Port Vale FC es la historia de Cristian Pueblos, un técnico del fútbol argentino comenzando una nueva experiencia en Inglaterra, mas precisamente en el Port Vale FC, un club de la cuarta categoría del fútbol de ese país. Lo que nunca imaginó es cómo su vida y su forma de ver la existencia cambiarían radicalmente al ver que la vida es "algo mas que fútbol". Digamos que soltaría el tablero de estrategias para tomar una lapicera y bocetar algunos versos…
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10 - Era
─ Cristian. ─ Si… Quién… ¿Quién es? ─ Norman Smurthwaite. ¿Estás bien? ─ Si, si. Claro. Estaba dormitando… Perdón. Digame. ─ Ah, pero son las cinco de la tarde. Bueno, no interesa, escuchame: Acordate que esta noche es lo de SkyNet. Ahora te mando la dirección por mensaje. ¿Estás listo? Es a las ocho. ¿Necesitas que mande a alguien a buscarte? ─ … ─ ¿Cristian? ¿me escuchás? ─ … ─ Dios mío… Si. No. Se durmió o no sé. No sé qué vamos a hacer con este hombre. No voy a tener siempre esta paciencia. No. Lo voy a esperar, por ahí se despierta, o contesta, qué se yo. Es la cuarta vez que lo llamo. Si, si. No. ─ ¿Hola? ─ Si! ¿Qué pasó Cristian? ─ Perdón Norman, es que había un perro haciendo un pozo en el jardín de adelante, y lo fui a echar. Es el mismo perro que se come las bolsas de basura. ─ Pero no tenes que dejarlas ahí las bolsas. Hay contenedores. Bueno, escuchame. ¿Estás listo para esta noche? Te van a hacer muchas preguntas. Por ahí te encontrás con otros directores técnicos de otros clubes. ─ Si, si. Por supuesto. Ahí voy a estar. ─ ¿Necesitas que te vayan a buscar? ─ ¿Quién? ─ No sé, alguien. Puedo mandar a… ─ No, no, está bien. Voy caminando, tampoco debe ser tan lejos. ─ Es un poco lejos. Pero bueno como quieras. Ocho menos veinte tenes que estar ahí, porque te maquillan y todo eso. ─ Si, si, ya sabía. ─ Genial. Acordate del tema de Nathan, no se sabe bien nada, así que tratá de eludir el tema. Y del tema de las expulsiones, hacé como que es tu forma de ser. No le digas nada de lo tuyo. ─ … ─ ¿Hola? ─ Si, si. Ok. ─ ¿Me escuchaste lo que te dije? ─ Si, Norman, es que se corta. ─ Bueno, era para eso. Nos vemos mañana. Adiós. ─ Chau.
El clima no me gustaba para nada. El de afuera era húmedo, el del interior seco. Agrío. Pero a la vez insulso. Las cámaras estaban ya tomando al presentador del programa, mientras entrevistaba a al técnico del MK Dons. Las preguntas no parecían demasiado punzantes, aunque por supuesto, la vida de estos tipos no deben de ser demasiado punzantes. Un motón de gente fuera de cámara se encargaba de que a los de dentro no les falta agua, y que se luzcan en cámara. Hacían cortes en cualquier momento porque no era un programa en vivo, pero tampoco dilataban mucho cada entrevista, ya qu querían terminar lo mas pronto posible. La casi total oscuridad reinaba para todos los que no estábamos en el decorado. Todo brillaba una vez entrando al escenario de la entrevista. Entrevistador y entrevistado estaban sentados en sillones individuales con forma oval, como huevos gigantes que dejaban lugar para ser usados de asientos. La decoración era ocre, con algunos toques de bordó. Para nada simulaba un living como la televisión que se veía en otra época, sino mas bien una especie de consultorio medico exótico. Realmente no pretendía parecer mas nada que lo que era: un estudio de TV. Tres cámaras enfocaban todo lo que sucedía, algunas mujeres sostenían papeles que nadie leía, y un par de hombres miraban la grabación por un pequeño monitor, y comentaban cosas. A veces sonaba una voz como si fuera un dios que invadía todo el lugar, y cuyos bajos tonos llenaban el lugar. Casi siempre que intervenía esa voz todo poderosa, se cortaba la escena y el periodista volvía a plantear la pregunta. Era interesante ver cómo mientras uno hablaba el otro aprovechaba para hacer todo tipo de gestos hacia el detrás de cámara. No entendía cómo podían concentrarse en un dialogo coherente. Fue todo muy interesante (porque de estas cosas en el acenso argentino no hay nada) pero hasta el momento en que me aburrí. Llegué a la hora que me dijeron, y fue realmente temprano. Me maquillaron en menos de cinco minutos y tuve que esperar tres entrevistas para poder sentarme en ese cautivante sillón. Tres entrevistas de media hora cada una. En ese lapsus me entretuve garabateando algunas lineas en mi cuaderno, que había llevado en mi morral. Ideas. Versos, nada definitivo. Pero ideas que en algún momento podía llegar a usar para algo. Me gustaba aprovechar estos momentos. Y en este caso tenía mucho para decir. No había escrito ni una sola palabra desde… el incidente de Greenhead Street. Si, el del beso. Si, el del vómito. Esa tarde fue demasiado para mi. Tuve que pedir un par de días del trabajo. Sinceramente (y muy acorde con las revelaciones de ese día) no recuerdo cuantos días tuve que faltar del trabajo. Los entrenamientos los dirigió Nogan con Gary. Ellos eran los que mas sabían de mis “locuras”, como las llamaban ellos. Mientras esto sucedía yo me encontraba en mi casa, en cama, o yendo de la cama al living, recuperándome de semejante tarde de juegos, de premios, de gases. Tarde de hojas flotando en el agua, y de cómo eran esas hojas un válvula, o algo así. No hizo falta que yo viera esos videos, no hizo falta que escuchara las palabras de unión de Isabel. Sentí muchas cosas en vez de palabras, en vez de videos, sentí al final de todo un beso, sentí náuseas, y sentí ácidos. Mas allá de las palabras me había quedado con la certeza de que el mundo se configuraba diferente ahora. Pero, mas allá de esto, no estaba seguro de no seguir experimentando esos lapsus. No pedí ayuda. Aparentemente me la habían ofrecido muchas veces. Solo Isabel había podido encarar el tema. Como aquella cueva maldita, plagada de monstruos y trampas que solo puede sortear el héroe, el elegido. Isabel era el elegido, y yo era la cueva mas extraña. O al menos para mi, en mis adentros, la cueva parecía mas un universo de colores y resplandores, de objetos flotantes y basura. Y de esto no había escrito nada. Nada sobre las dos horas que pasamos en una comisaria de la zona, dando explicaciones de porque habíamos causado ese revuelo en la calle. A mi me conocieron, y me miraban con lástima. Uno de los oficiales era fanático del Port Vale. Me contó que había hecho socio del club a su hijo, dos horas después de que naciera. “En ese tiempo tuvo un problema pulmonar y no estuve ahí para ayudar a mi mujer. Ahora el tiene 15 años y siempre que se queja de ser hincha de un club de la cuarta categoría, le digo que ser hincha del Port Vale casi le cuesta la vida, así que mas vale que lo valores” y reía enérgicamente, como tratando de contagiarme. Yo estaba pensando en que hacía meses que realizaba acciones cosas sin saberlo, así que no le di mucha importancia a su anécdota. Fue por este oficial que los tramites se aceleraron y finalmente pagamos una especie de multa o algo así, que nos dejó en libertad. Luego de eso no hablamos con Isabel. No del tema. La abracé tan fuerte cuando pusimos un pie en la vereda de la comisaria. Y no dejaría de abrazarla por mucho tiempo. No había escrito nada sobre esto, porque me parecía demasiado para ser escrito. No por la cantidad de detalles, sino por la complejidad: no me alcanzaría la vida para describir en detalle lo que experimenté esa tarde. ¿Cómo describir que estaba en la nada y de repente un mago, genio, maligno, corre una sabana como en un truco de magia y revela una realidad artificial, que en realidad es la real? Algo así era. Años después tiene un poco mas de claridad todo el asunto, pero en esos días ni el día me daba claridad. Ni el alcohol. Ni todo lo demás. Mientras esperaba mi turno de entrevista me puse a revisar varias notas y papeles que tenía en mi cuaderno, que explotaba de la cantidad de apuntes y recortes que tenía, atados con una banda elástica, y no pude contener un colapso en la disposición de los papeles entre la tapa y la primer hoja, así que cayeron todos cual catarata, todo a mi al rededor. Hicieron ruido porque eran papeles de todo tipo, de todo gramaje. Los trabajadores del canal se dieron vuelta instantáneamente a mirarme. Había cortado el impecable silencio imperante, sólo interrumpido por las voces de los dialogantes. Me miraron muy feo, y tuvieron que cortar la escena, la cual iba bastante avanzada, por lo que su recelo aumentó para conmigo. La voz de Dios llenó la sala una vez mas diciendo: ─ Chicos, por favor, los que están detrás de escena mantengan el silencio ─ sonaba realmente fastidiado y agotado ─ no hagan ruido con nada. Es tarde, todos nos queremos ir, y todavía quedan tres entrevistas. Gracias. Me agaché y me puse a juntar todos los papeles. Encontré cosas que no recordaba haber escrito pero esto no es noticia. Volví a mi asiento y junto a una pequeña mesa de café, dejé los papeles a un lado y me puse a escribir. Algunos versos sueltos están aquí: Sangre, podrías derramarte para otro lado me cuesta saber que sos verdad.
Salgo de un episodio de mi telenovela para ver que confundí las escenas que llegué cuando no había nadie y que la vida es una escena sola demasiado brutal para recordarla en la escena que le sigue.
Hay aves que vuelan en el mismo sitio hay recuerdos que se quedan en el tiempo y no pueden ser recordados jamás.
Me sabe todo agrio. Me sabe a sal y repulsión. Gases venenosos, historias clausuradas me sabe a que no estuve donde estaba yo me sabe tímido, vigoroso, reptil me sabe altura, peso, profesión me sabe enjambre de pastoras me sabe a madre que no estas. Me sabes tan.. Me Sebastián… Me sabe a mas, y se queda corto el boceto.
Eran todos fragmentos sueltos, aunque por supuesto que saben a lo mismo. “Me saben” a lo mismo. A la misma tarde, y al mismo yo. No se cual de todos los “yoes” pero era un yo. Mientras me hallaba escribiendo alguna de estas lineas finales, u otras que no pienso transcribir, se me acercó una mujer muy pequeña, con cara ancha, como si tuviera raíces de alguna tribu norteamericana, y me dijo en un susurro:
─ Disculpame, ¿vos sos… ─ consultó la lista en su tablero ─ Pueblos? ─ Si, el mismo. ─ Bueno, ellos ya terminan, ahora entrás vos y terminamos. ─ Ah, ok. El dato de que yo era el ultimo me parecía innecesario a mis efectos, pero ella necesitó decírmelo por algún motivo. Unos instantes después, estaba sentado en el medio huevo, saturado de amarillo. Dejaron pasar unos instantes hasta que me acostumbrase a las luces y entonces comenzaron las preguntas. De haber podido grabarlo lo hubiera hecho. Sólo hay un resumen de un minuto en la página web del club. La entrevista duro demasiado. Y dejó detalles que mas de uno valoraría. ─ Cristian: Venís de la Argentina, un fútbol… diferente al inglés ─ Su pelada me tenía hipnotizado, brillaba en su parte derecha, donde le daban los reflectores y a veces hasta me encandilaban, no sé si por su brillo particular o por la exaltación de mis sentidos, y ya era difícil mantenerme concentrado ─¿Cómo fue la adaptación aquí? No habría podido tener peor inicio. ─ Mmm… Once jugadores de cada lado, una pelota, dos arcos, tres referees, y gente gritando desaforadamente. La adaptación no fue tan difícil. Silencio. El pelado miró detrás de cámara como preguntando si debían comenzar de nuevo. Creo que le confirmaron que no. Sus lentes de marco tan grueso le hacían de soporte, como una estructura de vigas que sostenía su ampulosa cara. La entrevista, muy a su pesar, continuó. ─ Entiendo, las bases son las mismas. Y dígame ¿Cómo ha resuelto la diferencia de idioma? Ahora se lo escucha hablar un muy buen inglés pero al principio ¿cómo fue?. ─ Bueno, tuve la ayuda de una mujer incondicional que acompañó en todo momento y a la cual le estaré eternamente agradecido por estos meses de ayuda. ─ Ah, qué bueno que su mujer haya estado par acompañarlo. ─ Bueno, todavía no le pregunté si quiere ser mi esposa, pero ahora que me das la idea. Risas del conductor y de detrás de cámara. Las risas si podían sonar, quedaban bien en la grabación. Todo lo demás no. ─ O sea que… ─ Si, me refería a la traductora, la que puso el club. Ella fue la que me ayudó mucho en estos meses. Al llegar no sabía ni decir fútbol. Ahora, bueno, ya ves. ─ Y ¿pensás pedirle matrimonio? ¡Eso si es una primicia! ─ Cualquier novedad te la informaré pero por el momento vamos a dejarlo en el siempre conveniente “buenos amigos” que ustedes los periodistas detestan. Hubo algunas risas también, pero no tantas como la primera vez. Estaban un poco desconcertados, no sabían para dónde podía salir. Y todavía no habían visto nada. ─ Cristian, metiéndonos en el fútbol, el Port Vale se ubica actualmente en un muy digno séptimo puesto, con muchas victorias de visitante. Muchísimo mejor que temporadas anteriores a estas alturas de la Liga. Sin embargo, tus métodos en los entrenamientos y en la vida diaria del club son un tanto… nuevos, para estos lugares. ¿Cómo han sido recibidos por el club y la dirigencia? ─ El director técnico o míster, como lo llaman aquí, no debería estar preocupado por todas esas cosas. Solo debería hacer su trabajo. En cambio tiene que ponerse a pensar que si los fotógrafos entran antes de la practica con los equipos de tal marca, o después cuando usamos la otra. De si dejas que tomen fotos de tal jugador descansando o no, de a cuerdo al rendimiento del ultimo fin de semana. De que no saquen fotos de dos jugadores discutiendo porque la prensa hablará todo el santo mes. De que no graben la salida porque a veces no hay nadie esperando a los players. De usar tal equipo tal día de la semana. De asistir a lugares convenidos por las marcas para que el club tenga notoriedad. Que comidas con los patrocinadores. Que comida con los inversores. Que comidas aquí y allí. Que venir a una entrevista a las ocho de la noche, dos días antes de un partido importante, cuando debería estar pensando en otras cosas. Que estar escuchando a tus colaboradores de detrás de cámara diciendo “bueno, listo queda alguien mas? Si, quien? Ese que está ahí, quien es? Es el DT del Port Vale. Que no es argentino? Si. Ah, entonces no se entera de nada. Hagamoslo rápido, así nos vamos a casa” y las consecuentes risas. Y bueno. Esas cosas le sacan tiempo al técnico para hacer su trabajo. Silencio nuevamente. ─ Pero ¿no crees que esta es una buena oportunidad para darte a conocer a tus hinchas que quizás quieran saber mas de ti? ─ Los hinchas del Port Vale que me quieren conocer van a los entrenamientos, y nos quedamos conversando, o a la salida de los partidos. ─ Por Tv, Cristian, llegas a muchas mas personas. ─ Seguro que sí, Mike. Y otro silencio. El conductor hizo un gesto circular con el dedo, y la mujer de detrás de camara pasó varios papeles a la vez, como salteándose preguntas pre-pautadas. “Qué habituados que están al protocolo”, pensé. ─ Cristian Pueblos, eres un hombre de armas tomar, eres el que ha venido a cambiar la cara de este Port Vale y los resultados lo demuestran… ─ No me interesa que los resultados lo demuestren ─ interrumpí sin tapujos. ─ ¿Podrías dejarme terminar la pregunta? ¡Hombre! ─ y mientras dejaba salir su ira una mujer de maquillaje entró para alisarle las cejas y secarle la transpiración de la frente. De la extensa frente/pelada. ─ Bueno, si la pregunta que escucho no fuera tan… ─ y en ese instante cuando fui a tomar mi copa de agua, que se encontraba en una mesita junto a mi sillón huevo, la volqué encima mio. No fue un accidente de copa que se cae encima, sino que fue mucho mas. La copa voló y se rompió en el escenario, mojó algunas lucecitas del suelo que dejaron de funcionar, y yo me empapé el saco que me habían dado en el camarín. El pelado me miró lleno de furia y con un “¡Oh, Dios!” se levantó y se fue a los camarines o no sé donde. Mientras tanto ya me estaban buscando un saco diferente, y un hombre con rasgos musulmanes ya barría del piso todos los pedazos de vidrio. Al volver el conductor, no me dirigió ni una sola mirada. Le sacó violentamente los papeles de la mano a su asistente y le indicó que de las ocho preguntas que quedaban haría tres y daría por terminada la entrevista. Qué personita tan simpática, pensé, y contuve una risa. ─ Ok, señor Pueblos. Trataremos de que esto sea lo mas llevadero para usted y para nosotros. Entendemos que no le agrada estar aquí pero por contrato debemos realizar esta entrevista, está pautado así entre el club y Skybet, así que por favor, tenga la amabilidad de contestar lo que le pregunto. ─ No he hecho otra cosa desde que me senté acá ─miré al corpulento musulmán que ya juntaba con una palita los vidrios y agregué ─ bueno, ademas de romper una copa. Lo siento. Terminados los remiendos típicos, continuamos. Mike se aclaró la voz. ─¿Listos? Ok, vamos. Sr. Pueblos. Se lo ha escuchado en algunos partidos gritar a sus jugadores desde la banda cosas como “no trabes con él”, “levanta las piernas, no arriesgues”. Estas frases, sumadas a ciertos cambios de esquema en partidos en los que el equipo va perdiendo, como sacar al mejor jugador del equipo para poner a un juvenil, cuando en realidad cualquiera esperaría que pusiera mas jugadores experimentados y mas ofensivos. ¿A qué se deben estas salidas tan… inesperadas, digamos? ─ Bueno, todo eso que usted me dice es lo que cualquier entrenador haría ─ El pelado aprovechaba que la cámara estaba conmigo para secarse la extensa pelada, y ya se lo veía sufrir con mi respuesta ─ Pero creo que yo no soy cualquier entrenador. Soy uno mas, eso sí. Pero trato de hacer las cosas de otro modo. Cuando le digo a un jugador que no vaya a trabar es porque sé cual es la actitud del adversario: ir a romper. Porqué arriesgar el físico de esa forma. Dejar que el rival se vaya solo frente al arco. ¿Para qué ir a buscarlo si, aunque lo alcanzara no podría evitar el gol? Es una cuestión física, y de físico. Necesitaran ese resto físico para el resto del partido. Siempre se le pide al jugador que dé todo en la cancha. Yo les pido que den lo mínimo necesario. ─ Bueno eso es demasiado radical. ¿Es suficiente dar lo mínimo necesario para ganar un partido? Sobre todo cuando el rival si lo está dando todo. ─ Es suficiente, si. Nuestro fútbol se caracteriza por la precisión, el disfrute hace que llegue esa precisión. No el desgaste total, el sacrificio. Los sacrificios acabaron con los aztecas, o los griegos, o no sé. Ahora somos inteligentes para saber que un partido de fútbol es un juego de estrategias no una carrera contra el tiempo. No es un prueba de resistencia, es una partida de ajedrez. Intervienen muchísimos factores, pero ser inteligentes y disfrutarlo es indispensable. ─ ¿Y esa es la razón por la que saca a Pope en el entretiempo, cuando van perdiendo con el MK Dons por dos a cero? ─ A Pope lo saqué en esa ocasión porque lo veía totalmente enojado, reacio, negado con la pelota. No me sirven jugadores en ese estado en la cancha. ─ ¿Ni aunque sea su jugador estrella? ─ ¡Por favor! ¡A mi no me interesan esos apodos de la prensa! Yo no tengo jugadores estrella. Tengo veintitrés hombres que juegan al fútbol porque es su vocación y su trabajo. No consiento las ocurrencias del marketing. Estamos por fuera de todo eso. ─Pero entenderá que un delantero goleador vende mas camisetas que un juvenil canterano. ─ Si, por supuesto, también entiendo que los intereses de los que están fuera de la cancha son totalmente diferentes de los que están adentro. Todo jugador debe saber de que su cuerpo es exclusivamente suyo y de nadie mas. En mi país hay muchas controversias por este tema, pero con el sexo opuesto. Pueden venir a pedirte que cumplas con veinte millones de compromisos, pero el jugador debe saber que en el momento que los compromisos comienzan a comprometer su rendimiento deportivo, la estrella se difumina, entonces lo mas importante vuelve a ser su trabajo diario, su inteligencia y su disfrute en la cancha. Luego, cuando te retiras a los treintaiséis años, ya no hay sponsors, y nadie se acuerda de vos. Esta maquina es cruel. Por eso insisto en que disfruten sus momentos en la cancha. ─ Muy interesante señor Pueblos. Ahora, pasando a la vida extra-deportiva, no sé si usted está al tanto de todo lo que se ha construido alrededor de su persona. ─ Mmm… ─ no me gustaba por dónde venía la mano ─ No entiendo bien a qué se refiere. ─ Bueno, me refiero a lo que veremos en seguida en pantalla ─ Señaló a la cámara, como comunicándose con quienes estuvieran viendo el programa del otro lado, y luego de que las luces rojas se apagaron, dándonos a entender de que ya no nos tomaban, me señaló un monitor pequeño a mi izquierda, donde podía ver lo que emitiría el monitor del espectador en ese momento. La imagen comenzó a mostrar un video armado con bastante dedicación como una especie de compilación de los momentos en que perdía el control. Algunos de los videos que me había mostrado Isabel, cundo estábamos cómodamente instalados en el medio de la calle. Era yo entrando a la cancha a aplaudirle en la cara al arbitro. Yo metiéndome en el medio de la carrera de un jugador rival. Yo yéndome en medio del segundo tiempo. Yo cayéndome del asiento. Repeticiones infinitas y todas tratadas con humor. Con burla. Y el hashtag que era la consigna de estos videos era #MyCrazyDeepMister, algo así como “mi loco pero profundo director técnico”. Claramente movilizado por los hinchas del Port Vale. Entre los videos de las excentricidades había declaraciones en conferencias de prensa donde me quedaba tildado pensando las palabras para decir, o cuando me enredaba tratando de explicar cosas que están lejos de la comprensión de los periodistas. Mucho contenido lanzado al mismo tiempo frente a mi. Y demás está decir que no recordaba ni la mitad de esos momentos. Sentí este video como una especie de provocación por parte de esta gente del canal. Pobres, pensé. ─ ¿Habías visto estos videos, Cristian? Supongo que si… ─ Bueno, la verdad que no. Agradezco que se hayan tomado el tiempo de hacer ese video dedicado a mi. Les ha quedado muy bonito. ─El video, Señor Pueblos, ha sido compilado por nuestra producción pero ha sido tomado por cámaras aficionadas, de los hinchas del Port Vale, su club ─ remarcó horriblemente las palabras “su club” ─ y otros clubes. ─ Bueno, qué les puedo decir. Gracias por inmortalizarme. No recordaba lo original que puedo ser a veces. Hubo algunas risas detrás de cámara, que fueron reprimidas por una mirada mordaz de conductor del programa. ─ Alguna pregunta mas ─ pregunté al pelado de lentes. ─ Si. Hay otros videos que no hemos incluido en este resumen. Estos son un poco mas comprometidos. No los reproduciremos porque pueden herir la sensibilidad de nuestros espectadores. ¿Qué nos podes decir acerca de ellos? Hay gente que realmente está preocupada por… digamos, tu equilibrio emocional, por decirlo así. ─ Me parece muy atinado de parte de ustedes que no muestren esos videos, realmente un gran gesto de consideración con ellos. Hubiera sido genial que tengan ese gesto también con quienes venimos a sentarnos aquí a contestar preguntas. Además, no tengo problema en relatar esos videos. En el mas comprometido de ellos se me ve saliendo de un bar, un poco pasado de copas, siendo ayudado por hinchas de mi club. Menos mal que no transmiten esas imágenes porque realmente podría dañar la sensibilidad de la gente, si. No como las anteriores que son muestras tan atinadas de cómo alguien puede ayudar a otra persona con problemas mentales. Si hay algo que ayuda a las personas con inestabilidad es burlarse de ellas y ridiculizarlas en medios masivos de comunicación. Y si, la gente decide burlarse mal, que en pocos casos de los que he visto ha sucedido, ustedes lo difunden como si fuera un buen ejemplo, como si la difusión web no alcanzara. Realmente saben lo que es necesario en estos casos, bien por ustedes. ─ Es suficiente. ─ Porque de los videos que la mayoría han sido grabados por aficionados al Port Vale. Esos mismo aficionados han largado el hashtag My Crazy Deep Mister, como señal de apoyo a mi persona. Apoyo con respecto a la depredación que tengo que tolerar por parte de los medios carroñeros como ustedes. ─ ¡Es suficiente Cristian Pueblos! ─ El pelado de lentes se puso de pie de un salto y me enfrentó. Yo, todavía sentado, seguí hablando, en un tono cada vez mas elevado. Sentía ciertos calores subir hasta mi rostro. ─ Y precisamente ayer, estos aficionados me convocaron a una reunión en un bar de las afueras, donde funciona su centro de reuniones para ir en caravana hasta los estadios donde jugamos, y me mostraron este video, que no realizaron ustedes, lo hicieron ellos. Y al final hay un mensaje que ustedes adrede omitieron. Un mensaje en apoyo a mi persona. Un mensaje hermoso que ustedes deciden omitir, y hacer pasar por burla y ridiculizacion lo que en realidad es una muestra de afecto y cariño. ¡Manga de aves de rapiña! El pelado me vino a encarar y no me quedó otra que ponerme de pie. ─ ¡Pero a quién se le ocurre venir con esa actitud acá! ¿Sabes lo que sos vos? Sos un demente, un loquito, un enfermo mental que no se entera de nada de la vida y que… Saqué del bolsillo de mi pantalón una lapicera, la destapé y antes de que pudiera darse cuenta le hice una raya desde la camisa, pasando por el chaleco hasta la corbata. Me apartó de un empujón y se miró. ─ ¡Pero que mierda haces! ¡Mira! ¡Mirá lo que me hizo! ¡Me rayo la camisa, el saco y la corbata! ¡sabés lo que sale esta ropa! ¡no tenes ni idea sudaca de mierda! ¡ya se van a cansar de vos y te vas a tener que ir a tu país de simios, pedazo de estúpido! ─ ¡Guau! se había enojado enserio ─ se asombró Isabel al ver el video de Michael enfurecido contra mi, grabado en ese momento por algún operario del canal ─ ¿Viste? No te exageré. Se enojó el pelado. Pobre… Ahora que lo pienso, no me saqué esa palabra de la cabeza desde que entré al canal anoche. “Pobres”, solo pensaba en eso. Pobre gente. ─ Y, bueno. Es su mirada de las cosas. Su vida pasa por la televisión exclusivamente. Sólo las apariencias, qué querés… Me incliné sobre ella para alcanzar el habano de chocolate que había dejado de su lado de la cama. Le di una pitada y lo devolví a su lugar. ─ No sé ─ me recosté mirando pensativo el techo ─ Les deseo una señorita Peine en sus vidas.
Golpearon la puerta, un par de días después de la entrevista. – ¿Who’s there? – My Crazy – My Crazy, who? – My Crazy Deep Mister Luego del chascarrillo le dije a la señorita Peine que estaba abierta la puerta, así que entró. – ¡Estoy acá atrás! – le grité. Pasó y sentí su presencia en mi espalda. Sentí su vacilar también cuando vió lo que estaba haciendo. Luego de un lapso interminable se decidió a hablar, mientras yo no interrumpía mi ardua tarea. – emm… ¿Qué… Qué haces? – Estoy ordenando algunos papeles – dije sin darme vuelta ni levantarme del piso – El otro día en el estudio de tv, mientras esperaba, me puse a mirar mis poemas en el cuaderno y se me cayeron todos los papelitos. Tengo que ordenar un poco – Estaba tirado pansa abajo en la parte con baldosas del patio de mi departamentito, mirando por arriba todos los papeles y tratando de combinarlos por tipo de papel, por el tipo de razgado que tenían y por el color de la lapicera. También por el tipo de letra que había hecho (a veces, cuando la inspiración me ataca sin piedad tengo que escribir rabiosamente porque sino me devora, sin dejar rastro) – Estuve leyendo algunos poemas de Keats, ese al que Cortázar le dedica el nombre de un libro. No tengo idea de qué habla el libro de Julito, pero los poemas de John Keats son… No sé, tiene algo en esas palabas que usa, y el ritmo. Me dan ganas de moverme cuando lo leo. Esa forma que dibuja la voz cuando se lee... – Cristian... – hay una especie de oscilación entre los sonidos sibilantes de las eses,como un susurro, y las vocales tan abiertas que parecen las cuevas de los alpes. No se puede negar que... – Cristian! Sentí la patada en los glúteos y me percaté de que me había estado llamando casi tres veces o mas, y que no la había escuchado. Era conciente pero no, lo cual me sorprendió. – Perdón... – dije compunjido – decime. – Estas muy metido con eso. ¡Conectate con la realidad también! – Me retó y se puso de cuclillas a mi lado, que me había volteado para verla, y estaba preciosa – Cristian, conectate con la realidad, faltaste al entrenamiento de hoy. – ¿Qué entrenamiento? ¡Ah! el entrenamiento. No, hoy no había entrenamiento. – Si – dijo seria y con cara de pocos amigos – Si, hubo porque tu jefe me llamó para saber si yo sabía algo de vos. – Bueno, y ¿porqué no me llamó a mi? – Si, te llamó. Según él, veinte veces. – Bueno, estoy con esto, no puedo estar en todo. – ¿Todas esas latas son de hoy? – ¿Qué latas? Me di vuelta para ver si el poema que terminaba con "Soldado de cargas de salva" continuaba en aquel que empezaba con "No te liberes de tu desproposito" o si acaso continuaba en "Siempre que sea Domingo serás Sabado por la noche". En eso me encontraba cuando sentí uno, dos, tres impactos de lata en mi cabeza y espalda. Un par de ellas cayeron sobre mis papeles en el piso y rociaron pocas gotas de cerveza sobre las letras, de lapiz, de lapicera. – ¡Hey! – Son todas de hoy, o de esta noche, Cristian ¡todas tienen gotitas! – Muy bien Sherlock, qué haremos esta noche. – Cristian. En el club ya no saben como abordarte. No saben como plantearte lo de la entrevista. – ¿Qué pasó con la entrevista? – ¿En serio me preguntas? – Si, en serio, ¿qué pasó con la entrevista? yo fui y hablé. – ¡Y te peleaste con el conductor! Rompiste copas, increpaste a Michael, y hablaste pestes de la prensa, estando precisamente en la prensa. – Están deformando los hechos. – Cristian, tu cabeza deforma los hechos. ¿No te acordas de lo que pasó en la calle hace unos días? – Me acuerdo del beso. Beso que hoy no me diste. – Y yo me acuerdo de que vomitaste y de que estuviste una noche en el hospital con delirium tremens. Y no tiene que ver con tu patología. – Mi patología es que no me dejan terminar de organizar mis poemas – y me di vuelta nuevamente pansa abajo para seguir emparejando poemas manuscritos. – Cristian, ¿vos querés perder tu trabajo? ¿El trabajo que haces como pocos? – Lo hago como muchos, muchos hacen el mismo trabajo que yo. – Cristian, pero no todos son poetas, y no todos ven el fútbol como vos lo ves. ¿Porqué te crees que te están dando tantas oportunidades? – Porque son unos pesados. – ¡Porque confían en tu trabajo, hombre! ¡Por Dios! Isabel fue buscar tres o cuatro latas mas y me las tiro por-la-ca-beza con mas furia todavía. Me levanté de un salto, dejé mis mi papeles por ahí y la tomé de los brazos. Ella forcejeaba y forcejeamos un poco. Me dijo que la lastimaba así que la solté, pero cuando lo hice me tomó por la cintura con una toma que jamás le hubiera creído capaz de hacer y terminamos, por su mala resolución, en el piso los dos. – Bueno, esto se pone bueno – dije como el idiota que era. Era. – No seas idiota – me dijo mientras me empujaba la cabeza hacia el césped con su frente – acabas de ser derribado por una traductora de ingles. – Porque yo prefiero derribarte con poesía, nena. Reímos. Sonó mi teléfono. – Ups... perdón. – ¿Qué? ¿Tenías el teléfono en tu bolsillo? – Si, estaba esperando una llamada. ¿Hola? Ella se salió de encima mio y se volcó hacia el césped. Se quedó allí acostada, mirando el cielo, y yo me senté para hablar mejor. – Si, si, soy yo. ¿Cómo estás? Ah, qué bueno. Me alegro que te hayan llegado bien. Si, es que no tengo computadora aún. La que tenía se me quemó así que preferí mas rápido mandártelo manuscrito. Uh, bueno, si, mi letra no es muy bueno. Ah, ¿se entendió bien? Ah, mas o menos. Bueno. Si, decime – aproveché a mirar a Isabel de reojo, que se estaba tapando los ojos con el antebrazo, creo que estaba estupefacta por algún motivo – Ah, bueno, eso me da un poco de esperanzas. Si, soy nuevo en esto, en realidad. No, no, lo mío es el deporte. Si, soy entrenador de fútbol. Si, nada que ver, pero bueno, trato de que tengan algo que ver mis aficiones, je. Ah, qué bien, y ¿qué dijo? ¿También le gustaron? Bueno, ¡qué bueno! Gracias por mostrárselas a ella. Bueno, estoy escribiendo todos los días, así que en algún tiempo te puedo mandar mas poemas, para ver… Ah, estás sin tiempo, bueno, no importa. Te las puedo mandar mas adelante. Y ¿Cuándo decís que me podrías mandar...? Ah, genial! O sea que pronto va a llegar. No sé cuanto tarde un paquete de España a Inglaterra. Ah, por e-mail! Ok, si, claro, qué tonto. Bueno, lo estaré esperando. Gracias! Si, perfecto. ¡Saludos! Corté. Me tiré para atrás en el pasto, me golpeé un poco la cabeza pero eso no opacó mi alegría. Un profesor de lengua en Salamanca había leído mis treinta y cinco poemas y me había dicho que para ser el principio tenían algo interesante. Le conté a Isabel que no mostró demasiado entusiasmo y me preguntó porqué no terminaba de estar contento con la noticia. – No sé. Creo que no le creo –me quedé pensando en ese juego de palabras iguales. Isabel se percató. – ¿Creo, creo? – ¿No es genial? Ahora entendés lo que me pasa con las palabras. – Si, los que no entienden son la comisión directiva del club. Revoleé los ojos fastidiado de volver al mismo tema de siempre. – ¿Qué es lo que no entienden los eruditos? Seguro que debe ser algo muy complejo para esos maestros de las finanzas. – No entienden porque las entrevistas de los demás entrenadores duran entre veinte y treinta minutos y la tuya cinco. Y son cinco minutos de delirio total. Entre los recortes que tuvieron que hacer los editores, y que tus respuestas eran incongruentes quedó un dialogo un tanto surrealista. SkyBet le planteó al club sino podían hacer la entrevista con otro de tus colaboradores o con otro representante del club. Smurthwaite, si, Smurthwaite, les dijo que prefería que seas vos el que figurase en el programa. Los del canal no sabían como rellenar con publicidades para cubrir el tiempo de programa. –¡Pero si estuve hablando como una hora! – ¡Pero tuvieron que editar, Cristian! No pudieron poner la parte en la que defenestras a la prensa y los tratas de prensa amarillista, ni la parte en la que le rayaste la camisa al conductor, ni la parte en la escupiste el asiento antes de que se sentara al volver, ni cuando tiraste el vaso… – Ok, ok. Entendí. Fue un desastre la entrevista. Pero ¿Qué querés que haga? Ese tipo es un imbécil, me preguntaba sobre mi conducta en vez de preguntarme sobre mi trabajo en el club. – El tipo es un imbécil si, pero vos sos un ridículo demente! No podes hacer el papelón que haces cuando algo no te cuadra, o no estas de acuerdo. – Qué es esto que tengo en mi teléfono. – Qué cosa. – Eso del #OneMisterTwoJackets en Twitter e Instagram. – Eso te lo mandé yo mientras hablabas por teléfono recién. Es otra de las secuelas de tu escabroso paso por la televisión. La entrevista salió por TV, ergo la vio toda Inglaterra, ergo la vio todo el mundo, por internet, ergo la diferencia de color de tu saco de la primer a la segunda pregunta es evidente. One Mister, Two Jackets. Un entrenador, dos sacos. Cuando te cambiaron el saco porque te lo mojaste o por lo que fuera, te dieron otro de otro color. – Ni me di cuenta. – La gente sí. – Me quisieron boicotear, los del canal. – Cristian... – Yo sabía que ese Michael tenía algo contra mí. Si vos supieras las preguntas que me hizo. – Si, Cristian, me las contaste esa noche. Lo lógico. Sos un personaje muy particular. Así como tu entrevista fue la mas corta, también fue la que mas rating tuvo. Sos el mas interesante de los entrenadores del torneo. – ¿Tenías alguna duda? – Cristian, los del canal están a punto de hacerte una demanda y el Club los está conteniendo. – Vos podrías ser mi representante. – ¡Ni en pedo! Me ahogo en los veinte centímetros de agua del laguito de Burslem Park antes que tener que estar dando explicaciones a medio mundo por vos. – Upa… qué dura. Y ¿Porqué me van a hacer una demanda? ¿Por el saco que le rayé al bonito conductor? – Porque las acciones de la empresa bajaron, Cristian. Aparece un entrevistado con cambio de ropa en el medio de la entrevista y sin previo aviso. Los fanáticos de Port Vale están furiosos porque querían escucharte mas, y los demás clubes se han solidarizado. ¡También querían escucharte! Los auspiciantes de esos programas han empezado a plantearse el retirar los auspicios por la baja credibilidad que le ha caído a SkyBet. Y SkyBet es la que patrocina las tres ligas por debajo de la Premier League! – ¿Conclusión? Isabel se tomó el rostro sombrío en gesto de agobio y me dijo, vehemente: – ¡Casi te cargas a tres ligas completas del fútbol inglés! Me incorporé y me senté en el piso nuevamente, y dejé mis papeles en el piso. Los miraba de reojo con cierta melancolía. Una brisa pasó y los desordenó. Si es que alguna vez estuvieron ordenados. Bien podría haber caído el sol en ese instante, porque mi interior necesitaba una noche para camuflarse, o la luz naranja del crepúsculo. Pero era de día. Era mediodía y el sol estaba radiante en el cielo, arriba, como una luz policíaca, que pregunta. ¿Dónde estuviste la noche de la entrevista a los entrenadores en SkyBet? O mas bien algo como ¿Donde estuviste en todos los momentos que no recordás? ¿Donde estuviste, Cristian, cuando pasaron las cosas que anulaste en tu memoria? ¿Dónde estabas cuando ese genio maligno creaba realidades alternas en la parte de atrás de tu cabeza para estar mas relajado escribiendo poesía? Los zapatos y las piernas de Isabel se interpusieron entre mis pepelitos poéticos y yo. – Cristian… Tenes que cambiar tu forma de trabajar, tu forma de vivir, estamos preocupados, estas mas delgado, llegas tarde a todo... – Esta es la forma en la que veo el fútbol ahora. Esta es la forma en la que veo la vida.
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11 - Se instalan en otros cuerpos
¿Era real toda esta relación que tenía con esta mujer que enamoraba a cada revelación, a cada reto? De nuevo me venía con esas locuras de que mi percepción me engañaba al punto de trasladarme a otra realidad, y eso me enloquecía. De hecho me trataba de loco. Y me había asaltado con el cuento de que la entrevista había sido un delirio. ¿Un delirio? Un entrenador hablando de su trabajo, nada más. ¿Qué hay de extraño? Le argumenté que a las preguntas de la rutina diaria del club que Mike me había hecho, yo contesté con lujo de detalles cómo había progresado el Port Vale con la incorporación de nuevos instrumentos de entrenamiento. Ahora, ella me dijo que todo eso no se vió en la entrevista, y que lo uncio que se pudo apreciar fueron mis palabras cortadas, editadas, y armadas de cierta forma en que parecía una entrevista coherente. ¡Pero si lo fue! Según ella lo que se vio pareció tan forzado que a veces parecía que habían armado frases nuevas con mis palabras. Frases que no dije. Sinceramente no quería ver tal atropello. Por eso apagué la televisión esa noche. Preferí ignorar todos los noticieros que se hacían eco de mi paso por “Talking to the Mister”, por SkyBet.
En una cosa tenía razón mi ex-traductora: El club me estaba dando muchas oportunidades. No estaba consciente de que mi imagen fuera tan controvertida de cara al público, pero si lo era realmente entonces debe haber sido un esfuerzo enorme para una institución tan mediática y grande como un club de fútbol profesional, mantener a alguien que no hace mas que ponerlos en el tapete por cuestiones que exceden lo futbolístico. ¿O acaso les convenía? Nunca había llegado a pensarlo. Quizás la notoriedad que les daba mi ridículo comportamiento les servía a nivel ventas, o marketing. No lo sabía, ni lo sabría después. Lo único que me interesaba era poder llevar tomo el tumulto de sensaciones que se agolpaban en mis encías y mandíbula, a un papel que pudiera contenerlas. Pronto tendría la devolución de un profesional de las letras de España, y eso me entusiasmaba. Mientras tanto había producido en cantidad: Cuatrocientos poemas (algunos empezados, otros terminados) en las ultimas dos semanas. Nunca volvería a producir en esa cantidad, pero tampoco lo buscaba. Había faltado dos veces al trabajo en estas semanas y había tenido que soportar las palabras de Smurthwaite diciendo que no me darían muchas mas chances. Evidentemente el interés por el marketing tenía un limite. Necesitaban un entrenador probo y yo estaba dejando el trabajo demasiado en manos de Brabin y Norman, mis ayudantes. Cuál era mi función entonces ¿una figura mediática? No lo creo. Sea cual fuere la respuesta, se estaban cansando de mi. No tenía forma de solucionar esta situación. Quizás demasiado evidente para el lector: Ir a trabajar y listo. Pero en mi caso, lo fácil era complicado. Casi que podría asegurar, de manera inversa, que lo complicado era fácil, pero no en todos los casos. Paso a explicar la afirmación en su anverso y su reverso. Lo fácil me era sencillo, en primera instancia, porque el simple acto de ir a cumplir con los entrenamientos… bueno, no podía hacerlo. Debo admitirlo, había desarrollado una especie de debilidad por el alcohol y las resacas no me permitían moverme de la cama. Eran como un estado de parálisis. Al otro día no recordaba nada. Me llegaron a decir que había un grupo de hinchas que habían armado un grupo de comunicación por el cual se organizaban para ir a recogerme al Clayhanger y llevarme a mi casa. Alguno se fijaba si yo estaba y otros me iban a recoger. Y se turnaban. Así es que llegaba a mi casa, casi siempre de forma mágica. Nunca supe si esta gente era subvencionada por el club o si lo hacían por motus propio, aunque prefiero quedarme con la segunda opción. Otro de los motivos por los cuales me era imposible cumplir con la cristiana responsabilidad de cumplir mi horario de trabajo, era mis “arranques de inspiración contenida”, los AIC. Yo los llamaba así porque sentía que toda la inspiración que me salía en aquellas épocas, era a causa de haber pasado casi toda mi vida abocado al deporte, una actividad no creativa. Entonces, luego de años de no expresarme, las palabras, las imágenes, estaban pulsando desde dentro para salir, y salieron. Como no paraban de salir, y yo no les iba a impedir que salieran, me pasaba tardes enteras tirado en cualquier rincón de la casa escribiendo. No atendía el teléfono, ni el timbre de la casa, ni salía cuando escuchaba gritos. ¿Porque iba a salir yo si podía salir otro a ver, o a ayudar? Yo estaba ocupado, seguramente los demás no. Por eso y mucho mas seguramente me era mas difícil, lo que a los demás le era tan fácil. Y por otra parte, lo complicado se me hacía accesible, si hablamos estrictamente de lo futbolístico. No voy a entrar en detalles que agobien a los lectores que no son seguidores de este deporte, pero lo resumiré diciendo que donde los demás entrenadores dudaban, por miles de motivos ajenos al fútbol, yo estaba seguro. No estaba seguro de que fuera a salir bien, pero al menos estaba seguro de lo que quería hacer. “¡Pero que seguridad!” me había dicho una hincha desde las gradas en un partido de local, a lo que contesté dándome vuelta al instante “si me voy a equivocar, me voy a equivocar seguro”. La acotación vino por un cambio arriesgado que hice faltando veinte minutos para que termine un partido que estábamos perdiendo dos a cero. Lo terminamos perdiendo tres a dos, pero los dos goles los hizo el juvenil que introduje en cancha y que despertó la mencionada sorpresa. En fin. Poseía una desfachatez a la hora de hacer mi trabajo (el remunerado, no el ad honorem que era la escritura sin limites) que alegraba a algunos pero incomodaba a otros. Descolocaba a veces a mis jugadores también, pero entraban a la cancha seguros. No los retaba ¿para qué? Ellos eran adultos, sabían lo que habían hecho mal. En algunas ocasiones me venían a preguntar (a veces a reprocharme) porqué no les hacía una critica. Les contestaba que se las haría si me la venían a pedir, ya que en ese único caso yo me daría cuenta de que no lo estaban viendo claramente. En caso de que nadie me preguntara, significaba que no tenían dudas al respecto. Mis palabras se limitaban siempre a decirles lo que haríamos en el siguiente partido. En el caso de que haya estado metido en el asunto, durante esa semana. En el caso contrario, no podía hacer mas que pedirles que hagan lo de siempre, diciéndoselos de otra forma. ¿Sentía a veces que les estaba faltando el respeto? Si, quizás, pero mas hubiera sentido faltarme el respeto a mi y a la humanidad, si no sacaba de mi cuerpo esos poemas, que mal o bien, representaban una parte de la conciencia global. Por supuesto que todo tiene un limite, como se imaginará el lector lúcido. El limite llegaría pronto. Esa noche, del día en que recibí impactos de lata en mi espalda por parte de la traductora barra bailarina, sería el motivo de una de mis peores mañanas y tardes. Pasé a la tardecita por el club por cuestiones administrativas, tratando de ocultar mi rostro lo mas posible para que nadie me reconociera ni me reclamara no haber ido al entrenamiento de ese día, y me quedé charlando con uno de los “cancheros”. Nunca supe el nombre de esa profesión en England, pero yo les decía cancheros y a ellos parecía gustarles. El caso es que los vi haciendo su trabajo con las maquinas esas, cortando y emparejando el césped natural de nuestra cancha y seguí hasta las oficinas donde debía firmar unos papeles. Al volver por el mismo sitio se habían acercado a esta parte por la cual debía volver y uno de ellos me preguntó cómo andaba. Le dije que bien y seguimos hablando del equipo y de algunos jugadores en particular. Sobre todo Julius estaba mas interesado, el mayor y mas experimentado de los tres. Los demás aprovecharon el parate para descansar y limpiar las escobillas de las maquinas. Juluis era un hombre que tenía las marcas de su trabajo en el rostro, y la marca de años que aun no había vivido. Como si cada uno de sus años le hubiera valido por mil. Me hablaba y sus ajadas y oscuras mejillas bailoteaban con la holgura que da la experiencia. No le faltaba razón a lo que me decía pero le entreveía un aire de sermón. Le expliqué cómo me había conectado con la poesía y le presté un libro de Rilke que estaba leyendo pero que no podía terminar de digerir. Me dijo que no prometía leerlo, pero que lo intentaría. Me dijo que no agarraba un libro desde la década del ochenta, cuando tuvo que aprender como funcionaban las nuevas maquinas de cortar césped a través de los anchos manuales. Me sugirió, sobre el final de la charla que el alcohol también lo había atrapado a él, pero a fuerza de apoyo familiar había salido adelante. “Y el Club también me apoyó” agregó. El también quedó resonando en mi interior un rato largo hasta que comenzó a sugerirme que probara algo diferente. Julius era yankee, y su color mestizo se debía a que era descendiente de apaches. Allí, según me contó, había hierbas que permitían conectarse con la “inspiración” (dijo esto haciendo las comillas con sus dedos) que había en otros lugares, y que sin esa hierba era imposible de alcanzar para un ser humano. Para sumar un condimento a favor de esta hierba, agregó que no generaba dependencia como el alcohol y ese era su principal motivo para recomendarmela: “Para que te alejes de los vicios destructivos, esto no te aferra, y te eleva” En ese momento moría por saber qué palabra hubiera usado en lugar de “inspiración” de haber estado hablando con alguien en total confianza. Aunque supongo que de no haber confiado en mi no me habría recomendado esa hierba. Lo acompañé hasta el cuarto de ellos, los cancheros, donde dejaban sus pertenencias y donde se guardan las maquinas e insumos químicos para cuidar el césped, y sacó de su mochila una bolsa de papel madera con unas hojas secas. Me la ofreció y me dijo que debía inhalar su humo. Me entusiasmó de entrada. Esa noche experimenté un vuelo nuevo, y alcancé la “inspiración”. La alarma sonaría al otro día a la hora habitual y, como también era habitual, no la había escuchado. Ocho horas después, cuando mi cuerpo ya comenzaba a sentirse descansado, me desperté pero con el sonido de una llamada. No sería Isabel, ya que me había sentenciado con un “Que te den” la última vez que nos habíamos visto. Amaba cuando se le escapa una gallegueada. En este caso era Julius. Recuerdo su voz y recuerdo que le comenté algunas cosas de las que experimenté con su hierba, pero no pude recordarlas hasta que él mismo me las dijo unos días después: “dijiste algo como que habías sentido un tren, o algo así. Lleno de payasos que iban al infierno. Te hablaban en tono venezolano. Luego me dijiste que eso era un sueño y que después de que terminaras de hacer la cola para pagar me contarías lo de la hierba”. Cuando le confesé que lo había atendido estando acostado en mi sillón, rio por una semana al menos. Qué buen hombre. Un par de horas después golpearon a mi puerta con furia e insistentemente. Escuché los golpes pero reaccioné con calma; seguramente sería alguien que venía a reclamarme algo o a demandar mi presencia en el mundo de los mortales, despojado de la lírica. Mientras tanto, terminaba de tachar algunas lineas de las que había escrito la noche anterior, por considerarlas demasiado delirantes (si, delirantes incluso para aquel yo). Estas eran producto de un delirio provocado pero controlado (por quién, no sé) con la hierba que me había sugerido Julius. Las palabras habían aflorado de una manera sobrenatural (o subnatural) pero ya lo leerán con sus propios ojos. Una vez que terminé de tachar las líneas que mas me molestaban de esos versos, me levanté y me percaté de que ya estaban tratando de forzar la puerta. Mientras me había encontrado esos pocos minutos tirado en el living tachando con fuerza las líneas perversas, me habían estado observando por ventanas mal cerradas las cortinas pero no me molestó. Habían golpeado puertas, ventanas, con fervor, pero no me molestó. Habían tratado de entrar por puertas, por ventanas, por verja de patio, y no me molestó. Habían tratado de entrar en mi conciencia, me habían… Nada me molestaba como ese verso que decía “nada de esto es real”, y lo taché hasta rayar el piso de parquet. Abrí con toda tranquilidad y con el fuerte dolor de cabeza que me provocaba la luz del sol mezclada por supuesto con el humo de aquello. Las palabras que me escupieron en la cara los dos miembros de la comisión directiva que me fueron a buscar me aturdieron tanto que no pude escucharlas. Mi nivel de volumen estaba tan bajo en mi introspectiva búsqueda del verso perfecto, revolviendo papeles de la noche anterior, que al escuchar gritos directamente contra mi cara, los receptores se saturaron. Les pregunté que querían y me contestaron:
─ ¿¡Es que sos idiota!? Norman está al frente del equipo. Estamos jugando con un partido en este preciso momento, en el que vos te estas despertando, acá, al pedo, en tu casa! ─ La camisa parecía que le iba a explotar, pero la corbata lo ahorcaría primero ─ Subite ya mismo a ese auto que vas a dirigir este partido. Y rezá para que no sea el último. “Prefiero guardar los rezos para cosas mas importantes” pensé. Fui a buscar mis cosas, mientras uno de ellos entró y me preguntó: ─ Y… ¿Qué es ese humo? ─ miraba por doquier buscando la fuente del humo, no la encontraría ─ Demonios, está lleno de humo ¿Estás fumando hierba? ¿O es que estás haciendo rituales chamánicos? ─ Dejalo ─ dijo el otro en vos muy baja, tratando de que yo no escuche ─ si esta haciendo un ritual, no tardará en venir con una daga y sacrificarnos. Ambos rieron. Pero en sus risas había algo que me sonaba extraño. Incluso a mi. Volví al living con mi bolso de entrenamiento y subimos al auto. Ninguno de los dos hacía ningún comentario, como si estuvieran avergonzados de sus propios actos. No se sentían en condiciones de reprocharme nada. Estaba totalmente invadido por el humo desde la noche anterior, por lo que no pude oler si ellos habían quedado impregnados de ese amargo aroma, pero lo que si pude hacer es ver que de sus ropas se desprendía un suave humo blanco que contrastaba claramente con el tapizado negro del coche en el que íbamos. Íbamos en total silencio. Era extraño. Esperaba un sermón de todo el camino, o noticias del partido, o directamente una invitación a renunciar, pero nada. Se miraban entre ellos, que iban ambos en la parte delantera del auto, y nada. Solo leves gestos de humor. Todo quedaría claro unas cuadras despues cuando, en una de esas esquinas conflictivas que tienen las ciudades, hubo una fuerte frenada y casi nos estampamos contra una Hammer. ─ ¡Pero qué haces pedazo de imbécil! ─ Gritó mi conductor, mientras el copiloto no podía aguantar la risa ─ Me va a conocer ese idiota. Y dio media vuelta con el auto, dando un coletazo en medio de la calle y se puso a seguir al Hammer. ─ ¡Pero que haces! Tenemos que ir al partido ─ le gritaba el copiloto envuelto en risas frenéticas y que no podía contener ─ ¡Nos están esperando, tenemos que llevar al míster! Deja a ese imbécil, ya te debe haber escuchado. ─ ¡No! No me escuchó, ¡me va a escuchar! Se adelantó por el carril contrario y lo siguió a la por varias cuadras, teniendo con un brazo el volante, y abalanzandose sobre su copiloto para mirarle la cara a su perseguido, y gritarle cosas incongruentes, de una ira que no se condecía con las risas de ambos. La situación pasó a ser surrealista. Hasta estaba sintiendo la necesidad de estar lo antes posible en el partido. Me llamó la atención lo caprichosa que podía ser a voluntad humana. Isabel no se hubiera sorprendido en absoluto, porque lo hubiera atribuido a mis caprichos, no a la voluntad humana. ¿Conveniencia de mi parte? Quizás. Era caprichosa esta voluntad hasta el punto de hacerme faltar a varios entrenamientos en la semana de un partido importante, y ahora empujarme casi desde el interior de mi pecho par ir al partido, a hacer mi trabajo, ahora que me estaban privando de ello. Todo muy adolescente, me dije. Descarté la idea. Me quedé con "lo caprichosa qe podía ser la voluntad humana" ─Hey, señor ─le dije a mi conductor ─apárquese por favor. ─Oh, mira quién habló, el demente del club ─me dijo con sorna, gritando como si estuviéramos envueltos en ruido. La situación lo ameritaba pero mas por el nivel de estrés y frenesí que por el volumen. Un coche de policía nos había empezado a seguir. ─No te lo pregunté ─le grité mas fuerte, tratando de generarle el mayor miedo posible, y si imponerme ─Te lo estoy ordenando. Estaciona a un costado. Tengo que ir a hacer mi trabajo. Estaciona que yo me encargo de la policía. Dejó el carril contrario y se estacionó como le indiqué, sin objetar palabra. Con la sumisión de alguien que se sabe en un estado de descontrol. Me bajé del auto antes de que terminara de detenerse y le abría la puerta al conductor de un golpe. ─Qué te dije, Samuel? ─le grité, sacando de mi interior al actor que tenía guardado desde las épocas del fútbol amateur ─Cuantas veces te lo dije? Me prometiste que si salíamos a manejar te portarías bien. Tendrás que hablarlo con la doctor Jenkins mañana. No puede ser que siga pasando esto! Con la fortuna que me gasto! ─Perdón, está todo bien? ─preguntó el policía que había estacionado detrás nuestro y ya avanzaba cerca nuestro. Mientras el confundido conductor se bajaba de auto lentamente, en actitud de sumisión. ─Si, oficial ─repliqué de forma mas calmada, acomodando mis cabellos ─es que cometo el error de confiar en mi sobrino, pero siempre me hace lo mismo. No se preocupe, le prometo que no volverá a pasar. Si nos permite nos iremos por donde vinimos. Se inclinó para ver al acompañante que de milagro estaba conteniendo esa risa convulsa que les había provocado el humo acumulado en mi casa. Miró con desconfianza, pero no objetó razón alguna. Siguió con la vista cómo se subía a la parte de atrás mi supuesto sobrino con problemas psiquiatricos, y me hizo un gesto para que sigamos circulando. Mientras terminaba de sentarme en el coche, me gritó ─Pero que no se vuelva a repetir. Y vaya a la doctora Heather, yo he llevado mi hijo allí por su problemita de... ─e hizo u gesto circular sobre su sien de locura ─y nos ha ayudado un montón. ─Gracias por el concejo ─dije y y me alejaba de allí ya para dirigirme a ganar ese partido.
Los delanteros lo estaban haciendo bien. Recibían la pelota de espaldas y trataban de darse vuelta para encarar el arco contrario. Les dije que se dividieran y que uno de ellos vaya por las bandas. Los volantes lo estaban haciendo relativamente bien, también. Eran cuatro y no tres como planteaba yo en mis prácticas, por lo que tenían mas "material" para trabajar en el medio campo. No pasaban por las bandas, pero al menos los que debían defender lo hacían con entrega. Les grité que activaran la visión de ataque. Estábamos perdiendo 2-0. Los defensas pasaban ahora mas al ataque y quizás eso nos haya dejado vulnerables al volver en los contraataques del rival, y así habíamos recibido dos goles. Les dije que sean conscientes de lo qué hacían sus compañeros de saga, y que actuaran en consecuencia. Todo funcionaba relativamente bien, ahora. Con un par de ajustes el funcionamiento había mejorado en diez minutos. Y aun faltaban veinte por jugar. No era un partido especialmente trascendente. Nos darían tres puntos por ganarlo, como cualquier otro, y no estábamos ni cerca de la mitad de la temporada, pero el rival era de esos a los que hay que ganarles. La gente pide ganarle a estos rivales. Era un histórico de nuestra categoría y siempre, siempre le ganaba al Port Vale. Nos había eliminado en la última FA Cup, y se fue generando una especie de clásico, o derby, como le llaman ellos. Así , el marco era especial. Especial como lo es un final inesperado pero lento. Especial como lo es perderse sabiendo que no hay un peligro mas que el de tener tiempo de meditar. Especial como dejar de hablar con alguien que te hacía bien, se quien fuere. Especial como ser el indicado para un trabajo que no podes hacer bien. Así de especial era el marco que rodeaba a mis jugadores, a mi cuerpo técnico y a mi. Los cantos de nuestra hinchada se escuchaban especialmente claros, por la claridad que da pronunciar con fervor las palabras de guerra en medio de la contienda. Había mas banderas, había mas público. El partido era intenso aun estando en su parte final. Los jugadores parecían sentir también esta reciente rivalidad creada, y jugaban en consecuencia. Como si llevaran la bandera del Port Vale. Qué digo, la llevaban. La camiseta que tenían puesta, enteramente transpirada, era la bandera. Y lo estaban dejando todo. Fue mas lo que pude hacer observando y nutriéndome de todas esas sensaciones que tiene el fútbol, que lo que realmente les pude gritar desde el banco. Me limité entonces a contemplar. Por lo demás, en lo extra futbolístico, el mundo seguía girando y el aire era nocivamente puro. Las palomas seguían haciendo sus cosas de palomas, pero procuraría no mirarlas demasiado. La mujer juez de línea que correteaba por la banda junto a mi, tenía un cabello rubio tirante espectacular y, dependiendo de cómo le diera el sol y el reflejo de unas chapas de un carrito de golf, se le generaban mechones blancos, resplandecientes: mechones de luz. Dos poemas salieron de allí, cuyos nombres me avergüenza recordar. Supongo que mirar al yo del pasado y verlo como alguien patético es parte de un crecimiento. Quizás deba revisar esto mas tarde. ─¿Estás bien, Cristian? ─me preguntaba Norman, ahora sentado en el banquillo. ─Si, ¿porqué? ¿estoy gritando mucho? ─Es que te estás tambaleando. Te sale humo de la ropa. ¿Quieres ir al vestuario? ─Por favor, no exageres, estoy perfectamente. Los jugadores están comprendiendo las directivas. Me daría cuenta ese día, en ese momento, y de la peor manera, de que así como había muchos simpatizantes del club que me adoraban por lo original y desfachatado, por la impronta fresca y nueva que le daba al banco del Port Vale, algunos me odiaban y no solo pedían mi renuncia o despido, sino que casi que pedían mi cabeza. Y esto a pesar de estar por encima de la mitad de la tabla, cosa que no vivía el club desde hace muchos años. Mientras estaba señalándole al arbitro la zona en la cual se había cometido una falta que no había visto a nuestro favor, algo me impactó en la cabeza. Era una lata de cerveza vacía que cayó cerca de mis pies. Y no era mía en este caso, y no me la había lanzado Isabel tampoco, ni un simpatizante del club rival, sino un hincha de nuestro club. Me di vuelta para ver de donde había venido, y me alcanzó para evadir una botella de plástico de agua, casi llena, que casi me saca un ojo. La pude evadir. Las papas fritas no, porque vinieron de un costado. La gente comenzaba a sumarse a esa lluvia de comida e insultos. A esa humillación. Nunca sentí sensación tal en mi vida. Nunca me había tocado tener que digerir tal circunstancia. Un montón de gente, mujeres, hombres, ancianos y niños, jóvenes, se agolpaban en las gradas de la platea que daban justo por encima de nuestro banco de suplentes a gritarme cosas horrendas, a invitarme a que me vaya del club. Que el club necesitaba gente seria, que el club no era un neuropsiquiatrico, que tome las pastillas, que me mande a internar, que le deje el lugar a gente sana, que me vuelva a mi país, que el míster del club debía ser inglés, y muchas otras cosas irreproducibles. A la vez que mis oídos se llenaban de esta basura recibía en cara y pecho y en mi alrededores vasos de cerveza, botellas de cerveza de vidrio, de plástico, papas fritas y hamburguesas a medio comer. Y yo, consternado, no dejaba de mirarlos, atónito. En ese momento pensé en las palomas que parecían gárgolas testigos desde las cumbres de una ciudad de ornamentos góticos. Aquellas mismas espectadoras desinteresadas que giraban sobre su propio eje, dando algo así como pases de baile sobre una estrecha superficie, estarían una vez mas presentes en el espectáculo que tampoco les interesaba, porque sus existencias dependían de otras cosas. Los seres de piedra viva que comenzaban a moverse saliendo de su solidad estaticidad ¿qué preguntarían al ver esta escena en la que me humillaba mi propia gente? Serían testigos pasivos, o quizás pasarían a la acción generando con sus decrepitas alas una especie de barrera que me protegiera de los proyectiles. Era yo la paloma ahora. Pero no me estaba moviendo. Yo era el testigo de la escena que trataba de hacerme protagonista. Pero la piedra que me componía tardaría en volverse carne. Y dentro, el alma se sacudía agrietando en mil hendijas, con mil cosas que decir, explicaciones para repartir, y perdones en general. Un lento modo de vibración comenzaba a despertarse en mis tripas. Había perdido noción de lo que sucedía en el partido. De hecho, le estaba dando la espalda a la cancha. Evidentemente, al arbitro y a los jugadores no les pasaba inadvertido lo que sucedía a un costado y estaba comenzando a entorpecer el espectáculo, ya que muchas de las cosas que volaban hacia mi, entraban a la cancha y afectaban la carrera de los jugadores. Además de que estaba en riesgo mi integridad física, en ultima, ultimísima instancia. El arbitro se acercó al trote hasta la zona en la que empezaba la alfombra de comida y bebidas, y pitó a la gente para que se detuviera. No hubo caso. Mis players de la cancha se acercaron, aún en la zona en la que podían ser alcanzados por comida (de hecho muchos de ellos los sufrieron en sus caras) y en un gesto de humanidad infinita intentaron calmar a las fieras. Los jugadores con los que había compartido todos esos entrenamientos, los buenos y los malos, los que me habían encontrado en mi mejor forma, y los que me habían visto flaquear y en malas condiciones, ahora me defendían de los hinchas del club que representaban. Tomaban posición del lado del técnico. No podía estar mas orgulloso de ellos. No sería esta la máxima sorpresa del día. Pero a pesar de ese esfuerzo por parte de los jugadores, la gente no se calmó. Siguieron con los gritos, y el partido fue suspendido por unos instantes hasta que la parcialidad local desistiera de esa actitud agresiva. Ahí fue cuando mis piernas ya no pudieron sostenerme. Mi cerebro dejó de saber lo que debía hacer, y no supo si debía mantenerme en pie o dejarme caer. Mi corazón no sabía si seguir latiendo, o dejarme morir. Caí al suelo mientras la voz del estadio decía "atención, se pide a la parcialidad local que deje que el espectáculo se desarrolle con normalidad, o obligará a la seguridad del estadio a tomar cartas en el asunto." Apagón.
“Los concejos dirigenciales de los clubes de fútbol, en este nivel de profesionalidad, no pueden desoír la voluntad de sus socios. No se pueden dejar de lado las opiniones que se vienen reiterando asiduamente durante los últimos tiempos. Era una medida que veníamos manejando, pero que un evento en particular le ha dado vía libre para su continuidad. Si, claro que esto es nuestra exclusiva decisión, y no ha tenido lugar antes porque no somos tan matemáticos ni fríos como la gente cree. Escuchábamos a una gran parcialidad de nuestra gente que lo apoyaba, y que estaba esperanzado en su recuperación. Pero, lamentablemente, nuestro club y la seriedad del mismo, sus objetivos a corto y largo plazo, esta por encima de cualquier individualidad, y todos nos hemos tenido que acomodar en diversas circunstancias. Si, está hecho. No hay vuelta atrás.”
─Míster ─ escuchaba una voz lejana, que insistía en hablarme ─ Míster, hey. ¿Estás ahí? ─Tranquilo, ya contestará ─ otra voz sonaba mucho mas relajada, sabia ─ Ha tenido una descompensación. Ha sido un shock difícil para él. Hay que darle aire. ─ Difícil que tenga aire con la cantidad de gente que hay acá adentro. ─No se van, ya les dije ─ me pareció Montaño, el colombiano y su rústico inglés, casi tan rústico como el mio ─ No los puedo obligar. Creo que se lo van a decir ahora. No pueden hacerlo... ─Eso es cierto. No tienen derecho. Creo que tampoco podemos evitarlo. ─Algo se tiene que poder hacer ─ replicó con ternura el moreno. ─Hasta inconsciente sigue haciendo espectáculos y llamando la atención. ─Shh… Se está despertando, ha movido los parpados. Señor Cristian, ¿Me escucha? De a poco me sentía en condiciones de contestar. Las luces comenzaban a aparecer, y la incomodidad del banco de tablas en mi espalda me generaban deseos de erguirme y ver lo que sucedía al rededor. Un adelanto ya había tenido, pero debía enfrentarme de lleno a la tormenta. ─ Qué… ¿Qué pasó? ¿Ganamos? ─ Me levanté con ayuda de Nathan Smith que estaba allí, y de un doctor que jamás había visto. Montaño estaba también, feliz de verme recuperado. Pude sentarme y contemplar de a poco la escena, adaptándose mi visión a la luz blanca, pura y artificial del vestuario local. ─ Empatamos, míster─ contestó Pope que estaba un poco mas atrás, en el revuelto de gente que intentaba ver mi estado ─ Pregúntele al negro. Montaño le dio un empujón al delantero inglés, y ambos rieron. ─ Estaba aquí para decirle que metí el gol del empate, míster ─ Dijo tímidamente el moreno, en un español simpatiquísimo, que hacía días no escuchaba ─ No quería perderme su recuperación para contárselo yo mismo. ¿Cómo está? ─ Bueno, ahora que me decís que metiste un gol, puedo morir feliz ─ Solo el y yo reímos, y Pope, nervioso, agregó en cavernícola español. ─ Bueno, bueno, gracias, ingles, por favor, ingles. ─ Dijo que tengas cuidado que te puedo sacar el puesto ─ bromeó Montaño, defensor, con Pope, delantero y goleador del team. El doctor revolvió los bolsillos de su bata y sacó una de esas linternas pequeñitas. ─ Es bueno verlo de buen humor ─ comenzó diciendo, a la vez que me invitaba a abrir bien los ojos ─ ha sido un momento duro el que ha vivido. ─ Digame que es hincha de los valiants, doctor ─ le dije mientras me apuntaba con la penetrante luz en las pupilas para revisarme. ─ Lamentablemente no. SI le dijera de qué club soy, moriría apaleado dentro de este vestuario ─ sonrió detrás de su tupido bigote entrecano ─ Aunque debo agradecerle su participación en el incendio de mi amigo Christopher, y de su familia. ─ Oh, Dios. Qué puntería la mía. Un hincha del Stoke aquí, devolviéndome la vida. ─ Bueno! ─ dijo el medico poniéndose de pie ─ no me venda de esa forma, señor Pueblos! ─ Tranquilo, aquí no se respiran esos aires de violencia. Nuestro fútbol es diferente─ y mientras decía esto fui bajando la vista, temiendo que mis palabras estuvieran, como nunca, fuera de lugar. Como situadas en un tiempo diferente, en una realidad alternativa. Y extrañamente, fue una sensación conocida. ─ Bueno, lo lamento ─ el semblante del doctor cambió drásticamente, y desde su altura se inclinó hacia la multitud que habitaba el vestuario, de entre la cual salieron dos miembros de la dirigencia del club. Pope y Smith intentaron detenerlos, y al ver que era inútil, se retiraron con gestos de fastidio. Se apartaron para no ser parte de esa canallada. ─ Pueblos ─ comenzó el mas petizo de los dos, mientras me extendía un sobre con el membrete del club ─ ahora que se ha repuesto, tenemos que comunicarle que a partir de este momento deja de ser el director técnico del Port Vale Fútbol Club, dejar de ser parte del fútbol club, del Port Vale fútbol club, y la gente se va yendo, y dejar de ser parte de, dejar el club, dejar en este momento, en este preciso momento, después de empatar, después del gol de Montaño que me espera para decirme que había hecho un gol, al salir, qué pocos autos de jugadores, casi ninguno salvo los que esperaron, la gente no me esperó salvo algunos, salvo los que me felicitaban, y los que me deseaban una pronta recuperación dejar de ser parte del fútbol, dejar, a partir de este momento, y el doctor, que se levanta y se da vuelta, y hace una seña, y los jinetes del sicalipsis ahora son dos, los demás están con la resaca del humo, dejar de ser parte, a partir de este momento, Pope, Smith, Montaño, el colombiano, que puso el empato, no me venda de esa forma, señor pueblos, no me venda de esa forma señor Cristian pueblos que deje de formar parte en este instante, no me venda de esa forma, debilidad, no me vendas, inconstancia, no me vendas de esa forma, esperemos que se recupere, necesita aire, soy hincha del Stoke, gracias por ayudar a cruzar a mi abuela el otro día, porque el incendio no existió jamas, para dejar de ser parte, en este momento, nadie quedaba cuando me iba, no hay autos de jugadores, no hay autos de hinchas, ellos andan caminando, dejar de ser parte, hay que esperar, hay que darle aire, no me vendas medios de comunicación, aquí te espera Michael, de Skybet, Cristian, por favor, no le tengas, rencor, ¿está aquí? Si, te espera para preguntarte sobre… esto, las paredes no van a caerse Cristian, estas listo para algunas preguntitas, solo avisame cuando está grabando la cámara, dejar de ser parte del fútbol, tenemos entendido que le acaban de informar, vos y cuantos mas, ¿perdón? Que vos y cuantos mas tienen entendido, bien, si me deja continuar, que le acaban de informar que acaba de ser despedido, oh por dios, agárrenlo, sos un hijo de puta, sorete, mercenario del sistema, por culpa tuya el fútbol es un comercio de unos pocos, el nuevo circo romano, pedazo de mierda, Cristian por favor, calmate, queda mucha gente aun en el club, unas pastillas, una cada ocho horas, el humo, de qué era, decime, estamos acá solos, decime, tu madre, Cristian, falleció hace muchos años, lo tuyo es, dejar de ser parte del fútbol, dejar de ser parte de nosotros que te toleramos, queremos dejar de ser parte de los que te toleran, no me vendas de esa forma, Michael, no me vendas como el director técnico argentino con trastornos neurológicos, u obsesivos, dejar de ser parte, no me vendas como el pobrecito, los hashtags no aparecen, tienen gente para eso, todos los clubes, el Chelsea, el Manchester, Cristian soltalo, vino a ver si estaba todo bien, lo escuchó por la radio, Cristian soltalo, policía, por favor, se están peleando, dejalo Walcott, el humo era muy amargo, no era marihuana Cristian, vos te querés matar, ahora supongo que sos mas libre, hasta qué hora esta abierto, los papeles, no están, los papeles, ¡Los papeles! Mi cuaderno, no está, hasta que hora, ok, ah, no cierran, si soy yo, no tranquilo, estoy bien, ahora voy para allá, bueno, si, todo el mundo lo vio, creo que no es ninguna sorpresa, ahora lo hablamos, voy para allá, para mi lo de siempre, dejar de ser parte de los alcohólicos de siempre, y dejar de ser parte de los delirios de alguien mas, o dejar de ser parte del fútbol, que es ese delirio de alguien mas que soy yo, ella sigue detenida Cristian, no nos habías dicho nada, el club dispone de fondos para estas cosas, no nos dijiste nada, ella dice que la fuiste a saludar varias veces, pero no nos dijiste que seguía en la comisaría, te tendrían que haber dejado adentro a vos, no sé qé hiciste, me lo dio el canchero, el de la coleta blanca, ese que es descendiente de indios americanos, no se de que hablas, no hay ningún canchero así acá, solo los gemelos, hijos de Pumpkin, el secretario, y esos niños son mas sanos, te digo que el viejo me lo dio, y no te lo habrá dado tu ex, que vino a visitarte hace unos días, no tengo ex, que vino a decirte lo de tu padre, dejar de ser parte de este plano de sufrimiento, donde la gente muere, venimos a informarte que dejas de ser parte del planeta, pasas a ser parte de la eternidad, cajones, lapices, lapiceras, de todo menos los papeles, paredes, cuadros a la basura, si, los tiré, no sé, no recuerdo haberme vendado la mano, el alcohol, que me cicatrice por dentro y por fuera, no tengo fuerzas ni para reírme, todas, si todas las paredes, no dejo nada sin escribir, lo tengo que entregar limpio el mes que viene, si, el club le rescindió el contrato y ellos son los que pagan, todo escrito, no sé esta en español, mi hija que entiende español dice que decía siempre lo mismo, algo como “soy solo poesía” enfermisamente escrito, en diferentes tamaños, con faltas de ortografía diferentes en cada intento, mal escrito y a veces inentendible, en algunas partes escrito, dejar de ser parte del plano real, escrito con furia, remarcado, del plano plano y pasar al plano curvo, como eran esos versos, el libro que te preste, yo le di mi teléfono para que buscara no se que, y lo destrozó, siempre lo vienen a buscar los hinchas del club, a veces los del Stoke, y a informarte también que tenemos una serie de compromisos estipulados de protocolo, Cristian dejalo, Señor Pueblos, déjelo, Dios, mio qué escándalo, no nos va a dejar tranquilos nunca, le está pasando otra vez, estás bien Michael, ese tipo es un imbécil, pero tengo lo que quería, el material para enterrarte definitivamente pedazo de escoria sudamericana, y en la bañera, y en le patio todo lleno de botellas y latas de cerveza, la heladera era un caos, no hay estacionamiento, esta bien, voy solo, otra por favor, si, estoy bien, no nadie, no espero a nadie, que me han despedido, pero dejame llegar a casa que tengo que escribir algunas cosas, le he contestado a tu colega, no estoy para notas, si le haces entrevistas a los técnicos busca uno, yo ya no lo soy mas, y par encontrar ese papel tapiz ahora, era herencia de mi abuela escocesa, no se consigue mas, todo escrito, que desgracia, y parecía tan serio, no le des mas, tengo que servirle, no parece alterado, otra por favor, dejar de ser parte de las expectativas ajenas, dejar de ser parte, pero cuando, cuando fue, porque no me avisaron, y porque me avisas vos, Cristian por favor, estoy de paso hacia argentina, ya sabías que yo vivo en Londres, vos insististe para venir, yo hice lo posible, Laura, andate, no me podes decir, estaba mal Cristian, tus hermanos te estaban llamando, otra por favor, “soy solo poesía” dejar de formar parte, a partir de este momento, y que ademas mañana debes dar una conferencia de prensa, abierta a preguntas sobre tu salida, hemos decidido aceptar tu renuncia, dejar de ser parte, no me vendas como el ladrón bueno, San Dimas, “soy solo poesía” otra por favor, si, doble, porque no me avisaron, ¡mis papeles! No, no me quiero ir, andate, vení! Soy solo poesía, no entendés, Laura, no se de que me hablas, no necesito ayuda de nadie, Andate o te mato, me estas alterando, otra por favor, me estas siguiendo? Si, me acaban de echar, gente! Acá todos están esperándome, sepan que he hecho lo posible pero ustedes vieron lo que sucedió, Cristian por favor, otra por favor, dejar de ser parte, para siempre, del fútbol, ustedes vieron que parte de los hinchas en la cancha, con las gárgolas de testigo y mis players, con nuestro fútbol poético, soy solo poesía, me acaban de decir que me vaya, Cristian, vamos, no hay nadie, y a partir de este momento me han invitado, le esta pasando otra vez, a dejar de ser parte del fútbol, para siempre. Otra. Por favor.
─Le pedí ayuda al comisario ─ decía la voz del barman del Clayhanger, allá muy lejos de mi conciencia ─ y lo trajimos acá. Si lo dejábamos dormir en la barra se iba a caer. Mas vale que se caía de una silla que de una banqueta en la barra, je. ─Gracias, muchas gracias. Sentí las palabras mas suaves del mundo, y el torbellino comenzaba a frenarse, a disiparse en una brisa que estaba comenzando a amar. No quedaba nada de mi, porque quería ser otro, mas entero, para disfrutar de los encantos de esta voz, y esos besos que me caían. ─ ¿Tomó mucho? ─ Se tomo todo, señora─ y rió como de costado ─ Y yo le tengo que servir, ya sabe como se pone esta gente cuando le dicen que no. ─ Si, entiendo. Gracias de nuevo. ─ No puedo creerlo ─ dije, al darme cuenta de quién eran esos labios, que no podían ser de otra. Nada me importaba de ese momento hacia atrás en el tiempo. ─Estás… oh, por favor… ─ No hubo asqueo en su voz, sino pena ─ Estás hecho un desastre Isabel rió al ver las servilletas de café pegadas en mi frente. ─ Voy a tratar de caminar… ─ intenté levantarme para ir al baño. ─ Vas a encontrar un hermoso desastre─ dijo el barman desde la barra mientras sacaba unos porrones─ y vos sos el autor. Todavía no vino Kevin, el chico de la limpieza. ─Bueno, no me puede molestar si el desastre es mio, creo. Isabel intentó atajarme pero vio que me manejaba bien, que tenía estabilidad. El descanso me había hecho bien. Algunas imágenes de las pasadas horas venían a mi cabeza. EL bar estaba lleno de gente, y me llamó la atención. No lo había visto así de lleno nunca. No parecían interesados en mí ni en mis espectáculos. Realmente hubiera esperado que alguno se riera de mi estado, pero ni siquiera parecían percatarse, y eso me tranquilizó. En el baño había pérdidas por todos lados, típicas en el Clayhanger, y poco mas. Pero quise saber de qué era culpable. Miré en los mingitorios y no había nada fuera de lo común, en los inodoros tampoco. El ultimo estaba clausurado y supe que era el que había padecido de mi ira post-despido. Me agaché hasta el piso y pude ver (y recordar) el porrón de cerveza destrozado junto a un pedazo también destrozado de la taza del inodoro. Despido. Había olvidado ese detalle, y aun no había caído conscientemente, de que no volvería a entrenar a mis chicos, ninguna mañana. La ira y el alcohol debieron ser graves para hacerme destrozar el porrón contra el inodoro. Me percaté en ese instante de las vendas que tenía en mi mano derecha. Toda la palma envuelta y con un leve tono ferroso, en clara muestra del desinfectante por algún corte. Corte producido por ese impacto seguramente. Nubarrones venían a mi mente de forma poco clara. Di media vuelta y me dirigí al espejo para lavarme la cara. Tenía el rostro en la parte izquierda lleno de baba y aun tenia una servilleta pegada en la mejilla. Me sequé con un papel del baño, y me vi los ojos, rojos, las ojeras, el tono pálido de mi piel, estaba colorado en ambas mejillas, y la barba crecida y afeitada de forma despareja, aunque de esto me daba cuenta solo yo, porque era casi imperceptible (me afeitaba a diario). En resumen: estaba destrozado. Demacrado. Me di pena. Me lavé la cara, pero solo para aclararme la visión y despertarme. No iba a borrar las marcas del devenir de las horas ultimas. Si bien la siesta en la mesa del café había borrado parte de los efectos del alcohol y del shock en el estadio esa misma mañana, aun las ojeras y ojos irritados persistirían. El color en mi piel no volvería por el momento, tampoco. Ni con besos de amor repentinos. Volví a la mesa y allí me esperaba Isabel, mirando su teléfono. La luz del café estaba disminuida como era habitual en el Clayhanger a estas horas de la noche. Mas bien tarde noche, ya que el sol estaba casi desapareciendo. La luz de su enorme teléfono móvil iluminaba de azul su dulce y suave rostro y lo contemplé durante la infinidad de minutos que transcurrieron desde la salida del baño hasta mi llegada a la mesa: escasos seis pasos. Ese azul luminoso que bañaba su rostro me hizo pensar si acaso estuviera asomada a un portal celestial mirando por encima a toda la existencia de otro universo diminuto, de otro planeta azul como el nuestro, velando por la integridad física de algún otro idiota como yo, que no hacía mas que intentar autodestruirse y no darse cuenta de que… De que necesita ayuda. Y siempre la necesitó. Me sentía extrañamente bien, y ella me recibió con toda naturalidad. Como si no acabara de despertarme en un café, después de haberme tomado hasta el agua de los floreros, babeado. Como si no acabara de perder mi trabajo de forma escandalosa. Como si no fuera el hombre del momento (de la peor manera posible) para el micro-mundo del fútbol de las categorías bajas. Me senté y la miré. Me miró tiernamente y me pidió, sin decir nada, unos instantes par terminar de escribir un mensaje. Aproveché a mirar alrededor la cantidad de gente que había. Me pregunté si había algún show, porque esta cantidad de gente no era habitual, para nada, salvo cuando tocaba alguna banda, por lo general eran tributos a Robbie Williams o Rod Stewart. Le hice un gesto al barman, el gesto de guitarrista, y se rio diciendo que no. No entendía. Lo dejé. Isabel me preguntó cómo me sentía a la vez que traían un café y un café con leche a ella. Mientras la moza dejaba las tazas en nuestra mesa, mi ex traductora recibió una llamada, y se levantó para atender antes de que yo pudiera contestarle. Cuando la moza terminó de dejarnos todo, un instante después me tocó el hombro y me indicó que mirara a mis espaldas. Me volteé y para mi sorpresa vi camisetas de color blanco y negro en la pantalla del tv del café. Casi sin ser dueño de mi cuerpo, me levanté y me dirigí hacia él. Nadie le daba importancia a la transmisión, pero yo no podía evitar sentirme atraído por esa imagen inusual: Eran todos los jugadores del Port Vale FC parados en línea en una conferencia de prensa, aturdidas sus caras por los flashes de las cámaras, y Pope con el micrófono en sus manos, hablaba. Me di vuelta para pedirle volumen al barman. Pero ya estaba a escasos pasos míos, acercándose, aumentando ese volumen, que nos dejó escuchar: ─ … Y para manifestarnos en contra de la forma en la que se ha tratado a nuestro técnico Cristian Pueblos, en la que se lo ha despedido, y estamos seguros que fue mas por vergüenza mediática, por presión de los medios, que por ineficacia. Nunca ─ comenzó a decir, y miró a un costado para afirmar a un compañero que algo le dijo ─Nunca habíamos oído a un entrenador hablar así, hablarnos así. Algunos de nosotros ya estamos terminando nuestras carreras y hemos pasado por muchos clubes, por muchos entrenadores, y jamás habíamos esperado, ni pensado, salir a la cancha con las ganas y la alegría que salíamos a ganar nuestros partidos. Como si fueran, citando palabras de él, una sinfonía. No lo podía creer. Pope dijo unas palabras mas y pasó el micrófono a uno de los jovenes referentes de la defensa. Todos estaban vestidos con ropas de civil y se habían puesto, encima de sus ropas, la camiseta del equipo. La bandera. ─ Sinceramente, salimos a jugar el segundo tiempo solo por el honor de nuestra gente, primero, antes que todo, y después por el club y estos colores. Algunos nacimos con esta camiseta, yo por ejemplo, y vamos a morir con esta camiseta puesta. Salimos a jugar ese segundo tiempo hoy, pero si no hubiéramos pensado en nuestra gente nos hubiéramos quedado en el vestuario. Realmente manejamos la posibilidad de no salir a jugar el segundo tiempo. Ya nos habían informado del despido de Cristian Pueblos. Y queremos dejar en claro que repudiamos absolutamente la actitud de las autoridades con respecto a nuestro excelente entrenador. Se fueron pasando el micrófono entre los que estaban parados en la fila de en medio. La mitad del plantel habló. Siempre, en el plano de las cámaras, quedaban jugadores por detrás, asintiendo, siempre, las palabras del que hablaba. Se invitaban entre ellos a hablar, como sabiendo que todos estaban de acuerdo y que todos tironeaban para el mismo lado en esta cinchada contra las demandas del dinosaurio capitalista. Cinchada donde la demanda era “¿no puede ser exitoso y reconocido un entrenador que se sale de la norma, y cuyas formas son demasiado diferentes a las de la media inglesa?” Medios, empresas, fútbol, y una parcialidad civil contestaban que no. Mis jugadores, y otra parcialidad civil contestaban que si y defendían esa bandera. En algunos planos del canal que veíamos pude divisar a parte del cuerpo técnico que, habiéndome conocido en las peores condiciones también apoyaban esta moción espontanea. En ese ir y venir del micrófono muchos aprovecharon para contar mínimas anécdotas de mi paso por el club (hoy digo “paso por el club”, pero en ese instante no caía), como por ejemplo la vez en la que los llevé a todos a ver a la orquesta sinfónica de Winchester, para que vieran lo que era “jugar” en equipo. Contaron de forma graciosa cuando ligué algunos impactos en la cabeza con bollos de papel hechos de folletos del programa de la función, porque no paraba de pararme a darles indicaciones a los jugadores, y a dirigirlos en sus butacas como si fueran estas el banco de suplentes, los bancos del vestuario, o el escenario de la orquesta sinfónica del Burslem. Trataba en esa oportunidad de hacerles ver que cuando el violín tiene un solo, todos los demás violines suenan al unísono y que cuando hacen variaciones, estas están pensadas para complementarse y trabajan con la linea de los otros violines y a su vez se ensamblan con el resto de los instrumentos. Así debían funcionar las líneas de defensa, volantes, y delanteros. Creo que lo entendieron. Recordaron también cuando me introduje con Isabel Peine en el campo de fútbol reducido y contaron la reacción de muchos que no lo podían creer. Isabel me tomó de la mano en ese momento, fuertemente. Con la misma fortaleza que la tomé yo al verla esa mañana llegar al estadio, para empujarla a otra de mis locuras. Otro de los players nombró episodios como los de la fábrica de vasijas. ─ “Ustedes saben ¿porqué tiene esto su camiseta?” nos preguntó un día ─ dijo el moreno y joven ingles, volante por la derecha, señalándose el escudo de su pecho ─ y muchos dijimos, es el escudo míster, mirándolo de reojo. “Si, es el escudo, pero esto de aquí”, muchos nos acercamos a la vez para ver, sin percatarnos de que el mismo escudo estaba en todos nuestros pechos, pantalones, en las gradas locales del estadio y en todo lo que nos rodeaba, prácticamente. Era una vasija, esta de aquí ─ y extendió el escudo y la señaló, mientras la cámara hacía un plano cerrado a modo ilustrativo ─ Nos dijo “hoy se van a enterar el porqué de esta vasija, síganme” y se fue caminando por el túnel. Muchos de nosotros sabían el porque y en el trayecto nos fuimos enterando. La cuestión es que esa mañana corrimos alrededor de la fábrica de vasijas que está cerca del estadio, y recorrimos las casas de los alfareros, la profesión mas antigua de la región, la mas característica. Nos dijo “Esta gente que viene todos los días, practica una profesión mas antigua que sus abuelas, mas antigua que el fútbol, y es la que le ha dado una identidad a este lugar, a Burslem, lugar que ustedes representan” nos hablaba así mientras corríamos. “¡Háganlo bien! Ustedes están representando estas manos” nos decía mientras le tomaba las manos de uno de los trabajadores, que estaban ahí, y sus manos estaban llenas de arcilla. Algunos no habíamos visto nunca la arcilla, ni sabíamos lo que era. ¿Cómo no vamos a salir a la cancha con otra actitud después de cosas como esta? Ningún entrenador, nunca, nos había mostrado estas cosas. Contó también que, a partir de ese momento se darían cuenta de la cantidad de referencias que hay en la ciudad al pueblo que trabaja la alfarería. El ejemplo mas claro era el bar en el que estábamos, el “Clayhanger”. Como esa contaron un par de anécdotas mas y mi pecho no dejaba de hincharse y relajarse en suspiros de ese amor que contagian los hombres que se entregan a la sensibilidad censurada para el genero, generalmente. Sensibilidad que en el fútbol es invisible, anulada y castigada. Sensibilidad que había estado presentes en todos, del primer al ultimo entrenamiento de mi etapa en el Port Vale, y que seguiría en los corazones y recuerdos de los jugadores con los que trabajé. Sensibilidad que hacía que mi pecho se inflara y desinflara, para estabilizar el aire en mis pulmones. Luego de es tarde los dirigentes del club (no volví a oír la voz de Smurthwaite, afortunadamente) me llamaron para tratar de convencerme de volver. Era gracioso para mi, que ya tenía una nueva ocupación, ver cómo se turnaban para llamarme, mañana y tarde, para no parecer demasiado desesperados, y que cada vez que me llamaba uno de los miembros del concejo directivo traía parte de las palabras del llamado anterior, como “me han dicho que dijiste que lo pensarías, bueno, quería saber si has llegado a alguna conclusión” y yo decía siempre que no, que nunca había dicho tal cosa, cuando si lo había hecho. Los volvía locos, creo que les gané por cansancio. Dejaron de llamar a los tres días. Contrataron a otro entrenador sudamericano, un brasilero. Gorginho tenía problemas con el alcohol, pero ademas no lo podía disimular. Qué buena imagen que le dimos a los anglosajones sobre nuestra tierra. En fin, quien quiera una imagen de nuestra tierra que busque en Internet. La transmisión se terminó cuando aun no podía cerrar mi boca y manoteé desesperadamente el control remoto de las manos del barman para buscar en otros canales. En todas las señales la transmisión terminaba también y los jugadores ya se iban. Los periodistas volvían al estudio sin saber bien qué decir, pero esto ya me importaba poco. Lo mejor ya lo había escuchado. Cuando me di media vuelta no sabía bien dónde estaba ni porque, ni para qué. Mi pecho brillaba por dentro con un fulgor que me quemaba los globos. Enfilé para nuestra mesa automáticamente y me pareció notar que varias de las personas me miraban y hacían comentarios. Creo que el bar, por ese entonces, hubiera podido bien tener mi nombre: su mayor atractivo eran los espectáculos que yo brindaba sin querer. Y cómo no iban a mirarme si habíamos estado viendo, pegados al tv de 50 pulgadas, una conferencia de prensa en vivo en la que los jugadores del plantel profesional del club de la ciudad hablaban de su técnico recién despedido, que estaba por tomarse un café en el lugar. Era difícil abstraerse de esa situación. Lo que pasó luego no lo recuerdo del todo, para variar. Isabel seguía mensajeando con el teléfono y entre timbre y timbre de su móvil me lanzaba algunos comentarios sobre lo que había pasado. Si hubiera estado consciente al cien por ciento en ese trance, hubiera pensado que algo la turbaba y la ponía nerviosa. Como si algo no estuviera saliendo como ella quería. A mi entender hasta ese momento eramos simplemente nosotros, tomando un café en el Clayhanger, y yo tratando de salir de una resaca final. ─ ¿Cómo que sí? ─ se reía ella, tan dulce ─ te estoy preguntando qué sentís después de lo que acabamos de escuchar. No es una pregunta para contestar si, ¿O si? ─ Perdón, es demasiado todo… ─ no lograba mirarla a los ojos, no sé porqué razón ─ Todo, todo es demasiado. Hay muchas cosas que recordé en estas ultimas horas. Las estupideces qué hice, las cosas importantes que había olvidado. Mi hermana. Mi madre… y cómo saliste de esa situación tan magistralmente… ─ Tenes tus ángeles guardianes, Cristian Pueblos. Ya lo creía. Su teléfono se iluminaba una y otra vez, sobre todo en un tono azul que, con el sol cayendo, le daban una aura de entidad alada, que surca el cielo tendiendo mantos de cuidado y piedad. Iba y venía. El resplandor azulino iba y venía. Un pequeño puntito blanco también se iluminaba y si uno se fijaba bien, le hacía un destello mas claro sobre la mejilla derecha. ─ ¿Cómo supiste lo de mi madre en ese momento? ─ Estaba a punto de explotar pero el ser de la luz azul me protegía y mantenía unido, no sin algún esfuerzo de mi voluntad ─ Que ella no estaba viva. ─ No lo sabía ─ no me sacaba los ojos de encima, yo apenas podía mirar sus ojos ─ Me di cuenta cuando tomé el teléfono y no estabas hablando con nadie. En las llamadas no había nadie con el nombre “Madre” y la ultima llamada era de esa misma mañana. Mi madre había fallecido hacía ya cinco años, e Isabel había fingido hablar con ella en ese momento de mi crisis en el entretiempo de aquel partido. Y este gesto es de esos que te abren las puertas del cielo para siempre. No soy católico ni lo era entonces. Pero me gustaba la imagen de los ángeles y del paraíso perfecto para pensarla a ella, siempre amparada por un status quo que acompañe su brindar infinito. ─ Todo esto es demasiado ─ comencé decir mientras me tomaba la cabeza, los codos apoyados en la mesa, ante la visión inerte de las ultimas gotas secas de café en el fondo de la taza. Isabel me hacía preguntas y yo contestaba como podía mientras seguía entrando gente al bar que ya estaba lleno. ─ Parece que hay espectáculo ─comenté, tratando de ver entre mis vidriados ojos. ─ Parece ─ dijo ella. Algo estaban armando en la parte izquierda del salón, al pie del tv que habíamos estado usando de ventana al club. ─ Así que ahora, a buscarme la vida de vuelta en Argentina. ─ dije, tratando de volver a poner los pies en la tierra ─ Será como volver a la realidad en todo sentido, allá no habría engaño que me impongan mis sentidos. Aunque tampoco tendré ángeles guardianes. ─ Siempre tendrás tus ángeles guardianes, que no tienen nombre y apellido ─ Ella no dejaba de sonreír, pícara ─ Es como si poseyeran a la gente que te rodea. Hoy te rodeo yo, mañana será otra gente. Los llevas con vos y ellos se instalan en otros cuerpos, no hay de qué preocuparse. ─ Como si yo le hiciera bien a alguien… ─ Le haces bien a mucha gente, Cristian, y no me hagas enumerarte las personas que estuvieron tan felices con vos en esta etapa. Alguien se acercó, alguien de camisa, que no había visto jamás, y le dijo algo al oído a Isabel. Ella asintió con una gigante sonrisa y le hizo un gesto como de “ya voy” a la vez que saludaba a dos personas mas que estaban paradas cerca del tv. ─ Bueno, ya es hora ─ me dijo con la sonrisa mas hermosa que he visto y veré jamás, una que nunca olvidaré, a la vez que se levantaba de la silla ─ ¿Venís? ─ Ya nos vamos? Pensé que nos íbamos a quedar a ver la banda, me vendría bien despej… ─ No nos vamos ─ me dijo ya unos pasos mas allá, señalando el stand que ya estaba armado ─nos cambiamos de mesa. No entendí. No entendía nada y todo me parecía muy raro. Me levanté dudando y cuando di dos pasos y salimos de atrás de una columna, vi el café entero mirando hacía la mesa a la cual nos dirigíamos que casualmente era la que tenía un par de banners puestos detrás. Todos nos miraban y no era mi impresión esta vez: todos me miraba a mi. Al acercarme mas a estas mesas pude leer el banner y sus letras grandes. Tenía mi nombre y por debajo decía “No Ve, No Arte”. Reconocía este como el titulo de uno de mis poemas. Uno de los poemas que le había mandado a… ─ ¿Isabel? ─ le pregunté pero no me escuchó por los aplausos que ella misma estaba alentando ─ Isabel, ¿qué es esto? ─ ¿Y qué te parece que es? Miré al rededor de forma cómica seguramente. Creo que di una vuelta entera sobre mis pies mirando todo al rededor y me maree. Mas por el exceso de estímulos que por la vuelta dada. Una pintura de Dalí figuraba como fondo de las imágenes del banner, y al ver que llegaban varias cajas con libros tomé uno. Mientras dos o tres personas dejaron las cajas en las mesas en las que nos sentaríamos, pude ver que el libro tenía en su tapa el mismo diseño que el banner: mi nombre, dicho titulo, y la pintura de fondo de Dalí, esa en la que vuelan gatos negros y un chorro de agua. Rebusqué entre las cajas y todos los libros eran iguales. Todos tenían mi nombre. Todos. Tomé aire. Gravemente. Abrí el libro. Eran mis poemas. Todos los que le mande al profesor español. La editorial era de Burslem. La ciudad quedaría marcada para siempre. En mi primer libro, y en mi corazón. Compiladores, el profe español y mi ex traductora. Versión en Inglés: la misma mujer, Isabel. ─ Muchas Gracias a todos por estar hoy aquí. Editorial se complace en presentar este libro en un contexto de lo mas peculiar, en un día tan particular para nuestro autor. Esperamos que las desagradables noticias no entorpezcan esta hermosa y cálida velada. Ricardo González e Isabel Peine trajeron, una tarde de lluvia, un montón de papelitos escritos y pensábamos que estaban bromeando. Nos dijeron que eran un montón de poemas de una genialidad y sensibilidad absolutas. Ricardo es profesor de Lengua Hispana en la Universidad de Salamanca, así que no nos quedó otra que creerle ─ el publico rio amablemente ─ Leímos los poemas. Eran geniales de verdad. Pocas semanas después aquí estamos. Orgullosos de poner nuestra editorial al servicio de tan espectacular poeta, y de abrir las fronteras de nuestras letras a otros idiomas. La traducción estuvo a cargo de una “amiga” del autor, Isabel, que supo interpretar muy suavemente las caricias que significaban las letras de Cristian Pueblos. Así es que estamos aquí esta noche, felices de poder disfrutar de la presencia de un poeta nuevo que sale al mundo de la mano de nuestra editorial. ¡Una aplauso por favor para Cristian Pueblos!
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Pronto el capitulo 10 y ante-último de esta Web Nouvelle,
Atento! No te lo pierdas!! <3
Coming soon the 10th chapter and almost the end of this web- nouvelle!
Stay Alert!
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9 - Entorpeciendo el Sábado
Burslem Park. Con la bicicleta que me había comprado me gustaba salir algunos días a la tarde. Me había dado cuenta, ya pasados varios partidos, que los alrededores de Burslem eran muy bonitos. Tuvieron que llegar los primeros partidos de visitante para nuestro equipo para que pudiera darme cuenta de los verdes y grises que hacen el amor en las anchas carreteras inglesas. Mas precisamente me atraía el parque de Burslem, el Burslem Park.
Burslem Park.
Además me gustaba decirlo. Burslem Park.
Tanto que en mi cuaderno escribí un poema que... bueno, que ya sabrán. Decía algo así:
Gris cemento
que te hace el amor
y el verde ve nacer salamandras inflamables
que se empecinan con las ruedas
de mi angustiada
lánguida
nauseabunda bicicleta
y se arrastra ella,
y el gris cemento que le hace el amor
siento ese calor de costado, cuando voy
cuando vengo mucho mas.
Mañana de té insulso
té
te insulto
Es horrible, lo sé. Pero en aquel momento de mi escritura me atraían muchísimo los juegos de palabras. Té para tomar y te del articulo. ¿Ridículo? Quizás. ¿Innecesario? Quizás también. Pero disfrutable para mi, y seguramente para alguien mas en el planeta. No escribía en ese momento para la gente, para que alguien me leyera. Ni siquiera sabía si lo que escribía lo iría a leer alguien mas que yo. Por eso quizás esos poemas tienen la libertad del anonimato. Libertad que luego es difícil de alcanzar una vez que un ya sabe que mucha gente lo leerá. Solo los maestros pueden. Algunos leyeron este poema, a algunos les gustó: para mi esto no significa nada; el peor poema del planeta puede gustar a mucha gente.
Esos arboles dimensionales me inspiraron muchas cosas en aquellos momentos de mi carrera, hasta cantar. Los momentos de soledad en la naturaleza eran invaluables para mi. Me encontraba conmigo mismo de una forma que no se puede poetizar, de la cual no puedo escribir nada porque no existen palabras aun, en ningún idioma que describan lo indescriptible. Esa soledad me llevaba a otro lado. Porque el Burslem Park era uno cuando iba solo, otro cuando estaba lleno de gente, y otro cuando pasaba con el Bus del club. Era el mismo parque, pero era otro.
Amaba sacarme de los ojos el corto césped perfecto de las canchas, sintético por otra parte, y oler el aroma de la naturaleza real, imperfecta, hedionda pero real. Escribí una nota mental: "Traer a los jugadores a correr por el Burslem Park". Tampoco sería el mismo con ellos, pero lo disfrutarían. Algunos quizás no lo conozcan, otros tendrán mil recuerdos del lugar, en familia, con hermanos o hermanas, con perros, uno o varios, con novias, novios, con padres o madres ancianos en la hora de salir del asilo, en llantos solitarios. Algunos no querrán venir. Otros sabrán de antemano lo que les diré. Otro me esperará aquí, que soy yo, que estoy aquí. O estuve allí. Sobre la parte oeste, directamente enfrente a Vale Park, había un lago. Allí me detuve a detenerme, y no es un error o una redundancia. Me detuve a detenerme.
Ya seguramente estarán al tanto del ritmo al que son arrastrados todos los que viven del fútbol. La Liga Skybet Championship Two (la cuarta división del fútbol ingles), no es la Premier League (la primera división), pero no por eso carece de exigencias. El calendario de un club como el Port Vale está casi tan cargado como el calendario del Chelsea o el del Manchester United. Jugamos la liga, La FA Cup, la copa de la liga y demás partidos circunstanciales. Solo nos faltaba la Copa de Campeones de Europa (la Champions League). Jugamos partidos todos los fines de semana y a veces entre semana, lo cual deja a los jugadores agotados y a nosotros también, que tenemos que llevar la planificación de partidos, revisión de rivales, revisión de las estrategias y dinámicas de juego, etc. Eso, sumado a entrevistas, reuniones, compromisos corporativos, hace que la agenda se cargue mas y mas. Es casi un trabajo de twenty four seven, el anglicismo para veinticuatro por siete. Por eso me detuve a detenerme. Bajé de la bicicleta y la dejé en un hermoso quiosco a un lado de la laguna. No un quiosco de revistas ni de caramelos, sino una construcción como la que se ve las películas donde se casan las parejas en las bodas inglesas. La dejé suelta, y me reí. Algo impensado en las cercanías del estadio del Mercados Unidos. Caminé hasta esa laguna y me senté a mirar el agua. Y allí pasarían mas cosas de las que podría imaginarme. Y tengo mucha imaginación.
Estaba equipado con mi morral de días libres, mucho mas liviano que mi pesado bolso de todos los días de entrenamiento. Alguna que otra hoja flotaba y ondulaba por el agua y se reflejaban esos tonos verdes-gris, y nunca celeste o azul. Las hojas que flotaban nunca se chocaban, nunca se encontraban, pero convivían en el mismo lago. Si conocían agua era la de esa laguna, y si se mojaban era por una lluvia que luego los llevaría al cuerpo de agua. Todas eran de un tono verde. De un solo tono verde, que cambiaba siempre de hoja en hoja. Entonces el lago, laguna, cuerpo de agua, o como quieran llamarlo, estaba poblado de balsas miniatura, hojas que paseaban, se saludaban, navegaban y, si eran muy desafortunadas, quedaban agarradas del césped de las orillas, para secarse o no, pero morir seguro, allí, para siempre.
Lo que nunca iba a imaginar era que mientras me hallaba recostado en el césped mirando el cielo, haciendo como que recuperaba algún tiempo perdido de la juventud, pude ver la figura volteada de mi querida ex-traductora acercarse y decirme:
─ ¿Ahora andas en bicicleta?
Me levanté de golpe de modo que me crujió gran parte de la espalda. Entonces comprendí que cuando uno se sumerge en un clima en el que cree estar recuperando un tiempo perdido de la juventud, los huesos y demás sistemas del cuerpo no recuperan la juventud de la misma forma. Mis vertebras dorsales quedaron pensando en esto varios minutos mas. Me paré, pero cuando terminé de pararme ella ya estaba sentada al lado mío, donde había estado sentado.
─ ¿Te vas? ─ me preguntó, irónica, mofándose de nuestra diferencia de forma física.
Reí.
─ Buen movimiento ─ dije mientras me iba ─ Creo que me voy a fijar si todavía está mi bicicleta.
Era un momento original por parte del Gran Guionista. Debía tomarme un tiempo. Debió ser raro para ella que apenas llegase yo me fuera. Pero volví en seguida. No llegué a ver la bicicleta desde esa posición pero era lo último que me interesaba. Sólo fue una excusa para justificar mi puesta de pie.
─ Caminar es muy fácil ─ dije volviendo a mi posición ─ los deportistas preferimos la bicicleta.
Reímos. Me senté unos centímetros mas cerca ella de lo que hubiera sido lo esperable. Lo esperable para mi. Amé que se quedara, y que no siguiera de largo, pensando que prefería soledad. Prefería Isabel.
─ Siempre busco el verde en las ciudades en las que me toca parar. Es como un respiro. La gente que anda por las zonas verdes está de mejor humor que la que anda por la ciudad, con humo y el gris del cemento. ¿O no?
─ Puede ser ─ contesté antes de tener una real respuesta, mas para salir del paso ─ Si fuera tan fácil como cambiar de color en el entorno para ser feliz o no, la ciudad sería un arcoiris.
Ella revoleó los ojos y me dijo que era muy absolutista.
─ Buscar naturaleza no es todo para estar bien ─ dibujaba ciudades en el aire, con gestos que lo rasgaban ─ también hacen falta otras cosas
─ Un trabajo, una casa ─ aporté
─ Una mente despejada, quietud.
─ No tener deudas, ni hipotecas ─ me obstinaba en lo mundano del mundo.
─ Silencio, intimidad, esparcimiento
─ No tener enemigos, ni adicciones...
─ Confianza, esperanza, amistad, amor ─ ella se enderezó y me miró como retándome por mi obstinación.
─ No tener padecimientos físicos, no nacer en la pobreza absoluta.
─ No te falta razón, Cristian ─ finalmente cortó la lista contrapuesta que no nos llevaría a ningún lugar, mientras las hojas aun caían ─ pero estás nombrando las cosas que no hay que tener, mientras yo las que sí. Las que nombras vos son materiales, y las que te nombro yo, no.
─ Yo no la tuve fácil, Peine. Sé lo que es no tener tiempo para pensar en las mariposas y los colores, porque tenía que estar ahí, siempre presente, porque sino en la cancha alguien te sacaba el lugar, y andá a saber si lo volvías a recuperar algún día.
─ Yo tampoco la tuve fácil. Creo que nadie, en cierta forma. Pero eso es lo que te hace ver las cosas de otra forma ─ Miraba el agua entrecerrando los ojos, y la comisura de los labios se le erizaban de una forma que nunca vi.
─ Lo sé, perdón. No quise decir que vos no, ni hacerme la víctima pero bueno. Hace diez años no te pisaba un parque ni por error ─ La miré queriendo abrazarla con la mirada ─ Creo que es un comienzo ¿no?
─ Si ─ me sonrió, piadosa ─ Supongo que sí.
Una tímida brisa nos barrió las palabras necias y trajo algo de silencio que aprovechamos para bajar las pulsaciones del sol y de la tierra. El pasto húmedo se sentía entre los dedos y la tierra dejaba que uno hiciera bolitas. Algún que otro guijarro se podía tirar al agua. El cabello de Isabel flameaba pero no como en un cuento. Le tapaba la cara, le molestaba. Me pareció poético de todas formas. O quizás mas. Rebuscó en su bolsito algo para atarse el pelo. Esa fue la pintura que guardé para siempre. Ella al lado mío inclinada sobre su bolso buscando en lo hondo de este algo que le permitiera disfrutar sin trabas la contemplación de semejante paisaje, o la vivencia de semejante momento. Quise romper ese hechizo. Hablé.
─ Estamos frente a mi lugar del trabajo. En Burslem Park, frente al Vale Park, en Burslem, hogar del Port Vale. Estamos disfrutando de un momento frente a mi lugar de trabajo. Bueno, esto es porque, básicamente, no hay mucho lugar al cual ir. Mas allá están unos niños jugando con unos juegos y hay como un circuito para bicicletas con curvas suaves. Si venís temprano se escucha las explosiones de la mina de acá a unas cuadras. También está la fabrica de no se qué acá cerca y los barrios del centro. Pero a esos pajaritos no les importa una mierda ─ señalé un par de gorriones que estaban cuerpeándose en una rama en el árbol que ocupaba el centro del lago ─ Nada de eso nos importa porque estamos acá, charlando de cosas que nos importan, un poco al menos. Estamos sentados en el césped húmedo, nos estamos mojando el culo ─ ella se rio y yo un poco también ─ pero no nos importa porque si la lluvia mojo el césped, por algo será. Muchas cosas no encajan pero estamos acá, como muchos en otras partes, tratando de gambetear la rutina.
─ Una vez te dije ─ me interrumpió en seco, quizás con el afán de romper un hechizo también ─ que eras muy poético para hablar. Bueno, esas siendo muy poético ahora también.
─ Bueno, la poesía me tiene un poco loco últimamente ─ Rememoré los últimos sucesos ─ Aunque mejor hablemos de otra cosa. La última vez que hablamos de mi afición a los poemas terminé postrado en tu sillón con la cara bañada de sangre.
Ella se rió pero enseguida se le ensombreció el rostro, como si se sonrojara recordando que el trance, aunque recordado con humor, seguía siendo lamentable. Enseguida me daría cuenta de que había recordado otra cosa, de que sus pensamientos no siempre iban por donde yo pensaba. Amé eso.
─ Cristian─ miró hacia abajo. Ahora con el cabello tomado hacia un lado, podía verla sin interrupciones visuales. Me miró directamente para continuar hablando ─ Hay gente que está bastante preocupada por vos.
Me volteé. Eso no estaba en mis planes. Creía tener atados los hilos del dialogo. No los tenía ni por asomo. Ella arremetió con el tema de una forma que no hubiera imaginado ni aunque la repitiera un millón de veces.
─ No tiene que preocuparse por mi, yo puedo preocuparme solo.
La salida del humor era siempre la mas cómoda para mi, pero ella no estaba acostumbrada a esto, por lo tanto no le era indiferente, por lo tanto lo detectaba y me lo marcaba diciendo:
─ Esa salida hacia el lado del humor no te va a servir en este caso, Cristian, perdón. Me podes mandar a la mierda si querés. Al fin y al cabo no soy mas que tu ex-traductora. Pero trabajé con vos, y estuvimos hablando, y nos conocimos un poco, creo, y no puedo salir a pasear libremente por la calle sabiendo que no te digo esto, y que si no te lo digo yo quizás nadie te lo diga. Hay mucha gente preocupada por vos. Mas gente de la que pensás.
─ No me termina de cerrar lo que me decís. Es como si fuera mas gente que mi jefe y vos.
─ Es mucha mas gente que 'nuestro' jefe y yo.
─ Ah ─ no terminaba de entender quiénes se refería ─ No creo que nadie de toda esa gente entienda lo que estoy viviendo. Siempre viví intensamente y este es un momento así. Aunque un poco diferente.
─ Sin embargo pareciera que no estás acostumbrado a que te pasen estas cosas ─ dijo Isabel con voz grave, tratando de clavar en la tierra sus palabras, bien profundo ─ se nota cuando no sabes cómo reaccionar...
─ Porque siempre es diferente, Peine ─ la interrumpí levantando un poco la voz ─ Soy un tipo grande, hace décadas que me dedico a esto. Mi cuerpo y mi mente no sabe hacer otra cosa. ¿Cómo tiene que reaccionar alguien que ve que toda su vida se derrumba frente a él?
─ No sé, pero seguro que auto-destruyéndose no.
─ No me autodestruyo ─ me froté el rostro, tratando de darme claridad. La conversación empezaba a ser clave para mi, como un diálogo conmigo mismo: estaba evaluando mis fundamentos, mis razones, mis pasiones y sus costos ─ Me estoy liberando de algo que me oprime, pero... ─ con un largo suspiro busqué la palabra mas digna, pero no la encontré ─ pero no le encuentro la vuelta.
─ ¿Qué te oprime? ─ preguntó mi compañera de contemplación, mas curiosa que preocupada.
La miré. La vi. Había detenido su caminata al verme allí en el parque. Hubiera podido estar haciendo otra cosa pero estaba ahí, sentada en el pasto con ese vestido que seguramente no era para sentarse en el pasto mojado, preocupándose por mi. No la quería como actriz de reparto.
─ Y a vos. ¿Qué te oprime?
─ No, Cristian, estamos hablando de ...
─ Si, estamos hablando de mi, ya sé. Pero no, estamos hablando nosotros. Vos y yo. Isabel Painhache, alias Peine, y yo Cristian Pueblos ─ una sonrisa asomó en su comisura izquierda ─ Y eso nos incluye a vos y a mi, no a mi solo ─ mi tono era como de quién explica la fotosíntesis ─ Decime Peine ¿Qué te oprime?
Miró las aguas oscuras, entre un verde musgo y un gris cemento. Buscó la respuesta achinando los ojos. Miró el pasto con la misma intención. Pareció contestar antes de terminar de buscar, queriendo salir de la encrucijada.
─ Creo que no poder echar raíces... ─ hizo una pausa en que carraspeó para aclararse la voz ─ no poder estar en un mismo lugar. Y...
Yo podía ser un poco arrogante en cuanto a lectura de personas se refiere. Podía equivocarme muchas veces en las que creía adivinar qué estaba pensando un persona. Pero esta vez estaba completamente seguro de que Isabel no pudo seguir hablando porque pensaba en sus hijos. La oprimía el no verlos crecer, la oprimía no tenerlos en la casa, con sus problemas de adolescentes, in cressendo hacia la adultez. La oprimía el ser la victima de su propio trabajo, de su propia elección de vida, elección que hizo en un momento en que no pensaba que esto sucedería. La oprimía también no encontrarle la vuelta o la salida, o el término medio entre la ausencia absoluta y la convivencia. Entre seguir viviendo con la profesión de sus pesares, y abandonarla. La oprimía finalmente, el hecho de no saber si abandonar su profesión significaría realmente acercarse a sus hijos, ahora que quizás tengan su vida hecha. No poder, en definitiva, volver el tiempo atrás.
Pero ¿qué me oprimía a mi?
─ Creo que lo que me oprime a mi es no saber cómo vivir con una duda ─ intervine, interrumpiendo su lapsus.
Ella, sin tiempo a terminar su frase, reaccionó con sorpresa ante mi arremetida y me preguntó:
─ ¿Qué duda?
─ Trabajo en un ámbito que repele totalmente las normas de ese ámbito que me gustaría frecuentar.
─ Y... ¿Traducido?
─ Vos sabés que el fútbol y la literatura, la poesía, son incompatibles y...
─ Cristian, Cristian ─ repitió para que yo frenara en seco ─ ¿Sabes qué veo? Estas frente a un universo nuevo, y te da miedo meterte en él. Yo también tengo cosas que me oprimen, como todos en esta ciudad, en este mundo. ¿ves esa mujer que va en bicicleta por ahí enfrente? ─ me señaló una mujer que iba por la calle trasera del estadio del Port Vale ─ A ella le oprime algo seguramente, o muchas cosas, y quizás por momentos la opresión es insostenible, pero sigue adelante. No hay otra: ir hacia adelante. Yo tengo mis fantasmas, mis miedos, y mis deseos que tardaré en cumplir, si es que los cumplo algún día. Pero sigo adelante. Tengo un trabajo que me da de comer y me hace viajar. ¿Me quejo de viajar porque no me permitió estar con mis hijos? Quizás, si, seguramente ─ me agarró del brazo firmemente ─ Pero también, por sobre el eterno lamento, lo veo como una oportunidad para viajar, conocer lugares, conocer personas de todo tipo, conocerte a vos, y a un montón de personas. ¿No echo raíces? , ¿no puedo asentarme en un lugar? Es cierto, y un poco me molesta, pero por sobre eso veo la oportunidad de estar en eterno movimiento, de estar viva, en acción, conociendo culturas y lugares que amo, y a los que algún día siempre quiero volver. Ahora decime ¿Cómo ves lo que te oprime a vos como una oportunidad?
Estábamos mirándonos y ella me sostenía la mirada exigiendo una respuesta, porque sabía que encontrar esa respuesta me haría bien. La amé. Otra vez. Me seguía apretando el brazo y bajo presión comenzaba a rebuscar en mi interior una respuesta a una pregunta que jamás me había hecho. El tiempo no se detenía. En absoluto. Pasaba y pasaba y las hojas seguían cayendo. Su presión fluctuaba.
─No hay sólo una forma de llegar a unir esos dos polos opuestos que ves en tu vida: Fútbol/poesía. Arte y deporte ─ bajó un par de tonos su voz, ahora sonaba mas apacible, mas confidente ─ No veo a mis hijos, es cierto. Me gustaría verlos mas, es cierto. Pero esas tres o cuatro veces que los veo por año tengo miles de cosas para contarles y ellos también a mi. Nos quedamos hasta el amanecer los tres, hablando de la vida, y les hablo de cosas de mi propia adolescencia que nunca pude contarles, y se sorprenden. Cuento con el apoyo de su padre que entiende mi ocupación y no pone trabas. Mi encuentro con mis hijos es especial. No es en cantidad, pero es de calidad, mágico, mejor de lo que jamás hubiera imaginado. Eso, a costo de no vivir con ellos y no verlos crecer. Son raras las formas que tiene la vida de compensarnos, pero siempre lo hace.
Hizo una pausa en la que no pude acotar nada, y tampoco me presioné a hacerlo. Ella esperó. Buscó palabras. Sucedían cosas alrededor, la mujer de la bicicleta volvía con una bolsa de madera en el canasto delantero y las hojas caían.
─ Vos ves que el fútbol es algo áspero y la poesía algo suave. Bueno. No vas a encontrar en ningún lugar del mundo un equipo de fútbol completo, ni veintitrés, ni once, que sean amantes de la poesía.
─ Tampoco es lo que busco ─ atiné a aclarar.
─ ¡Pero pareciera que sí! ─ abrió mas los ojos y aparentaba estar ofuscada frente a un necio que no entiende razones ─Y no los vas a encontrar. Pero si puede que en algún momento, hablando con un periodista de un medio de la otra punta del Reino Unido, o con un aficionado del club, o con un jugador del clásico rival, te encuentres con que esa persona te recomienda poetas nuevos y vos a ella. Se encuentran a hablar de lo bello de un verso, de lo superficial de otro. Cosas de ustedes, los poetas ─ Sonrió de un solo lado, pero doble sonrisa ─ Algo mínimo es todo. No todo es mínimo.
La charla siguió pero quizás ese nivel de detalle no interese. En esos momentos hablamos y me sentí un tanto en el aire. Sentía que no había ni un ápice de tierra en el cual pisar firme. Las cursilerías del amor, aparte. Mi extravío, en realidad, venía de no saber cuáles eran las bases de mi propia vida. El deporte mundial se diluía en mis manos y practicarlo con delicadeza nos había dado un par de resultados favorables pero no parecía agradar a la comisión el estilo con el que llevaba adelante el juego, la identidad del equipo. "El presidente se queja de que no usas nada del equipamiento nuevo que compró el club para los entrenamientos", me decía Isabel, y yo le contestaba que será porque no me sirve. Ella me planteaba que estaban ofuscados porque no usaba a los refuerzos, que tienen nombres importantes, y yo le contestaba "todos tienen nombres y apellidos importantes, porque sin ellos no tendrían identidad, juegan los que mas listos están para jugar. Los que mejor entienden la mecánica de jugar en equipo". Así tambaleaba, entre respuestas firmes que no me llevaban, a pesar de su firmeza, a ningún lado, porque seguía sin enterarme cuál era la razón de remar contra la corriente, viviendo de forma nueva un deporte plagado de tradiciones. Con todo lo que ello significaba. Los jugadores no presentaban mayores quejas, solo miradas raras. Ganaban y a veces jugaban bien. Eso a ellos les alcanzaba.
Me seguía planteando encrucijadas, allí sentados, mi ex-traductora (y aparentemente mi nueva confidente) menos para trasladarme preocupaciones que para evidenciarme a mi mismo que tenía una real idea de cómo llevar las cosas adelante. Preguntaba ella. Respondía yo. Mágicamente así se iba pintando un suelo que pisar. Una base firme. Una confirmación de que las respuestas estaban. Me faltaba claridad. Que la comisión está molesta por cómo tratas a la prensa, me planteaba ella, y "la prensa no me ha dicho que está enojada" contesté yo. "Además, les contesto la verdad, sin indirectas. Quizás eso les moleste a los de la comisión". Que los jugadores no van al "ganar como sea" y terminan regalando puntos a costa de un buen juego. "A eso tengo para decir", contestaba yo, "que el buen juego nos dará mas resultados que el ir hacia adelante 'como sea', porque el resultadismo nunca fue mi estilo". Aunque era mentira. En algún momento por supuesto que lo fue.
Bola que caía al área, bola que paraba de pecho y chutaba, como diría un gallego, a la escuadra mas lejana. Hasta que a Peine se le ocurrió preguntar algo que hizo retroceder todos los trazos de base o suelo que se iban dibujando en mis pies, y comenzaban a sostener las bases de una coherencia vital.
─ Bueno, bien. También están preocupados por tus salidas, por tus lapsus en cancha. Bueno, vos sabes de lo que te hablo, cuando... te "vas".
─ No... ─ la miré dudando, curioso porque me había perdido en la conversación ─ No entiendo. ¿A qué te referís con que me "voy"?
─ Eh... ─ miró hacia abajo y, lo que me sorprendió sobremanera, miró hacia atrás, donde se encontraba mi bicicleta, en clara seña de que quería que yo saliera corriendo. O creía que lo haría ─ Cristian, cuando estás en el banco y de repente te "vas".
─ Bueno, a ver, eso no me aclara nada, no entiendo a qué te referís ─ me estaba poniendo un poco nervioso porque la conversación se volvía extrañamente críptica.
─ Viste que hay veces que estás en medio de un partido ─ creo que la vi comenzar a transpirar, también ella se estaba tensando ─ y te vas para el vestuario gritando ─ La miré sin poder creerlo, ella me devolvió la mirada, preocupada, como si temiera, esta vez, romper un hechizo ─ O entrás a la cancha a gritarle al arbitro. Cristian, tenés que ser consiente de estas cosas. Perdón. Álguien te las tiene que decir. Sos un excelente director técnico, tus chicos empiezan a remontar de a poco...
A partir de ese momento no escuché mas. Algo cerró mi persiana. Un montón de esquemas se configuraban a mi al rededor y era abrumador. Transpiraba. Me toqué la frente, y esta me devolvió un par de dedos con sus yemas rojas. Otra vez. Y no había hooligans ni tubos de PVC, ni hinchas del PVFC, ni era una noche apacible con pizzas en la casa de Isabel. Cuando me quise dar cuenta estaba caminando y la voz de Isabel me llegaba desde atrás, lejos. Cada vez mas lejos. Y mis pasos comenzaron a aligerarse. "Te vas al vestuario gritando" me había dicho. Imposible. La única vez que recordaba haberlo hecho fue cuando hablé con mi madre. "Entrás a la cancha a gritarle al arbitro". Imposible. No recordaba jamás haber hecho algo así. No era mi estilo. Sí me recuerdo pasando largos ratos en la cancha sin saber qué hacer, porque las indicaciones ya están dadas y el equipo funciona. Y esos largos periodos donde no recuer...
Una gota llegó a mi nariz. La limpié y parecía ser mas oscura. Corrí, sin proponérmelo. Atravesé calles sin mirar, por lo que sabría después. Gente me gritaba cosas que no entendía. Cuando me cansaba de correr, descansaba caminando, pero jamás me detenía. ¿Podía ser cierto? En ese momento no atinaba a plantearme absolutamente nada. Sólo quería huir. Recuerdo comercios aislados, y la voz de Isabel que se aproximaba de vez en cuando, como ecos de las profundidades. Las nubes que techaban toda Burslem parecían perseguirme y no distinguía obstáculo humano de obstáculo mueble o inmueble. Me mojé con algo que alguien me volcó y que cuando se secó quedó pegajoso en todo mi costado izquierdo. Un par de viejos hablaban del Brexit, y los miré. Estaba cansado. La ciudad giraba sobre mis pies haciéndome dibujar un espiral con mi linea recta. Escenas aparecían y los trazos que iban dibujando una base sobre la cual pisar, se entreveraban con los personajes, que salían y entraban a escena. Mis jugadores al rededor mío, preguntándome si estaba bien. El presidente del club tomándome de las solapas en una reunión, violentamente, con mucha gente de traje alrededor. No recordaba nada de estas cosas y no sabía hasta qué punto eran reales. Me daba miedo pensar que lo fueran. Por eso corría. Qué iluso. Vi en otra escena a Isabel agarrándome de las ropas, como sosteniéndome, como atajándome para que no avanzara mas. La extraña familiaridad que sentí cuando me había tomado del brazo hacía unos instantes, tenía quizás su razón de ser en que ya me había tomado firmemente otras veces, en lugares y situaciones que no recordaba. ¿Qué me pasaba? Escribiría todo esto en algun momento. Pero el llanto en aquellos momentos no me dejaría ver el papel. Debía esperar.
Isabel me alcanzó. Venía en mi bicicleta y se me adelantó para cruzarse en mi camino. La esquivé como pude, pero se bajó y me agarró. La aparté con la fuerza que pude, pero no fue suficiente. Se fue por un instante. Lo siguiente es que estaba en el suelo, caído de bruces, por algo que me agarró de los pies para hacerme caer. Había sido ella. Se me puso encima. No pude moverme. Mi físico no era mas grueso que el suyo, por lo que realmente no pude moverme. La tapa de una alcantarilla estaba en mi omóplato izquierdo, traqueteando con el forcejeo de ambos. El paragolpes de un auto apareció de repente a mi derecha, a su izquierda, con sus faroles encendidos, e incineró sus ojos oscuros como dos carbones. Ella se asustó pero yo ni eso podía hacer. Me habló. Me dijo cosas que hicieron aparecer el mundo a mi alrededor, de repente y de a poco. Una imagen que intento trasladar a palabras desde que sucedió y nunca he podido. Ella vistió mis delirios de mundo. Les puso ropa de calle. Los pintó y así se materializaron edificios, coches, faroles, personas, diálogos y miedos. Sueños y compartires. Hizo que las partículas disueltas en mi realidad alterna se condensaran en aquello que debía saber de este mundo y de lo cual no me estaba enterando. Seguía hablando y de alguna forma podía recibir un significado sin entender las palabras. Sin reconocerlas. Sacó de su bolsito su teléfono. Buscó desesperadamente algo en él. Los autos tocaban las bocinas y nos insultaban. Creo que un uniformado estaba de pie a un lado de la escena: algo nos decía. Encontró finalmente lo que quería mostrarme y me lo mostró. Videos. Era yo. En la cancha, de diferentes ángulos, grabado con celular. El primer video lo reconocí. Era yo mirando las palomas del techo de la platea del estadio del Port Vale. Los siguientes me dieron náuseas y no pude evitarlo. Era yo también, en escenas que no recordaba.
─ ¡Cristian! vino porque se preocupó. No vino a decirte nada a vos. Vio en internet que pasaba algo, y se acercó. Nada mas. ¡Por favor!
─ ¿Pero qué tiene que hacer acá? ¡Es un hijo de puta! Estaba contando que...
─ Cristian Walcott es mi amigo. Te pido que te tranquilices
¿Esto era lo que realmente había sucedido aquella noche? Estaba comenzando a recordar escenas diferentes, nuevas, que por supuesto, y afortunadamente no habían sido grabadas en video. Pero las veía como grabadas por mis ojos, en archivos encriptados. Mientras tanto el teléfono de Isabel proyectaba en mis corneas, en mis cráneos, videos de aficionados en los que se me veía entrando a la cancha a increpar al arbitro, a abrazarlo, a decirle algo a un jugador. Siempre me iba expulsado. No tenía presente ninguno de estos momentos. Había mas. Había algunos en los que algún colaborador del equipo contrario me seguía grabándome mientras me iba de la cancha al vestuario gritando necedades. Había mas. Pero un oficial levantaba del suelo a Isabel, con mucha amabilidad para la fuerza con la que estábamos aferrados. El oficial no quiso ser descortés, pero invitaba a Isabel a pararse. Estábamos entorpeciendo el tránsito. Entorpeciendo el Sábado. Ella se soltó bruscamente de él y me dijo algunas cosas de cerca. Muy cerca. Yo no podía dejar de estar mareado, nauseabundo. Todo daba vueltas y ella seguía diciendo cosas hermosas, que si no le hubiera preguntado al otro día nunca las hubiera podido recordar. Mi convulsión era muy profunda. Pero aún así, algo de mi recibió las palabras y su significado. Algo detrás de mi corazón, detrás de mi conciencia. Y quedaría guardado eternamente allí, sin que yo pudiera recordarlo, o recurrir a ello, pero de todas formas siempre presente, irradiando un resplandor revelador que hacía retroceder las tinieblas. Esas palabras eran de una profundidad que no había conocido. Me soltó las manos (porque me tenía aferrado para que no la apartara) y me agarró la cara, me decía mas cosas que me llenaban el pecho de energía y de ganas de gritar. Mas mareado estaba porque seguían apareciendo escenas en mi cabeza, mientras ella me dedicaba poemas que nunca podría escribir. Porque ese momento no se puede volver a repetir ni en el mas complejo laboratorio. Así surge el poema mejor, cuando lo que hay que decir nos desgarra el alma y el cuerpo. Cada vez me hablaba mas de cerca. Hasta que no habló mas. Me besó y la besé, pero no por mucho tiempo. El oficial, al ver por dónde venían los tiras, ya la estaba levantando, y yo que no pude aguantar mas las nauseas. Tuve que inclinarme hacia un costado porque ya sentía subir los fluídos en mis tubos internos. Me volqué y vomité todo lo que tenía para vomitar. Sentí también que se iban volando muchas cosas, y quería cortar los hilos que acaso podían retenerlas. Mientras Isabel se iba detenida por un oficial. Otro se acercaba a mi para preguntarme si estaba bien.
─ Si ─ contesté terminando de escupir los agrios ácidos que todavía había en mi boca ─ Nunca estuve mejor.
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8 - Rancio sudor dominguero
Jamás me hubiera visto en una situación tan incomoda como la que viví ese viernes en la oficina de Smurthwaite. Pero los hechos no terminarían tan mal como lo esperé. Me encantaría relatarles los detalles de eta reunion pero hay un hecho que me lo impide: no puedo recordarlo.
Esa mañana no tuvimos entrenamiento y ya sabía que mas cerca del mediodía me reuniría con el presidente del club. Por supuesto que habría muchos temas para conversar pero había uno que se llevaría nuestras mas profundas tensiones, y era el desastre de mi imagen pública. Los medios habían estado bastante entretenidos usando mi imagen de la madrugada de hace un par de días para ilustrar sus paginas, y hacerse eco de los comentarios en redes sociales. En este sentido sucedería algo que no me esperaba para nada y que me jugaría a favor, y que mas adelante les comentaré.
Al llegar a la oficina del presidente me encontré con mi traductora que ya estaba sentada allí. Sentía muchas cosas cuando nos reuníamos allí. Sentía como que Isabel y yo fuéramos los padres del niño mas problemático de la escuela, y que el director nos quería invitar a la reflexión. Sentía que un juez quería que mi ex esposa y yo llegáramos a un acuerdo para la división de bienes y régimen de visita de los niños. Sentía que era un testigo protegido de un crimen y que mi abogada me defendía de las fauces del abogado de la defensa. Sentía un montón de escenarios nefastos para mi, pero en cierta forma me divertía. Por supuesto, ademas de ese labio inferior que flameaba en cada vociferación. El imaginarme en diferentes escenarios posibles era lo mejor que podía hacer en ese momento, cuando ya Smurthwaite hablaba sobre cosas que no puedo repetir. Supongo que habrá sido una especie de balance sobre los primeros partidos del Port Vale en la temporada. Isabel me traducía, pero tampoco la recuerdo. Solo recuerdo cómo me impactó su perfume cuando la saludé con un beso. Era su aroma personal mezclado delicadamente con esa fragancia también delicada, y me transportaba a miles de otros escenarios donde reinaban los colores mas brillantes y las sensaciones carnales mas básicas y placenteras.
─ Cristian, por otro lado quisiera hacerte una pregunta ─ comenzó mas solemnemente aún el jefe.
─ Si, si, dígame ─ contesté tratando de parecer lo mas presente posible.
─ ¿Usted tiene olor alcohol? ¿ha estado tomando?
Me quedé petrificado. Porque era real, había estado tomando toda la mañana. De ahí venía mi extravío. No estaba borracho, estaba mareado, como último remanente de sus efectos. Me olí la ropa, me olí el aliento, pero no atiné a contestar nada.
─ Dígame Cristian ─ continuó mi jefe ante mi no respuesta ─ ¿Usted tiene problemas con el alcohol? Ha habido episodio en los que…
Y allí las palabra se me diluyen nuevamente. Solo recuerdo que pude contestar que no tenía ningún tipo de problema, que agradecía los esfuerzos que hacía la institución por retener imágenes en las redes sociales que ensuciaban mi imagen (cuando en realidad el único que ensuciaba mi imagen era yo mismo). Aquí es cuando aparece otro tramo de los que recuerdo de aquel mediodía de agobiante reunión. Un motivo mas para amar a la Srta. Peine.
─ Disculpe que me meta Señor Smurthwaite ─ se disculpó hermosa mente la morocha del pelo mas lacio que había en el universo ─ pero no he podido evitar analizar las publicaciones en las redes sociales sobre este tema del señor Pueblos y me he sorprendido al ver que los comentarios tanto de los simpatizantes del Port Vale como así también los del Stoke City, son en su mayoría positivos y de aliento.
─ ¿Perdón? ─ contestó, repulsivamente, Smurthwaite.
─ Mírelo, he hecho algunas capturas de pantalla ─ le extendió su gigante teléfono al jefe, inclinándose sobre el saturado escritorio, indicándole que desplazara las fotos hacia la izquierda ─ esos son los enlaces a las noticias de los diarios que hablan del tema, y debajo los comentarios ─ siguió explicando Isabel, acomodándose un mechón travieso ─ Algunas fotos de perfil de las personas que comentan se pueden identificar porque tienen los colores de ambos clubes e incluso hay alguna que otra de hinchas de otros clubes que alientan al señor Pueblos.
El hombre del labio colgante inclinaba la cabeza hacia atrás, con ese clásico gesto de la gente que usa lentes y no se los quiere subir, y achinaba los ojos y arrugaba el entrecejo como si estuviera oliendo mierda, y desplazaba con un gesto también pestilente una y otra foto, sin siquiera terminar de leer los comentarios.
─ Qué… interesante ─ terminó por decir ─esto no lo había visto.
─ Hay mas comentarios dentro de las noticias, en las webs de los diarios ─ Isabel se inclinó nuevamente para recibir su teléfono de vuelta ─ Los medios se han empecinado por generar una historia con un enemigo común. Ridiculizando la imagen del señor Pueblos buscaban hacerse con mas ventas y mas visitas y mas comentarios, el amarillismo clásico de estos medios, usted sabe. Pero por el contrario, como usted ha leído, la gente se ha volcado, en su mayoría, a favor de Cristian Pueblos, recordando, e informando a los que no lo sabían, que a esa altura de la semana y pasado los días que pasaron eran realmente pocos, que este señor había defendido, junto con hinchas del Stoke city y vecinos de Burslem, la vida de una familia de las garras de unos salvajes hooligans del Manchester United. Se valorizó, en la mayoría de los comentarios, la imagen casi de héroe de Pueblos. ¿Ve esto? Seguramente ya lo haya visto ─ le extendió su teléfono, esta vez mostrandole desde su mano, la pantalla ─es una campaña en redes sociales contra la infamia de los medios y la impunidad con al que se manejan los medios digitales. Engloba varios casos de los últimos meses, pero sobretodo cobra relevancia con el caso de Pueblos. Miles de personas lo están compartiendo y es hashtag we are the truth. La gente siente que tiene la verdad mas que los medios.
─ Es realmente impresionante ─comenzó a hablar vehementemente Smurthwaite ─ pero no temrino de comprender adónde apunta, realmente, señorita Painache.
─ Si, perdón ─ se disculpó y casi sonrojada, guardando su teléfono en su pequeño bolso ─ apunto a que quizás no se conveniente dejarse llevar demasiado por la opinión de los medios, ya que la gente parece no hacer mucho caso, y ahora prefiere informarse de boca en boca, mas que por los medios digitales. The Sentinel, The Guardian, The Mirror, podrán decir mil cosas sobre el míster del Port Vale, pero la gente, ahora, sabe quién es realmente, y no se deja llevar fácilmente por estas mentiras que solo buscan captar lectores.
Se hizo un silencio bastante incomodo por unos instantes. Yo miraba al suelo, al escritorio, no quería saber la cara que tendría el jefe. Finalmente contestó.
─ Bueno, mas allá de eso, creo que un trabajador de este prestigioso club no puede mostrarse públicamente en estado de ebriedad, señor Pueblos ─ me miró por encima de sus lentes ─ Ese era también el tema de esta reunión. Fíjese que no estamos ejerciendo ninguna presión sobre su trabajo a pesar de que los resultados no acompañan. Pero si necesitamos que lleve una imagen un poco mas…
Allí comencé a nublarme nuevamente y no recuerdo lo que siguió después. Seguramente basura protocolar. El gesto de Isabel es lo único que deseaba recordar y relatarles. Esa fue la primera vez que nos veíamos desde mi huída de su casa, y de haberla dejado en la insulsa compañía del dundy Walcott, el hombre mas presto de Inglaterra. Al salir de allí ella me preguntó como me encontraba de los golpes y no hice mas que decirle la verdad, amando su preocupación.
─ Bien, tengo los moretones, y dolores al hacer algunos movimientos bastante básicos, pero en general bien.
El gordo se había quedado en su cueva, y yo había salido ya con la doncella. La doncella, dicho sea de paso, había hecho muestra de mas valía (estoy tentado de usar el tan futbolístico término de “huevos”) que los otros dos hombres. Aprovechando ese momento que teníamos para intercambiar palabras aproveché para agradecerle lo que había hecho el otro día, manteniéndome inconsciente en su casa, y lo que había hecho instantes antes, ayudándome a limpiar mi imagen y proteger mi trabajo.
─ Para nada, Cristian ─ comenzó a decir ante mi agradecimiento ─ No lo hice para proteger tu trabajo, porque eso te corresponde mas a vos que a mí. Lo hice fue justicia. No podía quedarme callada al ver lo que sucedía en las redes con vos, y al ver que este tipo no lo estaba viendo. Fue un acto de justicia simplemente.
─ Bueno, gracias por ser la justiciera del día.
Reímos. Amaba verla reír. Qué estúpido.
Luego de esa reunión, a esa hora tan inusual, tenía entrenamiento, por lo que el efecto del alcohol y el mareo que mantenía debía disiparse. Y pronto.
Caminé con mi bolso el largo camino desde las oficinas del club hasta los campos de entrenamiento pensando en la cantidad de latas de cerveza que tuve que patear para salir de casa. Y las arrastré con los pies, sin querer, hacia afuera. Y las tuve que patear dentro de casa nuevamente, para no dar una mala impresión a los vecinos. Al patearlas sentí la tela suave de la camiseta del Mercados en mi piel, sentí patear las pesadas pelotas en el entrenamiento en la cancha de tierra del Mercados, y sentí que eran tiros al arco, que ningún entraba. Sentí que le estaba pasando las pelotas al utilero, al terminar esa tarde de tiros libres. Miré mi camiseta verde del Mercados, y la vi. La vi transformándose. Los colores verdes y rojo se iban transformando como una nebulosa, en los colores blanco y negro del Port Vale. Tenía puesta la camiseta del Port Vale, y me dije que eso tenía un motivo. Salí de casa determinado a ponerme la camiseta del club de cuyos hinchas había obtenido un apoyo totalmente desinteresado, que expresaba un amor incondicional, como lo era el amor futbolístico, en Argentina, en Inglaterra, en Suiza o en Nigeria. El amor al fútbol trascendía toda barrera, y el técnico sudamericano que ahora tenían los Valiants tenía el apoyo que cualquier otro técnico anglosajón tendría en ese lugar. La camiseta del Port Vale se me dibujó en el cuerpo sin que yo la creara, y la retuve en mi corazón de allí en adelante. Algún tipo de alucinación me calzó desde el mas allá como bajada de algún decorado teatral universal, y yo me la aferré y tatué en el alma. Ese día, ese entrenamiento sería el primero de un nuevo comienzo. El director técnico del Port Vale a partir de ese momento sería un hincha mas del Port Vale Football Club.
Los jugadores ya corrían sobre ese verde césped que había ocupado mas de la mitad de mi vida con sueños de éxito, de trascendencia. Verlos ir y venir me generaba cierta inestabilidad e mi linea de horizonte. Los ayudantes de campo llegaban y me palmeaban la espalda y yo sentía en cada golpecito un “vimos lo que pasó, estamos con vos” pero en algunos, detrás de esa pretenciosa confraternación, pude ver algo como un ���no tenes mucho futuro aquí, perdón que te lo diga”. Lo malo era que no me lo decían: yo lo imaginaba. ¿Porqué no me lo decían? No tengo idea, ya no había barrera idiomatica. Ya se acomodan todos. El utilero traía las bolsas gigantes con pelotas, y los conos y los comenzaban a acomodar como era costumbre todos los días, salvo que yo les dijera lo contrario, o que haríamos fútbol reducido. Lo veía todo como un espectador. No me involucré en ningún momento. Lee Nogan vino a hacerme unas preguntas, y le hice un gesto de que si, que hiciera lo que le pareciera. Me miró un poco turbado. Una mirada que me cuestionaba, que me quería plantear reflexión, pero no le di bola.
Las butacas de enfrente, que figuraban en un muro insondable por encima de las cabezas de los movedizos jugadores, comenzaban a flotar sin control ni parámetro en una marea de naufragio, y me eran intocables. Esas letras, las clásicas PVFC, no se desformaban para nada, en ningun momento, como si la identidad de la marea fuera inviolable, y tuviera su marca registrada marcada a fuego. Los colores de las butacas variaban, viajaban. Mas claras mas oscuras. Un jugador me vino a decir algo, desapareció de mi vista y apareció, me dijo algo señalando sus costillas, me miró un instante y se fue. Le comentó algo a mi asistente Nogan que se dio vuelta y me miró. Se acercó y me preguntó si estaba bien, si no quería sentarme, y le contesté algo que le dibujó una expresión de escándalo en el rostro. Un instante después tenía a todos los jugadores y miembros del equipo técnico al rededor mio.
Los conos naranjas habían quedado allá, lejos. Llegaba a ver apenas uno o dos entre los cuerpos inestables de los jugadores. Con todos alrededor debo admitir que flaquee, que mis piernas no se sintieron del todo seguras, y que mi estado, ya de por si impredecible, podría traicionarme en cualquier momento. Esa noche, ya mas lúcido, vería toda esta obra como uno de mis momentos mas salientes como Manager del club, y la contemplaría como quién contempla su mejor obra, en la mejor pared. Pero mientras transcurría y todos los jugadores me miraban esperando que hable, prácticamente no me daba cuenta de nada.
Miré a un lado y a otro. Vi que estaba Montaño a mi derecha, así que retrocedí un par de pasos y me apoyé en su hombro. El se apoyó en el mio pero sabiendo que era a él al que le tocaba ser el sostén de ambos. Me soportó toda la charla. Sus miradas estaban mas que atentas, quizás como nunca antes.
─ Vengan, acérquense ─ comencé a decirles, viendo que el espacio que quedaba entre nosotros era demasiado grande para la intimidad que contenían las palabras que tenía para decirles. Nadie cree, al día de hoy, que el discurso de ese mediodía fue totalmente improvisado.
Comencé por hablar en abstracto y les conté una historia casi de fantasía que tenía que ver con una mariposa, no recuerdo bien. Ningún de ellos sería capaz de recordarla luego. Cuando algunos medios locales les preguntaban sobre esta charla ellos comentaban que había sido sobre una mariposa que reflejaba los colores del sol, y que en su aleteo, al juntar las alas, no dejaba que la luz bañara sus alas, porque al juntarlas en el aleteo quedaban tan juntas que no las alcanzaban los rayos de sol. A pesar de esto la mariposa seguía aleteando, juntando y separando sus alas, sabiendo que la luz la bañaba a veces, y a veces no, a veces si, y a veces no. Recuerdo que inmediatamente luego de este relato pude ver un par de mariposas que llegaban a todos nosotros, e incluso hice el gesto de poner la mano para que alguna se pose en mi, pero luego me dirían los muchachos que nunca hubo mariposas entre nosotros ese día.
─ Así es que un jugador de fútbol entrena. Sabiendo que quizás el domingo no convierta un gol, que quizás su equipo no gane, o que quizás no salgamos campeones, ni lleguemos a conquistar el ascenso ─ en este punto levanté la vista viendo esas mariposas hechas de palabras que viajaban en el aire, y se perdían entre la maraña de fierros que se enredaban en la platea cubierta del estadio, que nos daba la sombra necesaria para tener cierto fresco ─ Así funciona la vida de un luchador muchachos. Las historias de gladiadores invencibles son mentira.
Montaño no flaqueaba en su sostén, y le preocupaba mi poca estabilidad. Creí ver por el rabillo del ojo que ponía caras de preocupación mirando a sus compañeros, que se las devolvían diciendo que escuche. Sentía gente llegar por detrás. Fue cuando decidí tocar el tema que todos estaban esperando que toque. Y así derribar otra barrera entre ellos y yo, entre todo ente en el mundo que no fuera yo, y yo.
─ Ustedes saben que en los ultimos días he sido foco de criticas en medios locales y nacionales por fotos que han trascendido ─ el silencio que era relativo, aquí se hizo absoluto ─ Lo que ustedes no saben es que hinchas del Port Vale se acercaron a mi peor versión esa noche, y me ayudaron a llegar a casa. Eso es un gesto que un hombre no olvida jamas. ¿Qué obligación tenían ellos de hacerlo? Ninguna, sin embargo lo hicieron igualmente. Los colores de esta camiseta se me dibujaron en la piel esta mañana, y no voy a dejarme llevar por números ni promesas, ni plazos, ni propósitos grupales. Lo que se siente por un club es irreversible, el amor a una camiseta, a sus colores, va mas allá del amor a cualquier otra persona. Es mas fuerte que el hierro mas fuerte y resiste la traición, la derrota, el fracaso y la frustración mas profunda y cruenta. Mas cosas han sucedido esa noche que seguramente habrán leído ─ un murmullo se apoderó de ellos en ese momento, pero no salían de ese estado de escucha ─ No me voy a poner a darles una lección de valor porque sería de lo mas hipócrita. Hubiera sido mas valioso que yo dijera: “me voy a enfrentar a las fieras mas feroces porque no les tema” y luego me encaro con las fieras, las derroto, y vuelvo victorioso diciendo “vieron, les dije que mi valor era gigante” ─ rieron como niños ─ Así hubiera estado bien, pero no sucedió ni sucederá así. Para mi sería muy eficaz decirles que esa disputa la fui a buscar y que gané y bla, bla, bla. Lo cierto es que estaba cagado hasta las patas, y que mi presencia allí no fue necesaria. SI no hubiera intervenido todo hubiera salido igual. Y tuve valor porque otras personas a mi alrededor tuvieron valor.
La charla continuó y no me sacaban los ojos de encima. Luego vino la mejor parte, donde les dije algo como que el valor de salir a la cancha con esos colores todos los domingos no era salir con la esperanza de ganar, porque así la esperanza se transforma muy rápido en desesperanza. La magia de salir a la cancha con esos colores era salir a jugar todos juntos y pasarla bien. Disfrutar de un momento de lo que aman hacer, buscar siempre la mejor forma de hacerlo y elevarse mas y mas haciéndolo. No recuerdo las palabras exactas con las que les hablé de todo esto, pero se que fueron las correctas; casi todos me entendieron. Aquí hice entrar la poética, y por esto es recordado este discurso, de este día, de ese mediodía, y de esa altura del torneo. A partir de ese día, todo sería diferente en el primer equipo del Port Vale. No pude dejar de mencionarles las miles de veces que en estos meses me había sentado a leer poesía de sus compatriotas. A estas alturas ya era casi un fanáticos de Shakespeare, Byron y otros, y les hablé de la poética del fútbol. De la pasión con la que un verso refleja tan patente el amor de un hombre por una mujer que ha muerto, o que no lo elije. El remate de un delantero desde afuera del área hacia un angulo también podía ser poesía. Acariciar el balón con los cordones bien atados, el impacto de esa pelota que se deforma en su pie y que viaja en un instante que es eterno, paralizando los corazones de los hinchas y que sale dos o tres metros por fuera de los palos, impactado en la cara de algún niño o una mujer mayor que se tapa con los brazos.
─ Pero ese balón podría entrar, mister ─dijo uno desde atrás, no se si fue Smith o Pope. Algunos rieron.
─ Por supuesto que sí, pero no es determinante ¿se dan cuenta como sus cabezas están determinadas a que la pelota siempre debe entrar? ─ varios se miraron, un poco confundidos
─ Pero si las pelotas no entran al arco de enfrente ─ comentó Worral con los brazos cruzados ─ los partidos no se ganan.
─ Eso piensan ustedes ¿Meter mas goles que el rival es la única forma de ganar un partido?
─ También se puede sobornan al equipo rival o al arbitro ─ dijo el defensor Anderson. Varios rieron y el defensa central se ligó un coscorrón de un compañero.
─ Vamos, muchachos. Meter goles, o meter un gol no es el objetivo del fútbol. Ustedes deberían verlo, han jugado a esto todas sus vidas y siguen creyendo lo mismo que creían cuando tenían cinco años y jugaban con amigos en la calle, o en la play, o miraban los partidos por TV. El fútbol se gana si se disfruta, si se vive como hombres de bien, como mujeres de bien, si se respeta al rival dando todo de si. No desarmandonos y dando la vida, porque la vida la necesitaremos para jugar el próximo partido, y seguir disfrutando de nuestro deporte. Dando lo que tenemos que dar, lo que podemos. Pensando, siendo inteligente, comprometidos, y disfrutando de jugar con amigos al deporte que amamos. No ganamos. No ganamos de nuevo, perdimos, y perdimos de nuevo. Estamos a muchos puntos del líder, y la prensa comienza a hablar ¿ese es el fútbol que a ustedes les gusta, el que eligen mirar, vivir? Pobres. Pobres de ustedes.
Di media vuelta y me fui. Creo que alguno se habrá percatado del bamboleo de mi andar. A entrar en el pasillo que lleva a la cancha creo que me crucé con el presidente pero no lo miré. Puede que haya estado también Isabel, no lo sé. Mientras me bañaba me vino a hablar Gary. Me preguntó desde uno de los bancos en medio del vestuario si volvería, y qué debían hacer ese día. Le contesté desde la ducha que debían disfrutar del trabajo que amaban. Todos. Y serían felices. Luego le pedí que me dejara porque me dolía la frente.
Un entorno bastante similar a la plácida Burslem nos esperaba en Chesterfield, a una hora y cuarto de viaje, hogar del Chesterfield FC, equipo al que enfrentábamos ese domingo. Casitas del tipo duplex, algunas con ladrillo visto y las típicas puertitas pegadas a la casa de al lado con una sola ventana al frente y un primer piso también con una sola ventana. La homogeneidad que se veía de a ratos en Burslem, en Chesterfield era imperante, exhaustiva. Nuestra victoria por cuatro a cero nos dejó bastante conformes ese día y el resto de la semana. Los medios aficionados blanquinegros vinieron a ofrecerme sus felicitaciones y a mostrarse felices luego de la abultada victoria, y las preguntas sobre las comprometidas imágenes que se habían viralizado no tardaron en caer. Las eludí con palabras un tanto pedantes, pero no se me hubiera ocurrido de ninguna manera detenerme a hablar de esas cosas cuando el equipo debía sentirse orgulloso de una solida victoria de visitantes. Algunos, los menos amarillistas, me preguntaron si creía que la interesante charla que les había dado el pasado viernes había influenciado para bien a los jugadores. Contesté a mi manera que no entendía cómo se enteraban de esas cosas. A pesar de estas idas y venidas con la prensa, siempre en movimiento por mi parte, lo mas vergonzoso estaría por llegar.
Atravesé a la multitud de fotógrafos que se agolpaban para tomar imágenes de los jugadores abrazándose con sus compañeros que habían ocupado el banquillo, haciéndose bromas por goles errados, o por algunas fallas que quedaban siempre en el humor, característico de la alegría del triunfo. Yo por mi parte estaba calmado. Un resultado no debía desfigurar el objetivo de disfrutar con el balón en los pies. Ese día habíamos dado un paso importante hacia comprender lo que debíamos hacer en la cancha: era momento de no olvidarlo, de mantenerse allí. Al llegar al vestuario no sabía si había transpirado tanto de ir y venir en mi cuadrilatero o era que me había llovido cerveza desde las tribunas. Confirmaría lo segundo unos minutos después al bañarme.
Mientras los muchachos festejaban casi un campeonato logrado en el vestuario, apareció algo que nunca pensamos que podríamos encontrar allí: El presidente del Port Vale, Smurthwaite. Entró como si fuera muy habitual verlo en el vestuario cada partido, “en las buenas y en las malas mucho mas” diría el sufrido cantito argentino. Pero lo cierto es que no era normal verlo, ni siquiera cuando jugábamos de local. Luego, hablando entre nosotros, tampoco estabamos seguros de que alguna vez hay ido siquiera a la cancha. Mi cuerpo técnico no estaba muy abierto a hablar del tema.
Al entrar, visiblemente transpirado, y condicionado por su pantalon y cmaisa que le quedaban bastante apretados, comenzó a saludar uno por uno a los jugadores, amistosamente, alegre por la victoria. Bueno, en realidad, en ese momento pensé que mas bien estaría alegre por un montón de beneficios que aparecen para él a raíz de la victoria. Pero, en fin, estaba alegre. Mis players lo saludaban naturalmente, a ningún se le ocurriría mostrarse sorprendido, a no ser que fuera un bufón, y no había ningun bufón en la corte de los Valiants. No recuerdo quién de los jugadores me vino a dar unas palmadas en la espalda y me dijo algo como “bueno, mira quien vino, ¿tendrémos premio hoy?”. Evidentemente ellos tampoco estaban muy felices con la oportunista visita del jefazo.
LO veía cmainar a los saltos, como queriendo exagerar su alegría. No terminaba de abrir los ojos jamas ya que la mueca de fingida sonrisa se lo impedía, y me parecía mas y mas repulsivo. Esas majillas grandilocuentes, de un rosado de ebriedad, y brillantes por un rancio sudor dominguero, parecían a punto de explotar, y de hacer hundir los ojos, que nunca volverían a versele. El cinturon estaba totalmente oculto dertás de su planetaria esfera abdominal, y llegué a pensar que quizpas estuviera usando dos cinturones para mas seguridad. No podía confiarse semejante presión para un solo cinto. Empujaba a alguns jugadores sin darse cuenta, al darse vuelta, y estos lo miraban con mala cara; él no se inmutaba. Rebotaba y rebotaba hasta el siguiente empleado, digo jugador, y los estrujaba y levantaba por el aire. Alguno que otro se limpiaba el sudor que la esfera grasosa dejaba en su piel. Al abrirse y cerrarse la puerta del vestuario se veía que afuera estaba la secretaria del presidente, esperando impaciente a que este terminara con su ritual de agradecimeinto. Me pareció una situacion vergonzosa e innesesaria que este dinosaurio hubiera podido evitarle a su empleada, ya que era una secretaria, no una esclava.
Mis calores iban subiendo y esa intensidad en el pecho se iba complejizando. Mi mente no paraba de viajar a miles de kilometros por segundo desde un posible asesinato a otro mas violento, o menos culposo. Mi mente no paraba de imaginar como sacarlo de ahí, y luego, mi mente no paraba de imaginar alguna manera de pensar que me permitiera tomarme todo ese show del presidente presente, de una manera mas amable. No podía. Mi mente no encontraba nada en los archivos del protocolo. Los ficheros estaban vacíos, no podría sacarme de ensima al gordo ese día y quedar bien con él en la misma acción. Correría mas sangre que la otra noche enfrente a la casa de Isabel Peine.
Yo me encontraba de brazos curzados contemplando la escena, escribiendo algunos mensajes a periodistas de algunos medios de comunicación que me texteaban para saber si podría salir en vivo en algunos minutos. A todos los contestaba que luego les contestaría. Tambien me escribian fans y personas del club. Copiaba y pegaba el mismo texto a todos “Gracias, pero, escribile también a los jugadores. Ellos son los que corrieron hoy.” seguido de una hermosa carita sonriente con una aureola de santo.
Cuando terminó su seguidilla de estrujadas violentas vino hacia mi. Lo vi venir lentamente, aunque lo hizo de forma rápida. Mi espacio temporal ralentizaba todo momento que significara su lejanía. Lamentablemente la escena en la que él participaría sería también extensa, y tardaríamos en sacárnoslo de encima, no sin una posterior bajada de linea hacia mi comportamiento institucional. Me estrujó también, especialmente, y me levantó unos centímetros. Lo odié. Mas y mas. No había pronunciado palabras alusivas a los jugadores, y el sonido que reinaba era el de los hinchas fuera, cantando y sobretodo el de los jugadores cantando dentro. Todavía había periodistas fuera del vestuario, esperando que saliéramos. Smurthwaite se quedó unos instantes contemplando su plantilla en vivo festejando el triunfo y luego de un momento me dijo al oído:
─ Ese ejecutivo del Stoke que salvaste ─ hizo el gesto de las comillas con los dedos al decir salvaste ─ el otro día, está acusado de malversación de fondos del club, de pago de coimas y de quedarse con dinero institucional ─ Volvió a ponerse en su posición erguida y concluyó inflando el pecho ─ No debiste haberlo ayudado.
No podía creer lo que escuchaba. Trataba de decirme que ese hombre, con su familia, en su casa, no debía ser ayudado por tener causas judiciales en su contra. Es decir que el ser humano que quizas, según la justicia o los medios, ha cometido errores de ese tipo, no merece ser salvado, ayudado, ni su familia tampoco. Algo se me atragantó. Como si no tuviera suficiente con su hipocrita alegría y mentiroso respaldo. No lo miré inmediatamente, dejé pasar unos segundos. Seguí mirando a mis jugadores en cuero, en calzones empujándose entre ellos, y algunos, la mayoría ya mas calmados, comenzando a enfilar para las duchas del Proact Stadium. Busqué, en la contemplación de la alegría inocente, borrar la repugnancia de mi pecho. No pude. Y me arrepentiría.
─ Chicos ─ les grité para llamarles la atención. Si, interrumpí algunos festejos ─ Les voy a pedir que me escuchen un segundo ─ Se fueron acomodando, algunos me miraban con extrañeza ─ Como habrán visto hoy tenemos la visita del señor Smurthwaite. Me gustaría que paremos un poco con la algarabía ya que no hemos ganado nada si no nos dimos cuenta de que la felicidad es el partido, no el post-partido ─ muchos callaron, muchos miraron al piso, compungidos, otros miraron al techo, fastidiados ─ Brown ─ dije buscándolo con la vista al portero titular, levantó la mano ─ ¿Qué te dije el otro día en el entrenamiento, te acordás?
El blanquisimo arquero me miró entrecerrando los ojos, como tratando de recordar y finalmente respondió dudando
─ Qué me estirar mas para para las pelotas que vayan a los palos, creo.
─ Pero, ¿no te acordás las palabras justas que te dije?
─ Si, creo que… ─ miró esta vez al blanquisimo techo del vestuario del estadio de Chesterfield, como buscando allí la frase exacta ─ Me dijiste que me estirara en el aire, despegandome del piso, como si la tierra se separar de mi y no yo de ella, como soltando un peso…
Todos lo miraron, otros comenzaban a darse cuenta lo que sucedería. Percibía cierta incomodidad en el presidente del club.
─ ¿Smith?
Levantó la mano el rubio, y respondió:
─ Tratar de mirar al rededor, estar atento, no sé…
─ Pero las palabras exactas, Nathan… ─ le pedí.
─ Que fuera el operario de la maquina. Que si sale humo gire los engranajes, que si se enfría le eche carbón. Mmm… ─ pensó un instante ─ Que sea el Napoleón santo, que no mate sino que trascienda las lineas enemigas para regalar rosas, sin matar. Para abrazar con el gol ─ se rió y rieron algunos alrededor que le dieron unas palmadas que lo despeinaron ─ ¡Qué ocurrente, míster!
Le pregunté lo mismo a un par de defensas suplentes, y a uno de los delanteros, y confesaron la forma poética en la que les di las indicaciones en el último entrenamiento. Los colores, y los calores, del presidente iban subiendo, caldeandose en su propio caldo. Recién entonces lo miré.
─ ¿Ve? A estos hombres hay que tratarlos con amor, con respeto. No son números, ni esclavos. Yo tampoco lo soy. Espero que me trate con el mismo respeto.
Junte mi bolso. Lo miré un instante en el que me miró con la boca abierta, balbuceando intentos de respuestas altisimas, de las cuales ninguna salió de su boca.
Me fui a bañar.
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7b - el joven rojizo
Salté del sillón como había hecho Isabel hacía unos instantes. Caía, como esos meteoritos, en la realidad que me rodeaba. A veces me abstraía demasiado pero era parte del combo de mi personalidad. Salté por encima de la mesa ratona con las pizzas y me dirigí a la puerta que estaba a cinco pasos en la pequeña casa de Isabel. Salí y pude ver el espectáculo. Era triste, impactante y espectacular. También violento, porque el incendio que teníamos delante no había sido accidental. Siete u ocho tipos con camisetas del Manchester United estaban en la puerta de la casa de enfrente, violentando puertas y ventanas para entrar. No entendíamos porqué. ─ ¿Pero qué pasa? ─ pregunté mientras pisaba la calle que estaba cortada por la gente que comenzaba a llegar y por los mismos vándalos. ─ No sé ─ contestó Isabel que se encontraba apenas afuera de la casa ─ creo que han tirado unas molotov. No te acerques Cristian, están borrachos o drogados. Ya un vecino está llamando a la policía.
En sus ojos pude ver el danzar de las llamas y si no hubiera sido porque había una casa de familia incendiándose, con gente dentro, me hubiera quedado extasiado mirando sus pupilas eternamente, y el reflejo de esa llamarada danzando en los ojos de la bailarina. La próxima vez encenderíamos el hogar. ─ Son Hooligans ─ agregó mi traductora ─ son como los barra-bravas de Argentina. Son muy violentos. Pero no sé qué están haciendo acá en Stoke. Con los brazos se abrazaba a si misma, como si quisiera contenerse de la impresión que le generaba la escena. Más gente salía de sus casas y algunos se acercaban gritando, pero eran ahuyentados fácilmente por las imponentes y agresivas figuras de los excitados hinchas del club de Manchester. Algunos estaban a punto de hacer ceder una ventana y no pude juntar el valor para gritarles. Creo que hubiera sido una idiotez. No faltarían idioteces esa noche. ─ El Manchester juega contra el Stoke por la FA Cup esta semana ─ dije, recordando lo que había visto aquel día en los resúmenes deportivos de la tarde ─ Quizás sea la casa de algún hincha o alguien del Stoke City. Qué hijos de puta. ─ Pero, ¿porqué harían algo así a alguien inocente? ─ preguntó inocentemente Isabel. ─ Es parte del fútbol, Isa. ─ Recuerdo, como se recuerdan las primeras veces, significativas, que esa fue la primera vez que me animé a llamarla Isa. Qué estupidez ─ El fútbol tiene estas cosas. Es el deporte que amamos pero también el que nos pone en el lugar de simios en estas situaciones. ─ No me gusta esta cara del fútbol ─ dijo mirándome ─ Casi que te puedo comprender cuando decís eso de… bueno lo que decías hoy del fútbol. Estas cosas son espantosas. En ese momento, cuando ya eran cerca de diez las personas que salían de sus casas para ver como espectadores de lujo el incendio y los destrozos que estaban haciendo estos tipos a esa casa de familia, un señor canoso, medio pelado, con un pullover a rombos y pantuflas, se acercó y nos dijo algo en voz alta. No pude entender qué fue lo que dijo pero lo único que entendí fue “Clayhanger”: el nombre del bar que estaba a un par de cuadras de allí, donde estuvimos con Isabel, donde tuve el trance de la School of Arts. Señalaba en dirección al bar, y era como si nos estuviera echando. Insistía vehementemente. ─ ¿Qué dice? ─ Le pregunté a Isabel. ─ Dice que en el Clayhanger están los hinchas del Stoke, pero… ─se detuvo, como si dudara de seguir, y ademas no comprendiera el sentido de las palabras del viejo. ─ ¿Y qué mas? ─ insistí, porque adivinaba un filtro intencional en su traducción. ─ Dice que los llamemos para que echen a los hooligans. La idea me pareció increíble. Épica. Podía haber sangre, daños irreversibles, pero también había vidas en juego dentro de esa casa cuyo fuego comenzaba a expandirse. Me encaminé hacia el bar sin dudar y le dije a Isabel que se metiera en su casa. Nunca se sabía qué reacciones podían tener esos tipos. Pasé por enfrente de un montón de gente que contemplaba el espectáculo que iluminaba la noche. Fui revisando con la mirada a todos ellos y agarré de un brazo a un hombre que estaba allí. ─ Lets get some help ─ “consigamos ayuda” le dije al tipo, un hombre de barba y regordete, de lentes con marco negro, grueso. No sé porqué pero supe que me entendería y ayudaría ─ to the Clayhanger. Le dijo algo a su mujer que estaba junto a él presenciando los desmanes. Un adolescente miraba el espectáculo desde el marco de la puerta de su casa. La mujer lo miró con duda, y me miró odiándome, dio unos pasos para atrás hacia su hijo y se metieron. El tipo me siguió. ─ Sorry for my english, i’m argentinian. ─ Are you the Port Vale’s boss? ─ me sacó en seguida, no había muchos argentinos en la zona, evidentemente. Me lo preguntó mientras acelerábamos el paso, casi trotando, en el agite, él detrás de mi con su cabello castaño oscuro al viento, y sus gafas empañándose. ─ Yeah. Luego de una corrida de un par de cuadras llegamos al bar y entramos. Había algunos muchachos con camisetas del Stoke, efectivamente. El hombre, vecino de Isabel, tenía razón. Además había otra poca gente disfrutando de unas birras. Los hinchas del club mas grande de Burslem estaban en una mesa al fondo, cantando alguna canción de cancha de arenga a sus colores. Todos levantaban en alto sus porrones de cerveza y la mayoría del contenido se les caía en la mesa. Un par de ellos estaban mirando sus teléfonos y se los mostraban entre sí, como si les estuvieran informando del incendio y de la presencia de hoolingans del United en Burslem en ese preciso instante. Nos acercamos y mi compañero les dijo que tenían que venir a ayudar. Les hizo un gesto rápido de síganme y les explicó en tres o cuatro palabras la situación. Y salió. Algunos hicieron caso enseguida, dejaron sus cosas en la barra para que se las guardaran, sabiendo de antemano que podían perderlas, y salieron del local hacia el incendio. Otros dos se quedaron sentados porque no eran concientes de nada de lo que pasaba fuera de sus cuerpos. Estaban totalmente ebrios. Tampoco que los que partieron en seguida al rescate estuvieran totalmente sobrios pero al menos seguían en contacto con la realidad. Al ver que salieron, nos encaminamos de vuelta al lugar de los hechos. Algunos habían salido con sus porrones y cuando doblamos la última esquina antes de llegar allí, vaciaron el contenido de los mismos ya sea tomándose la cerveza o tirándola en la calle y rompieron los porrones contra un poste que había en el cruce. Creo que uno de ellos dio la orden de hacer de los porrones, armas. La imagen de los mil pedazos de vidrio rompiéndose, vidrio grueso y esmerilado, con letras de las marcas de cerveza divididas en pedazos que volaban por doquier, hacia mi, hacia vos, no me la voy a borrar nunca de la cabeza. El cenicero-hombre-de-vidrio se había roto. A lo lejos, los hombres del Stoke vieron las camisetas rojas intentando entrar a la vivienda. Al final de la calle se podía empezar a ver un lejano reflejo de luces policiales. No les importó. A medida que se acercaban a la casa en llamas la gente los veía pasar y volvían a meterse en sus casas. No todos estaban al tanto del inminente enfrentamiento futbolístico Stoke City - Manchester United, pero por el solo hecho de ver dos grupos con camisetas diferentes (una a rayas blancas y rojas la de los locales, y la otra toda roja), de noche, con fuego y vidrio involucrado, y que ademas uno de los dos bandos eran hoolingans, era para meterse en la casa y mirar todo desde dentro. Y acaso grabarlo para compartir y hacerse popular por un rato. Me pregunté en ese instante si el color rojo en la camiseta de ambos, mas presente en la de los visitantes, era una antesala de los fluidos rojos que correrían, y una fuerte presión invadió mi pecho. Los hinchas del Stoke seguían avanzando con las armas ex-porrones, en la mano, y comenzaron a gritarles a los hooligans. Yo iba unos pasos detrás de ellos. Cuando me quise dar cuenta mi compañero de trote se había metido en su casa con su familia. Me pareció correcto, yo tendría que haber hecho lo mismo. Estaba unos pasos por detrás de los locales y pude diferenciar unas palabras que uno de ellos le dijo a otro: es la casa de alguien, no llegué a comprender el nombre. Asocié fácilmente: era la casa de alguien del club, y los hooligans, en su escaces de materia gris, decidieron tomar represalia contra su casa. Les gritaron, los intimaron a dejar esa casa. Los Reds (como les llaman a los del United) comenzaron a voltearse de a poco. Los que hacían oídos sordos fueron alertados por los demás. Enseguida hicieron frente al grupo que llegaba y comenzaba a agitar los vidrios en el aire. Miraba la escena unos pasos por detrás, no tenía una idea clara de lo que yo estaba haciendo ahí, pero por alguna razón me quedé. Miré hacía un lado y pude ver a Isabel. Me llamaba. Me hacía gestos con la mano para que entrara. Le hice un gesto con la mano para que entrara. Hizo un gesto de que no. Hice un gesto de que si. Entró, cerró la puerta y yo me quedé afuera. Pronto me daría cuenta de lo que estaba esperando sin saberlo: desde detrás de mi aparecieron cinco o seis hombres con palos y caños también gritando. Se nos unían en la disputa. Alguno de ellos incluso se habían calzado la casaca roja y blanca del club local. Un hombre relativamente mayor se acercaba con una escopeta, y otro con un saco, que le quedaba un poco raro con los pantalones cortos y las pantuflas que llevaba, se acercaba con la mano metida en la solapa, como sugiriendo un arma sobaquera. Los hooligans no recularon. A pesar de estar inferioridad de condiciones con respecto al numero, se sabían con mas fuerza y violencia que los vecinos de Burslem. Además de contar con el frenesí, el éxtasis, y la mentirosa valentía de la que dotan las drogas y el alcohol. Me encontré con nada en la mano y los hombres que llegaban desde mis espaldas me apartaban al pasar y me decían “go home, man”, justamente por lo mismo, creo. No veían que estuviera muy decidido a combatir, partiendo de que no tenía elementos para defenderme. Desde las espaldas de los del Stoke pude ver cómo comenzaron a enfrentarse luego de intercambiar unas palabras a los gritos. Las armas se agitaban en el aire y caían sobre espaldas. Caían sobre cabezas. Sobre brazos defendiéndose. Se escuchaban gritos, y ademas gritos de mujeres desde dentro de las casas. El terror aumentaba con gritos de mujer. A mi me parecía que sonaban los Guns N’ Roses. Los hombres que había llegado en ultima instancia avanzaron y se metieron entre los hombres mas alcoholizados. Agitaron sus armas. Otros golpeaban desde atrás. Isabel miraba por la ventana. No podía dejar de mirarla de vez en cuando. La sentía. Me sentía también. Así que me sumé. Corrí hacia el tumulto que me había quedado a unos veinte metros. Corrí sin frenarme. Recordé mis épocas de futbolista. Corrí y cuando llegué a la masa de cuerpos, salté. Cuando salté pude ver las luces de la policía asomar por detrás de los reds. No me importó. Cuando caí del saltó lo hice con una mano que cayó sobre el hombro de alguien, no sé si propio o ajeno. Y ya me encontraba hablando de “nosotros y ellos”. Tomé parte tan rápidamente. Siempre me pasaba. Caí tan bajo al aterrizar que estuve entre las piernas de todos. Me costó incorporarme por los golpes que caían. Me incorporé. Caía hacia atrás y volví al levantarme. Recogí un palo, un bate creo, que estaba tirado. Lo levanté en el aire y le di a un Red. Pero al verlo otro, tomó mi arma y comenzó a tirar de ella y se armó una zinchada de dos. Tiré y me resbalaba por el asfalto. Alguien se me sumó y tiramos. Ganamos, y con el bate de nuevo arremetí. Todos estaban enredados en la disputa. Había dos de ellos que estaban tan rojos como sus casacas. No por la adrenalina del momento sino porque sus caras estaban llenas de sangre. Algunos de los nuestros también tenían sangre, pero no reparaba tanto en sus rostros. Uno del United arrastraba a otro lejos, al cordón de la calle: no podía dar mas de si. Un par de los nuestros también se retiraban, y las luces de la policía estarían quizás a dos cuadras. Creí ver el reflejo de capó del coche patrulla. Por detrás escuché mas gritos, de alto, de policía, pensé. Un par de disparos al cielo sonaron. Había un caño tirado, lo levanté y se lo enterré en el estomago a uno que no paraba de pegar patadas a un hincha del Stoke que estaba tirado en el piso, un hombre que pasaba los cuarenta. Sentí mi cara húmeda y gotear, demasiado para ser sudor. Me toqué la frente y teñí mis dedos de rojo. No me asusté porque no sentía ningún dolor, pero si que estaba cumpliendo un propósito. Los bomberos ya apagaban el incendio, nunca los había visto venir. Mujer, marido e hijas, lloraban en la vereda con mantas que las envolvían. Si, como en las películas. Me sentía regocijado de haber podido ayudarlas, y de haber podido evitar que estos animales las asaltaran en su propia casa. Animales… Pero, si ellos eran animales, violentando el hogar de gente inocente ¿Yo, que había golpeado varias cabezas y espaldas con palos, caños, y que había dado a matar, qué era? No era momento de reflexiones, la policía todavía no llegaba. Los disparos seguían pero nadie gritaba por lo que supuse que serían al cielo. Varios de los nuestros se retiraron al ver que los visitantes menguaban. Uno del Stoke discutía con un Red que yacía en el cordón, y que no podía contestarle. Mis oídos estaban aturdidos y si alguien me hablaba no lo escucharía. Quedábamos cinco de un lado y seis del otro. Esto no daba para mas. Estábamos todos afectados por la seguidilla de movimientos. Muy golpeados. Uno del United se me abalanzó, como haciendo acopio de sus ultimas fuerzas. Me derribó, era muy pesado. El pelado me aplastó con todo su peso y comenzó a caer con sus puños sobre mi cabeza. No dio la mayoría de los golpes, pero si dio un par que me dejaron aturdido por unos instantes y destrozaron mi nariz y pómulos. Alguien del Stoke le voló la cabeza con un caño. La policía llegaba. Había gente tirada aquí y allá. Algunos inconscientes, otros recuperándose. Me aparté del campo de batalla. Caminé como pude hacia la casa de Isabel. Por un momento decidí que el combate había terminado. Pero cuando iba subiendo ya la vereda, me vino una necesidad de darme vuelta. Lo hice y comprendí. Muchos de los que habían estado en el bar celebrando estaban allí heridos, tambaleándose o tirados en el piso. Otros vecinos también estaban lastimados. Me toqué la frente y seguía sangrando, quizás mas que antes. Sea como sea no podía dejar a esa gente ahí. No podía irme al nido de mi traductora, a tratar de curarme y a recibir su calidez dejando a todos esos guerreros allí, malheridos. Todos habíamos salvado al hogar del trabajador del Stoke. No podía irme tampoco sin ver que los hooligans del Manchester fueran detenidos o algo. Debería declarar, pensé. Una lástima que la velada con Isabel se haya esfumado en esto. Me encaminé lentamente pero volví sobre los pocos pasos que había hecho para dirigirme al tumulto de policías arrestando a hinchas con camisetas tanto de un club como otro. Dos patrulleros había, y unos diez efectivos policiales. Sin ningún tipo de protección. Quizás estuviera preparados para cosas peores. Algunos vándalos, como yo, corrían para huir pero no estaban en condiciones de hacerlo. No se alejarían demasiado. Fue gracioso ver cómo los policías los dejaban huir porque sabían que los alcanzarían fácilmente. Fue también patético. Cuatro hinchas del Stoke fueron detenidos, y seis del Man Utd. Mientras me hallaba contemplando la escena, el padre de familia de la casa incendiada se acercó rápidamente a los patrulleros y dijo algo como: ─ ¡Dejen a esos hombres! ─ se acercaba con una mano hacía adelante en señal de detención ─Estos tipos, salvajes, quisieron atacar a mi familia, ustedes vieron lo que estaban haciendo, rompieron todo, prendieron fuego mi casa ─ Estaba totalmente conmocionado, pero con la suficiente razón como para pedir justicia ─ Querían entrar y ve tu a saber qué hubieran hecho si entraban. ¡Yo estaba con mi mujer y mis hijas! Nadie lo evitó sino estos hombres que ustedes tratan como delincuentes. Estaba visiblemente emocionado, excitado, y las lagrimas se veían brillar. Tenía las marcas negras del humo en su piel. Uno de los efectivos se le acercó y parecía explicarle algunas cosas, como los delitos que habían cometido al armar semejante pelea en la calle, cortando el tráfico. El hombre escuchaba y me miró, creo que le llamó la atención cómo estaba presenciando yo la escena. ─ Pero entonces ─ y abrió los ojos bien grandes y levantó su dedo indice señalándome directamente a mi ─ debería llevarse a ese hombre también ─ hizo una pausa cuando el policía se dio vuelta para mirarme. El efectivo policial ya buscaba con la mirada otro colega para darle la orden de esposarme. La noche estaba plácida pero había tantos aromas encontrados que parecíamos naufragar entre costas hostiles ─ Y también debería arrestar a todos mis vecinos que con palos y caños golpearon a esos salvajes, ¡para salvarme a mi y a mi familia! ─ Mas efectivos llegaron, conforme terminaban de encerrar a los heridos ─ ¿Saben lo que haré yo con estos hombres que ustedes detienen injustamente? ─ les hablaba a los policías como el padre que le da una enseñanza a su hijo y a los amigos de su hijo ─ Les regalaría una parte de mi casa, ¡una parte de mi vida! ¡A cada uno de todos estos hombres les debo mi vida! ¿Entienden eso? La charla siguió en un tenor mas íntimo y el hombre sacó en un momento su documento, lo mostró y los policías comenzaron a retirarse como convencidos, ya sea por la claridad del discurso o por otras razones por debajo de la mesa. Sentí la necesidad de tocarme la frente nuevamente porque ya la sangre me llegaba a los ojos y me impedía ver. Creo que estaba perdiendo mucha cantidad de sangre y las ambulancias no había llegado a atender a los hombres que estaban sentados en el piso cerca de mi, ni a mi, que no era prioridad. Las piernas comenzaron a fallarme, y el planeta se me tambaleaba. Recuerdo que me apoyé en un hombre de alguien que me miró sorprendido. Y no recuerdo nada después de esa escena.
─ ¿Cristian? Lentamente las luces comenzaban a manifestarse ante mi. Nuevamente Isabel rompía una linea de tiempo. Linea que se hundía en la insolvencia de la nada. ─ Cristian. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís? ─ la percibí preocupada. ─ Pudimos… ¿Pudimos? ─ Si, pudieron ─ tenía un tacto divino ─Están los cuatro bien. Creo que le dijeron a unos vecinos que se iban a parar a la casa de la hermana de Lizzy, la mujer, hasta que restauren esa casa. Pero si, pudieron sacar a esos delincuentes. ─ Otros delincuentes ─ dije con el hilo de voz que tenía al despertarme, después de quedar tan agotado, tan desangrado ─ Nosotros también somos delincuentes. ─ No. Quizás para la Ley si, pero realmente no. Salvaron a una familia. Anda a saber qué les hubieran hecho estos locos de mierda. ─ Es muy tierno cómo decís malas palabras ─ Sonreí y me incorporé. Estaba acostado en el sillón del living. Cuando iba recuperando percepción de mis sentidos, pude ver a pocos centímetros de mi cara las pizzas y su aroma me invadió. Recuperé entonces el angulo de visión al incorporarme. No estábamos solos. ─ Perdón, te presento a Walcott, un amigo ─ Se puso de pie y la figura que aun no llegaba distinguir también se puso de pie y se acercó a extenderme la mano ─ Walcott este es mi cliente… ─ Y después de eso no pude escuchar nada mas. “Cliente”. Me levanté para darle la mano, por supuesto ¿Qué culpa tenía el tipo de que Isabel decidiera hacer fiestita de amigos, o mezclar cenas con amigos y “clientes”? ¿Clientes? En todo caso la culpa era de mi traductora que invitaba a comer a sus clientes demostrando preocupación por su estado emocional o afectivo, y luego los sentenciaba, los catalogaba como meros “clientes”. No voy a negar que me ofusqué. No podría negarlo, porque todo lo que vino después fue consecuencia de esto, y uno de los deslices mas profundos que tuve en mi experiencia como DT del Port Vale. Me puse de pie para darle la mano a Walcott (que por otra parte, tenía el mismo nombre que un ex-jugador del Arsenal, moreno, gran extremo) pero no pude mantenerme en pie. Creo que Isabel dijo algo de que las enfermeras me habían estado curando la frente y la cabeza y que me habían recomendado no levantarme por unas horas. No sé bien si dijo eso, ya no la escuchaba. No por estar ofuscado, sino que algo de mi la anuló. Un filtro cayó de algún lado de mi orgullo y dejó de estar presente en la escena. Pero lo estaba. Le di la mano al tipo estando sentado. Era altísimo, o quizás lo vi mas grande por mi posición: Sentado y minimizado. Derrotado. Era enorme. Flaco, esbelto, rubio, prolijo, intachable, erguido, imponente, finísimo, desafiante, apacible, pacifico, e irradiaba brillo de algún color. Vestía como gente de country. Pantalón blanco, o crema y un pullover crema con una chomba debajo, de color verde manzana. Lo tenía tan atravesado en la garganta que no me salió ninguna cordialidad, ni en inglés, ni tampoco en castellano. Sonreí; me dijo algo que no sé. Seguí sonriendo un segundo mientras él traía unas porciones de pizza que se había calentado, nuestras pizzas, y se sentó en otro de los sillones. No sé qué decían. No sé que decía Isabel. Que me quede, creo. Que no salga, porque estaba mal. Me quería ir inmediatamente y fue lo que hice. Me froté el rostro con la humedad que tenía en las manos, no sabía porqué. Me sacudí un poco para sacarme la modorra de la siesta, o la inconsciencia, o la posesión, y me levanté nuevamente. Me quise estirar, desperezar, pero fue imposible y el movimiento debe haber sido patético, porque hice el intento de estirarme, pero tuve que contraerme en seguida por el dolor que sentía en todos lados. Vino Isabel a socorrerme una vez mas, y me puso la mano en un hombro que me dolía como la mierda. Casi la puteo. No estoy seguro de si por esto último o por aquello. Todo aquello. Todo aquello de lo cual ella no tenía ni idea. Le agradecí, saludé de lejos a Theo Walcott y me fui hacia la puerta. Isabel decía que me quedara, que podíamos pasarla bien y que no estaba del todo recuperado. Quizás fue eso lo que quise escuchar. Me fui de todas formas. Hacía frío.
Y por supuesto todo vagaba frente a mi. Todo era confuso. Nunca sabré si mi estado de estupefacción vino por los golpes que recibí en todo el cuerpo y que ahora me pasaban factura, o porque las enfermeras me pusieran algo para que alivie los dolores, o por el golpazo que significó ver a ese segundo hombre en casa de Isabel. Hubiera preferido que el plantel profesional entero del Manchester United, del Stocke City, del Port Vale y que un ejercito de Maradonas, me patearan la cabeza con pelotas bien infladas, antes de tener que levantarme de una siesta reparadora en un mullido sillón con la dulce voz de Isabel, solo para ver que estaba en la compañía de otro hombre. No, no entendía en ese momento que ella no era un objeto de mi propiedad, como ninguna mujer es propiedad de ningún hombre (y viceverza) pero de alguna forma lo sentí como una traición. Quizás por el hecho de que habíamos arreglado para comer juntos. No lo sé. Como si eso me diera, nos diera, algún derecho de exclusividad. En ese momento no tenía la lucidez que tendría después, luego de haber leído mas versos, y mas, y mas. Ella dijo algo de que Walcott se había enterado por un amigo, y se acordó de que ella vivía allí, y quiso ir a ver si estaba bien. Él vive a pocas cuadras. Si hubiera sabido dónde, le hubiera prendido fuego la casa. Ya había aprendido cómo se hacía. Reí. Me dolió la cabeza. Abrí la puerta. Le erré al picaporte, y fue el momento infinito en el que uno se arrepiente de reaccionar acaloradamente, pero seguí adelante. Manoteé el verdadero picaporte, y no la proyección que hacían mis saturados ojos. Me fui. Mi cuerpo no respondía del todo bien. Y hasta me costaba caminar. La calle estaba desierta. No tenía idea de cuantas horas habían pasado. Me pareció ver los primeros colores del amanecer en el cielo. Caminaba de forma tan despareja que a veces subía a la vereda y a veces me sentía caer a la calle, sin que tuviera real conciencia de ello. Algunas luces de las casas seguían prendidas y me pareció ver algunas cortinas que se corrían. Imaginé que algunos seguirían con la inquietud de si volvería el desastre. ¿Cuantas personas lastimadas habría dejado esa noche? ¿Y cuantos corazones lastimados? Qué cursi que me pone el alcohol y la noche. ─ ¿Another one? ─ dijo el barman del Clayhanger. Lo miré para ver si me hablaba a mi. Me hablaba a mi. ─ Si ─ le contesté sin importarme si fue en inglés o en castellano. El tipo me miró de soslayo. ─ Soslayo… ─ dije en voz alta sin pensar. Mi fuero interno y el exterior se me confundían. No tenía fronteras entre todos mis hemisferios. ─ ¿Sorry? ─ Nothing ─ me oculté detrás del porrón de cerveza vacío ─ That word is… interesting. ─ ¿Which word, my friend? ─ el mozo ya sabía tratar con este tipo de personas que no saben muy bien lo que dicen. Miré la barra y creí hundirme en la madera lustrada ─ Soslayo ─ No me importaba dialogar con alguien. No importaba que ese alguien me entendiera. El bar estaba semi desierto, de no haber sido por los mismos dos hinchas del Stoke que no acudieron en nuestra misión de rescate hacía algunas horas, y otro par de borrachos que estaban lejos de esa mesa, dialogando enérgicamente. En la TV pasaban videoclips de bandas que nunca había visto, coreanas, haciendo alguna coreografía y hombres con trajes de frutas gigantes haciendo alguna publicidad de algo. No había documental, ni entrevista de la escuela de arte. Muy en línea con mi lucidez. La fuerza ciberespacial no me premiaba esta noche. Y, no. No lo merecía. ─ No lo merezco… El barman me miró extrañamente una vez mas pero eligió no preguntar. El hombre también tenía su límite. Además, después de semejante noche cualquiera queda extenuado. ─ ¿Español? ─ le pregunté, resignado, y hundiendoseme la cabeza entre los hombros. Dolores. ─ Si, a poquito ─ contestó mi ocupado interlocutor. Medité sobre todo lo que había pasado y enseguida recordé que los tiempos de la impunidad habían terminado. La impunidad pública. Recordé aquel episodio en la cancha del Club atlético Brando, en Corrientes. Llegábamos con el Mercados a jugar y sobre el final del partido se dio una situación de esas que manchan al fútbol, pero que ahora que lo pienso, no sé si lo manchan o lo constituyen. ¿Sería el fútbol el deporte que es, con la relevancia mundial que tiene si no fuera por el eventual choque y el roce, y los caracteres de los diferentes protagonistas, y ese “folclore” que incluye la violencia verbal y hasta física, dentro y fuera de la cancha? Creo que no. Aquel partido significaba un ascenso. “El” ascenso. Como se imaginarán este partido significó nuestro ascenso a la Primera C, hecho con el cual los colegas del Brando no estaban tan conformes. Sobre el final del encuentro, como ha pasado tantas veces en la historia del ascenso argentino, las hinchadas quieren entrar a la cancha para quedarse con “souvenirs” de los jugadores, y literalmente los desvisten, hasta dejarlos desnudos, para quedarse con esa camiseta que significará el fin de una era en el club de sus amores. Por supuesto que los hinchas de club rival también entran en busca de trifulca. Cabe destacar que no es mi intención generalizar, porque no es la totalidad de la hinchada la que accede a este vandalismo, pero si un gran porcentaje. Varios de nuestros jugadores entraron en esa trifulca apenas nacía cuando solo incluía a jugadores y cuerpos técnicos. Luego entrarían los gruesos de ambas hinchadas. La cuestión es que en aquel momento no había la tecnología apropiada para registrar todo en todo momento, mas que alguna que otra foto de los fotógrafos con carnet de medios gráficos. En el momento del enfrentamiento de la noche que les relato, la contienda Stoke city – Macnhester United, las redes estaban en pleno auge. Lo recordé y decidí hacerme cargo de lo sucedido y saber si debería enfrentarme nuevamente al presidente del club para dar explicaciones de lo sucedido. ─ ¿Celular? ─ decidí preguntarle al hombre que no me sacaba los ojos de encima. Imaginaba que por cuidarme, o mas para cuidar la reputación de su local. ─ Omm… ─ dudó ─ ¿Police car? ─ ¡No, no! ─me apresuré a contestar ─ Emm.. ¿Policía, automóvil? ─ volvió a preguntarme ─ ¡Si! Móvil, móvil. ─ e hice el gesto universal del teléfono con mi mano izquierda en mi oído izquierdo. ─ Oh...─ parecía mas relajado al entenderme ─ ¿Llamar a qué numero? ¿England? ¿o afuera? ─ No, no. Facebook, Twitter… check ─ me acompañé con el gestito de escritura frenética en teléfono móvil. ─ Oh, si, sure. Me extendió su teléfono personal, cosa que ahora veo como un gesto de demasiada confianza, recordando la habitual desconfianza argenta. Abrí la aplicación de Facebook y ví la foto del hombre con su novio en la esquina superior derecha. Busqué Stoke. Nada. Busqué Man Utd, Manchester, Red Devils, United. Nada. Busqué el nombre de la calle. Nada. Busqué Burslem, incident, blood (sangre), hooligans, fire (fuego), burn (incendiado o quemado), y absolutamente nada. Le comenté al hombre mi inquietud, a la vez que le devolvía su teléfono. ─ Habrá escuchado el quilom… el desastre, el lío. ─ le dije mientras lo veía secar unas copas ─ no hay nada en las redes. Raro. ─ Tu tienes sangre, ¿es suya? ─ La verdad… ─ me tomé la cabeza por una puntada ─ no tengo idea. ─ Tu sabes que clubes, Manchester United, Chelsea, tu sabes, todos, tienen gente en internet ─ hacía largas pausas para buscar las palabras, casi una pausa por palabra ─ que se encarga de bajar publicación que… comprometen a club. Me quedé mirándolo. No tenía idea de ese dato, pero si era cierto era muy conveniente. Ahora bien, toda esa gente debía cobrar por ese trabajo, y estaba comenzando a pensar que quizás el protagonista de la situación embarazosa sería el que pagara con su sueldo los honorarios de estos bichos de Internet. Tampoco libraría de la cagada a pedos de Smurthwaite. Evidentemente no había forma de escapar de ese hombre. Era como una especie de 1984. Tenía que dar crédito de todas mis acciones. Quizás debí pensarlo antes de quedarme a pelear con unos hooligans con cuellos de Rottweiler. Mi cabeza estaba apunto de estallar, el alcohol comenzaba a marearme pero no estaba seguro dónde empezaba el mareo por los golpes, y el entumecimiento de mi razón, y dónde comenzaba el mareo del alcohol. Dónde terminaba Cris y empezaba Tian. Dónde terminaba el ser humano adicto a los actos poéticos, y donde empezaba el protocolar míster del Port Vale. Tuve unas ganas locas de escribir unas lineas. Le pedí al barman una lapicera y garabatee unas lineas en una servilleta. Al día siguiente encontraría la servilleta en uno de mis bolsillos sin entender ni una sola palabra. Luego de esas líneas ya me era demasiado difícil controlar mi cuerpo. Lo que viene después es sumamente confuso pero puedo reconstruirlo por las palabras de algunos simpatizantes del Port Vale, que me encontraría al salir del entrenamiento de la semana siguiente. Al oír este relato, acompañado de la exposición publica que nuevamente me asediaba, pude terminar de armar el rompe cabezas de ese día. Porque al día siguiente no podía comprender que hubiera fotos miás en todos los medios deportivos de la zona, en sus ediciones impresas y digitales, donde se me veía tirado en el piso de la vereda del Clayhanger, y otras donde varios hombres y jóvenes con camisetas blancas y negras (clásicos colores del club que dirigía) me llevaban a la rastra hacia un coche. ─ Sir ─ me gritó un joven sumamente colorado cuando me hallaba saliendo del club ─ do you have a moment? Me detuve para escucharlo, seguro de que me quería pedir un autógrafo, o hacerme alguna pregunta sobre el equipo. Pero sin embargo comenzó por pedirme disculpas. No comprendí este gesto pero cuando empezó a hablar lo entendí. Sin embargo terminaría por no aceptar las disculpas, ya que no había motivo para pedir perdón. Me habían hecho un favor. Además me haría el favor de aclarar mis dudas. Le firmé la camiseta como una devolución demasiado forrada de pedantería de mi parte. El joven me relató mas o menos el siguiente episodio. Cuando el cielo comenzaba a clarear un grupo de simpatizantes del Port Vale llegaron al Clayhanger, buscando un poco de la acción que había quedado pululando en el aire luego de la terrible trifulca de esa noche. Cuando llegaron se encontraron, por supuesto, con el par de hinchas del Stoke, el clásico rival, el derby como dirían en España. Allí comenzaron las palabras que iban y venían entre ambos, y aparentemente elegí meterme del lado equivocado, que en ese momento consideré correcto. Es mas, de haber estado sobrio creo que hubiera elegido el mismo bando. Al ver que ambos grupos comenzaban a discutir como era habitual entre contrincantes, comencé a relatar a los gritos que los hinchas del Stoke habían ayudado a salvar la vida de cuatro personas esa noche, pero nadie me entendió salvo el barman que tradujo mis palabras a los torcedores de ambos bandos. Así fue que mareado como estaba y con poco dominio de mi mismo, intenté echar del lugar a los simpatizantes del Port Vale. Si, así como leen. A los hinchas del club al cual pertenezco. Ademas de hacerlo defendiendo a simpatizantes del cuadro opuesto. No podía estar mas fuera de lugar en aquel momento. También estaban fuera de lugar las disculpas del joven colorado que me relataba esta historia, que parecía estar avergonzado de que esos pasos en falso de mi parte hubieran sido captados por cámaras aficionadas. Estaba avergonzado de no haber podido evitar estas fotos y así proteger al míster de su amado club. Por el contrario, me vi obligado a pedirles disculpas por haber arremetido contra ellos, a pesar de no haberles hecho ni un rasguño. Parece que haciendo estos movimientos patéticos perdí el equilibrio y me caí sin remedio: no pude levantarme, por lo que me comentaba el joven, mientras ya todos los coches de mis dirigidos se iban. Los muchachos de blanco y negro me levantaron, esa madrugada, me arrastraron hasta un coche y me llevaron a casa. Buscaron las llaves de mi departamento en mi saco y me depositaron en el sillón. Allí quedé hasta ese mismo día, cinco horas después, cuando desperté. Este relato fue traído a mis oídos. El rojizo joven me hablaba mientras se le iban los ojos buscando el rostro de sus jugadores favoritos detrás de los vidrios polarizados de los autos que ya se iban. Lo abracé y no se lo esperaba. Debía agradecerle. De no haber sido por ellos vaya a saber qué hubiera sido de mi esa noche. Le pedí los nombres de todos los que ayudaron esa madrugada y le prometí entrar al campo y acompañarme en el banco en el próximo partido de local. El joven estaba exultante. Como dije, los medios deportivos del día siguiente, todos, contaban con una columna dedicada al patético espectáculo del entrenador argentino del Port Vale, Cristian Pueblos, que a pesar de no cosechar los resultados esperados, y de encontrarse comenzando su experiencia en Inglaterra, no paraba de hacer el ridículo en toda ocasión que se le presentaba. Sin intención, lo había hecho de nuevo. Mal me las veía venir con el labio inferior de mi jefe. Qué hermosos poemas que escribiría luego de esa lírica noche de choques.
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7a - En perspectiva, en órbita
El papel lo había escrito con una birome que robé sin querer de recepción del club. Nunca voy a poder olvidar, aunque lo intente, que mi primer poema (si se lo puede llamar así) lo escribí con una lapicera con el nombre “Port Vale FC” escrita en ella. No la conservo porque la devolví al otro día, pero de habérmela quedado la tendría puesta en una vitrina en casa, no tengo dudas. Y el papel seguía en mi mesita de luz. Lo paseé por el baño, por el barrio cuando fui a comprar una cerveza y unas verduras, y por el patio cuando fui a enderezar un cartelito que había puesto con el nombre de la calle en la que vivía en Argentina. Es decir, escribí el poema en todos esos trayectos. Al final estaba tan deteriorado que los versos finales no los pude llegar a leer, tampoco los recordaba. Este papelito sí lo conservo, en una caja, con otros poemas hechos en el proceso.
Había detalles que no podía sacarme de la cabeza. El cambio de lente con el cual mirar el planeta entero, la School of Arts de Burslem, el tacto de la Srta Peine, su aparición en esta etapa tan confusa de mi vida, el sinsabor que me dejaba cada fin de jornada en este nuevo empleo. Todo eso se configuraba en versos en mi cabeza. No en preocupaciones, no en inseguridades, no en deseos reprimidos: en versos. El Soneto 98 de Shakespeare, por ejemplo, me robaba en ese momento, muchos suspiros. Esa sonoridad en su segundo verso: “When proud pied April...” ¡Qué genialidad! ¡Qué música! Puo-pai-eipi. Puo-Pai-Eipi. Impresionante. No tenía la menor idea de lo que significaba. Por supuesto que había leído el soneto traducido al español, pero no me molesté en compararlas. Cada vez que leía una traducción me parecía que eran mas las palabras del traductor que las del Bardo. ¡Esa historia, su nostalgia! Me sentía tan representado. Ahora viéndome de lejos me siento un pelotudo por haberme dejado seducir por esos versos. Pero en ese momento no me importaba, fueron mis primeros contactos con algo nuevo que me brotaba del pecho, y los amé, los amé casi con desenfreno. Quizás debería haber estado mirando videos del rival del próximo fin de semana, no recuerdo cuál tocaba. Pero no me importaba nada que no fuera la excelsa pluma de William Shakespeare. Ese remordimiento irremediable del amante que se pasea por los pasillos abandonados y derruidos de un amor que fue destino ultrajado por el infortunio. Oh, calamitosa existencia la del verdugo impiadoso, que persevera en la tarea tan insensata como infructuosa, de esterilizar las hierbas de amoríos nuevos, nacidos de la ignominia de creerse eternos en la pluma del alguien, cuando la única pluma cargada de tinta es la del olvido que nos corroe en silencio, eternamente. Bueno. Digamos que la etapa en la que leía Shakespeare me dejó marcado de muchas maneras. Sobretodo si me pongo a recordar aquella noche en casa con Isabel Painache. Mi querida Señorita Peine. Cuántos poemas te escribí sin saber. Y cuántos me escribí a mi mismo. Al día siguiente del partido en el que tuve mi charla familiar en el entretiempo (y parte del segundo tiempo) no tuvimos entrenamiento, como era costumbre en los planteles de fútbol profesional (por tradición). Esa noche recibiría una invitación bastante interesante. Estaba mirando en TV el partido del Arsenal contra el Watford, por la Premiere League, la primera división del fútbol inglés, en la cual el Port Vale nunca había jugado (y no pareciera que fuera a jugar en el corto o mediano plazo). Realmente dicho partido no me atraía tanto como lo hubiera hecho en otro momento, ya se imaginarán, pero había algo que sentía la necesidad de ver. Supongo que fue mas por costumbre que por un deseo auténtico. El Arsenal siempre había movido la pelota de una forma interesante. De la mano del imperenne Arsene Wenger, su histórico técnico, habían podido generar una idea que permanecería a lo largo de los años, y que sería perfeccionada. El Arsenal ya no era uno de los pesos pesados del fútbol europeo, pero si uno de los mas fuertes. A pesar de ello su juego era bueno. Aunque no compitiera en las máximas competencias como en otro tiempo, y no ganara campeonatos, su mecánica de juego era interesantísima. Un tratamiento de la pelota finísimo, buena circulación del juego, un funcionamiento compacto de los diez jugadores de campo. Muchos detalles que podría nombrar en varios renglones pero no es mi intención aburrirlos. Esos eran algunos de los motivos por los cuales el viejo Cristian veía al Arsenal inglés. Pero el nuevo Cristian lo veía quizás por costumbre, o quizás porque amaba el diseño de su camiseta, roja en el pecho y espalda, blanca en las mangas, o quizás porque quería volver a conectarse con aquello de lo cual parecía haberse despegado y que era su trabajo, lo que le daba de comer, y aunque temiera admitirlo, una de las pocas cosas que sabía hacer bien: Dirigir un equipo profesional de fútbol. No era una noche en la que esperar algo fuera de lo común. Estaba en calzoncillos, tomando un vino inglés espectacular, sentado en el piso (me había dado cuenta que mi sillón tenía pulgas), y comiendo unos snacks ingleses que realmente no tenían sabor a nada mas que a sal. Lo que podía apreciar del partido en aquel entonces eran otros detalles. La necesidad que tenían las marcas de las remeras, mayormente Nike y Adidas, de hacer las casacas cada vez mas apretadas, para que así se destaquen a la vista los contornos de los cuerpos de los jugadores. También me fijé en la parsimonia con la que los relatores transmitían el partido. Probé con los tres relatores disponibles en el servicio de TV digital que tenía en el departamento, y los tres parecían estar anestesiados, dormidos, o aburridos. Daba la impresión de que estaban relatando un partido de bochas, o una carrera de gusanos. No entendía la mayoría de las cosas que decían, pero no me hacía falta. No tenían sangre. Me hubiera gustado mostrarles la forma de relatar de los relatores argentinos. Imaginé que se reirían, quizás, por la locura del relator sudamericano. Pero no hubieran podido negar que vivían los partido con pasión, quizás la que requiere su público, la que requiere el país, o la que requiere la empresa para la que trabajan, o el equipo que comentan, pero pasión al fin. Supuse que la forma en la que se vivía el fútbol en ambos países era diferente, como mi sillón y las butacas de un banco de suplentes: muy diferentes. Sentí la necesidad de tomar la birome y escribir unos versos sobre esto, pero no llegué a apoyar la tinta en el papel que sonó mi celular endemoniado, haciéndome pegar un salto similar al del otro día en la bañera. Salvo que esta vez no había arruinado nada. ─ ¿Cristian? ─ me nombraban del otro lado del telefono. ─ ¿Si? ─ me estiré para alcanzar el control remoto y bajar el volumen ─ Mierda… ─ pero perdí el equilibro y caí sobre la mesa ratona, soltando sin querer el teléfono que fue a caer bajo el mueble del TV. ─ ¿Hola? ─ decía alguien del otro lado, el alta voz se había activado sin querer, por esa mala costumbre de los altavoces de los celulares de activarse solos. ─ ¡Si, espere! ─ me estiré nuevamente, con dolor en mis costillas aun, para alcanzar el celular. Luego de un esfuerzo lo alcancé, soplé la pantalla lo cual resultó en un sonido ensordecedor para mi interlocutora, y atendí ─ Si, perdón, ¿Hola? ¿Isabel? ─ Me mataste… ¡Ay! Con ese ruido… ─ Perdón, es que se me cayó el teléfono ─ y reí con pudor disfrazado de picardía ─ ¿Cómo estás? ─ Bien, gracias. Te llamaba para ver si querías venir a comer a casa. Me quedé un poco preocupada por lo de ayer. Por supuesto fuera del trabajo, simplemente para charlar un poco. ¿Qué te parece? Me impresionó. La sencillez con la que invita a otra persona a comer, a un hombre, con la sarta de estupidez que se pueden dar a pensar, con los tabúes, con los mandatos con.. con todo lo que una mente débil puede llegar a pensar. Lo hizo simple, y no me lo esperé. No me lo hubiera esperado ni en un millón de años. ─ ¿Hola? ─ insistió ante mi demora. ─ Si, si, perdón ─ pensar me tomaba mas tiempo del que yo creía ─ Eh... si, por supuesto. Me encantaría Srta. Peine. Me tendrías que pasar tu dirección ¿a qué hora paso? ─ Voy a pedir un par de pizzas para las 19 hs, así que cuando quieras. Ahora te mando la dirección por mensaje. No te vas a perder, acá en Burslem todo es cerca, je. ─ Genial, nos vemos, ¡gracias! Colgué. Tomé el control remoto. Subí el volumen del televisor a casi el máximo. El relator inundaba todo el pequeño living. Grité. Recuerdo que grité algo como “¡Si! ¡La concha de tu madre!” Estirando la I de Si, y la E de Madre. Un grito que tenía cruzado desde mi llegada a Inglaterra, hacía un par de meses. Fue un desahogo. Aprovechando el volumen del TV seguí gritando cosas por el estilo. Insultos argentinos, todos, de esos que dejan una sensación de satisfacción. La garganta en la cena no me daba para mas. Luego de gritar comencé a saltar. Salté mirando al techo y con los ojos cerrados. Lamentablemente, en uno de los saltos perdí el equilibrio. ─ Emm, ¿cómo estas? ¿Te pasa algo que estas rengo? ─ me preguntó Isabel al abrir la puerta. ─ No, nada ─ contesté arremangandome la botamanga, dejando ver una tobillera ─ Me doblé nomas, cortando unos yuyos en casa. Patético comienzo para una noche que no lo sería menos en su conjunto. La casa de la señorita Peine era tan pequeña como la mía. Estaba mejor ubicada ya que estaba a pocos metros de una de las calles principales del centro de Burslem. Tenía las paredes en su mayoría blancas, y con diferentes texturas. Decorada, en definitiva, con buen gusto. La pared del hogar a leña tenía un tono celeste viejo, y había varias fotos de diferentes lugares del mundo, y muchas de buenos aires. En muchas de las fotos se la veía a ella con un par de niños, y luego un par de jóvenes de unos quince o dieciséis años. Presumiblemente los jóvenes alguna vez fueron esos mismos años. Este ambiente, a la derecha de la entrada, y con una ventana a la calle, no estaba para nada saturado de cosas, como si estaba mi casa, que no tenía ningun tipo de criterio estético, mas que el azar mas puro. Tenía una alfombra azul marino que inundaba toda esa sala y se interrumpía convenientemente al entrar en la cocina en la pared del fondo del estrecho living. Había un par de muebles bajos que no pasaban la altura de las rodillas, con discos y libros, y una mesita ratona en el centro de tres sillones donde ya nos esperaban un par de vasos. Comenzamos hablando de trivialidades y fui yo el que dio el puntapie inicial, para mi propia sorpresa. Nunca había sido del todo habilidoso en romper el hielo pero en este caso sentía deseos de comenzar a hablar. Y de cualquier cosa. Saqué el tema de que todo es cerca en Busrlem, detalle que ella misma me había señalado en la corta llamada de hacia unas horas. ─ Es tan extraño todo aquí. Uno, acostumbrado a ciudades descomunalmente grandes como lo son varias argentinas. Allá las ciudades se chocan entre sí, en cambio acá, Burslem, parece que no crece, que siempre se queda pequeña, como un caniche. Es genial ─ Esperé que volviera de la cocina con las bebidas y continué ─ Hablar de centro de la ciudad o afueras, no es tan así en este tipo de ciudades; casi que todo está en el mismo lugar. Si uno sale demasiado de Burslem se encuentra con carreteras entre campos verdes, y enseguida entrando a otra pequeña ciudad. Casi un cuento de fantasía. ─ Una cubetera ─ Isabel, evidentemente, no pensaba lo mismo que yo ─ Dicen que si te alejas para tomar una foto de Burslem, entras en Smallthorne, o Middleport. Es un país cubetera. Cada cubito es una ciudad, y no pueden salirse del cubito. Me pareció muy tierna la comparación y la forma en la que armaba un cubito con sus dos manos cada vez que decía la palabra. Su casa, ahora si, tenía el aire de una casa familiar que ya no lo es. Mientras tomábamos unos jugos me contó que tenía dos hijos, (los dos niños que seguramente ahora serían los dos adolescentes de las fotografías) que habían decidido hace varios años quedarse con el padre. ─ Y es lógico. Él tiene una residencia fija. Conmigo los pobres tenían que estar de acá para allá, todo el tiempo, y eso para un adolescente es intolerable. Un mes en Londres, otro mes en Nueva York, otro acá, otro allá. Donde el trabajo lo requiera. Y a veces ni un mes ─ y perdió su mirada entre los almohadones del sillón vacío ─ a veces dos semanas, un par de días. Un año ─ rio, divertida, y casi tira parte del contenido de su vaso. Era una mujer rota. Es cierto, a esta altura de nuestro vínculo no la conocía en detalle, como sí lo haría mas adelante, pero de alguna forma me daba la impresión de conocerla en todos sus rincones. La miraba mientras me hablaba y a veces dejaba de escucharla porque prefería meterme en sus ojos y ver lo que tenían para decir. Y era mas valioso que lo que decían sus palabras. Era una mujer rota, y las miradas de soslayo, esa forma de acomodarse en el sillón, lentamente, y la delicadeza con la que trataba lo que sea que tuviera en sus manos, me lo confirmaban. No puede una persona falsear sus rasgos inconscientes. No puede actuar el cien por ciento del tiempo. Y ella no actuaba ni un segundo. Bueno, salvo cuando quería aparentar mas seriedad o entereza cuando algún tema la doblegaba, pero creo que es lo que hacemos todos en cierta medida. Había cierto pesar en su mirada cada vez que la dirigía hacia su zona próxima. Al mirar lejos, añoraba, y sus ojos se vidriaban. Al bajar la vista mirar cerca, entristecía. Porqué una mujer rota me cautivaba tanto. Quizás porque en el fondo tenía la convicción de que no estaba rota. De que estaba mas entera que yo. E incluso, quizás en el fondo tenía la convicción de que, habiendo ella vivido tiempos mucho peores, los había sobrellevado de forma altísima. Era una mujer rota, con un alma entera. Entonces era una mujer entera. Entera o rota me había invitado a su casa y no era quién para juzgarla. Estuviera hecha pedazos o entera me había recibido en su casa. ¿y yo? ¿Estaba entero o estaba roto? Quizás había grises en la escala. En ese momento estaba roto y creo que mi mirada lo evidenciaba. Y me doy cuenta de algo ahora: nos encontramos por estar rotos. Ella rota por fuera, yo roto por dentro. No tengo todas las explicaciones aun; irán apareciendo. La cuestión es que la charla siguió, pasó una hora o quizás mas, y las pizzas llegaron. Atendí yo porque ella estaba en el baño. ─ Yes? ─ Pizzas, Sir. ─ Ok, wait a sec─ fui a mi saco a buscar la billetera. Saqué algunos billetes. Abrí la puerta y el joven de casco tenía las dos pizzas en su mano derecha ─ here. El muchacho miró los billetes mientras yo recibía las pizzas. Cuando estaba por cerrarle la puerta me dijo: ─ Wait. What’s this? ─ con una risita socarrona en el medio. Miré los billetes que le había dado. Eran pesos argentinos. ─ Uh, qué boludo. Pará ─ le dije en español, sin darme cuenta. ─ ¿Boludou? ─ preguntó el chico ─ ¿me? ─ pensó que me dirigía a él. Empezó a decirme cosas que no puedo repetir porque no las entendí, seguramente insultos por el tono que empleaba. Traté de explicarle que el “boludo” era para mi, no para él, pero no parecía calmarse. Intentaba sacarme las pizzas de la mano pero yo lo quería evitar, a la vez que miraba nuevamente mi billetera en busca de liras esterlinas. Le preguntaba cuánto era, porque no estaba seguro de llegar al valor (no tenía la menor idea de cuánto saldría una pizza en Burslem), pero el muchacho no me respondía, seguía obstinado en quitarme las pizzas. ─ ¡Cristian! ¿Qué pasa? ─ finalmente llegó Isabel, a contemplar el acto numero uno de la obra, llamado “si no paga la pizza, me la llevo”. Dio claridad, y me enamoré una vez mas. Si, estaba hecho un idiota. ─ Es que… ─ comencé a explicar mientras el tipo me invadía con sus brazos queriendo quitarme las pizzas ─ Le di pesos argentinos, sin querer, y me quiere quitar las pizzas porque piensa que no tengo dinero ─ el muchacho desistió y se dirigió a su moto a hablar por teléfono, seguramente al local. ─ ¡Wait, Febbe. Here! ─ le gritó mi traductora ─ yo tengo, dejá ─ me dijo mientras le llevaba un par de billetes. El muchacho se tranquilizó, volvió a llamar para decir que estaba todo bien, supongo, y le dio el cambio a Isabel. ─ ¡Pero qué talento tenes para el drama! ─ tiró ella mientras entraba y cerraba la puerta sin llave. ─ Bueno, no podes decir que te aburrís ─ argumenté para caer parado ─ ademas el idioma sigue siendo un impedimento. Creo que no sé manejarme en un país donde nadie habla mi idioma. ─ Bueno, te vas a tener que poner las pilas ─ me apuraba ella desde la cocina, mientras retiraba un par de platos y un par de servilletas ─ porque el club no me va a tener eternamente al lado tuyo ─ Se sentó y el cabello le cubrió ambos hombros, como olas de un mar negro. Maldito poeta escondido ─ termino con esto ─ continuó ─ y me tengo que ir a Dubai. La miré un poco consternado. Por supuesto, ella lo percibió. Rio. ─ ¡Si! Como lo escuchas. La empresa para la que trabajo se está llenando de plata con esta locura que hay de vínculos comerciales internacionales. Y si la cosa es entre españoles e ingleses, ahí esta Isabel Painhache. ─ Guau. Te hacen viajar en serio. ─ Y si ─ cortó las dos pizzas. Las dejó en la mesa ratona ─ ¿mas jugo? ─ Si, gracias ─ miré pensativo el vaso llenándose con el fluido de color intenso cayendo desde la botella ─ Voy a tener que sacar plata del cajero. Los billetes con la cara de Roca, o de Evita, o el puma verde, no me los van a aceptar mas ─ reí. ─ Y no. ¿Sos así con todo? ─ Em... ¿en qué sentido? ¿Distraído, o descuidado, o qué? ─ No sé, así como que… ─ miró al techo buscando la forma de decirlo ─ como que muchas cosas te importan muy poco ─ mordió un pedazo de pizza y agregó ─ o no te importan nada. Pensé antes de contestar. Realmente no sabía la respuesta. Aproveché a morder la de anchoas. Estaba buenísima. Era la pizza que mas me gustaba de todo el mundo de las pizzas. ─ No sé. Puede que tenga los valores ¿cambiados? No sé ─ se empezaban a escuchar algunas voces afuera, lo que era bastante raro en Burslem ─ Tampoco tuviste las mejores primeras impresiones mías ─ dije sonriendo, con la picardía que me había servido tanto en otra epoca ─ El trance con la escuela, tu participación forzada en el entrenamiento, el periplo con los periodistas, la crisis del llamado… ─ Parecen capítulos de una novela esos nombres. ─¿Decís que mi vida es de novela? No creo, es una vida muy chata para que a alguien le interese leerla. Lo mío es mas la poesía. ─ Y el fútbol, ¿no? ─ Rio alegremente, como quién descubre un moco en la nariz del otro. ─ Bueno, claro. Creo que lo mío es el fútbol, pero no sé. ─ ¿Cómo no sabes? ─ abrió los ojos como platos. Era difícil para alguien entenderlo, incluso para ella. Me arrepentí de tocar el tema. Pero no tenía opción. ─ Claro. Sé que mi trabajo hoy es el fútbol, pero… ─ me incliné para tomar el vaso buscando ejemplificar de alguna forma ─ ¿nunca te pasó que quisiste volver a empezar en otra profesión o, si fuera posible, volver en el tiempo y dedicarte a otra cosa? ─ bebí analizando su rostro, y creo que algo toqué en su pasado. ─ Bueno, qué se yo. A mi me gusta mi trabajo ─ se acomodó ampulosamente en el sillón y cambió el canal del TV ─ Me gusta ayudar a que la gente se comunique. Pero puede ser que en algún momento empiece a gustarme otras cosas ─ perdió la mirada en la profundidad del queso de las pizzas ─ Los viajes cansan… “y estar lejos de los hijos, también” pensé. Por suerte no lo dije. ─ ¿Y qué pensás que te va a empezar a gustar? ─ le pregunté, queriendo conocerla. ─ Qué pregunta rara ─ sonrió, y a pesar del orégano en su dentadura, me pareció brillante. ─ O qué te gustaría ser si no fueras traductora. Qué te hubiera gustado. ─ Me gustaba mucho bailar ─ el tono de su voz bajó muchísimo y sus ojos se vidriaron, pero no por un llanto inminente, sino mas como si sus ojos se apoyaran en un vidrio a mirar momentos detrás de una ventana. Momentos que añoran pero no pueden alcanzar, o eso creen. ─ ¡Bailar! ─ me sorprendí gratamente, me alegraba de poder ayudarla a despejar un poco su panorama ─ ¿Bailar qué? ─ Clásico. ─ levantó la mirada y me miró, y lo sentí como una declaración de identidad, como un plantar bandera que me encantó ─ Me encantaba, y siempre pienso en retomar. ─ ¿Y porqué no lo haces? ─ Por lo mismo que te contaba Cristian. Los viajes. ─ Ah, cierto. ─ Pero volvamos a vos y tu “Creo que lo mío es el fútbol” ─ su risa me hizo reír. Bueno, todo en ese momento me hacía sonreír. ─ Es… raro ─ en ese momento fui yo el que se acomodó en el sillón ─ Gran parte de mi vida me dediqué a esto. Primero como jugador en el Mercados, y después como técnico, ahí y en otro club. Cuando ascendimos me llegó la oferta de acá y no la pude negar. Era mi sueño ─ no pude evitar mirar hacía donde creía que venían las voces de la calle. Ella no lo escuchaba y no entendió mi movimiento ─Era mi sueño dirigir afuera. Y acá estoy. Mal o bien, lo estoy haciendo. Pero… ─ ¿Pero qué? ─ inclinándose hacia adelante, parecía interesada en mi disyuntiva ─ ¿Vas a renunciar, Cristian? Tragué el pedazo de comida que tenía en la boca con dificultad ─ ¡No, no! ─ terminé de despejar mi cavidad bucal para hablar claramente y pregunté ─ ¿Siempre sos así? ─ ¿Así cómo? ¿Así de auténtica? ─ y se acomodó el pelo hacia atrás con un movimiento legendario. ─ Así de animada para preguntar ─ reímos ─ No pienso renunciar, no. Es mi trabajo y gano dinero haciendo lo que me gusta. Pero empiezo a darme cuenta de que el mundo del fútbol, en la finísima Inglaterra o en tierras sudamericanas, trae con él, en el combo, un montón de cosas que no me están gustando, o mejor dicho, que cada vez me gustan menos. ─ Ahora entiendo porqué te estás distrayendo tanto en los partidos ─ confesó mi interlocutora, tomándose la barbilla, en claro gesto de pensamiento. ─ No me gastes ─ dije con una sonrisa para edulcorar. ─ No, bueno, perdón ─ pareció contrariada en serio, y un leve color rojo subió a sus mejillas, sublime ─ pero, no me digas que no es una asociación fácil de hacer. Con esto que me decís y los videos. Tu actitud, Cristian. Perdón, pero en lo que una puede conocerte, lo que decís se nota ─ tomó un sorbo del vaso que tenía en la mano, vaciándolo y mirando el fondo como tratando de adivinar las palabras que diría a continuación ─ No soy muy fanática del fútbol, la verdad que me interesa bastante poco, pero a veces no me queda otra que aprender algunas cosas, por el trabajo. Pero a pesar de no saber mucho, sé que un entrenador no puede ausentarse cuando su equipo está en la cancha. ¿No? Eso fue raro ─ me miró, como temiendo hacerlo, quizás temiendo que su sola mirada me desarmara, por encontrarse diciendo lo que me estaba diciendo. Quizás temía el efecto que las palabras tuvieran en mi ─ Capaz que la llamada se podía hacer después, ¿no? ─ No ─ dije tajante. No la miraba. El “no” cayó a la tierra partiendo todo a la mitad ─ No, tenía que hacerlo en ese momento. Esos tiempos de las cosas, en este momento de mi vida, no se amoldan a los tiempos del mundo exterior. ─ Pero es tu trabajo, Cristian. Te pueden dejar sin trabajo por esas cosas. Aquí en Inglaterra no es como en Argentina. Acá hay multas. Me puse en perspectiva. Me puso en perspectiva. Me puse en órbita. Me pondrían en órbita si no mejoraba mi responsabilidad. Pero me lo tenía que decir ella. No lo hubiera visto yo solo. Jamás. No pude soportar el bombardeo de conciencia en ese momento, porque los meteoritos que comenzaban a caer eran razones por las cuales estar equivocado. Era cada meteorito un terremoto y se superponían con la voz de la conciencia, que mas que voz era un coro de voces de Isabel y tantos mas, diciéndome que el mundo no se va a acomodar todas las veces que yo tuviera ganas de salirme de la cadena rutinaria, de la cual no soy el protagonista principal, sino que hay un set de actores de reparto que son protagonistas y afecto a la cadena rutinaria de esa otra gente, y para recluirse y hacer introspección estaban los momentos de intimidad. Pero ese día, en el entre tiempo, el partido favorable, la duda que me empujó contra un costado, en ese entretiempo no podía esperar, y los arranques de espontaneidad no los podía controlar. No era excusa. Esto ya me había pasado. El fuego caía del cielo y venían voces diciendo cosas en inglés, y creo que Isabel se puso de pie de un salto. Pero tenía que seguir mirándome en ese espejo de mil grietas donde me veo multiplicado, y donde las frases que dije estúpidamente en algún momento, creyendo conocerme, se me vuelven multiplicadas también. Y vi que Isabel abrió la puerta efusivamente y algo me dijo pero mi vista estaba clavada en el pasado tan pasado como inmediato, donde había un Cristian en la rebelión hormonal de un adolescente, diciendo que no podía esperar para sentarse a llorar donde sentía la necesidad de romper con los compromisos asumidos de forma voluntaria. Mirando al cenicero que devolvía la luz artificial en tantas micro-partes acompañadas de sombras. ¿Y si mi vida estaba en ese cenicero, donde el vidrio de mi cuerpo y mi alma reflejaban la luz de todos los días, acompañados de las sombras de mi interior, de los engaños de una mente que me hace creer que siempre hay un solo camino, y que hay que tomarlo, y que no se puede cambiar de camino, y que la bifurcación es el único momento para decidir? Los pasos que son hacia adelante no son equivocados. Pero eso lo sé ahora. Y el hombre-cenicero-de-vidrio estaba sentado en la punta de ese sillón, pero se sentía al borde de un abismo, del cuál se salvaría si seguía metiéndose hacia adentro, mas y mas. Mas voces se escuchaban pero no eran las de la conciencia, eran voces humanas que venían desde atrás. Podía ser posible también que el cenicero refleje nuevas luces. ¿La luz de la lírica de las letras, quizás? Quizás. Una luz anaranjada. Una luz con los colores que no eran los del club de Burslem, sino mas los de la naranja mecánica de los países bajos. Entonces el salto que tenía que dar ¿era tan grande? Mirando el cenicero sobre la tela de los manteles que sostenían las pizzas devoradas, los rebordes abandonados, pude llegar a no tambalearme con los terremotos de las voces-meteoritos, y negué el procedimiento. No debía resistirme al movimiento, debía moverme con él. Vibrar como la tierra que pisaba. Vibrar con lo que sea que moviera el piso. No con otra cosa. La poesía caía del cielo, encendida como el fuego. En llamas. Llamas anaranjadas, como el reflejo anaranjado del cenicero que es mi alma y mi cuerpo que devuelve esa luz acompañada de la sombra que se retira. Mi cuerpo reflejando; esa luz de fuego. Y al darme vuelta, atando cabos, pude ver que la luz anaranjada del cenicero era efectivamente de fuego: el edificio de enfrente estaba en llamas.
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Se aproxima un salvaje capitulo de Port Vale FC. Pronto!
A wild chapter of Port Vale FC is coming! Soon!
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Capítulos hasta el momento...
Para que puedan seguir la historia de forma ordenada, aquí están los capítulos y en cada uno el link al capitulo. ¡Que la disfruten!
Port Vale FC es la historia de un técnico de fútbol argentino comenzando un nuevo trabajo en Inglaterra, mas precisamente en el Port Vale FC, un club de la cuarta categoría del fútbol de ese país. Lo que nunca imaginó es cómo su vida y su forma de ver la existencia cambiarían radicalmente al transcurrir el día a día en los entrenamientos. Digamos que soltaría el tablero de estrategias para tomar una lapicera y bocetar algunos versos...
1a - Queen St 1b - Arduos Ascensos 1c - El presidente vitalicio 2 - Los sueños, el arte, los niños. 3 - Tono inglés eléctrico 4 - Para ver tu cara 5 - Aguas muertas del mar 6 - Anti-doping
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Y para que vean que el club en el cual está ambientada la historia, y sus lugares, tradiciones, recorridos, colores, son reales, aquí les dejo un video resumen del ��ltimo partido del Port Vale FC, en el que, para variar, ganaron. (son los de blanco)
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Anti-doping
Y la marea del calendario me arrastraba sin que mi resistencia, tibia, sirviera de algo. Algún entrenamiento, alguna estrategia nueva, alguna charla motivadora, y alguna cita con el presi. Nada mas. No sabía cómo poder seguir adelante viendo una y otra vez golpes a la pelota, desgarros, piernas musculosas, cuando en realidad quería correr a mi casa a leer a Byron, Keats, o Blake. Y me encontraban los angelitos de la guarda de la maldita conciencia en el medio de un primer tiempo, en un partido que jugábamos de visitantes en la cancha del Cambridge United (nunca pensé que podría llegar a acordarme del nombre de todos los equipos de nuestra liga, tan llenos de consonantes). El partido no daba respiro. Habíamos estrellado tres tiros en los palos, dos de ellos en la misma jugada. Los muchachos estaban afilados. Las charlas del colectivo y en el vestuario habían dado resultado. Había empezado a expresarme un poco en inglés, con las palabras mínimas e indispensables para poder comunicarles mis ideas por mis propios medios: y me entendían. No sé que había sido pero estaban realmente mas conectados con su objetivo que en otras ocasiones. Supuse que la comisión directiva del club estaría levemente mas conforme que con la derrota anterior. No ganábamos por el momento, pero jugábamos bien, y mejor que el rival. Cambridge llegaba al arco de nuestro Hornby, pero nuestros defensores lo resolvían bien, seguros, sin complicarse. Me sorprendí de estar conectado con las acciones del partido. No podía creer cómo pude haberme distraído tanto en aquel partido con Coventry, como para asustarme por un gol en contra. Pero la concentración no iba a durarme demasiado.
Veía los rostros de nuestros rivales y se me ocurrió que muchos era parecidos a aquellos poetas ingleses que había estado leyendo todos estos días. El único delantero de ellos era igual Lord Byron, en ese retrato que devuelve el buscador con un bigotito anchoita, y el cabello corto. Tomé un poco de pasto y envolví un pedacito de forma que pareciera un mini turbante y se lo puse en la cabeza al susodicho, cerrando un ojo. Lo seguía en su carrera tratando de que no se le cayera el turbante, y era realmente igual al poeta. Me imaginé que podría distraer a sus rivales recitando algunos versos a sus espaldas, el defensor se daría vuelta consternado, el tiempo suficiente para que él se adelante y cabecee la pelota en el arco rival. “Ojalá que no esté escuchando mis pensamientos” pensé. En el preciso instante en el que solté el pedacito de pasto, percatándome de que algún camarógrafo o fan podría estar grabándome, la reencarnación de Byron cabeceó la pelota y se fue a centímetros del travesaño de Port Vale. Maldición.
El juego siguió sucediendo y pudimos celebrar un gol de nuestro Pope, que volvía a jugar después de dos partidos suspendido por mi, y luego de que no me hablara durante tres semanas. El arbitro señaló el centro de la cancha y nos fuimos al vestuario1-0 arriba. Estaba determinado a no hablarles a mis jugadores, porque estaban jugando realmente bien. Habían comprendido muchas de las ideas que veníamos elaborando desde hace un mes: ese fue el primer encuentro en el que los vi seguros de lo que estaban haciendo. No había nada que agregar. Smith, el blondo defensor, salió buscándome con la mirada, le sonreí y correspondió, lo cual tomé como una señal de buen clima. Pope salió ultimo de la cancha y lo abracé, a lo que correspondió unos segundos después abrazándome también. No hacía falta mas que eso.
Al llegar a las puertas del vestuario luego del largo pasillo, indiqué a uno de mis ayudantes un par de lineamientos que quería que transmita a los jugadores, pero de forma individual, y luego antes de salir a la cancha, una arenga para que sigan así porque lo estaban haciendo bien. Tomé mi teléfono de mi bolso y salí del vestuario. Me dirigí a una zona común de los pasillos, donde luego de los partidos se concentraba la prensa que en ese momento estaba vacío.
─ ¿Hola? ─ Contestó una voz anciana del otro lado.
─ Hola mamá ─ dije con voz queda.
─ ¡Rafa! ─ se retiró el tubo del oído y gritó ─ ¡Viejo es Rafa, vení!
─ No, mamá. Soy Cristian.
─ Ah, Cristian… ─ hizo un silencio, y volvió a gritarle al viejo ─ No, viejo, es Cristian. Hablan tan parecido…
─ ¿Qué hacían?
─ Nada, acá, por ir a la costanera ─ dio un suspiro del cual podría escribir ciento cuarenta y nueve poemarios, y continuó ─ Vino tu tía Sandra. Lo internaron a Miguel.
─¿Qué le pasó? ¿Se quebró algo?
─ ¡Ja! No. Esta vez no ─ Miguel, mi primo menor, jugaba al basquet, y tenía cierta propensión a las quebraduras en los brazos. Llegamos a estar un mes los dos en la misma casa, la casa de nuestra abuela, los dos juntos, quebrados, él en el antebrazo, y yo el fémur, en mi época de futbolista en el Mercados ─Se enteró que Laurita no va atener un varón, sino tres. Y le dio un pico de presión.
─ Guau… ─ no atiné a decir otra cosa. Miguel le tenía terror a los niños. Me hubiera reído mucho si no fuera porque el susto lo dejó internado.
─ Si… ¿Y vos, cómo andas, Chinu? ─ Chinu me decían mis compañeros del Marcados Unidos, por una vieja gloria del club que se llamaba Cristian también y era defensor como yo. Las únicas dos semejanzas que tenía con semejante jugador.
─ Bien. Acá en medio de un partido ─ tomé aire, porque no sabía cómo iba a preguntar lo que quería preguntar ─ Em… Viejita, yo… bueno, estos días estuve... ¿el tío Sandro sacó un libro una vez, no?
─ ¡Ja! Si ─ Esa risita de mi vieja era tan simpática y era tan característica de ella que se la podía reconocer solo con esas dos letras: ¡Ja! Le daba por reírse así mitad por diversión mitad por burla y picara. Luego de quedarse pensativa, rememorando estimo, siguió ─ Sacó un libro. Ahí están, todos en una caja, anda a saber donde está esa caja. La tenía la Nona, pero cuando le vaciamos la casa con tu tio no lo encontramos. ¿porque me preguntas eso?
─ Y… ¿vos lo leíste? ¿era una novela, cuentos, de qué era el libro?
─ Creo que eran cuentos, no me acuerdo. Creo que se llamaba “Por ti yo lloro” o “Por ti he llorado”. Era mas malo pobre. No lo leí yo, pero creo que ni él lo leyó. Una vez me la crucé a la tía Selva y me dijo que le había ido re mal. Al final me admitió “es que era tan malo el libro...” ¡Qué manera de reírme! Mirá, acá está papá y se vuelve a reír. Me acuerdo que vine a casa, le conté y nos reímos tanto. Claro, lo que pasa que tu tío probó de todo para sacar un mango, y en una de esas se le dio por escribir un libro, mamita querida. Dejo el trabajo que tenia en MarSegur, ¡Qué boludo! Con lo que ganaba…
─ Ah… así que no era muy bueno…
─ ¡No! Qué va a ser bueno. Mirá, un día te voy a contar la cantidad de cosas que hizo tu tío para no laburar. Pero… ¿Donde dijiste que estabas vos?
─ Acá en un partido en Inglaterra, mamá ─
─ ¿Y no tendrías que estar concentrado en eso vos? No te estarán por rajar, ¿no?
No contesté enseguida. Y para mi vieja eso fue todo lo que podía decir.
─ Chinu…
Qué clara que la tenía.
─ Cristian…
Y la tenía tan clara que cuando me decía Cristian era porque se estaba dando cuenta de algo.
─ Decime, ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
─ Ya sabes cómo estoy. Te das cuenta sola.
─ ¡Ja! Por supuesto, soy tu madre ─ Y me moría de ganas de decirle que por eso precisamente la llamaba, pero mi orgullo de hijo no me lo permitió.
─ ¿Cómo vas en ese trabajo allá? ¿Te gusta?
Ya no pude contestarle mas. Por el mismo orgullo, creo.
─ Cómo te conozco, Chinu. Algo de allá no te está gustando. Sabes cómo sabía yo esto. Mirá el otro día le dije a papá “Ojala que le vaya bien al Chinu allá en Europa, porque en cualquier momento se cansa y deja todo a la mierda”. ¿Pero sabes qué te pasa a vos? No es que te cansas, es que cambias todo el tiempo. ¡Ja! ¿Te acordás cuando habías empezado a jugar al basquet con tu primo? Estaban re enganchados los dos. No se separaban. Iban, venían. Y cuando estuviste por llegar a la reserva, no sé qué te pasó que dejaste todo a la mierda y te anotaste en Fútbol del otro club, en el Mercados. En realidad sí sé qué te pasó. Te cambiaron los gustos. ¡Eras tan chiquito! Y cambiaste. Nunca me lo explicaste pero yo me di cuenta. Algo del basquet no te gustó mas.
Mientras la escuchaba, vi cómo pasaba uno de mis ayudantes por el pasillo, supongo que buscándome. Unos instantes después escuché el clamor del público. Evidentemente el segundo tiempo ya había empezado. No me importaba. Me iban a matar en la comisión. Pero no me importaba. Esta noche me ahogaría en la bañera creyendo que era el cocinero de un barco pirata, derivando mi trabajo en casa en un desastre patético. Pero no me importaba. Mi vieja hablaba. Necesitaba ese salvavidas en medio del agua muerta del mar.
─ Cambiaste de club y de deporte. ─ seguía ella sin percibir… bueno, percibiéndolo todo ─ Pero el fútbol no lo cambiaste mas. Otras cosas sí. ¿Te acordás cuando ibas a piano? Esa locura te duró como un año. El tío te regalo ese piano vertical tan lindo, y lo habrás usado dos veces, tres. Lo vendiste y te compraste la cámara de fotos profesional. Te había agarrado por las fotos. Pero nada de eso te duraba. Como si no fuera lo tuyo. Yo nunca te dije nada pero los profesores me decían que no eras tan bueno en esas cosas. Que se notaba que lo tuyo era el fútbol, porque no hablabas de otra cosa. Bueno, ahora lo discutiría, porque por cómo te escucho me parece que te picó otro bichito ahora. ¿Qué es Chinu? ¿Qué te pasa?
No pude hablar. Porque si hablaba me iba a poner a llorar desconsoladamente. Me apoyé en la pared. Casi tiro un cuadro colgado en el pasillo pero llegué a atajarlo. Me arrastré hasta el piso y me senté en ese rincón. Me acurruqué. Mientras trataba de que ese nudo gigante en mi garganta pasara.
No pasaba.
─ No sé qué hago acá… ─ Lloré. Lo dejé salir sin mas.
Mi vieja siguió hablando con esas palabras típicas que dicen las madres, sabiendo que uno no las escucha, pero que hacen tan bien. Quería abrazarla. En ese preciso instante giro por el pasillo Isabel. La vi y se me abrieron los ojos tanto, y la boca, que casi me dolió. Iba acercándose ente las paredes de agua con que mis ojos la encerraban. Ella valerosamente se abrió paso y siguió a mi encuentro. Me miró con una compresión, sin preguntarme nada. Nada mas que:
─ ¿Quién es?
─ Mi vieja ─ me tiré de costado, en posición fetal con la cara tapada, a derramar las lágrimas que quedaban.
La multitud gritó gol. No me importó.
─ Hola, Señora ─ escuché los gritos de mi vieja, preocupada ─ Si, si, está bien. Yo soy la traductora que pone el club. Lo tengo que… Si, si. Yo lo cuido. Está bien, si, si. Está un poco emocionado, je ─ sentí la mano de Isabel en mi rodilla. Ella se había sentado en el piso también ─ Bueno, le mando. Él le manda un abrazo grande también. No se preocupe, ahora tiene va a volver al partido. No, No se preocupe. Bueno, bueno. Si, si, le digo. Bueno. Ok. Un saludo, Señora. ¿Cómo es su nombre? Norma. ¡Cómo mi tía! Debe cocinar muy rico usted, como mi tía Norma. ¡Ja! Bueno, bueno. Que ande bien. No se preocupe que Cristian está bien. Adiós. Si, si, le digo, Adiós. Chau, chau.
Colgó, termino viejo si los hay, y me dijo que me tenía que levantar. Pero lo dijo con una dulzura tal. Así:
─ Cristian, te tenes que levantar.
Es inimitable. Pero nunca me voy a olvidar de esa dulzura. No me quiero poner poético, como los poetas ingleses del siglo XIX, pero daría para varios versos. Y no es verso. Me levanté un poco, totalmente destruido, acomodando los pedazos de Cristian, de Chinu, que había por todo el pasillo, y le pregunté lo único que me importaba saber en ese momento.
─ ¿Tenes una tía Norma?
Isabel contestó algo que me enamoraría como un idiota enamorado.
─ No.
─ Hey! Cristian! I Been looking for you! Man! For God’s sake.
Mientras Isabel no sabía bien qué hacer con un cliente que está tirado en un pasillo, llorando, me abrazaba y trataba de consolarme. Nada mas tenía que hacer ella. Le había mentido a mi vieja de una forma tan hermosa, para que ella se quedara tranquila de que su hijo estaba con alguien sensible y argentina, porque para las madres esas cosas son importantes. Y ella lo sabía. Fue tal su tacto en ese momento para decir que tenía una tía que en realidad no tenía, que nunca pude olvidar ese detalle.
─ Wait! ─ gritó ella. Voy a transcribir el dialogo en español, como ella me lo relató unos días después ─ Está conmocionado, no se siente bien. Lo encontré de casualidad. Esta bien, pero no puede ir ahora, en un rato va a ir.
─ Pero tiene que hacerse cargo del equipo. Nos acaban de empatar el partido! Tiene que cumplir con su trabajo. Ya no está el horno para bollos. Ya se mandó una cagada la otra vez, no puede volver a fallarnos ─ Según me contó Isabel, el tipo estaba desencajado ─ Los jugadores nos miran y nos preguntan donde está.
─ Pero cómo querés que te lo diga. No puede ir ahora! Mi cliente está descompuesto, acaba de tener un llamado difícil desde su país. Una noticia difícil. No podes ser tan insensible.
─ Él tiene un trabajo y lo tiene que cumplir.
En ese momento se acercó el entrenador de arqueros, que era quien vociferaba, y me tomó de un brazo para que me levantara. Por detrás del recodo del pasillo aparecían dos ayudantes mas. Creí ver algún flash de alguna cámara.
─ ¡Pero dejalo en paz, imbécil! ─ se atravesó Isabel, lo enderezó y le metió una cachetada que sonó de punta a punta del largo pasillo de prensa. Lo vi todo desde el suelo. Fue épico
─ ¡Si tanto te preocupa el equipo, andá y hacete cargo vos!
Una leona con todas las letras. No quería caer en el egocentrismo del macho y creer que ella me estaba defendiendo de esa forma porque me amaba, así que preferí pensar que se había congraciado conmigo y me defendía frente a la injusticia. Pero en algún lugar quería creer que me amaba. Porque yo sí la estaba amando. Empujó al entrenador de arqueros y este dio un traspié muy gracioso que lo hizo aterrizar varios pasos mas atrás. Ella se plantó, protegiéndome a sus espaldas. Las fieras se retiraron. La leona había defendido a su manada.
Empatamos dos a dos.
Fui al banco, ocupé mi lugar. El partido finalizó con empate pero no retiré lo dicho antes a mi jugadores. La parte del segundo tiempo que había llegado a ver me seguía pareciendo buena de nuestro lado. Pensé que a veces un partido de fútbol pareciera pasar muy rápido comparado al trabajo que uno hace con los jugadores en la semana. Esta vez para mi fue infinito, porque mas allá de todo lo que viví tuve veinte minutos para estar del lado de afuera del campo y dar un par de indicaciones. Las cámaras me tomaron pero no llegaron a poder inventar nada, aunque se morían de ganas. Había llorado como un niño desconsolado, pero en las fotos que vi mas tarde no se notaba. Tampoco ningún medio hizo referencia a mi ausencia en gran parte de la segunda mitad del partido.
Alguien había tomado varias fotos y un fan grabó un video del lacrimogeno incidente detrás de bambalinas. Luego el presidente me reclamaría la cantidad de esfuerzos que tuvieron que hacer en la comisión directiva para interceptar ese video y comprarlo para que no trascendiera. Si hubiera trascendido quizás habría terminado todo de una forma un poco mas… Bueno, ya verán.
Smurthwaite también pidió esa mañana de domingo un control antidoping para el director técnico de su propio club. Tengo entendido que también pagó para esto. Qué ridículo. Cuando me retiré del campo con mi jugadores, luego de haber gritado el gol del empate dos a dos (golazo de afuera del área de Angus) vino uno de los representantes de la liga y nos comunicó que el elegido del día para el control toxicológico era Ben Whitfield y ¡el técnico! Todos se sorprendieron y supieron en seguida que era una demanda de la comisión. Por supuesto que dio negativo para ambos. Smurthwaite se dio el gusto de sacarse la curiosidad. Y yo le quité un motivo para dejarme sin trabajo. Al menos de momento.
Esa noche hablé con Norma y le expliqué que estaba todo bien. No me creyó, por supuesto.
¿Mis sensaciones? Confusas pero ambidiestras.
¿Mis perspectivas? Raras, indefinibles.
¿Mi retrospectiva? Distante e innecesaria
¿Mis ambiciones? Cercanas, discretas.
Y los versos que quisiera escribir y no salen.
Por no haberte leído,
poeta de todos los tiempos.
“Para adelante” diría un compadre,
“y que sea lo que Dios quiera”
Si todo dependiera de la agenda de ese ministro
Cuantas colas habría en los bancos
y cuantas canillas abiertas en los vestuarios.
Cristian Pueblos
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¡Atención!
Mi web-nouvelle está disponible también en la plataforma Wattpad. Ahí el enlace. Wattpad es una plataforma para escritores que quieren compartir de forma gratuita sus escritos, y funciona como una red social de la escritura.
Así que ahí tienen otra opción por si a alguno le resulta mas amigable Wattpad que Tumblr para leer. ¡Saludos!
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Agua muerta del mar
Jackobson, Derrilson, Barry, Privert, Pilisworth, Smith el del Morecambe, y el Smith del Lincoln, y otros. Me habían pasado esos nombres por un comunicado institucional. Consultando en la web pude ver que estos nombres eran todos sacados del once ideal de la temporada anterior. Una clara muestra del mediocre trabajo de la gente que se encarga de las compras y ventas de jugadores en el club. No había habido investigación, solo un “copio y pego” de nombres. Me sentí solo. Por eso me dispuse a disfrutar el momento. Unas cervezas, baño de inmersión y un poco de relajación para analizar posibles incorporaciones para el club. En mi mente tenía otros nombres, pero eran fantasías mías. Imaginé a mas de uno de mis chicos del Mercados Unidos luciendo la bella casaca blanca y negra del Port Vale, con esos finos sponsors en ingles, siempre las remeras planchadas y nuevas, limpias, y con un blanco siempre luminoso. Pero por supuesto que era imposible. Ya era demasiado esfuerzo para un club tan refinado el haber contratado a un técnico sudamericano, con la sola referencia de un titulo en las divisiones inferiores argentinas. Pero me hubiera encantado. Contratar a alguno de esos hombres trabajadores. Que dejaran de vivir al limite contando los pesos para comprarse la ropa del club, para poder jugar el domingo. Que pudieran dedicarse a esto por entero, con sueldo que les diera la tranquilidad que se merecían, luego de tanta lucha. Pero no se podía.
Busqué videos. En la web estaba lleno. Sobretodo grabados con celulares. Había un canal de un tal RicharBlues que ademas de tener grabados los últimos conciertos de BB king, con un sonido bastante deplorable, tenía también resúmenes de los partidos de varios clubes. En Inglaterra los torneos menores era regionales, por lo que alguien con tiempo y dinero podría recorrer varias canchas y ver varios partidos en el mismo fin de semana. Así, RicharBlues me proporcionó mucha información que me fue útil, ademas de otras webs que también me sirvieron. Pude identificar a dos defensores, un volante ofensivo y dos delanteros, nombres que comuniqué al club para que sondearan. Eran Fred Palmer y Samuel Fridge del Yeovil, que parecían funcionar muy bien juntos, y tenían un buen timeing para salir o quedarse de acuerdo a lo que hiciera el compañero de saga, algo que lleva mucho tiempo de juego alcanzar. El volante ofensivo que me llamó la atención fue Robert Milmson, un veterano inglés con buena visión de juego, que al parecer gustaba de jugar parado, como en un cancha de fútbol cinco. Estimé que no sería difícil llegar a él dado su edad y su experiencia. Los delanteros que me llamaron la atención fueron Chuks Aneke de 25 años, y el sueco Osman Sow, del Milton Keynes. A este último le hice un círculo, marcándolo como prioridad. En el partido contra el Crewe Alexandra y el de hoy contra Coventry había podido ver falencias en los delanteros. Los muchachos andaban mal de puntería, y nuestros goles los habían anotado los defensores. Todo un síntoma. Sobretodo si tenemos en cuenta las práct…
¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!
Parecía que ese día fuese el día de los sobresaltos. Tenía el teléfono móvil apoyado detrás de mi, en un reborde de la bañera, y por el típico eco de los baños sonó escandalosamente. Tanto que pegué un salto (estimo que similar al de hoy a la mañana en Vale Park) y tiré toda mi cerveza al agua, casi tiro mi Notebook al agua también, que estaba conectada, cargando la batería. Es decir, casi muero calcinado. Nunca mas usé aparatos enchufados en la bañera. Tomé el teléfono pero mis manos estaban empapadas de agua, jabón y cerveza, así que las sequé a toda velocidad con la primera toalla que encontré a mano. Velozmente porque pude ver que el que me llamaba no era otro que Mr. President.
─ ¿Hello? ─ dije, aun agitado por el sopor.
─ ¿Cristian? ¿Has visto las noticias?
Era su voz. Smurthwaite. Esperaba su llamado pero me había preparado el baño de inmersión de todas formas, con la esperanza de que no me interrumpiera. Pero con una puntería que comenzaba a ostentar el tipo cada vez que quería evadirlo, embocó mi momento de relajación justo en el blanco.
─ ¿Cristian? ¿Estas ahí?
─ Eh… si, si. Perdón.
─ Te preguntaba si había visto los noticias.
Sus errores gramaticales, y su tono inglés al hablar casi bien el español me parecía irritante, porque pronunciaba con tanta seguridad que daba la impresión de ignorar que tuviera errores, o siquiera que podría estar cometiéndolos.
─ Si, señor, las he visto, eh…
Busqué las palabras y esperé que mi querido presidente llenara el incomodo silencio. Pero no sucedió. Estaba determinado a esperar mis explicaciones.
─ Bueno… ─ dudé, mientras manoteaba el fondo de la bañera, en busca de la botella de cerveza, que no podía divisar por la capa de espuma ─ usted ha visto cómo son los medios hoy en día, señor. Se toman de cualquier detalle y hacen toda una historia para conseguir lectores. Realmente fue sólo un instante en el que estaba mirando a mis delanteros en esa situación de ataque…
─ ¡Estabas mirando las palomas, Cristian!
Me interrumpió con un grito que saturó la linea de mi pobre teléfono móvil. Mi evasiva no había funcionado.
─ Las cámaras te tomaron en el preciso instante en el que mirabas las palomas. No trates de engañarme. En ese momento estabas mirando palomas. Porque no te enfocaron sólo las cámaras de la tv. ¡No! Te grabaron miles de teléfonos celulares de nuestros simpatizantes. ¡Simpatizantes que están furiosos! Desde esas grabaciones se puede ver cómo sigues con la mirada el vuelo de esas freaking palomas. ¿Qué tienen de atractivo esas palomas, Cristian, dime, qué tienen de interesante que te hacen olvidar tu trabajo, y te llevan con ellas? ¿Tienes acaso amor por las aves? ¿es eso? ¡Entonces porqué no lo dijiste antes! Podemos conseguirte miles de jaulas para que pongas en tu nueva casa. O incluso podemos conseguir una casa con mas espacio para criar aves. ¡Pero no puedes distraerte de esa forma!
─ Estaba consiente del partido, Señor Smurthwaite, yo…
─ ¡No estabas ni enterado de cuanto iba el partido! Te preguntó un periodista, al final del partido, qué opinabas del resultado, y les dijiste que a pesar de la derrota… ¡Que a pesar de la derrota! ¡¡Y habíamos empatado!!
─ Bueno, empatar es mejor que perder, señor.
─ Pero lo que sería aun mejor ¡es que estés concentrado en tu trabajo! ─ hizo un prolongado silencio en el que buscó normalizar su respiración, cosa que en alguien de su peso debe ser realmente difícil ─ Escuchame, la prensa está en llamas, estas en el centro de todos los comentarios. Me han llamado de todos lados. Tendrás que hacerte cargo de esta situación.
─ Perfecto. ─ me apuré a confirmar para demostrar acuerdo ─ No tengo ningún problema, yo…
─ Por supuesto que no lo tienes, es lo que debes hacer ─ del otro lado alguien lo llamó y tapó el tubo para decirle que si a algo ─ Ya te avisaré fecha y hora para tu conferencia de aclaración. Y por favor, ten la decencia de salir del baño cuando hablas conmigo.
Y colgó.
Se podía decir que había comenzado con el pie izquierdo en mi nuevo empleo. Es decir, eso es lo que diría cualquiera. En mi opinión había comenzado bien, exceptuando algún que otro traspié. Los resultados futbolísticos estaban dados: derrota y empate. Buen vinculo con los jugadores (dentro de lo que la diferencia idiomatica permite), comodidad en la ciudad, apacible recibimiento del público local. Y hasta hace unas horas, buena relación con los jefes. Ahora eso había cambiado, pero deberán comprender que es mi estilo de trabajo. O mas bien, ese era mi nuevo estilo de trabajo, totalmente diferente al que me había hecho destacar en Argentina. Aquel nuevo yo, en una bañera de Burslem, Stoke on Trent, Inglaterra, viralizado patéticamente por un público que apenas sabía mi nombre, y atraído enfermizamente por mi traductora a quién había puesto un apodo amistoso, con el fin de que así lo fuera también nuestro vinculo. Y no debía olvidar mi tendencia a buscar nuevas formas de trabajo. Meterme en los entrenamientos con ella, jugar a que juego pero no juego con mis players, confundiéndolos, irritándolos, intentando atraparlos. Todo eso sonaba genial, hasta que recordaba que mi pasión por este deporte, por la dirección técnica, la estrategia y las vicisitudes del deporte y del vinculo social entre las personas, cada vez me atraía menos. Me atraía mas una bandada de inocuas palomas que aquello que tanto supo apasionarme en el pasado. ¡En el pasado! Ya lo estaba confirmando. Y me sonaba tan mal, tan espeluznante. Era como pensar que un carnicero, hijo de carnicero, nieto de carnicero, que trabaja en la misma carnicería que su bisabuelo, y que pretende que sus dos hijos se hagan cargo de la carnicería en el futuro, descubriera de repente que lo suyo es el tango, y comenzara a ver en cada pedazo de carne roja un cadáver, un animal muerto que nadie sabe porque murió, y cuyo asesino esta libre, y que ademas es inimputable. Y comenzara a soñar ese carnicero con que cada chorizo es una girnalda colgando en los conventillos de la Boca, mientras entran en fila las mujeres en medias de red y tocados antiguos, y él, junto a los malevos de la esquina, las cortejan en un ritual del 1900, al ritmo del dos por cuatro, proyectando las sombras que dibujaban sus sueños en los adoquines húmedos de la noche porteña. Valía la comparación.
Me enredé tanto en esas realidades, y formaban tales brotes las ideas en mi cabeza que sentí la necesidad de mirar hacia arriba, para ver si me habían salido ramas. Qué manera de ver la vida, me dije. Mis ojos se vidriaron nuevamente, como aquella mañana. Si las palomas gárgolas me hubieran visto. Me reí al llamar a mis ideas “realidades”, como si ese carnicero existiera. Quizás sí. ¿Y yo? ¿Existía? Estaba casi seguro de que si. Cristian Pueblos existía, y era un trabajador del fútbol, con un naciente interés por la sensibilidad, el arte, la poesía. La poesía. Lo dije en voz alta.
─ La Poesía.
Intenté ponerme de pie, desnudo como estaba, pero casi tiré mi bandeja de bañera con la notebook encima así que lo dejé. Pero hubiera sido todo un suceso: Ponerme de pie para recitar el himno de la poesía y declararle mi amor. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho. De todas formas, si alguien me preguntara en algún momento cuándo me di cuenta de que la poesía había aboyado mi conciencia, respondería que en ese momento, y diría que me puse de pie, en la ducha, desnudo y que dije en voz alta, con la mano en el corazón y la frente alta: “La Poesía”.
El agua estaba cada vez mas caliente. Volví a mi cuerpo y decidí usar la conexión a internet para buscar poetas. No tenía ni idea de por donde empezar, y me parecía patético escribir en el buscador “poesía”, así que me dije “¿Adónde estoy? En Inglaterra, ¿Acaso no ha habido grandes poetas ingleses? Bueno, quizás sea una buena forma de empezar”. Así que busqué “poetas ingleses”. Aparecieron un montón de pinturas y dibujos de hombres sin barba y con nombres impronunciables para mi. Me alegré de identificar a uno conocido: “William Shakespeare”. Me hizo sentir que pisaba tierra firme. Investigué un poco en su poesía y pude ver que había escrito ciento veintiocho sonetos. Para mi desgracia, no tenía la menor idea de qué era un soneto, pero me sonó a algo difícil de escribir. Al parecer, un soneto era una combinación de determinada cantidad de versos en cada estrofa. Leí algunos poemas de Shakespeare. Los leí en español, y ciertamente algunos me gustaron mas que otros. Su tono romántico iba muy a tono con mi estado. Muchos me gustaron, pero sentía la necesidad de leerlos en su idioma original. Algo me decía que al traducirlos al español, algo perdían. Como una especie de magia antigua, como un polvillo de años brillando con la luz naranja del sol cayendo. Los busqué en inglés. No entendí nada. Pero algo me devolvieron, cierta magia que había sospechado. En una de las paginas web que tenía varios poemas del bardo en inglés, había algunos grabados con esa voz robótica horrible. Me pareció aun mas melodiosa que la voz de mi mente leyendo el poema en español.
Me puse a comparar. No podía ser que, como hipanohablantes, debiéramos conformarnos con:
“Las injurias que me hago a mi mismo, te aventajan a ti, y el doble a mi. Tal es mi amor, que a ti te pertenezco, cual por ese derecho, en mi todo será defectuoso.”
Cuando la versión original del Soneto 88 de Shakespeare dice en realidad:
“The injuries that to myself I do, Doing thee vantage, double-vantage me. Such is my love, to thee I so belong, That for thy right myself will bear all wrong. ”
¡Maravilloso! Y la chica que te habla en Google, leyendo generosamente el texto que uno pegue en el casillero, lo lee tan hermosamente que enamora. No podía evitar imaginarme a Isabel leyendo alguno de estos poemas. Siquiera un verso. Such is my love, to thee i so belong. Laureles lacrimógenos, serpientes florales arremeten, sirenas multiformes de colores susurran cantos secretos de una belleza legendaria. Isabel: To thee i so belong. Qué fácil se me hacía soñar con todo eso. Perdí la mirada y me hundí un poco en la bañera hasta que mi barbilla tocó el agua y mis pies tocaron el extremo opuestos. Miré el techo un tanto agrietado. Soñé.
Eso era lo que quería en mi vida: mas poesía, por favor. Tanta genialidad escrita en libros olvidados y nadie los tocaba, los abría, nadie los devolvía a la vida. Y yo acariciando una pelota de fútbol. Toqué con mi mano derecha la botella de cerveza en las profundidades de mi baño de inmersión. No me importó. La saqué a flote y la miré. Un barco. Miles de piratas en una flota de botellas del mar entre la espuma que acaso fuera la bruma de alta mar, pidiendo a las nubes del cielo algún libro de poesía. Alguna charla en algún pasillo, en algún camarote, con algún mapa en alguna mesa, citando los versos de algún poeta ingles. Esas eran las charlas que teníamos que tener. Qué tan lejos estábamos, me pregunté. El hombre de los ojos vendados, que tiene solo una mano y que la que no está deja ver unas vendas marrones, sucias, hediondas, cuyo agrio aroma se deja percibir a varios metros con viento en contra, será acaso ese mismo personaje ciego el que mas cerca esté de poder ver los versos en el aire, la poesía en la bruma. La bruma. Y el cocinero del barco quizás preguntándose el porque de las palabras escritas en las paredes de su cocina, en un idioma desconocido. Y el prisionero que ha ganado su libertad a bordo, que aprovecha para saciar su hambre acumulado, entrando allí a cualquier hora, que se queda pasmado al ver tales inscripciones en las paredes. Imaginé la cara de espanto, la vi. El cocinero replicó sin querer su cara de pavor, y contempló horrorizado la huida del recién liberado. Lo siguió, se le abalanzó y le preguntó por el significado de estos grafismos, y este se hecha a reír a la par de varios tripulantes alrededor que también se ríen del cocinero. Este, aun con el cuchillo mas grande en su mano derecha se levantó enfurecido y amenazó a todos y les dijo que temieran por sus vidas, porque nunca sabían cuándo la ira del mar los abrazaría para siempre. Los tripulantes se miraron ante la amenaza y volvieron a reír a carcajadas. El capitán los dispersó entre reprimendas. Esa noche hubo gritos en sueños, gritos desesperados. De noche hubo gritos que anunciaban el final, pero no pudo despertarse. Sabía que ese sería su final, pero no podía moverse. Sabía el cocinero que moriría en su cama tapado por el agua muerta del mar, pero no podía mover ni un dedo, y escuchaba los pasos presurosos en los pasillos, y golpeaban a su puerta, o era algún objeto flotante que amenazaba con abrir su puerta. El agua llegaba a su boca y podía saborearla, pero no era salada. Era tóxica. Llegaba peligrosamente a su nariz y sentía la muerte tan cerca que pensó en su madre, y en sus hijos en Ginebra. Pensó, recordó tiempos felices y se sintió morir, y lloró. Lloró desesperadamente sin poder moverse, sin poder evitar su extinción en el mar. Lloró de una angustia tan profunda como el mar que sepultaría sus restos eternamente. Lloró y gimió… y desperté de un salto, el tercero del día. Todo el divague del barco en alta mar había sido un sueño. Uno que nunca olvidaré. Fue el maldito sueño que me hizo perder una notebook nueva, recién comprada hacía una semana. La muerte del cocinero casi se convierte en la muerte del DT del Port Vale. Había desconectado la batería de mi computadora, porque de no ser así hubiera quedado frito allí mismo. Al despertarme sobresaltado por encontrarme sin poder respirar a causa del agua de la bañera, pegué tal rodillazo a mi bandeja de baño que tiré mi notebook y mis papeles institucionales al agua. La notebook se quemó y los papeles se arruinaron. Nunca me voy a poder borrar ese sueño. Me apresuré a escribirlo, por eso lo puedo recordar con tanto detalle. Ademas, fue el sueño que me abrió la puerta de la poesía. El cocinero del barco me había allanado el camino mágico de la poesía, para salvarme de morir ahogado en las aguas mortales de la llanura rutinaria.
Había despertado sobre excitado, con la angustia en el pecho de una muerte inminente, pero también con la seguridad de que la poesía no desaparecería de mi vida en mucho tiempo. Salí de la bañera, pisé la alfombrita, me puse una bata que me regaló el club, y destapé el fondo del océano en cuyo fondo yacían una botella de cerveza vacía, cuyo aroma ya podía sentir en el ambiente y en mi cuerpo, una notebook arruinada, y varios papeles con membrete del Port Vale. Me terminé de secar y me dispuse a llegar a la cama. Había sido un día muy intenso. Poéticamente intenso.
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Los Sueños, el arte, los niños
Tono inglés eléctrico
Para ver tu cara
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Para ver tu cara
Salía de un estado en el que me apretaba la camisa oficial, y me metía en otro en el que la camisa me flameaba en la espalda como la capa de un superhéroe. Me sentía orgulloso por momentos, pero avergonzado en otros. Mi carácter de sudamericano era motivo comentarios, lo había visto en el primer partido amistoso de mi gestión. En algunos casos se me decía que la sangre sudaca corría por la cancha, visiblemente, con mis indicaciones desde el banco, con mi impronta aguerrida, de lucha constante, de ir a buscar. También me decían otros que a algunas cenas no me invitaban por considerarme demasiado sudamericano para poder asistir. A pesar de ser el DT parecía no ser condición suficiente para asistir con mi cuerpo técnico a cenas de gala, con sponsors, con otro clubes, con los representantes de la federación u otras autoridades. Pero me corrijo: Jamás estuve avergonzado de mi carácter de sudamericano. Jamás supe bien qué hacer en esas interminables cenas de protocolo. En todo caso debería estar despierto para que nadie use mi nacionalidad, mi origen, para desprestigiar mi trabajo. La cálida bienvenida que me habían dado los ingleses parecía tener nodos oscuros si se le hacía zoom.
Otra cálida bienvenida fue la que sentí al llegar al estadio, sin que esta fuese para mi. Bajando del micro ya pude oir los cánticos de la hinchada brotando de cada ladrillo de las paredes que aun nos separaban del verde césped. A ninguno de los jugadores pareció afectarle demasiado. Muchos de ellos iban con auriculares tan aparatosos que se me antojaron ridículos. Marcianos. Su grado de abstracción me alarmó. En una parte descubierta del recorrido a los vestuarios había un grupo de gente considerable esperando a los jugadores para que les firmaran camisetas o fotos, o pelotas. La mayoría paró a firmar la camiseta de los niños y de algunos hinchas adultos también. Había chicas y mujeres también, queriendo sacarse fotos con sus jugadores favoritos, y mientras se iban sacando dichas fotos, ya las iban compartiendo en las redes. Algunas cruzaban algunas palabras, pero no quise pensar de qué hablarían. Todos los fanáticos desafiaban la ley de las vallas y la tímida guardia del personal de seguridad, que cedía ante la generosidad de mis jugadores. De algunos, porque no todos pararon. Varios siguieron, mirando al suelo, o a sus teléfonos, cambiando de canción o poniendo de nuevo la música, o consultando si podían conectarse al wifi de la zona de vestuarios. Al acabárseles la música, pensé, habían quedado expuestos a los gritos inquisidores de las bestias asesinas que venían a devorarlos. Pero ellos no sabían que esas bestias eran sus fans: chicas y muchachos llamándolos por su nombre para que se detuvieran menos de treinta segundos para tomarse una foto o firmar una camiseta. Uno de los que no paró iba con auriculares blancos de la marca de Dr.Dre. Era el delantero Tom Pope.
─ Te pregunta si te parece bien haber dejado afuera del equipo a Pope por un hecho tan insignificante.
─ ¿Insignificante? ─ le contesté a mi traductora, desencajado por la falta de humanidad en la pregunta ─ ¿A usted le parece que dejar a un niño esperando por un autógrafo es algo insignificante? Debería revisar sus valores, Señor… ─ me acerqué a mirar la credencial de prensa del periodista de cabello anaranjado ─ Señor Car… Cartrai.
─ Its Crathridge, Sir ─ contestó el hombre del celular en la mano, visiblemente afectado por mi reprimenda una vez que Isabel se la tradujo, caramelizada ─ and sorry.
Otro de los muchos periodistas que se encontraban allí, en el pasillo que unían los vestuarios con el túnel de salida a la cancha, me preguntó si Pope había tomado a mal mi desición, y qué había sucedido exactamente.
─ Hay deberes que los jugadores deben cumplir y exceden lo futbolístico, pero que son generados por lo futbolístico. Si el jugador no tuviera un excelente rendimiento en la cancha no habría niños que pidieran su autógrafo en sus camisetas, y esto es algo de lo que el jugador debe hacerse cargo. Detenerse y firmar la camiseta. Ya pasó, pero no lo podía dejar pasar. Algo que si no hubieran visto ustedes hubiera dejado reservado a la intimidad de mi grupo de trabajo. Quizás la decisión no le haya gustado porque él está acostumbrado a ser titular, tengo entendido, pero ahora deberán acostumbrarse, ellos y ustedes, a que ciertas cosas Cristian Pueblos no las va a dejar pasar.
─ De hecho, hemos visto que han discutido fuertemente ─ tradujo Isabel a otro de los tercos periodistas ─ y algunos colegas dicen que han peleado con golpes de puño.
─ Por favor, no sean ridículos ─ reí socarronamente ─ Dejemos ese tema aquí. Siguiente pregunta.
─ El hombre insiste, Cristian.
─ Vamos, muchachos ─ contesté en confianza, intentando apelar a la seriedad de los jóvenes periodistas ─ El jugador no se lo ha tomado bien, y me ha dicho algunas cosas, y yo le he dicho otras. Nada mas.
El mismo periodista insistía en si habría consecuencias por este comportamiento.
─ Espero que no, ya he pagado un año de alquiler por adelantado.
Hubo risas generalizadas. El hombre gordo de lentes volvió a preguntar y aclaró que se refería a consecuencias para el jugador. Le aclaré que ya lo sabía y que yo, como técnico del equipo, tenía la ultima palabra sobre las consecuencias disciplinares de una conducta que se estima inadecuada. Amaba mantener las formas con la prensa.
Este torrente de preguntas comenzaba a abrumarme un poco y sentía que si no les ponía un freno la entrevista no terminaría nunca. Pero entonces detecté que algo en mi forma de contestar les atraía, y se miraban entre ellos al oír mis respuestas de boca de Isabel. Lamenté darme cuenta de esto. Al saberlo nacía en mi un deseo de darles lo necesario para que eleven mi figura, para ser el centro de esa escenita, aunque ya lo era. Sabía que debía mantenerme concentrado en el partido y que no debía dejar que alguna actitud demasiado desfachatada con la prensa signifique un llamado de atención por parte de la dirigencia. No sabía en ese entonces cual era el concepto de seriedad que tenían en Inglaterra.
─ Pregunta qué tenes para decir ─ me habló Isabel mientras estaba atento al vestuario de los árbitros ─ de la derrota frente al Crewe Alexandra en el pasado amistoso de pretemporada.
Contesté rápidamente algo de lo cuál después me arrepentiría ─ Alejandra debe estar contenta.
Me di cuenta de que fue una respuesta tonta y enseguida pedí a Isabel que no la tradujera. Pero fue demasiado tarde. Esa noche vería en mi departamento, en Internet, una serie de imágenes en las que me dejaban en ridículo por este comentario. Se había difundido solo como una versión, un rumor, no había seguridad de que realmente el DT de los Potteries había dicho algo así, así que afortunadamente no se había difundido tanto. No tendría la misma suerte con mis otras apariciones en los resúmenes de noticias.
─ Te repregunta qué tenes para decir de la derrota en ese amistoso, Cristian. Vamos, que no estas dando una muy buena impresión.
Miré a la señorita Peine con gesto interrogativo. No sabía bien a qué se refería. Me sonó a un comentario venido desde los manuales de protocolo del traductorado. Me molestó. Me fatigó pensar en que ademas de ser técnico, con todo lo que ello implica, debía ser un experto en protocolo con la prensa. Algo de eso me había dicho el presidente del club, pero creo que en ese momento me había distraído con su labio inferior. Contesté al periodista por fuera del protocolo de las declaraciones de los Técnicos, básicamente por no conocer ningún protocolo, y por ser fiel a mi estilo, ademas. Sudaca
─ Por supuesto que hemos perdido, ellos son superiores.
Al Isabel trasladar mis palabras noté las caras de asombro en los periodistas, y algunos divertidos. Los enviados de medios oficiales pusieron cara rara, una mezcla de enfado y decepción. Enseguida intenté arreglar la situación.
─ Quiero decir, ellos tienen una idea ya formada desde la temporada anterior mientras que nosotros estamos en formación. Los jugadores están adaptándose a mi forma de trabajar, por eso es que…
Interrumpieron mis palabras con mas preguntas, esta vez varias al mismo tiempo. Parecían serpientes queriendo apuñalarme por la espalda, aprovechando mi momento de vulnerabilidad. Queriendo dejarme en evidencia.
─ ¿Qué opina de las nuevas incorporación del primer equipo? ¿Tendrán un lugar en el once inicial?
─ Están en igualdad de condiciones todos los jugadores ─ me apresuré a contestar ─ si rinden en los entrenamientos entrarán al campo. Si no, no.
─ ¿Aunque hayan salido muy caro, señor?
─ Por supuesto.
Un caprichoso brillo cruzó por la mirada de los periodistas del club, qué interpreté como una restitución de mi imagen en sus parámetros.
─ Cristian Pueblos ¿es verdad ─ comenzó a preguntar uno de los periodistas en un español bastante prolijo, para mi sorpresa ─ que no dejas gritar tus jugadores en campo?
─ ¿Que no les dejo gritar? Bueno, no sé quién te dio esa información pero sí, es cierto. Porque no estamos en la guerra ni en una manifestación donde uno debe manifestarse a viva voz. Es un juego. El fútbol es un juego y la lírica del juego debería ser un canto más que un grito. Nosotros cantamos con el balón en los pies ─ y mientras percibía mas de una sonrisa en los periodistas al escuchar la traducción de Isabel pude ver a lo lejos al árbitro del partido haciéndome señas por encima de las cabezas de mi auditorio para indicarme que preparara a los jugadores. ─ Gracias muchachos.
Salí caminando detrás del cordón para la prensa pero me detuve en seco.
─ ¡One more, sir Pueblos! ─ vociferó una de las voces por sobre las demás ─ ¿Es verdad que se ha desmayado en el ultimo entrenamiento?
Caminando les grité ─ No sé quién les ha dicho semejante barbaridad.
Isabel me alcanzó en mi camino al vestuario una vez les tradujo mi respuesta y aproveché para preguntarle qué era eso de una “buena impresión”.
─ No te preocupes, era para ver tu cara.
Recuerdo muchas cosas de ese primer partido de la liga. Lo recuerdo como un caleidoscopio. Miles de imágenes vienen a mi con la colorida estela detrás de sí, con la que los vi en su momento. Coletazos psicodélicos se entremezclan como acetatos de colores y van dejando impresiones agridulces difíciles de borrar.
Extrañaría pronto mi capacidad perdida de poder vivir un partido de fútbol como lo hice alguna vez. Metido cien por cien en el desenlace y mirándolo despojado de cualquier otro juicio que manchara el buen nombre del mítico deporte. Juicios miles que comenzaban a enturbiar mis decisiones de entrenador.
Las palomas me distraían sobremanera, y eso que siempre las considere bichos molestos. Estaban todas alineadas perfectamente sobre el techo de la grada frente a los bancos de suplentes. Mis zapatos brillantes se hundían en el verde césped y temía caer al vacío, como Alicia, en un viaje sin final por el cual desfilaran a mi al rededor objetos gigantes que amenazaran mi continuidad en este plano, en este mundo, y vi llover poesía a mi alrededor, como si los versos fueran objetos cotidianos, como una carpeta debajo de un velador amarillento, un reloj de pulsera parado hace cientos de años, un cementerio de controles remotos, todos de la misma marca, y una serie de panfletos en varios idiomas, de cosas que no entiendo. Se me estrujó el pecho y no sabía porqué. Estaba ausente. El fondo de mis bolsillos me hizo tocar fondo y su pelusa se revolcó conmigo por los campos de vaya a saber donde. Un lugar distante, pero distante de la existencia, distante de todos los destinos a los que cualquier avión me podía llevar, distante de cualquier destino que ofreciera cualquier paquete turístico. Hice una bolita con esa pelusa y pude experimentar una atracción magnética por esa esfera diminuta. Mas atracción que por la esfera que me cayó en los pies. Una esfera grande, gigante, que amenazaba con aplastarme, que impactó en mis zapatos nuevos y los llenó de humedad y pasto, y que humedeció también el fondo de mis pantalones negros. Una voz me gritaba “give me the ball” pero no la percibí hasta la tercera repetición, creo, o la cuarta, y se trataba de mi lateral izquierdo que me pedía que le pasara la pelota para hacer el lateral. Si, esa bola gigante, blanca, era la pelota de fútbol que ya rodaba por el campo, por el partido que ya había comenzado y del cual no me había percatado. Afortunadamente nadie me grababa a esas alturas del partido. Él llegó hasta mi y tomó la pelota con sus propias manos, hizo el lateral y me miró con cara de “qué demonios te pasa”. Me pregunté instantáneamente porqué uno se imagina que los anglosajones hablarían en neutro si hablaran español. Supuse que sería por años y años de traducciones mexicanas de las películas yankees. Me preocupó saber que no podía mantener el foco en el partido y vi un final negro en el túnel de este trabajo. Vi terminar mi carrera y vi un periodo de frustración. Y todo por una distracción. En ese momento estaba demasiado fatalista, creo. Preferí salir de esas elucubraciones y pedí la hora a mi ayudante. “Just 10 minutes, sir” dijo. Solo diez minutos. Qué sería de mi el resto del partido.
La gente cantaba y las palomas iban y venían, llegaban y se iban. Me las imaginé fastidiosas por ese canto tan sincronizado, siendo que ellas prefieren graznar todas a contratiempo. “Pero qué palomas mas intolerantes” pensaba, “¿no podrán convivir con otra forma de expresar la voz?”. Alguien gritó mi nombre desde atrás y me di vuelta, pero no venía de mi banco, venía de la tribuna. Un grupo de diez hombres me señalaban una parte del campo con vehemencia, casi enfadados. El público en general gritó y se escandalizó. Giré y pude ver que se había armado un tumulto. Me aferré a mis bolitas de pelusa en el bolsillo, tratando de separarlas de los hilos descosidos, encontrando en mi bolsillo mi hogar, mi puerto. Casi todos los jugadores se habían juntado del lado contrario del campo y no se llegaba a ver nada, pero era de suponer que estaban peleando. Miré al banco de suplentes de nuestros rivales y no vi a nadie, ya que tanto el técnico como sus ayudantes estaban corriendo para dirigirse al tumulto. No me quedaba otra que ir también. Aun con las manos en los bolsillos caminé pero no llegué a dar ni veinte pasos que tuve que pegar media vuelta ya que el tumulto se había disipado. El arbitro había solucionado la trifulca repartiendo un par de tarjetas amarillas. “Podrías haberlo hecho antes” pensé, “y me ahorrabas mancharme los zapatos con cal”. Además le hubiéramos ahorrado la agitación al gordito técnico del Coventry City, que volvía al trote a la vez que me lanzaba una mirada que me divirtió. Ese tipo de miradas en Inglaterra debe equivaler a una tremenda puteada en Argentina. Un par de mis jugadores me miraron inquisitivamente, cómo pidiéndome explicaciones por no haber participado, por no haberlos defendido. Yo les hice un gesto para que me dijeran qué pasó, pero creo que lo tomaron mal y no contestaron (luego me di cuenta de que el gestito de “qué pasó”, es el mismo gestito de “qué te pasa, any problem?”). Le pregunté a uno de mis ayudantes y me dijo “pelea, Charlie y their six, and Kay”. Charlie era Raglan y Kay era Anthony Kay, y parece que ambos se habían metido con el seis de Coventry. El partido de allí en mas fue bastante violento. Aunque puede que mi ser haya estado mas sensible por aquella especie de despertar que estaba viviendo, pero que aun no quería admitir.
Parte de esa violencia la vi reflejada en la forma en la que se empujaban, manoteaba, gritaban. Cuando el juego se volcaba sobre mi lado, el campo del Coventry, podía ver todo mas claramente y me daba la impresión de estar en el under de un club de peleas clandestinas. Y eso que estaba acostumbrado al “folklore” del fútbol argentino del ascenso, con todo lo que eso implica. Seguía viendo insultos y palabras que al pronunciarlas en ese tono provocan una lluvia de saliva violenta, cual aspersor en parques del centro. Gestos ampulosos que dislocarían cualquier extremidad. Las camisetas eran generosamente elásticas ya que se las estiraba como medio metro y no se rompían. Las venas del cuello que se hinchaban salvajemente y los rostros que se enrojecían, como a punto de explotar. Los pelos que se tomaban por las manos hinchadas y lastimadas, o era pasto. Las caídas y resbaladas, los festejos de gol, violetos, con patadas a los banderines. Las miles de cámaras y los flashes, arriba de las tribunas y detrás de los arcos. Las publicidades, las promotoras con los trajes ajustados y sus curvas exageradas, antinaturales. La devoción desmedida por una cultura de lo efímero, de lo transitorio y superficial. La admiración devocional por aquello que esta hecho con un fin diferente al religioso. La contradicción. El sonido en los palos, la pelota siendo una y otra vez impactada con el sufrimiento típico de lo impactado, y un miligramo de aire que se escapa de su interior en cada impacto, como un suspiro de angustia, como una exhalación de la muerte, hacia esa muerte inexorable que le espera, hasta el próximo partido. Detrás de todo, cientos de personas sintiéndose defraudadas, excitadas, motivadas, agitadas, decepcionadas o enfurecidas por el accionar físico de otras veintidós personas que corrían detrás de un balón, por el solo hecho de que ese es su trabajo. Las expulsiones y los reclamos de parte de mi cuerpo técnico, y las palomas tan impasibles. Las palomas. Seres como gárgolas contemplando la estupidez del circo romano, el circo ingles del fútbol y los simios gritando, el pueblo gritando al pueblo. Las gárgolas girándose, pavoneándose, y quizás comentando entre ellas “¿sabrán que todo es mentira? ¿sabrán que los engañan y que les presentan otra realidad diferente a la real?” y me las imaginé mirándome, pidiéndome que desvele la verdad, y me sentí desnudo. “Una paloma me pide que les diga la verdad a los hombres”. Pensé que así podría empezar un poema. Isabel me había dicho “qué poético” y yo me sentía un poeta. “Una paloma me desnuda con sus verdades, y me pasa la tarea. Otra paloma le reprocha su inventiva, y descarga la tarea en un perro, que no es mi perro. El césped en el que me hundo me recuerda las misiones. Las empresas de una vida delante de un decorado, y el decorado que se cae y se me enfría la mentira. Una paloma que es una gárgola, que…”
─ ¡Gooooooooooooooooooool!
Me pegué el susto de mi vida. Y así lo reflejaba el video que ya para esa noche se había viralizado. El Técnico del Port Vale FC se asusta al escuchar el grito del gol de la hinchada visitante, mientras miraba el cielo. Una cámara de la transmisión del canal de la Skybet League Two tomó la escena, y varios fotógrafos también. Las imágenes mostraban a un hombre de traje parado, con las manos en los bolsillos, mirando a lo alto, mientras los integrantes del cuerpo técnico, detrás en segundo plano, se tomaban la cabeza a medida que se acercaba el peligro a la meta del equipo local. El salto de los hinchas en el primer plano, a cuyas espaldas se encontraba la cámara, hace innecesario el sonido, y en manos de los enfervorizados simpatizantes se agitaban las bufandas celestes y blancas. Entre toda la maraña de brazos se puede ver cómo el hombre de traje pega un saltó y atina a cubrirse la cabeza por el susto que le genera el grito del público. La escena fue repetida hasta el hartazgo en los resúmenes de noticias deportivas de esa noche y las noches siguientes, y tuvo miles de vistas en Internet, gracias a la cual mi patética reacción recorrió el mundo.
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Tono Inglés eléctrico
Los autos seguían llegando, porque evidentemente la puntualidad no se les había marcado como un requerimiento excluyente. Eso cambiaría pronto. Era un día bien inglés: nublado, gris, húmedo y un poco frío. Un viento asomaba de a ratos, acaso con la única ilusión de desviar los disparos al arco. El amarillo de las gradas se veía especialmente brillante con todo el marco sucumbido a la neutralidad de las nubes. El sol bloqueado y amarillo allá detrás se conjugaba con todos los amarillos del lugar y los estimulaba. Lamenté que la ropa de entrenamiento de los jugadores fuera blanca y negra. Con lentitud entraron mis ayudantes. Con más lentitud de la que hubiera elegido. Aproveché cada instante para recopilar razones reales para exponer frente a los jugadores. Nada más real que la realidad. Me asombré al descubrir que la palabra realidad últimamente se me aparecía irremediablemente ligada al arte. A lo poco que yo comprendía en ese momento del arte. Esto llegó, lo recuerdo claramente, incluso a conmoverme.
Con los jugadores que iban llegando íbamos hablando de lo que haríamos este día. Preguntaban con curiosidad, pero no con verdadero interés. Algunos demoraban la marcha desde el vestuario haciendo chistes o hablando de mujeres (¿que como me daba cuenta que hablaban de mujeres? No hace falta saber ningún idioma más que el de los gestos para darse cuenta de cuando un par de hombres hablan de mujeres), haciendo bromas, empujándose, bajándose los pantalones. Me parecieron niños de jardín por un instante. Alguien podría haberme dicho “la mayoría de ellos son muy jóvenes”, pero aún así son adultos y vienen a trabajar. Fue la primera de las imágenes que tuve ese día. Aún antes de ese niño histérico caminando delante de mi. Aún antes del susto que me llevé con el caniche insultándome a través de la ventana rococó. La de mis jugadores, en tono infantil e inmaduro, fue la primera imagen, la primera impresión. Y la primera impresión…
Recordé (como recuerdan los tangos) las mañanas de entrenamiento con el Mercados Unidos en las canchas de tierra, donde tirarse al piso era sinónimo de sangre. Qué seriedad que tenían esos jugadores para hacer su trabajo. Rubén Spíndola, volante por la derecha, tenía una fiambrería, y abría todos los días el almacén. Dejaba todo listo, esperaba a que llegue el empleado de no sé dónde (y siempre demoraba) y se venía a entrenar, entre preocupado y esperanzado en que al volver, su empleado haya tenido una buena mañana de venta. Él, mientras tanto, metía en el entrenamiento y en los partidos todo lo que podía meter (que era mucho en verdad) para quizás llegar a ganarse el pan como jugador, cosa que casi todos ahí sabíamos que no sucedería, para ninguno de ellos. Recuerdo, como punto colorido de su paso por el club, cuando lo echaron aquella vez. Injustamente. ¿Por qué? porque al meter un gol que lo llenó de emoción, en la agonía de un partido, se sacó la camiseta, con la mala suerte de que abajo tenía otra, blanca, con la publicidad de su almacén. Lo frustrante para él fue que no fue algo premeditado sino que simplemente fue un descuido. No se dio cuenta que debajo de la casaca amarilla y roja de Mercados tenía puesta la remera blanca con la que trabajaba en el almacén, todos los días, de tarde, al salir del entrenamiento. El árbitro, por eso, lo echó. Se armó una trifulca y dicen que el árbitro nunca pasó de nuevo por la vereda del almacén por miedo a una represalia. Es difícil ser árbitro de las divisiones de abajo. La cuestión es que Rubén, hacía un esfuerzo enorme para entrenar, y se tomaba en serio su trabajo, como la mayoría de los jugadores que pasaron por mi equipo mientras dirigí Mercados Unidos. No veía eso en estos alegres y despreocupados muchachos que entraban ya a correr por los alrededor de la cancha.
Tampoco tenía porqué esperar que estos muchachos rubios, de un hablar muy refinado, tuvieran la actitud competitiva y triunfal, viril y heroica, férrea y descarnada, de aquellos empelados de los suburbios del Bajo. Así pude salir de a poco de la posición de comparador. No había paralelo entre aquel yo, entrenador de las bajas divisiones, y este yo, entrenador de… también las bajas divisiones del futbol, pero en este caso de Inglaterra. Del Port Vale FC.
Los jugadores que seguían trotando (esperaba alrededor de treinta y cuatro para este entrenamiento) parecían mirarme y murmurar y cambiaban de actitud rápidamente, como si temieran que los apercibiese. Por eso mismo me di vuelta para mirar al lado opuesto del estadio, y así evitar que se sientan presionados, mal predispuestos en fin. Al girar me encontré con las gigantescas siglas del club, configuradas por los colores de las gradas: PVFC. Traté de ponerme en postura solemne pero toda solemnidad se fue al demonio cuando mi lado más bandido borró la F de las siglas y se quedó con PVC, e imaginó un tubo de PVC atravesado por detrás del bello escudo del club. Reí sin disimulo por unos instantes. Y con esta actitud despreocupada, sin prejuicios, comenzamos la jornada.
Corrieron alrededor de la cancha (ya todos) donde el equipo hace de local, Vale Park. El estadio, pequeño como la mayoría de los estadios de los clubes de estas divisiones, contaba con algo así como veinte mil butacas, y todas sus plateas eran techadas, o al menos eso me pareció aquella mañana. Corrí con ellos un buen rato, mientras mis ayudantes charlaban entre ellos en un costado del campo con algunos tableritos de esos para dibujar tácticas. Mientras corría fantaseaba que dibujaban otras cosas, y como veía que se reían, se me ocurrió que podían estar dibujando caricaturas divertidas, comparándolas y riéndose de ellas. Cuando vino a mí el dibujo, vino también el recuerdo de la entrevista en la School of Arts de Burslem. Esa fachada, la niña, y la mística que esas paredes y esos momentos debían tener. Tenía que ir pronto. Algo me llamaba a ir. Pensé en invitar a Isabel, que ya se había mostrado interesada. Bueno, no interesada. Más bien, dispuesta a hacer su trabajo. Aunque yo prefería pensar que estaba interesada.
Tan sumido estaba en mis pensamientos (me he dado cuenta de que cuando estoy sumido en ellos miro hacia abajo y pierdo contacto con el exterior) que tropecé con uno de los players que estaba delante mío, lo hice caer, y yo caí sobre él rodando más allá. Era Worral, un mediocampista con varios minutos en cancha. Vi que se levantó enojado, pero cuando vio que se trataba de su entrenador, pareció tranquilizarse. Se dio cuenta enseguida de que no había mala intención, que había sido un tropezón. Su rostro al principió buscó en el mío otros rasgos. Lo supe. Vi en sus ojos y en su boca palabras que saldrían con fuego. Como esperando encontrar a alguien de quien esperar esa gastada, que finalmente no encontró. Aquello era algo que debía indagar después, porque evidentemente había algunas tramas internas en el plantel de las cuales no estaba enterado. Por supuesto que los más grandes se mantenían juntos, los más veteranos. Los jóvenes por su lado eran mayoría, pero siempre había alguno que otro que se quedaba aparte. Los tuve a todos a mí alrededor por un instante, mirándome hacia abajo, algunos riendo, otros preocupados. Otros siguieron corriendo. Hasta que el mismo Worral se dignó a levantarme con un rostro amistoso. Recuerdo que me impresionó su fuerza, ya que me levantó sin que yo hiciera nada, como quien levanta una valija de mediano peso. “Are you ok?” me preguntó el volante. Contesté “I’m good” haciendo uso de las pocas palabras que sabía hasta ese momento. “That was a good one” remató Worral con una amplia sonrisa aria, y siguió corriendo con sus compañeros.
Como los años ya comenzaban a pasarme factura, luego del golpe decidí dirigirme hacia el lugar donde estaban mis ayudantes, y de paso observar un poco el comportamiento de cada uno en el grupo. Traté de caminar lo mas dignamente posible, porque la caída había hecho mella en algunas de mis partes. Mis ayudantes me comentaron algunas cosas, en básico inglés, sobre las dolencias o molestias de algunos players, señalándose las partes del cuerpo. Podía saber “good” y “hello”, pero aun no dominaba el término anglosajón para todos los músculos que un deportista de alta competencia puede lesionarse. Comenzaba a levantarse un poco de viento por lo que debíamos levantar el tono de la voz para hablarnos de cerca. Con el preparador físico nos comunicamos con gestos también: le indiqué que los separe por posición en cuatro grupos y que les haga saltar los conos y volver con un sprint. Un clásico. Me comentó, con ampulosas señas, que el club contaba con un montón de tecnologías y artefactos para los entrenamientos, algo que el Presi ya me había comentado, con enfermiza fijación. Pero pronto mis ayudantes y sobretodo el presidente del club, se darían cuenta de qué lugar ocupaban estos arreglos comerciales en mi noción de futbol.
Así, con los jugadores separados en grupos por posición, me fui haciendo la idea de qué lugar en la cancha ocupaba cada uno. Esto era bueno para ellos tambien, para los jugadores que recién se integraban al planteal y para los veteranos, porque les permitia ver quiénes estaban preparados para ocupar su posición, cuales eran sus “competidores” directos, y así motivar el esfuerzo y la progresión para ocupar el lugar titular en la cancha (la “sana competencia” que le dicen, si es que existe tal cosa). Aproveché este momento para ver si podía armar una defensa con hombres altos, o si disponía de laterales ligeros. Si podía armar un tridente ofensivo o por el contrario debería atribuir el ataque a dos o un delantero para llegar con volantes externos con centros al área. Analicé si contaba con volantes centrales de carácter para retroceder en jugadas de defensa. Observaba su actitud al correr, su actitud al volver, sus gesticulaciones faciales durante el repetitivo ejercicio que realizaban. Observaba todo. Todo en función de si ocuparían o no un lugar en el equipo. Ahora, a la distancia, me dan risa todas las estrategias de juego y rebusques en los que pensaba en aquel entonces para lograr un buen funcionamiento del equipo. Qué lejano que está todo eso. Y ahora pienso: cuántas veces creerá uno que tiene todo resuelto, que ha encontrado su lugar en el mundo, su actividad, y cuántas otras se da cuenta uno de que sus costumbres, sus gustos, sus placeres cambian, ya sea con la edad o con la expansión de la conciencia, por la expansión de uno mismo, y tiene uno que barajar y dar de nuevo, una vez, y otra, y otra. Y uno se pregunta, ¿será está a definitiva? Eso creo que nunca se sabe. Lo que sí se sabe, es que siempre la actual parece la definitiva. Y lo que se sabe también, es que el cambio siempre cuesta, aunque cada vez menos. Uno debe concentrarse en estar equilibrado, y cambiar si es necesario: de empleo, de hogar, de bar, de ciudad, de país, de alimentos. Los seres queridos, la gente de alrededor, si nos quieren, respetarán los cambios.
Bueno, pero no es mi intención darles una lección de vida (aunque luego de las cosas vividas sea una tentación). Volviendo a ese día de entrenamiento, recuerdo que pregunté ahí nomás a uno de mis colaboradores por la situación de Worral. Me dijo, en una mezcla de inglés y castellano, que David se había adaptado bien al grupo y que había llegado a un buen nivel, y que aparentaba ser mucho más joven que los veintisiete que tenía. Había sido titular en casi todos los partidos de la temporada anterior. Claro que los aspectos deportivos de Worral podían decir algo de su estado de ánimo, pero no todo. Necesitaba saber más.
Los volantes, atacantes y defensores seguían haciendo la carrera con obstáculos propuesta mientras que los arqueros estaban con su entrenador en lo suyo también. Hasta las diez hacíamos algo de este tipo de entrenamiento y luego hacíamos prácticas de futbol. Por aquel entonces estaba encontrando este ritmo y no fue fácil para mis colegas (sobre todo para mis colegas) adaptarse al mismo. No sé bien que tipo de entrenamiento hacían antes, porque nadie nunca me lo supo decir de forma que yo lo comprendiera (e Isabel tampoco podía traducirlo de forma que yo lo comprendiera) pero llevó su tiempo hasta que se acostumbraran.
Fue allí cuando una sombra pasó por delante de mis ojos, pero no delante de lo que estaba observando. Me encontraba allí mismo, parado, a dos pasos de mis colaboradores. Dudo de que se hayan percatado de mi sobresalto. Pasó, la sombra, por entre el exterior, y el interior. Entre lo que era real y lo que yo veía. En ese instante sentí también un giro de observación, un refrescar el juicio. Los hombres corriendo, empujándose, insultándose, mirando hacia abajo, transpirados, pensar que quizás hayan hecho lo mismo durante años, y que quizás jamás se hayan planteado que si correr como liebres tras una pelota es lo que quieren seguir haciendo hasta que la profesión los retire del mercado. Pensamientos críticos de este estilo se me aparecían para mi sorpresa, y me hacían sentir cierto poder, cierta energía que comenzaba a percibir de forma muy abstracta. Muy encriptada. ¿Quiénes eran estos hombres que yo había mandado a correr? ¿Eran personas que elegían su actividad deportiva, o eran simples marionetas de alguien más? ¿Era yo una marioneta de alguien más? ¿Alguien alguna vez les había acercado otra posibilidad de trabajo, de cultivo personal? ¿Alguien alguna vez me la había acercado a mí? Me impactó tanto la pregunta en primera persona que no me atreví a encaminarme hacia la búsqueda de una respuesta. Ahora pienso que si alguien alguna vez mencionó cerca mío la posibilidad de dedicar mis días sucesivos a otra actividad que no fuera el futbol, en un café, en un bondi, en una grada, en un acto patrio, caminando por el baldío de la calle Uruguay, o pateando esa lata de La Gioconda, si alguien alguna vez me lo planteó, creo que no le di importancia. Y es lo mejor que podría haber hecho porque de no haber dedicado todo ese tiempo al deporte más masivo del planeta, no estaría hoy escribiendo estas líneas. Traté de hacerme dueño de mis pensamientos nuevamente, pero este divague casi involuntario había llegado incluso a mi garganta, a mis ojos, empañándolos levemente. Una realidad se resquebrajaba frente a mis ojos. Deseaba volver a la oscura cueva de los misterios, donde todo está un por descubrir y todo lo que se conoce en realidad no se conoce sino que se ignora irremediablemente. Hasta que el remedio aparece, claro. La ilusión se rompía frente a mí, como si una ciudad antigua trocara sus cimientos hacia una blanda y purísima arenilla que la más leve brisa arrastrara sin siquiera proponérselo. Como una pluma que acaricia el cielo a la tarde, por la vaga voluntad de un ala, que es la voluntad de un ave que surca el cielo, que quizás sea la voluntad de aquello mismo que hacía arder el decorado de mi vida.
En un momento pensé en parar la práctica para hablarles a los jugadores de todo esto. Luego pensé que no sabría cómo carajo abordar el tema. Luego recordé que eran todos ingleses. Y también recordé que esta sensación (creo que me traiciono nombrádolo como solo una “sensción”) había nacido en mi interior hacia menos de un minuto, por lo que descarté el impulso instantáneamente. Y esto fue realmente difícil. No descarté mencionarlo en un futuro. Fue muy impactante esa noche, solo en el hotel, darme cuenta de que había cambiado los cristales con los que miraba la vida. Y con la vida, el futbol, el trabajo, las personas, las plumas de las alas de las aves del cielo. Todo. Muy impactante.
Como pude, puse lo pies en la tierra nuevamnete. En el verde césped verde de Vale Park, Burslem, Inglaterra, Planeta Tierra. Planeta Agua. Planeta Alas. El partido que armamos fue de titulares contra suplentes. Traté de mantener la formación del entrenador anterior, en las primeras prácticas. Luego pasaría a ensayar diversas formas de ataque y defensa. Había que adaptarse a lo que uno tenía, siempre. Pero en este caso tenía mucho. Un plantel de 35 jugadores no es algo que se vea todos los días. Redujimos la cancha para evitar agotamiento excesivo. Además, es lo que se estila. La tradición. Por supuesto que había razones para esto y para todas las tradiciones, pero la cuestión de que algo se haga por tradición es que nadie sabe el motivo real de porque se hace. En ese momento la tradición ya me empezaba a generar un escozor en el cuerpo. Y en el futbol todo es tradición.
Pero no era específicamente las tradiciones lo que comenzaba a escocerme sino su falta de sentido. Y comenzaron a aparecer las consabidas preguntas. ¿Por qué durante la semana los jugadores juegan en canchas de la mitad de tamaño de las que juegan el fin de semana? Porque era la tradición. ¿Por qué se entrena todos los días en un turno, y no tres días a la semana en doble turno? Por tradición. ¿Por qué los entrenamentos se hacían siempre a puertas cerradas, sin gente? Por tradición. Y ya yendo a los partidos ¿Por qué los hinchas solo pueden cantar, y no pueden llevar instrumentos? Por la tradición. Se me ocurría que se podía habilitar una especie de palco en el que hubiera unos músicos tocando sus instrumentos y canciones que acompañen el partido, y la gente podría cantar sus temas alusivos al equipo, para que los jugadores se sientan apoyado. Y ya no solo por voces discordantes, sino por un canto organizado y bello, y además, con instrumentos. Una y mil preguntas aparecían respondidas por la tradición.
Mientras me hallaba en estas ensoñaciones lindantes con el arte, como un brote al que empezaba a cuidar, y con una deserción por ahora utópica, el partido ya había comenzado. Los gritos y las barridas ya se hacían escuchar. El viento había menguado un poco. Todos los jugadores me parecieron iguales por un momento. No podía ser. ¿Qué rasgo de mi persona los homogenizaba? ¿Qué estaba perdiendo yo, que hacía perder la subjetividad de cada uno de ellos? Sabía que algo se había roto en mi relación con ellos, pero no sabía qué. Mi naciente relación con ellos. No podía permitirme verlos así, informes, porque sabía lo que podía pasar. Me conozco. Y siempre me estoy re-conociendo. Y si en ese momento perdía de vista sus identidades, mi trabajo iba a empezar a empobrecerse. Por lo menos el tipo de trabajo que estoy acostumbrado a brindar a un club: una relación de igual a igual con los jugadores, de respeto por sus particularidades, de ser consciente de que son personas, antes que jugadores de futbol. Antes que figuritas en un álbum. Antes que una firma garabateada en una camiseta. Lo cierto es que no sa había roto algo en mi relación con ellos. Algo se había roto en mi interior. Esa misma y larga noche, me di cuenta que acaso los jugadores se rompieron frente a mi porque formaban parte de ese decorado que había ardido frente a mí instantes antes. Pero no podía dejarlos arder por completo. Tenía que salvarlos.
Uno de los ayudantes me vino a hablar señalándome a uno de los jugadores. Creo que era Gibbons. Me estaba marcando la seguridad con la que estaba parando ciertos avances del equipo titular. O eso fue lo que entendí. Le hice una seña para que lo anotara, mientras me sacaba la campera. Mi ayudante mi miró con desconcierto por un instante. E imagino que más aun cuando vio que salí corriendo hacia el equipo de utilería para tomar prestados unos botines. Me los calcé. Tomé aire. Me metí en la cancha.
Si iba a pretender que estos jugadores tuvieran la actitud que yo había visto en otros equipos, esa sed sudamericana de victoria, casi como una defensa territorial de lo que es de uno, y mucho mas, si iba a pretender salvarlos de mi incendio interior, no podía darles indicaciones desde afuera de la cancha. Debía estar dentro. Durante unos momentos les grité en mi naciente y rudimentario inglés, cosas que parecían entender en partes. Porque algunos respondían con acción y otros con gestos. Los que respondían con gestos no respondían con acción. Realicé algunos quites ante la mirada azorada de los jugadores. Algunos se divertían. Lo más jóvenes miraban sorprendidos, parándose en seco, como entendiendo que la práctica se suspendía. “Keep on!” les gritaba para que siguieran. Los más veteranos seguían jugando y venían a mí ya sea para quitarme la pelota o para pedírmela. Lo mío eran quites. Cuando alguien me la pasaba pensando que yo seguía en juego, yo la dejaba pasar, ante el descontento del pasador. Pude ver claramente lo poco acostumbrados que estaban algunos jugadores a situaciones nuevas. A lidiar con imprevistos. “Los imprevistos suceden en la cancha, todos los fines de semana, chicos, y tienen que estar preparados” les diría luego en la charla. Mientras hacía estas “locuras” que no eran tales, vi que por la entrada de los teams entraba triunfal y dignamente mi querida Srta. Peine.
Un fluido se propagó por todo mi cuerpo sobre todo en el pecho. Salí del campo de juego. Algunos de los jugadores hicieron alusiones burlonas a mi salida, por la llegada de la traductora. Otros aludían de forma diferente a su belleza. Tomé algunas de las pelotas que había a los lados de la cancha y se las lancé a los embobados. Algunos la recibieron gentilmente con la cara. “La próxima va más fuerte” les dije en español. Alguno respondió burlándose del español pero no le di importancia. Me dirigí a hacia mi traductora, al trote. Llevaba un saquito color marrón claro, muy corto, una musculosa blanca por debajo, y una pollera de tubo del mismo color del saco, con unos zapatos de taco alto, increíblemente. Interrumpí sus saludos del rigor, la tomé de la mano y la tironeé hasta la cancha. Al borde de la misma puso más resistencia, pero la convencí de entrar. Necesitaba que los dos estemos dentro. Ella conmigo.
─ Si vas a ser mi traductora ─ le dije, intentando convencerla de que entre al campo de juego─ tenes que estar en los lugares en los que yo estoy. Al menos eso fue lo que prometen tus servicios.
La pobre estaba desconcertada. Jamás se hubiera esperado semejante atrevimiento de mi parte. Su rostro era el de alguien que es empujado hacia las llamas, pero que en el interior sabe que si pasa por encima de ellas en velocidad no se quemará. Tampoco estaba seguro yo de que después de eso ella se fuera a ofender, o incluso a renunciar a ser mi traductora. Pero lo hice de todas formas. Algo en mi interior me habilitó. Eso que obedezco ahora con ciega confianza, y que en aquel momento estaba empezando a conocer.
Algunos de los jugadores estaban mas atónitos que ella. Estaban jugando una práctica de futbol reducido, con un hombre (su DT) y una mujer (la traductora de su DT) agarrados de la mano, vagando en el medio de la cancha. Yo nos sentía como un par de turistas evadiendo la lava lanzada por un volcán, evadiendo los pases y disparos de los jugadores. Algunos parecían fastidiados, pero otros estaban divirtiéndose. Para todos, claramente era algo nuevo. A los que se detenían, los empujaba demandándoles que sigan. Me alegraba internamente de poder brindarles una emoción diferente en un entrenamiento de los de todos los días. Sin esa pantomima, aquel entrenamiento hubiera sido uno más, de tantos más, de tantos clubes, entre todos los entrenamientos que tendrán hasta su retiro. Pero no. Pudimos lograr que sintieran alguna emoción. Negativa, positiva o la tercera opción, siempre atractiva. Me sentía en paz internamente, zarandeándonos con Isabel, saltando por encima de pelotas, agachándonos de repente por pelotazos, algunos pases hacía yo, descontrolados. La invitaba a que ella hiciera algunos pases también, amén de que después me insultara por haberle arruinado sus zapatos caros de no sé qué marca (cosa que finalmente no sucedió). Ya despeinada y con la musculosa fuera de la pollera, me miró divertida. Una mirada que no olvidaré jamás. Una mirada hermosa, que fue la confirmación de todo un proceso de decisiones que iba encarando de a poco. No sé por qué, pero tome su mirada de entusiasmo infantil como si una nube pasajera me dijera al oído “Bien, Cristian, bien”. ¿Puede que en aquel momento, aquel yo, haya dotado de cierto romanticismo meloso ese momento tan altruista en el que me rebelaba a las prácticas tradicionales del futbol y lograba encontrar en la inocencia de una mujer y en el divertimento de varios hombres la confirmación de un estilo de trabajo, y además de un estilo de vida? Si, puede. Pero no me importó. Fui feliz.
Así comencé con lo que tenía planeado. Comencé a darles indicaciones en el perfecto inglés que me devolvía mi traductora, pero con una repetición fonética de mi parte que no perdía significado, aunque sí la dulzura de su tono ingles eléctrico. Frases como “El nueve patea mejor”, “Miren hacia los lados, no se encaprichen”, “Jueguen inteligente”, “cortita y al pie”, “¡Largala!”, “por las bandas” y otras más, salían de mi boca en gritos cada vez más apagados, que se iban consumiendo. Como si un tonel de grasa se fuera consumiendo con las llamas que lo devoran. Hasta que no grité más.
Veía patadas. Miradas de reojo. Empujones amistosos pero empujones. Salivazos al césped. Movimientos bruscos, partes del cuerpo raspadas, lastimadas. Gestos de cansancio, dolor. Frustración. No grité más. Una sensación de honda resignación me tiró hacia el centro de la tierra con una fuerza que no había sentido antes. Tan opuesta a la visión de la niña en la ventana en la tv del café. Sentí el ardor en mi garganta, y traté de tragar varias veces para disolverlo. Isabel me miró, porque vió que yo contemplaba el césped. Quizás también vio que contemplaba a los jugadores como quién ve a titanes de piedra destruirse entre ellos como si la piedra de la que están hechos fuera inquebrantable. Cuando un fino hilo de rio la puede quebrar. No sé si Isabel lo vio. Yo lo sentí. No sé en que momento me soltó la mano, su espanto se diluyó igual que el mío, y la excitación y la adrenalina de estar en medio de un vasto partido se fue por las gradas amarillas, hasta que la vi ya lejos retirarse hacia un costado del campo. Miré mis notas en la planilla. No las entendí. Lo recuerdo claramente: no las entendí. Tomé la hoja y la estrujé, la hice un bollo y la guarde en uno de mis bolsillos del pantalón, porque no podía soportar verla. Eran nombres de jugadores algunos con círculos, eran cosas que luego les diría, detalles de la práctica, de la estrategia, del retroceso en bloque. Todo eso me dio náuseas. Por eso debí sacarlo de mi vista. Los jugadores seguían corriendo y me salpicaban con partículas de césped y barro. ¿Quién arreglaba la cancha antes del domingo?, pensé. Y también pensé que no debía estar pensando en eso. Lo cierto es que no podía evitarlo. Mis sentidos tomaban la tangente del momento. Mi cuerpo en stand by, esperaba ser apagado o encendido. O destruido. Recuerdo que Montaño se preocupó. Recuerdo que fue tan impactante para mi escuchar una voz en español (Montaño es colombiano) que lo miré extrañadísimo, aun ya sabiendo que este jugador era hispanohablante. Creo que con la mirada me aferré a él por un instante, como un náufrago a un trozo de madera. Pero pronto lo solté. El sonido de la pelota en uno de los palos es lo último que recuerdo.
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Los sueños, el arte, los niños

No era ya una ciénaga el motivo de mi mal sueño, sino un valle de recuerdos que venían hacia mí atraídos por la fuerza de mi presente, expelidos por algún rancio aroma que los derrumbaba a mis pies. A mis pies, nuevamente. Al caer, las escenas de recuerdo quedaban atrapadas en ventanas en el piso de las cuales no podían salir. Eran personas, y ahora eran fantasmas, pero para mí eran recuerdos. ¿Qué otra cosa podían ser? Como una entidad que por el solo hecho de acercarse me inoculara la nostalgia de los atardeceres de primavera. De temprana primavera, cuando el frío aún persiste, renuente a ser extinguido por el polen, ejército de flores anunciando su momento. Y eso, lo único que me traía nostalgia en ese momento eran los recuerdos. Pronto esto dejaría de ser así. El sueño continuó y me vi en la desesperada necesidad de correr hacia el bosque donde (lo sabía internamente) podría descansar de tanto agobio. Por supuesto, como es típico en estos casos, no llegué al dichoso bosque.
La interrupción fue apareciendo de a poco en mis sentidos. Siempre tuve problemas para despertar de repente. Mis despertares suelen ser lentos, hasta que todos mis sentidos se encuentran al cien por ciento de su capacidad. Salí de la corrida hacia el bosque, y pasé a querer tomar el teléfono que vibraba desesperadamente en mi mesa de luz. Atendí sin ver quién era.
─ ¿Hola Cristian? ─ Dijo la dulce voz del otro lado.
�� Si, ¿no se supone que soy yo el que debe decir hola primero? ─ bromeé con evidente voz de modorra, a mi traductora inglesa.
─ Supongo que sí, pero no decías nada ─ y rio como una niña ─ ¿Te parece que nos encontremos a desayunar en el Clayhanger en quince minutos? Hay unas cositas que quiero hablar.
Miré la hora en el celular, eran las nueve de la mañana aproximadamente. Me sobresalté por un instante, pero en seguida leí en la misma pantalla que era Domingo, por lo tanto no tenía entrenamiento. Por lo tanto no estaba llegando tarde a ningún lado, aunque todavía tenía tiempo para llegar tarde a algún lado.
─ ¿Pueden ser veinte? Me estoy levantando.
─ ¡No me digas! ─ Su risa se estaba convirtiendo un vicio de los buenos. No quería volverme un hombre estúpido buscando simplemente hacerla reír de cualquier estupidez. Pero todo indicaba que terminaría haciéndolo, con catastróficos resultados para mi desgracia ─ El café está cerca del hotel. Bueno, todo está cerca en Burslem.
─ Bueno está bien, que sean quince entonces.
Le pedí que me recordara el nombre del café. Tuve que anotarlo porque en ese momento no estaba familiarizado ni con el idioma, ni con los lugares. Ella me recordó que hay tres cafés en Burslem y que me tomaría diez minutos recorrer los tres para buscarla. Pero como, según ella, ese era mi día de suerte, me reveló que el café en cuestión estaba en el 31 de Market Place.
─ Vas a ver que dice “The Sagger Maker” en la fachada.
─ Me suena a timo. ¿No debería decir ─ y revisé el papelito recién escrito ─ The Clayhanger?
Mi traductora rio y colgó.
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Disfruté de la caminata hasta el café. La gente, como me había parecido en mi primera salida, era amable, y saludaba sin más, sin conocerme. Yo trataba de corresponder al saludo lo mejor que me salía. Me lamentaba cuando me perdía el saludo de alguien por estar contemplando alguna de las edificaciones de ladrillo visto (casi todas las casas y edificios importantes son de ladrillo visto en Burslem) pero no podía evitarlo: tenían bastante de mágico y secreto, y sentía un deseo autentico de visitar todas esas edificaciones. Debía aprovechar este momento de relativo anonimato, antes de debutar en la Liga y que todo el mundo me conozca. Me ensombrecí al pensar en esto. Claramente la idea no me simpatizaba. El empezar a aparecer en los diarios, en la televisión, ya sea por éxito o por fracaso, por victoria o por derrota, o simplemente por mención, comenzaba a crear una ilusión en la gente que, a la larga, era difícil de sostener. Dificil de soportar. Un montón de ojos mirándote, evaluándote, a veces con sonrisas esperando que les des una alegría con alguna goleada al clásico rival (imposible en nuestro caso ya que el Stoke City estaba dos categorías mas arriba, cosa que en su momento me hizo sentir aliviado) o una victoria abultada, que los haga transcurrir la semana con el pecho inflado y la frente alta, visitando los pueblos vecinos (a minutos, realmente, de Burslem) con la casaca blanca y negra, orgullosos; a veces con miradas recelosas, enjuiciando tu trabajo, o debatiendo en los bares (que uno mismo visita) cómo trazar la táctica, como plantar a los jugadores, a quién poner y a quién sacar. No sé, al fin y al cabo, qué era más difícil, si tolerar la mirada esperanzada o la mirada condenatoria. Para muchos hombres y mujeres, el único que podía darles una verdadera alegría era el entrenador de futbol de su equipo y sus jugadores: La única razón de sus pasiones.
Muchos autos con los que me crucé de camino al café tenían el sticker del Port Vale en sus vidrios, y un par de hombres y mujeres que me crucé tenían o bien camperas o la casaca de mi nuevo club. Agradecí el no vivir una situación tensa como las que se viven en mi país, o en ciudades de cualquier país donde la ciudad cuenta con dos clubes rivales y siempre hay quienes te aman y quienes te odian (cuando no son los dos clubes los que te odian, claro).
En el café, que tenía un nombre pero en su fachada figuraba otro, ya me esperaba la bella Isabel (bella Isabella, bela, isa bela, esa bella, realmente pensaba en esto cuando la ví) en una mesa cercana a la ventana que daba a la calle. Me sonrió y me señaló con la mano la entrada, cuando me vio cruzar la callé.
─ Te perdiste ─ aseveró.
─ No, ¿por? ─ efectivamente me había perdido, pero solo me pasé una cuadra.
─ Porque venís de enfrente y el hotel queda para allá ─ señaló para un lugar que no sé.
El café era de un color crema, beige, café, y no era todo lo cálido que un café podía ser. Seguramente los ingleses podían hacerlo mejor, con esas atmosferas tan húmedas y grises que su paisaje solía mostrar. El aroma era fascinante. Había banderines de clubes de futbol de Inglaterra por todas las paredes, pero el más grande y más destacado era, afortunadamente, el de Port Vale. Parecía un café de esos en los que la gente se junta con amigos a ver los partidos de futbol de la Premier League o de la Selección Inglesa. Mi rudimentario inglés me permitía deducir que había afiches que ofrecían descuentos en tiquets para ir a ver al club de la ciudad. Contaban con dos grandes televisores, uno a cada lado de la sala. Ahora, el que quedaba frente a mí, estaba sintonizando un canal local.
─ Cristian, me gustaría hablar ─ comenzó Isabel ─ sobre esta cuestión de tu idioma. Yo en poco más de un mes termino con mi servicio y para ese momento vas a tener que estar ágil con el inglés.
─ Señorita Peine ─ comencé, solo para verla disimular su sonrisa con una máscara de pretensioso enfado ─ no me diga que eso a usted la tiene preocupada.
─ Bueno, es parte de mi trabajo ─ confesó ─ Debería dejarte con las citas concretadas, mis servicios realizados, con una satisfactoria devolución de tu parte, y conociendo el idioma de forma tal que puedas de aquí en adelante manejarte por tus propios medios ─ hizo una pausa mirando hacia el exterior, mientras sus ojos estallaban en luz, por la luz que absorbía del sol, y luego volvió la vista hacia mí para continuar ─ Eso es lo que Estudio Paineache le promete a sus clientes.
Qué poco me importaba lo que su empresa le ofrecía a sus clientes. El mozo vino a tomarnos el pedido, un muchacho joven y fornido, rubio, de pelo muy corto, al cual le vi un cierto parecido a uno de mis jugadores. Estuve a punto de preguntarle pero no tenía las palabras para hacerlo y además no recordaba el nombre del jugador al que me hacía acordar. Comenzaba a ver las limitaciones sociales que implicaba no hablar inglés en Inglaterra. Una vez se retiró y trajo nuestras tazas, retomé la conversación.
─ El presidente del club me dijo… Bueno, ya sabes lo que me dijo, estabas ahí.
─ Dijo muchas cosas el señor gordo.
Sonreí. Comenzaba a amar su sentido del humor.
─ Pero lo más interesante, creo que la única cosa que recuerdo de todo lo que dijo, fue que tenía que conocer a los habitantes de la ciudad, a los hinchas del club, a los Valiants , ir a los cafés ─ hice un gesto indicando que ya estábamos en uno ─ pero además a bares, y demás. Digo, podría ser una buena idea para estos días. Y como aún no conozco del todo el idioma…
─ Oh, Dios… ─ dijo ella tomándose el rostro.
─ ¿Qué?
─ Sos muy malo haciendo esto ─ y se rio fuertemente ─ No entendes que yo estoy contratada por un servicio…
─ Si, si ─ la interrumpí ─ pero me parecía un buen momento, ya que vamos a tener que compartir dos meses…
─ Es que tengo que ir, no me queda otra. No tenes que invitarme como un joven adolescente, porque mi servicio incluye compañía en todo tipo, y resalto todo tipo, de salidas con el cliente.
─ Ah, ok ─ me sentí un idiota. Básicamente como siempre que intentaba invitar a salir a una mujer. Siempre me había pasado. Las formas convencionales no iban conmigo. Las películas románticas no tenían razón. Ni razón de ser.
Seguimos hablando de otras cosas, de la ciudad, de lo que había y de lo que no había en ella. En la televisión daban algunas entrevistas de gente en unos parques que creía haber visto a mi entrada a la ciudad, hacía unos días. Realmente no les veía ningún sentido y me hicieron acordar a las entrevistas de los canales de la Argentina, totalmente innecesarias, preguntándole a la gente en la playa que qué están haciendo, con quiénes vinieron, de dónde son. Muy parecidas, pensé, a las preguntas que se les hacen a los entrenadores antes de un match: “¿Cómo te sentís?”, “¿Te pusiste el saco abajo del traje?”, “¿Tu señora cumple años hoy?”. ¿Cómo podrían interesarle esas cosas al espectador? En fin. Por suerte lo que vendría después en la programación de este canal ingles que estaba sintonizado, sería mucho más interesante para mí.
Isabel me hablaba de las costumbres de los ingleses y yo no paraba de encontrar puntos en común con nuestro pueblo sudamericano, pero en un momento me desprendí de la charla mirando la televisión, en un documental de pocos minutos sobre lo que parecía ser una academia de arte. De alguna forma, y por primera vez en mi vida, vi en este tipo de lugar algo atractivo, algo que me llamó la atención poderosamente. Una mujer de cabellos revueltos color ceniza, de lentes con marcos turquesa y extravagante mirada, contaba al periodista (de esto estoy casi seguro) de las posibilidades que los estudiantes tenían dentro de la academia y de sus salidas a la comunidad. Con cada imagen que pasaba me enamoraba más y más de ese lugar y cautivaba mi atención como no era capaz de hacerlo ninguno de los banderines futbolísticos que colgaban en las paredes del café. Este lugar representó desde ese mismo momento un ensueño hecho arquitectura para mí. Esa fachada que lloraba de lo inglesa, y esa estructura tan armada y robusta, que se ablandaba en su interior para hacerse una masa informe y divertida de libertad creativa y jovialidad. Sentí el incontenible deseo de pisar ese edificio. De verlo vivo. Más deseos aun que los que tenía por presenciar un partido de futbol.
Mi traductora se dio cuenta de mi distracción, se dio vuelta y vio lo que daban en la tv, interrumpiendo su relato.
─ Ah, The Burslem School of Arts ─ dijo con felina solemnidad.
─ La escuela de arte de Burslem ─ repetí, haciendo mi tarea de idioma. Era de seguro un lugar donde la libertad era el pan de cada día, donde la amabilidad reinaba y donde la creatividad encontraba siempre tierra fértil ─ Qué lugar maravilloso ─ es lo único que atiné a decir ─ ¿Sabes dónde está?
─ Si, claro. Está muy cerca de aquí. A media cuadra de tu hotel si no me equivoco. Cuando quieras podemos ir, si te interesa ─ Claramente las nociones entrenador de fútbol y arte no encajaban, para Isabel, y para casi nadie, en la misma persona. Incluso, hasta ese momento, tampoco para mí.
Las imágenes del lugar se iban sucediendo y no daban tregua a mi encanto. Entre ellas apareció una que me sacó de súbito de mi extasiada contemplación. Era una niña que se encontraba dentro de una de las salas de dicha escuela y la cámara la tomaba desde fuera y, con las palmas apoyadas en el vidrio, miraba a la cámara. Atrapada detrás del vidrio de la sala y a su vez detrás del tv (o dentro de este), parecía querer decir algo desde su encierro. Encierro feliz, pero extraño. Quizás solo extraño para el espectador, quizás solo para mí. Esta imagen que duró solo un instante pero que retuve infinitamente, terminó por llevarme a un rincón de mi subconsciente, reprimido al despertar esa misma mañana: El sueño de los recuerdos, o fantasmas, que caían y quedaban atrapados en ventanas en el suelo. Así como en el sueño, esta niña ¿Sería también un recuerdo, pero en vez del pasado, del futuro? ¿Iría a conectarme en el futuro con esa niña, o era ella un mero símbolo de una conexión más abstracta con ese mundo libertino? ¿Expresaba ella sin saberlo, una potencial revelación que cambiaría mi vida para siempre? Si me lo preguntan ahora, respondería sin dudar que sí. Estos pensamientos invadieron mi mente en un instante, como nunca antes me había sucedido. Sentía mí ser y mis energías enfocándose en cosas que hasta entonces no tenían la mínima importancia: Los sueños, el arte, los niños.
Otros pensamientos azotaron con mas fuerza los débiles cimientos de mis convicciones. Mi mente me llevó a una comparación, como todas, odiosa, que puso en el tapete un tema que daría vuelta mi mundo por completo, y que por consiguiente, me atemorizaba profundamente: Jamás había sentido una devoción tan grande por algo relacionado al deporte, al futbol, como la que estaba experimentando ahora viendo esas imagenes. Nunca había podido experimentar ese intimo deseo de sentarme a revisar tácticas, revisar formaciones. Siempre estas habían sido producto de la más fina improvisación, con mejores con peores o resultados. No me daban las manos para atar tantos cabos.
Un sueño. Un lugar. Un mini reportaje en un canal de televisión ingles, en un café de Burslem, a 11.150 km de casa. ¿Así es como suceden estas cosas?
Sentí el repentino deseo de exteriorizar mis sensaciones y ese brotar en la piel que me generaba el aluvión de coincidencias, sin importar si estas fueran rebuscadas o no. Debía compartirlas. Allí enfrente, mirando la tv con el cuello contorsionado, correspondiendo a mi curiosidad con tierna reverencia, estaba Isabel, y con ella compartí ese mundo que apenas estaba empezando a reconocer. Y no me arrepentiría: sus palabras fueron una revelación entre las revelaciones.
─ ¿Viste…? ─ no sabía bien cómo encarar la cuestión ─ ¿Viste esa imagen de recién?
─ ¿La de las acuarelas? Si, hermosas. Hay que tener una mano muy especial. Además, trabajar con humedad en Inglaterra debe ser…
─ No ─ la interrumpí y pareció levemente ofendida ─ Perdón. La niña que miraba por la ventana. ¿La viste?
─ Creo que sí, no estoy segura ─ volvió a mirar instintivamente el televisor a sus espaldas ─ ¿Por qué?
─ Soñé con algo así anoche ─ Sus ojos se abrieron un poco más ─ Bueno, en realidad esta mañana. Se terminó cuando me llamaste.
─ ¡Ups! Lo siento ─ y ahora se disponía a escuchar, con el rostro apoyado en una de sus largas palmas ─ ¿De qué trataba?
Realmente no sabía si podar un poco el surrealismo del sueño, o contarlo tal cual era. Si someterme de lleno a lo que podían ser burlas, o reducirlo arbitrariamente y así quizás perder la posibilidad de una devolución pura.
─ Soñé que estaba en un valle y venían corriendo hacia mí personas que representaban recuerdos de mi vida, y ahora que lo pienso, realmente no identifico a mucha de ellas, por eso es que creo que son recuerdos del futuro ─ hasta entonces había estado revolviendo la taza vacía, pero en esta parte levanté la vista para preguntarle ─ ¿es tal cosa posible?
─ La verdad que no lo sé ─ permaneció inmutable, no dio crédito a mi pregunta ─ ¿eso es todo el sueño?
─ Bueno, sigue, pero no sé si tendrás tiempo para seguir escuchando.
─ Sos el único cliente que tengo en esta zona, y no hay demasiadas cosas para hacer en Burslem, así que ─ y mirando hacia afuera donde el sol llovía pisoteando y floreciendo, concluyó ─ Sí, tengo tiempo para escuchar tu sueño.
─ Bien, bueno. Cuando los recuerdos, personas, fantasmas, se iban acercando a mí, como si vinieran anhelando, viniendo a buscar algo que sabían que yo tenía, caían a mis pies, como si su suelo desapareciera.
─ Qué impresionante ─ Muy altanera, nunca había salido de su postura de sostenerse el rostro con la palma. A esas alturas yo estaba nervioso, y no sabía realmente si ella estaba sinceramente interesada o si se estaba riendo de mí. No la conocía como la conocería después ─ y ¿Cómo se relaciona con la niña mirando por la ventana?
─ Porque al caer, las personas, recuerdos, quedaban atrapadas bajo el suelo en ventanas, todo a mi alrededor. Seguían queriendo alcanzarme. La niña de la escuela de arte me hizo acordar a ese sueño.
─ Tus recuerdos caen a tus pies ─ hizo el gesto de pensamiento, tomándose la barbilla ─ Interesante. ¿Qué te generaban esos recuerdos?
─ Melancolía, nostalgia. Muy fuertemente.
─ Y a la vez estos recuerdos “caían a tus pies”. Es decir, se rendían. ¿Significará acaso que esas sensaciones que te generaban esos recuerdos se están “rindiendo”, es decir, la sensación está desapareciendo? Pasas de una emción negativa y oscura, como lo es la melancolía, a algo más positivo quizás que es el sano recuerdo de esos momentos. En el sueño sentías melancolía, pero en la realidad ¿qué te generan esos recuerdos?
La pregunta era muy buena y comprendí que ella no era ninguna improvisada. Como dije antes, no me arrepentiría de haberme abierto con ella.
─ Creo que lo mismo.
─ ¿Te generan realmente lo mismo, o crees que te generan eso porque siempre te han hecho sentir así? Fijate que hay sucesos que un día dejan de importar, porque cierran como si fueran heridas. Lo que ayer te parecía importante, hoy puede no serlo.
─ Puede que tengas razón ─ De hecho era exactamente lo que comenzaba a sentir. No podía tener más razón de la que tenía. Pero no podía dársela tan alegremente, debía conservar algo de mi orgullo intacto, debía resguardar un poco de mi tesoro interno. Aun así sentí expresarme sin tapujos, con las palabras que salían de mi interior. Suspire profundamente y continué ─ Corrí, luego de que las personas cayeran, y recuerdo haberme sentido aliviado. Corrí para escapar, aun sabiendo que ellas no podían salir de su nueva prisión. Corrí dejando atrás algo que estaba enterrado. Creo que corrí por ser libre, y no “para” ser libre.
Miré hacia abajo, como abatido por haber soltado una carga largamente soportada, aunque no sé bien a qué se debía tal sensación. Las siguientes palabras de mi traductora me hicieron levantar la vista y mirarla, entre conmovido y asustado.
─ Qué poético, Señor Pueblos.
Todavía no sé si fue que dejé toda mi alma en las palabras que acaba de pronunciar, si algo se vació dentro mío, o si realmente estaban rompiéndose algunas capas que me cubrían desde hace tiempo, pero lo cierto es que estas palabras de Isabel marcaron un antes y un después en mi vida. Jamás volvería a ver esta realidad como la había visto hasta ese momento. No fue repentino como lo sentí entonces ya que, revisando ahora en frio mis sensaciones de aquel día, puedo ver que algo dentro de mí se venía gestando. Como un insecto que crecía en mi interior y que con las palabras “qué poético” se abrió una hendija en la crisálida que, con denodados esfuerzos en el tiempo subsiguiente, lograría terminar de abrir.
Ella vio la sorpresa en mi expresión. Ambos hicimos silencio por un rato. Minutos después nos despedimos como dos muertos vivientes, sin ser capaces de hacer alusión a lo que esas palabras habían generado. Quizás no hacía falta. Los resultados aparecerían a la vista pronto. Muy pronto.
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El presidente vitalicio

- ¿Cuáles son tus aspiraciones, Sam? – Lo cual repitió mi traductora.
- Dice que jugar en el equipo titular, para que alguien se fije en él, poder irse a un club más grande y salir de esta ciudad muerta – Me tradujo mi querida Isabel.
“Ciudad Muerta”. Me quedé pensando unos instantes que parecieron eternos, y el sol parecía dejar de marcarnos los rostros, y el aire dejaba de correr, deje de respirar incluso, y el pasto dejaba de sentirse suave bajo mis zapatillas, dejé de sentirme acompañado por Isabel y Sam Kelly, y el espacio me dio lugar en el tiempo, y si acaso no a mí, a las palabras Ciudad Muerta.
- ¿Cristian? – Isabel pretendía volverme al lugar que realmente estaba ocupando.
- Si, perdón – me repuse y el sistema de estímulos volvía a percatarse de mi presencia – Sam, dices Ciudad muerta: ¿Por qué? ¿Acaso no te gusta Burslem, Stoke? ¿A dónde querrías ir? – Lo que Isabel trasladó al ingles.
- Dice que él no dijo “muerta”, dijo bendita. Y es verdad Cristian, no dijo “dead” que sería muerta, sino “blessed”, bendita – Me miró preocupada mi compañera y agregó – yo creo haber traducido bien.
- I think you are a bit tired, Sir – Dijo el Colorado Sam, lo que tradujo Miss Peine como “dice que estas un poco cansado”.
- Si, es verdad, decile que seguimos mañana – y me levanté mientras ellos también a la vez que intercambiaban frases.
Estaba cansado realmente. Había estado entrevistando a los jugadores del plantel masculino del club, desde las 7:00 am y no había tomado un descanso, sin contar que venía de no dormir bien. Pero aún así, creía haber escuchado bien: “ciudad muerta”. Cuando estaba a punto de tener uno de mis lapsus de introspección, un silbato sonando en relativa cercanía me extrajo del túnel hacia mí, de una forma escalonada. A saber por qué mi inconsciente traía estas palabras.
- Hey! ¡Vamos todes acá! – comenzó a gritar, en un español medio, Michael Brown, autor del pitido, mientras bajaba por las gradas. Había estado hablando con Norman lejos del campo, observando mi primer entrenamiento con el plantel estable – Acerquensé! It means “come here”! – Así aclaró que les estaba diciendo que se acerquen ya que nadie parecía comprender el pedido, salvo un par que parecían tener algún conocimiento básico de mi idioma – ¡Nathan! ¡Kiko! ¡Come here!
Mientras parecía que algunos de los más rebeldes se le resistían, ya casi todos estábamos cerca. No había tenido la ocasión de hablar precisamente con esos dos pero parecían de lo más divertidos correteando cerca del centro del campo. Serían acaso los más rebeldes y descarados, si mi intuición no me fallaba. Si bien, había estado hablando y escuchando toda la mañana con el plantel, uno a uno, para entrar en un conocimiento profundo de cada uno de ellos, como es mi costumbre en cada club al que llego, parecía que el día de mañana, sería más arduo que el de hoy, teniendo que sentarme a razonar con semejantes personajes. Ya se acercaban y el Chairman ya comenzaba a hablar. En su lengua natal, claro. Yo me había colocado detrás de los jugadores que estaban sentados en el césped, algunos parados, preparado para escuchar las palabras de Norman, e Isabel se acercó para cumplir su trabajo. Pude ver cómo algunos de los jugadores, incluidos estos dos inmaduros, se daban vuelta y cuchicheaban al ver a la imponente presencia femenina en su hábitat natural, habitualmente despojado de tan agradable presencia.
- Hey! Nathan! Mbamba! FOrrester! Dont be that fools! – Gritó Brown antes de que alguno se propasara, cosa que dudo que fuera a suceder.
- ¿Te está cuidando? – pregunté a Isa, para saber qué era lo que había dicho, aunque lo suponía.
- Así parece – confirmó tímida.
Unos instantes pasaron, hasta que llegó a quien evidentemente se esperaba, un hombre muy mayor, que recorría el césped que antaño conociera como el ritmo de sus piernas cada mañana de frio y bruma inglesa, ahora aferrado, con pasión pero independiente, a un bastón negro, como su saco, como su pantalón, como sus zapatos brillantes, como su corbata. Una vez llegó a dónde se ubicaban Brown y Smurthwaite, este último me llamó con la mano. Allí fui y allí fue Isabel, quién recibió algunas palabras y silbidos del fondo del aula, los cuales fueron penalizados por Brown con un balón que rebotó en la cara del barbudo Tavares.
Smurthwaite y su enorme talla clavada al césped, comenzaron a hablar, y a su vez Isabel, medio detrás de mí, como escondida, me traducía lo siguiente.
- Dice que están muy orgullosos, tanto Tonny como él, y por supuesto que Michael, de anunciarles, algo que, bueno… ya seguramente saben. Cristian Pueblo será el nuevo Manager del Club.
- Técnico, Isa – corregí, para distenderla. Ella continuó.
- Dice que sabe que están en un momento difícil, a un lugar del puesto de descenso, pero que confían en que vos los mantendrás con dignidad en la categoría que el Port Vale merezca. Así que ¡bienvenido Cristian! –
Norman estiró los brazos y yo me acerque para corresponder a su oportuna muestra de afecto que no había demostrado en nuestra reunión privada. El abrazo me prensó y cuando me soltó, demostró con su sonrisa que se había percatado de que mis pies habían abandonado el suelo.
- Él, como ya saben – siguió diciendo, y traduciéndome Isabel – viene de Argentina, de dirigir algunos clubes que han sabido lograr un buen jugo y lograr rachas positivas. ¿Verdad, Cristian? –
- Bueno, sí, gracias – comencé, desprevenido – Con el Mercado unidos ascendimos al Federal A y con Cuenca salimos segundos en el Nacional C – Lo que Isabel tradujo en voz alta, de lejitos, siempre a mi lado, cosa de no ligar una palmada de la pesada mano del Presidente.
- Segundo! Pregunta porque te fuiste de ese club
- Eh, es com… - Isabel no terminó de traducir mi duda y el aparatoso orador interrumpió sin interés verdadero.
- Bueno, no importa, ya tendrán oportunidad de hablar todos los días. Michael seguirá como ayudante de Cristian, ya que lo hemos contratado para acoplarse al equipo técnico con el que contamos, que ya es conocido por ustedes – siguió Isabel en su labor. Algunos festejaron al saber de la continuidad de Michael, que los había dirigido desde la salida del técnico anterior, y que había sido compañero de ellos como jugador, hasta dicho momento. – Le pregunta a Michael si quiere decir algo.
Brown se adelantó un paso y dijo
- Cristian fue delantero y lo que ha logrado en su país lo ha hecho por su juego ofensivo, así que van a tener que empezar a correr más muchachas, porque este hombre no los va a dejar ni a sol ni a sombra – comentario que fue seguido de abucheos seguidos de risas, que supe corresponder.
Smurthwaite invitó a Tonny, el anciano, a decir algunas palabras.
- Qué puedo decir, - comenzó a decir con una inesperada claridad juvenil - Estoy muy feliz de que nuestro futbol inglés, se nutra de la sabiduría de alguien que viene de uno de los países con mejor futbol del mundo – con su bastón dio un par de pasos al frente – Que nuestras diferencias queden de lado, como naciones, y que este clima de buen humor que hoy hay no se deba solo a que tenemos el placer de contar con esta hermosa señorita en el estadio – señaló a Isa con el bastón, como si realmente pudiera prescindir de él - sino que dure, y que nos lleve por un camino de buen juego, de diversión dentro de la cancha, y de festejos en nuestras queridas tribunas – y mirándome, cerró con - Depositamos nuestra confianza en vos, Cristian, y sobre todo yo, el fan más antiguo y Presidente Vitalicio del Port Vale Football Club. No nos defraudes.
“No nos defraudes”
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