivocar. Háganlo otra vez.
—Ya lo hice —recalcó Henry—. Lo repetí una tercera vez, y ocurrió lo mismo. Incluso probé con muestras de otros pacientes para verificar que no fuera algún desperfecto del equipo o de los instrumentos, pero ninguno arrojó nada parecido a esto.
—Pues no sé cómo, pero de alguna forma alguien cometió un error —exclamó el Dr. Hubert, ofuscado—. No hay forma posible de que un ser humano, o siquiera un ser vivo en general, pudiera tener estos niveles en la sangre. ¿Y qué hay de esa sustancia que marca como desconocida? ¿Qué es? ¿Alguna droga, esteroide? Lo que sea, la concentración sobrepasa el nivel de lo que sería cualquier sobredosis. Así que al menos de que nuestra desconocida sea un extraterrestre, alguien… se… equivocó…
Recalcando esas últimas palabras, le regresó el expediente a Henry, que lo tomó y lo abrazó contra su pecho.
—¿Y si sí lo es? —inquirió Henry de pronto, desconcertando un poco al Dr. Hubert.
—¿Una extraterrestre?
—No… bueno, no sé. Quizás extraterrestre no precisamente. Pero si las pruebas marcan que su sangre es diferente a lo conocido, ¿Qué podría ser? ¿Algún tipo de enfermedad desconocida? ¿Un virus? ¿Un mal genético? ¿Deberíamos llamar a Control de Enfermedades?
—¿Qué? No vamos a hacer que sellen el hospital entero sólo por un claro error humano —susurró el Dr. Hubert despacio, casi como si temiera que alguien le escuchara—. Escucha, Waltz —murmuró con un poco más de calma, guiando al técnico hacia un lado el pasillo para hablar con mayor discreción—. No hay ningún otro síntoma que nos indique una posible infección viral o bacteriológica. Salvo por los claros disparos y el golpe en la cabeza, la mujer está sana. Esto es obvio un error.
—Sigue repitiendo eso, pero ya le dije que hemos hecho la prueba tres veces. Estoy seguro que no hubo ningún error.
—Bien, de acuerdo —respondió el Dr. Hubert, alzando sus manos en posición de rendición—. Hagamos esto, toma una nueva muestra de la paciente; tú personalmente, para que podamos estar seguros que no está contaminada en lo absoluto. Has las pruebas sólo una vez más, y agrega también las pruebas para enfermedades de la sangre conocidas. Y te prometo que si dan el mismo resultado, o detecta alguna posible enfermedad desconocida, yo personalmente le hablaré al CDC. ¿Está bien?
—Está bien —suspiró Henry, resignado pero definitivamente no contento.
—Muy bien. Ahora tengo que irme a la cena, pero llámame en cuanto tengas esos últimos resultados, ¿sí? Esto es importante, así que hazlo cuanto antes. Llámame, ¿está bien?
El Dr. Hubert se alejó apresurado por el pasillo, y Henry no pudo evitar preguntarse si su apuro era por la mencionada cena, o porque deseaba escapar por esa noche de las responsabilidades que esa situación le traería.
Como fuera, Henry se había comprometido a hacerlo todo una vez más, aunque estaba seguro de que pasaría lo mismo. Esperaba que al menos los exámenes para enfermedades pudiera darle algo de luz, aunque quizás le tomara toda la noche terminarlo.
Era mejor apurarse, así que se dirigió en la dirección contraria, hacia los ascensores y posteriormente al área de cuidados intensivos.
— — — —
Como había prometido, en cuanto terminó su turno Miguel se dirigió de regreso al hospital. Le pidió a uno de sus compañeros de la ambulancia que lo dejaran ahí en lugar de su parada habitual para tomar el autobús. Éste obviamente le cuestionó al respecto, pero Miguel se las arregló para no dar demasiadas explicaciones. A quien quizás tendría que darle un poco más era a su madre, aunque éstas no fueran del todo la verdad. Así que una vez que se bajó en el hospital, sacó su teléfono y le marcó para poder explicarle por qué llegaría un poco más tarde que de costumbre esa noche.
—Sí, sólo iré a cenar algo con mis compañeros —le dijo a su madre mientras ingresaba por la puerta principal—. No, no beberé, mamá. ¿Cómo se te ocurre? Sólo comeré algo y luego tomo el autobús. Descuida, creo que sí lo alcanzaré. Sí, me cuidaré, no te preocupes. No llegaré muy tarde. Gracias. Te quiero.
Un golpe de inevitable culpabilidad le llegó en cuanto colgó el teléfono. Odiaba tener que mentirle a su madre sobre lo que haría realmente, pero… ¿Qué se suponía que debía decirle? ¿Qué se vería con una chica a la que había atendido que se sentía sola, y que podría o no haberle ofrecido hacerle algunos “favores” especiales si aceptaba verse con ella? Hasta a él mismo debía aceptar que se sentía que había algo incorrecto en ello, pero… Bueno, era un chico, era joven, y tenía que aceptar que por algún motivo la chica en cuestión lo había cautivado. Además, no era como si fuera un doctor metiéndose con una paciente, que bien sabía que ocurría; ni tampoco alguien aprovechándose de alguien vulnerable… ¿verdad?
Definitivamente nadie se tomaba la molestia de explicarte eso en el entrenamiento.
Igual bien podría él haber malentendido todo, aunque aquella insinuación no había dejado mucho a la imaginación en su opinión. Él sólo había prometido ir a hacerle un poco de compañía, cenar algo juntos y charlar. Y si sólo ocurría eso, no tendría por qué haber ningún problema. Aunque los latidos ansiosos de su corazón dejaban en evidencia que esperaba que no fuera precisamente así.
Al ingresar por las puertas automáticas del hospital, sintió que su teléfono vibraba al recibir un nuevo mensaje. Creyó por un momento que sería su madre, que como buena madre sobreprotectora que era, tenía que repetirle que se cuidara. Sin embargo, al echar un vistazo a las notificaciones, se dio cuenta de que era un mensaje de V. S. El mismo nombre con el que Verónica había guardado su teléfono.
El mensaje decía:
“Estoy en el área de cuidados intensivos. Cuando llegues búscame en la camilla 5.”
Eso preocupó un poco a Miguel. ¿Se habría puesto mal de nuevo? No era raro que un paciente que ya estuviera dando señales de mejoría de repente tuviera una complicación; por eso solían tenerlos en observación por un periodo de tiempo ante de darlos de alta, en especial con heridas de gravedad.
Al ingresar al mostrador principal, para su suerte conocía a la mujer que estaba de guardia, y pudo convencerla de que la dejara pasar al área de cuidados intensivos para ir visitar a una “amiga”.
—Sabes bien que estoy todo el día en la ambulancia, y sólo hasta ahora pude desocuparme. Sólo quiero estar seguro de que está bien. Por favor, te deberé una.
La mujer en el mostrador vaciló un poco, pero al final accedió.
—Estás de suerte —comentó—. El Dr. Hubert creo que iba de salida a una cena. Sólo intenta que no te vean, ¿de acuerdo?
—No te preocupes, yo me encargo. Gracias, te debo una.
—Ya son dos, me parece.
Ya con el camino despejado, Miguel se abrió camino hacia el sitio indicado. En cuanto entró en aquella área, una extraña sensación fría le recorrió el cuerpo entero, dejándolo quieto en su sitio por unos instantes. La luz principal de la sala estaba apagada, y la única iluminación era la de las lámparas individuales de algunas de las camillas, aunque éstas no alumbraban precisamente mucho pues las cortinas de todas las camillas estaban corridas, ocultando detrás de éstas a sus ocupantes, si es que tenían alguno. De hecho, salvo por el ocasional pitido de alguno de los aparatos, todo se encontraba muy silencioso.
Su mente fue invadida por uno de esos extraños presentimientos que a veces le llegaban, y que le gritaba con fuerza: “algo no está bien, sal de ahí”. Pero claro, era un hospital, y en esa área en específico debía haber gente en estado delicado; sería raro no sentir que algo no estaba bien, o al menos eso se repitió a sí mismo para convencerse y así comenzar a caminar entre las camillas.
—¿Verónica? —susurró despacio, temerosos de quizás perturbar el descanso de algún paciente. No estaba seguro de cuál sería la camilla cinco, así que se limitó a contarlas a partir de la puerta, y acercarse cauteloso a la que pensaba podría ser le indicada—. ¿Verónica? ¿Estás aquí? —murmuró despacio mientras se aproximaba a la cortina. La corrió con cuidado hacia un lado para echar un vistazo al otro lado.
No había nadie en la camilla. La luz individual sobre la cabecera de la camilla estaba encendida, pero no había nadie ahí.
—Acá estoy —escuchó de pronto a sus espaldas, asustándolo un poco y haciéndolo saltar.
Se giró entonces hacia la camilla de enfrente. A través de la transparencia de la cortina y por el efecto de la luz de la lámpara contra ella, una sombra moviéndose escuetamente fue visible. Miguel se aproximó a esa otra camilla, e hizo lo mismo echando un vistazo al otro lado de la cortina. La camilla estaba en efecto ocupada por una mujer, con los ojos cerrados, con un delgado tuvo de oxígeno contra sus fosas nasales, un suero conectado a su brazo, y un indicador de ritmo cardiaco en su dedo. Pero esa mujer no era Verónica. Ésta, de hecho, se encontraba en su silla de ruedas, estacionada a un lado de la camilla. Observaba fijamente a la mujer en la camilla con mirada taciturna.
—Entra y cierra la cortina, por favor —le pidió Verónica en voz baja sin mirarlo.
Miguel obedeció.
—Cuando leí tu mensaje, pensé que quizás eras tú a la que habían traído aquí de nuevo —indicó Miguel, aproximándose para pararse a su lado.
—No, por fortuna estoy bien —comentó la chica rubia con humor en su voz—. Lo siento, sólo quería venir a ver cómo estaba.
Miguel echó un vistazo más cuidadoso a la mujer en la camilla. En un primer vistazo no lo notó, pero de hecho era una chica bastante atractiva, hasta casi resultar un poco intimidante pese a estar dormida en una camilla de hospital.
—Está en coma —le informó Verónica sin que él le preguntara—. Y los doctores no saben si despertará.
—¿Es tu amiga? —preguntó Miguel con curiosidad—. ¿Estaba también en el edificio cuando ocurrió la explosión?
Miguel no la recordaba de la escena, pero para cuando la dejaron los bomberos seguían abriéndose paso hacia el pent-house y buscando piso por piso a personas que aún no hubiera salido. Podría haber sido alguien a quien sacaron después.
—¿Amiga? —musitó Verónica, sonando casi como si el significado de aquella palabra le resultara extraño—. Sí, algo así.
Se volteó a mirarlo en ese momento, esbozando una amplia y radiante sonrisa que Miguel sintió que le detenía la respiración. Y por un instante, aquella muchacha le pareció muchísimo más atractiva que la mujer inconsciente en la camilla… o quizás que cualquier otra mujer que hubiera conocido o visto en su vida.
—Realmente pensé que no vendrías —susurró Verónica, uno de sus dedos jugaba inquieto con uno de sus mechones dorados.
—Claro que sí, lo prometí —respondió Miguel, intentando no tartamudear, o no demasiado.
—Y siempre cumples tus promesas, ¿cierto? —señaló Verónica, sin ser una pregunta que en verdad esperara una respuesta—. En verdad eres una buena persona, Miguel.
—Sí, supongo —masculló sonriendo con nervios, y sus mejillas acaloradas—. Bueno, ¿quieres que bajemos a la cafetería a comer algo? Quizás aún alcancemos a alguien de la cocina.
Mientras proponía aquello, el paramédico avanzó hasta colocarse detrás de su silla y tomar las manillas traseras. Sin embargo, antes de que pudiera girar la silla para empujarla fuera de la cortina, una mano de Verónica se extendió hacia atrás, y colocó delicadamente la yema de sus dedos contra una de las manos de Miguel. El sólo roce de su piel contra la suya fue como una chispa eléctrica que hizo que el muchacho se estremeciera ligeramente.
—Quedémonos aquí un poco más —indicó Verónica, rozando peligrosamente el límite para convertirse en una orden. Como fuera, Miguel no se opuso, y casi de forma automática sus manos soltaron las manijas y se retiró de detrás de la silla. Verónica lo siguió atenta con sus casi hipnóticos ojos de un frío azul—. Ven, acércate —le indicó haciendo con un dedo el ademán para que se aproximara a ella.
Miguel se inclinó hacia ella lentamente. Cuando estuvo a la distancia correcta, Verónica se estiró hacia él. El muchacho se puso un poco tenso ante su repentina proximidad, aunque se calmó un poco más al sentir el dulce roce de los labios de la muchacha contra su mejilla derecha.
—En verdad eres un buen chico, Miguel —repitió Verónica, como un pequeño susurro sólo para sus oídos—. Y los chicos buenos merecen ser tratados bien…
Además del dulce cosquilleo de su aliento contra su mejilla, Miguel sintió como los dedos de una de las manos de aquella muchacha se colocaba sobre su muslo, comenzando a subir por éste por encima de su grueso pantalón, aunque él podía sentirlo aquel roce casi como si lo hiciera directamente.
—¿Qué haces? —preguntó Miguel nervioso, pero su cuerpo se quedó quieto, incapaz de hacer cualquier movimiento para detenerla.
—No te pongas nervioso —le susurró Verónica de forma juguetona—. Sólo quiero tratarte bien, como te mereces…
La mano de Verónica siguió subiendo, y no tardó mucho en llegar a ese punto entre sus piernas, que con tan sólo aquellos ligeros roces parecía ya sentirse más tenso que el resto del cuerpo. Verónica presionó su palma entera contra aquel bulto, comenzando a acariciarlo por encima de su pantalón. Pequeños gemidos surgieron de la boca del muchacho al ritmo de cada movimiento que la joven hacía de su mano, volviéndose poco a poco más intensos.
—Siéntate en la orilla de la camilla —le susurró Verónica tras casi un minuto. Miguel la observó dudoso, volteando justo después a mirar a la mujer desconocida—. No se va a despertar —señaló Verónica con sorna—. Y si lo hiciera, eso sería un bien recibido milagro, ¿no crees? Anda, rápido antes de que a alguna enfermera se le ocurra venir.
Esa parte de su mente que le había gritado al entrar que “algo no está bien, sal de ahí” se hizo una vez más presente, incitándole de nuevo a justo seguir ese consejo. Sin embargo, al instante siguiente fue como si una nube gris la cubriera, y apenas y lograra visualizar rezagos de ese pensamiento. Y sin siquiera cuestionárselo demasiado, su cuerpo pareció decidir por su propia cuenta que tenía que obedecer todo lo que esa chica le decía, y así lo hizo.
Miguel se subió con cuidado a la camilla, sentándose en la orilla de ésta. Verónica aproximó su silla, colocándose delante de él, y con cuidado tomó sus piernas y las separó sin que él opusiera resistencia. Con sus manos comenzó a abrirle su pantalón, mientras sus ojos observaban seductores al rostro de Miguel. La respiración del muchacho se volvía poco a poco más agitada, mientras lo hacía también aquella casi dolorosa presión en su entrepierna. Ésta última logró al menos ser un poco liberada al momento en que Verónica logró abrirle su pantalón y sacar lo que ahí escondía.
—Vaya, vaya —murmuró la chica despacio, en un tono que a Miguel le resultó indescifrable. Sin decir nada, Verónica comenzó a recorrer su mano, comenzando a acariciarlo más directamente y sin ropa de por medio, al principio con cuidado, pero rápidamente volviéndose más agresiva.
Todo aquello era demasiado para Miguel, y si no fuera porque no deseaba ser irrespetuoso con la mujer en la camilla (más de lo que ya lo estaba siendo) quizás se hubiera tirado de espaldas a la cama, incapaz de sostenerse. En su lugar sólo alzó su rostro y cerró sus ojos, concentrándose en los movimientos de arriba abajo que Verónica había comenzado a emplear con una mano, haciendo muestra de una gran habilidad pues lo hacía justo y como a él le gustaba.
Tomó particularmente por sorpresa al chico cuando retiró su mano, y en su lugar aproximó sus labios, comenzando rápidamente a estimularlo con su boca. Un fuerte gemido se escapó de los labios del joven paramédico; aquello era más intenso que cualquier otra cosa que hubiera sentido antes, tanto que creyó por un momento que se desmayaría. Sentía su cuerpo flotar, y su mente divagar por completo en el espacio, muy, muy lejos de esa camilla o de ese hospital.
—¿Te gusta? —escuchó que la voz de Verónica le preguntaba, sonando como un sonido distante apaciguado por varias capas más de neblina oscura.
—Sí… mucho… —masculló Miguel con voz entrecortada, teniendo aún los ojos cerrados.
—¿Sí? ¿Y esto? —añadió la misma voz lejana de Verónica, y al instante Miguel logró sentir los pequeños roces de la punta de su lengua.
—Ah… Sí, sí… me gusta…
—¿Sí?
—¡Sí…!
—Qué bien…
En un instante a otro, mientras Miguel estaba ensimismado en todas esas sensaciones que le recorrían el cuerpo, Verónica se paró abruptamente de la silla y extendió una mano hacia él, tomándole firmemente de sus cabellos con sus dedos, provocándole una sensación dolorosa que se revolvía un poco con las placenteras.
Antes de que el muchacho pudiera preguntar algo, o siquiera abrir sus ojos, Verónica lo obligó a girar su rostro hacia un lado y lo empujó para que inclinara el cuerpo en dicha dirección. Cuando al fin logró ver de nuevo, se encontró prácticamente de frente con el rostro de la mujer en coma. Al segundo siguiente, sintió la punzada del filo del bisturí que sostenía Verónica en su otra mano perforándole la piel del cuello hasta lo más hondo, y luego deslizarse de un sólo tajo rápido y certero hacia el otro extremo, abriéndole la garganta entera.
Un chorro de sangre surgió de la profunda herida, manchando el rostro y ropas de la mujer dormida. Los ojos de Miguel se llenaron de un gran miedo y confusión de golpe, mientras su boca igualmente se impregnaba con el sabor metálico. La mano de Verónica, aún con el bisturí entre sus dedos, se dirigió a su boca, presionándola con fuerza para evitar que gritara o pronunciar sonido alguno. Su otra mano lo sujetaba aún con fuerza de los cabellos, manteniendo su cabeza firme en su sitio.
Miguel intentó quitársela de encima, manotear con fuerza, pero sus manos sólo golpeaban el aire infructuosamente.
—Está bien, está bien —susurró la voz de Verónica con aterradora dulzura a un lado de su oído, mientras la sangre seguía brotando de su garganta a borbotones, manchando casi enteramente la bata de la mujer y las sabanas de la camilla—. El miedo, la felicidad, el dolor, el placer… todo es lo mismo llegado a un punto. ¿Puedes sentirlo?, ¿cómo todo eso te recorre el cuerpo al mismo tiempo? Es porque sólo cuando estamos en el momento justo antes de morir, podemos sentir lo que realmente es estar vivos. Es mi regalo para ti, Miguel… ya que en verdad eras un muy buen chico…
Lagrimas comenzaron a brotar de los ojos del muchacho mientras su vista se nublaba y su cuerpo comenzaba a perder fuerzas. Sus manos al final dejaron de intentar agarrarse a algo que simplemente no podía alcanzar, y su boca de intentar emitir un grito que simplemente no saldría. Su cuerpo entero comenzó a ponerse suelto, flojo, y más pesado. Verónica retiró sus manos de golpe y dejó que su torso y cabeza se desplomaran hacia el frente, cayendo contra el cuerpo de la mujer dormida. Lo sangre siguió brotando de la herida, llegando incluso un poco a comenzar a gotear de la camilla y a crear un charco en el suelo.
Verónica se sentó de regreso en su silla, sintiendo un dolor punzante en la herida de su costado por el esfuerzo que había aplicado. Esperaba no haberse abierto los puntos. De momento, sin embargo, le preocuparon más las pequeñas manchas de sangre que le habían quedado en la mano con la que había sujetado la boca de Miguel. Tomó los pañuelos que había traído consigo para comenzar a tallar su mano con fuerza.
Notó entonces que algunas gotas habían caído en su bata.
—Maldición —murmuró despacio. De eso tendría que encargarse después.
De momento, su mirada se centró fija en la mujer de cabellos cobrizos delante de ella.
Durante todo aquel largo proceso, desde que le había abierto su garganta al pobre Miguel, hasta que terminó inerte contra ella, rastros de vapor, invisibles para el ojo común, habían surgido del cuerpo del muchacho, de cada orificio de su rostro, pero en especial de su garganta cercenada. Habían flotado en el aire justo delante del rostro placido de la mujer en coma, y su cuerpo, hambriento como estaba, lo succionó como una esponja, jalando hasta al último bocado. El vapor había penetrado en su cuerpo, comenzando a esparcirse rápidamente, dirigiéndose en especial a aquellas partes heridas: los disparos, el golpe en la cabeza, comenzando a hacer su magia. Y tras unos largos minutos de espera, aquella horribles heridas que la habían tenido postrada a esa cama terminaron de curarse.
Y unos segundos después, los ojos miel de Mabel la Doncella se abrieron de par en par, y jaló una larga inhalación de aire por su boca.
Como sacudida violentamente de un profundo sueño, comenzó a mirar confundida a su alrededor. Cuando intentó levantarse, sintió el peso del cuerpo del paramédico contra ella impidiéndoselo. Y la presencia de ese paleto desconocido, además de volverse consciente de que se encontraba totalmente empapada de su sangre, no hizo más que empeorar aún más su confusión.
—Buenos días, bella durmiente —murmuró burlona la voz de Verónica, jalando rápidamente la atención de la recién despertada hacia ella. La joven rubia le sonrió elocuente desde su silla a un lado de la camilla—. ¿Cómo te sientes? ¿Lista para levantarte y andar?
FIN DEL CAPÍTULO 128
Notas del Autor:
Bueno, creo que todos sabíamos que el pobre Miguel terminaría así, ¿correcto? Aun así fue una pena, pero bueno… Lo importante es que la nueva Verónica hizo al fin su primer movimiento,  ahora  Mabel, la amiga de todos los niños, está de vuelta. ¿Qué les pareció? Obviamente esta escena no ha terminado, pero la concluiremos en el siguiente capítulo.
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azianxpersuasionwrites · 8 years ago
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Melanie Scrofano Gif Hunt pt. II
Under the cut, you will find approximately #407 small/medium/large sized, roleplayable gifs of Melanie Scrofano. She is best known for her work as Noelle in SyFy’s Haven, Rebecca in CBC’s Being Erica, Veronica Selvaggio in A&E’s Damien, and Wynonna Earp in SyFy’s Wynonna Earp. Melanie is a Canadian actress and an extremely underused faceclaim. Most of these gifs are from episodes 6-10 of Wynonna Earp and some various other appearances. There may be some repeats. None of these gifs are mine. Full credit is given to their rightful owners.
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109 notes · View notes
giancarlonicoli · 5 years ago
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25 LUG 2019 19:44
“HOLLYWOOD È UN POSTO DI MERDA" – BOMBASTICA INTERVISTA DEL 2013 A RUTGER HAUER, BY PAGANI/PONTIGGIA: "SEI CONTENTO SE HAI LA PARTE IN UN FILM, GUADAGNI E MAGARI SCOPI TUTTE LE SERE. ALTRIMENTI TI AMMAZZI" – IL VIDEO DI VERONICA DEL SOLDÀ
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“Un vissuto un anno da vagabondo tra Pakistan, Golfo Persico e Saigon. Per capire che sarei potuto diventare un attore però, impiegai molto tempo. Mi finsi pazzo per non fare il militare. I miei scontri con Harrison Ford? E’ uno che non ama la vita. Blade Runner? Un film epocale”…
Malcom Pagani e Federico Pontiggia per "il Fatto quotidiano"
I piedi nudi, la camicia a scacchi, un computer. Chiama la reception per un cappuccino, gliene portano due. Altri intristiscono sul vassoio. Sul tavolo una bottiglia di Chianti, succo e birra a morire nei bicchieri, due pacchetti di Camel vuoti, il terzo in corsa per raggiungerli. Rutger Hauer ride, riflette, ricorda e ogni tanto, tra una smorfia e un'onomatopea, assecondando il lento flusso di agosto, si prende le sue pause. Nella stanza d'albergo con vista zoo in cui Dino Risi trascorse i suoi ultimi anni, il replicante di Blade Runner si è lasciato la vita difficile alle spalle.
A gennaio l'uomo che vide cose che gli umani non avrebbero potuto immaginare, compirà 70 anni. Lo guardi negli occhi, e gli credi; lo vedi frangersi tra mimica, caricature e memorie, e non dubiti. Sciolte le lacrime nella pioggia e fissati i tatuaggi sulle spalle, oggi Hauer sorride. Tornare a uno dei monologhi più famosi della storia del cinema: "Volete che ve lo reciti?", lo spinge al soliloquio: "Io ne ho viste di cose che voi umani non potreste immaginarvi / navi da combattimento in fiamme al largo dei bastioni di Orione... certo che non l'ho dimenticato.
Parole che sembrano la sintesi della mia vita, il riassunto dei miei momenti più importanti. I miei genitori, Arend e Teunke erano attori. Due intellettuali, due bohemiennes. Casa mia era un porto di mare, ci vivevano in 29, in un clima libertario, originale. Osservavo questo mondo e mi chiedevo come mai, per mio padre e per mia madre, tutto pareva interessante tranne me. Come avrei attirato la loro attenzione? Mi annoiavo e sognavo la fuga.
La realizzò?
Da adolescente, alla fine degli anni ‘50, abbandonai la famiglia per imbarcarmi su un mercantile. A scuola ero un disastro, cercavo qualcosa di più appassionante dell'epopea di Guglielmo III e la trovai in mare. Volevo andare verso la libertà, spiegare le vele, spaccarmi la schiena per 50 euro al mese.
I suoi si opposero?
Mi agevolarono. Io ero un cavallo selvaggio, un fuggiasco nato. E loro due persone distratte, non cattive. Non fecero nulla per fermarmi. Il mare era un'antica eredità. Gli antenati di mia madre, secoli prima, avevano navigato. Un giorno mamma mi disse: "Se vuoi partire, Rutger, ti aiuterò".
Fatica?
Mi aveva avvertito: "Sulla nave sarai destinato a mansioni di grande responsabilità. Preparerai le colazioni, strapazzerai le uova, rifarai i letti e pitturerai le pareti arrugginite dalla salsedine. Non chiedevo di meglio. "Sarà meraviglioso" le dissi. Preparai una borsa e senza avere mezza idea di cosa avrei fatto nella vita, chiusi la porta senza rimpianti.
Vide il mondo?
Il Pakistan, il Golfo Persico, Saigon. Un anno da vagabondo, imparando nuovi linguaggi e introiettando il senso di una disciplina che sui banchi di scuola mi rifiutavo di accettare.
Ribelle?
Non so. Ero nato in un piccolo, ridicolo villaggio, in cui originalità e indipendenza erano viste con sospetto. Ero indolente, rifiutavo l'autorità costituita e rispondevo con una pernacchia a qualunque cosa mi proponessero. Il viaggio itinerante mi aiutò a considerare l'ipotesi che per arrivare da qualche parte mi sarei dovuto impegnare. Quando tornai in Olanda mi iscrissi a un corso di teatro. Di giorno lavoravo come elettricista, muratore e carpentiere per pagarmi l'affitto. Di notte recitavo. Guardate i calli sulle mani, non mento. Per capire che sarei potuto diventare un attore però, impiegai molto tempo.
La morale dalla fatica?
Non credo nelle morali, soprattutto nelle morali a posteriori. Quando qualcuno pretende di dettarne una universale, state sicuri che mente.
In cosa crede allora?
Nei percorsi individuali. Ognuno ha il suo. Non diversamente da quanto mi era capitato sui banchi di scuola, ai corsi di teatro sbadigliavo senza ritegno. Le voci baritonali degli insegnanti, la vita che scorreva fuori dalle aule. Il tedio. Teoria, teoria e ancora teoria. Guardavo i miei compagni e mi chiedevo se non ci stessero truffando. A forza di interrogarmi sulle prospettive future, venni svegliato dalla realtà. La cartolina del servizio militare, arrivata a metà dei ‘60, fu uno choc.
Soldato Hauer.
Nei ‘60 le istituzioni militari avevano la pericolosa tendenza a formare gente da mandare sul fronte. Ogni divisa doveva diventare un perfetto John Wayne e nonostante sollecitare il fisico non mi dispiacesse, Wayne non sarei mai diventato. Ero allucinato dall'idea che ogni due ore, come nelle parodie, ci si trovasse tutti in gruppo, davanti a un signore impettito che gridava ordini indistinti e la sera, nella stessa formazione per soli uomini, i discorsi vertessero su birra, culi, fighe e sport. Avvertii un'asfissia. Respirare e accarezzare il sogno di scappare si trasformarono rapidamente nello stesso sentimento. A quel punto, architettai un piano.
Quale?
Fingermi pazzo. Dare di matto. Costringerli ad allontanare dal-l'esercito olandese un elemento inaffidabile, una fonte di rischio per i suoi stessi compagni di camerata.
Ci riuscì?
Non fu semplice. Mi preparai con un amico attore. Studiavo le smorfie, le risposte, i tempi di reazione. La sera prima di iniziare lo show, il mio amico mi consigliò di dormire un'ora per presentarmi stravolto e dare una patina di verità alla follia.
Come andò?
Feci del mio meglio. Cominciai a confondere bandiere nazionali e tovaglie, a rispondere male, a fare strane facce e a ridere in coincidenza di un'intimazione. Costrinsi il comandante a mandarmi dallo psicologo. Lì iniziò una partita a scacchi lunga due settimane. Non erano persuasi che fossi veramente pazzo, fisicamente stavo benissimo e venni sottoposto a molti fottutissimi esami. Quando mi congedarono, per un istante, non mi fidai. Sapevo di giocarmi il presente. Temevo che mi leggessero nel pensiero e potessero scoprirmi. Così, al momento della notizia, mi finsi sorpreso e dispiaciuto: "Signor Hauer, lei è un cittadino libero". Cominciai a urlare, a batter i pugni sul tavolo, a implorarli di poter rimanere: "Non avete il diritto di farlo , bastardi! Amo il mio paese, non potete impedirmi di servirlo!". Un rischio calcolato. Di lì a 10 minuti ero fuori dalla caserma. Fu molto divertente. Come tutta la mia vita.
Una volta fuori?
Non avevo risolto del tutto il mio problema. Dentro l'istituzione, si trattasse della scuola di teatro o dell'esercito, mi trovavo a disagio. Non mi ricordo un solo volto tra i miei insegnanti, ma degli uomini che mi hanno offerto un lavoro o delle città incontrate per raggiungerlo, ho una perfetta memoria fotografica. Per mia figlia, 50 anni dopo, è la stessa cosa. Irregimentata, non riesce a stare. Non è colpa loro, il padre non le ha dato le basi.
Come passò dal teatro alla tv?
Per un'incredibile coincidenza. Durante gli stage incontrai alcuni attori che stavano per iniziare una serie tv, Floris. Mi invitarono sul set e molto prima di avere un ruolo, ne rimasi rapito. Pensai: "Ma questo è veramente bello! Voglio provare a essere un attore". Parlai con il manager, non ci piacemmo. Lo guardai negli occhi e capii che lui faceva il suo mestiere per sé stesso e per nessun altro. Nonostante il brusco approccio, venni assunto.
Floris, la sua prima serie Tv ebbe un buon esito?
Fu un enorme successo. Andava in onda di domenica e al momento della trasmissione, il Paese si bloccava. Per quanto per strada mi fermassero, il fenomeno rimaneva relegato ai confini nazionali. E io volevo evadere, avere qualcosa di più grande. Quello che avevo mi sembrava troppo piccolo.
Non si accontentò.
Come a volte accade, ebbi un colpo di culo. Nel '73 Paul Verhoeven mi offrì il ruolo di protagonista in Fiore di Carne, tratto da un libro molto venduto che trattava temi universali. La liberazione del sesso. Il dolore. L'amore che sfiorisce. La malattia.
Anche il film andò bene.
Un trionfo. Tre milioni di spettatori nella sola Olanda. La nomination all'Oscar come miglior film straniero. In un minuto, sembrava che il mondo fosse esploso sul mio volto. Non volevo perdere quell'occasione e al tempo spesso non riuscivo a rendermi conto che quell'occasione fosse toccata proprio a me. Ero così grezzo, selvaggio, impreparato. Ero felice e turbato. Eravamo paragonati a Ultimo Tango, accostavano Paul a Bertolucci e Marlon Brando a me. Il tutto con un minuscolo film prodotto da un piccolo paese ed esportato ovunque. Non facevamo in tempo a chiedere dove fosse stato venduto che la lista dei paesi si allungava: Austria, Italia, Germania , Francia. Un delirio. Paul Verhoeven girò poi Robocop e Basic Istinct.
Per il primo dei due film, senza dar seguito all'idea, pensò a lei. Rimpianti?
Nessuno. Robocop non era fatto per me e non riesco a pensare a nessun attore al mondo che avrebbe potuto interpretare meglio di Douglas il suo ruolo in Basic Istinct. In più, particolare decisivo, Paul non me lo propose mai. (Ride).
Il seme dell'odio con Poitier e Micheal Caine non bastò per conquistare Hollywood, abbracciata solo grazie al violentissimo i falchi della notte del 1981.
Dell'81? Sicuri? È già passato tanto tempo? Maledizione. Mi divertii molto. Interpretavo un terrorista spietato, in una città che molti anni dopo dal terrorismo sarebbe stata duramente colpita.
Ne I falchi della notte lei era cattivissimo.
Non ho mai avuto paura di interpretare un cattivo. Recitavo con Sylvester Stallone, eravamo agli antipodi come ruoli, ma insieme ci trovammo benissimo. Nella scena finale, ci affrontiamo per ucciderci a vicenda.
"Ne rimarrà in piedi uno solo", giusto?
Il buono era lui, ma proprio nel finale gli ricordo una verità che è valida in moltissimi casi: "In fondo io e te facciamo lo stesso sporco mestiere, a cambiare è solo l'obbiettivo".
Poco dopo Ridley Scott la chiamò per Blade Runner. "Nessuno" - disse - "si sarebbe mai aspettato un esito simile".
Non fu così romantico. Non mi chiamò Ridley, ma il capo del casting. Era tutto maledettamente professionale e organizzato, al di là di qualunque immaginazione e la vittima di tanto zelo ovviamente eri tu.
L'impatto con Hollywood?
Hollywood è solo il nome di un infinetesimale segmento di una città con più di 20 milioni di abitanti. Un posto di merda, un circo per turisti, una specie di Disneyland. Sei contento se hai la parte in un film, guadagni, vai sui giornali e magari scopi tutte le sere. Altrimenti, ti ammazzi. Avete idea di quante persone siano morte cercando di avere fortuna a Los Angeles, di quante si siano smarrite a metà del percorso?
Molte?
Non le giudico perché essere insicuri, perdersi e non sapere ciò che si desidera a Hollywood è la cosa più semplice del mondo, ma sì, moltissime. Io sono stato fortunato perché Hollywood è un luogo che ammette soltanto due generi di finali. O il successo. O il crollo. Le vie di mezzo non sono previste.
Sente di appartenergli?
Siete pazzi? Io appartengo solo al posto in cui mi trovo e mi sento felice.
In Blade Runner lavorò con Harrison Ford. Si dice che i vostri rapporti siano stati complicati.
Non erano i nostri rapporti a essere complicati, complicato era lui. Ha avuto problemi con tutti. Problemi con me, con Ridley, con il film, con la sua reputazione. Non riusciva a ritrovarsi perché Harrison, un centro, non ce l'ha. Non ama la vita, non conosce niente, non sa nulla. Ce l'aveva con sé stesso tutti i giorni, emanava un'energia negativa. Sembrava andasse a marcia indietro. Il mio opposto.
Duro.
Era così negativo che immaginai fosse sotto l'effetto di qualche droga, ma a dire il vero, non ho mai capito di quale sostanza si trattasse. Lui era l'eroe, ma in quelle vesti si trovava malissimo.
Litigaste sul set?
Lavorammo insieme per 4 o 5 giorni al massimo, la maggior parte del tempo divisi da un muro. Harrison ogni tanto era dietro il muro della finzione e molto spesso dietro il suo muro personale.
Il film proponeva anche scene rischiose. Una volta dovevate girare in notturna, due stuntman si infortunarono e allora provò a lanciarsi lei. Incoscienza, follia, cos'altro?
L'attrezzista voleva che saltassi da un palazzo all'altro. Mi chiese: "Ce la fai?". "Così no" risposi. Poi rilanciai: "Ma se mi avvicini il palazzo di un metro, forse sì". Il film era girato negli studios e dopo due ore di rumore e casino, il palazzo era stato spostato davvero. Così mi lanciai, Niente di così eroico o pericoloso. Sapevo di avere un fisico adatto alla prova. Volevo tentare e dopo essermi allenato su un trampolino per un po', lo feci. Ero sicuro di salvarmi. In The Hitcher, anni dopo, mi andò molto peggio. Saltando da una macchina in corsa, mi spaccai un dente con il calcio del fucile.
Lei ha girato più di 100 film. Le dispiace essere ricordato soprattutto per un film?
Neanche un po'. Sono felice che sia diventato un evento collettivo. Essere ricordati per qualcosa di epocale, è meglio di essere dimenticati ed è bello che avvenga per un film che al centro della sua poetica ha il tema dell'identità.
Cosa la affascinava nel film?
Quello che mi è sempre piaciuto di Blade Runner, sono i suoi moltissimi livelli di lettura. L'idea alla base è semplice: "Io non so chi sei e voglio assolutamente scoprirlo". Ci dimentichiamo sempre ciò che siamo. Non ci diamo il tempo necessario a capirlo. In Blade Runner, Ridley provava a dare una risposta.
Ebbe un buon rapporto con lui?
Eccellente. Una volta stabilito un contatto, le cose andarono magnificamente. Gli domandavo lumi su Roy Batty: "Cosa vuoi che esca dal mio personaggio?". Lui mi suggeriva di lasciarmi andare: "Non pensarci". Altre volte gli facevo proposte di modifica del copione e lui diceva: "Ok, proviamo". Il massimo. Le uniche discussioni erano filosofiche: rispetto alla sceneggiatura non credevo che nello scontro conclusivo tra umani e androidi, si dovesse scimmiottare l'epica di Bruce Lee o di Superman. C'era qualcosa di più profondo, di più nascosto, di più sottile. Ridley era d'accordo e io in effetti, del finale del film, mi sento molto responsabile.
È vero che l'idea di far volare la colomba fu sua?
Contribuii. Cosa c'era di più bello di far tenere una colomba in mano e poi farla volare dalle mani di un replicante che tenta disperatamente di somigliare a un essere umano? Nel film e per il film, comunque, diedi tutto.
Dicono che lei litighi spesso. Con i registi e con i colleghi. Che assoldarla, nonostante il talento, corrisponda sempre a un rischio.
Il marinaio non può andare sempre contro le onde, a volte deve affrontarle lateralmente. Provando a essere furbo. Fino a un certo punto della mia vita ciò che dite è accaduto. Ho nuotato controvento combattendo con l'ego, poi, dal 1985, mi sono liberato. Da allora sono un altro uomo.
C'entra sua moglie, Ineke Ken Take?
La conobbi nel '67, la sposai nel-l'85. Lei c'entra sempre.
Lei è un monogamo e sta con la stessa donna da un trentennio. Un attitudine che contrasta con la mitologia delle sue imprese.
La fedeltà non è facile, ma se ci si sceglie, si fa un tratto di strada insieme e se si sta bene, quel tratto diventa un viaggio senza stazioni di arrivo.
Lei ha lavorato con molti registi italiani. Wertmüller, Tessari, Ferrara, Olmi. Il suo preferito?
Ermanno. Un maestro. Con Scott, uno dei due registi della mia vita in assoluto. Un uomo di intelligenza superiore capace di tirare fuori la mia essenza più delicata. Per La leggenda del santo bevitore con Ermanno ci incontrammo a Parigi, lui non parlava una parola di inglese. Mi conquisto in due minuti tendendomi un tranello. Mi propose di partecipare a un film d'azione. Lo guardai negli occhi e svelai il bluff.
Vi siete ritrovati 25 anni dopo ne Il villaggio di cartone.
È stato come se quegli anni non fossero passati. Speriamo di girare presto un altro film insieme. Ermanno, sbrigati, non abbiamo molto tempo. (Ride).
Si sente vecchio? Rutger?
Vi sembro vecchio? Senza una valigia e un copione da leggere non saprei stare. Il segreto del-l'attore in fondo è sempre lo stesso.
Quale?
Rendere credibile ciò che interpreti. Riempire una sala di gente che si emoziona. Conta solo quello. Il resto, credetemi, sono stronzate.
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danieledomas · 8 years ago
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ariestess · 8 years ago
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Chapters: 1/1 Fandom: Damien (TV) Rating: General Audiences Warnings: No Archive Warnings Apply Characters: Patrick Shay, Veronica Selvaggio, Ann Rutledge Additional Tags: Post-Series, Poetry, Friendship, Families of Choice, Unconventional Families Series: Part 625 of #666foryou, Part 164 of Alliances Summary:
If Ann didn't want this book available to the household, it wouldn't be in the library that they all share.
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Ann and Veronica, another interesting relationship. They keep their distance and act cold to each other. They look like a boss and her assistant more than a mother and a daughter.
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wingzemonx · 2 years ago
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 126. Haré que valga la pena
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 126. Haré que valga la pena
Al mismo tiempo que la reunión de los Apóstoles terminaba en Chicago, los ojos de Verónica se abrían en su habitación de hospital de Los Ángeles, enfocándose ahora sí en el techo sobre su camilla. Tras recuperarse un poco de la desorientación que el cambio de escenario le causaba, comenzó a darle forma a sus pensamientos lo mejor posible.
Habían ocurrido más cosas en esa reunión de las que se esperaba, y ciertamente Daniel Neff había sido la sorpresa de la tarde. No había previsto que tuviera bajo la manga todo un plan tan detallado para salvar a Damien, y al parecer nadie en la reunión tampoco. Sus intenciones igualmente resultaban evidentes para ella, pero más que preocuparse o molestarse como Adrián, Lyons o Ann, Verónica debía aceptar que se sentía un poco impresionada.
«Ahora veo porque Argyron siempre habló tan bien de ti» pensó, intentando a su vez imaginar de qué forma el mayor podría llegar a serle útil en un futuro. Algo surgiría, eso lo tenía seguro.
Sin embargo, de momento había que concentrarse en algo más. Si todo salía tal y cómo Neff había expuesto, la Hermandad estaba a punto de lanzar su ataque al Nido en máximo un par de días. Era algo que había previsto que pasaría, pero no pensó que fuera a ser tan pronto, o que estuvieran tan preparados como para que dicho ataque barriera con toda la base entera. Eso la obligaría a moverse más rápido de lo que se esperaba. Aunque claro, tenía la pequeña desventaja de que la condición actual de su cuerpo le impedía en realidad hacer muchas cosas fuera de esa camilla.
«Creo que tendré que despertar más pronto de lo esperado a mi nueva amiga» se dijo a sí misma. Pero antes de hacer cualquier cosa, tendría que hacer una pequeña excursión de reconocimiento para ver cuál era la situación real, y en especial qué opciones tenía disponibles.
Pasó entonces a moverse lentamente por la camilla hasta sentarse en la orilla. El dolor de sus heridas punzaba un poco con cada movimiento, pero sabía bien cómo lidiar con él.  Se puso de pie con cuidado, y se dirigió cojeando hacia su silla de ruedas. Lo más complicado fue acomodar el suero al que aún la tenían conectada en el gancho de la silla, pero nada del otro mundo.
Quizás estaba un poco limitada de momento, pero nunca lo estaría del todo.
— — — —
A media tarde, los detectives Samantha Hills y Arnold Stuart arribaron al Hospital Saint John's para darle seguimiento a uno de sus casos; uno en particular que al Det. Stuart lo tenía intrigado desde hacía dos noches, cuando había encontrado a aquella mujer inconsciente a la orilla del río, gravemente herida pero al menos respirando aún; apenas. Estaban a la espera de que despertara y pudiera darles más detalle de su atacante, o atacantes, y de cómo había terminado en esas condiciones. Sin embargo, para ese momento la mujer seguía sin despertar.
El doctor encargado de la misteriosa paciente, un hombre bajo de tez morena y gruesos anteojos cuadrados, los recibió con gusto en cuanto llegaron, y los encaminó hacia el área de cuidados intensivos, en donde en esos momentos la mujer seguía reposando.
—Como les dije por teléfono, detectives, su desconocida no ha presentado ningún cambio en su estado —les informaba el médico con tono afable, aunque algo cansado, mientras ingresaba por las puertas del área de cuidados intensivos. Los dos oficiales de policía lo seguían de cerca—. Le extrajimos las balas, que ya deben estar camino a su laboratorio, y sus heridas fueron tratadas lo mejor que pudimos. De momento se encuentra fuera de peligro, pero la verdad es todo lo que podemos hacer por ella de momento.
Los tres avanzaron entre las dos filas de camillas, la mayoría desocupadas en esos momentos, hasta colocarse delante de la tercera del lado derecho. Ésta se encontraba ocupada por la persona en cuestión, una mujer joven, de rostro delgado y facciones finas, de piel pálida como nieve, con algunos lunares notables adornándola. A pesar de llevar al menos dos días inconsciente, sus cabellos castaños rojizos se veían brillantes y acomodados, casi como si alguien se hubiera tomado la molestia de lavarla y peinarla recientemente.
El médico encargado tomó de los pies de la camilla el expediente y lo hojeó de manera rápida para ver si acaso había algún dato nuevo que se le hubiera pasado. Sin embargo, no lo había; todo seguía siendo casi igual al último vistazo que había dado la noche anterior.
—No sabría asegurarles cuánto tiempo le tomará despertar —suspiró el doctor, colocando de nuevo el expediente en su sitio—, o si lo hará siquiera. Si sigue sin reaccionar, tendremos que trasladarla a un área de cuidados más especializados.
La Det. Hills se aproximó a un costado de la camilla, para poder contemplar más de cerca el rostro de aquella mujer, plácido y tranquilo, sin ninguna señal de dolor o incomodidad. De hecho sus mejillas presentaban un rubor natural saludable, al igual que el llamativo rosado de sus labios, que no se veían para nada resecos o agrietados. Si no fuera por sus ojos cerrados, los vendajes que envolvían su cabeza y brazo, y todos los aparatos que tenía conectados, uno creería a primera vista que se encontraba totalmente sana.
—Pobre chica —masculló Samantha en voz baja para sí misma.
Samantha Hills tenía ya para esos momentos casi quince años de experiencia como detective de la Policía de Los Ángeles. Aquella desconocida no era ni de cerca la primera víctima con la que le tocaba lidiar; viva, muerta, mujer, hombre, encontrada a la orilla del río, habitación de hotel, portaequipaje de un vehículo… No creía haberlo visto todo en absoluto (y cada nuevo caso parecía de alguna forma confirmarlo), pero sí lo suficiente. Y, aun así, había algo en aquella mujer que le causaba desde la otra noche una opresión en el pecho de congoja cada vez que la veía. Casi como si sintiera personal el verla en ese estado, como si fuera su hija o su hermana, y no una completa extraña.
No podía decir con seguridad por qué sentía eso, y quería convencerse a sí misma de que no era tan superficial como para que fuera sólo por lo bonita que era; casi como una hermosa muñeca hecha con las delicadas y cuidadosas manos de un artesano. Una hermosura que le parecía ciertamente irreal. Pero encima de eso, era por mucho una chica fuerte. Recibir esos disparos, ese horrible golpe en la cabeza, caer al agua, y aún así salir de ahí con vida… Era una muestra impresionante de su deseo por vivir.
¿De dónde había venido? ¿Quién era en realidad? ¿Quién la odiaba tanto como para hacerle eso? Todas esas eran preguntas que Samantha quería de alguna forma resolver, y deseaba con una intensidad casi desbordada que abriera sus ojos y poder preguntárselo directamente; escuchar al menos una vez cómo sonaba su voz.
—¿Qué arrojaron los análisis? —escuchó de pronto que la voz de su compañero preguntaba con seriedad, sacándola de golpe de su ensimismamiento. Samantha apartó la mirada, se talló discretamente un ojo con sus dedos, y se dirigió de regreso a lado de Arnold.
—El examen de agresión sexual salió negativo —le respondió el médico—. Claro que el agua podría haberse llevado mucha de la evidencia, pero no presenta ninguna laceración, hematoma o algún otro signo esperado. De hecho, no presentó ninguna herida adicional a los disparos y el golpe en la cabeza al caer al canal.
—¿Y el examen toxicológico? —preguntó el Det. Stuart un tanto impaciente—. ¿Encontraron algo en su sangre?
El médico pareció ponerse un poco tenso al oír esa pregunta. Carraspeó un poco, y luego intentó responder con la mayor naturalidad posible.
—Están en proceso. Tuve que pedir que los realizaran una vez más.
Aquello dejó un tanto perplejos a los dos oficiales.
—¿Por qué? —inquirió Samantha, cruzándose de brazos.
—Nada de cuidado. Es sólo que los primeros análisis de sangre arrojaron valores… anormales en varios parámetros; bastante anormales —recalcó—. Además de saturación de una sustancia desconocida, igual en niveles que no podrían ser posibles, sea lo que fuera ésta. Muy probablemente se trató de algún error en el laboratorio —se apresuró a aclarar antes de que alguno pensara siquiera en preguntar algo más—. No es usual que pase, pero tristemente no es algo que se pueda evitar por completo. Pedí que se hicieran una segunda vez. Si vuelven hoy en la noche, de seguro ya estarán listos.
Samantha y Arnold se miraron el uno al otro en silencio. Sus ojos por sí solos le indicaron al otro que aquello les resultaba extraño, por decirlo menos. Pero tampoco tenían motivo para dudar de la palabra del doctor, mucho menos para cuestionarle más al respecto. Así que sólo les quedaba confiar.
—Supongo que volveremos más tarde, entonces —indicó Arnold con resignación—. Gracias por su tiempo, doctor —dijo justo después, extendiendo su mano hacia él.
—Encantado de ayudar como siempre —le contestó el médico, estrechándole firmemente su mano—. Si me disculpan, debo atender a más pacientes.
Ambos detectives lo despidieron con un ligero ademán de sus cabezas, y el doctor se dirigió con paso veloz hacia la puerta.
Los oficiales permanecieron un rato más de pie frente a la camilla, contemplando a su ocupante en silencio, casi como esperando que el deseo de Samantha se cumpliera y en cualquier momento abriera sus ojos y les hablara. Aquello, por supuesto, no pasó. Y tras unos minutos, o quizás menos, ambos se dirigieron a la puerta sin necesidad de indicarle al otro que era tiempo de irse.
—¿Balística ya comparó si las balas en el cuerpo de esta chica concuerdan con las de la otra mujer muerta en la bodega? —preguntó Arnold en voz baja mientras caminaban.
—No he recibido su informe —respondió Samantha, negando con la cabeza—. ¿Sigues pensando que ambos casos están conectados?
—Llámalo una corazonada.
La Det. Hills sonrió, divertida. Las corazonadas de su compañero solían dar en el clavo una de tres veces, pero eso no le impedía seguir cada una como un gato al punto rojo del láser, esperando que lo llevaran a algo. Y para bien o para mal, era ella a quien le tocaba acompañarlo en cada una de sus búsquedas.
En cuanto atravesaron las puertas del área de cuidados intensivos, doblaron a la derecha para dirigirse hacia el vestíbulo. Sin embargo, habían dado apenas unos tres pasos cuando escucharon una voz a sus espaldas:
—Detectives —pronunció con tono animado, obligando que ambos se detuvieran y se giraran en sincronía hacia atrás. Miraron entonces a una joven de cabellos rubios quebrados, aproximándose hacia ellos sobre una silla de ruedas que ella hacía avanzar lentamente con sus manos—. Qué sorpresa verlos por aquí —dijo aquella joven, esbozando una amplia y despreocupada sonrisa—. ¿Me estaban buscando, acaso?
Su cabello estaba algo desalineado, su rostro un poco pálido, y sus ojos mostraban unas discretas ojeras por debajo de ellas. Aun así, ciertamente les resultó familiar desde el primer vistazo, pero sólo cuando estacionó su silla de ruedas a un par de metros de ellos, Arnold logró identificarla con certeza.
—Tú eres… la asistente del joven Thorn —murmuró el Det. Stuart, señalándole—. No, corrijo. La asistente de su tía, ¿no?
Ese pedazo de información era justo el que le faltaba a Samantha para también identificarla. Era la joven que estaba en ese pent-house en donde dos desconocidos habían ingresado por la fuerza hace dos días. Ella estaba ahí con aquel chico, Damien Thorn, cuando ambos fueron a interrogarlo sobre el allanamiento. Samantha recordaba sobre todo que aquel muchacho había sido un tanto grosero con ella. Aunque claro, era difícil que aquello no fuera opacado por el hecho de que Andy Woodhouse en persona se había presentado también en aquel sitio de la nada.
Definitivamente había sido un día fuera de lo común.
—Qué buena memoria, detective —indicó la joven de la silla de ruedas, asintiendo—. Pero si vienen a hacerme alguna pregunta sobre el ataque, ya di mi declaración completa a los otros oficiales, y no creo tener algo más que añadir. ¿O es que tienen alguna novedad?
—No, lo sentimos, señorita… —se apresuró a responder Samantha, quedándose a la mitad de su explicación al no recordar su nombre, si es que acaso se los había dado en aquel entonces.
—Selvaggio —indicó la joven rápidamente—. Verónica Selvaggio.
—Srta. Selvaggio —pronunció la Det. Hills con mayor seguridad—. La verdad es que estamos aquí por otro asunto. Pero escuchamos lo ocurrido.
Era difícil no hacerlo. La extraña explosión ocurrida en el pent-house del edificio Monarch esa misma noche de hace dos días, había sido una noticia demasiado sonada por toda la ciudad. Y Arnold en particular no había soltado el tema en todo ese tiempo.
—¿Se encuentra bien? —añadió Samantha, sonando sincera.
Verónica le sonrió con sosiego, sus labios rojizos resaltaban en la palidez de su rostro.
—Bueno, lo más bien que se puede estar luego de recibir un disparo y que una varilla de acero te atraviese la pierna —bromeó divertida, encogiéndose además de hombros—. Pero sí, estoy bien. Recuperándome.
—Nos alegra escucharlo —expresó Samantha, y se dispuso al momento a disculparse para que se retiraran de una vez. Sin embargo, Arnold se adelantó a hablar primero; justo lo que intentaba evitar.
—Es una pena que haya tenido que estar presente cuando eso ocurrió —masculló el Det. Stuart, en un tono que no dejaba claro si era una afirmación, o algún tipo de pregunta disfrazada.
—Mala suerte, diría yo —respondió Verónica con tono relajado.
—¿Y el chico Thorn? —preguntó Arnold justo después—. Entiendo que él no estaba.
—Oh, no —contestó Verónica, negando rápidamente con la cabeza—. Gracias a Dios no. Él ya estaba en ese momento camino de regreso a Chicago.
—¿Y usted no iba con él? —preguntó Arnold, sintiéndose en ese punto ya algo insistente.
—Esa era la idea, pero me atrasé con algunos asuntos —respondió Verónica con tranquilidad, encogiéndose de hombros—. ¿Acaso me está interrogando, detective? Porque me dijeron que no hablara con la policía sin un abogado de Thorn Industries presente. Por seguridad, usted sabe.
—Lo entendemos —se apresuró Samantha a intervenir, dando un paso al frente antes de que su compañero prosiguiera—. Y disculpe las molestias, Srta. Selvaggio. —Sacó en ese momento de su bolsillo una de sus tarjetas, y se la extendió a la joven en la silla de ruedas—. Si podemos ayudarle en cualquier cosa, no dude en llamarme. ¿De acuerdo?
—Muchas gracias, detective —agradeció Verónica, tomando la tarjeta entre sus dedos, y después le sonrió con gentileza.
—Si nos disculpa —murmulló la Det. Hills justo después, y al momento tomó a su compañero del brazo y prácticamente comenzó a jalarlo a la salida.
Mientras se alejaban, Verónica los despidió desde su silla, agitando lentamente una mano en el aire.
—¿Qué te pasa? —le reprendió Samantha a Arnold, una vez que estuvieron lo suficientemente lejos—. Ese ya no es nuestro caso, y lo sabes.
—Y hace que te preguntes el porqué, ¿no crees? —le respondió Arnold con reticencia.
Samantha suspiró, un tanto cansada, y un tanto más resignada.
—¿Acaso también crees que esa explosión tuvo que ver con los otros dos casos?
—No dije eso —murmuró Arnold entre dientes, no sintiéndose del todo sincero—. Sólo que pasaron muchas cosas raras ese día.
—Ya hablamos de eso, ¿recuerdas? Son los Ángeles, Det. Stuart; pasan cosas raras todo el tiempo.
Ambos salieron por las puertas automáticas del vestíbulo principal, siendo recibidos por el sol de la tarde, intenso y brillante, pero el clima fresco lo compensaba un poco.
—Deja tus conspiraciones por un segundo y mejor dime qué planes tienes para Acción de Gracias —propuso Samantha de pronto, más que deseosa de cambiar de tema.
Arnold soltó una risilla irónica antes de dar su respuesta.
—¿Además de ir al bar, beber y ver el juego como siempre? Nada en especial. ¿Por qué la pregunta? ¿Piensas invitarme a cenar?
—Lo dices como si fuera una horrible alternativa —masculló Samantha con tono de ofensa. Ambos ya se estaban encaminando por el estacionamiento hacia su vehículo.
—No es eso, sólo que sabes que yo y tus pequeños no nos llevamos muy bien…
La Det. Hills no pudo evitar reírse divertida. Arnold Stuart era una persona curiosa que acostumbraba cuestionar a todo el mundo sobre casi cualquier cosa, pero se portaba evasivo cuando era él quien tenía que responder preguntas; en especial si estás venían de un niño de ocho y un niña de diez, y rozaban tan peligrosamente el terreno de lo personal como sólo un niño sin demasiados filtros podía atreverse. Samantha debía reconocer que resultaba divertido ver a su enorme compañero, cuya apariencia por sí sola bastaba para intimidar hasta los pandilleros más aguerridos, siendo intimidado por dos pequeños
—Supéralo, Arnold —señaló Samantha, dándole un par de palmadas en su brazo—. Además, estás de suerte pues Richard los tendrá toda la semana, y se los llevará a Flagstaff. Así que seríamos sólo tú, yo… —Hizo una pequeña pausa, carraspeó un poco, y sólo volvió a hablar cuando ambos se encontraban en lados opuestos del vehículo—. Y Minerva…
Arnold volteó a verla rápidamente por encima del techo del auto. Sus ojos se abrieron grandes, casi como los de un animal espantado preparándose para correr.
—¿Tu hermana? —exclamó con más fuerza de la necesaria. Por supuesto no era una pregunta real; él sabía bien de quién le hablaba—. No, Sam. No otra vez.
—Tranquilo —musitó Samantha entre risas—. Actúas como si te hubiera arrollado con el auto o algo. Sólo fue una cita, y según ella no salió tan mal como tú dices. Anda, sin ti, se me quedará todo el pavo guardado hasta Navidad.
Samantha hizo una nada sutil cara de inocente suplica, que muy poco pegaba con ella como bien Arnold sabía. Éste suspiró con pesadez y miró a su alrededor, como si en verdad estuviera buscando la mejor ruta de escape posible.
—Haré también ese puré que tanto te gusta —murmulló Samantha con tono juguetón.
—Lo pensaré, ¿de acuerdo? —respondió Arnold algo resignado, abriendo justo después la puerta de su lado para meterse al auto—. Pero nada de dejarnos solos, ni que me pidas llevarla a su casa cuando termine la cena, ni nada parecido.
—¿Por quién me tomas? —masculló Samantha entre risas, subiéndose también en el asiento del conductor.
El vehículo se dirigió a la salida del estacionamiento unos minutos después.
— — — —
Cuando los detectives la dejaron, Verónica se dirigió hacia el interior del área de cuidados intensivos, como era su plan original. Intentó ser lo más discreta que una chica en sillas de ruedas podía ser. Su Señor debía estarla cuidando, pues sólo se cruzó con una enfermera en su trayecto, pero ésta parecía tener algo mucho más importante que hacer pues prácticamente la pasó de largo sin cuestionarle si debería estar ahí o no.
Guió entonces su silla hacia la tercera camilla a la derecha, la misma que los detectives Stuart y Hills habían ido a visitar hace unos momentos. Su ocupante, por supuesto, continuaba en el mismo estado de inconsciencia. Verónica se colocó justo a un lado de la camilla, e inclinó su cuerpo al frente, lo más que su herida le permitió, para echarle un vistazo al rostro dormido de la hermosa Mabel, alias la Doncella del una vez temido, aunque poco conocido, Nudo Verdadero.
Fue una sorpresa el encontrarla en ese sitio; ni siquiera esperaba que siguiera con vida. Y, viendo las heridas que le cubrían el cuerpo, su suposición no estaba tan desacertada. Al parecer la Doncella se encontraba más fuerte de lo que pensaba. De seguro el vapor que Damien le había dado recientemente tuvo algo que ver. Aun así, evidentemente no había sido suficiente para evitar que entrara en ese estado comatoso. Y aunque no se consideraba del todo conocedora de cómo era la anatomía de estas criaturas no humanas en particular, dudaba que hubiera algo que la medicina de ese sitio pudiera hacer para ayudarle.
Lo único que podría darle el empujón suficiente para levantarla de esa camilla, era una dosis de vapor. Pero tendría que ser más directo que los vagos rastros que de seguro flotaban en el aire de ese sitio, cortesía de la gente muriendo o sufriendo de dolor de ese hospital, y que muy seguramente eran los culpables de ese envidiable rubor que le coloreaba las mejillas, pero que no haría mucho más por ella.
¿Quedaría alguno de los cilindros que Damien tenía? Lo dudaba. Le parecía que Mabel se había llevado el último cuando se fue del pent-house para buscar a Samara. Así que si la quería de pie pronto, tendría que obtener esa dosis de vapor de alguna otra parte. Y tendría que ser lo más pronto posible, pues mientras más tiempo pasara ahí más probable era que los médicos se dieran cuenta de que estaban lidiando con alguien, o algo, muy lejos de ser común.
Pero, ¿valdría la pena arriesgarse tanto? Era cierto que necesitaba a alguien que cuidara sus intereses en Maine mientras se recuperaba, pero esta mujer no era del todo confiable. Pero tenía dos cosas a su favor: primero, Verónica tenía algo que ofrecerle para que el trabajar con ella le resultara al menos tentador. Y segundo, la Doncella ahora estaba totalmente sola, y una persona sola se podría volver desesperada.
Como fuera, primero tendría que pensar de dónde sacar el vapor, y luego preocuparse si el riesgo lo valía o no.
Pensativa, y algo frustrada, dirigió su silla de nuevo de regreso al pasillo, y posteriormente se encaminó hacia los elevadores. En el camino, sin embargo, cruzó justo enfrente de uno de los módulos de las enfermeras, donde un chico con chaqueta de paramédico se encontraba al parecer firmando unos formularios.
Verónica se detuvo unos instantes y contempló a aquella persona desde la distancia. Le parecía conocido. Era alto y joven, quizás un poco más de veinte años. Piel morena, cabello negro corto; latino, si no se equivocaba. ¿De dónde lo conocía?
El chico terminó de firmar los papeles y se los extendió junto con la pluma a una de las enfermeras. Intercambió unas cuantas palabras con ella que Verónica no alcanzó a escuchar. Ambos se sonrieron, y luego soltaron una risa, con el volumen moderado considerando el lugar en el que estaban. El joven paramédico se despidió, y entonces avanzó en dirección a Verónica. Cuando estuvo a unos cuantos pasos de ella, supo al instante de dónde lo conocía. Y, cuando los ojos de él se posaron en ella a su vez, fue evidente que él también la había reconocido.
—Hey, hola —dijo el joven paramédico, esbozando una luminosa sonrisa.
—Hola —murmuró Verónica despacio, acercando un poco más su silla hacia él—. Yo te conozco, ¿cierto? Eres el paramédico que me atendió afuera del edificio la otra noche.
—Sí —asintió el joven—. Bueno, uno de ellos, sí.
—Muchas gracias —murmuró Verónica, sonriéndole de regreso—. Salvaste mi vida.
—No, claro que no —murmuró el paramédico, claramente apenado—. Yo sólo…
—Acepta el agradecimiento, ¿quieres? —rio la mujer en la silla de ruedas, y justo después le extendió una mano a modo de saludo—. Soy Verónica.
—Miguel, encantado —le respondió el muchacho, estrechándole la mano que le extendía, aunque cuidado de no ejercer demasiada fuerza.
En cuanto sus manos se tocaron, Verónica lo percibió claramente. Era poco, apenas lo suficiente para ser perceptible… pero podría ser suficiente para lo que necesitaba.
—¿Cómo te estás sintiendo? —preguntó el paramédico Miguel con genuino interés.
—Un poco mejor —respondió Verónica, encogiéndose de hombros. Su semblante se tornó serio de pronto—. Tú… atendiste también a ese otro hombre, ¿cierto? El que murió en la ambulancia.
Aquella repentina mención pareció poner notablemente nervioso a Miguel, o quizás más incómodo que otra cosa.
—Sí, yo… —balbuceó mirando en otra dirección—. No sabía que él había sido el responsable de aquello, o que te había atacado.
Verónica sonrió levemente. Así que esa versión de los hechos ya se había esparcido; eso le complacía.
—¿Hubiera cambiado algo si lo supieras? —inquirió Verónica con tono de complicidad—. Era tu deber intentar salvarlo, ¿cierto? Y pareces ser alguien que nunca haría a un lado su deber, sin importar de quién se tratase.
—Sí, supongo que es cierto —musitó Miguel en voz baja. No parecía ser que dudara de la veracidad de la afirmación, sino más bien le daba pena admitirlo frente a ella, temeroso de que aquello la pudiera molestar de alguna forma.
«Si supieras…» pensó Verónica, divertida por dentro como una niña que hizo una travesura por la que terminan culpando a su hermanito.
—¿Te dijo algo? —le preguntó de pronto, tomando un poco por sorpresa al paramédico.
—¿Cómo qué?
—No sé —respondió Verónica, encogiéndose de hombros—. Todo lo que pasó es muy confuso para mí. Ni siquiera estoy segura de por qué ese hombre hizo todo eso. Sólo pensé que quizás te habría dicho algo que lo aclarara todo un poco.
Miguel vaciló. Intentó disimularlo, y quizás a una persona común esto hubiera pasado desapercibido. Pero para el ojo observador de Verónica, fue claro que sí había algo que le cruzaba por la cabeza, pero no estaba muy convencido de compartirlo. Y tras unos segundos de meditación, su elección fue en efecto guardárselo.
—Nada, lo siento. Sólo desvariaba, pero no decía nada… con sentido.
Verónica asintió y sonrió, sabiendo con total certeza que mentía. Desconocía qué clase de “desvaríos” eran los que Jaime había compartido con él, pero podía imaginarlos, y le preocupaba un poco. En especial si entre ellos se incluía la palabra “Anticristo” o el nombre de “Damien Thorn”.
—Tengo que irme, lo siento —se disculpó Miguel de pronto, señalando en dirección a la salida.
—Sí, descuida —musitó Verónica, haciendo su silla a un lado para abrirle el paso. Sin embargo, Miguel apenas y dio un par de pasos antes de que le hablara de nuevo—. Pero, oye… ¿Qué harás hoy en la noche?
Miguel se detuvo y se giró hacia ella, un tanto confundido.
—¿Perdón?
Verónica aproximó su silla de nuevo hacia el joven paramédico, con movimientos de sus manos sobre las ruedas que se sentían incluso tímidos.
—La verdad es que… me he sentido muy sola —susurró la joven italiana, agachando su mirada con vergüenza—. No soy de aquí, y no conozco a nadie en realidad. Fuera de abogados y la policía, nadie más ha venido a verme; ni siquiera mi madre ha podido desocuparse de su trabajo lo suficiente como para tomar un avión y venir a visitarme. Y tú en verdad me pareces un chico lindo. Sólo pensaba que, quizás, sería agradable pasar el rato con…
Hizo una pausa, y desvió su rostro ruborizado hacia un lado, cubriéndose la boca con una mano.
—Olvídalo, es una tontería —comentó de pronto, haciendo girar la silla rápidamente—. No me hagas caso.
—No, no, está bien —pronunció Miguel rápidamente, avanzando con apuro hasta colocarse a su lado antes de que se fuera. Verónica detuvo su huida, volteando a verlo desde abajo con mirada reservada—. Yo… hoy termino mi turno a las ocho —le informó el paramédico, sonriéndole nervioso—.  Puedo pasar quizás a esa hora o a las nueve. Podríamos charlar, o bajar a comer algo a la cafetería, si quieres.
Verónica sonrió dulcemente, y su rostro se suavizó un poco.
—¿Te dejarán entrar fuera del horario de visitas?
—Conozco a varias personas aquí —contestó Miguel con tono confiado—. Puede arreglarse.
—Muchas gracias —exclamó Verónica, visiblemente encantada—. En verdad eres un buen chico, Miguel…
La joven aproximó sólo un poco más su silla a él, pero esos escasos centímetros resultaban quizás ya ser demasiados. Y antes de que Miguel lograra reaccionar o decir algo más, notó que algo en la mirada de aquella chica cambiaba. En general la dulzura y agradecimiento seguían presentes, pero detrás de esos ojos claros, revoloteaba una chispa ladina, casi seductora, con la que Miguel debía aceptar no estaba del todo acostumbrado. Pero que aun así, lo tuvo lo suficientemente cautivado para que se quedara quieto, sin desviar su mirada en ninguna otra dirección que no fuera en la que se encontraba el delgado y sonrosado rostro de ella.  
—Yo… te aseguro que haré… que valga la pena —susurró Verónica muy despacio, únicamente para los oídos del chico delante de ella. Miguel sintió de pronto una de sus manos sobre su brazo; no supo en qué momento la había colocado ahí, pero sí que sintió como las yemas de sus dedos se deslizaban por su piel, llegando a su mano, y saltando discretamente de está a su cintura, y luego bajando lentamente por el costado de su pantalón—. Quizás esté herida, pero… hay varias cosas que puedo hacer por ti, sin necesidad de levantarme de esta silla…
Miguel se quedó totalmente mudo, escuchando el sonido de su propio corazón retumbando en sus oídos. No lo había notado en un inicio, debido a su evidente estado actual. Sin embargo, de un momento a otro no pudo evitar reparar en lo singularmente atractiva que era aquella muchacha. No era precisamente una belleza convencional como las chicas que a Miguel le solían gustar, pero… había algo en sus ojos y en la forma tan específica de su sonrisa que simplemente lo flechó. Y el roce de sus dedos, aunque fuera a través de la tela de su ropa, lo hizo estremecerse como si lo hiciera directo contra su piel desnuda.
Se quedó tan embobado con todo esto, que sólo reaccionó hasta que sintió que los dedos que bajaban por su pantalón se retiraron abruptamente. Notó entonces que Verónica sujetaba ahora entre sus dedos su teléfono, mismo que hasta hace un segundo traía guardado en su bolsillo izquierdo, apenas sobresaliendo un poco de éste, pero lo suficiente para que Verónica lo tomara y lo retirara sin mucho problema.
La chica en la silla de ruedas le ofreció una discreta mirada coqueta, antes de voltearse hacia la pantalla de su teléfono y comenzar a mover sus pulgares sobre ésta, evidentemente escribiendo algo en ella. Miguel sintió el impulso de preguntarle qué hacía, pero su mente estaba tan aletargada todavía que ninguna palabra surgió de su boca, y en su lugar solamente permaneció en silencio, observándola como una obediente mascota.
—Mi número —indicó Verónica, extendiéndole el teléfono de vuelta una vez que terminó. Desconcertado, Miguel tomó de nuevo el teléfono y lo revisó. La pantalla desplegaba la lista de contactos, en la cual había uno nuevo bajo el nombre de V. S.
—¿Cómo lo desbloqueaste? —fue la primera pregunta que logró articular de alguna forma, aunque no por ello resultaba la más relevante. Como fuera, Verónica no le respondió, y se limitó a simplemente guiñarle un ojo.
—¿Hasta la noche? —comentó tras unos segundos, a lo que Miguel sólo pudo responderle con una afirmación:
—Hasta la noche…
Con su cabeza dando vueltas, y con una presión bajo su pantalón que había surgido repentinamente y resultaba difícil de pasar por alto, Miguel se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, andando por un rato como zombi sin un rumbo fijo. Verónica lo contempló mientras se alejaba, sin borrar la sonrisa astuta de su rostro.
Era en verdad un buen chico, pero un chico al final de cuentas. Y Verónica había aprendido muy bien cómo leerlos y manejarlos; desde luego, mucho antes de que “Verónica” fuera su nombre.
FIN DEL CAPÍTULO 126
Notas del Autor:
—Los detectives Samantha Hills y Arnold Stuart son personajes originales no basados en ningún personaje ya existente. Estos ya habían aparecido anteriormente, primero en el Capítulo 105 interrogando a Damien, y posteriormente en el Capítulo 113, sacando a Mabel inconsciente del canal.
—El paramédico Miguel es también un personaje original no basado en ningún personaje ya existente. Ésta ya había aparecido anteriormente en el Capítulo 112 atendiendo a Jaime y posteriormente a Verónica.
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