#Estéticadelafortaleza
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Los ángeles fueron creados
para guardar los caminos de
los hombres. En cuanto a mí,
que nací interviniendo en una
obra literaria, protegeré,
interfiera lo que interfiera,
el destino para el cual fui creada.
Eso es todo.
ELISABELLA
Quien crea que poseer la verdad es eludir el cargo moral de escuchar a otros no es más que un principiante o inexperto en lo que cree. Su aspiración desmedida al afirmar que es portador de una verdad absoluta no solo causa daños vituperables en el ambiente, sino que también hace el ridículo adornando su pretenciosa capacidad ultraterrena con palabras apacibles y máscaras de cortesía. Esta creencia puramente imaginaria e insoportable es idéntica a la lerda vanagloria de darse siempre la razón. El perspectivismo probatorio sana esta actitud execrable.
Esa estúpida seguridad de no poseer falsedad ni de cometer errores, no solo es indigna de aprecio debido a su ingenua indiferencia a la naturaleza humana, sino que además se trata de ese tipo de mentira que conlleva renunciar a vivir, pues ignora y, otras veces, teme el riesgo y la aventura de estar vivos.
Contarlo es consentir que empiece a que nos deje de gustar. Explicarlo es hacer que le perdamos interés. La comunicación vacía la abundancia de nuestra alma. Escribir para ser leído no tiene nada de impersonal, pues en ese arte desaparece la intensidad de muchos momentos que alcanzaron la redondez anímica. ¡Vaya paradoja a la que nos somete nuestra mayor pasión!
Y está bien así.
Los abusos de la espiritualidad y de la belleza se deben a esos hombres de vidas encadenadas, escasas de ideas y estrechas en ánimo, hombres indecisos o atareados. Seres castigados a buscar en lugares donde no pueden encontrar nada y a hablar de pastos verdes que no han visto jamás. Se traicionan a ellos mismos, a su propia pequeñez, aspirando a ideales radiantes que los superan, los abruman, los ahogan, ideales que, digámoslo con fuerza, huyen de ellos mismos mientras más desean acercarse. Su mayor logro es hacer caricaturas de lo que pretenden asir. La gran espiritualidad, la gran libertad, la gran honestidad, la gran soledad no favorecen a los que más parlotean sobre ellas; para estos hombres la vida solo les tiene reservado la más completa ausencia de estos ideales.
¿Quién fastidia más que aquel que busca hacernos creer que nunca se equivoca? ¡Hablan tanto! ¡Hablan mucho! ¡Siempre hablan de más! Por odio a su propia vida falsean su propia imagen. Puedo imaginarme con facilidad en cuánto sobrepasa lo que ocultan de lo que presumen y fanfarronean sobre ellos mismos. Su desgracia es no anhelar un cambio favorable que alivie en algo la falta de gracia que hay en sus vidas.
¡Ah, los espíritus críticos! Ese deseo canalla y placentero de poner el dedo en los razonamientos incorrectos e injustos y que se bastan con explicaciones flemáticas. ¿Fe en los gobernantes? ¿Estar de acuerdo con lo que la mayoría dice? ¿Disfrutar de lo mejor en común? ¿Abolir el peligro? ¿Dejarse seducir por reconocimientos, dinero o cargos prestigiosos? ¿Convivir con la suciedad de los medios de comunicación? ¿Confiar en la acción política? Hay hombres y mujeres pesados en el movimiento de pensar, es cierto. Ellos intentan impedir con necedad la imprudencia, el mal carácter, la desconfianza, la malicia de una fúlgida mente crítica. Este es el criterio de mi autoexigencia (palabra preferida por el profesor Diego Umaña): No se trata de qué manera yo me sienta, sino de cómo lo evidencian los hechos difíciles de interpretar.
Sentir el aliento de la ligereza para gozar la vida de forma inconcebible. Empeñarse en debatir las objeciones es un acto de debilidad baboso. La verdad probatoria de cada uno no puede ser defendida indecorosamente. Valorar en los actos más sus intenciones que sus consecuencias es otra forma débil y lenta de mirar lo que sucede con bastante preocupación. Aceptar que entren en la vida la veneración gratuita, la envidia, la cólera, el odio, la obligación insensata es insistir en construir un infierno en la propia cabeza. La solución a los problemas pasa más por la tranquilidad que por los cuestionamientos. Los fantasmas de las experiencias pasadas están al acecho de quienes prefieren ser conocidos por todos con sus ofensas y angustias. Ser nice es saber que no se necesita insultar o maltratar a una persona para hablarle con vehemencia sobre sus actos erróneos. Pero este aire de la serenidad nos pide vivirlo principalmente con personas análogas espiritualmente, pues sucede a veces que abstenerse de violencia con una persona llena de bajezas es negar las otras maneras de vivir diferentes de ser ligero y propias de un ser humano. Hay quienes merecen la imposición de nuestra amargura y, por ello, tal imposición es nuestro derecho a expresarnos. No es estrés, es pasión por vivir. ¿Qué más da? Es indiferente y casi necio tener la última palabra.
Así veo las cosas.
La enfermedad nos permite dejar esa búsqueda de todo lo que es útil, de todo lo que está en el futuro, de todo lo que nos hace huir de nosotros mismos. Enfermarnos fuertemente nos libera de los prejuicios y del miedo de caer enfermos. Quizá en la enfermedad puede haber dolor físico y olor a cenizas, pero por lo menos vencemos ese temor prolongado de vivir, desistimos de autohumillarnos al superar ese deseo de adular toda la aprobación social de lo sano. En la enfermedad no se busca la aprobación, sino se saca la fuerza de adjudicarnos nuestro propio valor.
He visto correr a algunos seres vivos, parecían vivificados cuando lo hacen. Algo dentro de ellos los hacía correr. Era un huracán en su interior, quizás. Corriendo superaban esos molestos apegos. Corrían alejándose de las personas, de los países, de su antigua vida, de sus aciertos y errores, incluso se apartaban de su porvenir. Corrían con libertad. Corrían sin dejarse atar por nada ni por nadie. Mientras lo hacían me parecía por momentos que no pisaban el suelo, acaso dejaban de correr por instantes y alzaban el vuelo. Sí, tenían razón, es mejor volar que correr. Ellos miran de frente a los pensamientos que envanecen su espíritu. ¿Pensamientos que envanecen el espíritu? Sí, tal como lo hacen las heladas con las plantas que al envanecerlas las vuelven secas y, a la postre, podridas. Ellos miran de frente esos pensamientos obstinados que infunden horror en el cuerpo y son difíciles de acabar de un solo golpe. Ellos los miran a la cara y se ríen de sus temibles semblantes y, si bien no los superan de un momento a otro, su mente sí consigue extraviarse con otros pensamientos, pensamientos bellos, sagrados, sabrosos y peligrosos. Corren porque no le deben nada al mundo, y, por el contrario, el mundo les debe mucho. Corredores como Ludwig Van Beethoven, Johann Wolfgang Goethe, Diego Armando Maradona y el poeta del Valle Gustavo Gutiérrez Cabello. Debido a su velocidad construyen instantáneamente planes para pasarla bien y solucionar sus problemas. Son independientes de sus resultados porque saben que corren por la senda que es correcta. Tienen necesidad de crecer en sus negocios, pero sobre todo tienen necesidad de ahondar en su pasión. El mejor aporte que pueden recibir es que no les nieguen la posibilidad de seguir corriendo. Si pueden correr, para ellos lo demás es compromiso, decisión, espíritu de lucha, mentalidad e increíble esfuerzo. Nunca van a dejar de insistir en mover sus piernas aprisa. Para unos puede ser normal verlos correr, pero para mí no lo es. Ellos me inspiran a querer mejorar, y es seguro que por seguir su inspiración el futuro me deparará rivales, adversidades y desafíos cada vez más difíciles, pero no importa. Un futuro así me hace sentir que la vida es maravillosa. Además, yo tengo mucha suerte, y cuanto más me preparo y practico lo que hago, más suerte tengo. Sí, el azar me ha favorecido al permitirme conocer a estos atletas de la vida, pues estos corredores se ponen en cabeza para imponer su ritmo al resto de los participantes. Pero el azar me favorece más cuando yo mismo corro sobre mis dos piernas. Y tengo la idea de que mi voluntad incide más que el azar en echarme a correr como ellos. Hay días que no quiero algo distinto que correr y, por instantes, volar.
«Como son las cosas», dice mi mejor amigo.
Los ignorantes sin remedio me desprecian con burla en sus ojos y llaman locura a mis visiones más elevadas. ¡Ellos son inevitables! ¡Su presencia es el pago que debo hacer por los crímenes que los filósofos cometieron contra las divinidades y contra el mundo, crímenes que yo intento cometer para sentir la alegría de quien deja de ser un subordinado al que le delegan vivir la vida de los otros. Sus gustos son diferentes a los míos. Su entrega al trabajo es ruidosa, avara, orgullosa, afiebrada. Son absorbidos por el trabajo y por el dinero, todo lo hacen mediante pros y contras. ¡Mediocres! ¡Martirizados, llenos de venganza, almas desilusionadas, lenguas venenosas! No hay cura para su mediocridad. Sus elogios es pura búsqueda hipócrita de simpatía. Parecen noticias tergiversadas por medios de comunicación. No. Parecen los mismos medios que no hacen más que publicitar engaños. Les da terror confesar lo que son y lo que desean, pero son unos expertos en la repugnancia de disimularlo.
Mi ser no está a la venta.
El prejuicio moral no sabe hablar de la verdad, cuando señala, por ejemplo, que la verdad es mejor que la mentira, no tiene en cuenta que está impidiendo la posibilidad de cualquier verdad. El problema no es querer ser sincero, sino esa inclinación moralista que es incapaz de la nobleza y necesidad de las apariencias. Por ello, antes de caer en prejuicios insostenibles, es mejor pensar muy bien lo que se dice y no siempre decir lo que se piensa. No me dejaré seducir por la montaña de los prejuicios morales. Y aunque les duela a esos moralistas, una cosa es hablar sobre otra persona en voz alta, y otra hablar sobre ella con uno mismo, como consecuencia de lo que uno ve de sea persona. La verdad emerge y, además, con valentía, al hablar de palabras para dentro.
En buena medida, ahora no quiero gente que se atreva a hablarme para defender los valores morales. Mírenme a los ojos para repetírselo.
A quienes les pesa la dureza (toughness) prefieren ser complacientes y, de forma casi inexplicable, lo aceptan todo con facilidad extrema. No saben lo que hay que aprender porque les cuesta contradecir, y no saben lo que deben olvidar porque no tienen voz propia. Están siempre abiertos. Son muy pacientes. Les gusta que los engañen. Sacrifican, por caer bien a los demás, el precioso orgullo y el inapreciable amor propio. ¡Patéticos! ¡Blandos! ¡Novatos en las cuestiones de la vida! ¡Carentes de suerte, astucia y felicidad!
Probé un poco de cierto tipo de filosofía. Debo decir que me la dieron a probar. Desde entonces mi sed de vivir no se apaga. He leído adivinadores de almas… de mi alma. Libros destinados a mí. Gracias a esta forma de filosofar he podido esperar cosas extraordinarias. Es cierto que pensar no es indispensable, pero he conocido a personas que, además de vivir, piensan, y las admiro porque pueden explicar las decisiones que toman, y las admiro aún más porque se alegran, al parecer, de poder tomar decisiones acertadas. Ellas tienen claro que decidir es diferente de ejecutar, por ello deciden con el pensamiento, pues una buena elección les facilita y les hace más amiga la ejecución. Ciertos filósofos neutralizan mis virtudes, mis ambiciones, mis desasosiegos, cuando me desafuero. Me desafían al apaciguamiento y a la calma. Necesito a esta filosofía como al agua. Sin ella sería un sonámbulo, o un vivo con libertad condicional, o un oficinista, o un hombre que ofrece asesorías jurídicas en un maldito despacho, o un empleado pegado a un escritorio, o, como dicen en El Salvador, un lambiscón. Vivir está en variar. El azar interviene en esta filosofía junto con otros factores. Yo sigo mi propio riesgo: Vivir con libertad y amar los libros, sin importar el mal hábito con el que obre allí. Filosofar es también atreverse a sentir la verdad.
La aristocracia espiritual me impone la exigencia de guardar lo mejor para mí, para mis amigos y para quienes en verdad tengan necesidad de lo mejor que puedo dar; no siento la obligación de darle lo mejor de mí a alguien que lo reciba con las manos ocupadas y la mente extraviada o la mirada puesta en otro lugar. Asimismo, prefiero que los sentimientos que hacen elevar mi espíritu sean duraderos en vez de intensos. La jerarquía en los hombres es digna de respeto y admiración. La necesidad de personas activas a nuestro lado despliega en nosotros capacidad de mando. ¿De qué sirve persuadir a alguien de que tenga una buena opinión sobre nosotros? Eso solo es postrarnos ante las opiniones de los demás. ¿Y de qué sirve cargar con la responsabilidad que tienen los otros? Creer en la aristocracia del espíritu me permitió aprender el arte de ¡dejar que pase lo que tenga que pasar! Este es un deber entre los deberes imprescindibles: Disfrutar de los propios privilegios y entrenarse en el ejercicio, no de acumularlos, sino de apreciar estos privilegios con tranquilidad, es decir, sin sentir culpa de poseerlos. Me incomoda cuando el resultado que buscaba no se me da, pero no es relevante, no me conformo, no siento nerviosismo de seguir trabajando duro por lo que quiero. Además, si no estoy en un ambiente que me rete, terminaré por hacer crecer a los que están debajo de mí, y un mal resultado es una gran razón para crecer. Llegar al destino querido es ingrato, pero de otro modo la vida se disiparía.
Estoy enfocado en esto. Esto es lo importante. Ahora es esto. Lo siento, no tengo cabeza para más, solo es esto. No tengo pensamientos ni respuestas para más. El mejor método: ganarle el corazón al tiempo.
Hay una manera de hacerse cargo de la belleza que consiste en hallar en el retroceder el impulso para dar el salto más grande. Y hay una manera de asumir la fortaleza que estriba en aceptar que no tenemos el poder de vaticinar nuestro propio éxito o fracaso, pues nuestra tarea se basa en que nuestra alma envuelva nuestro cuerpo y le brinde el valor necesario para que cuando la mente, cumpliendo su rol, le diga que todo está mal, él se sienta al revés, y sea fuerte, con la fuerza necesaria para enmendar sus errores e ir tras su verdad: legado para las futuras generaciones.
Y si me reprocharan que aún no es suficiente y me exigieran que debo explicar cuál es mi deseo detrás de todo esto, les respondería: ¿Y qué si fuera cierto?
Escrito por Carlos A. Moreno Melo (Autor).
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Todo momento debe arder y consumirse. Las experiencias deben poseernos y abandonarnos, y en ese proceso podremos ver extrañas y remotas nuevamente a las personas que tomaron parte en estas. Ser único es no permitir, aunque cueste desasosiegos, que los demás hagan de ti lo que les plazca. Ser puro es impedir que te usen. ¿Cuándo te usan? Cuando se aprovechan de ti empeorándote. Estos hipócritas se adornan con galas retóricas que parecen una conciencia moral, y entonces empiezan a tratarte como a un enfermo en busca de una supuesta mejoría para ti. Nunca procurarán, de manera inocente y sincera, el logro de algún fin elevado en tu vida. Vamos, desconfía de las adulaciones y las críticas resabiadas. Duda de quienes te imploran compasión a causa de tu firmeza de carácter, pues no proceden con desinterés y lo único que consiguen es robarte tu paz interior. No consientas que se burlen de ti mediantes mofas necias e, inclusive, cortesías fingidas.
Amina la llama de la verdad (ale flammam veritatis) en tus pensamientos, misteriosos y libres. Sé de naturaleza elusiva con los enemigos de la libertad. No pierdas tu tiempo contra los que te instigan a no sentir amor a la verdad. Examina atentamente cuándo honran o degradan tu existencia. Dirígete a ellos como a los pormenores de la vida, aun cuando sea mientras aprendan a tenerte miramiento. En realidad no a «todos» les puedes compartir tus momentos de alegría, pues para dejar de pertenecer a la «muchedumbre» hay que seguir la ley que dice: aíslate de la mayoría y entrégate a tu propio desierto. Quienes no desean comprender las dificultades que han estado en tu vida y, por ello, te subestiman continuamente sin cuestionar su modo de portarse contra ti, son simplemente unos perezosos que te ven desde el odio a la vida que sienten en su interior. Créeme, yo que traigo tu calma y no tu tormento, que existen el hombre y la mujer despreciables, aquellos que no tienen ningún deseo de conocerte y, por ende, ningún anhelo de verte feliz; en realidad, solamente muestran preocupación súbita por ti a fin de manifestar, con embustes, expresiones de urbanidad a su «semejante».
Entonces, ¿dónde puedes ver que la amistad sí existe? En un lugar en el que, al brillar tus ojos, quienes te rodeen quieran tomar un poco de la luz que emite tu mirada. Un amigo no se siente en desventaja por tu inconcebible buena suerte. El ser humano que desdeñe tu alegría, tu esfuerzo, tus sueños, tus convicciones, la fuerza de tu demencia, solo quiere ponerte a su servicio y valerse de ti para justificar el basurero que tiene por mundo. Vamos, debes soportar la belleza de la fortaleza y creer en ella. Sé generoso con todo lo que has llamado serio. Atrévete a mirar por debajo de ti todo el miserable egoísmo de quienes se enfadan contigo por ser quien en verdad eres. Te invito a que persistas en defender la escala de valor que has dado a cada cosa en tu vida, escala que debes mantener oculta, pues si la muestras, los vulgares de espíritu no solo no la entenderán jamás, sino que, además, la enjuiciarán con su teoría del desastre extremo y del suceso infeliz.
No agotes tu pasión a causa de esos hombres y mujeres perjudiciales para tu salud. Ellos no son más que medias tintas, puesto que su tinta vital corre hacia su destino como el buitre a la carroña, ¡en serio que tienen tan poca tinta para escribir hermosa prosa como la que integra tu alma! Prepárate a ti mismo para los mejores momentos, disipa el afán que tu sociedad te pide tener, vive la música del vals con sus movimientos giratorios que ignoran el avance lineal de este mundo plástico, ama el silencio y todos los momentos silenciosos, permanece en lo que más te gusta, sube hasta el sol hollando el aire, sé en todo tu esplendor, para que los que tengan ojos solo puedan observar la gravedad y el decoro de tu manera de ser… tu dignidad. Cede con docilidad a mi mandato, yo que soy tu instante de lucidez, y ama por encima de todas las cosas a tu propia intimidad, cuidándola y defendiéndola de todo peligro.
Ahora que te veo, puedo decir que después de tanto tiempo ese hado prístino que han cumplido los guerreros invencibles de la humanidad ha empezado a emerger de ti, a formar parte de tu cuerpo y de tu vida. La diferencia entre tú y el resto del mundo consiste en la increíble determinación por alumbrar a tu intimidad con la luz del fuego de tu voluntad, y en no aceptar que nadie se acerque a menos que su intención sea tornarse cenizas. Ya entablas una batalla, no perderás esta guerra, pues tú eres el responsable de que pronto nazca un mundo florecido que superará los impulsos compulsivos de lo deleznable. Te juro que si luchas hasta el final, crearás algo verdadero, un Mundo Nuevo que venza todos los engaños. Vamos, está en ti lograr con anhelo una de las maneras excelsas de la culminación del amor: el respeto a ti mismo.
Escrito por Carlos A. Moreno Melo (Autor).
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