#Quinchos listos
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nomadequinchos · 2 months ago
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Quinchos listos para disfrutar: Soluciones rápidas y modulares
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rinconscout · 4 months ago
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El campamento de invierno 2024: El fin de una etapa y el inicio de otra
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¡Hola a todos! Hoy quiero contarles sobre el campamento de invierno en la Sede Social de la Cooperativa San Cristóbal, en la Ciudad de Limpio. Un lugar con mucho espacio verde, un bosque en el fondo y un gran quincho que fue el cubil de los lobatos. Los scouts, eligieron un bosque en la entrada del local, y los caminantes se instalaron al costado del predio. Fue una experiencia especial para todos, ya que significó un desafío debido a las bajas temperaturas y el clima inestable, con lluvia y mucho frío.
Salimos temprano el viernes 12 de julio, a las 7 de la mañana, con toda la energía y emoción que caracteriza a nuestro grupo. Al llegar al lugar, nos pusimos manos a la obra para armar nuestras construcciones, lo que nos mantuvo ocupados hasta que se puso el sol (es un decir, porque el clima estuvo nublado todo el día y nos impidió ver el sol). Fue genial ver nuestro rincón listo, sabiendo que tendríamos un lugar para compartir con el equipo.
La primera noche fue súper divertida con una temática de "TikToks", ¡sí, los más graciosos del momento! Cada unidad presentó su actuación, llenando la noche de creatividad y risas, y haciendo que todo el campamento disfrutara de un espectáculo inolvidable.
El sábado, aunque nos sorprendió la lluvia, seguimos adelante con algunos juegos y actividades en equipo. Los equipos Guairá y Yaguarón se mantuvieron unidos y con buen ánimo a pesar del clima.
La lluvia no apagó nuestro espíritu durante el fogón nocturno, que fue uno de los más entretenidos en los que he estado. Estuvo lleno de canciones, actuaciones y muchas risas, fortaleciendo aún más nuestros lazos como grupo. Aunque la lluvia limitó algunas actividades, la noche estuvo llena de buena onda y momentos inolvidables.
El domingo llegó el momento de despedirse, y desmantelamos el campamento con una mezcla de nostalgia y gratitud. Hicimos los pases de unidades, un momento simbólico y emocionante que marcó el fin de una etapa para algunos y el comienzo de otra.
Ceci pasó de la manada a la patrulla Pantera en la tropa, Yessenia se unió a la comunidad de caminantes, y finalmente, Sebastián, Ian y yo pasamos al clan de Rovers.
Este campamento fue un hito inolvidable para mí, no solo por las anécdotas, sino porque marcó el comienzo de un nuevo camino lleno de desafíos y oportunidades en mi camino como scout.
¡Hasta la próxima! Siempre listo
Asunción julio 2024
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dunklebar · 4 years ago
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Cumpleaños
El ambiente en casa se hacía insoportable, las paredes me ahogaban y el ruido del tránsito llenaba el silencio entre nosotros, como una vez lo hizo la conversación y la risa. Pero ahora no quería conversar, no quería arreglar nuestros problemas ni agachar el moño. Había explicado mi caso, di mis razones y expliqué mis actos y emociones, pero fue como hablar con una pared. Me había agotado, necesitaba respirar, me subí al auto y raudo manejé al parque más cercano.
Era un día soleado de septiembre, los árboles comenzaban a llenarse de verde, las mantas de picnic abundaban y las marcas de incontables bicicletas surcaban los senderos, mientras que la risa de familias y amigos, las arengas de grupos de personas haciendo deporte y el beat de algún parlante lejano, le daban música al aire primaveral.
Me senté bajo la sombra de un árbol, esperando que la frustración se disipara con el humo de mi caño, el cual se colaban entre las ramas del jaracandá que me servía de refugio. Me recosté apoyando la cabeza en su base, expulsé otra bocanada de humo, vi las olas grises surfeando en cámara lenta por el aire, tosí ligeramente. Me acompañé de mis audífonos y ritmos en lo-fi para serenar mis pensamientos.
Treinta minutos después de haber meditado acerca de mis problemas bajo el meloso sopor del cannabis: luego de deconstruir los discursos de ambos lados, armar la escena, desarmarla, armarla de otra forma, el resultado era el mismo. Sólo quedaba volver y tratar nuevamente de solucionar las cosas. Miré mi celular, tenía mensajes de él:
Tengo que ir a trabajar Lo más probable es que esté hasta tarde No quiero que estemos enojados Tal vez hay cosas que debo cambiar Hablémoslo a la noche, besitos Tqm
Parece que mis palabras llegaron a sus oídos y había luz en el túnel. Cuando iba a responderle en el mismo tono cariñoso, entró otro mensaje. Esta vez era de mi amigo Pedro:
Hola amiguita, buen día Esto es de súper última hora Le celebraré el cumpleaños al gordo Un asado, así que trae a tu gordo Lleguen a partir de las 14 horas, porfa Te quiero!
Eran las 12.30, tendría que ir sólo a un cumpleaños donde suelen ir muchos osos, algunos conocidos y otros por conocer. El universo me estaba dando las señales: pelea con resultado favorable para mí, libertad por el resto del día, coincidentemente me había duchado, perfumado y vestido bonito; era cosa de pasar por una caja de chocolates a una gasolinera y estaba listo para un cumpleaños. Pero tenía que resolver mi cabo suelto. Le respondí a mi gordo:
Hablemos tranquilos a la noche Yo también tqm Pedro me invitó al cumpleaños de Miguel Estaré allá Besos
Súper Páselo bien y me saluda a los chiquillos Tqm
Dos horas después, me estacionaba frente a la casa de mi amigo. Me bajé, chocolates en una mano y botella de vino en la otra. Pedro me esperaba afuera. Me abrazó y besó ligeramente en los labios, podía sentir el olor a humo de carbón en su delantal parrillero y el aroma de humo de mariguana en su bigote. Entramos a su casa de dos pisos, sus muebles la mayoría restaurados de la casa de sus abuelos, con colores caoba, esmeralda, terracota, vainilla, aguamarina, burdeos, cuadros antiguos, papel tapiz con diseños rococó y grandes fotografías de retratos en blanco y negro. Siempre me sentido dentro de una película de Almodóvar cuando estoy ahí y me encanta.
Salimos al jardín trasero y en el quincho estaba el cumpleañero con su acostumbrada sonrisa picarona al verme (hemos hecho travesuras en el pasado); a su lado un par de amigos los que reconocía de carretes previos, todos me resultaban bastante simpáticos; y un gordo, que estaba sentado dándome la espalda, pero que al escuchar el “¡Miren quién llegó!” de Pedro, se puso de pie. El gordo, un oso venezolano de mi altura (178), grande, moreno, panzón, con amplia espalda y pechos que se apegaban a su polera; piernas y culo gordos, propios de los caribeños, que casi hacían reventar la tela de sus shorts azules. Me saludó con familiaridad, me abrazó y apegó a su tremenda y cálida anatomía. Intenté disimular el hecho que no recordaba quién era. Su voz sí se me hacía conocida, las palabras al salir de sus gruesos labios tenían una melodía que antes había escuchado. Me apartó de él, pero sujetándome de los brazos, muy servilmente me dijo “¿Le traigo algo, gordito: cerveza, vino, champán, bebida, agua?” ¡ya sabía quién era! Alejandro. Había engordado desde “la cita” en que nos conocimos. Nos ubicamos por Growlr y, una hora después, había llegado a mi departamento. Aquella vez fácilmente pudo habernos interrumpido mi conserje pensando que estaban matando a alguien, y la verdad es que casi lo hace. Por cerca de tres horas Alejandro me recorrió el cuerpo con su boca, me comió el culo en 5 posiciones diferentes, me folló con la fuerza de un gorila del Congo y su verga gigante me dejó inhabilitado por toda una semana. Días después, me compré un dildo y lo bauticé con su nombre. Aunque siempre he pensado que no le hace honor.
Estático en los brazos del Alejandro de carne y hueso, en presencia de mis amigos, me congelé por cinco segundos y dije efusivo “¡Shampán!”. “Sale una champán heladita, con hielo”, le dio unas palmadas a mis brazos, frotándolos ligeramente con sus pulgares y me guiñó el ojo. Al retirarse, Pedro puso su brazo en mis hombros y dijo “Yo sé cómo va a terminar esto…” y rió picaronamente mientras nos sentábamos en uno de los sillones del quincho. Alejandro llegó con una copa grande se espumante con hielo.
Los invitados comenzaron a llegar: parejas, amigos que llegaban solos como yo, otros conocidos recurrentes en los almuerzos y carretes de Pedro y Miguel, y el heterosexual de todo carrete gay, en este caso un compañero de colegio del cumpleañero y la hija de 14 años de su pareja, Isidora. Hermosa y sociable con todos sus tíos gais. Educada, conversadora y sonriente, de esa clase de niñas que eran amigas de todos en el colegio. La conversación se amenizaba en la medida que la comida y los caños aparecían. Ceviche y cannabis son una excelente combinación para esperar un asado. Todos fumaban salvo Isidora que se reía de las conversaciones de sus tíos volados.
Dos copas más de SHAMPÁN con hielo después y no podía quitar los ojos del bulto en entre las piernas regordetas de Alejandro. Su panza descansaba sobre ellas, a veces se la acariciaba sabiendo que lo estaba mirando. Me tenía hipnotizado la viruta de vello negro que se asomaba por sobre el escote y su cuello grueso y moreno. De repente me lo topaba con los ojos y me guiñaba, me ruborizaba y no sabía si era por mi deseo al oso caribeño o por el alcohol, que de a poco nublaba mi juicio. Sentía la risa de los invitados difusa entre nubes de espumante y cannabis. De pronto Alejandro refregó su cara con ambas manos, movió la cabeza expulsando aire por sus labios como si saliera bajo el agua y dijo “Estos muy ebrio y vola’o… iré a estacionarme un ratico”, sin que nadie le diera atención. Se puso de pie y enfiló hacia la casa. Refugiado en mis lentes de sol, lo seguí con la mirada hasta que entró por la puerta de la cocina. Conté hasta diez y me puse de pie, queriendo ser invisible, fuera de la atención del cumpleaños. Nadie dejó de conversar y me alejé de la algarabía logrando pasar desapercibido.
Al entrar por la cocina escuché la puerta del estudio de Pedro abrirse. Crucé la cocina, el cuarto de estar y comedor, en una vorágine de candelabros de lágrimas, papel tapiz con diseños tripofóbicos y muebles con manillas de bronce dorado, un túnel por la decoración almodovariana de mi amigo; hasta llegar al estudio, decorado con papel tapiz azul con patrón de flores de elís doradas; un espejo gigante de marco de roble oscuro con tallados a mano en los bordes que cubría gran parte de la pared del fondo, en la cual también descansaba un seccional marrón. En el pequeño corredor desde la puerta al estudio, estaba la puerta a un baño privado, con ducha incluida. El estudio también tiene acceso al exterior a través de una ventana que da a un pequeño jardín aislado, con una fuente de piedra de un niño gordo que orinaba el agua. Desde ese jardín, por un camino de piedras y un pequeño parrón se llega al jardín principal, donde está el quincho y al cumpleaños. El jardín pequeño era un refugio cubierto de enredaderas, mosnteras, mantos de Eva y flores de buganvilias.
Cerré la puerta del estudio y avancé entre los tambaleos del espumante, Alejandro orinaba en el baño, pero notó mi presencial. Me dejé caer en sofá, entre los cojines y mantas que lo decoraban. Alejandro salió del baño refregando sus manos por la barba, sonrió mientras caminaba y dijo “Hola gordito”, con la ternura de su acento caribeño y desplomó a mi lado. Acercó sus labios carnosos con los ojos cerrados y devoró mi boca. Sus manos estrecharon mi cuerpo, apegándolo a su torso, enterrando sus enormes dedos en mi espalda y mi culo. Bajó sus fauces a mi cuello, mordiéndolo suavemente, enterrando sus colmillos en mi garganta, succionando mi piel. Se puso sobre mí y con sus ojos entrecerrados me volvió a besar, intensamente, quitándome la respiración, abriendo mis piernas con las suyas; rodeé su cintura con mis piernas y enganché mis pies para no soltarlo. Tomó mi polera, la sacó de golpe y quitó la suya. Su cuerpo enorme cubierto en pelo me cubría por completo, la gravedad de su peso me cortaba la respiración, su piel cálida, firme, dura y áspera era la de un macho que buscaba alimentarse de mí. Mis manos buscaban ansiosas por su verga que pujaba dura por sobre su short. Metí la mano bajo su slip para sentirla, larga y gruesa como la recordaba, pero me la sacó y susurró “No, yo lo llevo”. Con su fuerza de gorila me hizo girar y me dejó boca abajo, enterrado en los cojines. De un solo tirón bajó pantalón, bóxer y zapatillas, me vi completamente desnudo y a su merced. Tomó mi culo con ambas manos, lo levantó, hizo temblar mis nalgas y con dos fuertes palmadas lo abrió y enterró su cara en él. Una descargar eléctrica sacudió todo mi cuerpo mientras su lengua alcanzaba los más profundo de mí, golpeando mis cavidades, humedeciendo y dilatando mi interior. Sus manos gigantes desgarraban mi culo, su lengua mojaba mi carne, sus dientes se enterraban en mis glúteos peludos, sus labios succionaban mi ano como si quisiera absorber el aire en mi interior, mientras que mis gritos los ahogaba en los cojines del seccional.
Sin dejar de devorar mi culo, sus manos se deslizaron bajo mi cuerpo, apretó mis tetillas y agarró con sus palmas mis pechos, su estimulación aumentaba mi deseo porque me invadiera. Levanté el culo para su lengua su lengua completa dentro mío, pero con un impulso se levantó a mi altura, puso su panza sobre mi espalda y deslizó el tronco de verga entre mis nalgas. Comenzó a embestirme suavemente jugando con su verga en mi culo mojado con su saliva. El morbo me consumía mientras pensaba en que había un cumpleaños afuera, por más que las puertas y ventanas estuvieran cerradas.
Se puso de pie y dejó caer su ropa. Caminó al otro lado del sofá, donde estaba mi cabeza y acarició mi nuca. Levanté la vista, su verga me miraba, erecta, enorme, mojada. Me tomó del cabello, me empujó el mentón hacia abajo con un pulgar y metió lentamente su carne en mi boca. Sentí cada centímetro de piel, cada vena sobre mi lengua y entre mis dientes, hasta que su glande tocó el fondo de mi garganta. Me ahogué y con una arcada quise expulsarla, pero dijo “No, entera” y la metió nuevamente hasta que mi nariz se enterró en su pubis y mi frente en su panza. Sentí golpeaba mis amígdalas mientras una lágrima caía con orgullo por mi mejilla. Me volví a ahogar, más sonoro, como si fuera a vomitar, pero sólo me la alejé un poco, para volvérmela a tragar. Repetí varias veces ese movimiento entre sus gemidos. Estaba deliciosa. Me la saqué entera de la boca y vi como un hilo de baba mantenía conectada mi lengua con su verga morena. Lo miré hacia arriba con los ojos llenos de agua, él tenía sus ojos entrecerrados y los labios estirados, “Muy bien gordito”, me felicitó. Chupe su cabeza sin dejar de mirarlo, eso lo hizo gemir y gruñir con más furor. Una vez más me tomó del cabello y me abrió la boca sosteniendo el mentón, rápidamente movió su pelvis y me cogió la boca, yo se la recibí sin oponerme, disfrutando que usara mi cabeza como objeto masturbatorio. Cada vez metía más profunda su verga en mi garganta, sentía el olor de su pubis invadiendo mi nariz y su bolas chocando con mi mentón. Alejandro movía la cabeza de un lado a otro,maravillado con mis habilidades orales, gimiendo con los labios estirados, extasiado por el placer que le daba mi boca.
Se volvió a poner detrás mío, esta vez arrodillado en el sofá y con la verga en 90 grados. Levantó mi torso y lo apegó al suyo, me estrujó los pechos y mordió mi cuello; yo le movía el culo jugando con su verga, le acariciaba el cabello con una mano y con la otra apretaba el grueso brazo con el que me abrazaba. Presionó su carne en mi ano mojado de su saliva, ansioso por entrar en mí. De un golpe me empujó y me tiró en cuatro de vuelta al sofá. Me tomó de la cintura con ambas manos y empezó a penetrarme acercando mi cuerpo hacia él; no era que él estaba entrando en mí, era que él estaba usando mi cuerpo como funda para su pene. La presión era abrumadora y exquisita, Mi carne se abría a su paso sin que pudiera detenerlo, sentía que la cadera se me iba a separar, que se me iban a salir los ojos. Llegó hasta el fondo, su pelvis estaba pegada a mis nalgas, aguanté quejidos y gritos, con ojos y dientes apretados, el dolor y el placer se conjugaban en forma exquisita, todos los vellos de mi cuerpo estaban erizados. Me había abierto a su voluntad y sin que pudiera oponerme. Traté de separarme, pero no me dejó, me jaló más hacía él y caí sentado en sus piernas sin despegarme, era suyo y no podía escapar. Me abrazó la panza, besó mis hombros mientras sostenía mi cuello con su otra mano, como si en cualquier momento pudiese estrangularme, pero manteniéndome muy cerca al calor de su cuerpo. Ya no me dolía, mi anillo abrazaba su verga y mi culo gozaba al sentirse relleno por el gorila.
De pronto me embistió con fuerza y volví a caer en cuatro en el sofá. Su cuerpo comenzó a arremeterse contra el mío: sus piernas gruesas chocaban contra mí, sus bolas golpeteaban mi pirineo, me sujetaba de los hombros con fuerza y me decía con la respiración agitada “Gordo ricoooo…”. El placer se incrementaba, mi ano lo recibía sin oponer resistencia, dejándolo entrar con toda su fuerza. Me aferré al sofá, presionando mis rodillas en él para aumentar mi resistencia, eso provocó al macho que impulsaba su cadera como si quisiera dividirme. Agarró mi cabello, empujó mi columna hacia abajo con una mano para que mi culo estuviera aún más levantado y me dio con un ritmo distinto, más rápido, más duro y sacando casi toda su verga para volverla a meter ¡que delicia! Mi cuerpo se estremcía cada vez que chocaba con él, yo sentía como bombardeaba mi próstata, le apretaba el culo y él gozaba, me daba más duro y yo me estremecía.
Me miraba en el reflejo del espejo: mi cuerpo peludo y acalorado, la espalda doblada y el culo levantado para soportar a la bestia que me follaba, 130 kilos de macho caliente, peludo, carnoso, tetón, que se saboreaba cada vez enterraba su verga en mi culo. Yo me ponía duro, firme, y más duro me follaba, le pedía que alimentara mi culo con su carne, que le diera fuerte a mi próstata para electrocutar mi cuerpo.
Cegado por el morbo del momento, me volví a admirar en el espejo, recibiendo el placer que el macho me daba y en el reflejo, parado junto a la puerta del estudio estaba Miguel, el cumpleañero, pantalones abajo masturbándose con el espectáculo que tenía para el solo. Se acercó con su verga erecta y no dudé en comérmela ¡estaba en la gloria! Tenía una verga en la boca mientras otra me rompía el culo. Miguel sacó su miembro, se lo frotó duro mientras yo le mordía y chupaba las tetillas, aumentó la velocidad hasta ahogar un grito y tirar su leche directo en mi barba y pecho. Le lamí el semen de la verga mientras el gorila me seguía cogiendo. Miguel se retiró al baño para limpiarse y el macho nunca se detuvo. Ya limpio, Miguel siguió viendo como Alejandro me daba, pero de pronto entró de golpe al baño. Alejandro se detuvo sin sacar su verga. Voces se escucharon por la ventana al jardín, hasta que la figura de Isidora y su padrastro aparecieron en el estudio. Entraron mirando la puerta del estudio hacia la casa, por lo que por un segundo no nos vieron, hasta que Isidora da vuelta su cara para vernos como dos perros montados en el jardín de su casa y gritó ¡tomé una de las mantas del sofá y grité PERDÓN! su padrastro le tapó los ojos y de un tirón, salieron del estudio.
¡Era la vergüenza más grande que había tenido en mi vida! Alejandro trataba de calmarme, sin salir de mí y Miguel, que trataba de aguantar el ataque de risa, decía “no se preocupen, iré a ver”. Me tomaba la frente con las manos, avergonzado de haber montado tal show en la casa de mi amigo. Eso no pareció afectarle a Alejandro que de a poco siguió embistiéndome. “No se preocupe gordito, no se preocupe” me decía mientras acariciaba con su verga mis interiores. La vergüenza pasaba, el placer volvía. Las manos de Alejandro agarraban mis pechos mientras su verga me pegaba fuerte por dentro. Se separó de mí, me volvió a dar vuelta, esta vez boca arriba, y sujetó mis piernas en el aire para penetrarme. Su panza masiva chocaba entre mis muslos y mi cuerpo rebotaba con cada ola que su empuje daba. Algunos eran suaves, otros eran duros y me hacían morder los labios para no gritar.
Erguí mi torso y lo empujé contra el sof��. Tomé su verga con una mano y me senté en ella. Alejandro agarró mis pechos mientras yo lo cabalgaba. Movía mi cadera rápido y corto, sintiendo el placer de su carne llenando mi culo. Miguel volvió a aparecer por la puerta “Sigan no más, todo está controlado”. Le guiñé uno ojo y se retiró. Giré dándole la espalda sin separarme del macho, apoyé mis piernas en el piso y le di sentones en su cuerpo gigante. De un golde se puso de pie conmigo, mis manos se apoyaron en la pared que tenía en frente y Alejandro se tomó de mis caderas para follarme duro, más duro que en toda nuestra deliciosa sesión. Mis gemidos se intensificaban, sus gemidos se convertían en un alarido, enterró sus dedos en mi culo, su verga se sentía gruesa y caliente, yo mantenía resistencia sin ceder, su verga penetraba duro y con fuerza, sentía que me iba a desgarrar, empezó a gritar y yo a sentir su leche llenando mi culo, su verga engrosada botaba semen, el sudor de su frente me caía en la espalda, su embiste se detuvo pero su cuerpo convulsionaba, su verga no se rendía y buscaba ir profundo dentro de mí.
Me erguí sin separarme de él, me abrazó y nos caímos al sofá. Se despegó y se acostó a mi lado. Llevó su boca a una tetilla y una mano a mi culo, metió sus dedos en mi ano para sentir su leche. “Gordito rico, rico, rico” decía mientras mordía mis tetillas. Yo tenía mi verga erecta y mojada. Me corrí mientras sentía sus dedos jugaban con la viscosidad en mi ano, sus dientes mordiendo mi pecho, su cuerpo sudado pegado al mío. La leche saltó al cojín en el que tenía la cabeza y cayó a la altura de mi ojo, otro disparo llegó a mi barba, pecho y panza, donde cayó la mayoría del semen.
Ambos respirábamos profundo, tirados en un mar de pelos, sudor y semen. Lo besé entre respiros. El sonido del cumpleaños se hacía cada vez más presente en la medida que el momento de calentura pasaba. Me acordé ¡tengo que verle la cara a esa gente nuevamente!
Luego de ducharse Alejandro se vestía en silencio y sonriente. Yo aún cubierto en vergüenza y fluidos corporales, me flagelaba mentalmente e ideaba la forma de salir a mi auto y volver a mi casa sin que nadie me escuchara, pero era imposible. “Gordito dúchese y nos vemos arriba” dijo el gorila antes de besarme rápidamente y desaparecer por la ventana del estudio.
Agradecí el que mi amigo tuviese una ducha a mano y con toallas a limpias a disposición. Quise imaginar cuántos más se habrán duchado aquí en la misma situación, pero el morbo del follón con un oso vergón, la cara de Isidora gritando, la cara de Miguel mirando caliente, la dulce leche de Alejandro escurriendo de mi cuerpo, la cara que pondrán los demás invitados cuando me vean llegar ¿estará enojado mi amigo? Dejé que la ducha fría enjuagara esos pensamientos y refrescaran mi piel. Me vestí con calma, ordené el seccionar, respiré hondo y salí al jardín.
Todos seguían en el quincho. El asado ya estaba servido y varios platos vacíos o con restos se apilaban en la mesa central. La conversación nunca se detuvo, con copas de vino fueron incontables, caras de satisfechos, ebrios y drogados en los comensales dara como resultado un triunfo del asado. Alejandro se acercó, plato con trozos de carne y ensalada de papas en mano, me lo entregó con cubiertos y me guiñó el ojo. Nadie salía de su conversación, nadie parecía notar mi ausencia. Isidora y su padrastro me miraban sonrientes como si no me hubiesen visto recibiendo verga hace 30 minutos atrás. Miguel puso su brazo en mi hombro y me susurró al oído “No te preocupes, no alcanzaron a ver nada”, me dio un beso en la mejilla y se sentó junto a ellos. Pedro, de pie junto a la parilla, con los ojos fatigados, rojos y un dejo violeta oscuro en sus labios, me miraba con las manos en la cintura meneando su cabeza de un lado a otro, pero sin dejar de sonreír. Me acerqué y le dije “hola amiguita”, mientras comía un poco de ensalada de papas y fingía casualidad. “¿Qué te digo poh amiguita?”, rió con ganas y me abrazó “No sé si te conté, pero una vez tuve a travestis que se prostituyen en Valparaíso de visita ¡y ellos se portaron mejor que tu!”.
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burakrevista · 4 years ago
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El barranco. Leonardo Pirolo
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Es sábado y papá duerme la siesta. Tomo un jugo de esos hechos con polvo en un vaso de plástico azul. La pileta está llena y el sol clavado ahí, encima del quincho. Transpiro. Una gota me cae desde la pera y se me desliza por el pecho y el ombligo hasta aterrizar en el traje de baño. Hay chicharras, no sé bien dónde. Las escucho ahí, entre los arbustos.
—¡Agustín!
Me doy vuelta, miro alrededor. Camino por el pasto, miro al cielo.
—¡Agustín!
Viene del lado de la calle. Me calzo las ojotas y atravieso la casa en tres pasos. Salgo a la calle. Ahí está Nico arriba de su playera bordó. Tiene una musculosa blanca y las zapatillas puestas.
—¿El barranco? —pregunto.
—¡El barranco!
Y corro. Corro rápido porque no quiero que papá se despierte, se avive y se levante, a paso de orangután, y me grite “vení para acá”; pero no lo hace, no se despierta, ni siquiera se percata de que cierro la puerta y agarro mi bicicleta que quedó en la vereda, apoyada contra el auto.
Sólo es ir hasta la esquina, donde la bocacalle se choca con las vías del Belgrano Norte y se termina. Hay árboles, trastos viejos, el alambrado de la vía y la casilla de seguridad donde siempre está la luz prendida, aunque rara vez veo al tipo de negro y con gorra. “Está dando la vuelta a la manzana, está vigilando otras casas”, dice siempre papá, pero yo sé que no, que lo rajaron la última vez que hicimos lo del barranco.
—Dale, que te gano —grita Nico.
Siempre me gana y por eso pedaleo más rápido. Siento el calor en mis piernas, arriba de las rodillas, y los empeines que casi flotan por encima del pedal.
—¡Te gané! —respira, transpira—. Te gané de vuelta —dice cuando llegamos a la esquina.
Es ahí donde se forma el barranco: un montículo de tierra, una imperfección de la calle o de la geografía de más o menos tres metros de altura, a unos cuarenta y cinco grados. Subimos arrastrando las bicis y agachados, porque el piso está lleno de piedras y pozos y ratas. Llegamos a la cima; acomodo la bici. Ahora puedo ver las vías elevadas, las paredes desgastadas de las casas que dan al contrafrente y me pregunto qué se siente vivir ahí: la cabeza taladrada por el traqueteo del tren, que encima es a gasoil. También veo una fábrica, un poco más lejos, más para el lado del paso a nivel, y un grafiti enorme de un animal, verde, mitad gusano, mitad caballo, que no sé muy bien qué significa.
—¿Y? —pregunta Nico.
—Ya va —me acomodo; alineo la bici y la ubico paralela a la suya.
Es simple: cuenta regresiva y, a la de tres, bajar por el barranco, agarrar la calle y pedalear con todas las fuerzas hasta mi casa. Hasta ahora Nico me ganó siempre: o sale antes o yo me distraigo, o estoy demasiado preocupado porque salga mi papá y nos rete a los dos. Y ahí sí, chau Play, chau pelota; hasta temo por Simba, el gato.
Pero no sabe, no tiene ni idea, porque para hoy practiqué. De algún modo me las ingenié para venir al menos una vez por día durante la semana. Le decía a papá que iba a dar la vuelta a la manzana, le juraba que no iba a venir acá. El miércoles trastabillé con una piedra, la rueda delantera se patinó y caí de costado antes de cruzar la calle. La sangre me corría desde la rodilla hasta casi el borde de las medias, pero entré rápido a casa y fui directo a bañarme. Mamá no lo podía creer. Después usé pantalón largo el resto de la semana.
Ahora me enfoco en la bajada. En la calle que hay que cruzar, la que bordea a la vía. Desde acá puedo ver mi casa: el jardín delantero y el geranio en el medio de la vereda. Nico está a mi derecha, sólo mira los pedales y aprieta los frenos como si estuviera arriba de una moto. Lo odio. Lo odio y le voy a ganar.
—¿A la de tres? —pregunta.
—A la una… —digo sin contestarle.
Los dos respiramos, miramos la tierra empolvada y caliente.
—A las dos… —sigo.
Esta vez cuento yo, esta vez sé que ni bien diga “tres” voy a tener un pie en el pedal y el otro en la tierra para tomar impulso. Lo voy a decir cuando yo quiera, cuando esté listo.
—Dale…
Lo miro, entrecierro lo ojos y miro al frente, a mi casa, a mi papá que acaba de salir a la vereda y agarra la manguera para regar el pasto. Siento un calor en el cuello, cerca de la nuca. Empiezo a sentir el castigo.
—¡Dale!
—Pará…
—Dale, maricón.
—Está mi papá afuera, nos va a ver.
—Maricón, maricón, maricón.
Aprieto los puños, me muerdo los dientes. Veo a papá dado vuelta. No nos va a ver, no va a pasar nada. Me repito, no va a pasar nada. Tomo aire:
—¡Tres!
Me impulso, pedaleo. Nico hace lo mismo y se manda. Freno. Veo el auto azul, un azul oscuro, de tres puertas. Cierro los ojos y escucho la frenada. Después, el golpe seco, como el de una puerta que se cierra, pero no es una puerta, es Nico volando uno o dos metros y revolcándose en el asfalto. La bici voló también, no tanto. Yo tiro la mía, corro a donde está Nico.
Tiene el cuerpo despatarrado, un brazo estirado y el otro doblado debajo del torso, las piernas en ele; la cabeza es un remolino castaño que duerme de costado, los ojos cerrados, la boca cerrada, y debajo, un charco rojo ensanchándose en el pavimento. El auto azul esquiva a Nico y acelera. Me corro. Acelera más.
—¡Hijo de puta! —grito.
Papá me escucha, me mira, no entiende. El auto colea en la siguiente esquina, dobla y se pierde. Papá se tapa la frente por el sol, parado en línea recta, a casi una cuadra de distancia. Yo agito los brazos.
—¡Papá!
Duda, camina despacio, tantea. Me reconoce y corre. Corre en cuero y en ojotas y veo cómo su cara se desfigura a medida que se acerca. No está enojado, no, pero nunca lo vi así. Está pálido, tiene las cejas arqueadas, la boca a medio abrir. Me mira.
—Papá —digo.
Se queda.
—Papá.
—Corré a casa y llamá al 911 —dice mientras se agacha y se acerca a Nico.
Nico mueve un dedo, el índice. Papá se inclina, de cuclillas, y pone una mano debajo de su cabeza. Con la otra le junta las piernas y, con un solo movimiento, lo alza a la altura de su pecho. Me mira, lo miro.
—¡Andá, carajo! —ahora su cara está roja, sus ojos abiertos y una vena se le infla justo arriba de su nariz.
—Voy —tartamudeo.
Quiero correr, me tiemblan las piernas, los brazos me cuelgan.
—¡Rápido!
Corro a casa, pero me doy vuelta una vez más: veo a Nico, sostenido entre los brazos de papá. Un brazo le cuelga y el otro está escondido entre sus piernas. Su cara desmayada me mira. Con los ojos entrecerrados abre la boca. Leo sus labios: “te gané”. O eso creo.
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© Leonardo Pirolo
Buenos Aires, 1990
Abogado y escritor. Graduado en Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Publicó cuentos y relatos cortos en revistas y foros literarios de Argentina, México, Venezuela y en el Diario La Gazeta de Guatemala. Su microrrelato “Vuelo rasante” fue seleccionado como ganador en el X Concurso de Microrrelatos organizado por María Martín Recio. Su cuento “Hasta la próxima vez” obtuvo la mención especial del Concurso APAIB 2020 y formó parte de los primeros seleccionados en el Premio Itaú Digital 2020. Actualmente se desempeña como abogado en finanzas corporativas y colabora con publicaciones en revistas literarias locales e internacionales.
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Cuando tuvimos listo nuestro monoambiente con mí novio, tuve que estar un mes con cara de orto para que nos mudemos. Cuando adquirimos la casa nueva, nos mudamos recién a los 4 meses porque le daba paja trasladar las cosas (siempre decía que estaba ocupado y yo lo terminé hablando a su amigo así nos preste la camioneta). Ahora que estamos haciendo el quincho, hace un mes le ruego que lo haga venir al plomero así lo términamos de una vez. Definitivamente la comodidad de la vivienda no es algo que le quite el sueño pero a mí de la ansiedad me dan ganas de matarlo.
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mundotemplo · 6 years ago
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Esquel a San Martín en bicicleta
Día 1:
Culpa de la impuntualidad de la empresa del colectivo llegamos a Esquel bien entrada la noche, algo no necesariamente malo teniendo en cuenta que íbamos a pasar la noche en la estación. Después de que Nico hubiese apalabrado al guardia de seguridad entramos en la estación a pasar la noche, al resguardo del frio que ya se sentía en la nariz. 
El ruido de los tubos fluorescentes prendiéndose fue nuestra alarma del primer día de pedaleada. Nos reincorporamos junto con los demás viajeros que habían dormido adentro sintiéndonos ya un poco más indigentes. Me afeite en el baño de la estación y me sentí Tom Hanks. Esperamos hasta las 8 y retiramos nuestras bicicletas embaladas que llevamos afuera para rearmar. El frio nos obligaba a trabajar rápida y eficazmente y en cuestión de minutos teníamos nuestros vehículos rodantes listos para salir así que sin demasiada ceremonia arrancamos a pisar los pedales por  avenida Alvear. A las pocas cuadras surgieron los primeros problemas, obvio, la bolsa de dormir empezó a caerse a un costado y terminó en medio de la avenida con los autos tocando bocina, porahí era mejor empezar de a poco. Entramos a un supermercado a abastecernos de paquetes de fideos, galletitas de agua y una caja de yogur que fondeamos en la esquina misma. Satisfechos con nuestra compra salimos de la ciudad, esta vez sin percances, hicimos una parada en el santuario del gauchito gil a terminar de acomodar el equipaje y tomamos la ruta que llevaba al parque nacional los alerces. 
El primer tramo fue fácil, veníamos meta hablar y sacar selfies hasta que arrancaron las primeras subidas. Los músculos de las piernas se activaban por primera vez y mi cabeza empezaba a replantearse donde estaba el entretenimiento en subir una pendiente de ruta en bicicleta mientras autos te pasan por al lado al quíntuple de velocidad. Empecé a nublar mi mente con todo tipo de remordimientos y la subida se hizo todavía más difícil, llegué arriba de todo con lo justo, lo mínimo como para decir, “Si esta subida seguía un minuto pegaba la vuelta” pero la recompensa ya estaba esperándome, un manojo de mogul frutales y una vista panorámica de las primeras montañas del viaje. Seguimos rumbo, ya habiendo entrado en calor y llegamos a la entrada del parque, estando adentro me tomó por sorpresa una sensación de satisfacción que me iba a acompañar todos los próximos días. Pero la positividad se convirtió en un calambre de deltoides de alto calibre, buenísimo, justo lo que necesitaba. Paré a estirar las piernas, me torturé internamente por no haber podido hacer el primer tramo sin descansar y seguimos a media maquina hasta encontrar la primera parada de almuerzo a 200 metros. Sacamos los sandwiches de milanesa y habiéndolos devorado nos hechamos algo así como dos horas a dormir. Me levantó la picazón de unos de mis mejores enemigos, el tábano, y decidimos que ya era un buen momento para seguir. No tardamos en alcanzar el primer camping libre, armamos nuestra carpa, la Coleman, preparamos un arroz con cebolla y habiendo ajustado los cambios de mi bicicleta prestada, la zenith cima, nos retiramos a dormir.
Día 2:
Las carpas tienen la desventaja de hacer que sea casi imposible salir temprano a la mañana, debe ser una combinación de la transpiración condensada con el plástico y de la desorientación que implica despertarse viendo un domo de lona lo que generó que saliesemos a la ruta casi al mediodía. El día era inmejorable y el tramo programado accesible, fue una de las primeras pedaleadas donde pude aclarar mi cabeza y entrar en ese estado de trance que los deportistas llaman runners high. Nuestro destino ese día iba a ser uno de los más pintorescos del viaje, el río arrayanes. Un camping al borde del río con una cierta elegancia que invitaba a pasar la tarde entera sentado en el muelle mirando el agua y el tiempo fluir. Nuestros vecinos de carpa fueron suficientemente atentos como para regalarnos dos tomates, el mío lo devoré en menos de un minuto y sentí un poco de vergüenza después. La noche fue suficientemente calurosa como para pasarla afuera escuchando el pasar del río y la recepción fue suficientemente tacaña como para cobrarnos cargar el celular.
Día 3:
Arranqué el día de buen humor, ignoré el frio de la mañana para darme una ducha caliente. Aproveche para abastecerme y compre unos beldent y unos sobres de jugo para cubrir nuestra dosis diaria de azúcar. Descubrí además que podía calzar perfectamente los chicles en el grip de la gopro y me sentí cool por primera vez en el viaje. Después de ajustar nuestras alforjas retomamos ripio para terminar de cruzar el parque. Llegamos más rápido de lo que pensaba y fue justamente en ese momento donde me di cuenta de que la estaba pasando demasiado bien y de que este viaje se iba a terminar mucho antes de lo que había pensado. Llegué al camping de laguna verde empapado de nostalgia y me dediqué a pasar la tarde juntando maderas y pensando en amores pasados. Consumimos 600 gramos de cuadril que alcanzaron para tumbarme y dejarme adentro de mi bolsa de dormir semi inconsciente hasta el día siguiente.
Dìa 4:
Este día dejamos atrás el parque nacional y sus revoltosos caminos de tierra para retomar la respetable ruta de asfalto. Pasamos por Cholila, donde se estaba desarrollando una auténtica fiesta gaucha, me sentí muy a gusto entre los locales y estuvimos chochos cuando paramos a hidratarnos con un litro y medio de paso de los toros sentados en la vereda viendo la gente pasar. El jorgelín glaseado no es algo que se ve en todas las estaciones de servicio y uno no debe perder la oportunidad cuando ve ese envoltorio amarillo tan atemporal. Con el estómago lleno de azúcar y después de mandar el primer mensaje de texto dando señales de vida a mi viejo dejamos Cholila atrás para encontrarnos con unas interesantes subidas. La mezcla de alfajor y transpiración nos jugó en contra y sostuvimos un cansador ritmo toda la tarde hasta Epuyen donde nos recibió una gran bajada hasta la proveeduría principal del pueblo, el premio quizás de tanto transpirar. Nos sentimos a gusto en el anonimáto de Epuyen, medianamente apartados del circuito turístico. El quincho del camping construido enteramente en madera hacía que uno se sientiese como en un viaje de campamento de colegio, no podía parar de tratar de imaginarme el lugar en pleno invierno después de una nevada tomando un mate cocido en jarrito de metal. Caímos en las bolsas de dormir satisfechos con nuestro avance del itinerario.
Día 5:
El objetivo este día era el infame Bolsón, al cual llegamos mas rápido de lo previsto. Antes de que oscurezca estábamos desembarcando en el camping más urbano que nos había tocado visitar hasta el ahora, varias personas se nos acercaron haciéndonos preguntas y me sentí, como de costumbre, invadido. Además me tomó por sorpresa una gigantesca sensación de desolación y desesperanza que me guardé para mi mismo y saboreé egoístamente durante las primeras horas de camping. Más tarde comimos unas empanadas fritas con cerveza en la recepción y nos sumergimos en nuestros celulares hasta que fuese demasiado tarde como para estár despiertos.
Día 6:
Consejo número 1; empanadas fritas y mucho ejercicio no siempre pueden ser buenas combinaciones, y este fue el caso de mi compañero de ruta, Nico, que se despertó con el pie izquierdo. Aún así decidió salir y hacerle frente al camino, vamos Nico. Anduvimos un largo rato hasta ver un arroyo abajo de un puente dónde podíamos almorzar, bajamos a inspeccionar el vacío espacio abajo del puente dejando las bicicletas al costado de la ruta.
Permanecimos inmóviles por un tiempo hasta que decidimos mover las bicicletas con la excusa de no dejarlas al sol porque ninguno quería hablar de la posibilidad de que nos las robasen mientras almorzabamos. La verdad que estár abajo de un puente altera el comportamiento humano. Si uno lo mira desde un punto de vista espacial, es un gran techo artificial rodeado de verde. Me hizo pensar sobre cuántos proyectos de arquitectura hechos para el U.K. pavillion complican algo que es tan simple como estar abajo de un puente, algo que despierta sensaciones evidentemente criminales haciéndonos sentir vagabundos refugiados en un espacio residual, un bajo puente. Se ve que mis pensamientos arquitectónicos me distrajeron de la tarea del momento, cocinar arroz, haciéndome olvidar que demasiada sal puede arruinar cualquier plato. El sol de la tarde parecía más fuerte que el de la mañana y así es como dicen que debe estar orientada una casa, aprovechando la suave luz de la mañana y evadiendo los azotes del fuego del atardecer. No se habló y disfruté del silencio mientras el camino daba suaves curvas por el valle patagónico de Río negro. Después de que saltará la cuestión de adónde refugiarnos vimos un kiosco que resultó ser la entrada a la cascada de la virgen, que mejor metáfora para descansar y refrescarse al reparo de un grandioso flujo vaginal. Aproveché para recargar agua y y grabar 30 segundos del agua fluyendo por la cascada, me fascinó completamente la aleatoriedad de ese ruido y me propuse combinarlo con un pad una vez que volviese a buenos aires a producir (El sonido lo agregué como un colchón sonoro en una canción ambient muy relajante que pasó a llamarse Gusfrabba, en honor a Anger Management, con Jack Nicholson y Adam Sandler).
Subimos a la cima de la cascada y nos sentimos invencibles. Seguimos rumbo y el camino se hizo cada vez más empinado. Dado que ninguno estaba al cien por ciento de energía decidimos terminar la pedaleada en el Foyel, un pueblo de la casta de Twin Peaks, dónde nos dejaron acampar en el jardín de un kiosco.
Día 7:
La ventaja de despertarse en el jardín de un kiosco es despertarse en el jardín de un kiosco. Cargados de energía en forma de galletitas estabamos bajando unos sinuosas y largos caminos sintiendo el viento frío en la nariz, inmejorable. Las bajadas, como siempre, tienen la mala costumbre de convertirse en subidas y agarrarte con la guardia baja, y eso fue exactamente lo que pensé durante 20 kilometros de agonía pisando los pedales, tortura, tortura y más tortura. Almorzamos en un llano y seguimos rumbo a Bariloche, llegando desde la entrada menos pintoresca pudimos ver lo ràpido que creciò demogràficamente en los ùltimos años, espacios que hace poco menos de 10 años eran desiertos montañosos ahora eran densos barrios residenciales de baja altura. Llevaba ya siete días sin ningun accidente, demasiado para mi promedio personal. El equilibrio universal hizo que a Nico se le cayése el celular mientras buscaba la dirección del camping en plena calle céntrica y que yo tratáse de parar en seco en una pendiente demasiado empinada, que pasó? Terminé de cara en el piso. El celular sobrevivió, yo, como de costumbre también, la bicicleta, no tanto. La rueda atrás ahora serpenteaba, genial, justo lo que necesitábamos. Por suerte teníamos una bicicletería a dos cuadras, entré al local sintiéndome un zaparrastroso y jugué mi única carta disponible, lástima, funcionó de maravilla y salí del local confiado en que iba a tener mi bicicleta como nueva en un par de horas. Aprovechamos la victoria parcial para pasear por el centro, tomar mate sobre la laguna y porqué no, comer una hamburguesa con papas fritas. Pero el buen rato que pasamos de turistas volvió a convertirse en angustia cuando en la bicicletería nos dijeron que la llanta estába mas allá de ser recuperada y que la única alternativa era hacer una nueva, que no estaría lista hasta la tarde del día siguiente. Pero la única alternativa jamás es la única alternativa, estába la opción de seguir, con la mitad de los frenos, con el doble de desgaste y con el peligro de perder la rueda por completo en cualquier momento. Estábamos demasiado cerca de San Martín como para estar dudando, así que salimos de la bicicletería con la bici en el mismo estado en el que había entrado y habiendo tomado esa desición me sentí muy confiado y pasé la noche en la recpeción del camping de bariloche mirando el mapa y saboreando el tramo que nos quedaba por delante.
Día 8:
La mañana en el camping al lado del río nos encontró desconcertados, el cielo estaba ahora completamente tapado así que no perdimos el tiempo y retomamos camino, con un ambicioso objetivo de 70 kilómetros hasta el camping de Villa La Angostura, pero la bicicleta ya no estaba andando como antes y las piernas, cansadas, se quejaban del nuevo esfuerzo que les había agregado. El orgullo de cualquier manera me llevó a seguir adelante mas de lo que mi cuerpo quería pero me reventó de frustración cuando decidimos parar en un camping antes de haber llegado por lo agotado que estaba. El orgullo no sirve, el ego tampoco. Sumergido en una sensación de fracaso personal me hice el difícil por un par de horas pero el color anaranjado del atardecer sobre el río me rompió las defensas y al poco tiempo ya estaba de buen humor devuelta, cantando Flaming Lips mientras hacía equilibrio en los troncos sobre el arroyo. Que fácil que es hacer las pases con uno mismo.
Día 9:
El frío se hizo sentir a la mañana en el camping, apuramos el desarme y al rato estábamos pedaleando abajo de una llovizna rumbo a Villa la Angostura, el camino se hacía arbolado y quebrado, alojando complejos de departamentos modernistas, nos sentíamos más como en casa, nos sacaron charla una pareja de ciclistas veteranos, lo que más me llamó la atención fue como el ciclista elegía andar por la banquina de tierra en vez de ir pegado a la ruta, decidí probar esa estrategia y descubrí que era una buena manera de no pensar en los autos y camiones pasándote por al lado. Decidimos parar a almorzar en el centro y esperé afuera del supermercado hasta que Nico salió con dos sanguches de milanesa y un jugo de arándanos, comimos en la vereda y fuimos por un rato los cirujas del centro. Terminamos de comer y nos dimos cuenta de que estabámos cortos de abrigo y el frio no aflojaba además de que seguía chispeando así que no perdimos tiempo y seguimos camino con la esperanza de llegar a nuestro próximo destino, lago espejo. El camino no era demasiado empinado pero el clima no mejoraba, el viento empujaba la bicicleta en cualquier dirección y estabamos cada vez mas mojados hasta que llegado un punto vimos un cartel de camping libre sobre la ruta, sin pensarlo dos veces bajamos, buscamos un lugar al resguardo del viento y empezamos a armar campamento, el clima se estába poniendo peor cada minuto. Al poco tiempo de terminar la carpa se nos acercó un ciclista empapado preguntando si podía armar al lado nuestro y no le negamos ser nuestro vecino. Siguiéndolo apareció su novia, Bárbara, y dándoles una mano entre los cuatro armamos su gran carpa de alta montaña marca Marmott que hacía parecer la nuestra una fisherprice. Necesitaba un poco de aire así que escape al bosque y me heché en una zanja a descansar, a estar refugiado del viento y la lluvia en un espacio más natural que la carpa y en un delirio de salvajismo me comí una hormiga que apareció caminando por mi mano. Después de mi momento salvaje volví al campamento y adentro de la carpa aprovechamos la reclusión para reordenar nuestros equipos, limpiar las victorinox y yo aproveché para hacer una lista de mis temas ordenados por bpm sobre el papel de un mapa. Terminamos haciendo un risotto comunal con nuestros nuevos vecinos ciclistas y nos fuimos a nuestros respectivos sobres de dormir con los pies fríos y esperando que el clima fuese magnánimo con nosotros el día siguiente.
Día 10:
Pero no lo fué. Lo único que nos resguardaba esa mañana del viento patagónico eran dos capas de poliéster que conformaban la confiable Coleman tent. Decidimos dejar que pase el tiempo y seguimos durmiendo hasta bien entrada la mañana, pero nuestra tácita esperanza de que el cielo se aclaráse se vio frustrada y tuvimos que salir a enfrentar los elementos, con un paquete de cerealitas y medio kilo de tallarines en el estómago. La primera subida fue bastante agónica pero a medida que avanzabamos los cuatro ciclistas la pedaleada se fue haciendo más fácil, lo que empeoró fue el estado de nuestra ropa, estábamos cada vez más mojados y cada vez que dejábamos de pedalear sentíamos las cuchillas del viento gélido en todo el cuerpo. Después de dos horas decidimos que había sido suficiente, estába muy bien querér seguir adelante pero ibámos a gastar energía de más, además, el día ameritaba resguardarse del clima, entonces en contra del itinerario entramos a un camping señalizado por un cartel que prometía duchas calientes. La llegada a la recepción se hizo desear por el kilómetro y medio de ripio que separaba al camping de la ruta, pero la recompensa fue más grande de lo que esperábamos. Existen lugares donde el tiempo pasa a una velocidad distinta, y eso fue lo primero que le dije a Lisandro cuando entramos a la cabaña que albergaba la recepción del camping. Los huéspedes jugaban a las cartas en las grandes mesas de alerce distribuidas generosamente por los sesenta metros cuadrados de construcción, la gran salamandra central imbuía de calor el ambiente y los dos gatos, almendra y piter se desperezaban alrededor del lugar mientras cada persona estaba sumida en su propio lluvioso universo, leyendo, mirando por la ventana, mirando la nada misma. Debo haber pasado al menos dos horas sentado en un banco con las piernas cruzadas y la mente en blanco. El viento empujaba con fuerza cada gota de lluvia y el frio no aflojaba. Llegado un punto nos nucleamos los cuatro, Bárbara, Lisandro, Nicolás y yo para tomar la siguiente picarésca decisión, le pediríamos a Florencia, la dueña del camping si pudiesemos pasar la noche ahí mismo, con la excusa de que nuestras carpas estaban mojadas y no llegarían a secarse, Florencia accedió, yo me sentí avergonzado del beneficio que acabábamos de recibir y los demás festejaron. Entrada la noche comimos la pizza más estándar del universo y esperamos a que no quedase nadie para desenrollar nuestros aislantes y despedir un agitado y demandante día de cicloviaje. Dejé de sentir culpa en el momento que me acosté sobre el piso de tablas de madera, que tánto mejor que dormir en carpa!
Día 11:
Nos despertamos con el ruido de Florencia abriendo la proveeduría, saltamos de nuestras bolsas y ordenamos todo en forma de respeto y agradecimiento por dejarnos pasar la noche al reparo del temporal. La cumbre se veía blanca y el cielo azulado manchado por las últimas nubes que quedaban, confiados del día que teníamos por delante nos pusimos manos a la obra a preparar cerealitas con mermelada para todo el equipo. Después de una típica sesión de fotos de planking sobre la bicicleta nos despedimos de lxs rosarinxs y volvímos a la ruta para pedalear nuestro último tramo, 56 kilómetros hasta San Martín. En la ruta la bicicleta empiezó a hacer nuevos ruidos raros y la cadena se salió dos veces anticipando el final del viaje. Hicímos una parada en un mirador, sintiéndonos ya unos auténticos ciclistas de ruta. No pude evitar querér ayudar a unos yanquis que parecían estar luchando para pedir direcciones y terminamos entablando una cálida conversación con Logan y Rebecca quienes venían pedaleando desde Lima los últimos seis meses, si, seis meses. Tenían todo el aspecto de ciclistas veteranos, bicicletas indestructibles y actitud relajada asi que nos quedamos intercambiando información mientras comíamos zucaritas. Finalmente después de intercambiar instagrams, en señal de agradecimiento, retomamos viaje sabiendo que nos quedaban 22 kilómetros, de los cuales 15 eran aparentemente famosos por ser en bajada. Atravesámos un valle y después de una hora empezamos a tomar velocidad.
"Suelto los pedales, no tengo pensamiento alguno en la cabeza y siento el frio del viento en la nariz quemada, el camino me lleva con sus sinuosidades por lugares que ya ví mil veces, paso por la entrada del centro de esquí de mi infancia y siento como si estuviese yendo marcha atrás, como si todos esos recuerdos estuviese siendo reproducidos al revés en mi cabeza."
Derrepente estábamos en San Martín, donde la nueva tarea éra conseguir dos cajas de bicicleta para embalar nuestros medios de transporte y mandarlos en colectivo a Buenos Aires. Las cajas no aparecierón fácilmente pero nos las ingeniamos, y al rato teníamos las bicis despachadas. La última noche le pasábamos en San Martín asi que no tenía sentido ir a un camping, nos dividimos, cada uno a un albergue. Mi hostel holía a toalla mojada y los enchufes para cargar el celular estában estratégicamente ubicados en lugares poco accesibles, aún así busqué la manera de sentirme cómodo y empecé a escribir y dibujar en el dorso de un flyer para matar el tiempo. El lugar tienía la capacidad de hacer que uno se sientiese como en un aeropuerto, sin identidad, ofreciendo cenas de pizza con conversaciones poco placenteras, intercambios sociales cortos y duchas con baja presión. Aparentemente Nico la estába pasando muy distinto y en su hostel se respiraba un ambiente cálido y relajado, las pocas mesas incentivaban a quedarse charlando y pasamos el rato hablando con una río negrina y un newyorkino hasta que nos pidieron que bajásemos el nivel de ruido de nuestras conversaciones, party-poopers. Volví con el alma reconfortada al anonimato de mi hostel, donde pase algunos minutos afuera haciendo señas por la ventana para que me dejasen entrar, finalmente estaba en una cama más o menos real, fijando la alarma para las 7:50 am del mismo día.
Día 12:
Despertarse en un hostel lleno trae consigo una sensación de comunidad, una especie de contrato de confianza afianzado por el simple hecho de haber dormido en un mismo cuarto. El clima del comedor en el desayuno era ciertamente mucho mas ameno que el de la cena. Tomé todo el jugo de naranja arcor que mi sistema pudo tolerar, le sume unas medialunas con dulce a la ingesta vespertina de calorías y me despedí de mis roommates con una casi imperceptible reverencia. Nunca dejó de sorprenderme la transparencia del aire de montaña en las primeras horas de la mañana, ya había meditado en el cubículo del baño pero no iba a dejar pasar la oportunidad de saborear el sol sentándome en un banco de hormigón frente a la estación. Dejé que pase el tiempo, escuché Steelers wheelers a todo volumen con el parlante del celular y me sentí a gusto conmigo mismo, es fácil disfrutar los últimos instantes de cualquier momento. Llegó la burbuja plástica amarilla que se hace llamar colectivo de larga distancia, me tomé unos segundos más y me acerque al andén donde estaba Nico para despachar la mochila, darle los mismos 15 pesos que le da todo el mundo al señor que te ata una sticker a tu equipaje y me subí, con los anteojos puestos y la mente clara, abri un topline, saqué el celular y empecé a escribir, tratándo de acordarme tódo lo que había pasado en los últimos once días y trescientos ochenta y nueve kilómetros.
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nnoelitus · 3 years ago
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Consecuencias de mentir
Estar en el patio de mi suegra me está generando mala vibra. El bebé en mi vientre se mueve inquieto, como sabiendo que no tenemos que estar ahí, que este no es nuestro lugar. Estoy segura que si le asegurarían que podría vivir sin ser un parásito mío, se desprendería de mi cuerpo sin ninguna culpa.
―¿Te gusta todo lo que armamos, Marielita? ―me pregunta la madre de Fabricio mientras con un brazo me cubre los hombros y con el otro señala con su mano abierta hacia el cielo el fondo de la casa lleno de globos de muchos colores―. Hoy vamos a revelar el sexo del bebé. Fabri me dijo que ustedes no querían saberlo así que me comuniqué con tu obstetra y él me paso los datos de última ecografía. No hay ningún color predominante para que no sospechen. Hay tanta cantidad de globos rosas como azules, esta todo fríamente calculado.
Intenté contar la cantidad de globos, pero me pareció algo sumamente insignificante, así que lo abandoné antes de empezar.
―Lo veo. Gracias, Claudia ―le digo con mi mejor sonrisa falsa mientras acarició mi propia panza para que no se note mi nerviosismo y mis ganas de irme volando para otro lado.
―Sí. Fue un momento horrible para toda la familia cuando vos quedaste embarazada porque no sabíamos si era de Fabricio o de quién era, porque no teníamos idea con quién mantenías relaciones sexuales. ¿Entendés a dónde voy? ―me pregunto mirándome fijo y apretando su mano contra la mía en la panza para deje de moverla. Sé que busca ponerme nerviosa y sabe que lo logra―. Fabricio la pasó muy mal ese tiempo. Se merecía que mi primer nietito tenga esta fiesta como se debe.
―O nieta ―respondo mirando fijamente a mi suegro, que acaba de entrar al patio desde el quincho.
―¿Qué, querida? ―pregunta Claudia desconcertada.
―Que también puede ser mujer. ¿No vamos a revelar el sexo hoy?
―Ay ―grita antes de ponerse a reír falsamente. Es obvio que el bebé es un varón―. Sí, sí, claro. Qué distraída.
Yo le sonrió y vuelvo a tocarme la panza de manera fren��tica. Carlos, mi suegro, me mira fijamente. Le sonrió sin mostrarle mis dientes y él se pone incómodo, dándome la espalda para hablar con los invitados. Claudia camina contenta hacia él para seguir haciendo sociales con todos los presentes, los cuales no conozco a ninguno.
—¿Quién es la futura madre más hermosa? —pregunta una voz a mis espaldas, volviéndome a agarrar las manos. Yo me pongo nerviosa, pero distingo la voz de Fabricio.
—Hola —susurro y le doy un beso en su brazo para ocultar mi nerviosismo.
—Sé que no te gustan estas fiestas, pero mi mamá esta tan entusiasmada con la llegada del nuevo bebé que me dio culpa cortarle la ilusión. Viste, con lo mal que nos lo hiciste pasar a todos.
Cierro los ojos y tomo aire. “Serenate, Mariela” pienso.
—Bueno. ¿Qué les parece si cortamos la torta? —grita Claudia mientras agarra una copa de champagne que el catering reparte por todos lados. Fabricio me agarra la mano y me lleva para el sector de la casa que se encuentra todo decorada, junto a mesa redonda que contiene una torta blanca en el centro con una cigüeña que lleva una manta en su pico.
—Los padres van a cortar la torta que en su interior contiene el color del sexo del bebé. En ese momento, Carlos y yo vamos a soltar estos papeles con los colores. Ellos y todos nosotros nos vamos a enterar en el mismo momento. ¿Están listos?
Los invitados gritan en señal de aprobación.
Ya frente a la torta, las palpitaciones se me van a ciento cuarenta y las manos me empiezan a transpirar. El bebé empieza a patear. No quiere estar acá igual que yo. Fabricio atrapa mi mano entre el cuchillo y la suya y hace presión para que corte la torta.
De repente, todo sucede en cámara lenta y rápida a la vez. Miro a Carlos, que me mira con la misma cara de lujuria con la que me miraba cuando cogíamos en su pieza mientras su hijo preparaba los exámenes finales de arquitectura. Miro a Fabricio, feliz, y miro la torta que está a punto de develar el sexo de mi hijo, pero no del suyo.
La torta es celeste y el explosivo del confeti también. Ya no quiero estar ahí. Fabricio me levanta en el aire y me da vueltas.
—Pará, pará —le digo tartamudeando, intentando serenarme—. Pará un poco, por favor. Necesito decirte algo.
Nadie me escucha. Soy invisible y muda. Todos me manosean, pero no me dejan hablar.
—Al fin traés una alegría a este hogar —me dice Claudia mientras me abraza y me aprieta un rollo de la espalda.
—Paren un poco —grito ya histérica—. El bebé que tengo acá dentro es mi hijo, pero no es el de Fabricio. Es de Carlos. Yo no soy la única culpable de haberles hecho pasar tan mal momento.
De golpe, nadie festeja ni emite un comentario. Reina la paz en el patio de la familia Villegas por primera vez en mucho tiempo. Este es el problema de mentir: la verdad sale en el momento en que menos lo esperás.
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niamhcita-blog · 4 years ago
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sebastianbabarro · 4 years ago
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nomadequinchos · 2 months ago
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losamantescuervos-blog · 6 years ago
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22. Los volcanes
El cielo negro, profundo, palidecía ante el brillo de cientos de estrellas muertas hace años que se daban cita sobre los jardines de la casa silenciosa. Titán corría entre nosotros hasta que una bomba de estruendo lo hizo esconderse bajo el sillón más grande del comedor. Nos sentamos con Belén entre los ceibos del Jardín Abuelo y permanecimos mirando el infinito del espacio mientras mi familia y la suya continuaban como si nada, ignorantes de que el tiempo se había detenido, de que, como decía Manzanero, el mundo había cambiado.
Entre Ámbar, Esther y Gabriela, comenzaron a levantar la mesa. Nancy, rápidamente, se dispuso a ayudar, tratando, como hizo desde que llegó, de que mi familia no tuviera una mala impresión de ella. Se llevaron los platos de vitel toné, pionono y ensalada rusa casi vacíos. Los platitos llenos de dulces crocantes y confites quedarían así, adentro de la casa, listos para ser devorados a puñados al día siguiente. Botellas de cerveza vacías en la mesada de la cocina esperaban la llegada de las doce, para ser acompañadas por las de sidra y ananá fizz.
Roberto buscó en su auto una cajita de madera con habanos cubanos que había traído en su último viaje. Acá aprendí algo: la gente que viene de Cuba siempre invita a sus amigos con habanos importados. Algunos lo consideran una muestra de afecto y gratitud; otros desconfían, sienten que es una forma camuflada de enrostrarle en la cara que uno tiene más kilómetros de viajero que el otro, como salir a dar un paseo en un auto nuevo o invitar a la inauguración de un quincho con pileta olímpica. Mi Papá era de estos últimos y sonreía con reticencia. Al Abuelo le parecía un buen gesto, a Martín también. Máximo parecía disfrutar de un buen momento. Los veía a los cinco, fumando y riendo, mientras miraban al mismo cielo oscuro que nosotros, para los que seguramente no brillaba tanto.
— ¡Faltan cinco para los doce! — dijo Nancy, que salió con una botella de sidra en cada mano, ajena a la timidez del principio, mientras el volumen de la música subía hasta el interior de la casa, arrancándole su silencio. Nosotros dejamos de mirar las estrellas y nos acercamos a la mesa, que olía a tabaco y dulce.
— ¿No trajiste una sidra de los niños? — preguntó Papá a Gabriela, que traía una tercera botella en la mano.
— Parece pis, Octavio — le contestó, como si supiera algo que el desconocía — la sidra para los niños tendría que ser considerada un delito de lesa humanidad.
Papá la miró con la severidad de siempre pero la Abuela apareció con dos copas en la mano y le dijo “Una copita no hace mal a nadie”. Mi Tía Esther se rió para continuar rompiendo el hielo. Esa era la especialidad de mis tíos maternos, salvar las papas en situaciones donde la atmosfera se volvía irrespirable o ante las caras de culo de Papá. El Abuelo Gio me dio un coscorrón y recordó que cuando era monaguillo, allá en Italia, una vez se había tomado todo el vino santificado del cura.
— ¡Con razón sos un santo, Giovanni! — le dijo el Tío Martín y la Abuela se rió tan fuerte, que le contagió la risa a todos. Hasta Papá se rió. El Abuelo estaba todo rojo, haciendo fuerza para controlarse.
— Me acuerdo que en el invierno, algunas veces, mi Papá me daba un chupito de vino para calentar el cuerpo — prosiguió la Abuela, todavía colorada de las risas — no por eso iba de curda a la escuela, che…
— Bueno, no sé, eh… — bromeó Roberto y rieron un poco más.
Faltaban dos minutos y finalmente, la abuela nos dio las dos copas, del mismo tamaño que las suyas y las llenó por la mitad de sidra. Nos dijo que la tomáramos despacito cuando brindáramos, para que no se nos suba a la cabeza. Luego, miró con atención a Belén y sonrió, ella me había dejado entrar parcialmente a su amistad pero con el Abuelo todavía no era así.
— Tenés los ojos más azules que cuando llegaste — le dijo y Belén abrió los ojos de par en par. Las palabras la tomaron desprevenida y su rostro se puso completamente rojo a tal punto que pensé que iba a estallar de furia. Pero no era enojo, era una timidez impresionante y le devolvió una pequeña sonrisa que abordó el rostro del viejo por completo.
Un clamor general se escuchó cuando dieron las doce. Roto el hechizo que hacía que el tiempo pasara más lento, las copas se encontraron junto a los buenos deseos y la alegría. Mi Abuelo se abrazó con sus dos hijos y Papá también encontró el abrazo de la Abuela Ámbar, que vino al instante y me rodeó con sus dos brazos inmensos, apretándome con fuerza y ternura. Me dijo que todo iba a estar bien. Le dije que tenía razón, que nadie termina solo. Me miró con ojos que lloraban en secreto y yo entendí esas lagrimas que no estaban y a la vez, tan presentes.
Todos nos abrazamos. Sentí algo parecido al velorio de Mamá, donde Papá y yo éramos el centro de la atención en materia de cariño. La gente tenía que remarcar que nos quería, que el futuro no era el oscuro pantano que creíamos ver a lo lejos. Todos los presentes me desearon suerte, me recordaron que yo era un buen chico, que me querían, que la vida me sonreiría. Los abrazo de Guille fueron tan fuertes como los de Ámbar, no porque fuera intencionalmente intenso, sino porque nunca supo ser de otra forma. El cariño de mis Tíos maternos era grácil pero presente. No se deshacían en demostraciones pero siempre estaban cuando necesitaba una palabra o un consejo, ese afecto también caló hondo en mí. Roberto prometió regalos y viajes que nunca llegarían. Nancy también, pero sus promesas no quedarían truncas por falta de voluntad, en dos años comenzarían los problemas serios con mi Tío. Máximo me sonrió con esa triste amabilidad que lo caracterizaba y Gabriela, la hermosa Gabriela Brizuela me apretó contra su pecho y por un momento deseé vivir allí para siempre.  Pero una mano o una garra me arrancó de ese instante de infantil lascivia. Belén me volvió a cruzar con el frío característico de su mirada y sentí que me atravesaba y me hacía daño. No. No era daño. Sentí que me exponía. Que me veía por completo. Me sonrió y me deseó “Feliz año nuevo”
La humanidad no había llegado a su fin. No vimos como los misiles de todas las naciones del mundo descendían abruptamente sobre nosotros desencadenando el fin de todo ni se rebelaban nuestros electrodomésticos en un sangriento fin de siglo. La única cosa que había cambiado en el mundo era que Belén lo había atravesado de lado a lado con las dos estalactitas que había en sus pupilas.
El calor y las explosiones de cañitas voladoras alcanzaron su cenit cerca de casa. Globos surcando el cielo, de esos que nunca se entiende bien para qué carajo los compra la gente si no hacen ruido, si se deshacen a los minutos en el aire, si a veces se caen en el techo de tu casa y te la prenden fuego , arruinándote las fiestas y la vivienda. Tres tiros. Bolitas de dragón. “Vamos chicos, a ver los cuetes” y salíamos; Guille, Belén y yo, acompañados por el Tío Martín, Máximo y Gabriela mientras los demás se quedaban charlando. Mis vecinos me saludaban y los adultos que nos acompañaban, contestaban agitando el brazo. Belén no tiraba cuetes, decía que prefería ver como lo hacían los demás, que le parecía peligroso. Mi Tío Martín sonrió y le dijo a Máximo que tenía una hija inteligente, aunque lo que quiso decir era: “Muy poco boluda”. Gabriela asintió. Sabía que su hija no era ninguna tarada.
Guille pensaba diferente, él quería, necesitaba, ansiaba tirar cuetes y los chasqui-boom que le había comprado el padre no eran suficientes. El los encontraba insultantes:
— ¡Estos cuetes son una cagada, Papá! — protestó enérgicamente.
— ¡Yo quiero tirar fosforitos como los nenes de allá! — Dijo Guille, señalando a los hijos de mis vecinos — ¿Por qué ellos tiran fosforitos y yo no puedo?
— Porque esos nenes tienen pelos en los brazos, Guille, los fosforitos son peligrosos, te podés volar la mano… y si sosrompepelotas así, imagínate con una mano menos — cerró el padre.
A Guille no le gustó nada y se fue corriendo de vuelta a la casa, infinitamente ofendido. Martín se rió, con esa calma y satisfacción que siempre me envuelven cuando pienso en él y propuso volver a la casa, que parecía muy lejana, como si la vereda formara parte de otro mundo.
Máximo y Gabriela se quedaron atrás y volvimos con mi Tío, Belén y Titán, por el sendero hacia la casa, donde estaban estacionados los autos, cuando una figura pequeña y escurridiza salió de las sombras entre los coches y nos tiró algo a los pies.
El fosforito explotó muy cerca de Belén y demasiado cerca de Titán, que salió impulsado por un salto, aterrado y enérgico como perro que lleva el diablo, en dirección al pequeño bosque alrededor de mi casa.
Miré a Belén al sentir una tensión tan electrizante que se me erizó el pelo. Martín volvió hacia ella y solo encontró una mirada que más que eso era un filo dirigido al corazón. Belén sentenció:
— Ojalá que el próximo te vuele la mano.
Mi Tío trató de abrir la boca para pedir disculpas o retarla por decir algo tan inhumano pero no pudo decir nada. Era un fenómeno habitual frente a ella. Belén giró en dirección al Jardín Abuelo y yo, en silencio, la seguí mientras buscaba a su perro sin decir palabra alguna.
Cada pequeño paso que daba parecía eterno y yo, detrás, no podía entrar en la gélida e inexpugnable bruma que la rodeaba. El cuete no había sido solo un cuete, para alguien como Belén Brizuela cualquier perturbación al orden impuesto sobre su vida, desenterraba sentimientos de ira, rencor y muerte.
— Belén — me animé a llamarla.
— Es un imbécil — me dijo, sin mirar hacia atrás.
— Belén — repetí.
— Tu primo es un taradito, un enfermo mental, un mogólico de mier… — se detuvo al darse vuelta y verme con Titán a cuestas. Lo había encontrado  entre las raíces gruesas de un olmo, escurrido como un trapo, demasiado alejado de la mirada de Belén, solo enfocada en las cosas que le hacían brotar odio.
El perro nos miró a ambos. Yo volví a ser abordado cual barco mercante por sus ojos corsarios y en lugar de paralizarme, sentí algo, algo distinto. Un ruido dentro mío que hacía tiempo no sentía. El ruido de mecanismos moviéndose y fuelles subiendo y bajando, alimentando el fuego de las calderas, dándole vida a las maquinas que despertaban cuando estaba solo conmigo mismo.
Sentí a alguien dentro mío, preparándose para empujarme hacia ella, moviendo cada tendón, girando articulaciones y músculos como si fueran hilos… pero alguien interrumpió a ese titiritero.
Belén se dio vuelta mientras yo seguía con Titán en brazos e hizo un gesto para que no me moviera. No. Para que no hiciera ruido.
—Callate, Amadeo — confirmó — cállate la boca.
Escondidos detrás  de la robusta silueta de un olmo circundado por arbustos, vimos a sus padres.
Máximo y Gabriela estaban en la oscuridad, alejados de la casa, contra uno de los muros repletos de trepadoras: ella cruzada de brazos, con la mirada fija en el suelo. Él caminaba en círculos, como un padre primerizo en sala de partos: desbordado, incapaz de controlar la situación.
— ¡Vos estas enferma! ¡Enferma! ¡Como la nena! —le dijo Máximo — ¿Cómo pretendés que me calme? ¡Tenés que estar muy idea para pedirme que me calme!
— Maxi, pará un poco, nos van a escuchar — pidió Gabriela.
— ¡Maxi las pelotas! — dijo sacándose la mano de Gabriela de un golpe. Belén, agachada enfrente mío, extendió un brazo hacia atrás, asustada, y  me puso la mano en el pecho. Titán se estiró para lamerle la mano pero no pudo alcanzarla.
— No estoy haciendo nada — me atajé.
—Quedate— dijo — no te vayas.
Su voz había perdido su seguridad y la autoridad innata y gélida que mantuvo toda la noche.
— ¿Te pensas que me importa que me escuche? ¿Te pensás que me importa un carajo él, su casa y su familia y su empresa y la puta sombra que siempre tira sobre nosotros? Me importa un carajo, Gabriela, un reverendo carajo — le estaba dando la espalda y se giró para enfrentarla cara a cara para decirle algo que solo puede decirse a los ojos — un día de estos no voy a aguantarlo más… y ese día va a ser el día en que vos tengas que volver a lo de Hassan, pero para despedir dos cajones.
Gabriela apretó los puños y empezó a pegarle en el pecho. Estaba llorando, pero no sollozaba, las lágrimas caían en silencio hasta que habló y dejó en evidencia la grieta en su voz.
— ¡¿Cuánto tiempo más me vas a castigar así?! ¿¡Cuánto tiempo más, Maxi!? ¿¡No te di todo?!
— ¡Me sacaste todo! — le gritó Máximo a la cara y le dio un tremendo empujón que la hizo caer al piso. La mano de Belén me apretó el pecho hasta lastimarme y sentí la necesidad de lanzarme hasta Máximo y derribarlo como hice con Maxi, pero no me pude mover, estaba petrificado.
Si la atmósfera alrededor de Belén Brizuela podía convertirse en un congelado páramo desolado, la que rodeaba a sus padres era una mezcla entre el más violento de los volcanes y el más triste de los pantanos. Y este volcán no era como el mío: había cosas que crepitaban, convulsionaban sus estructuras aparentemente sólidas y vomitaban magma como chorros mortales que se enfriaban en la más absoluta de las decepciones.
Verlo a Máximo convertido en una violenta y patética criatura, más patético que cuando estaba en paz, era penoso. Penosa era su ira, penosa y lamentable. Bajo su sombra, la de un hombre vuelto salvaje, básico y horrendo, yacía una mujer ausente en su tristeza, visiblemente quebrada. Y había algo más entre los dos, en medio y por encima, un fantasma demasiado presente para ser fantasma.
Máximo se sumergió en el pantano, olvidó su rol de lanzallamas y tomó a su mujer de la mano para ayudarla a levantarse.
— Estoy harto — dijo Máximo, cabizbajo, como un nene caprichoso que se ve a sí mismo derrotado en sus ansias.
Gabriela se quedó mirándolo, con las lágrimas secas, marcadas sobre las mejillas como manchas de pintura. Belén pareció hacerse más chiquita, como si le hubieran tirado con un rayo encogedor, pero no buscó confort en mis ojos. No se dio vuelta. Siguió mirando esa escena macabra e incomprensible, ajena al silencio de mi casa, que ahora añoraba. De repente me vi a mismo odiando estas otras vidas invadiendo mi mundo. Estas disruptivas vidas ajenas.
— Vení — le dijo Gabriela y Máximo se hizo una bolita contra su pecho y hundió su cabeza en el.
Pude escuchar un sollozo débil enfrente mío. Noté que era algo a lo que le costaba salir. Dejé a Titán en el piso, que se alejó poco a poco hasta perderse y tomé a Belén de un hombro, enfrentándola a mi.
Su rostro había perdido todo rastro de poder, de aquella impunidad que blandía como guadaña ante todo lo que se interpusiera en su camino y el de su perro. Ya no llevaba encima esa sensación de madurez mental, de sabiduría prematura, de estar un paso delante de los demás chicos. Su rostro se había llenado de adultez, pero de la misma que sus padres, la señal de una vida marchita, desperdiciada en cientos de cosas inútiles.
La miré y rogué por los dardos de hielo que disparaba de sus ojos o por la incordiante irreverencia de sus desplantes. Rogué por un mínimo fragmento de su extraña forma de ser, que conocía solo desde hace unas horas pero que se había expandido por los años que no sabía de su existencia y hacia los años donde la recordaría con melancolía.
Vi la tristeza en los ojos de Belén y se pegó a mi como un sello infinito y omnipresente. Y no pude escapar y el volcán y el pantano se hicieron uno conmigo.
Pedí a mi Dios personal, aquel de Manzanero y Gormé para que despertara a esa chica, cuatro años más chica, más nena, menos destruida que yo y no lo hizo.
Entonces la traje hacia mí y la besé en la boca.
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nosesisoykevin · 7 years ago
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mañana del 4 de abril
concordia. casa, en el quincho. no me acuerdo qué secuencia conocía su despliegue... era de noche. en un momento dado comienza una persecución y quiero escaparme por la casa del vecino. agarro una afeitadora y voy al baño del quincho, me rasuro la cabeza igual que como lo había hecho el protagonista de la película que vi antes de irme a dormir, de un tipo que altera su ADN para sobrevivir a la atmósfera de un planeta determinado en el cual sería admisible la vida, con algunas modificaciones... cruzo el muro de los vecinos que me ven preocupados, no saben qué pasa, las luces intermitentes de la calle también llegan como rayos urbanos que traspasan sus ventanas, al igual que lo hacen las sirenas. no sé bien por qué me persigue la policía, no es la primera vez que sueño algo del estilo, una persecución en la casa de concordia. me fugo por la puerta principal. logro zafármelos pero sé que no por mucho, debo encontrar refugio.
me voy de allí.
pienso en llamar a mi amigo K. lo llamo por teléfono. le digo que estoy llegando a su casa, que estoy desesperado y que por favor me ayude, pero su casa es la de otro amigo, L. en la casa de L está super instalada la familia de K. está su hermana con su pareja y su bebé durmiendo en un cuarto, su padre y madre durmiendo en el otro, y K conmigo charlando en una mesa que en la casa real no existe. me puede la persecución, siento que la poli va a llegar en cualquier momento y que, además, lo estoy comprometiendo al pedirle que me cubra.
me voy de allí.
camino por el centro, busco un hotelucho, tengo plata en el bolsillo y miro de reojo para ver cuánto. unos billetes de cien pesos, un poco de cambio, y unos billetes de cien dólares. creo que estoy bien como sobrevivir unos cuantos días, mañana pensaré cómo seguir mi camino, por lo pronto la prioridad es dónde pasar la noche, y me meto en un sitio dispuesto a quedarme. le pregunto cuánto es por una noche, quiero algo barato. el lugar parece barato. pero el tipo percibe mi desesperación, se abusa, no me lo cuestiono tanto, cualquier cosa es mejor que salir y seguir buscando, tampoco quiero que me venda a la poli. me dice que cuesta mil cuatrocientos. no puedo creerlo. qué hijo de mil puta. “te voy a cambiar uno de los verdes me parece”. se lleva un billete de cien dólares y me voy con él, no vaya a ser que me robe. entra en una habitación donde está su familia viviendo, saca una cajita con plata, vuelve con unos cuantos billetes de cien y me muestra mi habitación. duermo intranquilo y vestido. listo para correr. llega la poli más tarde, le hace unas preguntas al tipo de la recepción que me cambió la plata. me cubre. dice “no, acá no está”, pero no me arriesgo, salgo por la ventana.
me voy de allí.
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allyougavemeisaheartbeat · 8 years ago
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27/04/2017
Hoy tenía ganas de recordar lo que sentí una vez hace un tiempo ya. Recordar que puedo amar a una persona y que ella me puede amar a mi, recordar sus detalles, nuestros detalles y los míos. Así que al final de este texto les dejaré la primer nota que le hice a ella, a mi primer amor. Ese escrito se lo hice a mi segunda relación amorosa en lo que va de mi vida, se podría decir que fue la más real y maravillosa hasta la fecha.
Han pasado más de 5 años desde que terminamos y de vez en cuando he extrañado la sensación que me causaba, pero desde hace unos días no hago más que pensar en ella. No sé que me esta pasando, no sé si son las ganas de verla, de sentirla o por simplemente hecho de extrañar la sensación de amor que producía en mi.
Hace semanas siento que me voy a quebrar, creo que estoy cerca de hacerlo, de dejar todo y a todos de lado, no lo soporto. Mi mente y mi cuerpo no lo resisten, como una vez al día sin contar desayuno y rara vez merienda. Voy al gimnasio, salgo a caminar y aun así, con suerte, duermo 3 horas al día y me despierto y no logro volver a dormir. No he tenido más que pesadillas recurrentes y cuando logro concebir un sueño normal y tranquilo de un momento a otro se desvanece y quedo en la oscuridad. Siento que no tengo de donde más agarrarme, solo quiero dejarme caer y ver que tan profundo puedo llegar, que tan abajo puedo descender, ver si puedo levantarme y volver a subir.
No me sentía así desde el fallecimiento de mi abuela, con tantas ganas de rendirme de todo y de todos. Creo que estos días la vengo recordando a ella porque fue a unas de las primeras personas a quien se lo dije, que me dejo descansar en sus piernas, que me dijo que todo estaría bien, que me ayudaría a aguantarlo y que me apoyaría siempre que lo necesite.
Me siento tan desecho, como si me hubieran partido en millones de pedazos y los hubieran dejado caer en el vacío, de este lugar del que no puedo salir, del que ni siquiera puedo respirar o ver algo. Me siento extraño estando conmigo mismo.
Ayer, por ejemplo, no hable con nadie, absolutamente con nadie, ni amigos ni familia. Me la pase en la cama, escuchando los mismos 3 temas, hundiéndome en mis pensamientos, pensando que debería o no hacer, si dejarme llevar o luchar un poco más, si debería hablar o no con ella, si simplemente quebrarme y dejar que me consuma mi ser o intentar seguir avanzando.
Hasta acá me quiero expresar, al menos por hoy, no son ni las 11 de la mañana y ya me quiero morir, es demasiado pronto. Cómo les dije más arriba, les dejo una nota, más para que sepan que esta criatura llamada Gabriel si tiene sentimientos. Y que con la persona adecuada puede expresar y recordar detalles como los que leerán a continuación.
“Hoy, a pesar de no estar juntos, nosotros cumplimos un mes como novios. Un mes muy lindo en el cual muchas cosas se me vinieron a la cabeza. La noche en la que nos conocimos, que fue gracias a Agus, el primer mensaje, la primera llamada, el primer te amo, el primer te extraño, el primer te necesito, la primera videollamada, el primer abrazo, el primer beso, el primer mimo, la primer caricia, la primera cruzada de miradas, la primera sonrisa, las primeras cosquillas, la primera vez que dormimos juntos y abrazaditos, la primera vez que te besé y abracé tu pancita, la primera vez que vos abrazaste la mía, la primera pelea, la primera separación, la primera vez que nos alejamos, la primera vez que te escuché llorar, la primera vez que te hice daño, la primera pérdida de confianza, la primera vez que me dije a mi mismo "Es ella, es con quien quiero pasar el resto de mi vida. La voy a proteger, la voy a cuidar, la voy a valorar y la voy a amar como nunca nadie lo hará"...
Hoy en nuestro primer mes como pareja, me dí cuenta que no hay mujer más perfecta ni más maravillosa que vos, que sos quien me hace reír, quien me pone feliz, quien me saca una sonrisa, quien con sólo 2 simples palabras me cambia el día, quien ilumina mi vida y mis días, quien me puede de una manera inexplicable, quien me derrite. Por quien paso horas y horas pensando en que estarás haciendo, que comiste, que vas a comer, si estarás bien, si te estarás bañando, si estarás dibujando, pintando, escribiendo, leyendo o tocando la guitarra, si estarás con Flor, con Luchi o con tu mamá...
Todo este amor que siento por vos nunca pensé que lo iba a sentir por alguien, me llevé tantas decepciones en mi vida que ya me había dado por vencido, hasta que te conocí a vos.
Sos la mujer de vida, sos con quien quiero pasar el resto de mis días, quiero compartir mi vida con vos, quiero que seas parte de mi, quiero que vivamos juntos, que nos casemos, que tengamos hijos, que tengamos un gato, un perro, un conejo y todos los animales que quieras tener en nuestra casa, quiero que envejezcamos juntos, quiero ser tu primer y único hombre, quiero vivir y morir a tu lado, quiero que seas parte tanto de mis logros como de mis decepciones, quiero que estés en cada momento de mi vida, quiero que seas mi vida y mi mundo, aunque ya lo seas. Hoy 12 de febrero se cumple un mes de esta maravillosa historia y aventura que empezamos a vivir aquella noche en el quincho de tu casa mientras nos reíamos y mirábamos la tele...
Te acordás del primer día ? Había llegado a Trelew a las 4 de la tarde y no tenía como avisarte porque no tenía batería en ningún celu. Así que salí de la terminal y me fuí pateando hasta "El Rivadavía" y no tenían pieza. De ahí me fui al "Galicia" y me dieron la 114, abrí la puerta y lo primero que hice fue tirar todo arriba de la cama e ir al baño que no aguantaba más, después puse a cargar el celu y te mandé mensajes, acordamos para juntarnos a las 6 en la Plaza Independencía, en la esquina donde estaba la casa de videojuegos. Había llegado justito, justito, pero vos no estabas, llegaste tarde, pero no me importó. Cuando me llegó el mensaje de "Ya estoy" o algo así, entré a revolear los ojos para todos lados buscándote y te vi, estabas del otro lado de la calle. Me levanté, mientras escuchaba el tema "Your call" y esperé la señal del semáforo para cruzar. Mientras estaba cruzando me saqué los auriculares y no podía levantar la mirada, me sentía mal. Al verte y mientras estaba cruzando sólo me preguntaba "Por qué hice sufrir a una mujer tan hermosa, tan perfecta ? Por qué hice que llorará ? Por qué la dañé ? Por qué le mentí ? Por qué casi la pierdo ?". Sólo pensaba en eso, hasta que llegué al cordón de la vereda, levanté la mirada y me abrazaste, tengo que confesar que en ese momento todos esos pensamientos se borraron de mi mente y sólo disfrute el calor de tu brazos y esa hermosa sensación de amor que me hiciste sentir. No te quería soltar y cuando me quisiste soltar te dije "Todavía no" y me abrazaste más fuerte mientras me caían unas lágrimas de felicidad sin que te dieras cuenta. Cuando me soltaste te pedí mi beso y me diste un piquito hermoso y re tierno, luego te tomé de la mano y empezamos a caminar. Dimos muchas vueltas por el centro agarrados de las manos y cada tantito cruzábamos esas miradas que lo decían y dicen todo. Cuando llegamos a la rotonda me sacaste la gorra, te acordás ? Y la perra que se nos cruzo unos segundos antes de que me la robarás ? Ninguno de los podía creer lo que estaba pasando. Por mi parte, me costaba creer que me recorrí 1800 kilómetros para estar con vos, que te había dado ese primer abrazo, ese primer beso, que íbamos juntos caminando de la mano por la calle, que te miraba sonreír y miraba como me mirabas. Y por tu parte, vos nos podías creer que estaba ahí con vos, pensaste que ese día no iba a llegar nunca después de todo el mal que te hice. Luego, decidimos ir a tu casa así yo podía cargar el celu y avisar que había llegado bien. Luego me comentaste que tu abuela me quería conocer y te dije para ir a verla. Así que la llamaste y ella estaba en tu casa, así que fuimos para allá. Pero antes, hicimos una parada en un lugar que voy a recordar siempre, te acordás de la ferretería ? Esa esquina, que esta en frente de donde vos compras tus materiales para pintura(sino mal recuerdo). Nos apoyamos ahí y te llené de besos y abrazos, mi gorra te troleaba y no me podías dar bien tus besos, hasta que hiciste que me la sacará. Estuvimos como 40 minutos y por esa razón no pude conocerla, llegamos cuando ya se había ido. Y del paredón de tu vecino ? Que nos vio y vos te pusiste algo histérica por lo que hice...
Después cuando entre a tu casa y saludé a tu mamá, a Flor y a Luchi. A los minutos fuimos a tu pieza y puse a cargar el celu. Amor, estaba en tu pieza. Cuando entré y cerraste la puerta la primero que pensé fué "Yo a ese espejo lo conozco... Y a esa puerta también". Ahí fue cuando caí, cuando me dí cuenta que estaba con vos, que estaba en tu pieza, que todo era real, que vos eras real, que te tenía conmigo. Luego, me recosté en tu cama y me trajiste a Waffle y me sacaste fotos con él y con Fracha... Que después entró tu mamá y le dije para cocinar y ella nos dejó casi todo listo. Ahí aprendiste que la cebolla, después de pelarla, se pone en agua así cuando la picas no te hace llorar. La parte del jugo de tomate en botella, que estaba vencido y nadie se dio cuenta. Te acordás de ese accidente ? Me bañé en jugo de tomate. Y esos fideos salieron asquerosos con esa salsa, estaba re ácida. Somos un desastre, amor. Y un ratito antes de eso, conocí a Bianca.
En fin, después de comer nos fuimos al quincho a escuchar música y ver tele, nos acomodamos los sillones y nos pusimos a ver no sé que peli (Piratas del Caribe: En el fin del mundo o si era Sherlock Holmes), pero creo que primero vimos una y luego la otra. Como sea, después de que se hicieron las 12, te lo pregunté. Entre risas y mimos, te pregunté si querías ser mi novia. Y me dijiste que sí... La primera y más maravillosa noche de vida junto a vos. En ese momento comenzó nuestra historia, nuestra aventura, nuestra vida juntos y como pareja.
Esa noche nos quedamos dormidos viéndonos, y en los sillones. Nos despertamos a las 7 y tu mamá se ofreció a llevarme al hotel. A las 8 ya estaba en él. Ese fue mi primer día junto a vos...
Sofía, todavía no te conozco del todo bien, de hecho no te conozco casi nada, pero quiero que sepas que voy a pasar el resto de mi vida conociéndote. Mi cuerpo, mi alma, mi espíritu y mi corazón te pertenecen. Te amo con todo lo que soy y nunca dejaré de hacerlo.
Espero que te haya gustado, amor.
FELIZ PRIMER MES, novia hermosa.”
Gracias a vos, al que llego hasta acá abajo y me esta leyendo. Me estás agarrando para que no me caiga.
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jc-villegas001 · 8 years ago
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Cooperó el refri del quincho.... Listo #vinilosdecorativos #tribute #ColinMcRae #stencilart #JCGraficas (en Puerto Natales, Chile)
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