#Cetáceos
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falangesdovento · 1 month ago
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todosobreballenas · 1 year ago
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Relación entre las ballenas y otros animales
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Hace millones años, las ballenas se han ido adaptando a la vida acuática. Cuando se las comienza a conocer en detalle, son animales fascinantes que no paran de sorprender tanto por su tamaño, inteligencia, comunicación y comportamiento social. No obstante, también son animales que interactúan con otros animales.
Lo hacen con su misma especie, como también con otras especies. Veamos qué tipo de relación tienen con otros animales, qué beneficios o perjuicios se derivan de estas interacciones y qué factores influyen en su forma de relacionarse.
La relación entre las ballenas y otros cetáceos
Las ballenas se relacionan con otros cetáceos, pero en distintas formas según: la especie, el individuo y el contexto. Sin dudas, algunas especies son mucho más sociables que otras. Por ello, forman grupos temporales y hasta estables con miembros de su misma especie o de otras especies.
Estos grupos se forman con distintos objetivos y cumplen diferentes funciones como puede ser la búsqueda de alimento, defenderse, el apareamiento o para el cuidado de sus crías.
También existen otras especies que son más solitarias. Solo se juntan con otros cetáceos en las épocas reproductivas o en las zonas donde se alimentan. Las ballenas se comunican con otros cetáceos y lo hacen a través de distintos tipos de sonidos. Puede ser con gruñidos, chasquidos, cantos o silbidos.
Esencialmente, estos sonidos casi siempre tienen distintos significados. Puede ser la identificación, la localización, la coordinación, la atracción o la expresión. Asimismo, también se comunican con otros cetáceos a través del lenguaje corporal: las posturas, gestos, los saltos o los golpes.
Las ballenas pueden llegar a cooperar y hasta competir con otros cetáceos. De eso dependerá sus intereses o sus necesidades. Se ha visto que muchas veces se ayudan entre sí para cazar aquellas presas más grandes. También lo hacen para defenderse de los depredadores y ciertas amenazas. Otras veces, se termina enfrentando entre sí y sucede por cuidar a sus parejas o por el acceso a recursos limitados como es el alimento.
La relación entre las ballenas con otros mamíferos marinos
Las ballenas también se relacionan con otros mamíferos marinos. Entre ellos están: las focas, los leones marinos, las nutrias o los pingüinos y lo hacen de diferentes formas según su especie y contexto.
Y es que, algunas ballenas se alimentan de estos mamíferos marinos nombrados, ya que son parte de su dieta. En cambio, están otras especies que los ignoran y hasta los evitan porque pueden ser sus posibles competidores o depredadores. 
En la misma línea, están también otras especies que los protegen y hasta los rescatan para tenerlos como posibles aliados y/o amigos.
La forma en que las ballenas interactúan con otros mamíferos marinos es a través del contacto físico, el contacto visual o el contacto acústico. Estas formas de interactuar pueden ser positivas o negativas. Esto depende del propósito o el resultado.
Se ha comprobado que muchas veces las ballenas juegan o socializan con otros mamíferos marinos solo por diversión y/o curiosidad. Asimismo, sucede que hay ballenas que atacan o se defienden a otros mamíferos marinos básicamente por instinto o altruismo.
La relación entre las ballenas y otros animales marinos más
Sucede que las ballenas también se relacionan con otros animales marinos: con los peces, los calamares, el plancton o el krill y lo hacen de distintas formas según su especie y contexto.
Algunas ballenas se alimentan de estos animales marinos nombrados porque son su principal fuente de energía. Sin embargo, están otras especies que les sirven como señuelos o indicadores para encontrar su alimento. En la misma línea, también hay otras especies que los ignoran y hasta los evitan porque pueden ser posibles presas o depredadores.
Lo cierto es que las ballenas interactúan con otros animales marinos y lo hacen a través de la detección, la captura o la ingestión. Estas formas de interactuar pueden ser activas o pasivas. Eso depende del método o la estrategia que utilicen.
Sucede que a veces las ballenas persiguen o embisten a otros animales marinos simplemente para asustarlos o cazarlos, mientras que otras veces filtran o succionan a otros animales marinos directamente para alimentarse o limpiarse.
La conclusión es que las ballenas son animales que se relacionan con otros animales y todas lo hacen en distintas formas según su especie y su contexto. Estas relaciones varían: en cooperación o por competencia, para la comunicación o interacción, para alimentarse o protegerse. 
Como fuera, estas relaciones influyen en su supervivencia y bienestar con otros animales. No hay dudas que las ballenas demuestran que la vida marina es tan simple como compleja y diversa, que requiere de respeto y conservación.
Originally published at http://todosobreballenas.com/ on July 12, 2023.
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martinprietogreenpeace · 1 month ago
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Este año ha sido increíble para los avistamientos de la ballena franca austral en Chile. La presencia de crías entre los ejemplares observados da señales esperanzadoras para la especie, en peligro crítico. La colaboración entre el gobierno y comunidades costeras sigue siendo vital para su conservación.
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samelbuenaonda · 1 year ago
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Trevi the Purple Whale (Original Character by Me)
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efvicioso · 1 year ago
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La ballena azul pierde su puesto como animal más masivo de la Tierra.
https://buff.ly/45huJOi
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yo-sostenible · 2 years ago
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Cetáceos en acuarios ¿un problema ético o una vía para la conservación?
Los dilemas sobre el bienestar que plantea el cautiverio están en el centro del debate, en el contexto de la nueva legislación de protección de los derechos de los animales. En este caso, expertos en fauna y gestores de zoos hablan sobre el respeto a la dignidad de los mamíferos marinos y sobre la  sensibilización de la población en esos centros. Por Pablo Mora No es cierto que la vida de los…
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biodiversidadenaccion · 2 years ago
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Historias reales del lado oscuro del cautiverio
Desde que se lanzó esta campaña, hemos estado hablando mucho sobre lo oscuro que es el cautiverio para las ballenas y los delfines. Pero no importa cuántas publicaciones en las redes sociales le den «me gusta», o incluso cuántos artículos científicos lea, nada lo hace sentir mejor que presenciar el impacto que ha tenido el cautiverio en la salud mental de las ballenas y delfines reales.
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Ya hemos compartido un vídeo corto sobre Kiska, una orca filmada golpeándose contra el costado de su tanque y colgando inmóvil en una esquina. 
¿Cómo puede alguien ver eso y abogar por que el cautiverio sea algo necesario o positivo?
No hay cautiverio necesario y positivo
Lamentablemente, la historia de Kiska es solo una de las alrededor de 3.600 historias de ballenas y delfines que viven vidas empobrecidas, confinados en un tanque y negados lo que realmente significa ser una ballena o un delfín.
Realmente no tienes que ir muy lejos para encontrar ejemplos que muestren el verdadero horror del cautiverio.
Debemos hacer que esta generación de ballenas y delfines en cautiverio sea la última, y ​​necesitamos contar sus historias para descubrir el lado oscuro del cautiverio. 
Ver un espectáculo de orcas o tomarse una selfie con un delfín ‘sonriente’ en una experiencia de nado con delfines puede ser una experiencia de la lista de deseos para algunos, pero para la orca y el delfín, es mucho más oscuro.
Las empresas de vacaciones alimentan esta crisis de salud mental de ballenas y delfines al promocionar estas «atracciones» entre sus clientes. 
Hemos estado haciendo campaña con éxito para persuadir a todos los operadores turísticos dejen de perpetuar la crueldad del cautiverio.
Está funcionando. Ya se logró torcer y persuadir a grandes emprendimientos como Virgin Holidays, British Airways, Thomas Cook, TripAdvisor y Booking.com para que dejen de vender boletos para las atracciones de ballenas y delfines en cautiverio y Expedia hizo lo mismo el año pasado.
TUI es la compañía de viajes más grande del mundo y sabemos que están revisando sus políticas sobre ballenas y delfines en cautiverio. 
Pueden jugar un papel importante en hacer que esta generación de ballenas y delfines cautivos sea la última. 
Si está en tus manos, haz algo para alentar a todo tu entorno a promover esta iniciativa y ojalá TUI pueda hacer lo correcto y comprométase a trabajar solo con atracciones que se comprometan con el modelo ético de eliminación gradual de WDC de no actuaciones, reproducción, capturas, comercio y mejores condiciones de bienestar para quienes permanecen en los tanques.
Expertos en comportamiento y bienestar animal lo afirman: este tipo de práctica no es positiva ni educativa para ellos ni para nadie
No existe el cautiverio positivo ni educativo en orcas, ballenas y delfines, y esta afirmación ha sido confirmada por expertos en comportamiento animal y bienestar animal. 
Si bien es cierto que estos animales pueden aprender trucos y comportamientos específicos mientras están en cautiverio, no se puede afirmar que este tipo de práctica sea educativa o positiva para ellos, menos para los niños o las personas en general. 
Para entender mejor por qué el cautiverio no es beneficioso para orcas, ballenas y delfines, es necesario considerar su comportamiento natural y el ambiente en el que normalmente habitan. 
Estos animales son conocidos por ser criaturas altamente inteligentes y sociales, y su vida en la naturaleza implica viajes largos y complejos en busca de alimento, interacción con otros miembros de su especie y una comunicación sofisticada a través de sonidos y movimientos. 
En contraste, el cautiverio limita su espacio, su capacidad de comunicarse y su acceso a estímulos naturales.
Pueden ser recogidas para cuidarlas si están heridas pero hay que lograr que vuelvan a su hábitat natural por el medio que sea y no enseñarle trucos para armar un show que sea un negocio rentable. Es vil y cruel esa actitud y mucho más la justificación ambientalista de esta cuestión como trasfondo. 
Además, el estrés y la frustración que pueden experimentar las orcas, ballenas y delfines en cautiverio pueden generar consecuencias graves para su salud y bienestar.
En muchos casos, estos animales son obligados a vivir en espacios pequeños y poco profundos, lo que puede provocar problemas físicos como heridas y enfermedades. También pueden sufrir problemas emocionales como depresión, ansiedad y comportamientos repetitivos, lo que indica un sufrimiento psicológico significativo.
Por otro lado, algunos argumentan que el cautiverio puede ser beneficioso para la educación y la investigación científica.
Sin embargo, estas afirmaciones han sido cuestionadas por expertos en bienestar animal, quienes afirman que existen alternativas éticas y efectivas para realizar investigación y educación sin comprometer el bienestar de los animales.
Por ejemplo, se pueden utilizar tecnologías de observación remota y no invasivas para estudiar su comportamiento y se pueden crear simulaciones en 3D para educar a las personas sobre la vida de estos animales.
Así, el cautiverio no puede considerarse una práctica positiva ni educativa para orcas, ballenas y delfines, lobos marinos y otras especies marítimas. 
La evidencia científica y el bienestar animal indican que estos animales sufren significativamente cuando se les mantiene en cautiverio y se les priva de su ambiente natural y su comportamiento social complejo. Es necesario trabajar en alternativas éticas y efectivas que permitan a estos animales vivir en su entorno natural y ser estudiados e investigados de forma no invasiva y respetuosa.
Originally published at http://accionbiodiversidadblog.com/ on March 13, 2023.
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cientirinhas · 6 months ago
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cuidarelplaneta · 1 year ago
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La primera confrontación, 3ra Parte
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El Rainbow Warrior se pegó a la popa del Quittungen, que llevaba a las Orcadas a seis expertos cazadores noruegos. Les seguían tres barcos cargados de periodistas, además de algunos aviones y helicópteros, también con enviados de prensa, que sobrevolaban la zona. No hubo más que un enfrentamiento en el mar, que empezó cerca de Scapa Flow, puerto tradicional de la Royal Navy en tiempo de guerra. En cuanto los noruegos aparecían por algún sitio, las lanchas hinchables de Greenpeace se lanzaban a cortarles el camino. Otros voluntarios apoyaron la acción desde tierra empujando a las focas al agua antes de que pudieran cazarlas.
Pero se evitaron enfrentamientos mayores. El gabinete del primer ministro británico dio marcha atrás después de recibir 16.800 cartas de protesta. Anunció que, debido a la «inquietud pública generalizada», renunciaría a los tiradores noruegos. Esta fue una campaña decisiva para asentar Greenpeace en Europa.
En junio de 1979, el Rainbow Warrior volvió a Islandia para enfrentarse una vez más con los balleneros. En esta ocasión iba equipado con una nueva lancha hinchable RI-28 de 8,5 metros muy maniobrable bautizada con el nombre de Delphius; la embarcación, financiada por los partidarios de Holanda, alcanzaba una velocidad de 35 nudos. Cada vez que una ballena azul generaba energía para lanzar su surtidor, la RI-28, incansable, se interponía entre el ballenero y el cetáceo. «Cada vez más frustrado», informó la revista Time, «el capitán Thordur Eythorsson permanecía junto al ominoso cañón montado en la proa, incapaz de iniciar la cacería».
En el curso de los 20 días que duró la expedición, el Warrior fue detenido en dos ocasiones por los guardacostas islandeses. Se hizo un requerimiento judicial y se citó al patrón Pete Misson y al director europeo David Mctaggart.
El Warrior volvió en agosto, y justo diez días después de llegar fue detenido de nuevo, tras un enfrentamiento de 24 horas en aguas internacionales con dos balleneros. Las autoridades islandesas confiscaron lanchas hinchables por un valor de 20.000 libras, y no las devolvieron hasta que no intervino el Foreign Office británico.
El Warrior sufrió una nueva detención al año siguiente, esta vez. a cargo de las autoridades francesas, que lo encerraron en el puerto de Cherburgo. El objetivo del barco era el Pacific Swan que, junto con su gemelo el Pacific Fisher, operaba al servicio de la British
Nuclear Fuels Ltd. transportando combustible irradiado desde Japón hasta las plantas de reprocesamiento de Sellafield (antes Windscale). En Cumbria, Inglaterra, y de Cap de la Hague en Normandía, Francia. En un informe encargado por Greenpeace al Grupo de Investigación en Ecología Política se llegaba a la conclusión de que estos fletes por barco constituían un peligro considerable. En las peores circunstancias, si se desencadenaba un incendio a bordo con la consiguiente liberación de radiación, correría peligro la vida de
decenas de miles de personas.
Pese a la orden dada al Rainbow Warrior por las autoridades francesas de que se mantuviese fuera de sus aguas territoriales, cuando interceptó un mensaje de radio procedente del Pacific Swan, el Warrior se lanzó a perseguir al barco hacia el puerto de Cherburgo, mientras era a su vez perseguido de cerca por un crucero francés. Guardaban la estrecha boca del puerto dos remolcadores y un dragaminas, pero el patrón del Warrior, Jon Castle, logró maniobrar entre ellos y cruzar la barrera. Uno de los remolcadores viró en redondo y embistió al Warrior por la aleta de estribor mientras éste se acercaba al muelle. Unos cincuenta policías, armados con rifles, bayonetas y garfios de abordaje, tomaron el barco.
Al día siguiente, 15 de febrero, el Warrior fue expulsado de Francia, con prohibición expresa de no volver. Se dirigió hacia Barrow-in-Furness, el abrigo más próximo a Sellafield, y fondeó al ancla a la entrada del canal del puerto, dispuesto para cuando llegase el Pacific Fisher. También la British Transport Docks Board había presentado con anterioridad un requerimiento ante el Tribunal Supremo para evitar que Greenpeace interfiriera con el Pacific Fisher o con su cargamento. Cuando el 25 de marzo llegó el barco, cuatro lanchas hinchables con ocho miembros de Greenpeace a bordo lo siguieron; lograron obstruir el atraque, aunque una de ellas estalló al quedar atrapada entre la popa y el timón del buque.
Por esta acción se impuso a Greenpeace una multa de 500 libras, y a tres de sus directivos del Reino Unido —David McTaggart, Peter Wilkinson y Allan Thornton— otras tantas de 100 libras cada una por desobedecer el requerimiento del Alto Tribunal. El juez, Mr. Justice Pain, dijo que era improcedente encarcelarlos: «acepto que son personas honorables; no creo que la prisión sea lugar apropiado para gente como ellos».
Originally published at https://cuidarelplaneta.com/ August 04, 2023.
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overdoso · 3 months ago
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O esplendor de uma baleia-azul (Balaenoptera musculus). Um mamífero marinho pertencente à subordem dos misticetos (Mysticeti) dos cetáceos. Pode atingir até 30 metros de comprimento e mais de 180 t de peso.
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denwenai · 2 months ago
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FAUNARGTOBER DÍA 1: BALLENA FRANCA AUSTRAL
Esta especie de cetáceo habita exclusivamente el sector más austral de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico; y está declarada en peligro de extinción debido a la caza indiscriminada y a la contaminación de su hábitat.
fun fact! las callosidades que presentan en la cabeza funcionan como huellas dactilares, son únicas en cada ballena y no cambian a lo largo de su vida
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todosobreballenas · 2 months ago
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Durante el siglo XX, Chile vio el auge de la caza de ballenas con la construcción de 8 plantas de procesamiento entre Punta Arenas e Iquique. Cada una de estas plantas jugó un papel clave en la industria ballenera global. Sin embargo, la planta de caleta Samuel, en Isla Guafo, investigada por el antropólogo Daniel Quiroz, destaca por ser una de las menos conocidas pero más influyentes en su tiempo. A pesar del fin de la caza, conocer esta historia nos permite reflexionar sobre la conservación de los océanos y sus especies.
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fotosagnes · 2 years ago
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Cetáceos camino a la Antártida!!!🐳🐋🐳🐋 Usuhaia, ARGENTINA❤️💯❤️💯❤️💯❤️💯❤️💯❤️💯❤️🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷🇦🇷
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elbiotipo · 2 years ago
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interrumpimos futbolposting para preguntar que fue del bioclub poseidon que aparece en el album de marcos? o sea si la foto se tomo ANTES del ecocidio supongo que durante y despues hubo una extincion masiva de clubes, nadie queria tocar los biomods ni en chiste... es como esos mapas de antes y despues; los clubes chiquitos desaparecieron, los grandes se achicaron... como menem y los trenes...
EXCELENTE pregunta anon, y estás exactamente en lo correcto, con alguna correción de fechas. El Ecocidio fue durante la década de 2113-2123 (Marcos nace en 2121) y fue una década en donde todo el mundo estuvo en pie de guerra contra la extinción misma, de la humanidad y de toda la bioesfera. Cosas como la pandemia de COVID-19 son consideradas prácticamente un chiste comparado con lo que se vivió en esos años. Todos quedaron muy traumados, esto es sabido. Lo que se vivió después de esa época fue un rechazo a la biotecnología, sobre todo y principal con usos artísticos o cosméticos "frívolos". Aunque no tenga sentido, la percepción era que "por joder con esas cosas" ocurrió el Ecocidio. Se pusieron regulaciones sobre regulaciones, reinó un escepticismo conservador. Entonces, los bioclubs estuvieron cerrados una década entera, y cuando abrieron, nadie quería participar.
Y encima de eso, luego de que termina el Ecocidio, siguieron habiendo grupos extremistas que no reconocieron el armisticio. Fueron unos submarinos "recalcitrantes" que bombardearon Buenos Aires, Rio de Janeiro, Lagos, y otras capitales en 2125 (por eso Marquitos perdió su casa y tuvo que vivir en el Monumental un año)
AHORA a todo esto, los pocos bioclubes que sobreviven a todo este despelote reabren recién en 2127, mal vistos por casi toda la sociedad, con años de inactividad, sin miembros, con todo en contra de ellos. Antes había uno por barrio y eran los pilares de la comunidad, donde los chicos iban a aprender a bioprogramar, de donde las verdulerías sacaban los productos más exóticos, donde los biopunks y los animales inteligentes y los artistas encontraban un espacio para expresarse y ser ellos mismos (y, como Melanie te lo puede comentar, espacios para que el estado regule la expresión génica y consiga nueva gente interesada en la biotecnología). De ahí alguna vez salieron genios y artistas admirados en todo el mundo. Fueron un espacio de argentinidad (y latinidad) que se perdió de golpe y capaz para siempre.
El bioclub Poseidón era el bioclub del barrio de Marcos, y alguna vez fue uno de los más conocidos de la ciudad. Tenía, capaz por el nombre, capaz por coincidencia, muchos miembros cetáceos y biólogos marinos. Para cuando Marcos empieza a participar, era uno de dos o tres. Un par de años duró hasta que lo cerraron, y ahora es un gimansio. Uno de muchos que sufrieron lo mismo.
El bioclub Mariposa Tecnicolor, en donde pasa nuestra historia, alguna vez fue uno de los mejores de Argentina y del mundo. Muchísimas cosas se inventaron ahí, desde árboles que son hogares para millones, hasta herramientas para curar enfermedades, ecosistemas enteros que son obras de arte, y todo tipo de cosas bizarras. Hoy es uno de los últimos que quedan. De la docena de laboratorios que tenían en Buenos Aires y en todo el país, solamente dos quedan activos. Los Biopunks son uno de ellos.
(sí, por si no queda claro, hay muchísimo de "de cebollita quería jugar un mundial y consagrarse en primera" y toda la onda de los clubes de barrio en la historia)
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flavia0vasco · 10 months ago
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Era uma vez um pescador morto por uma baleia no ano de 1900 nas águas da Bahia. E os ossos seu único vestígio na areia da praia de uma ilha deserta muito longe dali. Esse, o fato verídico. Agora, a lenda é pura invenção. De um jovem escritor que viajou para desbravar essa história através da imaginação e lhe deu um nome: A Ilha do Pescador. Sua fonte de inspiração, um recorte de jornal. Da época. O próprio pescador e seu barco de pesca artesanal. E na memória do garoto de outrora a imagem do avô, também pescador. Seu ídolo e herói.
Carlos Aranhos
Em memória ao meu avô.
                                               A Ilha do Pescador
A Ilha do Pescador: uma história de aventura, sonho e fantasia
por Flávia Vasco
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Cansado da vida desencantada da megalópole, André parte numa viagem rumo ao desconhecido, carregando na bagagem apenas a imaginação, em busca de um passado perdido, de encontro às estórias de mar e de pescadores.
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Roteiro
Cena 1: um velho, aos 92, em farrapos, afunda revolto sob a forte sucção da água no oceano, morto, em meio aos destroços de um naufrágio. (Fade out)
Cena 2: (Fade in) (Plano aberto) a câmera sobrevoa o mar. No centro, o homem, aos 69, é rodeado por uma baleia e dois filhotes, ao lado de um barco à vela.
Cena 3: (Plano médio) os personagens brincam.
Cena 4: (Plano Americano) o homem, barbudo, chapina água contra os cetáceos. A baleia borrifa na fria atmosfera o ar quente e úmido, condensado em gotículas de água.
Cena 5: (Primeiro plano) rosto do homem. Feliz e sorridente.
(J Cut. Trilha sonora de suspense)
Cena 6: o ataque do tubarão:
***
1924. Ao longe, uma barbatana dorsal é vista. O alvo é Sancho. A fuga é instantânea. Auxiliada pelo homem, que de volta ao barco, se interpõe entre o caçador e a caça. Arma rápido uma bocada de isca fresca pra atrair o grande peixe. O tubarão caiu. Com o arpão feriu-o nas brânquias. Com fúria, o animal atirou-o fora do barco. Na queda, perdeu os sentidos; mas, logo se recuperou, à superfície. Outra investida estava reservada contra ele. Foi quando mergulhou fundo e desferiu um golpe certeiro na altura do focinho, com uma faca que levava junto ao cinturão. Um segundo golpe foi tentado na altura dos olhos, mas passou só perto. Foi aí que apareceu em cena, a baleia-mãe para ajudar. Com uma cabeçada estonteante, combaliu o que restara do tubarão, livrando o pescador de um novo ataque. Recolhido, o tubarão recuou. Mas, não por muito tempo. Bastou que o valente homem retornasse sem fôlego ao barco, para que a fera desse meia volta e, sem piedade, desferisse uma mortal mordida sobre a cauda de Sancho. O pequeno animal logo esvaiu em sangue que tingiu toda a água. Tentou sobrenadar sem escapar à luta, mas foi em vão. O tubarão vencera. Caiu morto, sem recurso. Terminando devorado pelo temível predador. A mãe aflita, nada podia ou pudera fazer. Recuou com o outro filhote, mais velho, para além de sua jornada, a fim de pelo menos garantir a sobrevivência de ambos. O Pescador ... assim, o conheceríamos, somente observou o êxodo dos pobres amigos, com os olhos cheios de água.
(Smash cut)
Título: A Ilha do Pescador
Sinopse: um jovem fascinado por estórias de mar e de pescadores sai em busca de inspiração para escrever a sua própria história. O que encontra são pistas, e a partir daí descobre que não tem mais nada com que contar senão com a própria imaginação.
Num mundo desencantado,
onde não há mais segredos,
é preciso inventar.
Primeira Parada: A Ilha do Farol – A Partida
O espetáculo das baleias. O que sobrou de um passado de glória, que sucumbiu à submissão do poder do homem, esse ser predatório da natureza. Espetáculo (!) porque se deve a ações conservacionistas mais recentes que garantem a perpetuação dessa espécie, e deslumbram os olhos dos turistas em busca de uma foto. Mas, essa é parte de uma história que eu já sei. Como é contar uma história que ainda não sei?
Acordei hoje cedo pensando que estava na vila. Queria fazer meu próprio café, mas estava na pousada. Contrário a todas as minhas expectativas e fantasias, ali não era tão comum ser diferente e se contentar -- caso encontrasse -- com uma autêntica casa de pescador, e pretender fazer parte daquele cenário, buscando novas amizades. Não, sem chances. E eu não vinha pra ficar, estava de passagem, e sequer era pescador. Meu mundo era outro, e como OUTRO que eu era, embaçava-se minha vista de como deveriam ser as coisas na realidade: a vida na vila. Ainda assim, impregnado de estrangeiro, vindo da cidade grande, esperava me encantar com a minha viagem. Fosse com as estórias do lugar, fosse com os passeios fora do guia de viagens, fosse com a falta mesmo do saber.
Assim cedo demais acordei. A escuridão lá fora, bem cerrada, me dizia que em dias normais não era hora de levantar.  Eu me antecipara em uma hora ao despertador do relógio de pulso, pousado sobre a cômoda do lado da cama, ao alcance da mão. Precisei ir ao banheiro, tateando no escuro, e logo voltei a me deitar, e cochilei. Permaneci em estado de vigília com medo de perder a hora. O barco sairia assim que o sol apontasse os primeiros raios; assim instruíam os moradores aos turistas. Quando acordei de vez, lembrei de desprogramar o alarme, e me sentei na beirada da cama pra tomar um gole d’água fresca da moringa, de barro, fria. Despejei o líquido na caneca de estanho, com alça, e tomei. Agora, algum ruído eu ouvia que vinha da cozinha, as primeiras panelas do desjejum dos madrugadores. Não demorou muito, sentado à mesa, senti o aroma de café abrindo minhas narinas, confrontado meu hálito quente do primeiro gole com o ar gélido da manhã. Eu trocara minha roupa de dormir por um cardigan azul marinho, com detalhe vermelho-branco no bolso e na barra da cintura ... dotado de gola v, abotoado na frente sobre uma camiseta branca. Com uma calça jeans, combinando com meu sapatênis casual zípper, vermelho e azul também. 
Não tive pressa. Desfrutei do ócio, me entregando completamente à cadeira, quase deitado contra o costado de estrado de madeira, com os braços cruzados. No quarto, praticamente intocada, minha tralha era só uma “big” mochila com um bocado de coisa dentro: um pulôver branco e preto ziguezagueado em duas listras delgadas, vermelha e branca, no peito e na cintura; um conjunto moletom blusa bege siri e calça preta 100% algodão, fechado; duas bermudas com bolsos laterais: uma marrom e uma azul marinho; uma regata branca; uma camiseta 100% algodão branca e uma preta também; uma camisa branca de cambraia, conjunto com uma calça também branca, do mesmo tecido; uma sandália de couro, marrom claro, de dedo; um chinelo havaiana branco; e, um pijama meia malha azul anil, com fecho em botões pretos. Pouco menos que um look versátil meu na metrópole nos dias de trabalho: suéter azul marinho, camisa branca, relógio dourado, cordame bege e marrom no outro pulso, calça de brim preta, e mocassim marrom.
Pra completar os acessórios: snorkel; óculos escuros; boné; toalha branca; um punhado de blocos de anotação; algumas canetas pretas; nécessaire com artigos de higiene bucal, mais cosméticos como shampoo, condicionador, 5 sabonetes, 3 tubos de protetor solar; 5 cuecas; 2 sungas; 6 pares de meias socket: 3 brancas e 3 pretas; e 2 pares de meias de lã grossa: uma branca e uma preta.
No bolso lateral esquerdo: o celular Iphone, última geração, com o Power bank possante, apropriado pra viagem. Enquanto, num dos bolsos falsos, guardara o certificado de mergulho e o ticket de translado até as praias. No outro, um bocado de dinheiro em espécie.
*A cinta elástica de pano trazia amarrada junto ao corpo, por dentro da roupa, pra provisionar algum valor a mais. E a carteira de couro preta com poucos tostões, documentação pessoal, e cartões do banco, levava normalmente no bolso da calça ou bermuda.
Ademais, o pé de pato ia dependurado no ombro, num estojo de pano. Também o tripé. Assim como uma mochila menor, de apoio, com o notebook, 14 polegadas, compacto, com boa portatibilidade, junto a uma Canon Eos com lente EF 50 mm, munida de filtros de cores primárias, e um estoque de rolos de filme preto-e-branco e colorido.
Uma relíquia me fazia companhia pra onde fosse desde a adolescência. A foto de meu tataravô emoldurada em vidro de presente do meu avô. Nicolau. Também presente dele eu levava a tiracolo uma foto de meu bisavô ainda bebê tirada pela mãe Emma, além de um desenho dele já velho feito por meu avô. Tudo emoldurado. Era com a minha baleia de pano que ele brincava comigo fazendo truques e traquinagens de fantoche. E me enchia de estórias de pescadores da Bahia, de onde vinha, e onde era casado com uma baiana. Minha família descendia por parte de pai de artistas. Minha tataravó, seguiu a profissão do pai que era fotógrafo profissional, mas de forma amadora. O avô dela era um homem de renome nos primórdios da fotografia na França. Emma era o nome da minha tataravó e o que se sabia dela é que tinha sido abandonada pelo meu tataravô e corria uma mágoa amarga sobre ele. Guardei os retratos e o desenho na mochila de mão.
Comi e bebi pouco. À mesa, uns pães de sal, café de coador na cafeteira preta, umas fatias de queijo muçarela e presunto, leite frio de saquinho servido na vasilha de plástico própria dele, umas bolachinhas sortidas e uma única banana. Só. Eu estava acostumado a um desjejum mais farto ou singular em outras estadias standard, de boas pousadas três estrelas das cidades do patrimônio histórico e paisagístico, de Minas e do Nordeste, no caso Recife. E também com o requinte dos cafés franceses e italianos, sem falar no brunch americano. Mas, não escondia minha predileção pelos mineiros nas primeiras horas do dia: fosse o pitoresco acervo gastronômico, material e natural das fazendas rurais tradicionais e rústicas, na minha hora mais feliz do dia -- a aurora da manhã --, fosse o refinamento, estilização, padronização e simplificação das pousadas na cidade.
No primeiro caso (o café pitoresco mineiro) pra falar a verdade muito ou pouco do que era servido não era uma questão: não se tomava por medida. E sim a qualidade da experiência. A mesa farta ou não, não contava. O lugar grande ou pequeno, com pouca ou muita atração, também não. O que contava mesmo era a natureza da coisa vivida, capaz de impregnar nossa experiência de memória. Sempre me refugiei nesse canto da essência pra fugir à morte imposta pelo cotidiano, pela rotina e pela repetição. Sempre tentei não sucumbir aos devaneios deletérios, drogas e surtos psicóticos de uma vida monótona, me refugiando nessas experiências do passado e dos sentidos, que moram na nossa imaginação. Pra não fugir à realidade em desespero, me impus a disciplina de um espírito livre, e desde pequeno me apeguei ao sonho, pra me salvar do massacre e amortecimento das HORAS. Viciantes e “nonstop” (na falta de uma palavra melhor, em português), ELAS sempre correndo, se fartam nos engolindo, sem condição de salvação. Ou, de restauração da psique ou do corpo. Nos consomem sem dó, em stress e cansaço. Esgotando nossas forças. Alimentando todas as doenças da alma. Nessa pressa. Nesse Vazio. Damas do aprisionamento, diabólicas. Assim ELAS galopam incessantes, sem páreo, ou descanso, cedendo à repetição desarrazoada e absurda de um Tempo sem sentido já há muito vivido abaixo da abobada celeste pelos seres humanos.
Desfrutei por vezes junto à “mesa” caipira, rica e simples, de momentos inesquecíveis. A cozinharia mineira integrada aos processos naturais de preparo dos alimentos, tantas vezes demorados, não era separada do entorno de delícias junto à natureza, entre bichos e seu habitat.  Vivi um mundo de volições dos sentidos. Vivi outro tempo e modo de vida.
Numa dessas vezes, lembro do leite da vaca, quente, tirado na hora, que meu organismo fraco do sedentarismo e artificialismo da vida moderna exigiu ser fervido antes, pra evitar a contaminação por bactérias, dado meu organismo sem defesas. Mesmo assim, o bigode branco da espuma e o calor da bebida me marcaram. Tanto quanto o gosto forte e gorduroso do lácteo, estranho ao meu paladar, e contraditoriamente rejeitado e deleitado ao ser descoberto. Lembro de ter feito uma careta de nojo, e sentir ânsia de engolir por me parecer sujo e anti-higiênico. Falta de um contato mais íntimo com a natureza e seus processos vitais. Já, para os antigos, bastava um esguicho forte tirado da mole, lisa, tépida e pegajosa teta da vaca (pra mim enervante) pra, assim espremida contra a boca, sair quente ou morno o líquido, sem risco de fazer mal à saúde. Podia mesmo uma canequinha ir a reboque pra entornar o primeiro reforço da manhã. Aquilo, espumando, era misturado, muitas vezes com o sal ou a cachaça, pra servir de fortificante e despertador. O caboclo virava aquilo de um gole só, garganta abaixo, e estufava o peito, revigorado, nutrido horas a fio, numa explosão de energia, pronto pro trabalho pesado das primeiras horas do dia. Era ótimo pra curar ressaca.
Outra vez, na fazenda da minha amiga era costume passar o mel no pão. Nunca tinha ouvido falar nisso. Eu era menino. Tinha crescido na cidade grande à base de manteiga. Melhor, margarina. Cedo, antes de irmos ao curral tirar leite, fomos ao apiário. O irmão dela, apicultor, todo paramentado em vestimenta própria, máscara com véu contra picadas, luvas, botas de galocha, todo de branco, foi até o tambor da colméia, e de longe vimo-lo fazer toda a operação. Com cuidado, examinou a produção das abelhas, e tirou lá de dentro um torrão de favo, pingando o néctar. As abelhas em polvorosa o assediaram. Ele tirou o tanto quanto havia da cera fabricada, e estocou-a num contâiner de plástico, transparente, vedando-o, em seguida. Estávamos extasiados. O zum-zum nos chegava, e enquanto ele vertia o própolis no vidro esterilizado, sonhávamos com a hora de prová-lo. O favo mesmo foi posto na mesa da cozinha para chuparmos a seiva do mel de dentro da cera. Como esquecer! Eu pouco acostumado, achei que fosse me fartar, atraído e desvairado, com a pureza do experimento inédito. Tirei com a faca um pedaço de caber na boca, e logo enjoei, de tão doce. Quase me decepcionei por não poder mais. Então era assim, nem tudo que é bom demais, pode se ter em demasia. Às vezes basta degustar. É o caso do mel. Pelo menos pra mim. Mas, jamais saiu da minha cabeça o gosto da cera.
Nesse dia foi só isso o café da manhã: leite, pão e mel. E uma profusão de cheiros a me invadir o nariz, a bosta de vaca, a grama orvalhada da manhã, lá fora, o pêlo suado de cavalo - lembrando a textura da crina e do couro liso depois que o alisamos e distribuímos o sal na estrebaria -, o cheiro do chiqueiro dos porcos rosados, roncando enlameados, entre o roer das espigas de milho granadas, e restos de lavagem. E outro cheiro tão característico! A titica de galinha, dessas que ficam entre os galos garanhões, ciscando no chão do terreiro o milho encruado e a quirela, jogada de mãozada ... enquanto, nos poleiros, as teúdas e manteúdas chocam nos ninhos seus ovos de pintos. E cacarejam, cá e lá, batendo em vôo raso as asas, aqui e ali, depenadas.
Chegavam ali à cozinha, numa sinfonia, todas essas peripécias, batendo no olfato virgens suas essências.
Na cachoeira, pós-café, a macilenta argila escorregadia sob os pés e entre os dedos melequentos, estourando borbulhas minúsculas, e puns indecentes, apareceu marrom, como na gamela da fruteira, e na caneca de cerâmica, sobre a mesa da cozinha, lado ao lado com o copo de latão reluzente. E as panelas de argila queimada no fogão a lenha de alvenaria singela guardada de segredos, borbulhavam sobre a trempe de ferro fundido, o feijão preto colhido no roçado, fumegando a todo vapor, à combustão da lenha rachada, alimento do fogo avivado pelo sopro, espalhando a cinza das aches, em meio ao negro rastro de fumaça queimada, dos tições em brasa.
De outra vez, não esqueço, puseram-me na boca salivante o queijo mofado, maturado na dispensa úmida e fria, sob condições artesanais de preparo e cuidado. Um quartinho escuro, mal iluminado, com estantes de tábuas de madeira velha, onde descansavam os queijos redondos cobertos por uma fina camada de casca de fungo, eram protegidos por um véu de tule, a cair do móvel, pra livrá-los da ação indesejável de moscas, mosquitos e varejeiras. Um cheiro acidulante e azedo, penetrante, enzimático e lácteo, subia pelas paredes do cubículo, sintetizando a microbiótica e o ambiente. Mereci levar um exemplar desses pra casa, e casei-o com o doce de leite, figo, cidra, goiabada e o melado nas compotas cheias tiradas do tacho de cobre gigante da propriedade.
Na cidade, na pousada (no segundo caso, em que se tem o café refinado), a refeição matutina era um banquete de encher a boca d’água. Diversidade de pães doces e salgados: à base de ervas e farinhas de todos os tipos; bolos; biscoitos; bolachas; broas; queijos; requeijão; pão de queijo; torrada; café expresso, para além do de pano da vovó, e o de coador; leite; chás; sucos naturais de mamão, laranja e melancia; iogurte; coalhada; mel; geléias; frutas como melão, mamão, melancia, banana e abacaxi; ovos mexidos; fritada de cebola, tomate, presunto, queijo e cebolinha (ou omelete, irmã gêmea, com recheio a gosto); panqueca; waffle; salsicha ao molho; cereais; achocolatado; e uma mesa de doces.
Agora, tratava-se de pernoite. Não esbanjara na estadia. Local simples, seguro, bem localizado, módico. Do porto logo ali do lado partiam os barcos de passeio para as praias do litoral da Bahia. Meu pacote incluía um percurso que cobria quatro delas em cinco horas. Com direito a permanecer por dois dias na última para aproveitar mais a viagem. Dali, era por conta de algum inusitado curioso, ir além e, nos confins do mar, muito além da orla praieira de Cabo Coral, combinar com o canoeiro, personagem envolto em mistério da Ilha Perdida, ir até a mítica Ilha do Pescador. Lugar remoto, de todo perdido no horizonte das rotas de pacotes turísticos paradisíacos. A ilha inspirava assombro e mistério, para os que dela se aproximavam com suas estórias de pescadores, e antigo porto baleeiro.
Eu tomara o cuidado de separar o que achava necessário para além da travessia, guardando aquele vestuário para os dias frios da noite e o calor intenso do dia. Fora precavido. Ficaria uma tarde na misteriosa Praia dos Sambaquis na Ilha do Pescador, eventualmente visitando outras praias, quando o barco de volta me recolheria para a cidade mais próxima, muito além da laguna, a milhas e milhas de distância.
Na cidade, junto à baía, as ruas de pedras lisas cobriam o entorno do centro histórico, ramificando-se tortuosas e estreitas, entre as casas, solares e sobrados coloridos, que ora descortinavam nas treliças de seus avarandados e sacadas, tapetes patchwork álacres, feitos pelos artesãos locais, arejados nos dias de faxina, ensolarados. Uns chegavam a ser tão bonitos que não passavam despercebidos ao olhar sensível de um fotógrafo, pronto a revelá-los em suas cores vivas e puras, contra o fundo preto-e-branco de uma fotografia.
Era em contraste com essa paisagem quase térrea, encimada e engolfada pelo céu imenso, que subindo por ladeiras até a parte mais alta dos principais bairros que davam uma vista privilegiada do contorno de toda a orla praieira, que se podia ver bem mais além a quase perder de vista, como um ponto branco, sob um rochedo na imensidão do mar, a partir dos arredores do cais, o Farol, referência da principal praia da baía, destacando-se acima da plataforma do forte, na arrebentação das ondas, solitário e hirto, acalentando os navegantes necessitados de orientação, e estampando toda sua tradição nos cartões postais da costa do continente.
A pousada ficava ali, entre a parte baixa e a parte alta, não sem contar com transporte à mão para os deslocamentos entre as duas. A distância até os barcos era irrisória, de uns dois quilômetros, podendo ser feita a pé. Mas, devido a algum desconforto da bagagem, desencorajava o percurso. Sendo inevitável contar com um Uber para checar nas baias numeradas do ancoradouro, as placas de metal ou pirogravuras de madeira, com o desenho do barco e seu nome de batismo, para o embarque. Eram acorrentadas nos mastros de amarração dos barcos. Cada uma parecia como um bom cartão-postal à base de maçarico. Obras de arte popular, fruto do trabalho artesanal anônimo.
Saindo da porta da Pousada dos Diamantes até a Galera do Albatrozes, mais à direita do ancoradouro, não se levava mais do que cinco minutos. Assim, André, contando com tempo, mas não querendo correr nenhum risco de atraso, antecipou-se na saída, ainda atrás do sol, para evitar tumultos e imprevistos.
Desceu na terceira plataforma, sobre a esteira de ripas longitudinais, rijas, compactadas e grossas, suspensas do ancoradouro, tendo visto ao longo do caminho conjuntos de pontos de luz tremeluzentes das lanternas dos celulares, esparsos, dos grupos de turistas, que iluminavam a baixa noite, enquanto aguardavam a aurora. Contava que, dentro em breve, os tons mais claros do céu desceriam, anunciando a manhã e com ela o sol, previsto para brilhar aos 25 graus Celsius, às 10 horas. À sua frente, as silhuetas dos companheiros de viagem resplandeciam contra o amarelo ocre da luz dos pequenos holofotes, e o marulho das águas ao fundo trazia um dejà vu, sobre a sombra flutuante do breu das embarcações, cobertas de frio pela brisa, e sereno da madrugada. Havia poucos tocos de madeira, e algumas pedras do mar, que serviam de assento, junto à cerca lateral. As mulheres e os mais velhos se revezavam à espera da partida. Ainda era pouca a conversa. Nenhum contato, quase. Tudo era silêncio, murmúrio e quietude. Apenas um homem andrajoso, em seus avantajados anos, comido pela calvície, em meio aos fios brancos despenteados, e a dura barba rala por fazer, permanecia andando de um lado pro outro, inquieto, a fumar um cigarro de palha, e a bater contra a coxa uma velha boina puída, marrom. Vez ou outra passava a mão na cabeça, o olhar cabisbaixo, aflito. Mal esperava pra sair do lugar, parecia. Os demais, poucos em pé, com as mãos nos bolsos, ou braços cruzados e, mais além, algum outro sob a fumaça enevoada de um cigarro, ou ainda algumas crianças, entre seis e dez anos -- encolhidas no chão e com as mãos nos joelhos --, davam a idéia de seres bem comportados, íntegros, limpos, bem vestidos, bem agasalhados, bem nutridos e bem protegidos. Longe das cenas torpes e sujas dos pederastas de cais, que inspiravam um Jean Genet, envoltos em decrepitude nos arredores dos becos, escuros e fétidos, da cidade baixa. Ou dos bares e puteiros a la Charles Bukovski, que podiam servir de um imaginário marginal nas proximidades das zonas de decadência, fosse esse o caso da nossa cidade costeira.
Não devia haver muitos mais a aparecer, já que a tripulação deveria ser pequena, pois o barco não era muito grande. A essa altura, não se constatava excitação alguma, apenas rostos pendentes, entre o sono e bocejos, conquanto felizes, por embarcarem numa relaxante e contemplativa aventura.
Em pouco tempo mais gente apareceu. Até que a luz tomou no céu os seus primeiros contornos de rosa, lilás e anil, convocando o dono do Albatrozes a fazer soar o apito, ensaiando um primeiro sinal de que já era hora de embarcar. Uma fila se formou, sob a orientação de um ajudante de ordens, que checou toda a documentação. Embarcou um a um, junto à prancha que subia até o piso do barco. Em seguida, foi dada a partida nos motores, e cinco minutos depois, soaram dois avisos sonoros, graves, para anunciar a saída. Estávamos todos a bordo.
O sono se dissipara. O ar dos pulmões se renovava a pleno vapor. O timoneiro era o próprio capitão, sob o comando de seu próprio navio. Era um tipo reteso, enegrecido, boa-praça, de boa estatura, barba grisalha, com pinta de marinheiro, trajando uniforme branco impecável, e um quepe da Marinha de fato, mas em vez do cachimbo “de poppye,” trazia na boca uma cigarrilha, quase sempre acesa, como companhia. No peito vinha o patuá. A fé no Guia. O cordame de Ogum. Azul, verde e branco. Aliás, o capitão tinha por apelido, esse mesmo nome capitulado: todos o chamavam Capitão, somente. Sua história era cheia de audácia. Tão acostumado a estender seus sonhos por outros mares e praias, acabou por fim, por se recolher na rota do passeio turístico, de curta duração, só pra não se aposentar. O Albatrozes era homenagem a uma travessia que fez à Antártica em meados de 1980, num outro barco especialmente construído para isso: o Escuna Extremo Sul I. Ele, o Capitão, foi “presenteado” no inverno, sob forte vento, por uma maciça presença de albatrozes em mar aberto. Isso registrou na mente dele o significado do infortúnio por que passou, na ocasião.  A escuna passou por uma travessia perigosa, e encalhou num bloco de gelo, embicando de quilha, sobre ele, criando assim dificuldades para se desprender. Foi necessário esperar por uma movimentação das placas de gelo, o que durou cerca de uma semana. Nesse intervalo, temeu-se que ambos os tripulantes, ele e o companheiro de aventura, sofressem um naufrágio, caso houvesse alguma avaria, assim que solto o veleiro. Foram dias tensos, em que pouco se podia fazer, apesar do uso de ferramentas especiais para tentar abrir trincas no gelo. Por fim, a sorte os recebeu, e uma nova acomodação do gelo abriu caminho para içar velas. O casco intacto.
Mais tarde, como nos contou, ele mesmo diria: “Ainda que esses breves momentos de angústia não superassem tantos outros piores na história da navegação, ainda sim a presença dos albatrozes com seus guinchos era reconfortante naquele isolamento acústico, só quebrado pelo eco do ar gélido escalando as altas paredes das calotas polares; ainda sim, era reconfortante a presença dos albatrozes naquele referencial inerte, em que tudo se movia, menos nós, entediados de centro, envoltos em puro azul e branco, entre céu e mar, dia e noite. Só mesmo o bico preto das aves, cruzando o ar, para nos livrar da monotonia, e nos fazer brincar de novo; ainda sim era reconfortante, porque não estávamos de todo sozinhos, apartados da civilização. Havia sinal de vida. Era bom tê-los. Simbolizava na pior das hipóteses, que tudo ia bem. A vida seguia. Não era mau agouro. Apenas uma lembrança do infortúnio, em meio ao qual ficou uma lembrança boa deles.”
Essa e outras histórias faziam parte do currículo de vida do navegador e aventureiro, que explorou toda a costa atlântica brasileira, e parte da pacífica onde as águas banham países da América do Sul. Realizou, aí, inúmeras transações comerciais via o transporte náutico, e se rendeu ao ardente desejo de desbravar novas experiências, tanto no continente quanto em alto-mar. Saíra bem jovem da Bahia, e a ela retornava próximo ao fim da vida, sem nenhuma ambição, apenas a de descansar e deslumbrar-se com o vai-e-vem dos turistas, e das embarcações. Nos últimos três anos, chegado à terra natal, registrava diária e secretamente em seu íntimo, sob olhar atento e amiúde, as mudanças havidas desde seu tempo de menino. Já não era mais constante o desfilar sábio dos fenômenos naturais. Eles já não seguiam uma ordem própria, consoante a harmonia com o Todo. O ritmo da natureza estava quebrado, e não havia volta. Isso todo mundo sabia. O mar continuava um mistério, mas tinha perdido o encanto.
O sol frio ameaçava pairar sobre nossas cabeças, e não havia esperança de que o vento se aquecesse tão cedo. Levaria um tempo até que os motores fossem reduzidos a uma potência mínima, e o mormaço nos alcançasse trazendo à tona os cardumes de peixes. Chegada a hora, o Capitão, então, nomeou-os um a um.  Também fez questão de dar uma idéia do ecossistema subaquático marinho, sem se esquecer de pontuar as principais ações dos órgãos de preservação do Santuário das Baleias: os CPFA (Centros de Pesquisa e Fiscalização Ampla), e suas subdivisões segundo as especialidades técnicas de cada órgão, tanto em terra quanto em mar; e, os CPFR (Centros de Pesquisa e Fiscalização Restrita), igualmente subdivididos segundo as especialidades de cada área técnica, vinculadas aos respectivos órgãos, voltados para as comunidades praieiras no entorno do Projeto Piloto, e ações específicas a se desenvolverem no controle da qualidade do mar e sua orla. E presidindo essas duas chaves principais do organograma com suas subdivisões, estava o NPSB (Núcleo Preservacionista do Santuário das Baleias), que com base no seu Projeto Piloto, subdividido em áreas do entorno de preservação, integrava ambos os centros já mencionados, mas com interface para o Turismo. E como estandarte simbólico mantinha a mínima gestão de operações na pedra do Forte, onde ficava o Farol. Com atenção para o que se passava próximo, no mar. Assim, havia uma equipe de salvamento e primeiros socorros, e de controle da área de turismo (manutenção da infra-estrutura de banheiros e trilhas, gestão do museu da baleia, suporte à equipe de mergulhadores e apoio ao comércio ambulante). Havia uma parceria com a Marinha, no controle da entrada e saída dos barcos, não podendo exceder em 345 os visitantes com acesso à pedra. Disso se estimava o número de barcos a acederem ao Farol.
Mais uma vez forçados os motores, o atraque no nosso destino era breve: questão de vinte minutos; até lá, vídeos e fotos flagrariam a passagem dos golfinhos, não prevista no script. Tempo para risos, chats e conversas. Grupos de casais, amigos, familiares e empedernidos solitários, como eu, ali, confabulavam, enfim. Não podia faltar, contudo, o Capitão. Imortalizado, mais uma vez nas tantas imagens.
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ocasoinefable · 2 years ago
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Te veo al latido, a la pausa del silencio y la continuidad... El aire que flota de tus mejillas comienzan a vestir las palomas blancas en una canario naranja. Miro tu nariz, tal centro de la flor, que los pétalos de todas las hojas comienzan a tocar las comisuras. Los dedos a la brisa, como pico de ola se esconde en la arena, la risa de las mariposas se posan en mis ojos cuando miro los tuyos, cerradas abren como el canto de un cetáceo. Sostengo la brisa con olor cítrico, que lleva a tus ojos al reír-
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