#Haolien
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Interesante.
Ni siquiera estaba seguro de por qué estaba haciendo esto. La explicación más sencilla era que estaba aburrido, no ten��a nada mejor que hacer y ¿por qué no? No estaba alejada de la realidad, pero Julien no se mentía hasta tal punto a sí mismo y tuvo que admitir que lo que sucedía era que estaba… intrigado. No entendía por qué el chico Qing lo había soltado, ni mucho menos su comportamiento en general. No lo entendía, pero le parecía interesante.
Y por eso estaba yendo a su universidad.
No sabía gran cosa del chico, había investigado más bien a su padre al preparar el robo fallido. Pero sabía a dónde iba, y en realidad hubiera sido fácil de averiguar de todas maneras: pocas universidades eran candidatas para alguien de su familia y de esas seguramente el único chico oriental de pelo tan largo era él. Saber su horario aproximado tampoco había sido difícil, así que se acercó a la puerta del campus y entró con naturalidad. Para variar, había pensado qué ponerse: algo no desteñido y no roto, que sirviera para mezclarse entre los estudiantes. Nadie le dirigió una mirada, así que logró su cometido. No sabía realmente qué iba a hacer, no tenía un plan de mente, pero entonces lo vio. Reconoció su espalda. Estaba sentado con tres personas más en el césped, y de inmediato Julien se dirigió hacia allí, hacia un árbol cercano, que quedaba aún detrás del Qing, y se sentó contra el tronco, al otro lado. Invisible para el oriental y viceversa, sin embargo, podía oírlo. ¿Cómo era el chico con otras personas?
Tras un rato, pudo concluir que… era un actor. Tenía una máscara firme y cuidada. Julien no habría sospechado que esa persona casi amable era la misma que lo tuvo retenido días enteros en los sótanos de su familia. Sonrió, poniéndose de pie. ¿Por qué ocultar semejante originalidad bajo una capa de la misma porquería que era todo el mundo? ¿Por qué ser normal cuando se era una joya en el barro? Había ido sólo a ver cómo era, a aprender algo más de él, pero ahora tenía otros planes. Estaba intrigado.
Saliendo de la universidad, se apoyó tranquilamente cerca de la salida, esperando con paciencia. Hao Qing era alguien interesante al fin y al cabo. Alguien distinto en este mundo que tan pronto se había vuelto predecible y ligeramente aburrido. Valía la pena un rato de espera.
Y alrededor de media hora después, efectivamente lo vio salir. Sonrió de inmediato, y vio el reconocimiento en sus ojos. No se acercó. Lo observó despedirse de sus amigos y acercarse a él, y amplió su sonrisa.
—¿Qué? ¿Ya te enamoraste de mí? — dijo Hao. Julien no pudo evitarlo. Se echó a reír a carcajada limpia. Definitivamente le agradaba más con su verdadero rostro que con la máscara que acababa de escuchar.
— Eres alguien interesante —fue su sincera respuesta, y se enderezó—. ¿Tienes algo que hacer, o podemos caminar un rato?
Y apenas dijo esas palabras, supo que Hao no se negaría. Seguramente le intrigaría saber por qué el ladrón al que le había perdonado la libertad y la vida iba voluntariamente a verlo. Bueno, deduciendo por lo poco que sabía de él y su saludo burlón, posiblemente pensaría que era algo que lo favorecía. Sin embargo, que Julien se interesara en alguien… bueno, para que favoreciera a esa persona, debía ser alguien muy retorcido, masoquista y que lo apreciara genuinamente, y él sabía perfectamente que esa persona no existía.
Hao sólo era un juguete más interesante que los anteriores.
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Hermoso.
Si había una cosa de la que Julien sincera y genuinamente se avergonzaba, no eran sus asesinatos, ni sus violaciones, ni mucho menos sus torturas físicas o psicológicas. No eran sus mentiras o su burla permanente, ni ser y aceptarse como una mala persona. No, lo que realmente le avergonzaba de sí mismo era algo más puntual y sencillo.
Quedarse mirando a Hao cuando se dormía.
El chico siempre se dormía antes que él, y Julien no podía evitar observarlo. No pudo desde la primera vez que durmieron juntos. Acariciar su pelo con ternura, dulzura y lentitud mientras lo miraba era algo que podía hacer horas enteras, ya lo había confirmado. Era negro absoluto, brillante y sedoso. No parecía enredarse mucho, pero por supuesto terminaba sucediendo tras todo lo que hacían, así que pasaba los dedos muy suavemente para desarmar los nudos mientras cuidaba de no despertarlo en lo absoluto. Porque ¿qué haría si él lo notaba? No, no dejaría que eso pasara. Y su rostro... Hao siempre tenía ese gesto caprichoso, o arrogante, o deseoso o cansado, pero no lo veía en otro momento con esa paz y relajado. Le agradaba. Era hermoso y sentía que podía contemplarlo sin cansarse mucho, mucho tiempo.
Julien siempre tuvo una fascinación por lo hermoso, pero el problema era que lo superficial no era suficiente para él. Veía los defectos de todo bastante rápido: objetos, animales, personas, hasta música. Aunque de hecho la música le solía gustar bastante. Con Hao no era así. ¿Cómo serlo, si cada vez que descubría una faceta ueva del chico sólo se volvía más y más perfecto? Hao era doblemente hermoso en su interior que en su exterior. Su desprecio por las personas, su altísima autoestima, la forma en la que sencillamente asumía que el mundo estaba a sus pies y si no era así, pues ya lo estaría, como si fuera un hecho indiscutible, una ley de la física. Y la total entrega que podía tener con él. La confianza. A Julien le llegaba al corazón sentir la confianza de Hao, y no quería admitirlo. Porque hacerlo aceptar que el lugar que estaba ganándose en su corazón era mayor al que quería admitir.
Desenredó los últimos nudos paciente y lentamente, con una suavidad que nadie conoció jamás de él, atento al ritmo de su respiración para asegurarse de no despertarlo. Pero no: Hao seguía profundamente dormido. Con un suspiro, Julien acomodó los mechones y pasó a solamente acariciarlos. Observó el rostro del oriental, tan hermoso, tan calmado y sereno, una pura obra de arte. Y llevado por un estúpido impulso, se acercó esos centímetros de diferencia y rozó sus labios con los suyos.
Fue breve: sólo un roce, sólo un par de segundos antes de apartarse. Hao seguía totalmente dormido. Julien sonrió, y siguió mirándolo. Ah, se sentía tan idiota. Decidido, lo rodeó suavemente con el brazo y cerró los ojos. Suficientes tonterías para una noche. Iba a dormir.
... Pero a los diez minutos estaba observándolo otra vez, con los ojos entreabiertos, perezoso, casi que espiándolo.
Hao era hermoso, sí, pero en momentos como este, Julien quería que la tierra se abriera bajo él y se lo tragase de una vez para dejar de hacer semejante estupidez cada maldita noche.
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Haolien
¡Todo era culpa de la estúpida sonrisa de Hao!
Julien no podía imaginar otro motivo para haber aceptado al niño. Es decir, sí, Hao estaba feliz y él no podía oponerse a sus caprichos, pero estaba bastante seguro de que un niño iba más allá de sus límites.
Entonces, ¿qué hacía mirándolos jugar?
Pues, Hao sonreía feliz, y Julien no podía oponerse a su felicidad.
Julien amaba con una entrega y desinterés que nadie imaginaría de él. Amaba hasta el punto de la adoración, y por ello, si Hao quería quedarse con el chico, él lo aceptaría. Lo cual no quitaba su fastidio. No le gustaban los niños, nunca le habían gustado, y era demasiado posesivo para querer compartir a Hao con alguien más, incluso si era con alguien que llevaba el nombre de ambos y que jamás vería esa hermosa y estúpida sonrisa. Suspiró, alzando la vista al cielo.
Si no había lastimado a Haolien aún, era sólo por Hao.
El niño era dulce, inocente y un completo idiota. No entendía nunca nada, ni su forma de ser, ni la relación que tenían, sus valores eran absurdos y su forma de ver, mejor dicho, de no ver el mundo, era completamente estúpida. Tan ingenuo que cualquiera podría pisotearlo fácilmente y aprovecharse de él.
Tan ingenuo que parecía quererlo.
Y Julien lastimaba a esas personas, las empujaba para comprobar qué tanto seguirían queriéndolo, las torturaba para reírse con el corazón roto cuando se apartaban de él por su propia culpa. La excepción era Hao, y por eso él adoraba el suelo que pisaba, incluso si jamás pensaría en esos términos. Julien le había puesto todas las pruebas posibles, y Hao lo había amado a través de todas ellas.
Pero no podía lastimar a ese niño.
Volvió a observarlos. Podía ser que la sonrisa de Hao hubiera hecho que se quedara con el imbécil, pero sabía que lo había aceptado en un comienzo por sus ojos heridos. Se había visto reflejado en él, pero no pensó que fuera a ser tan estúpido e inocente. ¿Cómo podía no odiar a todo el mundo tras ello? ¿Cómo podía ser alguien puro? Le dio curiosidad, y por eso lo dejó quedarse.
Luego Hao empezó a sonreír con el nene y se condenó a tener que soportarlo.
Ahora mismo, Haolien se acercaba a él. Ya se movía con seguridad, al menos dentro de zonas que conocía. No tardó en alcanzarlo y sonreírle, extendiendo sus bracitos y rodeando su cintura con ellos.
¡Era tan incómodo! Julien no sabía qué hacer cuando Haolien hacía algo así.
—¿Quieres algo? ¿Te duele algo? --no parecía, y Hao tampoco estaba haciendo drama. Quizás quería conseguir algo.
El niño negó con la cabeza.
--Nada, ¿por qué lo dices?
Porque no entiendo por qué me abrazas. ¿De verdad lo quería? Julien no podía imaginar por qué. No sólo eso… Julien no entendía esa forma de querer, porque las únicas dos personas que lo habían querido estaban locas. Lucette lo lastimaba tanto como lo cuidaba, Hao lo había apuñalado desde el comienzo… ¿cómo interpretaba algo así?
No podía ser cariño, tenía que ser manipulación.
Y aún así, chasqueó la lengua.
--Por nada --se soltó del abrazo, pero se quedó mirando el rostro del niño y terminó por palmear su cabecita. Tan pequeña y frágil. Tan fácil de romper. Se encontró observando casi con ansiedad la cabeza de Haolien, asegurándose de que no estaba herido de algún tropiezo o algo así.
No le importaba ni nada, sólo no quería que se le rompiera el juguete nuevo a Hao.
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