Amar es temblar
Performance
Colectiva Perlita realizó la sesión de “Sensorial” en el Centro Cultural Constitución de Zapopan, un performance de lectura experimental donde el público pudo apreciar mediante los sentidos, narraciones literarias acompañados de música, sonidos ambientales, olores y danza.
“Amar es temblar” habla sobre la relación del paisaje de la isla de mezcala con el cuerpo socializado como femenino y cómo en esta interacción pueden surgir nuevas ficciones desde lo que entendemos como terror.
Textos:
Silencio (2018) - Clyo Mendoza, México
Las voladoras (2020) - Mónica Ojeda, Ecuador
Participantes:
Isabel Huerta, Ana Karen Burciaga, Antonia Huerta, Alitzel García, Karina Ortega, Pablo Horn Pérez, Alexia Soto, Christian Gonzalez, Rubén Guluz
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Habitar la herida, renombrar el olvido: ‘Anamnesis’ de Clyo Mendoza
Juan Pablo Ruiz Núñez
El poema no nos enseña nada que no sepamos ya.
Chantal Maillard
El lenguaje, las palabras nos permiten concebir, habitar el mundo. La palabra es una de las formas primigenias de descubrir y conocer lo circundante, ya que nombra, define, delimita un espacio, una realidad que de otro modo sería infinita. La poesía es uno de los medios que las personas hemos inventado para transmitir con las palabras de todos los días el asombro y el abismo de estar, de ser aquí.
El poema habita el lenguaje, se sirve de las palabras para trasladarlas y reavivarlas. Decir de otro modo lo mismo es el quehacer del poema, del poeta. Como se sabe, “un poema es una obra, algo que se presenta y se dice, y lo que se dice no es distinto de la forma en que se dice”. Hay muchas maneras de decir, según personas, experiencias, líneas dactilares que existan.
Uno de ellos, y uno de los que más me interesan es el poema-descubrimiento, el poema-camino, el poema-revelación (siguiendo aquí a Chantal Maillard). Y por tanto corazón-memoria (re-cordari, volver a pasar por el corazón). Algo que reconocemos. Algo que no sabíamos que (ya) sabíamos. El poema des-cubre y re-vela al mismo tiempo. Y crea un mundo. Lo reinventa.
Llegamos así a Anamnesis (Cuadrivio, 2016), el primer libro publicado de Clyo Mendoza. Es un periplo por los linderos y centro(s) de una herida, una exploración por, con y desde las vísceras de nuestro cuerpo (hígado, páncreas, riñones, no sólo el corazón, todos esenciales, vitales). Un recorrido por el dolor sin nombre que es revelado al ser nombrado. Un nombrar el abismo adentro de todas nosotras para recordarlo, observarlo, tocarlo. Dejarlo ir. Para regresar avantes de la expedición.
Es un poemario que es clínica, a la vez que terapéutica. Una anamnesis como lo sugiere el título mismo del poemario (una 'reminiscencia', 'rememoración'. La anamnesis en general apunta a traer al presente los recuerdos del pasado, recuperar la información registrada en épocas pretéritas). Y contarlo y decirlo... Re-nombrarlo. Enunciarlo.
Otra vez los sueños me piden cosas
Entró la noche con pedazos de mi carne derramando ramas y huesos
…..Entró y olvidó ahí todos mis escombros
Dejó una luz que no necesito
…..me dejó sin descanso
Los poemas que integran este libro nos hablan de Ofelia, una mujer con el nombre de su abuela. Imposible no pensar en la Ofelia hamletiana, que dio lugar, a su vez, a pinturas de Delacroix o del prerrafaelista Waterhouse que a su vez inspiraron el célebre poema “Ofelia” de Arthur Rimbaud. Pero aquí nos hablan de la abuela Ofelia, como también y sobre todo de dos personajes masculinos: el abuelo —a quien se le dedican varios de los poemas-cartas del libro— y Gabriel, cuyas acciones y omisiones —desconcertantes algunas, varias atroces— recorren el cuerpo del libro. Estos personajes son el disparador del relato-poema construido por escenas, son a quienes la voz poética interpela.
Ofelia trabaja de esto y lo otro, con el descubrimiento del naufragio guardado en su vientre. Y calla y sonríe y es para el mundo, Ofelia. Ahora deforme, ahora roca, luego dos se- gundos es espíritu. Ofelia, pedazo de Dios, pedazo de ruido.
Anamnesis se destaca dentro de la poesía reciente mexicana por su enunciación, su tono, el trabajo depurado con el lenguaje —no sólo por la riqueza léxica, si no también su amplitud semántica—, por sus alcances a la hora de no sólo mostrar si no crear, generar un mundo como toda poesía relevante. Se distingue de algunas poéticas de la actualidad en donde mientras más neologismos provenientes del uso de las redes sociales, más rasposa, altisonante, frívola se escuche pareciera más atractiva. Aquellos textos que confunden altisonancia con trascendencia. Aquella poesía, al fin, reaccionaria, conservadora, al banalizarlo todo, fincada en una supuesta subversión sin ninguna reflexión crítica. Con ventura eso no encontramos aquí. De hecho estamos en las antípodas. En un territorio ocupado por una palabra reposada a la par que encorajinada, una palabra colmada de sangre y luz por tanta injusticia. Una poesía plena de hallazgos y encuentros afortunados.
Abuelo ¿Cómo hago para no vaciarme? Si un día amanecí con la entrepierna morada y otro día me desperté a mitad de un jardín pequeño con las piernas mordidas. A mi lado estaba Gabriel, que me llevó a su casa y me hizo todo con violencia. A esa hora, señor, yo seguía ebria o no sentía. En la tarde, desperté en su cama con el cuerpo marcado. Él me veía desde la puerta mordiendo una manzana.
Si bien vislumbramos un abismo profundo de donde manan las palabras, con un variado uso y recursos del lenguaje Clyo Mendoza busca la trascendencia de dicho espacio abisal. Trascender la herida. Trascender, o más bien, renombrar ese trozo de memoria que aunque lejano aún duele. Porque sabemos, como dijera Seferis citado por Gervitz, la memoria donde se la toque duele. Afortunados como lectores de encontrarnos una voz que nos comparte este descubrimiento del Hades propio, viaje al inframundo del que emerge avante, en esta Anamnesis de la que nos vuelve partícipes, testigos, acompañantes activos. Por que todo lector es un cómplice del poeta, completa y da sentido final al poema.
Ella misma se había entregado días antes a su orfandad, se dejó cegar por la explosión, se arrancó el hueco del ombligo. Saciada, enceguecida, Ofelia durmió un minuto en blanco, piedra nocturna, piedra sola.
La poesía es 'canto rodando al abismo', así nos lo recuerda Clyo Mendoza en Anamnesis, ya antes lo había dicho Paul Celan. Y no menciono a Celan gratuitamente. Mi lectura de este libro me refirió a De umbral en umbral, en donde el poeta sin nación ahonda la exploración de los detritos de la memoria. También me hizo pensar en cierta Alejandra Pizarnik. Me recordó en ámbitos más cercanos tanto espacial como temporalmente a María Rivera, desde Traslación de dominio y Hay batallas hasta su poema “Oscuro”; también al Jorge Fernández Granados de Los hábitos de la ceniza; o a Hospital de Cardiología de Pedro Guzmán, ese notable poema-libro de principios del siglo XXI mexicano bajo la impronta de Hospital británico de Héctor Viel Temperley, otra voz que se transmina en Anamnesis. Recorridos todos por las huellas y trazas del duelo, de la desaparición del sí, para nombrarlos; paro volver, siempre volver, para contar, recordar. Contar y contarse. Contarnos.
No había que dar muestras de espanto porque las moscas llegaban oliendo el miedo, no dejaban espacio a ningún ruido, sólo su biseo, su insoportable S imitando el infinito.
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También el mundo está regido por la voluntad de los muertos por su silueta de sol en las tinieblas
cada rasgo suyo nace en una forma invisible
en otro lugar o a veces en éste.
Las y los lectores que se atrevan a otear y recorrer las páginas de Anamnesis, encontrarán poemas provenientes de ese tránsito, de esa transformación, de dicha clínica devenida sanación. Desde las atmósferas abrasivas del libro se nos propone una senda para hallar o (re)construir un lugar habitable. Primero el cuerpo, luego la casa. La casa que es el cuerpo. Luego la memoria, los recuerdos para que ya no sean alfileres. No hay relato que no sea un retorno, dice Pascal Quignard.
Clyo Mendoza nos presenta su viaje interior y escritural, ese tránsito que si deseamos puede ser (el) nuestro, el de cualquiera que abra y se abisme en esta notabilísima ópera prima, escrita con intensidad, testimonio, memoria, cura.
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El amor no es algo que pueda escribirse, pienso. Es algo que uno intenta describir. Creo que el amor es Dios, algo sin dimensiones que recibe un nombre escueto y se reduce a nuestra escasa comprensión de las cosas. Como un papel gigantesco que es doblado dentro de una caja para que quepa y del cual sólo podemos ver un lado. Yo lo he sentido, yo he corrido por las montañas, junto a mis perras, he caminado por el desierto, nadado en el mar con la sensación de tenerlo a cuestas, adentro, encima mío, estoy segura. Y, curiosamente, me ha alcanzado en el culmen de mi propia soledad. Ahí, mis objetos de amor irradian, me doy cuenta que, justamente como Dios, pertenecen con el tiempo a un orden de cosas que deberían conservarse en secreto, es decir: ser olvidadas.
Clyo Mendoza, Amor y duelo
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