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Eterna Tentación
Esa noche, Cristian se encontraba en un bar de striptease, un lugar que jamás habría imaginado visitar. Había sido un día devastador; su esposa le había pedido el divorcio esa misma mañana. Perdido en sus pensamientos, se sentó en la esquina más oscura del bar, con un vaso de whisky en la mano, tratando de ahogar su dolor.
Las luces rojas y púrpuras del bar daban al lugar un aire de misterio y decadencia. Las bailarinas se movían con una gracia hipnótica, pero Cristian apenas las notaba. Hasta que ella apareció. Anastasia, con su larga cabellera negra como la noche, entró en su campo de visión. Vestía un ajustado conjunto de cuero negro que resaltaba sus curvas, y su escote dejaba entrever la perfección de su piel pálida. Sus movimientos eran elegantes y seductores, una mezcla de gracia y peligro que lo dejó sin aliento.
Anastasia se movía con una elegancia sobrenatural, cada paso una danza silenciosa. Cuando sus miradas se cruzaron, Cristian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo en ella, una mezcla de peligro y atracción que lo envolvió por completo. No pudo apartar los ojos de ella mientras se acercaba, sus movimientos lentos y deliberados.
“¿Puedo sentarme?”, preguntó Anastasia. Su voz, un susurro que parecía resonar en su mente.
Cristian asintió, sin confiar en su voz para responder. Ella se deslizó en la silla junto a él, y él pudo percibir un leve aroma a jazmín y algo más oscuro, más antiguo.
“Te ves... perdido,” dijo Anastasia, mirándolo con una mezcla de curiosidad y compasión.
“Mi esposa me pidió el divorcio hoy,” respondió Cristian, sorprendiéndose de lo fácil que le resultaba hablar con ella.
Anastasia inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una comprensión profunda. “A veces, el destino nos lleva por caminos inesperados.”
Mientras hablaban, Cristian sintió que una conexión se formaba entre ellos, algo que iba más allá de la mera atracción física. Había algo en la presencia de Anastasia que lo hacía sentir vivo, como si ella pudiera ver directamente en su alma.
Después de un rato, Anastasia lo tom�� de la mano y lo guio a una habitación privada. El ambiente cambió inmediatamente; el ruido del bar quedó atrás y fueron envueltos por una calma inquietante. Las paredes estaban cubiertas de terciopelo rojo, y una luz tenue iluminaba la estancia. La atmósfera era densa, cargada de un misterio que parecía palpitar en el aire.
“Quiero mostrarte algo,” dijo Anastasia, acercándose aún más. Cristian pudo ver sus colmillos al hablar, y un destello de temor y excitación cruzó por su mente.
Se alejó unos pasos y, con una elegancia inhumana, comenzó a moverse en un ritmo hipnótico. Cristian no podía apartar la mirada. De repente, Anastasia hizo algo que ningún ser humano podría hacer: flotó en el aire, elevándose unos centímetros del suelo, su cuerpo arqueado en una postura que irradiaba tanto sensualidad como peligro. Sus ojos brillaban con una luz sobrenatural mientras se deslizaba hacia él en el aire, como una sombra líquida.
Cristian sintió su corazón latir con fuerza, una mezcla de miedo y deseo lo embriagaba. Anastasia descendió lentamente, deteniéndose justo frente a él, tan cerca que podía sentir el frío de su piel.
“Soy más antigua de lo que puedas imaginar,” dijo Anastasia, su voz un eco suave. “Tengo más de trescientos años. Soy una vampira.”
Cristian sintió un torbellino de emociones. La revelación de su naturaleza vampírica no hizo más que intensificar la atracción que sentía por ella. Había algo profundamente seductor en la eternidad que Anastasia representaba, un mundo de sombras y deseos prohibidos.
Sin decir una palabra más, Anastasia lo besó. Un beso que parecía robarle el aliento y al mismo tiempo darle vida. Sus labios eran fríos, pero la sensación era electrizante. Cristian se entregó a la pasión, dejándose llevar por el momento.
Pasaron la noche juntos, envueltos en un torbellino de pasión y desenfreno. La habitación privada se convirtió en un santuario de sus deseos más oscuros y profundos. Cada caricia, cada beso era una promesa de algo más, de un mundo nuevo y peligroso que Cristian anhelaba explorar.
Al día siguiente, se encontraron nuevamente. La luz del día no hacía más que resaltar la belleza etérea de Anastasia. Ella lo miró con una mezcla de ternura y decisión.
“Quiero ofrecerte algo,” dijo Anastasia, tomando su mano. “La eternidad. Quiero que estés conmigo, que vivas en mi mundo. Tienes un año para reflexionar y darme una respuesta.”
Cristian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La oferta era tentadora y aterradora al mismo tiempo. La posibilidad de una eternidad junto a Anastasia, de explorar el misterio y la pasión que ella representaba, lo llenaba de un deseo profundo.
“Piensa bien tu respuesta, Cristian,” dijo Anastasia, sus ojos brillando con una promesa antigua. “La eternidad no es para todos, pero si decides unirte a mí, te mostraré un mundo más allá de tus sueños más salvajes.”
Cristian la miró, sintiendo que su vida había cambiado para siempre. Sabía que enfrentaba una decisión monumental, pero también sabía que la atracción que sentía por Anastasia era más fuerte que cualquier miedo. La pasión y el misterio de la noche anterior eran solo el comienzo de un viaje que podría durar para siempre.
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