#“Desde el fondo de la gruta”
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XXVII Encuentro Internacional de Poetas
XXVII Encuentro Internacional de Poetas #aperturaintelectual #palabrasbajollave @tmoralesgarcia1 Thelma Morales García
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Este pozo nunca fue construido para almacenar agua, sino para fines ceremoniales secretos. El lugar está lleno de símbolos de temática esotérica y todo guarda relación con la alquimia, las ciencias ocultas, la astrología, el esoterismo, la masonería, los templarios y la rosacruz. Está en pleno centro histórico de Sintra - Potugal.
Carvalho Monteiro, un millonario apasionado de las ordenes secretas, ayudado por el escenógrafo italiano Luigi Manini construyó La Quinta da Regaleira, que a lo largo de cuatro hectáreas contiene un palacio, una capilla, lujosos jardines, lagos, grutas, edificios enigmáticos, cascadas escondidas, fuentes simbólicas, túneles secretos y un pozo iniciático.
El pozo es una torre invertida con la cruz de la orden de Cristo al fondo que nos habla de la influencia del templarismo en el ideario sincrético de Carvalho Monteiro.
El propósito de este pozo-torre invertida de 27 metros, fueron las ceremonias iniciaticas masónicas que representaban el tránsito desde la muerte (el fondo del pozo), a la reencarnación, (la salida) o el llegar al conocimiento desde la ignorancia subiendo a la luz desde las profundidades de la tierra.
¿Vas a subir la torre invertida o la vas a bajar?
Nueve rellanos separados por 15 peldaños con referencias a la Divina Comedia de Dante, representan los nueve círculos del infierno, los del paraíso o los del purgatorio. Hay también 23 nichos ubicados bajo los peldaños del pozo iniciático. Todo tiene significado en numerología masónica.
¿Te imaginas figuras cubiertas con capas y portando antorchas subiendo por las escaleras del pozo siguiendo un rito ancestral?
En el fondo de esta torre invertida aparece otro pozo inacabado, representando esotéricamente que si desciendes los escalones en lugar de subirlos, podría ser un mensaje alegórico de lo que implica recorrer el camino contrario a la luz. ¡Y los turistas los suelen descender!
Tip: Accede a través del Portal dos Guardianes, dos tritones vigilan este acceso que representan la conexión del mundo exterior con el inframundo.
Foto: 1. @jiggamat77
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Lee la duología #ElHombreFantasma de #ChaieneSantos. Disponible on Amazon and Wattpad.
EXTRACTO
Siglo XV — Germania
En la cima de una montaña, un hombre con ropas andrajosas dormía dentro de una caverna. Vestía una túnica gris y tenía una cara larga que se alargaba aún más a causa de su barba grisácea. La gruta donde vivía, solitario, era larga y en el fondo había sitio sólo para su cama de paja y algunos cestos. En el centro, colocara una mesa hecha de un corte seco de árbol y el caldero donde hacía sus pociones. Juan Otts había sido el mago jefe del rey Albert Honnusberg en el Imperio Germano hasta que, con la llegada de la inquisición, fuera expulsado del castillo y desterrado para siempre.
El viejo deprimido por el sentimiento de culpa, perdiera a su familia; Gertrudis y la pareja de hijos, Heidi y Jordan a causa de la Inquisición. De ellos se acordaba día y noche, sintiendo la lanza de la tristeza clavada en su corazón. Los bramidos de la muerte se repetían en los recuerdos de su mente cuando les veía ser arrojados a la hoguera sin piedad, mientras era llevado en la carreta prisión, agarrado a las rejas en movimiento, con los grilletes apresándole los pies. Podía sentir el calor de la hoguera en el rostro y las brasas que chisporroteaban en el aire junto a los gritos resonando en su cabeza.
Recordó la emboscada, cuando luchaba valientemente usando la espada y la magia contra los soldados y oyó al jefe de estos, el español Lorenzo García, vociferar desde su caballo apuntando al horizonte:
— Mira, mago del demonio, lo que conseguimos capturar... Tu familia ha sido presa fácil.
Al terminar de crear un remolino de viento que lanzó a varios de la tropa contra las rocas y clavarle la espada a otro inquisidor que se acercaba, paró postrado, cuando vio la imagen avasalladora.
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Disfruta de los conciertos gratuitos en el jardín del palacio Waldstein del Senado de Praga esta primavera 2024. Este evento cultural es una excelente oportunidad para disfrutar de la música en un entorno histórico y encantador. Conciertos en el Jardín Waldstein El Jardín Waldstein (Valdštejnská zahrada) se transforma cada primavera en un escenario al aire libre para conciertos gratuitos organizados por el Senado de la República Checa. Durante esta temporada, los visitantes pueden disfrutar de una variedad de actuaciones musicales sin costo alguno, lo que convierte a este evento en una experiencia cultural accesible para todos. Calendario de Conciertos Los conciertos se llevan a cabo todas las semanas, comenzando siempre a las 17:00 horas. El calendario de conciertos para junio es el siguiente: Estos eventos ofrecen una mezcla de géneros musicales que van desde la música clásica hasta el jazz, asegurando que haya algo para todos los gustos. Historia y Belleza del Jardín Waldstein El jardín fue creado junto con el Palacio Waldstein a principios del siglo XVII, en la parte baja del barrio de Malá Strana. Este jardín es un excelente ejemplo de diseño manierista, con una disposición y decoración que incluye elementos diversos y sorprendentes. Atractivos del Jardín Pasillo de esculturas de bronce: Una serie de esculturas impresionantes que adornan el pasillo central del jardín. Sala Terrena: Una estructura monumental que ofrece un telón de fondo majestuoso para los conciertos. Gruta artificial: Un rincón fascinante que añade un toque de misterio y encanto al jardín. Durante la última renovación en 2012, se restauró la apariencia del jardín a su estado original de los años 1920, preservando su belleza histórica. Cómo Llegar El Jardín Waldstein se encuentra en la dirección Letenská, Praga 1 – Malá Strana. Es de fácil acceso tanto para residentes como para turistas, ya que está ubicado en una zona céntrica de la ciudad. Recomendaciones para los Visitantes Llega temprano: Para asegurarte un buen lugar, es recomendable llegar con antelación. Disfruta del entorno: Aprovecha para explorar el jardín y sus alrededores antes o después del concierto. Lleva algo para sentarte: Aunque hay áreas donde puedes sentarte, llevar una manta o una silla portátil puede hacer tu visita más cómoda. Experiencia Cultural en Praga Estos conciertos no solo ofrecen una excelente oportunidad para disfrutar de la música, sino que también permiten a los visitantes sumergirse en la rica historia y cultura de Praga. El entorno histórico del jardín añade una dimensión única a cada actuación, creando una experiencia inolvidable. Aprovecha esta oportunidad y disfruta de los conciertos gratuitos en el jardín del palacio Waldstein del Senado de Praga. Este evento es una manera perfecta de pasar una tarde en Praga, disfrutando de buena música y de un entorno lleno de historia y belleza. Y si te gusta la escultura también tienes gratis el Museo de David Černý.
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¿Qué es brujas en historia?
Se considera como tal a las actividades que tienen como común denominador el ejercicio de un poder sobrenatural siniestro, ejercido por personas que vivían sometidas al demonio. Generalmente sus practicantes, supuestos o reales, eran mujeres. También se le conocía como hechicería o magia negra.
Las denominadas 'brujas' eran mujeres alquimistas (científicas de la época) que se enfocaban al estudio de la herbolaria medicinal. En algunos pueblos, la brujería no era considerada tan mala, ya que dichas mujeres eran las curanderas del pueblo.
¿Que eran las brujas?
Se considera como tal a las actividades que tienen como común denominador el ejercicio de un poder sobrenatural siniestro, ejercido por personas que vivían sometidas al demonio. Generalmente sus practicantes, supuestos o reales, eran mujeres. También se le conocía como hechicería o magia negra.
¿Qué son las brujas según la literatura?
Bruja o hechicera La hechicera es una mujer que mediante sus conocimientos y ciertas aptitudes más o menos mágicas, con o sin pacto con el demonio, puede provocar maleficios y enfermedades, y también curarlas.
¿Dónde se encuentran las brujas?
Para establecer su morada generalmente eligen lugares oscuros e inaccesibles como, por ejemplo, la profundidad de los bosques, en cabañas aisladas, en el centro mismo de alguna isla, en lo más alto de un cerro o montaña, en el fondo de una cueva o den- tro de alguna gruta.
¿Cómo se le llama a las brujas?
Brujas, hechiceras, adivina, meiga… Hay muchos nombres para referirse a ellas. Se acerca Halloween y el estreno de 'Jóvenes y Brujas'.
¿Cuándo fue la edad de las brujas?
La caza de brujas comprende los siglos XIV al XVII, adquiriendo su mayor intensidad durante el siglo XVI y, sobre todo, la primera mitad del XVII.
¿Qué es una bruja sabía?
Sinopsis de ¿Bruja sabia o histérica perdedora?: No es sabia la mujer que tiene muchos conocimientos, sino aquella que los sabe utilizar de manera positiva.
¿Qué idioma se habla en brujas?
flamenco
El idioma oficial en Brujas es el flamenco, que prácticamente es la misma legua que el holandés. Cuando llegamos a Bélgica tendemos a pensar que en el país todo el mundo habla francés y si no lo hace es porque no le apetece o debido a la famosa rivalidad que existe entre flamencos y francófonos.
¿Cuál es la raíz de la palabra bruja?
La mayoría de los eruditos tienden a pensar que puede tener un origen ibérico o celta. Por otro lado, hay expertos que relacionan esta palabra con el latín vulgar «voluxa», que significa «que vuela«. Otros expertos mencionan que la raíz de la palabra bruja, «bruix», procede de la palabra protocelta «brixta».
¿Cuánto duró la caza de brujas?
Caza de brujas: un problema del presente En Europa, la época de la caza de brujas duró desde el siglo XV hasta el siglo XVIII. Alcanzó su punto máximo entre 1560 y 1630, según Wolfgang Behringer, historiador de la Universidad del Sarre.
¿Cuántas personas murieron en la caza de brujas?
A comienzos de la Edad Moderna tuvo lugar en Europa una caza de brujas en la que se persiguió a centenares de miles de personas, la gran mayoría mujeres, y se asesinó a unas 60.000.
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El tren llegó a la estación de Akame. La explanada estaba anegada con los claroscuros del mediodía. Teníamos hambre, pero el autobús ya estaba esperando. Éramos pocos pasajeros. Una mujer con sombrilla estaba plantada, inmóvil, en un extremo de la explanada. Me volví hacia Aya-chan: miraba fijo hacia delante. Me sobresaltó su mirada; percibía yo algo anormal en ella. La alegría que mostraba antes en el tren había desaparecido por completo. Delante de nosotros no había nadie en la calle; la luz veraniega caía en un calmo trecho de terreno. Aquella actitud de Aya-chan me decía que seguramente estaba mirando a la muerte a los ojos. Otra vez apareció la mujer de la sombrilla y justo entonces el autobús arrancó.
En unos veinte minutos llegamos a una instalación llamada Parador de Akame. Era un lugar de aspecto agobiante en medio de bosques anodinos. Nos bebimos unas botellas de cerveza esperando nuestros tazones de arroz con cerdo frito. Aya-chan ya no reparaba en nada a su alrededor desde que subimos al autobús. Tampoco en mí, sino que miraba siempre al frente, como si avizorara algo más allá. La cerveza parecía no saber a nada. Yo barruntaba que aquélla sería la última vez que probaríamos la comida o la bebida, pero aún así no tenía apetito.
Según mi reloj eran casi las tres de la tarde. Me daba la impresión de que las agujas se habían ralentizado. Yo sentía todo el tiempo la necesidad de decir algo, pero no sabía qué.
Tras apurar la cerveza Aya-chan me dijo en voz baja: «No creo que seas capaz de hacerlo».
La miré sorprendido. Ella eludió mi mirada. Llegó la comida, pero tampoco tenía sabor. Habíamos llegado a Akame errando en el vacío, sin saber cómo. Pero el hecho de haberlo logrado no me causaba ninguna maravilla. Había sido sólo cuestión de azar... o quizá de cualquier otra cuestión que estaba madura. Sin duda yo había acabado allí atrapado en su empuje y llevado en volandas.
Aya-chan comía en silencio su arroz con cerdo. No entendía por qué había dicho que no me creía capaz. ¿Qué le pasaba por la mente? Sentía que mi cabeza se enfriaba otra vez. No me pude comer ni la mitad del plato. Ella alcanzó con sus palillos los encurtidos que me había dejado. Después iríamos a ver las cascadas... ¿y luego qué?
Aya-chan pagó la cuenta del parador. Salvo el desayuno en el restaurante junto a la estación de Tennōji el día anterior, ella lo había pagado todo. Según el mapa turístico de los Cuarenta y Ocho Saltos que nos habían dado en el restaurante, las cascadas —que en total no eran más que veinte— quedaban por lo visto a una buena distancia montaña arriba.
Subimos bordeando el arroyo. Siempre había a la vista al menos una docena de personas, delante y detrás. Algunos habían llevado a los niños. La sierra estaba vestida de una espesa capa verde de follaje estival, que parecía rizarse con la brisa. El sendero era húmedo y sombrío bajo la arboleda de cedros, hayas, arces, olmos y abetos. Después del calor urbano de Osaka, el aire resultaba refrescante, casi frío. Las cigarras hacían un chirrido metálico.
Al cabo de un rato caminando apareció una pequeña cascada. Se llamaba Salto del Ermitaño. Luego vino el Salto de la Santa Sierpe a la izquierda. Por el nombre supuse que tenía relación con alguna leyenda, quizá la de la Princesa Sierpe Blanca. Al cruzar el puente descubrimos el Salto de Fudō, el guardián de rostro azul de los templos budistas. Aquél era más grande y detrás tenía un tajo de piedra, recto como un enorme biombo.
El arroyo se llamaba Jōroku. Tendría cuatro metros de ancho. Nos unimos a otros que miraban una honda poza y vimos un espeso cardumen de pececillos azules en el agua clara. Se sucedían los rabiones y las rocas curiosas: Cascada de la Doncella, la Laja de Ocho Esteras, el Salto de la Diosa de Mil Brazos. Las cascadas salvaban los desniveles del lecho rocoso en el correntoso cauce del arroyo. El Salto de la Diosa de Mil Brazos era muy bello. Una mariposa negra revoloteaba sobre el agua. Yo quería llegar cuanto antes adonde no hubiera gente. Fuera lo que fuera lo que tenía que pasar, me hacía sentir más tranquilo llegar lo antes posible a un sitio donde estuviéramos solos. Pero era Aya-chan la que se adelantaba a buen paso. Caminaba sin parar, sin decir esta boca es mía. Parece que sabía exactamente dónde quería morir.
Por fin se paró. Metió la mano en el agua, sacó una piedra y la volvió a tirar. Vi el agua ondear sobre las rocas del fondo; los peces desaparecieron.
—¿Es bonito aquí, no te parece?
—Si... —la misma tibieza de mi asentimiento me impacientó.
—Mi hermano iba a venir aquí de excursión cuando estaba en primaria, pero no teníamos dinero, así que mamá fingió estar enferma para que se resignara. Le dijo que le dijera al maestro que no podía ir porque tenía que cuidar de su madre enferma. Pasó todo el día de morros. Mucho después, cuando de verdad estaba mala y se iba a morir, me dijo que era su castigo por no haber sido justa con Jong-nyeong —el estrépito de las cataratas pareció arreciar en mis oídos—. Pero ese mismo día fui yo la que fue de excursión con la escuela. Fuimos al monte Kabuto, cerca de Takarazuka. Y ahora aquí estoy contigo... me acordé de la fallida excursión de mi hermano cuando nos subimos al autobús. ¿Cómo duelen los recuerdos, no? Como si hubiera un gran boquete en algún sitio.
—¿No tienes otro tipo de recuerdos?
—Esto es bonito, pero aunque él estuviera aquí hoy, no sería feliz. No podría serlo a no ser que pudiera volver a estar en quinto grado. ¿Ya no se puede hacer nada, no? Si cogió el dinero era porque quería una vida mejor.
—Si ya, pero...
—Así que aquí estoy, donde mi hermano nunca pudo estar. Pero no pensaba en él cuando vi el cartel en la estación. No me acordaba de nada. Después de todo yo entonces estaba en primero. Pero fue subirme al autobús y me vino de golpe lo que dijo mamá. Me alegro de haber venido aquí contigo hoy.
—No me digas... —pareció que quería decir algo más pero se detuvo. Me pregunté si aquello de «no creo que seas capaz» quería decir que yo la había decepcionado en algo.
Un poco más adelante salimos a una magnífica catarata llamada del Paño Tendido. Y eso parecía: una larga banda de lienzo desenvolviéndose desde lo alto. Caía unos treinta metros y se chapuzaba lisamente en una poza verdiazul. Se encontraba en un umbrío vericueto de la montaña; el arroyo se remansaba allí, arremolinándose, profundo y oscuro, sin que se viera el fondo. Había trechos así de correntosos y hondos en mi pueblo. Mi abuela decía que debajo del agua había una gruta donde vivía una princesa tejiendo en su telar.
Inmediatamente después había un hondo restaño llamado la Balsa del Dragón. El agua se precipitaba de allí directo al Salto del Paño Tendido. Me pareció el sitio perfecto para quien tiene pensado suicidarse. El agua corría como un raudal entre las peñas. Si resbalabas allí hasta la poza al pie del salto tenías que partirte por fuerza la cabeza contra las rocas.
Puede que Aya-chan me leyera el pensamiento; ella también miraba embebida el profundo pozo. Pero claro, no era el momento. Venía gente bajando de la montaña. Llevábamos ya caminando casi una hora.
Seguí adelante, sin vacilar. Ella podría haber perdido su confianza en mí, pero que me aspen si pensaba yo dejarla morir sola. Estaba resuelto a morir. La sangre de mis venas era gélida, y aún parecía a punto de romper a hervir.
Pero por otra parte si ella ya no confiaba en mí, morir a su lado ya no tenía sentido. De hecho, da igual cómo lo hagas: morir no tiene mayor objeto que vivir; al fin y al cabo la vida no es más que un guiño de luz en la tiniebla. Las cascadas se sucedían, cada cual más pasmosamente bella, con nombres pintorescos, románticos y dramáticos. Un hombre desnudo se bañaba en el roción de una de ellas. Las sombras de la avanzada tarde reptaban ya por los vericuetos de la montaña.
Llegamos a un paraje llamado Cancho de las Cien Esteras. Encima de la enorme laja había una casa de té. Una colorida banderola anunciaba granizadas de sabores. Había tres mujeres bebiendo refrescos. El piso de roca formaba un saledizo hasta la orilla del arroyo. Me volví a Aya-chan con idea de preguntarle si quería descansar un rato, pero enseguida me contuve. Ella no se paró y yo la seguí sin decir nada. Junto al camino había unas florecillas moradas.
Otras seis cascadas fueron apareciendo una tras otra hasta que alcanzamos la llamada Salto de la Yugueta, que era de extraordinaria belleza. Como decía su nombre, estaba partido en dos por un gran cancho plantado en medio del curso. Aya-chan se quedó allí contemplándolo en silencio.
Un poco más allá había un salto menor, escalonado como una tarima para colocar las muñecas del Día de las Muchachas. Ya no teníamos nada que decir. Cuando el sol empezó a hundirse tras la montaña la gente que bajaba por el camino fue menguando. El tiempo parecía acuciarnos.
Serían ya más de las cinco cuando llegamos al Salto del Laúd. No se veía a nadie. Aya-chan que iba delante, se paró de repente y volviéndose me miró: —Mira. Yo ya me harté.
—¿Qué? —La miré a los ojos. Con la fresca del atardecer en la sierra el blanco de sus ojos lucía casi azulado.
—No te puedo matar —me quedé sin habla. Ella se mordió el labio— Había pensado que me gustaría morir contigo. De verdad que sí. Me puse tan contenta cuando te vi esperándome en la estación... —el estruendo de la catarata me tapaba los oídos— pero ahora que he llegado hasta aquí contigo, me doy por satisfecha. No te puedo matar. Arrastrarte conmigo. Lo pensé cuando te vi esperándome en la estación. En ese momento me quité un peso de encima. No quiero ser la carta que saques para ir a la quiebra. Quiero que ganes. Verte ganar con la mejor mano que lleves. Hoy es veinte de agosto. Hoy cumple el plazo. Para salvar la vida a mi hermano tendría que estar ahora mismo en Hakata entregándome, pero no importa. Lo van a matar igual.
Se me hizo un nudo en la garganta. Aya-chan y yo habíamos ido allí aquel día y por tal motivo Sanada iba a morir. No, probablemente Aya-chan sólo había ido porque me encontró esperando en la estación de Tennōji. Por lo que decía, de no ser así no habría ido sola.
—Ahora tengo que volver a Osaka —yo acezaba—. Me sabe mal, lo siento. Pero también estoy feliz, la verdad. Tengo que volver. ¿Viste que te tuve esperando esta mañana? Era porque no lo tenía todo arreglado. Les dije que tú me estabas esperando y que luego volvería.
—Entiendo... —el rugido de la catarata me ensordecía. Caía en una especie de piscina rocosa al aire libre, cercada por cantiles. Debió de ir a la oficina que frecuentaban Teramori y sus compinches. [...]
Todavía era verano, pero finales de agosto, y al ocultarse el sol las sombras de la noche cerraron aprisa. Me arrimé más a Aya-chan. Quise abrazarla, pero ella soltó una risita, esquivándome, y siguió caminado montaña abajo mientras yo no le quitaba los ojos desde atrás.
Para cuando llegamos de nuevo a la Balsa del Dragón casi era noche cerrada. Aya-chan se detuvo. Escrutó la hondura del torrente. Las aguas eran correntosas y negras. Ya no había un alma allí. Me miró.
—Abrázame otra vez.
No supe qué responder. Mientras se acercaba yo temí por un instante que pudiera lanzarse al agua abrazada a mí. Me estrechó fuertemente entre sus brazos. Así bajamos trastabillando por el sendero; perdí uno de mis zuecos. La catarata rebramaba en mi cabeza.
Kurumatani Chōkitsu
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Es difícil entender de quién estamos hablando
En 2017 escribí un texto sobre Marcelo Alzetta que después quedó dando vueltas. En 2018 me regaló un cuadro, debe ser el mejor regalo que me hicieron. Lo vi pocas veces, en esa ocasión comimos pizza. Hablábamos por chat, pero el último tiempo no tanto. Cuando me enteré de su muerte me sentí culpable y abandonado. Sabía que en 2020 la había pasado un poco mal. Me hubiera gustado contarle un chiste sobre Justin Bieber y la pandemia:
El chiste es que un noticiero anuncia con una placa enorme que Justin Bieber vuelve a las giras después del fin de la cuarentena. Otro texto en una letra más chica desarrolla la noticia: “pasó lo peor”.
Alzetta va a ser cada vez más importante. El diría que lo mejor todavía no pasó.
No importa la época. Primeros apuntes sobre Marcelo Alzetta.
Texto de catálogo para la muestra de Marcelo Alzetta en galería Walden, Buenos Aires septiembre de 2017.
Una estrella lejana titila raro, irregular en sus pulsos, y así confunde los instrumentos de medición. Claro que lo hace a conciencia, ¿quién va a pretender medir el arte? Marcelo Alzetta es el artista para encontrar provindencialmente, como él mismo encontró todo: amigos, ideas, sensaciones. Si se aguza la vista, se lo ve brillar con nitidez en el cielo del arte argentino de los últimos quince años, moviéndose dentro del complejo de soluciones y sabias torpezas que va del Rojas de Londaibere a la progenie hirsuta de Belleza y felicidad: sus piezas de comienzos de los 2000 todavía están marcadas por la rugosidad expletiva y los personajes queribles de la historieta argentina de fines del siglo XX; su muestra en Tu Rito del año 2010, con su psicodelia apenas visible (el espacio carecía de una fuente confiable de luz eléctrica) lo devolvió a los mayores escenarios de una corriente artística minoritaria y amiguera, ya madura; su más reciente exposición individual en Agatha Costure, en 2016, nos lo presentaba como un sereno pintor de bodegones que también fuera en sus ratos libres especialista en sintetizadores de la Guerra Fría. Cuadros suyos hay en la librería de Francisco Garamona, La Internacional Argentina, en la colección de Gustavo Bruzzone y en casas de artistas como Javier Barilaro, Fernanda Laguna, Miguel Harte, I Acevedo y tantos otros. Todo esto para el despistado o la despistada.
Alzetta nació en Tandil en 1977. En 1996 se instaló en Buenos Aires (“terminé la secundaria y rajé”, comenta). Fue cartero, cocinero en una casa de empanadas y también ejerció el oficio diurno de pintores como Ana Sokol, Anabella Papa y Juan Grela G.: peluquero. Incluso antes de instalarse en Buenos Aires, el jovencísimo Alzetta era un asiduo de la ciudad: solía venirse los fines de semana a hacer taller de historieta con Alberto Breccia de muy chico. Su primer alojamiento porteño, ya como residente, fue el caserón de Carlos Calvo y Boedo donde tenía sede El Tripero, el grupo-revista de historietas que Alzetta fundó junto a Frank Vega, Delius, Sandra Lavandeira, Esteban García, entre otrxs muchxs futurxs protagonistas de la ficción gráfica. Al grupo se sumaron luego artistas como Mariano Grassi y el -entonces todavía no- aclamado documentalista Julián D'Angiolillo, con quien Alzetta colaboró en varias ocasiones: una de las interacciones más particulares del arte local de este siglo.
En el año 2000, sobre la vara que puso Alfredo Londaibere, Alzetta participó en una exhibición en el Centro Cultural Rojas con el Búlgaro Freisztav, Marta Cali y María Fernanda Aldana (integrante del conjunto musical El Otro Yo). Fue una muestra legendaria y equívoca. El incipiente siglo artístico se perfilaba con entusiasmo. La consigna osada: el futuro es de los artistas que se dedican a otra disciplina. Alzetta por aquella época trabajaba de telemarketer, tarea de la que lo rescataron sus amigos.
Porque hablar de Alzetta es hablar de ellxs, los amigos: él brilla cuando lo iluminan sus colegas; y cuando algún obstáculo les hace sombra, vuelve a su mutismo productivo. Es el objeto de deseo, el artista que los artistas aman y que se deja amar. Los amigos para Alzetta son el oxígeno, el pan y el centro neuronal del equilibrio. Aunque sus cuadros parezcan solitarios a veces, es un artista de la colaboración. Y es así no por afán de socializar sino por su sinceridad, su búsqueda de la cascada emocional primitiva. ¿Las ideas y los sentimientos humanos más intensos y límbicos no son formas de colaboración en sí mismos? Al confesar la pena o la pobreza, al conjeturar la gracia rara de un perro de ojos maquillados Alzetta se mantiene atento a las personas, a su belleza, a sus tristezas. Algunas órdenes contemplativas enclaustradas bregan con la tarea de expiar pecados ajenos, cometidos lejos de los monasterios; sus miembros son como antenas del extravío y el dolor. El artista, retirado en los confines de un variopinto espacio mental, está a la distancia de un beso de quienes sufren y ríen.
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Un día estaban mirando la tele con Marcelo Pombo y vieron algo distinto en la pantalla: Reynolds. La banda que formaban Roberto Conlazo, Alan Courtis y Christian Dergarabedian. Poco después, un amigo de Alzetta se entera, recorriendo un festival en el Parque Centenario, de que Conlazo daba un taller de música experimental en la sede de Puan de la FFyL. Y así empezó una amistad. Alzetta y Conlazo comenzaron a trabajar juntos. “Rob tira una idea, Frank (Vega) dibuja y yo después la pinto”. Con él también hizo cuadros en colaboración para la muestra en Tu Rito, organizada por Victoria Colmegna y el mismo Conlazo. Pero volvamos al Parque Centenario. O su pariente, el Rivadavia, ambos enlazados en el cuerpo astral de la ciudad por el Boulevard Campichuelo (D'Angiolillo es mi informante en el tema): son esos parques y sus ferias, reuniones y esparcimientos típicos los focos de una cultura avanzada y popular, escuelas de novedades musicales y vicios literarios ultramarinos (en la forma del samizdat y la reproducción ilícita) a los que Alzetta dedica un homenaje. Los que no se pueden comprar el CD se compran el cassette. Barbas, anteojos de sol, dinosaurios de la Gestapo y conejos de chocolate: a eso se dedicaban Alzetta y compañía.
“Olor a peinado o a cortes de pelo…” ¿Quién puede ver una mano transparente que se enfrenta con el atardecer? O un mocasín orlado de rayos y utilizado como vaso para cepillo de dientes, sobre un arcoiris. O el tigre con cuerpo y patas de mesa de jardín, bajo la luna roja. Leonor Vassena puede. Sokol también. O Gumier Maier (habitué de la peluquería de doña Sokol). Alzetta se mete en el póker de un surrealismo ingenuo y localista que avanza a contramano de la educación y el cálculo.
En Buenos Aires, en los noventa, Alzetta frecuentaba los boliches más coquetos del centro (“lugares muy anti pueblo”, admite) y al mismo tiempo se iniciaba en los arcanos de la vanguardia popular con uno de los cascabeles sueltos del momento: Pablo Suárez. Suárez conversa con el adolescente Alzetta, reprueba algunos de sus intentos y así lo induce a cristalizar en la adolescencia, a puro empujón y refunfuño. Alzetta muestra en Belleza y felicidad en 2000, antes del Rojas, y Suárez le compra una obra. Es la pintura de un ser bicéfalo y alegre en bicicleta: medio payaso de película de terror, medio tapa de LP bizarro de banda efímera. La muestra se titulaba Sentimientos y la integraban, además de Alzetta, Gumier Maier, Fabiana Imola, Fernanda Laguna, Sergio De Loof y Pombo. A este muchacho tímido, retraído de tan extrañas que eran sus ideas, le tocó empezar entre nombres que proyectaban sombras amenazantes a su alrededor.
Con Suárez lo había enchufado Dipi, su gran amigo de la temprana edad. En las charlas en el café Golden, en el centro de Tandil, Dipi entretenía multitudes de ocasión y cuando estaban solos le relataba a Alzetta obras como el Niño Bazooka de Suárez, ese memorial al triunfo gay sobre las huestes indecisas de toda cultura artística heterosexual. Era bueno el relato de Dipi, y muy buenas las obras de Suárez, porque Alzetta se encendía al escucharlo. Y algo tiene él también de ese chicle rosa (que según la anécdota Suárez hacía masticar a sus amigos antes de dárselo al personaje de la escultura): es un chicle inagotable que otros artistas mastican sin cansarse. El chicle de la inspiración: la goma de mascar de Dios, diría un rapero.
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Quien se acerque a husmearlas, olerlas y tomarles el pulso verá que en las obras de Alzetta todo es maquillaje, rubor y disfraz; las criaturas más triviales y próximas se transfiguran; los duendes se visten para salir. Quienes beben ginebra en un parador rutero de repente caen bajo el influjo de la magia, a través de un acorde de cumbia o del chiste depravado que cuenta en voz alta un parroquiano ultimado. No hay justicia tal vez, pero hay milagro. Las cosas se deforman desde adentro, movidas por un sentimiento rítmico. Aunque sumergirse en la obra de Alzetta requiere un talento indefinible y escaso, no se sabe con certeza cuáles son las capacidades que despiertan sus elucubraciones. Por ejemplo: ¿se puede enseñar a oler un peinado? ¿qué hace el que no puede alegrarse con la sonrisa del chicle gigante en la gruta? A ese lo está esperando un gatito con corbata y un fondo rosa. Para que nadie se sienta excluido.
Esta psicodelia folclórica tiene fuentes dispares, inextricables unas y otras inmediatas. Están los ingenuos 1960 que recopilaban Mujica Láinez, Vassena y compañía en la galería El Taller de la calle 25 de Mayo. Está Gandolfo también, y Malincónico. Está el surrealismo bonaerense (la última coalición avanzada de nuestra vida cultural) y el arte del Rojas, que Alzetta conoció de muy chico. Pero hay mucho más. El personaje es galáctico, fáustico en sus caprichos; no cuesta nada ir hasta Friedrich ni Odilon Redon, hasta los visionarios californianos o los simbolistas rusos. Sin embargo, Alzetta hace de la nacionalidad un asunto de importancia. “Me reconozco en la tradición pictórica nacional. En general, no importa la época.” Ya señalé la última frase: no importa la época. La clave de un anacronismo vivo y abarcativo.
Witz tandilense Cuando no importa la época el arte se abandona plácidamente al cosmos, a lo entero. Psicodélico y surrealista por afuera, Alzetta es un universalista de corazón. “Un estilo naïf pero no tanto”, dice. Aunque naïf, surrealista, psicodélico, son etiquetas quietas si no las toca una varita imponderable. En Alzetta esa varita es la romántica exaltación de la obra de arte como universalidad en movimiento, océano de sensaciones y sentimientos. Es la idea de que un cuadro es también baile, música o novela; una idea alemana de fines del siglo XVIII que rejuveneció en las sierras bonaerenses.
Según esta idea, las distintas esferas del arte se conocen e integran en el plano invisible del sentimiento, el humor, el Witz. Cristo en la TV dentro de un ojo es una canción. La sombra de los pinos en la cabeza transparente de un alienígena es un acabado número de circo. La tierra de Alzetta no es Tandil ni mucho menos Argentina: es un secreto que se cierra a los ojos y se abre al corazón inquieto. El pintor nacional es un cosmopolita tapado. Su obra viaja de la miseria a la epifanía y de la sonrisa al sonido, una y otra vez. Y así se difunde y se mezcla con la vida, hasta ser invisible otra vez. Empieza un cuento de Daniil Kharms (Cuaderno azul, nr. 2):
Había una vez un pelirrojo que no tenía ojos ni oídos. No tenía pelo tampoco, por eso lo de pelirrojo es un decir. No podía hablar, porque no tenía boca. No tenía nariz. Ni siquiera brazos o piernas, ni estómago, espalda, espina dorsal, o cualquier clase de vísceras. No tenía nada, así que es difícil entender de quién estamos hablando.
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Vista desde una gruta, principios de la década de 1630, de David Teniers el Joven (Amberes, Bélgica, 15 de diciembre de 1610 – Bruselas, 25 de abril de 1690), óleo sobre tabla, en general: 51,1 x 51,4 cm, enmarcado: 69,9 x 69,9 x 7 cm. Fondo Ailsa Mellon Bruce, National Gallery of Art.
Información del museo.
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Hange Week -Day 1. Modern-
Aaah, estoy nerviosa y mucho, te presento mi colaboración a este evento con mis fanfics, espero te gusten, porque los hice con todo el empeño del mundo, dado que hay temas con los que nunca había escrito nada antes, jaja. Sin más, que los disfrutes <3
Descubrimiento.
La arqueóloga de renombre, Hange Zoë, caminaba tranquilamente por los pasillos del Colegio St. John, perteneciente a la Universidad de Oxford en Inglaterra. Estaba muy emocionada, pues al fin habían dado luz verde a su proyecto de excavación en la isla de Madagascar. Y aunque no habían conseguido suficiente patrocinio, solo un mecenas importante de la región había accedido a otorgar lo necesario para la investigación.
Las manos le temblaban por el éxtasis de por fin ver que su sueño estaba por volverse una realidad, el único inconveniente era que no le brindaron un equipo con suficientes miembros para tan titánica tarea.
La Universidad le otorgó el apoyo de un brillante joven en el área arqueológica. Armin Arlert, un joven de veinte años graduado con honores y que además de sus conocimientos en arqueología, también los tenía en filología. Para Hange eso era un regalo caído del cielo, estaba segura que ella y el joven harían un excelente trabajo y por fin podría gritar a los cuatro vientos que su teoría sobre aquella civilización con esos seres llamados “titanes”, era algo real, que existieron y nadie pondría objeción a ello.
Una vez que los trámites para la excursión, viáticos y demás necesidades para antes, durante y después del viaje finalizaron, el día de partida llegó. Hange y su acompañante partieron hacia al mayor hallazgo y acontecimiento más importante para la carrera de ambos arqueólogos. Llegaron a la isla del continente africano, instalaron su equipo de acampar y de investigación en un espacio que les fue ambientado por el gobierno en un área de la reserva natural en Ankarafantsika.
Ambos se mostraron optimistas, si bien era una ardua tarea, estaban seguros que lograrían obtener pruebas palpables de que los titanes existieron. Armados con sus herramientas en busca de vestigios y un nativo que fungió como guía, se adentraron en las Grutas de la isla Anjohibe.
En lo recopilado durante investigaciones y testimonios anteriores, Hange llegó a la conclusión de que el relieve y textura de esas grutas eran distintos a otras áreas rocosas de la isla. También determinó que a pesar de ya estar bajo tierra, se podían vislumbrar rastros de que metros abajo se hallaba algo parecido a caminos subterráneos. El guía que los acompañó impidió que la arqueóloga descendiera más de lo permitido, alegando que conforme bajara, el flujo de oxígeno disminuía drásticamente.
Hange no desistió de su cometido y le comentó su teoría a Armin: —Te lo aseguro, Armin, debemos seguir bajando, estoy segura que encontraremos algo valioso si vamos más abajo.
—Pero doctora, ya escuchó al guía, podemos sufrir desmayos, bajas de presión y desorientarnos si seguimos yendo hacia abajo. Además que amenazó que si bajábamos, avisaría a las autoridades y nos expulsarían enseguida, perdiendo los permisos para investigar.
—Armin, ahora que poco a poco se desvela lo que he estado buscando durante tanto tiempo, no voy a permitir que un guía que no sabe nuestra profesión nos diga que no debemos hacerlo.
Armin dudó y miró temeroso a su superior: —¿Y si nos pasa algo?
—No te preocupes, no va a pasarnos nada, confía en mí.
—Creo que primero debemos organizarnos antes de bajar sin conocer el terreno.
Hange pensó un poco, el chico tenía razón. Primero tenían que deshacerse del guía para así poder bajar libremente grutas adentro.
Comenzaron a armar su plan en los días posteriores. Llevaban ya veinte días en la isla y los resultados que habían obtenido hasta el momento eran alentadores. Todo estaba perfectamente registrado en la bitácora de investigación. Armin se encargaba de resguardar ese precioso trabajo.
Diseñaron un plan para que Hange bajara en lo que Armin distraía al nativo. Mientras, el chico pedía la ayuda del guía para traducir textos en malgache y otra lengua en la que casi no había registros, lengua erdiana.
—¿En todo el tiempo que ha habido excavaciones y excursiones en Madagascar no han encontrado indicios de alguna civilización antigua o de titanes?
—Son solo leyendas, esa lengua ni escritura existe. Los antiguos dicen que en esta isla se encontraba esa civilización sobre la que ustedes investigan, Erudia —el guía bebió agua de su cantimplora—, yo también creo que solo son cuentos para niños traviesos, “si te portas mal, los titanes te van a comer”, así nos asustaban nuestros abuelos.
Mientras Armin entretenía al guía, Hange se armó con su equipo y bajó dispuesta a correr el riesgo. Ella fue ahí en busca de respuestas, y eso iba a obtener. Ató una soga a uno de los pilares y el otro extremo de la misma lo sujetó a su cintura. El camino estaba lleno de posibles caminos y lo que menos quería era perderse. Llevaba una brújula consigo, pero no quería correr riesgos.
Dos horas, tenía dos horas para poder descubrir lo más valioso que pudiera existir para ella. Mientras afuera, Armin limpiaba algunos vestigios encontrados, no podía confirmar que fueran objetos utilizados por los “erdianos”, pero tampoco parecían objetos similares a los de otras civilizaciones antiguas.
El guía ayudó a Armin a acomodar en el suelo los distintos objetos, aun no daba pie a lo que se encontraba frente a sus ojos. Trozos de metal similares a una navaja en perfecto estado, sin corrosión o deterioro por el tiempo.
El joven arqueólogo se preocupó cuando las dos horas transcurrieron y Hange no aparecía. Decidió esperar treinta minutos más. No apareció. Decidido, se colocó también una soga en la cintura y justo antes de comenzar a bajar, los gritos de Hange lo alertaron que ella estaba lo suficientemente cerca.
—Armin, lo hicimos, ¡lo hicimos! —gritó a todo pulmón.
—¿Cómo? —el joven desató la soga de su cintura mientras ayudaba a Hange a mantenerse en pie.
—¡Sí! Allá abajo están las ruinas de un poblado. Oh, santo cielo que aún no puedo creerlo, Armin. Necesitas verlo por ti mismo. ¡Lo hicimos!
Hange estaba eufórica. Armin pensó que quizá el poco oxigeno allá abajo había hecho estragos con su superior. Aunque en el fondo pensaba en que todo lo que ella decía fuera real. La arqueóloga dejó caer su pesada mochila mientras corría a beber agua del pequeño depósito que la conservaba fresca. Sació su sed mientras se despojaba de su chaqueta quedando con una camiseta de delgados tirantes, sudaba copiosamente y la sonrisa se negaba a dejar su rostro.
—Armin, necesitamos irnos cuanto antes, si lo hacemos por nuestra cuenta, conseguiremos información a cuenta gotas, debemos irnos y exponer los hallazgos, estoy segura que tendremos más patrocinadores y podremos hacer una gran excavación.
—Pero, Hange, ¿cree que con todo y pruebas nos permitan hacer lo que sugiere?
—¡Por supuesto! Estamos frente a un gran descubrimiento.
—¿Descubrió alguna prueba de los titanes? —Armin hizo la pregunta decisiva.
—No —Hange se puso seria de repente.
El joven suspiró ruidosamente, un suspiro cargado de decepción. Cuando le propusieron participar en esa expedición, le informaron sobre el comportamiento estrambótico de la mujer, pero ¿quién no se muestra excitado ante un acontecimiento que puede repercutir en la historia del mundo?
—Hange, usted sabe que la universidad me envió para recabar muestras, hemos conseguido algunas pero no son suficientes para que autoricen una excavación.
—Podemos bajar mañana, desde muy temprano.
—No tenemos suficiente oxígeno.
—Por favor, Armin. No me hagas esto, no ahora, no tú. Déjamelo a mí, redactaré todo de tal manera que sea suficiente para el permiso. Nada va a detenerme, nada.
Días más tarde, Hange y Armin regresaron a St. John. Armin corrió a su dormitorio mientras Hange iba a la dirección para hablar con el decano y el departamento de investigación.
Tuvo que soportar las reprimendas por exponer a un miembro de la institución, pero a pesar de eso, no se dio por vencida. Dos semanas después, aun sin poder creerlo, más benefactores se unieron al proyecto, dando así, luz verde a la tan ansiada excavación en la isla de Madagascar en busca de la civilización de titanes.
Una vez llegaron a Madagascar, un gran equipo acompañó a Hange, quien dirigía todo con celeridad, como en una orquesta, su propia orquesta arqueológica. Tuvieron algunos problemas mientras excavaban, algunas porciones de tierra se desprendieron y de no ser por el cuidado que mantuvieron en sus tareas, también hubieran caído. Hange no pudo vislumbrar mucho más debido a la escasa iluminación, así que antes que bajaran más personas, decidió cerciorarse en dónde estaban, a gatas palpó el sitio, se sorprendió cuando sintió el borde del suelo y encendió una pequeña linterna. Se encontraban de pie sobre una pared de aproximadamente tres metros de ancho.
Sacó su linterna para asomarse y lo que vio la dejó sin aliento, estaban sobre un precipicio: —¡Hey, allá arriba! No se muevan ni intenten bajar más, estamos sobre una superficie con un volado de... ¡No sé cuántos metros! —Hange arrojó una piedra de tamaño considerable, después de esperar unos segundos para escuchar si la piedra había tocado suelo, siguió hablando—, no sé cuántos metros hay abajo pero... necesitamos luz, mucha luz.
No fue nada fácil conseguir la iluminación requerida, se hicieron demasiados trabajos y se necesitó mucha maquinaria pesada para abrirse paso entre las toneladas de tierra, era un trabajo muy complicado, Hange estaba segura que se encontrarían con las ruinas de esa civilización.
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Desde ese día hasta la fecha pasaron cuatro años. Hange y Armin trabajaron sin parar junto con el equipo que se hizo cada vez más grande, al igual que el financiamiento. La arqueóloga logró que un canal de televisión dedicado a la arqueología, transmitiera a todo el mundo sobre el gran hallazgo.
Había descubierto las ruinas del imperio Erdiano. Hange había hecho el mayor descubrimiento arqueológico de los últimos años. Sonreía altiva y orgullosa ante aquellos que habían desconfiado de ella, aquellos que se burlaron de sus teorías la miraban con cierto recelo, aquellos que le dijeron que estaba en búsqueda de otra Atlántida ahora estaban anonadados de que hubiera sacado a la luz el más grande misterio jamás resuelto.
—Hange, ¿qué hará después de esto? —Armin estaba con su superior revisando los documentos del hallazgo.
—No pienso parar, Armin, estoy segura que todavía hay mucho más y no encontramos más que un pequeño distrito.
—¿Piensa llegar más a fondo? —el joven comía una barrita nutritiva.
—¡Por supuesto! Y no pienso quedarme tan tranquila ahora que los ojos del mundo están puestos sobre nosotros, voy a aprovecharlo —Hange miró a Armin con una determinación mucho mayor.
—He escuchado que asociaciones y filántropos de todo el mundo quieren aportar fondos.
—¡Pues bienvenidos sean! Porque no pienso parar, nunca —un brillo se apoderó de sus ojos—, no me detendré ante nada. Voy a hacer que todo el mundo sepa que los titanes existieron, Armin, te voy a contar un secreto —habló en tono confidencial.
—Dígame —el chico se acercó a la mujer para escucharla mejor.
—Dentro de ese muro que descubrimos, hay algo oculto —Armin frunció el ceño, pensando en que Hange estaba llevando las cosas a otro nivel—. Dentro hay un titán.
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#discoveringaragón No.5: Parque Nacional Ordesa y Monte Perdido
Il est presque 11 heures du matin quand nous garons la voiture, mais le soleil n’est pas encore arrivé au fond de la vallée. Les voitures garées depuis le soir sont givrées. Les arbres s’illuminent en différentes tonalités de jaune et orange. Après un petit morceau du chemin classique nous tournons à droite et commençons la montée. Mes jambes, mes poumons, mon nez brûlent, en moins de 2 kilomètres nous montons plus de 800 mètres. Le sang palpite douloureusement dans mes oreilles, des fois il faut que je m’arrête pour compenser la pression. Devant moi s’ouvre une vue incroyable sur des côtés de montagne raides, témoignes des temps quand ici il y avait encore de la mer. J’aimerais boire l’air fraîche et humide de la forêt. Malgré mon rhume j’atteins la première étape, dépassé par un seul grand père. Un vrai succès.
Es ist zwar schon fast elf Uhr morgens als wir den Motor abdrehen, doch die Sonne ist noch nicht bis ins Tal gelangt. Auf den über Nacht geparkten Autos liegt Morgenreif. Die Bäume leuchten in Gelbtönen. Nach einem kurzen Stück dem klassischen Spazierweg entlang biegen wir scharf nach rechts ab, der Aufstieg beginnt. Meine Beine, meine Lunge, meine Nase brennen, in weniger als zwei Kilometern steigen wir gute 850 Höhenmeter hinauf. Das Blut pocht schmerzhaft in meinen Ohren, hin und wieder muss ich stehen bleiben um den Druck auszugleichen. Vor mir öffnet sich der Blick auf steile Felswände, die von der Zeit zeugen, als hier alles noch unter Wasser lag. Die frische, feuchte Waldluft möchte ich am liebsten trinken. Trotz Schnupfen komme ich lebend an der ersten Etappe an und wurde dabei von nur einem Opa überholt. Ein wahrer Erfolg.
Son casi las 11 cuando aparcamos, pero el sol aún no ha llegado al fondo del valle. Los coches aparcados desde anoche están cubiertos de escarcha. Los árboles brillan en varias tonalidades de amarillo. Después de un pequeño trozo por el camino clásico giramos a la derecha y empezamos la subida. Mis piernas, mis pulmones, mi nariz queman, en unos dos kilómetros subimos más de 800 metros. La sangre palpita dolorosamente en mis orejas, tengo que pararme cada cierto tiempo para compensar la presión. Delante de mí se abre la vista sobre muros de montaña empinadas, testigos de los tiempos cuando aquí aún había mar. Me gustaría beber el aire fresco y húmedo del bosque. A pesar de mi resfriado llego a la primera etapa. Solo me ha sobrepasado un abuelo. Un verdadero éxito.
Le soleil est parvenu à surmonter la crête de la montagne et l’air sent maintenant à chaleur et pins. Le “Sendero de los Cazadores” suit la limite de la zone de forêts, nous sommes à tu et à toi avec les sommets. Il y a beaucoup de randonneurs aujourd’hui, mais nous surpassons tous les groupes de pensionnés et le chemin est bientôt le notre. Le Parc National de Ordesa et Mont-Perdu est patrimoine culturel et naturel mondial UNESCO depuis 1999. Premièrement pour son énorme diversité naturelle, deuxièmement pour sa relation de presque 40 000 ans avec nous les humains. Dans la région on a trouvé des dolmens et des grottes anciennement habités.
Die Sonne steht mittlerweile schon hoch am Himmel, die Luft riecht jetzt auch schon nach Wärme und Pinienbäumen. Der “Sendero de los Cazadores” verläuft der Waldgrenze entlang, wir sind auf du und du mit den Bergspitzen. Es ist ziemlich viel los an diesem Sonntag, doch wir überholen ungeniert alle Seniorenwandergruppen und haben den schmalen Weg bald für uns alleine. Der Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido wurde 1999 von der UNESCO zum Weltnatur- und -kulturerbe ernannt. Ersteres wegen seiner enormen Naturvielfalt, zweiteres wegen seiner ungefähr 40.000 Jahre alten Beziehung zu Menschen. In der Gegend fand man einige ehemals bewohnte Höhlen sowie Dolmen und Steinkreise.
El sol ha conseguido pasar la cresta de la montaña y el aire huele ahora a calor y pinos. El sendero de los cazadores pasa por el límite del bosque, estamos íntimos con los picos. Parece el Paseo Independencia, pero sobrepasamos a todos los grupos de jubilados y pronto el camino es sólo para nosotros. El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido es patrimonio cultural y natural UNESCO desde 1999, principalmente por su enorme diversidad natural y también por su larga relación con la especie humana. Se han encontrado en la zona unos cuantos dolmen y grutas antiguamente habitadas.
Au final de la vallée se trouve une cascade, qui s’appelle Queue de Cheval en espagnol (Cola de caballo). Nous nous y arrêtons, avec à peu près les autres 50 000 personnes qui sont ici aujourd’hui. Le retour par le fond de la vallée nous amène vers d’autres cascades et à travers un bois de feuillus de couleurs magiques.
Am Ende des Tals befindet sich ein Wasserfall, der auf spanisch Pferdeschwanz (“Cola de caballo”) genannt wird. Wir rasten dort, zusammen mit den gefühlt 50 000 Menschen die heute ebenfalls dort sind. Da es Herbst ist und die Sonne früher untergeht, gehen wir aber schon bald wieder los. Der Rückweg durch die Talsohle führt an weiteren Wasserfällen vorbei und verläuft gegen Ende hin durch einen dichten, magisch anmutenden Laubwald.
Al final del valle está la cascada de la Cola de Caballo. Almorzamos allí en compañía de las otras 50.000 personas que visitan el parque hoy. Visto que es otoño y el sol baja más pronto, no nos quedamos mucho tiempo. La vuelta por el fondo del valle pasa por más cascadas y un bosque frondoso con colores mágicos.
En voiture c’est 2 heures depuis Saragosse, avec mon talent de conduire 2 heures et demi. Le chemin normal est apte pour toute classe de visiteur, pour le chemin spécial on a besoin d’un peu plus de persévérance physique. En plus c’est avantageux d’être non sujet au vertige.
Mit dem Auto braucht man von Zaragoza aus etwa 2 Stunden, wenn man meine Fahrkünste hat 2,5 Stunden. Der normale Weg ist definitiv für jede Altersklasse zugänglich, für den speziellen Weg ist etwas mehr Ausdauer gefragt. Außerdem sollte man eher schwindelfrei sein, man überquert öfters steile Schotterstellen.
En coche son unas dos horas desde Zaragoza, si tienes mis capacidades conductoras pues dos horas y media. El camino clásicos es apto para todo tipo de visitante, para el sendero de los cazadores sí que hay que estar más en forma. Además, es aconsejable no sufrir demasiado vértigos.
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James Bond ya está filmando en Iguazú [La Nación, 27.01.1979]
PUERTO IGUAZÚ (De un enviado especial). – Son las 12.15 y el hambre aprieta. Un torrente impresionante se desprende desde la Garganta del Diablo, el único gran surtidor que nutre estos días de verano la soberana extensión de las Cataratas del Iguazú. James Bond, transpirado, pero con una sonrisa enorme, se aleja de ese fondo natural y viene a ingerir un almuerzo guardado en una cajita de cartón que poco tiene que ver con los sofisticados manjares a que nos tiene acostumbrados una especie de lord inglés del espionaje internacional.
En verdad, quien avanza es Roger Moore, actor muy inglés, que está rodando en Iguazú su cuarta película con el personaje de Bond como protagonista, y que alguna vez fue “El Santo” en una popular serie televisiva.
Llega un bote de goma que unos técnicos hacen avanzar mediante un improvisado sistema de cables, que unen tierra firme con la llamada isla San Martín, en el corazón de los saltos de agua.
“Estoy muy contento”, responde a las preguntas que le formulan. “He rodado 25 tomas desde las 9 de la mañana”. Todo un récord. “Ahora quiero descansar”.
Una gruta abierta en la piedra esconde el almuerzo de Moore y la rubia Irka Bochenco –la “bonita” de turno, que viste una bata Elme, hechas en París y en las que se puede ver su escultural silueta. Parece emerger de “La guerra de las galaxias” y no de una selva inhóspita, en la que James Bond se ha abierto paso a golpe de machete. Al lado de ellos, Lewis Gilbert, el realizador del filme.
Por la tarde, bien temprano, cuando los periodistas se disponen a descender hacia las cataratas –con casi 40º de temperatura-, por un caminito asciende Roger Moore, con su simpática sonrisa que le marca los costados de la cara. Moore se echa a un costado de la fastuosa pileta de natación del no menos flamante hotel internacional, en el que se alojan y se coloca debajo de una sombrilla, sin quitarse la chaqueta estilo “safari”, que utilizó antes y que lo viste desde las primeras tomas del filme, hechas en París y en Río de Janeiro.
No pasa media hora antes que el actor, escoltado por innumerables niños que lo fotografían o se dejan acariciar por él, reanude el rodaje, ahora frente al hotel. Le tocan tomas breves, que alterna con su compañera. Unos técnicos, bajo las órdenes de Lewis Gilbert, fabrican un árbol con unos palos y hojas verdes. Un árbol exclusivo en medio de la selva espesa.
Roger Moore sonríe a los fotógrafos, dice chistes y arroja cubitos de hielo dentro de la camisa del cameraman, muerto de risa.
El trabajo de Moore parece un juego, pero su profesionalismo no tiene límites: no debe repetir las tomas, su gesto conforma rápidamente al director y acepta las sugerencias, sin quejarse del calor insoportable o el sol intenso que quiebra la tierra roja.
La filmación concluye temprano y Roger Moore se retira a la suite “B” del segundo piso del hotel, mientras queda convenido en un nuevo encuentro para las próximas horas, que nos permitirá dialogar largamente con él y conocer de cerca sus opiniones sobre James Bond, este “personaje de segunda mano” (son palabras de él) que le ha tocado en suerte y al que deberá seguir ligado su destino, quién sabe hasta cuándo.
Claudio España
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Ixtlahuacán, cultura y naturaleza al sureste de Colima.
Ixtlahuacán es una región donde se combina la riqueza histórica, reflejada en los vestigios de la cultura náhuatl, con la belleza natural de sus contrastantes paisajes.
Aunque son varios los significados que se le atribuyen a la palabra Ixtlahuacán, el más reconocido por los habitantes de este pueblo es “lugar desde donde se observa o vigila”, compuesto por los vocablos: ixtli (ojo, observar, punto de mira); hua (donde, o pertenece a) y can (prefijo de lugar o tiempo). Una razón de la aceptación generalizada de este significado se debe a que el antiguo territorio de Ixtlahuacán -más extenso que el actual- fue paso obligado de las tribus purépechas que trataban de apoderarse de las salinas. Otra más se atribuye a que en este sitio se libraron algunas de las principales batallas de la región para rechazar a los invasores durante la conquista española.
Por estos acontecimientos, se podría suponer que fue un pueblo guerrero donde, aprovechando las grandes altitudes de los cerros que rodean el lugar, se vigilaba y avisaba de posibles incursiones de grupos ajenos. Ixtlahuacán es un municipio del estado de Colima situado en el sureste de la entidad, al sur de la ciudad de Colima y en el límite con Michoacán. En esta zona, donde se combina la riqueza de la cultura náhuatl con hermosos paisajes naturales, existen varios sitios que vale la pena conocer. Estuvimos en algunos lugares interesantes que se localizan cerca de la cabecera municipal de Ixtlahuacán, punto de partida de nuestro recorrido.
LA GRUTA DE SAN GABRIEL
El primer lugar que visitamos fue la gruta de San Gabriel o Teoyostoc (cueva sagrada o de los dioses), ubicada en el cerro del mismo nombre. Actualmente pertenece al municipio de Tecomán pero siempre ha sido considerada como parte de Ixtlahuacán, ya que anteriormente sí formaba parte de este municipio. Salimos por el camino empedrado que parte desde la plazuela de Ixtlahuacán hacia el sur, desde el cual se observan los sembradíos de tamarindos que están junto al poblado. A unos 15 minutos seguimos por una desviación a la derecha justo cuando comienza la pendiente del cerro.
En la parte alta, es imposible observar y disfrutar de un impactante paisaje: una pequeña planicie en primer plano; más allá, los cerros que circundan a Ixtlahuacán y a lo lejos, enormes montañas que simulan ser los guardianes del lugar. Después de una hora de camino llegamos a la comunidad de San Gabriel, saludamos a algunos de los vecinos y un muchacho se ofreció a acompañarnos hasta la gruta que se localiza a unos cuantos metros de las casas, pero que pasa completamente inadvertida para quien no sabe que ahí se encuentra esta maravillosa obra de la naturaleza.
Con la seguridad de que iríamos por el camino correcto, iniciamos nuestro recorrido. Unos cien metros adelante, el guía nos condujo entre la maleza, 20 m más y ahí estaba un gran hoyo de aproximadamente 7 m de diámetro rodeado por rocas y un enorme árbol en una de sus orillas, el que invita al curioso a deslizarse por sus raíces para bajar unos 15 m hasta la entrada a la gruta. Nuestro acompañante nos demostró lo “fácil” que es bajar sin más ayuda que sus pies y manos, sin embargo, nosotros preferimos descender ayudados por una fuerte soga. La entrada a la gruta es una pequeña abertura en el piso entre las piedras, donde apenas cabe una persona. Ahí, siguiendo las indicaciones del guía, nos deslizamos y nos sorprendimos al ver un búho que aparentemente estaba lastimado y se había refugiado en la entrada de la gruta.
Como la luz que logra filtrarse al interior es mínima, es necesario llevar lámparas para poder observar la magnificencia del lugar: una cámara de unos 30 m de fondo, por 15 de ancho y con una altura de aproximadamente 20 metros. El techo está formado casi en su totalidad por estalactitas, que en algunos casos se llegan a juntar con las estalagmitas que parecen surgir del suelo y que en conjunto resplandecen al dirigir la luz hacia ellas. Algo triste fue apreciar cómo algunos visitantes anteriores, sin respetar lo que la naturaleza ha formado durante miles de años, han arrancado grandes trozos de este prodigio natural para llevarlos de recuerdo.
Cuando recorrimos el interior de la gruta y aún extasiados por su belleza, vimos cómo desde el orificio de entrada y hacia abajo se van formando unas amplias escalinatas de piedra, que según exploraciones y estudios realizados, fueron construidas en la época prehispánica con el propósito de convertir este espacio en un centro ceremonial. Incluso se tiene la teoría de que las tumbas de tiro encontradas en los estados de Colima y Michoacán y en las repúblicas de Ecuador y Colombia, puede tener una relación con esta gruta u otras similares, ya que sus estructuras se asemejan. Cabe mencionar que en este lugar, que según la historia fue localizado en 1957 por unos cazadores, no se tiene referencia de hallazgos de piezas arqueológicas. No obstante, es muy conocido por los habitantes del municipio en diversos descubrimientos de los vestigios de la cultura náhuatl ha existido un saqueo casi total y que nadie puede explicar en dónde está un gran número de piezas encontradas.
EL ESTANQUE DE LAURA
Después de haber quedado embelesados por las imponentes imágenes del interior de la gruta de San Gabriel, seguimos nuestro recorrido hacia Las Conchas, un pequeño poblado localizado a 23 km hacia el oriente de Ixtlahuacán. Un kilómetro adelante de Las Conchas nos detuvimos en un gran paraje conocido como el estanque de Laura, donde los árboles parecen unirse para ofrecer un lugar fresco bajo su sombra junto al río Grande. Ahí, a la orilla del río que separa los estados de Colima y Michoacán, vimos a unos niños nadar en sus aguas al tiempo que escuchábamos el claro murmullo del río acompañado por el canto de las calandrias, cuyos colores, negro y amarillo, revoloteaban por todos lados. Antes de dirigirnos al próximo destino, el guía nos señaló varios nidos construidos por estas aves. Al respecto nos comentó que según los ancestros si la mayoría de los nidos están en los lugares más altos, no habrá muchas ventiscas; en cambio, si están en partes más bajas, es señal de que la temporada de lluvias llegará con fuertes ventarrones.
LAS TUMBAS DE TIRO DE CHAMILA
De Las Conchas continuamos por el camino que va hacia Ixtlahuacán, ahora rodeado de grandes sembradíos de mango, tamarindo y limón. En el trayecto nos sorprendió una venadita que pasó corriendo por enfrente de nosotros. Qué desesperante y triste es ver que algunas personas, en vez de disfrutar y agradecer estos encuentros, de inmediato sacan el arma y tratan de cazar a estos animales que cada vez son más difíciles de encontrar.
Aproximadamente a 8 km de Las Conchas llegamos a Chamila, comunidad que se encuentra al pie del cerro del mismo nombre. Pasando entre un huerto limonero y un sembradío de maíz llegamos a una parte un poco más elevada que el resto del terreno, de unos 30 por 30 metros, donde se ha establecido lo que fue un cementerio prehispánico, ya que a la fecha han sido descubiertas alrededor de 25 tumbas. Este cementerio corresponde al complejo de los Ortices, que data del año 300 de nuestra era y constituye una de las principales fuentes de conocimiento de la época prehispánica del estado de Colima. Aunque las tumbas de tiro varían en su tamaño, profundidad y forma, se consideran típicas de la región porque generalmente fueron construidas en terreno de tepetate, y cuentan con un tiro y una o más cámaras funerarias adyacentes donde se han encontrado los restos de los difuntos y sus ofrendas. El lugar de acceso a cada sepulcro es un pozo con un diámetro de entre 80 y 120 cm y una profundidad de entre 2 y 3 metros. Las cámaras mortuorias tienen alrededor de un metro y 20 cm de altura, por 3 m de largo, comunicándose por pequeños agujeros entre algunas de ellas.
Cuando se descubrieron las tumbas, la comunicación del tiro con la cámara generalmente se encontró obstruida por piezas de cerámica o piedra, como ollas, vasijas y metates. Algunos investigadores señalan que la tumba de tiro tiene un gran simbolismo, pues sugiere el vientre materno y la sepultura, se consideraba la terminación del ciclo de la vida: se inicia con el nacimiento y se termina regresando al vientre de la tierra. Donde se acaba el terreno del cementerio está un petroglifo, una gran piedra que tiene grabada una inscripción. Aparentemente es un mapa que señala la ubicación de las tumbas de tiro en el lugar, con algunas líneas que indican la comunicación existente entre ellas. Además, en la piedra está grabado algo sumamente interesante: dos huellas de pies, una que parece ser de un indígena adulto y una de un pequeño. Nuevamente, para nuestro pesar, al preguntar por las piezas arqueológicas encontradas en el sitio, las respuestas de los habitantes y de las autoridades del municipio señalaron que se habían saqueado las tumbas casi en su totalidad. Al respecto, hay quienes aseguran que el botín aquí obtenido por los saqueadores se encuentra en su mayoría en el extranjero.
LA TOMA DE LA CIUDADELA
Ya de regreso a Ixtlahuacán, unos 3 km antes, seguimos una pequeña desviación para conocer La Toma, un hermoso estanque que ha sido aprovechado desde 1995 como granja acuícola, en donde se siembra carpa blanca. Al salir de La Toma observamos a la distancia, en los terrenos de “Las haciendas”, varios montículos tapizados de piedras que por su disposición en el lugar llaman la atención. Todo parece indicar que bajo las prominencias de tierra se encuentran construcciones de la época prehispánica, ya que por sus formas se asemejan a pequeñas pirámides que incluso parecen rodear lo que pudiera ser un campo de juego. Más allá de estas aparentes construcciones se hayan cuatro montículos, en cuyo centro -según nos dijeron y no lo pudimos constatar por lo crecido de la hierba- existe lo que parece ser un altar de piedra. Nos llamó la atención que sobre las pequeñas pirámides hubiera abundante pedacería de cerámica esparcida e ídolos fragmentados.
Este último lugar de nuestro recorrido, nos llevó a la siguiente reflexión: Toda esta región ha sido pródiga en vestigios de una de nuestras culturas ancestrales, gracias a los cuales es posible conocernos mejor. Sin embargo, hay quienes ven en esto sólo el beneficio del lucro personal. Ojalá y no sean ellos los únicos que saquean ventaja de esta riqueza y que se rescate lo que aún queda para beneficio de todos, para que de esta forma cada vez sea menos el México desconocido.
SI USTED VA A IXTLAHUACÁN
De Colima tome la carretera 110 rumbo al puerto de Manzanillo. En el kilómetro 30 se sigue el señalamiento a la izquierda y ocho kilómetros después se llega a Ixtlahuacán, pasando un poco antes el pequeño poblado de Tamala. Iniciando temprano es posible realizar todo el recorrido en un día. Para la visita a la gruta es necesario contar con una cuerda resistente de por lo menos 25 metros y no olvide llevar lámparas.
Fuente : https://n9.cl/q0rd3
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ENTREVISTA A DANIEL FOPIANI
PREGUNTA: Inmerso en promoción en estos días lo primero que tengo que hacer es darte las gracias por asomarte al blog “Un viaje de papel” para hablarnos de tu última novela “El corazón de los ahogados” ¿hasta dónde puedes contarnos de la misma?
RESPUESTA: No tienes que darme las gracias, al contrario, el que debe estar agradecido soy yo. Siempre es un placer sacar un rato para hablar sobre la novela que he publicado con Espasa con tanta ilusión. “El Corazón de los ahogados” es un thriller ambientado en la isla de Alborán, un islote entre Almería y el norte de África que no todo el mundo conoce. Una isla real, española, pero que parece de ficción. “El corazón de los ahogados” no solo será una novela de acción, en la que los homicidios irán sucediendo a buen ritmo, sino una lectura en la que también encontraremos posos de reflexión sobre la inmigración del mar Mediterráneo o la integración de la mujer en la armada.
P: Viendo un poco la sinopsis sin desvelar nada, rindes un pequeño homenaje a la icónica Ágatha Christie por lo que veo…
R: Agatha Christie fue una de las autoras más admirada en mi juventud. Cuando pisé por primera vez la isla de Alborán, no pude evitar relacionarla con una de sus mejores novelas “Diez negritos” y comparar aquel islote con el original del libro. Me prometí que algún día escribiría una novela ambientada en aquel lugar, solo que he tardado once años en hacerlo.
P: Tus dos anteriores novelas, La Carcoma” y “La melodía de la oscuridad” transcurrían en Cádiz y en esta ocasión trasladas al lector al islote Alborán ¿lugar idílico para una novela negra?
R: La isla apenas llega a los dos kilómetros de largo y seiscientos metros de ancho. Es minúscula y, además de eso, cuenta con un cementerio de tres tumbas, una gruta subterránea que atraviesa el islote de punta a punta y dos especies de gaviotas enemigas que se reúnen allí todos los atardeceres para librar una batalla aérea. Sí, creo que es un escenario perfecto para un thriller.
P: La inmigración también juega un papel importante en la historia ¿no?
R: En “El corazón de los ahogados” también comparto con mis lectores parte de la experiencia que haya podido recopilar a lo largo de mis años como jefe de los Equipos de Seguridad de la Armada (E.O.S). He trabajo la inmigración ilegal del Mediterráneo Occidental de primera mano y mis ojos han visto la desesperación del que se tira al mar para huir de su país.
P: ¿Cuánto tiempo te ha ocupado escribir esta novela?
R: La idea germen de “El corazón de los ahogados", que fue relacionar la isla de Alborán con “Diez Negritos” surgió hace once años, pero el periodo de escritura habrá sido de año y medio. Quizá un poco más.
P: ¿Alguna manía que tengas cuando estás escribiendo?
R: De momento, creo que ninguna reseñable. Que todo esté bien ordenado, quizá. De vez en cuando también me pongo algo de Jazz de fondo, pero no siempre.
P: ¿Es pronto para hablar de una nueva novela en camino?
R: Ya tengo algunos capítulos escritos de lo que será el comienzo de mi próxima novela, pero aún es pronto para hablar de ella. El protagonista es un personaje que necesita mucha documentación y no pienso escatimar en tiempo de trabajo por tenerla terminada antes. No soy un autor que se ajusta al ritmo desenfrenado del mundo editorial.
P: ¿Te planteas dar continuidad a alguno de tus personajes?
R: Es probable que lo haga en algún momento de mi carrera editorial. Sois muchos los lectores que me pedís a través de las redes que vuelva a escribir otra novela de Adriano, el detective ciego que protagoniza “La melodía de la oscuridad”. Es una opción que valoro, pero que no creo que lleve a la práctica en un breve período de tiempo.
P: ¿Qué consejo darias a alguien que quiere escribir una novela?
R: Que respete el oficio desde el corazón y que se olvidé de los miles de ejemplares que sueña vender. Aunque eso no signifique perder la ilusión. Que lea mucho, que escriba y que siga escribiendo. A mí es lo único que me ha funcionado: escribir sin esperar nada a cambio.
El cuestionario rápido
Recomiéndanos uno o varios libros, lo que veas. Ahora mismo estoy leyendo Solenoide, de Cartarescu. Es una auténtica maravilla.
Si no te gusta el libro…..¿llegas al final? Suelo hacerlo. Dejarlo a medias es como una falta de respeto al autor o la autora. Tengo la manía de terminarlos, sí. Y cuando no lo he hecho me he sentido fatal.
El último libro que has comprado Novela de ajedrez, de Stefan Zweig
Ebook o papel. Papel, siempre.
Terminamos esta entrevista con Daniel Fopiani no sin antes desearte mucho éxito con tu nueva novela y las próximas que vendrán. Gracias
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«La tercera orilla del río», João Guimarães Rosa.
Nuestro padre era hombre cumplidor, de orden, positivo; y así había sido desde muy joven y aún de niño, según me testimoniaron diversas personas sensatas, cuando les pedí información. De lo que yo mismo me acuerdo, él no parecía más raro ni más triste que otros conocidos nuestros. Sólo tranquilo. Nuestra madre era quien gobernaba y peleaba a diario con nosotros -mi hermana, mi hermano y yo. Pero sucedió que, cierto día, nuestro padre mandó hacerse una canoa.
Iba en serio. Encargó una canoa especial, de madera de viñátigo, pequeña, sólo con la tablilla de popa, como para caber justo el remero. Pero tuvo que fabricarse toda con una madera escogida, fuerte y arqueada en seco, apropiada para que durara en el agua unos veinte o treinta años. Nuestra madre maldijo la idea. ¿Sería posible que él, que no andaba en esas artes, se fuera a dedicar ahora a pescatas y cacerías? Nuestro padre no decía nada. Nuestra casa, por entonces, aún estaba más cerca del río, ni a un cuarto de legua: el río por allí se extendía grande, profundo, navegable como siempre. Ancho, que no podía divisarse la otra ribera. Y no puedo olvidarme del día en que la canoa estuvo lista.
Sin pena ni alegría, nuestro padre se caló el sombrero y nos dirigió un adiós a todos. No dijo otras palabras, no tomó fardel ni ropa, no hizo ninguna recomendación. Nuestra madre, nosotros pensamos que iba a bramar, pero permaneció blanca de tan pálida, se mordió los labios y gritó: “Se vaya usted o usted se quede, no vuelva usted nunca”. Nuestro padre no respondió. Me miró tranquilo, invitándome a seguirle unos pasos. Temí la ira de nuestra madre, pero obedecí en seguida de buena gana. El rumbo de aquello me animaba, tuve una idea y pregunté: “Padre, ¿me lleva con usted en su canoa?”. Él sólo se volvió a mirarme, y me dio su bendición, con gesto de mandarme a regresar. Hice como que me iba, pero aún volví, a la gruta del matorral, para enterarme. Nuestro padre entró en la canoa y desamarró, para remar. Y la canoa comenzó a irse -su sombra igual como un yacaré, completamente alargada.
Nuestro padre no volvió. No se había ido a ninguna parte. Sólo realizaba la idea de permanecer en aquellos espacios del río, de medio en medio, siempre dentro de la canoa, para no salir de ella, nunca más. Lo extraño de esa verdad nos espantó del todo a todos. Lo que no existía ocurría. Parientes, vecinos y conocidos nuestros se reunieron en consejo.
Nuestra madre, avergonzada, se comportó con mucha cordura; por eso, todos habían pensado de nuestro padre lo que no querían decir: locura. Sólo algunos creían, no obstante, que podría ser también el cumplimiento de una promesa; o que nuestro padre, quién sabe, por verg��enza de padecer alguna fea dolencia, como es la lepra, se retiraba a otro modo de vida, cerca y lejos de su familia. Las voces de las noticias que daban ciertas personas -caminantes, habitantes de las riberas, hasta de lo más apartado de la otra orilla- decían que nuestro padre nunca se disponía a tomar tierra, ni aquí ni allá, ni de día ni de noche, de modo que navegaba por el río, libre y solitario. Entonces, pues, nuestra madre y nuestros parientes habían establecido que el alimento que tuviera, oculto en la canoa, se acabaría; y él, o desembarcaba y se marchaba, para siempre, lo que se consideraba más probable, o se arrepentía, por fin, y volvía a casa.
Se engañaban. Yo mismo trataba de llevarle, cada día, un poco de comida robada: la idea la tuve, después de la primera noche, cuando nuestra gente encendió hogueras en la ribera del río, en tanto que, a la luz de ellas, se rezaba y se le llamaba. Después, al día siguiente, aparecí, con dulce de caña, pan de maíz, penca de bananas. Espié a nuestro padre, durante una hora, difícil de soportar: solo así, él a lo lejos, sentado en el fondo de la canoa, detenida en la tabla del río. Me vio, no remó para acá, no hizo ninguna señal. Le mostré la comida, la dejé en el hueco de piedra del barranco, a salvo de alimaña y al resguardo de lluvia y rocío. Eso, que hice y rehice, siempre, durante mucho tiempo. Sorpresa que tuve más tarde: que nuestra madre sabía de ese mi afán, sólo que simulando no saberlo; ella misma dejaba, a la mano, sobras de comida, a mi alcance. Nuestra madre no era muy expresiva.
Mandó venir a nuestro tío, hermano de ella, para ayudar en la hacienda y en los negocios. Mandó venir al maestro, para nosotros, los niños. Le pidió al cura que un día se revistiera, en la playa de la orilla, para conjurar y gritarle a nuestro padre el deber de desistir de la loca idea. En otra ocasión, por decisión de ella, vinieron dos soldados. Todo lo cual no sirvió de nada. Nuestro padre pasaba de largo, a la vista o escondido, cruzando en la canoa, sin dejar que nadie se acercara a agarrarlo o a hablarle. Incluso cuando fueron, no hace mucho, dos periodistas, que habían traído la lancha y trataban de sacarle una foto, no habían podido: nuestro padre desaparecía hacia la otra banda, guiaba la canoa al brezal, de muchas leguas, el que hay, por entre juncos y matorrales, y sólo él lo conocía, palmo a palmo, en la oscuridad, por entonces.
Tuvimos que acostumbrarnos a aquello. Apenas, porque a aquello, en sí, nunca nos acostumbramos, de verdad. Lo digo por mí que, cuando quería y cuando no, sólo en nuestro padre pensaba: era el asunto que andaba tras de mis pensamientos. Lo difícil era, que no se entendía de ninguna manera, cómo él aguantaba. De día y de noche, con sol o aguaceros, calor, escarcha, y en los terribles fríos del invierno, sin abrigo, sólo con el sombrero viejo en la cabeza, durante todas las semanas, y meses y años -sin darse cuenta de que se le iba la vida. No atracaba en ninguna de las dos riberas, ni en las islas y bajíos del río; no pisó nunca más ni tierra ni hierba. Aunque, al menos, para dormir un poco, él amarrara la canoa en algún islote, en lo escondido. Pero no armaba una hoguerita en la playa, ni disponía de su luz ya encendida, ni nunca más rascó una cerilla. Lo que comía era un apenas; incluso de lo que dejábamos entre las raíces de la ceiba o en el hueco de la piedra del barranco, él recogía poco, nunca lo bastante. ¿No enfermaba? Y la constante fuerza de los brazos, para mantener la canoa, resistiendo, incluso en el empuje de las crecidas, al subir el río, ahí, cuando al impulso de la enorme corriente del río, todo forma remolinos peligrosos, aquellos cuerpos de bichos muertos y troncos de árbol descendiendo -de espanto el encontronazo. Y nunca más habló ni una palabra, con nadie. Tampoco nosotros hablábamos de él. Sólo se pensaba en él. No, de nuestro padre no podíamos olvidarnos; y si, en algunos momentos, hacíamos como que olvidábamos, era sólo para despertar de nuevo, de repente, con su recuerdo, al paso de otros sobresaltos.
Mi hermana se casó; nuestra madre no quiso fiesta. Pensábamos en él cuando comíamos una comida más sabrosa; así como, en el abrigo de la noche, en el desamparo de esas noches de mucha lluvia, fría, fuerte, nuestro padre con sólo la mano y una calabaza para ir achicando la canoa del agua del temporal. A veces, algún conocido nuestro notaba que yo me iba pareciendo a nuestro padre. Pero yo sabía que él ahora se había vuelto greñudo, barbudo, con las uñas crecidas, débil y flaco, renegrido por el sol y la pelambre, con el aspecto de una alimaña, casi desnudo, apenas disponiendo de las ropas que, de vez en cuando, le dejábamos.
Ni quería saber de nosotros, ¿no nos tenía cariño? Pero, por el cariño mismo, por respeto, siempre que, a veces, me elogiaban por alguna cosa bien hecha, yo decía: “Fue mi padre el que un día me enseñó a hacerlo así…”; lo que no era cierto, exacto, sino una mentira piadosa. Porque, si él no se acordaba más, ni quería saber de nosotros, ¿por qué, entonces, no subía o descendía por el río, hacia otros lugares, lejos, en lo no encontrable? Sólo él sabría. Pero mi hermana tuvo un niño, ella se empeñó en que quería mostrarle el nieto. Fuimos, todos, al barranco; fue un día bonito, mi hermana con un vestido blanco, que había sido el de la boda, levantaba en los brazos a la criaturita, su marido sostenía, para proteger a los dos, la sombrilla. Le llamamos, esperamos. Nuestro padre no apareció. Mi hermana lloró, todos nosotros lloramos allí, abrazados.
Mi hermana se mudó, con su marido, lejos de aquí. Mi hermano se decidió y se fue, a una ciudad. Los tiempos cambiaban, en el rápido devenir de los tiempos. Nuestra madre acabó yéndose también, para siempre, a vivir con mi hermana; ya había envejecido. Yo me quedé aquí, el único. Yo nunca pude querer casarme. Yo permanecí, con las cargas de la vida. Nuestro padre necesitaba de mí, lo sé -en la navegación, en el río, en el yermo-, sin dar razón de sus hechos. O sea que, cuando quise saber e indagué en firme, me dijeron que habían dicho que constaba que nuestro padre, alguna vez, había revelado la explicación al hombre que le había preparado la canoa. Pero, ahora, ese hombre ya había muerto; nadie sabría, aunque hiciera memoria, nada más. Sólo en las charlas vanas, sin sentido, ocasionales, al comienzo, en la venida de las primeras crecidas del río, con lluvias que no escampaban, todos habían temido el fin del mundo, decían que nuestro padre había sido elegido, como Noé, que, por tanto, la canoa él la había anticipado; pues ahora medio lo recuerdo. Mi padre, yo no podía maldecirlo. Y ya me apuntaban las primeras canas.
Soy hombre de tristes palabras. ¿De qué era de lo que yo tenía tanta, tanta culpa? Si mi padre siempre estaba ausente; y el río-río-río, el río – perpetuo pesar. Yo sufría ya el comienzo de la vejez -esta vida era sólo su demora. Ya tenía achaques, ansias, por aquí dentro, cansancios, molestias del reumatismo. ¿Y él? ¿Por qué? Debía padecer demasiado. De tan viejo, no habría, día más día menos, de flaquear su vigor, dejar que la canoa volcara o que vagara a la deriva, en la crecida del río, para despeñarse horas después, con estruendo en la caída de la cascada, brava, con hervor y muerte. Me apretaba el corazón. Él estaba allá, sin mi tranquilidad. Soy el culpable de lo que ni sé, de un abierto dolor, dentro de mí. Lo sabría -si las cosas fueran otras. Y fui madurando una idea.
Sin mirar atrás. ¿Estoy loco? No. En nuestra casa, la palabra loco no se decía, nunca más se dijo, en todos aquellos años, no se condenaba a nadie por loco. Nadie está loco. O, entonces, todos. Lo único que hice fue ir allá. Con un pañuelo, para hacerle señas. Yo estaba totalmente en mis cabales. Esperé. Por fin, apareció, ahí y allá, el rostro. Estaba allí, sentado en la popa. Estaba allí, a un grito. Le llamé, unas cuantas veces. Y hablé, lo que me urgía, lo que había jurado y declarado, tuve que levantar la voz: “Padre, usted es viejo, ya cumplió lo suyo… Ahora, vuelva, no ha de hacer más… Usted regrese, y yo, ahora mismo, cuando ambos lo acordemos, yo tomo su lugar, el de usted, en la canoa…”. Y, al decir esto, mi corazón latió al compás de lo más cierto.
Él me oyó. Se puso en pie. Movió el remo en el agua, puso proa para acá, asintiendo. Y yo temblé, con fuerza, de repente: porque, antes, él había levantado el brazo y hecho un gesto de saludo -¡el primero, después de tantos años transcurridos! Y yo no podía… De miedo, erizados los cabellos, corrí, huí, me alejé de allí, de un modo desatinado. Porque me pareció que él venía del Más Allá. Y estoy pidiendo, pidiendo, pidiendo perdón.
Sufrí el hondo frío del miedo, enfermé. Sé que nadie supo más de él. ¿Soy un hombre, después de esa traición? Soy el que no fue, el que va a quedarse callado. Sé que ahora es tarde y temo perder la vida en los caminos del mundo. Pero, entonces, por lo menos, que, en el momento de la muerte, me agarren y me depositen también en una canoíta de nada, en esa agua que no para, de anchas orillas; y yo, río abajo, río afuera, río adentro.
Autor: João Guimarães Rosa
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La Mona
La Mona, la más letal de todas las creaciones que aplanaron está tierra. De todos los senderos posibles que algún hombre pudo recorrer, sus curvas y quiebres de serpiente desquició a más de uno. Arrojándole a un abismo mortal. Deambular por su figura era sentenciarse a posiblemente jamás salir de ella. Cada gruta, cada relieve, cada escorzo que estructuraba su piel tan firme y tersa como la caliza; suave y radiante al tacto visual como las dunas. Y su culo, vaya montículo divino digno de su nombre.
Saber pasar por ella y contar la historia era de valientes; de aquellos fuertes que la sabían domar, pero nunca conquistar. Aconsejaban los sabios del camino al temerario indolente que se atreviese a posar sus dedos en su volante, a friccionar sus neumáticos contra bestial existencia y osar pasar tal monte lleno de éxtasis, que no debía dejarse impresionar, ni por la puerilidad ni por la ternura que esta imprimía en postales ante ojos transeúntes. Te repetían hasta el hastió que se debía ajustar la velocidad de tus pensamientos para no perderte en sus juegos sin frenos. A no ser un lento ni un raudo a la hora de poseerla; pues de cualquier manera que no sea neutral ella notaría tu pasión, tu miedo, tu sensibilidad y te mostraría un repertorio de espejismos para orillarte a una caída de la cual nunca volverías. Los incautos lo hacían y todos en el fondo, si sobrevivían, no eran los mismos luego de pasar tremenda monumentalidad.
Pues la Mona se quedaba con lo que más odiaba de aquellos que la transitaban: la inocencia e ingenuidad, sus vidas eventualmente. Miles veían su perdición al penetrar sus caminos más estrechos y en su cúspide, en aquellos malditos ojos de gato que los arrojaban fuera del buen trecho, hallaban cielos que transmitían la paz y ternura mesmerizando a los penitentes antes del fatalísimo accidente. La Mona se jactaba de aquel cuadro plasmado entre sus faldas, aunque aquello en el fondo le hacía sentir miserable y buscaba ponerle un alto. Empero un dolor desde lo profundo de su núcleo, como un vuelvepiedras, repicaba y le conminaba a iterarse. A ser ahora la que consumía la vida de quienes la franqueaban, la utilizaban. Era su manera de refractar lo que alguna vez le hicieron hace un incalculable e insoportable tiempo atrás.
Mucho antes que asfaltaran su corazón, la leyenda cuenta que, la Mona amó tanto que entregó su nombre, sus elevaciones, sus montes y su ser entero al más hijo de puta de todas las planicies. Él que luego desbordó su cauce sobre esta y le dejó hueca, inundada de dolor y descampada una vez marchado. Él nunca más regresó a su lado. Y la Mona se tornó en ese trayecto fugaz, sensual y diabólico ofreciendo a viajantes de la vida lo que le dieron de vuelta por entregarlo todo. Ella y su corazón se petrificaban cada día esperando a que Él vuelva. Lo cual nunca pasó.
Luego de todos los crímenes que la Mona perpetuó en la época dorada del Sol. Un día que el verano se desató y la Niña entre las grietas de la tierra reposó, nuestra Mona se enteró que aquel infame que tanto le hizo daño había muerto, se había secado. Ella sumida en su tristeza decidió explotarse, desaparecer en millares de pedazos de cascajo dejando un paso directo a su corazón que luego de Él nunca más palpitó.
A la Mona ya no se la encuentra más entre los caminos de esta vida. Ni entre los recuerdos de conductores. Sólo queda una placa-epitafio reflectante, como su vida, que reza su nombre en donde yacen ya sus restos encementados y sepultados. Los mismos que son rondados por miles de viajantes despistados que, si detuvieran el paso y acelerasen su oído, aún pudiesen escuchar en el viento aquel lamento de amor de una Mona que soñó con ser río.
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La clave para la felicidad
El Divino se sentía solo y quería hallarse acompañado. Entonces decidió crear unos seres que pudieran hacerle compañía. Pero cierto día, estos seres encontraron la clave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron a Él.
Dios se quedó triste, nuevamente solo. Reflexionó. Pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la clave de la felicidad, encontrar el camino hacia Él y volver a quedarse solo. Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la clave de la felicidad para que el hombre no diese con ella. Tenía, desde luego, que esconderla en un lugar recóndito donde el hombre no pudiese hallarla. Primero pensó en ocultarla en el fondo del mar; luego, en una caverna de los Himalayas.
Después, en un remotísimo confín del espacio sideral. Pero no se sintió satisfecho con estos lugares. Pasó toda la noche en vela, preguntándose cuál sería el lugar seguro para ocultar la clave de la felicidad. Pensó que el hombre terminaría descendiendo a lo más abismal de los océanos y que allí la clave no estaría segura. Tampoco lo estaría en una gruta de los Himalayas, porque antes o después hallaría esas tierras. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios siderales, porque un día el hombre exploraría todo el universo.
¿Dónde ocultarla?, continuaba preguntándose al amanecer. Y cuando el sol comenzaba a disipar la bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el hombre no buscaría la clave de la felicidad: dentro del hombre mismo. Creó al ser humano y en su interior colocó la clave de la felicidad.
*El Maestro dice: Busca dentro de ti mismo. "Desafía" a Dios y róbale la suprema felicidad"
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